vol 09 mr fire y yo

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mr fire

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En la biblioteca:

Todo por él

Adam Ritcher es joven, apuesto y millonario. Tiene elmundo a sus pies. Eléa Haydensen, una joven virtuosa ybonita. Acomplejada por sus curvas, e inconsciente de suenorme talento, Eléa no habría pensado jamás que unahistoria de amor entre ella y Adam fuera posible.Y sin embargo… Una atracción irresistible los une. Peroentre la falta de seguridad de Eléa, la impetuosidad deAdam y las trampas que algunos están dispuestos atenderles en el camino, su historia de amor no será tanfácil como ellos quisieran.

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En la biblioteca:

Tú y yo, que manera de quererte

Todo les separa y todo les acerca. Cuando AlmaLancaster consigue el puesto de sus sueños en KingProductions, está decidida a seguir adelante sin aferrarseal pasado. Trabajadora y ambiciosa, va evolucionando enel cerrado círculo del cine, y tiene los pies en el suelo. Sutrabajo la acapara; el amor, ¡para más tarde! Sin embargo,cuando se encuentra con el Director General por primeravez -el sublime y carismático Vadim King-, lo reconoceinmediatamente: es Vadim Arcadi, el único hombre que haamado de verdad. Doce años después de su dolorosaseparación, los amantes vuelven a estar juntos. ¿Por quéha cambiado su apellido? ¿Cómo ha llegado a dirigir esteimperio? Y sobre todo, ¿conseguirán reencontrarse apesar de los recuerdos, a pesar de la pasión que lespersigue y el pasado que quiere volver?¡No se pierda Tú contra mí, la nueva serie de EmmaGreen, autora del best-seller Cien Facetas del Sr.Diamonds!

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En la biblioteca:

Poseída

Poseída: ¡La saga que dejará muy atrás a Cincuentasombras de Gre!

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En la biblioteca:

Muérdeme

Una relación sensual y fascinante, narrada con talentopor Sienna Lloyd en un libro perturbador e inquietante,a medio camino entre Crepúsculo y Cincuenta sombras

de Grey.

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Lucy Jones

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MR FIRE Y YO

Volumen 9

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1. Palacio helvético

—¿Lista para un nuevo viaje? Sé que no te gusta viajaren avión —me dice Daniel.

—Es verdad, pero estoy feliz de estar contigo.

Daniel ha decidido dejar Nueva York para regresar asu propiedad de Sterren Park en Bretaña. Desde que pidióacompañarlo, me he preguntado muchas cosas: ¿realmentetengo un lugar a su lado?, ¿por qué quiere que loacompañe? Es extraño pensar que iremos alláespecialmente para buscar las pruebas de un importantedesvío de fondos de la empresa familiar Tercari.

Daniel está en lucha con su exprometida, Clothilde deSaint-André, quien le ha dicho que tiene pruebas deldesvío de fondos. Ella amenaza con revelar esta«exclusiva» a la prensa si Daniel no le cede su empresa.Tal escándalo es inimaginable. Entonces, Daniel haempezado a buscar de dónde proviene esta informaciónque está en manos de Clothilde. Aunque sus sospechas sedirigen principalmente hacia su hermana Agathe, acaba dedescubrir que su madre podría, incluso ella, estarimplicada.

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Para mí, todo eso es todavía muy oscuro; me cuestatrabajo considerar que personas de la misma familia sepueden traicionar entre sí. Sin embargo, desde que conocía los Wietermann, ¡he visto que se trataba de una prácticahabitual!

Ni siquiera Daniel logra entender las motivaciones dela una o de la otra. Él espera que este viaje le permitatener más claridad.

Por mi parte, estoy sobre todo feliz de alejar a Danielde Clothilde de Saint-André.

Estoy segura de que me ama. Sin embargo, me sientomás segura cuando pongo un océano entre ella y él.

Clothilde conoce a Daniel mucho mejor que yo. Hanpasado juntos su adolescencia, ambos dirigen dosempresas competidoras y son multimillonarios.Afortunadamente, gracias a Daniel, he comprendido queeso no bastaba para consolidar una relación. Entre Daniely yo existe un vínculo intangible, extremadamente fuerte.Lo he sentido desde la primera vez que lo vi; esaturbación que me ha hecho balbucear no se ha debidosolamente a su belleza capaz de dejar sin aliento, micorazón y mi cuerpo lo habían reconocido antes que micabeza. Eso se confirmó la primera vez que puso sus

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manos sobre mí: un estremecimiento me recorrió, comouna revelación. Era él a quien mi piel esperaba.

Ignoro lo que él ha vivido con Clothilde. Daniel es unhombre sensual. Le gusta el placer. No lo puedo imaginarcon una mujer a quien el sexo le da asco. ¿Él le hapermitido descubrir su propia sensualidad, como ha hechoconmigo? Si es el caso, le ha hecho un regalo inestimable:un mundo de sensaciones desconocidas.

Un deseo inextinguible de ver, tocar, sentir se meofrece ahora. Poder explorarlo con Daniel es una suerte.

—Yo también estoy feliz de que estés aquí. Esimportante —me dice él, tomándome la mano.

De nuevo ese estremecimiento. Aunque estamos a puntode partir, lo podría jalar hacia mí y pedirle que me haga elamor sin esperar.

—¿Señor? —pregunta Ray, el chofer de la familia—,acabo de llamar al aeródromo. Su avión estará listo enuna hora.

Me siento sonrojar. Por suerte, ni Daniel ni Ray hannotado mi turbación. Están demasiado ocupados enarreglar los últimos detalles de nuestro viaje.

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—Gracias, Ray. ¿Usted viene con nosotros?—Si usted lo desea, los acompaño.—Muy bien. Lo necesitaremos allá.

¡Qué buena noticia! Desde que lo conozco, Ray escasi como mi ángel guardián. Vela por mí cuandoDaniel está ausente. Me ha ayudado a encontrar unapartamento en París. Ha advertido a los primerosauxilios cuando la toma de rehenes casi costó la vidadel padre de Daniel… Ray es mucho más que un choferpara la familia Wietermann.

—Voy a traer el auto.—Nos vemos frente al hotel en quince minutos.

Daniel y yo terminamos nuestro desayuno. Tengo laimpresión de pasar mi tiempo entre aviones. La semanapasada, dejé Nueva York para regresar a París, y volví aregresar a Nueva York unos días después. ¡Tomo vuelosde larga distancia como otros toman el tren a lossuburbios!

A diferencia de la última vez que dejé la GranManzana, mi moral está en un buen momento. Daniel estáa mi lado, y no tengo duda alguna de sus sentimientos. Mevoy también tranquila respecto al estado de salud deSarah, mi mejor amiga, quien recientemente ha sido

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víctima de un accidente de auto. Sus heridas tomarántiempo para cicatrizar, pero está bien; nuestra amistad,también. Por un tiempo tuve miedo de que no soportara mirelación con Daniel. Sarah desconfiaba de él; temía que élme dañara. Por suerte, en eso también las cosas seaclararon; han hablado, y, según las últimas noticias,ahora se entienden de maravilla.

Sonrío mientras me instalo en el jet privado de Daniel.Es agradable no tener que sufrir la más mínima molestiade tiempo o dinero, cuando uno tiene ganas de hacercualquier cosa, no depender de las mismas obligacionesque la mayoría de los mortales… Daniel Wietermannordena, se le obedece. No tiene razón alguna para dudarde su propio poder. Ha crecido con él y ha aprendido aadministrarlo. Aunque a veces Daniel puede mostrarseodioso al ser tan seguro de sí mismo, he aprendido a irmás allá de las apariencias… la mayor parte del tiempo.Existir frente a él no siempre es cosa fácil.

El teléfono de Daniel suena pocos minutos antes deldespegue. Comprendo inmediatamente que algo locontraría; levanta el tono, cambia de asiento, escucha,después dice:

—Voy para allá.

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Cuelga. Interrogo a Daniel con la mirada, pero parecehaber olvidado mi presencia. Deja el aparato y se dirigehacia las oficinas y la torre de control. Sola en el avión,espero más de media hora sin tener noticias. Hago pasarel tiempo jugando con mi teléfono, pero la actitud deDaniel me inquieta.

¿Por qué a Daniel le cuesta tanto trabajo hablarconmigo?

Pretende darme toda su confianza, pero me deja lo másseguido posible en la ignorancia. Lo pienso a menudo, hasido necesaria una larga sucesión de eventos para queDaniel decidiera hablarme, no solo de Clothilde, sinotambién de sus sospechas sobre su madre. Me quedé sinvoz cuando me dijo que Diane Wietermann, la glacial yaltiva reina madre, desviaba dinero de su propia empresa.Todavía más grave, ¡Clothilde lo sabe y amenaza conhacer explotar el escándalo en la prensa! Para unWietermann, tal humillación es inimaginable. Danielcamina sin prisa por la zona de circulación de losaviones. Bajo el sol de otoño, con sus gafas negras, lasmangas de la camisa arremangadas y el saco sobre elhombro, Daniel es un modelo de relajación. Estoy denuevo impresionada por el carisma de este hombre. Subelleza me turba todavía. Sube al avión sonriendo y séque ya ha arreglado el problema.

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—Golosa como eres, te gusta el chocolate, ¿cierto?

Asiento con la cabeza sonriendo.

—¡Qué bien!, porque finalmente vamos a Suiza.

Abro los ojos muy redondos.

—El banco acaba de llamarme —me dice, sentándoseconfortablemente en su asiento—. El director ha recibidouna orden de transferencia por una cantidad de un millónde francos suizos desde una cuenta de la empresa. Elbanquero no estaba preocupado, pero los procedimientosinternos lo obligan a tener la aprobación del director parauna suma como esa…

—¿Sabes de qué se trata?—Yo no he ordenado ninguna transferencia. El director

no pudo decirme nada por teléfono. En cuanto estemos enGinebra, iré en un santiamén al banco. Eso acabará con lapreocupación.

¿Un millón de francos suizos, una pequeñapreocupación?

—Después tendremos un poco de tiempo para visitar laciudad: es magnífica y muy cosmopolita.

—¿El chocolate es tan bueno como afirman los suizos?

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—¡Aún mejor! —insinúa Daniel sin dejar de sonreír—.Y no quiero escucharte otra vez diciendo que no te digonada, ¿de acuerdo?

Asiento con la cabeza.

No conozco Suiza. Nunca he pisado ese país y nopensaba ir. Finalmente, esa es toda la historia de mirelación con Daniel; no puedo prever nada, pero síesperar todo. En este aspecto, nunca me ha decepcionado.Se trate de desayunar en un globo aerostático o de tomarun avión para encontrarme al otro lado del Atlántico,Daniel es capaz de todo. Pero sus proyectos no toleran lacontradicción: Daniel Wietermann es un hombre poderosoque no acepta un «no» por respuesta.

¿Ginebra? ¿Por qué no? ¡Vamos!

Durante el trayecto, Daniel duerme tranquilamente. Unmiedo incierto me anuda el vientre sin que mi fobia alavión sea la causa; demasiados pensamientoscontradictorios giran en mi cabeza. Estoy consciente dehaber vivido un verano mágico. He encontrado a unhombre fascinante, descubierto lugares insólitos y vividoexperiencias que me marcarán toda la vida. Sin embargo,sé también que todas las cosas bellas tienen un final. Voya tener que retomar mis estudios, acudir a cursos,

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acreditar exámenes… ¡Todo eso me parece incompatiblecon el hecho de seguir a Daniel en sus aventuras entreParís y Nueva York! ¿Mi nuevo estilo de vida tendrá elriesgo de cansar a mi amante? Clothilde, por ejemplo, notiene todas estas presiones.

¡Tengo tanto miedo de perderlo! ¡Tanto miedo de noestar a la altura!

Debo rendirme a la evidencia: saber que ha habido otramujer en la vida de Daniel me ha hecho temer lo peor. Sinduda, Daniel será el primero en alentarme a consagrarmetotalmente a mis estudios.

Eso lo sé muy bien, sin embargo…

La imagen de mis padres cruza por mi mente. Nos veode nuevo a los tres, sentados en la cocina en «consejo defamilia» para decidir qué haría después de mibachillerato. ¡Estaba tan emocionada frente a todas lasposibilidades que se me ofrecían! Hemos pasado toda lanoche discutiéndolo y, sobre todo, riéndonos… ¡Nisiquiera quiero imaginar la reacción de mi madre cuandole explique, algunas semanas antes de que los cursosempiecen, que tengo miedo de ir a la universidad porqueno quiero perder a un hombre! Durante toda mi infancia,ella me ha repetido cuán importante era para una mujer

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asumirse, ser autónoma e independiente, en pocaspalabras, no depender de un «macho», como ella decía.Ella no lo soportaría. Ni yo tampoco.

Además, siempre me han apoyado. Me han dejadoelegir por mí misma, apoyando todas mis decisiones,hasta la más loca de todas: ir a trabajar a Nueva York,¡tan lejos de casa! No me imagino decepcionarlos.

Las asociaciones de ideas son a veces extrañas.Después de Clothilde y mis padres, es Sarah quien seimpone en mi mente mientras sobrevolamos el Atlántico.Nos hemos jurado ir juntas a la facultad. La idea de uncampus poblado de miles de estudiantes inmediatamenteme había parecido menos escalofriante con esta promesa.Sarah tiene un don: le basta llegar a cualquier lugar parahacer amigos. Cuando salíamos juntas de fiesta, yo meconformaba con seguirla. Ella aplaudió con entusiasmocuando le anuncié que partía a Nueva York:

—¡Es una excelente idea! Eso va a curarte de tutimidez. Vas a encontrar gente formidable, ¡estoy segura!

Y no estaba equivocada…

Echo un vistazo a Daniel. Ahora, Sarah vive en NuevaYork con mi segundo mejor amigo, Tom, quien era

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también mi colega cuando yo trabajaba comorecepcionista en el hotel. Yo los presenté. Han sidoflechados y Sarah ha cambiado todos sus proyectos.

Estaré sola para afrontar la universidad en París.

Cuando estuve de paso en Francia, tuve una idea de lapesadez administrativa al intentar inscribirme en laSorbona. ¡Qué desorden!

Podría también decidir estudiar en Nueva York…¿Por qué no?

Daniel duerme profundamente. Ray, quien se hasentado al fondo del jet, se me acerca:

—¿Todo está bien, señorita?—Sí, Ray, le agradezco.

Miro a Daniel, después a Ray.

—Ray, ¿qué opina usted del comportamiento deAgathe?

Agathe Wietermann es la hermana mayor de Daniel.Vive en Bretaña, en la casa familiar, donde ha instaladoun estudio de infografía. Hasta hace todavía unas semanas,esta talentosa artista se encerraba en silencio. Agathe es

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una mujer sensible y atormentada cuya personalidad mecuesta trabajo determinar.

Ray parece incómodo. Sé que no le gusta hablar de lafamilia Wietermann. Es un hombre muy discreto.

Sin duda, no habría mantenido su empleo durantetanto tiempo sin esta característica. ¡Pero creo que nosoy del todo una extraña!

—No sé. La señorita Agathe es por mucho la personamás reservada de la familia.

—No entiendo, parece guardar rencor a todos: aDaniel, a su madre… ¿Es que no tiene en Sterren Parktodo lo que puede soñar? Es una artista muy talentosa…

—Mi hermana tiene todo, es verdad. Pero, según ella,nada le pertenece realmente.

Me sobresalto. Ray sonríe. Estoy segura de que sesiente aliviado de no tener que dar su opinión.

—Pero… es ridículo, ¿no? —farfullo ruborizándome.—Como Ray ha dicho, Agathe es muy reservada. Es

también una persona voluntariosa. Tú sabes que ella serehusó a hablar durante mucho tiempo. No estaba enferma,al contrario de lo que pensaba nuestra madre. Ella solo noquería hablar, es todo.

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Ray asiente con la cabeza.

Estoy encantada de que se entiendan, pero yo tengodudas.

—¿Qué quieres decir?—Era muy cercana a Jérémie, ¿lo recuerdas?—Sí.

Jérémie era el hermano de Daniel. Padecía una graveenfermedad, fue despreciado por su madre. Meestremezco nada más de pensarlo. Daniel estaba alcorriente, pero nunca fue a verlo al hospital. Solo Agathese preocupaba por su hermano. En señal de represalia,dejó de hablar. Hasta el momento en que Jérémiereapareció, armado, para tomar a toda la familiaWietermann y a mí como rehenes.

—Jérémie pensaba que lo habían despojado de lafortuna a la que tenía derecho.

—¿Y no era así?

Daniel frunce el ceño. Yo me siento ruborizar devergüenza.

—Discúlpame…—Comprendo tus dudas. No. En fin, sí, en la medida

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que su enfermedad le impedía ser parte del porvenir de laempresa. Pero todos sus gastos estaban cubiertos. Tantocomo los de Agathe durante su periodo de silencio. Ni aAgathe, ni a Jérémie les faltó nada. Pero se convencieronmutuamente de que se les había robado.

—Entiendo… en fin, creo.—Para responder a tu pregunta, no creo que mi

hermana haya traicionado a la familia Wietermann. Alcontrario, es posible que tenga una especie de delirio depersecución o algo así.

—¿Tiene usted pruebas de eso? —pregunta Ray,visiblemente preocupado.

—No estoy seguro de nada —confiesa Daniel—. PeroAgathe se enfureció terriblemente la última vez quehablamos. Me reprochaba por hacer desaparecer eldinero, por depender de nuestra madre… Hablaba demanera incoherente.

Ray parece trastornado, pero no dice nada.

—¿Qué piensas hacer?—Ayudarla lo más que pueda, como siempre lo he

hecho. A pesar de que Agathe es mi hermana mayor, entrenosotros los papeles están un poco invertidos —me diceél sonriendo tristemente—. No dejaría que nada malo lesucediera —promete Daniel dirigiéndose a Ray.

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Guardamos silencio por largo rato. Daniel lo rompecambiando de tema.

—Les propongo almorzar y tratar de descansar. Elvuelo es largo todavía.

Una azafata que no había visto embarcar aparece antenosotros ofreciéndonos una bandeja de comida que podríaencontrarse en cualquier avión comercial: ensalada Césarservida con vino rosado. Sin embargo, un detalle memuestra que no se trata cualquier comida. Como postretenemos una tartita de limón, adornada con un trozo dechocolate amargo sobre el que está gravado el nombre deun célebre chef francés. Una verdadera delicia, digna deun gran restaurante, pero a miles de metros de altura. Laconversación se orienta sobre Suiza:

—Cuando era pequeño, fuimos muchas veces a Saint-Moritz, después descubrí Ginebra. Me gusta mucho esaciudad. Creo, Ray, que usted tiene familiares ahí, ¿no esverdad?

—En efecto. Hasta viví ahí cuando era joven. Si mepermite, señor, usted tiene absolutamente que enseñar aJulia la rada de Ginebra. Es un encanto en cualquier épocadel año. ¿Probablemente usted conoce su célebre Jetd’Eau —me pregunta—, una maravillosa columna deespuma blanca que alcanza los 140 metros de altura?

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Ray parece muy feliz de compartir su conocimiento dela ciudad con nosotros.

—Alrededor de la rada, hay numerosos parques. Lospaseos son muy agradables. Y, por cierto, también está elreloj floral —prosigue.

—¿Qué es? Nunca he escuchado hablar de él —reconozco.

—Es a la vez una obra maestra de técnica y belleza. Larelojería es uno de los símbolos de Suiza, junto con elchocolate. Este reloj está compuesto por 6500 flores,creo. Los colores varían con las estaciones y según el tipode plantas que componen la alfombra —explica.

—Sí, ya lo he visto. ¿En qué muelle está exactamente?—pregunta Daniel.

—Sobre el muelle de Général-Guisan, en lo que losginebrinos llaman el Jardín Inglés. Oh, y por supuesto,deben caminar por la Ciudad Vieja. Para terminar, lesaconsejo ver el Palacio de las Naciones. El de Ginebra esel segundo más grande de las Naciones Unidas, despuésdel de Nueva York.

—Una trampa para turistas… —murmura Daniel,mucho menos entusiasta.

—Usted tiene razón señor, atrae muchos visitantes,pero, según yo, es antes que todo un lugar cargado dehistoria. Creo que, sin él, la humanidad no sería tal como

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es hoy…

Miro a Ray con admiración. ¡Decididamente, estehombre está lleno de recursos!

El viaje continúa agradablemente. Cuando aterrizamosen el aeropuerto de Ginebra, muero de ganas de descubrirla ciudad. Durante el tiempo que Ray y Daniel se ocupande las formalidades administrativas, consulto mismensajes. Dos nuevos SMS me hielan la sangre:

[Especie de puta, te lo había advertido: ¡quédate conlos de tu especie!].

[Ya que no entiendes, voy a tener que explicarme conÉL. Si algo sucede, será tu culpa.].

Daniel no nota mi turbación cuando regresa paradecirme que nuestro auto de alquiler nos espera. Me hacesubir a una soberbia limusina, conducida por Ray.

—¿Te parece bien? —me pregunta él con una gransonrisa.

—¿Cómo podría ser de otra manera?—Todavía no has visto nada —me anuncia satisfecho.—¿Me darás un paseo por la ciudad?

Pero Daniel quiere que antes dejemos nuestro equipaje.

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De hecho, quiere sobre todo ver mi reacción. Al lado delhotel neoyorquino en el que nos hemos conocido, este notiene comparación. El palacio que Daniel ha escogido esun edificio muy antiguo, que ofrece una vista maravillosasobre el lago Leman y los Alpes.

—¿Te gusta? —me interroga Daniel dándome una copade champán que nos esperaba a nuestra llegada en la suite.

—Oh, sí…

Nunca he visto un lugar tan maravilloso. Al interior,todo es elegancia y refinamiento. Nuestra suite, situada enel último piso, es inmensa, decorada con buen gusto y muyacogedora. Es un verdadero apartamento, con dormitorio,salón y área de trabajo. No puedo retener un grito desorpresa al constatar que tenemos una sauna a nuestradisposición:

—Todo esto me da ideas —murmura Daniel pasandouna mano sobre mis nalgas.

Me río, todavía trastornada por tanto lujo. Daniel meabraza y pasa una mano debajo de mi blusa. El frío de susdedos contrasta con el calor de mi piel. Cogedelicadamente un seno del que disfruta hacer endurecer elpezón bajo mi sostén. No necesito más para gemir.

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—Más…—Te prometo que lo vamos a aprovechar —me dice

Daniel besándome el cuello.—Cuando quieras… incluso ahora mismo…—Paciencia —me dice alejándose con un guiño pícaro.

Miro alrededor de mí para recobrar el sentido. Tengoque detenerme para no fotografiar todo

con mi teléfono.

¡Sin embargo, el modo de vida de Daniel no tendríaque causarme tanta fascinación! El heredero de Tercarimaneja diamantes todos los días. Es normal que tengaacceso a tales lugares.

—Te propongo disfrutar la terraza mientras aún hayluz. El Jet d’Eau del que Ray ha hablado está justoenfrente —dice él mostrándome el panorama.

—Es magnífico.—En efecto. El director del banco me espera —me

dice Daniel—. Te alcanzaré en la cena.—¿No te puedo acompañar? —le pregunto tratando de

no dejar entrever mi preocupación.

Los mensajes que acabo de recibir regresanbruscamente a mi cabeza. Vacilo en mostrárselos a

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Daniel, pero no lo quiero preocupar. No me gustaría estarsola, pero Daniel se niega:

—Te vas a aburrir, vamos a hablar de cifras. Notomará más de una hora. Mientras, prueba la sauna.

—De acuerdo…

Trato de callar mis angustias.

—Daniel, no tengo ganas de quedarme sola en estahabitación. Me parece haber visto un salón de té ychocolates al lado de la recepción… —digo yocaminando hacia la puerta.

—¡Tienes buen ojo, golosa!—¡Siempre y cuando se trate de chocolate!, te

acompaño.

Aprovecho el ascensor para robar un beso a Daniel yabrazarlo. Estoy a punto de parar el mecanismo paralanzarme sobre él. La apertura de puertas sobre el granvestíbulo me lo impide.

—Eres un verdadero demonio.

De repente, Daniel me detiene por el brazo. Pone undedo sobre sus labios y nos esconde detrás de un pilar demármol. Después, apunta hacia el gran vestíbulo para

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indicarme dónde mirar. No puedo creer lo que veo: DianeWietermann cruza la puerta. Está acompañada por unhombre alto y con las sienes plateadas. Porte altivo,rasgos finos, es sin duda un hombre encantador.

—¿Quién es? ¿Lo conoces?—Benoît de Saint-André —me susurra Daniel.—He leído su nombre en un artículo, pero…—¿Has hecho búsquedas? —me pregunta Daniel

sorprendido.—Te imaginaba con otra mujer —digo yo levantando

los hombros—. Entonces, sí, he buscado. Pero norecuerdo dónde he leído este nombre.

—Benoît es el tío de Clothilde.

Ahora lo recuerdo: Daniel me ha dicho que Diane yBenoît fueron amantes… Aparentemente la historia nose ha terminado.

Forman una curiosa pareja: Benoît sonríe a lasempleadas, saluda al portero, en resumen, actúa como elcliente ideal. Cuando yo era recepcionista en Nueva York,tal vez me hubiera sonrojado ante los guiños de estehombre guapo y presumido. Diane, como de costumbre, semuestra altanera e irascible. El detalle más inquietanteson las gafas negras que ella mantiene al interior. Tiene lacabeza inclinada y tamborilea nerviosamente sobre el

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mostrador. Casi arranca la llave de las manos de quien sela ofrece antes de dirigirse con paso apresurado hasta elascensor.

Nos escabullimos antes de que podamos cruzarnos conellos. Daniel parece a la vez contrariado y consternado.

—¿Qué significa esto Daniel? ¿Sabías que tu madreestaba en Suiza?

—Lo ignoraba. Por eso no quería que ella nos viera.No tiene motivos para estar aquí, a menos que sea elorigen de esta transferencia bancaria sospechosa.

—¿Y para eso ella necesita estar acompañada?

La pizca de ironía en mi voz no escapa a Daniel.

—Hace años que mi madre y Benoît se conocen. Esono significa nada.

—Mmm...—Dime todo lo que estás pensando, por favor —me

dice Daniel con irritación.—Daniel, tomaron solo una llave. Están juntos, ¡es

evidente!—Si tú lo dices… —refunfuña—. Nunca me ha gustado

este tipo. Me pregunto qué están haciendo aquí…

Se pasa la mano sobre el rostro.

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¡Puede ser que no lo admita, pero ha razonado igualque yo!

Daniel echa un vistazo a su reloj.

—Tengo que irme. El salón de té está allá. Pórtatebien, mi diamante en bruto —me murmura Daniel,depositando un suave beso sobre mis labios antes demarcharse con prisa.

Me pregunto qué puede estar sintiendo Daniel. Estoysegura de que, como suele hacer, sabe más de lo quequiere decirme.

Parece persuadido de que se trata de algo más que unaffaire sentimental. También lo creo. Diane y Benoît noparecen amantes; más bien, conspiradores. He tomado midecisión: el chocolate va a esperar. Tengo curiosidad desaber qué es lo que Diane Wietermann hace en el mismohotel que su hijo, y en compañía de su amante.

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2. Espionaje

Desde que la conozco, Diane Wietermann siempre meha parecido antipática. Incluso en nuestro primerencuentro, me insultó frente a Daniel tratándome de«ramera». Nunca me ha ofrecido disculpas, ni siquieracuando vio que mi relación con su hijo se hacía más seria.No me quiere. Yo pensaba que esto no era especialmentepor ser yo. Imaginaba que Diane Wietermann detestaba apriori a cualquier mujer que estuviera demasiado cerca deDaniel, pero, hace poco, ella se ha vanagloriado de la«bella pareja» formada por Clothilde y Daniel. Yo estabacomo loca. Esta mujer es malvada.

Durante el breve momento que vi a Diane, me pareciómuy diferente de la mujer que conocía: incómoda y pocosegura de sí misma. Me pregunto por qué. No creo quepueda estar relacionado con el hecho de que Benoît deSaint-André y ella no estén casados; hace años que Dianey el padre de Daniel están divorciados. En cambio, es deconocimiento público que las empresas Saint-André yTercari se odian mutuamente. Diane no ha dejado dearrastrar por el lodo las creaciones de Benoît cada vezque ha tenido la oportunidad. Por su parte, Benoît no se

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queda atrás, como lo prueban algunos enlaces hacia laprensa de celebridades que encuentro en mi smartphone:«La opinión de Benoît de Saint-André sobre Tercari:¡demasiado bling bling para ser bello!» o «DianeWietermann es una mujer desabrida y altanera, casiintratable».

¡Por lo menos, pensamos igual!

¿Entonces todo eso era para hacer ruido? Me cuestatrabajo creerlo. Sin embargo, parece que Diane y Benoîtcomparten el gusto por las joyas lujosas.

¿Qué hacer para saber más?

Observo la recepción: nada que ver con el mostradorabierto de un hotel clásico. Esta recepción está situada alfondo de un amplio vestíbulo de mármol. Columnasmacizas y una fuente en el centro: la entrada del palacio,visible desde la calle, es magnífica. También es inmensa.Aquí, el cliente es rey desde su arribo. Por eso, tienederecho a toda la consideración posible, y eso significarespetar absolutamente su intimidad.

Lanzo un vistazo a mi reloj. Es un regalo de Daniel, unajoya adornada con diamantes, cuyo cierre es muydelicado. Lo desabrocho discretamente. Mi reloj cae al

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suelo. Me alejo algunos metros, asegurándome de nohaber sido vista. En un establecimiento como este, debede haber cámaras de vigilancia. Tengo que actuar rápido.Recojo el reloj, tomando mi tiempo esta vez. Esimportante que me vean recogerlo. El portero, un hombrejoven vestido con uniforme rojo y gris, se me acerca:

—¿La puedo ayudar, señorita?—He encontrado este reloj en el piso.—Oh… Le recomiendo entregarlo en la recepción.—Muy bien, le agradezco.

La recepcionista parece contrariada.

—Vamos a conservarlo hasta que un cliente nos loreclame.

—Bueno… si esto puede ayudarle…, me parece que hacaído de la muñeca de la dama que acaba de pedir sullave.

La joven mujer de uniforme me mira.

Yo también me hubiera preguntado con quién estoyhablando…

Por suerte, no parezco un paparazzi. Ella llama a sucolega:

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—Por favor, ¿puedes poner este reloj en la caja fuertede la suite número 12?

Veo con tristeza partir mi reloj.

Tendré que explicar a Daniel por qué ya no porto suregalo…

Tengo la información que necesito; sé en cuál suiteestán instalados Diane y Benoît. Me dirijo con pasomesurado hacia el ascensor. Daniel y yo estamos en lasuite número 1. En este lugar no se puede caminar por lospisos sin llamar la atención.

En la televisión, es siempre en este momento cuandouna mucama pasa con una bolsa de blancos sucios en laque la heroína se esconde. Pero no me veo muy bienfastidiando a la pobre mujer para robar su uniforme…Además, Diane me reconocería seguramente. Tengo quepensarlo bien.

En el expositor, para disposición de los clientes,varios folletos presentan el palacio. Tomo uno y me dirijohacia la chocolatería. A mi llegada, como en un granrestaurante, un mayordomo me instala en una mesa, y unmesero con guantes blancos me da la carta. Alrededor demí, varias mesas están ocupadas: personas mayores que

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han venido para comer golosinas, una pareja frente a unacopa de champán, hombres de negocios frente a unascopas de alcohol.

Un vistazo a la carta me muestra que este lugarpertenece al hotel, pero que es también un lugar muyconocido de Ginebra, agradable tanto para degustar laespecialidad suiza como para tomar una bebida al finaldel día.

No veo ninguna manera de saber lo que Diane y Benoîthacen en Ginebra. Hojeo distraídamente el folleto, perono entiendo nada. Decido entonces dedicarme al estudiode la carta. Solo necesito algunos minutos para dejartentarme por un surtido de chocolates llamado «colecciónIniciación». Varios minutos después de haber ordenado,un mesero se aproxima portando una bandeja cubierta conuna campana. La levanta con un gesto teatral. Bajo misojos hay una jarra de agua, un vaso y una cuarentena decuadros de chocolate. Los nombra para mí uno por uno,exactamente como un chef presentaría un menúprestigioso:

—Nuestra colección Iniciación: para hacerla descubrirel mundo del chocolate. Usted encontrará en esta bandeja:cremas de chocolate, naturales y aromatizadas, hojaldrespralinés y, para terminar, mazapanes de almendra

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cubiertos de chocolate. Con el fin de apreciar plenamentelos sabores, le recomendamos degustar estos chocolatesen orden, tomando entre cada uno agua mineral sin gas.Deguste lentamente y en pequeños mordiscos cadachocolate, dejándolo derretir en su boca, para sentir lafineza de la cubierta e impregnar sus papilas con lossabores aromáticos. Le deseamos una buena degustación.

El discurso por sí mismo es una invitación a la gula.Después de una presentación como esta, vacilo; no sécómo aproximarme a la bandeja, sobre todo bajo los ojosde los otros comensales, quienes no se han perdido unapizca de la presentación del mesero.

¿Y si me equivoco? ¿Va a venir a reprenderme? ¡Quévergüenza! Sin embargo, después de tal presentación,¿cómo resistirse a la tentación de probar todo?

Afortunadamente, poco a poco, las miradas se desvíany me dejan cara a cara con mis chocolates. Antes delprimer mordisco, me hago la promesa de respetar el ordenobligado, a fin de «impregnar mis papilas con los saboresaromáticos». Imposible. Siguiendo mis deseos, tomo deaquí y allá.

¡Esto es tan bueno!

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Un chocolate llama forzosamente a otro. La dulzura delazúcar de los pralinés se mezcla con la amargura potentedel chocolate negro. No bebo ni una gota de agua.

¡Ni pensar en diluir el sabor de estas maravillas!

La bandeja se queda vacía demasiado rápido. En unosminutos, tengo el estómago lleno. Un suave letargo meinvade. Me siento tan bien que, con la mano bajo elmentón y los ojos casi cerrados, me dejo invadir por unensueño goloso y erótico: Daniel y yo estamos en la camay me hace probar uno por uno los chocolates de lacolección Iniciática. Aunque me gustaría, me seríaimposible aventarme sobre ellos para devorarlos porqueestoy esposada a la cama. Lentamente, él retira la sábana,dejándome descubierta. Estoy desnuda a su lado. Ponevarios chocolates en fila desde mi ombligo hasta migarganta. El fuerte olor a cacao me hechiza, tanto comosus caricias trémulas sobre mi cuerpo. Antes de cadabocado, Daniel quiere arrancarme un grito de placer. Meconoce, sabe cuáles son mis puntos sensibles. Sinembargo, disfruta retardando el momento de presentar elpequeño cuadro negro al borde de mis labios; cuando, porfin se decide a hacerlo, el chocolate se disuelvedelicadamente sobre mi lengua y llena progresivamente miboca.

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¿Puede uno tener un orgasmo gustativo?

Decididamente, el chocolate es una maravilla queestimula el cerebro. Cuando abro de nuevo los ojos, mimirada se posa sobre la descripción de las suites delpalacio. Un detalle importante se me había escapado. Estáescrito que están repartidas en cuatro pisos y agrupadassegún su categoría. Así que de la suite 8 a la 12 son lashistóricas: «Vista para dejar sin aliento, disfrute delpanorama, después del salón. A sus pies, el lago y el Jetd’Eua; frente a usted, los Prealpes; atrás, el MonteBlanco. ¡El esplendor de la región está aquí frente a suventana!».

Entonces la suite de Diane y Benoît tiene la mismavista que la de nosotros.

Después de unos minutos de lectura y deducciones,logro más o menos situar los cuatro tipos de suite que hayen el palacio: las suites Prestigio deben estar situadas enel primer piso; las históricas, en el segundo; las reales eimperiales, en el tercer y cuarto piso. Lo que tengo quehacer es equivocarme de piso para ir a ver cómo son.Atravieso el vestíbulo, con la cabeza inclinada, temiendoque la recepcionista me haga preguntas sobre mi reloj.Una vez en el ascensor, el encargado oprimeinmediatamente el botón que lleva al último piso, me ha

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reconocido.

¡Mala suerte, tomaré las escaleras para bajar denuevo!

Estoy más y más emocionada. Es la primera vez queplaneo espiar a alguien.

Por otra parte, no sé cómo voy a hacerlo…

Hago como si entrara en nuestra suite, esperando que elascensor se cierre. Después, voy a buscar las escaleras.Dos pisos más abajo, los corredores son absolutamenteidénticos a los que acabo de dejar.

¿Por qué serían diferentes? ¿Qué hacer ahora?¡Vamos, no voy a quedarme frente a la puerta esperandoque Diane o Benoît pasen frente a mí sin verme!

Estoy a algunos metros de su suite cuando la puerta seabre. Me arrincono en una esquina, justo a tiempo paraver a Benoît de Saint-André salir de la habitación, con suteléfono en la mano.

—Salgo un minuto para hablar por teléfono —dice él—, aprovecha para cambiarte…

Se encamina hacia el ascensor a grandes zancadas, sin

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preocuparse por cerrar la puerta. Por suerte, desaparecesuficientemente rápido para poder lanzarme sobre ella ydetenerla antes de que se cierre.

Afortunadamente, nadie me ha visto. Debo parecerridícula, con el pie atorado así. Además, me costaríatrabajo explicarme. Escucho el agua correr en algún lugarde la suite. Diane debe estar tomando una ducha. No tengotiempo para pensar en las consecuencias de mis actos; medeslizo al interior cruzando los dedos para noencontrarme cara a cara con la madre de Daniel. No haynadie en la entrada. Cierro la puerta lo más suavementeposible y avanzo de puntillas. Sobre el piso, hay lenceríafemenina y otras prendas esparcidas, y no dejan lugar aduda de lo que acaba de pasar hace unos minutos.

¡Qué bien que no llegué antes…!

Ahora que estoy dentro, me gustaría dar una vuelta porla suite, pero seguramente Diane no va a tardar en salirdel cuarto de baño. Tengo que esconderme en algún lugar.¿El vestidor? No, sin duda es el primer lugar a donde ellava a ir tan pronto como salga… ¿El estudio? No tengo otraopción.

Se trata de una sala contigua con un escritorio. Tengola precaución de dejar la puerta ligeramente abierta a fin

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de ver qué está pasando. El lugar es espacioso, peromucho más pequeño que en nuestra suite. Al centro, lagran mesa está cubierta de proyectos y balances cifrados,redactados en inglés. No entiendo a qué se refiere todoeso, pero una cosa es segura: Diane y Benoît mezclantrabajo y placer.

—Diane, ¿estás lista?

¡Así lo espero! ¡No quisiera que él venga a esperarlaaquí!

Me apretujo contra el muro cerca de la puerta. Desdedonde estoy, puedo ver y escuchar todo sin ser vista.

—¿Qué opinas de mi nuevo atuendo?

Diane porta un vestido negro muy sencillo, realzadopor un cinturón de gran marca que, por sí solo, debecostar una fortuna. Tiene el mismo porte altivo queDaniel; tiene una gran elegancia, pero apenas lareconozco.

Diane Wietermann hace melindres. No creo lo queestoy viendo. Esta mujer bella y potente se menea frentea un hombre en busca de su asentimiento.

—Encantador… —dice él con aire distraído, mirando

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su teléfono.

Benoît de Saint-André apenas la mira. Ella parecedecepcionada, pero no dice nada.

¡Diane Wietermann rechazada! Eso nunca podríacontárselo a Daniel; ¡no me creería!

—Acabo de hablar con mis intermediarios del lugar —prosigue él—. La operación se desarrolla bien.

—¿Ha podido obtener todas las autorizaciones? —pregunta Diane, volviendo a ser instantáneamente ladespiadada mujer de negocios que conozco.

—Sin excepción. Ha debido pagar un poco más de lacantidad prevista, pero así pasa muchas veces… —contesta Benoît, desenvuelto.

—¡Para ti es fácil decirlo! —replica Diane—. ¡Eldinero no sale de tu bolsa!

—Ni de la tuya, querida… Y lo sabes muy bien —responde Benoît, meloso.

—No juegues con las palabras, por favor —le diceDiane, exasperada—. Si Daniel se da cuenta del desvíode dinero, tendrá sospechas inmediatamente.

—No te pongas tan nerviosa, Diane —dice Benoîtacariciándole la mejilla—. Tu hijo no tiene la menor ideade lo que pasa. Mi… representante me lo ha confirmadohace rato; él actúa con toda discreción.

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—Un traficante de armas —dice Diane con desprecio.—No te disgustaba tanto la última vez cuando nos llevó

unas piedras, me parece. Morías de deseo de tenerlas,dada su calidad.

Benoît la toma por la cintura y la aprieta contra él. Laquiere besar, pero Diane se desvía. Parece incómoda.

Daniel tenía razón. Benoît y Diane están tramando algoa sus espaldas.

—¿Y Clothilde? —pregunta Diane—. ¿Tienes laintención de ponerla al corriente?

Benoît cambia inmediatamente de actitud:

—¡Claro que no! Ella no debe saber nada —objeta élfríamente.

—¡Qué conmovedor! —se burla Diane—. Quiereproteger a su sobrina de los malvados. Creo más bien queno quieres que ella estropee tus negocios, ¿no es así?

Diane ostenta una sonrisa malvada, pero Benoît no sedeja desarmar. Ella no lo impresiona. A mí sí; ambos meimpresionan. Casi me hacen temblar.

A la vez me da curiosidad y me aterroriza ver a

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alguien capaz de enfrentar a Diane Wietermann contanta arrogancia. Este hombre debe ser un tremendonegociador.

—¿Tengo que recordarte querida que, en este caso,«mis asuntos» son de hecho «nuestros asuntos?» Elquerido Daniel seguramente vería con malos ojos laadquisición ilegal de una mina de diamantes en un paísque está en guerra…

¡Eso es evidente! ¡No puedo creer lo que estoyescuchando! Recuerdo un escándalo reciente sobreniños explotados en una mina de África del que laprensa ha escrito. Daniel se pondría como loco sisupiera que su madre está implicada en este tipo decosas.

—Estábamos de acuerdo para que todo eso se quedaraentre nosotros. No has cambiado de idea, ¿verdad?

La voz de Diane vacila ligeramente.

—No te preocupes —responde Benoît con un tono denuevo tranquilizador—. No tengo ningún deseo de que losniños pongan la nariz en esto. Te voy a hacer unaconfidencia: estoy harto de sus métodos de gestión de laempresa. ¡Nuestros hijos son unos débiles!

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—Hablas de ti. Yo desconfío de Daniel —confiesaDiane.

—¡Y seguramente tienes razón! Lo has formado muybien, querida. Aunque él no es lo suficientemente duropara mi gusto: ¡esta obsesión por las obras de caridad!

—Daniel y Clothilde están muy popularizados.Tenemos que poner atención. A veces tengo la impresiónde que mi hijo no mide sus actos, sobre todo cuando estáen público. ¡Y mira que se lo he enseñado!

—¿En qué piensas?—Daniel se muestra desde hace algunas semanas con

una mujercita que no pertenece a nuestro medio.

¡Qué zorra! Sabía muy bien que no me quería, perono imaginaba que hasta este punto.

Sé que no es el momento, pero me encantaría brincarfuera de este estudio para batirme con Diane.

—Sí, lo he leído en la prensa —dice Benoît sonriendo—. Imagino que estás furiosa.

Diane suspira.

—Las cosas eran más fáciles cuando Clothilde yDaniel estaban juntos…

—¡Oh, sí! Sin embargo, debemos aprovechar sus

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rivalidades. Mientras más se enfoque en ellos la prensa,menos se enfocarán en nosotros. Ni Clothilde ni Danielpodrán hacer nada en contra de nosotros cuando la minanos pertenezca. ¡Al contrario, nos suplicarán para que lesvendamos diamantes! ¡Poseeremos un enorme mercado, ysin competencia!

—Por fin dejaré de tener a mi querido hijo tras de mí.Recuperaré el dinero que me corresponde.

—¿Y si vamos a tomar una copa de champán parafestejarlo? Daniel está en Nueva York. Clothilde también.Conozco un excelente restaurante muy discreto dondesirven un caviar excepcional.

—¿Me invitas? —pregunta Diane con una sonrisamaliciosa.

De repente Benoît de Saint-André pierde su gallardía:

—Eh… tú sabes que…—¡Déjalo! ¡Era una broma! ¡Sé muy bien que ya no

tienes casi nada mi pobre Benoît!

Desde donde estoy puedo ver las mandíbulas crispadasde Benoît y sus puños apretados. El tono altanero ydespreciador de Diane me ha crispado los nervios tanseguido que puedo fácilmente imaginar cómo debesentirse él al ser humillado de esta manera.

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—¡A pesar de todo, somos socios! —le recuerda él.—¡Estamos muy lejos de serlo a partes iguales! Tercari

vale mucho más que Saint-André.—Pero Tercari ya no te pertenece realmente —susurra

él con un tono malvado.

Él le ofrece un abrigo que Diane se pone sin decirnada. Él ha tocado un punto sensible; Diane está enojada.A pesar de todo, realmente existe entre ellos una tensiónsexual palpable. Durante toda la conversación, los dosamantes no han dejado de medirse, de acecharse yrozarse. Constantemente parecen buscar apoderarse delotro. Me parece que a cada instante, pese a las palabrasmordaces y al desprecio que se demuestran, hubieranpodido lanzarse el uno sobre el otro para arrancarse laropa.

Me alegro de que no haya ocurrido…

Estoy segura de que han vivido una pasión extrema.Pero parece que entre ellos hay tantos secretos, tantascosas no dichas que ningún sentimiento amoroso podríaresistir a eso.

Diane y Benoît dejan la habitación. Solo hasta queescucho el portazo me doy cuenta en qué líos estoymetida: ¡la puerta! Espero algunos segundos antes de

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verificar lo que ya sabía: ¡está cerrada con doble llave!Estoy encerrada en la suite de Diane Wietermann y Benoîtde Saint-André.

¡Maldita sea! Si me descubren aquí…

Me gustaría alejar esta idea de mi mente: si Benoît yDiane supieran que los he escuchado hablar de traficantesde armas y minas de diamantes, no quiero imaginar lo queme harían.

No tengo la menor idea, pero Benoît de Saint-Andréme da la impresión de ser un hombre muy peligroso.Detestaría atravesarme en su camino.

Trato otra vez de abrir, sin éxito. Diane y Benoît noregresarán antes de varias horas. Estoy atrapada. Lo mejores aprovechar este tiempo para registrar la suite. Tal vezencontraría detalles interesantes sobre el complot quetraman contra Daniel. Paso de una sala a la otra tratandode no dejar ninguna huella de mi presencia.

¡Es más fácil decirlo que hacerlo! Tengo miedo dederribar o romper algo.

Evidentemente empiezo por el estudio y examino conmás atención los documentos puestos sobre el escritorio.

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Apenas me atrevo a tocarlos, pero aun después de leerlosa profundidad no me dicen nada. Los planos debencorresponder a la mina de la que hablaba Benoît. Seencuentra en Sudán, un gran productor de oro y diamantes.La mina es enorme y trabajan en ella centenares depersonas. Varios nombres se repiten pero no sé cómorelacionarlos.

Los balances de cifras me dejan aún más perpleja. Porprimera vez, me arrepiento amargamente de no haber sidomás atenta en las clases de matemáticas porque, aunquelos miro por todos lados, realmente no entiendo nada.

Me gustaría poder fotografiar estos documentos con miteléfono. Me gustaría también llamar a Daniel, aunque mecostaría mucho trabajo decirle el lugar donde meencuentro. Pero no tengo conmigo ese objeto tan útil. Lohe dejado en la suite de Daniel porque no pensabanecesitarlo. Pensaba que me ausentaría solo el tiemponecesario para comer chocolates. ¡No imaginaba quepodría tomar el papel de espía amateur para investigar lasactividades ilícitas de dos ricos representantes de lajoyería de lujo!

¡Es increíble cuán despojada me siento sin él! ¡Todoes tan simple cuando lo tienes a la mano!

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Sonrío. ¡Y pensar que no es Daniel quien viene a mimente, sino un aparato electrónico!

Al orgulloso Daniel Wietermann, sin duda no legustaría saber que en este momento lo comparo con unteléfono…

El examen del resto de la habitación no me enseñamucho más: ropa y productos de lujo por todos lados,pero nada que se refiera a una mina o diamantes. Y Benoîtno esconde armas debajo de su cama.

Eso me tranquiliza, o casi…

Sin embargo, mi principal problema es el mismo:¿Cómo salir de aquí? Solo me queda una solución. Laventana. La del estudio da hacia el patio del palacio.

Siempre es más discreto tratar de salir por la puertade enfrente… Imagino la cara de los turistas quecaminan sobre la rada del lago Leman al verme treparpor la fachada… ¿Qué me parecería?

Sin embargo, no tengo otra opción si quiero salir deaquí. Las ventanas dan a un balcón de piedra. Al principiotrato de cerrar la ventana lo mejor que puedo, despuésmiro a mi alrededor: el balcón no se comunica con otro.

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Para alcanzar el siguiente, tengo que dar una zancadasobre un espacio, por cierto no muy grande, ¡pero hastados pisos hacia arriba! Evidentemente, no puedo evitarmirar hacia abajo. Mis manos se humedecen y mi corazónlate con fuerza.

¿Podré hacerlo? ¿Y después? ¿Tocar la ventanadisculpándome por molestar a los residentes? ¿Quédiablos puedo inventar?

Imposible encontrar una respuesta ahora. Me paralizoal pensar en lo que voy a tener que hacer para liberarme.La idea de ver a Benoît de Saint-André, con sus ojos fríossobre mí, con un arma en la mano, me da el valor parapasar una pierna sobre la barandilla. Esforzándome por nopensar en lo que estoy haciendo, paso la otra. Ahora tengolas piernas en el vacío. Mi cuerpo empieza a temblar.

¡Tengo que actuar ahora mismo, de lo contrariodespués no tendré fuerza!

Estoy a punto de ponerme de pie cuando escucho lassirenas de una patrulla. Llena de pánico, miro a mialrededor, después abajo, pero no veo nada.

Ninguna patrulla podría entrar al patio… Sinembargo, eso no me tranquiliza.

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Estoy sola.

¿Por cuánto tiempo?

Todavía estoy a la expectativa, cuando escucho una vozdesconocida que parece salir del palacio mismo.

—¿La puedo ayudar señorita Belmont?

Me paralizo, como si mi inmovilidad pudiera anular elhecho de que estoy entre dos balcones sobre el muro de unpalacio helvético. Un rápido vistazo, el único movimientoque me permito, me deja distinguir un gorro y un uniforme:¡la policía!

¡Me van a arrestar! ¡Oh, no…! ¡¿Qué va a pensarDaniel?!

Sin saber cómo ha podido llegar aquí, una escaleraaparece a mi altura. Un hombre que porta el uniforme delhotel me tiende la mano.

—Por favor, señorita. Tome mi mano. Sería inoportunoque le sucediera algo.

¿Es el portero? ¿Por qué es la única pregunta que meviene a la cabeza? ¿Por qué sonríe?

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Una vez abajo, no me atrevo a levantar los ojos: nuncahe tenido tanta vergüenza en toda mi vida.

¿Y ahora qué va a suceder?

Pero lo peor está por venir. Atrás de mí, una vozfamiliar se levanta:

—Déjame adivinar: una vida de lujo no es suficientepara ti. Entonces, ¿juegas a la acróbata, Julia?

Daniel.

¿Cómo ha podido saber?

—¡Daniel, voy a explicarte!

Estoy mortificada, pero algo en la actitud de Daniel nocoincide. Debería estar enojado, ¡hasta loco de furia! Sinembargo, sonríe. Tiene ese aire malicioso que conozcobien. Daniel me toma en sus brazos y me besa. El portero,el hombre que ha venido a buscarme allá arriba, seacerca.

—¿Todo está bien, señor Wietermann?—Sí, André. Puede usted retirarse.—Bien, señor. Señorita —me dice inclinándose

ligeramente—, le deseo una excelente velada.

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Lo miro alejarse, estupefacta.

¿Qué es lo que está sucediendo? No entiendo nada.

—Creo que tengo que precisar —me dice Daniel—,todos los palacios que compro tienen ascensores.

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3. Entre deseos y placeres

—¿Este palacio es tuyo? —pregunto yo, incrédula.—Sí —me dice Daniel con ojos chispeantes—.

Después de lo que acabo de ver, me parece urgente darteuna visita por el lugar.

—Daniel, voy a explicarte todo…—No lo dudo —dice poniendo un dedo sobre mis

labios—. Tienes muchas cosas que decirme.

Todavía estoy agitada: ¡no intento saltar de un balcónal otro todos los días! Eso sin considerar que la reacciónde Daniel me sorprende.

¿Por qué no hace preguntas? ¿Es normal para él vera su amante jugar a los ladrones?

Parece que lee mis pensamientos:

—¿Imagino que has visitado la suite de Benoît y mimadre?

Asiento con la cabeza.

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¿Es admiración lo que leo en sus ojos?

—Usted está llena de recursos, señorita Belmont —medice sonriendo, justo antes de besarme—. Este beso mehace mucho bien. Reclamo otro, después otro…

—¡Tranquila, pequeña golosa!

Me sonrojo de placer. No me canso de sus brazos enlos que me quedo acurrucada, segura.

Nada como la tierra firme y los brazos de Daniel.

Pero no debo olvidar por qué me metí en esta situación.Daniel debe saber lo que he descubierto:

—Daniel, subamos a la suite. Tengo que decirte…—¡Silencio, Julia! No quiero dar la impresión de

encerrarte justo después de haberte rescatado de unbalcón. Los suizos son muy amables, pero nada discretos.No temo nada de parte del personal, que es absolutamentediscreto, pero no quiero que esta historia se riegue en laprensa porque un cliente suelte la lengua. Seríasconstantemente importunada y, sobre todo, eso llamaría laatención de mi madre y Benoît. No digas nada por ahora.Iremos a cenar a la ciudad en un rato y me contarás todo.

Tiene razón. Cada vez más y más miradas furtivas se

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posan sobre nosotros con insistencia.

Daniel actúa de manera natural y con encanto. Sonríe yaprieta las manos de los empleados que se cruzan anuestro paso. También saluda a varios hombres denegocios. La gente finge indiferencia, pero cuando nosalejamos empiezan a cuchichear a nuestras espaldas.

—Hasta para el personal del hotel, créeme, una clientaque se escapa de una suite, ¡es extraordinario! Tal vezpiensen que el servicio no te convence.

Estallamos en risas, todavía estrechamente abrazados.Durante la siguiente hora, Daniel me muestra «uno de sushoteles» con un dejo de orgullo. Sabe que este lugar esmágico y me lo demuestra.

—¿Has probado el chocolate?—¡Oh, sí!

Mi entusiasmo lo hace reír.

—El chocolate suizo merece su reputación. Esverdaderamente excelente. ¿Tu boca estará igual degolosa para mí? —me susurra.

Me estremezco de placer. Algunas imágenes pasan pormi cabeza: devoro el cuerpo desnudo de Daniel y lo

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escucho gemir bajo mi lengua.

—Mucho más —murmuro a su oído, mientras su manoaprieta mi cadera con deseo.

Pasamos frente a la recepción, y Daniel me empujahacia una escalera escondida.

—¿A dónde vamos?—Te llevo a ver la piscina.—¡Pero no tengo bañador!

Me mira sonriendo. Sus ojos ardientes como brasas mehacen emocionarme.

—No he dicho que vamos a bañarnos. Pero cuando seael momento, no necesitarás un bañador.

El deseo por él me sacude bruscamente. Me besa conlocura. Me gustaría abandonarme, inmediatamente, peroDaniel está jugando, lo veo muy bien. Mi crecienteturbación le divierte. Al pie de la escalera, plantastropicales y aves exóticas nos sumergen en un ambientemuy distinto al del palacio. Reina una suave luz que,aunque es artificial, no resulta en absoluto agresiva.Detrás de un muro vegetal, una inmensa piscina de colorazul se extiende frente a nosotros. Ningún olor a cloro,

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ninguna huella de productos químicos, esta alberca depiedras naturales parece haber estado aquí desde siempre,dedicada al bienestar de los residentes del palacio. Lamúsica clásica acaba por transportarnos a otro mundo.

¡Este lugar es un encanto!

La alberca no está vacía; algunas personas,principalmente mujeres, aprovechan el bienestar de esteambiente relajante. Alrededor de la piscina, algunosempleados ofrecen té y frutas.

—Me gusta mucho este lugar, sobre todo en la mañana,muy temprano. Es una de las razones que me han llevado acomprar este hotel, y no otro. Junto con la chocolatería,claro.

Es imposible saber si se burla o lo dice seriamente.Es muy posible que Daniel diga la verdad; es tan golosocomo yo.

Mientras contemplo la alberca, mi imaginación galopa;¡podrían pasar tantas cosas aquí! Cierro los ojos y piensoen las manos de Daniel. Nos veo, solos en el agua,desnudos y libres de movernos como queramos. Merefugio contra su piel. El agua nos envuelve. Nos hacemosuno solo. Nuestros cuerpos entrelazados ondulan, el agua

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alrededor de nosotros se agita. El placer nace dentro demi vientre. Suspiro.

—¿Este lugar te inspira a hacer travesuras? —adivinaDaniel.

—Oh, sí… ¡tengo tantas ganas de ti!

Daniel desliza sus manos debajo de mi sudadera. Mesobresalto. ¡Podrían vernos! Pero se mantiene discreto.Nadie nos presta atención. Daniel se pega junto a miespalda. Miramos el agua clara. Sus manos suben hastamis senos y rozan el encaje de mi sostén.

—Cuéntame.

No encuentro las palabras. Después cierro los ojos y,dulcemente, mis labios se abren y dejan escapar, en unsoplo:

—Quiero tus manos, tu boca… te quiero todo entero.

La respuesta de Daniel hace crecer todavía más mideseo:

—¿Estarías lista para ofrecerte?—Sí —respondo yo sin la más mínima vacilación.—Te lo pregunto otra vez: ¿de qué tienes ganas, Julia?—De hacer el amor contigo, al borde de la piscina.

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—De ofrecerte al borde de la piscina —corrige él.—Sí.—Dilo.

El deseo oprime mi vientre. Mi respiración se acelera.Mi boca se seca.

—Quiero ofrecerme a ti al borde de la piscina.

Daniel me besa la nuca. Siento su cálido aliento en micuello durante un largo momento. Después, sin avisar, metoma de la mano y me gira hacia él. Con una gran sonrisame dice:

—Eso será para después. Vamos a cenar.

Subimos a la recepción y salimos del palacio conprisa. Con trabajo entiendo lo que acaba de suceder.Pocas veces me he sentido tan frustrada. Por otra parte,parece que Daniel está muy contento de sí mismo.

¡Qué bribón!

Me mira sonriendo.

Para darle pena, pongo cara larga. No diré ni unapalabra. Nada.

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La diferencia de temperatura entre la piscina y elexterior del hotel me hace sentir escalofríos. Daniel sequita el abrigo y lo pone sobre mis hombros.

El ambiente en la rada es animado esta noche. Aunquecasi estamos en octubre, numerosos turistas pasean.

—Vamos a tomar una «gaviota». ¡Ven!

Daniel estalla en risa frente a mi cara desconcertada:

—Una gaviota es un barco-taxi. Nos conducirá a LesBains de Pâquis. Es el lugar idóneo para comenzar lavelada.

No tengo tiempo para interrogarme más; subo a laembarcación con los ojos muy abiertos. Sé que existe unsistema de comunicación fluvial en París, por ejemplo;pero nunca he tomado un barco-taxi. La travesía es corta,pero muy agradable. Llegamos al otro lado de la rada,mientras Daniel me explica:

—En Ginebra, Les Bains de Pâquis son una visitaobligada. En el verano, la gente se broncea, y el resto deltiempo se relaja.

Nos instalamos en uno de los numerosos cafés situados

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frente al lago. Daniel pide champán.

—¿Decepcionada? —me pregunta, seductor.

Fiel a mi voto de silencio, no respondo nada.

—«Vamos, regresa a mí, lo quiero —declama Daniel— . Usted me hace cara larga cuando yo deberíaenfadarme.».

Lo miro sin comprender.

—Honoré de Balzac. ¡Está bien, estás demasiadosorprendida para seguir con tu mueca!

Esbozo una sonrisa.

—Ten paciencia —me susurra Daniel—. Te prometoque, pronto, voy a satisfacer hasta el más mínimo de tusdeseos…

Acompaña su declaración con una mímica que me hacereír. Nuestras copas llegan. Brindamos por el lago Lemany su belleza en el crepúsculo.

—¡Ahora, vas a decirme lo que estabas haciendo enesa suite, y, sobre todo, por qué intentaste salir por laventana! Dos pisos son bastante alto, ¿sabes?

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—Estaba encerrada. El balcón me pareció la únicasalida posible. Después de tu partida, tuve la certeza deque tu madre y Benoît no estaban en Ginebra por meroazar. Quise saber más.

Daniel me mira como si me viera por primera vez. Noestá molesto, pero parece sinceramente sorprendido pormi audacia.

Yo también, pero no quiero confesárselo.

Le cuento mi estratagema con el reloj para obtener elnúmero de la habitación.

—Espero que puedas recuperarlo —digo yo—.Lamento haber tenido que separarme de tu regalo…

Con un gesto hace desaparecer mi inquietud:

—Lo arreglaré. ¡Fue realmente ingenioso de tu parte!—¡Sobre todo imprudente de parte de los

recepcionistas! ¡Nunca comunicar el número de lashabitaciones o el nombre de los clientes es una de lasprimeras cosas que debes aprender cuando haces esetrabajo!

—Lo hablaré con el responsable.—¡Claro que no! —exclamo—. ¡No quiero que tengan

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problemas por mi culpa!

Daniel me mira sonriendo.

—Te reconozco bien en eso, Julia… Pero eso no medice cómo lograste entrar en una suite de uno de los másprestigiosos palacios de Ginebra. ¡Sinceramente, esainformación le interesaría al encargado de la seguridad!

—Tuve mucha suerte. Dudo que alguien pueda rehacerlo que he hecho.

Daniel no parece muy convencido. Le cuento mi golpede suerte: la puerta abierta, Diane en el cuarto de baño, yel estudio. No dice nada sobre el hecho de que su madreparezca tener una aventura con un hombre que resulta sersu competidor directo. En cambio, quiere evidentementesaber todo sobre la discusión que atestigüé, así comosobre los papeles que vi encima del escritorio. No omitoningún detalle: la mina, el tráfico de armas, el desvío defondos… relato todo lo que escuché, incluso el hecho deque Clothilde parece ignorar todo acerca de la situación.Daniel no hace ningún comentario. Una vez acabado mirelato, temo un poco su reacción.

Daniel guarda un largo silencio. Incluso se toma eltiempo de terminar su copa y pedir otra. Yo espero queme pida detalles, aunque me daría pena dárselos. Pero no

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es así. No me habla de Tercari, ni de su madre, me sonríe.Leo en sus ojos una mezcla de reconocimiento y ternura.

—Te ofrezco disculpas, Julia.—¿Pero por qué? —pregunto desconcertada.

Toma mis manos entre las suyas.

—Por haberte mantenido totalmente al margen de mivida. Temía que encontraras todo eso demasiadotormentoso. Pensaba protegerte al decirte lo menosposible. Y, por mi culpa, has tomado grandes riesgos hoy.

—Pero no, Daniel —respondo sinceramenteemocionada por su declaración inesperada.

—¡Oh, sí!. Habrías podido romperte el cuello en esebalcón. Pero sobre todo, habrías podido encontrarte frentea Benoît de Saint-André.

No puedo evitar tener un escalofrío.

—Entiendo tu reacción —me dice apretándome lasmanos—. Benoît es un hombre peligroso.

Actúa siempre en la sombra y no tiene miedo deensuciarse las manos. Es un aventurero de la peor calaña.

—¿Qué hace tu madre con él?

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Daniel levanta los hombros.

—Como ya te lo había explicado, se conocen desdehace mucho. Ahora, parece que han encontrado interesesen común. Mi madre nunca ha dejado de criticar mimanera de administrar Tercari, sobre todo desde que elconsejo de administración le retiró los plenos poderespara dármelos.

—¿Sabe Clothilde qué tipo de persona es su tío?

No puedo dejar de sospechar que ella quierechantajear a su exprometido, amenazando con revelar ala prensa el desvío de fondos de Diane Wietermann.Según lo que dice Daniel, parece que realmente ignoraque su tío está implicado, pero ¡vaya! ¿Qué clase depersona es para tratar de chantajear?

Daniel tiene una sonrisa poco alegre.

—¡Seguro que lo sabe! Pero se rehúsa a creerlo. Laactitud de Benoît hacia ella no me sorprende: siempre haquerido protegerla. Es un tipo malo, pero la quiere.

—Entonces no está en riesgo.—Sí, claro que sí. Por eso tenemos que decirle lo que

has escuchado.

Dudo poder hablar con Clothilde de Saint-André.

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Para ella, como para Diane Wietermann, no existo.

Inclino la cabeza. Daniel ha notado mi aire sombrío.Me levanta gentilmente el mentón y me mira a los ojos.

—He dicho «nosotros», Julia. Quiero que vengasconmigo. Clothilde no me creería si le dijera eso,explicándole que alguien me lo ha contado. Sin dudatomaría tales declaraciones como una miserable tentativade ensuciar el nombre de su familia, como ella quierehacerlo con la mía. Tienes que decirle exactamente lo quehas escuchado.

—¿Y si ella no nos cree?—Conozco la manera de convencerla. Desde ahora no

quiero ocultarte nada. Mañana iremos juntos a ver aClothilde —concluye levantándose.

—¿Está aquí?

Sobre todo, tengo que evitar mostrar a Daniel que lasituación me contraría. No quiero que él vea que, apesar de nuestra complicidad, a pesar de todas laspruebas de amor que me demuestra, el acercamiento conClothilde hace que me derrumbe.

—Le he pedido a Ray informarse al respecto. No mesorprendería para nada encontrarla en Ginebra. Unaintuición…

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—Pero pensaba que ignoraba todo sobre lasactividades de su tío —digo mientras caminamos al bordedel lago.

—No es ingenua. Vigila a su tío desde que retomó ladirección de la empresa. Ha encontrado una sociedad alborde del fracaso, sin que él pudiera realmentejustificarse. Desde entonces, desconfía, aunque no le haretirado toda su confianza. Tienen relaciones muyambiguas.

De hecho… ¡Me pregunto cómo va a reaccionarcuando se entere de todo eso!

Vacilo un largo rato antes de hacer la pregunta que mearde en la boca:

—¿Daniel? ¿Por qué quieres ayudar a una mujer quequiere comprar tu empresa amenazándote con ensuciar tunombre? No entiendo.

Una vez más, toma su tiempo antes de contestar.

—Por lealtad hacia la mujer que he conocido.Clothilde actúa como tiburón para hacerse un lugar en elmundo de los negocios; pero ella no es así. Ha seguido unmal camino, es todo.

—Sin embargo, ¡ella quiere demandar a tu madre!

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—Por un delito que efectivamente ha cometido. No megustaría llegar a eso, pero, si es necesario, no dudaría enhacer detenerla.

Supongo que mi incredulidad se lee bien en mi rostroporque él continúa:

—La buena reputación siempre ha tenido unaimportancia desmesurada para mi madre. Ya te habrásdado cuenta.

¡Oh, sí! ¡Sé lo que cuesta no ser suficientemente biennacida según Diane Wietermann!

—No veo las cosas de la misma manera —prosigue—.Mis valores se sitúan en otros niveles. Para mí, la ley, ladignidad humana o incluso el amor son cosas que estánmucho más arriba que la buena reputación. Pienso que mimadre está equivocada…

Daniel nunca había llegado tan lejos en lasconfidencias.

Por primera vez, tengo la impresión de que formamosuna verdadera pareja.

Daniel quiere invitarme a cenar pero, después de mi

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orgía de chocolates, no tengo hambre. Entonces proponellevarme a conocer Ginebra. Recorremos la Ciudad Vieja.Me muestra las plazas, la catedral, la banca más larga delmundo… Rápidamente caemos en el encanto: es tranquilo,colorido y a la vez animado. Terminamos este paseo en elbarrio de Carouge. Con su smartphone bajo los ojos,Daniel me lo presenta como «el Greenwich Village deGinebra»: joven y lleno de vida, pero menos pintorescoque lo que acabamos de ver, más moderno. Pasamosfrente a galerías de arte todavía con las luces encendidas,terrazas de donde salen risas a pesar de la hora tardía…La imagen austera y fría que tenía de Suiza, poblada porbanqueros y hombres de traje, se desvanece un poco más acada paso que damos.

Daniel y yo rara vez hemos tenido la ocasión de pasearasí. Sucedió en Nueva York o en París, pero siempreestaba entre dos citas profesionales. Hemos tenidomomentos inolvidables, como nuestro desayuno en elglobo aerostático no lejos de la casa de Sterren Park…pero este paseo, tomados de la mano, como dos turistasenamorados y anónimos, es un puro placer. Nosfotografiamos enfrente de los monumentos, echamosmonedas en las fuentes y pedimos a los paseantesinmortalizar nuestros besos con el teléfono de Daniel.Cuando mi estómago se queja de hambre, devoramos unhelado o dos.

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Regresamos al hotel. Daniel me informa que va aaprovechar el desajuste horario para hacer algunasllamadas por teléfono.

—¿Tienes noticias de Sarah? ¿Ha salido del hospital?—me pregunta él.

—¡No, es verdad! ¿Qué hora es en Nueva York?—Apenas son las 17:00. ¡Llama si quieres! Pero no te

duermas, la noche no ha terminado… —me dice antes dedesaparecer en el estudio de la suite.

Me pregunto qué tiene Daniel en mente, pero ¡notengo ganas de dormir! ¡Tengo prisa de contar todo aSarah!

—Hola guapa, ¿cómo estás? ¿Te estás recuperando?—¡Julia, qué placer escucharte! Sí, gracias. Aparte de

mi pierna, todo lo demás está casi curado. ¿Y tú? ¿Dóndeestás?

—En Ginebra.—¡Qué suerte! Adoro Suiza. ¿El guapo Daniel te ha

invitado a comer chocolate?—¡Sí! En fin, entre otras cosas.

Le cuento las peripecias de estas últimas horas. Sarahse muere de risa cuando le cuento mi aventura sobre el

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balcón, no puede impedir un «oh» de sorpresa al enterarsede que el palacio pertenece a Daniel y me bombardea depreguntas a propósito de Diane y Benoît:

—¿No descubriste nada entre ellos? ¿Son amantes ono?

¡Sara, eres tan graciosa!

—Por el montón de ropa en el piso, deduzco que hellegado después.

—No mucho después porque ella estaba en la ducha.

Sarah, a pesar de ser ocurrente y bohemia, tambiéntiene una lógica implacable.

Deseosa de cambiar de tema, pregunto a Sarah cómoestá Tom.

—¡Muy bien!, te lo comunico; justamente tiene algo quepreguntarte a propósito de Daniel.

Un segundo después, el encantador francés con unmarcado acento neoyorquino de Tom resuena en misoídos:

—¡Buenos días, Julia!—¡Hola, Tom! ¿Cómo estás?

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—Bien… en fin…, Julia, ¿qué opinas de Agathe?—¿La hermana de Daniel? ¿Por qué me lo preguntas?—Por nada… ¡olvídalo!

Incluso a miles de kilómetros, el malestar en la voz deTom es perceptible. Me dice adiós, y Sarah retoma elteléfono. Tom y Sarah conocieron a Agathe hace algunassemanas, cuando fueron a Sterren Park. Agathe y Tom sehicieron rápidamente amigos cercanos. Demasiadorápido, según yo porque Agathe es muy frágil. Sinembargo, la pregunta de Tom me ha sorprendido. La vozde mi amiga me extrae de mis pensamientos:

—¿Julia?—Sí. ¿Qué pasa con Agathe?—Tom piensa que la hermana de Daniel está loca, y,

para decir la verdad, estoy de acuerdo con él. Parece quelos años que ella ha vivido recluida, muda en su casa, handejado huellas…

—No entiendo.—¿Sigues recibiendo los SMS extraños, de los que no

conoces el remitente?—Sí, pensaba que venían de Clothilde.—No creo. Tom ha sorprendido a Agathe enviándote

un mensaje en el que te aconsejaba alejarte de Daniel.¿Eso te dice algo?

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Lo que me ha dicho Daniel en el avión regresa a micabeza. Según él, Agathe padece de delirio depersecución.

Daniel parece tener razón al respecto. Si Agathe es laautora de los SMS amenazadores que Daniel y yo hemosrecibido, padece de problemas psiquiátricos… ¡Quéfamilia!

Sea lo que sea no quiero asustar a mi amiga:

—No te preocupes, sin duda es una mala broma. Danielaclarará eso con ella muy pronto. Pero tú, dime, ¿hashablado con Tom?

—Sí —me susurra, probablemente para que él noescuche.

—¿Y?—¡Estamos más enamorados que nunca!

Tengo una gran sonrisa después de haber colgado elteléfono. Mis amigos parecen sinceramente felices. Mequedo algunos minutos soñando despierta sobre la cama.No necesitaría mucho más para adormecerme, cuando, derepente, mi teléfono me anuncia la llegada de un nuevomensaje. Después de mi conversación con Sarah, temoinmediatamente recibir un mensaje de Agathe, pero no, esel número de Daniel.

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Está en el cuarto de al lado. ¿Por qué no simplementeviene?

Lo entiendo al leer el mensaje:

[Bajarás a la piscina. Una empleada te abrirá y cerrarádetrás de ti. Cuando estés sola, quiero que te desvistas yque me esperes, totalmente desnuda, acostada al lado delborde. Debes estar allá en un cuarto de hora.].

Releo el mensaje varias veces, me sorprende tanto.Varias preguntas giran en mi cabeza: ¿cómo puede estarseguro Daniel de que vamos a estar solos? ¿Cómo haexplicado a esta empleada el uso privado de la piscina?Pero tengo que reconocer que la idea de realizar lasfantasías de las que hemos hablado durante el día meexcita. Dejo la habitación y bajo a la piscina en estado deenajenación. No me atrevo a devolver la sonrisa a laempleada que espera frente a la puerta. Ella me da unpase:

—Para que pueda abrir la puerta. Le deseo una buenanoche señorita.

Con rubor en las mejillas, voy hacia la alberca sinmirarla.

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Aunque sé que estoy completamente sola, me conozcomuy bien; no podría esperar totalmente desnuda. Entonces,he tomado mi traje de baño.

¿Será pudor o más bien ganas de mostrarme a Danielcon un atuendo que nunca ha visto?

Es un regalo de Sarah, una ocurrencia. Era de la épocacuando yo era todavía «bien portada», cuando no conocíaa Daniel. Me acuerdo de tener los ojos muy abiertoscuando vi las dos minúsculas piezas de tela negra:

—¡Pero no cubren nada! —había exclamado.—Es verdad que tanto la tanga como el sostén están

más hechas para enseñar que para ocultar. Es sexy —corrigió mi amiga con una gran sonrisa. Lo encontré porazar en mi reciente estancia en París, y lo puse en mimaleta.

¡Era tiempo de sacarlo de mis cajas! Creo que le va agustar a Daniel. Nunca me he sentido tan deseable.

Al borde de la piscina, me sorprendo al constatar queél ha hecho preparar todo. Bajo la luz azulada, una alcobaarreglada con cojines y un confortable colchón meesperan. Alrededor, velas perfumadas difunden potentes yembriagadores perfumes. Sobre un aparador hay dos

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copas de champán y chocolates.

¡Mr. Fire decididamente sabe cómo hacerinolvidables estos instantes!

No hace frío, pero estoy feliz de encontrar una toalla enla que puedo envolverme mientras espero. Estoy tan agusto que, sin la excitación que me oprime cada vez quepienso en el mensaje de Daniel, fácilmente podríadormirme.

Ya estoy en un mundo de fantasías, como cada vez queme dejo llevar pensando en mi amante. ¡Me ha enseñadotanto desde que nos conocimos! Tengo la impresión de noser la misma persona. Antes, no tenía idea de los torrentesde sensualidad que corren por mis venas. Es como si élhubiera abierto los diques de una presa. Desde esemomento, mi vida ha cambiado.

—¿No te había pedido que vinieras desnuda?

Me sobresalto. Perdida en mis pensamientos, no lo heescuchado llegar.

—No me he atrevido… —murmuro apenada.—¿Por qué?—No sé.

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—¿Tienes miedo de que te vean?—Yo… yo creo, sí.—¿Entonces te has rehusado a obedecerme?

No sé qué responder. El temor ha ganado, aunque séque Daniel habría preferido que yo jugara el juego hastael límite. No me atrevo a moverme.

¿Cómo va a reaccionar? Es capaz de parar todo…

—Contéstame, Julia.—He tenido miedo…

Mi voz tiembla un poco a pesar de mí. Pero la reacciónde Daniel no es la que yo esperaba. Me acariciatiernamente la mejilla y me dice:

—No tenías nada que temer…

Un profundo alivio me invade, mientras Daniel memasajea los hombros.

—Pero me has desobedecido…

Me estremezco. Tiene la voz suave y profunda de Mr.Fire, a la que nada puedo negarle. La que me excita. Micuerpo se languidece. Al sonido de su voz mis muslos seabren imperceptiblemente.

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—¿Estás lista para obedecerme, ahora?—Sí, Daniel.—Dame tus manos.

Sin resistencia, le tiendo mis muñecas. Las junta alnivel de mi vientre con una cinta. Si extiendo mis brazos,mis manos están justo arriba de mi intimidad. Sinembargo, entiendo rápidamente que no puedo aliviar solael fuego que empieza a arder en mi vientre. Todo micuerpo tiembla de deseo. Daniel me quita delicadamenteel bañador. Ahora estoy tan desnuda como él lo deseaba.Después de mí, él se desviste. Giro la cabeza parapercibir su cuerpo. No me canso de verlo. Es soberbio,atlético y fino. Un cuerpo que despierta todas las ganas…lo escucho servirse una copa de champán, después regresaa mi lado.

—Eres tan bella, Julia…

Una primera gota de champán cae sobre mi pecho, alcontacto del líquido frío, siento endurecer la punta de miseno. Daniel se divierte excitándolos uno después delotro, haciendo chorrear el champán sobre ellos, bebiendodirectamente en mi piel.

No sé qué es más excitante: sentir su boca ir y venirpor todas partes sobre mí o no ser más que un objeto de

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placer entre sus manos. Se pone más y más goloso;muerde mis senos, arrancándome pequeños gritos, yderramando el champán cada vez más lejos sobre mivientre. Registra mi ombligo con su lengua, como paraasegurarse de no perder ni una gota. Su lengua ávida estátan impaciente como yo.

¿Sospecha lo húmeda que estoy?

Cuando por fin siento el precioso líquido correr sobremi sexo, no puedo detener un gemido de felicidad. Con lamisma ferocidad que ha tenido con mi pecho, Daniel seapodera de mi intimidad. Él me posee totalmente. Mismanos todavía trabadas quisieran ayudarle, pero no puedohacer más que rozarlo. Por otra parte, no parecenecesitarme: sus caricias son de una precisión temible.Este hombre sabe tanto desencadenar en mí los máspotentes orgasmos, como mantener una hoguera entre mismuslos. Ha decidido jugar a hacerme esperar.

—Si me hubieras obedecido, pequeña desvergonzada,sin duda ya hubieras gozado… —me susurra continuandosus caricias.

Tengo calor. Mi cuerpo ha iniciado una danza salvajedebajo de sus dedos y reclama lo que merece.

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—No puedo más… por favor…—¿Qué quieres, Julia?—Quiero… quiero… ¡ahora!—¿Ahora qué, mi diamante en bruto?

Suspiro, gimo. Cada vez más me cuesta trabajo guardarla calma.

¡Me vuelve loca!

Acabo por gritar mi deseo:

—¡Tómame!

Satisfecho, Daniel me mira sonriendo, pero no seapresura a responder a mi súplica. Sin embargo, siento sualiento entrecortado traicionando su impaciencia. Por fin,está dentro de mí. Sus manos atrapan mis muñecas y laslleva arriba de mi cabeza. El ritmo de su pubis marca eltempo de mi placer. Cada vez, me lleva más lejos. Estoy apunto de gozar, y él también. Nuestros cuerpos parecenllevados por una energía común dirigiéndose hacia unsolo objetivo. El placer explota en mi vientre y gozo almismo tiempo que él. Olas de placer se propagan en mícomo un tsunami. Me parece sentir el placer desde losdedos de mis pies hasta las raíces de mis cabellos duranteun largo momento.

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Daniel me abraza y me besa tiernamente en el cuello.Cada beso contribuye a apaciguarme, como una dulzuradespués de un choque.

De eso se trata: el orgasmo es un choque emocionalintenso… del cual jamás me harto.

Beso a Daniel con ímpetu. Tiemblo todavía, pero esosolamente exacerba mi deseo. Aún tengo ganas de él.Daniel me empuja gentilmente:

—¡Tranquila, pequeña furia!

No. Al contrario.

Sin apartar los ojos de Daniel, lo hago caer sobre laespalda. Él sonríe con un brillo pícaro en la mirada.

—Deberás arreglártelas sin las manos, golosa…

No tiene la intención de deshacer la atadura que trabatodavía mis muñecas. Es frustrante. Conozco yo tambiénlas caricias que le gustan a mi amante y no puedoprodigarlas. No importa. Lo compensaré con imaginación.Pegada a él, empiezo un masaje que deseo lo más sensualposible, apoyándome sobre mis codos puestos a los ladosde su cuerpo, rozo su torso y su vientre con la punta de

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mis senos. Recorro su cuerpo con el mío, cuidandohacerle comprobar el calor de mi vientre. Con los ojoscerrados, Daniel se deja hacer suspirando. Me enderezolentamente, hasta estar de rodillas frente a él. Su sexo estáextendido hacia mí. Alcanzo a apoderarme de él a pesarde mis manos atadas. Lo acaricio con dulzura. A Daniel legusta sentir mi mano sobre él. Deja escapar un gemido.

—¡Tramposa! —murmura mientras incremento miinfluencia. No dejo de mirar su rostro.

Prosigo el incremento de su placer que acompaña cadauno de mis gestos. Muy lentamente, retrocedo y me inclinohacia adelante. Cuando mis labios se posan sobre su sexo,Daniel exulta y me anima a seguir deslizando su manosobre mi espalda. Aproximo mis nalgas. Tengo ganas deque me toque, quiero sentir sus manos sobre mí. Entiendeperfectamente el mensaje. Con las manos se detiene sobremis curvas, las acaricia, las amasa, con impacienciacreciente. Me concentro sobre las caricias, pero cada vezes más difícil no turbarme. Tiene una destreza inaudita.

Soy la primera en ceder, cuando una de sus manos seposa sobre mi intimidad mojada; interrumpo mi tarea, ydoy un largo gemido. Daniel me toma entonces por lascaderas y me coloca arriba de su sexo. Mi vientre loatrapa con delicia. Mi cuerpo no ha olvidado el placer

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precedente. Me parece que jamás he sentido talintensidad. Me dejo llevar por un ritmo sostenido, casiendiablado. Por supuesto, el placer de mi amante meimporta, pero también busco el mío. Sube rápido, tanrápido esta vez. De eso Daniel está consciente, e imprimea mis caderas una cadencia infernal. Gozo una vez másgritando.

Esta vez, Daniel consiente en retirarme las ataduras.Sin embargo, no me deja retomar el sentido.

—¡Ven!—¿A dónde? —pregunto desconcertada mirando

alrededor de mí.

Me rehúso a entender. Me rehúso a ir al agua. Merehúso a moverme. ¡Me siento demasiado bien aquí!

—Creo que un baño nos haría bien —dice éllevantándose.

Totalmente desnudo, se zambulle en la piscinasalpicándome. Me estremezco al contacto del agua fríasobre la piel.

Imagino que no está tan fría… ¡pero estoy todavíatan caliente después de este maravilloso momento!

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Tímidamente, me siento al borde para meter un dedodel pie. Apenas tengo el tiempo de habituarme cuandoDaniel emerge y me agarra por la cintura para arrastrarmecon él. Yo grito, forcejeo. Tengo la piel de gallina, perola sensación del agua penetrando por todas partes es muyagradable. Daniel me pone sobre el borde de la alberca yme besa. Su boca tiene un sabor salado. Lo devoro conplacer. Él desciende después a lo largo de mi cuello,después sobre mis senos, cuyas puntas rozan la superficiedel agua.

Bruscamente, mi amante me voltea. Mis senos quedanaplastados sobre los azulejos de la alberca. Se pegacontra mí. Siento que su sexo ha retomado vigor y meextiendo hacia él. Sentirle tan ávido me excita. Sus manostoman mis caderas. Daniel me toma arrancándome unsuspiro. El agua ralentiza oportunamente el incremento delplacer, tanto para Daniel como para mí. Él toma sutiempo, para mi más grande felicidad. Su pubis golpeasobre mis lumbares, amplificando los remolinos del aguaalrededor de nosotros. Daniel se retira y me besalargamente en la nuca. Una de sus manos se desliza sobremis nalgas. Las araña y las amasa, haciéndome arqueartodavía más. Con su otra mano cosquillea mi intimidad.Me sobresalto, tan sensible está después de dos orgasmossucesivos. Pero Daniel me detiene firmemente; sabe lo

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que hace. Poco a poco, la sensibilidad se atenúa paradejarle lugar a un deseo incoercible. Estoy literalmente enllamas, y el agua alrededor de nosotros no me puedecalmar.

Daniel se insinúa lentamente entre mis nalgas. Sé loque me espera. Prevengo su demanda y me extiendo haciaél al máximo. Planta sus dientes en mi nuca, al momentoque entra en lo más profundo de mí. Grito. Un ligero dolordesaparece tan rápido como ha aparecido, dejando lugar aun placer nuevo, de una fuerza descomunal. Danielsuspende sus movimientos y espera algunos instantes.

—¿Todo está bien? —me pregunta.—Sí —jadeo yo—, sí…

Empieza entonces con un muy lento vaivén. Un calorterrible se apodera de todo mi cuerpo. Mi suplicas, misgritos son diferentes: más roncos, más profundos. Loúnico que quiero es que Daniel no se detenga. Unaimpresión de lo absoluto que nunca había sentido mesumerge. El orgasmo que sigue y que encadena el deDaniel es el más fuerte que he vivido hasta este momento.Daniel debe ayudarme a salir del agua. Estoy saciada deplacer. Cansada pero feliz. Me enredo la mullida toalla yme siento al lado de Daniel. Él me ofrece una copa dechampán y un chocolate.

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—Para ser una persona que tenía miedo de ser notada,has gritado muy fuerte.

Me sonrojo, pero mis ojos sonríen.

—Espero tener la ocasión de verte más tiempo con tutraje de baño. Es encantador.

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4. El verdadero rostro deClothilde

No sabría decir con exactitud a qué hora regresamos ala suite. Me dormí muy rápido en los brazos de Danielpara abrir los ojos solamente hasta la mañana siguiente.

Él ya está en la ducha cuando me levanto. Cuando lobeso, su cuerpo mojado hace surgir las imágenes denuestros retozos acuáticos. Nuestras miradas soninequívocas: pensamos la misma cosa. Daniel devora miboca. Mi bata cae al piso y nos dejamos llevar de nuevo.

El timbre de un teléfono en algún lugar de la suite nossaca de un suave letargo. Salimos del baño sonriendo, yDaniel consulta sus mensajes.

—Tenía razón —me dice—. Ray me informa queClothilde ha dejado Nueva York para venir a Suiza. Elladebe saber que su tío está aquí.

—¿Todavía quieres que vayamos juntos a verla? —pregunto ansiosa.

—Absolutamente. Todavía tenemos un poco de tiempo;

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su avión aterriza hasta después del mediodía. Tengo unaconferencia telefónica dentro de diez minutos, perodespués he pedido a Candice que libere mi agenda —meinforma Daniel.

Candice es la secretaria de Daniel. La aprecio mucho.Discreta y competente, es como la doble femenina de Ray.Daniel me besa la frente en el estudio. Sola, doy vueltascomo león enjaulado. La perspectiva de ver a Clothilde nome encanta en absoluto. Tengo demasiadas cosas en lacabeza: ¿cómo haré para «marcar mi territorio» sinparecer excesiva?, ¿cómo deberé reaccionar si ellosevocan recuerdos de su pasado común? Además,Clothilde es una mujer muy guapa; la comparación seráinevitable para todos quienes puedan vernos… Y no creoque me favorezca.

Decido relajarme en la sauna de nuestra suite. Se tratade una pieza minúscula, cubierta de madera, donde dospersonas pueden sentarse frente a frente. El conjunto esbonito, pero me quedo perpleja frente a los botones deencendido.

No quiero que Daniel me encuentre rostizada; ¡estáespecificado que la temperatura sube muy rápidamentehasta los 90 grados!

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Finalmente, la operación se revela más sencilla de loque temía. Completamente desnuda, me instalo sobre labanca de madera, tomando la precaución de deslizar unatolla debajo de mis nalgas. El calor se extiende en lacabina y el aire seco se carga de olores fuertes y demadera. Inspiro profundamente; la sensación, cercana auna quemadura, marea. Hace mucho calor. Sientoemblandecer cada músculo de mi cuerpo. Termino porsentirme un poco atolondrada… Mi mente se turba:imágenes de cuerpos enredados aparecen. Los reconozco,somos Daniel y yo. Nuestros cuerpos transpiran; veoformarse las gotas y correr sobre su piel. Juraría sentir lasformas del cuerpo de mi amante. El deseo, tan ardientecomo el aire que me rodea, crece en mí,inexorablemente… Pero oscuros pensamientos vienen aperturbar mis fantasías.

Daniel me ama. Confío en él. Daniel no dejaría quenadie me haga daño…

Estas frases dan vueltas en mi mente una y otra vez, sintregua.

De repente, aire fresco penetra con violencia en elpequeño cuarto.

—¿Aceptarías un poco de compañía? —me pregunta

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Daniel, sentándose desnudo a mi lado.

La vista de su cuerpo me hace estremecer. Deportistacumplido, Daniel posee músculos bien definidos. Lasimpresiones fugaces y el presente se mezclan. A pesar delcalor, me acurruco contra él. Necesito tocarlo, como si setratara una estatua de la que se quiere comprobar loscontornos perfectos. Pero Daniel me conoce bien:

—¿Qué pasa, Julia?—Nada… solo estoy nerviosa.

Nos quedamos en silencio un rato antes de que tenga elvalor de hacer una pregunta:

—¿Aceptarías hablarme de Clothilde?

Daniel piensa.

—Segura de sí misma. Demasiado. Bella, pero lo sabe.Ambiciosa. Demasiado, si quieres conocer mi opinión.Presumida, pretensiosa y manipuladora —enumera él.

No puedo contener una sonrisa frente a este retrato muypoco halagador de su exprometida.

—¡Es verdaderamente encantadora, dímelo! ¿Qué es loque ha podido atraerte de ella?

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—¡Vamos, Julia! —responde él falsamente indignado—. ¡Ella es como yo!

Estallo en carcajadas. Daniel parece haber entendidoperfectamente mi malestar. Se inclina hacia mi oído paraseguir:

—Puede ser que Clothilde sea como yo, pero no escomo tú. Tú no te pareces a nadie, Julia.

Daniel me besa. Sus manos recorren mi cuerpo, quereacciona inmediatamente. Como en mis fantasías, el calordel ambiente refuerza nuestra excitación y magnificanuestros cuerpos. Me maravilla la facilidad con la que seresponden; cada milímetro de mí lo llama. Nada cuentamás que nuestro placer. Gozamos rápidamente y salimosde la sauna, casi agotados.

—¿Cómo te sientes?—Mucho mejor.—Sabía que únicamente este tipo de juego te

procuraría una relajación suficiente. Vístete, estamosatrasados.

Unos minutos más tarde, estamos en el auto.

—¿A dónde vamos, señor? —pregunta Ray.

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—Al aeropuerto. Vamos a recibir a la señorita deSaint-André como se debe.

—No creo que vaya a gustarle, señor.—Es la menor de mis preocupaciones.

Incluso creo que esto le divierte a Daniel.

El aeropuerto de Ginebra me parece muy pequeño encomparación con el de Nueva York. Me impresiona lapoca gente que circula por aquí.

Es imposible fundirse entre la multitud.

Hasta el último momento, me gustaría creer que ella noestará aquí.

No quiero verla. Por mucho que me repita que no hayriesgo de nada, que Daniel está aquí, no quiero verla.

Él la localiza antes que yo. Lo miro acercarse a ella,con el mentón levantado y una sonrisa en los labios. Estásola y espera sus maletas frente a la banda transportadora,en medio de otros viajeros.

Casi es extraordinario para una mujer tan rica.Nadie la espera. No tiene un «Ray» a su lado paraayudarla.

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—Buenos días, Clothilde —dice Daniel.

Se sobresalta al reconocerlo.

¿Sería un paso atrás? Lo juraría.

—Buenos días, Daniel. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Tujet tiene una avería?

Tiene el mismo tono altanero que en el restaurante,pero más agresivo. No le gusta estar sorprendida deimproviso y se nota muy bien: Clothilde de Saint-Andréestá a la defensiva.

—Julia y yo hemos venido a buscarte. Nos gustaríainvitarte a tomar con nosotros una colación —respondeDaniel, afable.

Clothilde me mira con insistencia. No me reconoce deinmediato. Después, de repente, sus ojos se entrecierran yuna sonrisa socarrona aparece sobre sus labios.

—Oh… Julia y tú… ¡No me digas! —replica ella,agria.

En su presencia, tengo todavía esta desagradablesensación de sentirme disminuida, reducida a poca cosa.Lo detesto.

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Ella coge su maleta y pone una mirada helada sobreDaniel.

—Vete de aquí —dice ella—. Tengo quearreglármelas. Nadie carga mis maletas. Imagino que noentiendes eso. Pero sin duda podrías pedir a tu amiga quete lo enseñe.

No me gusta el tono con se dirige a mí, ni susmodales. Pero lo que menos soporto es esta agresividadsin razón hacia Daniel.

—En efecto, cargo mis maletas yo misma, Clothilde —digo con cortesía—. ¿Quiere que le explique cómo lohago?

La frase salió sola. Me quedo estupefacta ante mipropia audacia, pero el brillo juguetón y admirativo queleo en los ojos de Daniel me da seguridad. Clothilde estáfuriosa.

¡Si ella tuviera metralletas en lugar de ojos, yo yaestaría muerta dos veces!

Ella decide hacer como si yo no estuviera aquíhablando únicamente con Daniel:

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—No has respondido a mi pregunta, Daniel. ¿Qué estáshaciendo aquí?

—¿Sufres de pérdida de memoria inmediata? Julia y yovenimos a buscarte.

La mirada de Clothilde pasa de Daniel a mí, y de mí aDaniel varias veces. Visiblemente, esta situación inéditala desestabiliza y ella se pregunta cómo gestionarla. Sinembargo, muy rápidamente su actitud cambia; Clothildepone sobre mí una mirada fría pero una sonrisa de lo másencantadora:

—Lo lamento…, Julia, ¿es así? —dice Clothildedirigiéndose directamente a mí—. Daniel la ha hechovenir en vano; no me gustan mucho los placeres entre tres.

Clothilde parece muy orgullosa de su respuesta. No lequita la mirada a Daniel. Él la fulmina, pero yo contestoantes:

—A mí tampoco, tranquilícese. En la cama prefiero,con mucho, a Daniel para mí sola.

Clothilde y Daniel me miran con los ojos muy abiertos.Ni uno ni el otro esperaban que yo lanzara unaprovocación. Sin embargo, parece la única manera decaptar la atención de Clothilde. Aprovecho un instante de

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vacilación para lanzar:

—Tenemos que hablar con usted. Es importante,Clothilde, por favor.

Soy la más sorprendida de conducir una entrevista quetemía más que nada. Daniel me mira con los ojos llenosde orgullo.

Gracias, Mr. Fire. Le debo a usted el haberencontrado en mí la capacidad de responder confirmeza.

Clothilde no es estúpida; ve muy bien que no domina lasituación. Por supuesto, puede todavía hacer un escándaloy exigir que la dejemos tranquila. Sin embargo, creo queno irá tan lejos. Tanto para los Saint-André como para losWietermann, la discreción importa más que todo. Dudoque tenga el menor deseo de hacerse notar.

—No tengo mucho tiempo —dice ella sin mirarnos.—Solo te robaremos algunos minutos. Después, Ray te

conducirá a donde quieras.

Clothilde nos sigue hasta el auto. Cuando Ray baja paratomar las maletas, Clothilde no se contiene y lanza unaindirecta:

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—¡Buenos días, Ray! ¡Por lo que veo, Daniel todavíano sabe hacer nada sin usted!

—Buenos días, señorita de Saint-André. ¿Ha tenido unbuen viaje? —pregunta Ray de manera cortés.

—Excelente, gracias —responde Clothilde—. Veo queusted sabe encontrar lo que Daniel busca.

Una amplia gama de emociones pasa sobre el rostro deClothilde: indignación, enojo, desprecio. Ray sonríe, perono dice una sola palabra para disculparse por haberla«encontrado». Clothilde parece saber exactamente conquién está hablando. Ray es mucho más que el chofer de lafamilia, yo sabía que era un amigo, un confidente leal, unángel guardián de corazón, y descubro otros recursos, másextraños, más angustiantes también.

¿Ray es realmente capaz de hacer todo lo que le pideDaniel? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar?

Ray retoma el volante. Cuando me instalo al lado deClothilde, hace todo para no rozarme. La tensión espalpable. Da un portazo, y un arrebato de angustia sube ami garganta. Daniel se sienta a mi lado sin decir unapalabra. Sonríe y pone una mano tranquilizadora sobre mimuslo, después me invita a mirar en el retrovisor: Ray melanza un guiño cómplice.

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Daniel y Ray imaginan que esta entrevista a puertacerrada no es fácil para mí. Mensaje recibido; estoybien protegida, todo irá bien.

La mano sobre mi muslo no ha pasado de largo paraClothilde, quien difícilmente despega su mirada.

—¿Te ofrezco un chocolate de Martel? —le preguntaDaniel.

—No, gracias. El chocolate está contraindicado paramí.

—¿Tienes problemas de salud? —pregunta Daniel conel mismo tono.

—Dieta —dice ella deslizando una mirada sobre mismuslos—. La ropa de alta costura no deja pasar ningunaimperfección. No sabe qué suerte tiene, Julia —me diceClothilde con condescendencia.

¿Quiere humillarme? Si ese es el caso, está en elcamino equivocado. Ignoro si se debe a la presencia deDaniel a mi lado, pero la situación me divierte y quieroutilizarla.

—La compadezco, Clothilde, sinceramente —digo.—¿Perdón? ¿Y por qué? —pregunta Clothilde a punto

de estrangularse de indignación.

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A Daniel le cuesta trabajo mantenerse serio. Detienecon una tos el inicio de una risa loca.

—Usted tiene que cargar sus maletas, privarse delchocolate en Suiza… ¡Qué tristeza! ¡Debe ser muy infeliz!Espero que por lo menos su vida sexual le satisfaga —agrego yo con toda la seriedad del mundo.

Esta vez, Daniel estalla en risa y, para mi gransorpresa, un poco después, Clothilde también. Después deunos minutos de risas desaforadas, Clothilde me extiendela mano.

—Encantada, Julia. Daniel, a tu amiga no le faltanagallas.

En el auto, el ambiente se relaja. Puedo respirarnormalmente de nuevo. Pero muy rápido, Clothildecambia otra vez de tono; la mujer de negocios retoma elcontrol para preguntar:

—¿De qué quieren hablar conmigo? ¿Por fin vas aaceptar mi propuesta para comprar Tercari? Tienes queconfesar que es una propuesta honesta, considerando tusituación.

¡No le falta aplomo! ¡Tiene el valor de hablar de

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«propuesta» mientras amenaza con revelar informacióncomprometedora a los medios!

—¿Estás hablando de una tentativa de chantaje? —rectifica Daniel muy serenamente.

Clothilde se sonroja, pero no baja los ojos.

—¿Por qué utilizar un término como ese? No hago másque informarte de lo que hace tu madre. Alguien tenía quehacerlo —dice ella levantando la cabeza con airedesafiante.

—Debería agradecértelo… —añade Daniel con unaligera sonrisa—. Por otra parte, lo habría hecho de buenagana si no hubieras, en la misma conversación, sugeridohacerlo público… a menos que te deje mi empresa —concluye él.

—Mi arreglo te permitiría salir del asunto de manerahonorable —dice la joven mujer.

—¿Dándote todo lo que mi familia ha construido?

Un brillo malvado se enciende en los ojos de Daniel.Clothilde siente perfectamente que sería peligroso seguirprovocándolo así. Ella toma una actitud afectuosa:

—Daniel… eso quedaría entre nosotros —dice ellaponiendo su mano sobre el muslo de Daniel—. No podría

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privarme de un profesional como tú.

¡No sé qué me impide retirar brutalmente su mano!

Daniel se mantiene perfectamente tranquilo pero susonrisa ha desaparecido. Coge la mano de Clothildeempujándola, sin brusquedad, pero con firmeza. Después,con infinita dulzura, toma mi mano entre la suya y la besa.Un suave calor invade mis dedos y parece esparcirse entodo mi cuerpo. Daniel no ha dejado de mirar a Clothilde.Ella no ha pestañeado ni una sola vez.

¡Hay tanta intensidad en su mirada! Jamás lo habíasentido tan determinado a mostrar que estamos juntos.

Él retoma la palabra con el mismo tono de laconversación:

—No debería sorprenderte que rechace tu propuesta.Sin embargo, es verdad que me has abierto los ojos. Es miturno de hacer lo mismo por ti.

Marca una pausa, suficientemente larga para intrigar aClothilde. Irritada, acaba por preguntar:

—¿Qué quieres decir?—¿Sabes dónde se encuentra tu tío actualmente?

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Clothilde responde demasiado rápido como paraengañar a alguien:

—En Londres, imagino. En la sede de Saint-André.

Daniel suspira profundamente.

—Vamos, Clothilde… ¿de verdad piensas que voy acreer que ignoras que tu tío está aquí con mi madre?

Clothilde aguanta, pero no busca negarlo.

Ella también es maestra en el arte de ocultar susemociones, como Daniel.

—Lo sé muy bien porque residen en uno de mis hotelesfrente al lago Leman. Se alojan en la misma suite. Tu tíoha reservado una «histórica». Después de todos estosaños, conoce mal a mi madre, debajo de una suite real sesiente mal. Cuestión de categoría.

—¿Qué tienes que decirme, por fin? —se impacientaClothilde—. No necesito un inventario de tus bienesinmobiliarios.

Daniel por fin ha retomado el control de la situación ylo disfruta.

¿Quién se lo podría reprochar? Yo, no.

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—No soy yo quien va a hablar, sino Julia. Ha asistidoa una escena que te va a relatar. Te pido que la escucheshasta el final. Insisto.

Circulamos desde hace varios minutos, en algún lugarde Ginebra. Daniel empuja un botón y un vidrio deseparación aparece. Nos aísla completamente de la partedelantera del vehículo.

—Ahora estamos solos, Julia, por favor —me dicehaciéndome señas para que empiece.

Cuento todo lo que he visto y escuchado. No omitonada, incluso el momento molesto cuando

Daniel aparece debajo de la escalera de mano.Evidentemente, es la única parte de la historia que pareceinteresar a Clothilde. Sacude la cabeza sonriendo:

—A Daniel siempre le gusta impresionar a lasjovencitas…

Un silencio pesado se instala entre nosotros. Daniel nomuestra ninguna emoción, pero estoy segura de que estátan impaciente como yo por conocer la «verdadera»reacción de Clothilde. Trato de no mirarlo, mi mano aúnestá entre la suya. Por la ventana, el paisaje desfila. Me

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pregunto dónde estamos. La ciudad ha cedido lugar alcampo. A lo lejos, las montañas suizas me hacen pensaren las series televisivas de mi infancia. Ray circula. En elretrovisor, su mirada está concentrada sobre la ruta. Lavoz de Clothilde me regresa a la realidad:

—Entonces ustedes quieren hacerme creer que mi tíoes un peligroso traficante de armas y que está a punto decomprar una mina de diamantes en África. Lo olvidaba:¿para eso, utiliza el dinero de Tercari, dinero desviado…por tu madre? —dice ella mirando a Daniel.

—¿Imagino que no nos crees? —pregunta Daniel.—Sobre todo estoy sorprendida de que le hayas dado

el papel del malo. ¡Tu bella historia permite disculparla!Piénsalo, mi tío tan malo la aterroriza y…

—¿La chantajea? No, Clothilde, esa es tu especialidad—objeta fríamente Daniel .

Clothilde frunce el ceño y cruza los brazos.

—Basta de juegos. Regrésenme a la ciudad. Su historiano tiene sentido.

Ella duda. No sé lo que la contraría, pero algo lahace reaccionar.

—Como quieras. ¿Pero no eras tú quien, hace poco, me

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hablabas de tus inquietudes hacia tu tío? —preguntaDaniel.

—Te pido que no ataques a mi familia —murmuraClothilde, amenazante.

—¡Pero usted no ha dudado en sospechar de DianeWietermann por desvío de fondos! —exclamo indignada.

—Sí, ¡pero eso es verdad! —exclama Clothilde.

Parece una niña ofendida. Está sinceramenteconvencida de la deshonestidad de Diane Wietermann.

—Lo sé —interviene Daniel—. He hechoinvestigaciones; es verdad que mi madre desvía losfondos de Tercari. Gracias a Julia sabemos por qué.

De inmediato, Clothilde cambia el tono; está furiosa.Grita en el coche:

—Nunca has soportado que tu madre se acueste conBenoît. Es por eso, ¿verdad? ¿Lo ensucias parasepararlos? Despierta Daniel, están juntos desde hacemucho. Los chismes de tu amiguita no cambiarán nada —exclama Clothilde mirándome.

—Cálmate, por favor —dice Daniel.

No hay ninguna huella de compasión en su voz; hastapienso que la reacción de Clothilde lo irrita. Sin embargo,

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la entiendo.

Nada peor que imaginar que nuestros padres no sonlo que creemos.

Aunque tenga serias razones para dudar, Clothilde noestá todavía lista para admitir la evidencia. Para Daniel,probablemente es diferente; ha sido decepcionado por sufamilia de manera tal que, seguramente, encara las cosasde manera distinta. Un pesado silencio reina en el auto,después del estallido de voz de Clothilde. Hemos tenidoque regresar. La ciudad regresa poco a poco a través delos vidrios del auto. Hasta reconozco algunos edificios.

¿Cómo ha podido saber Ray que era el momento deregresar? ¿Algo en la mirada de Daniel? ¿O el vidrio noserá tan denso como parece?

Retomo la palabra, aunque con torpeza:

—Le aseguro que no he mentido.

Aunque no tendría que probar nada a Clothilde deSaint-André, quiero que sepa que soy honesta.

Ella no responde, pero su mirada no es tan agresiva;pasa de Daniel hacia mí antes de mirar al vacío.

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Parece tan perdida ahora… ¿Vamos a dejarla así?

Interrogo a Daniel con la mirada. Parece compartir mispreocupaciones.

—¿En qué hotel vas a hospedarte? —le pregunta él.—No he reservado nada.

Daniel la mira con ojos estupefactos.

—Lo confieso, sabía muy bien dónde encontrar a mitío. Por el contrario, ignoraba que estaba con tu madre —agrega Clothilde—. No quería quedarme mucho tiempo enSuiza. Había venido a pedirle explicaciones.

—¿Cómo pensabas manejarlo? Es un hombrepeligroso, ¡tú lo sabes!

Daniel parece sinceramente escandalizado.

—Es mi tío, Daniel —responde Clothilde con una vozcansada, como si ya hubieran tenido cien veces la mismaconversación.

—Llamo para reservarte una suite.—Es inútil —replica Clothilde.—No seas tonta —concluye Daniel.

Clothilde no insiste.

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¿Sería el viaje? ¿La información que acabamos dedarle? De repente, parece agotada.

—Tengo que ver a mi tío. ¿Tiene el número de susuite? —me pregunta ella dirigiéndose a mí, por primeravez de manera amistosa.

—Mejor anúnciate a través de la recepción —diceDaniel—. No me gusta la idea de saber que estás sola conellos.

La relación que tienen es compleja. Para Daniel, desdeun punto de vista personal, Clothilde es más que unaamiga, pero menos que una amante. Profesionalmente, esuna rival temible.

Decididamente, nunca nada es simple en la vida deDaniel Wietermann.

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5. Un curioso personaje

De regreso al hotel, Daniel nos deja a solas y seencarga de reservar una suite para Clothilde.

—¿Se conocen desde hace mucho? —me pregunta ellacuando estamos solas.

—Desde hace algunos meses —respondo yo,incómoda.

—Parece que está muy enamorado de usted. Puedecreerme, lo conozco bien.

—Lo sé.

Un silencio incómodo se instala entre nosotras. Tantopor terminar con ella como por curiosidad, me atrevo ahacer una pregunta que me pesa desde hace mucho:

—¿Qué hacía usted con Daniel en la gala de caridad?

Ante la sorpresa de Clothilde, preciso mi pensamiento:

—Los he visto en la foto de una revista…

Sin duda, es una prueba de debilidad de mi parte

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interrogarla así, directamente; pero necesito saber.

Clothilde me mira con una sonrisa casi benévola.

—Solo se trataba de una obligación, Julia. Sí, de un díaal otro, los periodistas dejaran de vernos, eso podría sercatastrófico para los negocios. Estas galas, estas veladasmundanas únicamente son ocasiones para los miembros defamilias como las nuestras para hacer recordar nuestraexistencia. Daniel y yo nos encontramos ahí, y unfotógrafo nos retrató. Es un ejercicio, nada más.

Asiento con la cabeza.

No me preocupaba mucho, pero escucharlo de loslabios de Clothilde me tranquiliza.

—Están muy enamorados el uno del otro, ¿verdad? Esevidente. Daniel la quiere mucho.

Clothilde ha hablado sin mirarme. No podría decir siestá triste, malhumorada o solo indiferente. Ignoro si lecuesta decir estas palabras, pero se lo agradezco mucho.

—Es una buena persona. Cuídalo mucho, Julia.

Asiento con la cabeza, un poco sacudida por estadeclaración.

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No está enamorada de él, pero lo quiere mucho. Metranquiliza saber que está «de mi lado». Clothilde debeser tan áspera en la amistad como en los negocios.

Daniel regresa hacia nosotros, con cara inexpresiva.

—¿Qué pasa? —pregunta Clothilde.—Dejaron el hotel.—¿Cómo? ¿Pero cuándo? —exclama Clothilde,

enloquecida.—Hace menos de una hora —responde Daniel—.

Acabo de informarme. Ninguna reservación ha sido hechaen los aeródromos privados, y los próximos vuelos paraNueva York y París despegan dentro de cuatro horas porlo menos.

—Entonces, todavía están aquí… Julia, ¿laconversación que usted ha sorprendido le hizo pensar quetenían la intención de partir? —me pregunta Clothilde.

—No, para nada. Tal vez saben que estamos aquí. Miescapatoria del balcón no ha pasado inadvertida… —digoyo ruborizada.

Daniel me tranquiliza:

—En otro hotel es posible, pero no en un palacio comoeste. Se les ha pagado a los empleados para mantener latranquilidad de los clientes. Puedo asegurarte que nada se

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ha filtrado.—Espero que tengas razón —comenta Clothilde con

escepticismo—. ¿Qué podemos hacer? No tenemos lamenor idea del lugar a donde han podido ir.

—¿No hay un detalle, algo de lo que han hablado quepudiera servirnos? —me pregunta Daniel.

Pienso.

—Cuando llegué, Benoît dejaba la habitación parahablar por teléfono. Después dijo a Diane que acababa deencontrar a sus intermediarios. Pero eso no nos ayuda;imagino que ha hablado al extranjero. Además, ha habladodesde su teléfono móvil.

—Ray puede encontrarnos la lista de sus últimasllamadas —dice Daniel.

Clothilde y yo lo miramos con grandes ojos.

—¿Tiene el derecho de hacerlo? —pregunta Clothilde,desconfiada.

—De la misma manera que tu tío cuando compra unamina con desvíos de fondos —replica Daniel.

Él se aleja. Clothilde está contrariada. No me atrevo aempezar una conversación banal después de lo queacabamos de escuchar. Miro a nuestro alrededor.

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—¡Oh!

He gritado muy a mi pesar.

—¿Qué pasa? —me pregunta Clothilde levantando lacabeza.

—Creo que he visto a alguien que conozco… ¡pero esimposible! ¿Qué haría él aquí?

—¿«Él»? —me pregunta Clothilde sonriendo—. ¿Unamante? ¡Cuidado, a Daniel no le gusta la competencia!Hasta es celoso y posesivo.

¡Ah no! ¡Me rehúso a dejarla imaginar cualquiertontería! ¿Y si ella se lo dijera a Daniel?

—Es mi compañero de apartamento.—¿Entonces Daniel le permite vivir con otro hombre?

¡Qué raro! —dice Clothilde, sorprendida.—Desde luego, él lo conoce. Tal vez usted también; se

trata de su amigo Hugo.—¡Ah sí, si es Hugo, de acuerdo! —dice Clothilde

antes de estallar en risa.

¿Por qué reacciona así?

Mi incomprensión debe leerse sobre mi rostro.Clothilde consiente en aclárame:

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—¿Entonces, Hugo no le ha dicho que es gay? Hastasospecho que Daniel le gustaba al principio.

Me caigo de las nubes. Es verdad que no conozco muybien a Hugo. Solo he hecho una breve estancia en París laúltima vez que estuve allá. Me ayudó a vaciar mis cajaspero habló muy poco de él. Yo necesitaba hablar; acababade dejar Nueva York, persuadida de haber perdido aDaniel para siempre. Le confié mi desasosiego respecto aDaniel. Hugo sabe escuchar, de inmediato me sentí enconfianza con él, aunque únicamente lo conocía desdeapenas unas horas. Mi estupefacción no deja de hacer reíra Clothilde. Cuando Daniel regresa, llora de risa.

—¡Me encanta ver que se divierten! ¿Qué pasa? —pregunta Daniel.

—¡Acabo de explicar a Julia por qué le autorizas vivirbajo el mismo techo que otro hombre! —dice Clothilde.

—¡Sin duda porque ella no vivirá mucho tiempo a sulado! Hugo está constantemente de viaje —replica él.

—¡Vamos Daniel! ¿Hubieras dejado a Julia vivir en elapartamento de un guapo heterosexual?

Daniel responde devolviendo la pelota:

—¿Estás decepcionada, Clothilde? ¿Te gustaba?—¡Basta! Dejen de pelearse —exclamo tomando una

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expresión injuriada—. Si Hugo prefiere a los chicos es suelección. No tendrá a Daniel, y es todo.

Tomo el brazo de mi amante con un gesto depropietaria y lo beso. Daniel me regresa el beso con furia.Clothilde finge toser para interrumpirnos:

—Pueden creerme que lamento perturbar esteromántico momento, pero…

Daniel y yo nos alejamos uno del otro sonriendo.

—¿Qué sabes? —pregunta ella a Daniel.—Ray trabaja todavía en las listas telefónicas que ha

podido obtener, pero tengo los diez últimos númerosmarcados por tu tío. Nueve, efectivamente son delextranjero: Londres y Sudán.

—A Londres, ha podido hablar con las oficinas Saint-André, lo que no me sorprendería, constata Clothilde. Porlo que concierne a Sudán, debe tratarse de losintermediarios de los que ha hablado con Diane.

Asiento con la cabeza. Daniel también está de acuerdo.

—La hora de la penúltima llamada que él hizo coincidecon el momento en que has sorprendido su conversación—dice Daniel—. En cambio, su último comunicante está

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aquí, en Ginebra. Se trata de un hotel particular situado nolejos de las Naciones Unidas.

—Vamos —ordena Clothilde.

Clothilde se nos adelanta y sube al auto sin pedirpermiso a Daniel.

Se ve muy bien que conoce a Ray; ¡actúa como siestuviera en su casa!

Daniel no se ofusca. Al contrario, lo veo sonreír. Cruzami mirada y murmura:

—Nunca hemos jugado con un auto… Tendría queprobarte que no siempre necesito un chofer, concluyeDaniel con una sonrisa pícara.

Sonrío.

Daniel y Clothilde han vivido una historia arreglada,pero estoy seguro de que Daniel es Mr. Fire solamenteconmigo. Clothilde puede tratar de mostrar que loconoce mejor que yo, estoy segura de que en ciertosaspectos es falso.

Al momento de subirme al auto, veo de nuevo a Hugo.Está a pocos metros de nosotros; esta vez, lo reconozcosin la menor duda.

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—¡Daniel, mira!

Pero Hugo acaba de dar vuelta en una esquina.

—¿Qué pasa, Julia? —pregunta Daniel girando lacabeza en la dirección que le indico.

—Vi a Hugo. Acaba de dar vuelta en la calle, allá —digo yo dando un portazo.

—¿Estás segura? ¡Está en París! —replica Daniel.—No, te lo aseguro. Está aquí.—Tenemos otras cosas que hacer, más que ocuparnos

de su compañero de apartamento —me dice Clothilde conun tono tajante—. Ray, podría conducirnos…

Clothilde se ruboriza al darse cuenta de que no tieneuna dirección que indicarle a Ray. No es su auto, nisiquiera su chofer.

—¿Señor?—Un segundo, Ray, por favor.

Aunque él sabe que es importante encontrar a Diane yBenoît, Daniel claramente toma su tiempo; Saca suteléfono y recorre el directorio.

—¡Daniel! ¡La dirección, por favor! —se irrita

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Clothilde.—Yo también tengo curiosidad de saber qué hace Hugo

en Ginebra. ¿Por qué no invitarlo a cenar si está en Suiza?¿Vendrás con nosotros, verdad Clothilde?

Él la provoca. Clothilde se acurruca en el asiento en unmutismo contrariado.

—Hola, Hugo. ¿Cómo estás? ¿Todavía en París? ¿Sí?Muy bien…

Los dos amigos hablan de cualquier cosa, mientrasDaniel indica en silencio dar la vuelta en la calle dondehe visto desaparecer a Hugo. Está aquí, justo frente anosotros. No nos ve, concentrado en su conversación conDaniel.

¿Por qué Hugo pretende estar en París? ¡Ya noentiendo nada!

Hasta Clothilde parece sorprendida de verlo aquí.Daniel indica a Ray que se estacione para no llamar laatención de Hugo. Sin interrumpirse, baja del auto. PeroHugo levanta la cabeza en ese momento. Desde que ve aDaniel empieza a correr.

—Alcánzalo, Ray —ordena Daniel—. Quiero saber

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qué está haciendo aquí y por qué nos evita.—¡Caramba, Daniel! —protesta Clothilde—. ¡Tenemos

cosas más importantes que hacer! ¿A menos que todo esosea en realidad por diversión? ¿Quieres dar tiempo a tumadre para que escape, es eso?

Hugo ha desaparecido. Podría estar escondido encualquier lugar.

—Muy bien —dice Daniel irritado—, pero tendremosque aclarar eso. Él ha mentido y evidentemente tuvomiedo cuando me reconoció. Quiero saber por qué. Ray,por favor, ¿nos podría conducir a la dirección que me hadado?

—Por supuesto, señor —responde Ray antes dearrancar.

Circulamos por algunos minutos. Estoy preocupada.¿Quién es realmente el hombre con quien comparto miapartamento en París? Esta vez, no se trata de unamaniobra de Daniel para vigilarme; parece realmenteenojado. Daniel no soporta lo imprevisto, le gusta quetodo esté bajo control, la presencia de Hugo en Suiza noera parte de sus planes.

Llegamos a una zona habitacional. Hay autosestacionados a lo largo de la acera. No hay nadie en la

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calle. Los tres bajamos.

Ninguna placa sobre la fachada indica si se trata de unaempresa o un consultorio. Benoît y Diane están en unacasa particular. Ni siquiera hay interfono.

—¿Imagino que no te vas a contentar con tocar? Nisiquiera sabemos quién vive aquí —dice Clothilde con untono áspero.

Tiene razón.

—Solo nos queda esperar —dice Daniel abriéndome laportezuela para que entre de nuevo en el auto.

Apenas puse un pie en el auto cuando siento una manoque me toma por la cintura. No tengo tiempo dereaccionar; grito el nombre de Daniel, pero me arrastran ala fuerza. Escucho gritos; reconozco la voz aguda deClothilde y las más graves de Daniel y Ray. Parecenluchar con varios agresores. Mi espalda choca con algo.Quiero voltearme, pero me sostienen firmemente. Frente amí, una portezuela se cierra. Escucho rechinar losneumáticos. El auto en el que me encuentro arranca denuevo a toda velocidad. Quisiera forcejear todavía,intentar salir de este auto, pero un violento dolor irradiadetrás de mi cráneo, justo antes de hundirme en la

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oscuridad total.

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