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  • H I S T O R I A G E N E R A L

    DE ESPAA. TOMO V.

  • H I S T O R I A G E N E R A L

    DE ESPAA LA COMPUESTA , ENMENDADA Y AADIDA

    P O R E L P A D R E M A R I A N A , CON LA CONTINUACIN DE MINIARA J COMPLETADA

    CON TODOS l.OS SUCESOS Q U E C O M P R E N D E N E L E S C R I T O CLSICO S O B R E E L R E I N A D O P E C A R L O S l 'OR I5L C O N D E D E F L O R 1 D A B L A N C A , LA H I S T O R I A D E SU L E V A N T A M I E N T O , G U E R R A

    Y R E V O L U C I N , P O R E L C O N D E D E T O R E N O ,

    Y LA DE NUESTROS DAS

    P O R E D U A R D O C H A O ! C\MOHECIDA CON NOTAS HISTRICAS Y CITICAS, BIOGRAFAS, TINA TABLA CRONOLGICA DC l.OS SICESOS MAS NOTAiil.KS

    V UN INDICR GF.NEHAT, TAHA SU MAS FCIL INVF.STIGACION Y METDICO ESTUDIO,

    Y ADORNADA con cnuliilud de precioso! grabados y lminas suelta que rrprrcnian trages , armas ,

    armailiirat v muebles , niuiietla* y medallas , r.araclires palcogrfieos , vistns lie batallas y imiiiumentos , coituiulti-t-s 5 rclralns dv lu penoaages mus clebres, desde lus licmjiiis tila ret 10 tus huta los presente,!, el lOlralo

    de Maruna y 1111 nuevo mapa general ilt Espaa,

    ala* ovtee ir la Manon.

    MADRID: IMPRENTA Y LIBRERA DE GASPAR Y ROIG , EDITORES '.

    cnllo del Principe nm i. 1851.

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    R E I N A D O D E C A R L O S I V .

    CAPITULO PRIMERO. tUiVOLT/aON I)K F l t A N C ! \ .

    liisqiii'jn re la> cansas (w1 la p i ' O i l i v n : el eslailo llano se ' o n s l i l n y t ' r n Asamblea nar ional : el pueblo de Pafis asalla v l o m a la lastilla.

    PENAS haba, acabado de sentarse Carlos IV 011 el trono, son en el mundo esa grande esplosion conocida en la historia con el nombre de Revolucin de Francia: cats-trofe inmensa que convirti en ruinas una nacin entera hizo retemblar toda Eu-ropa.

    Xo parezca sacrilego ni atrevido siquie-ra (pie nosotros veamos en ese aconteci-

    miento la segunda fase de la grande revolucin que hacia quince siglos babia obrado en el mundo romanla doctrina de Jesucristo. Ella vino proclamar en la tierra los principios de la fraternidad y la igualdad en los momentos en (pie pesaba sobre la sociedad la mas dura ignominiosa esclavitud; pero, despus de trescientos aos de predicacin y de martirio, l'ue todava preciso (pie cayese sobre los pueblos la lluvia de los Brbaros para que el hom-bre solamente se viese emancipado, siguiendo esclavo el ciudadano. Triunfando la iglesia en nombre de aquellos principios, no quiso, sin embargo, llevarlos hasta sus ltimas con-secuencias; y, abandonando la misin moralizadora y humanitaria del divino Maestro , no

  • () HISTORIA TIK E S I ' A M .

    lard cu ver su cetro, aquel cetro de, caa prodigiosamente convertido en palanca del mun-do , pasar de las manos de los sacerdotes las de los filsofos.

    Los prncipes, olra vez dueos de, la tierra, ya no pretendieron, como en Grecia y Bo-ma , la esclavitud domstica del hombre; el gefe de familia ya no tuvo derecho de vida y muerte sobre su mujer, sus hijos y sus criados; pero fuera del recinto de, su hogar, el hombre sigui gimiendo bajo la tirana del poder civil. Libre dentro de los muros de la casa, era esclavo todava dentro de los de la ciudad.

    Esta fue la suerte comn de los pueblos cristianos, y mas particularmente la de la Francia., para quien la poca de su mayor grandeza habia sido tambin la de su mayor opresin y servidumbre: el reinado de Luis XTV.

    Conservaba esta nacin por medio de los Estados generales, que componan el clero, !;i nobleza y el estado llano, el derecho de intervenir en la formacin de las leyes, y le per-tenecala aprobacin de los impuestos Semejante derecho la verdad fue ilusorio desde el momento en que aquel monarca impuso la Francia la tirana de su gloria; pero, como ningn principio puede conceptuarse csiingudo mientras exista la forma que revisti, Luis XIV, que. habia pronunciado la clebre frase del despotismo , El Estado soy Yo, so present un dia ante los Estados generales calzando bota de campana y con el ltigo en la mano, anunciarles que se retirasen para siempre. Desde entonces, dice un historiador famoso (I) se vio la cabeza del estado un rey con un poder mal definido en teora , pero que era absoluto en la prctica; grandes que haban trocado su dignidad feudal por el f a -vor del monarca y que se disputaban con la intriga lo que, se les daba de la sustancia de los pueblos; mas abajo, una poblacin inmensa, sin olra relacin con esta aristocracia real que la de una sumisin habitual y el pago de los impuestos. Entre la c o r l e y el pueblo se hallaban los Parlamentos revestidos del poder de administrar justicia y registrar las volun-tades reales; pero es de la ndole de la autoridad ser siempre disputada, cuando no en las asambleas legitimas de la nacin, en el mismo palacio del prncipe.

    Luis XIV, al abolir los Estados generales,habia dejado en pie, por desprecio y por la seguridad que tenia de ser siempre obedecido, los Parlamentos, que en efecto jamas se atrevieron contrariar la voluntad de un monarca quien aclamaba la nacin por los prodigios que ella misma hacia en la guerra, en las artes y en las ciencias. Pero al punto en que la muerte los libert de su yug>, trataron de desquitarse en un dia de sus largas hu-millaciones, y principi la dilatada serie de choques entre, los Parlamentos el clero y la cor-te , que, terminaron en la grande catstrofe que sirvi todos de sepultura.

    El pueblo asisti en silencio par espacio de un siglo estos combates aprendiendo despreciar los que habia temido. Los filsofos le ensearon al mismo tiempo desconocer la autoridad y dudar de todo, hasla de un Dios en quien habia adorado con fanatismo; de suerte que cuando Luis XVI subi al trono, despus de los gobiernos corrompidos y dbiles de Orleans y Luis XV, la revolucin arda ya en las entraas de la Francia.

    Quin hubiera podido contrastar semejante revolucin? Luis XVI era de condicin sana: hombre justo, regular inteligencia, limitada ambicin y estaba animado de un deseo, sino vehemente, sincero del bien de sus semejantes. Pero era de carcter dbil; estaba domi-nado por su consorte, la orgullosa y Haca Mara Antonieta; y todas las buenas cualidades de aquel prncipe, que en tiempos normales le habran conquistado la estimacin de sus subditos, vinieron ser causa de su propia perdicin. Porque un rey dbil, en medio de una sociedad invadida por la revolucin, no es mas (pie una estatua de sal en medio del Ocano alborotado.

    Por mas que, llevado de su generosa condicin, buscaba ministros que remediasen los males pblicos, sobre lodo las eseaceses del erario, ellos nada podan contra las intrigas de una. corte disipada, dispuesta destruir los planes mejor concebidos, si atacaban sus privilegios. Era cuanto bastaba para precipitar la ruina aquella monarqua que habia tocado al borde de su abismo. Todo era privilegio, dice el historiador antes citado, en los individuos, en clases, en ciudades, en provincias y hasta en los mismos oficios; en tanto (pie para la industria y el ingenio del hombre no habia mas que trabas. Las dignidades civiles, eclesisticas y militares, estaban reservadas es elusivamente para algunas clases, y en estas para algunos individuos. No se poilia abrazar una profesin sino en virtud de

    11 Mr. T l i i c s : Historia lio la Revolucin francesa.

    m : i N A l ) 0 DK CAItLOS I V . i

    ciertos ttulos y de ciertas condiciones pecuniarias. Las ciudades lenian sus privilegios para el reparto, recaudacin y cuota del impuesto, y para la eleccin de los magistrados. Las mercedes mismas, convertidas por los actuales poseedores en propiedades de familia, casi no permitan al monarca hacer preferencias ni le quedaba olra libertad sino ofrecer algu-nos dones pecuniarios, y se habia obligado disputar con el duque de 'oigny para la abo-licin de un intil tributo. Todo oslaba vinculado en ciertas manos, y p o r todas partes e l nmero pequeo resista al mayor ya despojado, pesando las cargas sobre una sola clase: l a nobleza y el clero posean casi las dos terceras partes del territorio, y la otra tercera, poseda por el pueblo, pagaba tribuios al rey, multitud de derechos feudales la nobleza, el diezmo al clero, y soportaba ademas las devastaciones de la montera noble y de la caza en general. Los impuestos sobre consumos pesaban sobre el mayor numero y por consi-guiente sobre el pueblo. La recaudacin era vejatoria porque los seores se hacan siempre l o s morosos impunemente; y el pueblo por el contraro, maltratado y preso, oslaba con-denado entregar su cuerpo falla de productos. Alimentaba con sus sudores y defenda con su sangre las altas clases de la sociedad, sin poder existir l mismo. La clase media, industriosa, ilustrada, menos desgraciada sin duda que e l pueblo, pero enriqueciendo el reino con su industria ilustrndolo con sus talentos, no alcanzaba ninguna de las venta-jas que tenia derecho: hasta la misma justicia se distribua en algunas provincias por los seores, en las jurisdicciones realengas por magistrados que haban comprado sus deslinos: era lenta, muchas veces parcial, siempre ruinosa y particularmente atroz en los procesos criminales. La libertad individual se vcia atropellada p o r la arbitrariedad que dictaba los mandamientos de prisin; y la libertad de imprenta por los censores regios. En fin, mal defendido el oslado por fuera, vendido por las mancebas de Luis XV y comprometido p o l -la debilidad de los ministros de Luis XVI, acababa do deshonrarse en Europa por el ve r -gonzoso sacrificio do la Holanda y la Polonia... Desde el invierno crudo ( p i e siguiera l o s desastres do Luis XIV y que inmortaliz la caridad do Fenelon, no se habia vislo nunca uno mas rigoroso que el de 88 89; sin que la beneficencia que entonces se manifest (li-la manera mas pattica fuese bastante para remediar las miserias del pueblo. Acorran de todos los punios de la Francia multitud de vagos sin profesin y sin recursos que ostentaban su miseria y su desnudez desde Yersalles hasla Paris. Al menor ruido aparecan desalados para aprovecharse do los accidentes siempre favorables los que, carecen do todo, hasta del pan cotidiano.Todo, pues, conduca una revolucin inevitable. Un siglo entero habia contribuido descubrir los abusos y llevarlos al cslremo; y dos aos fueron bastantes para escitar la revolucin y aguerriras masas populares, hacindolas intervenir en la querella de los privilegiados. En fin, desastres naturales y un concurso fortuito de circunstancias diversas empujaron la catstrofe, cuyo plazo poda diferirse, pero-cuyo cumplimiento larde temprano habia de ser infalible. "

    li aqu los ltimos sucesos que la precipitaron. El dficit anual del erario ascenda unos ciento cuarenta millones, y la deuda se elevaba mas de mil seiscientos. Pareciendo peligroso cargar la nacin nuevos impuestos imposible obtener mas emprstitos, se convoc una asamblea, que se llamo de los Notables por serlo de todas las provincias, fin do que atendiesen, en unin con la corona, al remedio de las necesidades urgentes del tesoro: tratbase solamente de conseguir recursos y de hacer recaer sobre olro la odiosi-dad que producira cualquiera nueva imposicin. Los notables, empero, frustraron estos clculos, indignada la corlo de haber pedido un simulado consentimiento cuando se crea con derecho para proceder su discrecin, cerr sus sesiones y acord por s misma dos nuevos tributos con los ttulos de subvencin territorial y sello, y la contratacin de un em-prstito de cuatrocientos veinte millones. No esperaba ciertamente que aquellos parlamen-tos , hasta entonces tan sumisos, que haban conservado su existencia por el desprecio, se atreviesen negar su registro los decretos y , lo que es mas, fundasen su negativa en que la autorizacin para derramar impuestos solo podan concederla los Estados generales, segn las leyes fundamentales de la monarqua. Las leyes fundamentales de la monarqua! esclamaron los cortesanos asombrados; eso es desconocer la autoridad real! eso es decir que hay otro soberano sobre el rey! Indignada del atentado, la corle prende los parla-mentarios mas exaltados, dcslierra otros y amenaza todos; pero cuando, desahogada ya, y meditando sobre su situacin, se vio sola, sin olro apoyo en el pais que el interesado de los nobles y del clero, condenada por la opinin, que reciba en triunfo los desterrados.

  • 8 HISTORIA ni: ESPA>A.

    Luis XVI, rey ele I'rancia.

    lteunida en lin la triple asamblea en Yersalles, que era la residencia ordinaria de la corte, el estado llano empez exijiendo la revisin de los poderes en comn por cuanto importaba todos asegurarse de la legalidad de su carcter. La nobleza y el clero se opu-sieron no queriendo confundirse con el tercer estado y huyendo de sentar un precedente perjudicial en las cuestiones indicadas; pero este permaneci tenaz en el saln general e s -perando la reunin de sus colegas, y al cabo de un mes de negociaciones sin resultado, loma la resolucin audaz de declararse s mismo Asamblea nacional invitando con altivez los otros dos brazos juntrsele. Asombrada la corle, no sabe qu partido escoger entre los que le propone el miedo de los mas, el valor de alguno y la prudencia de otros; optando al fin por un ensayo de energa que llegaba demasiado tarde. A los tres dias manda cerrar

    REINADO DE CARLOS V )

    Medalla de la proclamacin de Carlos IV.

    La magnnima firmeza del estado llano venci por fin todos los obstculos ; la mayora de clero volvi incorporrsele; cuarenta y siete diputados de la nobleza se le juntan tam-bin ; y antes de que los acontecimientos precipitasen su pesar al resto, el rey les ordena seguir sus compaeros. La familia est completa dijo entonces Bailly; y bien ajeno la sospecha de la deslealtad con que proceda la corte aadi : Podremos ya dedicarnos sin descanso y sin distraccin la regeneracin del reino y la pblica felicidad, p ro -cediendo en efecto los trabajos legislativos.

    Pero la corte no habia ordenado la nobleza la reunin ni esta consentido en ella sino por el tiempo que tardase en hallarse sobre Yersalles y Paris un ejrcito de cuarenta mil hombres que sigilosamente habia mandado venir las rdenes del viejo mariscal de Broglie. Cuando todo estuvo preparado, el rey despide. Necker, que era el nico ministro popu-. lar, y las tropas que rodean Pars penetran en l de improviso con siniestro aspecto.

    Amotnase el pueblo; rmase por primera vez la milicia urbana; adptase la divisa tricolor, que fue desde entonces el emblema de la revolucin; y la Bastilla es asaltada arrasada en o d i o la tirana cuyo instrumento haba sido.

    La noticia d estos sucesos llev la consternacin todas las cortes, porque el pueblo TOMO v. 2

    consinti en llamar los Esiados generales. Luis XYI at entonces su cuello la larga cadena de humillaciones que arrastr hasta el fin de sus dias.

    Apenas se reunieron los Estados generales en mayo de 1789 se ofreci una dificultad en que hasta aquel crtico momento no haban pensado los ligeros cortesanos. Una junta numerosa de amigos escogidos quien ella confiara la reforma (pie conviniese hacer en aquella asamhlea, contra la cual se abrigaba un temor proftico, haba acordado la trascen-dental innovacin de la duplicacin del estado llano, fin de que su nmero fuese igual al del clero y los nobles reunidos. Aunque tuvo mucha oposicin, fue una concesin hecha al es-pritu de la poca y aun sentimiento de justicia, porque el estado llano lo abrazaba todo; la agricultura, las arles, las ciencias: solo no se hallaba en el estado; y esto era precisa-mente la obra que iba consumar la revolucin. Pero habiendo acordado espontneamente tan importante concesin, la corte se olvid de resolver al mismo tiempo las cuestiones (pie de ella surgan : si deban deliberar en una sola cmara separadamente los tres brazos; si las votaciones se estimaran individualmente en cuerpo; s, encaso de desacuerdo, pre-valecera el parecer de alguno de ellos se diferira la resolucin la pronunciara el rc \ . La corte tuvo muy luego que arrepentirse de su abandono imprevisin.

    el local en que se rene el estado llano; los diputados llegan y un piquete de tropa les prohibe la entrada; ellos protestan entonces y se trasladan la sala de un juego pblico de pelota, donde juran solemnemente bajo la presidencia del virtuoso Bailly no separarse ja-mas hasta haber dado una constitucin la Francia y asegurado su existencia sobre slidos cimientos. A los dos dias encuentran tambin cerrada aquella sala; y posedos de tanta in-dignacin como energa, se dirigen la iglesia de San Lus, adonde viene rcunrselcs al fin la mayora del c l e r o con el arzobispo de Vienne la cabeza. Ya no era dudoso el triunfo del estado jiano persistiendo en este mezquino sistema, y solo cabia esperar que la pre-sencia y la voz del rey reprimiese tanta audacia. Luis XVI ordena al da siguiente una sesin de justicia, nombre que se daba la que celebraban los tres brazos reunidos bajo la presidencia del rey, y en ella, haciendo un esfuerzo de valor que no le perteneca, anul todos los actos del tercer estado y dispuso (pie se deliberase por estamentos, mandando que en el acto pasasen sus respectivas salas, bajo pena de disolucin. La nobleza y el clero siguen al rey ; pero una parte de este se detiene recordando su compromiso, y el estado llano entero permanece inmvil y silencioso. Un ugier se presenta luego recordarle el mandato del rey; pero Bailly contesta que va tomar las rdenes de la Asamblea, y Mira-beau lo despide con aquellas clebres palabras (pie revelaron la Francia un genio bajo su deforme figura : /(/ A decir vuestro amo que estamos aqu por la voluntad del pueblo, y que no nos arrancarn sino con el poder de las bayonetas. Sieyes dice en seguida con su aire se-vero Somos hoy lo que ramos ayer: deliberemos; y en efecto , como si en estas palabras le hubiese comunicado su sangre fra y su previsin , la Asamblea continua deliberando con aparente calma, confirma los acuerdos anteriores que el rey acaba de anular, declara la inviolabilidad de sus miembros y la responsabilidad de los ministros, y ratifica el juramento de no separarse hasta haber formado una constitucin. De esta manera principi aquella funesta divergencia del trono y la nacin que debia terminaren el cadalso,

  • 10 HISTORIA DE ESPAA.

    que en sus primeras conmociones desconoca su rey y destrua pesar de la metralla una fortaleza que haba resistido en otros tiempos los esfuerzos del Gran Conde, les faca p r e -sentir terribles catstrofes. T.a segunda insurreccin para castigar los cortesanos que haban hecho jurar los guardias morir por su causa, y que concluy obligando LuisXVI trasladarse Pars, es decir, la fragua de la revolucin, acab de confirmar lodos los reyes de Europa en el horror con que haban visto los primeros actos de rebelin del pue-blo francs.

    Tal fue el prlogo de la revolucin de Francia, que es tambin el prlogo de todas las revoluciones modernas.

    C A P I T U L O I I .

    1789. 1792.

    Condicin moral de Cir ios IV : de sn esposa Mara Luisa : cambio de opinin en Floridablanca respecto la revolucin francesa : jura del principe de Asturias : abolicin no promulgada de la ley Slica. Reformas de la asamblea Constitu-yente en Francia : se fuga Luis XVI , y es detenido en Varcnnes : medidas de la asamblea Legislativa, que niega el rey su sancin : sublevacin del 10 de ajoslo. que produce la destitucin y proceso de Luis XVI : los ejrcitos de las nacio-nes coligadas contra la revolucin invaden la Francia : abolicin de la monarqua. Caula de Floridablanca y elevacin del conde de Aramia, que es muy luego reemplazado por Godoy : origen y carcter de la privanza de este ministro : me-diacin de Cir ios en favor de Luis XVI : suplicio de este rey : declaraciones de guerra entre Espaa y la repblica francesa.

    QUIN era el prncipe que en tan crticas circunstancias suba ocupar el solio espaol? Carlos IV, dolado de natural bondad, de regular inteligencia y de alguna instruccin y prctica en los negocios, prometa, la edad de cuarenta aos en (pie se hallaba, un g o -bierno pacfico, econmico, prudente y firme. Pero los que saban las interioridades de palacio y conocan la debilidad de su carcter, su desmedida aficin la caza, la humil-dad de sus pensamientos y la vergonzosa dependencia en que le tenia constituido su espo-sa , deploraron en secreto los males que tan fatal coincidencia podia acarrear la m o -narqua.

    La reina Mara Luisa de Borbon y Parma, mas notable por sus halageos modales que por su belleza y educacin esmerada, haba acibarado los ltimos dias del honrado Carlos III con sus mal disimuladas fallas la fidelidad conyugal, y hacia presagiar ya un reinado afrentoso para el trono y funesto para la nacin los que entrevean una ambicin estric-tamente mujeril en la viveza de sus maneras y en la violencia de sus deseds.

    Floridablanca, recibido por Carlos IV corno postrer legado de su padre, era la nica esperanza de los que, con la vista fija en el volcan naciente de la Francia, hacan lgubres vaticinios sobre la suerte de la monarqua espaola. Este ministro, en efecto, de reforma-dor que haba sido en los primeros aos de su administracin, se haba hecho, con el ejer-cicio del mando, que tantas razones perturba, suspicaz y por ltimo enemigo de todas las ideas filosficas y de la Francia. No viendo cu los hechos revolucionarios la causa sino el efecto, y celoso de su autoridad ministerial, que amaba demasiado, se convirti contra cuantos manifestaban tendencias reformadoras, retirando la proteccin hasta entonces dis-pensada los escritores, huyendo del (rato de los extranjeros como de un germen malfico y ejerciendo con todos una vigilancia cstremada. Queriendo concentrar en sus manos todo el poder de la monarqua, hizo caer en el olvido al consejo de Estado, que era ei mas elevado tribunal del reino, sustituyndolo en sus funciones con un consejo de ministros, donde no tuviese que recelar jamas oposicin ni frialdad.

    Siguiendo la antigua prctica de las monarquas, de jurar, apenas coronado un rey, al que debe sucederle, la convocacin cortes generales para el rcconocicnto del prncipe de Asturias don Fernando fue, el primer aclo solemne que celebr el nuevo soberano. El 23 de setiembre ( 1789) se verific esta ceremonia que la nulidad de las corles haba hecho pu-ramente formularia, bien que la pompa que en ella se despleg dio lugar esta vez con-gcturas y cavilaciones que entonces no pudieron hallar satisfaccin. Juramos delante de Dios, haban dicho los diputados en aquella sesin real, de la cruz y de los santos Evangelios guardar un secreto inviolable sobre todo lo que se tratare en estas cortes, concerniente al servicio de Dios,.de S. M. y bien procomunal de estos reinos; no dar conocimiento de ello

    REINADO DE CARLOS I V . I I

    ni las ciudades que tienen voz en las corles ni nadie, sea quien fuere , vcrbalmenle por escrito, por s ni por interpuesta persona, salvo no fuere con licencia de S. M.

    El secreto, sin embargo, no fue tan severamente guardado (pie no lo trasluciesen el embajador de aples y el de Francia, quien se crey en el deber de dirigir una nota nuestro gabinete sobre su objeto, que no era menos que la abolicin de la ley Slica, i n -troducida en la legislacin por el abuelo del monarca reinante. Una pasin tan justificable como el amor paternal y quiz tambin la ambicin de la reina, que (pieria prevenirse con-tra los efectos de la muerte de los hijos varones (pie le quedaban, les movieron sin duda a procurar el restablecimiento de las antiguas leyes del pais en favor de la infanta Carlota, quien profesaban particular cario. Pudieron tambin unirse las afecciones del corazn los clculos de la poltica, pues, casada esla con el prncipe del Brasil, pudieran muy f-cilmente llegar juntarse ambas coronas de Espaa y Portugal, en la cabeza de un hijo-Tan importante mira valia bien sin duda la abolicin de una ley establecida despe-cho de los espaoles y que mantena en viva inquietud su amor la independencia. H-zose, con todo, de una manera ridicula irregular, que, fue mas adelante ocasin de grandes calamidades para la nacin. El presidente de las cortes, (pie lo era el conde de Campomanes, les present de real orden una proposicin en la cual se manifestaba que el rey vera con agrado elevarle una peticin en ruego de la anulacin de la ley Slica y la vuelta al antiguo orden de sucesin. La peticin fue hecha en efecto, mas bien firmada por las cortes, pues se les incluy formulada, y el rey, aunque la hahia solicitado, la recibi ya como soberano, manifestando en ella y encargando un inviolable secreto. Por qu la reserva y la informalidad? Posteriormente se ha hecho de ambas circunstancias un argu-mento de invalidacin, que los enemigos de la ley Slica han podido con tanta razn de-volver. A nuestro juicio fueron dos los motivos que aconsejaron tan cslrao proceder: el pri-mero , no provocar contra nosotros el enojo de la Francia, tan terriblemente agitada en aquellos momentos; y el segundo, que justifica muy bien el carcter de Floridablanca y del mismo Carlos IV, no reconocer en las cortes facultades legislativas, ni dar sus actos la mayor importancia. El embajador francs en su nota declaraba que sentira mucho Luis XVI ver destruir en Espaa la obra de Luis XIV; y en la conferencia que se apresur tener con Floridablanca obtuvo esla respuesta, cuya falsedad prueba una de nuestras presunciones: Que no haba tenido razn para concebir inquietudes sobre un asunto tan grave y que, haba sido engaado por noticias falsas. Cuid de advertirle tambin el ministro espaol que no comunicase su corte su infundada alarma, porque no se turbasen entre ambas coronas las buenas relaciones del paci de familia.

    Hagamos ahora notar cmo el nieto de Felipe V juzgaba la ley establecida en beneficio de su dinasta. Aunque en 1713 se trat de alterar este mtodo regular, deca la proposi-cin presentada las corles por el rey, por motivos especiales de las circunstancias de, aquella poca, que hoy no existen, no puede mirarse aquella resolucin como ley funda-mental porque es contrara la que exista y haba sido jurada, y porque la nacin no fue, consultada, ni haba tenido que ocuparse de una alteracin tan notable en la sucesin de, la corona como aquella, por la cual se cscluian las mas inmediatas lineas masculinas y femeninas. Si en la poca de paz inalterable en que nos hallamos no se aplicase un re-medio radical esta alteracin, podran temerse con el tiempo guerras y disturbios seme^ jantes los que tuvieron lugar en la poca de la sucesin de Felipe V; desgracias que po-drn evitarse mandando la observancia de nuestras leyes y antiguas costumbres, seguidas durante mas de setecientos aos en la sucesin de la corona. Esto prueba bien que jamas son principios slidos sino intereses personales y transitorios los que rigen los destinos de. una monarqua. Felipe V, para evitar que su corona pudiese ir recaer en otra dinasta, importa despecho de lanacion la ley Slica; y Carlos IV, para evitar que saliese nunca de su propia familia, la deroga de su autoridad haciendo intervenir como un autmata las cortes. El uno quebranta la ley, y el otro la restablece; ambos impulsados por un nteres personal y faltando la primera condicin de aquella ley, que era la libre y espontnea voluntad de la nacin, manifestada por las cortes.

    A pesar de la manera indecorosa como estas fueron tratadas en tan grave asunto, animadas al ver reconocida, aunque vagamente, su autoridad escitadas tal Vez por el ejem-plo de la Francia, intentaron hacer otras peticiones sobre, algunos puntos de la administra-cin interior , y aun hubo quien se arrojase manifestar quejas por abusos que exigan un

  • 12 HISTORIA DE ESPAA.

    I). Manuel Guiloy.

    Luis XY1 contemplaba este que conceptuaba despojo de su autoridad con nimo angus-tiado sin saber qu impulso obedecer : amaba al pueblo, y deseaba mejorar su condicin; pero las alteraciones eclesisticas alarmaban su conciencia, y le indignaba que se le exigiese arrancase lo que crcia de su derecho conceder negar, y entonces daba oidos los im-prudentes consejeros que le rodeaban. Unos queran que se fugase de la capital, y ponin-dose al frente de un ejrcito, cayese sobre ella y la apretase como un cilicio : la numerosa emigracin que asediaba todos los monarcas de Europa, le llamaba para ponerse su frente

    REINADO DE CARLOS I V . l.T

    Doa Mara Luisa , mujer de Carlos TV..

    La Asamblea Legislativa, que sucedi aquella, habiendo los constiluv entes vedado la reeleccin, vino componerse de lo mas exaltado de la Francia, de aquellos ardientes republicanos caldeados, por decirlo as, en las fraguas de fes clubs jacobinos y fran-ciscanos, que se habian propagado prodigiosamente. Fcil fue por tanto un nuevo cio-

    y clavar las bayonetas estranjeras en el corazn de la Francia : la reina, fiando en los ausi-lios de su casa imperial, le escitaba de continuo ponerse bajo su amparo para formar una coalicin de todos los tronos contra el monstruo de la revolucin. Luis XYI confluy por obedecer estas escitaciones, y en la noche del 29 de junio de 1791 la regia familia de Ca-peto se alejaba al escape clandestinamente de su palacio y se acercaba al cadalso. Reco-nocida en Varennes, fue detenida y restituida Paris en medio del siniestro silencio del pueblo, que por esta vez le perdon su defeccin solo con prestarse jurar la nueva cons-titucin que la Asamblea nacional acababa de formar. Empero una herida profunda acababa de recibir la institucin del trono : habia sido suspendido c! rey de su autoridad y amena/.-dole un juicio de sus subditos.

    pronto remedio, Pero Floridablanca, que no quena compartir con nadie el poder legislativo, que de hecho posea, y viendo en estas tentativas el espritu revolucionario que tanto le amedrentaba, se apresur cerrarlas cortes (5 de noviembre) quedando la ley de sucesin sin recibir las formas solemnes de la promulgacin y el reconocimiento.

    El ejemplo de lo que pasaba en Francia le hacia exageradamente suspicaz, no sabiendo apreciar la diferente situacin moral en que uno y otro pueblo se encontraban, bastante demostrada por los sucesos que all se producan.

    Despus de la conduccin de la corte de Yersalles Paris, escoltada por los revoluciona-rios, la Asamblea nacional schabia declarado en constituyente, y como quien recupera el ejer-cicio de una facultad largo tiempo en desuso, dictaba reformas con ardoroso celo trastornando por entero, sin consideraciones, respetos ni temor, cuanto veia con el sello del abuso el pri-vilegio. Aboli los que habia sembrado el rgimen feudal en toda la Francia; proclam por la vez primera en el mundo los derechos del hombre y del ciudadano, la libertad, la igualdad, la seguridad personal, la soberana del pueblo; someti el estado eclesistico al poder civil en lo temporal, decret la desamortizacin de sus bienes, suprimi los votos monsticos; introdujo el principio electoral en los cargos pblicos; anul los privilegios de caza y todo cuanto implicaba seoro; de manera que los pocos meses nada existia ntegro invulnera-ble de aquella Francia que habian formado ocho siglos de despotismo, y la cual Luis X1Y habia credo dejar sobre indestructibles cimientos asentada.

  • J IIISTOIUA DE ESPAA. REINADO DE CARLOS I V . L)

    que entre el poder legislativo y la corona. Habiendo la asamblea espedido varios decretos conli'a los emigrados y los clrigos no juramentados, que escitaban por do quiera la guerra civil, Luis XYI les neg la sancin imprudentemente pues hacia sospechar que tomaba parle en sus conspiraciones. A lin de aclarar este misterio, los revolucionarios to-man enrgicas medidas para rechazar la invasin austraca que se preparaba por la Blgica A decrtase un campamento de veinte mil hombres ; lo cual niega tambin su sancin el mal aconsejado monarca, despidiendo al mismo tiempo al ministerio, cual si se dispusiese luchar con la revolucin. Ya no cupo duda de que se tramaban grandes conspiraciones con-tra la Francia y que el rey estaba su cabeza tenia de ellas conocimiento, y les prestaba su proteccin. Sublvase de nuevo el pueblo de Paris, invade las Tullecas y exige Luis la sancin de los decretos y la reposicin del ministerio. La fatal negativa del monarca fue lo que arroj los revolucionarios la terrible insurreccin del 10 de agosto de 1792, que dio por resutado la destitucin del rey, el nombramiento de una comisin ejecutiva para (orinar su proceso, los decretos contra los emigrados y los clrigos, causa de la discordia, y la convocacin de una convencin nacional. La revolucin corra su apogeo. Luis es d-bil , se decia aun ; el valor de su negativa no le pertenece, y solo revela el gran conflicto de la patria, del cual es necesario salvarse aterrando los enemigos que la revolucin tiene dentro y fuera de la Francia.

    Esta era , en efecto, la causa del valor que, tan intempestivamente ya , desplegaba LuisXYI. Preparados los ejrcitos austro-prusianos para romper las fronteras, cre\oque poda sin peligro rechazar las exigencias del pueblo, y aun tal vez que convenia provocar una violencia para mejor justificar la invasin eslranjera. Cuntose engaaba! Las revolucio-nes que llenan la atmsfera moral de una nacin, no se conjuran nunca con el humo de la plvora ni con la sangre que se derrama. Los que disponen de la fuerza bruta, equivoca-dos sobre la idea del verdadero poder, piensan que lodo lo puede ella reprimir, y que si algo se sobrepone, es porque necesita una fuerza mayor. Sin embargo, la historia del mun-do no ofrece sino efmeros los imperios, y solo durables los hechos de la inteligencia. El duque de Urunswick, general de los aliados, era de esos hombres ilusionadossobreel poder

  • Il HISTORIA DE ESPAA.

    CAPITULO III.

    1793 1795.

    Declaraciones de guerra entre Francia y Espaa : enlusiasmo de los espaoles: recursos con que emprenden la guerra : plan decampafw: primeras operaciones del general l l k a r d o s : balalla de Masdeu: (orna de Bellogarde: batalla de Trail las: brillante retirada al Boulou: defensa de Caraprodon: heroica defensa delBoulou: ltimos triunfos (lela campaa de 93 en el l ioscllon. Liga general de los reyes contra la repblica : la Convencin se divide en dos par t idos , la Montaa y la Gi-ruiulti : traicin de Dumoitricz : peligro general de la repblica : reinado del t e r r o r : la Inglaterra y Espaa ayudan con sus escuadras la sublevacin de Toln: la abandonan quemando sus a rsena les : noble conducta de los espaoles.Disputa acalorada entre Godoy y el conde de Aranda en un consejo, presencia del rey, sobre la continuacin de la guerra : des-tierro del conde : el do la Union pierde las conquistas l iedlas en el liosellon : entrega ignominiosa de Figucras los re-publicanos y desastrosa retirada del marques de las Amarillas : los franceses se apoderan de parlo de Guipzcoa, entre-gndose espontneamente San Sebastian. La Francia se salva por la dictadura del comit tle Salvacin pblica : muerte de Danton, Itobespierrc y los dems (erorristas. Espaa emprende la tercera campaa de 179;': prdida de. l losas : el general Urrulia contiene los republicanos en Catalua; pero en las Provincias Vascongadas penetran hasta el Eh ro . El rey de Prusa ajusta la paz con la repblica. Consideraciones que obligan Espaa negociar la paz de Ilasilea : juicio do este t ra tado: trozos del discurso del conde de Aranda en el consejo, que demuestran sus opiniones y previsin^ juicio de la conducta de Godoy.

    Convencin nacional fue quien primero declar la guerra (7 de marzo de 1793). Soberbia con las victorias (pie sus valientes reclutas acababan de alcanzar sobre los coligados en las Ardenas, en Yalniy, en Lila y en Jeminape, arrojndolos del suelo de la Francia y con-quistndoles la Savoya, el condado de Niza y la Bljica, hasta obligarles guarecerse tras el Roer, no esper la formalidad de la declaracin para romper las hostilidades e s -pidiendo patentes de corso contra nuestra marina.

    Espaa hizo la publicacin de la guerra en la corte el 27, acto esperado impaciente-mente desde la prisin de Luis XYI , que produjo un arranque universal de entusiasmo y desprendimiento en la nacin. No hubo clase que no corriese depositar en el tesoro p-blico recursos con que atender al ejrcito que deba sostener el houor del pais, y no hay ejemplo en la historia moderna de tanta generosidad: el arzobispo de Toledo, que estaba ya manteniendo sus espensas cuantos clrigos emigrados fueron establecerse en su dicesis, apront, en unin con su cabildo, la considerable suma de veinte y cinco millones de reales; el arzobispo de Yalencia , que mantena tambin en su palacio setecientos re-

    tVElNADO DE CnLOS I V . 17

    fractarios, entreg un milln, y otro tanto su cabildo; el clero de Zaragoza hizo la primera imposicin de cincuenta mil duros, y ofreci trescientos mil reales anuales durante la guer-ra; el duque del Arco present dos millones de reales y , su ejemplo, toda la grandeza y las dems clases concurrieron ayudar la patria en su conflicto, apareciendo como por un prodigio en poco tiempo setenta y tres millones. El donativo patritico de la Inglater-ra en 1763 no habia producido mas que cuarenta y cinco, y el reciente de la Francia , ofre-cido la Asamblea nacional en 1790 , cerca de veinte millones: cierto es que aquellos los hicieron las clases populares, cuya miseria era una de las causas de la revolucin, y el de Espaa fue obra en su mayor parte de la nobleza y el clero, que posean casi toda la r i -queza del pais y conocan los peligros inminentes de la propaganda revolucionara. El pue-blo contribuy con electos de industria y comercio, y los que nada tenan (pie depositar en el altar de la patria, esos tambin presentaron entusiastas sus brazos y su vida. Catalua, que quiso en su primer impulso levantarse en masa, ofreci poner en campaa cincuenta mil soldados; las provincias Vascongadas y Navarra declararon en armas toda la pobla-cin ; los magnates de provincia solicitaron la gracia de formar partidas y compaas sus espensas, como en los tiempos feudales; el arzobispo de Zaragoza, no satisfecho con su cuantioso donativo, propuso la formacin de un ejrcito de los cuarenta mil hombres mas capaces de sobrellevar las fatigas de la guerra que hubiese en el clero secular y regular; y el general de los franciscanos pidi un puesto de peligro en la campaa para una di\ i -sion que escogera de diez mil frailes. El enlusiasmo y la abnegacin fueron tan grandes y generales que arrastraron hasla las cuadrillas de contrabandistas y salteadores, pues, aban-donando repentinamente su vida errante y criminal, corrieron ponerse las rdenes del gobierno que los persegua para ayudarle la salvacin de la patria. Pero es preciso notar que no caus esta grandiosa espansion del entusiasmo pblico el sentimiento monrquico solamente, sino la antigua rivalidad entre ambos pueblos, esplolada por la poltica.

    Sin esos generosos impulsos del patriotismo nacional, difcilmente el gobierno espaol hubiera podido hacer frente las grandes necesidades de la guerra, porque el Erario se ha-llaba en suma escasez causa de los imprudentes compromisos contraidos por Carlos III, las clases contribuyentes caminaban en creciente decadencia, y los elementos militares, el ejrcito, los almacenes, los parques y las maestranzas, todo se resenta de la larga inac-cin y abandono que lo haban reducido las desgracias y los desengaos del anterior rei-nado. nicamente la armada naval se hallaba en un pie respetable, pues contaba solo de navios de lnea mas de setenta en estado de servir; pero en una guerra con la Francia, que la tenia escasa, y debiendo ser tambin su enemiga la Inglaterra, que la tenia numerosa, de poca utilidad poda ser Espaa la marina, antes bien de contrapeso, porque no guar-daba relacin con las necesidades de su comercio y seguridad.

    Escitado el patriotismo nacional, aparecieron como por encanto dinero y ejrcito. Esle, que solo constaba de treinta y seis mil hombres de lnea al declararse la guerra, se vio au-mentado en menos de un mes hasta un nmero considerable con las milicias provinciales y los cuerpos voluntarios, que, si no constituan una fuerza brillante , era sin duda respetable para un enemigo no mas aventajado en recursos materiales.

    Entre los diferentes planes de campaa que se discutieron en la corte, el que mereci ser adoptado se distingua por su atrevimiento. No deba esperarse ser acometido por la Francia; y nuestra invasin se efectuara por el Rosellon, punto que ella conceptuaba sin duda menos vulnerable porque la naturaleza y el arte presentaban all mayores obstculos. La invasin avanzara hasta los departamentos en que la causa del realismo contaba par-tidarios, iniciaria*as la contra-revolucin en el seno de la Francia. Quin sabe si aque-lla corte, al parecer desinteresada, conceba como recompensa de esta costosa y arriesgada empresa, la incorporacin Espaa de aquel pais, parte en otros tiempos de sus domi-nios ! Para favorecer el xito de la empresa, se baria al mismo tiempo un amago por Guipzcoa y Navarra.

    La fama de genio militar y conocedor de la tctica moderna que gozaba el general R i -cardos le dio el mando del ejrcito de Catalua, que era el principal, aunque solo deba cons-tar de veinte y cinco mil hombres. Ricardos justiiie luego en gran parte las esperanzas que de su pericia se haban hecho. Sin aguardar que sus fuerzas estuviesen organizadas ni aun completamente reunidas, escoje tres mil quinientos hombres, atraviesa con ellos la frontera el lo de abril, arrolla cuanto se le opone en la Cerdaa francesa, y venciendo al

    TOMO V. 5

    amenazamos'?) Recuerda despus que Carlos 1Y es pariente del acusado, y que tal vez imagina ceirse un dia la corona abolida de la Francia; y entonces una nueva gritera aho-ga la voz del orador, viniendo terminar en un desdeoso llamamiento la orden del dia. A pesar de eso, repite sus gestiones el negociador, limitndose ya solamente pedir la vida del monarca, que se acercaba con rpidos pasosa su instante supremo : era el 17 de enero de ildo, en los momentos en que caian aceleradamente los votos que condenaban Luis XVI la guillotina. Olra nueva gritera semejante un rugido, y un nuevo orden del dia son el solo fruto que de sus generosos esfuerzos logra Carlos IV, el nico monarca que supo llenar los deberes que su carcter le impona.

    Pero, cumpliendo esc deber, impona, como lo habia predicho el conde de Aranda,una guerra la nacin, (pie quiz no se hallaba en estado de sostener con ventaja. Guillotina-do Luis XVI, vctima cspialoria de todos los crmenes de la antigua monarqua en Francia, fue necesario romper toda relacin con la repblica, pues el pueblo espaol, en quien el sentimiento monrquico era profundo todava, clam indignado por el castigo de aquel que juzgaba inicuo sacrilegio. Apesar de todo el previsor conde de Aranda insiste en acon-sejar la paz , quiz considerando cuan mal poda una nacin envejecida lidiar con un pueblo que, segn la enrgica espresion de un poela, cargaba sus caones con ideas. Pero prevaleci el dictamen del favorito, acaso bast la indignacin y el pundonor de Carlos, y al mes de la ejecucin de Luis XYI, no conformndose el gobierno republicano al recpro-co desarme de las fuerzas de ambas fronteras, el encargado francs en Madrid pidi sus pasaportes, y se los entregaron tambin Oeariz en Paris. La exigencia de Espaa era sin duda equitativa y prudente con un gobierno (pie habia decretado la propaganda revolucio-naria : la de Francia de conservar su ejrcito de Pavona sobre las armas, preciso es confe-sar que la justificaba bastante el recelo de una tentativa de la Inglaterra: entre ambas si-tuaciones , parece que se interpona la fatalidad para empujar una nacin contra la otra,

  • 18 HISTORIA DE ESPAA.

    Kl duque ile Osuna.

    el Collaus sus subalternos obtuvieron tambin triunfos, estos le sujirieron el intento de acorralar los espaoles tras el Tech para salvar Perpian de su incmoda presencia. Pero donde esperaba hallar un nuevo laurel encontr un amargo desaire de la fortuna. Dagobcrt, creciendo en audacia con el refuerzo de diez batallones, que acababa de reci-bir , concibi la idea de cortar sus enemigos la retirada Catalua, y les atac in-mediatamente en su ventajosa posicin. Ricardos tenia su ejrcito dividido en tres cuerpos: el uno situado en Traillas, que era el centro; el otro en Masdeu, formando el ala derecha; y el otro en Tuhir : en las alturas de Reart coloc una hatera apenas conoci que los fran-ceses se dirigan hacia ellas, con objeto de ocultar su verdadero ataque contra la izquierda. El punto accesorio del plan se convirti empero en principal : el duque de Osuna, (pie mandaba la batera no da la voz de fuego sino cuando la proximidad medio tiro de can promete un seguro estrago cada esplosion de sus doce caones de veinte y cuatro, cargados de metralla. En efecto, la primera columna que avanza ve desaparecer su cabeza cada vez que dispara la terrible batera; y aunque unos tras otros batallones avanzan valerosamente re-

    HEINADO DE CARLOS IV. 10

    La victoria, sin embargo, en vez de mejorar empeor la situacin de los vencedores, pues, habiendo recibido al da siguiente el valeroso Dagobert un refuerzo de quince mil hombres, fue preciso Ricardos ordenar la retirada al Boulou por la notable desventaja de fuerzas en que venia quedar. En esta operacin fue donde, masque en las batallas, hizo Ricardos conocer ambos ejrcitos sus talentos militares : ni una pieza de artillera , ni un bagaje cay en poder del enemigo; y por grandes, por desesperados esfuerzos que este emple por espacio de veinte y cuatro dias, para penetrar en su campo atrincherado, tuvo que renunciar mal su grado su intento sin una compensacin de las estriles vctimas sacrificadas en tres ataques generales y once combates parciales.

    La pequea villa de Camprodon adonde parece que quiso buscarla, sirvi para aumen-tar su humillacin, pues, si bien se apoder de ella al frente de cinco mil hombres, por no encontrar mas oposicin (pie la del vecindario, este no le abandon sus hogares sino para volver con refuerzo y obligarle restiturselo cuando apenas gozaba de su presa algunas horas.

    cibir la muerte sobre los cadveres de los primeros, la oportuna llegada de Ricardos con un poderoso refuerzo, pone trmino al herosmo de los unos y los otros, decidiendo en su favor la victoria mas sangrienta de aquella campaa. La caballera no pudo operar porffue obstruan el paso los cadveres.

    Hubo en esta batalla un hecho que dio conocer el terrible poder que obedecan los generales republicanos. Cuando una de sus divisiones atacaba al mismo tiempo el cuartel general de Traillas, Ricardos por medio de una hbil maniobra, la coloca entre los fuegos del harn Kescl, el brigadier Godoy y Courten. La rendicin era inevitable, y los espa-oles la proponen; el ge.l'c enemigo pide veinte minutos para consultarlo con su general; y este, que se hallaba retaguardia y muy cerca de la tropa cercada, al or la proposicin, manda hacer fuego indistintamente sobre franceses y espaoles.

    general Dellcrs en la batalla de Masdeu, lleva el terror hasta las puertas de Perpian. La rendicin de Argeles, Elna y otros puntos fortificados, obtenida su influjo, le asegur la conquista del alto Wallespin. La de Bellegarde, conseguida pesar de una obstinada resis-tencia de treinta dias, le permiti avanzar confiadamente sobre el Tullir, y en seguida llev su lnea hasta el Tet, dominando as todo el terreno que inedia entre este rio y los Pirineos.

    La llegada del general Dagoberl al campo enemigo hizo vacilar algo el xito de la campaa. Por medio de un golpe atrevido se lanza sobre el pais que deja su espalda Ri-cardos , sorprende Puigcerd y obliga su defensor, la Pea, replegarse Urjel; der-rota Yasco en Oleta, y aunque pierde la reida accin de Pcyrestortes, como precis al marques de las Amarillas abandonarlo en seguida, y Courten se retir Traillas, y en

  • 20 niSTORU DE ESPAA. REINADO DE CARLOS I V . 21

    fortuna le vuelve la espalda cuando mas la necesita, y en la derrota de Aix-la-Chapelle, que le arranc imprudentes acusaciones contra la Convencin, empez hacerse i n -compatible con la Montaa, quien atribua la insubordinacin de sus tropas, y esla el revs que acababa de esperimentar. La terrible balalla de Neerwinden en que perdi de una vez lo que le habia grangeado la popularidad, la conquista de Blgica, vino preci-pitarle en sus imprudentes planes. Mina l mismo la disciplina de su ejrcito; pnese de acuerdo con el enemigo para establecer la constitucin de 1791 , y trata de apoderarse de Lila, Conde y Valenciennes para apoyar en ellas sus nuevas operaciones contra el corazn de la repblica. Sospechando su traicin, la Convencin nacional le manda cuatro comisa-rios de su seno pedir espiraciones de su conducta : l por toda contestacin los enva prisioneros al campo enemigo ; y viendo que el ejrcito murmura y amenaza su vida, con-suma la traicin pasndose los austracos.

    Coincidi este grave suceso con la retirada de Cusline , derrotado en Francfort, dejan-do desamparada Maguncia; con la victoria de los pianiontcses en Saorgio, con la ocupa-cin del Rosellon por los espaoles, y con el levantamiento en masa d la Vcndc en defensa del rey y la religin. Por todas partes pareca conjurada la fortuna contra la r e -pblica. Esta , no encontrando yaque oponer semejante conjuracin sino su desespera-cin misma , encomienda la salvacin pblica Robespierre, Danlon y Marat, y la ejecucin dlos girondinos de la Convencin, quienes se inculpa de. la traicin de Dumouriez, esla primera matanza cpie anuncia la Francia y la Europa el reinado del terror. Reinado espantoso y horrendo al (pie contribuyeron todos, las circunstancias y los hombres, y en el cual es fuerza reconocer sin embargo cierta majestad imponente y grandiosa! Ofrece la historia del mundo un espectculo semejante? la Vendee ardiendo en guerra asoladora; los girondinos, perseguidos por la guillotina, levantando tambin una bandera de rebelin; el estranjero, posesionndose de -Maguncia, Valenciennes y el Rosellon; el fedciJismo ame-nazando disolver la Francia; y mas all de este negro horizonte, la Europa ei\tera apres-tando sus huestes para eslerminar la repblica. La repblica empero no se rinde ni se aterra; la Convencin pide en nombre de la patria en peligro que se. le conceda el derecho de vidas y haciendas, sobre todos los franceses y bien pronto la Francia entera se convierte en un inmenso campamento. Fallan caones, y se funden las campanas; escasean las lanzas y los fusiles, y mil fraguas pblicas los fabrican con las verjas y los balcones dlos palacios; no hay plvora, y se destruyen las bodegas para estraer de su tierra el salitre; del ejrcito no existen sino reliquias , y catorce ejrcitos que llevan un milln doscientos mil combatientes, marchan las fronteras defender la independencia y la libertad; faltan generales, y el genio de Carnot los designa de entre la tosca multitud, y la Convencin les seala plazo para vencer morir.

    Uno de los sangrientos episodios que produjo este sacudimiento universal tuvo lugar en Toln, una de las primeras ciudades martimas de la Francia. Levantse, no como Rur-deos, Lyon y Marsella en defensa de los girondinos contra la dictadura de la Convencin, sino proclamando Luis XVII con la constitucin de 91. Temerosos con mas razn de la suerte que acababan de sufrir los republicanos de Marsella, y no teniendo guarnicin ni ele-mentos bastantes para resistir los vencedores, los toloneses llamaron en su ausilio los in-gleses y los espaoles, que en acecho de una ocasin favorable, tenian en aquellas aguas dos escuadras. Sus almirantes Hood y Lngara se apresuraron entrar en el puerto y posesionarse de la ciudad; pero la diversidad de miras que uno y otro obedecan se m a -nifest desde el momento en que fue necesario dar principio las operaciones. Los espa-oles queran que se llamase como regente al conde de Provenza, luego Luis XVIII , y que se llevase la propaganda realista por los departamentos del medioda, principiando por Marsella, donde se contaban muchos partidarios. Los ingleses desechaban estos planes, sin proponer otro alguno; con lo que, y las cuestiones que sostuvieron empeadamente so-bre el mando de la plaza, dieron motivo sospechar que no haban entrado en el puerto sino para arruinar la marina francesa.

    Entre tanto llegan los republicanos sedientos de venganza y esterminio, establecen bateras, y estrechan los sitiados. Por algn tiempo el valor doslos resiste con ventaja el furor de los republicanos; pero la presentacin de un oficial joven desconocido, que ofre-ce rendir la plaza desde una sola batera, decide en efecto el abandono de Toln por lo? aliados. Aquel oficial era Napolen Bonaparle.

    Vise Dagobert reemplazado por Turreau, general salido de la revolucin con toda su audacia y energa. Su primera operacin fue un ataque directo al campamento espaol. Courten, que mandaba la derecha, se encontr arrollado en el primer mpetu; pero, como le abandon para dirigirse contra el centro , establecido en Monlesquieu, y este se hallaba reforzado, Courten no tard envolver al combate. Rechazados all los franceses, cargan en dos columnas contra la izquierda, y la desesperacin de verse tambin all rechazados, los precipita lanzarse sobre la batera de Pl del Rey, cuya toma hubiera cambiado sin duda el aspecto del combale. Atacronla seis mil hombres multiplicados por el despecho, y la de-fendia con solo mil quinientos el coronel Taranco, que ilustr all su nombre. Despus de siete intiles embestidas, tres veces perdida y recobrada la batera, el bizarro comandante tuvo que abandonarla la cuarta, cuando vio reducida su gente menos de la mitad. No quiso empero alejarse todava esperando socorro, y bast uno de trescientos hombres para que en el acto volviese al combate cargando la bayoneta. Duraba aun la luz crepuscular de la maana, y el combate fue terrible, como en tinieblas. Turreau, asombrado de tal obstinacin y valor, restituy Taranco, como su legtimo dueo, aquella pequea pie-dra que debia servir de cimiento su honrosa memoria.

    Renunciando por entonces operaciones ofensivas, se limit cortar las comunicacio-nes de las divisiones espaolas con Catalua y entre s ; pero Ricardos supo asegurar Ce-ret, que era la llave de estas comunicaciones, y tom de nuevo el hilo dess victorias apoderndose de Villalonga, San Genis, Bauls, Porlvendres y Collioure. Solo falt la lo-ma de Perpian para que los planes de Ricardos en la campaa de 1793 obtuviesen una completa realizacin. Si hubiese tenido mas recursos, sobre todo mas fuerzas, seria preciso acusarle de falta de osada, pues, habindose entonces declarado en rebelin contra el go-bierno republicano, el departamento de la Lozere, uno de los meridionales, debera ha-berse abierto una comunicacin con l, estendiendo basta su campamento la guerra civil, sin que le detuviese en aquella clase de lucha la mezquina consideracin de si dejaba sus espaldas algunos puntos fuertes en poder del enemigo.

    La revolucin entre tanto habia llegado el apogeo de su terrible magostad. La primera coalicin, vencida por los reclutas republicanos, difunde el terror las dems monarquas y consigue la accesin de las que , por prudencia por temor, se haban retrado hasta en-tonces. Ya no es solo el Austria, la Prusia, y el Piamnte quienes se ligan contra la revo-lucin ; es tambin la Inglaterra, Espaa, Cerdea, Holanda y Rusia, aunque la secreta intencin de esta potencia se dirige contra la infeliz Polonia. La Europa toda se levanta para apagar con sangre el volcan de la Francia, que amenaza devorarla y devorarse s propia.

    La Convencin nacional, preparando el suplicio de Luis XVI , se dividi en dos ban-dos , la Montaa y la Gironda (1) ; aquel exaltado hasta el frenes, y este moderado hasta haber absuelto al rey si las circunstancias se lo hubiesen permitido. Aquel, apoyado en los jacobinos, era en realidad el que dominaba, porque en pocas semejantes, de exalta-cin y peligro, la opinin se inclina hacia donde encuentra mayor energia. La influencia de los jacobinos, empero, amenazaba convertir la Francia en un vasto lago de sangre, y entre los diferentes proyectos que se formaron para libertarla de su terrible tirana, era uno el del general Dumouriez, que mandaba en gefe el ejrcito del norte, y cuyas victorias se debia la conquista de la Blgica. No se sabe si el designio era proclamar al Delfn bajo el nombre de Luis XVII al duque de Chartres, primognito del duque de Orlcans, c o -mo una transaccin con la nueva poca inaugurada desde los Estados generales. Los g i -rondinos , quienes propuso salvarlos del yugo de sus enemigos si conseguan un decreto que le permitiese trasladarse con su ejrcito Paris, acogieron con gozo las primeras i n -dicaciones del general; pero, reflexionando sobre los peligros que se oponan y esponian la repblica, que al fin queran con sinceridad, si entregaban sus deslinos la dictadura que de un modo seductor se les propona, rehusaron toda participacin en un plan liber-ticida.

    Dumouriez no por eso renunci su proyecto sino que esper que las victorias le abriran el camino de la dictadura. Emprende ufano la conquista de la Holanda; pero la

    ( I ) Por ocioso que muclios parezca , no dejaremos de decir que la Montaa se llam asi porque se sentaban sus miem-bros en la parte mas alia de la izquierda de la cmara; y la Gironda recibi este nombre de los diputados de este departa-mento, que formaron el ncleo del partido republicano moderado de la Francia.

  • 22 HISTORIA DE ESPAA.

    Los ingleses, al resolver la evacuacin de Toln propusieron el incendio del arsenal, los astilleros y los navios de aquel deparlamento; y por mas que semejante iniquidad se opuso la nobleza del carcter espaol, como su escuadra, no menos que la sarda, se baila-ba sometida aquellos, nuestros generosos marinos tuvieron (pie cooperar aquel acto de fri y brbaro egosmo. La primera noticia que los infelices toloneses tuvieron de la reti-rada de sus aliados se la dieron las gigantescas llamaradas de veinte navios y fragatas de su armada. Al verlos alejarse y oyendo ya sus puertas los gritos esterminadores de los republicanos, mas de veinte mil personas, dice un historiador francs, entre hombres, mujeres, ancianos y nios, se presentan apresuradamente en el muelle cargados con lo mas precioso que tenan implorando el favor de los que les abandonaban para librarse del ejrcito victorioso. Ni una sola chalupa se vea en el mar para socorrer estos imprudentes franceses que habian depositado su confianza en estranjeros, entregndoles el primer puerto de su patria. El almirante Lngara, sin embargo, mas humano que los ingleses, mand echar sus lanchas al mar y recibir en la escuadra espaola cuantos cupiesen en ella. En-tonces el almirante Rood, no atrevindose despreciar este ejemplo, ni prescindir de las imprecaciones que contra l se lanzaban, orden, aunque muy tarde, acoger los tolo-neses. Los desdichados se precipitan en las lanchas con la mayor desesperacin, cayendo algunos al mar en medio ce la confusin que reinaba y quedando otros separados de sus familias. Veanse all madres y esposas buscando sus maridos y sus hijos, andando por el muelle la luz que arrojaban las llamas. En aquel momento terrible, aprovechndose unos cuantos foragidos de un desorden que podia favorecer el saqueo, se introducen entre aquella desventurada gente agolpada en el muelle, y empiezan hacer fuego gritando: los republicanos! Aterrada la multitud con este grito, se precipita con el mayor desor-den, y abandona los autores del ardid cuanto lleva consigo, con objeto de quedar mas desembarazada para la fuga.

    Las palabras de olro historiador notable de aquellos sucesos M) acabarn de justilicar la conducta de la marina espaola en'aquella malhadada espedicion. No fueron espaoles, dice, los (pie perdieron los puntos del Faron y la Masca , que, una vez en manos del ene-migo impedan cubrir las radas y guardar la plaza por mas tiempo, (loria y lauro del va-liente Mondinuota, que sostuvo hasta el fin en San Antonio el Grande el honor de nuestras armas en la terrible noche del 17 de diciembre, rechaz al enemigo, y el mismo dio refu-gio al comandante ingles, (pie, sorprendido en la Masca , derrotado y fugitivo, fu am-pararse en aquel punto. Todo el dia LSla bandera espaola tremol en aquel fuerte, y no sali la tropa sino en virtud de orden de sus ge fes para embarcarse aquella noche. Obligados retiramos, hasta el poslrer honor de aquella retirada se lo llev Espaa , cuando. aban-donados por los ingleses los fuertes (pie deban cubrir la propia marcha de los suyos, anti-cipando aquellos la hora de la fuga, y dejadas en descubierto las alturas que dominaban la Malga , nuestras tropas las guarnecieron con sus pechos y Sus armas. La indignacin caste-llana resolvi darles una leccin de fortaleza, y les concedi que formasen la vanguardia para el embarque; el centro lo tuvieron los italianos; y la Espaa form su gente reta-guardia, la postrera (pie.dej el puesto-paso paso, sin confusin, sin abandonar ni un soldado, ni un enfermo, ni un herido, ni ningn desgraciado. Crdoba y Mallorca fue-ron los postreros regimientos (pie se embarcaron. El mayor general don Jos Ago, digno de eterna fama, fue el ltimo valiente que, cuando ya no quedaba en tierra ni un soldado, y despus de embarcados un gran nmero de individuos toloneses, de dia, con luz clara , las ocho de la maana, dej el muelle y dispar el postrer tiro al enemigo.

    Espaa salv ciertamente su honra en la funesta empresa de Toln; pero esta satisfac-cin consoladora no podia conjurar los males sufridos y los mas graves (pie eran ya de temer en una guerra emprendida sin consideracin los intereses del pais, y que pudo muy bien evitarse, siguiendo los consejos del conde de Aranda.

    La corle no los atendi quiz porque estaba ya sometida la influencia de Godov; in-fluencia (pie nada prueba tanto como las persecuciones (pie tales consejos atrajeron sobre aquel hombre ilustre. En el mes de febrero del ao siguiente 1794 reuni el rey. en Aran-juez , para acordar el plan que debera seguirse en la inmediata campaa, al general Ricardos y los de las dems provincias fronterizas, al conde de O-Reilly, al duque.de Mahon-Crllon

    ( I V Memorias del principe de la Paz.

    REINADO DE CARLOS I V . 23

    y los consejeros de Estado. El conde de Aranda, que no tenia motivos para haberse arre-pentido de ser partidario de la paz con la repblica, pues al fin los franceses pisaban ya el territorio espaol, posesionados como estaban del Puigcerd, insisti en combatir con ener-ga la guerra por impoltica, ruinosa y superior nuestras fuerzas. Las razones por donde vino esta triple conclusin fueron espucslas en un lenguaje tan claro y desusado en aquel sitio que produjeron un verdadero escndalo en la regia estancia. Godoy, despus de ter-minada la lectura del discurso del conde, se dirigi al rey y le dijo: Seor, esto es un papel que merece castigo, y al autor de l se le debe formar causa, y nombrar jueces que le con-denen, as l como varias otras personas que forman sociedades y adoptan ideas con-trarias al servicio de Y. M. lo cual es un escndalo. Es preciso tomar providencias rigorosas. A los que somos ministros de Y. M. nos loca celar mucho estas cosas y detener la propagacin de las malas mximas que se van estendiendo.El conde de Aranda, no menos sorprendido que indignado, de agresin tan inesperada, respondi: El respeto la presencia del rey moderar mis palabras, que, no hallarse aqu S. M. yo sabra cmo contestar seme-jantes espresiones y levant la mano derecha con el puo cerrado inclinado hacia adelante, en ademan que anunciaba intencin de combate personal. Espnganseme, aadi, los errores que tiene ese sentir, ya polticos, ya militares, y procurar dar mis razones re-tractar mis asertos cuando oyere otras que estn mejor fundadas que las mas. Sigui el dilogo de una manera animada, aunque procur corlarlo uno de los miembros del Consejo; pero, habiendo insistido Godoy en pedir un juicio sobre el dictamen del conde para su cas-tigo , este, con un acento de concentrado enojo, se encar con l lucindole: Seor ducpie, sabra yo someterme todo. Fuera de esle procedimiento (esclam, presentando el puo como anteriormente, llevndole primero la frente y despus al corazn) todava tengo, aunque viejo, corazn, cabeza y puos para lo que pueda ofrecerse. Interpusironse va-rios para terminar aquella escena pidiendo que todo quedase sepultado dentro del Consejo, y que ni en l se hablase mas de la materia. Ces el dilogo, y el rey, que no habia alterado su natural semblante indiferente durante el debate, se levant diciendo : Basta por hoy, y se march. Godoy asegura que al pasar por junto al conde, intent este hablarle para disculparse; pero que Carlos le contest en alta voz : Con mi padre fuiste terco y atrevido, pero no llegaste hasla insultarle en el consejo (1).

    No habia trascurrido una hora cuando el conde de Aranda recibi una orden para ha-cer entrega on el acto de lodos sus papeles relativos los destinos que habia servido, v otra para salir inmediatamente de la corte desterrado Jan, (pese ejecut sin permi-tirle tiempo ni aun para tomar alimento. No satisfecho con eso el joven duque de la Alcu-dia , se asi de un pretesto frivolo para encerrarlo en el castillo de la Alhambra de Granada. Por el detrimento de su salud fue luego trasladado Sanlcar de Barramcda y Epila, uno de sus estados de Aragn, donde le alcanz la muerte (-1798), siendo de todos consi-derada como una prdida lamentable para Espaa, porque se habian cumplido ya sus tristes predicciones.

    Los talentos militares de Ricardos hubieran tal vez disminuido los desastres que se espe-rimenlaron; pero, habiendo fallecido al ir emprender la segunda campaa, fu parar el mando en el conde de la Union, militar de un valor temerario, pero sin dotes de general. La desgracia que presidi todas sus operaciones se manifest desde los primeros pasos que dio. La posesin de Roulou, como punto cntrico del territorio que dominaban los espao-les, era de suma importancia para ambos ejrcitos. TJugommier, (pie se habia distinguido con la rendicin de Toln y era entonces el general del ejrcito republicano, lanz dos ata-ques victoriosos contra la izquierda y la derecha de la posicin, y no necesit mas que in-tentar el directo para ver al ejrcito espaol retirarse con suma precipitacin y desorden su propio territorio, hasta ponerse bajo el amparo de las bateras de Figueras. La prdida de la lnea del Tech, fruto de la anterior campaa, la de dos mil hombres (pie el enemigo hizo prisioneros, y la de la confianza que el soldado debe tener en su gefe, fueron el resul-tado de aquella retirada vergonzosa y funesta, que tuvo por inmediatas consecuencias la rendicin de las fortalezas de San Telmo, Collioure y Port-Yendres. Ya no quedaba los es-

    (1) Dos relaciones leemos la vista de esla memorable se s in : una del principe de la Paz en sus Memorias, y otra del abale Muriel publicada el ao i en la Revista de Madrid. Habiendo contradiccin entre ellas y no existiendo un medio de evidenciar la verdadera , el historiador tiene que optar por la que mas confianza le inspire. El autor de la presente historia lia optado por la de don Andrs Muriel.

  • 24 niSTORU DE ESPAA. REINADO DE CARLOS IV. 2." paoles mas que la plaza de Bellegarde que atestiguase las victorias del ao anterior en el Rosellon; y , sitiada tambin, una heroica resistencia no pudo salvarla de la suerte comn. Volvieron con esto encontrarse frente frente en la linca de Figucras en noviembre los dos caudillos, el conde de la Union y Dugommier, que hallaron all su muerte en los diferen-tes ataques que se libraron. Pero la del general francs no produjo mas rpie un simple cambio de bastn, mientras que la del espaol ocasion la afrentosa retirada de todo el ejrcito, ordenada por Amarillas, aunque apoyado en Figucras, y la entrega de esta misma plaza. La retirada, habiendo tenido los franceses la previsin de apoderarse del puente de Moulins, nos cost diez mil muertos, ocho mil prisioneros y treinta piezas de artillera; mas la entrega de Figucras, tenida por una de las mejores plazas de Europa, y estando guarnecida con diez mil hombres, y fortificada con doscientos caones y abastecida de v-veres para seis meses, fue aun mas ignominiosa, verificndose sin disparar un tiro, la pri-mera intimacin del enemigo. Se sospech que el gobernador Torres habia traficado con su honor, y el consejo de guerra que se le sujet le conden efectivamente muerte, pena que conmut el monarca en la de destierro perpetuo. As termin por aquella parte esta segunda campaa.

    Por la parte del norte nos fue la suerte igualmente contraria. Caro , que mandaba el ejrcito de las Provincias Vascongadas y Navarra, no habia hecho otra cosa el ao anterior que mantener sus tropas en el territorio francs, sin emprender nada que demostrase genio militar. En este fue quien abri la campaa, y aunque el xito desgraciado de su p r i -mera empresa contra el campamento de Andaya debi hacerle mas cauto, repiti sus ataques para recibir nuevas humillaciones la vista de San Juan de Pie del Puerto y Croix de Bouquets. La corte nombr entonces para reemplazarle al conde de Colomera; pero tal vez hubiera sido tarde, aun para caudillo de mejores dotes. Monccy lo arroj del Baztan obligndole retirarse por el valle de Lerin; Dessein tom los reductos de Vera; Mu-llerse apoder de San Marcial; se rindi Fucnterraba y se entreg espontneamente San Se-bastian, halagados sus habitantes con la esperanza (pie les hizo concebir el representante de la Convencin en el ejrcito, Pinet, de que se constituira la provincia en repblica inde-pendiente. Cunto debieron recordar entonces los individuos del consejo de Aranjuez la previsin del conde de Aranda cuando decia que el reclamo de la libertad es muy poderoso para los pueblos! Gracias que Vizcaya no sigui la conducta de Guipzcoa, y que, ha-ciendo un levantamiento en masa de toda la poblacin desde diez y siete hasta sesenta aos, ofreci Colomera los recursos que necesitaba para contrarestar los franceses. La actitud que tom todo el pais y la desgracia de las tentativas ejecutadas sobre Pamplona, les obli-garon retirarse de Navarra sus primeras posiciones; pero parte de Guipzcoa qued casi completamente bajo su yugo con la toma de Tolosa y Vergara.

    La Convencin no triunfaba solo en Espaa. Al terrible sacudimiento de la Francia, debido la comisin de Salvacin pblica, estremecironse todas las naciones coligadas contra la revolucin, y la dictadura, ejercida nombre de la libertad, preciso es recono-cerlo, si no salv entonces la libertad, salv la Francia. Cuando toda Europa se levan-taba contra ella y pisaba sus umbrales; cuando la hoguera de la guerra civil alumbraba los coligados el camino de Paris; cuando la revolucin se encontraba sin ejrcitos y sin recursos (pi otra cosa hubiera podido salvarla y salvar la Francia de un repartimiento sino es la dictadura? Ella, es verdad, cubri de luto la sociedad entera anegando en san-gre la repblica; pero, si es cierto que la revolucin llevaba en su seno los grmenes de una regeneracin universal, y que es la Francia quien debia fecundarlos, apartar ser for-zoso los ojos de esc perodo de sangre y , respetando los designios de la Providencia, que guia las naciones, pagar un tributo de admiracin y reconocimiento la Convencin na-cional. Asombro y maravilla causa aquel prodigioso desarrollo de actividad y energa! Mientras Lion era metrallada, y sujetada Marsella, y rendida Toln, y Caen ocupada, los vendeanos perdan en la jornada de Savenay sus mejores gefes, y con ellos sus mas ha la-geas esperanzas; mientras los girondinos y los realistas ahogaban con su propia sangre la guerra civil que habian encendido, los austracos, derrotados en Hondslchoote, Watig-nies y Geisberg, se veian obligados trasponer el Sambra, y los ingleses se retiraban de Toln ignominiosamente, y los espaoles luchaban en vano por forzar la barrera de Perpian para propagar la contra-revolucin. Esto en la primera campaa. En la segunda la repblica ya no se defenda sino que se vengaba conquistando. Pichegru derrota Clairfait y se apo-

    dera de la Holanda; Jourdan se abre en la batalla de Flerus las puertas de Coblenza; en la frontera de los Alpes clavan atrevidos el estandarte republicano los jvenes conscriptos; y los Pirineos los ven tambin arrojar los espaoles del Rosellon y perseguirlos dentro de su mismo territorio. Un ao habia mediado solamente de la agona la salvacin : en 4793 la Francia se veia hollada por todas las naciones, y en -179-1 es ella quien pisa con sus pies de fuego la Blgica, la Holanda, el Palalinado, el inlerfluvio del Rhin y el Meusse, los Alpes y los Pirineos. Quin obr este rpido cambio de fortuna? Fue la simple fuerza material?: no , que los ejrcitos de la coalicin eran mas numerosos. Fue la superioridad militar? : no, que las masas aguerridas de los reyes, la repblica no opuso sino reclutas v generales inesperlos. Fue el terror? As lo han creido espritus superficiales preocu-pados , que no han querido ver en el Comit de Salvacin publica sino una cueva de tigres sedientos de sangre humana. Fue el terror y el entusiasmo; pero ni el entusiasmo ni el terror obraron entonces ni nunca en el mundo sino como instrumentos de ideas senti-mientos , de creencias pasiones. El principio democrtico, restituyendo la soberana al pueblo, hasta entonces condenado al ilotismo; convidando todos al manejo de la cosa p-blica , patrimonio antes de unos pocos; conmoviendo la sociedad entera, agitando las pa-siones , avivando los espritus, ofreciendo un nuevo mundo social, lleno de poesa : h aqu el fecundo manantial de entusiasmo-qu-cubri entonces el suelo de la Francia. Las causas del terror ya las hemos sealado : fueron las conspiraciones de los emigrados, fue la coa-licin de todos los reyes contra la repblica, fue la guerra civil, fue el peligro de la libertad y el peligro de la Francia. Fue, .en una palabra, el instinto de propia conservacin, todos comn, quien engendr la dictadura, que salv la Francia primero, para salvar ella despus la libertad.

    Obsrvese., sino, la breve historia de su existencia: la dictadura nace en medio del comn conflicto de la libertad y la patria; crece con l hasta devorar los mismos que la alimen-taron, y sucumbe al punto en que el peligro ha cesado. Danton pereci por equivocar el inrlanle en que debia finar la dictadura. La muerte de lobespierre, Henriot y sus com-paeros es la que seala ese trmino dichoso del peligro, en (pie la Francia nada tiene ya que temer si no es de los dictadores. Rechazado el enemigo, los almacenes de la plvora serian el nico peligro dentro de una ciudad. Por eso mismo Roma condenaba al ostracismo sus propios libertadores.

    El gobierno espaol no supo apreciar estos hechos, pues, creyendo que el suplicio de los dictadores era el anuncio de la postracin de la Francia y de una instantnea reaccin monrquica, en vez de concertar la paz, emprendi la tercera funesta campaa de 1795. En Catalua no habian tenido suspensin las hostilidades, porque la plaza de Rosas , si-tiada por los franceses, despus de apoderados de Figucras, supo resistir bizarramente dos meses de sitio, rindindose con honra cuando la defensa era ya imposible. La hbil es-trategia del general Urrutia, formado en sus viajes por el cstranjero , supo cortar el vuelo las armas republicanas, pesar dejos esfuerzos que sus generales Perignon y Scherer emplearon para romper la lnea del Fluvi y pendrar en el corazn de Catalua. El p r n-cipe de Castel-Franco, enviado en lugar de Colomera Navarra, tambin supo rechazar todas las tentativas de Moncey para penetrar hasta Pamplona y conquistarla, con lo cual cal-culaba bien que seria fcilmente dueo de la mayor parte de la antigua Espaa citerior. Pero no sucedi lo mismo en las Provincias Vascongadas: por la cosa y por el interior todo cede al mpetu republicano, cayendo rpidamente en su poder Bilbao, San Sebastian, Vitoria y Miranda, sobre el Ebro. Abierta esta barrera, Madrid temi ver la bandera tricolor desde sus tapias, pues ninguna fortaleza podia ya cortar su marcha y quin sabe si la paz de Basilea la libert en efeelo de esla humillacin en castigo de sus impru-dencias !

    Vencidas por la repblica todas las potencias coligadas, y no solo vencidas sino a m e -nazadas, apenas vieron inaugurado en ella un sistema de templanza tras el terrorismo de Robespierre , se apresuraron entrar en tratos amistosos , renunciando desengaadas la esperanza quimrica de una conquista una reaccin. El rey de Prusia, que con el empe-rador de Austria, sirviera de ncleo la coalicin, fue el primero que firm la paz con la Francia en Basilea (S de abril) quitando otros monarcas el escrpulo de negociar con una repblica, la vista del hijo de su rey guillotinado.

    La corte espaola obedeci diferentes graves consideraciones al solicitar tambin, aun-TOMO v. 4

  • % HISTORIA DE ESPANA. que de un modo indirecto, un tratado de paz (1). Las derrotas haban enfriado el en tu-siasmo, y ya no habia alistamientos voluntarios ni donativos, y el erario se vea en a p u -ros. Se haban hecho dos emprstitos crecidos, uno el ao anterior y otro en marzo del corriente 9o; y , pesar de eso y del subsidio ordinario y estraordinario que el papa con-cedi sobre el clero de la pennsula Indias, al ir pretender la paz, era preciso contratar otro emprstito. Se aumentaron las contribuciones, sin reparar que como tantos sacrificios se perdan sin fruto, el clero, la nobleza, el pueblo, todos murmuraban. Adase eso que el grito de la libertad, segn lo vaticinara el conde de Aranda, habia encontrado eco en las clases medias, que eran las mas ilustradas; y como uo hay idea halagea que el hombre no tienda convertir en hecho , hubo espritus alucinados fogosos y poco circunspectos que, sin tener en cuenta el estado de la opinin general, contemplndola con su vista fascinada, proyectaron aplicar Espaa muchas ideas de la revolucin francesa. El go-bierno sorprendi algunas cartas de estos ilusos, que discutan, no ya sobre el estableci-miento de la repblica iberiana, sino sobre la mayor conveniencia de la organizacin federal la unitaria. Spose luego que habia varias sociedades secretas en inteligencia con los clubs franceses; que una de ellas celebraba sus sesiones en un convento , compuesta en su mayor parte de clrigos y frailes; y que la de Burgos tenia ya nombrados los diputa-dos que deban salir felicitar los espedicionariiS^aliccses. En Madrid mismo se vio con asombro algunos jvenes que se atrevieron presspjtarsc en las calles con el gorro frigio, y hasta seoras de viso que convirtieron en gala la cinta tricolor, quiz por odio la bande-ra dominante por oposicin los gustos del vulgo, mas que por conviccin simpata las ideas de que era emblema. Todo esto, por insignificante (pie quiera suponerse, aten-diendo al espritu contemporneo de la generalidad de los espaoles, bastaba sin duda para atemorizar al gobierno, que, sin la fuerza que da la f de alguna creencia, regia en-tonces los destinos de nuestra vieja monarqua.

    Bajo la impresin de estas varias consideraciones se ajust la pazdeBasilea, represen-tando la Francia el ciudadano Barlheleiny, que acababa de negociarla con el rey de Pru-sa, y la Espaa don Domingo Iriarte, su ministro en Polonia. Reprodujo este la peti-cin que habia sido ya motivo de malograrse otras tentativas de arreglo, la de que se entregase Carlos 1\ el hijo de Luis XVI (2) , presentndola en los trminos mas nobles y que menos recelos pudiesen inspirar la repblica: Si se nos diera elegir entre los liijos de Luis XVI y el ofrecimiento de algunos departamentos franceses cercanos nuestro territorio, optaramos por los hijos de Luis XVI. Es , pues, preciso contar con oirnos hablar siempre de los que estn presos en el Temple, sin que por eso dejemos de tener vivos y

    (1) Godoy en sus Memorias dice que la repblica fue quien primero pidi la paz ; poro , si las proposiciones anteriores desechadas por ella significan a lgo, lo mismo que la correspondencia entre los generales de ambos ejrcitos en Catalua, Espaa fue quien inici las negociaciones, como lo prueba suficientemente el seor Prncipe en su Guerra tic la Indepen-dencia: Madrid, 1 S H ; adonde remitimos al lector para lo sucesivo respecto todos los puntos relativos la conducta del prncipe de la P a z , sobre los cuales se deseen mayores esclarecimientos de los que nos es permitido hacer en una historia general.

    (2) Trascribiremos como una muestra del tono que daba la repblica las relaciones diplomticas las contestaciones que puso las preguntas que se le hicieron por Espaa .

    Qu resarcimiento tendr Espaa '?Jinguno: el agresor no tiene derecho reclamarlos . Se le proteger contra sus enemigos naturales.

    Ou ventajas se concedern las cortes de I ta l ia?Todas cuantas puedan dar fuerza :i eslas cortes contra el Aus-t r ia , Inglaterra y Rusia. La junta entiende que todas las potencias del Mediterrneo son aliadas naturales ( csccpcion de Roma) .

    En qu caso Francia y Espaa saldran garantes de sus posesiones r e spec t i va s?En el caso de una guerra de-fensiva.

    Cules sern los limites entre los dos pa i ses?Este punto se arreglar por principios de compensacin y no de resar-cimiento. As i , por parte de la repblica, restitucin de sus conquis tas , y por parte de Espaa cesin de la Luisiann de-la parte espaola de Santo Domingo. (Podra pedirse algo m a s , como el valle de A r a n , San Sebast ian, etc. ; pero quedar el negociador dueo de abandonar las pretensiones secundarias que podran retardar comprometer la conclusin de ' tratado.

    Bastara una neutralidad pura y s imple?Descando llegar pronto al estado de paz , valdr mas dejar un lado todas las cuestiones secundarias que habrn de ser consecuencias de la paz. Asi mejor fuera no tratar por ahora de lo que tenga relacin con el proyecto de alianza.

    Cundo se retirarn los ejrci tos?Artculo secundario que se tratar amistosamente. Lo mismo por lo que respecta los pr is ioneros , lo cual se arreglar de cualquier modo. Importa muy poco el modo, con tal (pie se firme la paz.

    Habia otras preguntas relativas los hijos del r ey , los prncipes emigrados y la religin catl ica, que dej desdeosa-mente sin contestacin. Es las p reguntas , dijo u n o , son injuriosas nuestra soberana nacional. E s p a a , aadi o t r o , no tiene mas derecho para hacernos semejantes preguntas que el que nosotros tenemos para pedir que se destierro los inquisidores para reclamar indemnizaciones en favor de las familias de Motczuma, de Alahualpa y de toda la antigua nobleza de los imperios de Mjico y el Per.

    f REINADO DE CARLOS IV. 27

    1) Hablaba antes de la segunda campaa.

    sinceros deseos de adelantar la negociacin. En mis instrucciones se habla de tierras, de rentas, de pensiones. No nos detengamos en eso. Entrguenscnos los hijos de Luis XVI sin condiciones. Sin ellas los recibiremos, si bien no podemos creer que el pueblo francs entregue Espaa esas criaturas desnudas, porque sabe lo que es honor. La muerte del hijo de Luis, acaecida en estos momentos, vino facilitar un arreglo que ambas parles de-seaban, y al cual se opona sin embargo el generoso empeo de Carlos IV de salvar sus parientes de los peligros de que los vea constantemente amenazados. El 22 de julio se firm la paz por los plenipotenciarios, restituyndose ambas naciones la situacin en que se encontraban antes de emprender la guerra, salvo el sacrificio impuesto Espaa de la parle que poscia en la isla de Santo Domingo, como compensacin de las conquistas h e -chas por los franceses en Catalua y las provincias Vascongadas, que serian restituidas.

    A pesar de eso, Espaa supo con jbilo la conclusin de la paz, porque el rpido vuelo de las armas francesas en la ltima campaala habia atemorizado, y porque se habia enfriado su entusiasmo al verlo infructuoso de sus sacrificios. Algunos hubo, no obstante, que le dieron la calificacin de vergonzosa, que ciertamente no merece si solo se atiende al estado en que las cosas se encontraban al abrir las negociaciones. La parle espaola de Santo Domingo era poco productiva, y si era forzoso recuperar por rescate las prdidas de. la pennsula, cpiiz nada podia sernos menos sejS|jfi |jue tal cesin. La paz no fue ignominiosa; pero la guerra fue, como luego veremo^^Hfflo funesta que habia predicho el sabio conde de Aranda, hacia quien se volvieron co^pespeto todas las miradas.

    Que la guerra era injusta, dice Godoy, pretenda probarlo por teoras generales y por principios absolutos, alegando que aquella guerra atacaba al primero de lodos los derechos de cpie gozan las naciones, cpie es su independencia natural y poltica, que este derecho no penda de las formas de sus gobiernos, ni de (ales y tales gefes que estuviesen su c a -beza , sino que era intrnseco las naciones, por las cuales, y en fuerza solo de represen-tarlas, le disfrutaban los gobiernos; que las revoluciones no eran nuevas, sino viejas y comunes en la historia de los pueblos; que el derecho de estos de mejorar sus leyes y go-bierno era innato y eterno como ellos; que de Dios venia el poder para todas las socieda-des, como quiera que fuesen, monarquas repblicas, sagradas igualmente bajo tal con-cepto; que en las disensiones internas de los pueblos no tenan sus vecinos mas accin ni otros medios justificados de intervenir que los oficios amigables, cual conviene entre igua-les; que toda pretensin de obligarlos por las armas admitir leyes y formas sealadas de gobierno era una violacin de los derechos natural y de gentes; que aun con menos razn se podra emprender ninguna guerra para imponer la fuerza la sumisin tal persona, tal familia resistida desechada por los pueblos; que, siendo su deber como buen espa-ol y leal consejero, hablar verdad en aquel sitio, cual la conceba en su conciencia, no podia abstenerse de decir que la guerra contra la Francia no se hallaba fundada ni aun en protestos apariencias de justicia, pues que tales no podan ser los intereses y los lazos de familia entre los prncipes, intereses y lazos buenos de mantener cuando estrechan los nudos de los pueblos, pero daosos y funestos cuando rompen estos nudos y dividen las naciones; que, si bien era digno de alabanza el sentimiento natural que naca del pa ren -tesco y el piadoso deseo del augusto monarca que rega las Espaas, de ver restablecida la corona que llev en Francia su familia tantos siglos, mucho mas loable deba ser que por un heroico sacrificio de sus afecciones mas ntimas sometiese aquel deseo la ley comn de las naciones y la paz de los dos pueblos; que en las relaciones naturales y polticas de las naciones habia intereses y derechos mas positivos y elevados que los derechos per-sonales de las casas reinantes; y que, en fin, conocer estos derechos, respetarlos y tenerse en los lindes de la moderacin y la justicia, era mas gloria para un rey que pretender ven-gar, espensas de sus pueblos, un agravio de familia, que harto estaba ya vengado por los triunfos que haban logrado nuestras armas (1).

    Despus pas argir que la guerra era impoltica. Sus razones principales fueron estas: 1." cpie el objeto de aquella guerra abra el camino para legitimar la introduccin de las potencias estranjeras en los negocios interiores de los pueblos, y que la propia r a -zn (pie se adoptaba para combatir la repblica francesa podia servir esta para combatir su vez los gobiernos monrquicos, como ya de hecho se notaba en las medidas que la

  • 28 niSTOIUA DE ESPAA.

    El general Urrutia.

    que, siendo eternas las naciones, los intereses de estas eran siempre unos mismos; que en vez de guerrear contra la Francia y ayudar su ruina, se la deba auxiliar contra las miras ambiciosas de Inglaterra y la Alemania; que, combatida y enfrenada la Inglaterra largos aos por el poder martimo de la Espaa y la Francia unidas como dos hermanas, se gozaba aquella en la idea de dividirlas y de apartarlas para siempre, y de destruir una tras otra sus marinas, poco habia tan boyantes, libre entonces de invadir nuestros mares de ambas Indias y de apropiarse su comercio; que , la vista de tal peligro, puesta aun lado la cuestin de familia y de principios, mas que nunca en tal riesgo se debia renovar la alianza de la Francia y la Espaa; que la buena poltica someta las repugnancias y las quejas al inters supremo del Estado; que en aquella guerra los gabinetes aliados iban todos su provecho, mientras la Espaa peleaba para dao suyo solamente; (pie un rey, en fin, cuya ambicin no era. otra que el bien de sus vasallos, no debia sacrificarlos la es-peranza, mas que incierta, de reponer sus parientes por la fuerza de las armas, ni dejar que la Espaa se arruinase por la prosecucin de una guerra que , sobre ser injusta y al-tamente impoltica , le era gravosa en eslremo y superior sus recursos.

    REINADO DE CARLOS I V .