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latestadura.blogspot.com y latestadura.wordpress.com
Dirección General:
Mario Eduardo Ángeles.
Textos: Itzayana Delgadillo.
Consejo Editorial: Cristián Martín Padilla Vega, Bardo Garma, David Morales, Miguel Escamilla, Pedro Mo-reno, Salvador Huerta, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles y Jesús Reyes.
Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Paulina Romero, Flor de Liz, Tzolkín Montiel, Enrique Ibarra, Luis Alberto Arellano y Alejan-dro Angulo.
Contacto:
lat e s t ad ur al i t e r ar i a@ g mai l . c om
México, Agosto 2013.
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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus auto-
res. Cuida el planeta, no desperdicies papel.
CONTENIDO
-24 horas
-De reproches y venganza
-Juntos hasta la muerte
24 horas
La Testadura 7
24 horas
Hora 1:
La clase de las 7 am siempre me ha
parecido eterna. Los minutos transcurren
con lentitud; el ruido aunque no es mu-
cho, es ensordecedor. La bola de pende-
jos que tengo por compañeros nunca
deja de hablar, son nefastos, su sola pre-
sencia es abrumadora, esas voces, esos
rostros. Todo es tan desagradable. Miro
el reloj y son las 7:45 am, estos tipos si-
La Testadura 8
guen hablando, ni siquiera son temas que
nos interesen para la clase, hablan de su
vida, de su patética vida. Miro de nuevo el
reloj, 7:48 am, parece que este infierno
no tiene fin.
Hora 3:
Todo es tan monótono y aburrido,
siempre son las mismas clases, los mis-
mos profesores elitistas y la misma gente
nefasta de siempre. Pasó la clase de las
8 am y nada nuevo. La clase de las 10 am
más detestable que nunca y yo sigo atra-
pado en estas 4 paredes. *¿qué harías si
hoy fuera tu último día?* de nuevo las
La Testadura 9
voces en mi cabeza están molestándome,
las ignoro por un rato pero más tarde
empiezo a pensar en ello. ¿Qué haría?
Hora 5:
Allí está ella, la chica con la sonrisa
más bella que he visto, camina hacia mí,
me mira y sonríe. Mi mundo tiembla, ella
es perfecta pero nunca se fijaría en un
tipo tan patético y desagradable como yo.
Suena el timbre, hora de entrar a clase.
Hora 8:
Nada nuevo pasa por mi vida. Siem-
pre hago las mismas cosas aburridas :
Mo. Eduardo Ángeles
La Testadura 11
desayunar, ir a la escuela, comer, hacer
tarea, dormir; siempre veo los mismos
paisajes, la misma gente. La rutina es
dueña de mi vida, nada es diferente y eso
hace que me sienta frustrado con mi vida,
atrapado en un mundo en el que no per-
tenezco. Necesito escapar.
Hora 12:
No sé, con exactitud, en qué momento
dejé que la realidad aplastara mis sue-
ños. Cuando era pequeño soñaba con ser
un súper héroe y salvar el mundo, quería
escribir las historias más bellas y salvar
muchas vidas, ya lo había olvidado, pero
La Testadura 12
hoy estoy dispuesto a recuperarlos, los
saqué del bote de la basura y los desem-
polvé. Gracias a esos sueños, hoy me
sentí con el valor para vencer mis miedos.
Hora 15:
Una vez en la calle, no sabía por dón-
de empezar. La ciudad era la misma de
siempre pero yo ya no la veía igual, la
mezcla de colores que predomina esta
noche, me cautivó. Quiero hacer tantas
cosas, ir a tantos lugares y probar tantos
sabores. Es posible que el tiempo no me
alcance para hacer realidad todos esos
sueños, para conocer tantas cosas, pero
La Testadura 13
es momento de iniciar esta aventura.
Hora 20:
Nunca me había sentido tan bien co-
mo ahora.
Las madrugadas en la ciudad siempre
son más hermosas cuando está lloviendo
y contemplar ese paisaje en compañía de
mi mejor amigo hizo de esas horas algo
inolvidable. Le conté de mis sueños y mis
planes, quería empezar a cumplirlos hoy
mismo. Era ahora o nunca.
Hora 23:
Caminé a casa, entré corriendo hasta
La Testadura 14
el cuarto donde dormía mi madre, le di un
beso en la frente y le dije cuanto la amo.
Me dirigí a la parada del bus, dispuesto a
iniciar con mi nueva vida. La chica de la
bella sonrisa estaba ahí, esperando el
bus, me acerqué a ella, no sé de donde
saqué el valor pero la besé. Estaba emo-
cionado y a la vez apenado, así que en
vez de tomar el bus, empecé a caminar a
la escuela.
Hora 0:
Tuve el día más feliz de mi vida y aun
así no me era suficiente. Aún me faltaba
una cosa por cumplir, así que corrí y corrí
La Testadura 15
hasta encontrar el edificio más alto de la
ciudad. Subí hasta llegar a la azotea, el
cielo se veía maravilloso, era el amanecer
más precioso que alguna vez había visto,
me sentía pleno y ya no tenía miedo, solo
que aun necesitaba un poco más para
sentirme de verdad vivo, así que caminé
lentamente hasta llegar al borde del edi-
ficio, ahí me detuve a observar la ciudad,
la adrenalina envenenó mi alma y yo sólo
pude preguntarme:
¿Cómo ha de ser volar?
De reproches y venganza
La Testadura 17
De reproches y venganza
¿Alguna vez has tenido un secreto que
consume tu alma? Yo sí…
Para mí, él era lo más importante, era
mi mejor amigo; para él, yo era la puta
con la que se acostaba cada vez que te-
nía ganas y sí, yo estaba consciente de
eso y me cagaba la idea, pero para mi
pinche suerte él era un experto en enga-
ños y yo, yo me dejé seducir por la sen-
sualidad de sus mentiras. Estaba atada a
Macaria España
La Testadura 19
su boca, a su cuerpo, a su sexo y la ver-
dad es que así me sentía bien y a veces,
sólo a veces me sentía feliz.
Pero casi siempre deseaba que él
fuera solo mío y es que era inevitable
sentirme como idiota cada vez que me
dejaba para estar con cualquier perra que
le cruzara en el camino. Siempre había
algo más interesante que hacer o alguien
más importante a quien ver. Y yo, yo se-
guía ahí como pendeja esperándolo, es-
peraba que él se tomara la molestia de ir
a donde me encontraba para estar con-
migo, para hacerme suya, solo esperaba
que él fuera mío, sólo mío. Sin embargo,
La Testadura 20
siempre era lo mismo, nunca tenía tiem-
po para mí, al menos no cuando yo se lo
pedía. Y eso tenía que acabar.
Como si todo lo anterior no hubiese
sido suficiente, desde algunos días atrás
lo sentía lejos. Cada vez sentía sus ganas
más apagadas, su cuerpo más frío, sus
caricias más monótonas. En sus labios ya
no había sabor, ya no encontraba calor
en sus brazos, ya no había cariño en sus
ojos. Ya no hacíamos el amor, ahora era
solo sexo.
Hacía mucho que no lo veía, ni siquie-
ra la miseria de tiempo que antes dejaba
para mí. Empezaba a creer que está vez
La Testadura 21
había alguien a quien de verdad quería o
tal vez, sólo ya no deseaba verme. Poco a
poco se alejaba de mí, pero yo no podía
permitir que se fuera, no sabía vivir sin él,
lo necesitaba a mi lado.
Un día entré a su casa, subí hasta su
cuarto. Me detuve a observarlo por un
rato, ese rostro tan cálido, ese cuerpo
que me incitaba a pecar y esas manos
que me llevaban a la gloria. Entonces el
despertó, se asustó un poco al verme ahí,
yo le sonreí y él pareció tranquilizarse. Me
acerqué a él y besé su frente, sus meji-
llas, sus labios. Él empezó a jugar conmi-
go, me desnudó y empezó a penetrarme,
La Testadura 22
pero aun así no sentía que fuera mío,
entonces me desesperé y bajé corriendo,
quería salir de ahí pero algo me dijo
*anda, haz que sea tuyo*, consideré la
propuesta, caminé a la cocina y tomé un
cuchillo *es la única forma en la que él
puede ser solo tuyo*, lo pensé varias
veces mientras sostenía el filoso cuchillo
en mis manos *vamos no seas cobarde*,
estaba decidida, así que subí rápidamen-
te la escalera, entré a su cuarto, me acer-
qué a él y sin pensarlo apuñalé su co-
razón una y otra vez hasta que él se
desangró por completo *se siente
bien ¿no?*, vaya que se sentía bien.
Mo. Eduardo Ángeles
La Testadura 24
La voz desapareció.
Mis manos estaban llenas de su san-
gre y eso parecía no importarme, para mí
su cuerpo acribillado era como una obra
de arte, una obra que yo había hecho y
me sentía satisfecha con el resultado,
sentir su sangre era como tocar el cielo,
estaba en éxtasis y cada una de sus supli-
cas fueron para mí, un eco de todas las
lágrimas que había derramado por culpa
suya.
Fue entonces cuando me sentí verda-
deramente feliz, con mis manos llenas de
su sangre, con el olor de su muerte, con
su sufrimiento en mi mente, con mi alma
La Testadura 25
extasiada por el sabor de la venganza y es
que aunque no era mío ya no podía ser de
nadie.
Juntos hasta la muerte
La Testadura 27
Juntos hasta la muerte
La miré fijamente, ella era preciosa.
Estaba ahí, recostada, sumergida en un
profundo sueño del cual ya no iba a des-
pertar, así es, estaba muerta. Yo no podía
creerlo, ella era demasiado joven para
estar muerta, pero yo no podía hacer na-
da para devolverle la vida; sólo me paré
ahí, a lado de su ataúd, recordando su
sonrisa tan luminosa, su mirada tan cáli-
da, recordé la frase que en algún momen-
La Testadura 28
nos habíamos dicho:
“quiero vivir contigo hasta morir”
Y así lo había hecho ella, estuvo con-
migo hasta que la muerte la arrancó de
mis brazos. Y ahora ¿qué se suponía que
debía hacer? ¿resignarme? Juro que lo
intenté pero no me fue posible, ella era el
gran amor de mi vida y yo no me podía
dar el lujo de perderla, pero ¿qué podía
hacer si ya estaba muerta?, sé que juré
estar con ella hasta la muerte, hasta mi
muerte y esa aún no había llegado.
-¡Esperen, no se lleven el ataúd, aún
no estoy listo!- Grité con fuerza pero na-
die me escuchó.
La Testadura 29
Se la habían llevado al cementerio,
para luego abandonarla en ese oscuro
agujero de tierra. La dejaron ahí sin nadie
que la escuchara, sin nadie que hablara
con ella y yo no podía permitírselo, por-
que sabía que ella detestaba la soledad y
necesitaba tener a alguien que la escu-
chara. Ella no sabía estar sin mí.
Me desesperé de sobremanera y es
que sentía que le había abandonado, que
estaba rompiendo mi promesa y no podía
soportarlo porque ella creía en mí y sabía
que si no iba por ella, dejaría de amar-
me… entonces me armé de valor. To-
mé una pala y conduje el carro hasta
La Testadura 30
el cementerio, busqué, de entre todas, su
tumba. Pedí perdón a Dios por lo que iba
a hacer y comencé a excavar.
Con cada puño de tierra que sacaba
me sentía más y más cerca de mi amada.
Mi corazón empezó a agitarse, me sentía,
de cierta manera, feliz. Cuando la pala
chocó con la caja, sentí que el corazón
iba a salirse de mi pecho. Abrí con veloci-
dad la caja, vi sus ojos ya sin vida, su piel
tan blanca, tan fría, pero nada de esto
importó, yo seguía amándola con el fervor
de cuando nuestra relación inició.
La tomé en mis brazos y la llevé hasta
el coche. La senté, como de costumbre,
La Testadura 31
en el asiento del copiloto, y comencé a
conducir de vuelta a casa:
“-Lamento haber dejado que te ente-
rraran y te dejaran sola en ese lugar,
amor mío, es que no sabía qué hacer,
estaba asustado y no podía concebir la
vida sin ti, pero no sabía cómo reaccionar
ante tal situación. Pero ya estoy contigo,
amor, y debo aceptar que te veo más her-
mosa que nunca, me muero por besarte y
por tenerte de nuevo entre mis brazos.”
Una vez que llegamos a casa, la subí
al cuarto y la recosté en la cama. No sa-
bía qué hacer con ella, por una parte mi
cuerpo ardía de deseo por estar con ella,
La Testadura 32
y por otra mi cabeza me decía que todo
eso estaba mal. Sin embargo, llegó un
momento en el que perdí el control total
de mi cuerpo. Las ganas por hacerle el
amor estaban consumiendo mi alma y no
pude luchar más con ello.
Comencé a besarla, primero la frente,
las mejillas, su boca y por último sus se-
nos. La despojé de su empolvada ropa y
recorrí con caricias cada rincón de su frio
cuerpo, abrí ligeramente sus piernas y la
penetré con fuerza. Su cuerpo sin vida,
sin ganas y la ausencia de sus gemidos
me excitaban cada vez más y así seguí
cogiéndomela hasta que llegué al éxtasis
La Testadura 33
y llené su vagina con mi semen caliente.
Reposé unos cuantos minutos y volví a
comenzar de nuevo, y es que su cuerpo
sin vida me prendía cada vez más, mi
pene se adueñó de cada orificio de su
cuerpo, esa fue la primera vez en que
pude cogérmela de la manera que siem-
pre había querido y que ella nunca me
había dejado. Aquella noche terminé
exhausto y satisfecho como pocas veces
en la vida.
Sin embargo, una vez terminado el
acto sexual me sentí sucio y desagrada-
ble, no sé cómo es que había tenido
el valor para ultrajar de esa forma tan
salvaje el cuerpo ya sin vida de mi espo-
sa, así que lo único que quería era termi-
nar con mi desgraciada vida. Entonces
caminé desesperado hasta el closet, to-
mé la pistola que había escondido ahí
por más de 10 años, la introduje en mi
boca y estaba a punto de jalar el gatillo
cuando la policía irrumpió en mi casa
deteniendo de esta forma mi suicidio.
Desde entonces y gracias al crimen
que cometí con el cuerpo de mi difunta
esposa, vivo esclavizado en este hospital
psiquiátrico y debo admitir que no hay un
solo día en el que no desee tener en mis
manos el cuerpo de algún difunto para
hacerle el amor.
Verónica Posada
Estos tres cuentos giran en torno a la muerte,
pero presentada desde diferentes puntos de
vista: un asesinato, un intento de suicidio y algo
que no sé cómo nombrar. A dos de ellos los
considero los cuentos más enfermos que he
escrito, y bueno, si algún día están aburridos, pues léanlos, proba-
blemente pasen un rato agradable.
ITZAYANA DELGADILLO nació en Agosto de 1993 en la ciudad de
México. Apasionada por el mundo de la moda y la literatura. Ac-
tualmente estudia la Lic. en Letras Españolas en la Universidad de
Guanajuato. Es miembro del equipo de redacción en la revista
universitaria Estafeta UG y también ha colaborado con la revista
digital Golfa. Ocasionalmente escribe en http://
esperanzasazules.blogspot.mx/
¡Que la voz corra!.
La Testadura, una literatura de paso