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y ZUR Revista de cultura, literatura y creación Año 1, Número 1 otoño 2001 edwards onetti • batuecas ciencia ficción • poesía • cuentos

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yZURRevista de cultura,

literatura y creación

Año 1, Número 1 otoño 2001

edwards • onetti • batuecas

ciencia ficción • poesía • cuentos

yZURRevista de cultura,

literatura y creación

Año 1, Número 1 otoño 2001

edwards • onetti • batuecas

ciencia ficción • poesía • cuentos

yZUR es una publicación semestral editada por estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués de Rutgers, The State University of New Jersey. Ediciones Bárbaras. New Brunswick, 2001.

Edición: Leandro Delgado. Consejo Editorial: Gustavo Arango, Leandro Delgado, Luis Intersimone y René Rodríguez. Ilustraciones: Leandro Delgado. Diseño: Gustavo Arango

La publicación de este primer número fue posible gracias al generoso aporte de RULAS (The Program of Latin American Studies at Rutgers University). El contenido de los trabajos presentados es responsabilidad de sus autores.

Por contactos y colaboraciones, los interesados pueden mandar sus mensajes a Gustavo Arango ([email protected]), Leandro Delgado ([email protected]) o Luis Intersimone ([email protected]).

yZUR es una publicación semestral editada por estudiantes graduados del Departamento de Español y Portugués de Rutgers, The State University of New Jersey. Ediciones Bárbaras. New Brunswick, 2001.

Edición: Leandro Delgado. Consejo Editorial: Gustavo Arango, Leandro Delgado, Luis Intersimone y René Rodríguez. Ilustraciones: Leandro Delgado. Diseño: Gustavo Arango

La publicación de este primer número fue posible gracias al generoso aporte de RULAS (The Program of Latin American Studies at Rutgers University). El contenido de los trabajos presentados es responsabilidad de sus autores.

Por contactos y colaboraciones, los interesados pueden mandar sus mensajes a Gustavo Arango ([email protected]), Leandro Delgado ([email protected]) o Luis Intersimone ([email protected]).

CONTENIDO

EditorialEl mono que habla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

Ana FigueroaEl boom antes del boom . . . . . . . . . . . . . . . 5

Gustavo ArangoOnetti y la importancia . . . . . . . . . . . . . . . 20

Jorge MarconeBatuecas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

Leandro DelgadoDictaduras marcianas. . . . . . . . . . . . . . . . 44

Carmen CarvajalUn cuento para que mi niña se lo lea a su papá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

René RodríguezEl insomnio de la frivolidad . . . . . . . . . . . 65

Leandro DelgadoCielorraso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

Marcela RuizEscenas de un naufragio . . . . . . . . . . . . . . 76

Hamlet O’HaraPoemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

Fredy IntersimoneSonetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86

Colaboraron en este número. . . . . . . . . . . 88

CONTENIDO

EditorialEl mono que habla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

Ana FigueroaEl boom antes del boom . . . . . . . . . . . . . . . 5

Gustavo ArangoOnetti y la importancia . . . . . . . . . . . . . . . 20

Jorge MarconeBatuecas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28

Leandro DelgadoDictaduras marcianas. . . . . . . . . . . . . . . . 44

Carmen CarvajalUn cuento para que mi niña se lo lea a su papá. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60

René RodríguezEl insomnio de la frivolidad . . . . . . . . . . . 65

Leandro DelgadoCielorraso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73

Marcela RuizEscenas de un naufragio . . . . . . . . . . . . . . 76

Hamlet O’HaraPoemas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82

Fredy IntersimoneSonetos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86

Colaboraron en este número. . . . . . . . . . . 88

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El mono que hablaCuando el pobre mono Yzur nació

de la pluma de Lugones, fue para morir al mismo tiempo. No fue la breve vida del simio lo que nos inspiró a bautizar a esta publicación con su nombre sino el aspecto experimental del cuento y de la obra de su autor. Yzur, el desdichado mono que aprende a hablar luego de salvajes tratamientos, nos parecía un modelo de experimentación algo bizarro y no del todo correcto, aunque de resultados impredecibles, hay que admitirlo. Por otra parte, el nombre enigmático de la criatura evocaba, además del caro punto cardinal del que todos más o menos provenimos, a una publicación de mediados del siglo XX que, por veneración, ni siquiera intentamos mencionar.

Como se entenderá, Yzur es una publicación experimental que busca (más que la publicación de artículos

El mono que hablaCuando el pobre mono Yzur nació

de la pluma de Lugones, fue para morir al mismo tiempo. No fue la breve vida del simio lo que nos inspiró a bautizar a esta publicación con su nombre sino el aspecto experimental del cuento y de la obra de su autor. Yzur, el desdichado mono que aprende a hablar luego de salvajes tratamientos, nos parecía un modelo de experimentación algo bizarro y no del todo correcto, aunque de resultados impredecibles, hay que admitirlo. Por otra parte, el nombre enigmático de la criatura evocaba, además del caro punto cardinal del que todos más o menos provenimos, a una publicación de mediados del siglo XX que, por veneración, ni siquiera intentamos mencionar.

Como se entenderá, Yzur es una publicación experimental que busca (más que la publicación de artículos

yZUR - EDITORIAL yZUR - EDITORIAL

6 Editorial 6 Editorial

agrupados alrededor de un tema de acuerdo con el comportamiento editorial que cientos de publicaciones académicas ya realizan de manera inobjetable) publicar artículos que, sea por su carácter, por su encare o por su forma caprichosa aparezcan frente al lector como originales y con un afán literario. En otras palabras, artículos raros y personales que sólo se permiten a las plumas consagradas. No es prudente decir mucho más acerca de lo que pensamos que la revista debe ser pues irá tomando, ciertamente, la forma de la incertidumbre. Convocamos para este primer número exclusivamente a los estudiantes y profesores del departamento de Español y Portugués de Rutgers University, convocatoria que se hace, desde aquí y ahora, extensiva a todos aquellos que lean estas páginas. (Para el número dos, haremos una convocatoria formal y más específica).

La convocatoria de este número procuró reunir entrevistas, artículos, cuentos y poesía. Reunido el material, comprobamos que había mucho más ficción y poesía de lo sospechado y, por lo tanto, que la gran mayoría de los estudiantes graduados se dedica, en silencio y con paciencia, a escribir de la mano de su propia inspiración. Este asunto lleva a

agrupados alrededor de un tema de acuerdo con el comportamiento editorial que cientos de publicaciones académicas ya realizan de manera inobjetable) publicar artículos que, sea por su carácter, por su encare o por su forma caprichosa aparezcan frente al lector como originales y con un afán literario. En otras palabras, artículos raros y personales que sólo se permiten a las plumas consagradas. No es prudente decir mucho más acerca de lo que pensamos que la revista debe ser pues irá tomando, ciertamente, la forma de la incertidumbre. Convocamos para este primer número exclusivamente a los estudiantes y profesores del departamento de Español y Portugués de Rutgers University, convocatoria que se hace, desde aquí y ahora, extensiva a todos aquellos que lean estas páginas. (Para el número dos, haremos una convocatoria formal y más específica).

La convocatoria de este número procuró reunir entrevistas, artículos, cuentos y poesía. Reunido el material, comprobamos que había mucho más ficción y poesía de lo sospechado y, por lo tanto, que la gran mayoría de los estudiantes graduados se dedica, en silencio y con paciencia, a escribir de la mano de su propia inspiración. Este asunto lleva a

El mono que habla El mono que habla7 7

la reflexión sobre los programas habituales de los departamentos de Español que carecen por completo de espacios dedicados a la creación, reflexión que bien podría ser el tema de algún próximo artículo. Por su parte, los trabajos no ficcionales están preocupados, de manera casi siempre explícita, por la escritura, digamos desde un punto de vista fenomenológico.

Hay en este número una entrevista a Jorge Edwards reflexionando sobre el escritor frente a su oficio en momentos en que se gestaba el boom latinoamericano. La crónica de un viaje errado es el modo de abordar y describir un lugar que conserva su sabor utópico precisamente porque su distraído autor no llegó a conocerlo: eso es Batuecas. La descripción de una historia personal a caballo entre las dictaduras argentina y uruguaya desde la infancia de quien escribe, envuelto en un mundo de ciencia ficción, permite imaginar historias personales posibles. Un lapsus de Juan Carlos Onetti, a su vez, dispara reflexiones que apuntan hacia el sentido absurdo de la escritura. Luego hay cuentos insomnes, prosas desencantadas y sonetos perfectos.

Para quienes puedan objetar la ilustración de tapa señalando que debió ser un mono el que escribe desde su teclado y no ese personaje como salido del siglo de oro español, la observación es válida, aunque merece una aclaración. Luego de ensayar y probar varias posturas frente al teclado, el mono fue quedando demasiado parecido a esos posters deprimentes donde el mono está en su despacho con la mona secretaria, el mono sentado en el inodoro, el mono cantante, el mono con el cepillo de dientes y tantos otros atentados contra los derechos de los animales. Hasta tanto no sea resuelto de manera satisfactoria por el departamento

la reflexión sobre los programas habituales de los departamentos de Español que carecen por completo de espacios dedicados a la creación, reflexión que bien podría ser el tema de algún próximo artículo. Por su parte, los trabajos no ficcionales están preocupados, de manera casi siempre explícita, por la escritura, digamos desde un punto de vista fenomenológico.

Hay en este número una entrevista a Jorge Edwards reflexionando sobre el escritor frente a su oficio en momentos en que se gestaba el boom latinoamericano. La crónica de un viaje errado es el modo de abordar y describir un lugar que conserva su sabor utópico precisamente porque su distraído autor no llegó a conocerlo: eso es Batuecas. La descripción de una historia personal a caballo entre las dictaduras argentina y uruguaya desde la infancia de quien escribe, envuelto en un mundo de ciencia ficción, permite imaginar historias personales posibles. Un lapsus de Juan Carlos Onetti, a su vez, dispara reflexiones que apuntan hacia el sentido absurdo de la escritura. Luego hay cuentos insomnes, prosas desencantadas y sonetos perfectos.

Para quienes puedan objetar la ilustración de tapa señalando que debió ser un mono el que escribe desde su teclado y no ese personaje como salido del siglo de oro español, la observación es válida, aunque merece una aclaración. Luego de ensayar y probar varias posturas frente al teclado, el mono fue quedando demasiado parecido a esos posters deprimentes donde el mono está en su despacho con la mona secretaria, el mono sentado en el inodoro, el mono cantante, el mono con el cepillo de dientes y tantos otros atentados contra los derechos de los animales. Hasta tanto no sea resuelto de manera satisfactoria por el departamento

Editorial Editorial8 8

gráfico de Yzur, dejemos al mono escribir libremente en la imaginación de nuestros lectores.

gráfico de Yzur, dejemos al mono escribir libremente en la imaginación de nuestros lectores.

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El boom antes del boom

Durante los veranos de 1958 a 1962 se produjeron los “Encuentros de Escritores” en la Universidad de Concepción, Chile. Estos encuentros se dieron en dos etapas entrelazadas, a modo de evolución. Los dos primeros se efectuaron en el verano y en el invierno de 1958 y tuvieron como centro el análisis de la literatura chilena1. No sólo se trataba de poner en el tapete de la discusión ideas estético-literarias, sino también analizar al organismo “universidad” como una forma de creación cultural. Según afirmó Gonzalo Rojas, creador y organizador de los Encuentros, en el discurso de inauguración: “Tenemos que asegurar que la Universidad es capaz de promover la auténtica autonomía cultural de nuestros pueblos, sin la cual la independencia política y la tan deseada independencia económica

Jorge Edwards recuerda cómo descubrió a los mejores autores latinoamericanos a través de revistas e investigadores europeos. Una generación que estaba a la vuelta de la esquina.

Ana Figueroa

El boom antes del boom

Durante los veranos de 1958 a 1962 se produjeron los “Encuentros de Escritores” en la Universidad de Concepción, Chile. Estos encuentros se dieron en dos etapas entrelazadas, a modo de evolución. Los dos primeros se efectuaron en el verano y en el invierno de 1958 y tuvieron como centro el análisis de la literatura chilena1. No sólo se trataba de poner en el tapete de la discusión ideas estético-literarias, sino también analizar al organismo “universidad” como una forma de creación cultural. Según afirmó Gonzalo Rojas, creador y organizador de los Encuentros, en el discurso de inauguración: “Tenemos que asegurar que la Universidad es capaz de promover la auténtica autonomía cultural de nuestros pueblos, sin la cual la independencia política y la tan deseada independencia económica

Jorge Edwards recuerda cómo descubrió a los mejores autores latinoamericanos a través de revistas e investigadores europeos. Una generación que estaba a la vuelta de la esquina.

Ana Figueroa

yZUR - ENTREVISTA yZUR - ENTREVISTA

6 Ana Figueroa 6 Ana Figueroa

no logran sentido cabal” (206)2. Con estas miras, Rojas logró reunir en la Universidad de Concepción a escritores e intelectuales de todas las tendencias políticas y estéticas que promovían una visión distinta del escritor y de las letras chilenas. Cito, nuevamente, al poeta: “Queremos vernos de verdad en el gran espejo de nuestras posibilidades y limitaciones, tomar clara conciencia, en una palabra, situarnos a nosotros mismos” (207). Lo que se buscaba, entonces, era un conocerse por dentro para poder proyectarse al exterior. Obviamente, se estaba cuestionando el destino del país y, al mismo tiempo, el rol del intelectual frente a los nuevos aires revolucionarios que estaban llegando desde el Caribe. Estos primeros Encuentros lograron crear el espíritu necesario para empezar a soñar una conversación mayor: a nivel americano. Lo de Concepción y Chillán puso en evidencia la necesidad de una crítica valoradora, rigurosa y especializada en cuanto a la función de la literatura en el país para luego proyectarla al continente. Se trataba de buscar, no sólo en la erudición, el papel de los intelectuales: éstos debían proyectarse más allá, debían reconocerse como centros generadores e intérpretes de una

no logran sentido cabal” (206)2. Con estas miras, Rojas logró reunir en la Universidad de Concepción a escritores e intelectuales de todas las tendencias políticas y estéticas que promovían una visión distinta del escritor y de las letras chilenas. Cito, nuevamente, al poeta: “Queremos vernos de verdad en el gran espejo de nuestras posibilidades y limitaciones, tomar clara conciencia, en una palabra, situarnos a nosotros mismos” (207). Lo que se buscaba, entonces, era un conocerse por dentro para poder proyectarse al exterior. Obviamente, se estaba cuestionando el destino del país y, al mismo tiempo, el rol del intelectual frente a los nuevos aires revolucionarios que estaban llegando desde el Caribe. Estos primeros Encuentros lograron crear el espíritu necesario para empezar a soñar una conversación mayor: a nivel americano. Lo de Concepción y Chillán puso en evidencia la necesidad de una crítica valoradora, rigurosa y especializada en cuanto a la función de la literatura en el país para luego proyectarla al continente. Se trataba de buscar, no sólo en la erudición, el papel de los intelectuales: éstos debían proyectarse más allá, debían reconocerse como centros generadores e intérpretes de una

“La verdad es que la gente de letras,

escritores, estudiosos, no se

juntaba para dialogar sobre el

oficio. Y había muy poca conciencia de

la literatura latinoamericana pensada como conjunto, como unidad con sus

diferencias”.

“La verdad es que la gente de letras,

escritores, estudiosos, no se

juntaba para dialogar sobre el

oficio. Y había muy poca conciencia de

la literatura latinoamericana pensada como conjunto, como unidad con sus

diferencias”.

El boom antes del boom El boom antes del boom7 7

realidad que les permitiera una visión más amplia y una inserción dentro del contexto latinoamericano. Algo que me lleva a mostrar el segundo momento de los Encuentros: el de los Escritores Americanos3.

Gracias a una beca otorgada por el Departamento de Español y Portugués y el Latin American Studies Program de Rutgers University, pude viajar a Chile a buscar el material para mi tesis de doctorado – cuyo centro son los Encuentros de Escritores. Al mismo tiempo, pude entrevistar también a algunos de sus participantes. Fue en este contexto que, un día lluvioso de julio a las 6 de la tarde, me encontré con Jorge Edwards –reciente ganador del Premio Cervantes en ese momento–, en su departamento de Santiago. Allí me esperaba con un pisco sour (típico trago chileno/peruano) preparado por él. La conversación se dio en tonos muy amistosos: Jorge Edwards es un hombre realmente encantador, por lo que el diálogo fue directo, dinámico y afectivo.

—Ana Figueroa: ¿Qué recuerda de estos Encuentros? ¿Cómo los define a la distancia?

—Jorge Edwards: Se produce en esos años un fenómeno que no había sucedido antes y es que se reúnen, creo que por primera vez, escritores latinoamericanos. Porque la gente miraba sólo hacia París, Nueva York o Madrid (aunque con el tema de Franco no está muy claro eso). La verdad es que la gente de letras, escritores, estudiosos, no se juntaba para dialogar sobre el oficio. Y había muy poca conciencia de la literatura latinoamericana pensada como conjunto, como unidad con sus diferencias. Yo, personalmente, hice algo para romper con eso, porque

realidad que les permitiera una visión más amplia y una inserción dentro del contexto latinoamericano. Algo que me lleva a mostrar el segundo momento de los Encuentros: el de los Escritores Americanos3.

Gracias a una beca otorgada por el Departamento de Español y Portugués y el Latin American Studies Program de Rutgers University, pude viajar a Chile a buscar el material para mi tesis de doctorado – cuyo centro son los Encuentros de Escritores. Al mismo tiempo, pude entrevistar también a algunos de sus participantes. Fue en este contexto que, un día lluvioso de julio a las 6 de la tarde, me encontré con Jorge Edwards –reciente ganador del Premio Cervantes en ese momento–, en su departamento de Santiago. Allí me esperaba con un pisco sour (típico trago chileno/peruano) preparado por él. La conversación se dio en tonos muy amistosos: Jorge Edwards es un hombre realmente encantador, por lo que el diálogo fue directo, dinámico y afectivo.

—Ana Figueroa: ¿Qué recuerda de estos Encuentros? ¿Cómo los define a la distancia?

—Jorge Edwards: Se produce en esos años un fenómeno que no había sucedido antes y es que se reúnen, creo que por primera vez, escritores latinoamericanos. Porque la gente miraba sólo hacia París, Nueva York o Madrid (aunque con el tema de Franco no está muy claro eso). La verdad es que la gente de letras, escritores, estudiosos, no se juntaba para dialogar sobre el oficio. Y había muy poca conciencia de la literatura latinoamericana pensada como conjunto, como unidad con sus diferencias. Yo, personalmente, hice algo para romper con eso, porque

Ana Figueroa Ana Figueroa8 8

era un chico intruso, y leía a muchos latinoamericanos. Ya en ese tiempo leía mucho a Borges, a Rulfo, a Carpentier, a Asturias. Escribí en el diario de la época –El Mercurio – en su página literaria, sobre Carpentier. Eso fue por el año 56, cuando a Carpentier no lo leía nadie acá en Chile. Ascanio Cotapos – un buen músico de Chile–, me dijo: “tú estás equivocado, Alejo Carpentier es músico”. Lo decía por su Historia de la música en Cuba. En esa discusión, Neruda se rió mucho porque le pareció raro. “¡Bah!” dijo, y agregó: “Alejo Carpentier escribiendo ahora ...¿desde cuándo?”. Eso quedó como una broma que hacíamos cuando hablábamos de literatura. En esa época escribí también sobre Miguel Ángel Asturias, lo que era también muy raro, porque eran autores latinoamericanos... Después, por unos contactos brasileños, conocí la poesía de Fernando Pessoa y escribí algo sobre él. Creo que soy el segundo escritor, de lengua española, en escribir algo sobre él. Primero fue Ángel Crespo. Entonces, en el año 57, para ganarme la vida – porque no tenía ninguna vocación especial para eso–, entré al Ministerio de Relaciones Exteriores. Se hizo un concurso. Como yo había estudiado derecho y todas esas cosas, participé en el concurso y me fue bien. Y a pesar de que me conformaba con sólo ir a conversar con Juan Guzmán Cruchaga, con Antonio Undurraga o con Salvador Reyes. Humberto Díaz Casanueva andaba por Nueva York por esa época. Bueno, andaba tan aburrido que ofrecieron una beca para ir a estudiar derecho internacional y yo la agarré al vuelo. Se ofrecían dos becas: una para Princeton y otra para la Universidad de Virginia. Yo me casé y partí a Princeton. Cuando volví a Chile ya estaba en movimiento todo eso de los

era un chico intruso, y leía a muchos latinoamericanos. Ya en ese tiempo leía mucho a Borges, a Rulfo, a Carpentier, a Asturias. Escribí en el diario de la época –El Mercurio – en su página literaria, sobre Carpentier. Eso fue por el año 56, cuando a Carpentier no lo leía nadie acá en Chile. Ascanio Cotapos – un buen músico de Chile–, me dijo: “tú estás equivocado, Alejo Carpentier es músico”. Lo decía por su Historia de la música en Cuba. En esa discusión, Neruda se rió mucho porque le pareció raro. “¡Bah!” dijo, y agregó: “Alejo Carpentier escribiendo ahora ...¿desde cuándo?”. Eso quedó como una broma que hacíamos cuando hablábamos de literatura. En esa época escribí también sobre Miguel Ángel Asturias, lo que era también muy raro, porque eran autores latinoamericanos... Después, por unos contactos brasileños, conocí la poesía de Fernando Pessoa y escribí algo sobre él. Creo que soy el segundo escritor, de lengua española, en escribir algo sobre él. Primero fue Ángel Crespo. Entonces, en el año 57, para ganarme la vida – porque no tenía ninguna vocación especial para eso–, entré al Ministerio de Relaciones Exteriores. Se hizo un concurso. Como yo había estudiado derecho y todas esas cosas, participé en el concurso y me fue bien. Y a pesar de que me conformaba con sólo ir a conversar con Juan Guzmán Cruchaga, con Antonio Undurraga o con Salvador Reyes. Humberto Díaz Casanueva andaba por Nueva York por esa época. Bueno, andaba tan aburrido que ofrecieron una beca para ir a estudiar derecho internacional y yo la agarré al vuelo. Se ofrecían dos becas: una para Princeton y otra para la Universidad de Virginia. Yo me casé y partí a Princeton. Cuando volví a Chile ya estaba en movimiento todo eso de los

El boom antes del boom El boom antes del boom9 9

Encuentros, como que ya habían comenzado a realizarse, me da la impresión. Pero lo que yo recuerdo bien es que, antes de partir, fui a Chillán a ese Encuentro que allí se hizo en 1959 y que organizó Gonzalo (Rojas). ¡Me acuerdo, mira, que leí un cuento! Era el primer cuento de mi libro El patio, el que se titula “El regalo”. A su propósito tuve una experiencia. En esa época todavía existía, aunque medio pasada, la estética del criollismo,

del mundonovismo: había que escribir sobre el campo y todas esas cosas. Y el cuento ése transcurre en un caserón que queda detrás del Parque Forestal. Se trata de una vieja que promete un regalo, al final regala un libro religioso, un libro poco atractivo, lleno de imágenes del infierno, del purgatorio y todo eso. Ese era el cuento. Me acuerdo que después se me acercó un mapuche, un verdadero mapuche de esas

tierras y me dijo que estaba fascinado con el cuento. Inmeditamente pensé que se podía superar esa limitación de que “hay” que escribir sobre el campo y sobre la tierra, el mundo rural. Después leí un ensayo de Cortázar que habla de una experiencia muy parecida, pero con un grupo de gauchos en la pampa a quienes les lee un cuento surrealista parisino. Esas son algunas de las cosas que me acuerdo

Encuentros, como que ya habían comenzado a realizarse, me da la impresión. Pero lo que yo recuerdo bien es que, antes de partir, fui a Chillán a ese Encuentro que allí se hizo en 1959 y que organizó Gonzalo (Rojas). ¡Me acuerdo, mira, que leí un cuento! Era el primer cuento de mi libro El patio, el que se titula “El regalo”. A su propósito tuve una experiencia. En esa época todavía existía, aunque medio pasada, la estética del criollismo,

del mundonovismo: había que escribir sobre el campo y todas esas cosas. Y el cuento ése transcurre en un caserón que queda detrás del Parque Forestal. Se trata de una vieja que promete un regalo, al final regala un libro religioso, un libro poco atractivo, lleno de imágenes del infierno, del purgatorio y todo eso. Ese era el cuento. Me acuerdo que después se me acercó un mapuche, un verdadero mapuche de esas

tierras y me dijo que estaba fascinado con el cuento. Inmeditamente pensé que se podía superar esa limitación de que “hay” que escribir sobre el campo y sobre la tierra, el mundo rural. Después leí un ensayo de Cortázar que habla de una experiencia muy parecida, pero con un grupo de gauchos en la pampa a quienes les lee un cuento surrealista parisino. Esas son algunas de las cosas que me acuerdo

10 Ana Figueroa 10 Ana Figueroa

del Encuentro en Chillán. Había también una poetisa llamada Ximena Sepúlveda y estaban, entre otros, Claudio Giaconi, Leopoldo Castedo, con el que me devolví, en su auto, a Santiago. También me acuerdo que en Chillán nos movíamos todo el tiempo: íbamos para un lugar, luego para otro. Había unas señoras que nos invitaban a tomar pisco sour... En fin, todo el mundo iba y venía. Fue algo super animado: mucho trago, mucha comida y, por supuesto, mucha conversación. Había mucha gente de Concepción: Daniel Belmar, Juan Loveluck, Alfredo Lefevbre. Una experiencia para mí inédita —AF: ¿Y cuándo conoces a Carlos Fuentes? ¿En ese Encuentro o en otra circunstancia?—JE: Me acuerdo haber estado un día en Santiago en la casa de Neruda, la del cerro San Cristóbal, a la que llegó Carlos Fuentes, que era el joven escritor mexicano, lleno de éxito, que acababa de publicar La región más transparente. Siempre estaba rodeado de quienes le escuchábamos todo lo que decía, como si fuera un oráculo. Creo que habló de Balzac. Sí, me parece recordar que habló de Balzac. Como yo era un buen

del Encuentro en Chillán. Había también una poetisa llamada Ximena Sepúlveda y estaban, entre otros, Claudio Giaconi, Leopoldo Castedo, con el que me devolví, en su auto, a Santiago. También me acuerdo que en Chillán nos movíamos todo el tiempo: íbamos para un lugar, luego para otro. Había unas señoras que nos invitaban a tomar pisco sour... En fin, todo el mundo iba y venía. Fue algo super animado: mucho trago, mucha comida y, por supuesto, mucha conversación. Había mucha gente de Concepción: Daniel Belmar, Juan Loveluck, Alfredo Lefevbre. Una experiencia para mí inédita —AF: ¿Y cuándo conoces a Carlos Fuentes? ¿En ese Encuentro o en otra circunstancia?—JE: Me acuerdo haber estado un día en Santiago en la casa de Neruda, la del cerro San Cristóbal, a la que llegó Carlos Fuentes, que era el joven escritor mexicano, lleno de éxito, que acababa de publicar La región más transparente. Siempre estaba rodeado de quienes le escuchábamos todo lo que decía, como si fuera un oráculo. Creo que habló de Balzac. Sí, me parece recordar que habló de Balzac. Como yo era un buen

“Entonces acompañé al viejo

Priesling y a su mujer por acá en

Santiago y él hablaba

continuamente de ese autor

latinoamericano de quien había leído una traducción al

inglés: hablaba de Los pasos perdidos”.

“Entonces acompañé al viejo

Priesling y a su mujer por acá en

Santiago y él hablaba

continuamente de ese autor

latinoamericano de quien había leído una traducción al

inglés: hablaba de Los pasos perdidos”.

El boom antes del boom El boom antes del boom11 11

lector de Balzac, me pareció muy estimulante lo que dijo.

—AF: ¿Tú no conocías para nada a Carlos Fuentes?

—JE: No, para nada, ni a él como persona ni su obra. Leí La región... poco después de eso. (Yo creo que Alejo Carpentier estuvo también en los Encuentros, porque me reuní con él poco tiempo después acá en Santiago). También me acuerdo que había un gringo, un profesor de historia...

—AF: ¿Tannembaum?—JE: ¡Ése, ese mismo! A este gringo

Tannembaum, yo lo había conocido cuando estuve en Princeton, pero no lo había oído, aunque lo recordaba porque era profesor en Nueva York en Columbia, me parece, y allí había llegado un viejo político ecuatoriano, una especie de representante de la izquierda romántica, o algo de ese tipo, que se llamaba Parra y con quien tuvo sus encontronazos. Había llegado a Princeton y luego fue invitado por Tannembaum a Nueva York y allí partí yo con él. El gringo me parecía bastante inofensivo: el típico hispanista gringo... y el pobre llegó acá a Chile con Carlos Fuentes, quien rebatió fuertemente sus posiciones federalistas, algo que se convirtió en hecho histórico.

—AF: Esa fue una polémica fundamentalmente política y en verdad tuvo resonancias ¿Se dieron también en el ámbito estricto de lo literario?

—JE: La verdad es que no recuerdo grandes discusiones literarias. Lo que sí recuerdo es el lado político de la discusión: se politizó mucho y hubo discursos antimperialistas. Eran los comienzos de la

lector de Balzac, me pareció muy estimulante lo que dijo.

—AF: ¿Tú no conocías para nada a Carlos Fuentes?

—JE: No, para nada, ni a él como persona ni su obra. Leí La región... poco después de eso. (Yo creo que Alejo Carpentier estuvo también en los Encuentros, porque me reuní con él poco tiempo después acá en Santiago). También me acuerdo que había un gringo, un profesor de historia...

—AF: ¿Tannembaum?—JE: ¡Ése, ese mismo! A este gringo

Tannembaum, yo lo había conocido cuando estuve en Princeton, pero no lo había oído, aunque lo recordaba porque era profesor en Nueva York en Columbia, me parece, y allí había llegado un viejo político ecuatoriano, una especie de representante de la izquierda romántica, o algo de ese tipo, que se llamaba Parra y con quien tuvo sus encontronazos. Había llegado a Princeton y luego fue invitado por Tannembaum a Nueva York y allí partí yo con él. El gringo me parecía bastante inofensivo: el típico hispanista gringo... y el pobre llegó acá a Chile con Carlos Fuentes, quien rebatió fuertemente sus posiciones federalistas, algo que se convirtió en hecho histórico.

—AF: Esa fue una polémica fundamentalmente política y en verdad tuvo resonancias ¿Se dieron también en el ámbito estricto de lo literario?

—JE: La verdad es que no recuerdo grandes discusiones literarias. Lo que sí recuerdo es el lado político de la discusión: se politizó mucho y hubo discursos antimperialistas. Eran los comienzos de la

Ana Figueroa Ana Figueroa12 12

Revolución Cubana. Entonces, se vio, aunque no sé si se notó – más allá de la atmósfera muy militantemente anti-yanqui – un nacionalismo latinoamericano, la idea de una novela, por ejemplo, que reflejara ese tipo de conflictos con algunas ideas teórico-literarias cuya base fuera la de un realismo crítico. Pero, como te digo, yo no estuve metido en el asunto, porque recién había llegado y aquí, en Chile, se había armado la discusión –quien la armó en gran parte fue Lafourcade – sobre la hipotética existencia de la generación del 50. Me acuerdo que llegué al salón de la Universidad de Chile, que es un salón enorme, y estaba todo el mundo discutiendo sobre el tema de la generación del 50, que se presentaba como una generación iconoclasta, rebelde, pero no militante, sino más bien con una perspectiva media suelta, media anárquica. Predominaba la idea del rebelde sin causa, la idea del iracundo. Había un gran debate en el Salón de Honor y coincidía con estos debates en Concepción. Me acuerdo que todo el mundo gritaba. Era una cosa rarísima. En el fondo de la sala había una poeta que le gritaba a quien pasara unos garabatos terribles: era la Cata Undurraga. ¿Tú conoces a ese personaje? Ese es el ambiente que yo recuerdo a mi llegada de los Estados Unidos. El haber estado en Estados Unidos me abrió los ojos con respecto al tema latinoamericano, porque este Parra que te dije, era un viejo político ecuatoriano, periodista con toda una historia de denuncia de las explotaciones en Ecuador. Eso coincide también con mis lecturas de Miguel Ángel Asturias, de Alejo Carpentier. A ver, Anita, déjame establecer una cosa de fechas, porque esto es importante de ver.

Revolución Cubana. Entonces, se vio, aunque no sé si se notó – más allá de la atmósfera muy militantemente anti-yanqui – un nacionalismo latinoamericano, la idea de una novela, por ejemplo, que reflejara ese tipo de conflictos con algunas ideas teórico-literarias cuya base fuera la de un realismo crítico. Pero, como te digo, yo no estuve metido en el asunto, porque recién había llegado y aquí, en Chile, se había armado la discusión –quien la armó en gran parte fue Lafourcade – sobre la hipotética existencia de la generación del 50. Me acuerdo que llegué al salón de la Universidad de Chile, que es un salón enorme, y estaba todo el mundo discutiendo sobre el tema de la generación del 50, que se presentaba como una generación iconoclasta, rebelde, pero no militante, sino más bien con una perspectiva media suelta, media anárquica. Predominaba la idea del rebelde sin causa, la idea del iracundo. Había un gran debate en el Salón de Honor y coincidía con estos debates en Concepción. Me acuerdo que todo el mundo gritaba. Era una cosa rarísima. En el fondo de la sala había una poeta que le gritaba a quien pasara unos garabatos terribles: era la Cata Undurraga. ¿Tú conoces a ese personaje? Ese es el ambiente que yo recuerdo a mi llegada de los Estados Unidos. El haber estado en Estados Unidos me abrió los ojos con respecto al tema latinoamericano, porque este Parra que te dije, era un viejo político ecuatoriano, periodista con toda una historia de denuncia de las explotaciones en Ecuador. Eso coincide también con mis lecturas de Miguel Ángel Asturias, de Alejo Carpentier. A ver, Anita, déjame establecer una cosa de fechas, porque esto es importante de ver.

El boom antes del boom El boom antes del boom13 13

Jorge Edwards se dirige a su estudio a buscar unos libros y trae consigo la primera edición de Los pasos perdidos.

—JE: Tengo acá un libro firmado por Carpentier en enero de 1962: debe ser otro de los viajes que hizo por acá. Mira, no solamente está firmado, sino que pone, dibuja el pentagrama de la música que el personaje principal está creando. Tú sabes todo lo que él sabía de música. A ver Anita, yo firmé ese

libro, mira allí en qué año lo hice.—AF: En 1959.—JE: Claro, son los años en que yo leía mucho a Carpentier. Si te fijas se está produciendo en ese entonces un encuentro paralelo: el de los mismos escritores latinoamericanos y la lectura de sus obras. Esto no se hacía mucho antes. Nosotros leíamos a Sartre, a Albert Camus, Kafka, Faulkner, Joyce y, de repente, empezamos a leer

a Carpentier, a Borges, a Rulfo, etc. Eso prepara ya la lectura de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Julio Cortázar y otros que llegarían a constituir parte del boom.

—AF: Dentro de los autores latinoamericanos que se nombran en los Encuentros de Concepción están, precisamente, Rulfo, Carpentier, Arguedas, Asturias... La escritura de Carpentier despertaba muchas

Jorge Edwards se dirige a su estudio a buscar unos libros y trae consigo la primera edición de Los pasos perdidos.

—JE: Tengo acá un libro firmado por Carpentier en enero de 1962: debe ser otro de los viajes que hizo por acá. Mira, no solamente está firmado, sino que pone, dibuja el pentagrama de la música que el personaje principal está creando. Tú sabes todo lo que él sabía de música. A ver Anita, yo firmé ese

libro, mira allí en qué año lo hice.—AF: En 1959.—JE: Claro, son los años en que yo leía mucho a Carpentier. Si te fijas se está produciendo en ese entonces un encuentro paralelo: el de los mismos escritores latinoamericanos y la lectura de sus obras. Esto no se hacía mucho antes. Nosotros leíamos a Sartre, a Albert Camus, Kafka, Faulkner, Joyce y, de repente, empezamos a leer

a Carpentier, a Borges, a Rulfo, etc. Eso prepara ya la lectura de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Julio Cortázar y otros que llegarían a constituir parte del boom.

—AF: Dentro de los autores latinoamericanos que se nombran en los Encuentros de Concepción están, precisamente, Rulfo, Carpentier, Arguedas, Asturias... La escritura de Carpentier despertaba muchas

14 Ana Figueroa 14 Ana Figueroa

polémicas. ¿Se debía a la situación política o a divergencias en las concepciones estéticas?

—JE: No. Yo te diría lo siguiente: a Carpentier nunca se lo mira como el más político del grupo, entre otras cosas porque es cubano. Su literatura tiene, más bien, un escepticismo de fondo o un pesimismo de fondo. Entonces, no se lo ve como a un escritor militante, sino como a uno que adhiere a la Revolución Cubana –fue un funcionario diplomático después– y no como una persona de gran militancia, como podría haber sido el Asturias en su tiempo con su trilogía bananera. Lo que pasa es que Carpentier plantea grandes problemas estéticos: la novela histórica, la relación con la historia de Europa, etc., algo que impresiona a todo el mundo. Yo supe de Carpentier por una cosa curiosa. Vino a Chile (te estoy hablando de enero del 55) un dramaturgo inglés invitado por la Universidad de Chile, el famoso J.B. Priesling, autor de El tiempo y los Conway, La visita del inspector, etc...El Instituto Chileno Norteamericano de la época me pidió que acompañara a Priesling porque yo era uno de los jóvenes escritores que hablaba más o menos buen inglés. Entonces acompañé al viejo Priesling

polémicas. ¿Se debía a la situación política o a divergencias en las concepciones estéticas?

—JE: No. Yo te diría lo siguiente: a Carpentier nunca se lo mira como el más político del grupo, entre otras cosas porque es cubano. Su literatura tiene, más bien, un escepticismo de fondo o un pesimismo de fondo. Entonces, no se lo ve como a un escritor militante, sino como a uno que adhiere a la Revolución Cubana –fue un funcionario diplomático después– y no como una persona de gran militancia, como podría haber sido el Asturias en su tiempo con su trilogía bananera. Lo que pasa es que Carpentier plantea grandes problemas estéticos: la novela histórica, la relación con la historia de Europa, etc., algo que impresiona a todo el mundo. Yo supe de Carpentier por una cosa curiosa. Vino a Chile (te estoy hablando de enero del 55) un dramaturgo inglés invitado por la Universidad de Chile, el famoso J.B. Priesling, autor de El tiempo y los Conway, La visita del inspector, etc...El Instituto Chileno Norteamericano de la época me pidió que acompañara a Priesling porque yo era uno de los jóvenes escritores que hablaba más o menos buen inglés. Entonces acompañé al viejo Priesling

“Siempre he dicho que hay que

conseguir los libros con grandes

esfuerzos, porque eso le da un

encanto a la cosa. Cuando por fin

consigues el libro, te lo devoras, te puedes pasar la

noche en vela hasta que te lo comes”.

“Siempre he dicho que hay que

conseguir los libros con grandes

esfuerzos, porque eso le da un

encanto a la cosa. Cuando por fin

consigues el libro, te lo devoras, te puedes pasar la

noche en vela hasta que te lo comes”.

El boom antes del boom El boom antes del boom15 15

y a su mujer por acá en Santiago y él hablaba continuamente de ese autor latinoamericano de quien había leído una traducción al inglés: hablaba de Los pasos perdidos. De modo que el primero en hablar aquí de Carpentier fue Priesling. Y después me encontré en la revista Les Temps Modernes — la revista de Jean Paul Sartre, de la que llegaban 3 ejemplares a la librería Francesa y a la cual yo siempre le encargaba uno– creo que con El acoso, completo publicado por Sartre. Conocí, pues, a Carpentier primero en francés. Después me conseguí estas ediciones argentinas. Y digo “me conseguí” porque era un gran esfuerzo poder encontrar a los autores latinoamericanos. Siempre he dicho que hay que conseguir los libros con grandes esfuerzos, porque eso le da un encanto a la cosa. Cuando por fin consigues el libro, te lo devoras, te puedes pasar la noche en vela hasta que te lo comes. Sí, descubrí a Carpentier en francés. Luego descubrí Los pasos perdidos, después La guerra del tiempo. Esto es como una experiencia latinoamericana. La gente que lee tiene una cosa con los libros como secreta, de grupos, como de masonería.

—AF: Hasta que vino el boom. Te digo un lugar común: que el boom contribuyó a que se conocieran más los autores, a que se tuviera mayor acceso a los libros de escritores latinoamericanos.

—JE: Mira, en la generación anterior a la mía la gente leía mucho, pero no a los hispanoamericanos. Por ejemplo, mi madre, que era una gran lectora, no se le hubiera ocurrido jamás leer a un latinoamericano. Ella leía autores norteamericanos, ingleses, franceses, rusos. ¡Pero si ni siquiera se leía tanto a los españoles! Y eso era, simplemente porque no había una conciencia

y a su mujer por acá en Santiago y él hablaba continuamente de ese autor latinoamericano de quien había leído una traducción al inglés: hablaba de Los pasos perdidos. De modo que el primero en hablar aquí de Carpentier fue Priesling. Y después me encontré en la revista Les Temps Modernes — la revista de Jean Paul Sartre, de la que llegaban 3 ejemplares a la librería Francesa y a la cual yo siempre le encargaba uno– creo que con El acoso, completo publicado por Sartre. Conocí, pues, a Carpentier primero en francés. Después me conseguí estas ediciones argentinas. Y digo “me conseguí” porque era un gran esfuerzo poder encontrar a los autores latinoamericanos. Siempre he dicho que hay que conseguir los libros con grandes esfuerzos, porque eso le da un encanto a la cosa. Cuando por fin consigues el libro, te lo devoras, te puedes pasar la noche en vela hasta que te lo comes. Sí, descubrí a Carpentier en francés. Luego descubrí Los pasos perdidos, después La guerra del tiempo. Esto es como una experiencia latinoamericana. La gente que lee tiene una cosa con los libros como secreta, de grupos, como de masonería.

—AF: Hasta que vino el boom. Te digo un lugar común: que el boom contribuyó a que se conocieran más los autores, a que se tuviera mayor acceso a los libros de escritores latinoamericanos.

—JE: Mira, en la generación anterior a la mía la gente leía mucho, pero no a los hispanoamericanos. Por ejemplo, mi madre, que era una gran lectora, no se le hubiera ocurrido jamás leer a un latinoamericano. Ella leía autores norteamericanos, ingleses, franceses, rusos. ¡Pero si ni siquiera se leía tanto a los españoles! Y eso era, simplemente porque no había una conciencia

Ana Figueroa Ana Figueroa16 16

latinoamericana. De repente se descubre la literatura latinoamericana y la gente empieza a leer todo. Ahora, en el proceso de los Encuentros de Escritores, iniciado por Gonzalo en Concepción, se dio una etapa final en el año 1969 en Viña del Mar. Allí se produjo un Encuentro al que asistieron Onetti, Rulfo, Vargas Llosa, Salvador Garmendia, Gonzalo Rojas, Humberto Díaz Casanueva, Pablo Neruda, Camilo José Cela, Marta Traba y Ángel Rama, Enrique Linh, Cristián Hunneus, Claude Simon, Leopoldo Marechal. Ese encuentro lo organiza la Sociedad de Escritores de Chile: se crea un comité y a mí me metieron como hombre de enlace con el Ministerio de Relaciones Exteriores, para que consiguiera unas platas. Este congreso fue hecho pensando en los Encuentros de Concepción, como una repetición, y se dio en las vísperas de la crisis política a la que se acercaba Chile. Y mira, pasó una cosa curiosa, a mí casi me echan del Ministerio porque ningún escritor quería saludar a Eduardo Frei Montalva –el Presidente de Chile en esos años– y yo era del Ministerio. Eduardo Frei Montalva, en persona, me llama para que le organice un encuentro en la Casa Presidencial de Viña del Mar con Vargas Llosa, Rama, Rulfo, y los demás…y nadie quiere ir, porque nos parecía a todos que Eduardo Frei Montalva era un reaccionario total. Al final nadie fue. Allí yo estaba funcionando como escritor y no como burócrata. Este congreso creo que se da cuando el boom ya es un hecho. Como te digo, fue como una especie de coda de lo que pasó en Concepción. En Concepción se conoció a los autores latinoamericanos y había una posición política común: después se producen los desencuentros, pero, en ese instante, había una unión marcada por una

latinoamericana. De repente se descubre la literatura latinoamericana y la gente empieza a leer todo. Ahora, en el proceso de los Encuentros de Escritores, iniciado por Gonzalo en Concepción, se dio una etapa final en el año 1969 en Viña del Mar. Allí se produjo un Encuentro al que asistieron Onetti, Rulfo, Vargas Llosa, Salvador Garmendia, Gonzalo Rojas, Humberto Díaz Casanueva, Pablo Neruda, Camilo José Cela, Marta Traba y Ángel Rama, Enrique Linh, Cristián Hunneus, Claude Simon, Leopoldo Marechal. Ese encuentro lo organiza la Sociedad de Escritores de Chile: se crea un comité y a mí me metieron como hombre de enlace con el Ministerio de Relaciones Exteriores, para que consiguiera unas platas. Este congreso fue hecho pensando en los Encuentros de Concepción, como una repetición, y se dio en las vísperas de la crisis política a la que se acercaba Chile. Y mira, pasó una cosa curiosa, a mí casi me echan del Ministerio porque ningún escritor quería saludar a Eduardo Frei Montalva –el Presidente de Chile en esos años– y yo era del Ministerio. Eduardo Frei Montalva, en persona, me llama para que le organice un encuentro en la Casa Presidencial de Viña del Mar con Vargas Llosa, Rama, Rulfo, y los demás…y nadie quiere ir, porque nos parecía a todos que Eduardo Frei Montalva era un reaccionario total. Al final nadie fue. Allí yo estaba funcionando como escritor y no como burócrata. Este congreso creo que se da cuando el boom ya es un hecho. Como te digo, fue como una especie de coda de lo que pasó en Concepción. En Concepción se conoció a los autores latinoamericanos y había una posición política común: después se producen los desencuentros, pero, en ese instante, había una unión marcada por una

El boom antes del boom El boom antes del boom17 17

cosa anti-yanqui, anti-imperialista. El héroe de los Encuentros de Concepción fue Carlos Fuentes de quien yo conocía La región más transparente. Lo extraño es que no apareció Cortázar.

—AF: Julio Cortázar fue invitado a los Encuentros de Concepción pero no pudo llegar, pues tenía otros compromisos. Gonzalo Rojas se acuerda muy bien de lo que pasó con Cortázar.

—JE: Francisco Ayala, Paco Ayala, una vez nos invitó a mí y a mi mujer a tomar unos tragos en su departamento en Manhattan. Eso fue por el año 58, cuando yo estaba con la beca en Princeton. En su casa, Paco me presentó un libro de un cuentista argentino extraordinario que estaba leyendo en esos momentos: se trataba de Julio Cortázar y nos aconsejó leerlo. Entonces, inmediatamente me busqué los

primeros cuentos de Cortázar. Bestiario me parece que era el libro que estaba circulando en esos momentos. Después leí Las armas secretas, El perseguidor. Conocí personalmente a Cortázar en París en el año 63: me lo presentó Mario Vargas Llosa. En cambio, a Mario lo conocí por casualidad, porque me invitaron a un programa literario de la radio francesa que se hacía en castellano (eran

cosa anti-yanqui, anti-imperialista. El héroe de los Encuentros de Concepción fue Carlos Fuentes de quien yo conocía La región más transparente. Lo extraño es que no apareció Cortázar.

—AF: Julio Cortázar fue invitado a los Encuentros de Concepción pero no pudo llegar, pues tenía otros compromisos. Gonzalo Rojas se acuerda muy bien de lo que pasó con Cortázar.

—JE: Francisco Ayala, Paco Ayala, una vez nos invitó a mí y a mi mujer a tomar unos tragos en su departamento en Manhattan. Eso fue por el año 58, cuando yo estaba con la beca en Princeton. En su casa, Paco me presentó un libro de un cuentista argentino extraordinario que estaba leyendo en esos momentos: se trataba de Julio Cortázar y nos aconsejó leerlo. Entonces, inmediatamente me busqué los

primeros cuentos de Cortázar. Bestiario me parece que era el libro que estaba circulando en esos momentos. Después leí Las armas secretas, El perseguidor. Conocí personalmente a Cortázar en París en el año 63: me lo presentó Mario Vargas Llosa. En cambio, a Mario lo conocí por casualidad, porque me invitaron a un programa literario de la radio francesa que se hacía en castellano (eran

18 Ana Figueroa 18 Ana Figueroa

programas internacionales) y se trataba de una discusión sobre literatura francesa. El programa se llamaba “El libro al día” y el que me invitó fue Supervielle, el hijo del poeta. Allí había un joven peruano, Vargas Llosa, con quien, después del programa, nos fuimos a un café y pasamos horas y horas hablando de literatura. Fue allí donde comenzó nuestra amistad.

—AF: ¿Y cómo llegaste a García Márquez?—JE: En los años 60 se hablaba, a veces, de este escritor colombiano que había escrito El coronel no tiene quien le escriba. En el año 70, en vísperas de que asumiera Allende, me cayó una invitación alemana para que hiciera una gira con un grupo de escritores latinoamericanos por Alemania. Fue en esa gira en que conocí a García Márquez. A esas alturas ya se conocía Cien años de soledad en todo el mundo. Ahora, mi encuentro con la novela fue fortuito, porque yo tenía un destino en la embajada en París y tenía que regresar en mayo de 1967 y regresé por Buenos Aires. Allí hablé con Paco Porrúa –el editor de Sudamericana–, con quien nos juntamos en un bar, adonde él llegó con Cien años de soledad bajo el brazo diciéndome que este libro iba a tener un éxito

programas internacionales) y se trataba de una discusión sobre literatura francesa. El programa se llamaba “El libro al día” y el que me invitó fue Supervielle, el hijo del poeta. Allí había un joven peruano, Vargas Llosa, con quien, después del programa, nos fuimos a un café y pasamos horas y horas hablando de literatura. Fue allí donde comenzó nuestra amistad.

—AF: ¿Y cómo llegaste a García Márquez?—JE: En los años 60 se hablaba, a veces, de este escritor colombiano que había escrito El coronel no tiene quien le escriba. En el año 70, en vísperas de que asumiera Allende, me cayó una invitación alemana para que hiciera una gira con un grupo de escritores latinoamericanos por Alemania. Fue en esa gira en que conocí a García Márquez. A esas alturas ya se conocía Cien años de soledad en todo el mundo. Ahora, mi encuentro con la novela fue fortuito, porque yo tenía un destino en la embajada en París y tenía que regresar en mayo de 1967 y regresé por Buenos Aires. Allí hablé con Paco Porrúa –el editor de Sudamericana–, con quien nos juntamos en un bar, adonde él llegó con Cien años de soledad bajo el brazo diciéndome que este libro iba a tener un éxito

“En la generación anterior a la mía la gente leía mucho,

pero no a los hispanoamericanos.

Por ejemplo, mi madre, que era una gran lectora, no se le hubiera ocurrido

jamás leer a un latinoamericano”.

“En la generación anterior a la mía la gente leía mucho,

pero no a los hispanoamericanos.

Por ejemplo, mi madre, que era una gran lectora, no se le hubiera ocurrido

jamás leer a un latinoamericano”.

El boom antes del boom El boom antes del boom19 19

extraordinario. Me lo regaló y me lo leí de inmediato. Yo tenía un amigo en Brasil que era escritor, poeta y editor y le dije que comprara los derechos para que lo tradujera al portugués. Este tipo lo hizo y se cansó de vender ejemplares…En Brasil, de la primera edición vendió más de quinientos mil.

La conversación fue desviándose cada vez más hacia la escritura de Jorge Edwards, lo que da pie para la publicación de otra entrevista. Después de tres horas conversando y sabiendo que Jorge Edwards es un hombre muy ocupado, decidí despedirme y volver a la lluvia, que ya no me molestaba, pues llevaba conmigo un tesoro de recuerdos y anécdotas de lo que se vivió en aquellos Encuentros de Escritores y una visión de cómo en estos diálogos de los intelectuales latinoamericanos se fue gestando una identidad y una valoración del trabajo de la escritura. Podría seguir cayendo la lluvia, pero no borraría la inolvidable tarde con el escritor chileno.

Notas

1. Los Encuentros de Escritores Chilenos celebrados por la Universidad de Concepción se realizaron, el primero, en 1958 como parte de la Escuela Internacional de Verano entre el 19 y el 25 de enero. El segundo fue en la ciudad de Chillán como parte de la Escuela de Invierno entre el 19 y el 24 de julio del mismo año.

2. Las citas corresponden al discurso de inauguración presentado por Gonzalo Rojas, publicado en Atenea núm. 380-381.

3. Estos nuevos Encuentros se dan en dos etapas, siempre dentro del marco de las Escuelas de Temporada organizadas por la Universidad de Concepción. Los Encuentros se realizaron en los veranos de 1960 y 1962 bajo los títulos de “Imagen de América” e “Imagen del hombre”.

extraordinario. Me lo regaló y me lo leí de inmediato. Yo tenía un amigo en Brasil que era escritor, poeta y editor y le dije que comprara los derechos para que lo tradujera al portugués. Este tipo lo hizo y se cansó de vender ejemplares…En Brasil, de la primera edición vendió más de quinientos mil.

La conversación fue desviándose cada vez más hacia la escritura de Jorge Edwards, lo que da pie para la publicación de otra entrevista. Después de tres horas conversando y sabiendo que Jorge Edwards es un hombre muy ocupado, decidí despedirme y volver a la lluvia, que ya no me molestaba, pues llevaba conmigo un tesoro de recuerdos y anécdotas de lo que se vivió en aquellos Encuentros de Escritores y una visión de cómo en estos diálogos de los intelectuales latinoamericanos se fue gestando una identidad y una valoración del trabajo de la escritura. Podría seguir cayendo la lluvia, pero no borraría la inolvidable tarde con el escritor chileno.

Notas

1. Los Encuentros de Escritores Chilenos celebrados por la Universidad de Concepción se realizaron, el primero, en 1958 como parte de la Escuela Internacional de Verano entre el 19 y el 25 de enero. El segundo fue en la ciudad de Chillán como parte de la Escuela de Invierno entre el 19 y el 24 de julio del mismo año.

2. Las citas corresponden al discurso de inauguración presentado por Gonzalo Rojas, publicado en Atenea núm. 380-381.

3. Estos nuevos Encuentros se dan en dos etapas, siempre dentro del marco de las Escuelas de Temporada organizadas por la Universidad de Concepción. Los Encuentros se realizaron en los veranos de 1960 y 1962 bajo los títulos de “Imagen de América” e “Imagen del hombre”.

yZUR - ENSAYO20 20 yZUR - ENSAYO

Gustavo Arango Gustavo Arango

Onetti y la importancia

Onetti y la importancia

Una de las frases de Onetti más difundidas y comentadas no aparece en ninguno de sus libros. Fue expresada en una entrevista y está tan arraigada en los terrenos de la leyenda que ni siquiera resulta fácil rastrear su origen: “Me propongo expresar la aventura del hombre”. Pero a esta frase le falta una palabra que resulta de enorme importancia. En una entrevista concedida a María Esther Gilio, Onetti aclaró su intención original:

M.E.G.: Yo me pregunto por qué dijiste un día que te proponías “expresar la aventura del hombre”.J.C.O.: Antes que nada debo aclararte que dije “la absurda aventura del hombre”. Pero el periodista borró “absurda” (307).

Un error en la escritura de Onetti revela lo que hay detrás de su opción por escribir. Lo absurdo de la tarea conduce, paradójicamente, a la opción por la vida.

Un error en la escritura de Onetti revela lo que hay detrás de su opción por escribir como única tarea posible. Lo absurdo de la tarea conduce, paradójicamente, a la opción por la vida.

Una de las frases de Onetti más difundidas y comentadas no aparece en ninguno de sus libros. Fue expresada en una entrevista y está tan arraigada en los terrenos de la leyenda que ni siquiera resulta fácil rastrear su origen: “Me propongo expresar la aventura del hombre”. Pero a esta frase le falta una palabra que resulta de enorme importancia. En una entrevista concedida a María Esther Gilio, Onetti aclaró su intención original:

M.E.G.: Yo me pregunto por qué dijiste un día que te proponías “expresar la aventura del hombre”.J.C.O.: Antes que nada debo aclararte que dije “la absurda aventura del hombre”. Pero el periodista borró “absurda” (307).

Onetti y la importancia Onetti y la importancia21 21

Este trabajo apunta especialmente a la presencia de ese elemento borrado, al gesto de ponerlo en evidencia en Cuando ya no importe, la novela que clausura, y contiene, el corpus narrativo de Onetti.

Muchos son los acercamientos que propone esta novela. Los fragmentos finales, donde palabras como "epílogo" o "muerte" se asoman, plantean la necesidad de estudiar mucho más a fondo este texto con el que Onetti cierra de manera consciente su obra literaria. La abundante presencia de personajes y tramas cuyo origen se remonta a textos previos, sugiere la posibilidad de articular todo el corpus literario desde la perspectiva de ese Carr “historiador del villorrio”. A través de Cuando ya no importe, el médico Díaz Grey se ratifica como el principal personaje de la obra de Onetti. De hecho, es la muerte de Díaz Grey lo que aleja a Carr de Santamaría y pone fin a su existencia en cuanto narrador. Nuevos acercamientos a la obra de Onetti quizá tomarán a Díaz Grey como objeto único de estudio. El humor, las opiniones sobre el mundo moderno (la economía, la política, las instituciones religiosas o intelectuales, las normas morales) son otro terreno en el que se manifiesta la riqueza de Cuando ya no importe.

Pero por lo pronto deseo limitarme a puntualizar la importancia del concepto del absurdo en esta novela y, ya que esta contiene a las demás, en toda la obra de Onetti. La razón más evidente para ello radica en la presencia constante de la palabra "absurdo" y en el homenaje abierto que el autor-narrador le hace a El mito de Sísifo, de Albert Camus, la obra que expone y desarrolla las razones y motivos de la filosofía y la estética del absurdo.

Este trabajo apunta especialmente a la presencia de ese elemento borrado, al gesto de ponerlo en evidencia en Cuando ya no importe, la novela que clausura, y contiene, el corpus narrativo de Onetti.

Muchos son los acercamientos que propone esta novela. Los fragmentos finales, donde palabras como "epílogo" o "muerte" se asoman, plantean la necesidad de estudiar mucho más a fondo este texto con el que Onetti cierra de manera consciente su obra literaria. La abundante presencia de personajes y tramas cuyo origen se remonta a textos previos, sugiere la posibilidad de articular todo el corpus literario desde la perspectiva de ese Carr “historiador del villorrio”. A través de Cuando ya no importe, el médico Díaz Grey se ratifica como el principal personaje de la obra de Onetti. De hecho, es la muerte de Díaz Grey lo que aleja a Carr de Santamaría y pone fin a su existencia en cuanto narrador. Nuevos acercamientos a la obra de Onetti quizá tomarán a Díaz Grey como objeto único de estudio. El humor, las opiniones sobre el mundo moderno (la economía, la política, las instituciones religiosas o intelectuales, las normas morales) son otro terreno en el que se manifiesta la riqueza de Cuando ya no importe.

Pero por lo pronto deseo limitarme a puntualizar la importancia del concepto del absurdo en esta novela y, ya que esta contiene a las demás, en toda la obra de Onetti. La razón más evidente para ello radica en la presencia constante de la palabra "absurdo" y en el homenaje abierto que el autor-narrador le hace a El mito de Sísifo, de Albert Camus, la obra que expone y desarrolla las razones y motivos de la filosofía y la estética del absurdo.

22 Gustavo Arango 22 Gustavo Arango

Cuenta Camus que Homero cuenta que Sísifo había encadenado a la muerte. Plutón no pudo soportar su imperio convertido en un desierto silencioso y le pidió al dios de la guerra que liberara a la muerte de su captor. Así empezó el castigo contra quien quiso vencer a la vejez y la muerte, contra quien quiso perpetuarse en la juventud y la plenitud de la vida. El castigo de Sísifo consiste en empujar, una y otra vez, una roca hasta la cima de una montaña, para después verla rodar. Para Camus, en el momento en que Sísifo se hace consciente de lo absurdo de su tarea, en el momento en que descubre que “todo es vanidad” (Eclesiastés 3:22), se le plantea la posibilidad del suicidio o la de asumir su tarea sin renunciar a la conciencia de que es absurda. “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” (Eclesiastés 3:22).

Desde la perspectiva de Onetti, sobran argumentos para que la escritura sea ese “trabajo” con el que el hombre ocupe sus días “debajo el sol” (Eclesiastés1:4). Similar punto de vista tiene un precursor de Onetti, Arthur Schopenhauer, quien encuentra también en el arte una actividad que se justifica a sí misma y

“Onetti, como Sísifo, se resiste a aceptar la posibilidad de un

mundo en el que las cosas dejen por

completo de importar”.

“Onetti, como Sísifo, se resiste a aceptar la posibilidad de un

mundo en el que las cosas dejen por

completo de importar”.

Cuenta Camus que Homero cuenta que Sísifo había encadenado a la muerte. Plutón no pudo soportar su imperio convertido en un desierto silencioso y le pidió al dios de la guerra que liberara a la muerte de su captor. Así empezó el castigo contra quien quiso vencer a la vejez y la muerte, contra quien quiso perpetuarse en la juventud y la plenitud de la vida. El castigo de Sísifo consiste en empujar, una y otra vez, una roca hasta la cima de una montaña, para después verla rodar. Para Camus, en el momento en que Sísifo se hace consciente de lo absurdo de su tarea, en el momento en que descubre que “todo es vanidad” (Eclesiastés 3:22), se le plantea la posibilidad del suicidio o la de asumir su tarea sin renunciar a la conciencia de que es absurda. “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” (Eclesiastés 3:22).

Desde la perspectiva de Onetti, sobran argumentos para que la escritura sea ese “trabajo” con el que el hombre ocupe sus días “debajo el sol” (Eclesiastés1:4). Similar punto de vista tiene un precursor de Onetti, Arthur Schopenhauer, quien encuentra también en el arte una actividad que se justifica a sí misma y

Onetti y la importancia Onetti y la importancia23 23

no requiere motivaciones adicionales a la de su misma ejecución:

It is rather a peculiar kind of instinct, which drives the man of genius to give permanent form to what he sees and feels, without being conscious of any further motive. It works, in the main, by a necessity similar to that which makes a tree bear its fruit; and no external condition is needed but the ground upon which it is to thrive (Schopenhauer 113).

Pero más allá de ser una necesidad sin motivaciones ulteriores, la escritura es también un instrumento para recuperar la expresión más plena y pura de la vida. Para decirlo en términos del mito de Sísifo, para encadenar a la muerte. Una cita de Gaston Bachelard nos permite ver con claridad el vínculo que existe entre la escritura y la afirmación de la infancia, o la juventud más temprana, como el momento de plenitud del ser humano: una de las obsesiones temáticas de la obra de Onetti.

It has often been said that the child contains all possibilities. As children we were painters, modelers, botanists, sculptors, architects, hunters, explorers. What has become of all that?At the very heart of maturity, however, there is a means of regaining these lost possibilities. …That means is literature. Pen in hand–if only we are willing to be sincere–we regain all the powers of youth, we reexperience those powers as they used to be, in their naive asurance, with their rapid, linear, sure joys. Through the chanel of the literary imagination, all the arts are ours. A beautiful adjective, well placed, in the right light, sounding

no requiere motivaciones adicionales a la de su misma ejecución:

It is rather a peculiar kind of instinct, which drives the man of genius to give permanent form to what he sees and feels, without being conscious of any further motive. It works, in the main, by a necessity similar to that which makes a tree bear its fruit; and no external condition is needed but the ground upon which it is to thrive (Schopenhauer 113).

Pero más allá de ser una necesidad sin motivaciones ulteriores, la escritura es también un instrumento para recuperar la expresión más plena y pura de la vida. Para decirlo en términos del mito de Sísifo, para encadenar a la muerte. Una cita de Gaston Bachelard nos permite ver con claridad el vínculo que existe entre la escritura y la afirmación de la infancia, o la juventud más temprana, como el momento de plenitud del ser humano: una de las obsesiones temáticas de la obra de Onetti.

It has often been said that the child contains all possibilities. As children we were painters, modelers, botanists, sculptors, architects, hunters, explorers. What has become of all that?At the very heart of maturity, however, there is a means of regaining these lost possibilities. …That means is literature. Pen in hand–if only we are willing to be sincere–we regain all the powers of youth, we reexperience those powers as they used to be, in their naive asurance, with their rapid, linear, sure joys. Through the chanel of the literary imagination, all the arts are ours. A beautiful adjective, well placed, in the right light, sounding

Gustavo Arango Gustavo Arango24 24

in the proper harmony of vowels, is all we need for a substance. A stylistic trait is enough for a personality, for a man. Speaking, writing! Telling, narrating! Inventing the past! Remembering, pen in hand, with the acknowledged and evident intention to write well, to compose, to make beautiful, in order to be quite sure that we go beyond the autobiography of a real past event and that we rediscover the autobiography of lost possibilities, the very dreams, the true, real dreams, which we lived with slow, lingering pleasure. The specific aesthetics of literature is to be found there. Literature functions as a substitute. It restores life to lost possibilities (Bachelard 101-102).

La gran trampa de Onetti consiste en ofrecernos un horizonte de fracaso, en describirlo con lujo de detalles, a través de montones de libros, sin renunciar a escribir. El final de otra novela de Onetti que destaca los procesos escritura, Para una tumba sin nombre, revela a la escritura como fuerza capaz de oponerse al fracaso que llena los días de los seres humanos.

Lo único que cuenta es que al terminar de escribirla me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tareas: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas (Obras Completas 1046).

Victoria, paz, importancia, desafío, palabras cargadas de embriaguez y fanatismo. El mismo título de la novela que interpretamos es una trampa sutil. La única vez que aparece en el texto, la frase completa es: “Cuando ya no importe demasiado” (205). No se

in the proper harmony of vowels, is all we need for a substance. A stylistic trait is enough for a personality, for a man. Speaking, writing! Telling, narrating! Inventing the past! Remembering, pen in hand, with the acknowledged and evident intention to write well, to compose, to make beautiful, in order to be quite sure that we go beyond the autobiography of a real past event and that we rediscover the autobiography of lost possibilities, the very dreams, the true, real dreams, which we lived with slow, lingering pleasure. The specific aesthetics of literature is to be found there. Literature functions as a substitute. It restores life to lost possibilities (Bachelard 101-102).

La gran trampa de Onetti consiste en ofrecernos un horizonte de fracaso, en describirlo con lujo de detalles, a través de montones de libros, sin renunciar a escribir. El final de otra novela de Onetti que destaca los procesos escritura, Para una tumba sin nombre, revela a la escritura como fuerza capaz de oponerse al fracaso que llena los días de los seres humanos.

Lo único que cuenta es que al terminar de escribirla me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tareas: había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas (Obras Completas 1046).

Victoria, paz, importancia, desafío, palabras cargadas de embriaguez y fanatismo. El mismo título de la novela que interpretamos es una trampa sutil. La única vez que aparece en el texto, la frase completa es: “Cuando ya no importe demasiado” (205). No se

Onetti y la importancia Onetti y la importancia25 25

refiere a nada en concreto. El lector puede entender que el narrador se refiere a la vida o a la escritura. Pero lo verdaderamente interesante es que el adverbio anula la negatividad de la frase. La palabra “demasiado” ratifica que las cosas no dejan de importar.

Visto así, desde esa rescatada perspectiva absurda, resulta menos soprendente ese Onetti que afirma cosas como ésta: “–Te diré algo. No hay la menor posibilidad de escribir novelas

sin amor a la vida. A pesar de la muerte y el fracaso final, la vida está allí” (Gilio 332).Onetti es un Sísifo que se finge derrotado para engañar a los dioses, pero a veces se traiciona. El único error de escritura que le conozco ocurre justamente en una frase clave de El astillero, en la que se quiere expresar la “no importancia” de los hechos y las palabras:

Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido, como si otro (…) le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir en la mejor forma posible, despreocupado del resultado final de lo que hace. Una cosa y otra y otra cosa, ajenas, sin que importe que salgan bien o mal, sin que no importe qué quieren decir (Obras completas 1097, el subrayado es mío).

refiere a nada en concreto. El lector puede entender que el narrador se refiere a la vida o a la escritura. Pero lo verdaderamente interesante es que el adverbio anula la negatividad de la frase. La palabra “demasiado” ratifica que las cosas no dejan de importar.

Visto así, desde esa rescatada perspectiva absurda, resulta menos soprendente ese Onetti que afirma cosas como ésta: “–Te diré algo. No hay la menor posibilidad de escribir novelas

sin amor a la vida. A pesar de la muerte y el fracaso final, la vida está allí” (Gilio 332).Onetti es un Sísifo que se finge derrotado para engañar a los dioses, pero a veces se traiciona. El único error de escritura que le conozco ocurre justamente en una frase clave de El astillero, en la que se quiere expresar la “no importancia” de los hechos y las palabras:

Lo único que queda para hacer es precisamente eso: cualquier cosa, hacer una cosa detrás de otra, sin interés, sin sentido, como si otro (…) le pagara a uno para hacerlas y uno se limitara a cumplir en la mejor forma posible, despreocupado del resultado final de lo que hace. Una cosa y otra y otra cosa, ajenas, sin que importe que salgan bien o mal, sin que no importe qué quieren decir (Obras completas 1097, el subrayado es mío).

26 Gustavo Arango 26 Gustavo Arango

“Sin que no importe que quieren decir”. Curioso que un escritor como Onetti se equivoque o se traicione cuando se refiere a un asunto sustancial en su oficio: el significado de los actos, de las palabras. Su error, o su confesión, circula en todas las ediciones de El astillero, como un símbolo de esa filosofía absurda, y por lo tanto partidaria de la vida, que subyace en sus textos.Onetti, cómo Sísifo, se resiste a aceptar la posibilidad de un mundo en el que las cosas dejen por completo de importar.Para Camus, liberado de Dios, liberado de la necesidad de darle un sentido a la vida y pleno de conciencia, Sísifo se sabe el amo de sus días. Al aceptar su tarea, sabiéndola absurda, es superior a Dios y a la montaña. Cuando la piedra rueda en el abismo, Sísifo empieza a descender, “sabiendo que la noche no tiene fin, está todo el tiempo en marcha” (Camus 198).

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Uno encuentra su fardo cada día. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. A partir de ahora este universo sin amo para él no es estéril

“Su error, o su confesión, circula

en todas las ediciones de El

astillero, como un símbolo de esa

filosofía absurda, y por lo tanto

partidaria de la vida, que subyace

en sus textos.”

“Su error, o su confesión, circula

en todas las ediciones de El

astillero, como un símbolo de esa

filosofía absurda, y por lo tanto

partidaria de la vida, que subyace

en sus textos.”

“Sin que no importe que quieren decir”. Curioso que un escritor como Onetti se equivoque o se traicione cuando se refiere a un asunto sustancial en su oficio: el significado de los actos, de las palabras. Su error, o su confesión, circula en todas las ediciones de El astillero, como un símbolo de esa filosofía absurda, y por lo tanto partidaria de la vida, que subyace en sus textos.Onetti, cómo Sísifo, se resiste a aceptar la posibilidad de un mundo en el que las cosas dejen por completo de importar.Para Camus, liberado de Dios, liberado de la necesidad de darle un sentido a la vida y pleno de conciencia, Sísifo se sabe el amo de sus días. Al aceptar su tarea, sabiéndola absurda, es superior a Dios y a la montaña. Cuando la piedra rueda en el abismo, Sísifo empieza a descender, “sabiendo que la noche no tiene fin, está todo el tiempo en marcha” (Camus 198).

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Uno encuentra su fardo cada día. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. A partir de ahora este universo sin amo para él no es estéril

Onetti y la importancia Onetti y la importancia27 27

ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada brillo mineral de esta montaña plena de noche, para él solamente, forma un mundo. La lucha misma en dirección a la cima basta para llenar el corazón del hombre. Hay que imaginar a Sísifo jubiloso (Camus 198; la traducción es mía).

Bibliografía

Bachelard, Gaston. On Poetic Imagination and Reverie. Trad. Colette Gaudin, Indianapolis: The Bobbs-Merrill Company, 1971.

Camus, Albert “Le Mythe de Sisyphe”. Essais. Paris: Gallimard, 1965.

Giersberg, Sabine. “ ‘I have seen all the things that are done under te sun; all of them are meangingless, a chasing after the wind’: Onetti and Ecclesiastes”. Onetti and Others: Comparative Essays on a Major Figure in Latin American Literature. Ed. Gustavo San Román, NY: S.U.N.Y. Pr., 1999.

Gilio, María Esther y Carlos María Domínguez. Construcción de la noche: la vida de Juan Carlos Onetti. Bs. As.: Planeta, 1993.

Eclesiastés o El Predicador. La Biblia en Español. Noviembre del 2000. <http://www.netup.cl/cultura/biblia/1_u-ec.htm >

Onetti, Juan Carlos. Cuando ya no importe. Madrid: Alfaguara, 1993.

—. Obras Completas.México: Aguilar, 1970Schopenhauer, Arthur. The Art of Literature. Trad. T. Bailey

Saunders, Michigan: U. Michigan P, 1960.

ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada brillo mineral de esta montaña plena de noche, para él solamente, forma un mundo. La lucha misma en dirección a la cima basta para llenar el corazón del hombre. Hay que imaginar a Sísifo jubiloso (Camus 198; la traducción es mía).

Bibliografía

Bachelard, Gaston. On Poetic Imagination and Reverie. Trad. Colette Gaudin, Indianapolis: The Bobbs-Merrill Company, 1971.

Camus, Albert “Le Mythe de Sisyphe”. Essais. Paris: Gallimard, 1965.

Giersberg, Sabine. “ ‘I have seen all the things that are done under te sun; all of them are meangingless, a chasing after the wind’: Onetti and Ecclesiastes”. Onetti and Others: Comparative Essays on a Major Figure in Latin American Literature. Ed. Gustavo San Román, NY: S.U.N.Y. Pr., 1999.

Gilio, María Esther y Carlos María Domínguez. Construcción de la noche: la vida de Juan Carlos Onetti. Bs. As.: Planeta, 1993.

Eclesiastés o El Predicador. La Biblia en Español. Noviembre del 2000. <http://www.netup.cl/cultura/biblia/1_u-ec.htm >

Onetti, Juan Carlos. Cuando ya no importe. Madrid: Alfaguara, 1993.

—. Obras Completas.México: Aguilar, 1970Schopenhauer, Arthur. The Art of Literature. Trad. T. Bailey

Saunders, Michigan: U. Michigan P, 1960.

yZUR - ENSAYO28 28 yZUR - ENSAYO

Jorge Marcone Jorge Marcone

Batuecas BatuecasA la puerta occidental de Ciudad

Rodrigo, al pie del Castillo que domina la vega del Águeda, un coche pasó muy cerca de nosotros, casi rozando a uno que hasta entonces estaba distraído mirando las últimas montañas de la Sierra de Gata, antes de formar la frontera con Cáceres y Portugal. Se enfureció y le dio un puntapié. Aunque fue al aire, el conductor respondió con una frase que ninguno de nosotros entendió, pero que todos comprendimos. El coche desapareció por la puerta de la ciudad y, después de mirarse entre ellos, el grupo lo siguió, dirigido por mí a desgana. Cruzamos esa misma puerta sólo para descubrir que era una trampa. Una vez cruzado el umbral, nos encontramos en un patio rodeado de altos muros y cuya única otra salida era un túnel en el extremo opuesto. Apuramos el paso hacia allá y

En el siglo XXI, los paraísos escondidos aún conservan una cruel característica: hacerle creer al más aventurado peregrino que ha llegado al lugar correcto.

En el siglo XXI, los paraísos escondidos aún conservan una cruel característica: hacerle creer al más aventurado peregrino que ha llegado al lugar correcto.

A la puerta occidental de Ciudad Rodrigo, al pie del Castillo que domina la vega del Águeda, un coche pasó muy cerca de nosotros, casi rozando a uno que hasta entonces estaba distraído mirando las últimas montañas de la Sierra de Gata, antes de formar la frontera con Cáceres y Portugal. Se enfureció y le dio un puntapié. Aunque fue al aire, el conductor respondió con una frase que ninguno de nosotros entendió, pero que todos comprendimos. El coche desapareció por la puerta de la ciudad y, después de mirarse entre ellos, el grupo lo siguió, dirigido por mí a desgana. Cruzamos esa misma puerta sólo para descubrir que era una trampa. Una vez cruzado el umbral, nos encontramos en un patio rodeado de altos muros y cuya única otra salida era un túnel en el extremo opuesto. Apuramos el paso hacia allá y

Batuecas Batuecas29 29

me alivié al ver que al otro lado se perfilaba ya una calle, colina arriba, en la que no se veía el coche que perseguíamos. Pero al salir del túnel, nos encontramos con otra sorpresa. Desembocaba a su vez en un callejón que, como un embudo, nos dirigía a una salida estrecha. ¿Cómo habría hecho el coche para cruzarla? En las paredes había agujeros pequeños pero lo suficientemente grandes como para disparar desde el otro lado a los incautos que pensaran tomar la ciudad entrando por la puerta de la Colada, como acabábamos de hacer nosotros. Dar media vuelta era imposible. El resto del grupo bloqueaba la salida al patio anterior. Fui el primero en salir del callejón para asegurarme que no hubiera ni señales del coche. La calle estaba desierta. Y lo que vi al voltear la cabeza me terminó por tranquilizar. La mayoría de los estudiantes tomaba fotos, entre risas nerviosas, de la puerta de la Colada y sus defensas. El incidente entre un atolondrado conductor español y un estudiante norteamericano sensible a la violación de su “espacio personal” había servido para que reconocieran lo que de otro modo hubieran pasado con indiferencia.

Después de dar varias vueltas, la calle desembocaba en la Plaza Mayor. Al principio no la reconocimos como tal, acostumbrados a las plazas de Madrid y Salamanca. Era amplia, pero no estaba cerrada por los lados y los edificios que la rodeaban no mostraban la uniformidad de estilo que hasta entonces habíamos pensado normal. Los bares en las terrazas y los escudos de armas de las casas eran lo único familiar. Lo extraño era que esos escudos en las fachadas estaban todos desalineados, inclinados hacia la derecha. La versión que recogí en la calle explicaba esta peculiaridad en

me alivié al ver que al otro lado se perfilaba ya una calle, colina arriba, en la que no se veía el coche que perseguíamos. Pero al salir del túnel, nos encontramos con otra sorpresa. Desembocaba a su vez en un callejón que, como un embudo, nos dirigía a una salida estrecha. ¿Cómo habría hecho el coche para cruzarla? En las paredes había agujeros pequeños pero lo suficientemente grandes como para disparar desde el otro lado a los incautos que pensaran tomar la ciudad entrando por la puerta de la Colada, como acabábamos de hacer nosotros. Dar media vuelta era imposible. El resto del grupo bloqueaba la salida al patio anterior. Fui el primero en salir del callejón para asegurarme que no hubiera ni señales del coche. La calle estaba desierta. Y lo que vi al voltear la cabeza me terminó por tranquilizar. La mayoría de los estudiantes tomaba fotos, entre risas nerviosas, de la puerta de la Colada y sus defensas. El incidente entre un atolondrado conductor español y un estudiante norteamericano sensible a la violación de su “espacio personal” había servido para que reconocieran lo que de otro modo hubieran pasado con indiferencia.

Después de dar varias vueltas, la calle desembocaba en la Plaza Mayor. Al principio no la reconocimos como tal, acostumbrados a las plazas de Madrid y Salamanca. Era amplia, pero no estaba cerrada por los lados y los edificios que la rodeaban no mostraban la uniformidad de estilo que hasta entonces habíamos pensado normal. Los bares en las terrazas y los escudos de armas de las casas eran lo único familiar. Lo extraño era que esos escudos en las fachadas estaban todos desalineados, inclinados hacia la derecha. La versión que recogí en la calle explicaba esta peculiaridad en

30 Jorge Marcone 30 Jorge Marcone

el supuesto origen bastardo de los propietarios originales de las mansiones. Los edificios de tres plantas, cada piso progresivamente más pequeño, los habíamos notado antes en Segovia, en la plaza que está al pie del acueducto romano. En una de las esquinas del lado más estrecho de la plaza, había una mansión con pórticos en el segundo piso y galerías en el primero. Era el Ayuntamiento. Alguna vez, frente a él, hubo tres monumentales columnas romanas que fueron traídas desde fuera de la ciudad. Hoy han regresado a su supuesto lugar de origen, donde tal vez deslindaban provincias del imperio. Es en esta plaza donde tienen lugar los encierros y las corridas del Carnaval del Toro, a pesar de que Ciudad Rodrigo tiene Plaza de Toros en las afueras. Seguí la recomendación de un vecino y llevé a unos cuantos estudiantes entusiastas a un bar de decoración taurina donde probamos por primera vez unos pinchos, como llaman en Salamanca a las tapas, de carne y mariscos a la plancha.Ciudad Rodrigo parece complacerse más con la memoria de las tradiciones que con la de la historia. En la Plaza del Castillo, hay uno de esos berracos, estatuas de piedra cuya forma evoca la del toro, que

“El incidente entre un atolondrado

conductor español y un estudiante norteamericano

sensible a la violación de su

“espacio personal” había servido para

que reconocieran lo que de otro modo hubieran pasado con indiferencia”.

“El incidente entre un atolondrado

conductor español y un estudiante norteamericano

sensible a la violación de su

“espacio personal” había servido para

que reconocieran lo que de otro modo hubieran pasado con indiferencia”.

el supuesto origen bastardo de los propietarios originales de las mansiones. Los edificios de tres plantas, cada piso progresivamente más pequeño, los habíamos notado antes en Segovia, en la plaza que está al pie del acueducto romano. En una de las esquinas del lado más estrecho de la plaza, había una mansión con pórticos en el segundo piso y galerías en el primero. Era el Ayuntamiento. Alguna vez, frente a él, hubo tres monumentales columnas romanas que fueron traídas desde fuera de la ciudad. Hoy han regresado a su supuesto lugar de origen, donde tal vez deslindaban provincias del imperio. Es en esta plaza donde tienen lugar los encierros y las corridas del Carnaval del Toro, a pesar de que Ciudad Rodrigo tiene Plaza de Toros en las afueras. Seguí la recomendación de un vecino y llevé a unos cuantos estudiantes entusiastas a un bar de decoración taurina donde probamos por primera vez unos pinchos, como llaman en Salamanca a las tapas, de carne y mariscos a la plancha.Ciudad Rodrigo parece complacerse más con la memoria de las tradiciones que con la de la historia. En la Plaza del Castillo, hay uno de esos berracos, estatuas de piedra cuya forma evoca la del toro, que

Batuecas Batuecas31 31

los misteriosos vettones de los tiempos pre-romanos dejaron enterrados por toda la comarca. Anticipando que los sobreviviría, los romanos inscribieron en la piedra unos números en latín. De la época musulmana, poco se sabe. La especulación de que la ciudad toma su nombre de un conde que la reedificó y repobló para el rey de León hace novecientos años, se consigna hoy en día como verdad histórica en las guías de turismo. Hasta en la catedral, como nos dice un historiador del siglo pasado, “la tradición a falta de epitafio designa como primer Obispo, el antiguo bulto que ocupa un nicho del crucero a la parte del evangelio”. También en la catedral, el guía oficial, un anciano a cargo del museo de reliquias, despacha con rapidez los datos históricos del claustro para escandalizar a los turistas con sus pícaras interpretaciones de los relieves que lo decoran. Incluso la fachada de la torre del campanario, salpicada de enormes agujeros, demanda el relato de los bombardeos de los cincuenta mil franceses que alguna vez sitiaron la ciudad por veinte días, y los de los españoles que la liberaron dos años más tarde. La ayuda prestada en esta empresa le valió al británico Wellington el título de Duque de Ciudad Rodrigo. Más curioso aún, en materia de títulos de nobleza, es el del Marquesado de Cerralbo que se origina en el linaje de la casa de Moztuzuma, descendientes del que fuera emperador de Méjico. Este palacio alberga hoy la Casa Municipal de Cultura de Ciudad Rodrigo.

Salimos de la ciudad por la Puerta del Sol, al otro lado de la Plaza Mayor. Es un buen lugar para apreciar la muralla que rodea la ciudad, un muro de unos ocho o nueve metros de alto, por dos de espesor, más o menos. Aunque tiene torreones, no destaca por ellos,

los misteriosos vettones de los tiempos pre-romanos dejaron enterrados por toda la comarca. Anticipando que los sobreviviría, los romanos inscribieron en la piedra unos números en latín. De la época musulmana, poco se sabe. La especulación de que la ciudad toma su nombre de un conde que la reedificó y repobló para el rey de León hace novecientos años, se consigna hoy en día como verdad histórica en las guías de turismo. Hasta en la catedral, como nos dice un historiador del siglo pasado, “la tradición a falta de epitafio designa como primer Obispo, el antiguo bulto que ocupa un nicho del crucero a la parte del evangelio”. También en la catedral, el guía oficial, un anciano a cargo del museo de reliquias, despacha con rapidez los datos históricos del claustro para escandalizar a los turistas con sus pícaras interpretaciones de los relieves que lo decoran. Incluso la fachada de la torre del campanario, salpicada de enormes agujeros, demanda el relato de los bombardeos de los cincuenta mil franceses que alguna vez sitiaron la ciudad por veinte días, y los de los españoles que la liberaron dos años más tarde. La ayuda prestada en esta empresa le valió al británico Wellington el título de Duque de Ciudad Rodrigo. Más curioso aún, en materia de títulos de nobleza, es el del Marquesado de Cerralbo que se origina en el linaje de la casa de Moztuzuma, descendientes del que fuera emperador de Méjico. Este palacio alberga hoy la Casa Municipal de Cultura de Ciudad Rodrigo.

Salimos de la ciudad por la Puerta del Sol, al otro lado de la Plaza Mayor. Es un buen lugar para apreciar la muralla que rodea la ciudad, un muro de unos ocho o nueve metros de alto, por dos de espesor, más o menos. Aunque tiene torreones, no destaca por ellos,

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como los de la muralla que rodea Ávila, sino por la otra muralla que rodea a la primera, con foso y contrafoso. Algunas semanas más tarde, en las afueras de Lisboa, las reconstruimos juguetonamente con arena en una playa de Cascais, mi hija mayor y yo. Al pie de la colina sobre la que está la ciudad se nos ofrecieron dos opciones. Una, el camino que lleva a Salamanca, por donde llegamos. La otra, el que lleva al pueblo de la Alberca y a la Peña de Francia. De acuerdo a lo planeado, nos dirigimos a la sierra.

Desde mi primer viaje a Salamanca había escuchado hablar de Batuecas. Los amigos salmantinos recompensaban mi celebración del paisaje de la meseta, curiosamente, con noticias de un lugar aún más fascinante, y opuesto. Que si era una geografía distinta a la de la meseta de Castilla y León. Que si era un paraíso ecológico donde moraban aún especies extintas en otras partes de la península. Allá al sur, donde la meseta se acaba, el terreno baja y empieza Extremadura pero, entre ambas autonomías, habría una zona de valles cerrados y colinas boscosas llamada Las Batuecas, o simplemente Batuecas. Aunque mi deseo de llegar hasta allá se remonta a entonces, realmente es posterior a mi primera visita a la Peña de Francia, en la sierra del mismo nombre. Las montañas de Castilla fueron para mí desconcertantes. Son escasas, como es obvio, en una meseta, pero de repente asoman en el horizonte las sierras, y uno las cree lejanas y las imagina enormes. Esta impresión fue una realidad en el caso de la Cordillera Cantábrica, que forma una verdadera muralla entre las provincias de la costa norte y Castilla y León. Rumbo a Santander, viniendo por el sur, estoy seguro de haberla visto ya, imponente, desde

como los de la muralla que rodea Ávila, sino por la otra muralla que rodea a la primera, con foso y contrafoso. Algunas semanas más tarde, en las afueras de Lisboa, las reconstruimos juguetonamente con arena en una playa de Cascais, mi hija mayor y yo. Al pie de la colina sobre la que está la ciudad se nos ofrecieron dos opciones. Una, el camino que lleva a Salamanca, por donde llegamos. La otra, el que lleva al pueblo de la Alberca y a la Peña de Francia. De acuerdo a lo planeado, nos dirigimos a la sierra.

Desde mi primer viaje a Salamanca había escuchado hablar de Batuecas. Los amigos salmantinos recompensaban mi celebración del paisaje de la meseta, curiosamente, con noticias de un lugar aún más fascinante, y opuesto. Que si era una geografía distinta a la de la meseta de Castilla y León. Que si era un paraíso ecológico donde moraban aún especies extintas en otras partes de la península. Allá al sur, donde la meseta se acaba, el terreno baja y empieza Extremadura pero, entre ambas autonomías, habría una zona de valles cerrados y colinas boscosas llamada Las Batuecas, o simplemente Batuecas. Aunque mi deseo de llegar hasta allá se remonta a entonces, realmente es posterior a mi primera visita a la Peña de Francia, en la sierra del mismo nombre. Las montañas de Castilla fueron para mí desconcertantes. Son escasas, como es obvio, en una meseta, pero de repente asoman en el horizonte las sierras, y uno las cree lejanas y las imagina enormes. Esta impresión fue una realidad en el caso de la Cordillera Cantábrica, que forma una verdadera muralla entre las provincias de la costa norte y Castilla y León. Rumbo a Santander, viniendo por el sur, estoy seguro de haberla visto ya, imponente, desde

Batuecas Batuecas33 33

Palencia, aunque seguro que exagero. Es que ahora no sé si recuerdo esas montañas o las que a su vez ellas me evocaron: la cordillera de los Andes, azul y amenazadora, cuando la vi por primera vez desde el lado oriental, en la carretera que va desde Moyobamba hasta Rioja, en la selva alta del Perú. Comparadas con las anteriores, las sierras de Salamanca, en cambio, son una ilusión de la llanura. Pero sus riscos y peñascos están lo suficientemente

cerca como para invitarnos a escalarlos, y lo suficientemente altos como para que la subida sea una aventura.La Peña de Francia está a unas cinco leguas de Ciudad Rodrigo, es decir, unos veinticinco kilométros que el autocar hace en un poco más de media hora. Al comenzar a subir la montaña, los pocos estudiantes que no han aprovechado el viaje para recuperar horas de sueño

perdidas, despiertan a sus compañeros dormidos para que disfruten de la vista, tanto como del precipicio que en cada curva parece quedar debajo de las ruedas del autocar. En la cumbre de la Peña de Francia encontramos una iglesia, un convento y una aterradora antena retransmisora que parece más un misil de los años de la Guerra Fría. En la primera mitad del siglo XV, un peregrino de Santiago desenterró

Palencia, aunque seguro que exagero. Es que ahora no sé si recuerdo esas montañas o las que a su vez ellas me evocaron: la cordillera de los Andes, azul y amenazadora, cuando la vi por primera vez desde el lado oriental, en la carretera que va desde Moyobamba hasta Rioja, en la selva alta del Perú. Comparadas con las anteriores, las sierras de Salamanca, en cambio, son una ilusión de la llanura. Pero sus riscos y peñascos están lo suficientemente

cerca como para invitarnos a escalarlos, y lo suficientemente altos como para que la subida sea una aventura.La Peña de Francia está a unas cinco leguas de Ciudad Rodrigo, es decir, unos veinticinco kilométros que el autocar hace en un poco más de media hora. Al comenzar a subir la montaña, los pocos estudiantes que no han aprovechado el viaje para recuperar horas de sueño

perdidas, despiertan a sus compañeros dormidos para que disfruten de la vista, tanto como del precipicio que en cada curva parece quedar debajo de las ruedas del autocar. En la cumbre de la Peña de Francia encontramos una iglesia, un convento y una aterradora antena retransmisora que parece más un misil de los años de la Guerra Fría. En la primera mitad del siglo XV, un peregrino de Santiago desenterró

34 Jorge Marcone 34 Jorge Marcone

en la cumbre de la Peña una imagen de la Virgen, enterrada sabe Dios por quién y en qué momento de peligro. También en el mismo siglo, la custodia del santuario empezado por este peregrino francés, cuyo nombre fue Simón Vela, le fue encomendada a los dominicos, los mismos que ocupan en Salamanca la iglesia y convento de San Esteban, donde Colón debatió con los sabios de los Reyes Católicos y el padre Vitoria, más tarde, teorizó sobre los derechos de los indios americanos. El horizonte era todo cordilleras, especialmente por el lado que da a Extremadura. Nunca tan bien merecido el nombre, pensé. Al pie de la Peña se veían un par de pueblos y unos valles muy verdes, a pesar de que el resto de la provincia, en julio, ya está seca o cultivada con girasoles, que igual son amarillos. Almorzamos ahí, arriba, unos bocadillos que para nuestras excursiones nos preparaban en la residencia donde se hospedaban los estudiantes. No estaban muy buenos, pero el hambre era grande. En ninguno de mis dos viajes he visitado la iglesia, y no sé si alguno de nuestros estudiantes lo ha hecho. Y, sin embargo, después de comer los encontraba, cada quien por su cuenta, contemplando el

“Allá al sur, donde la meseta se acaba,

el terreno baja y empieza

Extremadura pero, entre ambas

autonomías, habría una zona de valles cerrados y colinas boscosas llamada

Las Batuecas, o simplemente

Batuecas”.

“Allá al sur, donde la meseta se acaba,

el terreno baja y empieza

Extremadura pero, entre ambas

autonomías, habría una zona de valles cerrados y colinas boscosas llamada

Las Batuecas, o simplemente

Batuecas”.

en la cumbre de la Peña una imagen de la Virgen, enterrada sabe Dios por quién y en qué momento de peligro. También en el mismo siglo, la custodia del santuario empezado por este peregrino francés, cuyo nombre fue Simón Vela, le fue encomendada a los dominicos, los mismos que ocupan en Salamanca la iglesia y convento de San Esteban, donde Colón debatió con los sabios de los Reyes Católicos y el padre Vitoria, más tarde, teorizó sobre los derechos de los indios americanos. El horizonte era todo cordilleras, especialmente por el lado que da a Extremadura. Nunca tan bien merecido el nombre, pensé. Al pie de la Peña se veían un par de pueblos y unos valles muy verdes, a pesar de que el resto de la provincia, en julio, ya está seca o cultivada con girasoles, que igual son amarillos. Almorzamos ahí, arriba, unos bocadillos que para nuestras excursiones nos preparaban en la residencia donde se hospedaban los estudiantes. No estaban muy buenos, pero el hambre era grande. En ninguno de mis dos viajes he visitado la iglesia, y no sé si alguno de nuestros estudiantes lo ha hecho. Y, sin embargo, después de comer los encontraba, cada quien por su cuenta, contemplando el

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paisaje, u orando frente a él. La sensación de que estaba frente a un gran desierto me llevó, una vez de regreso en Salamanca, a buscar en el mapa el lugar que acabábamos de visitar. Salamanca está apenas a una hora y media, en automóvil, de la Peña de Francia. Desde la cumbre sería posible ver la ciudad, al norte, o por lo menos la catedral, si no fuera por otra sierra, la de Tamanes, que es también la frontera norte del Parque Nacional de Las Batuecas, que rodea la Peña. Por el occidente, se conecta la Peña con el resto de la Sierra de Francia. Por el lado oriental, y recorriendo el paisaje hacia el sur, desde la cumbre se divisa, en el horizonte, la sierra de Béjar, y más atrás aún, creo que hasta la de Gredos. Entre Béjar y la Peña, dicen que están los mejores valles de esas serranías. Pero, en todos los mapas de carreteras que he consultado, más allá de la Alberca, las sierras que yo había divisado desde la Peña de Francia son sólo un espacio en blanco hasta bien entrada Extremadura.

En mi segunda visita a Salamanca, otra vez con un grupo de estudiantes, alquilé un auto para mi familia y, en compañía de una amiga, enrumbamos hacia el sur para visitar la ciudad de Béjar. Era el fin de semana libre en el que los estudiantes se dispersan por lugares tan distantes como Barcelona, Andalucía, las Baleares y hasta las Canarias. Arriba de Béjar, en la montaña, hay un pueblo llamado Candelario, sobre el río llamado Cuerpo de Hombre. El verano anterior, uno de los estudiantes había asistido, ese mismo fin de semana, a un encierro y había comido de una “paella gigante” que el pueblo le había mandado a preparar a un valenciano errante que, al terminar la fiesta, amarraba la gigantesca sartén sobre el techo de su furgoneta y partía a otra

paisaje, u orando frente a él. La sensación de que estaba frente a un gran desierto me llevó, una vez de regreso en Salamanca, a buscar en el mapa el lugar que acabábamos de visitar. Salamanca está apenas a una hora y media, en automóvil, de la Peña de Francia. Desde la cumbre sería posible ver la ciudad, al norte, o por lo menos la catedral, si no fuera por otra sierra, la de Tamanes, que es también la frontera norte del Parque Nacional de Las Batuecas, que rodea la Peña. Por el occidente, se conecta la Peña con el resto de la Sierra de Francia. Por el lado oriental, y recorriendo el paisaje hacia el sur, desde la cumbre se divisa, en el horizonte, la sierra de Béjar, y más atrás aún, creo que hasta la de Gredos. Entre Béjar y la Peña, dicen que están los mejores valles de esas serranías. Pero, en todos los mapas de carreteras que he consultado, más allá de la Alberca, las sierras que yo había divisado desde la Peña de Francia son sólo un espacio en blanco hasta bien entrada Extremadura.

En mi segunda visita a Salamanca, otra vez con un grupo de estudiantes, alquilé un auto para mi familia y, en compañía de una amiga, enrumbamos hacia el sur para visitar la ciudad de Béjar. Era el fin de semana libre en el que los estudiantes se dispersan por lugares tan distantes como Barcelona, Andalucía, las Baleares y hasta las Canarias. Arriba de Béjar, en la montaña, hay un pueblo llamado Candelario, sobre el río llamado Cuerpo de Hombre. El verano anterior, uno de los estudiantes había asistido, ese mismo fin de semana, a un encierro y había comido de una “paella gigante” que el pueblo le había mandado a preparar a un valenciano errante que, al terminar la fiesta, amarraba la gigantesca sartén sobre el techo de su furgoneta y partía a otra

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fiesta, en otro pueblo. Este año, lamentablemente, la fiesta sería el próximo fin de semana, justo en el que partiríamos de Salamanca con dirección a Portugal. Después de pasear por la calles empinadas, con el cochecito de la más pequeña y todo, nos satisficimos con un buen bocadillo de queso y un vino dulce local. Como buenos turistas, decidimos partir cuando comenzaron a llegar más turistas, en su mayoría familias como la nuestra, que subían hasta Candelario para almorzar. No fue difícil persuadir a mis acompañantes de que teníamos suficiente tiempo aún para completar la excursion del día con una visita a las Batuecas. Como me habían escuchado hablar de Batuecas antes, y tanto, no rechazaron la idea y al poco rato íbamos ya por la carretera que desde Béjar lleva al Parque Nacional de las Batuecas. El camino era estrecho y muy solitario. Sube y baja por valles muy cerrados y frondosos, y apenas pasa por uno que otro pueblo con calles desiertas en esa tarde de sábado, a la hora de la siesta. De repente arriba de una colina, aparecía un pueblo al otro lado del valle, aparentemente aislado, y otro más, al fondo del mismo. La tierra estaba poco trabajada, salvo por algunas vides y olivares, y me parece que algunos eran árboles frutales, pero no sé reconocerlos bien. En general, la tierra había sido reservada para la caza en cotos privados, como lo anunciaban carteles improvisados aquí y allá al margen de la carretera. Después de una hora, más o menos, finalmente el terreno se elevó y entramos al valle de la Sierra de Tamanes. Al poco rato, tomamos un desvío a la izquierda y entramos para al Parque Nacional de Las Batuecas.

fiesta, en otro pueblo. Este año, lamentablemente, la fiesta sería el próximo fin de semana, justo en el que partiríamos de Salamanca con dirección a Portugal. Después de pasear por la calles empinadas, con el cochecito de la más pequeña y todo, nos satisficimos con un buen bocadillo de queso y un vino dulce local. Como buenos turistas, decidimos partir cuando comenzaron a llegar más turistas, en su mayoría familias como la nuestra, que subían hasta Candelario para almorzar. No fue difícil persuadir a mis acompañantes de que teníamos suficiente tiempo aún para completar la excursion del día con una visita a las Batuecas. Como me habían escuchado hablar de Batuecas antes, y tanto, no rechazaron la idea y al poco rato íbamos ya por la carretera que desde Béjar lleva al Parque Nacional de las Batuecas. El camino era estrecho y muy solitario. Sube y baja por valles muy cerrados y frondosos, y apenas pasa por uno que otro pueblo con calles desiertas en esa tarde de sábado, a la hora de la siesta. De repente arriba de una colina, aparecía un pueblo al otro lado del valle, aparentemente aislado, y otro más, al fondo del mismo. La tierra estaba poco trabajada, salvo por algunas vides y olivares, y me parece que algunos eran árboles frutales, pero no sé reconocerlos bien. En general, la tierra había sido reservada para la caza en cotos privados, como lo anunciaban carteles improvisados aquí y allá al margen de la carretera. Después de una hora, más o menos, finalmente el terreno se elevó y entramos al valle de la Sierra de Tamanes. Al poco rato, tomamos un desvío a la izquierda y entramos para al Parque Nacional de Las Batuecas.

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Estábamos ahora en un valle más amplio y elevado aún que el anterior, con bosques de una variedad de árbol que nunca había visto hasta entonces, aunque como en otras partes, varias especies de helechos crecían a sus pies y otras plantas se abrazaban a sus troncos. Encontré el pretexto para despertar a mis acompañantes, que habían venido durmiendo la siesta desde que paramos en una estación de gasolina en las afueras de Béjar, cuando frente a

nosotros apareció la Peña de Francia, no tan lejana, con vista al monasterio y la iglesia, por el lado de la Peña donde declina suavemente. De verdad, parecía un altar. Íbamos en el auto despacio, con las ventanas abiertas y, a pesar de nuestra conversación, percibíamos la soledad de afuera. Seguimos hasta el primer pueblo que encontramos y nos detuvimos para tomar algo. Estacionamos en las afueras, junto a un bar del

que salía la bulla de hombres mayores jugando a las cartas y seguramente bebiendo fuerte. Al otro lado de la calle había un parque del que partían senderos para caminatas que iban hasta el otro lado de la Peña de Francia, y a otros destinos en la sierra. Puesto que era el único hombre del grupo, y teníamos a las niñas con nosotros, me fue encomendada la misión de asomarme primero y averiguar si

Estábamos ahora en un valle más amplio y elevado aún que el anterior, con bosques de una variedad de árbol que nunca había visto hasta entonces, aunque como en otras partes, varias especies de helechos crecían a sus pies y otras plantas se abrazaban a sus troncos. Encontré el pretexto para despertar a mis acompañantes, que habían venido durmiendo la siesta desde que paramos en una estación de gasolina en las afueras de Béjar, cuando frente a

nosotros apareció la Peña de Francia, no tan lejana, con vista al monasterio y la iglesia, por el lado de la Peña donde declina suavemente. De verdad, parecía un altar. Íbamos en el auto despacio, con las ventanas abiertas y, a pesar de nuestra conversación, percibíamos la soledad de afuera. Seguimos hasta el primer pueblo que encontramos y nos detuvimos para tomar algo. Estacionamos en las afueras, junto a un bar del

que salía la bulla de hombres mayores jugando a las cartas y seguramente bebiendo fuerte. Al otro lado de la calle había un parque del que partían senderos para caminatas que iban hasta el otro lado de la Peña de Francia, y a otros destinos en la sierra. Puesto que era el único hombre del grupo, y teníamos a las niñas con nosotros, me fue encomendada la misión de asomarme primero y averiguar si

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el establecimiento era apropiado. Resultó que sí. Al cabo de media hora, el café ya nos había hecho efecto, y jugábamos con tanta vehemencia al futbolín de mano, que algunos parroquianos nos miraban hostiles porque nuestra celebración de los goles y jugadas dificultaba su juego de dominó, o porque no dejábamos escuchar la tour de Francia que transmitían en la televisión. Un señor mayor, apoyado en el bar, sonreía con desaprobación mientras que yo perdía ante mi mujer, una y otra vez, y a pesar de que le había advertido sobre mi dominio de este deporte bajo techo. La excursión por las Batuecas la terminamos en este pueblo. Al salir, notamos que nubes de lluvia iban oscureciendo el cielo y, efectivamente, apenas salimos del Parque Nacional de las Batuecas, se desató el diluvio. Viniendo por la carretera de Madrid, la catedral de Salamanca se destaca sobre una colina, y la ciudad se va dejando ver a sus pies. Pero cuando uno llega a Salamanca por el otro lado, como ahora nosotros, desde el campo charro lleno de encinas a cuya sombra pastorean los toros de lidia, Salamanca aparece de repente, detras de un médano, como sumergiéndose de a poco en la meseta, y ésta se hace más grande aún.

“En todos los mapas de

carreteras que he consultado, más

allá de la Alberca, las sierras que yo

había divisado desde la Peña de

Francia son sólo un espacio en blanco hasta bien entrada

Extremadura”.

el establecimiento era apropiado. Resultó que sí. Al cabo de media hora, el café ya nos había hecho efecto, y jugábamos con tanta vehemencia al futbolín de mano, que algunos parroquianos nos miraban hostiles porque nuestra celebración de los goles y jugadas dificultaba su juego de dominó, o porque no dejábamos escuchar la tour de Francia que transmitían en la televisión. Un señor mayor, apoyado en el bar, sonreía con desaprobación mientras que yo perdía ante mi mujer, una y otra vez, y a pesar de que le había advertido sobre mi dominio de este deporte bajo techo. La excursión por las Batuecas la terminamos en este pueblo. Al salir, notamos que nubes de lluvia iban oscureciendo el cielo y, efectivamente, apenas salimos del Parque Nacional de las Batuecas, se desató el diluvio. Viniendo por la carretera de Madrid, la catedral de Salamanca se destaca sobre una colina, y la ciudad se va dejando ver a sus pies. Pero cuando uno llega a Salamanca por el otro lado, como ahora nosotros, desde el campo charro lleno de encinas a cuya sombra pastorean los toros de lidia, Salamanca aparece de repente, detras de un médano, como sumergiéndose de a poco en la meseta, y ésta se hace más grande aún.

“En todos los mapas de

carreteras que he consultado, más

allá de la Alberca, las sierras que yo

había divisado desde la Peña de

Francia son sólo un espacio en blanco hasta bien entrada

Extremadura”.

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Al regresar a Salamanca y contar mi proeza, mi desilusión fue grande, porque me enteré de que al final de cuentas no había llegado a mi destino. El valle de Batuecas al que todos se referían en Salamanca era unos de esos valles, más allá de la Alberca, que se esconden detrás de los picos de esas sierras que se ven desde la Peña de Francia. Corrí otra vez al mapa y, efectivamente, ahí estaba, entre el color marrón que representa las sierras, una pequeña mancha verde, a la que se llega por una carretera muy sinuosa desde la Alberca. Me enteré también, entonces, de algo aún más interesante. En 1599, los carmelitas descalzos de Salamanca fundaron en el valle de Batuecas un “desierto” en donde practicar la vida eremítica, a la luz de las reformas que, cuarenta años antes, habían introducido en la orden Santa Teresa de Ávila, entre las monjas, y San Juan de la Cruz, entre los frailes. Esta nostalgia del desierto, después de todo, no era más que una vuelta a los orígenes de la orden que, trasladada de Oriente a Occidente en el siglo XIII, había pasado de ser una orden ermitaña a una orden mendicante, como franciscanos y dominicos. El desierto y monasterio de San José del Monte de las Batuecas habían sobrevivido al paso de los siglos y, hoy en día, paulatinamente se abrían al público. Los días en Salamanca, para mi frustración, se nos acababan y ya no tendríamos otro fin de semana libre para llegar hasta Batuecas. Un tanto enojado conmigo mismo, salí a conseguir esos libros sobre Batuecas que había visto en todas las librerías de Salamanca, pero que no había querido consultar y menos adquirir, por ese prejuicio contra los libros tan típico, cuando está de viajero, de quien trabaja mucho con ellos.

Al regresar a Salamanca y contar mi proeza, mi desilusión fue grande, porque me enteré de que al final de cuentas no había llegado a mi destino. El valle de Batuecas al que todos se referían en Salamanca era unos de esos valles, más allá de la Alberca, que se esconden detrás de los picos de esas sierras que se ven desde la Peña de Francia. Corrí otra vez al mapa y, efectivamente, ahí estaba, entre el color marrón que representa las sierras, una pequeña mancha verde, a la que se llega por una carretera muy sinuosa desde la Alberca. Me enteré también, entonces, de algo aún más interesante. En 1599, los carmelitas descalzos de Salamanca fundaron en el valle de Batuecas un “desierto” en donde practicar la vida eremítica, a la luz de las reformas que, cuarenta años antes, habían introducido en la orden Santa Teresa de Ávila, entre las monjas, y San Juan de la Cruz, entre los frailes. Esta nostalgia del desierto, después de todo, no era más que una vuelta a los orígenes de la orden que, trasladada de Oriente a Occidente en el siglo XIII, había pasado de ser una orden ermitaña a una orden mendicante, como franciscanos y dominicos. El desierto y monasterio de San José del Monte de las Batuecas habían sobrevivido al paso de los siglos y, hoy en día, paulatinamente se abrían al público. Los días en Salamanca, para mi frustración, se nos acababan y ya no tendríamos otro fin de semana libre para llegar hasta Batuecas. Un tanto enojado conmigo mismo, salí a conseguir esos libros sobre Batuecas que había visto en todas las librerías de Salamanca, pero que no había querido consultar y menos adquirir, por ese prejuicio contra los libros tan típico, cuando está de viajero, de quien trabaja mucho con ellos.

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Una semana más tarde, en Lisboa, Batuecas se volvió a cruzar en mi camino. Más exactamente, los carmelitas y sus desiertos. En algún lugar en las cercanías de Lisboa, me contaban, los carmelitas habían creado un desierto plantando un bosque con especies de árboles de distintas partes del mundo. De regreso en New Jersey, me siento a leer la información que reuní sobre Batuecas y encuentro en ella, antes que nada, la clave para entender mi propia experiencia de Salamanca y la fascinación con Batuecas. En 1671, Juan Matos Fragoso publicó en Madrid El Nuevo Mundo en Castilla. En 1710, Juan Claudio de la Hoz Mota estrenó El descubrimiento de las Batuecas del Duque de Alba, o el Nuevo Mundo en Castilla. Pero el texto fundador de la “leyenda de Batuecas” había sido la comedia Las Batuecas del Duque de Alba, nada más y nada menos que de Lope de Vega. El texto, probablemente escrito entre 1604 y 1614, a escasos años de la fundación del desierto carmelitano, cuenta la historia de dos amantes fugitivos que se refugian en un lugar inhóspito e inaccessible: el valle de las Batuecas. El carmelita Daniel de Pablo Maroto, cuyo libro es mi cuaderno de navegación, resume el argumento de la comedia, que por siglos pasó a ser considerada verdad histórica, de la siguiente manera:

La pareja de enamorados descubre, entre montes, bosques y cavernas, gentes totalmente descono-cidas, que viven como bárbaros o salvajes, incul-tos, hablando una lengua extraña e incomprensible para los recién llegados; que no han tenido con-tacto alguno con los habitantes de las aldeas cer-canas; ignoran, además, que existan otras tierras habitadas y desconocen la religion cristiana. Por

Una semana más tarde, en Lisboa, Batuecas se volvió a cruzar en mi camino. Más exactamente, los carmelitas y sus desiertos. En algún lugar en las cercanías de Lisboa, me contaban, los carmelitas habían creado un desierto plantando un bosque con especies de árboles de distintas partes del mundo. De regreso en New Jersey, me siento a leer la información que reuní sobre Batuecas y encuentro en ella, antes que nada, la clave para entender mi propia experiencia de Salamanca y la fascinación con Batuecas. En 1671, Juan Matos Fragoso publicó en Madrid El Nuevo Mundo en Castilla. En 1710, Juan Claudio de la Hoz Mota estrenó El descubrimiento de las Batuecas del Duque de Alba, o el Nuevo Mundo en Castilla. Pero el texto fundador de la “leyenda de Batuecas” había sido la comedia Las Batuecas del Duque de Alba, nada más y nada menos que de Lope de Vega. El texto, probablemente escrito entre 1604 y 1614, a escasos años de la fundación del desierto carmelitano, cuenta la historia de dos amantes fugitivos que se refugian en un lugar inhóspito e inaccessible: el valle de las Batuecas. El carmelita Daniel de Pablo Maroto, cuyo libro es mi cuaderno de navegación, resume el argumento de la comedia, que por siglos pasó a ser considerada verdad histórica, de la siguiente manera:

La pareja de enamorados descubre, entre montes, bosques y cavernas, gentes totalmente descono-cidas, que viven como bárbaros o salvajes, incul-tos, hablando una lengua extraña e incomprensible para los recién llegados; que no han tenido con-tacto alguno con los habitantes de las aldeas cer-canas; ignoran, además, que existan otras tierras habitadas y desconocen la religion cristiana. Por

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puro razonamiento y por vestigios encon-trados (cruces y armas antiguas ya enmo-hecidas), deducen que otros hombres más sabios que ellos habían habitado el valle con anterioridad y eran sus posibles ances-tros. En cierto momento, Brianda, vestida de hombre, encuentra a Mileno y otros bár-baros, y les cuenta que hay más hombres en otros pueblos y ciudades; que existe un señor de aquel valle, un rey de una tierra que se llama España y otro mundo “que va

a descubrir Colón”. (42)1

Como en el caso de América, el símbolo de Batuecas se invertirá con los siglos y del buen salvaje pasará al bárbaro: en el refranero popular las Batuecas sera símbolo de la ignorancia de todo, y en Larra, sinónimo del atraso de España. En Feijoo, es uno más de esos paraísos soñados que deben ser abandonados junto a la Atlántida y El Dorado, entre

otros mencionados en su “Fábula de las Batuecas y países imaginarios”. Hay que hacer una aclaración, sin embargo, que termina por enredarlo todo más: no fue sino hasta mediados del siglo XIX que se esclareció de una buena vez por todas que las Batuecas y las infames Hurdes no eran lo mismo. Las Hurdes es un espacio geográfico, vecino de Batuecas, en la provincia extemeña de Cáceres, que el cineasta

puro razonamiento y por vestigios encon-trados (cruces y armas antiguas ya enmo-hecidas), deducen que otros hombres más sabios que ellos habían habitado el valle con anterioridad y eran sus posibles ances-tros. En cierto momento, Brianda, vestida de hombre, encuentra a Mileno y otros bár-baros, y les cuenta que hay más hombres en otros pueblos y ciudades; que existe un señor de aquel valle, un rey de una tierra que se llama España y otro mundo “que va

a descubrir Colón”. (42)1

Como en el caso de América, el símbolo de Batuecas se invertirá con los siglos y del buen salvaje pasará al bárbaro: en el refranero popular las Batuecas sera símbolo de la ignorancia de todo, y en Larra, sinónimo del atraso de España. En Feijoo, es uno más de esos paraísos soñados que deben ser abandonados junto a la Atlántida y El Dorado, entre

otros mencionados en su “Fábula de las Batuecas y países imaginarios”. Hay que hacer una aclaración, sin embargo, que termina por enredarlo todo más: no fue sino hasta mediados del siglo XIX que se esclareció de una buena vez por todas que las Batuecas y las infames Hurdes no eran lo mismo. Las Hurdes es un espacio geográfico, vecino de Batuecas, en la provincia extemeña de Cáceres, que el cineasta

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Buñuel hizo célebre en los años treinta con un documental, titulado “Tierra sin pan”, en el que retrata la miseria, el atraso, la ignorancia y el abandono de la región. En la tradición popular y en la literaria, Batuecas y Hurdes han estado fusionadas hasta tiempos recientes. Pero aún en Buñuel ambas continúan ligadas subrepticiamente. Buñuel ubica en la Alberca la entrada a las Hurdes, pero no hace referencia alguna a Batuecas, que está entre ambas y es paso obligado de un lugar al otro. ¿Hay alguna relación entre este silencio y el hecho de que en 1935 Buñuel estuvo interesado en comprar la finca de Batuecas para, supuestamente, convertirla en estudios cinematográficos? En todo caso, la alarma por la posibilidad de esta profanación, llevó a un adinerado a comprarla a nombre de las carmelitas descalzas del Cerro de los Ángeles. Al estallar la Guerra Civil, las carmelitas abandonaron Madrid y se fueron a instalar en el desierto, pero antes tuvieron que salir de España a Francia y volver a entrar por la zona “nacional”.

Me pregunto ahora si, en caso de volver alguna vez a Salamanca, iría hasta el desierto de Batuecas. “Para poder compartir con los demás la experiencia eremítica, podrán acogerse en el desierto a personas extrañas, sacerdotes,

“El café ya nos había hecho efecto,

y jugábamos con tanta vehemencia al

futbolín de mano, que algunos

parroquianos nos miraban hostiles”.

Buñuel hizo célebre en los años treinta con un documental, titulado “Tierra sin pan”, en el que retrata la miseria, el atraso, la ignorancia y el abandono de la región. En la tradición popular y en la literaria, Batuecas y Hurdes han estado fusionadas hasta tiempos recientes. Pero aún en Buñuel ambas continúan ligadas subrepticiamente. Buñuel ubica en la Alberca la entrada a las Hurdes, pero no hace referencia alguna a Batuecas, que está entre ambas y es paso obligado de un lugar al otro. ¿Hay alguna relación entre este silencio y el hecho de que en 1935 Buñuel estuvo interesado en comprar la finca de Batuecas para, supuestamente, convertirla en estudios cinematográficos? En todo caso, la alarma por la posibilidad de esta profanación, llevó a un adinerado a comprarla a nombre de las carmelitas descalzas del Cerro de los Ángeles. Al estallar la Guerra Civil, las carmelitas abandonaron Madrid y se fueron a instalar en el desierto, pero antes tuvieron que salir de España a Francia y volver a entrar por la zona “nacional”.

Me pregunto ahora si, en caso de volver alguna vez a Salamanca, iría hasta el desierto de Batuecas. “Para poder compartir con los demás la experiencia eremítica, podrán acogerse en el desierto a personas extrañas, sacerdotes,

“El café ya nos había hecho efecto,

y jugábamos con tanta vehemencia al

futbolín de mano, que algunos

parroquianos nos miraban hostiles”.

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religiosos y laicos varones, que deseen participar en la vida eremítica”, reza la Instrucción para los Desiertos de la Orden de los Carmelitas Descalzos (1993).2 Mi curiosidad se dirige ahora a una Instrucción que entiende la vida eremítica como compartida, gracias a una combinación de silencio y soledad, y esta vida, a su vez, como contrapeso para encontrar el equilibrio con el apostolado y el activismo. Todo lo cual, sin ir más lejos, llama la atención precisamente sobre la misteriosa relación de los ermitaños de Batuecas con la miseria de las Hurdes. La principal amenaza sobre Batuecas es, hoy por hoy, paradójicamente, la del turismo ecológico. Gracias a él, el área ha quedado protegida dentro de los límites del Parque Nacional. Pero hay poco espacio para la dimensión contemplativa del desierto carmelitano en la avidez contemporánea, heredera después de todo de la época de los descubrimientos y conquistas, por recorrer llanuras, cordilleras y selvas interminables, o en la de descubrir tierras vírgenes e inaccesibles. Por todo esto, me pregunto otra vez ¿iría hasta el desierto de Batuecas?... Por supuesto que sí.

Octubre 2001

Notas

1. Daniel de Pablo Maroto. Batuecas. Tierra mítica y desierto carmelitano. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2001.

2. Instrucción para los Desiertos de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Roma: Casa Generalizia Carmelitani Scalzi, 1993.

religiosos y laicos varones, que deseen participar en la vida eremítica”, reza la Instrucción para los Desiertos de la Orden de los Carmelitas Descalzos (1993).2 Mi curiosidad se dirige ahora a una Instrucción que entiende la vida eremítica como compartida, gracias a una combinación de silencio y soledad, y esta vida, a su vez, como contrapeso para encontrar el equilibrio con el apostolado y el activismo. Todo lo cual, sin ir más lejos, llama la atención precisamente sobre la misteriosa relación de los ermitaños de Batuecas con la miseria de las Hurdes. La principal amenaza sobre Batuecas es, hoy por hoy, paradójicamente, la del turismo ecológico. Gracias a él, el área ha quedado protegida dentro de los límites del Parque Nacional. Pero hay poco espacio para la dimensión contemplativa del desierto carmelitano en la avidez contemporánea, heredera después de todo de la época de los descubrimientos y conquistas, por recorrer llanuras, cordilleras y selvas interminables, o en la de descubrir tierras vírgenes e inaccesibles. Por todo esto, me pregunto otra vez ¿iría hasta el desierto de Batuecas?... Por supuesto que sí.

Octubre 2001

Notas

1. Daniel de Pablo Maroto. Batuecas. Tierra mítica y desierto carmelitano. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2001.

2. Instrucción para los Desiertos de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Roma: Casa Generalizia Carmelitani Scalzi, 1993.

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Leandro Delgado Leandro Delgado

Dictaduras marcianas

Dictaduras marcianas

Los dos capítulos presentados a continuación son parte de la tesis de maestría Ciencia ficción, ciencia y dictadura en Argentina: revista El Péndulo (1981-1987) presentados en mayo de este año en el programa de postgrado de Rutgers. El trabajo analiza las representaciones de la ciencia y la dictadura argentinas en la revista de ciencia ficción El Péndulo durante su segunda (1981-1982) y tercera época (1987).

Luego de ubicar la publicación en el marco de una producción de ciencia ficción argentina, iniciada casi desde la misma independencia nacional, la tesis presenta el género como una forma privilegiada de representar las manifestaciones de conflicto social, en este caso la dictadura y las formas de represión, tortura y desaparición sistemáticas practicadas por el gobierno

Cuando la distopía se hace real, el mundo de la ciencia ficción se convierte en la mejor de las utopías. La creación de una historia personal describe lo indescriptible.

Cuando la distopía se hace real, el mundo de la ciencia ficción se convierte en la mejor de las utopías. La creación de una historia personal describe lo indescriptible.

Los dos capítulos presentados a continuación son parte de la tesis de maestría Ciencia ficción, ciencia y dictadura en Argentina: revista El Péndulo (1981-1987) presentados en mayo de este año en el programa de postgrado de Rutgers. El trabajo analiza las representaciones de la ciencia y la dictadura argentinas en la revista de ciencia ficción El Péndulo durante su segunda (1981-1982) y tercera época (1987).

Luego de ubicar la publicación en el marco de una producción de ciencia ficción argentina, iniciada casi desde la misma independencia nacional, la tesis presenta el género como una forma privilegiada de representar las manifestaciones de conflicto social, en este caso la dictadura y las formas de represión, tortura y desaparición sistemáticas practicadas por el gobierno

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militar, además del caso particular de la guerra de Malvinas. En este sentido, se analizaron las estrategias narrativas de los diferentes autores para eludir la censura del momento: una realidad social apremiante es ubicada en distantes mundos futuros o en imprecisos tiempos, en su mayoría distópicos. En la segunda parte, el género se presenta como un ámbito donde ver las representaciones de la represión y destrucción progresiva del aparato de investigación científica en Argentina. Tal destrucción tiene orígenes muy anteriores a la dictadura pero alcanzó en este período su mayor intensidad, con implicancias fundamentales en la conformación del género argentino, caracterizado por la presencia de una tecnología obsoleta o casi ausente y ocasionalmente al servicio de la represión. Los capítulos a continuación abren y cierran el trabajo presentado.

1. Presentación

Cada vez que le comento a alguien mi interés por la ciencia ficción latinoamericana, no demoro en advertir la misma sorpresa. “¿Existe?”, parece ser la pregunta implícita, disimulada tras el inevitable levantamiento de cejas. La ciencia ficción estuvo tan ligada a mi vida que no encuentro otro género literario más representativo del lugar de donde provengo, esto por circunstancias muy personales que creo necesario explicar.

He estado más tiempo fuera que dentro de Uruguay, lo cual no me impide considerarlo mi única patria. Cada vez que intento pensar en un repertorio de literatura representativa del Río de la Plata, siempre pienso en la

militar, además del caso particular de la guerra de Malvinas. En este sentido, se analizaron las estrategias narrativas de los diferentes autores para eludir la censura del momento: una realidad social apremiante es ubicada en distantes mundos futuros o en imprecisos tiempos, en su mayoría distópicos. En la segunda parte, el género se presenta como un ámbito donde ver las representaciones de la represión y destrucción progresiva del aparato de investigación científica en Argentina. Tal destrucción tiene orígenes muy anteriores a la dictadura pero alcanzó en este período su mayor intensidad, con implicancias fundamentales en la conformación del género argentino, caracterizado por la presencia de una tecnología obsoleta o casi ausente y ocasionalmente al servicio de la represión. Los capítulos a continuación abren y cierran el trabajo presentado.

1. Presentación

Cada vez que le comento a alguien mi interés por la ciencia ficción latinoamericana, no demoro en advertir la misma sorpresa. “¿Existe?”, parece ser la pregunta implícita, disimulada tras el inevitable levantamiento de cejas. La ciencia ficción estuvo tan ligada a mi vida que no encuentro otro género literario más representativo del lugar de donde provengo, esto por circunstancias muy personales que creo necesario explicar.

He estado más tiempo fuera que dentro de Uruguay, lo cual no me impide considerarlo mi única patria. Cada vez que intento pensar en un repertorio de literatura representativa del Río de la Plata, siempre pienso en la

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ciencia ficción escrita en Montevideo y Buenos Aires. Y sé que, con eso, estoy decepcionando a alguien en alguna parte del mundo. Cuando mis compañeros más “leídos” del colegio San Francisco de Sales, en Burgos capital, me veían como una encarnación del realismo mágico latinoamericano, yo no renegaba, pero mi mente revisaba, una y otra vez, lo que realmente ocupaba mis horas de lectura. Con desesperante impuntualidad, recibía en España un ejemplar de la revista argentina de ciencia ficción El Péndulo que mi primo me mandaba, junto con las revistas Humor argentina y El Dedo uruguaya. Con una actitud crítica incipiente y algo excesiva para alguien de 15 años, intentaba reconstruir el país que había dejado a través de aquellos cuentos extraños y enrarecidos que me traía El Péndulo. Pero sólo me parecieron raros mucho después, cuando me puse a releerlos para iniciar este trabajo. En aquel tiempo me parecían claros y diáfanos. Recuerdo que un extenso cuento de Elvio Gandolfo, donde una población de vacas voladoras tenía cautiva a una población humana, me transportaba a la chacra donde vivía mi abuela,

“Cuando mis compañeros más

‘leídos’ del colegio San Francisco de Sales, en Burgos capital, me veían

como una encarnación del realismo mágico

latinoamericano, yo no renegaba, pero mi mente revisaba

lo que realmente ocupaba mis horas

de lectura”.

“Cuando mis compañeros más

‘leídos’ del colegio San Francisco de Sales, en Burgos capital, me veían

como una encarnación del realismo mágico

latinoamericano, yo no renegaba, pero mi mente revisaba

lo que realmente ocupaba mis horas

de lectura”.

ciencia ficción escrita en Montevideo y Buenos Aires. Y sé que, con eso, estoy decepcionando a alguien en alguna parte del mundo. Cuando mis compañeros más “leídos” del colegio San Francisco de Sales, en Burgos capital, me veían como una encarnación del realismo mágico latinoamericano, yo no renegaba, pero mi mente revisaba, una y otra vez, lo que realmente ocupaba mis horas de lectura. Con desesperante impuntualidad, recibía en España un ejemplar de la revista argentina de ciencia ficción El Péndulo que mi primo me mandaba, junto con las revistas Humor argentina y El Dedo uruguaya. Con una actitud crítica incipiente y algo excesiva para alguien de 15 años, intentaba reconstruir el país que había dejado a través de aquellos cuentos extraños y enrarecidos que me traía El Péndulo. Pero sólo me parecieron raros mucho después, cuando me puse a releerlos para iniciar este trabajo. En aquel tiempo me parecían claros y diáfanos. Recuerdo que un extenso cuento de Elvio Gandolfo, donde una población de vacas voladoras tenía cautiva a una población humana, me transportaba a la chacra donde vivía mi abuela,

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en Lezica, en las afueras de Montevideo. La novela breve de Mario Levrero, El lugar, donde un personaje despierta en un mundo interminable de habitaciones contiguas, también publicada en la revista, era para mí la casa de mi otra abuela, una casa típica montevideana, con más piezas de lo aconsejable y donde cualquiera es capaz de perderse en la oscuridad de una construcción que, por algún motivo, no concibe la existencia de ventanas. Lo curioso es que, durante el exilio, intentaba reconstruir el mundo de mi infancia no sólo a través de los cuentos rioplatenses sino también de los autores norteamericanos. No encontraba, ni buscaba, diferencias entre ellos. En otras palabras, Philip K. Dick me parecía tan uruguayo o argentino como Levrero o Gandolfo.

No recuerdo quién me enseñó a leer, aunque supongo que aprendí solo. Apenas recuerdo, entre mis primeras impresiones, a un amigo de mis padres que se divertía en hacerme leer los carteles de publicidad en la carretera mientras viajábamos a la casa de la playa. Mis padres tenían casa propia, auto y una casa afuera. Allí iban a parar los libros más viejos. De a poco, el chalet se fue convirtiendo en una biblioteca inadvertidamente invaluable. Afortunadamente pude conservarla casi completa gracias a la inteligencia militar, que no vio peligro alguno en Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Julio Verne, Mark Twain, Jack London, Washington Irving, Herman Melville o Sir Arthur Conan Doyle una vez que allanaron la casa y tiraron las colecciones que luego mi primo se llevó, de la vereda, haciendo cuatro viajes hasta su propia casa, a sólo dos cuadras, cruzando una cañada y antes de que pasara el basurero. Me pregunto qué peligro

en Lezica, en las afueras de Montevideo. La novela breve de Mario Levrero, El lugar, donde un personaje despierta en un mundo interminable de habitaciones contiguas, también publicada en la revista, era para mí la casa de mi otra abuela, una casa típica montevideana, con más piezas de lo aconsejable y donde cualquiera es capaz de perderse en la oscuridad de una construcción que, por algún motivo, no concibe la existencia de ventanas. Lo curioso es que, durante el exilio, intentaba reconstruir el mundo de mi infancia no sólo a través de los cuentos rioplatenses sino también de los autores norteamericanos. No encontraba, ni buscaba, diferencias entre ellos. En otras palabras, Philip K. Dick me parecía tan uruguayo o argentino como Levrero o Gandolfo.

No recuerdo quién me enseñó a leer, aunque supongo que aprendí solo. Apenas recuerdo, entre mis primeras impresiones, a un amigo de mis padres que se divertía en hacerme leer los carteles de publicidad en la carretera mientras viajábamos a la casa de la playa. Mis padres tenían casa propia, auto y una casa afuera. Allí iban a parar los libros más viejos. De a poco, el chalet se fue convirtiendo en una biblioteca inadvertidamente invaluable. Afortunadamente pude conservarla casi completa gracias a la inteligencia militar, que no vio peligro alguno en Emilio Salgari, Alejandro Dumas, Julio Verne, Mark Twain, Jack London, Washington Irving, Herman Melville o Sir Arthur Conan Doyle una vez que allanaron la casa y tiraron las colecciones que luego mi primo se llevó, de la vereda, haciendo cuatro viajes hasta su propia casa, a sólo dos cuadras, cruzando una cañada y antes de que pasara el basurero. Me pregunto qué peligro

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habrán encontrado en las aventuras de Bomba. Pero creo suponerlo.

Mi padre tenía una editorial de cuentos infantiles en la Ciudad Vieja, con una librería al frente que se llamaba Pascualina, nombre de la antigua propietaria. El género infantil, contrariamente a lo que se supone, es de extrema diversidad y contiene en sí mismo a todos los géneros de acuerdo con las capacidades de lectura, por lo cual, incluida la Biblia, era posible encontrar toda la literatura universal adaptada de manera asombrosamente rudimentaria y eficaz. Así comprendí, con la limitaciones del caso, pasajes bíblicos célebres, mitos griegos sórdidos y leyendas medievales siniestras en enciclopedias que mi padre importaba de Argentina, México y España. Con el tiempo, advertí que la literatura infantil no carecía de los recursos de la literatura adulta: asesinatos, intrigas, secuestros, torturas y extorsiones podían esconderse bajo el inocente plumaje de una gallina. Eso era alrededor de 1975, cuando la represión militar alcanzaba niveles bastante inusitados de sadismo y sofisticación. Con mi familia, huimos de Uruguay.

Mi padre tenía vinculaciones con el Partido por el Gobierno del Pueblo (PVP), una agrupación de izquierda surgida clandestinamente luego del golpe militar de 1973. Nunca pude preguntarle qué participación tuvo exactamente porque desapareció tres años después, el 7 de febrero de 1976, en Buenos Aires. Pero supongo que tendría sus razones. De acuerdo con lo que mi madre y algún amigo suyo me contaron más adelante, su mayor delito fue el diseño de un cartel público instalado una noche en la carretera que va de Montevideo a Punta del Este, el balneario más “pituco”

habrán encontrado en las aventuras de Bomba. Pero creo suponerlo.

Mi padre tenía una editorial de cuentos infantiles en la Ciudad Vieja, con una librería al frente que se llamaba Pascualina, nombre de la antigua propietaria. El género infantil, contrariamente a lo que se supone, es de extrema diversidad y contiene en sí mismo a todos los géneros de acuerdo con las capacidades de lectura, por lo cual, incluida la Biblia, era posible encontrar toda la literatura universal adaptada de manera asombrosamente rudimentaria y eficaz. Así comprendí, con la limitaciones del caso, pasajes bíblicos célebres, mitos griegos sórdidos y leyendas medievales siniestras en enciclopedias que mi padre importaba de Argentina, México y España. Con el tiempo, advertí que la literatura infantil no carecía de los recursos de la literatura adulta: asesinatos, intrigas, secuestros, torturas y extorsiones podían esconderse bajo el inocente plumaje de una gallina. Eso era alrededor de 1975, cuando la represión militar alcanzaba niveles bastante inusitados de sadismo y sofisticación. Con mi familia, huimos de Uruguay.

Mi padre tenía vinculaciones con el Partido por el Gobierno del Pueblo (PVP), una agrupación de izquierda surgida clandestinamente luego del golpe militar de 1973. Nunca pude preguntarle qué participación tuvo exactamente porque desapareció tres años después, el 7 de febrero de 1976, en Buenos Aires. Pero supongo que tendría sus razones. De acuerdo con lo que mi madre y algún amigo suyo me contaron más adelante, su mayor delito fue el diseño de un cartel público instalado una noche en la carretera que va de Montevideo a Punta del Este, el balneario más “pituco”

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del Cono Sur, según los entendidos. El cartel mostraba a un gaucho a caballo, pintado en blanco y negro, de contrastes netos. Con lanza en mano el gaucho proclamaba: “Oligarcas, a la playa”. Apoyar financiera y gráficamente las actividades de una organización de ese tipo era mucho peor que ser considerado un simple simpatizante. Disponer de cierto capital y capacidades empresariales representaba un enorme peligro, tanto o más que poner una

bomba en un jardín de infantes.Vivíamos en el Cordón, sobre la avenida 18 de Julio, en el piso 11, altura inusual en aquellos tiempos. El apartamento tenía una de las vistas más imponentes de la ciudad. Privilegios de la clase media uruguaya. La visión era de casi 360º. De un lado el mar abierto, del otro el cerro y la bahía. Mi hermano menor y yo íbamos a la escuela pública, la Nº 5 José Pedro Varela, a

sólo cinco cuadras. Para llegar, pasábamos por una galería comercial de diseño moderno que atravesaba una cuadra entera, desde 18 de julio hasta Guayabo, una calle gris, angosta y bastante deprimente. La galería tenía la primera escalera mecánica de la historia de la ciudad, y eso significaba mucho para mí en aquel entonces. El pasaje obligado por allí nos hacía sentir, orgullosamente, más cercanos a

del Cono Sur, según los entendidos. El cartel mostraba a un gaucho a caballo, pintado en blanco y negro, de contrastes netos. Con lanza en mano el gaucho proclamaba: “Oligarcas, a la playa”. Apoyar financiera y gráficamente las actividades de una organización de ese tipo era mucho peor que ser considerado un simple simpatizante. Disponer de cierto capital y capacidades empresariales representaba un enorme peligro, tanto o más que poner una

bomba en un jardín de infantes.Vivíamos en el Cordón, sobre la avenida 18 de Julio, en el piso 11, altura inusual en aquellos tiempos. El apartamento tenía una de las vistas más imponentes de la ciudad. Privilegios de la clase media uruguaya. La visión era de casi 360º. De un lado el mar abierto, del otro el cerro y la bahía. Mi hermano menor y yo íbamos a la escuela pública, la Nº 5 José Pedro Varela, a sólo

cinco cuadras. Para llegar, pasábamos por una galería comercial de diseño moderno que atravesaba una cuadra entera, desde 18 de julio hasta Guayabo, una calle gris, angosta y bastante deprimente. La galería tenía la primera escalera mecánica de la historia de la ciudad, y eso significaba mucho para mí en aquel entonces. El pasaje obligado por allí nos hacía sentir, orgullosamente, más cercanos a

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las complejidades tecnológicas que el resto de los compañeros de clase que vivía para el lado del parque.

Un día, a fines de la primavera, llegamos de la escuela y Mario, un buen vecino nuestro, estaba esperándonos en la puerta. El blanco de los ojos de Mario brillaba demasiado, como el de un caballo desbocado. Entonces me dio un papel, que abrí inmediatamente. Decía: “Hacele caso a Mario”. No necesitaba firmar para reconocer la letra de mi madre. Realmente no sé cómo se le ocurrió hacer algo así en esas circunstancias. Ahora me resulta gracioso, absurdo a la distancia, el valor que ella le daba a la palabra escrita, cuando lo esperable era que Mario nos llevara del brazo cuanto antes a un lugar seguro. Estaban buscando a mi padre y no quedaba tiempo de recoger nada. Así que salimos colgados de los brazos de Mario con las túnicas puestas mientras mi hermano empezaba a llorar y nadie intentaba calmarlo. En mi portafolios de cuero, todavía recuerdo, llevaba una colorida edición Kapelusz de Dos Años de Vacaciones de Julio Verne, prestada por la biblioteca de la escuela por el fin de semana.

“Durante el exilio, intentaba

reconstruir el mundo de mi

infancia no sólo a través de los

cuentos rioplatenses sino

también de los autores

norteamericanos: Philip K. Dick me

parecía tan uruguayo o

argentino como Mario Levrero o Elvio Gandolfo”.

“Durante el exilio, intentaba

reconstruir el mundo de mi

infancia no sólo a través de los

cuentos rioplatenses sino

también de los autores

norteamericanos: Philip K. Dick me

parecía tan uruguayo o

argentino como Mario Levrero o Elvio Gandolfo”.

las complejidades tecnológicas que el resto de los compañeros de clase que vivía para el lado del parque.

Un día, a fines de la primavera, llegamos de la escuela y Mario, un buen vecino nuestro, estaba esperándonos en la puerta. El blanco de los ojos de Mario brillaba demasiado, como el de un caballo desbocado. Entonces me dio un papel, que abrí inmediatamente. Decía: “Hacele caso a Mario”. No necesitaba firmar para reconocer la letra de mi madre. Realmente no sé cómo se le ocurrió hacer algo así en esas circunstancias. Ahora me resulta gracioso, absurdo a la distancia, el valor que ella le daba a la palabra escrita, cuando lo esperable era que Mario nos llevara del brazo cuanto antes a un lugar seguro. Estaban buscando a mi padre y no quedaba tiempo de recoger nada. Así que salimos colgados de los brazos de Mario con las túnicas puestas mientras mi hermano empezaba a llorar y nadie intentaba calmarlo. En mi portafolios de cuero, todavía recuerdo, llevaba una colorida edición Kapelusz de Dos Años de Vacaciones de Julio Verne, prestada por la biblioteca de la escuela por el fin de semana.

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Tenía las páginas pares escritas y las impares adaptadas a la historieta. Y hasta el día de hoy me recuerdo abriendo el libro por primera vez, sentados en el escalón de mármol de un zaguán, mientras esperábamos a que pasaran a buscarnos por la esquina de Colonia y Vázquez. Mi hermano se había calmado y yo le leía en voz alta.

De lentes negros y el moño despeinado, mi madre bajó de un taxi y luego dejó que se perdiera por Colonia hacia el centro. Según contaba luego, lo hizo por seguridad, pero resultó mal, porque conseguir un taxi en Montevideo a las cinco y media de la tarde de un día de semana sigue siendo tarea imposible. Esperamos más de media hora, mientras mi madre intentaba contener la calma y se secaba las lágrimas por debajo de los lentes. Era una tarde lindísima y yo pensaba que mis compañeros de clase estarían esperándome en ese momento, como todos los viernes, en la casa del gordo Edison para jugar con la primera computadora que veían mis ojos, un simple ping-pong conectado a la tele con rústico joystick de perilla previo a la generación Atari. Pero no imaginaba que era la última vez que veía Montevideo por mucho tiempo. O lo sospechaba y no quería creerlo. Finalmente tomamos un taxi y fuimos hasta la casa de mi abuela en Lezica a esperar a mi padre.

Mi abuela había sido maestra rural en los años cuarenta. Había viajado por casi todo el interior del país impulsada por su vocación docente y su espíritu socialista. Su biblioteca era un arsenal literario donde tuve mi primer contacto con la ciencia ficción. Ese primer contacto llegaba del otro lado de la cortina de hierro: Zamiatin, Stanislaw Lem, además de la obra

Tenía las páginas pares escritas y las impares adaptadas a la historieta. Y hasta el día de hoy me recuerdo abriendo el libro por primera vez, sentados en el escalón de mármol de un zaguán, mientras esperábamos a que pasaran a buscarnos por la esquina de Colonia y Vázquez. Mi hermano se había calmado y yo le leía en voz alta.

De lentes negros y el moño despeinado, mi madre bajó de un taxi y luego dejó que se perdiera por Colonia hacia el centro. Según contaba luego, lo hizo por seguridad, pero resultó mal, porque conseguir un taxi en Montevideo a las cinco y media de la tarde de un día de semana sigue siendo tarea imposible. Esperamos más de media hora, mientras mi madre intentaba contener la calma y se secaba las lágrimas por debajo de los lentes. Era una tarde lindísima y yo pensaba que mis compañeros de clase estarían esperándome en ese momento, como todos los viernes, en la casa del gordo Edison para jugar con la primera computadora que veían mis ojos, un simple ping-pong conectado a la tele con rústico joystick de perilla previo a la generación Atari. Pero no imaginaba que era la última vez que veía Montevideo por mucho tiempo. O lo sospechaba y no quería creerlo. Finalmente tomamos un taxi y fuimos hasta la casa de mi abuela en Lezica a esperar a mi padre.

Mi abuela había sido maestra rural en los años cuarenta. Había viajado por casi todo el interior del país impulsada por su vocación docente y su espíritu socialista. Su biblioteca era un arsenal literario donde tuve mi primer contacto con la ciencia ficción. Ese primer contacto llegaba del otro lado de la cortina de hierro: Zamiatin, Stanislaw Lem, además de la obra

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completa de Orwell y, por supuesto, Un Mundo Feliz de Huxley, del que a veces anotaba pasajes en un cuaderno todavía no sé con qué motivos. Por eso, viajar al borde de la ciudad representaba el contacto con el mundo alucinante de las distopías, que son la base de mi visión de la ciencia ficción, adornada con las imágenes infernales de las seriales de televisión japonesas, Ultra Seven o El Robot Gigante, que terminaban invariablemente con una lucha explosiva entre monstruosas criaturas gigantes (todavía quedaban algunos años para La Guerra de las Galaxias). Mi abuela era muy celosa de sus libros y mostraba tanto orgullo de ellos como de sus plantas y su divorcio, un escándalo familiar a fines de los cincuenta. Visitar a mi abuela, como se entiende, siempre prometía sorpresas y ésta no fue la excepción. Recuerdo que esa tarde encontré algo que no entonaba con el espíritu general de la biblioteca. Seguramente había estado allí desde mucho tiempo atrás, pero solamente lo vi entonces. Un lomo azulado sobresalía de entre la ocre generalidad. De algún modo, comprendí la gravedad de todo lo que pasaba alrededor cuando mi abuela, parada peligrosamente en un banco de mimbre, sacó aquella edición de Minotauro de Crónicas Marcianas y me la regaló. Ella nunca regalaba sus libros. Con Bradbury abandonaba Montevideo por diez años y comenzaba mi primer exilio en Buenos Aires.

Desde hace cincuenta años, Uruguay tiene tres millones de habitantes. En un país casi vacío todo el mundo se conoce y se establecen relaciones, ya familiares, ya de simple compromiso, entre personas que no tienen nada que ver. Por poner un caso, un militante de izquierda puede tener un tío torturador. Así

completa de Orwell y, por supuesto, Un Mundo Feliz de Huxley, del que a veces anotaba pasajes en un cuaderno todavía no sé con qué motivos. Por eso, viajar al borde de la ciudad representaba el contacto con el mundo alucinante de las distopías, que son la base de mi visión de la ciencia ficción, adornada con las imágenes infernales de las seriales de televisión japonesas, Ultra Seven o El Robot Gigante, que terminaban invariablemente con una lucha explosiva entre monstruosas criaturas gigantes (todavía quedaban algunos años para La Guerra de las Galaxias). Mi abuela era muy celosa de sus libros y mostraba tanto orgullo de ellos como de sus plantas y su divorcio, un escándalo familiar a fines de los cincuenta. Visitar a mi abuela, como se entiende, siempre prometía sorpresas y ésta no fue la excepción. Recuerdo que esa tarde encontré algo que no entonaba con el espíritu general de la biblioteca. Seguramente había estado allí desde mucho tiempo atrás, pero solamente lo vi entonces. Un lomo azulado sobresalía de entre la ocre generalidad. De algún modo, comprendí la gravedad de todo lo que pasaba alrededor cuando mi abuela, parada peligrosamente en un banco de mimbre, sacó aquella edición de Minotauro de Crónicas Marcianas y me la regaló. Ella nunca regalaba sus libros. Con Bradbury abandonaba Montevideo por diez años y comenzaba mi primer exilio en Buenos Aires.

Desde hace cincuenta años, Uruguay tiene tres millones de habitantes. En un país casi vacío todo el mundo se conoce y se establecen relaciones, ya familiares, ya de simple compromiso, entre personas que no tienen nada que ver. Por poner un caso, un militante de izquierda puede tener un tío torturador. Así

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se establece un nivel de relaciones invisibles que, en circunstancias apremiantes, puede salvarle la vida a uno. Cuando mi padre llegó a casa de la abuela, lo acompañaba un tipo mayor, no muy alto, ancho y de pelo corto, frente chica, lentes ray-ban negros y un bigote poblado, parejo y entrecano. Ese hombre era un primo de mi padre y yo nunca lo había visto. Era coronel y gracias a él pudimos salir de Uruguay, cruzar el río en un lanchón desde

Carmelo, en el departamento de Colonia, y llegar a una isla en el delta del Tigre donde nos esperaba un “compañero del partido”. El hombre que conducía la lancha era cabo o algo así, sin uniforme pero con el corte de pelo al ras que lo delataba, seguramente a las órdenes de mi tío segundo. Durante todo el viaje no habló una sola palabra, ni siquiera para despedirse cuando bajamos los cuatro en un muelle podrido

a las dos y media de la mañana. Fue como si no existiéramos.

Los dos años que vivimos en Buenos Aires fueron progresivamente salvajes. Mi padre comenzó a trabajar de empleado en un quiosco de revistas de compra y venta. A veces nos traía algun ejemplar de D’Artagnan, Intervalo o El Tony que nunca aprendí a disfrutar, quizá por la aversión al cómic que mantengo hasta

se establece un nivel de relaciones invisibles que, en circunstancias apremiantes, puede salvarle la vida a uno. Cuando mi padre llegó a casa de la abuela, lo acompañaba un tipo mayor, no muy alto, ancho y de pelo corto, frente chica, lentes ray-ban negros y un bigote poblado, parejo y entrecano. Ese hombre era un primo de mi padre y yo nunca lo había visto. Era coronel y gracias a él pudimos salir de Uruguay, cruzar el río en un lanchón desde

Carmelo, en el departamento de Colonia, y llegar a una isla en el delta del Tigre donde nos esperaba un “compañero del partido”. El hombre que conducía la lancha era cabo o algo así, sin uniforme pero con el corte de pelo al ras que lo delataba, seguramente a las órdenes de mi tío segundo. Durante todo el viaje no habló una sola palabra, ni siquiera para despedirse cuando bajamos los cuatro en un muelle podrido

a las dos y media de la mañana. Fue como si no existiéramos.

Los dos años que vivimos en Buenos Aires fueron progresivamente salvajes. Mi padre comenzó a trabajar de empleado en un quiosco de revistas de compra y venta. A veces nos traía algun ejemplar de D’Artagnan, Intervalo o El Tony que nunca aprendí a disfrutar, quizá por la aversión al cómic que mantengo hasta

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hoy, quizá por la dificultad de la situación. Por un motivo de índole perceptiva, era más fácil concentrarme en la lectura densa de la prosa que viajar alocadamente de una viñeta a otra. Siempre me perdía. La entramada superficie de los textos me ofrecía una tranquilidad, un regocijo y un refugio inmediatos. No tardé en conseguir, en una librería de usados, una selección bastante grande de la editorial Minotauro que ahora sería la envidia de cualquier coleccionista. Hasta el día de hoy creo que El Día de Los Trífidos es una obra maestra. Pero me pregunto si la historia de Wyndham sobre esa rara especie de plantas carnívoras ambulantes en un mundo donde todos se quedaron completamente ciegos me habrá influido de manera diferente que a alguien que no hubiera vivido el infierno de una persecusión.En el comercio donde trabajaba mi padre explotó una bomba en la mitad de una noche, a principios de 1975. Nos mudamos a una casa en Caballito, al final de un corredor al aire libre, y durante el último año mi padre comenzó a leer lo que yo había estado leyendo todo ese tiempo. Varias veces me preguntó de dónde lo había

“Mi abuela había sido maestra rural

en los años cuarenta. Había viajado por casi

todo el interior del país impulsada por

su vocación docente y su

espíritu socialista. Su biblioteca era

un arsenal literario donde tuve mi

primer contacto con la ciencia ficción”.

hoy, quizá por la dificultad de la situación. Por un motivo de índole perceptiva, era más fácil concentrarme en la lectura densa de la prosa que viajar alocadamente de una viñeta a otra. Siempre me perdía. La entramada superficie de los textos me ofrecía una tranquilidad, un regocijo y un refugio inmediatos. No tardé en conseguir, en una librería de usados, una selección bastante grande de la editorial Minotauro que ahora sería la envidia de cualquier coleccionista. Hasta el día de hoy creo que El Día de Los Trífidos es una obra maestra. Pero me pregunto si la historia de Wyndham sobre esa rara especie de plantas carnívoras ambulantes en un mundo donde todos se quedaron completamente ciegos me habrá influido de manera diferente que a alguien que no hubiera vivido el infierno de una persecusión.En el comercio donde trabajaba mi padre explotó una bomba en la mitad de una noche, a principios de 1975. Nos mudamos a una casa en Caballito, al final de un corredor al aire libre, y durante el último año mi padre comenzó a leer lo que yo había estado leyendo todo ese tiempo. Varias veces me preguntó de dónde lo había

“Mi abuela había sido maestra rural

en los años cuarenta. Había viajado por casi

todo el interior del país impulsada por

su vocación docente y su

espíritu socialista. Su biblioteca era

un arsenal literario donde tuve mi

primer contacto con la ciencia ficción”.

Dictaduras marcianas Dictaduras marcianas55 55

sacado, por lo que supongo que nunca escuchaba lo que yo le decía. Pero recuerdo que alcanzó a leer Más que Humanos de Theodore Sturgeon y que una vez me habló de Borges, de Bioy Casares y de Leopoldo Lugones. Y yo no tenía idea de quién me estaba hablando.

Se lo llevaron cuando estábamos en la escuela. Sólo lo vio un vecino: cómo lo metían a patadas en un auto y cómo alcanzó a gritar su nombre. Después, los recuerdos se me confunden y no puedo precisar cuánto tiempo pasó. Escapamos a Brasil, al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Se supone que estuvimos en San Pablo, pero sólo me acuerdo de caminar durante horas entre edificios y calles repletas de gente. También recuerdo que había una autopista altísima que veía desde un cuarto de hotel. Abajo, unos camiones entraban y salían de unos unos talleres polvorientos con caños gigantes y largas vigas de hierro oxidado.

España fue el segundo exilio. Nos instalamos en la casa de una amiga de mi madre, en la ciudad de Burgos. Lo primero que me llamó la atención fue que en España nevara tanto. Durante los primeros cuatro años me dediqué a olvidar. Pero no dejé de leer. España estaba provista de buena cantidad de ciencia ficción que me cautivó aún con las pésimas traducciones de Nebulae. Eran tan malas que pensaba que A.E. Van Vogt era un mal escritor.

Yo no pensaba en Uruguay, donde estaban pasando algunas cosas. Sin perjuicio de continuar con la salvaje represión, el gobierno había prometido consultar a la ciudadanía sobre una reforma constitucional que, entre otras tristezas, ofrecía respaldo legal al ya desmesurado

sacado, por lo que supongo que nunca escuchaba lo que yo le decía. Pero recuerdo que alcanzó a leer Más que Humanos de Theodore Sturgeon y que una vez me habló de Borges, de Bioy Casares y de Leopoldo Lugones. Y yo no tenía idea de quién me estaba hablando.

Se lo llevaron cuando estábamos en la escuela. Sólo lo vio un vecino: cómo lo metían a patadas en un auto y cómo alcanzó a gritar su nombre. Después, los recuerdos se me confunden y no puedo precisar cuánto tiempo pasó. Escapamos a Brasil, al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Se supone que estuvimos en San Pablo, pero sólo me acuerdo de caminar durante horas entre edificios y calles repletas de gente. También recuerdo que había una autopista altísima que veía desde un cuarto de hotel. Abajo, unos camiones entraban y salían de unos unos talleres polvorientos con caños gigantes y largas vigas de hierro oxidado.

España fue el segundo exilio. Nos instalamos en la casa de una amiga de mi madre, en la ciudad de Burgos. Lo primero que me llamó la atención fue que en España nevara tanto. Durante los primeros cuatro años me dediqué a olvidar. Pero no dejé de leer. España estaba provista de buena cantidad de ciencia ficción que me cautivó aún con las pésimas traducciones de Nebulae. Eran tan malas que pensaba que A.E. Van Vogt era un mal escritor.

Yo no pensaba en Uruguay, donde estaban pasando algunas cosas. Sin perjuicio de continuar con la salvaje represión, el gobierno había prometido consultar a la ciudadanía sobre una reforma constitucional que, entre otras tristezas, ofrecía respaldo legal al ya desmesurado

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poder del presidente. El plebiscito en cuestión rechazó la reforma en noviembre de 1980. Ese fue el comienzo del fin. Empezaron a aparecer numerosas publicaciones políticas de oposición y progresivamente se vivió un período de reapertura y efervescencia política. A mediados del 81 recibí la primera noticia de Uruguay. Mi primo, aquel que había rescatado mi biblioteca de la basura, me enviaba un ejemplar de Opinar, un semanario político del partido colorado, y una revista argentina que me sorprendió desde el momento en que abrí el sobre.

El primer número de El Péndulo tenía en la tapa una rana descomunal con labios humanos, una imagen grotesca, brutal e inesperada que me hizo pensar, no sin cierta melancolía, que algo bueno estaba pasando allá abajo. En su tercer número, en la delirante columna “Polvo de Estrellas” de Elvio Gandolfo, había citas de unos autores que, ahora sí, me resultaban familiares. Eran aquellos autores que mi padre había mencionado una vez: Borges, Bioy Casares y Leopoldo Lugones. Así, con El Péndulo, entraba a la literatura argentina a través de la ciencia ficción.

2. Aclaración

Lo escrito al principio de este trabajo es falso, es ficción. Nunca estuve exiliado, afortunadamente mi padre nunca desapareció, nunca viví en Buenos Aires y no conozco España.

Yo quería plantear la decisión de incluir inadvertidamente un texto de ficción como una trampa al lector. Y pensaba luego aclarar, en la mitad del trabajo que por entonces tenía en mente, que la relación

poder del presidente. El plebiscito en cuestión rechazó la reforma en noviembre de 1980. Ese fue el comienzo del fin. Empezaron a aparecer numerosas publicaciones políticas de oposición y progresivamente se vivió un período de reapertura y efervescencia política. A mediados del 81 recibí la primera noticia de Uruguay. Mi primo, aquel que había rescatado mi biblioteca de la basura, me enviaba un ejemplar de Opinar, un semanario político del partido colorado, y una revista argentina que me sorprendió desde el momento en que abrí el sobre.

El primer número de El Péndulo tenía en la tapa una rana descomunal con labios humanos, una imagen grotesca, brutal e inesperada que me hizo pensar, no sin cierta melancolía, que algo bueno estaba pasando allá abajo. En su tercer número, en la delirante columna “Polvo de Estrellas” de Elvio Gandolfo, había citas de unos autores que, ahora sí, me resultaban familiares. Eran aquellos autores que mi padre había mencionado una vez: Borges, Bioy Casares y Leopoldo Lugones. Así, con El Péndulo, entraba a la literatura argentina a través de la ciencia ficción.

2. Aclaración

Lo escrito al principio de este trabajo es falso, es ficción. Nunca estuve exiliado, afortunadamente mi padre nunca desapareció, nunca viví en Buenos Aires y no conozco España.

Yo quería plantear la decisión de incluir inadvertidamente un texto de ficción como una trampa al lector. Y pensaba luego aclarar, en la mitad del trabajo que por entonces tenía en mente, que la relación

Dictaduras marcianas Dictaduras marcianas57 57

entre la ciencia ficción y la dictadura era apenas uno de los tantos análisis posibles de la ciencia ficción argentina de los ochenta. Para ello creí necesario fundamentar, desde el resbaloso mundo de una experiencia personal, la vinculación entre ciencia ficción y dictadura, para luego negarla con la revelación de la trampa. Esto obedecía a cierta influencia de las teorías del caos en relación con la literatura.

La inclusión de la ficción dentro de un texto académico como un factor de “ruido”, creía yo, generaría una incertidumbre en el lector (una vez revelado el artificio) de tal modo que sus expectativas respecto al texto que le quedaba por leer, lo que eventualmente pensaba sobre la ciencia ficción en Argentina y la percepción de lo que ya había leído hasta ese momento no tenían nada que ver con lo que el texto iba a mostrar luego de la revelación. Pero luego me di cuenta de que

eso pasaba con cualquier texto sin necesidad de introducir deliberadamente ninguna incertidumbre, pues los textos son, desde el punto de vista de las teorías del caos, ejemplos de sistemas indeterminados en sí mismos: nunca se sabe en qué van a terminar y a medida que avanza la lectura se modifica lo que ya está leído. Así que yo mismo caí en la trampa. Me fui convenciendo, a medida que avanzaba la

entre la ciencia ficción y la dictadura era apenas uno de los tantos análisis posibles de la ciencia ficción argentina de los ochenta. Para ello creí necesario fundamentar, desde el resbaloso mundo de una experiencia personal, la vinculación entre ciencia ficción y dictadura, para luego negarla con la revelación de la trampa. Esto obedecía a cierta influencia de las teorías del caos en relación con la literatura.

La inclusión de la ficción dentro de un texto académico como un factor de “ruido”, creía yo, generaría una incertidumbre en el lector (una vez revelado el artificio) de tal modo que sus expectativas respecto al texto que le quedaba por leer, lo que eventualmente pensaba sobre la ciencia ficción en Argentina y la percepción de lo que ya había leído hasta ese momento no tenían nada que ver con lo que el texto iba a mostrar luego de la revelación. Pero luego me di cuenta de que

eso pasaba con cualquier texto sin necesidad de introducir deliberadamente ninguna incertidumbre, pues los textos son, desde el punto de vista de las teorías del caos, ejemplos de sistemas indeterminados en sí mismos: nunca se sabe en qué van a terminar y a medida que avanza la lectura se modifica lo que ya está leído. Así que yo mismo caí en la trampa. Me fui convenciendo, a medida que avanzaba la

58 Leandro Delgado 58 Leandro Delgado

investigación, de que efectivamente la dictadura tenía consecuencias en la reformulación del género que yo ni alcanzaba a sospechar. Peor aún, aquel texto ficcional del principio más bien intuyó o enfocó la dirección que luego tomó el trabajo. Por otra parte, si bien era más o menos cierto que Argentina era un país sin ciencia, esto era en realidad la última etapa de un largo proceso de deterioro de una investigación científica importante en sus orígenes, la cual tuvo una influencia decisiva en el desarrollo del género a principios de siglo. Como en el jardín de los senderos que se bifurcan, todo terminaba, al final, en la dictadura: la desaparición de la investigación científica se vinculaba no sólo con la dictadura sino con otras dictaduras anteriores.Luego de la primera caída, creí recuperarme. A pesar de haber caído en la trampa, pensé, todavía podía transmitir algo que me había planteado también en un principio, aunque no tan al principio. Me parecía necesario introducir incertidumbre como una manera de no cerrar o limitar, con mi análisis, otras lecturas posibles, en definitiva, permitir otros análisis. Así me dispuse, ingenuamente, a rendir

“Viajar al borde de la ciudad

representaba el contacto con el

mundo alucinante de las distopías, que son la base de mi visión de

la ciencia ficción, adornada con las

imágenes infernales de las seriales de

televisión japonesas”.

investigación, de que efectivamente la dictadura tenía consecuencias en la reformulación del género que yo ni alcanzaba a sospechar. Peor aún, aquel texto ficcional del principio más bien intuyó o enfocó la dirección que luego tomó el trabajo. Por otra parte, si bien era más o menos cierto que Argentina era un país sin ciencia, esto era en realidad la última etapa de un largo proceso de deterioro de una investigación científica importante en sus orígenes, la cual tuvo una influencia decisiva en el desarrollo del género a principios de siglo. Como en el jardín de los senderos que se bifurcan, todo terminaba, al final, en la dictadura: la desaparición de la investigación científica se vinculaba no sólo con la dictadura sino con otras dictaduras anteriores.Luego de la primera caída, creí recuperarme. A pesar de haber caído en la trampa, pensé, todavía podía transmitir algo que me había planteado también en un principio, aunque no tan al principio. Me parecía necesario introducir incertidumbre como una manera de no cerrar o limitar, con mi análisis, otras lecturas posibles, en definitiva, permitir otros análisis. Así me dispuse, ingenuamente, a rendir

“Viajar al borde de la ciudad

representaba el contacto con el

mundo alucinante de las distopías, que son la base de mi visión de

la ciencia ficción, adornada con las

imágenes infernales de las seriales de

televisión japonesas”.

Dictaduras marcianas Dictaduras marcianas59 59

una especie de tributo hacia un género, subgénero o lo que la ciencia ficción sea, que intentaba presentarse como el último reducto de la imaginación en un mundo donde la realidad se adelantó a nuestras fantasías. Pero sobre todo como el último reducto de una ficción que intentaba resistir a la crítica en su ilusión de imaginar ilimitadamente todos los mundos posibles, ubicarse más allá de todo como un universo inalcanzable de significados imposibles de interpretar. Influido por el trabajo del polaco Stanislaw Lem, quien ha escrito, además de ciencia ficción, ensayos enteros sobre obras inexistentes, yo quería hacer algo parecido. Pero me di cuenta de que había caído, por segunda vez, en mi trampa cuando reparé que frente a cualquier crítica siempre es posible otra crítica sin la necesidad de introducir deliberadamente elemento alguno de incertidumbre. Así que me fui quedando sin argumentos válidos para fundamentar el acto de introducir ficción en el trabajo académico.

Espero, todavía, que valga el esfuerzo de hacer visible, en ese triste texto ficcional, lo que pudo pasar en la realidad pero no pudo ser dicho.

una especie de tributo hacia un género, subgénero o lo que la ciencia ficción sea, que intentaba presentarse como el último reducto de la imaginación en un mundo donde la realidad se adelantó a nuestras fantasías. Pero sobre todo como el último reducto de una ficción que intentaba resistir a la crítica en su ilusión de imaginar ilimitadamente todos los mundos posibles, ubicarse más allá de todo como un universo inalcanzable de significados imposibles de interpretar. Influido por el trabajo del polaco Stanislaw Lem, quien ha escrito, además de ciencia ficción, ensayos enteros sobre obras inexistentes, yo quería hacer algo parecido. Pero me di cuenta de que había caído, por segunda vez, en mi trampa cuando reparé que frente a cualquier crítica siempre es posible otra crítica sin la necesidad de introducir deliberadamente elemento alguno de incertidumbre. Así que me fui quedando sin argumentos válidos para fundamentar el acto de introducir ficción en el trabajo académico.

Espero, todavía, que valga el esfuerzo de hacer visible, en ese triste texto ficcional, lo que pudo pasar en la realidad pero no pudo ser dicho.

yZUR - FICCIÓN60 60 yZUR - FICCIÓN

Carmen Carvajal Carmen Carvajal

Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá

Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá

Pronto me empecé a aburrir de mis muñecas. La última que me habían comprado tenía un pelo muy largo color amarillo y unos pechos tan grandes que me recordaban a los de mamá, aunque para una muñeca tan pequeña se veían algo raros. Yo me buscaba los míos y apenas lograba encontrar una manchita color caramelo de miel, sin ningún bulto debajo. La muñeca también tenía unas botas muy altas y muy blancas que la hacían parecer peligrosa. Cuando me la regalaron, venía con un traje de espía y con una historieta ilustrada que la mostraba saltando paredes, arrojándose en paracaídas, nadando en piscinas de lujo. A mí me divertía aquella vida que cambiaba de viñeta en viñeta como si la anterior no pudiera predecir en nada a la siguiente.

El problema que tienen las muñecas es que a veces se convierten en mujeres de carne y hueso. El problema que tienen los muñecos es que a veces se convierten en padres.

El problema que tienen las muñecas es que a veces se convierten en mujeres de carne y hueso. El problema que tienen los muñecos es que a veces se convierten en padres.

Pronto me empecé a aburrir de mis muñecas. La última que me habían comprado tenía un pelo muy largo color amarillo y unos pechos tan grandes que me recordaban a los de mamá, aunque para una muñeca tan pequeña se veían algo raros. Yo me buscaba los míos y apenas lograba encontrar una manchita color caramelo de miel, sin ningún bulto debajo. La muñeca también tenía unas botas muy altas y muy blancas que la hacían parecer peligrosa. Cuando me la regalaron, venía con un traje de espía y con una historieta ilustrada que la mostraba saltando paredes, arrojándose en paracaídas, nadando en piscinas de lujo. A mí me divertía aquella vida que cambiaba de viñeta en viñeta como si la anterior no pudiera predecir en nada a la siguiente.

61 61Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá

Mi vecina tenía una muñeca igual a la mía pero con el pelo rojo. Además, tenía otro muñeco del mismo tamaño pero con el pelo corto y sin pechos. Me explicó que era el novio de su muñeca y que además era el papá del bebé. “¿Un papá? ¿Los papás tienen bebés?”, pregunté asustada. Me contestó que sí y me mostró a otro muñeco mucho más grande y muy redondo, con los brazos y las piernas cortos y la barriga hinchada. “Este es su bebé”, me explicó.

Cuando llegué a casa, le dije a mi mamá que quería comprar un papá. Mi mamá se río de mí y me dijo que éramos pobres y que no nos lo podíamos permitir. Que un papá ocupaba mucho espacio, necesitaba de muchos gastos y exigía un gran trabajo de mantenimiento. Que era un lujo fuera de nuestro alcance. Pero como pasaron un par de días y yo no dejaba de llorar mi contrariedad, mamá vendió el piano de la abuela y salió conmigo a comprar a papá.

Al principio, estaba loca con él, tan contenta de tener a otra persona en la casa que jugara conmigo y ayudara a mamá. Pero pronto sus juegos empezaron a aburrirme: siempre repetían lo mismo y siempre los dirigía él. A la que no veía mucho ahora era a mamá. Cuando mi papá se quedaba conmigo, mi mamá se ocupaba en otras labores. A veces recordaba los juegos con mamá y me sentía triste. Empezaba a añorarla. Recordaba un lugar calentito en su regazo, acunada entre sus senos, y el sabor agridulce de la leche que me adormecía el cuerpo. Mi papá apenas se me acercaba. A veces me alzaba en brazos pero nunca me sentaba en su regazo. Yo no sabía porqué él no me calentaba el cuerpo como mamá. Empecé a decirle, a cada rato, que tenía hambre y sed, para ver lo que hacía. Pero él, en

Mi vecina tenía una muñeca igual a la mía pero con el pelo rojo. Además, tenía otro muñeco del mismo tamaño pero con el pelo corto y sin pechos. Me explicó que era el novio de su muñeca y que además era el papá del bebé. “¿Un papá? ¿Los papás tienen bebés?”, pregunté asustada. Me contestó que sí y me mostró a otro muñeco mucho más grande y muy redondo, con los brazos y las piernas cortos y la barriga hinchada. “Este es su bebé”, me explicó.

Cuando llegué a casa, le dije a mi mamá que quería comprar un papá. Mi mamá se río de mí y me dijo que éramos pobres y que no nos lo podíamos permitir. Que un papá ocupaba mucho espacio, necesitaba de muchos gastos y exigía un gran trabajo de mantenimiento. Que era un lujo fuera de nuestro alcance. Pero como pasaron un par de días y yo no dejaba de llorar mi contrariedad, mamá vendió el piano de la abuela y salió conmigo a comprar a papá.

Al principio, estaba loca con él, tan contenta de tener a otra persona en la casa que jugara conmigo y ayudara a mamá. Pero pronto sus juegos empezaron a aburrirme: siempre repetían lo mismo y siempre los dirigía él. A la que no veía mucho ahora era a mamá. Cuando mi papá se quedaba conmigo, mi mamá se ocupaba en otras labores. A veces recordaba los juegos con mamá y me sentía triste. Empezaba a añorarla. Recordaba un lugar calentito en su regazo, acunada entre sus senos, y el sabor agridulce de la leche que me adormecía el cuerpo. Mi papá apenas se me acercaba. A veces me alzaba en brazos pero nunca me sentaba en su regazo. Yo no sabía porqué él no me calentaba el cuerpo como mamá. Empecé a decirle, a cada rato, que tenía hambre y sed, para ver lo que hacía. Pero él, en

62 Carmen Carvajal 62 Carmen Carvajal

lugar de subirme a su regazo y abrirse la ropa, corría ansioso a la cocina y me traía un yogur de la nevera. Cansada ya de tanta decepción, me decidí a encararle. “Papá, lo que yo quiero es que me des una de tus leches”, le aclaré enfadada. Mi padre me contestó que no dijera tonterías, que él no pensaba hacerme daño. Entonces de veras no entendí. Cuando, después de un tiempo, oí a una mamá amenazar a su hijo, que se revolcaba en la hierba mojada del parque, con darle una leche, conseguí entender. Pues vaya, pensé. ¿Cómo es que mi padre puede ser tan tonto? Que no entendía nada de lo que yo le pedía. ¿Cómo iba a querer yo que me pegara, cómo iba a pedirle una cosa así? Pero mi padre tenía la cabeza tan llena de frases prestadas que no entendía las frases nuevas.Mi papá empezó entonces a comprarme cuentos. Y me prometió que, si alguna vez yo le contaba uno, él me lo pagaría. Eso me hizo tan feliz que me tumbé en la cama y cerré los ojos con la confianza de que así, durmiendo despierta, conseguiría acordarme de mis sueños para poder contárselos. Después de tres días bajo las sábanas con los ojos y la boca cerrados, mamá se empezó a alarmar. “Esta

“Mi vecina tenía una muñeca igual a la

mía pero con el pelo rojo. Además, tenía otro muñeco del mismo tamaño

pero con el pelo corto y sin pechos. Me explicó que era

el novio de su muñeca y que

además era el papá del bebé”.

“Mi vecina tenía una muñeca igual a la

mía pero con el pelo rojo. Además, tenía otro muñeco del mismo tamaño

pero con el pelo corto y sin pechos. Me explicó que era

el novio de su muñeca y que

además era el papá del bebé”.

lugar de subirme a su regazo y abrirse la ropa, corría ansioso a la cocina y me traía un yogur de la nevera. Cansada ya de tanta decepción, me decidí a encararle. “Papá, lo que yo quiero es que me des una de tus leches”, le aclaré enfadada. Mi padre me contestó que no dijera tonterías, que él no pensaba hacerme daño. Entonces de veras no entendí. Cuando, después de un tiempo, oí a una mamá amenazar a su hijo, que se revolcaba en la hierba mojada del parque, con darle una leche, conseguí entender. Pues vaya, pensé. ¿Cómo es que mi padre puede ser tan tonto? Que no entendía nada de lo que yo le pedía. ¿Cómo iba a querer yo que me pegara, cómo iba a pedirle una cosa así? Pero mi padre tenía la cabeza tan llena de frases prestadas que no entendía las frases nuevas.Mi papá empezó entonces a comprarme cuentos. Y me prometió que, si alguna vez yo le contaba uno, él me lo pagaría. Eso me hizo tan feliz que me tumbé en la cama y cerré los ojos con la confianza de que así, durmiendo despierta, conseguiría acordarme de mis sueños para poder contárselos. Después de tres días bajo las sábanas con los ojos y la boca cerrados, mamá se empezó a alarmar. “Esta

Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá Un cuento para que mi niña se lo lea a su papá63 63

niña se va a morir de hambre y tú tendrás la culpa”, le dijo a mi papá. Pero yo sabía que no era cierto. Sabía que, cuanto más tiempo pasaba, menos atenciones exigía mi cuerpo y toda la fuerza se me subía a la cabeza; eso era lo que yo buscaba. Una vez que toda mi sangre se concentrara en aquel punto más alto y más escondido, las formas y las ideas volverían a encontrarse en otro universo diferente, que me crecería y crecería dentro hasta que ya no cupiera en mi pequeño ser, y entonces la boca se abriría, los ojos se abrirían de nuevo y aquel sueño creado por mí inundaría el mundo, sería tan fuerte su torrente que hasta mi padre tendría que echarse a nadar para no ahogarse. Después, asombrado y agradecido, me entregaría el dinero.

“¿Para qué querrás el dinero?”, me preguntaba mi papá. Yo le decía que, cuando tuviera dinero, podría comprarme un papá que ocupara menos espacio y tuviera menos pelos, como el novio de mi muñeca, pero él no se lo creía. Y yo tampoco.

También mi mamá me preguntaba. Pero a ella no le mentía. “Mamá, tu siempre dices que un papá es un lujo muy grande. Yo quiero comprar un papá que nos sirva para algo, que haga algo más que leerme cuentos y comerse tu comida, porque eso ya lo puedo hacer yo a mis años. Quiero un papá que pueda bañarme, darme de comer, querernos a ti y a mí como nosotras nos queremos. Un papá que sea como nosotras”. Mi mamá advirtió tan sólo que los papás no son como las mamás porque no pueden llevar a los bebés dentro, pero también me dijo que ellos ayudaban a meterlos allí.

Como nunca me creía lo que nadie me decía sin antes ponerlo a prueba, al día siguiente le pregunté a

niña se va a morir de hambre y tú tendrás la culpa”, le dijo a mi papá. Pero yo sabía que no era cierto. Sabía que, cuanto más tiempo pasaba, menos atenciones exigía mi cuerpo y toda la fuerza se me subía a la cabeza; eso era lo que yo buscaba. Una vez que toda mi sangre se concentrara en aquel punto más alto y más escondido, las formas y las ideas volverían a encontrarse en otro universo diferente, que me crecería y crecería dentro hasta que ya no cupiera en mi pequeño ser, y entonces la boca se abriría, los ojos se abrirían de nuevo y aquel sueño creado por mí inundaría el mundo, sería tan fuerte su torrente que hasta mi padre tendría que echarse a nadar para no ahogarse. Después, asombrado y agradecido, me entregaría el dinero.

“¿Para qué querrás el dinero?”, me preguntaba mi papá. Yo le decía que, cuando tuviera dinero, podría comprarme un papá que ocupara menos espacio y tuviera menos pelos, como el novio de mi muñeca, pero él no se lo creía. Y yo tampoco.

También mi mamá me preguntaba. Pero a ella no le mentía. “Mamá, tu siempre dices que un papá es un lujo muy grande. Yo quiero comprar un papá que nos sirva para algo, que haga algo más que leerme cuentos y comerse tu comida, porque eso ya lo puedo hacer yo a mis años. Quiero un papá que pueda bañarme, darme de comer, querernos a ti y a mí como nosotras nos queremos. Un papá que sea como nosotras”. Mi mamá advirtió tan sólo que los papás no son como las mamás porque no pueden llevar a los bebés dentro, pero también me dijo que ellos ayudaban a meterlos allí.

Como nunca me creía lo que nadie me decía sin antes ponerlo a prueba, al día siguiente le pregunté a

Carmen Carvajal Carmen Carvajal64 64

mi papá si yo podría entrar en él por alguna parte. El se asustó mucho y me dijo que esas no eran preguntas para niñas de cuatro años. Eso era lo que más me molestaba de mi papá, que sólo sabía las cosas que ya sabe todo el mundo. Las preguntas dificiles lo asustaban. Pensaba preguntarle también si él podía meterme un bebé dentro, pero ya no me animé a hacerlo.

Entristecida con estos fracasos, me decidí a escribir uno de lo cuentos que había soñado para ver si así conseguía sus atenciones, las mismas que mamá me dedicaba. Cuando acabé de escribirlo, se lo mostré a papá y él me pidió que se lo leyera. Lo más gracioso fue que, al terminar de leer, noté que él se había mojado los pantalones, como si fuera un bebé, y me entró una risa que me hacía tantas cosquillas en el vientre que no conseguía pararla.

Lo terrible vino entonces. Papá le dijo a mi mamá que se iba lejos porque me tenía miedo. Durante mucho tiempo, pensé que me estaba muriendo, pero al final logré sanar. Cogí todo el dinero que papá me había pagado, fui al supermercado y me compré otro papá igual, porque sólo había ese modelo. Al menos éste, como mi muñeca, venía con un folleto de instrucciones. Bueno, pensé, si sigo estas instrucciones ya se sabe lo que va a pasar. Así que cogí el folleto, lo tiré a la basura, y empecé a leerle un cuento.

mi papá si yo podría entrar en él por alguna parte. El se asustó mucho y me dijo que esas no eran preguntas para niñas de cuatro años. Eso era lo que más me molestaba de mi papá, que sólo sabía las cosas que ya sabe todo el mundo. Las preguntas dificiles lo asustaban. Pensaba preguntarle también si él podía meterme un bebé dentro, pero ya no me animé a hacerlo.

Entristecida con estos fracasos, me decidí a escribir uno de lo cuentos que había soñado para ver si así conseguía sus atenciones, las mismas que mamá me dedicaba. Cuando acabé de escribirlo, se lo mostré a papá y él me pidió que se lo leyera. Lo más gracioso fue que, al terminar de leer, noté que él se había mojado los pantalones, como si fuera un bebé, y me entró una risa que me hacía tantas cosquillas en el vientre que no conseguía pararla.

Lo terrible vino entonces. Papá le dijo a mi mamá que se iba lejos porque me tenía miedo. Durante mucho tiempo, pensé que me estaba muriendo, pero al final logré sanar. Cogí todo el dinero que papá me había pagado, fui al supermercado y me compré otro papá igual, porque sólo había ese modelo. Al menos éste, como mi muñeca, venía con un folleto de instrucciones. Bueno, pensé, si sigo estas instrucciones ya se sabe lo que va a pasar. Así que cogí el folleto, lo tiré a la basura, y empecé a leerle un cuento.

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El insomnio de la frivolidad

El inicio de la música estaba previsto para la una de la tarde, pero, después de media hora, todavía no había indicio alguno de melodía. Un gran desespero reinaba en el salón posterior, gritos, bullicio y muy pocas carcajadas. El humo de los cigarillos consumidos, y aquellos que todavía se degustaban, mantenían un ambiente sombrío y grisáceo, las paredes parecían alejarse y luego desaparecían en la densa neblina. Los cuerpos se movían de un lugar a otro sin un destino pendiente, sin una coordinación específica, mientras los vestidos se conservaban en su lugar de origen, excepto los que eran planchados con una máquina de la que emanaba un vapor delirante, capaz de eliminar, y a veces matar, cualquier arruga que deseaba vivir más de lo usual. El sonido de la máquina se perdía en la inmensidad del ruido del salón en una

Además de la bulimia y la anorexia, la metamorfosis parece ser el otro gran peligro que amenaza el glamoroso mundo de las pasarelas.

René Rodríguez

El insomnio de la frivolidad

El inicio de la música estaba previsto para la una de la tarde, pero, después de media hora, todavía no había indicio alguno de melodía. Un gran desespero reinaba en el salón posterior, gritos, bullicio y muy pocas carcajadas. El humo de los cigarillos consumidos, y aquellos que todavía se degustaban, mantenían un ambiente sombrío y grisáceo, las paredes parecían alejarse y luego desaparecían en la densa neblina. Los cuerpos se movían de un lugar a otro sin un destino pendiente, sin una coordinación específica, mientras los vestidos se conservaban en su lugar de origen, excepto los que eran planchados con una máquina de la que emanaba un vapor delirante, capaz de eliminar, y a veces matar, cualquier arruga que deseaba vivir más de lo usual. El sonido de la máquina se perdía en la inmensidad del ruido del salón en una

Además de la bulimia y la anorexia, la metamorfosis parece ser el otro gran peligro que amenaza el glamoroso mundo de las pasarelas.

René Rodríguez

yZUR - FICCIÓN yZUR - FICCIÓN

66 René Rodríguez 66 René Rodríguez

confusión sonora. La persona encargada del planchado continuaba un movimiento firme, de arriba hacia abajo de la pieza, sincronizado, el cual sólo se logra con la práctica y el tiempo.

Al otro lado del salón anterior, el público comenzaba a llegar buscando su silla particular, el lugar destinado de antemano para presenciar el espectáculo. El ambiente era más sereno acá, una atmósfera de tranquilidad disimulada encubría la galería, la redefinía, le otorgaba seriedad al asunto. En una actitud usual, la señoras iban entrando poco a poco con una cierta galantería alegre, casi hasta el punto de un libertinaje permisible en estos actos. Se acompañaban unas a las otras, se guardaban entre sí una complicidad conocida, develada para esta única ocasión, se saludaban y luego pasaban hacia una mesa redonda en donde un mesero servía champán en finas copas de un azulado cristal. Las señoras consumían sorbo a sorbo el espumoso líquido, entretanto las otras secuaces iban llegando.

De nuevo, el rito del saludo, la mano derecha sube hasta media altura, luego un nombre y el otro, tal vez un “baby, ¡qué tal!” o lo más seguro, “Darling, cómo has estado”, dos besos, mejillas que no se tocan, ni al menos

confusión sonora. La persona encargada del planchado continuaba un movimiento firme, de arriba hacia abajo de la pieza, sincronizado, el cual sólo se logra con la práctica y el tiempo.

Al otro lado del salón anterior, el público comenzaba a llegar buscando su silla particular, el lugar destinado de antemano para presenciar el espectáculo. El ambiente era más sereno acá, una atmósfera de tranquilidad disimulada encubría la galería, la redefinía, le otorgaba seriedad al asunto. En una actitud usual, la señoras iban entrando poco a poco con una cierta galantería alegre, casi hasta el punto de un libertinaje permisible en estos actos. Se acompañaban unas a las otras, se guardaban entre sí una complicidad conocida, develada para esta única ocasión, se saludaban y luego pasaban hacia una mesa redonda en donde un mesero servía champán en finas copas de un azulado cristal. Las señoras consumían sorbo a sorbo el espumoso líquido, entretanto las otras secuaces iban llegando.

De nuevo, el rito del saludo, la mano derecha sube hasta media altura, luego un nombre y el otro, tal vez un “baby, ¡qué tal!” o lo más seguro, “Darling, cómo has estado”, dos besos, mejillas que no se tocan, ni al menos

“En una actitud usual, la señoras

iban entrando poco a poco con una

cierta galantería alegre, casi hasta

el punto de un libertinaje

permisible en estos actos”.

“En una actitud usual, la señoras

iban entrando poco a poco con una

cierta galantería alegre, casi hasta

el punto de un libertinaje

permisible en estos actos”.

El insomnio de la frivolidad El insomnio de la frivolidad67 67

media una intención. Los entremeses están servidos en mesas que rodean al piano, el centro de la galería.

Tras bastidores las modelos esperan impacientes a la música, punto inicial de la función. El cigarillo y el champán son los inseparables amigos en la inacción. El diseñador reparte las últimas instrucciones antes del desfile, con su grave tono vocifera las funciones a sus diez ayudantes, que le siguen cuidadosamente cada paso. El se diferencia grandemente de las modelos por su escandaloso sobrepeso, el cual dificulta enteramente su trabajo, al punto que ha estado sentado por las últimas dos horas entre reprimendas y besos fugaces. Se ingenia la manera de sostener el orden caótico del sitio.

El salón estaba cubierto de espejos, cada una de las paredes tenía como vestido uno majestuoso, cada uno de ellos se reflejaba en el otro. Todo se podía ver en uno solo, un lado era la historia de todos los lados. Cada modelo se examinaba minuciosamente en las paredes, reconociéndose uno por uno los componentes del cuerpo, su placidez y, en algunos casos, su dureza tanteando los miembros que dan forma a su inversión. De todas las modelos, era Ana la más que se miraba, se observaba delicadamente con una intensidad animal, sus manos repasaban cada ínfima parte. Le gustaba sentirse, vivirse, explorar su propio tejido. Siempre pensó que su cuerpo era perfecto, que de él irradiaba una energía incomparable, especial, casi mística, algo que nunca había visto en otro cuerpo, en otra cara, en otro ser. Su piel, su cutis celestial, la cautivaba, la seducía como ninguna otra piel la había cautivado o seducido. Se maravillaba cada vez que apreciaba su

media una intención. Los entremeses están servidos en mesas que rodean al piano, el centro de la galería.

Tras bastidores las modelos esperan impacientes a la música, punto inicial de la función. El cigarillo y el champán son los inseparables amigos en la inacción. El diseñador reparte las últimas instrucciones antes del desfile, con su grave tono vocifera las funciones a sus diez ayudantes, que le siguen cuidadosamente cada paso. El se diferencia grandemente de las modelos por su escandaloso sobrepeso, el cual dificulta enteramente su trabajo, al punto que ha estado sentado por las últimas dos horas entre reprimendas y besos fugaces. Se ingenia la manera de sostener el orden caótico del sitio.

El salón estaba cubierto de espejos, cada una de las paredes tenía como vestido uno majestuoso, cada uno de ellos se reflejaba en el otro. Todo se podía ver en uno solo, un lado era la historia de todos los lados. Cada modelo se examinaba minuciosamente en las paredes, reconociéndose uno por uno los componentes del cuerpo, su placidez y, en algunos casos, su dureza tanteando los miembros que dan forma a su inversión. De todas las modelos, era Ana la más que se miraba, se observaba delicadamente con una intensidad animal, sus manos repasaban cada ínfima parte. Le gustaba sentirse, vivirse, explorar su propio tejido. Siempre pensó que su cuerpo era perfecto, que de él irradiaba una energía incomparable, especial, casi mística, algo que nunca había visto en otro cuerpo, en otra cara, en otro ser. Su piel, su cutis celestial, la cautivaba, la seducía como ninguna otra piel la había cautivado o seducido. Se maravillaba cada vez que apreciaba su

René Rodríguez René Rodríguez68 68

reflejo. Era como si Ana se hubiera convertido en su propio ángel.

Ana era terriblemente preciosa. Era, como en todos los desfiles de moda en el país, la modelo principal de la velada. Su belleza llamaba la atención de todas las revistas y periódicos de modas. Todos los diseñadores querían ver su vestidos en el cuerpo de Ana. Estos pensaban que sus creaciones tomaban otra dimensión en aquel ente sublime. Asimismo, Ana paseaba por la pasarela elegantemente, como flotando. Levitaba con una gracia etérea. Esto le había traído una incalculable fortuna monetaria además de una fama internacional que cubría más de cuarenta países. Ana era la gran modelo, la última gran modelo de su generación, la atracción obligada en este mundo de la imagen. Ana continuaba su autoexploración, tocaba cada instante su brillante cuerpo.

Uno de los ayudantes del diseñador se le acerca y le comunica que solamente faltan dos minutos para iniciar la presentación. Un cosquilleo le invade el estómago al tiempo que toma una bocanada más de su cigarrillo y un sorbo de su vino blanco. Antes de partir, decide observarse nuevamente en el espejo.

Las luces se apaciguan paulatinamente, la música comienza de imprevisto, el desfile se ha iniciado. La primera modelo camina lentamente hacia el frente, con los brazos caídos a los lados del cuerpo, las piernas se mueven, movimientos coreografiados. El cuerpo tenue y calmado se pasea de un lado a otro fragmentándose con cada gesto, para luego recomponerse en un todo provocativo, sensual y erótico.

reflejo. Era como si Ana se hubiera convertido en su propio ángel.

Ana era terriblemente preciosa. Era, como en todos los desfiles de moda en el país, la modelo principal de la velada. Su belleza llamaba la atención de todas las revistas y periódicos de modas. Todos los diseñadores querían ver su vestidos en el cuerpo de Ana. Estos pensaban que sus creaciones tomaban otra dimensión en aquel ente sublime. Asimismo, Ana paseaba por la pasarela elegantemente, como flotando. Levitaba con una gracia etérea. Esto le había traído una incalculable fortuna monetaria además de una fama internacional que cubría más de cuarenta países. Ana era la gran modelo, la última gran modelo de su generación, la atracción obligada en este mundo de la imagen. Ana continuaba su autoexploración, tocaba cada instante su brillante cuerpo.

Uno de los ayudantes del diseñador se le acerca y le comunica que solamente faltan dos minutos para iniciar la presentación. Un cosquilleo le invade el estómago al tiempo que toma una bocanada más de su cigarrillo y un sorbo de su vino blanco. Antes de partir, decide observarse nuevamente en el espejo.

Las luces se apaciguan paulatinamente, la música comienza de imprevisto, el desfile se ha iniciado. La primera modelo camina lentamente hacia el frente, con los brazos caídos a los lados del cuerpo, las piernas se mueven, movimientos coreografiados. El cuerpo tenue y calmado se pasea de un lado a otro fragmentándose con cada gesto, para luego recomponerse en un todo provocativo, sensual y erótico.

El insomnio de la frivolidad El insomnio de la frivolidad69 69

El volumen de la música va impacientando lentamente a Ana y una profunda ansiedad palpita en sus entrañas. Los dedos de la mano derecha tiritan involuntariamente, pero no puede sentir los de su mano izquierda. Intenta moverlos pero estos no responden al mensaje del cerebro. La modelo que precede a Ana emprende su trayectoria hacia la pasarela, realiza la parada oficial y prosigue luego la travesía ante la mirada severa del público. Sus

ojos se pierden en un horizonte luminoso, al tiempo que se obliga a dibujar una sonrisa en su rostro. La respiración de Ana se acelera, sus pulmones se llenan y vacían descontrola-damente. Decide cerrar los ojos pero la oscuridad siempre le impartía un desagradable pavor. En un segundo los abre: la modelo anterior está por terminar su primera rutina. Ya pronto será su turno.Ana sube escalón por

escalón hasta llegar a la pasarela. Su compañera ha terminado su trabajo. El camino es todo para ella, es su momento. El espectáculo espera por ella, la desea, le pide encarecidamente su belleza, su figura, su forma entera. Ana se prepara como toda una profesional, conocedora de la responsabilidad que lleva a cuestas, otra pasarela más, otro desfile más, toda su vida en un ir y venir, una furia continua,

El volumen de la música va impacientando lentamente a Ana y una profunda ansiedad palpita en sus entrañas. Los dedos de la mano derecha tiritan involuntariamente, pero no puede sentir los de su mano izquierda. Intenta moverlos pero estos no responden al mensaje del cerebro. La modelo que precede a Ana emprende su trayectoria hacia la pasarela, realiza la parada oficial y prosigue luego la travesía ante la mirada severa del público. Sus

ojos se pierden en un horizonte luminoso, al tiempo que se obliga a dibujar una sonrisa en su rostro. La respiración de Ana se acelera, sus pulmones se llenan y vacían descontrola-damente. Decide cerrar los ojos pero la oscuridad siempre le impartía un desagradable pavor. En un segundo los abre: la modelo anterior está por terminar su primera rutina. Ya pronto será su turno.Ana sube escalón por

escalón hasta llegar a la pasarela. Su compañera ha terminado su trabajo. El camino es todo para ella, es su momento. El espectáculo espera por ella, la desea, le pide encarecidamente su belleza, su figura, su forma entera. Ana se prepara como toda una profesional, conocedora de la responsabilidad que lleva a cuestas, otra pasarela más, otro desfile más, toda su vida en un ir y venir, una furia continua,

70 René Rodríguez 70 René Rodríguez

una competencia perpetua donde la frivolidad toma su mayor esencia.

La extensa pasarela se presenta ante el asombro de Ana que, perpleja, redefine los confines de la distancia y los reconstruye en un paraíso mental. Entretanto, las luces de las cámaras llevan al hastío a la modelo. Ana procede, mira hacia aquel lúgubre infinito eliminando la noción del tiempo y el espacio en cada paso. Los espectadores aprecian fijamente a la modelo. El vestido de seda que lleva puesto se pierde entre las luces del escenario, rayos potentes que traspasan el aire en una jugosa armonía de distintos colores. Ana camina hacia el final de la pasarela con su triste sonrisa, con su delicado cuerpo. Los fotógrafos corren por el salón desesperados por tomar la gran foto, el público se impacienta de emoción. Con una excitación deliciosa admiran con vehemencia el cuerpo que posa, el cuerpo que se entrega al sacrifico por la opulencia. La modelo continua su andar enseñando sus elegantes ángulos parando cada instante para retar la imaginación de cualquier editor de modas, presentándose tal como es. El espectáculo en su máxima expresión. Ana descansa en el borde de la pasarela, ante la mirada fiel del auditorio.

una competencia perpetua donde la frivolidad toma su mayor esencia.

La extensa pasarela se presenta ante el asombro de Ana que, perpleja, redefine los confines de la distancia y los reconstruye en un paraíso mental. Entretanto, las luces de las cámaras llevan al hastío a la modelo. Ana procede, mira hacia aquel lúgubre infinito eliminando la noción del tiempo y el espacio en cada paso. Los espectadores aprecian fijamente a la modelo. El vestido de seda que lleva puesto se pierde entre las luces del escenario, rayos potentes que traspasan el aire en una jugosa armonía de distintos colores. Ana camina hacia el final de la pasarela con su triste sonrisa, con su delicado cuerpo. Los fotógrafos corren por el salón desesperados por tomar la gran foto, el público se impacienta de emoción. Con una excitación deliciosa admiran con vehemencia el cuerpo que posa, el cuerpo que se entrega al sacrifico por la opulencia. La modelo continua su andar enseñando sus elegantes ángulos parando cada instante para retar la imaginación de cualquier editor de modas, presentándose tal como es. El espectáculo en su máxima expresión. Ana descansa en el borde de la pasarela, ante la mirada fiel del auditorio.

“El salón estaba cubierto de espejos,

cada una de las paredes tenía como

vestido uno majestuoso, cada

uno de ellos se reflejaba en el otro.

Todo se podía ver en uno solo, un lado

era la historia de todos los lados”.

“El salón estaba cubierto de espejos,

cada una de las paredes tenía como

vestido uno majestuoso, cada

uno de ellos se reflejaba en el otro.

Todo se podía ver en uno solo, un lado

era la historia de todos los lados”.

El insomnio de la frivolidad El insomnio de la frivolidad71 71

Un intenso cosquilleo recorre todo su cuerpo, sus piernas se entumecen, no hay sensación en los pies. Los fotógrafos continúan haciendo sus tiros predilectos mientras Ana siente irse, moverse sin dar un solo paso. Un líquido ácido y gomoso sube a la garganta. Siente que tiene que expulsarlo. Piensa que el vómito es la única solución, pero resuelve tragarlo, engullirlo, como antes había ingerido el champán. El hormigueo se incrementa hasta el punto del estallido corporal. La modelo tiembla sin poder controlarlo, pierde el dominio de su propio cuerpo, como si su cuerpo no le perteneciera. Otras manos, otros pensamientos intervienen en su físico.

La concurrencia ignora la angustia, la agonía y la tribulación de Ana. Una sonrisa comunica un estado totalmente distinto al de su interior, que fluye como un volcán a punto de erupción. Los órganos internos de Ana se mueven rápidamente, cambian continuamente de forma y de sustancia. La blanca piel de la modelo se curte. Cascadas de líneas rojas se marcan en su cara, las venas quieren tener acceso al exterior, ser parte de la función. El entusiasmo se ha ido, las risas, los asombros, los gritos de emoción se han desvanecido, la locura y la excitación se disuelven en un aire de sorpresa y asco que invade a los asistentes. Ana se pierde en las miradas atónitas de las personas. Su cintura se contorsiona bruscamente aumentando su tamaño hacia los lados. Las caderas van expandiéndose irreverentemente deformando el cuerpo. Sus pies van ensanchándose vertiginosamente como formando grandes bloques de piedra maciza. Los dedos se unen formando un solo elemento rocoso. Varias líneas negras destrozan la languidez de sus piernas, abren paso a

Un intenso cosquilleo recorre todo su cuerpo, sus piernas se entumecen, no hay sensación en los pies. Los fotógrafos continúan haciendo sus tiros predilectos mientras Ana siente irse, moverse sin dar un solo paso. Un líquido ácido y gomoso sube a la garganta. Siente que tiene que expulsarlo. Piensa que el vómito es la única solución, pero resuelve tragarlo, engullirlo, como antes había ingerido el champán. El hormigueo se incrementa hasta el punto del estallido corporal. La modelo tiembla sin poder controlarlo, pierde el dominio de su propio cuerpo, como si su cuerpo no le perteneciera. Otras manos, otros pensamientos intervienen en su físico.

La concurrencia ignora la angustia, la agonía y la tribulación de Ana. Una sonrisa comunica un estado totalmente distinto al de su interior, que fluye como un volcán a punto de erupción. Los órganos internos de Ana se mueven rápidamente, cambian continuamente de forma y de sustancia. La blanca piel de la modelo se curte. Cascadas de líneas rojas se marcan en su cara, las venas quieren tener acceso al exterior, ser parte de la función. El entusiasmo se ha ido, las risas, los asombros, los gritos de emoción se han desvanecido, la locura y la excitación se disuelven en un aire de sorpresa y asco que invade a los asistentes. Ana se pierde en las miradas atónitas de las personas. Su cintura se contorsiona bruscamente aumentando su tamaño hacia los lados. Las caderas van expandiéndose irreverentemente deformando el cuerpo. Sus pies van ensanchándose vertiginosamente como formando grandes bloques de piedra maciza. Los dedos se unen formando un solo elemento rocoso. Varias líneas negras destrozan la languidez de sus piernas, abren paso a

René Rodríguez René Rodríguez72 72

través de la piel desgarrando la dura carne. Las oscuras líneas se transmutan en horribles tentáculos que bajan por los lados de la pasarela cubriendo todas las sillas de la primera fila. Los espectadores, entre gritos y náuseas, huyen desaforadamente hacia las salidas del salón. Los brazos de Ana se juntan en el torso mientras sus senos desaparecen en su pecho hinchado y sangriento. Una enorme joroba nace desde su espalda y termina en el suelo en una cola gigantesca de torpes movimientos. El rostro, el precioso rostro de Ana, se ha transformado en una espeluznante sombra de lo que fue: dientes que sobresalen de la boca, la nariz ha dado paso a un orificio de donde emanan hediondos gases. Sus ojos desorbitados siguen observando el desenfrenado alrededor.

Las luces se apagan paulatinamente, la primera modelo camina en la pasarela, mientras que Ana, contemplándose en el espejo, espera ansiosa su turno.

través de la piel desgarrando la dura carne. Las oscuras líneas se transmutan en horribles tentáculos que bajan por los lados de la pasarela cubriendo todas las sillas de la primera fila. Los espectadores, entre gritos y náuseas, huyen desaforadamente hacia las salidas del salón. Los brazos de Ana se juntan en el torso mientras sus senos desaparecen en su pecho hinchado y sangriento. Una enorme joroba nace desde su espalda y termina en el suelo en una cola gigantesca de torpes movimientos. El rostro, el precioso rostro de Ana, se ha transformado en una espeluznante sombra de lo que fue: dientes que sobresalen de la boca, la nariz ha dado paso a un orificio de donde emanan hediondos gases. Sus ojos desorbitados siguen observando el desenfrenado alrededor.

Las luces se apagan paulatinamente, la primera modelo camina en la pasarela, mientras que Ana, contemplándose en el espejo, espera ansiosa su turno.

73 73

CielorrasoLa calle iluminada por debajo de

los árboles pelados me hizo recordar, no sé bien porqué, la disección con alfileres de una lombriz de tierra en la época cuando era liceal. Recordaré aquella imagen mientras viva y la de mi compañera de equipo desplomándose desvanecida.

Aquel túnel transparente se ramificaba en ángulos rectos por toda la ciudad, en una telaraña fluorescente. Se me hizo algo difícil orientarme. Bajé hasta la calle y me paré en la mitad de una cuadra que me pareció conocida. El vuelo me había dejado agotado. Y sólo habían sido seis cuadras. Estaba sólo a cincuenta metros.

Volví a remontar y después planée como me gusta hacerlo, en una curva cerrada y violenta, hasta el balconcito del apartamento de mi novia. Estuve unos segundos suspendido y me posé

Los poderes de un superhéroe nada pueden contra el mal de amor, la infidelidad y otras desgracias personales. Cuando sólo queda volar, lo más lejos posible.

Leandro Delgado

Cielorraso La calle iluminada por debajo de

los árboles pelados me hizo recordar, no sé bien porqué, la disección con alfileres de una lombriz de tierra en la época cuando era liceal. Recordaré aquella imagen mientras viva y la de mi compañera de equipo desplomándose desvanecida.

Aquel túnel transparente se ramificaba en ángulos rectos por toda la ciudad, en una telaraña fluorescente. Se me hizo algo difícil orientarme. Bajé hasta la calle y me paré en la mitad de una cuadra que me pareció conocida. El vuelo me había dejado agotado. Y sólo habían sido seis cuadras. Estaba sólo a cincuenta metros.

Volví a remontar y después planée como me gusta hacerlo, en una curva cerrada y violenta, hasta el balconcito del apartamento de mi novia. Estuve unos segundos suspendido y me posé

Los poderes de un superhéroe nada pueden contra el mal de amor, la infidelidad y otras desgracias personales. Cuando sólo queda volar, lo más lejos posible.

Leandro Delgado

yZUR - FICCIÓN yZUR - FICCIÓN

74 Leandro Delgado 74 Leandro Delgado

sin ruido—apenas el tremolar de la capa—contra las baldosas del monolítico.

La luz del cuarto estaba prendida, pero la ventana estaba cerrada. Extraño. Golpée el vidrio. Nadie. Quizás estuviera en el baño.

Volé hasta el otro pozo de aire y me acerqué a la banderola. La luz estaba prendida también. Golpée. Alguien chistó desde abajo pidiendo silencio. No había nadie en casa. Quizás estuviera en el bar de la esquina. Revolotée inmediatamente y bajé hasta la puerta.Allí estaba, hablando por teléfono. Se puso algo nerviosa cuando me vio por el espejo oxidado y disimuló. Sonrió como hablándole a una amiga y cortó.La tomé en los brazos y volamos hasta su balcón. En el cuarto saqué un chocolate que había comprado e intenté envolverla en mi capa como a ella tanto le gustaba, tirarnos envueltos en la cama. Pero entonces me lo dijo.No podía seguir mintiéndome, dijo. Había dejado de quererme hacía mucho tiempo. Hubiera querido quererme como antes, pero no podía, no quería hacerme más daño. Además, había conocido a otro tipo. Primero me reí y después sentí una puntada en la boca del estómago.

sin ruido—apenas el tremolar de la capa—contra las baldosas del monolítico.

La luz del cuarto estaba prendida, pero la ventana estaba cerrada. Extraño. Golpée el vidrio. Nadie. Quizás estuviera en el baño.

Volé hasta el otro pozo de aire y me acerqué a la banderola. La luz estaba prendida también. Golpée. Alguien chistó desde abajo pidiendo silencio. No había nadie en casa. Quizás estuviera en el bar de la esquina. Revolotée inmediatamente y bajé hasta la puerta.Allí estaba, hablando por teléfono. Se puso algo nerviosa cuando me vio por el espejo oxidado y disimuló. Sonrió como hablándole a una amiga y cortó.La tomé en los brazos y volamos hasta su balcón. En el cuarto saqué un chocolate que había comprado e intenté envolverla en mi capa como a ella tanto le gustaba, tirarnos envueltos en la cama. Pero entonces me lo dijo.No podía seguir mintiéndome, dijo. Había dejado de quererme hacía mucho tiempo. Hubiera querido quererme como antes, pero no podía, no quería hacerme más daño. Además, había conocido a otro tipo. Primero me reí y después sentí una puntada en la boca del estómago.

“La tomé en los brazos y volamos

hasta su balcón. En el cuarto saqué un

chocolate que había comprado e intenté

envolverla en mi capa como a ella tanto le gustaba,

tirarnos envueltos en la cama. Pero

entonces me lo dijo”.

“La tomé en los brazos y volamos

hasta su balcón. En el cuarto saqué un

chocolate que había comprado e intenté

envolverla en mi capa como a ella tanto le gustaba,

tirarnos envueltos en la cama. Pero

entonces me lo dijo”.

Cielorraso Cielorraso75 75

No me quiso decir quién era. Temí algo terrible y no insistí. Además, y eso me impresionó, no lloró en ningún momento, como si no sintiera nada, ni un temblor de la voz, los ojos fijos en los míos resecándome la boca. No sonaba como arrepentida y ni siquiera lo aparentó. Ojalá lo hubiera hecho.

Después de vomitar salpicándome la capa me recosté contra la pared y fui deslizándome lentamente hasta quedar sentado en el piso. En el espejo de enfrente me iba viendo, las manos agarradas a la cabeza, mi gran inicial arrugada sobre el pecho, la capa que iba quedando pegada contra la pared, encima mío. Ella se mantuvo en silencio esperando a que yo reaccionara. Quería que me fuera.

Con mis últimas fuerzas me separé del piso, floté unos segundos delante de ella sin poder mirarla y me fui, en vuelo rasante.

No me quiso decir quién era. Temí algo terrible y no insistí. Además, y eso me impresionó, no lloró en ningún momento, como si no sintiera nada, ni un temblor de la voz, los ojos fijos en los míos resecándome la boca. No sonaba como arrepentida y ni siquiera lo aparentó. Ojalá lo hubiera hecho.

Después de vomitar salpicándome la capa me recosté contra la pared y fui deslizándome lentamente hasta quedar sentado en el piso. En el espejo de enfrente me iba viendo, las manos agarradas a la cabeza, mi gran inicial arrugada sobre el pecho, la capa que iba quedando pegada contra la pared, encima mío. Ella se mantuvo en silencio esperando a que yo reaccionara. Quería que me fuera.

Con mis últimas fuerzas me separé del piso, floté unos segundos delante de ella sin poder mirarla y me fui, en vuelo rasante.

yZUR - POESÍA76 76 yZUR - POESÍA

Marcela Ruiz Marcela Ruiz

Escenas de un naufragio

Escenas de un naufragio

I. He vuelto a escribir1

Una nueva ciudad te ha acogido en su torbellino y cada día sus calles te reconocen más y más. Con cautela reservas el tiempo que me destinas. He salido en tu búsqueda, desafiando el azar con el trayecto elegido y termino en el mediodía de la vida pública, en el entreacto de la producción ciudadana, sentada entre inventarios sin representación bajo el tibio sol de abril.

Una mujer a mi lado me habla de nuevas geografías, de un pasado de trashumancia que le heredó un acento foráneo hace un año, hace dos, hace tres, por su hija, el desamparo, la mala fortuna, el alcohol, por mis monedas. La voluntad de relatar se enciende en sus ojos para revelarme el secreto de su estirpe; pronunciando

La imposible tarea de recuperar el orden en un mundo devastado. En su enumeración desesperada, las escenas van unidas por un débil hálito de razón.

La imposible tarea de recuperar el orden en un mundo devastado. En su enumeración desesperada, las escenas van unidas por un débil hálito de razón.

I. He vuelto a escribir1

Una nueva ciudad te ha acogido en su torbellino y cada día sus calles te reconocen más y más. Con cautela reservas el tiempo que me destinas. He salido en tu búsqueda, desafiando el azar con el trayecto elegido y termino en el mediodía de la vida pública, en el entreacto de la producción ciudadana, sentada entre inventarios sin representación bajo el tibio sol de abril.

Una mujer a mi lado me habla de nuevas geografías, de un pasado de trashumancia que le heredó un acento foráneo hace un año, hace dos, hace tres, por su hija, el desamparo, la mala fortuna, el alcohol, por mis monedas. La voluntad de relatar se enciende en sus ojos para revelarme el secreto de su estirpe; pronunciando

77 77Escenas de un naufragio Escenas de un naufragio

con indesmentible orgullo “Málaga”. La interrogo con ladina ironía—dónde está—sentenciando “es una isla entre Madrid y Barcelona”. Escindidos territorios oceánicos que despliegan una cartografía de fragmentos contusos ante mí.

Revisa sus pertenencias, se despide y retoma su camino casi imperturbable cuando tu figura se anuncia al cruzar la calle entre el tráfago del mediodía. Sonriente llegas hasta mi sombra, alardeando de tus alhajas, recién adquiridas en un pequeño mercado, sin siquiera intuir el temblor que comienza a asolarme.

II. La espera2

Respondes con distante y cruel precisión a cada una de mis cartas, en el plazo estimado para estimular mi ansiedad. Te deleitas en la mención de sus nombres, de los nuevos placeres que descubres en tus amantes hasta hacerme pender del hilo de saliva que recorre tu hambrienta boca. Anudas mi pesar a tu letra, dosificas la presión en los pulmones que me asfixia, instigas la exaltación de mi carne, atando mis manos mientras me recorres con tu índice humedecido. Mis rodillas soportan el desaliento que me consume en la contienda. Escenas de un naufragio cubren tu mirada cuando me destierras de tus sueños.

Medusa enardecida.

III. La partida3

Estoy atada al último beso que desgarró mi espalda en la partida. A la nostalgia de tus cartas, que corrijo con minuciosidad, intentando rectificar tus afectos.

con indesmentible orgullo “Málaga”. La interrogo con ladina ironía—dónde está—sentenciando “es una isla entre Madrid y Barcelona”. Escindidos territorios oceánicos que despliegan una cartografía de fragmentos contusos ante mí.

Revisa sus pertenencias, se despide y retoma su camino casi imperturbable cuando tu figura se anuncia al cruzar la calle entre el tráfago del mediodía. Sonriente llegas hasta mi sombra, alardeando de tus alhajas, recién adquiridas en un pequeño mercado, sin siquiera intuir el temblor que comienza a asolarme.

II. La espera2

Respondes con distante y cruel precisión a cada una de mis cartas, en el plazo estimado para estimular mi ansiedad. Te deleitas en la mención de sus nombres, de los nuevos placeres que descubres en tus amantes hasta hacerme pender del hilo de saliva que recorre tu hambrienta boca. Anudas mi pesar a tu letra, dosificas la presión en los pulmones que me asfixia, instigas la exaltación de mi carne, atando mis manos mientras me recorres con tu índice humedecido. Mis rodillas soportan el desaliento que me consume en la contienda. Escenas de un naufragio cubren tu mirada cuando me destierras de tus sueños.

Medusa enardecida.

III. La partida3

Estoy atada al último beso que desgarró mi espalda en la partida. A la nostalgia de tus cartas, que corrijo con minuciosidad, intentando rectificar tus afectos.

78 Marcela Ruiz 78 Marcela Ruiz

Sé que hablas en una lengua que se desliza tibia y amenazante entre mis temores. Tú y ella responden al gozo y al exterminio. Yo me agito vacilante mientras tu letra peregrina por mi cuerpo, mudando el flujo disciplinado de mi memoria.

Mi aliento, mis manos, mis ojos y los fragmentos de un sueño interrumpido se precipitan al borde aguzado de tus palabras en busca de trazos silenciados, que contengan mi nombre cifrado entre erupciones.Me dices que tu humedad, salobre y extenuante, ha sido compartida con otros y que no estás dispuesta a ceder ante antiguas restricciones ni al ayuno del deseo. Una salvaje lengua domina tu cordura y confunde tus expresiones y es la conclusión incontestable tras leer estos párrafos.He leído tu carta y sé que el arrebato la gobierna. Ya no tengo dudas de que has sido contaminada por dialectos infranqueables. Jergas, que exceden toda racionalidad y prudencia, me obligan a prescribir una nueva sucesión, de otro modo sería imposible cualquier intento de correspondencia entre nosotras.

En un comienzo, el oficio de traductora me impulsaba a la fidelidad, pero luego comprendí que la conmoción te habitaba, si no cómo

“Sonriente llegas hasta mi sombra,

alardeando de tus alhajas, recién

adquiridas en un pequeño mercado, sin siquiera intuir el

temblor que comienza a asolarme”.

“Sonriente llegas hasta mi sombra,

alardeando de tus alhajas, recién

adquiridas en un pequeño mercado, sin siquiera intuir el

temblor que comienza a asolarme”.

Sé que hablas en una lengua que se desliza tibia y amenazante entre mis temores. Tú y ella responden al gozo y al exterminio. Yo me agito vacilante mientras tu letra peregrina por mi cuerpo, mudando el flujo disciplinado de mi memoria.

Mi aliento, mis manos, mis ojos y los fragmentos de un sueño interrumpido se precipitan al borde aguzado de tus palabras en busca de trazos silenciados, que contengan mi nombre cifrado entre erupciones.Me dices que tu humedad, salobre y extenuante, ha sido compartida con otros y que no estás dispuesta a ceder ante antiguas restricciones ni al ayuno del deseo. Una salvaje lengua domina tu cordura y confunde tus expresiones y es la conclusión incontestable tras leer estos párrafos.He leído tu carta y sé que el arrebato la gobierna. Ya no tengo dudas de que has sido contaminada por dialectos infranqueables. Jergas, que exceden toda racionalidad y prudencia, me obligan a prescribir una nueva sucesión, de otro modo sería imposible cualquier intento de correspondencia entre nosotras.

En un comienzo, el oficio de traductora me impulsaba a la fidelidad, pero luego comprendí que la conmoción te habitaba, si no cómo

Escenas de un naufragio Escenas de un naufragio79 79

podría explicar tu desapego. Era imperioso preservar mi nombre, más aún cuando la pasión había convulsionado las reglas de tu habla, plagando estas páginas de desamparo como destino.

Exhausta, aturdida bajo la luz, me desplomo tras enmendar tus faltas de extranjería.

IV. La Derrota4

1. Anunciación

Con lengua ardiente, el ángel de la muerte me anunció que el amor es espada que lacera, perturba el sueño y enceguece la razón, mas mi desobediencia fue primera.

Y heme aquí ante las puertas de mis sueños.

2. Luciérnagas Estrellándose contra el Pavimento

Dos jinetes enardecidos, escudados en la fuerza de su sangre, cabalgan en tu presencia, fijando el territorio de mi desamparo. No sirven a más señor que al de tu inclemente mudez.

La oscuridad se torna cruenta humedad que empapa la empuñadura de esta mano y encabrita el deseo de traspasar tu lengua con hierro candente para uncir mi destierro al tuyo.

3. Primeras Murmuraciones

Las esporas de tu nombre se incrustaron en mis ojos. Embebida de temor, palpé el vértigo de tu respiración, tornándose sombra en la iteración de una

podría explicar tu desapego. Era imperioso preservar mi nombre, más aún cuando la pasión había convulsionado las reglas de tu habla, plagando estas páginas de desamparo como destino.

Exhausta, aturdida bajo la luz, me desplomo tras enmendar tus faltas de extranjería.

IV. La Derrota4

1. Anunciación

Con lengua ardiente, el ángel de la muerte me anunció que el amor es espada que lacera, perturba el sueño y enceguece la razón, mas mi desobediencia fue primera.

Y heme aquí ante las puertas de mis sueños.

2. Luciérnagas Estrellándose contra el Pavimento

Dos jinetes enardecidos, escudados en la fuerza de su sangre, cabalgan en tu presencia, fijando el territorio de mi desamparo. No sirven a más señor que al de tu inclemente mudez.

La oscuridad se torna cruenta humedad que empapa la empuñadura de esta mano y encabrita el deseo de traspasar tu lengua con hierro candente para uncir mi destierro al tuyo.

3. Primeras Murmuraciones

Las esporas de tu nombre se incrustaron en mis ojos. Embebida de temor, palpé el vértigo de tu respiración, tornándose sombra en la iteración de una

Marcela Ruiz Marcela Ruiz80 80

ausencia.Astillas de un reflejo aniquilado tiñeron de intenso

carmesí este desconsuelo.

Un animal herido desgarra el montaje de esta noche.

La implacable vigilia se estremece por la sangre derramada

4. La Querella es Implacable

He perdido la salud. El bienestar de este cuerpo ha mudado en diaria dolencia. Úlceras, signos de un mal presagio, consumen mis dedos amortajados y la respiración flota entre puñaladas certeras.

Sin arrepentimientos ofrecí mi carne ante el altar de tu memoria.

El Silencio sea Impuesto.

Notas

1. Estoy presa de un estado mental particular que me impulsa a este juego en donde la perturbación, el exceso y la simulación son los únicos alicientes.

Aquí no importa la factibilidad de los hechos. El punto angular y atávico es el gozo de la representación, de la invención y de vivir en la escritura.

Este personaje que se inventa y depreda a sí mismo no soy yo, quien en este tiempo y espacio acotado empuña la tinta y pronto, será petrificada. Aun cuando de un modo extraño e indescifrable se nutre y fagocita de esta existencia remitida a un nombre ciudadano.

Poco importa una personalista coherencia que, después de todo, es absorbida por las palabras. Ellas son una fuerza

ausencia.Astillas de un reflejo aniquilado tiñeron de intenso

carmesí este desconsuelo.

Un animal herido desgarra el montaje de esta noche.

La implacable vigilia se estremece por la sangre derramada

4. La Querella es Implacable

He perdido la salud. El bienestar de este cuerpo ha mudado en diaria dolencia. Úlceras, signos de un mal presagio, consumen mis dedos amortajados y la respiración flota entre puñaladas certeras.

Sin arrepentimientos ofrecí mi carne ante el altar de tu memoria.

El Silencio sea Impuesto.

Notas

1. Estoy presa de un estado mental particular que me impulsa a este juego en donde la perturbación, el exceso y la simulación son los únicos alicientes.

Aquí no importa la factibilidad de los hechos. El punto angular y atávico es el gozo de la representación, de la invención y de vivir en la escritura.

Este personaje que se inventa y depreda a sí mismo no soy yo, quien en este tiempo y espacio acotado empuña la tinta y pronto, será petrificada. Aun cuando de un modo extraño e indescifrable se nutre y fagocita de esta existencia remitida a un nombre ciudadano.

Poco importa una personalista coherencia que, después de todo, es absorbida por las palabras. Ellas son una fuerza

Escenas de un naufragio Escenas de un naufragio81 81

caníbal que devora cualquier proyecto estabilizador de identidades.

Una vez en la página en blanco, el mundo pierde los contornos prefigurados, sus perfiles se agrietan y el alma deja de tener nominación para transformarse en un flujo indomable.

2. Ya te lo dije: sólo salgo de la habitación por algunas horas y no falto a la verdad si también digo que nunca la abandono. Sí, está bien, me declaro una mentirosa convulsa, pero es sólo un gesto de sobrevivencia ante este acorralamiento al que estoy sometida. El exceso general es la atmósfera reinante. Te reitero: no lances anclas a los relatos que proceden de mi paladar porque ellos conspiran contra las tenues y escasas certezas que guardo en una mano mientras que en la otra se pulverizan.

3. Siempre he querido escribir con una crudeza obstinada y dantesca. Con lengua furiosa -cascabeles al viento- hacer estallar los bordes imperfectos de las húmedas y rocosas palabras que resquebrajan mis vértebras.

Cenizas que revelen la desnudez de un sueño encolerizado, visiones de un tiempo cautivo entre soles, proyectándose en las sombras de una temblorosa combustión.

4.“en besos, no en razones” (Quevedo)

“Del combate con las palabras ocúltamey apaga el furor de este cuerpo elemental”(Alejandra Pizarnik)

caníbal que devora cualquier proyecto estabilizador de identidades.

Una vez en la página en blanco, el mundo pierde los contornos prefigurados, sus perfiles se agrietan y el alma deja de tener nominación para transformarse en un flujo indomable.

2. Ya te lo dije: sólo salgo de la habitación por algunas horas y no falto a la verdad si también digo que nunca la abandono. Sí, está bien, me declaro una mentirosa convulsa, pero es sólo un gesto de sobrevivencia ante este acorralamiento al que estoy sometida. El exceso general es la atmósfera reinante. Te reitero: no lances anclas a los relatos que proceden de mi paladar porque ellos conspiran contra las tenues y escasas certezas que guardo en una mano mientras que en la otra se pulverizan.

3. Siempre he querido escribir con una crudeza obstinada y dantesca. Con lengua furiosa -cascabeles al viento- hacer estallar los bordes imperfectos de las húmedas y rocosas palabras que resquebrajan mis vértebras.

Cenizas que revelen la desnudez de un sueño encolerizado, visiones de un tiempo cautivo entre soles, proyectándose en las sombras de una temblorosa combustión.

4.“en besos, no en razones” (Quevedo)

“Del combate con las palabras ocúltamey apaga el furor de este cuerpo elemental”(Alejandra Pizarnik)

yZUR - POESÍA82 82 yZUR - POESÍA

Hamlet O’Hara Hamlet O’Hara

Poemas PoemasLas calles de Piscataway recuerdan

todavía las últimas palabras del que quizá llegue a ser su más célebre poeta. “Nunca sabrán de mí”, le gritó el joven lírico a una puerta cerrada de la que se alejó dando taconazos sonoros en el asfalto. Desde entonces nadie ha vuelto a tener noticias de él. El hallazgo de un pequeño conjunto de poemas entre sus abandonadas pertenencias ha empezado a despertar el interés de críticos y editores. Algunos ya hablan de un nuevo habitante del misterioso Olimpo de los talentos escondidos, donde residen desde hace algún tiempo personajes tan diversos como Emily Dickinson, J.D. Salinger o Thomas Pynchon. Otros parecen tener serias razones para dudar.

Las calles de Piscataway recuerdan todavía las últimas palabras del que quizá llegue a ser su más célebre poeta. “Nunca sabrán de mí”, le gritó el joven lírico a una puerta cerrada de la que se alejó dando taconazos sonoros en el asfalto. Desde entonces nadie ha vuelto a tener noticias de él. El hallazgo de un pequeño conjunto de poemas entre sus abandonadas pertenencias ha empezado a despertar el interés de críticos y editores. Algunos ya hablan de un nuevo habitante del misterioso Olimpo de los talentos escondidos, donde residen desde hace algún tiempo personajes tan diversos como Emily Dickinson, J.D. Salinger o Thomas Pynchon. Otros parecen tener serias razones para dudar.

83 83Poemas de Hamlet O’Hara Poemas de Hamlet O’Hara

La casa bajo el agua

Alguienno es claro quienasegura que fue el viento de las rosaso el sudor de unas manoso una suma de llantoso el temblor de una flor humedecida

Quizá la soledad ayudó un pocoa llenar y desbordarlos recipienteslos vasoslas fuenteslas bañerasa volver navegablesrincones olvidados

La casa está inundadapasillos venecianosescalas de cascadasy en una mesa altamuy lejos de las aguasuna canoa esperaal pescador perdidopor un amor sangrante.

La casa bajo el agua

Alguienno es claro quienasegura que fue el viento de las rosaso el sudor de unas manoso una suma de llantoso el temblor de una flor humedecida

Quizá la soledad ayudó un pocoa llenar y desbordarlos recipienteslos vasoslas fuenteslas bañerasa volver navegablesrincones olvidados

La casa está inundadapasillos venecianosescalas de cascadasy en una mesa altamuy lejos de las aguasuna canoa esperaal pescador perdidopor un amor sangrante.

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Barbaridad

Sigo vivo,sin duda.Quién pudiera creertamaña barbaridad.

Tu palabra

Me dices,me pronuncias,me relatas.

Soy un vocablo densosuspendido en el aire,el horror y la dichade estar vivo y muriendo.

Soy una palabra tuya.

La sospecha

Juraríaque estoyescribiendo

Barbaridad

Sigo vivo,sin duda.Quién pudiera creertamaña barbaridad.

Tu palabra

Me dices,me pronuncias,me relatas.

Soy un vocablo densosuspendido en el aire,el horror y la dichade estar vivo y muriendo.

Soy una palabra tuya.

La sospecha

Juraríaque estoyescribiendo

Poemas de Hamlet O’Hara Poemas de Hamlet O’Hara85 85

Semiparalizado

Así es,en efecto.

No encuentro otramanera de decirlo.

Y sueño con la voz con que me llamasdesde el fondo del jardín.

Viernes

Esta quietud que hiere muy adentroeste aire que me resigno a respirareste viernes perdido para siempremanos que lloran con pacienciaaquí sólo está lo que no está.

El oráculo

Te marcharáscallado y para siemprey del amorla vidahabrás tenidoalgunas horas fugitivas.

Semiparalizado

Así es,en efecto.

No encuentro otramanera de decirlo.

Y sueño con la voz con que me llamasdesde el fondo del jardín.

Viernes

Esta quietud que hiere muy adentroeste aire que me resigno a respirareste viernes perdido para siempremanos que lloran con pacienciaaquí sólo está lo que no está.

El oráculo

Te marcharáscallado y para siemprey del amorla vidahabrás tenidoalgunas horas fugitivas.

yZUR - POESÍA86 86 yZUR - POESÍA

Fredy Intersimone Fredy Intersimone

Collige virgo rosas Collige virgo rosas Después de 40 otoños de asedio,Mancillada por la edad tu hermosura,Tu juventud, altiva vestidura,Andrajos lucirá, ya sin remedio.

Del prado de Juvencia, la verduraGastada en horas de brillante tedio–Domésticas amigas de por medio–Ni el ardor quedará de tu frescura.

¿Por qué niegas a mi jardín la rosaQue he de guardar con tanto esmero?Avara derrochona, al jardinero

Dona tu estado, sino, veleidosa,Tu consuelo será de quien te amó:“Cuando joven, Fredy me celebró.”

Después de 40 otoños de asedio,Mancillada por la edad tu hermosura,Tu juventud, altiva vestidura,Andrajos lucirá, ya sin remedio.

Del prado de Juvencia, la verduraGastada en horas de brillante tedio–Domésticas amigas de por medio–Ni el ardor quedará de tu frescura.

¿Por qué niegas a mi jardín la rosaQue he de guardar con tanto esmero?Avara derrochona, al jardinero

Dona tu estado, sino, veleidosa,Tu consuelo será de quien te amó:“Cuando joven, Fredy me celebró.”

87yZUR - POESÍA 87yZUR - POESÍA

La vacaVaca sacrificial, mujer del toro,No hay deshonra en colgar descongeladaDel gancho obsceno bajo la miradaDel vulgo atroz que ignora tu desdoro.

Es tu última morada el frigoríficoY tu altar el mesón del carnicero, Mas trasciendes el tiempo como meroObjeto de sagrado horror mirífico.

Fiera erótica, amenaza de pasturas,Tu ubre lúbrica montada en trinchanteProvoca sólo tentación constante,

¡Oh bienaventurada que perdurasMás allá de la muerte y del instante, Convertida en morcillas y en achuras!Fredy Intersimone

La vacaVaca sacrificial, mujer del toro,No hay deshonra en colgar descongeladaDel gancho obsceno bajo la miradaDel vulgo atroz que ignora tu desdoro.

Es tu última morada el frigoríficoY tu altar el mesón del carnicero, Mas trasciendes el tiempo como meroObjeto de sagrado horror mirífico.

Fiera erótica, amenaza de pasturas,Tu ubre lúbrica montada en trinchanteProvoca sólo tentación constante,

¡Oh bienaventurada que perdurasMás allá de la muerte y del instante, Convertida en morcillas y en achuras!Fredy Intersimone

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Colaboraron en este número:

Gustavo Arango. Editor del suplemento cultural del diario El Universal de Cartagena, Colombia (1992-98). Autor de la novela Criatura perdida (2000), de los libros de cuentos Bajas pasiones (1990) y Su última palabra fue silencio (1993). También de varios libros periodísticos.

Carmen Carvajal. Actualmente está en su etapa de disertación. Estudia las relaciones entre las tres culturas de la España premoderna y la escritura de María de Zayas y Sotomayor.

Leandro Delgado. Licenciado en Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Ha terminado su maestría en Rutgers University. Estudia las relaciones entre ciencia y literatura y la ciencia ficción en el Río de la Plata. Es periodista cultural y publicó un libro de poesía.

Anita Figueroa. Licenciada en Literatura en la Universidad Católica de Valparaíso (Chile). Obtuvo su Maestría en Rutgers University of New Jersey (USA) 1999. En la actualidad trabaja en su tesis doctoral “La posición del intelectual en la formación del Estado y la Nación en dos momentos de la historia literaria de Chile”.

Luis Intersimone. Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina). Ha obtenido su Maestría (Rutgers University) y continúa sus estudios de doctorado. Publicó De ogros y laberintos: modernidad y nación en Octavio Paz.

Colaboraron en este número:

Gustavo Arango. Editor del suplemento cultural del diario El Universal de Cartagena, Colombia (1992-98). Autor de la novela Criatura perdida (2000), de los libros de cuentos Bajas pasiones (1990) y Su última palabra fue silencio (1993). También de varios libros periodísticos.

Carmen Carvajal. Actualmente está en su etapa de disertación. Estudia las relaciones entre las tres culturas de la España premoderna y la escritura de María de Zayas y Sotomayor.

Leandro Delgado. Licenciado en Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Ha terminado su maestría en Rutgers University. Estudia las relaciones entre ciencia y literatura y la ciencia ficción en el Río de la Plata. Es periodista cultural y publicó un libro de poesía.

Anita Figueroa. Licenciada en Literatura en la Universidad Católica de Valparaíso (Chile). Obtuvo su Maestría en Rutgers University of New Jersey (USA) 1999. En la actualidad trabaja en su tesis doctoral “La posición del intelectual en la formación del Estado y la Nación en dos momentos de la historia literaria de Chile”.

Luis Intersimone. Licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán (Argentina). Ha obtenido su Maestría (Rutgers University) y continúa sus estudios de doctorado. Publicó De ogros y laberintos: modernidad y nación en Octavio Paz.

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Jorge Marcone. Es Profesor en el Departamento de Español y Portugués y en el Programa de Literatura Comparada de la Universidad de Rutgers. Actualmente se dedica a temas de literatura y ecología. En los veranos del 2000 y del 2001 dirigió el Programa de Verano de Rutgers en Salamanca.

Marcela Ruiz. Nació en Punta Arenas, Chile. Estudió lengua y literatura hispánica en la Universidad Católica de Valparaíso y está terminando su maestría en literatura en Rutgers.

René Rodríguez. Obtuvo una Maestría en Sociología en la Universidad de Puerto Rico. Ha escrito y publicado artículos y trabajos de ficción. Fue editor y colaborador de la revista Avance Ambiental. Se concentra en la literatura caribeña y los estudios culturales.

Jorge Marcone. Es Profesor en el Departamento de Español y Portugués y en el Programa de Literatura Comparada de la Universidad de Rutgers. Actualmente se dedica a temas de literatura y ecología. En los veranos del 2000 y del 2001 dirigió el Programa de Verano de Rutgers en Salamanca.

Marcela Ruiz. Nació en Punta Arenas, Chile. Estudió lengua y literatura hispánica en la Universidad Católica de Valparaíso y está terminando su maestría en literatura en Rutgers.

René Rodríguez. Obtuvo una Maestría en Sociología en la Universidad de Puerto Rico. Ha escrito y publicado artículos y trabajos de ficción. Fue editor y colaborador de la revista Avance Ambiental. Se concentra en la literatura caribeña y los estudios culturales.