z. historia de un perro "agresivo". del vértigo al éxtasis

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Trabajo holístico realizado entre Canisapiens y Equinocci en la "recuperación" de un perro etiquetado como "agresivo". Flores de Bach, Radiestesia y Transpersonal aplicados al mundo canino, siendo respetuosos con la vida, sin ser invasivos.

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Manel y Rosita, dos compañeros inseparables de viajes. Podéis tener más información en su página web o en su facebook.

Raimon y Laila, dos almas y un lenguaje: el del corazón. Podéis tener más información en su página web o en su facebook.

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Abstracto

Este artículo pretende ser la memoria escrita de un caso que hemos llevado a cabo entre Canisapiens y Equinocci en

la rehabilitación de un perro etiquetado como agresivo, a la vez que pretende mostrar otra manera de trabajar estos

casos que, a menudo y hasta hoy día, las etiquetas sociales han conducido a soluciones violentas e invasivas. Miedo,

agresividad, dominancia, perro líder, perro alfa, sumisión… son un conjunto de etiquetas que, desde nuestro

punto de enfoque, no dicen nada aunque, sin embargo, generan un gran negocio dentro del mundo terapéutico y

educativo en general. Son meras etiquetas para clasificar aquello que, básicamente, molesta a la sociedad y que hay

que anular. También, partimos de la base que creemos firmemente que el perro es siempre nuestro propio espejo y,

por lo tanto, si agredimos al perro, nos estamos agrediendo a nosotros mismos.

En el punto uno, hacemos una pequeña radiografía social tal y como nosotros vemos el mundo en estos momentos

y cuál es nuestra posición en él.

Con el afán de colaborar y encontrar puntos de encuentro entre ambos, el punto dos sintetiza el campo común de

trabajo para llegar a lo que nosotros entendemos como “relaciones de éxtasis” y transmitir estas sensaciones y esta

manera de ver la vida a los perros.

Partiendo de la base que cualquier reacción viene de una emoción que siempre esconde una semilla de amor, en el

punto tres explicamos qué es y cómo se trabaja la radiestesia aplicada a las emociones más profundas del ser. A

partir de lo que el péndulo transmite, lo trasladamos a las Flores de Bach, personalizadas al propio caso en cuestión,

para gestionar las energías de los seres vivos. En este caso, las de un perro. Asimismo, queremos transmitir la idea

de que, al hablar de energías y, sobretodo de Flores de Bach, no podemos “universalizar” los tratamientos, puesto

que la misma respuesta conductual en varios seres puede tener una raíz distinta en cada uno de ellos.

En el punto cuatro explicamos la práctica llevada a cabo en el centro Canisapiens y qué ejercicios se han practicado

para dar la libertad a un perro que se sentía encarcelado dentro de sí mismo.

Finalmente, en el punto cinco llegamos a la conclusión de que la vía del amor es la mejor vía para llegar a la

cohabitación equilibrada con todos los seres que nos rodean, sean humanos o animales. Darnos cuenta de que

todos formamos parte de Uno y que la naturaleza dice mucho de nosotros mismos. En el caso de las Flores de Bach,

hacemos hincapié que, por ellas mismas, no curan absolutamente nada. Son solo una herramienta que acompaña

en el procedimiento de curación, de crecimiento, y que siempre hace falta la acción de una terapia paralela a la toma

de las esencias florales para avanzar en la vida.

Palabras Clave: Agresividad, Amor, Colaboración, Crecimiento Personal, Educación, Emocional, Energía, Equilibrio, Flores de Bach, Holístico, Humano, Libertad, Perros, Psicología Transpersonal, Radiestesia, Respeto, Sanación, Terapia Emocional, Vida.

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y 1. Introducción z

En los albores del siglo XXI, los tiempos son convulsos. Tres generaciones: los hijos del baby boom, la generación X y la generación Y deben de convivir en una época de gran cambio de conciencia energética, dónde la población cada vez es más consciente de que el Universo está cambiando para entrar en una era dónde la colaboración, la sinergia, el entendimiento, el diálogo y el amor deben de primar por encima del egoísmo, del liderazgo impositivo, de la competitividad, del monólogo y de la agresividad. Tres visiones sobre la vida que chocan entre ellas: la del trabajo casi esclavo que conlleva a la sumisión de la sociedad; la del éxito social por acumulación de bienes que conduce al liderazgo, y; la de la libertad personal gracias a la felicidad de verse uno mismo como un ser con plenitud. Esta convivencia, además, conlleva las ya consagradas crisis económica y de valores que está viviendo Europa, creyéndose todavía cuna de las civilizaciones y ombligo del mundo, regida por mentes desfasadas de la realidad. Gracias a las tendencias todavía retrógradas de nuestros gobiernos, las distintas generaciones que estamos conviviendo en estos lares sufrimos una crisis de identidad que nos obliga a ir más allá de lo marcado y pautado por una gran parte de la sociedad anihilada.

Culturalmente, los europeos todavía nos movemos a partir de parámetros dualistas inamovibles que nos impusieron Thomas Hobbes (s. XVII) con su “El hombre es un lobo para el hombre” y Jean-Jacques Rousseau (s. XVIII) con su teoría de que el hombre es bueno para el hombre, respectivamente. Para nuestra mente entrenada para el blanco-negro, para una mente europea con sus cimientos en las tradiciones judeo cristianas y cultura grecorromana, en pleno siglo XXI le es imposible plantearse la cuestión de que, quizás, el hombre no es nada para otro hombre y

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que solo es una forma más de un Todo cuyo objetivo en la vida es el no sentir, no ser, no hacer. De hecho, ya lo propusieron los primeros escritos taoístas del siglo II. Sin embargo, la mente occidental estructurada y, demasiadas veces entrenada desde la manipulación y falsas creencias, necesita los parámetros del bien y del mal para poder vivir con “tranquilidad”, extendiendo estas categorías a buscar ídolos con quienes reflejarse, emular, copiar y, finalmente, fundirse hasta confundirse. Desgraciadamente, muchas veces, todo esto se ve a través de una lupa llamada civismo.Cuando entramos en temas educativos, inputs televisivos de algunos programas de entretenimiento refuerzan esta tendencia anonada y de pensamiento monolítico de la sociedad. De esta manera, a modo de “fábrica” de los años 50, todavía mantenemos las estructuras de las guarderías, los colegios, los institutos y las universidades: aulas cerradas, instalaciones con rejas, sirenas que nos llaman al estudio, horarios rígidos... manteniendo sus cimientos en leyes y teorías que marcan los ritmos y las tendencias por “decreto ley”. Emulando una cadena de producción, dividimos por edades, y no por capacidades, etiquetando con falsos “progresos” el camino que siguen los alumnos, hasta llegar a una edad en que, muy a pesar de muchos educadores, los alumnos continúan siendo vistos como una “nota” que les acerca al objetivo y no ve al alumno como una entidad única que tiene un ritmo de aprendizaje que va al unísono a su desarrollo físico e intelectual. Extendiéndonos a la familia, todavía mantenemos la estructura aristocrática del “patriarca” transformándolo en el “modelo” a copiar. El paralelo lo encontramos en el mundo canino, proyectando en nuestros perros algunas, por no decir todas, de nuestras frustraciones, a la par de haber trasladado nuestra estructura social a la de ellos: manadas, perro alfa, perro líder, dominancia, sumisión, etc., creándoles, pues, un símil a nuestra manera de entender la vida y ver el mundo. Dos mundos, el del humano y el del perro, que se retroalimentan a partir de todas estas estructuras arcaicas impuestas por el raciocinio humano y, por lo tanto, poniendo al humano en la cúspide de cualquier expresión de la naturaleza y, consecuentemente, jerarquizando la estructura.

En el caso de la educación entre humanos y, entre humanos y perros, el denominador común es el conductismo. A pesar de que los tiempos han cambiado, esta manera de educar y de estructurar la sociedad todavía está en auge, sea en positivo o no, obviando, en la mayoría de los casos, el ritmo propio del aprendizaje del ser, sea por su estructura física, genética o capacidades intelectuales que pueda llegar a tener. Además, en el caso de los perros es aun más dramático: les podemos llegar a implicar en tareas que, a veces, ni el propio humano es capaz de llevar a cabo; los llegamos a etiquetar y a encasillar como si el cambio y la evolución no fueran posibles. Así, la especie humana, herederos del dogma que nos regaló Darwin, etiquetamos las conductas de nuestros fieles amigos los perros, obviando el papel que juega el humano en ellas.

A todo ello, le podemos añadir el hecho de que nuestra sociedad nos insta a la rapidez, a la agilidad, muchas veces incluso a la impaciencia pero, sobretodo, a la superficialidad, a no profundizar, a no pensar mucho. Todo esto se ve secundado por inputs de gran inseguridad que debemos de cubrir con las relaciones, con la pareja, los padres, los hijos, con seguros de vida, de muerte, de los bienes acumulados y así, cuanto más “asegurados” estamos sobre los papeles o en lo afectivo, más sensación de inseguridad nos genera. Además, todas estas sensaciones

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y maneras de ver la vida vienen con el papel de regalo de la iatrogénesis social, que nos anima a estar enfermos y, por lo tanto, convertirnos en hipocondríacos consumidores-devoradores de bienes para el “ocio”, productos que nos llevan al olvido, formas de medicina química sin tener en cuenta la propia fuerza curativa del cuerpo, sin tener en cuenta las emociones que han provocado este desequilibrio en el cuerpo físico, o sin tener en cuenta el estado de ánimo que deriva a actitudes compulsivas. Olvidamos el cambio constante en la vida.

Así pues, cuando un perro presenta ciertas actitudes que molestan al humano porque le hacen salir de su zona de confort, de su zona de seguridad, haciéndole sentir más vulnerable e inseguro todavía, ponemos una etiqueta que, desgraciadamente, conlleva su castigo consecutivo por parte del humano. Una de estas etiquetas es la agresividad. A muchos, seguro que nada más leer esta palabra les entra un escalofrío, se les ponen los pelos de punta, se sienten inseguros, invadidos, asfixiados. Seguramente, nos inundan imágenes de perros con la boca sangrienta, de un ladrón que nos entra a robar en casa a media noche, del animal que devora a su presa. Imágenes que nos hacen sentir miedo y, sobretodo, inseguros y vulnerables. Una etiqueta que nos aleja de nuestra realidad esencial: que también somos animales. Olvidamos, también, en muchos casos, que incluso nosotros hemos sido agresivos, sea física o verbalmente. Así, una sociedad que debe de guardar las formas, el qué dirán y el decoro bajo la etiqueta de civismo que, de no ser respetado, nos puede caer una denuncia o una multa, o un “insuficiente” en el colegio, es una sociedad de plástico, artificial, de escaparate. Una sociedad que, al fin y al cabo, progresa inadecuadamente. En definitiva, una sociedad castradora, física e intelectualmente.

Es, en todo este ambiente, donde creamos los vínculos con otros seres, estableciendo las relaciones que mantenemos para con ellos. Cuando se rompen las distancias, sea hacia otros humanos, hacia los perros o entre los mismos perros, quitando la libertad entre los dos seres que conforman una relación, es cuando entramos en procesos emocionalmente violentos puesto que no puede haber ningún encuentro entre los seres y solo se da la invasión. Dicha invasión se traduce al dominio, a la fascinación de poseer algo que nos encandila, obviando la tolerancia, la comprensión, el amor y, en general, todo aquello que permite fluir libre y pacíficamente. Es cuando una relación es de vértigo puesto que cuanto más lo deseamos poseer, más alejado está de nosotros, causándonos esta sensación de caída libre que nos angustia, nos desespera y, finalmente, nos destruye. Así pues, la agresividad entra dentro de estos esquemas del vértigo. Desgraciadamente, cualquier relación establecida desde el vértigo conlleva el homicidio o, en su ausencia, el suicidio. En otras palabras, la destrucción. Es aquí donde encontramos a nuestro perro “agresivo”, viéndolo a través de un prisma único: o nos destruye él o lo destruimos nosotros. El ser “agresivo”, al fin y al cabo, no reconoce los límites de movilidad del otro y, fácilmente, es algo que molesta puesto que provoca el seísmo a los pilares de nuestra zona de confort.

Además, la agresividad nunca es una causa. La agresividad es la manifestación conductual de un determinado estado físico o de ánimo que subyace, energéticamente, en el sistema del animal. Es decir, la rabia o la ira llevarían a ese perro a dicho comportamiento, pero lo que aún es más determinante es precisamente lo que la mayoría de las veces resulta menos evidente. No tenerlo en cuenta nos lleva en muchas ocasiones al engaño. Así pues, deberíamos de plantearnos la

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pregunta de cuál es ese sentimiento profundo, esa herida, ese dolor que habita en un perro y que le hizo “gritar al mundo” un “aquí estoy” mediante lo que comúnmente llamamos mal comportamiento o como es el caso, comportamiento agresivo. Nos dejamos llevar por el criterio que genera la palabra “agresividad” hacia soluciones recurrentes como el castigo o la castración física del animal, sin darnos la oportunidad de entrar en una comprensión profunda del perro que, en muchos casos, nos llevaría a una nueva conciencia y autoconocimiento de nosotros mismos. Además, la palabra agresividad, por ella misma, no explica nada, solo provoca encender la alarma social. Solo es una expresión de un sinfín de situaciones que la han provocado, obviando, pues, qué es lo que ha provocado esta agresividad. Sin embargo, sí que nos gustaría aportar otra vía que contradice a las soluciones más invasivas y castradoras ejercidas por el humano hacia el perro. La vía del Amor.

Para nosotros, el amor va más allá de besos, abrazos, regalos, premios y bellas palabras. La vía del amor es, además, dar todas las herramientas al ser para que pueda conectar con su verdadera esencia, con su propio yo, llevándole por el camino de verse él mismo en un espejo, totalmente desnudo, y que pueda conocer su parte más oscura. Al fin y al cabo, la agresividad es la expresión de la ira, de la rabia, de los lados oscuros del amor que se arraigan en una tristeza profunda cuando el ego, el yo interno, se siente desarraigado, perdido, cruzando un desierto. Sin embargo, incluso en la agresividad se encuentra la semilla del amor.

Esta vía del amor es la que nosotros llamamos terapia emocional que, cuando es dirigida al perro o al humano, nos remite a nosotros, los terapeutas, a ser humildes, a la comprensión, a la aceptación y a no juzgar ni a etiquetar. Es así como podemos fluir libremente. Dar las herramientas suficientes al perro para que pueda volver a reconectar con su propia esencia marcando bien los límites –que en ningún caso son fronteras infranqueables o muros de contención-. Límites que son necesarios para que el humano y el perro sepan exactamente qué terrenos son los confortables y que, poco a poco, irán aproximándose hasta formar unos nuevos límites: el campo de juego común. Son límites de respeto, de intercambio, de ser uno mismo sin máscaras, de libertad, sin juicios ni valores. A medida que salimos de nuestros límites para entrar en el campo de juego, es cuando la relación es fluida, segura, de confianza. Es en este campo de juego donde encontramos el amor más puro a partir del cual ambos seres empezarán el juego del encuentro, de crecimiento, de relación de éxtasis que nos lleva a la co-creación. Una relación de igual a igual.

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y 2. Equinocci y Canisapiens. Una relación de éxtasis z

Fue gracias a una amiga común, Anna del Centre Geo Acupuntura que Raimon –Canisapiens- y Manel –Equinocci- nos conocemos. Cada uno de nosotros conocía perfectamente los límites por los que nos podíamos mover, siendo conscientes, además, de cuáles son nuestras cualidades más peculiares por las que nos pusimos en contacto gracias a las cuáles podíamos empezar una comunicación para una posterior especie de colaboración, o lo que hoy día le llaman sinergia, basándonos, sobretodo, en la humildad de reconocer cuáles son estos límites que a uno no le permiten avanzar por si solo. Conocernos y empezar a caminar juntos fue como la apertura de una gran ventana a través de la cual el aire refresca, llena de vida los pulmones, y permite crecer con toda libertad. Los dos hablábamos el mismo idioma cuya sintaxis se establecía a modo de generosidad, de respeto del entorno, no ver a los otros como medios para los fines propios sino como compañeros de juego para una tarea creadora y no destructora. Y así, esta sintaxis pudo construir el teorema básico de nuestra relación: otorgar la posibilidad de conocer y vivir el bienestar. Desde el arraigo que tanto Raimon como Manel sentimos hacia la naturaleza, hacia lo sencillo del día a día, podíamos empezar a trabajar de una manera “natural”. De esta forma pudimos conformar nuevos límites en el campo del encuentro y la alegría que, rápidamente, se truncó en un entusiasmo para dar fruto a una mayor confianza en los respectivos trabajos. Al unir nuestros trabajos, se incrementó la confianza del poder constructivo para dar paso a la co-creación. Contrariamente a lo antedicho sobre las relaciones de vértigo, cualquier relación de éxtasis conduce a la edificación plena del humano y de su entorno. Nos gustaría remarcar, además, que en este sentido, para que cualquier relación de éxtasis pueda fluir suavemente, sin esfuerzos, con soltura, y sepa adaptarse a los distintos entornos que la evolución de la misma

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relación ofrece, hace falta que cada uno de los seres que conforman dicha relación se pongan a un nivel de igual por igual, sin jerarquías que articulen la relación, desde la humildad y la aceptación, con los corazones abiertos y la mente bien preparada para la adaptación, el cambio y los nuevos paradigmas que se generan en el campo de juego común. En el caso de los perros, somos conscientes de que su energía es pura y, por lo tanto, nuestra movilidad debe de arraigarse desde esta inocencia, desde esta pureza, alejando prejuicios, valores y etiquetas.

Raimon y Manel, finalmente, se encontraron en un momento en que necesitábamos proyectar los cambios que habían sufrido nuestras vidas hacia nuestro entorno. Sabíamos que, cada uno desde su propio centro, podíamos acompañar a los seres que más amamos hacia el camino de la libertad.

Sin embargo, ¿cómo extendíamos nuestro ámbito, nuestro “campo de juego”, hacia los otros seres? ¿Cómo acompañábamos al perro para que saliera de la etiqueta “agresividad” y reconectara con el amor?

Partiendo de la certeza de que el perro es un fiel reflejo del humano, su propio espejo, teníamos el “hándicap” de que el propietario del perro, el señor A, se había “desentendido” de Z. Era evidente que Z nos hablaba de cómo A veía la vida, cuáles eran sus ámbitos, cómo jugaba con el entorno. La confusión, las dudas, la impotencia del señor A ante los “problemas” que Z manifestaba le llevaron a pedir ayuda a Canisapiens. Visto el caso, y las disponibilidades por ambas partes, se decidió ingresar al perro en las instalaciones de Canisapiens para su cuidado y “rehabilitación”. De esta manera, una vez modificado por completo el entorno de Z y sin ningún tipo de referente para él, debíamos empezar la terapia. También éramos conscientes, al iniciar la terapia con Z de que, una vez este perro volviera con su propietario, era plausible que, al cabo de poco tiempo, volviera a mostrar las conductas agresivas por las que un día ingresó en Canisapiens. Puesto que el señor A había dado “carta blanca” para que Raimon tomara las acciones pertinentes para la mejora del perro, decidimos emprender la terapia por nuestra cuenta, sin decir nada al señor A. Si la terapia daba los resultados esperados, luego sería el momento de citar al señor A para explicarle la verdadera problemática del perro: la actitud de A hacia la vida. Si A no cambia, Z no cambia. Si A se mueve en el vértigo, Z continuará con su caída libre.

Era el momento de enseñar a Z su camino de libertad.

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y 3. Equinocci z

La Radiestesia susurra y las Flores de Bach ponen la melodía

Cuando hablamos de radiestesia no nos referimos solamente a ver las oscilaciones que hace un péndulo encima de un ser vivo, un mapa o, simplemente, una foto. No nos quedamos con el simple movimiento que nos puede indicar los polos positivo, negativo o las respuestas en forma de afirmativo, negativo. Lo que hacemos con los péndulos es sentir la radiación que emite el cuerpo o el objeto. Los péndulos son capaces de captar las distintas radiaciones que afectan tanto el cuerpo físico como el cuerpo etéreo y que van de alfa a omega para las frecuencias vibratorias de los campos electromagnéticos. Dichos campos electromagnéticos pueden venir del exterior a través de la geografía, el hábitat, el mobiliario urbano y el entorno que podemos ver y tocar y, por lo tanto, que influyen en nuestra salud física. Sin embargo, dichas frecuencias también pueden ser emanadas a través del cuerpo del ser vivo tomando la vía de la emoción. En Equinocci, al emprender una terapia emocional, nos centramos en estas últimas. Por lo pronto, para las enfermedades físicas, creemos que es más objetivo, rápido y eficaz la evaluación de un veterinario o de un médico, en el caso de los tratamientos para humanos. Además, al complementar el estudio científico de un especialista con el estudio emocional que podamos extraer a partir del péndulo nos permite resultados más fructíferos y ahorro de tiempo, consiguiendo una mejoría en la evolución emocional y física del ser vivo más rápidamente.

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Normalmente, en casi todas las ocasiones, al tener que hacer un estudio radiestésico a un perro, preferimos trabajar con una foto que no con él presente. La razón básica radica en la concentración y tranquilidad tanto del perro como de la persona que realiza el estudio con el péndulo. Si trabajamos con el animal presente, puede ser que se sienta incómodo, o que se ponga a jugar con el péndulo y, consiguientemente, privaría el fluir de la información que recibimos.

Cuando Raimon y Manel decidimos emprender la terapia con Z, optamos por la foto y con la información que Raimon nos pasó sobre cómo presentaba las actitudes “agresivas”. Así, la energía que desprendía Z a través del péndulo nos proyectaba el hastío de vivir, de no estar conectado al aquí y al ahora con una gran falta de energía lo que le podría llevar, en un futuro cercano, a desarrollar enfermedades físicas. El hecho de no estar conectado al presente, pero tampoco al pasado, llevaba a Z a la dicotomía entre lo que realmente es y lo que los otros, en este caso su propietario, pretendía que este ser fuera y, consecuentemente, remitía a Z a la desconexión con la realidad, a una profunda tristeza y al aislamiento. El péndulo nos hablaba de una angustia existencial, de un interior muerto, sin alegría, con mucha tristeza, lo que le llevaban, a menudo, a la desconexión total con su propio yo al presentar las actitudes agresivas a todo lo que le rodeaba. Y esta desconexión no tan solo la tenía para con él mismo, sino también hacia el Universo y hacia la Tierra. Z presentaba una energía de un ser emocionalmente bloqueado hasta el punto de poder no sentir nada acerca de lo que pasaba a su alrededor. Solo rencor. Todo este bloqueo se traducía a actitudes que radicaban en el odio, el frío, el control absoluto de su alrededor y dominar todo aquello que pudiera causarle alguna emoción distinta a las que ya conocía. La desconfianza al entorno articulaba sus actitudes destructivas. A la vez, el péndulo emanaba la energía del miedo y temor al poder que pudieran ejercer sobre él. Su leit-motiv: la mejor defensa, el ataque. Una de las informaciones claves que nos transmitió el péndulo fue que Z no tenía claro cuál era su función en la vida y, por lo tanto, no sabía cómo establecer los vínculos con su entorno lo que le provocaba el bloqueo de cómo tirar adelante, distorsionando completamente las realidades basadas en el amor y la comprensión que conllevan convivir con otros seres. Esta información explicaba que había perdido su camino.

Como ya hemos dicho anteriormente, Z estaba reflejando las actitudes vitales de su propietario. A y Z reflejaban, sin embargo, la falta de sensibilidad en reconocer que el respeto se basa en la sabiduría, no en el miedo; que el amor se establece en vínculos que permiten crecer y crear, no en las pasiones pasajeras que, fácilmente, truncan al odio y al rencor; que el “juego” permite el encuentro entre los seres, mientras que el egoísmo nos lleva al desencuentro y, por lo tanto, a una soledad frustrante.

Había que transmutar la estancia de vértigo de Z al éxtasis.

Con toda esta información, era el momento de elaborar las flores de Bach que ayudarían a Z a restablecer su energía y, con el acompañamiento terapéutico de Canisapiens, dar a Z la posibilidad de conocer otros ámbitos de relación, nuevos juegos para el encuentro con otros seres.

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Por lo tanto, con el péndulo vamos a buscar la fuente donde se esconde la causa principal del malestar de Z. Me gustaría señalar que, más allá de las descripciones que nos puede hacer el propietario o el educador canino, siempre intentamos sentir la profundidad de la emoción que nos transmite el perro puesto que a menudo el lenguaje es limitado, delimitando mucho las emociones a “miedos”, “ansiedades” y “agresividades”, sobretodo cuando el perro no puede usar un lenguaje verbal y tiene que pasar por los ojos y la mente de un humano. Así pues, es a partir de la lectura del péndulo que nos remitimos a las esencias florales.

Me gustaría recordar que, como ya hemos dicho anteriormente, Equinocci se pone al mismo nivel que el perro. Es decir, vemos en el perro un igual a nosotros, una parte de un Todo del que nosotros, los humanos, también formamos parte. Así, la comunicación se establece en horizontal, nunca en vertical, de corazón a corazón, de un centro a otro centro. Cuando emprendemos la terapia floral con un animal, lo hacemos al mismo nivel que si de un humano se tratara.

Las emociones transmitidas a través de la radiestesia me llevaron al siguiente preparado floral y que razono a continuación: Willow, Walnut, Sweet Chestnut, Mustard, Mimulus, Larch y Rescue. Antes de nada, me gustaría señalar que es una fórmula dirigida a Z, que en ningún caso es una fórmula magistral a tener en cuenta hacia otros perros que pudieran presentar las mismas actitudes de Z.

Una vez obtenemos la información básica de sus emociones, la sintetizamos para reflejarla a un nivel personal tipológico para obtener una sola esencia floral. A pesar de que Z presentaba agresividad activa, consideré que la esencia que mejor resumía su personalidad era Willow, aunque dicha esencia normalmente nos remite a todo aquello que está por explotar, que está contenido como una bomba de relojería, a la agresividad pasiva. Sin embargo, la visión negativa y nociva que mantiene Willow sobre la vida y sobre su entorno fue lo que me hizo optar por esta esencia. Además, Z presentaba los claros síntomas de un ser que se mantiene en el enfado crónico típico de Willow, provocándole un bloqueo importante en su evolución como ser que forma parte de un Todo. De todas formas, la desconexión que presentaba Z, me hizo pensar que había un Mimulus subyacente, puesto que las actitudes transformadas en agresividad se debían, también, a una desconfianza exagerada a todo aquello que pudiera relacionarse con él, un estado de amargura y rencor, optando, así, a un aislamiento activo y la negación de relacionarse de una manera equilibrada con otros seres. La opción por Sweet Chestnut que, a la vez, me remitió a Mustard, fue debida a la gran tristeza que presentaba Z desde su interior, destruyéndole como ser vivo. Así, Sweet Chestnut nos tenía que aportar el renacimiento de este ser que se mantenía como un muerto en vida, que se había alejado del camino que debía de seguir en la vida. Sweet Chestnut tenía que dar la oportunidad a Z de rendirse con sus actitudes para dar paso al nacimiento de un nuevo ser lleno de luz. Esta esencia floral debía de activar la transformación, y a esto le ayudamos con la esencia de Walnut, que nos facilita y acelera los procesos del cambio. Más allá de todo lo dicho, añadimos Larch para que, en este proceso de cambio, se incrementara su autoestima y anulara su autodestrucción al mantener las actitudes destructivas hacia el exterior, darle confianza para con él mismo y entender que las exigencias de los otros ejercidas sobre él a menudo no son factibles puesto que no es su misión principal

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la de complacer a todo el mundo. Larch también ayudaría a abrirle los ojos a Z hacia la visión de que no todo el mundo son seres punitivos, exigentes y proyectores de grandes expectativas. Finalmente, añadimos Rescue para trabajar y transmutar estas actitudes que ponían a Z en un estado de shock, sobrecargado y desconectado.

La dosificación era de cuatro veces al día, seis gotas cada vez, que se le podían poner directamente en la boca o bien encima de un trozo de comida o en un premio. Las flores de Bach tenían que acompañar y debían reforzar la tarea de Canisapiens.

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y 4. Canisapiens z

De la Tristeza y la Imposibilidad a...¡La Libertad!

No es fácil sentir a un perro como Z desde el bloqueo emocional que tenía cuando llegó. El ingreso de Z en un entorno nuevo, totalmente distinto, sin su dueño, y fuera de su propio control, no hizo más que aumentar su bloqueo, tal y como era de esperar. En primer lugar, partimos por hacer un diagnóstico adecuado del sistema emocional y energético del perro, lo más preciso posible. Para ello, nadie mejor que Manel de Equinocci, a través de la radiestesia.

A continuación, por lo pronto decidimos dejar los síntomas de lado para concentrarnos en la reconstrucción de todo su sistema energético. Así, diseñamos un programa de rehabilitación a partir del sistema de chakras de Z.

Empezamos a trabajar con el chakra base para que Z volviera a recuperar la seguridad y la autoconfianza en sí mismo. Le devolvimos al cachorro que había perdido a lo largo de su vida gracias a la reconexión de sus instintos primarios. Además, ello implicaba aprovechar el estado de ánimo en el que se encontraba, su reactividad y su apatía hacia él mismo, para que se percatara de que no obtenía nada. Asimismo, provocamos que sus necesidades básicas aumentaran. Desde allí, desde ese instinto de supervivencia que aún latía en él -por eso se mostraba agresivo- pretendíamos que canalizara su energía para nutrirse física y emocionalmente. Así, a sus

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anchas, tenía que aprender de nuevo qué comportamientos le llenaban y qué actitudes le llevaban a la soledad, al aislamiento y a la pérdida que él mismo elegía.

Poco a poco su vitalidad fue aumentando, aunque su reactividad aún era alta y se mostraba inseguro y desconfiado.

A medida que el trabajo inicial dio sus frutos, Z sintió la necesidad de nutrirse y coger cierta autonomía propia. También empezó a interactuar de forma más adecuada con el entorno físico. Sin embargo, sus brotes agresivos eran más predecibles y vehementes… Esto nos decía que íbamos por el buen camino.

Aún así, todavía no estaba preparado para relacionarse con otros congéneres ya que todavía no sabía relacionarse adecuadamente con él mismo ni con el entorno.

Poco a poco empezó a demandar cierto contacto social con nosotros. Éramos como los catalizadores neutros de su bienestar básico. A partir de este momento, empezamos el trabajo del segundo chakra, sin olvidar nunca el primero y con cuidado de no generar estrés por excesiva dificultad. Implantamos trabajos de olfato, búsqueda de recursos en espacios no evidentes, le dimos juguetes interactivos, así como plantearle la resolución de problemas con diversas soluciones con el objetivo de sentirse capaz de alcanzar su propia homeostasis.

Su progresión hacia el éxito de la terapia era más que evidente, aunque mantenía ciertas dificultades de interacción con humanos y seguía actuando desde el prejuicio con otros perros, a la vez que se mostraba agresivo. Sabíamos que a un perro de estas características la energía de la ternura, el juego y la inocencia le eran desconocidos. Sin embargo, poseía ya los instintos para recibir la información de otros congéneres puesto que los había desarrollado previamente. Así pues, empezamos con los primeros trabajos de relación con otros canes que pudieran aportarle dicha energía: cachorros, perros jóvenes, hembras juguetonas y también algún perro miedoso que le sirviera de reflejo propio.

Para ello, el agotamiento físico a través del ejercicio antes de los primeros encuentros era básico ya que nuestra posición debía ser lo más neutra posible. Le ayudamos con el uso inicial de un bozal previamente condicionado.

Día a día, semana a semana, la evolución fue causando su efecto hasta que nuestra confianza con él era tal que le quitamos el bozal para las interacciones. Sin ser Z ningún experto en las relaciones sociales, empezó a jugar con nosotros y con otros perros. Aprendió a recibir las señales y también a emitirlas. Empezó a comunicarse adecuadamente y a sentirse más libre, tierno y feliz. Y esto era recíproco para con nosotros. Habíamos entrado, ya, en el tercer chakra, el plexo solar.

Desde aquí el trabajo se ampliaba mucho ya que también debía aprender cómo actuar ante el rechazo de algún perro/a que no deseara actuar con él. Para nosotros esto es del todo natural.

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También se amplió a un abanico más o menos amplio de relaciones, hasta que Z aprendió a evitar y respetar a los congéneres ariscos.

Su expresión física, sus movimientos, su alegría y su mirada ya habían cambiado radicalmente. Ejercicios como dejarse cepillar, aceptar la manipulación humana, aprender a estar tranquilo y relajado fueron haciéndole crecer aún más. Era dócil a nuestras caricias.

Finalmente, la afectividad de Z era latente: sus comportamientos de invitación al juego, sus deseos de libertad compartida en los paseos y su proactividad habían hecho de él un perro distinto, más abierto, más acachorrado, ¡más feliz!

¡Z había conseguido reconectarse! Finalmente, era libre.

Era el momento de llamar a su propietario, mostrarle vídeos e intentar redirigir la relación.

Z dejó el centro el 21 de abril de 2013, después de dos meses.

Sabemos que el trabajo perfecto sería el de toma de conciencia por parte del dueño desde la humildad, darse cuenta de cuál es su papel en todo ello. Desgraciadamente, todo esto no es siempre posible y, al final, el entorno en el que un perro vive, las relaciones emocionales establecidas, los prejuicios, miedos e inseguridades que sobrevuelen en él marcarán el futuro bienestar de esa relación.

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y 5. Conclusiones z

Los seres humanos poseemos todo un sistema energético, al igual que el perro, que se extiende más allá de nuestro cuerpo físico, nuestra personalidad, nuestro ego. Este sistema no engaña. Simplemente, es. Acostumbramos a culpar de todo aquello que nos ocurre y nos disgusta a lo externo, a las personas, a los entornos, a las situaciones… y nos olvidamos de hacernos responsables de nosotros mismos. Es normal, puesto que es lo más fácil: permanecer en la queja y en el victimismo antes que aceptar y reconocer que nuestra vida y lo que en ella ocurre forma parte de nosotros, evocando la buena o mala suerte. Así, nos volvemos ciegos y no aceptamos la oportunidad de cambio al que las nuevas situaciones nos invitan.

En un entorno exclusivamente humano, las relaciones que tenemos con nuestro exterior nos hablan de nosotros, de cómo nos relacionamos con nosotros mismos, de nuestras emociones, criterios, etc. Pero no queremos verlo, no nos gusta, lo negamos. Nos negamos.

Este vacío que generamos es el que intentamos llenar muchas veces sin sentido, nos vamos a relaciones vacías y a través del materialismo generamos falsas ilusiones alejándonos de la plenitud.

Así, la expectativa de lo que nos gustaría y de aquello que anhelamos, solo nos hablan de una honda carencia que, en definitiva, camuflamos con la ilusión de una creencia. Y es así que, muchas veces, cuando un perro llega a nuestras vidas, lo hace desde este punto.

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Como hemos podido ver a lo largo de esta historia, las Flores de Bach no curan absolutamente nada. Es mentira que con solo tomar las esencias florales haya una recuperación del sistema emocional. Cuando cualquier ser decide, honestamente, emprender la terapia floral es sinónimo de aceptar una terapia holística. Las Flores de Bach lo único que hacen es acompañarnos en el proceso, hacernos caer la venda que llevamos en los ojos, quitarnos la máscara y ponernos de frente en el espejo para ser verdaderos para con nuestra alma. Desabrigarnos, poco a poco, de todas las capas de esta cebolla que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra existencia.

La reconexión de un perro a su ser más profundo y esencial, de la manera que lo está realizando Canisapiens, o la reconexión de un humano a su esencia vital a través de textos literarios y/o filosóficos como lo está realizando Equinocci, son herramientas que complementan y completan la manera cómo entendemos Canisapiens y Equinocci lo que tendría que ser una terapia emocional.

Y es así como nos gusta establecer relaciones de éxtasis, viendo a nuestro alrededor seres iguales a nosotros mismos. Seres, sean animales o plantas, que tienen un sistema energético sensible al entorno. Entender que este conjunto de vida forma un solo uno es aceptar que nosotros, los humanos, también estamos dentro de este uno y que, por lo tanto, nuestra posición al relacionarnos debería ser de igual a igual.

Sin duda alguna, compartir nuestra vida con un perro es tener a un maestro en casa. Otra cosa es la oportunidad que nos damos a nosotros mismos atreviéndonos a abrirnos desde la no expectativa, desde la aceptación, desde el amor a una nueva relación que nos aporte crecimiento y plenitud a nuestra vida.

El problema viene cuando no somos capaces de entender que muchas veces las experiencias que vienen a nuestras vidas para crecer no son las que queremos sino más bien las que necesitamos para vivir un desarrollo y/o transformación que permita una nueva apertura de nuestra conciencia.

¿Qué lo impide? La visión egocéntrica del hombre, apareciendo la cuestión “¿cómo un perro va a mostrarme, de mí, aquello que yo no soy capaz de ver?”

Así, el orgullo, la soberbia, la frustración, la intransigencia… son muchos de los reflejos emocionales de nosotros mismos que un perro nos ofrece. ¿Llegamos a abrirnos a la posibilidad de que sea así? O bien, ¿seguimos cerrándonos a antiguas creencias auto justificadas mediante la búsqueda de motivos plausibles para el caso?

En este punto, nos podríamos remitir a toda la introducción de este texto. Optar por la libertad y el amor, en detrimento de palabras que hoy día están de moda como el miedo, la agresividad, la seguridad, el civismo, y otras tantas evocadas por una sociedad que pone límites y acotaciones a casi todo, es optar por aceptar las diferencias y su respeto, es optar por trabajar la libertad interior con todas las normas que ella comporta para tener una mayor libertad de movimiento. Crear

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relaciones de éxtasis nos brinda la posibilidad de crecer, colaborar, crear para, finalmente, vivir con plenitud.

Como todo, es una elección. Por eso existe el libre albedrío.

El caso de Z es uno más entre muchos. Pero no debemos olvidar una cosa: por mucho que queramos cambiar a un perro, el auténtico cambio siempre estará en nosotros. El perro no nos elige ni pretende una determinada vida, ni espera determinados atributos físicos de sus propietarios… Al fín y al cabo....

¡EL PERRO SOLO QUIERE SER FELIZ!

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Torroella de Fluvià & Ventalló (Girona), 25 de abril de 2013

Texto y edición: Raimon Gabarró & Manel Esteban