z ramÓn h. juradobdigital.binal.ac.pa/bdp/desvan.pdf · mo, historismo, etc.cede aquí lugar a un...

83
z a N W 0 J RAMÓNH .JURADO NOVELA

Upload: others

Post on 17-Oct-2020

12 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

  • zaNW0

    J

    RAMÓN H. JURADO

    NOVELA

  • RAMÓN H. JURADO

    Acaba de salir una nueva novela de RamónH . Jurado : El Desván, donde la agudeza psicoló-gica se da la mano con penetrantes abordares amás hondos problemas filosóficos, Jurado haabierto así, para la literatura panameña, regionesinexploradas, terrenas vírgenes que aún la plumade nuestros escritores no se habla atrevido a hollar .

    Por ello El Desván es una novela distinta . Vdistinta quiere decir aquí lo nuevo, tan nuevoque resulta casi extraño dentro del marco denuestras letras . De más está hablar de lo difí

    il que resulta penetrar en ese mundo complejo ymisterioso que es la conciencia

    : pero a tal díficultad, tal esfuerzo. . . y el esfuerzo no ha sidoen sano : el fruto ha sido una novelita extraordinaria, y extraordianria en más de un sentido .

    La objetividad exterior - ruralismo, paisajís

    mo, historismo, etc.cede aquí lugar a un planosuperior de la existencia humana : lo subjetivo ; lointerior -_ y no por ello menas valedero de esaexistencia . No más hurgar en la ligera periferiadel humano v esa vaga superficie en que sem ueve lo transitorio, lo perecedero -tema violado y abusado por nuestras letras, sino apuntarmás allá, a lo abismal, a lo profundo, a la fuentemisma del existir el espíritu la conciencia . No

  • OBRAS DEL AUTOR

    SAN CRISTÓBAL

    Novela - 1917

    DESERTORES

    Novela - 1952

    DESCARTES, DIOS Y LA CRISIS Ensayo - 195 3

    LA ECONOMÍA PANAMEÑA FRENTE.A LOS MERCADOS EXTRAORDINARIOS

    Ensayo - 1966

    EL BANCO HIPOTECARIO NACIONALEnsayo - 1967

  • EL DESVÁN

  • RAMON H. JURADO

    EL DESVÁNNovela

    . . . a JILMA RAQUEL

  • Es propiedad del autor .Quedan reservados todoslos derechos de acuerdocon la ley .

  • Quiere esta novela rendir homenaje al dolory a la grandeza de Francisco Clark. Su libro,olvidado y al margen de la memoria panameña,es un hermoso alegato sobre la mansedumbre.

    Nunca pude acercarme a Francisco sin exas-perarme. Su optimismo matinal, su desesperanteesperanza, su agobiadora resignación me acosancorno expresiones de una mentira premeditada;una gran falsedad . Es que quien fué muy hombre quiso vivir menos hombre y más Dios .

    Separado de Clark por el tiempo y su infinitaangustia lo construyo doliente, atormentado, talcomo fué. Construyo al Francisco verdadero,positivo, al presente; el que maldijo por siglosde dolor y miseria su condición de Hombre .

  • SEGUNDA EDICIÓN

    PANAMA 1969

  • Estimado Doctor :

    He pensado mucho antes de aceptar la necesidad deescribirle esta carta. Dicho mejor, de dejar a usted laresponsabilidad de estos papeles . No trate de entender-me ni de justificarme. Me sobran razones .

    Es el caso que su última charla dejó en mí una profun-da desilusión. Desagrado, más bien. Me pareció ustedridículo, absurdo. Si supiese lo petulante que lucía cuan-do hablaba alegremente sobre el tiempo y la muerte .Pero hay más. Esta noche -es viernes de un mes cual-quiera (luego comprenderá por qué no es importante elmes ni el año)- esta noche, decía, me encuentro empa

    vorecido. Una constelación de pequeños acontecimientosmisteriosos me tiene absolutamente sobrecogido . ¿Miedo,dije? Sí, precisamente es lo que deseaba decir : miedo,doctor .

    Usted recuerda que la campana sonó a las seis de latarde. Tiene que recordarlo porque siempre suena a lasseis de la tarde. Pues bien, en momentos en que aban-donaba el salón me desgarré el índice de la mano izquier-da. Mire, aquí, en la coyuntura de la segunda y la tercerafalange. No di importancia al asunto porque es cosa quesucede diariamente a miles y a miles de personas en elmundo. También, porque de momento el desgarrón sóloprodujo un breve dolor intelectual . Sin embargo, al cabode unos minutos sentí la mano humedecida y al contemplarla

    -9-

  • descubrí horrorizado que estaba totalmente cubier-ta de sangre. Maldije de inmediato mi descuido al minimi-zar la gravedad de la herida y traté entonces de explorarIn situación lo más clínicamente posible . Escuche usted,doctor : la herida estaba seca como una sonrisa frívola,es decir, no sangraba . ¿De dónde, entonces, brotaba esasangre negruzca que me cubría toda la palma de la ma-no? No lo sé todavía . Es un misterio.

    Un tanto preocupado abandoné el lugar . Deseaba lle-gar con urgencia a casa . ¿No le ha ocurrido alguna vezsentir una inexplicable urgencia de llegar a un sirio?No le ha acontecido asimismo que al llegar al lugar, nocomprende ni sabe qué lo llevó hasta allí, o qué buscaba?Perdone que me haya apartado del tema. Sucede, pues,que apenas había caminado los primeros tramos, casitropiezo con el cadáver de un gato . Se trataba, lo com-prendo, de otro asunto banal : un automovilista desorde-nado acabó imprudentemente con este gato lleno de co-lorines. ¿Ha escuchado usted la historieta sobre las sietevidas de estos animalitos? Le aclaro que en mi vidahe visto numerosos gatos muertos . Es más, recuerdoque una zona de mi infancia la distraje persiguiendo losgatos del vecindario, atándoles trapos encendidos a lacola, cinchándolos con cohetes y artefactos escandalosos,porque me exacervaba la seguridad vital de estos felinos .Es como si despreciaran al hombre porque compraron laeternidad. Esos gatos, como lo puede imaginar, se sui-cidaban, estrangulándose enloquecidos por la burla, yla segunda etapa de este juego feroz consistía en la búsqueda y localización de los cadáveres . Pero hay más.

    El Pelón -hijo de una cocinera, de ojos aterradores-iba más lejos: amarraba los gatos y los abría entre au-

  • Nidos espantosos. De allí, pues, que por todas estas cosasno debía asombrarme el encuentro con el muerto de quehablo. Doctor, se me erizaron los vellos y en ese mismoinstante la sangre de mi mano desapareció. Debo agre-gar un detalle : a lo largo de todo el camino a casa -unos 15 minutos- escuché insistentemente el maullidolastimero, desgarrador, de un gato moribundo .Escribo estas cosas empavorecido y le dejo a usted

    toda la responsabilidad . Además, estoy absolutamentesolo. Esto quizá tenga alguna importancia en todo esteterrible asunto que me enloquece irremediablemente . Alabrir la puerta de mi casa, que estaba a oscuras, descu-brí un brillo extraño sobre el suelo, Recogí a tientas lacarta que de inmediato le transcribo :Estimado señor :

    Con mucha pena le anoto que no he recibido noticiassuyas. Usted dirá que soy necio, que no tengo ningúnderecho a escribirle y eso es absolutamente cierto . Per-dóneme. Si algo está lejos de mi deseo, es justamenteel propósito de molestar. Le escribo porque aquel do-lor de la cadera que apenas si lo mencioné antes, metiene esta mañana sin poder caminar. Además, es tanbello este amanecer, es tan caprichoso el vuelo de esospájaros, que deseo vivamente que se tome usted un des-canso y disfrutemos juntos este hermoso paisaje . Puedetraer a su señora o a su hijo, si los tiene . Podríamosconversar mucho, mucho, hablar de tantas cosas! Perdo-ne estas majaderías, pero le diré la verdad : deseaba con-versar con usted, con alguien . Espero que el dolor de lacadera alivie de un momento a otro . Besos a su hijo,

    FEDERICO

  • ¿Quién es Federico? ¿Por qué debía llegar a mí, y eneste momento, esa carta tonta o patética, mordaz o las-timera? Usted sabe que no tengo mujer ni hijos yque jamás he escrito a nadie! De inmediato concurrie-ron a mi mente el recuerdo de mi mano ensangrentada,el cadáver aullante del gato y los ojos endemoniados deun hombre que no conozco . ¿Quién es Federico y quédesea de mí? Esta interrogación . desató un miedo espan-toso en todo mi cuerpo. Sé que usted será capaz de comprender esta monstruosa situación y le repito que essuya, particular y absolutamente suya, la responsabilidaddel juicio. ¡Qué de cosas han ocurrido en este día!

    Con mucha dificultad logré conciliar el sueño. Seríanlas dos de la mañana cuando sentí golpes aterradores enla puerta. Desprovisto de vacilaciones me dirigí al en-cuentro del extraño visitante . En el suelo, casi que bajola puerta se encontraba este legajo . ¿Quién fué el misterioso portador? ¿Quién golpeaba la puerta? Ya dijea usted que se trata de un enjambre de acontecimien-tos extraños. Mordido por la tentación, y dueño de unasorprendente serenidad, me dediqué por entero a la lec-tura del curioso hallazgo. Las claras del amanecer meencontraron en los últimos momentos de la atormentadavida de Federico Calvo.

    Tal como la recibí así os la envío . De inmediato nu-meré las hojas de que consta porque es sumamente im-portante que ninguna se extravíe . ¿Quién fue FedericoCalvo? El día entero lo empeñé en averiguarlo . Reco-rrí diversos sitios, interrogué a numerosas personas sinéxito. Por último hice lo que él : hablé largamente ala enfermera que escribe de corrido, entusiasmándola

  • con la importancia de mi empeño hasta lograr que mepermitiera investigar los archivos de la institución. Ob-tuve la misma respuesta que llevó Zoraida a Federico .

    ¿Pudo ser cierto aquel tormento? ¿Existió FedericoCalvo? ¿Es mentira tanto dolor? Yo deseo, Doctorsaber si usted se atreve a negar la existencia de Fede-rico Calvo. Esta es mi petición . Y esa es su responsa-bilidad .

    RAMÓN H. JURADO

  • Here lies poor Johnny Kongapot

    Have mercy of him, Gracious God

    As he would if he were God

    And you, poor Johnny Kongapot.

    ABRAHAM LINCOLN

  • No puedo decirlo y me resulta imposible de pre-cisar. Pero, si el tiempo no transcurre, si esa luzno se apaga, ¿cómo ha sido posible? Sé bien quehoy es lunes . . . sí, sábado he dicho . No me sientomejor porque es lunes y mis pies pasan comotrozos de lija sobre los barrotes de esta vieja cama .Me llenó de insomnio ese rugir feroz, estúpido,amenazador, de los ratones en el estante . Aquí,arriba, en este oscuro desván de trastos viejos, descubrí por primera vez la perversidad de los homb res,.de los ratones. Enemigos de esta lámpara que

    nunca reposa, murmuraron toda la noche en unatertulia hambrienta y de rato en rato, el mayor, elsabio, asomaba sus ojos enormes, sus dientes de cla-vo y sonreía .-Te esperamos.De pronto los vi salir en caravana, luego de

    gritos y voces jubilosas en el estante vacío, tre-par por los barrotes de este camastro de made-ra, mirar apetitosamente mis pies y seguir mientras

  • tras murmuraban cosas horribles entre sí. Subíanno sé cómo por la columna de concreto, corríancomo locos por el cieloraso oscuro y bajaban porla trampa de polvo hasta los orígenes del cordón.Desde hace días conozco sus propósitos: destruirla única lámpara que alumbra mi vida . Yo con-fiaba en la prudencia, en la sabiduría técnica yme decía, cantándome esperanzas, que nunca triun-farían en sus afanes . El hilo colgaba perpendicu-lar sobre mi cama y aseguraba con palabras defuerza a la humanidad incrédula que el único ami-go de los hombres es la fuerza de gravedad. Eneso sentí un griterío ensordecedor en lo más os

    curo de la trampa de polvo: los señores ratonesdiscutían . Entonces comprendí toda su audacia,todo su atrevimiento . El, el sabio, el perverso, elpeor de todos, asomó su cabezota estúpida y mesonrió. Avanzó unos pasos . Cruzó vertiginoso porun desfiladero, se detuvo sobre una saliente, posandose

    junto al sitio en donde el cordón se enterraba en las sombras del techo .

    -¿A dónde vas?-gritaba yo. -¿A dónde vas?El sabio miraba hacia abajo burlonamente y

    sonreía. Sólo ese cordón se levantaba como unamuralla de bronce entre su hambre asesina y micuerpo inmóvil. Ellos lo sabían . Yo lo sabía. Todos

  • dos lo sabíamos . Cuando consiguieran silenciaresa única luz de mi desván, se abalanzarían comotigres sangrientos sobre mis pies fríos y duros,sobre mis muslos, sobre mis ojos que yo no sé porqué se han hundido de pronto . Intenté mover unapierna, porque sólo un mínimo movimiento po-dría salvarme. Pero no podría decirlo : creo quelo único que hizo un ligero gesto, imperceptible,muy tenue, fue la pata de la cama . Por ello elSabio me miraba burlonamente . Entonces empezólo peor. Bajaba. Bajaba cautelosamente por elcordón . Comprendí toda su grandeza : por quéera el más atrevido, el más audaz, por qué erael Sabio: cuando el cordón -buen amigo mío-

    oscilaba para aliviar mi desventura, se deteníaagarrándose con avaricia. Luego reiniciaba la mortal empresa. Lo veía agrandarse por momentos :su cabezota estúpida, sus dientes de clavos, sus ojoslascivos, y los chillidos, penetraban por mis orejas como taladros . Pero con todo, conservaba laesperanza. Mas el Sabio avanzaba y todo parecíainútil : estaba encima de la lamparilla, sonriente,triunfal. Fue un instante de terror indescriptible .Yo grité espantosamente :

    -¡Zoraidaaa . . . ! ¡Zoraidaaa . . .!

  • Nadie podía escuchar esa voz desesperada quecaía desde el desván porque sólo estaba en mipensamiento .

    -¡Zoraidaaa . . . ! Me comen . . . Me muerden. . . Zoraidaaa . . .

    Sobre mí, encima de mí, estaba el Sabio . Unmovimiento más y el bombillo eléctrico estalla-ría. Y ya empezaba a oír sobre el traquido de mishuesos el ruido desgarrador de los ratones rumián-dome los pies .

    -¡Corran . . . Corran que me cooomen . . . Memuerdeeen, Zoraidaaaa . . . !

    Hubo un ligero chisporroteo en el cordón y estalló la algazara de los ratones que presenciabancínicamente desde el techo los sucesos . El Sabio,no sé por qué, se acobardó . Soltando un chillidoaterrador, impresionante, como de tigrillo, se lan-zó al vacío, cayendo justamente entre mis pier-nas . . .-¡Zoraid . . .aaa . . .!Huyó . . . huyó vertiginosamente, fugaz, y se

    metió en el estante . Hubo una correría atronado-ra en el cieloraso acompañada de gritos y vocesde admiración y, llenos de sorpresa, los otros pasaron frente a mis pies fríos, blancos, duros y eter-namente tiesos, para reunirse en el estante .

  • Yo nací en el miedo . Cuando descubrí la razóny alguien me habló sobre la conciencia, encontréque mi conciencia era el miedo, lo que siempretemblaba. Sé que no seré nada porque nunca medejaron ser y sólo podré convertirme en un moli-no de viento, seco y alto, un molino de viento inú-til, sin viento . Ah, pero es todo lo que puedo ser!

    Si yo contara mi historia, mi curiosa historiade piedra dura! ¿Habéis oído por casualidad en laalta noche los berridos espantosos de una mesacoja? Tenéis noticia de la conversación jubilosade los ratones en un estante? Esa es precisamen-te la historia de mi hundimiento . . . de mi cono-cimiento de la muerte. Estoy acabando y cada díasoy más ancho, ocupo más espacio . No podríadecir desde cuándo este cuerpo mío está paraliza-do. La anquilosis poderosa vino golpeándome laspiernas y sé que hacia abajo sólo está la camaporque esta mañana, precisamente, la sentía hur-gándome las caderas . Es todo lo que hay allí :cama . . . cama . . . y los dientes hambrientos delos ratones . Hace un rato . . . la semana pasada . . .me dormí con los ojos abiertos. Entonces anduvecomo una mesa estúpida dando golpes locos . Nohe dormido más. A veces, para distraerme, cie-rro los párpados, pero brinco y meto los ojos en

  • el mitin de los ratones que discuten comerse mispies duros y blancos. Ellos tampoco se mueven .Están en vela noche y día, digo, eternamente, pen-dientes de este bombillo que cuelga sobre mí, deque la oscuridad se apodere de este desván llenode polvo y silencio.

  • 1

    Yo he dicho esto mil veces. ¡Mil veces! Cono-cí a Zoraida por casualidad. Cuando se piensa enel pasado se comprende que el porvenir es una ton-ta estratagema . Sin embargo, al confesar estas co-sas, soy optimista . Me lleno de una injusta esperan-za, porque lo único cierto en todo este asunto esque dentro de un año o dos, tal vez, empezará aabrazarme el pescuezo. El porvenir, pues, es asun-to de detalles : me estrangula una vena en vez dela aorta o, sencillamente, los ratones me comenlos ojos si llego a dormirme. Eso es así. El futuroestá totalmente sometido a los elementos estúpidosde este cuarto. Y diría mil veces mi historia y siem-pre sería horrorosamente igual . Es fácil, entonces,ver que todo estaba organizado para este final, di-go, que todo sigue plácidamente organizado parael final .

    Conocí a Zoraida por casualidad . No recuerdomuy claramente cómo ni por qué, pero lo ciertoes que empecé a frecuentar las pensiones . Unas

  • veces sólo a comer, ya que dormía en cualquierparte, y poco antes de que esto sucediese, era unabonado. Resulta que el cliente de las pensioneses como el adolescente de los internados : se va en-tregando al miedo .

    Un día conocí a Zoraida por casualidad . Fuéel único aposento de mi vida. Generalmente lasviejas enfermas, viudas o sin hijos, inventan unapensión para sentirse en el mundo . Esto pasó enmi caso. La vieja dueña estaba -está- lisiada enuna silla . Zoraida era el alma de la pensión . To-dos, desde el gato hasta la vieja que nunca he conocido, pero que me espanta a veces ; y el periodiq uero y el hombre que vende la carne; también el

    carbonero acompañado en ocasiones por la muchacha estrábica de la vecindad, todo el mundo, pues,llamaba a Zoraida. Para comer, para dormir, parainsultar, para recoger los excrementos del gato -inevitables a la entrada de la puerta- había quellamarla .

    Conocí a Zoraida por casualidad . La gente depensión tiene cara de pensión . Casi no le vi el ros-tro tras el cargamento de plátanos que llevaba enlos brazos; sin embargo, la seguí con una fidelidadque hoy me asombra . La vi entrar al zaguán yascender por la escalera sucia que lucía en el con-

    - 22-

  • centro una faja de linóleo. Luego dobló por una puerta angosta aunque la escalera continuaba hacia otrospisos .

    Me detuve en el umbral . De pronto oí una vozal fondo .

    -¿Eres tú, Zoraida?-Sí.

    -¿A cómo estaban? ¿A diez por real y medio?-Sí.

    Vino un silencio largo en que sólo se oían lospasos de Zoraida. Iban, venían ; iban, venían. Nohay nada más angustioso que el sonido de los pa-sos. Entonces me moví y se oyó el ruido de una ta-bla podrida. Despierta, gruesa como un rugido deespanto, volvió la voz .

    -¿Quién es?

    Zoraida también detuvo su ir y venir . La viejaenferma insistió :

    -¿Quién es, he dicho! Zoraida, ¿quién es . . . ?Entonces Zoraida se acercó mirándome con una

    cara que todavía no sé si era de miedo . Hay gen-te que mira con presentimientos .

    -23-

  • -Ajá -dijo.Yo miraba un gato clavado en la pared .

    -¿"Quién es, Zoraida"? -la voz de la lisiadame arañaba .

    -¡Espérese! -gritó Zoraida.

    Y volviéndose a mí :-¿Ajaá, pues . . .?-¿Esto es una pensión, verdad?-Umjú.-¿Hay comida?

    Me miró de arriba a abajo :

    -No.-¿No me dijo que esto era una pensión?-Sí.-"Zoraida, por Dios, ¿quién es?"- ¡Espérese!-¿Entonces, por qué no hay comida?-Señor, porque a esta hora no hay comida en

    ninguna parte .

    - 24 -

  • II

    Esa tarde comí allí y la otra y la otra . Una no-che me quedé a dormir y desde entonces he dor-mido aquí todas las noches . Esto lo escribo con laayuda de Zoraida . De vez en cuando viene conuna tabla que apoya verticalmente en mi pechoy la sujeta hasta cuando yo me canso de escribir ola vieja grita y ella responde : "¡Espérese!"

    Eramos muchos los comensales No sé cuántossomos ahora. Cuando uno se interna en pensio-nes es porque huye de algo . Ahora no recuerdoa qué huía yo. Tal vez no huía, sino que buscabaesto . Los ratones, digo . ¿En los recuerdos dequién aparece un ratón? De nadie . Un ratón escomo un dedo amputado, o la tercera mano quenos falta, o el ojo en la espalda : cosas que nadienecesita .

    No sé si huía, pero, desde la primera noche,gastaba el tiempo de la sobremesa en leer o endibujar el curso de unos ríos que han de secarse .

    - 2 5 -

  • Las venas son objetos caprichosos, muy semejan-tes a arroyos de arena, secos en verano, turbiosen invierno, o secos simplemente

    . Entonces nacen las madreviejas. A veces el cuerpo pesa comoun tejido de madreviejas lleno de murciélagos ycucarachas. Es curioso, pero aquí nunca he vistouna cucaracha. Ni un murciélago.

    Aquella noche escribía . Voy a explicarme me-jor : siempre tuve la costumbre de escribir a al-guien . No recuerdo haber tenido un amigo, niun conocido. Yo no conozco a nadie. Pero megustaba hacer cartas y ponerles un nombre cual-quiera. Las depositaba en el correo y tengo onceaños de esperar una respuesta. Hay miles de car-tas que envié a miles de personas . Personas queexisten porque envié esas cartas . Pero a ratos pien-se que yo no existo . Hay, para esto, el testimoniode once años .

    Cuando escribo estas cosas, veo los ojos deZoraida por encima de la tabla. En uno de losdedos de la mano derecha tiene una pequeña cor-tada de cocinera. Es indispensable que las cocine-ras tengan cortadas en las manos . También, cuan-do se levanta un poco para mirar lo que escribo,le veo los senos . A mí no me importa; a ella sí .Trata siempre de acercarlos a mis ojos .

    - 26 -

  • Aquella noche escribía . He dicho esto mil ve-ces también. En eso llegó Zoraida con un perió-dico en las manos. Desde hacía noches me esta-ba rondando y tenía la seguridad de que llevabasemanas pensando en una razón para acercárse-me . Por toda respuesta levanté brevemente lacara y volví a mi tarea. Era la carta 427 y pensa-ba que sería la última. En ocasiones llegué a es-cribir dos diarias. El mundo es muy ancho. Muyextraño. Con cinco letras se puede construir unainfinidad de nombres, de personas . Mis cartassiempre han sido muy respetuosas . Buenas . Alhombre le espanta el dolor y le huye a la limos-na. Yo nunca pedí nada. Hablaba de cosas bo-nitas, sin mencionar a Dios, porque siempre he te-nido la necesidad de conversar con alguien, deconstruir un amigo. Sí, yo nunca dije nada demí mismo en las cartas . Deben andar por allí . . .andando, andando, porque todavía no he recibidouna respuesta .

    Zoraida extendió el periódico sobre la mesa .No habló, pero trataba de escandalizar zurrandoel papel.-I . . . tler . . ha . . . bló en Mu . . nnn . . ¡e . .,-¿Cómo dijiste?-Aquí dice . . . dice aquí -y me mostró un

    título de muchas columnas .

    - 27 -

  • -Ajá. ¿Y tú sabes leer, Zoraida?-¿No lo está viendo? ¿ qué es lo que dice,

    pues . . .?-Sí, está bien . ¿Y sabes escribir también?-¡Eso no!-¿Y por qué no sabes escribir?-Porque no me han enseñado .Durante mucho tiempo dejé de escribir cartas .

    Después de todo, ¿para qué las escribía? Ah, sí ;porque quería conversar Entonces, pues, me de-diqué a conversar con Zoraida . Pero lo cierto esque al principio no me enteré, o mejor dicho, nome di por aludido. Siempre he tenido la sensa-ción de que estoy escondido . Efectivamente es-toy escondido . Ni la vieja, ni los comensales sa-ben que estoy aquí. Me tiene escondido Zoraida .A veces he oído a la vieja, enferma también, quegrita :"-Oye muchacha, ¿ y qué fué del hombre

    aquél?"Sé que pregunta por mí, pero Zoraida contesta :"-Uy, ya va para muchos años que se fue" .Yo le hablaba sobre las cosas de los periódicos,

    pero todavía no sabe escribir. Y lee de igual ma-ne : "Guel . . . ga in . . . quiilin . . . aria. Esa vez,cuando dijo " . . . aria" se volvió hacia mí posan-do uno de sus senos sobre mi mano izquierda . Yo

    - 28 -

  • la retiré en seguida. Al levantarse le vi unos mus-los muy gruesos y las piernas que embocaban ma-ravillosamente en la rodilla. Recogió el periódicoy se fué .

    Busqué la carta inconclusa para continuarla :

    " . . . Sé muy bien que es usted una personadistinguida. Perdóneme la molestia, Su hijitoes muy inteligente y usted debe sentirse orgul

    loso de él. Quiero recordarle algo muyimportante.,el próximo martes hay una luna espléndida. Lléguese a la rampa del mercado o

    al jardín que alumbra a la estatua de Balboay comprenderá que el mar es bello, Hoy de se-guro desayunó usted . . ,"

    Levanté la cabeza porque Zoraida regresaba . Secolocó de espaldas a mí y su pelo frondoso rodabasobre sus hombros desnudos . No me dijo una palabra y se fué a lavar las ollas .

    Có~Op0

  • 111

    Cuando Zoraida me mostró los muslos aquellanoche, presentí lo inevitable ¡Ja! ¡Ja! ¡Qué co-sas! Lo mismo que ayer y lo mismo que otro ayery lo mismo que otro y otro y otro ayer, Zoraida es-tá encima de mí, tratando de ver lo que escribo!

    Siempre he vivido de presentimientos: una ma-ñana desperté con un ligero dolor en la caderaderecha. De inmediato invadió mi cuerpo un mie-do incalculable. Me senté y las sospechas se veri-ficaron: el dolor en la cadera era espantoso . Meagarraba las articulaciones de la ingle, llegando aenroscárseme como un bejuco en el tobillo. Sentíla sangre paralizada y los ojos enloquecidos. Estoúltimo, quizá, fue lo que me incitó a gritar es-pantosamente olvidando de momento que estabatotalmente solo y que mi madre había muerto ha-cia años. Puede usted comprenderme?

  • Tuve la costumbre de buscar los sitios más apar-tados para vivir. Volvía de noche a mi cuarto deescasas luces. Allí pensaba en la última carta es-crita y en la otra y en la otra . Sonreía confiadoen que, de un momento a otro, el hombre mecontestaría ; que bajo la puerta o a la entrada dela casa, yo también encontraría una carta. Perono sé, yo no culpo a nadie : todo el mundo está muyocupado. También puede ser que no sepan quiensoy y nadie gusta de escribir a desconocidos, aun-que sólo sea para hablar de la luna o de la muer-te del niño. Ni aún el día de mi dolor espantosoen la cadera dejé de sonreír al anochecer. Siem-pre he vivido esperando. Zoraida también .

    Me levanté horrorizado . La pierna estaba ten-sa, vibrante. Luego de unos pasos trabajosos re-cobré cierta flexibilidad, aunque el dolor en la cin-tura agudizó . Sin embargo, eché a andar hacia lagente, presuroso, acosado por la más extraña in-quietud. Nadie me miraba . Yo en cambio volvíaa mirar a todo el mundo. A veces es convenienteque alguien pregunte por la salud de uno . Puedeentonces decirse que se ha amanecido con un fuer-te dolor en la cadera y que se teme no poder ca-minar más. Pero a mí nunca nadie me preguntónada .

    -32-

  • -"Zoraida . . . --Me llaman .-Sí, te está llamando la vieja .-Ya me tiene muy cansada . Ni se compone ni

    se muere .-Está peor que yo .-¿Para qué decir esas cosas, si sabe que lo es-

    toy componiendo? No se lo quería decir, pero con-seguí una toma nueva . . .

    --" ¡ ¡ Zoraidaaaa! "-Ahorita vuelvo . Le dejo la tabla aquí . Veme

    ese lápiz, no sea que se vaya a hacer un daño .La pobre teme más al suicidio que yo . Siem-

    pre se le ocurre que estoy mejorando . Todos losdías de todos los años me dice lo mismo . Creoque ha llegado a preparar medicinas por su cuen-ta. Cuando resolvió esconderme aquí, yo estaba,hasta cierto punto, bien . Lo único malo es quetenía todas las piernas, los pies, las caderas, lasvértebras lumbares y el codo derecho anquilosa-dos. Hoy sólo me quedan la muñeca, los tarsos ylos metatarsos de la izquierda con alguna dispo-sición para escribir . La boca la tengo ceñida, dura,soldada. Mi comida son líquidos que Zoraida cue-la entre dos dientes que ella misma me sacó ¡Yla pobre dice que estoy mejorando! Hasta los ratones

    - 33 -

  • tones que están en el estante saben que de un mo-mento a otro podrán roerme los pies sin apremios .Pero hay algo más : sencillamente no puedo suici-darme. Sólo ella, Zoraida, podría ayudarme . Pe-ro ríe, llora o enfurece a la menor insinuación . Esque ella me espera . De eso estoy absolutamenteseguro .

    ¿Qué hora será? Hace algún rato que no sien-to los ratones . Generalmente, cuando Zoraida es-tá conmigo no me molestan . Hasta cierto pun-to son discretos . Pero ni siquiera en el cuartovecino siento voces. No sé por qué se me ocurreque lo menos humano es la voz. Cualquier ruidose le parece. Por ejemplo yo oigo con facilidadla conversación que se me ocurre . Las campanas,la lluvia, el ruido de los pasos, en fin, todo estálleno de palabras. Es cosa personal, íntima, deuno .

    Cuando Zoraida regrese, le diré que no piensoescribir más . Ya me está pareciendo inútil, vis-to que todo el mundo está ocupado . También,porque me avergüenza un poco confesar el enga-ño. Yo vine a esta pensión huyéndole a la sole-dad. Esto, entiéndase bien, es una confesión . Es,asimismo, la primera vez que lo digo ¡Que me

    - 3 4 -

  • lo digo! Pues aquel dolor de la cadera se deshi-zo hacia el mediodía. Y si la mañana toda la em-peñé en caminar, en la tarde llegué a la tontería decorrer. Como si se pudiera huir . . . ! Sólo al ano-checer, por la necesidad de encontrar la carta,regresé a casa. Como siempre, sonreí . Está tanocupada la gente . . .

    No recuerdo cuánto tiempo pasó. Eso sí, fuéel día 29 de cualquier mes. Una de mis mayoresdificultades ha sido el tiempo. La memoria tam-bién. El caso es explicable . Resulta que cuandose llevan dieciséis años en una cama, y por todacomida sólo hay caldo en la mañana, caldo almediodía y caldo en la noche ; y los ratones, yel estante, y Zoraida, y el bombillo encendido, ytodo, pues, todo es igual, uno no recuerda abso-lutamente nada . Es ayer, o mañana, u hoy. Es-to, desde luego, no lo voy a escribir, pues tanpronto vuelva Zoraida, le diré que se lleve la ta-bla y el lápiz . Tal vez sea pena o timidez, perocreo tener mis razones : si aquella mañana nadieme vió el dolor de la cadera derecha y el hombrenunca me escribió una carta, para qué entonceshacer que Zoraida me esté enseñando los senos yescondiéndome el lápiz, empeñada en evitar que mesuicide sacándome los ojos? Cada vez que me doy a

    - 35 -

  • pensar digo tonterías. Tengo años de no pensar ensuicidarme. Por otra parte, hay el problema seriode los ratones . . . ¿No ve? Allí están . . . ya sa-lió el Sabio a la cabeza . ¿Qué habrán tramado?¿Qué recurso nuevo descubrieron para apagar elbombillo? ¡Ya viene . . . ! ¡Ya vienen! Esta vezdirectamente hacia mí . . . Avanzan . . . son tres .El Sabio viene como siempre, adelante . El resto dela tropilla se ha quedado vigilando y riendo en elestante. ¡Vieneeen! ¡Vieneeen hacia mi¡¡¡ . . . !Suben por la cama . . . se me trepan por las pier-nas . . . me han pasado veloces por el pecho y sehan lanzado escandalosamente al suelo . Malditos,malditos ratones . . . ! ¿Qué se han hecho ahora?¿Dónde están, digo, dónde están? Este es el silen-cio que me espanta .

    w

  • IV

    Voy a decir la verdad : cuando seguí a Zoraida,que caminaba delante de mí cargada de plátanos,venía acosado por un miedo infernal . Las pier-nas me temblaban ,v había notado que mi musloderecho se estaba enflaqueciendo visiblemente . Te-nía días de andar mirando a todo el mundo, deestar escribiendo cartas, pero lo de siempre : na-die se ha enterado de que existo. ¡Los años quetengo de estar aquí y nadie lo sabe! Dejé la casaen donde vivía apartado y me acerqué a los hote-les y a las pensiones. En estos sitios siempre haygente que entra y sale. Pero la humanidad entrabay salía y mi miedo aumentaba . Trataré de expli-carme mejor . Después del dolor aquél, todo andu-vo bien, con la excepción del muslo que se adel-gazaba. Un día que me preparaba a salir, hice eldescubrimiento : la uña del dedo grande del piese me había desprendido por la mitad y la carneestaba podrida . Por una esquina se veía el hueso

    - 37 -

  • casi a la intemperie. Toqué y estaba insensible . Pen-sando que podía ser mi mano, usé un palillo defósforo. Hurgaba la carne podrida, incluso lleguéa levantar el tendón que cubre el hueso y fué como si estuviese escarbando ociosamente la suela demis zapatos : no sentía nada. Absolutamente nada .Estuve a punto de gritar, pero recordé que la pri-mera vez había sido en vano y permanecí callado .Tenía un miedo horrible . Empavorecido me lancéa la calle, pero, como la vez anterior, nadie se enteraba de que yo me estaba pudriendo . A veces,la gente tiene razón, sabe lo que hace : no me mo-ría. -En el fondo he sido un poco injusto, porquedespués de todo no tienen por qué preguntarmecómo he amanecido hoy.- Esa noche no regreséa casa en busca de cartas. Ni volví más. Anduve dehoteles en pensiones hasta que di con Zoraida car-gada de plátanos.

    Desde aquel día, jamás he salido de esta pensión .La Pensión . . . ¿Cómo se llama? Qué curioso,no sé cómo se llama. Bueno, yo siempre estuvepensando en otras cosas. Al principio tomé muchotiempo estudiando el Tratado de Patología del Dr.William Soler. Nada se decía allí sobre mi mal .El tratado de Dr. Lewellyn, "Artritis Deformans",se concretaba al estudio de la osteartritis y de la

    - 38 -

  • espondilitis . También me empeñé en la lectura delas Enfermedades Inflamatorias, del doctor PeterDaniel. Lo mismo de siempre : parece que mi en-fermedad no merece un alivio, un remedio, porqueni siquiera la mencionan. A estas cosas me dedicabaen los primeros años .

    Yo sabía que Zoraida estaba vivamente preo-cupada por todo lo mío. Durante un tiempo es-tuvo buscando excusas para acercárseme . Como elpretexto del periódico le resultó útil, continuóusándolo y luego su amor repentino por la cultu-ra hizo el resto. Fasta parecía avisarme cuandoiba a llegar . Con las ollas y otros utensilios decocina improvisó una especie de código de señalesque me tenían al tanto de sus pasos . Mi comidaera siempre la última y no sé si la mejor de la casa .Después de todo, ella era la que hacía y deshacíaporque la vieja enferma, a quien nunca he vistola cara, sólo ha vivido desde hace treinta años preo-cupada de su muerte. Yo era el último en comery, no bien me había sentado a la mesa, empezabaen la cocina el lenguaje singular de Zoraida avisán-dome de todos sus pasos . Y cuando sentía el ruido

    - 39 -

  • de la olla grande contra la llave del fregador, sa-bía que Zoraida estaba a punto de llegar .

    Esto sucedía mientras yo estudiaba el Tratadodel Dr. Peter Daniel . A veces pienso y me pareceque todo es muy natural . Aquí cabe otra confe-sión. Después del primer dolor, tuve por seguroque se trataba de un reumatismo benigno con al-gunos elementos de malaria crónica. También es-taba el hecho histórico, de mérito considerable perodel cual tuve conocimiento cuando ya todo erainútil . Supe por ejemplo que mi abuela estuvotullida por unos seis meses y que al sanar le que-daron las coyunturas de la mano derecha deforma-das y con una ligera parálisis. Llegué a enterarme,asimismo, de que mi madre estuvo totalmente pa-ralizada por más de un año. De manera, pues, quehay un poco de exageración y egoísmo de mi partecuando en ocasiones llego hasta desesperarme porculpa de los ratones .

    Como yo desaparecía y aparecía sin que nadienotase mi presencia, ocurrió que resolví, a propó-sito del dolor en la cadera derecha -es muy importante saber que se trataba de la cadera derecha-que volvió al cabo de los meses, consultarle a unmédico. Con el mayor respeto me dirigí al Hospi-tal Santo Tomás . Todos los señores, con alguna

    - 40 -

  • autoridad allí eran norteamericanos . Tres meses estuve tratándome y mi dolor aumentaba . Una mañana, claro está, desperté con el tobillo derecho

    exageradamente hinchado hasta el punto de queme resultaba doloroso caminar. Me era imposi-ble caminar.

    -El enflaquecimiento de su muslo derecho sedebe a una falta de ejercicio . Usted ha debido pa-decer una larga cojera .

    Tenía toda la razón el doctor . Es posible queyo haya sido un hombre cojo . Pensé que si lagente me hubiese hablado alguna vez, me hu-biese dicho por ejemplo Tuerto', "Manco', "Co-jo", yo habría sabido que era cojo y a lo mejorno me encontraría hoy aquí . Pero nunca lo supe .-Creo que usted padece tuberculosis de la

    cadera. Su dolor de la rodilla es sólo un reflejodel mal de la cadera.

    ¿Para qué insistirle en que yo creía que se tra-taba de la misma cosa, que no había tal reflejoporque a veces también se me hinchaba la rodilla?Hoy sé que yo tenía la razón, pero siempre hecreído que los médicos jamás se equivocan .

    -Mi diagnóstico es definitivo . Además, no pa-dece usted ninguna otra enfermedad porque

  • la tuberculosis de la cadera está aislada y no conta-gia otros órganos del cuerpo .

    Yo escuchaba al médico con verdadero asombroy gratitud, porque he sido de parecer que la gentees buena. Sin embargo, no me sentía la tubercu-losis por parte alguna.

    -Si la infección fuera en los hombros, habríapeligro de contaminación pulmonar -repetía im-placablemente el facultativo . -La tuberculosis dela cadera es difícil de tratar porque no hay manerade comunicarse directamente con el bacilo.

    -¿Qué me recomienda usted, doctor?-La única posibilidad es una operación muy

    dolorosa. Debemos quebrarle ciertas adherencias dela coyuntura . Es la única posibilidad de acabar laanquilosis y tal vez con la enfermedad misma .

    -¿Usted ha hecho esta operación antes?Cuando pronuncié esas palabras no tenía el más

    leve propósito de molestarlo, ni dudaba tampocode su sabiduría. No sé si a todos les pasará lomismo : siempre me ha gustado saber si puedo cu-rarme .

    -No, nunca he hecho tal operación .-¿Se ha hecho antes en este Hospital?

    - 42 -

  • -No, tampoco. Pero estoy enterado de que enotros lugares se ha realizado con éxito en el trata-miento de la tuberculosis de la cadera .-¿Representa algún peligro la operación, doc-

    tor?-No puedo garantizarle absolutamente nada.

    El peligro de posibles complicaciones siempre exis-te. Si usted . . .

    -Perdónome, doctor ; no es que desconfíe. Está bien. Haremos lo que usted considere conveniente .

    Fijaron la fecha de mi operación para cincodías más tarde . No sé si decir estas cosas, pues locierto es que no pienso mal de nadie ni quisieraque nadie pensara mal de nadie . Pero el día se-ñalado llegué muy temprano al vestíbulo de lasala de operaciones . Esto que estoy diciendo esrigurosamente cierto. Si no fuera mucha impertinencia, le rogaría a usted acercarse a los archivos del Hospital Santo Tomás y constatar si es ono cierto que Federico Calvo debió ser operadoel día 5 de Octubre de 1912 por una infección detuberculosis en la cadera . Me gustaría que alguienfuese a averiguar, a preguntar, porque llevo tiem-po pensando en que es muy posible que hasta esaúnica constancia de mí mismo haya desaparecido .

    - 43 -

  • Si esa definí va constancia de mí mismo no apare-ciera es muy lógico pensar que yo no he existido .

    Me senté silencioso en el vestíbulo de la Salade Operaciones. Sonreí a otros pacientes que aguar-daban, pero nadie pareció enterarse . También esverdad que cuando se está enfermo no se tienenganas de reír. Pasó una hora . Pasó otra hora.Cuando ya doblaba la mañana, traté de escribir unanueva carta :

    "Estimado señor :

    La mañana ha amanecido encantadora y des-de el alféizar de mi ventana que da hacia el va-lle de ensueños, descubro un tropel de nubecill

    as que hacen cosquillas a los cerros que mecustodian. Acaba de posarse en el alero . . ."-Señor . . .Levanté la cabeza sorprendido . Una joven en-

    cantadora, toda en blanco, trataba de hablarme :-Señor, dice el doctor que no podrá operarlo

    hoy porque tiene mucho trabajo . Vuelva usted ma-ñana .

    Eso es verdad: el doctor tenía mucho trabajo yquería descansar. Muy justos los motivos del doc-tor. Pero el inconveniente es que durante la es-pera y porque para escribir apoyé el cuerpo sobre

    - 44 -

  • la rodilla, el tobillo se me hinchó bárbaramente ytuve que esperar otras horas más para dar un pa-so. Nadie me ayudó a bajar esas enormes esca-leras del Hospital .

    Al otro día llegué más temprano . Seguramentela culpa fué mía por no haber llegado el primero.Se presentaron otros pacientes pero ninguno de-seaba sonreír. Pasó una hora. Pasó otra hora .

    un ruiseñor. Desde chico me enseñaronque los ruiseñores son los mensajeros de Dios .Este canta maravillosamente. También veo alo lejos un cordón de gallinas enloquecidas porla belleza del sol . . . "

    -Señor . . .

    Nuevamente estaba frente a mí la encantado-ra enfermera deseosa de hablarme . Pensé que hu-biera podido sonreír como lo hacía yo, pero de se-guro estaba muy ocupada .

    -Señor, dice el doctor que está muy ocupado .Tal vez mañana lo atenderá a usted .

    El oficio de médico debe ser muy agotador. Ade-más, es muy noble ese afán de conocer las enfer-medades del prójimo. Claro que a veces no tienentiempo para atender a todos. Esto es muy humano

    - 45 -

  • no y si todos tratáramos de estudiar una cosa tanimportante como la medicina, no tendríamos porqué cansar tanto a los médicos .

    Me parece que al otro día fui demasiado tem-prano: aguardé algún tiempo hasta que el vestí-bulo de la Sala de Operaciones estuvo abierto alpúblico. Sería interesante buscar en el Hospital lacuadrícula de Federico Calvo. A lo mejor se haperdido .

    Llegaron otros pacientes . Todos serios : el doctorestaba en lo cierto. Mi sitio era el mismo .

    " . . . No creo que exista en el mundo rincón más encantador que esta casa mía. El sol

    sale siempre justamente por encima de unos inmensos guachapalíes que están allá abajo enla hondonada. Pienso que una vez hubo unaquebrada por aquí. O habrá, porque es muynecesaria. Con todo, amigo mío, esto es muyencantador. Y precisamente le escribo porquecomo sé que es usted un hombre sumamenteocupado, le resulta muy conveniente un des-canso de vez en cuando. Esta carta tienepor .

    -Señor . . .

    - 46 -

  • -No se moleste, señorita; ya lo sé: el doctor es-tá muy ocupado y no podrá operarme hoy . Volve-ré mañana .

    ". . . objeto invitarlo a que disfrute de estas ma-ravillas. Aquí en mi casa se sentirá como en lasuya propia. Me gustaría que usted fuese ami

    go del ruiseñor, ese mensajero de Diosquecanta maravillosamente. No olvide que tiene asus órdenes un amigo que lo aprecia de veras,

    FEDERICO ."

    Doblé la carta porque el doctor estaba muy ocu-pado, como lo estuvo ayer, y antes de ayer y an-tes de antes . . . Bajé con mucho trabajo las in-mensas escaleras . Envié la carta y nunca más hevuelto al hospital. A veces pienso que fui muyimpertinente con el doctor .

  • V

    Zoraida nunca ha sabido nada de esto. Aunquela uña no salió más, la carne cicatrizó como unaquemadura, pero tuve el pertinaz convencimientode que esas cosas no eran más que señales, sínto-mas de algo más grande que estaba a punto de so-brevenirme. Esa espera es la que me tenía encerra-do en la pensión atento a que Zoraida golpeara laolla grande contra la llave del lavatorio .

    Creo que no he llegado a entender a Zoraida .Siempre me la figuro con la cara llena de pláta-nos. En esto también hay mucho de injusticia mía .¿Por qué me di a perseguirla? He podido muy bienirme a la playa -eternamente solitaria- y estartodavía allí. O sentarme en un bote, allá lejos, enel medio del mar en donde nadie tiene ganas dehablar ni de reír. Pero la verdad es que me escondíaquí huyéndole a algo o esperando algo que es lomismo. Huír es una manera de esperar .

  • Pero mis relaciones con Zoraida fueron tomandoun matiz desagradable . Aunque casi no hablaba,tengo la absoluta convicción de que se fue imagi-nando cosas extrañas, muy distintas a mi crecienteintimidad con el Tratado sobre las EnfermedadesInflamatorias del doctor Peter Daniel . Pero siem-pre el sonido de la olla grande sobre la llave dellavatorio era la señal . El aviso de que había ter-minado y estaba propicia. Estoy absolutamente se-guro de que esto era así .

    Un día encontré una pieza muy íntima del ves-tuario de Zoraida sobre la cabecera de mi cama .Nunca supe a qué hora estuvo allí, porque en muypocas ocasiones abandonaba mi cuarto . No di im-portancia al suceso y el trapo desapareció misterio-samente también. Siempre los síntomas, las seña-les. Sin embargo, Zoraida nada decía.

    Otra vez la sentí correr. Me pareció muy extra-ño porque ella todo lo hacía con unos pasitos queresultaba imposible imaginar que pudiera darlosmás grandes o más chicos, y lo peor, que pudiesecorrer. Los pasitos de Zoraida son de una gran im-portancia en mi vida .

    Tengo la idea de que entonces, cuando todavíacaminaba, a ciertas horas del día o tal vez de lanoche, me empeñaba en recorrer la casa . Iba de

    -50-

  • un cuarto a otro, y de este al siguiente y de allíal de más allá para regresar al primero, rondan-do siempre el aposento de la vieja asustada por lamuerte, que cuando no llamaba a Zoraida, dormíao roncaba. El cuarto de la vieja tenía una ventanagrande protegida por una gruesa cortina blanca ydaba directamente sobre el techo de la casa vecina .Me parece que, a determinadas horas, Zoraida roda-ba algo hacia la ventana y lo abandonaba allí : erala vieja. Todavía está viva con el miedo a la muer-te. ¡Uy, han pasado años . . . ! Todo esto lo hacíaZoraida con sus pasitos . Así, pues, me pareció muyextraño cuando la sentí correr delante de mí . Ade-más, es bueno saber que en esa casa no se podía co-rrer. Sin embargo, pronto comprendí los motivos dela extraña carrera : sentada sobre un pequeño ca-jón, incómodamente, estaba Zoraida . Mostraba to-da la pierna, el muslo, y parte considerable de lanalga derecha, totalmente desnudos . Veamos : Zo-raida tenía la cabeza inclinada hacia un lado, conel largo pelo enmarañado que le tocaba los senos .Simulaba buscar algo escondido bajo su pierna iz-quierda y el cajón . Lo curioso es que se había des-nudado intencionalmente: con la mano rasgó eltraje desde el canto de la falda hasta la cintura, desuerte que caía a uno y otro lado de sus extraordi-narios muslos . No sé si lo dije: las piernas de Zo-

  • raida eran maravillosas y embocaban con una gracia infinita hacia los muslos. Creo que la quedé

    viendo, pero seguí hacia mi cuarto que, como siem-pre, estaba absolutamente solo y en penumbra . Enseguida Zoraida se alejó con sus pasos por el bal-cón interior .

    En la noche, poco antes de la cena, encontré so-bre la cabecera de mi cama otra prenda mucho másíntima de Zoraida. La tuve en mis manos duranteunos minutos y de pronto, no sé cómo ni por dónde,llegó Zoraida a mi lado . Mejor, frente a mí. Sussenos temblaban agitados y yo la miraba, mientrasella parecía buscar algo entre sus piernas. En eso,la vieja muerta gritó : Zoraida!", y se alejó presu-rosa .

    Esa vez pasó algo muy importante . Cuando enocasiones sentía que alguien se acercaba por la es-calera, me retiraba a mi cuarto . Allí esperaba aque Zoraida gritara : "Señor, una carta para usted" .Y cada vez que presentía extraños, me retiraba ami cuarto .

    Antes de irse Zoraida me arrebató el trapo delas manos, pero, pasada la cena, y cuando estu-diaba el hermoso discurso del Dr. Daniel sobreel "Dolor de las Articulaciones", sentí el golpede la olla grande sobre la llave del lavatorio . Pensé

    - 5 2 -

  • sé inmediatamente en la graciosa embocadura delas piernas. En el traje rasgado. En el temblor delos senos. Y sorpresivamente apareció el viejo do-lor, esta vez en la cadera izquierda . Agudo. Atroz .Al mismo tiempo sentí que me habían introducidoinesperadamente en la pierna un largo palillo deacero; como si de común acuerdo los huesos se hu-biesen atezado de pronto . Deseo que esto quedemuy claro : la pierna se me hinchaba, se me hin-chaba, y presa del terror salté para huir porque creíque si no abandonaba el comedor en esos momentosno podría salir luego. Tal cual se hincha un pie enel zapato. Caí. Como un cuerazo lejano escuché elgrito asustado de la vieja muerta . También los pasitosde Zoraida hacia mí . Creo que me estoy explicandobien. Yo tenia miedo, miedo . Sé que temblaba, queme estremecía todo . No por el dolor, que ya en esosmomentos no lo sentía . Tampoco era la muerteporque no existe . Existen sí, los ratones, los médicos,las salas de operaciones . Mi miedo era de otra cosa .Es como si de pronto, aterrorizado, usted quieregritar y no sabe a quién llamar ; como si lo lanzarana un pozo inacabable con la boca amarrada. Esposible que no puedan entenderme, porque siem-pre se tiene a alguien a quien llamar .

    Pues sí, cuando salté lleno de espanto, las cuer-das vocales se me enroscaron en la garganta y les

    -- 53 -

  • ojos se me salieron, pero no pude llamar a nadie .No pude.

    Zoraida llegó sonriente . Me vio en el suelo yprácticamente se me echó encima . Con la puntade los senos me zurraba el pecho y con las dos ma-nos me acariciaba la cara . A mí me pareció que nohabía nada de malo en eso . Estaba sonriente y elpelo enmarañado se le apretaba en el óvalo de lacara. Me cargó hacia mi cuarto ; más bien me arras-tró. Todo parecía muy gracioso y por momentospienso que Zoraida es una buena persona . Sin embargo, esa noche me preocupó mucho el hecho deque cuando quise gritar no tenia a quién llamar.

    Q99W-

  • VI

    Estuve dos días sin moverme de la cama . YZoraida fue por primera vez feliz . Los tobillos seme hincharon sin razón y los dolores se apodera-ron de todo mi cuerpo . Olvidé decir que la primerahinchazón que agarrotó mis piernas - antes de.que mi muslo derecho se adelgazara día por día-

    me mediciné con un compuesto de salicitato de sosa y yoduro de potasio. Mejoré notablemente y la

    hinchazón desapareció. Así, pues, hice lo mismoen esta ocasión llegando hasta doblar y multipli-car la dosis sin beneficio alguno. Y como cada co-sa de mi vida, -misteriosamente- por su propiacuenta la hinchazón desapareció . Sin embargo, de-jó su rastro de espanto : la pierna izquierda empe-zó a enflaquecerse de urgencia y una especie decalambre, de entumecimiento constante, me enfria-ba las extremidades inferiores .

    - 5 5 -

  • Zoraida, mientras tanto, olvidó a la difunta. Seprocuró más ratos de ocio para estar conmigo . Unavez, mientras me arreglaba la camisa, se le fugóun seno y me cayó en la mejilla . Estaba tibio, lim-pio. Nos miramos, sonrió y sin apuros lo escondió.Le gustaba mucho mostrarme el busto .

    Cuando al tercer día creí que podía levantarme, Zoraida hizo todo lo posible por impedirlo .

    -Me siento muy mejor. Creo que el salicilato esuna gran medicina.

    --¿Y cuál es el apuro de pararse, pues? ¿Aca-so lo están correteando? Como si no fuera mejorestarse acostado.

    -Es que me siento mejor, Zoraida, y me gus-taría caminar .

    Nunca hubiera comprendido lo que eso signifi-caba para mí. Hoy pienso de distinta manera, esdecir, creo que caminar es un vicio como cualquierotro. Bueno, no sé si usted lo sabe: tengo 19años de estar totalmente acostado y tieso como unposte.-Vaya, pues . ¡Párese! ¡Párese! Para usted ha-

    ce. Ya verá cómo es mejor que haga caso .Me levanté esa vez y otra vez y otras veces . To-

    do parecía muy normal, con la sola excepción de

    - 56 -

  • las piernas que se me adelgazaban y el calofríoconstante .

    Pasaron algunos meses en que las señales deZoraida se hicieron más atrevidas . Casi llegamosa reemplazar las palabras con el lenguaje de lasollas . Por días enteros se despreocupaba de la viejapara dedicarse a mí, siendo cada vez mayor el tiem-po que transcurría a mi lado .

    Cierta noche sucedió algo imprevisto, verdadera-mente extraño. Para entonces, al caminar arrastra-ba los pies y me resultaban muy difíciles de manejar

    de dirigir. De la misma manera, muchas cosascambiaron para mí, porque, claro está, tomaba vein-te minutos en ir del comedor a mi cuarto .

    Iba pues, para mi cuarto, con el Tratado delDr. Daniel bajo un brazo. El otro lo usaba pa-ra alzar de vez en cuando mi pierna derecha quea ratos rehusaba moverse . Llegué trabajosamentea mi aposento. Recuerdo muy bien que me acosa-ban principios de asfixia . Empujé la puerta querepitió su chirrido habitual . La penumbra estabapartida por una ancha franja de luz que llegabadesde la calle a morir sobre mi cama. Y allí, justamente, estaba Zoraida tendida . Desnuda. Plácida. Sonriente. Se había rasgado, esto era evidente,el traje desde la falda hasta el escote. Había, ras-

    - 57 -

  • rasgado igualmente todas sus prendas interiores y es-taba, su desnudez, su carne, abierta como un ca-mino inquieto entre las ropas . La miré en silencioporque Zoraida y yo casi nunca hemos hablado .En eso, llegó ácida la voz de la muerta : "¡Zorai-da!", y la muchacha se alejó. Esa vez me quedépensando en las ocurrencias de Zoraida . En sus se-nos de una personalidad insólita . Pensé mucho enlas cosas de Zoraida .

  • VII

    A menudo me alegra saber que la humanidadtampoco vive . Es agradable que el mundo estéocupado, muy ocupado . No se puede escribir unacarta al desconocido ni hay gusto para desearlelos buenos días a nadie . Lo cierto es que se tienemiedo de vivir, de estar despierto, miedo de pensar .Sé que todo el mundo duerme ocho, diez horasdiarias. Otros más. Luego salen a la carrera parasus trabajos : ocho horas también . Hay quienestrabajan diez, doce y ríen ufanos. También derro-chan tres en comer y andan de prisa para hacer fi-las en cualquier sitio. Siempre van o vienen dealguna parte. Es curioso : la gente tiene miedo depensar y está viva, viva como yo .

    Pero el caso de Zoraida no llego a compren-derlo todavía. Ya hace año y medio que no ha-blo. Toda mi elocuencia depende de esta mano,miradla bien, de esta mano izquierda que zurro

    - 59 -

  • sobre el papel que sostiene Zoraida contra la ta-bla mientras cuelgan sobre mi frente sus senos. Nohablo. Zoraida me tumbó los dos incisivos fron-tales .

    Aquí, tendido, he meditado frecuentemente queserá fácil comprender el mundo al reveés, desdesus contradicciones . Toda la confusión viene deldeseo lógico, del cariño por las generalidades . Porejemplo, me parece recordar que existen personassin dientes ; otras que los usan falsos . Yo, en cam-bio, tengo una poderosa dentadura . Blanca, uniforme, dura . De niño asombré a alguien rompiendo corozos en la boca Esto hizo más dolorosami vida, porque cuando Zoraida trató cle arrancar-me los dos incisivos frontales para que pudiera tra-gar algún líquido, exigió tiempo y esfuerzos . Ex-perimentó con hilos, pero sin resultados satisfacto-rios. Las mandíbulas se habían pegado tanto unade otra que ni siquiera cabía el hilo apropiado . Así,pues, el asunto tomó tiempo. Zoraida, con la ayu-da de un pequeño martillo, dedicó horas de mu-chos días a golpearme los dientes, cada vez másfuertemente, tratando de ablandarlos . Francamenteen los primeros días la operación me espantaba .En parte por el dolor, pues lo cierto es que en cuan-to empezaba a golpearme los dientes con el martillo,

    - 60 -

  • sentía que toda la masa encefálica se desprendíay daba vueltas . Pero también me acostumbré. Después de un tiempo, Zoraida gritó : "Ya están aflo-jando, están aflojando", y era cierto. Se me agran-daron los ojos de felicidad, mas no pude sonreír,porque el martillo me golpeaba los incisivos fron-tales .

    Pues bien, yo no hablo y esto tal vez ha impe-dido un poco el que pueda entender qué es lo quese propone Zoraida y existe, además, el inconve-niente de que mi mano izquierda no se puedeexplicar bien. Está corta de palabras, tímida, por-que se trata nada menos que de empezar a hablar .Es fundamentalmente distinto hablar con la bocaque hacerlo con la mano izquierda . Es como si elmundo, los conocimientos todos, se invirtieran degolpe. La mano, esta mano izquierda me lleva adecir sólo lo que humildemente puede . Fácil esimaginar su ignorancia ya que se trata de esas par-tes del cuerpo que descubrimos cuando nos faltan .Me gustaría, digamos por caso, tachonar este relatocon metáforas brillantes, con frases ágiles y sono-ras. Pero imposible : esta pobre mano izquierda -que nunca supo lo que hacía su derecha- hasta ignora que escribir es un arte. Así, pues, no pue-de valerse ni de los más rudimentarios conoci -

  • mientos gramaticales y mucho menos hablar deeste problema mío con palabras bellas . Ustedes sabrán perdonar .

    Sin embargo, ni ésto tendré dentro de poco . Yahe hecho mis cálculos y desde luego no me equi-voco; dentro de seis meses justos estará totalmenteparalizada. Esto yo lo sé, lo conozco . Ayer, precisa-mente, sentí un dolor punzante en el deltoide . Fuecomo un chispazo, como un martillazo estúpido enlos dientes . Simultáneamente se me agarrotaron, -se trata desde hace mucho tiempo de una conspi-ración- se me agarrotaron el pectoral mayor y menor, participando en la revuelta el subclavio y elsubescapular. Fue toda una región alzada que metrancó la respiración . Es cosa clara: dentro de seismeses no podré hablar. Eso es todo . Ni más nimenos . Pero estoy vivo, oidlo bien -¡malditasea!- estoy vivo .

    *

    k

    ¿Dónde estará la gente? ¡Ja . . . Ja . . . ! Zorai-da, claro está, no cuenta. Es un misterio más eneste gran misterio que es mi vida. Es un puente,un palo, unos pasitos entre la vieja muerta de laventana que grita uno que otro día y yo que nogrito . Pero me disgusta no poder comprenderla .Es tan oscuro todo este asunto que no me explico

    -G2 -

  • cómo pudieron reunirse tantas cosas en mí. No esqueja; tampoco reproche . Sencillamente deseo desaber .

    Aquella noche en que se me hincharon los pies,fué definitiva en mi vida. ¿Qué sucedería si Zor aida se enfermase? Digamos, que muera. ¿Qué

    sucedería? Ahora puedo decir esto con tranquililad, pero cuando la conjetura me golpeó la cabeza

    sólo tuve un deseo : echar a correr, correr soltar .lo gritos. Pensad por un momento que Zoraida enf ermara.

    Pues bien, aquella noche fué definitiva : era elaldabonazo postrero . Inició una vertiginosa proc

    esión de acontecimientos que llevo años desglosando.Recuerdo que las personas ocupadas se

    acuestan de mil maneras porque les gusta el aman

    ecer. Empezar lo que llaman un nuevo día. Si se

    quiere, el anochecer nada les significa . ¡Ah, si Ileg

    ara por aquí el ruiseñor de la carta! ¡Si de momento entrara por cualquier parte y cantara! Dicen

    que los ruiseñores son los mensajeros de Dios .

    Nunca escuché uno, porque los ruiseñores siempre

    cantan al amanecer. Pero las madrugadas nada tenían para mí. Generalmente era el instante

    en que se me desgajaba una uña, se me secaba unapierna o simplemente caía de la cama cuando in-

    -63-

  • tentaba caminar. Las noches, en cambio, eran parala carta que nunca llegó, la posibilidad del olvido .

    Como siempre, fue en la mañana . Lo supe aldespertar : no podía moverme . Mis piernas esta-ban tiesas, como entablilladas por varillas de ace-ro. Había llegado el momento :-Zoraida -dije a media voz, huyéndole a

    los gritos de la muerta.-¿Me está llamando?-Sí, Zoraida; ven, ¡corre!Llegó como siempre, con sus pasitos .-¿Qué quiere?-¡No puedo moverme!Se le abrieron los ojos de júbilo. Fue absurda,

    inmoral. No pudo disimular su alegría y se dedicóa sobarme alocadamente. Sin decir absolutamentenada más, se alejó.

    -Tómese esto- me dijo cuando regresó a lospocos minutos .

    -¿De qué se trata?-Tómeselo, le digo .Obedecí. Hay momentos en que se hace sólo lo

    que nos dicen . La voluntad es algo que el hombreno ha tenido siempre. Es postiza . Reciente . Se

  • pierde al primer contratiempo, cuando se derrumbael sentido lógico que imponemos a las cosas .

    -¿No se siente mejor?-Sí -le respondí apartando la vista .Zoraida se alejó murmurando una tonada ale-

    gre, festiva. Fue la conquista total de la anquilo-sis, el comienzo de una jornada infernal de dolo-res tremendos que por momentos me anestesiaban .Yo no podría repetir el proceso . En menos de dessemanas las piernas se adelgazaron espantosamen-te y se podía oír en la noche el ruido de los huesosde mi cadera : era una música lenta como la dequien arruga papeles.

    Entonces Zoraida empezó a permanecer en. micuarto la mayor parte del día . Presta a todas misnecesidades, había felicidad morbosa en sus dili-gencias. La pensión fue imprudentemente descuida-da y creo que a lo último, sólo quedamos la viejamuerta, Zoraida y yo .

    Una mañana llegó más diabólica que nunca . Elasunto estuvo precedido de una serie de fenómenosque todavía me inquietan. Porque entonces todo elsentido del tiempo se alteró ; como dormía a cual-quier hora, también estaba despierto a cualquierhora .

    A veces despertaba y descubría mi cama cubier-ta de prendas íntimas de Zoraida . En cierta oca-

    - 65 -

  • sien, presumiendo que dormía, se introdujo com-pletamente desnuda en mi cuarto y simuló buscaralgo junto a mi cabecera. Le vi palpables y huma-nas las nalgas morenas y los muslos cubiertos devellos largos . Esas cosas estaban allí, a mi lado, ylos senos hermosos colgaban tiesos hacia el suelo .

    Así pues, no sé por qué esa mañana entró diabó-lica al cuarto.

    -Vámonos de aquí -me dijo .-¿Que nos vamos?-Sí, para allá -me respondió, señalándome el

    techo de la casa .-¿Para allá a dónde?No sé por qué una sensación de inseguridad se

    apoderó de mí. Debe ser la soledad o quizá el te-mor de que Zoraida se enfermara repentinamente .Todo era preferible a saberla enferma .

    -Arreglé un cuarto allá arriba. Está solo .-¿Y eso por qué? -insistí.Por toda respuesta me señaló el cuarto vecino y

    dijo :-¡La vieja!Se reveló fuerte y decidida. Su primer movi-

    miento fue atravesarme en la cama . Luego, me-tiendo sus brazos bajo mis sobacos, trató de levan-

    - 66 -

  • levantarme,pero desistió inmediatamente. Sin murmu

    rar palabra desapareció para volver al instante . Esta vez me sujetó por los hombros levantándome eltórax del suelo. Así empezó lo peor . Zoraida mellevó arrastrado por todo el balcón . Cuando llega-mos a los primeros peldaños de la escalera se de-tuvo, pero le pareció que todo estaba bien y con-tinuó arrastrándome escaleras arriba. Yo no sé porqué tenía la sensación de que se me desprendía lapiel de las piernas . No me equivoqué, porquecuando nuevamente estuve en la cama, me dijoque efectivamente, por todo el balcón y la escaleraquedaron pedazos de carne mía . Desde entonces lostobillos, la tibia y el peroné están a la intemperie,en el hueso, que no es blanco como dicen, sinoamarilloso.

    La mudanza resultó sumamente desagradable yescandalosa, porque mis piernas golpeaban comopiedras sobre los escalones . Arriba, para colmo demales, la situación se complicó pues, no habiendoZoraida podido abrir una de las hojas de la peque-ña puerta del desván en que estoy, resultó que nocabía por ella, de modo que Zoraida, con mil es-fuerzos, tuvo que ladearme como a un cajón paraque pudiese entrar . Desde entonces estoy aquí,frente a estos ratones, frente al Sabio resuelto a aca-bar con el bombillo y a quien espero desde hace rato .

    - 67 -

  • VIII

    No sé si a ustedes les ocurriría lo mismo en uncaso semejante, pero me inquieta la tardanza de losratones. Anoche me pareció que roían algo de unmodo muy especial, aunque desconozco a cienciacierta de qué se trataba. Ignoro, as¡ mismo, por quéme abstuve de preguntarle a Zoraida, de incitarlaa que investigara sobre ese roer insistente de losratones. Sin embargo, no lo hice y quizá a eso sedeba la tardanza. Con todo, resulta muy desagradable

    esperar ratones.Anoche o mañana se me ocurrió algo de mu-

    cha importancia. Quiero recalcar el hecho de queel deltoide me duele constantemente desde no séqué tiempo. Es lo de siempre. Así fue cuando lapierna izquierda y cuando la derecha . Igual cosasucedió con la cadera, aunque promedia una pe-queña diferencia. No he llegado a establecer conprecisión todavía si aquel alboroto espantoso, esdecir, ese dolor inimaginable fué obra exclusiva del

    - 69 -

  • trocanter o si por el contrario se trataba de travesuras del ligamento de Bertín o de la espina ilíaca .Lo cierto es que prefiero no recordar el asunto .Cuando la anquilosis llegó, atesándome exageradamente las piernas, resultó una bendición .

    De allí pues, que por todas estas cosas, yo es-té plenamente convencido de que dentro de seismeses el silencio más absoluto caerá sobre mí, so-bre el desván. ¿Por qué oigo todavía? ¿Por quéla anquilosis ascendió desde los pies en vez de caerpaulatinamente como un torrente de lava fría desdela cabeza? Nuevamente me acosa la manía de ha-ce algunos años: preguntar. ¿Por qué interrogauno? Pienso que todo es obra de esa obsesión es-túpida que se ha dado en llamar "el tiempo" . Aquí,aplastado sobre esta cama, donde todo es denso,sin prisa, no he podido todavía pensar en el tiempo .Igual me sucede con respecto al futuro . El porve-nir es angustia, ansia, sobre todo miedo . Si a us-ted un día se le ocurre lanzarse a la creciente de unrío, o se tiende para la eternidad bajo un árbol, ocamina, camina sin descanso como el judío errante,el destino es una palabra como agua o nada . Porejemplo : ¿cuál ha sido mi destino en los últimosveinticuatro años? No se trata de metáfora pues enmi caso los adornos son crueles . Es como si mehubiese detenido en el umbral de un gran portón

    - 7 0 -

  • hacia el que me llevaba irreflexivamente el des-varío, la angustia : allí estoy aún, en un inmensopresente sin movimiento y sin lamentos . La puertaabierta y yo de pie .

    Pero está el caso cierto e inevitable de que den-tro de seis meses enmudeceré. Tampoco esto tie-ne mayor importancia ; sin embargo es un hecho.He aquí el asunto : la vieja está muerta, Zoraidaes un objeto, ¿por qué he de estar vivo yo? ¿Estoyvivo? ¿Hasta dónde esta muchacha increíble noes también obra maléfica de la anquilosis . . . ? Pue-de ser realidad, la única realidad en este desván lle-no de polvo y dolores . . . ? Esta posibilidad terri-ble de no existir es lo que mantiene mis ojos eneterna vigilia

    Hace mucho tiempo que ni siquiera oigo losgritos de la vieja . Sin embargo, aquella vez enel Hospital se tomó detalle cuidadoso de mis da-tos personales . Vi aquella buena mujer escribirtan rápidamente que pensé por un momento quelo de la enfermedad era idea mía. Cierto que eldoctor no pudo operarme . Todo lo que tenía quehacer era romperme el arco de Falopio para aislar la cadera, pero parece que el médico estabamuy ocupado . Para suerte mía, ellos tienen laconstancia de que estuve allí, de que estuve vivo.Ese soy yo : Federico Calvo . Lugar de nacimiento

  • te : David, Chiriquí . Edad : 37 años . Diagnósti-co : tuberculosis en la cadera . Sí, ellos son losúnicos que saben que yo estuve vivo . Después detodo, les estoy muy agradecido porque si no hubie-se sido así, si el doctor no me hubiera dicho que leera imposible curarme porque estaba muy ocupado, nadie en este mundo daría fe de que yo heexistido .

    No hace mucho llegó Zoraida y abrió los ojosmás grandes que de costumbre. Me dió la impresión de que se había asustado . Luego de mirarmefijamente de arriba a abajo -es ya costumbre enella- me dice :

    -Bueno, ¿y qué le ha pasado allí?-¿A dónde?-Allí, pues, en el muslo .

    -¿Qué tengo en el muslo?-Un hueco. Parece que le han comido toda la

    carne .No dijo nada más, pero al momento de salir se

    detuvo y mirando fijamente al estante murmuró :-¡Ratones malditos!

  • IX

    Todo depende del Hospital . De la señorita aque-lla vestida de blanco que escribía de corrido . Poreso es bueno no desesperar, pues cuando uno menos lo espera . . .

    Sigo muy intrigado con Zoraida. Cada vez ha-ce más cosas incomprensibles . Cierto que no pue-do hablar, pero oigo y veo . Ella tampoco necesi-ta hablar. Pero sucedió algo muy curioso. Desdehace mucho tiempo yo vivo muy ligero de ropas .Eso lo sabe ella porque tiene que ser así . Es extra-ño, y sin embargo, Zoraida no se ha enfermadoun solo día. En ocasiones suelo usar un pantalon

    cito de tela muy delgada porque cualquier objetoáspero me hace jirones la piel . Mas lo usual, lofrecuente, es que permanezca desnudo, cubiertohasta el pecho por una colcha delgadísima. La colcha es obra paciente de ella .

    Zoraida también ha adoptado el sistema de dormir a cualquier hora y trabajar cuando se le ocurre

    -73-

  • . Ya abandonó la costumbre de sonar las ollasporque, viéndolo bien, no le es de ninguna utilidad ahora. Yo estaba despierto y ella simuló ig-norarlo. No sé hasta qué punto Zoraida pueda si-mular. Sería algo así como suponer a la vieja conironías. Pero entró sigilosa . Se detuvo frente alestante y susurró algo a los ratones mientras ges-ticulaba con las manos . Luego sonrió y se dirigióa mí. Con extremada delicadeza me miró de arri-ba a abajo. En cierto sentido me encontraba acos-tumbrado a estas maniobras de Zoraida . Sin embargo, esta vez la cosa fué muy distinta .

    Con suavidad increíble levantó la colcha queme cubría. Estaba sonriente . Volvió a mirar alestante como llena de agradecimientos. Entoncesla vi jugar con mi sexo. Veía sus manos desespe-rarse y los ojos se le incendiaban . Luego caía derodillas junto a la cama buscándose algo entre laspiernas. La vi terrible, peligrosa, rasgarse el trajeentre los muslos para de inmediato entregarse ajugar con mis piernas

    . Allí estuvo no sé qué tiempo, pero lo más insólito fué que antes de irse, metió la boca en el hueco que me dejaron en la pier-na. Oí como si alguien rumiara .

  • X

    He despertado con una gran inquietud: el delt oide estuvo afectándome el diafragma. Esto pue-

    de significar que el silencio se avecina . Es sólocuestión de tiempo, pero sin alternativas. Ah, pe-ro me espanta la duda. Sé bien que la vieja estámuerta; que Zoraida es una sensación, unos pasi-tos que van o vienen. ¿Por qué he de estar vivoyo? Esto debe ser definitivamente aclarado . Nece-sito saber si una vez tuve ruiseñores y si es o nocierto que el Dr. Peter Daniel escribió un hermo-so discurso sobre las Enfermedades Inflamatorias .que aunque en mi caso no fué muy útil, era sinembargo muy hermoso. ¿Y si yo no he existido?Si mañana la mano izquierda me amanece muda,sencillamente esto de mi existencia puede ser unaidea mía . No, no, por favor . Oídlo bien. Meparece que yo nunca he necesitado muchas cosas .Tampoco he pedido porque nadie da . La carta que

    - 7 5 -

  • espero ya llegará muy tarde y los ruiseñores nosaben que me encuentro en este desván . Pero meresulta indispensable saber que tina vez ofrecí aun hombre desconocido el canto de un ruiseñor yun tropel de nubecillas . No las quiso porque estaba muy ocupado, pero me interesa saber que unavez pude hacer regalos . Por favor, es algo queno puedo explicar con la mano, pero necesito ur-gentemente saber si he existido . De pronto me haentrado un miedo terrible, algo alucinante muyparecido a la absurda posibilidad de caminar . Es-toy aterrorizado porque no sé si vivo . No es eso :si una vez viví . En fin, si es cierto que yo soy .

    Zoraida

    Necesito que vayas inmediatamente al Hospital Santo Tomás. Allí encontrarás, en el

    tercer piso, perdida en una pequeña oficina, auna señorita que escribe de corrido, Pregúnta-le si es o no cierto que Federico Calvo debióser operado el día 5 de Octubre de 1912 acausa de una infección tuberculosa en la cadera .

    Esto es urgente. Decisivo. Llévate el papelporque no quiero que olvides nada . Zoraida, note equivoques . ¡Corre!

    FEDERICO

    - 76 -

  • Bueno, ahora estoy más tranquilo . Es mejor así .Zoraida acaba de regresar y ha puesto ante misojos un papel que dice en letras grandes : "No escierto" .

  • Impreso en los Talleres de

    EDITORIAL LITOGRÁFICA, S . A .pANAMA, AGOSTO 1969

  • describir más la vida sino preguntar qué es lavida, por qué se vive, si es que se vive! He allílo que intenta Jurado: acercarse a lo esencial delser en el tiempo . Las posibilidades descubiertasson de una riqueza inusitada .

    . .La poderosa influencia que el existen

    cialismo ejerce sobre la literatura mundial, despunta con claridad meridiana en la novela de Jurado :ubicación novedosa que desconocíamos

    en este talentoso escritor, signo inequívoco deque algo se estremece dentro de su espíritu .

    , .Federico Calvo, que no sabe quien es, dedónde vino, ni siquiera si tiene un pasado, se encuentra suspendido en un presente inmóvil; sin

    límites, sin perspectiva, como si de pronto se hubiese enfrentado al infinito sin saber qué hacer :"Es como si me hubiese detenido en el umbral deun gran portón hacia el que me lleva irreflexiva-mente el desvarío, la angustia : allí estoy aún, enun inmenso presente sin movimiento y sin lamentes, La puerta abierta y yo de pie — ,

    . ,No hay duda de que Ramón H . Jurado halogrado, con "El Desván", un momento decisivode su carrera literaria. La madurez del escritor sepace aquí más patente que en cualquiera otra desus novelas . El estilo, que a veces es salpicado porese descarnado verismo que tanto caracteriza laliteratura sartriana, alcanza, en otros momentos,niveles de la más pura calidad estética, Pero, yarudo, ya poético, mantiene siempre su valor lite-rario que, en ninguna circunstancia, desentonadentro de las exigencias de la trama .

    Pero más que por su calidad literaria, "El Des,va,," vale como novela ideológica, de pensamien-to, Por primera vez en nuestro país se escribeuna novela en que se planteen tan claramente,problemas de orden filosófico, Y ya ello de porsí es un mérito indiscutible, sobre todo si el planteamiento de esos problemas no obliga al escritora salirse del concepto de lo literario . Saber mezclar ambas cosas sin desmedro de ninguna de ellas

    es lo que hace al verdadero escritor . Y no hayduda de que Jurado ha sabido cumplir con estecompromiso de hombre de letras y de ideas,

    ISAÍAS GARCÍA

  • UNA OBRA UNIVERSAL. . .Las sencillas reflexiones que acabamos de apuntar, han vuelto a nuestro pensa-

    miento como consecuencia de la lectura de "el Desván", novela corta de Ramón H . Jurado,recientemente aparecida . Porque esta obra, por la intensidad dramática del tema y su valoruniversal y eterno, lo mismo que por el revestimiento literario, nos ha causado la impre-sión de algo tan definitivo y tan logrado, que su calidad extraordinaria ha de marcar huellamuy honda en las letras nacionales, aunque sobre sus méritos --o quizás por loo mismo-- se

    page 1page 2page 3page 4page 5page 6page 7page 8page 9page 10page 11page 12page 13page 14page 15page 16page 17page 18page 19page 20page 21page 22page 23page 24page 25page 26page 27page 28page 29page 30page 31page 32page 33page 34page 35page 36page 37page 38page 39page 40page 41page 42page 43page 44page 45page 46page 47page 48page 49page 50page 51page 52page 53page 54page 55page 56page 57page 58page 59page 60page 61page 62page 63page 64page 65page 66page 67page 68page 69page 70page 71page 72page 73page 74page 75page 76page 77page 78page 79page 80page 81page 82page 83