10 - juanele ortiz - la brisa profunda

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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral

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Centro de Publicaciones / Universidad Nacional del Litoral

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La brisa profunda 1954

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Esta edición electrónica reproduce por escaneo la parte correspondiente a este poemario, de la monumental edición de las Obras Completas, realizada por el Departamento de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, hoy lamentablemente muy difícil, sino imposible, de hallar. Se ha dejado el número de página original para referencia en citas.

Puesto que la sección de notas está al final de la poesía editada y antes de la inédita y la prosa, no sigue la secuencia de números de página.

Los poemas de Juanele exigen una cuidadosa disposición en la página, tipografía, interlineados, a veces sangrados, cuestiones en la que el autor era minucioso y exigente; vaya por tanto todo el mérito que corresponde a esa gran obra que fue la edición de la UNL.

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Índice (se indica el número de página del papel, seguido del número de página en el pdf)

Viniste al sueño... 415 5) Es cierto que... 416 6) Alguien mirará... 418 8) A Prestes 419 9) No estás... 423 13) A la orilla del arroyo 427 17) Voces... 429 19) La tarde... 432 22) Oh, aquel lugar... 433 23) La dulzura del campo 434 24) El agua ahora se pliega 436 26) Las mariposas... 437 27) Vi dos hombres... 438 28) Mañana en Diamante 439 29) El manzano florecido 441 31) Las flores de los paraísos 443 33) Y todos los días... 445 35) Un grillo en la noche... 447 37) Sueño 448 38) Para qué el vino, amigos míos... 450 40) Pueblo costero 451 41) ¡Oh Marzo...! 454 44) Gualeguay 455 45)

Luego de las poesías se encuentran las notas de la edición

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 1 5

Viniste al sueño...

Viniste al sueño, dulce niña lejana, ahora mujer

con los cabellos grises, y en los ojos, los anchos ojos,

la pálida luz de los años, pero tiernos, oh, tiernos

sobre mi vida, sobre mi corazón encontrado...

Los gestos amigos, los gestos íntimos para la íntima celebración-

dulce niña lejana, ahora mujer con los cabellos grises,

llamada al día secreto, al destino escondido, por otros anchos ojos,

por otra rubia cabellera oscura y otra voz...

La frágil voz aquella, niña mía, la voz tímida y suavísima,

a pesar de la sangre en flor como las enredaderas de tu casa, 10

en la pura pasión de la ofrenda que te iluminaba toda...

y el verano pesaba aún, morado, sobre la calle regada,

con un lento ardor de élitros y un hálito de quintas...

La frágil voz aquella sobre tu propia llama y en medio de las otras encantadas,

y el maleficio aéreo y vago, tenuemente vibrado, entre los soplos de una dicha madura,

del Enero anochecido ya como otro amor que no concluía de darse...

Los anchos ojos, niña, con su quieto extravío en un infinito país de lazos,

e iguales que el cielo último con no se sabe qué de azoramiento y de consentimiento a la vez,

gotas del cielo último, anchas gotas, leves violetas por ceder

a la densa penumbra nupcial que subía, suspirada... 20

Viniste al sueño, dulce niña lejana, ahora mujer

con los ojos usados pero húmedos de la interior luz del cariño,

cernida acaso en la ilusión larga, larga, de no sé qué cuidados...

Dulce niña lejana, ahora mujer con los cabellos grises

y los modos confiados de una misteriosa relación anterior...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 1 6

Es cierto que...

¿Es cierto que hay "camalotes" en las lagunas de los costados del camino:

gracia amarilla con alas de colores y blancas como de pura luz,

feliz en sí misma y de seguir igual que un dividido largo jardín las leguas?

¿Es cierto que las flores son felices y que los pájaros son felices

en la gran dicha todavía húmeda del azul que respiran?

¿Es cierto que el monte alienta como otra dicha grave de bisbíseos,

de roces, de llamados secretos, de melodías que se buscan

y se acuerdan al fin en el mismo anhelo puro de las ramas más altas?

Ay, una perra y sus pequeños recientes sobre una bolsa al lado de las huellas,

con esos ojos que conocéis prendidos un momento de las miradas rápidas que pasan... 10

Y una niña sola, más lejos, envuelta en polvo y en sus pobres ropas viejas,

y una mujer, no mejor vestida, que entra al rancho sin un árbol...

Le pedirán los chicos la leche que no trae y las galletas duras que no trae?

Oh, los niños suelen llorar por eso cerca de las verbenas y de las hierbas perladas...

¿Es cierto que la tarde se hace verde bajo los espinillos y los talas

contra el oro que todavía vibra aunque ya límpido y subido?

Ay, unos hombres grises, de ademanes y pasos inseguros bajo una carga invisible pero pesada y vieja,

salen al "patio" desnudo y parecen preguntar quién sabe qué a la curva de la loma...

¿De dónde, en esa soledad, sacarán las cosas para la agonía prolongada?

Silencio todo, y más allá de las colinas, para los brazos sin destino... 20

La mañana no ha dicho nada y el atardecer no dirá nada, como todos los días...

Y ellos quedaron, ay, con la familia menor para luchar contra el azar y vencerlo-

No les dijeron por ahí palabras "nuevas" que lucían también como armas nuevas?

Hombres grises, os veo alzaros sobre vosotros mismos y sobre el sueño, todos juntos...

Os veo con el gesto tendido, figuras de coro antiguo en una invocación altiva,

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 1 7

oscuras contra la palidez submarina de un anochecer demorado...

Os veo en el gran despertar del corazón, ligados en el gran cuerpo hecho de sufrimientos...

Vuestro propio corazón, vuestro propio cuerpo, irguiéndose allá, por encima del vasto horror, hacia [ un alba de espigas

y de voces unidas sobre las espigas, por fin, desde la raíz misma del amor...

Os veo en la línea de la tierra y del espíritu nuestros 30

asumir vosotros también las gracias negadas y los nobles sueños despreciados

para abrirlos sin fin sobre una realidad por vuestro cuidado vuelta tierna y atenta...

Y el perfil de las cuchillas será dulce y cantará con vuestro propio canto de los meses...

Entonces, oh, no, no seréis grises, en el color profundo de la dignidad que nacerá:

corolas inéditas, asimismo, las almas, como en la otra cita gentil y sagrada de las lluvias de Octubre...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 1 8

Alguien mirará...

¿Alguien mirará desde aquí este río, estos ríos, a través de los paraísos,

cuando el crepúsculo sea un silencio gris de franjas apagadas?

¿Quién, desde aquí, sentirá el ala del silencio, triste de haber quemado ya sus flores,

y alisándose con vaga solemnidad, tocarle extrañamente?

Hacia qué país o qué abismos el adiós del ala pálida?

No son siempre nuestros, oh alma, las miradas y los sentimientos.

¿No ves los follajes fijarse en un oscuro éxtasis hacia la infinita ceniza todavía viva

y temblar de repente, como espíritus, en un íntimo y leve escalofrío inquieto?

¿Y las paredes blancas, y las corolas aún abiertas, y las aguas fieles, y los pájaros quietos y las [ gramillas tímidas?

Las criaturas, en fin, que no sabemos, y que el día deja lo mismo que una música o lo mismo que

[ una fiebre... 10

Ah, y los que vendrán, las jóvenes almas que vendrán, fuertes por el amor para los vértigos sutiles,

de ojos serenos y sonrisa valiente para todos los abismos. ¿Qué fatales

melancolías habrá con los talles enlazados y un alba ya latente en el propio balcón hacia la noche?

Ellos, oh alma, desde aquí, o desde allá, recogerán en su pureza todo el silencio gris antes de ajarse,

y serán iguales que hierbas para los roces misteriosos y las despedidas aladas,

sin horror, oh, sin horror, y sin cuidados inútiles y sin heridas ajenas

en el camino de sombra que llevará, bajo las altas pupilas, hacia una luz de comunión...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 1 9

A Prestes (Mi galgo)

Has muerto, silencioso amigo mío, has muerto...

¿En qué prados profundos te hundiste para siempre cuando llovía oscuramente?

—Marzo, anoche, apagaba la sed larga...

Tu cabeza, tras el último suspiro, quedó más fina aún en la línea final.

Y era como si corrieras acostado un no sé qué fantástico que huía, huía...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, has muerto...

Cuántos minutos claros, cuántos momentos eternos, contigo,

compañero de mis mañanas cerca del agua, de mis atardeceres flotantes...

en el dulce calor, en el viento de las hierbas, en los filos del frío,

en la luz que se despide como un infinito espíritu ya herido... 10

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, cómo nos entendíamos...

Esta tarde hubiéramos salido a mirar los oros transparentes, casi íntimos...

¿Qué veías allá, sobre las islas, cuando enhestabas las orejas?

¿Y te tocaba el blanco alado de la vela lejana?

Oh, los perfumes de las gramillas y de la tierra, qué ríos de éxtasis!

Y tu tensión cuando algo corría abajo...

Duro de mí, estúpido de mí, que te contenía sobre las traseras patas sólo,

vibrante en tu erguida esbeltez posada apenas...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 2 0

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, compañero de mi labor...

Echado a mi lado, las horas lentas, alzabas de repente tus ojos largos, 20

ay, llenos de signos sutilísimos, y a veces,

una tenue luz que venía no se sabe de dónde humedecía su melancolía sesgada...

¿En qué secretas honduras sentías entonces mi mirada?

(Qué distraídos somos, qué torpes somos para las humildes almas que nos buscan

desde su olvido y quieren como asirse de una chispa, siquiera, ínfima, de amor...)

Se hubiera dicho que emergías dulcemente de un seno desconocido

y que una serenidad ligera te ganaba así en un extraño mundo seguro...

El noble hocico, luego, se aguzaba todavía más entre los delgados remos, contra el suelo,

en esa actitud de los cuadros antiguos, de un triste husmeo extático...

En ocasiones, "las palabras" no admitían dilación y debía apartar el libro o la cuartilla 30

para llevarte en seguida al sol de la placita y a los pastos mojados...

Encuentros dolorosos solían hacer perder la gracia del roeío y de los descubrimientos menudos:

unos gatitos abandonados, recuerdas? que tú lamías aunque con cierto desdén y que yo recogía,

una débil queja de animalito herido por ahí y al que había que asistir,

o un hombre todo rotoso dormido en "el cañón", la cabellera de ceniza en un solo destello-

Pero asimismo bajábamos hasta la arena y los diamantes del río:

oh, la buena plática con los pescadores pobres mientras tú entre nosotros

te cincelabas, podríamos decir, en esa manera también de tus hermanos al pie de los sitiales regios...

Atento, las delicadas orejas hacia atrás y la sensitiva cabeza alzada y el fuerte cuello de cisne todo

[ heráldico:

eran quizás tus minutos de armonía en el fluido de la armonía inmediata que debías de sentir... 40

Igual misteriosa paz entre los amigos sentados o caminando sobre la barranca vespertina:

verdad Julio, verdad Emilio, verdad Marcelo, verdad Alfredo, verdad Carlos, verdad Israel?

Y el ímpetu cordial que iba hasta el llanto y se empinaba hasta los hombros y la cara

para la caricia brusca y alegre en que se abría con cierta angustia, temblando...

Silencioso amigo mío, viejo amigo mío, percibías el hálito

de los sentimientos que querían acordarse en mí con la hora prima

y sus flores fugitivas y sus penumbras fugitivas hacia el tierno desleimiento celeste

cuando nos deteníamos en el camino amanecido y yo miraba a mi izquierda las nuevas colinas de [ Octubre?

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 2 1

Tu paso se hacía después más rítmico, más danzante aún para acordarse al mío ilusionado...

El pensamiento de los pueblos asaltados, pero de pie, aunque horriblemente sangrando, 50

caía a veces como una inmensa nube trágica sobre los puros cambiantes en que se encendía el alma [ misma...

No sé por qué entonces te pasaba la mano por la cabecita sorprendida

y volvíamos con más lentitud algo ajenos los dos, sí, los dos, a la aérea "féerie".

Te trajeron del campo, allá, pero tus padres llegaran del otro lado del mar, llenos de laureles.

El amigo gentil quiso rendir en ti un homenaje al héroe de la épica Marcha.

Y a fe que tu coraje, aunque ciego, tenía algo del del caballero, pero del del caballero antiguo, es cierto.

De mirar tu estampa se sabía que tu sangre venía de lejos, de muy lejos,

no del rubio país sino de los desiertos arábigos, por tu finura barcina.

Perfecto de gracilidad y de fuerza, tus menores gestos decían

de una añejísima nobleza ganada sobre las arenas tras las gacelas de luz. 60

Todo en ti se concertaba como en un poema para un vuelo rasante de flecha,

y eras tensión ceñida o libre igual también que en un poema...

Tu infancia fue feliz de saltos y de juegos con el Dardo, tu amigo,

el lebrel aquel de Italia muerto trágicamente en una lucha desigual,

y no había cañadas anchas ni árboles juntos para la casi alada geometría de tus vértigos,

ni había corriente poderosa para tu pecho afilado y tu flexible gracia serpentina...

Cerca del río inmóvil, allá, empezamos a querernos en los silencios pálidos

llorados por los sauces medrosos o subrayados frágilmente por los plátanos...

Sobre los caminos, medio idos ya, tu marcha, a mi lado, era leve, de fantasma...

Y acaso tú también recogías lo que decían los follajes entre las flores de arriba y abajo que nacían... 70

El idílico sol de la ribera nos encontraba siempre puntuales, junto a las primeras cañas de pesca,

y el arrabal de la costa cuando la brisa última lo ajaba: ¿era sólo de sueño?

Oh, las figuras hieráticas de los pobres portoncitos de ramas

y los chicos mudos, espectrales, atravesando el baldío hacia el rancho de la orilla...

Tu juventud fue luego de anchas pistas, de los grandes potreros con cardos de Carbó.

En la mañana iluminada de cardos caminábamos esquivando las espinas,

—una culebrilla, de repente, irisaba su rápida cinta a nuestros pies—

tú más cuidadoso y desconfiado que yo, levantando delicadamente las patas,

pero algo saltaba cerca y el alambrado entero sonaba como un arpa,

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cuando no lo sobrevolabas y eras todo vueltas breves, increíblemente elásticas... 80

—Celebraba, mi amigo, que la liebre, al fin, no fuera tuya-

Larga fue tu enfermedad y tu latido profundo se hizo delgado, casi una queja ya...

Oh, esta queja, oh, tu llamado débil, cuando sentías acaso que 'la sombra" venía

y requerías a tu lado las familiares presencias queridas...

Duro de mí, estúpido de mí, que a veces no prestaba suficiente atención a tu llamado

ni lo entendía en su miedo de la rondante noche absoluta, de la marea definitiva,

miedo de hundirte solo, sin la luz del "aura" amada junto a la ola fatal,

tú, el de la adhesión plena, el de la estilizada cabecita beata sobre la falda, sentados a la mesa

o leyendo yo sin haberte mullido el sueño fiel al lado de la silla...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu llanto débil, impotente, de una imploración seguida... 90

Las voces no estaban lejos pero las querías alrededor de ti contra el silencio que llegaba...

Ay, oigo todavía tu llamado, tu súplica latida como desde una medrosa pesadilla,

mientras mi corazón lo mismo que tus flancos, sangra, sangra, y Marzo, entre las cañas, sigue [ lloviendo sobre ti...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 2 3

No estás-

No estás debajo de la mesa,

no estás en la terraza,

no estás en la cocina,

no andas debajo de los árboles...

Pero veo tu sombra, mi amigo,

tu fina sombra mirándome.

Ah, mirándome,

con esa mirada tuya, melancólica

pero dulcemente feliz

de sentir en tu ser 10

la onda de la mía...

Los dos, unos momentos,

nos mirábamos antes

hasta que me turbaba

la sensitiva luz

de yo no sé qué llanto

de plenitud

que aparecía en tus ojos,

ganaba tu actitud

alargada 20

y te hacía un pálido

misterioso fondo...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 2 4

Y así eras un alma

antigua

en su mismo éxtasis fiel

hasta el nivel de otra alma...

Y a su vez esta alma

se bañaba

en tu gracia lejana

como en los puros signos 30

del espíritu

ya iluminándose...

NO ESTÁS...

No estás debajo de la mesa

para envolverme en el hálito

de tu armonía dormida:

el sueño del impulso

mismo

en sus líneas aladas

hacia prados invisibles 40

pero que llenaban

de no sé qué brisa verde

la pieza...

y las hierbas se despertaban

y la mañana era de pies ligeros

y la tristeza era de pies ligeros...

Temblaba tu calor,

y la soledad de dos

tenía un sobresalto

de fuego suave... 50

no más el frío inexplicable,

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En el aura del sauce

no más la sombra inexplicable,

no más el abismo inexplicable...

No estás debajo de la mesa, mi amigo...

NO ESTÁS...

No estás en el sol tibio

conmigo...

Chispas del azul etéreo

encendían dulcemente, y las fundían en él,

las ideas fáciles del aire, de las hojas, de los trinos,

en que mi pensamiento flotaba...

Me mirabas, medio fascinado,

los ojos vencidos por igual

delicia radiosa,

y éramos una sola alma agradecida

a un mismo dios transparente:

criaturas gemelas de este dios,

humildes llamas de este dios...

No estás en el sol tibio conmigo, mi amigo...

YAY!...

Y ay, no bajas la escalera

como en los últimos tiempos,

con tus ziszás deslizados...

Aveces, ay, caías contra mi propio corazón...

La brisa profunda 4 2 5

60

No bajas la escalera,

y sin embargo,

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Juan L. Ortiz

yo ya sentía entonces que bajabas

hacia las pálidas raíces

y que mis brazos eran débiles

contra tu descenso rápido, rápido,

en su indecisa lentitud.

No podía detener tus días

en los ámbitos de tu adoración, familiares

a la presencia amada y a su aura,

con su fluido secreto, y las líneas

visibles e invisibles que debían repetirla...

Oh, si después de la ceniza

el cariño por ahí esperara...

¿Qué oídos para oír tu aullido solo

más allá de la luz y de la sombra?

Y yo llegara al fin a encontrarte en algún cielo del amor,

tú ya rápido hacia mí por el imposible otro perfume, llorando,

y jugáramos los dos, luego, por las infinitas hondonadas,

sobre el rocío eterno de las gramillas eternas...

Obra Completa 4 2 6

80

Si nos halláramos, después, mi amigo, en algún círculo fiel,

fluidos sólo quizás de una adhesión perdida

que no se habría cansado, allá, de preguntar a los aires...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 2 7

A la orilla del arroyo (Para Alfredo Veiravé)

¿Qué música, ahora, es la que nos rodea

y nos va penetrando silenciosamente?

Matices y velos sutiles sobre las sutiles lineas que ondulan...

Alma, inclínate en el sentimiento que te toca ya,

humilde, y como irisado en su mismo pudor misterioso...

Los caminos que suben en un vago aire de plata

y las lejanías bajas donde se alargan para morir los acordes más tenues...

Alma, inclínate en el sentimiento que te toca ya

de las colinas suaves, íntimo y dado

en un juego aéreo de recatos 10

que se abisman en sí, al fin, como sueños dulcísimos...

Inclínate, y sigue adelante, luego, hacia las huellas pálidas

de arenas entre pajas y mimbres y una claridad profunda

y subida a la vez en las sílabas aladas y en la línea de los sauces...

Ah, el arroyo, alma; y lo hemos vadeado en "balsa".

He aquí, amigo, el agua, la gracia estival del agua de las 10,

toda mirada honda, increíblemente honda, para las nubes y los árboles,

para las corrientes del cielo, para los escalofríos del cielo-

Sentémonos bajo este pequeño tala medio enlazado por las trepadoras,

en la breve sombra ligera pero mullida 20

aunque con esa senda de hormigas y las ramillas y la boñiga cerca...

Oh, el recuerdo del amigo, mientras en nuestras palabras respira,

sin darnos mucha cuenta de ello, la sabiduría del mate

y de todas, de todas las criaturas que nos rodean y nos penetran con sus fluidos,

y la delicia de finísimos cristales rotos no se sabe dónde,

y de llamados melodiosos, a veces largos, en que un anhelo puro, ya en su límite, tiembla,

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 2 8

—tiembla también, en su seno diáfano, el paisaje algo inquieto?—

y de esa rama que se curva allí, alta, sobre su propio reflejo...

Busquemos otra sombra pero las vacas vienen a beber

y es un asombro virgen, a través de las enredaderas, el de sus ojos fijos. 30

¿Qué presencias extrañas, en la hora de su sed, sobre el camino familiar?

Les hablamos franciscanamente y su sorpresa, algo turbada, las amotina ahora...

Desde aquí, medio hundidas en la líquida luz que ha alisado ya sus pliegues, las vemos,

dobladas en un abismo hialino que un hondo vuelo cruza,

imágenes mismas de la primera dicha viva, en un solo azul, invertidas...

Y las altas hierbas aflorando e inclinándose bajo algunas alas leves

que, espíritus fugaces, entre los finos tallos, hunden chispas de seda...

Y las repentinas mariposas que nievan, nievan, el aparecido gris celeste...

¿Es hacia lo insondable o sobre el fluido que palpita su brisa?

Baja los ojos, alma, fascinada, y agradece estas visitas... 40

Por qué no vivir aquí con estos dones, en medio de estos dones,

penetrados tanto de estos dones que naturalmente luego ellos se exhalen

y sientan todos en su hálito la música secreta de la alegría prometida?

Oh, sí, mi amigo, el amor está inquieto y tiene mucho que hacer, allá, bajo las torres.

Oh, sí, mi amigo, "el espíritu", busca mejor sus niveles, allá, bajo las torres.

Mas desde aquí podemos también vivir y morir con la vida y la muerte más lejanos,

y encender veladas largas con el más fino aceite de los siglos...

—alguna vez, con una palidez más extrañada, el alba, se asomaría a los silencios de Yenn Chou—

Y aquí unos pobres hombres que no pueden alzar su fe sobre el verde tierno del arroz

y han menester el ánimo de defender su sueño, su pequeño sueño de dicha... 50

Y otros, otros con ellos, aún más débiles, en la agonía de fuego,

que no saben de otras manos para anudarse a las suyas.

Y otros todavía, como ramas secas de pesadilla, solos...

Y las mujeres y los niños de silencio, ay, en el vario canto del aire...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 2 9

Voces...

—"El arroyo ahonda su transparencia

y se conmueve, sin embargo,

con el canto del ave.

Es que el canto del ave

ha herido deliciosamente

el más íntimo misterio

del paisaje.

Qué inquietud la del agua

de cielo, qué inquietud?

Se quiere ir, a dónde? 10

y se queda con sus nubes,

con la sombra lila

de las enredaderas...

—"Y allá en Corea

las aldeas incendiadas,

allá, fuera de las casas

las mujeres, los niños,

sobre los caminos de horror blanco.

Oh, de la nieve salen

dos manitas que han pedido. 20

80 niños en la muerte helada,

apretados uno contra otro. 80 niños!

—"Qué dulce, qué delicada tensión

la melodía ha despertado

en el corazón secreto

del sensibilísimo diamante

agreste.

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 3 0

Qué dulce tensión, qué tensión dulce.

Hacia qué el anhelo del ave

quiebra ya su pureza? 30

El agua se desconcierta

tenuemente, y pide más

leves imágenes radiosas

al cielo todo de alas...

—"Quemados, quemados allá, por el napalm

los pobres cuerpos en los corredores

de los hospitales sobrecargados.

3 millones de muertos inocentes.

Allá las hordas de Atila han pasado,

y desde el cielo, allá, 40

llueve, llueve ahora la peste...

—"En el abismo de luz

tiembla todavía un sueño...

la melancolía sola

va alisando su olvido

hasta una nada celeste.

Los sauces y los ceibos

sobre ella como ángeles...

—"Los quemadores de hombres,

los paracaidistas de Indochina.

La mentira y la muerte...

¿Quién sobre millones de cadáveres,

quién sobre los dos tercios de la tierra,

quién sobre las muelles alfombras de los gabinetes?

Es el viejo enemigo milenario que agoniza,

y son sus últimos sobresaltos

los que ensangrientan el mundo,

y son sus últimos hipos

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 3 1

los que se oyen, oh, dolor,

en algunas bocas ilustres... 60

El se llama Mammón...

Se juntará los narcisos, al fin,

y los tréboles de cuatro hojas, cantando...

Y se vivirá junto a los arroyos

todos, todos los estados de alma

del agua...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 3 2

La tarde...

La tarde mira al agua,

azul,

y el agua es toda la tarde,

azul.

¿Nada más?

Y el pajonal bajo y pálido

y la arena y el prado

con el ganado lejano?

Nada más.

El agua azul, la tarde azul. 10

Un parpadeo azul,

un amor azul.

¿Quién danza dentro o se va?

Se va, y bajo las chispas

del tiempo azul,

una huida melancólica.

¿Y el verde infantil, el verde?

Oh, es un doliente ir, por qué?

La soledad de verde y azul

anhela quién sabe qué bajo el sol. 20

Esta es el alma, amigo,

en dos notas tendida, y suspirando

bajo un aire de diamantes

y de vuelos altos, altos...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 3 3

Oh, aquel lugar...

Oh, aquel lugar quería alzarse sobre sí mismo y caía, caía

envuelto en tenues rayos de éxtasis, sin embargo.

Caía, y su melancolía, aunque dormida, inquietaba.

¿Qué había en él de profundo y de frágil a la vez?

El Domingo era de luz, y las cosas

estaban allí más solas que en otras partes, ¿por qué?

Las cosas, rayos extáticos, eran casi despedidas.

Una dicha delicadísima y amenazada, ¿por quién?

palpitando como luces húmedas

de islas un poco perdidas... 10

Oh, aquel lugar quería alzarse sobre sí mismo, y caía.

Las criaturas caían como dobladas con él.

Y pocas veces el agua, ay, tuvo más secretos,

y la llanura, ay, más confidencias

y un espíritu de gracia recogida, ay, más reservas...

Pequeña patria mía,

te veo salvando tus leves vestidos del lodo, al fin,

con una rama frutal de nieve niña

en el fino brazo erguido para la ofrenda fraternal.

Te veo así sobre tu ruina y tus rayos extáticos, 20

en la dulce medida de tu destino, alta,

y en ese tiempo de jardín, al cabo tuyo, honda...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 3 4

La dulzura del campo

—La dulzura del campo, triste de sola...

—¿Sola? Y los espíritus de la luz,

y las criaturas de los pastos,

y las sutiles, sutiles frases rotas

del aire?

Y la armonía celeste del río sin encantamientos:

las orillas desnudas?

—La arboleda está lejos, y el ganado

es la melancolía misma, que pace,

en una tarde eterna. 10

El llamado de la calandria es triste ahora, lejos.

El cielo demasiado alto como un sueño

o demasiado puro todo como en un sueño...

—Es que aún, aún es Agosto, y hay como un vacío todavía...

Acaso la misma pureza no es cierta ausencia?

—Pero los campos seguirán estando solos en Octubre,

y los hombres, los pobres hombres humildes, en esta soledad...

Cuándo cantarán estos hombres, juntos?

La gracia misteriosa se sume en sí, más misteriosa,

sin nuestra réplica, cualquiera ella sea... 20

Oh, anteayer vi unas niñas sobre el muelle del Domingo.

Ellas solas sobre el muelle del Domingo, y no reían...

El Domingo, es cierto, era apenas

una palidez errátil sobre el agua de acero...

y aquellas ramas de la orilla,

y aquellas lejanías frías, por momentos oscuras, de potreros...

—En Octubre, serán los espinillos la misma luz quemando su perfume,

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 3 5

y el aire será todo de teros,

y el joven, a caballo, silbará cualquier cosa a unos cabellos desconocidos:

una presencia varia, dulce, dulce, 30

que anegará y aligerará, a la vez, todo...

El pescador del arroyito preguntará sin saberlo más cosas a la onda...

—Pero el silencio del atardecer, del anochecer, de estas casi islas?

Piedad, para lo que aún siente frío abandonado a las penumbras húmedas.

Por qué fúnebres las penumbras si el cielo es ya de enredaderas?

—Muchas cosas, muchas cosas, habrán de dolemos todavía en la gran amistad,

precisamente porque ella será grande

hasta las cosas casi imposibles. Muchas cosas...

Y la soledad irá apareciendo también, más delicada,

pero podremos mejor asistirla 40

cuando no hacerla una con un amor que la negará, sonriendo.

La luz y el cambio, siempre, como los ángeles fieles,

y el latido único y diverso de una sangre secreta e infinita...

Si decimos todos, aquí, esta soledad, por otra parte,

ella se liberará, y nos liberaremos, todos así, de ella.

—Asumirla también, igual que un cariño dolorido,

para desear con toda la vida, hasta el límite,

que ella sea otra cosa con su despierta criatura alzada

ligada a las demás bajo los cielos distintos, en un nuevo aire de rondas...

—Pero si ya la calandria ha venido al árbol grande, 50

y deshace e irisa —oh maga— la melodía casi mortal de este olvido,

y henos fuera del vértigo, con nuestras palabras comunes, del lado de la brisa profunda...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 3 6

El agua ahora se pliega

El agua ahora se pliega, amigos, en lentos pliegues

que se abren con dulzura de flor, nueva y celeste...

Y no hay nadie sobre la ribera...

Nadie sobre la ribera, amigos...

Pero la dicha que gana el aire es tal, creedme,

que os veo a todos sobre la barranca, asidos de la mano,

contra la luz de esa sonrisa

que es la misma de vuestro anhelo con las ramas y las hierbas que tiemblan...

—Allá abajo también, corre, corre un escalofrío lila de jacarandaes...

Oh, penetrados de la frescura de las hojas y del rocío y del cielo 10

hasta no ser más que danzas que nacen y brillos y deslizamientos etéreos,

hundidos en la fuente profunda de donde surte esta gracia aún ligera y alada,

convocar a todos al baño puro y a los cambios agradecidos,

a los juegos sin fin, bajo la radiación adánica, de la gentileza encontrada...

Oh espíritu de la alegría primera que juntará al fin las manos sobre las azucenas de los campos,

ida, ida ya para siempre la pesadilla de los otoños quemados

con las vidas más frágiles en una llama asesina, allá, detrás de la línea de los héroes-

ido, ido ya para siempre el dolor de que pobres almas vecinas, en la oscuridad,

se esfuerzan todavía, vanamente, sobre las puertas de la brisa...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 3 7

Las mariposas...

Las mariposas de los jacarandaes

con su anhelo lila

y como dulcemente desconcertado

bajo la mirada perdida, de niña infinita, de la tarde-

La tarde se busca lejos, y allá está.

Las gramillas y el agua leve, al lado de los alambrados.

Un oro feliz que apenas es, y tiembla:

de los mismos prados extensos, extensos, o del cielo?

La arbolada medio oscura de la estancia, lueñe.

Y el camino casi ideal en una dicha que se va o flota. 10

Oh, los finos narcisos rojos de junto a los postes

y la luz varia y miniada de las verbenillas fieles

y de las innominadas, humildísimas, hijas de la estación y de la lluvia...

En la visión, apenas pisamos y apenas murmuramos, deseosos

de oír la paz de las hierbas y del aire vibrar

en los silencios súbitos de las graves almas unidas y del campo:

claros abismos puros simultáneamente abiertos, por qué dios?

para que sigamos también con cierta angustia, en lo hondo, el hilo del canto único...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 3 8

Vi dos hombres...

Vi dos hombres que se daban la mano, alegres.

Oh, vi saltar la luz de esa alegría

como un ligero fuego nuevo.

La noche, aun iluminada, de la calle no existía.

Era la noche primera y era la noche para mí jugada de esos fuegos.

Bastaba el encuentro, el puro encuentro, para que la chispa brotara?

Y vi los otros hombres, todos los hombres, encontrándose

en la fiesta revelada de una todavía tímida unidad.

Las manos se unían fuertes para que el calor no escapara

y fuera ése el hálito de la creación conjunta... 10

Pero las otras criaturas? Ah, todas esperan.

No es sólo "el hombre y las piedras".

Los otros también esperan, también viven, y pueden "colaborar".

Desde el hombre, y fuera del hombre, para volver al hombre, quizás,

al ser que será todo, aunque humilde, en el absoluto del amor...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 3 9

Mañana en Diamante (Para Marcelo Núñez Achard)

...Y era Julio, sin embargo, era Julio.

Qué gracia hizo al diamante tan sensible en su pureza

que las cosas en él eran sólo imágenes de gracia?

Ah, amigo, con qué hubiéramos agradecido ese silencio

de rocío azul, de rocío verde, de rocío irisado hasta las islas infinitas,

que devolvía todo, todo, en dulces ideas de melodías por abrir?

¿Con qué hubiéramos agradecido las actitudes y los gestos de la humilde gente,

en la medida suave de esas ideas sin saberlo, al hablar de sus cosas,

entre los intermitentes surtidores breves del aire y de las ramas?

Allá abajo, muy abajo, sobre el celeste del agua, en pliegues sonreídos, 10

la figura ligera y extática a la vez del pescador, junto a la canoa,

pronto a asumir igual que un dios la dicha ancha del río hasta los sauces lejanos...

Y habíamos salvado ya las heridas profundas por frágiles puentes de madera, entre ombúes,

y bordeado el vértigo por caminitos que subían en medio de espartillos húmedos de joyas,

y mirado desde allí los apacibles abismos con las chozas pajizas

graciosamente posadas en resaltos casi aéreos

o asomadas de arriba como pobres niñas a pesar de todo más aladas...

y descendido entre enredaderas hasta la pequeña "entrada" en penumbra hialina de arroyito

[ escondido...

(y esa mujer amable y su perro bayo pálido y sus gatos echados sobre la arena lisa, bajo el alero...

y ese bote de color, medio fluido, y más fluido aún, en el desmayo de la onda...) 20

y trepado por senderos empinados, entre matorrales, hasta la quintita del sillero...

—Oh, el drama de éste, sepultado una noche por un deslizamiento,

mientras allí cerca, ay, en la misma terraza, flotaban unas flores amarillas...

¿Cómo, amigo, agradecer ese silencio de transparente cera de alma

que rendía las voces todas en etéreas semillas de variaciones acaso mozartianas...

y las maneras, ah, de las mujeres, y de los niños, y de los hombres,

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 4 0

acordadas como en un sueño a esa germinación delicadísima...?

—¿Verdad que pensamos en los jóvenes músicos amigos, de allá,

tan alejados de estas escalas por nacer y de estas esencias por aparecer,

ellos, en los laboratorios, tan al día y febriles sobre las gamas nuevas y los sentidos nuestros...? 30

Y en lo que sería revelar a estas criaturas 'la casi invisible,

la invencible, sin embargo, luz de sus propias vidas...?"

Pero tú no podías en ese momento sino comprar caramelos

para los chicos oscuros que cruzaban la calle blancos ya para la escuela,

y los dos no podíamos en seguida sino levantar en alto el vaso de lusera

ante el criollo gentil del almacén breve de allí...

Y no podíamos luego sino ofrecer la sonrisa a la familia reunida

en el almuerzo bajo un árbol, y en la respuesta abierta, alegremente atenta,

y a lo sagrado que se nos aparecía en una visión única, fuera de las fichas,

y al vestido rojo que subía en un fuego de serafín hacia la plaza, 40

y a la aventura que nos hacía signos diáfanos más allá de las esquinas y la hora

a pesar de la mesa de Guido con el vino siempre pronto como su propio corazón...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 4 1

El manzano florecido

...Y lo creíamos muerto, abatido por la tormenta.

Oh, la herida profunda que separaba casi el tronco,

y el tejido de las ramas, sobre el suelo, en un anhelo, al parecer, seco.

Bajo el balconcito, en el sitio hondo, su melancolía ida,

breve reposo sólo de algunas tacuaritas, o encanto oscuro

de algún escalofrío súbito de mariposas amarillas...

En otro mundo, se hubiera dicho, ya,

—cuál, es, niños, el cielo bajo de los árboles?—

su indiferencia era gentil para el ramillete de tártago

que quería subir bien a su lado, y entre su urdimbre. 10

¿Qué vida, bajo sus brazos, dulce, se humedecía

que había allí caminitos afanosos

y hierbas para ahuecar, discretas, el sueño de los gatos?

Y él había sido, para la ventana alta, la nieve de la primavera

en las primeras locuras del azul entre sus dibujos ligeros

sobre la ilusión reciente, verde tenue, del confín de las islas:

¿líneas de Hokusay o imágenes de Tchou-Chou-Tchenn

en el aire ebrio de las diez?

Y él tendiera sombras de encaje, y diera

las palideces nilo y los fuegos del amanecer 20

en las formas mismas de la delicia, puras,

y él fuera luego, sin "dueño", con esa delicia,

más que el agua de la "canilla" de al lado para la sed alada o pobre...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 4 2

Y algunos chicos, después, sobre su gracia ya caída, ay,

equilibraran sus juegos de la siesta o de la media tarde...

Pero vino Septiembre y una mañana apareció así lo mismo que una novia,

y abría los ojos pálidos, de seda, sobre el sueño lastimado...

Oh, la invencible luz de la vida que ascendía de la noche herida

en copos que eran tímidas miradas hacia arriba, sí, tímidas...

No podía, no, mirar de un poco más allá como antes, 30

el río sensible y las lejanías sensibles, entre los hálitos celestes,

pero el paraíso grande, ahora más cerca, inclinaba sobre él

en todos los momentos del silencio un leve amor morado...

Oh, este amor cuando la sombra dormida se había mullido más

y las flores se hacían más blancas, abajo, como preguntas hacia el amor,

y no eran ya la luz fiel a la ritual cita de arriba

sino una humilde fe, algo sorprendida aún, de comulgantes...

mientras él, todo él, también, en una presencia que dolía casi,

era la voluntad feliz, desde el lecho mismo del martirio,

de seguir dándose, dándose, a los labios desconocidos del tiempo... 40

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 4 3

Las flores de los paraísos

¿Quién, en el día, hizo a la brisa morada,

y feliz en las ramas últimas

hacia un canto

que parece posarse sólo en el confín?

¿Quién hizo a la brisa, en el día,

caer en ramos de lluvia detenida

en su dulzura mate o viva?

¿Quién dio a la brisa

ese hálito lila, suavemente ebrio,

bajo su sombra ligera 10

y en el aire vecino?

¿Quién hizo de la brisa ese amor

humilde y, ay, perdido entre los otros,

pero que apura su don en breves días

como una esencia acaso celeste?

¿Quién inclina la brisa allí donde su gracia

puede hacer volar una sonrisa,

que se ignora a sí misma, desde el fondo

de los pobres ojos sin salidas, y de los niños sin nada?

¿Quién en los brillos húmedos de la tarde imprevista

hizo lucir la brisa en sedas imposibles,

y les dio luego, cuando éstas no sabían, tristes, dónde estaban,

20

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 4 4

una paz que se iba entendiendo con el cielo

hasta no ser de él, al fin, sino otra luz de su agonía?

Y quién, de noche, oh, quién, en la luna,

la brisa aquieta aún en pálidos secretos, de tal modo,

que flota sobre el sueño en una dicha que llama, tal vez sola?

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 4 5

Y todos los días...

Y todos los días, a mi izquierda, el azul del este

que palidece

sobre la bruma hundida...

Todos los días.

Creímos, sin saberlo, en el sueño, que la luz no iba a venir?

Y todos los días, el llanto, sí, el llanto sobre el cielo que se va o en el cielo que se va.

El llanto.

Pero las almas, allá, alzadas sobre sí mismas, como llamas

en el viento del amor que se crea, 10

en el destino que da las rosas que se quiere.

Allá.

Y aquí, aquí, la sonrisa en el infierno,

ah, de los más hundidos, aquí.

El canto del Orfeo deshecho, aquí, el canto.

Creéis, amigos, que no hay razones para la fe,

aun sin el amor de los minutos y del don de los minutos?

De allá y de aquí entonces,

la luz para el mismo sueño de estrellas apagadas por qué?

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Juan L. Ortiz

para que el cielo primero sea sin sorpresa

triste

y el atardecer no duela sino como el silencio,

a veces, de una melodía antes de florecer-

La edad edénica, será, nueva,

con el héroe nuevo y el santo nuevo, en la gracia

tendida,

más allá de lo semejante, en la dependencia sin orillas

para la ternura atenta, sin orillas...

Dónde la débil melancolía, la descortés melancolía, pues?

Obra Completa 4 4 6

20

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 4 7

Un grillo en la noche...

¿Qué hierbas vagas se despiertan, de allá,

y de un profundo lugar

que no sé?

¿Qué fluido es ése que las hace casi celestes

en una hondura que tiembla?

Oh voz antigua, humilde, que encuentra el sueño hundido

de unas gramillas pálidas y de caminos más pálidos, junto a un río...

mientras el aire oscuro es el latido viejo de la sombra...

Oh voz antigua, humilde, desde el confín medio perdido,

justa o perdida, ay, en la brisa de una estrella, 10

lo mismo que el afán, aquél...

¿Qué alma eterna, dulce, se arrodilla sobre el canto,

una en la fe con él hacia el rocío que viene?

¿Qué alma eterna, dulce, será la misma de la tierra

que llamará en el alba, entre las briznas, con su estribillo más puro,

a erguirse en la luz nueva ligeros como la luz?

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Sueño

En la mañana aérea y baja

fuimos con el amigo en un aparecido coche a sangre

por otro sueño que subía, perlado, de las lluvias...

¿Cuántos días sin verte por los caminos imposibles?

Y viniste a mí con tus labios apasionados

y tus negras trenzas recogidas

y los oscuros crecientes de las cejas...

Viniste a mí, oh, con tus labios apasionados

del fondo de una espera virgen

o que ya, ya sabía, pero misteriosamente virgen... 10

con esas medio azules pequeñas trenzas de antes

y esos dulces arcos de noche

sobre el doble día íntimo, verde, de flor...

Oh, el fruto sin pudor que se deshacía contra mi sed

larga de quererte por las nieblas rayadas...

mientras el amigo, y tus hermanas de la acogida primera,

sonreían desde un rumor amable entre una nada intermitente...

¿Es la tristeza aquella sin ti, que miraba siempre hacia el oeste,

la que te llama aún, mujer mía, al país libre de los daños,

eterna, casi eterna con tu vestido blanco, 20

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tu cabello anudado y esos pétalos febriles

pero como de agua, así, para una muerte extraña?

¿Es la tristeza aquella, sola, la que siempre te llama

a la secreta estrella inmune suspendida sobre el límite,

igual, igual tú, en la vara de la edad, más allá del frío,

y ah, inclinada a veces, lo mismo que de nardo, hacia la arena sin fin?

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Para qué el vino, amigos míos...

¿Para qué el vino, amigos míos,

si allí la luna, en las aguas, ebria, se despliega?

Id a la orilla, y sed de ella, dulcemente enajenada

en su propio vals antiguo

de velos de silencio que se igualan al fin, tenues, a la arena-

Sed de ella que ya el eucaliptus está en ella, más pálido.

Y acaso, acaso, un momento perdidos, amigos míos,

os encontraréis de la mano, luego, en el centro de la danza profunda,

figuras intercambiables e increíblemente ligeras, al cabo, de la danza...

¿Para qué el vino, entonces, si así seríais más ligeros?

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 5 1

Pueblo costero

Ved ese niño oscuro que mira como desde otro mundo,

el blanco de los ojos más blanco, medio amarillo, mejor.

Oh, la niñita ya de anteojos que lo guía o lo alza,

barro leve ella misma sobre palillos aún más leves.

Ved aquélla en un carrito, tan frágil,

con esa flor monstruosa de las rodillas casi terminales,

conducida por los suyos, más pequeños, hacia la orilla de qué estrella?

Ved esa cabeza pálida, de diez años, de pescado imposible,

que por poco os fijará desde los mismos oídos...

Ved esa rama vieja, sobreviviente de 'las canteras", 10

doblada sobre otra rama corta que se hinca

con una cadencia cada vez más seguida:

sobre ella y sus iguales, anónima ceniza, allá,

más bien que sobre las piedras,

se elevaron algunas casas aladas y algunas pilas de billetes...

y con su sangre, ay, tan roja, alquimia "misteriosa",

se azularon algunos apellidos que luego dieron chapas por ahí...

Ved ese fantasma seco, seco, salido de una noche de vidrios, larga...

sin sexo, sí, a pesar de la "falda"

y de la lana fluida sobre el filo de los hombros... 20

oh, su voz venida de la caverna de la edad, profunda,

desde aquellos desafíos, quizás, a la intemperie y al hambre...

Ya en ésos, ved, con todo, un no sé qué tenaz de zarza

aguda hacia arriba o hacia alguien por entre los ramos abatidos...

Mas ved este canoero de metal con más óleo que la luz,

plantado en medio de la calle, adánico, como para dar reglas a la tarde...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 452

Y esta lavandera densa pero de pies de plumas listas

danzando casi con los tachos sobre el tapiz de su vida...

Y estas muchachitas que sacan su risa a veces como el agua,

ligeramente inclinadas sobre un río increíble: 30

sólo, sólo, sus años morenos, o el ágata un poco oblicua de los ojos,

o esa espera en el portón cuando empiezan a volar, súbitas, otras joyas...

Y estos mozos sin nada que abrazan las ondas últimas lo mismo que a novias,

luego de herir las otras, durante todo el día, por las islas...

Y este pescador de silencio que llega de una fiebre de silencio,

y aún demora, nocturno, sobre los nácares grasos y la leña,

para abrir su sueño, al fin, al primer contacto, igual que un irupé...

Y estos chicos del arca "en seco", viajando con sus bestezuelas,

en un contrapunto de cristal y de hojalata, que sube...

hasta que, sobre la hierba anochecida, de ahí, cantando, 40

ellos también, tomados de la mano, dan la vuelta al mundo, descalcitos...

Y esta "abuela" toda envuelta que busca todavía los velos de la hora

para destocar su plata y diluirla entre lirios de jabón, en cuclillas...

mientras sus polluelos, cerca, enloquecen blondas ya celestes...

Y esta madre que acarrea hasta la noche piedras de la orilla,

y quiebra su vida con ellas, luego, para la mesa menos mala,

pero no su sonrisa, ah, de todos, en una ofrenda unida de jazmín...

Y esta otra, discreta, que templa su propia alma más que el horno,

y así sale cocida esa flor de la harina que "hace la compañía" por aquí...

Y estos diablillos que son flechas sobre la negación desconocida, 50

evocados como alas por el suceso más ligero,

con todos los iris del asombro y todos los rostros del té,

y los cabellos, todos, más alegres, y las breves ropas más caídas...

¿En dónde todos ellos, todos estos hijos de la costa,

se nutren, a pesar de todo, de esa fuerza gentil,

profundamente gentil, contra la humillación oscura que parece dormir?

Arrojados hacia las cosas por los otros que no saben,

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las cosas, madres, les dan de su leche y de su hálito.

(Oh, cierto, en la aventura del pan o en la muda pesadilla,

a merced de las peores armas del aire y de los humores peores de la tierra 60

y del río extraño, extraño, que quisiera, salido, devolverlos a aquéllos,

dejándolos así a medio flotar, entre los dos rechazos, bajo los siriríes de la noche...)

No se supo, no, pensar en los poderes de esos regazos,

ricos de rayos blancos en la misteriosa espiración,

numen que no se invoca, y unción que no se pide, para los seres a ellos acogidos.

Pero hubieran podido quitarles también esto?

Y helos ahí, en los fluidos de los tiempos del río

como en melodías que no se oyen pero que ordenan, puras, los ritos.

Helos ahí, ajenos o fundidos a las horas leves de los sauces,

o al amor de lo suyo increíble de decoro o de honor bajo los vientos, 70

increíble de gusto y de atención, aún, en la luz de algunas flores...

Helos ahí, puros del suelo puro, en la línea de las cañas del sol,

de pie, en la propia nada, por el mismo sol profundo-

Helos ahí, con ese acero de los hierros secretos y de los carbonos secretos,

sobre el "punto de angustia, inefable y absurdo", del minuto sin salida..

Y helos ahí, en la grande, en la gran salida que hallarán,

con ese acero alineado, guay, con los demás, para la jornada sin fin,

en la columna que irá, enorme, hasta el otro lado de la estrella:

zarza en marcha esta vez, desde sí misma ardiendo "sobre un aire de acordeón..."

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 5 4

¡Oh Marzo...!

Oh Marzo de silencio que no acabas de morir...

El miedo, por qué cosa, o por quién, abismo libre?

El grillo, el grillo, en la orilla del mundo...

Iremos de la mano por encima del vacío, cómo?

¿O nos quedaremos aquí hasta perdernos con el grillo

en la medida de la noche amarilla, amarilla...

que caerá ¿cuándo? bajo las ramas,

detenida,

por lo que tienen las estrellas, ay...?

¿Hasta perdernos con el grillo en la otra noche larga 10

que subirá en las hierbas con un tiempo flotado,

indefinidamente así,

al entrar en sí mismo,

por su voto más lejano, oh, lejanísimo,

de aquí?

Qué haremos, di, qué haremos?

Dilo mujer, o amigo, o ángel, dilo...

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Gualeguay

...Está en todo mi corazón pero allí también estuvo mi infancia...

(Villaguay)

Pues los primeros tres años fueron de Puerto Ruiz...

En lo profundo del terror infantil

la pitada del vapor hacia Baradero para la gracia del agua cristiana...

La inundación, el agua gris, hasta la vereda.

Y en la "escuela vieja", rosa era, no? las canoas atadas

en la parte alta de las rejas del primer piso.

El anhelo de ver a Enedina llorado a las hermanas:

Enedina, la niña delgadita y morena, hija de la "maestra",

viniendo luego hacia nosotros del crepúsculo de su patio

con una sonrisa atenta que le plegaba casi toda la carita... 10

(Enedina no sabía, y no supo nunca, de la tierna pasión.

En la penumbra atardecida se me acerca aún, leve,

bajo la luz o en la luz de esa ideal flor rizada...)

Y las "carreras de sortija" en la gran "calle" y el Carnaval

con las "mascaritas" sobre la "vía" en un domingo de miosotis.

Las "mascaritas" respondían a nuestro saludo y eso nos conmovía extrañamente...

Y una tarde en "Las Toscas" con el hermano grande que quería probar su arma.

La detonación quebrara el infinito y los nervios ya heridos...

Y la jitanjáfora viajera, rimada, en el juego solitario,

("me voy pa Europa con Enriqueta Gamboa, boa") 20

y el amor prohibido de una de mis hermanas mayores

contra la pared de su angustia, cuando al anochecer traía

la "pasada" furtiva. Y el paseo al seno del monte,

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a aquella casa en que los chicos eran ricos

de Un pequeño ganado de barro expuesto sobre todas las mesitas...

Y a caballo, delante de la linda "cuñada", el galope hacia el almacén,

en el día de la chacra amiga con su cercana y misteriosa ceja agreste...

Y la lluvia con sus flores estalladas sobre el patio de ladrillos,

y el capricho de hollarlas y la caída sangrienta contra el brasero de al lado de la puerta...

Y una palidez de tumbas a un oscuro amor de árboles 30

y de fieles de noviembre en una mañana de sombrillas...

Y el embarque para Montiel en grupos separados: nosotros

íbamos a tomar el tren de Gualeguay-Central por las calles mismas del alba:

un apagado país celeste, recién visto, con un tren hacia otros...

La vuelta a la ciudad a los diez años. El empedrado matinal, sonoro.

Las calles de luz fugada y como propia hacia unas ramas tenues

o un vapor tenue, verde, con algunos grumos perdidos-

Shakespeare, Shakespeare, en la siesta, y su énfasis vivo,

y luego, muy luego, Homero y Mistral con su mar y sus higueras...

Pero la palabra habría de recubrir todo con sus gracias exteriores, 40

—en muy rara ocasión el misterio de las íntimas me tocaba—

y el corcel de los años era ciego y tenía gestos ajenos...

Bécquer en un anochecer, bajo la lámpara, me encontrara una vez,

y una ventana del aula alta, otra, me trajo de allá la casi olvidada brisa...

Fue una hora de banderas y me desplegué también igual que una bandera

al noble viento del pueblo. Mil novecientos doce, recordáis?

Yo había sido contrario al "mío y tuyo" y aquello era el asalto a las nuevas Bastillas.

La Marsellesa de un "nuevo derecho" vibraba "como un clarín" sobre las ciudades y los campos.

El niño infló la voz, ay, para acordarla a la declamación general.

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Y vino el repliegue, y vino el halo de las significaciones entretejidas del verbo, 50

y vinieron las pendientes escondidas y las sensaciones infinitas hasta casi la angustia,

y el disgusto de las sedas fáciles y de las piedras fáciles y de las medidas fáciles...

Vino todo eso, sobre todo, luego de la bohemia porteña y del "Laberinto" de Juan Ramón.

(Es cierto que la armónica, en la improvisación tímida de los oscuros instantes,

me había iluminado ya, como ciertas palabras, paisajes de "rêverie", muy puros...)

Juan Ramón que sugiriera labrar el verso en esencia para que su brillo fuera de oro etéreo...

Ah, pero allá no había olvidado a Carlos F., alto sobre la ribera última,

acariciando en la sombra, como otra décima, el nácar del arma decisiva,

ni a Alfonso, más atento a las maderas que a los metales del momento,

ni a Antonio, humildemente definido por los aires tenues e irisados, 60

ni a Eduardo, entre las músicas, mas con los "sueños" de Heine bajo la almohada...

—a Salvadora, "hermana mayor", de fuego santo, la veía allá por los mitines y los teatros...

No había olvidado allá las noches de la ciudad estival

con muchachas como cirios en el rito de las retretas,

y jazmines en oscuras brisas estrelladas por los patios con aljibes...

y un no sé qué de novia tras las rejas de las ventanas bajas

—ah, la diamela y la oleofraga languidecían todavía en los jardines de las Fariña—,

y las serenatas con el violin de "Milonga" llorando bajo los balcones,

y la voz de Tacuarita", doblemente húmeda, pero sin ceder aún al rocío,

tocando el alba ya con la "Endecha" de Eseiza... 70

No había olvidado los nardos regados y el mate crepuscular de las amigas,

ni la calle del sur verde y velada, tras las vacas, ciñendo talles alegres,

ni menos a la quinceañera, aquélla, en cuyo nombre amanecía,

ni a la otra más lejana, de ojos de uva, que marcara el corazón...

* * *

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 5 8

Un silencio cortés, extremadamente cortés, ante las cosas y los seres...

Ellos debían aparecer con su vida secreta sólo llamando el silencio,

pero con cuidados infinitos, ah, y con humildad infinita...

Oh, belgas queridos, con gorjeos tenues de ángeles y sentidos de niños...

Miradas puras de niño para los cercos de rosas pequeñas y los álamos de las chacras cercanas.

Y timidez de niño en el domingo hacia los montes del camino a Puerto Ruiz... 80

Las ramas con sus maneras, y los follajes ralos, y los caminitos blancos, y las vacas mironas...

¿Qué decía ese pájaro a la tarde de los espinillos ensimismados?

Todas las cosas decían algo, querían decir algo. Había

que tener el oído atento u otro oído fino, muy fino, que debía aparecer.

El maizal de aquella chacra en que estaba "Don Juan",

el del cuento "Olor de mielga", me hacía vagas señas,

y un dulce idioma por develar eran el árbol grande, el pozo, el corral,

la flor lueñe del molino, la paz labrada del confín, la brisa soleada o pálida

con hálitos de tambo, y ligeramente tintineada, de las vecindades del "Prado"...

Y el pensamiento de un Maeterlink encontrado allí como el espíritu oportuno... 90

Maeterlink y Tolstoy y Barret, por otro lado, para encender aún más la fe social

de la mano hacía tiempo con la órfica hacia la misma y nueva "Edad de Oro"...

Tolstoy, Tolstoy, en el sol del zaguán, en una media tarde de invierno,

cuando ella vino, con voz suave, a preguntar por mis hermanas ausentes...

Diez años la niña de pestañas largas, y a los diez años debíamos

empezar a caminar juntos, como asidos de la mano, por el bosque de los días...

* * *

La flauta de Don Luciano que decía aires franceses, antiguos, en el patio contiguo,

mientras 'la libertad" de la plaza palidecía, alada, bajo la luna tardía,

sobre oscuras masas azules, y el amor de los siglos, hasta Pierre Louys, me parece,

murmuraba en mí con todas las gamas, en los silencios ebrios... 100

Y Pierre Louys a la vuelta del paseo por la calle que descendía hacia el río

entre cercos con pequeñas rosas también y veredas finas y altas,

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 5 9

bajo el cielo de esas mismas rosas, en una ilusión de Septiembre...

Pierre Louys con luz pequeña, en la cama, y sus canciones "griegas",

y France, el mago sutil, apurando sus respuestas hasta las primeras frases de la tijereta...

La calle Centenario y allí la pieza de Agustín y la noche de los ligustros,

y los suspiros de algunos por los años que acababan de florecer, reidores,

y en asamblea de hadas, traviesa, iluminaban ya la esquina...

y las veladas líricas y locas finalizando en la visita al Cementerio

bajo una luna de Jiménez, y éste, cantado, aunque sin vencer el miedo blanco... 110

Y el rocío nevado de las veinticuatro, de vuelta de lo de Protacio, y las huellas extáticas,

y los laureles de plata sobre los tapiales viejos, y el azahar infinito,

y perdidos en su alma suburbana, velada ahora, los guaznales humildes...

Eran en lo de Eduardo las veladas leídas hasta la una, a veces.

La pantalla de porcelana vieja dejaba en un pudor apenas amarillo

las familiares caras atentas y como ofrecidas en el sacrificio de una misa:

un pan y un vino nuevos aparecían para ellas en los tonos casi cantados...

En las manos de Doña Rosa estaba el mate, y en los breves descansos,

"Don Juan", sacrilego, celebraba sus propias salidas con una risa homérica...

Un jardincillo, afuera, velando como una presencia, daba siempre la estación... 120

* * •

La casa de la calle Ayacucho y su lluvia de jazmines, y sus lentejuelas

vivas o desvaídas en el "ballet" de las horas. Y el ardor

del saber total, y el "alma frágil" de Mauclair, aún más frágil,

sólo abriendo a la oración como otra azucena de la penumbra.

El menor gesto parecía rasgar no sabía qué sedas sagradas.

Mas, al respirar sólo, lloraban por ahí serafines sobre las flores...

Una delgadísima sombra enlutada caminaba hacia el Puente,

hacia el polvo estival, moroso, en que gemían los últimos ejes y algunos matices de vitral,

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 6 0

y a veces desde el terraplén oía las burlas para el intruso "alambre vestido..."

y yo tenía hacía rato a esas gentes sobre el pecho y en el pensamiento mejor, 130

pero era casi un insulto, entonces, atravesar con cierta "mise" su infierno...

Ignacio, sin embargo, vivía a la sazón en el "Barrio de las ranas",

y allí a las diez de un domingo, es cierto, vi temblar una luz paradisiaca,

un más allá traslúcido para una en cierto modo melancolía confinada:

sólo a unos ojos grises, ay, me solía asomar en los sueños...

Y a un más allá del silencio ya hondo de las tristes llamas de marzo,

de ese oro como abisal en que todo parece sumirse, al fin, en un adiós eterno,

tuve dulce acceso luego desde un banco perdido de la parte este del Parque,

y me hundí otra mañana hasta lo más secreto de los brillos llovidos,

y el hastío pequeño y lívido que había ido a la ribera con las pupilas bajas, 140

(ue en seguida un tallo más y una mariposa más y un diamante más del aire-

Mas una criatura de la bruma seguí siendo por las últimas calles,

tímida y distraída hasta saludar a veces a los postes,

pero segura al lado de Severo entre las vagas vidas de allí y de los libros...

Severo "estaba", aunque soliera irse por los hilos de su armónica,

y sobre los poemas más finos siempre nos dábamos las manos.

Ardíamos, además, de las mismas heridas frente a la "ciudad" y la injusticia.

Ah, la injusticia milenaria nos tenía a todos sensibles y con corbatas voladoras.

Y era Agustín sereno y fácil, y era Enrique pequeñísimo y de un rosa febril,

y era Rodolfo, denso y volátil a la vez, del color ya de nuestra insignia, 150

y era Antonio con sus labios gruesos y el gracejo siempre en flor...

Luego de dejar oficinas y tijeras y navajas, juntos en la Utopía,

nuestras almas impacientes se consumían sobre las páginas en un fuego vindicativo y de armonía...

Oh, nuestros 1" de Mayo y nuestro Don Ramón también barbado con su rosa de llama sobre la tribuna [ de escándalo...

* # *

Y fue la casa "sobre" el parque con Poroto, el pintor.

Una gracia fluida de senditas, pálida entre las hierbas.

nos llevaría a los dos, como en un templo, hasta tu propio seno, madre común.

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 6 1

El Parque no tenía entonces caminos para autos, y de Bililo

y de Don Cirilo y de Don Silverio y de Don Andrés y de Emilio y de Huguito, era el verde país.

Los eucaliptus gris-azules en la lluvia para nuestra primera comunión. 160

Y el claro entre las ramas para el sauce lejano de la isla...

El sauce lejano, casi soñado en el atardecer tras la ventana con rejas...

Y Turguenef al amor del fuego y en la voz amiga, en aquella tarde de plumillas...

Y Antonio, el "itálico", diluyendo de Toselli toda la luna del arrabal

y del río, en la canoa que rodearía la isla, en la alta noche...

Y Raúl, y el "Negro Víctor", y Manuel, y Juan, ese domingo

primaveral del agua y de los años, en el deslizamiento alegre

hacia la fiesta del mate bajo los follajes de "la vuelta", aún ligeros...

La canoíta "nuestra", muy sensible, cosía orillas de magia,

y fue sabiendo con nosotros todos los minutos de allí: 170

de los reflejos, de los escalofríos, de los sentimientos ya fugitivos,

ya extáticos, ya indecisos, de un adorable tiempo de isla-

Larga y blanca, ganaba la isla por el arroyito de la crecida

bajo un minucioso homenaje de finos lazos de trepadoras...

Un silencio de flores que la "pala" se esforzaba delicadamente por no herir...

Y eran las humildes apariciones: la araña enorme sobre una enorme hoja aflorante,

las bullentes napas rojas de las hormigas, la ramita de una culebrilla

como otra ramita, destellada, del laurel o del curupí o del aliso...

Y el albardón interior, con los gallitos del agua, y los teros y las gallinetas,

esbeltos y pintados como para una "féerie" de praditos de esmalte 180

y de tallos curvados y de campanillas lilas sobre un cielo rizado.

Y el celeste de este cielo caído, en su lejanía lisa, y sus orillas de paja...

Oh, cuando nos hundimos, los ojos cerrados, hasta los tejidos más secretos

del "silencio" y sentíamos tras de los bisbíseos, tras las quejas y suspiros

e ilusiones y muertes de un cristal que estaba en todo igual que un alma,

tras los roces y soplos de no sabíamos qué dios desconocido,

al canto íntimo del mundo, la melodía de la unidad, de la esencia...

El silencio, por cierto, era de una trama tan efímera, tan huidiza

como el día del agua, como la "celistia" del agua, como la lunación del agua.

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Juan L. Ortiz Obra Completa 52

si bien algunos hilos permanecían fieles al matiz del momento, o de la hora, o del año,

y ciertas notas más o menos constantes aunque en un juego opuesto al tiempo

o asumiéndolo ebriamente, parecían a veces su propio mínimo latido...

Sí, sobre las hierbas tardías, era el mismo silencio el que solía titilar en algún grillo...

Y ese grito dulce de pájaro que no sabíamos nombrar y en que estaba la herida

de la melancolía isleña, profundísima, bajo los velos felices del lugar...

¿Un dolor agudo pero tierno de transparencia rota o abismada en sí misma?

¿Una ruptura de ramas en el hastío eterno de su reflejo, quizás?

¿O de pequeñas ondas fatigadas sobre el débil brazo abatido, y aún vivo, de un sauce?

Todo lo ignorábamos, pero la breve frase alada sangraba límpidamente algo más hondo:

una como tristeza de una humedad ya metafísica, ya musical, sin fondo...

Y luego de las gotas, en el seno del paisaje, ahora más ligero, respiraba cierto alivio...

Y la melopea de la rana en celo... ¿Qué ilusión escondida entre los cabellos de los pastos

llamaba tímida y suave, o se daba, sólo, simple, a los ecos?

Nunca oyeran los aires, sobre las lagunas y los bañados, punzar pena más dulce.

Junco del amor de allí, invisible en la luz, con el anhelo de la luz

que nacía de las savias, y aún, algo perdida, se dolía...

Oh, los sutiles espíritus de la tierra no siempre se encuentran

y es a veces su extravío el que pide cadenciosamente en algunos llantos extraños...

Fue "Juan, el Renguito", quien me hablara en un atardecer de ese casi lamento

tan puro, que yo no conocía todavía. "El Renguito",

era un poeta simple y sabio a la vez, de una humildad profunda,

y un cuentista de peripecias raras, de nobleza nada común.

Poroto también, además de pintor y grabador y escultor, era poeta.

Sus "poemas morados", que yo sólo conocía, decían las cosas de la media luz en la espesura y

[ las aguas.

Y la cabeza de sátiro celeste de Verlaine, y la de Poe

'tal que en él mismo al fin la eternidad lo hubo cambiado",

y la de Tagore, fluvial, y la de Cervantes, afilada, y la de Barret jesúscristiana,

en barro, cera y óleo, hablaban sobre las repisas y la mesa y la pared

de un pulgar entusiasta y de un pincel admirado...

No olvidaré, oh amigo mío, aquella noche bajo el paraíso del patio.

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 6 3

Tirados sobre sendos catres, nuestros pensamientos, bajo el espíritu lunar,

fueron haciéndose graves, y dimos vueltas al destino humano y cósmico,

tú un poco descreído y yo siempre con mi fe en el amor y sus salidas finales...

Te evoco también pasando el alambrado frontero, con la "pala", en la dirección del río,

para pescar mojarras que traerías al gato nuestro, el "Rubio" episcopal,

seguido del "Guardacasa", el perro de Huguito, una gran bondad baya.

—El "Rubio" nos acompañaba a veces hasta la isla, con cortos reposos sofocados y tendidos,

y en una noche de espinel cayera bruscamente sobre las llamas del agua...

Fue una fuga serpentina, entre fuegos rotos, hacia un retraimiento decisivo...

* * *

Y vino Febrero del diecisiete, y vino Octubre del diecisiete. 230

Vinieron los "días que conmovieron al mundo",

y yo un poco, como en pantuflas, había corrido las cortinas sobre el mundo,

y yo estaba, mejor, en la torre de marfil de unas riberas serenísimas.

Fue el "Renguito Juan" quien me lo señaló, sonriendo.

"Es el alba de otro ochenta y nueve, la que gana el cielo", advertía.

Y saludé ferviente al Cristo de allá, caminando sobre las estepas.

Y vinieron amigos para difundir la nueva y proteger el sueño.

Y hubo rejas para algunos y pequeños mítines junto a las rejas...

Y supimos de Esenin y supimos de Block y supimos de Maiacovski y Pasternak...

Por fin, por fin, la comunión iba a ser real, bajo las especies también reales, 240

y el "destino" no iba a estar frente sino entre los dedos de todos como una cera tibia...

* * *

Y vino un domingo de Julio, puramente domingo, en la perfección de las diez.

Y la vi en el Cementerio, con su hermana rubia, seria en su gracia de junquillo.

(La había visto antes pero ella no me mirara, así tan seria).

Y seguí con Poroto hacia no sabíamos dónde de una ligereza aún mojada.

(Yo secretamente huyendo no sabía entonces de qué).

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 6 4

Y dimos en una chacra amable con niñas doradas en la umbría,

y naranjas, naranjas, en que cedía en forma y zumo y esencia algo de lo que andábamos buscando...

Y las encontramos de regreso. La vi, la vi de veras, yo?

Pero volví a sus barrios anochecidos igual que a una ribera hechizada. 250

¿Qué tenía que ver ella con esa casi postuma agua triste del cielo,

con esa seña oscura de quintas, con esa vaga nube de sina-sinas,

con las arenas lisas y las lagunillas de mirada agónica,

ah, y con esos soplos en que erraban sueños recién nacidos

de la tierra, de las briznas, de los alelíes o del aire mismo?

En el aire gris de ese paisaje ella también estaba, por cierto.

Y allí la sentí una mañana, sobre los pedales, con Carlos Bernabé.

Y la vi en seguida cruzar la ancha calle hacia la casa de su otra hermana

como si cruzara sobre mi propia vida, sangrándola, con un pasito indiferente...

Y fueron tardes de chacra en una delicia revelada, con mujeres dominicales, 260

y caminos entre ombúes, más allá, y viejecitos sobre las huellas, típicos,

sorprendidos en su charla peninsular por la "Neumann de seda..."

y un verde flotado de alfalfa y una sombra alineada y rica de frutales...

Y fue el Parque, y el río, y la isla, pero con ellas,

con Ella, que daba a las edades del agua, a las enredaderas de la margen,

a las finuras lanceoladas que miraban huir muselinas de maravilla,

a las plantas que parecían hijas únicas del agua, iguales que almas desasidas,

a las ramas lánguidas o exaltadas, a los silencios como de surtidores escondidos,

a los cielos palpitados o idos en una hondura imposible,

a la línea de la orilla tan puramente abierta y sus casitas asomadas: 270

una suerte de ebriedad primera y permanecida de un Octubre sin fin...

Ella tomaba los remos y yo la "pala" a veces.

Toto gentil, la hermana de Ella, gentil. La conversación tejía

los dulces tiempos de la ribera y su apenas plegada sublimación hialina...

Un soneto de Banch y la palma de los gluglúes en la proa,

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 6 5

el "picado" de un pajarito y un repentino aviso hilado en otro...

El bote iba en verdad en el filo de un fluido desconocido

y más imánica aún me parecía esa dicha de flexiones rítmicas que yo tenía enfrente

y que llevaba sus ojos algo pesados con una ligereza misteriosa...

Y me ligué todavía más con los vecinos que ya quería 280

y que sentían a su manera las radiaciones de allí:

Bililo, en su quimera de capitán de navio y su gorro marino,

llenando de pulsos mecánicos y de moarés súbitos el etéreo sueño del río;

que plantaba, en una mañana de acero, curvado en la canoa,

estaquillas de sauce sobre la orilla opuesta, que habían desguarnecido;

que se levantaba a medianoche para tejer redes y salar pescados;

que ponía luces a las épocas doradas de apellidos del lugar:

con los Calderón, con los Crespo, con los Fierro, con los Matorra,

y ese puente que vencía tan grácilmente el agua hacia las glorietas de la isla...

Huguito, el íntimo del río, el casi Tritón de unas buenas leguas suyas, 290

sabio en meandros y en sus apariciones y leyendas, y "madres",

juglar por las "ranchadas" de los pescadores con los "compuestos" de su bohemia flotante;

Huguito, con un alma de intemperie, con un humor de pájaro,

que tomaba como por la mano las penurias, todo lo que se le atravesaba en su vida:

Huguito, el íntimo del río, pero enemigo tenaz del agua, ay,

cuando el agua quizás, o la soledad del agua con los aparejos de pesca,

un mundo todo de agua ciega o pálidamente rayada,

le abría una tristeza sedienta que ya los trinos de su guitarra no apagaban.

Era entonces cuando flotaba también sobre "el tinto", abrazado a su instrumento,

y se iba de noche a la tumba de su madre para hablarle y cantarle, 300

—la luz del "tinto", tal vez, le descubría allá la presencia adorada?—

y la madrugada del barrio, luego, volvía a saber hasta el día de su vivada fe política...

"El Pichay", el de la fantasía de enredadera isleña

pero libre y gratuita a la vez como una fuga sobre lazos y visos,

con su lengua jugada así sobre los abstractos por cierto que muy suyos;

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 6 6

"El Pichay", hermano imaginativo de "Chume" con un "estilo", sí, más dispensado

en sus "mil y una noches" de la ribera y su "decamerón" de los esteros...

"El Pichay", alto y delgado, sobre las fimbrias crepusculares del rio,

con su cabeza de cobre difícil y su voz de metales alegres,

descubriendo como un "sourcier", pero abriéndolas, las fuentes de la risa entre los fieles de [ la orilla... 310

Pero los otros amigos eran ciertamente los "cómplices":

Toto, "el escudero", que desmontaba y montaba como un crítico "La Neumann"

Goyito, perdido en su yoshivara, pero rápido ministro de rubíes contra el frío oscuro.

Manuel, Mercurio lento, de bastante gravedad específica, aunque de ánimo alado...

Carlos Bernabé, el más asiduo del "Ateneo", y en verdad el más compañero

de aventuras, después de Poroto, por los misterios del agua y de las ramas...

Atento, increíblemente sensitivo, abandonaba los remos,

y se sumía conmigo en las menores gracias desleídas,

en las menores "suites" celestes de esa profunda libertad de primer día

curvada lejos, y que nos tocaba la frente con vagos dedos femeninos... 320

Un sauce alto de la isla, en 'la vuelta", que flotaba en esa libertad,

encendía, como una perfección, sus laudes casi rezadas...

Y él estaba en su Unamuno, y él estaba en su Machado,

y él tenía el alma llena de nudos ardientes y graves que buscaban el poema...

y él encontraba noblemente los cabos y la forma, al fin, era patética y cerrada...

Oh, hasta muy después, la margen dominical o en fiesta nos tuvo como una misa

con nuestros libros sagrados y el humo de los sacrificios rituales:

Don Cirilo doraba un ligero "desayuno" y daba, a la vez, burbujillas al amargo...

Amaro, que apareció por ahí en una fantasía lenta y azul de cigarrillo que se quema,

y en una tibia luna árabe sobre las palmeras de la plaza... 330

y fue una gentileza de serpentinas, y fueron lirios de pólvora, y fueron rosas de puntas,

y fue un duende agilísimo poniéndole cascabeles a las solemnidades con palmetas,

a los "títulos" redondos que querían para sí toda la calle y forzar todas las defensas,

a las "flores de oro" de allí cerca, vanidosamente suspendidas sobre un vacío de rimas...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 6 7

Pero una ternura que todavía jugaba de pudorosa se insinuaba

y yo sabía de su adhesión profunda a lo que ya estaba en el aire...

El "rancho" de Hipólito, con su noche aún más densa de naranjos, nos reunía:

Amaro, alegre y reservado a la vez, su hermano Américo más serio

en esa "palidez del corazón" y esa melancolía de ojos grandes

y ese humor apenas sonreído y ese cuidado "artista" para no cansar la yerba... 340

Beltrán, con toda el alma en la flor de su sonrisa,

como conteniéndose a cada momento en el abrazo que era todo él para el cariño,

para todo aquello que hacía saltar igual que una llama su pureza siempre pronta...

Hipólito, literalmente tallado en maderas búdicas: un enjuto sakiamuni

de fina nariz larga para las esencias clásicas y las destilaciones modernas...

y muy ceremonioso y muy prolijo y muy atento para la "galleta" que a veces asumía...

Carlos Bernabé, de cuando en cuando, cejaba su tensión en una de ésas sus risas...

Y eran Guerra Junqueiro, y Barret, quienes, en la voz de Amaro, tenían la palabra...

A Carlos, el tercer Carlos, lo traía el estío, más blanco aún de gran ciudad,

con los últimos "frissons" y una sonrisa afilada para todas las "arrugas"... 350

Venía con él el Negro Luis, impaciente de tropos y de faldas, pero con sed de agua sola...

—Oh, detallábamos juntos, sobre el "biciclo", muchas fugaces dulzuras del camino,

y en la canoa "celosa", por la isla, muchas intimidades del reflejo-

Venía también con él el "Paisano Conrado" y sus aires esmerados y su nobleza de harina

y su plateada sencillez inmune y su kodak bajo el brazo...

Con él, luego, las mejores letras del mundo y sus más arduos secretos...

Con él, el arrabal, y sus menores cosas compartidas, y espiritadas,

y sus tragedias, ay, y sus alivios cuando la luna naciente encendía el acordeón...

Con él también el río y el destino de su elegía amarilla...

Con él las estaciones y su giro triste como el paseo de la plaza... 360

Con él parte de la noche que "conocía" tan bien y que usaba hasta el límite...

Con él en la tierra y en el cielo y en el ángel hasta no ser a veces más que uno...

Con él, en fin, en la 'luz de provincia" que habría de macerar aún,

y en la "rosa infinita" y en esa vaga mujer que venía del sur...

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Oh, todos los papeles de la inquietud los tenía de allá, por él.

Y por él "El paisano de París" y por él "La capital del dolor",

y por él todas las voces nuevas de Francia y el canto de los cinco continentes,

en su trasiego íntimo y bondadosamente paciente, entre mate y cigarrillo...

Por él, ah, el primer Supervielle y las primeras maniobras para hacerme ir a otros.

Y por él, y por César, y por Policho, al cabo, los menos malos hilvanes en la primera luz... 370

A Don Cesáreo lo había visto por el Parque pero lo conocí mejor, allá,

por el "Potrero de Ferreyra", sobre los tapices muertos de la orilla:

un aparecido rey de ese otoño con el cetro de la caña de pescar...

Pero esas arenas y ese recodo y esos árboles lo rendían como una música,

y en el lento regreso, sus notas, de azul místico también, eran otras nieblas que subían...

Allí asimismo el gran taller de luz en sus sueños y en sus manos,

y sus barbas, y sus ojos de fuego, y sus caballos, y sus perros,

pero allí al mismo tiempo ese "nocturno" perdido con una dulce luna de redil...

Y Mario, Mario, con sus ojos grandes y la regadera vespertina sobre el cuadradito de césped...

Y mi vuelta tardía con la lejana ciudad oscura ya, y la iglesia señera, 380

sobre las ruedas rápidas que apuraban en la arena, contra los postes, el último celeste...

* * *

Y había nacido el hijo y lo lleváramos al Parque, en los tardeceres puros:

había tenido fe en los átomos rosados y violetas y verdes sobre su vida de meses.

¿Quién podía saber de los rayos de ese sueño sobre su tierno "sueño'?

Oh, su "sueño de verdad" solía venir en la chacra "abuela" con "berceuses" moduladas

por los silbos de la avena y los soplos de la alfalfa, en la medida de los grillos...

Y ya en la "casa del Parque", de nuevo, las rondas bajo la vereda alta

con "Boquinera", con Martín, con "La Negra", con "La China", y una luna también niña

a pesar de los modos de la arena para atraerla hacia sí y tenderla eternamente...

Y él venía a quedar a veces en el centro del círculo, y él estaba en el centro del mundo, 390

en el centro mismo de un canto que le hacía una guirnalda, bajo una luz de elfos...

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Y él por poco se perdía entre el avenal vecino con la "Diana" humildísima.

Y él tenía una revelación casi edénica con los gatitos que aparecían debajo de la "Pita".

Y él sabía de las pieles eléctricas y de las patas de seda de los duendes de la casa:

de "La Negra", del "Pochongc/', del "Pochito", del "Ajeno", del "Bijou",

que se iban de repente a otro planeta, por turno, bajo un llamado misterioso...

Y él descubría cabellos de lluvia en los llantos verdes que la canoa turbaba...

Y fue otra casa en el barrio, honda, ella, con los dones del año:

en todas las dulces hijas del jardín y del huerto amadas por la luz.

Allí más cerca de las ranas y de los grillos, mis amiguitos antiguos... 400

Oh, una noche de esteros y como de avenida crecía también numerosa:

los arroyuelos de la calle del sur, las zanjas de la "calle ancha", la laguna del baldío,

y las otras zanjillas y cañadas, hasta el río, y la isla, y más allá...

todo tenía su palillo de cristal y su flautín y su estridulo

y su arrullo agudo y fino, seguidos o alternados, en una infinita urdimbre baja,

pero la sombra que subía, de coro, terminaba por ahogarlos en una croada marea grave

hasta que ella quedaba como suspendida en un flujo de gárgaras más profundas cada vez...

Allí más en contacto con el doloroso rostro de la orilla:

con esos silencios de harapos que me llenaban de vergüenza en el atardecer destacado:

yo, con animales "heráldicos" asomándome a los ranchitas sobre el agua 410

y a sus camas de bolsas y a sus chicos hacinados contra las pobres lanas vivas...

y el desdén de ese cielo como si todo fuera ya sin mancha...

Ah, la mujer de Martín flotaba en su voz pura, en su sonrisa pura,

y parecía que nada la hubiese tocado, nada, increíble sobre el drama...

—en tu pureza vencedora, sí, pueblo mío, yo encuentro siempre las razones de mi fe—

Y llovía a veces sobre el drama, y todavía a veces llovía sobre el drama...

Y yo se los aclaraba en ocasiones y ellos solían mirar por encima de él, allá...

Y una mañana el río medio seco allí recuperó por un canal su cielo errátil

y los vi a todos sonreír como si el día, el mismo día, ya corriese a sus pies-

Mas la hora de la "unión" vino. Vino, para la cuidada almita,

la hora de borrarse, de desaparecer en un gran deber consentido y amado.

420

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Vino la hora de integrarse en verdad y de ser fiel al viejo sueño.

Pero el arca no estaba vacía ante el profeta redivivo. Un dios se alzaba, sí, con el "fantasma"

que había recorrido Europa y daba la vuelta al mundo.

Un dios hecho de millones de manos que se hallaban a sí mismas en los primeros pasos de la nueva [ hermandad.

No había salidas aisladas, seguras, oh finos moralistas, oh dulces santos, oh puros místicos,

si ellas no se encontraban en la gran salida inicial de la serie de salidas, en ascensión continua...

Hasta las ramas de las galaxias, escondidas por la polvareda cósmica, estábamos ligados, y más allá...

pero nosotros mismos éramos átomos locos, y afuera era la jungla, la verdadera jungla.

Eramos granos en el aire, sin tierra para morir serenamente, y devenir... 430

Eramos creación fuera de la gran creación, como olas fuera del mar en un vacío imposible...

Pero estaba la Casa, pero estaba la Ciudad, y la visión se haría a la par...

Y descifraríamos "la voz de las estrellas", sobre las altas cimas, en las lunas profundas...

Y nos inclinamos humildes sobre los "humildes" mitos del gran crimen

con el fino instrumento que El pusiera "sobre los pies" como una palanca salvadora.

Ah, la criatura estaba enajenada también desde abajo en la gracia de sus manos

y había que devolverle esta gracia para que lo fuera de verdad con su propia medida.

Y alrededor de la "Cartilla" estaba Roberto, estaba Emma, estaba Marcelo,

estaba Alejandro, estaba Ernesto, estaba Felipe, estaba Julio...

Y llegó Mateo que por cierto quería ir más ligero que la música, y salimos... 440

Y las palabras de Mateo, en la "tenue" de entonces, quemaron una esquina céntrica,

en el primer círculo atento y defensivo del "evangelio" que nacía...

Y los cuatro oídos pobres de la ciudad, luego, resonaron con las mismas palabras,

y hubo manos viejas, y manos maduras, y manos jóvenes, que venían, como pájaros ofrecidos,

t batiendo...

Y llegó Lito, todo chispas, para atraer más "discípulos" con los "altos sentidos".

Y llegó "El Loro", fresco de "Letras", pero ya muy macerado en las suavidades suasorias.

Y llegó otro Agustín, de voz simple, pero con una sed siempre curvada de cosas...

Todos, o casi todos, con una luz de "misión", y sobre los camiones ocasionales,

y sobre los techos de los trenes de carga, y en carros, y a pie...

Y algunos ya con las señales de la "honra" sobre la piel y en los arcos del pecho 450

cuando no con el color del pálido té único con pan...

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En el aura del sauce La brisa profunda 61

Era la nueva nobleza asimismo porque era el sacrificio.

Y cada uno dio "sus" horas al "servicio" con una unción rendida.

Y empezaron a moverse por ahí los brazos caídos, y a unirse,

y los útiles a juntarse, y los oficios a soldarse, en una nueva dignidad también,

por los latidos todos del pueblo, y de las chacras "idílicas" y de los campos "felices"...

Y el rígido "espíritu" de la ciudad nos tuvo frente a él

—no es la lucha igualmente aquí una manera, un medio de la unidad buscada,

y el amor acaso conserva, y acaso asimismo aquí no renueva siempre, y transfigura?—

con las páginas abiertas y las palabras del tiempo del mismo modo abiertas...

Había cerrado su línea clásica "el espíritu" y nosotros queríamos abrirla...

Queríamos nosotros enternecer todo, toda la dura realidad...

—Ah, unos años antes, Amaro, Carlos Bernabé y el otro Carlos, habían hecho finas armas

contra la "mise en scéne" montielera que erizaba el aire público de demasiadas lanzas,

y otro, después, ensayara las suyas contra las crinolinas que lo ahuecaban asimismo demasiado...

Y la inquietud humilde, y la otra, honesta, nos dieron su calor...

No olvido a Don Miguel, todo rayos, entre las "sillas de paja"...

Don Miguel, que habría de medir la ciudad como si ya pisara el porvenir,

con los mensajes urgentes, o las hojas, o su busca de luces...

Don Miguel, el primer evocador de llamas olorosas y su adorador más fiel

en la asamblea insular o ribereña que él abría fatalmente con otro fuego, escrito...

Don Miguel, de voz antigua, dulcemente quebrada sobre la guitarra final-

Don Miguel, que desplegaba "poemas", mientras machacaba las suelas, en papeles finos y larguísimos.

No olvido a Antoñico, de ojos españoles y que sonaba también como un noble metal...

No olvido a Pancho, lento en encendedores y caricias de bibliómano,

pero hidalgamente plantado allí donde la "nueva caballería" lo buscara...

No olvido a Don José Segundo, con sus resinas siempre listas contra los bastiones recientes...

No olvido a Don Mauricio, en su gentileza inclinada y su gran sonrisa blanca

dando todas las veces la hora justa sobre el umbral de la puerta...

Por las alfombras ganadas pasaba el viento del país y el viento extraño.

Roberto, con la sensitiva de su "mitad", delicadamente verde entre las ráfagas contrarias;

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 7 2

Roberto, todo sentidos, y medio extraviado ya en una gran sala de espejos,

pero humildemente en sí y fuera de sí ante una flor de cardo o un tallo de biznaga,

ante la luz casi invisible del paisaje más apocado,

ante el celo de otro que no se daba del todo ni en sus voces ni en sus luces

perdido en un secreto remoto que parecía bajar al agua de repente,

—oh, nuestros días a la orilla del Minguerí, con Protacio...—

Roberto, un niño en una quinta madura, y más que un niño, a veces;

Roberto, apresurado tras su sombra por los climas que se le creerían más ajenos,

pero capaz de tender el oído durante horas y horas para sentir "crecer las hierbas", 490

de hundirse en la mirada de un pobre perro encontrado y en la de un chico desvalido;

Roberto, capaz de hallar i o s dientes de perlas" de todos los pobres perros del mundo:

Roberto, solía ser el huésped dispuesto, el mejor huésped dispuesto.

Allí Carlos con su "punto de vista de Sirio" y su filo súbito

que se apresuraba a embotar a veces con una cortesía infinita.

—Ah, él se inclinaba ante la pasión, y era el más tierno amigo, y era el compañero más leal...

Era de diamante, sí, como sus poemas, pero era de un diamante herido por ahí.

Allí, cuando estuvo Raúl, Marcelino, aún inédito, pero con la gravedad de su destino.

Allí, de tiempo en tiempo, Julio, delicado, en su día permanente de geranio,

y Emma, Emma, con sus grandes ojos buenos a flor de su iluminada cara buena... 500

—Emma y Ernesto, tenían, por su lado, y lo hacían muy bien, el domingo de un diario.

La noche de los barrios, al fin, sola, fue la que entre sí continuó unida.

No faltó la vela clandestina sobre la "mesa" improvisada y numerosamente acodada, a veces.

Por las arenas, ya, por las arenas, y por el barro imposible.

La noche sabía de Luciano, sabía de Secundino, sabía de Cipriano, sabía de Alejandro,

los ágiles de la "fe", incansables, con la llama siempre pronta.

Y yo conocí, oh ciudad, como no lo había hecho antes, tus harapos dormidos y tus lejanas gracias

[ veladas:

la calle azul de vapores que descendía entre rosas hacia potreros de perla...

las vereditas "afirmadas" y cercadas, contra los jardines adivinados...

los ranchitas de ceniza oscura en la luna aún más blanca por ahí, sin alambrados... 510

y un alma toda de jardín, en la vuelta, ajándose en la sombra tardía al pasar por ese lado "la calle t ancha".

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 7 3

Y las tristes casas de ladrillos sobre las calles con zanjas y pasos de madera.

Tristes, ay, a pesar de sus follajes y de las glicinas invasoras...

Tus harapos dormidos, ciudad, y tus gracias veladas, y tus gracias desaparecidas:

¿desde cuándo eso se había ido, ido, y había allí criaturas?

Y conocí también en la noche más pobre y en la luz más batida

la gracia de tus almas más sencillas bajo la herida lírica:

era un surtidor que se abría, imposible, bajo las palabras que "no eran para ellas"

pero que ellas hacían suyas como hacían suyo el aire sin tratar de "comprenderlo"...

y el agua, y las arenas, y las cosas todas del pago, y esa vaga música del pago... 520

Como no trataron de "comprender" a esos ojos que por primera vez las tocaran en fuentes

[ parecidas...

Te conocí pues, ciudad, por algunos lados de tu pena y de tu noche

y en la pureza de esa maravillada flor sensible de tus hijos más marginados...

¿Cómo no habías de ser tú, pensé algunas veces, la honda ciudad órfica,

si hasta por allí, por las arenas, había una sed, justamente de arena, de la ligera agua del cielo?

Si nosotros, ay, por otro lado, les hubiéramos "devuelto" su más propio canto inconsciente

o el que habían menester para ser más dueños de sus días y esperar...

Y te conocí en la luz que no llegaba a tocarte mucho, alada

o suspensa en quién sabe qué sentimientos difíciles, por tus olvidos, ciudad...

Una calle que se te iba por ahí, entre matorrales, como una niña verde... 530

Otra de apenas huellas que se detenía, sombría, ante un peral enorme...

La de más allá que pasaba soñando ante las altas tapias de una quinta...

Aquéllas que buscaban el día y bajaban suavamente como a una dulce playa...

Aquéllas del poniente que hacían dormir el sol desde la media tarde...

Aquéllas hacia el norte con un anhelo de cuchillas, y las hacia el sur, de islas...

Aquéllas que parecían salir para las estaciones y ser las primeras en tener sus signos leves-

Te vi una vez, ciudad, volviendo en tren a ti, por el Paso de Alonso:

era un giro blanco de ovejas, que ordenaba desde el centro la Iglesia como gótico pastor...

Otra, como la rosa de siempre, en la final hondonada, ofrecida toda al día

para hacer más transparentes y eternos los éxtasis del tiempo... 540

También lo mismo que una larga isla fosfórica, entre la intermitente agua lívida de abajo

y el abismo puro de arriba, como en un trance místico, en el regreso atardecido de Carbó...

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Juan L. Ortiz Obra Completa 4 7 4

Y una de las últimas, ay, como la propia rosa limpia que se dejaría por otra cosa.

Una rosa lisa de acuarela, apenas dorada, dando por todos lados a un feliz filo de tarde...

Pero llegó Juan José, ciudad, para tomar sobre sí tu dolor callado y tu gracia lastimada.

Y fuiste tú y lo de más allá, al fin, una gran "mujer de silencio", una "infinita mujer de tala y sauce"...

Con él, de nuevo por tus dulzuras pasmadas y huidas a la vez por tus llagas quietas...

Con él, por tu cielo indeciso y tu humus esencial y tus humildes hijos de pie...

¿No me viste ciudad, antes de dejarte, compartir con él y Gualterio

la tarde que te iba dejando para ser un lago afuera, 550

infinitamente ligero, en que hasta tus heridas más profundas flotaban?

Pero él era el preferido de lo que todavía no había tenido voz en ti,

y eso le dio su corazón olvidado, sangrando, y él lo alzó hasta el suyo,

y lo puso frente a la luz que veía ya para decirle su destino...

Porque todo tiene el suyo, ciudad, y nada, ahora, impedirá que florezca.

Ochocientos millones de criaturas allá, lo tienen desde su nacimiento,

en sí, y alrededor de sí, como el derecho y el don de la verdadera dignidad.

Y el tuyo se alzará de las tierras oscuras igual que el mismo día, recién hallado, de las quintas,

y que tu propia torre aérea, cada vez más subido, bajo un cielo de paloma...

Nunca te faltó, por otro lado, quienes desde su sitio, lo fueran modelando: 560

ahora mismo está otro Juan José con todas sus vigilias puestas en el camino de ese día,

y está el "aire adolescente" de Alfredo con su melancolía nueva y alta,

y está Cachete con sus pastas graves, y está Juan Luis con sus climas interiores,

y está Carlos Hipólito con sus masas inquietas, y está Mario con sus fantasías delicadas,

y está Ernesto, oh, está Ernesto, que te ordena y te revela la melodía de tus luces...

Nunca te faltaron, Ciudad, los Zapata, que te libraran de las extrañas fuerzas pesadas.

Marchabas, sí, a pesar de todo, con los pasos del mundo, pero con los pasos que avanzaban.

Y cuando esas fuerzas se abatían sobre ti, de lo hondo de ti salían las tuyas

como las gentiles deidades nunca dormidas del nativo monte íntimo

de la mano con los mitos más intensamente vivos en que el tiempo se miraba, 570

y hete al punto en tu línea ligera y profunda a la vez, clara e íntima a la vez,

alada como otra victoria en el encuentro siempre justo con el héroe...

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En el aura del sauce La brisa profunda 4 7 5

Salud, ciudad mía y universal, salud "rosa infinita", salud paisaje puro,

estado, más bien, humilde, bajo una luz o en una luz por otro lado reverente...

Si ello no fuera irrespetuoso y algo frivolo os diría que me disteis "el estilo",

pero me disteis mucho más en una como pálida mano sin fin abierta:

me disteis el dolor del hombre, sangre oscura por ahí, cayendo, cayendo sobre las mismas flores,

y me disteis el honor del hombre en la sonrisa que volaba sobre la propia horrible lástima...

—Oh, no dejó de dar ni el campo la criatura alta y fuerte en que su pena se hace fuego:

fuego tierno, y acero, y fidelidad, al frente de la lejana lucha hermana: 580

las colinas de "La Aldea" lo vieron hacia el monte, niño aún, con el hacha,

y lo acogieron a los años con la figura de una invocación en una sola llama: José!

Salud, ciudad mía y universal, salud "rosa infinita", salud paisaje puro-

Para ti, ciudad, en tus cientos setenta, ay, este pobre ramillete de momentos,

pero también el voto de la rama de olivo para que tus modos en el tiempo

sean eternamente los de un jardín que anda y, en el filo del viento, los de un ala toda blanca...

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En el aura del sauce Notas 8 9 7

La brisa profunda

En una carta de 1953 (ver Envíos), Ortiz men-ciona la escritura del "largo, larguísimo" poe-ma "Gualeguay", poema pensado inde-pendientemente del libro La brisa profunda (que estaba ya listo para su publicación), al que finalmente se incorpora:

Pisarello pasó por acá y lo interesé en la edición de La brisa profunda, que así se llamará lo que ya está preparado, fuera del poema a Gualeguay, aunque éste, para no demorar mucho su salida, a pesar de su extensión, podría ir al final de esa "brisa".

A Prestes Es un poema relacionado, por su temática, con los poemas "Diana" de El agua y la noche y "Elegía, a Julieta" (ver Poesía medita), escritos

todos a la muerte de un perro. Pero también está relacionado con los poemas autobiográfi-cos "La casa de los pájaros" y "Gualeguay", con los que tiene en común tiempos, lugares y personajes:

v.42 verdad Julio, verdad Emilio, verdad [ Marcelo, verdad Alfredo, verdad

[ Carlos, verdad Israel?

Por ejemplo el tiempo del animal, su historia (si se la puede llamar así), se superpone y se entrecruza con la historia que se narra en "Gualeguay" y en "La casa de los pájaros". En el libro hay asteriscos entre los versos 53 y 54, y entre los versos 81 y 82 (que no se conservan en la edición Vigil), que dividen el poema en tres partes. Son tres partes que se distinguen con claridad:

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1) Rememoración del tiempo compartido, tiempo de plenitud, acrónico. 2) La historia de Prestes. 3) La agonía. La historia de Prestes comienza en Londres ("del otro lado del mar"), cuando parte un barco en pleno bombardeo alemán durante la Segunda Guerra mundial ("llenos de laure-les") hacia una estancia inglesa en la Argenti-na con una pareja de galgos. Una cría de esta pareja le es regalada a Ortiz, que le pone el nombre de Prestes en homenaje a Julio Pres-tes, el político brasilero que accediera a la presidencia en 1930. La infancia transcurre en Gualeguay:

v.67 Cerca del río inmóvil, allá [...]

La juventud en la "Casa de los pájaros" (ver notas):

v.75 Tu juventud fue luego de anchas pistas, de [ los grandes potreros con cardos

[ de Carbó.

Aquí la historia de Prestes, que se interrumpe con el traslado a Paraná, continúa en el poema siguiente: "No estás...". Hay una breve alusión a la casa de la calle Tucumán de Paraná, la primera que habitó Ortiz en esta ciudad, en el cañaveral que esta-ba al fondo de la casa (ver nota al poema "Del otro lado..." de La orilla que se abisma), donde fue enterrado Prestes:

Marzo, entre las cañas, sigue lloviendo sobre ti...

No estás... Toma el momento inmediatamente posterior al poema "A Prestes", luego de la muerte del perro, el momento de la ausencia. Lo primero que el poema "dice", entonces, es ese hiato inevitable entre un poema y otro, ese distan-ciamiento, recorriendo los lugares donde la ausencia sigue presente.

v.5 Pero veo tu sombra, mi amigo

Los recuerdos no se superponen a los recuer-dos anteriores. Se relata el tiempo último, la vida en Paraná en esa casa de la calle Tucu-

mán, marcada por la terraza y la escalera:

v.71 ...no bajas la escalera como en los últimos tiempos

Al igual que en los poemas "Gualeguay" y "La casa de los pájaros", este otro ciclo de poemas autobiográficos también se construye sobre el espacio de las casas en las que se ha vivido y sobre la circulación de una casa a otra. El perro, como animal doméstico, mantiene una particular relación con esta vida de la casa. Con su muerte, se lleva, como dice el último verso del poema "Diana":

mucho de mi alma y de mi casa

En este sentido ver la corrección a este último verso donde se reemplaza "espíritu" por "casa". Los versos 33 ("NO ESTÁS..."), 55 ("NO ES-TÁS...") y 70 ("Y AY!...") en el libro están margi-nados de manera diferente a los otros versos (diagramación que no se conserva en la edi-ción Vigil). Están casi centrados, distinguién-dose claramente, por la diagramación y por el uso de las mayúsculas, casi como si fueran títulos. Títulos incluso "a la manera" Ortiz, repitiendo parte del verso que le sigue. En cada uno de esos momentos irrumpe, do-lorosamente, el presente, la realidad, impo-niéndose al pasado (en el uso del pretérito indefinido del Indicativo, el verbo por excelen-cia del relato, el de la rememoración). Y es como si el poema recomenzara entonces. Como si el pasado fuera una enfermedad cuyo humor el poema, haciendo irrumpir una y otra vez el presente, debe curar. En este poema falta el nombre del perro, que rige en cambio el poema anterior, como si de esta manera ya comenzara el distanciamiento. Otra variante con el libro:

v.60 las ideas fáciles del aire, de las hojas, de los trinos

En la edición Vigil va en un solo verso.

A la orilla del arroyo... En el v. 10, "juego séreo de recatos" tanto en el

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En el aura del sauce Notas 8 9 9

libro como en la edición Vigil. Lo tomamos como una errata (aéreo), que corregimos.

Voces... Los versos 1,14,23,35,42 y 50 comienzan, en el libro y en la edición Vigil, con un guión de diálogo y unas comillas que no cierran. Como si cada una de esas "Voces" se fueran desdibu-jando para ir a confundirse en un coro. Lo mismo sucede en "El arroyo muerto" de El aire conmovido. En aquel caso puede tratarse de un error, en éste, en cambio, hay una utili-zación sistemática de este recurso.

Y todos los días... El v.29, tanto en el libro como en la edición Vigil.

Dónde al débil melancolía, la descortés [ melancolía, pues?

que corregimos considerándolo una errata.

Pueblo costero En el v.62 de la edición Vigil, figura "ciriríes", igual que en el v.103 del poema "Al Villaguay" (El junco y la corriente) y el v. 146 de El Guale-guay. En todos los casos lo reemplazamos por "siriríes".

Gualeguay Aunque viene después de "La casa de los pá-jaros" y de "Villaguay", "Gualeguay" en reali-dad debe ubicarse antes de estos dos poemas, o, para ser más precisos: entre estos dos poe-mas. La cita que abre "Gualeguay", que hace referencia al v. lo de "Villaguay" ("Está en todo mi corazón pero allí estuvo también mi infan-cia"), viene a reparar cierta incompletud que pesaba sobre ese verso, modulada en la pala-bra "también". Es interesante señalar que la cita del poema "Villaguay" presenta una va-riante, un cambio de ubicación en el verso de la palabra "también", que se da en el original, en el libro, y en la edición Vigil. El "Pues", entonces, con que comienza el poema "Guale-guay", como retomando una conversación suspendida unos momentos antes, recompo-

ne esta falta: la infancia del poeta transcurrió en Gualeguay (los tres primeros años fueron de Puerto Ruiz), y "también" en Villaguay. En el libro hay tres asteriscos de separación entre el v.34 y el v.35 que fueron sacados en la edición Vigil. Los puntos suspensivos con que termina el v.34 (¿hacia otros países celestes?), son el comienzo de la vida en Montiel, en Mojones Norte. En la elipsis que se abre a partir de ese momento, y que aquellos asteris-cos señalaban, podría perfectamente insertar-se el poema "Villaguay". Estos asteriscos fue-ron desplazados más bien al final del v.74. De esta manera se configura una gran primera parte que incluye los distintos alejamientos de Gualeguay (primero la mudanza a Mojones Norte y Villaguay, luego los años vividos en Buenos Aires) hasta el asentamiento definiti-vo del poeta en la ciudad. A partir del v.75 comienza la vida en Gualeguay y donde el poema termina viene el tiempo vivido en Car-bó (ver notas a "La casa de los pájaros") y luego el trasplante a Paraná (ver notas a El álamo y el viento). Respondiendo a Veiravé, que le solicitaba "da-tos biográficos" para el Estudio que estaba preparando, Ortiz, en una carta (ver Envíos), lo remite a los poemas "Villaguay" y "Guale-guay". Entre una primera afirmación: "soy un hombre sin biografía" de 1937 y esta respuesta a Veiravé (el biógrafo) treinta años después, se construye una doble operación de exclu-sión de lo biográfico: la biografía no es impor-tante (de ahí la serie esquemática de hechos que Ortiz repite en todo reportaje o nota en que se le pide "referencias a la vida") y al mismo tiempo la biografía lo es todo, sus lími-tes se confunden con los del poema, con los de aquellos poemas donde las señales de lo biográfico son más claras, más referenciales, pero también con los limites de todos los poe-mas, con los limites del Libro. "Lo que yo he hecho ha sido autobiográfico no confidencial", dice en un reportaje. Mastronardi, al recibir La brisa profunda, es-cribe una carta a Ortiz (citada por Veiravé en La experiencia poética) en donde le señala dos

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cosas sobre el poema "Gualeguay":

La libertad y la modestia parecen las líneas ver-tebrales de este óptimo trabajo. Pero creo que necesito ser más explícito: digo "libertad", por-que creo que dejas fluir, de modo desasido y espontáneo, tu mundo íntimo, tus recuerdos más firmes, tu dadivosa subjetividad. Y hablo de "mo-destia" porque las personas y los hechos que finamente convocas vienen a ser, ya reunidos, como un secreto carnet del alma, como una vasta ternura retrospectiva que no aspira a lograr au-tonomía "exterior". Pienso en el lector —no de nuestro medio y nuestra época— y me pregunto si los nombres que le propones son canjeables por imágenes para él.

La manera "desasida" con que fluye el poema (un poema extenso, un poema narrativo), que señala Mastronardi es, en efecto, una de sus notas principales. Fundada por el coronel Tomás de Rocamora, en 1783, la ciudad de Gualeguay es celebrada por Ortiz al cumplirse sus 170 años. Por ser el poema celebratorio de una ciudad (ver, en esta edición, Martín Prieto, "En el aura del sauce en el centro de una historia de la poesía argentina"), es llamativa la ausencia de su historia, o al menos de los temas que suelen girar en torno a ciertos tópicos históricos, como por ejemplo la fundación. La narración del poema se centra en otras historias y sólo hacia el final aparece la única mención a la historia de la ciudad:

v.566 Nunca te faltaron, Ciudad, los Zapata, que [ te libraran de las extrañas

[ fuerzas pesadas.

donde lo histórico propiamente dicho es des-plazado. El pueblo de Gualeguay, hacia 1810, se había plegado a un movimiento contrarre-volucionario, subordinándose a la corona de España. Bartolomé Zapata, el criollo mencio-nado por el poema, lidera un pequeño grupo de patriotas que expulsa a los españoles. El poema menciona a este personaje "histórico", pero lo hace deslazándolo a un estadio ahistó-rico (los Zapata).

En su forma y en sus temas el poema evade constantemente su propio origen celebrato-rio. En la misma época Ortiz compone un "sonetíl" que lleva, también, por título el nom-bre de la ciudad. Los dos "Gualeguay", poema y soneto, se ubican de tal manera en las antí-podas de la celebración que se constituyen, el uno para el otro, en su revés perfecto. A dife-rencia del poema extenso, "Gualeguay" sone-to, por su forma, y por su tono enfático, se ajusta perfectamente a los requisitos de la ocasión: puede ser leído en actos públicos, puede ser publicado en folletos, boletines, re-vistas, periódicos. Pero ni los desplazamientos que realiza el poema sobre este motivo celebratorio, ni la desmesura atípica con que se constituye (ele-mentos evidentes que, además, en la compa-ración con el soneto se vuelven paródicos), terminan de caracterizar este desasimiento, esta libertad con que trabaja. Para desprender-se de lo celebratorio, el poema se constituye desplazando la Historia hacia otras historias: la historia política, la historia social, la historia cultural, literaria, la historia privada. El poema desplaza, por ejemplo, la historia política de la ciudad narrando la historia de la formación política del poeta en su credo comunista, inte-grándose a una gesta pueblerina hacia "una nueva dignidad..., / por los latidos todos del pueblo, y de las chacras 'idílicas' y de los campos 'felices'..." (v.455/6). Gesta que tiene su culminación:

v.457/60 Y el rígido "espíritu" de la ciudad [ nos tuvo frente a él

[...] con las páginas abiertas y las palabras del

[ tiempo del mismo modo abiertas... Había cerrado su línea clásica "el espíritu" y

t nosotros queríamos abrirla...

Mastronardi se refiere a este pasaje en sus Memorias de un provinciano, publicadas en 1967, donde relata esta lucha contra el "rígido espíritu de la ciudad", instalando el campo de batalla en una Biblioteca, en cuya comisión acompaña a Ortiz:

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Hice cuanto pude por secundarlo en la tarea de quebrantar la rutina que pesaba sobre el organis-mo educacional del cual dependía la biblioteca. Esa racha de aire nuevo, como ocurre siempre, causó algunos constipados espirituales. Suscita-mos una creciente prevención en los socios que, para no ver perturbadas sus estáticas concepcio-nes del mundo y de la cultura optaban por "no innovar". Logramos darle acceso a Proust, pero nuestras reiteradas menciones de Joyce no tuvie-ron eco. Sin ninguna ironía nos preguntaban: ¿Quién lo conoce aquí? Empezaban por el fin, y, además, como lo próximo parece más real que lo remoto, querían poblar los estantes de libros enérgicamente nacionales. Según los más teme-rosos (entre los cuales se contaba un agrónomo que hizo traer un manual de apicultura y otro sobre la siembra de la remolacha forrajera), es-tábamos llevando adelante un plan revoluciona-rio, cuya primera etapa consistía en desviar a la juventud del recto camino. En opinión de algu-nos socios, Ortiz y yo habíamos invitado, para que ocuparan la tribuna de la entidad, a escrito-res de la Capital Federal que no hicieron sino apresurar ese proceso lamentable. Los visitan-tes, sin embargo, fueron los hombres más lúci-dos y tranquilos de la generación llamada de Martín Fierro, como también algunos profesores cuyas ideas nada tenían de aterradoras. De nada valían las explicaciones. El recelo ganaba los ánimos, la curia dijo su palabra reprobatoria y algunos rentistas cautelosos retiraron sus aho-rros de los bancos para evitar que un golpe de mano de las supuestas brigadas de choque los dejara en la calle..."

Pero al ubicar el escenario de esta gesta en una Biblioteca, Mastronardi en cierto modo reescribe esta culminación de "Gualeguay" tratando de mantener cierto dramatismo y, al mismo tiempo, desdramatizándolo política-mente. Sobre este texto de Mastronardi, podemos articular una lectura del poema en tanto el relato de la formación del poeta hasta su en-frentamiento con la "rigidez" de la ciudad (a lo que le sigue la expulsión, podríamos decir:

primero a la Casa de los Pájaros, luego a Para-ná) . Una manera parcial pero posible de lectu-ra. Leyéndolo de esta manera, podríamos pen-sar que el poema narra tres momentos: un primer momento de dudas que culmina en el v.74 con la radicación en la ciudad, un segun-do momento de vida en la ciudad, y un tercer momento de trasplante. Leyendo así "Guale-guay", como la historia de un trasplante, Mas-tronardi lee también su propia historia:

La vida nos separó uno o dos años después de estas batallas electorales. Regresé a Buenos Ai-res para integrar la redacción de El Diario. Mi amigo Ortiz, que tenía un empleo en el Registro Civil en Gualeguay (asentaba las fechas que son más importantes para los humanos), luego de jubilarse, radicó venturosamente en Paraná. No quiso dejar su Entre Ríos.

Quizá esta lectura ya estaba en la carta citada anteriormente, donde Mastronardi menciona en otro pasaje, como antecedente del poema, a la Divina Comedia, otra historia de una ciu-dad, otra historia de un exilio. Y esto en rela-ción, también, con el segundo señalamiento de Mastronardi: la manera como un lector futuro leería los nombres evocados por el poe-ma. Un tema de difícil discernimiento: ni Mas-tronardi ni Veiravé (ambos mencionados, am-bos "parte" del poema) supieron qué hacer al respecto. ¿Cómo leer las marcas que el poema pone sobre los nombres, si las que lee Mastro-nardi seguramente son diferentes de las que lee Veiravé? Incluso, suponiendo un lector ideal (coincidente con el mismo poeta), que descifrara todas estas marcas: ¿hasta dónde es posible correr un velo que el poema tan pa-cientemente teje? De hecho el mismo poema muestra cómo de-ben leerse los nombres. Construido sobre la historia subjetiva que, como decíamos, ha des-plazado a la historia de la ciudad, traza una linealidad muy pocas veces quebrada que va desde la infancia hasta el momento en que el poeta abandonará la ciudad a principio de los años cuarenta. Esta historia subjetiva se arti-cula sobre distintas casas: las casas de la vida

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de soltero (la casa de la calle Ayacucho, la casa sobre el Parque) y las casas del poeta casado (una primera en el centro, de nuevo la misma casa del Parque, y luego otra casa en el ba-rrio) , que se corresponden con casas reales en las que vivió Ortiz. Respecto a la casa del Parque, en un reportaje que le hiciera Mario Alarcón, Ortiz dice:

...un poco de bohemia orillera, si cabe la palabra, porque se daba en las orillas, allá en la casa esa que está frente al parque, ahí donde viví mucho tiempo de soltero y después de casado también, a la que Mastronardi llamó el "Ateneo ribereño".

(El "Ateneo" está mencionado en el v.315). Los hechos y sus personajes están claramente referenciados a algunos hechos y personas de la vida "real". Esta fuerte referencialidad de los personajes está, al mismo tiempo, desdibujada por la escisión, en todos los casos, del apellido, y en algunos casos por la utilización de apo-dos, nombres que difícilmente trascienden la esfera de lo familiar. Pero sólo están desdibu-jados. Ningún nombre debe confundirse con otro y se evitan las superposiciones organizán-dose cuidadosas series: el primer Carlos, el segundo Carlos, el tercer Carlos; Agustín, el otro Agustín. La historia subjetiva sobreimprime la historia de la ciudad, pero también la historia cultural, la historia literaria de la ciudad, dándole una dimensión propia. No es muy difícil, aun para un lector distante, encontrar en el campo cul-tural, literario de aquellos años, las referencias que permitan ubicar a muchas de las personas referenciadas en el poema, según la importan-cia de su actuación. Y éste es el punto (los sistemas valorativos de este campo cultural) que el poema cuestiona. La historia subjetiva asignará sus propios valores. Hay personajes benéficos como Salvadora Medina Onrubia (v.62), nacida en Gualeguay y casada con Natalio Botana, director de Crí-tica y como el pintor naturalista Cesáreo Ber-nardo de Quiroz (v.370/8), con quienes el poeta no puede dejar de mostrarse agradeci-do. Los buenos oficios de ambos quedan con-

signados en un artículo publicado el 6 de mar-zo de 1914 en la revista Fray Mocho por Salva-dora Medina:

Hijo de la aldea, vivió allá siempre. Dibujaba. En la escuela del Paraná sus compañeros nos peleá-bamos por guardar sus dibujos. Retrataba a sus condiscípulos, y en las tapas de los libros hacía las caricaturas de los maestros. Cesáreo Quirós vio los dibujos de Ortiz. Y bien sabía Quirós que cualquier pibe de cara sucia que en la escuela traza cinco rayas, puede llevar escondido un artista futuro. Y en Ortiz lo vio perfectamente. En aquel tiempo Quirós, rodeado de todos los chicos del barrio, en un barracón del Paraná, lleno de luz, trabajaba para obtener su primer premio en la Exposición del Centenario. Quirós y Ortiz se hicieron amigos. Quirós dejó al muchacho rayar y pintar... Y cuando regresó a Roma quiso llevárselo. "En este chico hay un artista, un bravo y verdadero artista... Estudiará bajo mi dirección y le conseguiré una beca del gobierno", se dijo Quirós. Y la madre de Ortiz, una gruesa señora muy buena, se opuso. Ella lo quería mucho; no podía separarse de él.

0 personajes trágicos como Carlos F. (v.57/8), que quizá se trata del poeta mencio-nado por Veiravé en La experiencia poética-.

En esos años estudiantiles anuda amistad con un poeta, Carlos Gianello, joven suicida que estre-meció la paz pueblerina con un balazo encendido de romanticismo anárquico, con quien mantuvo las primeras experiencias rimadas...

A estas evocaciones Ortiz apenas dedica algu-nos versos, lo que contrasta claramente, por ejemplo, con la extensión dedicada a la convi-vencia, en la casa del Parque, con Poroto, el pintor (v. 155/229), o al romance con Ella, la futura compañera (v.242/89). De esta manera el poema articula su narración según sus pro-pias leyes, acelerándose o deteniéndose, con un ritmo interno. A los ejes mencionados: la historia de la ciu-dad, la historia de la formación pob'tica del poeta, la historia de las casas, la historia sub-

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En el aura del sauce Notas 9 0 3

jetiva, debe sumársele, obviamente, la historia de la formación literaria del poeta. Una histo-ria que, en cierto modo, comienza con Poroto, el pintor y poeta: las cabeza de Verlaine, Poe, Tagore, Cervantes, Barret, en barro, cera y óleo, sobre las repisas, la mesa y la pared de la casa del Parque, decoran el escenario de la formación iniciática de la que Poe es el guía (v.215/9). Poe, "tal que en él mismo al fin la eternidad lo hubo cambiado" (v.216), en la traducción literal del primer verso de "Le Tom-beau d'Edgar Poe" de Mallarmé (Tel qu'en Lui-même enfin l'éternité le change...^, tan literal como un ejercicio (que se puede con-trastar con otro ensayo de traducción en los v.28/9 del poema "Fue en la lluvia de Husain" de El junco y la corriente). Poe y Mallarmé, entonces, como guías del aprendizaje. Mastro-nardi, en sus Memorias..., también describe este escenario:

En sus habitaciones de paredes rugosas y puer-tas con antiguos pasadores de hierro que nunca utilizó —confiaba en la honestidad de sus veci-nos— vi algunos retratos que eran obras suya...

Ortiz escinde su primera formación en la pin-tura, separándose de esta actividad que recae sobre Poroto. Así Poroto, el pintor, compone una suerte de alter-ego de la iniciación artística (de la misma manera que Juan, el Renguito lo es de la iniciación política). Esta historia literaria de la ciudad de Guale-guay tiene sus precursores en Mastronardi y Villanueva, quienes "habían hecho finas ar-mas contra la 'mise en scène' montielera" (v.463/4, alusión a una poesía épica anterior: ver "Algunas expresiones de la poesía entre-rriana última", en Comentarios), sobre todo Mastronardi cuyos poemas "Luz de provincia" (que sigue corrigiendo, macerando, durante muchos años) y "La rosa infinita" del libro Conocimiento de la noche (1937) Ortiz recono-ce como antecedentes de su propia poesía (v.36l/4) y del poema "Gualeguay" en particu-lar. Una historia que tiene su hito en el impulso que Mastronardi, Córdova Iturburu ("Poli-cho") y César Tiempo dieran al libro El agua

y la noche en la selección de "los menos malos hilvanes en la primera luz..." (v.370). Una his-toria que, naturalmente, tiene su centro en el mismo Ortiz (ver nota a "El paisaje en la poesía entrerriana última", en Comentarios), y su con-tinuación, alejado el poeta de la ciudad, en Juan José Manauta, que ya había dado mues-tras de sus posibilidades en su primer libro La mujer del silencio, del que se cita una imagen de la ciudad como "infinita mujer de tala y sauce". En esta imagen de la ciudad como una mujer, encuentra Ortiz, probablemente sus primeras imágenes, por ejemplo las del poema "Entre Ríos" de El agua y la noche. Por último, a esta trama de historias desplaza-das y marginales con que se construye la his-toria de la ciudad se le suman la historia de las lecturas. Aquí desfilan todos los nombres de la formación y la filiación. Aquí están las lectu-ras solitarias o compartidas, y las discusiones:

v.494/7 Allí Carlos con su "punto de vista de [ Sirio" y su filo súbito

que se apresuraba a embotar a veces con una [ cortesía infinita.

—Ah, él se inclinaba ante la pasión, y era el más [ tierno amigo, y era el compañero

[ más leal... Era de diamante, sí, como sus poemas, pero era

t de un diamante herido por ahí.

Discusión que Mastronardi continúa en Me-morias...

...el lector que está solo y que desea aplicar un criterio judicativo a la obra que tiene entre ma-nos, cumple ese propósito dentro de un ámbito puramente subjetivo, librado a sus recuerdos, a sus gustos, a su espíritu sin ventanas. Dadas estas condiciones, entrega a la sensibilidad lo que es pertenencia del juicio. Por consiguiente, el valor histórico de las obras, es decir, las reso-nancias que éstas suscitan en una época o en un ambiente —rebrotes, influencias, analogías— no ingresa en su apagado mundo especulativo. Las circunstancias le impiden mover sus faculta-des analíticas; se convierte, pues, en pasivo con-templador del arte. En cuanto se vuelve total

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consentimiento, cabría decir que su modestia excesiva lo entorpece. Por mucho que su riqueza interna sea considerable, acatará con veneración inocente los nombres y los títulos que propagan las decisivas ciudades. Y esa mansa actitud aca-bará por anular todo sentido crítico. Ignoro si las cosas han cambiado, pero estas modalidades eran muy fuertes a principios de siglo, cuando conocí a Ortiz. .Quizá yo le llevé un poco de la dureza estimativa que aprendí en Buenos Aires. Por lo demás, antes de abandonar la provincia y de confrontar puntos de vista por la vía del diálo-go, estas propensiones fueron también mías. Un fervor a la vez avasallante y fácil me privaba de esa libertad que es condición del buen discerni-miento.

Se conserva parte (las dos primeras páginas y la última) de una copia mecanografiada en hoja grande, tamaño oficio, con tinta roja, en catorce páginas. Hasta donde se puede ver es una versión definitiva, con pocas variantes:

v.564 y está Cúneo con sus masas inquietas, y [ está Mario con sus fantasías

[ delicadas,

"Cúneo" está tachado y es reemplazado por "Carlos Hipólito", como queda en el libro, y

que viene a ser el Cuarto Carlos.

v.582 y lo acogieron a los años con la figura [ de una invocación en un sólo

[nombre: José!

últimos versos:

pero también el voto de la rama de olivo para [ que tus pasos en el tiempo

sean eternamente los de un jardín que anda y, [ en el filo del viento, los de

[ un ave hacia arriba...

En el libro hay pocas variantes. Además de los asteriscos entre los versos 34 y 35 que comen-tamos anteriormente, la única importante es:

v.459 y el clamor acaso conserva, y acaso asimismo aquí no renueva siempre,

[ y transfigura?—

En el v.5, tanto en el libro como en la edición Vigil: "Y en el 'escuela vieja '" que corregimos como una errata (por otro lado, así está en la copia). También corregimos como una errata, en el v.375, "eran" en lugar de "era" (como figura en el libro y en la edición Vigil), entendiendo que este verbo está en relación con "sus notas".

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