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  • CFC (G): Estudios griegos e indoeuropeos2008, 18 337-346

    ISSN: 1131-9070337

    Luis Gil: un logos gegrammnos siempre vivo

    Emilio SUREZ DE LA TORRE

    Universidad de Valladolid

    En el corto espacio de tres aos hemos podido ver nuevas ediciones de dos obrasmagistrales de Luis Gil: Therapeia (2004) y Censura en el Mundo Antiguo (2007)1.Eran reediciones totalmente necesarias, porque son obras imprescindibles. Y, des-graciadamente, poco o mal difundidas, por las circunstancias histricas de su pri-mera publicacin. Por eso considero necesario dedicar unas pginas a estos dos hitosde la Filologa Clsica espaola: espero que, de algn modo, se despierte el interspor las mismas en aquellos que se inician en el estudio de la inmensa riqueza cultu-ral de Grecia y Roma; y espero asimismo contribuir a que los ya iniciados no lasolviden como referencia obligada.

    Therapeia es probablemente la mejor obra que se ha escrito en el siglo XX sobremedicina popular griega y, no en vano, contina siendo un ensayo fundamental (yseminal) sobre los numerosos aspectos que en ella se incluyen. Hay que llamar laatencin en primer lugar sobre el subttulo. Escrito en los aos sesenta, con una tra-dicin de Filologa Clsica en Espaa an poco dada a romper esquemas, Luis Giltuvo el valor de adentrarse en un territorio an salvaje, en el que el armamento delfillogo deba completarse con el de los conocimientos mdicos, la antropologa, laetnologa y una sutil metodologa de penetracin en la psicologa y las caractersti-cas de las sociedades griega y romana en sus diversos momentos histricos. Es,pues, un ejemplo de profundizacin en la cultura de estas sociedades a travs de susmodos, actitudes y respuestas ante la enfermedad. Ese carcter pionero en nuestrosestudios, ese salto a la otra cara de la vida de los griegos y romanos, al mundo de loirracional2 (que no ilgico) y esa apertura al espacio de las creencias y prcticas no-cientficas de dichos pueblos configuran una obra que, tanto en su primera aparicincomo en esta edicin, contiene el germen de otras muchas y numerosas tendenciasde la Filologa Clsica, desarrolladas tanto en nuestro pas como fuera o que an hoypodran ser susceptibles de desarrollo.

    La divisin temtica de la obra establece una panormica en la que casi ningnaspecto posible se escapa al anlisis. El lector abandona cada una de esas partes coninformacin ms que suficiente, pero incentivado y espoleado en su curiosidad paraconocer ms de todas ellas. La primera establece el marco general: Enfermedad,

    1 Therapeia. La medicina popular en el mundo clsico, Madrid, Triacastela, 2004 (1. edicin,Madrid, Guadarrama, 1969); Censura en el Mundo Antiguo, Madrid, Alianza Editorial, 2007 (1. edicin,Madrid, Revista de Occidente, 1960; 2. edicin, Madrid, Alianza Editorial, 1985).

    2 Del impacto que la obra de E. Dodds ejerci sobre Luis Gil no hay duda alguna.

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    sociedad e individuo (pp. 19-57). En ella se perfila el camino a seguir por el autory se toma postura frente a las dos orientaciones, histrica y etnolgica, que se ofre-cen como alternativas al investigador del tema. Luis Gil considera que la sociedadgriega no es en absoluto un modelo simple y que incluso el concepto de cultural pat-tern debe ser entendido, en el caso de los griegos, de modo plural, segn momentos,ciudades y grupos tnicos. Escrito en entraable sympatheia con la metodologacientfica de Pedro Lan Entralgo, el estudio establece el modo en que la vivencia dela enfermedad se manifiesta entre los Antiguos, con ideas entre las que destaca laapreciacin de que la nocin de enfermedad como contingencia fortuita es exclusi-va del pueblo griego, sin que falte la creencia en un castigo divino en determina-dos momentos (especialmente en poca arcaica) o incluso, con el estoicismo, lavisin de la enfermedad como prueba, tan cara al cristianismo. Tanto en Greciacomo en Roma la consideracin de la dolencia (fuera de las tendencias cientficashipocrticas) se mova en un terreno que oscilaba entre la supersticin y la religin;de esto ltimo ser un exponente la gran importancia del culto de Asclepio.

    Sigue despus el estudio de los protagonistas de la prctica mdica: Mdicos,Iatromanteis y Hombres divinos (pp. 59-83). Es un apartado breve, que encerrabadesde que se escribi la semilla de un desarrollo del tema que no tard en producir-se. Se observa aqu cmo la figura del mdico como profesional respetado, e inclu-so especializado, coexisti en Grecia desde tiempos muy antiguos con la de losmedicine-men de prodigiosas cualidades. Desde la primera publicacin de estaspginas, numerosos estudios, en Espaa y en el extranjero, han desarrollado las ideasque aqu se contienen, a veces sin hacer referencia al planteamiento de Luis Gil.

    Tras los protagonistas, Luis Gil nos lleva al territorio del mito: Enfermedad ycuracin en la Mitologa griega (pp. 85-134). Tan vasto campo est sustancialmen-te resumido. Encontramos proyectada al territorio del imaginario la figura del mdi-co y del iatromantis (ilustrada esta ltima con la fascinante genealoga de losMelampdidas). Asimismo Luis Gil repasa el modo en que se describen diversasafecciones (normalmente heridas) en personajes mticos, como Filoctetes o Tlefo.Siguen pginas esplndidas sobre la afeccin punitiva (lepra, ceguera y locura), lafarmacopea mtica o las manifestaciones de la enfermedad y sus remedios enHomero, para concluir con un resumen muy rico de esta consideracin mtica de laenfermedad, en la que prcticamente los nicos procedimientos que no aparecen(por recientes) son la incubatio o la medicina astral.

    La abundancia de estudios que en los ltimos decenios se han ocupado de lacuestin de los rituales de purificacin, por una parte, y de la magia (una de lasestrellas de la filologa clsica actual), por otra, demuestran que Luis Gil habarealizado una esplndida investigacin en la parte cuarta, titulada Contagio, manci-lla y transferencia (pp. 135-213). Los apartados de este captulo analizan con sutildetalle procedimientos que, en ltima instancia, responden a una misma concepcinbasada en esa posibilidad de transferencia, en ambos sentidos (entre sanador y enfer-mo y viceversa), a lo que se suma el concepto de homeopata y su contrario. La des-cripcin de los mtodos catrticos con agua, sangre y fuego (con una interesantecombinacin de testimonios mticos, literarios y de los iamata de Epidauro) es deuna solidez admirable y lo mismo cabe decir de la descripcin de los procesos de

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    contactus y contagio, o de los de homeopata, alopata, simpata y antipata, tanimportantes en los procedimientos mdicos populares de todas las pocas. En rela-cin con los ltimos conceptos, Luis Gil presenta pginas muy esclarecedoras acer-ca de su presencia en la filosofa griega tarda y, al mismo tiempo, sus consecuen-cias para las creencias mgicas. Por ello dedica asimismo otras pginas a los trata-dos y corrientes antiguos de medicina mgica. Se discute despus con detalle la uti-lizacin de materia mdica animal y, con no menor rigor, la materia ltica. Tantoestas pginas, como las que siguen sobre los amuletos y las curas por homeopata ytransferencia, son un tesoro de ideas y datos sobre temas que no pueden estar hoy enda ms en boga entre los estudiosos.

    De la accin, la parte quinta pasa a la curacin por la palabra: Teraputica y far-macopea epdicas (pp. 215-280). Se trata de un anlisis exhaustivo de todos los pro-cedimientos de esta naturaleza, componiendo un panorama completo respecto a lascreencias mgicas, ya iniciado en el apartado precedente. No slo se enumeran lasdiversas prcticas, sino que se dedican varias pginas a la valoracin de la epod porlos Antiguos, por las que apreciamos que, a pesar de diversas opiniones peyorativaso negativas de determinados autores, su aceptacin estaba bastante generalizada eincluso penetra en la literatura mdica.

    La parte sexta aborda otro aspecto que de nuevo nos introduce en el mundo deuna de las creencias ms extendidas en el Mundo Antiguo: La enfermedad comoposesin demonaca (pp. 245-280). Bajo este epgrafe Luis Gil aborda la cuestin dela explicacin de las enfermedades (y de toda alteracin psicosomtica del indivi-duo) como efecto de la actividad de entes externos al individuo que pueden llegar apenetrar en el mismo. Es el caso de las nefastas keres, mencionadas desde las fuen-tes ms antiguas, de los dmones o del ephialtes. Pero tambin se estudian las enfer-medades que suelen interpretarse como posesin por tales entes o incluso pordivinidades: la locura y la epilepsia. Por ltimo, en interesantes pginas, se analizael fenmeno tardo de la generalizacin de los dmones.

    Un variado contenido encontramos en la parte sptima, dedicada a Teraputicay profilaxis expulsatoria (pp. 281-348). Especialmente relevantes son los captulosdedicados al empleo de la msica en los procedimientos teraputicos. La incursinpor las prcticas modernas para establecer un paralelo con las antiguas es de una efi-cacia sorprendente, para entender los mecanismos en el uso de tales procedimientos:ni siquiera faltan lneas dedicadas al tarantismo, que habran satisfecho al mismsi-mo Ernesto De Martino. Tambin la danza, el exorcismo o el ayuno profilctico sonsometidos a revisin.

    No poda faltar una parte sobre La medicina sacra de Asclepio (349-399), unaparte que, por s sola, constituye un admirable tratado sobre el tema. Luis Gil, granconocedor del mundo de los ensueos en Grecia, analiza con detalle el fenmeno dela incubatio, los procedimientos de cura de Asclepio y se atreve, en inteligentespginas, a plantear una interpretacin de los milagros de Asclepio, sobre el trasfon-do de la prctica coetnea de la medicina, pero sin olvidar el componente psicolgi-co de tales fenmenos y el contexto histrico y social en que se producen.

    Por ltimo, igual que la parte precedente puede considerarse un manual de ini-ciacin a la medicina de Asclepio, la novena y ltima del libro, titulada La iatroma-

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    temtica o medicina astrolgica (401-457) es un clarsimo compendio de esta parti-cular ciencia, que se establece en Grecia a fines de la poca clsica, pero que conta-ba con antecedentes egipcios y de otros pueblos. Luis Gil demuestra que el arraigode estas creencias entre los griegos contaba con el frtil suelo de diversas tradicio-nes y creencias helnicas, algunas de las cuales se tratan precisamente en los cap-tulos precedentes: el hombre como pequeo universo, las teoras sobre la simpa-ta universal, la atomstica democritea o algunas de las doctrinas pitagricas sin dudaenlazaban con facilidad con la nueva corriente. Asimismo debieron de engarzarfcilmente con creencias de antiguo cuo, como las referentes a la simpata lunar, alas que se dedican aqu magnficas pginas. Por lo dems, los aspectos sustancialesde la medicina astrolgica encuentran aqu cobijo en apartados de cuidada elabora-cin: los conceptos de macrocosmo y microcosmo, la melotesia, la literatura iatro-matemtica o el pronstico genetlaco.

    Censura en el Mundo Antiguo es un libro de valor permanente. Escrito en cir-cunstancias histricas en las que era necesario, precisamente, pasar la censura, LuisGil tuvo la habilidad de no levantar sospechas en el censor de turno, por lo que, consu habitual sentido del humor, el autor recuerda lo siguiente en el prlogo a la segun-da edicin:

    Los censores decidan a su arbitrio, segn la mayor o menor amplitud de su cri-terio, con plenitud de atribuciones. Aunque, en honor sea dicho de la verdad, habamuchos que no se tomaban demasiado en serio su trabajo y se caracterizaban por susorprendente lenidad. En este nmero estaba, sin duda, quien dej salir mi libro, talcual se haba escrito, sin enmienda ni raspadura, sin la menor alteracin. Y desde aququiero expresarle mi agradecimiento por algo en s contradictorio, a saber, que miCensura pasase la censura, si de ella caba extraer la moraleja de una censura de la pro-pia censura.

    Triste es, no obstante, que el prlogo de la edicin que aparece cuando el autorha cumplido ochenta aos tenga un cierto toque de amargura, cuando manifiesta queel libro se reedita

    en un momento en que se estn implantando nuevas formas de coartar la libreexpresin del pensamiento, prevalindose bien de la disciplina de partido o sindicato,bien del respeto a los derechos histricos o los hechos diferenciales, bien del temor atransgredir lo polticamente correcto.

    En cualquier caso, son formas de limitacin bien distintas de la censura que LuisGil estudia en su obra y que, como es lgico, oscilan en el Mundo Antiguo entre elamordazamiento de la libre expresin por razones religiosas o la prohibicin pura-mente poltica, aunque a veces se justifique especiosamente unas causas por encu-brir las otras.

    El libro se articula en seis partes, de las que slo la primera se refiere al MundoGriego (Grecia, pp. 39-118). Sus tres captulos recogen los aspectos ms sustanciales,en un recorrido temtico, pero histricamente organizado. El bloque ms amplio, dedi-cado a la creacin literaria en la polis, se extiende desde Homero hasta el siglo IV. Tras

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    una reflexin sobre el testimonio de los primeros poetas (en los que se refleja el gustogriego por el debate, pero tambin las consecuencias de la envidia y la maledicencia),Luis Gil analiza el papel de las tiranas en relacin con la creacin literaria. Definelas reformas de Clstenes de Sicin como el primer ejemplo de censura literaria (p.48), pero reconoce que los tiranos dispensaron un claro trato de favor a la creacinliteraria (de manera, naturalmente, interesada), aunque ningn ambiente ser tan posi-tivo con el de las antiguas politeiai oligrquicas y democrticas: considera que loscasos de Safo y Alceo en Lesbos y de Arquloco en Paros son prueba de ello3. No obs-tante, el talante cambia ya frente a las opiniones de los filsofos, con un exponenteclaro en los avatares de los pitagricos. Por otra parte, la naturaleza de un estadocomo el espartano, a raz del rigor de la legislacin atribuida a Licurgo, muestrancmo un estado de floreciente tradicin potico-musical ve radicalmente endurecidoel ambiente poltico y social para tales manifestaciones. Luis Gil se detiene en el casode la tajante eliminacin de los poemas de Arquloco, el defensor de la huida segura4.Pero tambin quedaron suprimidos de este estado gneros como el teatro: En unapalabra, los beneficios de la cultura se sacrificaron en aras de la seguridad interior(p. 61)5. En cuanto a Atenas, el panorama es mucho ms rico. La ciudad de la iso-noma, la isegora y la parrhesa pasa por momentos muy diversos en su historia, peroen general predomina una libertad efectiva, aunque esto no impide tendencias ymomentos en que aqulla se ve limitada. En primer lugar, desde Soln los legislado-res trataron de poner cortapisas a los excesos verbales. Como era de esperar, fue lacomedia objeto de los ms repetidos intentos de limitacin de aqullos, como lodemuestran los sucesivos decretos del siglo V (en general, destinados a frenar el ono-mast komodein), aunque la verdad es que se vieron abocados al fracaso. Por el con-trario, mucho ms grave fue lo que sucedi con la censura religiosa. Y no slo por lagravedad que supona la contravencin de la ley sobre la asbeia, sino por el enrare-cimiento del ambiente de libertad de opinin religiosa que se desencaden frente a losfilsofos, sofistas y los crculos intelectuales de la Atenas de Pericles y posteriores.Luis Gil analiza muy bien las consecuencias de un decreto tan radical como el que eladivino Diopites consigui que aprobara la Asamblea (430 a. C.), que declaraba habaque denunciar a quien no creyera en las cosas divinas o diera explicaciones sobre losfenmenos celestes: el destierro de Anaxgoras, la quema de libros de Protgoras y,en ltima instancia, la condena de Scrates muestran las consecuencias de semejantemedida y del ambiente creado. Por ltimo, algunas medidas de carcter poltico, ten-dentes a cortar amenazas contra el estado, en parte suscitadas por los sucesivos inten-tos de ataque contra la democracia; junto ciertas normas contra la libertad de palabrade los oradores y, finalmente, algn intento en el siglo IV de cerrar las escuelas filo-sficas (todo ello sin grandes repercusiones) conforman el panorama de la censura enAtenas en poca clsica en lo que se refiere a la libertad de palabra.

    3 No obstante, los datos de la inscripcin del Archilocheion de Paros, con la biografa relatada porMnesepes, apuntan a una reaccin hostil de los ciudadanos.

    4 Y ahora que conocemos su criterio en casos de peligro (hay un momento para huir), podemosentender mejor su nula adecuacin al entorno espartano...

    5 Que el censor de la primera edicin no se percatara de la carga de esta frase es asombroso!

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    Ahora bien, en la Atenas del siglo IV, y en el seno de esa democracia ateniense,el conjunto de las teoras de Platn acerca de la ciudad ideal constituye un sorpren-dente ejemplo de propuesta de rgimen poltico basado en una estricta censura de lacreatividad literaria, magnficamente sintetizado por Luis Gil. En efecto, con laexcepcin de los himnos religiosos y la comedia (pero llena de limitaciones forma-les y de contenido), los gneros poticos quedan expulsados de la ciudad platnicapor razones morales y religiosas. La asbeia de la ciudad platnica adquiere una tri-ple dimensin (atesmo, afirmacin de la despreocupacin de los dioses o de su faci-lidad para ser persuadidos) y el detalle de la legislacin que la penaliza es verdade-ramente espeluznante. Como bien observa Luis Gil, las propuestas de tan insignefilsofo tendrn una nefasta influencia de largo alcance, registrada, entre otros,incluso en los Padres de la Iglesia.

    Llegados a la poca helenstica, el autor resume con precisin los rasgos de lasmonarquas helensticas acerca de la cuestin de la censura. Por un lado, la creacinliteraria se vio coartada por la necesidad de mantener una relacin de servilismo conlos monarcas helensticos, erigidos en autoridad para sustentar el criterio tambin enese terreno. Casos como el del gramtico Dfitas, ejecutado por su ataque a la his-toricidad del asedio de Troya, son espectaculares. Pero, como era de esperar, la eli-minacin de libertad de palabra afect asimismo a los gneros teatrales (con lacomedia como gran vctima), la retrica poltica, ciertas corrientes filosficas (conel epicuresmo como objeto de los peores ataques) y, en general, otros movimientosintelectuales. Por otra parte, en una sociedad en que tambin la religin tiene unavertiente oficial en la que incluso cabe el culto al monarca, dicha faceta quedar tam-bin a su arbitrio. Empieza as una peligrosa tendencia a la persecucin religiosa,muy agudizada en la monarqua selucida, con los judos como vctima principal:En poca helenstica se perfil, pues, una poltica represiva que anticipa a la quehemos de ver en accin en el Imperio romano (p. 118).

    El desarrollo del tratamiento de la censura en Roma comienza en la parte segun-da, dedicada a La Roma republicana (119-156). Es ste un perodo marcado sustan-cialmente por la censura religiosa, concretada en la peridica quema de libros decontenido adivinatorio y mgico. En una palabra, aquellos que podan fomentar unestado de opinin que contribuyera a desestabilizar la tradicin religiosa y a la mani-pulacin de las masas. No obstante, como bien observa Luis Gil, dichas cremacio-nes se produce entre el 213 y el 181 a. C., es decir, en el momento decisivo de asi-milacin de la cultura griega por los romanos y, asimismo, de importacin dealgunos cultos griegos u orientales. Esa resistencia a las innovaciones y a los hipo-tticos peligros de la externa superstitio se manifestaba tambin en la oposicin adeterminadas corrientes filosficas, pero, a la postre, ni la una ni la otra se impon-dran, sino todo lo contrario. Frente a la progresiva aceptacin de estas novedades,algunos casos reflejan una fuerte resistencia. Tales son la expulsin de los caldeosel 139 a. C., las persecuciones de prcticas religiosas judas o, en ltima instancia,dos notables ejemplos de castigo de crmenes contra la religin, como los que pade-cieron Q. Valerio Sorano (por revelacin de secretos religiosos) y el clebre NigidioFgulo, acusado de sacrilegus. Por otra parte, en poca republicana (ya desde la Leyde las XII tablas) se encuentran las bases de lo que luego sern instrumentos de cen-

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    sura literaria por parte de los emperadores, slo que no estamos en condiciones deasegurar que realmente se trate de ataques contra textos escritos. En efecto, las leyesque tratan de proteger los delitos de injurias verbales (como la lex Cornelia de iniu-riis) y el amplio concepto de laesa maiestatis y afines, en manos de los emperado-res, se convertirn en un poderoso instrumento represivo.

    Y este ser, pues, el talante que, con oscilaciones segn los emperadores, predo-minar en el siglo I de nuestra era, tal como se aprecia en la parte tercera (Los empe-radores del siglo I, pp. 159-214). En efecto, este perodo estar marcado, de modogeneral, por una constante tendencia a la represin, muy especialmente de carcterpoltico y literario, siempre en funcin de la mayor o menor prudencia del gober-nante de turno. Una de las consecuencias ser la progresiva decadencia literaria.Otra caracterstica general es que, tras unos comienzos de una cierta libertad deexpresin (en los que se fraguaban vanas esperanzas), los mandatos de los sucesivosemperadores evolucionaban hacia una represin cada vez ms encarnizada. Lasoscilaciones se registran especialmente en la conducta respecto a la magia y la astro-loga. Asimismo todos los emperadores debern hacer frente a la profusin de unaamplia literatura clandestina difamatoria, bajo la forma de carmina probrosa o depanfletos, a la vez que hasta el codicilo testamentario acaba por convertirse en unavlvula de escape pstuma frente a la opresin poltica. En el mbito de la adivina-cin, un arma de doble filo en su vertiente poltica, la mayor persecucin la regis-trarn los libros sibilinos, frente a los que cada vez sern mayores las suspicaciasimperiales y que conocern diversas destrucciones (que culminarn, pasado el tiem-po en la eliminacin llevada a cabo por Estilicn). Esta ser la tnica general deAugusto a Domiciano, pasando por la severidad de un Tiberio, la lenidad de las pol-ticas de Calgula y Claudio, el terror impuesto por Nern, la campechana ecuanimi-dad de Vespasiano, que no excluy duras persecuciones de filsofos, que continua-ron con mayor dureza (tambin en otros aspectos) con Domiciano.

    En el siglo II (tema de la parte cuarta, El viraje espiritual del siglo II, pp. 215-245) se produce un sustantivo cambio en dos sentidos. Primero por la disminucinde la opresin en la persecucin de la produccin literaria o poltica y, por otro, designo muy distinto, por la creciente confrontacin que se va a ir registrando en elterreno religioso entre la religin oficial y las corrientes representadas por el judas-mo, el cristianismo y las religiones mistricas. Ese ambiente de exaltacin religiosano slo ser una marca de este siglo, sino que abonar el terreno para la evolucinposterior. Son varios los aspectos que lo configuran: creencia en aspectos sobrena-turales y prodigios incluso por intelectuales, revalorizacin de personajes comoApolonio de Tiana (perteneciente al siglo anterior), aparicin de embaucadorescomo Alejandro de Abonutico, descrdito y ataques contra el epicuresmo, revitali-zacin de la magia y de la astrologa y, con un endurecimiento progresivo (culmi-nado con Marco Aurelio), persecucin del cristianismo, considerado sin duda unpeligro contra la estabilidad del estado y de la sociedad (p. 245).

    El retorno a la represin poltica y la continuacin de la situacin creada por elauge del cristianismo marcarn el perfil del siglo III, analizado en la quinta parte (ElBajo Imperio, pp. 247-313). Desde Cmodo a Diocleciano asombra el nmero deemperadores indignos (250) y, en lo que se refiere a libertad de expresin, los resul-

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    tados estn en concordancia con el calificativo. Ello se refleja en la cautela que cual-quier literato tena que tener en sus manifestaciones (muy especialmente los autoresde teatro), ya que se encontraban con prohibiciones de todo tipo, lo que trajo consi-go un empobrecimiento del panorama literario, apenas aliviado con AlejandroSevero o Galieno. En cuanto a la situacin creada por la difusin del cristianismo,el principal problema lo representaba la apariencia de hostilidad hacia los poderespblicos que creaba el rechazo de los cristianos a participar en el culto oficial. LuisGil seala acertadamente que durante este siglo los emperadores ensayaron tres pau-tas bien distintas en su confrontacin con el nuevo credo: la localizacin del mal,cortando sus progresos; su tolerancia en la expectativa improbable de su absorcin;y la extirpacin radical por procedimientos violentos (p. 268). Eso explica las dife-rentes actitudes de los emperadores, que a veces llegan a un grado notable de tole-rancia (Heliogbalo, Alejandro Severo, Filipo el rabe, Galieno). Sin embargo,segn avanza el siglo las posturas se radicalizan. Se da adems el factor aadido dela reaccin anticristiana desde la filosofa neoplatnica, en la que la figura dePorfirio destaca especialmente. Por otra parte, la actitud oficial hacia todo tipo decreencias que levantaran la ms mnima sospecha de riesgo se agudiz con losSeveros. En esta actitud hostil se vieron envueltos tanto los practicantes de ritos adi-vinatorios, mgicos y similares, como los seguidores del cristianismo y del judas-mo. Ello produjo una tremenda represin no slo de tales prcticas, sino tambin delos escritos que las sustentaban, desde los papiros mgicos a las sagradas escrituras.Una ilustracin de esta actitud est en las nuevas normas jurdicas de la poca deCaracala, que abarcan adems un nuevo grupo de malditos: los astrlogos. Sinembargo, ser Diocleciano el que lleve a su culminacin la poltica persecutoria, estavez con un nuevo frente: el maniquesmo. Y, de alguna manera, el ataque desenca-denado ya en el terreno legal, mediante edictos, de las actitudes religiosas no oficia-les repercutir asimismo en el cristianismo, que conocer con este emperador su mscruel persecucin. sta tendr un aspecto estrictamente relacionado con la censuracontra la obra escrita, ya que ser frecuente el martirio en defensa de las sagradasescrituras, lo que tendr una natural repercusin en conseguir entre los cristianos unamayor valoracin de aqullas para la transmisin de la doctrina, frente al logos vivo.

    En la sexta y ltima parte (El Imperio cristiano, pp. 315-403) Luis Gil, una vezms, se anticipa a la eclosin posterior de estudios sobre las relaciones entre paganis-mo y cristianismo. Con una claridad de ideas y de exposicin sin par, asistimos pri-mero al trazado de un preciso perfil del Imperio cristiano. Primero a sus palpablescontradicciones, sobre todo en las primeras fases, con un pasado de cultura pagana quese haca patente por doquier. En el siglo precedente se haba llegado a la definitivasacralizacin de los emperadores, algo insostenible con el cristianismo, pero ese entor-no de consideracin sagrada y hiertica se mantuvo. Los Padres de la Iglesia se encar-garon de reforzar una justificacin teolgica de la teocracia imperial, lo que redun-dara en una actitud autoritaria exacerbada. Pronto, a pesar de cierta moderacin enemperadores como Constantino, la tolerancia fue desapareciendo, llegndose a extre-mos inconcebibles de control ciudadano. En este ambiente, la represin descargabasobre escritos y corrientes de todo tipo. Por ejemplo, la persecucin de los famosi libe-lli trajo de cabeza a ms de un Emperador. Pero era, sobre todo, el mundo de la mn-

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    tica y de la magia, una vez ms, el que atraa ms sospechas y persecuciones. Sobretodo desde Constancio se endurece esta persecucin y, a su vez, diversos conciliosharn hincapi en el ataque contra estas prcticas. Claro que, de nuevo, las contradic-ciones asoman: Constancio prohbe en el 357 todo tipo de prctica de magia y adivi-nacin, Valentiniano y Valente, muy supersticiosos, slo persiguen los ritos mgicos ysacrificios funestos nocturnos, mientras que un autor como Frmico Materno, astr-logo converso, trazar un perfil moderado de esta profesin, pero rechazar (por impo-sible) que se indague sobre la vida del prncipe. La historia de los siglos IV y V (sobretodo el primero) est llena de procesos por prcticas mgicas y destino similar corrila adivinacin. La culminacin, de las desgracias para la mntica pagana fue la quemade los libri sibyllini por Estilicn, el valido de Honorio. Por lo dems, la historia delos ltimos siglos del Imperio romano est marcada por una doble tendencia persecu-toria y censoria: la persecucin del paganismo, a veces con tintes muy violentos, y larepresin de las herejas, llevada a cabo con una saa mayor si cabe. En cuanto a loprimero, Luis Gil sigue con detalle los pasos de las diversas oscilaciones en la durezade la opresin de los ltimos paganos y, asimismo, estudia los testimonios de la acti-tud de stos frente a cristianos y judos, no menos variada. Porque es evidente que, porejemplo, algunos neoplatnicos se significaron en los ataques (por escrito) a los mono-testas, a veces con acritud; y es evidente tambin que Juliano, en su intento de recu-perar los cultos y tradiciones paganos, se caracteriz por una notable intolerancia.Ahora bien, no es menos evidente que las polticas represivas y persecutorias, denuevo, vinieron de la mano de los emperadores cristianos, y en diversos momentos seregistraron virulentos ataques y quemas de templos (recordemos el desesperado dis-curso de Libanio). Por otra parte, fuera de las decisiones polticas, hubo otras realida-des. Luis Gil dedica unas pginas, no carentes de admiracin, a la actitud de los Padresde la Iglesia, que en general nunca supieron renunciar al gusto por las letras antiguasy que intentaron llegar a un frmula de compromiso con esa rica tradicin. Pero noera, evidentemente, la postura destinada a triunfar, sino que progresivamente se acu-mularon las acciones destinadas a cercenar el enlace con la Antigedad clsica (denuevo las quemas de libros), con una actitud que se prolonga hasta la Constantinoplabizantina. En cuanto a la represin de la hereja, queda constancia clara de la durezade la misma y de su consecuencia: a veces persecucin y muerte y, en cuanto a la pro-duccin escrita, sucesivas cremaciones; y, para completar el cuadro, el primer ejem-plo de ndice de libros prohibidos, el Decretum Gelasianum.

    Y no falta un Eplogo (404-407) que resume bien la leccin que se extrae de todoeste triste panorama histrico. Las prohibiciones, las persecuciones de la obra escri-ta no tienen efectividad, sino que, por el contrario, acaban estimulando la circulacinclandestina de lo que se persigue (alguien, incluidos los que nunca compraban larevista, ha dejado de ver la portada ertico-principesca de el Jueves?). Aunque, afor-tunadamente, el principio no siempre se cumple: al librarse de la censura supresora,esta obra sigue aleccionndonos como lgos gegrammnos que tiene vida. Se podrdecir que esto es contradecir a Platn. Pero se nos puede permitir: para eso es unlibro de Luis Gil.

    Quiz me he excedido en la extensin y el detalle, pero creo que vala la penadedicar unas pginas a la difusin de estas dos obras maestras de la Filologa Clsica

    Emilio Surez de la Torre

  • 346 CFC (G): Estudios griegos e indoeuropeos2008, 18 337-346

    aprovechando el gozoso motivo de su reedicin. Son obras que hay que leer concalma, que no defraudan, y en las que la elegancia del estilo, la profundidad y pre-cisin de los conceptos, la claridad de exposicin y, ac y all, el inteligente buenhumor y la sutileza de Luis Gil nos hacen agradecer que sus pginas perpeten sudocencia.

    Notas y discusionesEmilio Surez de la Torre