abellan, jl - rafael altamira y el americanismo, un eslabón de la revolución modernista

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  • 7/24/2019 Abellan, JL - Rafael Altamira y El Americanismo, Un Eslabn de La Revolucin Modernista

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    JosLuis Abell n

    Rafael Altamira y el americanismo:un eslabn de la revolucin modernista

    Ateneo de Madrid

    Han tenido que pasar muchos aos para que al fin la revolucin modernistafuese plenamente reconocida. A lo largo de dcadas, que han durado casi unsiglo, el modernismo ha sido la alegre fantasa de los colores y lasformas, como un carnaval ms, sin que se cobrase conciencia de suimportancia ideolgica y filosfica. Afortunadamente las cosas han

    cambiado y hoy goza de pleno reconocimiento, hasta el punto de que podemoshablar ya sin empacho de revolucin. En efecto, el modernismo fue unmovimiento que entr en el siglo XX como un huracn que todo lo arrolla.Ese carcter revolucionario del movimiento se manifiesta en su actitud derebelda frente al pasado, una rebelda que se explaya en tres

    dimensiones:Rebelin filosfica contra el positivismo de la etapa anterior,reivindicando el valor de la vida, de la intuicin, del espritu y delmisterio.Rebelin literaria contra el naturalismo y el realismo, que habracaracterizado la novela decimonnica, desde Zola o Balzac hasta Galds oClarn.Rebelin social contra los valores de la burguesa como la utilidad y el

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    confort; frente a ellos se alzan los valores solidarios del proletariadoo los artsticos de la bohemia.

    A Rafael Altamira le alcanza plenamente esta revolucin por estarbiogrficamente situado a caballo entre los dos siglos. El ciclocronolgico de su vida (Alicante, 1866-Mxico 1951) sita los aos de

    formacin y aprendizaje en el mbito del positivismo que impera en elltimo cuarto del siglo XIX, mientras que los cincuenta aos restantes-los de su proyeccin e influencia-, le convierten en miembro de lallamada generacin del 98. Como el resto de estos, nace en la periferiay viaja siendo muy joven a Madrid, desde donde descubre a Castilla yEspaa; tambin como ellos se deja impactar por el desastre del 98, anteel cual reacciona con los mismos sentimientos de irritacin y pesimismo.Los aos de formacin y aprendizaje a que antes me refera estuvieronmarcados por la influencia institucionista y el correspondiente

    positivismo. Eduardo Soler Prez, catedrtico en la Universidad deValencia, donde estudi Altamira, era un Krauso-positivista convicto y

    confeso que dej una huella intelectual indeleble en el discpulo; esainfluencia se prolong despus en Madrid a travs de Francisco Giner delos Ros, con quien tuvo en esos aos mi mayor y ms ntima convivencia,segn su propio testimonio. No es, pues, marginal a su biografa el hechode que entre 1889 y 1897 ejerza como Secretario del Museo Pedaggico, unode los centros emblemticos del institucionismo en los aos finales delsiglo XIX.Sobre el fondo ideolgico dibujado va a caer el impacto del desastre en1898 como un revulsivo de su conciencia intelectual, invirtiendo el

    programa de regeneracin impulsado por Joaqun Costa y sus seguidores.El regeneracionismo que haba operado hasta ahora por unos criterioscientfico-racionales va a recibir un impulso nacionalista desde el cualse potencia el espritu nacional como un valor moral.Este impulso regeneracionista est muy bien caracterizado por unhistoriador que conoce muy bien la poca; as lo describe:

    La compleja personalidad de Rafael Altamira, su prolongada ypolifactica actividad y su extensa obra, desbordan probablemente sucaracterizacin reductiva como un simple regeneracionista del 98,

    pero, sin duda, existe una etapa regeneracionista fundamental en elproceso de formacin de Altamira como historiador que determina suproblemtica inicial -en el sentido althusseriano del trmino: su

    sistema de cuestiones o preguntas-, y va a marcar toda su obrahistoriogrfica, obsesionada por definir la constitucin interna ocomunidad de cultura (segn la concepcin de Fichte) de unaidealizada nacin espaola, como una de las primeras y msfecundas respuestas historiogrficas a la angustiada inquietud porel destino nacional que entraa el regeneracionismo del 981.

    Ahora bien, Altamira no dej nunca de ser fiel a su primitiva formacinpositivista; de aqu que el nacionalismo regeneracionista a que hemos

    aludido tenga que ser muy matizado, como lo hace tambin el mismohistoriador:

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    En el caso de Rafael Altamira su aproximacin al estudio histricode /lo espaol/, precisamente por responder a una orientacin ms

    profesionalizada o academicista del modelo historiogrfico (con susventajas y limitaciones que ya critiqu), resulta ser mucho msasptica y (supuestamente) /positiva/, y por tanto, mucho menos

    crtica y dramtica que la de la mayora de los regeneracionistasdel 98, pues Altamira no entra a fondo, por una parte, en elanlisis crtico del peculiar proceso histrico espaol, en cuantoste entraa una desviacin respecto del modelo europeo de Estadoliberal (burgus); mientras, por otra, ni siquiera se permitedefinir los elementos o rasgos fundamentales de la supuesta

    psicologa o carcter nacional2.

    En todo caso, el impulso nacionalista de Altamira tuvo una traduccin muy

    concreta e inmediata en su actividad intelectual. La primera manifestacinde dicho impulso es su disposicin a traducir los Discursos a la nacinalemana, de Fichte, texto fundador del nacionalismo alemn, lo que viene ahacer de forma casi paralela a la redaccin de su libro Psicologa del

    pueblo espaol (1899.1902), una referencia emblemtica del nacionalismoespaol impulsado por la circunstancia regeneradora. He aqu las propias

    palabras de Altamira:Escrib la Psicologa del pueblo espaol en aquel terrible verano de1898, que tan honda huella dej en el alma de los verdaderos

    patriotas por el afn de que surgiera, como reaccin al horribledesastre, un movimiento anlogo al que hizo de la Prusia vencida en1800 la Alemania fuerte y gloriosa de hoy da. Por eso tambin,acomet entonces la traduccin de los Discursos de Fichte. Lo que yosoaba era nuestra regeneracin interior, la correccin de nuestrasfaltas, el esfuerzo vigoroso que haba de sacarnos de la hondadecadencia nacional, vista y acusada, haca ya tiempo, por muchos denuestros pensadores y polticos, negada por los patrioteros yegostas, y puesta de relieve a los ojos del pueblo todo, con laelocuencia de las lecciones que da la adversidad, a la luz de losincendios de Cavite y de los fogonazos y explosiones de Santiago deCuba3.

    La conclusin que podemos establecer a raz de todo lo dicho es clara:Altamira es un noventayochista que no ha abandonado el esprituinstitucionista y el cultivo de la actitud cientfico-racional derivadadel mismo. Este carcter bifronte de su actividad intelectual se traduciren dos rasgos fuertemente caracterizadores de su personalidad:la preocupacin por el espritu cientfico de la Historia comodisciplina.La afirmacin de lo espaol como abierto a lo hispanoamericano, lo que

    explica el americanismo de Altamira.Abordaremos ambas cuestiones dentro de la brevedad que nos impone un

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    trabajo como el presente.En lo que se refiere a la primera de ellas -la preocupacin por elcarcter cientfico de la Historia- el dato fundamental est en sealarcmo Altamira, hijo al fin de su tiempo, no hace sino recoger unainquietud que estaba en el ambiente intelectual de la primera dcada del

    siglo XX: la discusin sobre el estatuto epistemolgico de la Historia, loque era una discusin afn a la que se haba producido en el mbito de lasCiencias Sociales referente a la Psicologa, a la Sociologa y a laAntropologa durante el ltimo tercio del siglo XIX. En el conjunto de lasCiencias Sociales, la Historia haba quedado abandonada sin que nadie seatreviese a blandir una lanza por su carcter cientfico; el debate sereabri en la primera dcada del XX con especial acritud, defendiendo las

    posturas ms opuestas. Un Dorado Montero, por ejemplo, partiendo de unpositivismo extremo, afirma que slo la Historia es ciencia verdadera, yaque es la nica disciplina que se ocupa de datos ciertosfenomenolgicamente establecidos, mientras las dems se pierden en vagas

    abstracciones. Por lo contrario, Julin Ribera, basndose en el principioaristotlico de que solo puede haber ciencia de lo general y nunca de lo

    particular, niega rotundamente el carcter cientfico de la Historia, porser sta el reino omnmodo de lo particular.En contraposicin con ambas posturas, Altamira parte de unacaracterizacin de la ciencia como conocimiento total (no fragmentario,

    parcial o incompleto), sistemtico (mantiene una relacin orgnica yestructurada entre sus partes), verdadero (existe una adecuacin entre elobjeto a conocer y su representacin en el espritu) y cierto (hay unacorrespondencia entre la verdad que proclama y su fundamento en documentosy evidencias). Ahora bien, la Historia cumple estos requisitos -esconocimiento total, sistemtico, verdadero y cierto-, luego la Historia esciencia, como pueden serlo tambin otras disciplinas que cumplan losmismos requisitos. As lo expresa de forma terminante en este prrafo: Elhistoriador que vea en su representacin mental todo un mundo de vnculosy congruencias entre las cosas y los fenmenos; que por efecto de esacontemplacin de nexos, se explique el proceso de la vida social en elmayor nmero posible de sus direcciones y partes y disuelva en unidadsuperior las aparentes contradicciones de ella; ese historiador, cuandoadems sepa traducir al exterior, por manera conveniente, tal estado de suespritu en obras escritas o habladas, y mediante esta traduccin externa

    sepa comunicrselo tambin a cuantas personas lo lean o escuchen; esehistoriador, digo, har o no har historia? Y si hace historia -algunadir que es el nico que hace verdadera historia-, no ser la Historiauna ciencia? En qu se distingue la labor de un historiador semejante dela que realizan los que se dicen hombres de ciencia y aun los msempingorotados filsofos?4. Gumersindo de Azcrate, que se identifica conAltamira en esa postura, le apostilla en tales afirmaciones, aadiendo:Quien tal haga, digo yo, lograr el conocimiento sistemtico, elconocimiento verdadero, el conocimiento cierto y, por tanto, uno quereunir todos los requisitos del cientficos5.En lo expuesto hasta ahora hemos visto un desarrollo del espritu

    institucionista de Altamira que fructifica en su fundamentacinepistemolgica de la Historia como disciplina cientfica. Nos queda ahora

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    por ver cmo su americanismo le vincula al regeneracionismonoventayochista, segn hemos sealado anteriormente.Uno de los rasgos que caracteriza la revolucin modernista es elmovimiento de aproximacin entre Espaa y Amrica Latina. Desde que en el

    primer tercio del siglo XIX se produjo la emancipacin poltica de los

    pases iberoamericanos, la distancia entre metrpoli y colonias no habahecho ms que aumentar, pero -justamente en la ltima dcada del siglo- elmovimiento se invierte. Una vez que se constata de manera fehaciente laamenaza representada por el expansionismo norteamericano, los pases deAmrica Latina experimentan una necesidad de acercamiento a Espaa, a laque ahora va a empezarse a llamar Madre Patria. El movimiento empezaren 1892 con la celebracin del IV Centenario del Descubrimiento de Amricay se descubre como tendencia irreversible en 1898, con la derrota deEspaa por Estados Unidos. No es momento de estudiar el proceso, pero no

    podemos olvidar que en 1912 encontrar una manifestacin culminante con lacelebracin del I Centenario de la Constitucin de Cdiz, en que los

    pases iberoamericanos se sintieron unidos frente al invasor napolenico.Se habla ya entonces de Hispanidad -vocablo que haba empleado por

    primera vez Unamuno en 1909- y tambin de Da de la Raza. Era unmovimiento de aproximacin mutua, que tuvo como protagonistas en Amrica aRubn Daro, J. E. Rod, Alfonso Reyes, Martn Luis Guzmn, PedroHenrquez Urea y Jos Vasconcelos, mientras en Espaa se hacen eco de lamisma tendencia Juan Varela, ngel Ganivet, Miguel de Unamuno,Valle-Incln y Ramiro de Maeztu.En la misma onda se va a mover tambin Rafael Altamira, que va a hablarahora de civilizacin espaola como la forma ms contundente dereafirmar el nacionalismo regeneracionista de los del 98, segn vimosanteriormente; en este caso una nacin que no se concibe separada de lasdel otro lado del Atlntico.As, Altamira se convierte, como los citados anteriormente, en portavozdel americanismo, si bien con una diferencia clara: el de losnoventayochistas se mueve en el orden cordial y sentimental, ya que surbita es la de la sensibilidad, mientras que en Altamira -acorde con suinstitucionismo- se realiza desde los cimientos slidos que dan estructuracientfica a un modelo historiogrfico. Esto adquiere carta de naturalezacon el viaje de Rafael Altamira en 1909-1910 a diversos paseshispanoamericanos. Como ha visto muy bien Rafael Asn: El viaje a Amrica

    de Altamira marca un punto especial de inflexin en las relacionesculturales hispanoamericanas. Contribuye, por un lado, a normalizar lasrelaciones entre Espaa y Amrica, las cuales haban sido harto precariasdesde la independencia de las repblicas iberoamericanas en el primertercio del siglo XIX. Y, por otra parte, constituye un punto de partida

    para nuevas iniciativas e intercambios de todo tipo6.Este americanismo de Altamira est por estudiar en toda su amplitud eimplicaciones, aunque no pueda caber duda sobre su importancia, como loacreditan los numerosos libros y estudios en torno al tema americano desdesu famoso viaje a aquel continente. En un brevsimo recuento puedenenumerarse los siguientes ttulos: Mi viaje a Amrica (1911); Cuestiones

    de historia poltica y social americana (1914); Programa de historia delas instituciones polticas y civiles de Amrica (1917); Espaa y el

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    programa americanista (1919); Medios de difusin del libro espaol enAmrica (1920); La poltica de Espaa en Amrica (1921); La huella deEspaa en Amrica (1924); Coleccin de Textos para el estudio de laHistoria de las Instituciones de Amrica (1926); Trece aos de la labordocente americanista (1927); ltimos escritos americanistas (1929);

    Contribucin a la Historia Municipal de Amrica (1951).La labor de investigacin sobre temas iberoamericanos -instituciones,historia, pedagoga, civilizacin, ...- no se limit a la realizacin deaportaciones puntuales sobre los distintos temas, sino que obedeca a ladefensa de unos principios que constituyeron la clave de bveda de suamericanismo. Estos principios se concretaron en los siguientes:

    La base demogrfica de cualquier labor americanista debe apoyarse en losespaoles residentes en Amrica. (Llmense gallegos, gachupines,refugiados, etc.)Los cauces propios de expresin de todo americanismo deben ser lasinstituciones polticas y civiles de Amrica.

    El americanismo para que sea fecundado debe enfatizar el sentidoprctico a travs de realizaciones concretas (pactos comerciales,intercambios, inversiones, etc.) frente a la retrica demaggica y vacade contenido.Es fundamental enfatizar el uso y defensa del idioma castellano.Es utilsimo empezar a considerar las luchas latinoamericanas por laemancipacin como una guerra civil, desarrollada dentro de un marco yuna atmsfera bsicamente espaola.

    Este ltimo principio es especialmente interesante y fecundo, a nuestrojuicio, pues basndose en l -como intentaremos mostrar en otra ocasin-es posible poner los cimientos de una comunidad Iberoamericana de

    Naciones. Quiz en el lejano todava, aunque ya en el horizonte, 2012 -IICentenario de la Constitucin de Cdiz-, pueda verse esto con claridadmeridiana. As lo intentaremos al llegar esta fecha.

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