alberto mangue - leer para otros

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  • 8/13/2019 Alberto Mangue - Leer Para Otros

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    Manguel, Alberto, "La ltma pgina" y ,,Leer paraotros", en Una historia de la lectura, JosLuis Lpez Muoz (trad.), Santa Fe deBogot, Norma, 1ggg, pp. 14-32 y 151-169.

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    La.lectun en pblico cumplla una funcin social en la trancia del siglo xvrrr,tal como puede vere en cste grabado de la poca, obra de Marilliei

    Leer para otrosAS IMAGE NE s de la Europa medieval ofre-cfanuna sintaxis sinpalabras ala que eilectoraadla silenciosamente una narracin. Ennuestro tiempo, al descifrar las imgenes delos anuncios, de los vfdeos, de las historietas, tambin pres-tamos a la narracin no slo voz sino vocabulario.Al comien-zo de mi actidad como lectol antes de encontrarrne con lasletras y sus sonidos, yo debla leer ya de esa manera. Debohaber elaborado, con las acuarelas de Beatrix Potter, con losdescarados Struwwelpeter, con las grandes y luminosascriaturas de La hormiguita viajera, relatos que explicaran yjustificaran las distintas escenas, unindolas en una posiblenarracin que tuviera en cuenta todos y cada uno de losdetalles representados. No lo supe entonces, pero estabaejercitando rni libertad de lector casi hasta el lmite de susposibilidades: no slo era mla la historia contada, sino quenada me obligaba a repetir una y otra vez el mismo relatoaunque las ilusfaciones siguieran siendo las mismas. En unade las versiones el annimo protagonista era un hroe, enotra un malvado, y en la tercera llevaba mi nombre.En otras ocasiones renunciaba a todos mis derechos.Delegaba palabras yvoz,renunciaba a la posesin -y en oca-siones incluso a la eleccin- del libro y, si se excepta lainfrecuente pregunta aclaradora. no hacla otra cosa queescuchar. De noche, e incluso de dfa (dado que frecuentesataques de asma me obligaban a guardar cama durante se-manas) me recostaba en varias almohadas hasta casi sen-tarme, para escuchar a mi niera, que me lefa los aterradorescuentos de hadas de los hermanos Grimm. A veces su vozhaca que me durmiera; otras, por el contrario,la emocin meenardecla, y le suplicaba que se apresurase, con el fin deaveriguax, ms deprisa de 1o que el autorhabrla querido, qusuceda en el cuento. Pero la mayor parte del tiempo melimitaba a disfrutar con la volupttrosa sensacin de dejarme220 151

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    una historia de la leeturallevar por las palabras, y sena, de una manera corporal, queestaba de verdad viajando a algn lugar maravillosamenteremoto a un sio gue apenas me atrevfa a vislumbrar'en latina pgina del libro, todavfa secreta. Ms adelante, a losnueve o diez aos,la maestra me dijo que slo los nios pe-queos pedfan que se lef leyese. Le crel y renunci: en parteporque me proporcionaba un enorme placer y, por aquelentonces, estaba dispuesto a aceptar que cualquier cosaplacentera terda algo de malsano. Hubo de transcurir muchotiempo, hasta que mi compaero yyo decidimos leernos mu-tuamentg durante un verano, La leyenda dorada, para quereflrperase aquel deleite tanto tiempo perdido. No sabaentonces que el arte de leer en voz alta tenfa una historialargayviajerayque, ms deunsiglo antes, enla Cuba todavaespaola habfa llegado a establccer$c como irstitu

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    una historia de la ltctura Irrr pare otros \Alalarga, otras fbricas siguieron el ejemplo de El Flgaro.Fue tal el xito de aquellas lecturas pblicas que al cabo demuy poco empo se las acus de'subversivas'. El 14 de mayode 1866, el gobernador de Cuba public el siguiente edicto:l

    1. Se prohfbe disnadr a los obreros de las fbricas de tabacctalleres y tiendas de todas clases con la lectura de libros yperidicos, o con discusiones ajenas al trabajo que realizan. 2.La policfa ejercer vigilancia constante para asegurar elcumplimiento de este decreto, y pondr a disposicin de miautoridad aquellos dueos de talleres, representantes o gerentesque desobedezcan esta orden de manera que puedan serjuzgados segn lo rquiera la gravedad del caso5.A pesar de la prohibicin, lecturas clandestinas an tuvieronlugar cada tanto y de una forma u otra; en r87o, sin embargo,

    El dihrjo ns antiguo que sc conocc de un lecfot en elProccol Mogozine, de Nueva York 1g73. .

    prccamente hablan desaparecido. En ochrbre de 1868, conel estallido de la primera Guerra de Independencia tambindesapareci La Aurora. Las lecturas pblicas, sin embargo,no fueron olvidadas. Resucitaron en suelo norteamericanohacia 1869, por obra y grcia de los propios trabajadores.La primera Guerra de Independencia comenz el ro deoctubre de 1868, cuando un terrateniente cubano, Carlos Ma-nuel de Cspedes, y doscientos hombres muy mal armados'romaron la ciudad de Sanago y proclamaron la indepen-dencia de Cuba. Para finales de mes, despus de que Cs-peCes ofreciera liberar a todos los esdavos que se unieran ala revolucin, su ejrcito haba reclutado doce mil volun-tarios; en abril del ao siguiente Cspedes fue elegido pre-sidente del nuevo gobierno revolucionario. Pero Espaarcsisti. Cuatro aos ms tarde Cspedes fue depuesto inabsentia por un tribunal cubano, y en mrrzo de 1874 fuecapturado y fusilado por soldados espaoles. Mientras tanto,deseoso de acabar con las restricciones comerciales im-puestas por Espaa, el gobierno de Estados Unidos hablaapoyado clamorosamente a los revolucionarios, y NuevaYork,Nueva Orleans y KeyWest abrieron sus puertos a miles decubanos huidos. EI resrltado fue que, en pocos aos, Keylllestpas de pequeo pueblo pesquero a importante comunidadproductora de cigarros, nueva capital mundial de los tabacoshabanosr.

    El lector de Mario Snche151 222 L55

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    una historia de la lecturaLos trabajadores que emigraron a Estados Unidos lleva-ron consigo, entre otras cosas,la institucin del lector: unailustracin delAmerican P ractic aI Mag azne de r 8 73 mue straa uno de esos lectores, con gafas y sombrero de ala ancha,sentado con las pienia cruzadas y un libro en las manos

    mientras una hilera de cigareros (todos varones) en chalecoy mangas de camisa se dedican a enrollar puros, totalmenteabsortos, al parecer, en lo que estn haciendo.Elmaterialpara aquellas lecturas, acordado de antemanopor los trabajarrores (que, como en los dlas de El Fgaro,pagaban al lector de su bolsillo), abarcaba desde opsculospolfticos ylibros de historia a novelas y colecciones de poesatanto modernas como clsicast.Tenan sus libros preferidos:EI Conde de Montecristo. por ejemplo.lleg a ser tan porul:rrque un grupo de obreros escribi a Dumas, poco antes de sumuerte en r87o, pidindole que les permitiera dar el nombrede su personaje a uno de los tipos de cigarros. Bl novelistafrancs accedi.Segn Mario Snchez, pintor de Key West que en 1991todavla se acordaba de las lecturas de finales

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    una historia dr la lecturavisin global que se le concederfa aos despus, o quizporque crela, como sirThomas Browne, que Dios nos ofreceel mundo de dos maneras, como naturaleza y como Libro':,Benito decret que la lechrra fuese una parte esencial en lacotianidad de la vida 4onsca. El artlculo 38 de su Reglaestablecfa la manera delproceder:

    A la hora de la comida de los hermanos siempre se leer; quenadie ose tomar el libro e iniciar la lectura al azan sino que aqula quien corresponda leer durante toda la semana comience sutarea en domingo.Y, al disponerse a iniciarla despus de la misay de la sagrada comunin, pida a todos que recen por 1, a fin deque os lo aparte del esplritu de jtibo.Y todos habrn de repetirEes veces en el oratorio este verslculo. aunque ser l quien debainiciarlo: "Abre, oh Seor, mis labios, y mi boca cantar tusalabaraso. Y asf, una vez recitada la bendicin, iniciar su tareade lector. Deber respetarse el silencio ms completo en la mesa,de manera que no se oiga susuno ni voz alguna salvo la del lector.Y todo lo que se necesitg relativo a los alinrentos, los hermanosse lo irn pasando por turno unos a otros, de manera que no hayanecesidad de ped nadar'.

    Como en las fbricas cubanas, el libro para la lectura no seelegla al azar pero, a diferencia de las fbricas, en las quelos dhlos se elegfan por consenso, en el claustro realizabanla eleccin las autoridades de la comundad. Para lostrabajadores cubanos,los libros podan llegar a ser (sucedimuchas veces) posesin privada de cada oyente; pero losdiscfpulos de san Benito deblan evitar el jbilo. el placerpersonal y el orgullo, pues'io que Ia alegra producida por eltexto habia de ser comunitaria y no individual. La oracin,solicitando de Dios que abriera los labios del lectoc colocabael acto de la lectura en las manos del Altfsirrro. Para sanBenitq el texto -la Palabra de Dios- se situaba ms all delgusto personal, aunque no ms all de lo comprensible. Eltexto era inmutable y el autor (o Autor) la autoridad ina-pelable. Finalmente, el silencio en la mesa y la ausencia de

    lee r pata otrosrespuesta por parte de los oyentes eran necesarios no slopara asegurar la concentracin sino tambin para impedirla menor apariencia de comentarios personales a los librossagrados'5.Ms adelante, en los monasterios cistercienses fundadospor toda Europa dsde comienzos del siglo xrr, se utiliz laRegla de san Benito para asegurar el ordenado fluir de la vidamonsca, en la que congojas ydeseos personales se some-tan a las necesidades de la comunidad. Las violaciones delas reglas se casgaban con la flagelacin y a los infractoresse los separaba de la grey aislndolos de los hermanos. So-ledad y aislamiento eran considerados casgos; los secretoseran secretos a voces; los intereses individuales de cualquierclase, intelectuales o de otro po se desaconsejaban enr-gicamente. El dominio de sf mismo era la recompensa dequienes se mantenan en armonfa con la comunidad. En lavida cotidiana los monjes cistercienses nunca estaban solos.Durante las comidas sus almas se apartaban de los placeresde la carne y se unlan en torno a la palabra sagrada mediantela lectura prescrita por san Benito'6.Reunirse para ofr leer tambin se convirti en una prc-tica necesaria y conveniente en el mundo seglar de la EdadMedia. Hasta la invencin de la imprenta no eran muchaslas personas que sabfan leer y escribir y los libros, propiedadde los ricos, eran el privilegio de un reducido nmero de lec-tores. Si bien algunos de esos aforhrnados seores prestabansus libros de cuando en cuando,los beneficiados eran unlimitado nmero de personas dentro de su propia clase socialo de su familia'2. Las personas que deseaban conocer undeterminado libro o autor tenfan con frecuencia msposibilidades de olr el texto recitado o leldo en voz alta quede disponer del inapreciable libro.Haba diferentes maneras de ofr un texto. A partir delsiglo xr, y por todos los reinos de Europa, juglares itinerantesrecitaban o cantaban sus propiosversosylos compuestos porsus maestros trovadores, gu los juglares acumulaban en susprodigiosas memorias. Los juglares actuaban en las ferias y

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    una historia de la lecturaen los mercados, asl como en las cortes. Eran en su mayorparte de origen humilde y, de ordinario, se les negaba tantola proteccin de la juscia como los sacramentos de la Igle-sia'. Los trovadors, como Guillermo de Aquitania, abuelode Leonof, y Bertrn dg $orn, seor de Autafort, eran de no-ble cunay escribfan candiones en loor de sr amor irnposible.Del centenarde trovadores de la poca de esplendor -desdecomienzos del siglo:ruhasta comienzos del xm-cuyos nom-bres se conocen, unos veinte eran mujeres. Parece que, engeneral,los juglares eran ms populares que los trovadores,de manera que artistas refinados se quejaban, como en elcaso de Pedro Pictor, sin duda pensando en s mismo, de que"algunos eclesisticos de alto rango preferan escuchar losnecios versos de un juglar que las estancias bien compuestasde un serio poeta latino"c.Or Ia lectura de un libro era una experiencia algo dis-tinta. El recital de un juglar tenia las caractersticas de unainterpretacin, y su xito o su fracaso dependa en gran partede la habidad del artista para cambiar de expresin, puestoque el contenido era bastante previsible.Aunque una lecturapblica tambin dependiera de la habilidad del lector para"actuar', se daba ms importancia al texto que al lector. Elpbco de unrecital juzgaba cmo un juglar interpretaba lascanciones de un trovador concreto, como, por ejemplo, elfamoso Sordello; en una lectura pblica ofrecida por cual-quier miembro de la familia que estuviera capacitado parahacerla,los asistentes poan escuchal por ejempio. el ]?o-man de Renard, relato annimo.En las cortes, y a veces tambin en casas ms humildes,se lelan bros en voz alta a la familia y a los amigos, tantopara irtshlccin como para entretenimiento. Olr leer duranteuna cena no tenfa como finalidad distraer de los placeres delpaladac se proponfa. por eI contrario, realzarlos con un en-tretenimiento imaginavq mediante una costumbre que seremontaba a los dfas del Imperio romano. Plinio el Jovenmencionaba en una de sus cartas que cuando comfa con sumujer o unos cuartos arnigos,le gustaba que le leyeran en

    leer pata otosvoz alta un libro divertido-. A comienzos del siglo xrv, lacondesa Matilde de Artois viajaba con su biblioteca guardadaen grandes bolsas de cuero y durante las veladas una de susdamas le lela de alguno de aquellos bros, ya fueran obrasfilosficas o entretenidos relatos sobre erras desconocidas,como los Viajes de Marco Polo". Padres que sabfan leec lelana sus hijos. En 1399, el notario toscano Ser Lapo Mazzeiescribi a un amigo el comerciante Francesco di Marco Da-tini, pidindole que le prestara las Florecillas de san Fran-cisco para lerselo a sus bijos.'Los chicos disfrutarn con eselibro en las veladas de invierno', explicaba,'porque resulta.como sabes, rnuy fcil de leer"'. En Montaillou, a comienzosdel siglo xrv, Pierre Clergue, prroco del pueblo,lea en dife-rcntes ocasiones de un texto llamado Libro de Iafc de los ltt:-rtitic

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    t. .r. '.t -i

    Un tcmpnno grupo dc lectun rcpresentado en losfiagelios de los ruecus del siglo rvr.

    -r

    para otrosde su contenido y fijarlo de manera pennanente en laIroria"'4. A lo largo de seis dlas las mujeres leen, inte-comentan, plantean objeciones y explican el texto,lo la impresin de disfrutar inmensamente, aunque ellador encuentra su desenfado aburrido y, a pesar dear fielmente sus palabras, considera que sus observa-

    "no tienen ni pies ni cabeza'. El narrador est acos-rrado, sin duda, a disquisiciones masculinas de carcterescolstico.ln el siglo xvu las lecturas pblicas informales eran muytes. AI detenerse en una posada cuando va en buscarn Quijote el cura, que ha quemado con tanta diligenciaparte de los libros de la biblioteca del caballero, ex-a los presentes cmo la lectura de relatos de caballerasmtornado a don Quijote. El posadero disiente, y confiesaho que disfruta escuchando historias en las que el

    lucha valientemente contra gigantes, estrangula ser-les monstruosasyderrota sin ayuda agrandes ejrcitos.es empo de la siega', dice,'se recogen aqu las fies-segadores, y siempre hay alguno que sabe leer,coge uno destos libros en las manos, y rodemonosrs de treinta, y estmosle escuchando con tanto gusto,rros quita mil canas'. Tambin su hija figura entre lospero a ella no le gustan las escenas de violencia;'las lamentaciones que los caballeros hacen cuandoausentes de sus seoras; que en verdad que algunasme hacen lloral, de compasin que les tengo'. Uno delr,:' lrrspedes de la posada, que viaja con varios bros desal'{lerfa (libros que el cura quiere quemar d.e inmediato},lartt lln lleva en su equipaje el manuscrito de una novela,cuYr I lftulc sumamente apropiado esElcarioso impertinen-e": {trlectura ocupa los tres capftulos siguientes y duranteese tiir.mpo, todos se sienten autorizados para internrmpiryf?cr = observaciones cuando les apetece.r $ an tan informales estas reuniones, estaban tan libres/e l: = restricciones de las lecturas institucionalizadag que2 )(,lot o f,'ntes (o el lector) podan trasladar mentalmente el tex-

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    una historia de la lectura leer pata otrosto a su propio lugary poca. Dos siglos despus de Cervantes,el etor escocsWilliam Chambers escribi la biografla desu hermano Robert -con quien haba fundado en Edimburgoen r83z,la famosa compafa que lleva su nombre- en la querecordaba algunas de ss lecturas en Peebles, el pueblo desu adolescencia.'Mi hefmano y yo", escriba William Cham-bers, "nos divertfamos muchq y tambin nos instruamos,escuchando cantar anguas baladas y relatar historias legen-darias en la vieja casa de una anciana, esposa de un comer-ciante venido a menos, que era como de la familia. AI amorde la lumbre bajo el dosel de una enorrne chimenea, dondesu marido jubilado y medio ciego dormitaba en una silla, Iabatalla de La Corua y otras destacadas noticias se mez-claban extraamente con disquisiciones sobre las guerrasjudfas. La fuente de tan interesante conversacin era unejemplar, muygastado por el frecuente uso, de la traduccinde Josefo por tEstrange, un libro de formato pequeo, fe-chado en 1720. El envidiado propietario de aquella obra eraun talTam Fleck,'un mozo caprichoso-, segn la opinin mscorriente quien, sin ser particularmente serio en su verda-dero empleo, se habla inventado algo parecido a una pro-fesin yendo por las noches de casa en casa con su Josefoque lela como si se tratara de las noticias del da; de ordinariola nica luz de que disponfa era la proporcionada por la llamaparpadeiinte de un trozo de carbn.Tam tena por costumbreno leer ms de dos o tres pginas cada vez, entreveradas consagaces obsenaciones de su cosecha a modo de notas a piede pgina, con lo que lograba dar un extraordinario intersa la narracin. Venendo al por menor su mercanca congran ecuanimidad en diferentes hogares, mantena a todossus clientes en el mismo punto de informacin, y los inquie-taba creando la correspondiente ansiedad sobre el resultadode algn suceso conmovedor en los anales hebreos.Aunquemediante aquel sistema conclufa cada ao el curso completode Josefo la novedad, por algunarazn, parecla no desapa-recer nunca'rz. ZZ?

    -Hola, Tam, qu nocias traes esta noche?- decfa eI viejoGeordie Murra cuando Tam entraba con su Josefo bajo el brazoy se sentaba junto al hogar familia'.-Malas, muy malas noticias -replicaba Ibm-. fito ha comen-zado el sitio de Jerusaln..., va a ser una cosa terrible?t.Durante el acto de leer (de interpretaf, de recitar),la posesinde un libro adquirfa a veces valor de talismn. En el nortede Francia, incluso en el da de hoy los cuenstas puebleri-nos utilizan libros a modo de accesorios teatrales; memorizanel texto, pero aaden autoridad a lo que cuentan fingiendoleer del libro, incluso aunque Io estn sosteniendo del revs"s.Hay algo ligado a la posesin de un libro -un objeto que pue-de encerrar infinitas fabulas, mximas, crnicas de tiempospasados, ancdotas divertidas y revelacin dina- que con-fiere al lector el poder de crear una historia y transmite aloyente la sensacin de estar presente en el momento de sucreacin. Lo que importa en esas recitaciones es que el mo-mento de leer se recree plenamente -es decir, con un lectocun pblico y un libro-, porque de lo contrario,la actuacinno sera completa.En tiempos de san Benito se consideraba que escuchara un lector era un ejercicio espiritual; en siglos ulteriores esaelevada finalidad poda utilizarse para ocultar otros prop-sitos menos correctos.Asl por ejemplo a comienzos del sigloxrx, cuando en Gran Bretaa todava se rechazaba la idea deuna mujer erudita, escuchar a un lector se convirti en unade las maneras de estudiar socialmente aceptadas. La nove-lista Harriet Martineau se lamentaba en su Memoria auto-biogr.ftca,publicada pstumamente en 76,de que'en susaos de juventud no era correcto que una seorita estudiaraa la vista de todos; se contaba con que cosiera en el saln,mientras escuchaba la lectura de un libro, preparada pararecibir visitas. Cuando stas aparecfan, con frecuencia sepasaba a hablar con toda naturalidad del libro que acababade cerrarse, por lo que habfa de elegirse con gran cuidadq

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    una histoia de la lecturapara evitar que visitantes escandalizados relataran en ho-gares sucesivos la deplorable relajacin mostrada por lafamilia que acababan de abandonar'3o.Por otra parte, tambin es posible leer en voz alta paraprovocar esa relajacin moral tan lamentada. En qfu,Di-derot escribi humostlcamente sobre la'cura" de Nanette,su intolerante esposa, decidida a no tocar nunca un libro queno contuviera algo espiritualmente elevadq Por el procedi-miento de someterla durante varias semanas a una dieta deIiteratura vulgar o indecente.'Me he convertido en su lector.Le administro tres dosis de Grl Blas todos los das: una porla maana, otra despus de comer y la tercera por la noche.Cuando terminemos con GiIBlas pasaremos aEl diablo co'juelo, EI bachiller d,e Salamanca y otras obras alentadoras dela misma cla_se. Unos cuantos aos y varios centenares delecturas parecidas completarn el tratamiento. Si estuvieraseguro del xito, no me quejara del esfuerzo. Lo que medivierte es que ofrece a todos los que la visitan una repeticinde lo que acabo de leerle, con lo que la conversacin duplicael efecto del remedio. Siempre haba calificado las novelasde producciones frlvolas, pero he acabado por descubrir queson buenas para tratar los vapores procedentes de los hu-mores malsanos. La prxima vez que vea al doctorTlonchinle dar la receta. Prescripcin: ocho o diez pginas del Romancomique de Scarron; qratro capltulos de Don Quiiote; un p-rrafo bien escogido de Rabelais; adase una cantidad razo-nable de Jacques Ie fataliste o de Manon Lescaut,y varense esosmedicamentos como se hace con las hierbas medicinales.ca:nbindolos por otros que produzcan aproximadamente losmismos efectos, de acuerdo con las necesidades"r'.Que a uno le lean en voz alta proporciona al oyente unpblico confidencial para las reacciones que de ordinario, seproducirfan en silencio experiencia catrtica que BenitoPrez Galds describe en uno de los Episodios nacionales.Doa Manuela, una lectora de clase media, se retira a su es-tancia apenas terminada la tertulia nocturna. El generalO'Donnell, su esposo y galante adrnirador, la invita a que se

    acueste. Qu necesidad tiene de calentarse la cabeza,vesda, leyendo junto al veln en aquella noche de verano?Y se ofrece a leerle hasta que le entre sueo. A doa Manuela. le gustan los folletines, y se deleita con los ms excitantes,de accin enmaraadayliosa, mal traducidos del francs".Guiando la vista con el dedo lndice el general le lee ladescripcin de un duelo en el que un joven rubio hiere a untal monsieur Massenot:

    -Qu bien -exclam doa Manuela con jbilo-. Ese rubicya te acuerdas, es aquel arterito que vino de la Bretaa disfra-zado de buhonero. Por las trazas es hijo natural de la Duquesa" 'Adelante...

    t...1-Scgn cso *obscrvri doa Manucla-, lc corli la nariz?-Asl parece... Y bien claro lo dice:'El rostro de Massenot secubri de sangre, que corrfa como dos aroyos sobre sus mosta-chos grisceos."-MealegroLeopoldo...AndeyQuernrelvaaporotra.Atroraveamos lo que sigue contando Harlevle.

    Puesto que leer en voz alta no es un acto privado,la eleccindel material de lectura ha de ser socialmente aceptable tantopara el lector como para sus oyentes. En la rectorla de ste-venton, en Hampshire los miembros de la familia Austenlean unos para otros a todas las horas del da y opinabansobre lo apropiado de cada eleccin."Mipadre nos lee a cow-per por las maanas y yo lo escucho siempre que puedo"'escribi Jane Austen en r8o8.'Hemos conseguido el segundovolumen de las Espriella's Letters [de southey] y las leo envoz alta a la luz de una vela'.'Deberla estar muy sasfechaconmarmion [de sirlvalter scott]? Por el momento no lo es-toy. James [el hennano mayor] nos la lee en voz alta durantelas veladas, aunque no mucho empo, porque empieza hacialas diez y se intemrmpe con la cena'. Al or Alphonsine, deMadame de Genlis, Jane Austen se indigna:'Han bastado228 veinte pginas para desanimarnos, porque, adems de la

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    una historia de la lecturamala traduccin, tiene faltas de delicadeza que deshonranuna pluma hasta ahora limpia; y la hernos cambiado por laFemale Quixote [de Lennox], que ha pasado a proporcionar-nos diversin nocturna, para mf extraordinaria, porque des-cubro que la obra no desmerece del recuerdo que tengo deella-. (Ms adelante dn los escritos de Austen, aparecernecos de los libros que oy leer por medio de referenciasdirectas hechas por personajes a quienes definen sus gustosy sus antipatfas librescas: sir Edward Denham rechaza a'V\Ialter Scott por'inspido' en Scnditon, y en La abada deNorthanger John Thorpe afirma'Nunca leo novelas", paraconfesar de inmediato que TomJones, de Fielding y EI monje,de Leris, le parecen'aceptables'.)Escucharleer a otros con el fin de purificar el cuerpo, ha-cerlo para disfrutac, para instruirse o conceder a los soniclosmayor valor que al contenido, enriquecen y tambin empo-brecen el acto de la lectrrra. Permitir que otro nos lea laspalabras recogidas en una pgina es una experiencia muchomenos personal que tener el libro en las manos y seguir eltexto con nuestros ojos. Rendirse a la voz del lector -exceptocuando la personalidad del oyente es arrolladora- nos privade poder establecer un determinado ritmo para el libro, untono, una entonacin que es nica para cada persona. Con-dena al ofdo a la lengua de otro, y por medio de ese acto seestablece una jerarqula (manifestada a veces por la posicinprivegiada del lector, en una silla aislada o sobre un podio)que somete al oyente al poder del lector.Incluso corporal-mente el oyente sigue con frecuencia el ejemplo del lector.En 1759, al describir una lectura entre amigos, Diderot se-alaba:"Sin que ninguno de los participantes lo advierta conclaridad, el lector se coloca de la manera que le parece msadecuada, y el oyente hace lo mismo... Si se aade una ter-cera persona a la escena, se someter al imperio de los dosprimeros: asf se llega a un sistema combinado de tres inte-reses'r.Al mismo empq el acto de leer en voz alta para un oyen-te atento obliga con frecuencia al lector a ser ms puntilloso,

    lee para otrosa leer sin prescindir de pasajes ni volver a otros anteriores,fijando el texto por medio de cierto formalismo ritual.Tantoen los monasterios benedictinos como en las abrigadas habi-taciones donde se combaa el frfo invernal de la baja EdadMedia; en las posadas y cocinas del Renacimiento o en lossalones y fbricas de tabaco del siglo xrx -incluso hoy en da,al escuchar a un actor leer un texto grabado en una casetemientras conducimos por la autopista- la ceremonia de escu-char priva al oyente de parte de la libertad inherente aI actode leer -elegir el tono, subrayar un punto volver a un pasajepreferido-, pero tambin proporciona al texto polifacticouna identidad respetable, un sendo de unidad en el tiempoy una existencia en el espacio que raras veces tiene en lasmanos caprichosas de un lector solitario.

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