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1 Alocución en la ceremonia de Graduación de la Licenciatura en Filosofía (2007) Señor Vicerrector de Asuntos Académicos de la Universidad de Chile, profesor Íñigo Díaz Señor Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, profesor Jorge Hidalgo Secretario General Subrogante de la Universidad, señor Roberto La Rosa Señora Directora Académica de la Facultad, profesora María Isabel Flisfisch Señor director del Departamento de Ciencias Históricas, profesor Osvaldo Silva Autoridades universitarias presentes Licenciados que hoy se gradúan Familiares y amigos de ellos Señoras y señores Amigas y amigos Ocuparé los pocos minutos que el buen sentido aconseja en esta ocasión para referirme muy brevemente al lugar de la filosofía en la colectividad y a la tarea que nuestros licenciados, especialmente como educadores, tienen por delante. Cuando hable de manera directa de la filosofía, me refiero de modo indirecto también a las humanidades y, dentro de ellas, al saber histórico. Se dice que vivimos en el ámbito de la sociedad del conocimiento. Eso hace suponer que dentro de ella la reflexión filosófica tiene un papel especial. Habitualmente se considera que la filosofía es el conocimiento por

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1

Alocución en la ceremonia de Graduación de la Licenciatura en Filosofía

(2007)

Señor Vicerrector de Asuntos Académicos de la Universidad de Chile,

profesor Íñigo Díaz

Señor Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, profesor Jorge

Hidalgo

Secretario General Subrogante de la Universidad, señor Roberto La Rosa

Señora Directora Académica de la Facultad, profesora María Isabel Flisfisch

Señor director del Departamento de Ciencias Históricas, profesor Osvaldo

Silva

Autoridades universitarias presentes

Licenciados que hoy se gradúan

Familiares y amigos de ellos

Señoras y señores

Amigas y amigos

Ocuparé los pocos minutos que el buen sentido aconseja en esta ocasión para

referirme muy brevemente al lugar de la filosofía en la colectividad y a la

tarea que nuestros licenciados, especialmente como educadores, tienen por

delante. Cuando hable de manera directa de la filosofía, me refiero de modo

indirecto también a las humanidades y, dentro de ellas, al saber histórico.

Se dice que vivimos en el ámbito de la sociedad del conocimiento. Eso hace

suponer que dentro de ella la reflexión filosófica tiene un papel especial.

Habitualmente se considera que la filosofía es el conocimiento por

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antonomasia. De acuerdo con eso, en una sociedad del conocimiento debería

tener un puesto protagónico. Sin embargo, salta a la vista que ocurre algo muy

distinto.

La expresión “sociedad del conocimiento” no es unívoca. Se usa en

diferentes sentidos. Rastreando su origen, nos encontramos con un sentido que

podemos hacer resaltar: se trata de las sociedades en las que el conocimiento,

dentro de la organización empresarial, juega un papel preponderante.

Ateniéndonos a este origen, cuando se habla de que nuestras sociedades son

sociedades del conocimiento, con la palabra conocimiento no se está hablando

del conocimiento en general; sólo se alude con esa palabra a aquel

conocimiento que dentro de la industria juega un papel tan importante que,

dentro de ciertos límites, opaca en alguna medida a otros ingredientes del

proceso productivo, como el capital.

Por otra parte, la expresión sociedad del conocimiento se asocia con la

expresión “sociedad de la información”. Más aún, a veces se identifican. Pero

tampoco aquí la palabra información se refiere a cualquiera información.

Alude muy especialmente a la que fluye por la Internet; también, a aquella que

podemos hallar en la televisión, las radioemisoras y, más en general, apunta a

los modernos medios de comunicación colectivos: aparte de los nombrados,

diarios, periódicos, revistas ilustradas, cine.

También la palabra información está relacionada en este caso con la

industria: la administración de empresas, la industria aeroespacial, la industria

farmacéutica, la industria de fabricación de armamentos, la industria

educacional, la industria de la energía atómica, la industria de la salud, la

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industria cinematográfica, la industria de la ingeniería genética, la industria

deportiva, la industria de las comunicaciones, la industria bancaria, la

industria del arte, la industria del transporte colectivo de las megalópolis, la

industria del ocio, la industria informática.

Cuando se dice que la educación en sus diversas formas —entre ellas, la

educación filosófica—, debe insertarse más enérgicamente en la sociedad del

conocimiento es preciso estar alerta. Por lo pronto, se está diciendo con ello

que los educandos deben ser adiestrados para que a través de la adquisición de

modos de pensar técnicos sean más eficaces en los procesos productivos. Pero,

¿la educación tiene que reducirse a eso, a hacer adquirir ciertas competencias

que le otorguen un valor agregado al material humano haciéndolo más

competitivo?

En la perspectiva de la filosofía, si se obrara como se ha sugerido, se

actuaría unilateralmente. Sólo se habilitaría al animal del trabajo —no ya el

animal racional ni el viviente poseedor de la palabra, del lógos —, para que

active con más destreza lo que se llama pensamiento calculador, el que se

inscribe dentro de los rasgos preponderantes de nuestro tiempo, la época de la

técnica moderna.

La peculiaridad del pensar calculador —leemos en Serenidad, de

Heidegger—, “consiste en que cuando planificamos, investigamos,

organizamos una empresa, contamos ya siempre con circunstancias dadas. Las

tomamos en cuenta con la calculada intención de unas finalidades

determinadas. Contamos de antemano con determinados resultados. Este

cálculo caracteriza a todo pensar planificador e investigador. Semejante pensar

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sigue siendo cálculo aun cuando no opere con números ni ponga en

movimiento máquinas de sumar ni calculadoras electrónicas. El pensamiento

que cuenta, calcula; calcula posibilidades continuamente nuevas, con

perspectivas cada vez más ricas y a la vez más económicas. El pensamiento

calculador corre de una suerte a la siguiente, sin detenerse nunca ni pararse a

meditar. El pensar calculador no es un pensar meditativo; no es un pensar que

piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es”.

La educación filosófica tendría que tomar en cuenta también, y muy

especialmente, el pensar meditativo, aquel que piensa “en pos del sentido que

impera en todo cuanto es”. “El pensar meditativo —advierte el autor de

Serenidad—, se da tan poco espontáneamente como el pensar calculador. El

pensar meditativo exige a veces un esfuerzo superior. Exige un largo

entrenamiento. Requiere cuidados aún más delicados que cualquier otro oficio

auténtico”.

Los invito y los insto a continuar cultivando ese rasgo fundamental de

nuestro quehacer, la meditación. La tarea no es fácil. Hay que dedicarse

insistentemente y sin pausa a ella. Requiere de tanto esfuerzo como el que

exige el pensamiento calculador, y a veces más. El entrenamiento en la

meditación no es breve, ni, por tanto, culmina ahora; más bien, ahora puede

iniciarse. El pensar meditativo tiene que recibir los más finos cuidados. Es

necesario, por tanto, no descuidarse y actuar con la mayor prolijidad en el

oficio que hemos abrazado, o que nos ha abrazado a nosotros. En cualquier

caso, todos sabemos —con mayor o menor claridad, lúcida u oscuramente—,

que quien ha entrado en el camino de la filosofía no podrá nunca abandonarlo.

¡Adelante, pues!

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Jorge Acevedo Guerra

Director Departamento de Filosofía

Universidad de Chile