amengual, claudia - ma¦üs que una sombra

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Alfaguara es un sello editorial del Grupo Santillana www.alfaguara.com

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2007, Claudia Amengual De esta edicin: 2007, Ediciones Santillana, SA Constitucin 1889. 11800 Montevideo Telfono 4027342 Telefax 4015186 Correo electrnico: [email protected]

ISBN: 978-9974-95-152-5 Hecho el depsito que indica la ley. Impreso en Uruguay. Printed in Uruguay. Diseo: Proyecto de Enric Satu. Tapa: Leopoldo Zhorowski de Amadeo Modigliani.

PRIMERA EDICIN: JUNIO DE 2007. SEGUNDA EDICIN: JULIO DE 2007. TERCERA EDICIN: AGOSTO DE 2007.

Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia o cualquier otro medio conocido o por conocer, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

A mi querido padre Lucas Del Valle, que me ense la libertad y el amor por la vida.

Agradecimientos

Gracias a Mara Jos Fras, por sembrarme la incertidumbre y la necesidad de entender. A Mara Florencia, hermana querida, por los libros que carg desde la Facultad de Psicologa. A Hctor Oscar Amengual, por comprender que era imprescindible abrir ventanas cerradas durante tanto tiempo. A Lourdes Zuasti, por animarse al penoso viaje de recordar. A mis hijas, Ins y Luca, por la paciencia. A mi madre y a mi hermana, Carolina, por el respeto. A Ana Silvia Galn, por corregir con rigor y delicadeza. Al equipo editorial todo, por hacer de esta historia un libro. A Gustavo Aguilera, Carolina Brussoni, Cristina Canoura, lvaro Carballo, Martha Casal, Jaime Clara, Lonie Garicots, Rosario Infantozzi, Gerardo Irazoqui, Susana Larraaga, Giorgina Notargiovanni, Elena O'Neill, Rosario Royer y Eduardo Wood, por tender una mano desde el principio. A Estrella Quintas, por su ayuda en las pequeas cosas de todos los das. A los que, annimamente, y no tanto, me ofrecieron su testimonio de vida. Gracias, muy especialmente, a la Dra. Silvia Pelez, que crey en esta novela y dio su apoyo profesional generoso. Y, por supuesto, a los compaeros de ltimo Recurso, Juan Jos Castro, Adriana Gutirrez y Allison Reyes, por permitirme compartir la intimidad de su dolor, que es tambin el mo. C.A.

Rage, rage against the dying of the light... DYLAN THOMAS

Qu hay ms all del honor? Nada. Y qu es la nada, soldado? La nada es... Nada! Eso mismo, nada! Y se equivoca, porque ms all del honor est la muerte. Pero... La muerte es ms que la nada, porque en la muerte se lava el honor. Yo he perdido el mo, seor. Entonces, ya sabe lo que debe hacer. El soldado mira a su general con desconcierto. Le tiembla el aliento que necesita para no flaquear. Tambin le tiembla la mano derecha con la que toma el arma que el otro le entrega como un mandato divino. Hay un silencio en el que la duda quisiera instalarse para dar tiempo, pero el soldado no quiere ese instante de reflexin que puede salvarlo y perderlo a la vez. El soldado no elige; slo ve esa arma en la que se condensan todas las verdades del universo. Ni siquiera piensa que su falta no ha sido tan grave, ni que su muerte no terminar con la vergenza. No puede ver que el que se termina es l y empieza para otros un calvario eterno. El general da unos pasos hacia atrs y espera. El soldado levanta el arma hasta la sien, mira al otro que mueve levemente las cejas. Con la mano izquierda sostiene el codo; el corazn se le desacata. Busca el hueso y afirma el metal contra la piel, abre la boca como si fuera a escaprsele el alma, pero no es ms que un grito para infundirse valor. Vooooyyyy! Y aprieta el gatillo. El silencio duele. Tendido sobre la alfombra, el soldado muerto cree que su honor se ha salvado. En los segundos que siguen al disparo, la nada crece, los va tragando, y hay una conciencia imperceptible de la futilidad, del absurdo. El general sigue perdido en su peculiar campo de batalla donde blanco y negro dirimen con torpeza lo bueno y lo malo. Camina hacia el soldado y se detiene junto al cuerpo; patea con suavidad sus piernas y el otro no puede reprimir una sonrisa. El general se le echa encima y le hace cosquillas bajo las axilas. Los dos ruedan sobre la alfombra; la risa se vuelve incontenible hasta que el soldado pide clemencia, que lo deje respirar. El general es seis aos mayor y ya tiene una sombra gris que pronto ser bigote. Tambin por esto lo admira el soldado. Qu tal?pregunta.

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Cada vez te sale mejor. El soldado se siente como un perro al que palmean la cabeza porque ha hecho las fiestas de costumbre al amo, pero hay algo que lo inquieta: esa facilidad para acabar con todo sin un segundo pensamiento, como en un trance. Mira a su hermano que est tendido en el suelo, boca arriba, con los ojos fijos en algn lugar del cielo, ms all, mucho ms all de lo que l puede imaginar. Se acuesta a su lado y busca afuera lo que el otro est mirando, pero no logra ver otra cosa que la noche a travs de la ventana. Jano? Hmmm...? De verdad es as? As cmo? La muerte y el honor... El hermano vuelve a ser el general. Hasta la voz parece engrosarse para responder al soldado. Un hombre debe saber vivir y morir. Pero, Jano, de qu te sirve morir? Y de qu te sirve vivir deshonrado? El soldado no sabe qu contestar. Casi nunca sabe. Adora a su hermano que siempre tiene una respuesta inteligente a flor de labios. A veces, sin embargo, le da miedo. Tengo sueo dice por decir algo. Te lavaste los dientes? Uniforme pronto? Merienda en la cartera? Deberes, hiciste los deberes? El soldado se pone de pie con un salto. Luego estira su mano y ayuda al general a levantarse. Los hermanos se hacen la venia antes de dormir. Al poco rato, el soldado baja de su cama, se pone de rodillas sobre la alfombra y busca en la oscuridad. El general vuelve de un sueo incipiente y se molesta. Qu ests haciendo, Tadeo? No ves que no puedo dormir? El arma, dnde qued el arma? Dej eso ahora y acostate. Tadeo encuentra, por fin, el revlver de juguete y lo devuelve al bal. Es por mam dice. Mam tambin piensa que el honor es importante. A dormir!

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La felicidad se mide al abrir los ojos por la maana. Si acomete como un aguijonazo bestial la conciencia y se monta con su peso insoportable la vida, eso que se llama vida y que nunca es ms que una sucesin de rutinas cada tanto interrumpidas por algn hecho excepcional, si eso sucede, quiz sea porque la felicidad anda lejana y esquiva. Pero, qu significa ser feliz?, se preguntaba Tadeo con la sospecha de que sera ponerse ms all de ese tinglado de convenciones en el que transcurran sus das. Su andar se haba transformado en eso: una serie de rutinas en las que apenas reconoca al nio ilusionado que alguna vez fue. Esa maana se levant con el propsito de que fuera la ltima. Mucha gente se suicida; ni siquiera pasara a la historia por eso. Quiz todas las personas, en algn momento, fantaseen con el impulso de tirarse por la ventana, aunque algunos lo nieguen mientras encienden un cigarrillo detrs de otro. A l no lo avergonzaba admitirlo. Al suicidio, a la decisin de hacerlo haba llegado despus de mucho pensar, aunque en el momento final quiz no existiera ningn pensamiento. Era posible que la idea fuera un germen congnito que permaneci latente hasta que una frustracin la hizo despertar. Frustracin de acuerdo con expectativas ajenas, medidas de otros vasos que rara vez se colman, pie sobre huellas demasiado grandes, marcas inalcanzables, ser bello, rico, exitoso, la perfeccin como meta. El mundo est lleno de potenciales suicidas, una especie de vivero en el que algunas semillas germinarn tarde o temprano. De hecho, la casa donde viva haba sido la de un suicida, un mdico joven que no aguant la presin de un mal amanecer. Tadeo lo llamaba Doc y le gustaba imaginar que su espritu merodeaba por los rincones. Ms de una vez se descubri hablando solo como si se dirigiera a un interlocutor que no poda ver, pero al que lo ligaba esa afinidad nacida del agobio por una existencia con la que ya no quera cargar. Era martes, las ocho y veinte de la maana del da de su muerte. Tadeo se debata entre un nimo ambiguo que lo llevaba de una nostalgia prematura a un entusiasmo juvenil. No era alegra, ms bien se senta triste, pero al menos lo alentaba saber que sera un da distinto, con un propsito que lo conducira a algo, y le dara un estatus definitivo por el cual ya no tendra que pelear ms, ni probarse, ni medirse, ni temer otras codicias. Sera un muerto a partir de las diez de la noche y lo sera para siempre. Pensar en eso le produca una cierta paz, como la vecindad de unas vacaciones largamente aoradas. Tadeo slo quera descansar.

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Vena de una noche de parranda, casi sin dormir; y una pesadilla infernal de la que haba despertado a pura voluntad le amargaba el aliento. Se arrepenta de haber ido a aquella fiesta que no le haba dejado ms que una resaca turbia, una pastosidad que le trancaba el flujo natural de las ideas. Se haba levantado haca un par de horas con la decisin tomada, y no haba hecho otra cosa que entreverarse en un montn de libros y ropa que seguan desparramados sin orden ni destino. Slo poda pensar en que si sa era su vida, ya no la quera. Apenas haba empezado a preparar el desayuno cuando son el telfono. Estuvo tentado de no atender pero enseguida supo que ese da ms que nunca atendera todas las llamadas, acudira a todas las citas. Dijo hola en un temblor que debi de haberse traducido en la voz porque su hermano Jano, del otro lado, le pregunt si estaba bien. Como siempre, qu pasa? Muri Ignacio. Qu Ignacio? El nico que conocemos. El to? El mismo. Y a m qu? No seas bestia, Tadeo. Tambin es tu to. En qu quedamos? Era o es? Era, y ella est muy mal. Tens que ir. No quiero. Hac lo que te parezca; yo cumplo con avisarte. A las once en el panten de la familia. De qu familia me habls? Jano cort sin despedirse, enojado, quizs, o confirmando que Tadeo era un imbcil al que slo vala la pena llamar cuando mora alguien. Pero de qu familia hablaba, si cuando el padre muri fue como si se hubiera cortado el lazo invisible que los una, y pasaron de ser el centro en torno al cual danzaba una tribu de tos y primos a poco menos que nada. Como si cada cual tuviera un rol preestablecido con una claridad ancestral, pero bastaba que faltara uno de los otros para que se viniera abajo aquel precario orden y fuera imperioso hacer una rpida reorganizacin segn la cual cada uno asuma un lugar nuevo. As pas con lo de su padre, el macho alpha, segn entendi despus mientras miraba un documental sobre los gorilas. Muerto l, su cra dej de tener inters para el resto que se arremolin en torno al alpha de turno, el to Ignacio, por cierto. Jano saba dnde apretar. Haba dicho ella, ella est muy mal, y slo con mencionarla, aunque fuera de esta manera elptica, bastaba para movilizarlo por entero y dejarlo de un tirn como un bolsillo dado vuelta. Maldijo su negra suerte. Ni en el da de su suicidio iba a estar en paz. El to Ignacio podra haber esperado unas horas para morirse. Pens con cierto

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deleite que slo l saba que muy poco despus los vera de vuelta parados en el mismo lugar poniendo flores sobre flores, preguntndose por qu a ellos, si acaso la muerte del to haba sido un golpe tan fuerte; en fin, una sarta de conjeturas que, por un momento, lo hicieron sentir el centro de la familia, como si los tuviera en su poder y pudiera burlarse de ellos, incluso mientras palmeaba espaldas y daba el psame a la ta. Y a ella, claro. A ella la abrazara un rato largo, con ternura, y sera ms para l y por l ese abrazo, como una despedida, o una forma sutil de decirle cunto le hubiera gustado, y qu distintas podran haber sido las cosas.

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Es Navidad. Bajo el rbol hay una gran caja envuelta en papel de seda y coronada por un lazo azul. Un nico regalo para los dos hermanos que se precipitan a buscar lo suyo apenas intercambiados los saludos de las doce. Jano y Tadeo han hecho su pedido con anticipacin. El mayor, displicente, se neg a escribir la carta de rigor y slo anunci que quera una chumbera para reemplazar su vieja honda y un avin de combate. Tadeo, en cambio, orgulloso de su recin estrenada caligrafa, se deleit en preparar una carta con maysculas chuecas y faltas ortogrficas. Muchos paquetitos baratos hubieran encendido sus ojos con una sorpresa pura, pero en su lugar encuentran ese paquetn, para colmo de desilusiones, compartido. Frenan en seco junto al rbol deseando que aquello sea una equivocacin y que alguien venga a enmendarla antes de que el dao est hecho. Los padres se miran. Te dije susurra ella. Un gesto desolado se instala en l y le estropea la felicidad que vena paladeando desde haca das cuando concibi la gloriosa idea de hacer aquella compra. Entonces Jano, que tiene edad para entender cunto pesan las buenas intenciones malogradas, se apiada de su padre y tira del lazo azul con su dignidad de general. Rasga el papel, levanta la tapa y apenas reprime el gesto de fastidio transformado en una mueca de falso asombro. Aquello no puede compararse con su avin y su chumbera. Retrocede y besa a los padres como signo de un tibio agradecimiento. Luego vuelve al comedor y se sienta a terminar el postre. Tadeo va hasta la caja abierta y se asoma. Libros. Veinte tomos encuadernados en verde con letras doradas en el lomo. Tadeo piensa que aquello es el castigo por alguna travesura que no logra recordar. No puede saber que cuarenta aos ms tarde va a estar sentado en el piso de una casa que ya no compartir con nadie, rumiando su muerte en medio de los veinte tomos de El Tesoro de la Juventud y pensando que ningn otro regalo le ha marcado tanto los das.

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Cmo estara ella frente a su cajn? Se permitira el descaro de llorarlo como una Julieta o fingira una pena correcta mientras se rompa por dentro? Y los dems? Tantas veces se haba preguntado quines, cuntos iran a su entierro. Quera gozar de esa satisfaccin de observarlos y descubrir quin lloraba en serio, quin ocultaba aburrimiento tras los lentes oscuros, quin no poda evitar un chiste de mal gusto, quin lo recordaba mejor de lo que haba sido; y, ya casi sintindose un ser superior, tener el don de penetrarles el pensamiento para medirles el exacto nivel de la tristeza. En todo esto pensaba mientras exprima dos naranjas y herva agua para el caf. La haba querido tanto que, el da en que le dio aquel no tan brutal y rotundo supo que lo estaba atando a la eternidad de una pena sin esperanza. Alguien dijo la estupidez de que los hombres no deben llorar, que son menos sensibles, que no sufren por estas cosas. O que sufren menos. Tadeo sinti que se derreta aquella tarde, que una parte de l se volva una baba de miserias y que esa baba lo iba tragando de adentro hacia fuera, hasta convertirlo en un ser transparente, amorfo. As haba vuelto a sentirse otras veces, y ese martes, el ltimo de su vida, volva a experimentar esa sensacin tan cercana a la nada. Tenan diecisiete aos y se haban gustado desde el principio. Crecieron en esa ambigedad deliciosa de los primos que pueden permitirse cierta intimidad rodeada por el halo de lo prohibido. Se vieron florecer los cuerpos y se acompaaron primero con curiosidad, despus con delectacin, mirndose desde lejos sin animarse a tocar aquella piel que los perturbaba hasta en sueos. Y jugaban cada vez ms cercanos unos juegos bruscos en los que, por momentos, parecan querer lastimarse. Hasta que una tarde se vieron enredados en un mar de piel, piernas y pelo, un nico sudor, y una fuerza devastadora que los levantaba como un tentculo hasta el mismo cielo, los revolva por el aire cargado de olores, que eran los suyos, y luego los aplastaba uno contra el otro, apretados, felices y muertos de miedo. Lo hicieron tantas veces... tantas veces entr en su cuerpo con un deseo tan puro, tan absoluto. Y poda sentir lo mismo en su forma de tocarlo, de olerlo, de pedirle que se hundiera en ella, de mirarlo a los ojos cuando explotaba feliz, pleno. Entonces, l se retorca de placer y angustia, como si estuviera muriendo entre sus brazos, y le alcanzaba una mnima lucidez para ver cmo ella lo miraba, cmo fijaba sus ojos en los suyos y saba que era feliz vindose a s misma en el reflejo de felicidad que le devolvan. Luego la abrazaba, y temblaban los dos empapados en una culpa dichosa.

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Fueron varios meses de mentir a los padres que siempre eran los tos de uno o del otro, de leer cuanta enciclopedia haba para ilustrarse acerca de los monstruos que su amor poda engendrar. Nada importaba. Nada ms que aquel vaco hacia el que se lanzaban cada vez para resucitar luego de las bellas muertes y quedar abrazados en silencio, por temor de que alguien los descubriera; con mayor temor de que cualquier palabra los devolviera a una realidad que deseaban poner bien lejos. Aunque saban, los dos saban que aquello estaba condenado a terminar ms temprano que tarde. Ella le dijo no, un no rotundo y brutal, y a l le tom unos segundos recomponerse para verla tan cruel, tan serena, impvida, con un brillo imperceptible titilndole en la mirada, una lgrima contenida a fuerza de responsabilidad, de anteponer el deber al querer que haban forjado juntos. Tard aos en comprender que ella tambin estaba rota por dentro y que slo se mantena firme para sostenerlos a los dos. El to Ignacio la mand lejos, a estudiar cualquier cosa en cualquier parte, un lugar hasta donde su amor no pudiera alcanzarla. Y volvi, siete aos despus, convertida en seora de un gringo insulso que nunca mostr inters por hablar ni una palabra de espaol y que la llen de hijos pecosos. Trat de verla lo menos posible, pero, cada tanto, las circunstancias familiares los cruzaban, y entonces Tadeo se vengaba clavndole una mirada de acero desde donde le deca que se haba puesto gorda y fea, y le desplegaba la imagen de la mujer plena que hubiera sido a su lado. Intentaba, con la sola fuerza de esa mirada, hacerle pagar por cada noche que haba pasado mordiendo la almohada, pero la pobrecita ya tena su castigo y, en lugar de defenderse, lo miraba suplicante, como pidiendo: Ya basta, querido, no ves que con esto alcanza?. En ese martes tan particular, la vera de nuevo, le dara el psame por la muerte de su padre y, ante la vista de todos, volvera a abrazarla con aquella ternura, aunque ya no fueran los mismos. No deba perder de vista lo ms importante de ese da, su ltimo da, un da que vena a torcerse con esa muerte fuera de tiempo. Si su ego hubiera estado ms enrgico, le habra resultado insoportable que el to Ignacio le hubiera robado el protagonismo familiar de una muerte inesperada. Pero el ego de Tadeo era polvo machacado, con paciencia destruido en los ltimos veinte o treinta aos, o quizs en los cuarenta y siete completos que llevaba de vida. Abri el cajn de las servilletas y ah estaba, una puntita apenas que asomaba debajo de los repasadores. Haca tanto que no se permita pensar en eso, pero ese da todas sus frustraciones parecan confabular para ir a amontonarse sobre sus espaldas. Era la nica copia que quedaba de las tantas que haba hecho y que alguna vez anduvieron desperdigadas por la casa como un tesoro en un arenal. Aquel manuscrito haba sido su mayor ilusin. Una coleccin de cuentos breves con la que Tadeo haba recorrido editorial tras editorial y de la que no guardaba ms que la sensacin de un

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inmenso agujero, un pozo al que haban ido a parar sus pobres veleidades de escritor. De tantas alas desplegadas slo quedaba aquel manuscrito amarilleando en el oscuro olvido del cajn de las servilletas. Tadeo suspir para aliviar el peso de los recuerdos, cerr el cajn y se sent a desayunar como haca tiempo no se permita. Numeral 1: jugo de naranjas, caf, dos galletas y un complejo vitamnico que tomaba cada da. Le hizo gracia este detalle, pero era parte de la rutina y no le pareci que le hiciera dao tomrsela, pobre vitamina, tan intil, vitamina sin futuro. Luego, se visti sin prisa, eligiendo la ropa que ms le gustaba y pensando todo el tiempo en ella, en que ella deba verlo bien esta ltima vez que iban a encontrarse. Los dems le importaban menos que nada; incluido el to Ignacio, que el Diablo se lo llevara bien abajo desde donde no pudiera hacer ms dao a nadie ni separar amores como quien arranca un azahar del limonero. Jano le haba dicho a las once en el panten familiar. Tena un par de horas por delante. Haba confeccionado una lista para no dejar nada librado a la suerte que, en su caso, pocas veces haba sido buena. Lo primero era el desayuno, y lo haba cumplido con la nica alteracin de aquella llamada telefnica que lo haba sacado de foco por un instante, pero que no lo perturbara ms de lo necesario. De hecho, tampoco se engaaba. Si iba a aquel entierro era solamente por verla a ella. La haba incluido en el numeral 3, pero ahora ya no sera necesaria la pattica despedida por telfono. Un da le dijo: Vos y yo vamos a estar juntos cuando seamos viejos. Un abrazo sera lo bastante elocuente para que ella entendiera que ahora s se les cerraba la posibilidad de ese encuentro. Repas el numeral 3: carta y llamadas. a) Csar y Alma (un beso para el beb) b) Laura c) Marga d) Vctor e) Familia (la puta que los pari) Cmo le diverta esto ltimo. Finalmente, gozara de la impunidad de insultarlos. A lo sumo, pensaba, no iran a su entierro. Y qu? A quin le importaba una parva de caras falsas sin sentimiento de pena, sin el menor remordimiento. Eso lo molestaba. Su muerte tampoco iba a darles culpa. Los buenos tiempos en familia haban pasado haca mucho. Como en aquella foto, la nica foto suya que Tadeo conservaba a la vista, en su escritorio, un poco descolorida, ajada en las puntas, pero lo interesante se vea igual. l a los tres, corriendo hacia la cmara, como si fuera a llevrsela por delante, con la mirada limpia, de una transparencia conmovedora y una sonrisa sin sombra. En una chacra. Al fondo se vean macetas con malvones rojos, y al mirarlos volva a l ese olor tan particular que se queda en las manos apenas se los toca, como si fuera polvo de alas de mariposa; as se pega el olor a malvones, un olor tan cercano a los recuerdos de su infancia. Se miraba correr y

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pensaba dnde haban quedado aquellas ilusiones; dnde quedaste, Tadeo, dnde te dejaron, dnde te perdiste, cundo. Esa foto vieja era su recordatorio de un tiempo en el que todo estaba por hacerse, y era la prueba ms dolorosa de su fracaso.

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Es sbado por la noche y Tadeo no puede dormir. Jano ha tenido pesadillas; como de costumbre, habl su lengua de sonmbulo y se hundi en un sueo tumbal. Pero esos segundos han bastado para que Tadeo se despierte y prevea una larga noche de insomnio. Ya sabe lo que le espera y sabe tambin que no debe intentar dormir porque es una obstinacin del sueo negarse a venir cuando se lo llama. As que revuelve en su memoria y trata de recordar un poema que ley con su padre. Lstima que los pensamientos sean tan rebeldes y se nieguen a seguir un orden lgico; salta de aqu para all, con asociaciones a veces disparatadas que lo llevan muy lejos desde donde tiene que traerse para no perder el hilo. No hay caso, esta noche no podr recordar tres versos seguidos sin que se interponga la vida. Esa tarde hubo gritos como nunca. Los padres encerrados en el cuarto y los hijos en el suyo haciendo como si nada pasara del otro lado del pasillo. Tadeo recuerda a su padre salir apurado y bajar las escaleras ahogado en hipos. La madre, en cambio, slo visible a travs de una ranura de la puerta entreabierta, pareca serena sentada en el borde de la cama con los codos sobre las rodillas y las manos tapando el rostro. En plena madrugada, mientras Tadeo est recordando la rara sensacin de ver a su padre llorar, oye un ruido en el piso de abajo donde nadie debera estar a esa hora. Siente la parlisis del miedo aduearse de sus miembros y trata de hacer como que no ha odo. Pero el ruido se repite, esta vez con la nitidez de unas bisagras mal engrasadas, y Tadeo reconoce la puerta que comunica el garaje con la cocina. Empuja las mantas y apoya los pies en el piso. As se queda, inmvil, hasta que el ruido vuelve y ya no duda de que alguien camina por la planta baja. Va en puntillas hasta el cuarto de sus padres y se detiene sorprendido al ver que ella falta del lado derecho de la cama. Suspira. Es su madre que ha bajado a tomar agua. Tadeo va por las escaleras con el alma otra vez en el cuerpo, casi contento. Y cuando abre la puerta hacia el garaje, no entiende, no puede, no quiere entender qu est haciendo su madre trepada a una silla estirando su brazo por encima de la alacena hasta alcanzar un bulto envuelto en un pao verde. Tadeo! Me asustaste! La madre devuelve el bulto a su lugar y baja de la silla como una nia descubierta robando golosinas. Tadeo no ha traspasado el umbral. A cada segundo lo va ganando una conciencia terrible de algo en lo que no quiere pensar, algo que es una intuicin tan leve como el sonido de las gotas de lluvia deslizndose por los cristales. Es apenas un instante en el que madre e hijo han quedado detenidos, midindose. Un instante en el que, sin embargo,

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caben todas las preguntas, las justificaciones. Por fin, es ella la que recupera el dominio. Vamos a la cama. Qu hacas? Ordenaba. Puedo dormir contigo? No. Tengo miedo, mami. Miedo? A qu? Miedo a... Al miedo; lo que tens es miedo al miedo. Si est todo cerrado. S, pero tengo miedo igual. Puedo dormir en tu cama? Ella lo abraza y repite que no, que a los seis aos un nio duerme en su cama y que l se va a la suya. Pero, t vas a dormir, verdad? Yo tambin voy. La madre apaga las luces y los dos suben las escaleras. Tadeo entra a su cuarto y, antes de meterse en la cama, va hasta el bal para cerciorarse de que el revlver de juguete est en su sitio.

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Numeral 4 de su lista: gas, luz, agua y telfono pagos. Tambin el servicio fnebre. No quera cargar a Csar; bastante tena con haber perdido el trabajo justo tres meses antes de que naciera su hijo. Un nieto! Ni siquiera eso lo salvaba. Ni la perspectiva del hijo de su hijo, ni saber que le pondran Alejandro, como corresponda al primer varn de la familia. Con qu derecho cargaran al nio con la fuerza de un nombre ajeno? l mismo haba elegido Csar y fue a ltimo momento, cuando el parto se complic y hubo que abrir a Laura. Entonces, record lo que su padre le haba enseado junto con sinfonas, constelaciones y surrealismo, record el significado de este nombre y le pareci que ningn otro le caera tan bien. Pero su nieto llevara el nombre de un recontratatarabuelo, de quien slo se saba que haba sido un mujeriego enfermizo y un lince para los negocios, un nombre que pas de hombre a hombre, siempre primognitos, claro, como su hermano Jano, que no tuvo hijos y deba aguantar que fuera un nieto de Tadeo el que se llevara los honores. Jano insista en que su hermano siempre haba tenido ms suerte, que por ser el menor se haba ganado la mejor parte. De qu?, se preguntaba Tadeo. Jano fue el primero, el ms inteligente, el que prometa, mientras l no era ms que el chico, el payasito al que buscaban para alegrarse con alguna monada. Pero nadie deposit sus esperanzas en l. Quizs el padre, en algn momento, le descubri esa sensibilidad que lo estaba matando, y entre los dos naci una afinidad tan honda que slo pudieron encarnar en la poesa. Jano siempre se burl de eso. l era como la madre, pragmtico y demandante. Mientras Tadeo y su padre lean poemas, ellos miraban las noticias en la tele y discutan la probable variacin de la moneda. Tenan un mundo de cdigos frreos en el que los otros no entraban, no queran entrar; aunque era tan fuerte la presencia de la madre en la casa que era imposible vivir de otra forma que no fuera bajo sus reglas. El padre la adoraba, pero era difcil entender qu los una. Ella era poderosa, vea en el sacrificio la redencin de los pecados y haca de esto un culto hacia el que los arrastraba. Tambin crea en la fuerza de voluntad mucho ms que en el poder de los afectos. Alguna vez Tadeo la encontr cocinando en plena madrugada, aguantando el sueo con caf y cigarrillos que esconda torpemente cuando lo presenta. Gastaba poco y nada en ropa y cosmticos. No iba a la peluquera porque se acomodaba el pelo con sus propias manos, unas manos potentes, de uas cortas y dedos gruesos, unas manos suaves que pocas veces acariciaron, y que el padre besaba con devocin cada vez que llegaba a la casa.

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l, en cambio, tena la dulzura a flor de piel. Era un tipo delgado, de ojos tristes, como si estuviera siempre a punto de reventar en llanto por algo, quiz por una vida que le hubiera gustado tener. Trabajaba como cobrador de una institucin deportiva y, en sus ratos libres, era poeta. O, quiz, decir que el padre era poeta y en sus ratos libres trabajaba como cobrador de una institucin deportiva honrara ms la utopa perenne en la que flotaba y hacia la cual llevaba a su hijo menor, con aquella ternura de soador condenado. La madre se peg un tiro cuando Jano tena trece y Tadeo siete. No hubo cartas, ni seales, nada. Desde ese da, Jano no volvi a hablarle al padre. No poda evitar echarle las culpas. Deca con alguna de sus indirectas que la pobre no aguant tanta blandura sin futuro, y a Tadeo le venan ganas de romperle la cara, como se la haba roto haca ya tanto... Le quebr la nariz, y le dej los ojos tan hinchados que parecan salidos del crneo. Alguien se lo sac de entre los puos. Tadeo nunca haba peleado de esa forma y descarg su furia, incluso el dolor por la madre, todo, en aquellos golpes que Jano se busc sin intentar siquiera una tibia defensa. Y eso que l s pegaba, y cmo! Tadeo lo saba porque una vez lo haba defendido a la salida de la escuela donde lo esperaban los matoncitos de siempre para arreglar una cuestin de hombras mal entendidas. Jano solo pudo con tres, a puo y patada limpia, mordiendo si era necesario, sin la menor elegancia, sin estilo, con ese instinto salvaje de proteger a la cra. Y la cra era Tadeo, el hermano que no serva ni para cuidarse la cara, que se qued arrollado en el piso, tiritando, con una mancha gris que bajaba sin dignidad por los pantalones mientras el otro se debata como un tigre consciente de su soledad. Jano hubiera podido defenderse aquella tarde en que Tadeo le rompi la nariz, pero se hizo pegar. Apenas una excusa para dejar escapar el dolor que llevaba como una vena tensa, que le atascaba la vida. Viva enojado con todos, peleando con cuanto obstculo se le interpona, provocando rias cuando no venan solas. Es un nio agresivo, haban diagnosticado con un simplismo aplastante, pero Jano era, en realidad, un nio triste, un animalito asustado que a cada zarpazo suplicaba que le devolvieran a la madre. Claro que hubiera podido defenderse. Era ms alto que Tadeo y tena msculos de gladiador. Hubiera podido derribarlo sin dificultad ni remordimiento; pero en lugar de eso permiti que esa vez fuera el otro quien agotara la ira contra su pobre cara. Esa tarde, Jano provoc la pelea. Se vieron muy pocas veces despus de aquello. Acababa de cumplir veinte aos y llevaba una eternidad sin hablarle al padre. Eligi irse de la casa, con el to Ignacio que todava no era el macho alpha, sino Ignacio, a secas.

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Tadeo no anda descalzo porque teme pisar un alacrn. Al principio, era fcil encontrarlos en el jardn, escondidos entre la pinocha o bajo alguna piedra. Pero ayer llovi y los alacranes estn por todas partes, hasta en el cesto de las cebollas y en el vaso de lavarse los dientes. Tadeo revisa entre las sbanas, sacude la ropa, da vuelta las medias. Jano se divierte y lo roza con una pluma detrs del cuello en el momento en que va a encender la luz. Tadeo quisiera llorar, pero ya ha aprendido la leccin y sabe que no debe. Va a buscar consuelo con la madre que no teme a los alacranes y le dice que se deje de mariconadas. El padre lo llama y vuelven a la noche fresca, de cara al cielo, uno sobre el otro, la espalda de Tadeo apoyada contra el pecho grande, las cabezas muy juntas, y el jardn titilando de alacranes que a Tadeo ya no le importan porque no hay lugar ms seguro que aquellos brazos que lo aprietan. ... y entonces mandan al escorpin para matar al gigante. Cul? Orin. El de las Tres Maras? se. Y? Y que no me acuerdo si lo mata o lo hiere. Qu raro que no te acuerdes. Tadeo cierra los ojos y se deja ir en el sopor delicioso de la felicidad completa. *** Ah hay uno! Dejame a m. Y si te pica? Nada. No tens miedo de morirte? No seas bobo, Tadeo, los alacranes no matan. Pero los escorpiones, s. Pasame el alcohol. Puedo mirar? De lejos. El alacrn es un escorpin chiquito? Jano hace un crculo de alcohol en torno al animal que est inmvil, pero presiente que algo malo se avecina y levanta el aguijn como un gato erizado.

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Y despus crece, no? Jano no responde; est ocupado en cerrar el crculo. Despus crece? Pasame los fsforos. Crece? Yo qu s! Crece, s, crece. Jano enciende un fsforo y lo tira sobre el alcohol que se enciende en una corona azulada. El alacrn ya no est inmvil; siente el calor muy cerca y empieza a girar hacia una salida que no encuentra. Jano aplaude. Dentro del crculo infernal, el alacrn sabe que est perdido. Avanza los pocos centmetros que lo separan de las llamas y retrocede. As varias veces hasta que vuelve al centro y se detiene. Ahora! dice Jano excitado. No te pierdas esto! El alacrn est acorralado. Intenta un ltimo embate estril, gira, levanta su aguijn, lo mantiene en suspenso durante unos instantes en que los hermanos contienen el aliento y, por fin, lo clava con violencia sobre el lomo. Jano se ha puesto de pie y lanza un grito de euforia salvaje que aumenta a medida que el alacrn se retuerce. Ya no hay llamas, pero el alacrn ha muerto. Tadeo no conoce el nombre de ese sentimiento que le est naciendo, un vaco que va del pecho al estmago y anida all, en un nudo, las entraas vueltas un montn de alacranes que se le retuercen dentro.

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En algn momento, Tadeo abri un plazo fijo en un banco que prometa intereses altsimos. Debi haber sospechado de tanta limosna, pero fue como un corderito al matadero junto con otros, impulsado por ese mito que les haban inculcado: Aqu no pasa nada; tenemos un sistema bancario estable. Adems, Tadeo era un tipo de letras y vea pasar los nmeros como bandadas, con una vaga percepcin de que hay algo que sustenta su vuelo, pero sin identificar los mecanismos ni las razones profundas, sin adivinar cuntas aves lo componen ni, mucho menos, como El hombre que calculaba, intentar siquiera una torpe estimacin de la cantidad de alas batientes. Es decir, vea los nmeros, pero sin entenderlos. As que de poco le habra valido una intuicin econmica, que nunca tuvo; o una visin comercial, menos an; o la advertencia sabelotdica de una charla de bar. De eso s saba bastante porque era parte de una, cmo llamarla, tertulia?, reunin? Martes a martes, as se cayera el mundo y ellos con l, se juntaban a discutir sobre poesa, aunque en el fondo se juntaban para que la mediocridad no los encontrara tan solos, es decir, para compartirla. Volvi a leer la lista y pens que ms tarde llamara a Vctor. Se conocan desde haca aos y haban empezado a reunirse luego de la crisis. Algunos se arrimaron porque no tenan otra cosa que hacer despus de haber perdido el trabajo, y con el trabajo la hombra, y con la hombra la dignidad, y con la dignidad la mujer, y con la mujer los hijos. Vctor era otra vctima del machismo. As lo haba escrito en un texto olvidado por todos, pero que l conservaba en un papelito ajado en su billetera, y que, de tanto leerlo, haba acabado por memorizar y repeta como si estuviera citando a un clsico: El hombre ser el proveedor de su familia, no importa si la mujer es analfabeta o ingeniera nuclear. El hombre ser el que la sustente a ella y a sus hijos, y si esto no es posible, es decir, si por razn del destino algo se tuerce y ella empieza a ganar ms o es la nica que gana algo para llenar las tripas, el hombre se sentir una ameba, poco ms que eso. Con el tiempo, tras violencias varias que sern su forma de canalizar la frustracin, terminar comportndose como si lo fuera, un intil que no supo mantener su trabajo. Y se quedar, irremediablemente, solo. Vctor era un buen tipo, pero tambin un infeliz. Tena nfulas de poeta y alguna vez haba logrado producir un verso decente montado en un poema pobre de principio a fin. Pero ellos, los muchachos de la barra de los martes, siempre le rescataban uno de esos versos en los que Vctor haba tenido la buena idea de incluir palabras poderosas en sonido y evocacin, como tembladeral, por ejemplo, o incluso algn neologismo del tipo de

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ladriaullido o almidrmico, que aplaudan como si fuera una creacin magistral digna de Garca Lorca. Lo hacan, est claro, por lstima y porque Vctor, condenado a una mediocridad eterna, no representaba un peligro para ninguno de ellos. Si, en lugar del poeta de medio pelo que siempre sera, Vctor hubiera sido una promesa de Baudelaire criollo, es casi seguro que no habran sido tan condescendientes con sus palabrejas y que no habran soportado la envidia enfermiza de saber que estaba destinado a un paraso que para todos los dems siempre sera ajeno. Por qu prefera llamarlo a l y no a los otros? Porque Vctor, como todos ellos, era un terrible egocntrico pero, a diferencia de los dems, no tena pasta de hroe y no se descolgara con la pesadez insufrible de salvarle la vida. En aquellas tertulias de caf, casi ninguno escuchaba. Ms bien estaban midiendo el momento exacto en que otro dejaba un espacio, un mnimo espacio en su prolija oratoria para insertar algo conexo o no con lo que vena diciendo, pero siempre referido a un hecho personal, siempre a un hecho propio, sin importar un rbano que el otro viniera a contar que su padre estaba agonizando en un hospital o que, como era el caso, iba a suicidarse pocas horas despus. Por lo tanto, no haba que preocuparse por Vctor. Poda ser sincero con l, incluso marearlo sugiriendo que lo tomara como inspiracin para un poema. Y, entonces, se descolgara con su teora potica basada en sus magros estudios aristotlicos y a los dos segundos ya habra olvidado la razn de la llamada. Pero con los otros haba riesgos que no deseaba correr. O, mejor dicho, le aburra tener que andar explicando las razones de su decisin. Estaba la posibilidad de que el anuncio del suicidio les despertara su vena pica y armaran una cruzada deprimente, medio romntica, muy cursi, para venir a disuadirlo. Pero, adems, una parte de Tadeo saba que Vctor mostraba su lado humano cuando los complejos le daban tregua, y lo prefera a los otros. Vctor hubiera sido mejor tipo de haber tenido ms suerte en la vida. Daba la impresin de que las penurias y los fracasos haban estropeado una materia prima de calidad que, en otras circunstancias, habra producido un hombre valioso. Era como un trozo de buena madera sin tratar. En algn punto de su existencia, debi de tomar la decisin que lo condenara al desnimo de los tibios: se entreg a la molicie del no puedo y termin convencindose de que era un bueno para nada. El hbito hizo lo dems. Ya eran las nueve y cuarto de aquel martes y apenas se haba puesto en marcha. Llen la baera con agua caliente y agreg un puado de sales que Laura le haba regalado para un cumpleaos, y que desde entonces andaban estorbando entre su ropa. Mientras planificaba se, su ltimo bao, le pareci un detalle agradable echar aquellos granitos al agua y ver el efecto balsmico que Laura le haba anunciado. Bao con sales: el numeral 2 en su lista. Como era de esperar, aquello haba perdido sus propiedades, ya no tena color ni ola a nada. Fue igual que echar sal gruesa porque se disolvi al instante y lo dej

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nadando en una especie de caldo. El agua se enfri en pocos minutos y Tadeo termin bajo una ducha tibia. Se sec con mal humor y olvid los espacios entre cada dedo del pie. Si alguna humedad quedaba, si apareca uno de esos tajitos hirientes, ya no sera su problema. Que el hongo se alimentara de su cuerpo muerto, como otros organismos lo haran. l estara a salvo, ms all de cualquier sufrimiento. Envuelto en la toalla, se par frente al espejo. Como otras veces, sinti la presencia de Doc en la pieza, esa compaa sutil que le aligeraba la dolorosa autocompasin de sentirse solo: Y? Qu hacemos, Doc? Nos vamos, eh? Mucho cansancio. Cuarenta y siete aos, viejo, cuarenta y siete. Y este pas que no ayuda. Ni siquiera pensaba votar la prxima vez. Cmo iba a votar? A quin? Si ya tens la seguridad de que los tipos te roban; si te lo estn anunciando, cmo vas a ser tan imbcil de volver a caer, eh? La ltima vez le di un beso a la papeleta, no me falles, le dije a la foto del tipo que hasta en esa instancia tena cara de estarse burlando de todos. Y la met, Doc, te juro que la met con ganas, hubiera entrado el brazo con codo incluido para que cayera bien al fondo. La met con ilusin, pobrecito! Para que, al final, apenas llegados, ya nos ensartaran y encima lo hicieran con nuestro soberano voto. En sa s que no me agarran ms. No me agarran en nada, para ser sinceros, porque ya nos vamos y que otros carguen con el peso de decidir de qu lado van a dejarse robar. Al fin de cuentas, tampoco ellos deciden. Las cosas se cocinan ms arriba, o ms abajo, segn se mire, pero en cualquier caso ser un lugar parecido al infierno, sin moral ni valores, sin ms dios que el dinero. Y desde ah mueven los hilos de los que elegimos. As que no me engao; tampoco importa tanto mi voto. Lindo discursete, verdad, Doc?, podra haber sido poltico. Lstima que me vaya en palabras.

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Es de maana y la madre est en la cama. Sola. Tadeo va a despertarla. Ella lo oye atravesar el pasillo que separa los dormitorios y se finge dormida. Tadeo se acerca y le toca el cuello. Mam? Ella no se mueve. Tadeo se trepa a la cama y se pone en cuclillas a su lado. Mamisusurra. Nada. Tadeo la empuja con suavidad y nota que la cabeza est pesada y los ojos entreabiertos. Se angustia. Mam? Mam! Ahora la sacude y el cuerpo se agita como una gelatina. Tadeo est desesperado. Ella decide prolongar el juego un poco ms, ver hasta dnde llega su hijo. Mam! Mamita! Llora y ella siente un poco de remordimiento, pero es ms fuerte lo otro, tensar al mximo la situacin, casi como un experimento. Mamita... Tadeo la abraza y llora. Se separa de su cuerpo y la zarandea con algo de violencia. Mam! Despertate, mam! grita. El llanto se ha vuelto histeria. Mam, mam, por favor, mamita... Llora durante un rato en el que ella parece estar disfrutando con su macabro juego. Tadeo la golpea con los puitos en los brazos, en el vientre, en el pecho. Ella abre los ojos y l retrocede asustado. En el instante que sigue a estos ojos desmesuradamente abiertos, no tiene claro si es su madre que despierta o la resurreccin de un muerto. Tadeo, me pegaste. Ven, dame un abrazo. l se acurruca contra su cuerpo, pero no puede detener el llanto. Qu pasa? A ver, qu le pasa a este niito? Tadeo no habla, nada ms llora y se aprieta contra el calor de su madre que lo consuela como si acabara de rescatarlo de la boca de un dragn. No es nada, m'hijito. Pensaste que estaba muerta? Ella lo besa y se moja con la sal del llanto; lo besa y lo toca, se avergenza un poco y se siente extraamente feliz.

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Antes odiaba los cementerios, los velatorios y toda esa fanfarria fnebre que le resultaba impa. No entenda la razn para tener un cuerpo expuesto de esa manera tan poco digna, groseramente maquillado en algunos casos o descomponindose en ese verdor grisceo de las pieles inertes. Un cuerpo que hasta ayer, noms, era una vida, ahora convertido en ese mueco pattico, tapado hasta el cuello, con las rbitas marcadas bajo los prpados cerrados a presin, y esa falta de pudor que supone mostrarse en la ms pura intimidad, que es la de no ser. Un cuerpo que ya no era de nadie y era de todos, al que cualquiera poda tocar o besar, quiz con el secreto morbo de probar la temperatura de la muerte; o al que alguien se sentira con derecho a cortar un mechn de pelo para guardar en un relicario, con la devocin de un cruzado. Y la penosa procesin de frases hechas, la peor burla al dolor ajeno, frases que deberan quedar atascadas, y con ellas la lengua del que no puede evitarlas cuando un abrazo callado sera suficiente. Pero un da Tadeo entendi cunto bien le hubiera hecho ver a su madre muerta. Jano la encontr en la cama, tapada hasta la cintura, como si hubiera tenido fro en el momento final, o hubiera necesitado un poco de tibieza, una tibieza que no alcanz. Estaban merendando y nada excepcional pas en los minutos previos. Muchas veces Tadeo repasaba cada detalle, pero no lograba recordar ms que la mesa de la cocina con el mantelito de colores, un pan casero todava humeante y los tazones de caf con leche. Hablaban de cualquier cosa, sin mayor emocin, nada importante, cuando ella pidi disculpas y se levant como quien va al bao. Tampoco le pareci que demorara ms de lo normal; slo poda recordar el ruido seco y al padre que baj la cabeza con resignacin. No lo dejaron verla. Estuvo aos jugando con la posibilidad de que volviera. La buscaba en otras caras, en otros cuerpos, lleg a orinarse por las noches pensando en ella. Pero no hubo conjuro que se la hiciera carne de vuelta. Extra su presencia fra en la casa, aquel rigor militar con el que los criaba, y criaba al padre, tambin. La fuerza de voluntad, el carcter firme, la poca paciencia para tolerar flaquezas y la amorosa disposicin que pona para hacer de ellos hombres de provecho. En aquel maniquesmo sin misericordia del cual ella era su principal vctima, no permita el menor desvo de conducta; no aceptaba el error ms que como una muestra de debilidad. Su vida estaba signada por el deber ser; a ese mandato se consagraba como una religiosa y los arrastraba con aquella fuerza infernal. Era una tirana con su propia vida y no encontr la horma del zapato que la pusiera en su lugar, que los salvara a todos de su despotismo.

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Tadeo intua que algo fallaba en aquel mecanismo perfecto. Aos despus, ya hombre, descubri su enorme fragilidad, los miedos que la agobiaban, lo insegura que era. Estaba aterrada, se saba dbil y era demasiado orgullosa para pedir ayuda. Alguien debi de malensearle alguna vez el concepto del honor y lo llevaba como un estandarte, una equivocacin existencial que rega su vida. Y la de los dems. La madre fue a parar al limbo de los innombrables; el padre se hundi en una melancola de la que jams volvi, y Jano se enoj para siempre con el mundo. A Tadeo le cost entender que no la vera ms, pero recordaba la calma pasmosa con que asumi su muerte, como si hubiera estado esperndola en esa fina conciencia de lo inefable donde van a parar aquellas cosas que el miedo no permite nombrar. All tena l bien atrincheradas sus certezas de que la madre se matara tarde o temprano. Ella lo estuvo avisando durante mucho tiempo con conductas que eran sntomas claros de lo que se gestaba en su interior. Pero nadie entendi que tena miedo y, segn Tadeo supo despus, estaba llena de una culpa honda, enganchada como una garrapata a su pobre sentido del deber. No era especialmente bella. Tena la nariz larga y unas ojeras de trasnochada perpetua. Apenas usaba una pintura roja para los labios que les marcaba la cara cuando los besaba, las pocas veces que los besaba. Tadeo corra a limpiarse, pero Jano se haca el distrado y andaba por horas con el beso de su madre estampado en la mejilla como una cucarda. No era especialmente bella, ni amable, ni tierna, ni brillaba demasiado, pero era una mujer ordenada, limpia, que tena la casa impecable y a ellos de punta en blanco, que nunca falt a sus deberes de madre y que, una mala tarde, no aguant tanta presin. Cuarenta aos despus, Tadeo poda imaginarla aterrada sin saber qu hacer con el maravilloso desorden de la vida. Una vida que alguien le haba enseado como la otra cara de la muerte, y entre esas orillas se mova con comodidad, como si fuera tan natural estar de un lado o del otro, despertar una maana pensando qu cocinar para el almuerzo, y pegarse un tiro antes de la cena. Le falt esa desprolijidad imprescindible, un poco de caos en la perfeccin. Le falt misericordia para perdonarse. As era el arrastre de sus das, sin ms estmulo que la satisfaccin de cumplir. Al fin y al cabo, la madre haba muerto, como todos, de su propia enfermedad. Y a l le falt verla muerta. Tampoco se lo reproch al padre. No hubiera podido, pobre hombre quebrado, aadirle otro peso ms a la carga bajo la cual apenas lograba transcurrir. Cuando fue un poco mayor, Tadeo comenz a enhebrar las cuentas de un largo rosario, todava inconcluso, y percibi que no era slo la muerte de su mujer lo que atormentaba al padre. No se equivoc. Pas de odiar el ceremonial de la muerte a buscarlo con pasin para completar los duelos que el tiempo le fue abriendo a cuchilladas, como zanjas

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de desconcierto. Por eso haba aceptado ir al cementerio. Incluso cuando significaba un cambio de planes, un giro inesperado en ese da, aun as, necesitaba ver cmo bajaban el cuerpo de su to, quines lloraban y cuntos se regocijaban en silencio. Iban a mover los huesos de sus padres, a hacer lugar en los estantes para acomodar al nuevo inquilino y, algn da, no habra ms espacio en la casa y los hijos de los hijos de los hijos, que ya no iran a poner flores, los reduciran a polvo sin miramientos. Tambin, claro est, iba para fantasear con su propio funeral, que sera bajo lluvia. Lo saba porque haba estado pendiente del pronstico del tiempo.

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Una casa sin cuchillas. La casa de Tadeo y de Jano es una casa donde no entra una cuchilla porque la madre no lo permite. Una nica vez lo hablaron. Ella puso el grito en el cielo; pero no dio explicaciones y el asunto qued zanjado. Y el padre, con esa docilidad que es casi una sumisin, no pregunta, no se opone, no protesta ni siquiera cuando est preparando un asado y tiene que usar un simple cuchillito de cocina. Ella lo mira afanarse en la difcil operacin, pero no se mueve, hace como si nada para evitar cualquier referencia al tema. Por fin, el padre ha logrado desprender un trozo de carne del costillar y lo pone en una tabla. Se lo ofrece a ella, le dice que empiece, que no espere que sirva a los dems, que se le va a enfriar la comida. Ella come y los nios esperan su turno pellizcando el pan, mientras el padre vuelve a la odisea de aquel serruchito insignificante que pierde su filo apenas roza el hueso. Ella mastica y recuerda una tarde de invierno en que cortaba aceitunas para una salsa y los nios jugaban frente al televisor, en la cocina. l no haba vuelto an del trabajo; el viento se colaba por debajo de las puertas y se meta entre las fibras de la ropa hasta llegar a la piel, y ms adentro, hasta convertirse en un fro metlico, como una pualada. Afuera, la tarde se extenda hacia una noche de tormenta y lo iba agrisando todo a su paso; un presagio de invierno eterno. Ella machacaba las aceitunas sin la menor atencin, conmovida por la tristeza de aquel paisaje que le devolva la ventana y que era como el reflejo demasiado idntico al pramo que llevaba dentro. Mir a los hijos, tan ajenos, tan de ella. De pronto, el peso de la cuchilla se hizo evidente. Quiso soltarla, pero era ms fuerte el encantamiento, la rara sensacin de tener la muerte en las manos. Volvi a mirarlos. Pas un dedo por el filo y slo fue cuando el tajito abierto comenz a arder que sinti que regresaba de muy lejos, y un miedo aterrador la envolvi. El miedo de saber que poda, de cuan cerca haba estado, y, lo peor, esa sensacin indescriptible de haber perdido por unos instantes el control y la conciencia.

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Si al despertar aquel martes le hubieran preguntado por el ltimo sitio en el que pensaba encontrarse, Tadeo habra respondido: el cementerio. Pero no le extraaba estar all, a las once de la maana de una primavera empecinada en recordar el eterno resurgir de las cosas. Lleg antes que el cortejo y anduvo entre las tumbas inquietando al guardia de la puerta que no entenda qu haca solo y sin muerto que despedir. El cementerio le pareca un laberinto aciago para perpetuar el sufrimiento y hacerse la ilusin de que todo est bajo control solamente por saber dnde estn los huesos queridos. Pero no es ms que un ritual que ayuda a continuar con la vida. Las flores sobre los huesos devuelven un poco de paz, pero no devuelven a los muertos, ni hacen justicia con las penas de su vida, ni ponen en orden la insolencia de la muerte. Y, sin embargo, cada cual tiene derecho a saber dnde dejar esas flores, como una marca de identidad desde el pasado, hijo de tal o cual, muerto de tal manera, polvo sobre el cual descansan unos claveles tristes y se encarna el dolor, y desde el dolor, el recuerdo. Le cost encontrar el panten de la familia. Haca aos que no pisaba el lugar y la memoria tiene sus estrategias que slo ella entiende. Crey reconocer un ciprs gigante con una enredadera abrazada a su tronco, y ms all la tumba blanca de un nio aniquilado por un rayo durante una tormenta. Poco a poco, el camino se fue haciendo claro, como si algn personaje de un cuento infantil estuviera tirando guijarros y l los siguiera casi sin darse cuenta de que iba adentrndose en el mundo de los muertos y que estaba solo, tan solo como ellos. Breas, Cfiro... Algunas callecitas del cementerio tenan nombres que recordaban a los vientos, y a l le recordaban que deba haber llevado abrigo. El sol apenas penetraba entre las ramas tupidas y creaba un microclima de humedad amaznica, el escenario perfecto. Su paso se volva firme a medida que los recuerdos iban apareciendo, como si ayer mismo hubiera estado all: el panten del ngel vencido, la Magdalena sufriente, el del hibisco en flor, el de la grieta abierta desde siempre, el que nadie visitaba. Y un poco ms all, en la callecita con nombre de ro, la casa que pronto habitara, la casa de la familia, ese agujero en la tierra sobre el cual se construy un pequeo monumento, sobrio, sin imgenes, con sus letras en bronce y un lugar en su interior guardado para l. Lo asustaba pensar en su morbosa fascinacin. Se sent al borde del camino, en un murito donde una canilla goteaba. Hasta haca un rato, nada ms, se senta bien, pero ahora una presin baja en el ambiente, como una mano asfixiante, iba ponindolo triste. Conoca bien el poder de su tristeza y saba que no tendra energas para matarse si se dejaba

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llegar al fondo, como otras veces en que fueron das en la cama, esperando solamente que algo, cualquier cosa, lo salvara o lo liquidara de una buena vez. Haba poca luz y un olor helado que no era de este mundo. Quera irse de all, pero su cuerpo estaba pegado al hormign y no poda moverse, condenado a esperar. Al rato vio avanzar un coche negro cubierto por flores y un cortejo largo que se deslizaba a pie por las callecitas con el sigilo de una serpiente. Marga caminaba detrs del atad. Apenas pudo reconocer a la mujer que am en ese vestido negro, demasiado holgado, como una bolsa. El marido iba detrs con una mano puesta con displicencia sobre su hombro, pero ella apur el paso y se sacudi la carga intil de esa mano que no serva de consuelo. Esa mnima seal fue suficiente para que Tadeo pensara que Marga hubiera sido feliz junto a l. Estaban a unos metros, pero ella no lo haba visto an. Llevaba lentes oscuros y los ojos clavados en el piso, caminando de memoria. Marga querida, pens Tadeo. Y entonces, seguramente inspirado por alguna vieja pelcula, decidi que si ella se sacaba los lentes al verlo, sera seal de que todava lo amaba. Como un nio se concentr en ese gesto rogando en silencio con la misma emocin con que alguna vez haba pedido deseos a una pestaa apretada entre los dedos, o a una estrella fugaz. Que se los saque, se repeta, que se los saque. Marga ya estaba junto al panten rodeada por gente que Tadeo no vea. Su marido se haba puesto al lado, pero tena la decencia de no tocarla. Haba unos muchachos cerca, unas moles llenas de pecas. Sern sus hijos, pens Tadeo, pero pronto volvi a ella como si nada ms existiera en ese momento, y olvid a los muchachos, al marido gringo, a Jano, que, sin duda, estara entre la gente penando como un hijo ms. Los hombres hacan su trabajo con precisin quirrgica. Nada ms sus voces se oan en el silencio amargo de la maana, sus voces y algunos sollozos entrecortados. Tadeo rode el panten y se detuvo a unos metros frente a la boca que los hombres acababan de abrir. Vio la prolija estantera, dos lugares por nivel, los abuelos juntos, en el de ms abajo. Reconoci el cajn de su padre, un caoba esplndido, tallado, con las manijas de bronce. Qued as un buen rato, como si estuviera desentraando los misterios del Guernica, el simbolismo elemental de las cosas. Y entonces, para su sorpresa, vio cmo descendan el cajn del to Ignacio y lo colocaban junto al de su madre, de manera tal que ambos cuerpos se emparejaban en el pozo oscuro de la eternidad. Era Marga quien diriga la operacin desde arriba. Cuando la tapa se cerr, se miraron por primera vez, y ella, que ya no lloraba, se adelant hacia l, lo tom del brazo y se quit los lentes. Viniste. Cmo no iba a venir! Ests bien? se arrepinti de la estupidez de su pregunta.

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Estoy cansada. Esto agota, Marga. And a tu casa a dormir. A mi casa no vuelvo. Llevame con vos, Tadeo, no quiero volver. La gente ya haba empezado a arremolinarse sin la menor prudencia, pero Marga estaba muy lejos de all, ni siquiera se permita unos minutos para rezar o consolarse. Estaba inquieta, como si temiera que de alguna parte surgiera una legin blanca para encerrarla en una ambulancia y llevarla al manicomio. Pero slo haba gente que se aproximaba para decir las obviedades que ella no responda. Tadeo se qued a unos pasos y vio que Jano la abrazaba como un hermano. Ella lo apart con dulzura y le dijo que se fuera a descansar. Ya no era el muerto el centro de la ceremonia, sino la hija y la viuda, una pasita arrugada en un rincn, la ta Margarita, qu vieja estaba. Por fin, se despej la bandada de dolientes, cada cual a su auto, a seguir con la vida; muchos quizs haban olvidado por qu estaban ah y ya pensaban en las tareas postergadas esa maana y cmo las acomodaran en los das siguientes. Otros se iran plenamente satisfechos por el deber cumplido, con la secreta tranquilidad de saber que estos detalles se devuelven algn da. Entonces, el marido de Marga repiti el gesto torpe de la mano en el hombro, pero esta vez ya no hubo disimulo en la respuesta. Ella dio un paso atrs con brusquedad y le pidi que la dejara en paz, que quera estar a solas con su padre, que se fuera y se llevara a los hijos y a la madre, que se fuera. El hombre discuti lo imprescindible y obedeci. Ni siquiera repar en que Tadeo estaba todava ah. A lo lejos se oa el motor de un auto que no poda arrancar; pareca el grito ahogado de un dinosaurio que se desperezaba y vena por ellos. Cuando quedaron solos, Marga le suplic con los ojos que la llevara lejos, que la salvara.

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La casita de la playa es el lugar donde han quedado los mejores recuerdos. Haba sido de los abuelos, a quienes Tadeo nunca conoci, pero Jano s, y eso le da superioridad, una suerte de prestigio frente al hermano que ha nacido medio hurfano de familia. Pasan ah los meses de verano y algunos fines de semana durante al ao, si el tiempo lo permite. El padre rezonga cada vez que tiene que hacer una pequea mudanza, pero en el fondo disfruta de este lugar donde se siente ms jefe que en la otra casa, la de la ciudad, el reino de ella. La madre llega y se descalza. Anda as hasta la hora de volver; dos das si son dos das, tres meses si es el verano entero. Las plantas de los pies se le endurecen y se abren en grietas resecas como un papel acartonado, pero a ella no le importa. Cuando mucho, las raspa contra las piedras de los canteros, tumbada en el pasto en un silencio que, a veces, puede durar demasiado, pero que nadie se atreve a interrumpir. As est hasta que descubre algo que le ilumina la mirada. Pone un ndice sobre los labios y susurra al hijo que est jugando bajo la sombra del alero: Shhh, no hagas ruido, Tadeo, ven. Tadeo se acerca en cuatro patas y mira hacia las matas verdes, pero no logra distinguir nada excepcional. Ella apunta con su dedo extendido y hace gestos con las cejas. No ves? Entre las ramitas. Mir bien. Tadeo quiere complacerla y fuerza la vista para saber qu la maravilla tanto. Ms que nada quisiera acompaarla en esta pequea conmocin que ella se ha permitido, pero slo ve ramas, hojas, y una telaraa a medio deshacer, vestigio de la noche, quizs. Ella se incorpora, lo toma de la nuca y lo obliga a acercarse ms, como si fuera un perro a una madriguera. Entonces, con la misma emocin con que un astrlogo descubre una estrella nueva, Tadeo ve un par de ojitos y unas antenas delgadsimas que surgen de una ramita verde, tan verde como todas las dems. Mira a su madre. Es como una langostita dice ella, por ponerle un nombre al bicho que est inmvil, pero que ya ha sentido su presencia. Parece una rama. Ella sonre satisfecha. Es para que los pjaros no se la coman. Muchos animales hacen eso. Ah! Algunos peces, los conejos blancos en la nieve, unos raros que se llaman camaleones... Pero, siguen siendo animales, verdad? Claro. Se quedan quietitos y cuando no hay peligro, se van.

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Qu lindo... Qu cosa? Cambiar de color cuando tengo miedo. Ella le dice que no diga tonteras, que se vaya a jugar. Y se pierde en un laberinto de confusiones, la cara vuelta hacia el cielo.

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No hablaron durante el viaje. El taxi arranc sin saber hacia dnde y ella pidi ir a casa de Tadeo. En medio de una situacin tan emotiva, el nico pensamiento que a l le vino a la mente fue que no haba hecho la cama ni lavado los platos del desayuno. Estupideces para no revolver otras cosas. Marga... le dijo, pero ella gir hacia la ventanilla y l supo que no deba hablar. Abri la puerta como un adolescente que trae a la novia en ausencia de los padres. Ella entr y se quit los zapatos. Tena los pies hinchados, muy rojos. Y aquel vestido negro que no invitaba bajo el cual se presentan los estragos que el tiempo haba hecho. Cogeme le dijo, como hubiera podido pedir un vaso con agua. Marga, qu decs, ests agotada. No ves que no puedo ms! Se levant el vestido y l pudo ver sus piernas enormes, dos mazas blancas llenas de pozuelos, tan distintas a las piernas firmes que le enlazaban la cintura haca tanto. La abraz. Quiso ser un abrazo de ternura, pero ella necesitaba otra cosa. Le clav las uas en los hombros y el dolor lleg a la piel por encima de la camisa. Se peg a su cuerpo y empez a refregarse contra l. Entonces le tom la mano y la llev por debajo de su falda. Tadeo estaba paralizado, con su hombra inerme, sin saber qu hacer, lleno de pena por los dos. La empuj con suavidad hasta la cama. La mirada de Marga era de pavor, como si estuviera viendo a travs de l, lejos, mucho ms lejos, un ejrcito de monstruos de los que quera prevenirlo. Tadeo se acerc a su boca y la bes. Tena el aliento agrio de una noche en vela, pero su piel segua oliendo a jabn, como la recordaba. Se recost a su lado y comenz a acariciarle el cuello. Viste qu gorda estoy? Tadeo dijo que estaba bien as, pero menta. Por pura turbacin no atin ms que a abrirle el vestido y comenz a besar aquellos pechos lechosos, blanduzcos, con unas venitas azules que bajaban por todo su cuerpo y se ensanchaban en las piernas, gusanos del tiempo. Ella se dej hacer y l fue sintiendo que en aquella entrega pattica, en medio de una cama revuelta, eran dos criaturas cansadas que suplicaban por una tregua. La toc con cautela, primero, redescubriendo cada centmetro de su cuerpo con un asombro que le despertaba la memoria, y entonces recordaba que ya haba estado ah, transitando esos mismos caminos. Ella pidi que bajara las persianas y l hizo como que no la haba odo, pero ella insisti. En la penumbra infeliz del cuarto, la ayud a arrancarse el vestido y se sorprendi

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ante su propia torpeza para sacarse el cinturn y el resto de la ropa. Marga se qued tendida boca arriba, con las piernas ligeramente abiertas, ofrecindose. Volvi a hundirse en ella como haca treinta aos, la sinti retorcerse bajo su peso y quiz sollozar. Pero, para ese entonces Tadeo estaba muy excitado, quera penetrarla con furia, que murieran los dos ah mismo. Eso quera. Marga se aferr a su espalda con las manos vueltas garras mientras Tadeo se mova fuera de s, encabritado por una mezcla extraa de amor y resentimiento. No poda dejar de sentir aquel cuerpo abandonado a los embates de la dejadez, y saba que ella estara extraando en l su vientre plano, los msculos tensos de sus brazos y piernas. Dio un grito que fue un desgarro del alma. Se elev sobre su cuerpo y qued clavado en ella como el indicio torpe de un apualamiento. Marga lo miraba mientras l se iba a esa otra dimensin pictrica y volva unos segundos despus, perdido, sin saber qu realidad lo esperaba. Se qued acostado encima de ella hasta recuperar el aliento, levant los ojos y vio que todava lo estaba mirando. Y vos? le dijo. Est bien contest y le pidi que la abrazara. Tadeo se puso a su lado y la apret contra l. Estuvieron sin hablar por un buen rato, luchando para no quedarse dormidos, quiz porque ambos saban que no haba lugar para tal plenitud. Marga y Tadeo no se sentan plenos; apenas haban descargado la ira contenida durante tantos aos sin verse y saban que estaban demasiado lejos de cualquier sentimiento parecido a la felicidad. Ella tendra que vestirse y volver a su casa ms temprano que tarde; y l no dejaba de pensar que esa noche era su noche elegida para terminar con una vida que lo tena hastiado. Perdoname dijo ella bajito. Tadeo le acarici la cabeza y oli su pelo. Perdoname repiti. Perdoname vos. Te lastim? Sonri por primera vez y volvi a tener diecisiete aos. Entonces, por un momento, l temi que aquella sonrisa lo disuadiera de sus planes y se puso serio. Qu te pasa? Esto es de locos, Marga. Qu estamos haciendo? Ella le lami los ojos. No he sido feliz dijo como si fuera necesario. Ni siquiera cuando nacieron mis hijos. Quin sabe qu es la felicidad. Y vos? Yo? No me cuestiono mucho minti Tadeo. Voy pasando. Pero, ests bien? No me ves? Hago lo que puedo.

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Le hubiera gustado contarle que estaba deshecho, un despojo humano, sin trabajo y con sus ahorros perdidos en alguna isla caribea a raz de la maldita crisis bancaria; que slo tena deudas, puras frustraciones, un divorcio a cuestas, una familia desintegrada y ninguna fuerza para vivir. Pero slo se le ocurri contarle que iba a ser abuelo. Marga se incorpor en la cama y volvi a sonrer, esta vez con autntica alegra. Abuelo! Abuelo repiti l sin entusiasmo. Y yo qu vengo a ser? La pregunta los devolvi a la realidad de su parentesco. Fue un segundo en el que se unieron los juegos de la adolescencia, el amor, un amor tan puro, el escndalo, la ta Margarita persignndose y el to Ignacio llevndosela lejos, mutilndolos para siempre. No me contestaste insisti. Una especie de ta? Qu locura, Tadeo! Vas a ser abuelo. Hoy enterramos a pap y pronto vamos a tener un nio en la familia. Cul familia? Lo que sea, pero es una familia. Siempre fue una farsa y despus de que mam se mat empez a liquidarse gir hacia la pared como un nio malhumorado. Una sombra le creci a Marga en la voz y se le anud como un zarcillo a otra sombra del pasado. Nunca hablamos de lo de tu madre le dijo. Para qu? Porque se necesita hablar. No se puede hacer como si no hubiera pasado nada. Tadeo encendi un cigarrillo. Dio una pitada y se lo pas. Viste a Jano hoy? pregunt ella como buscando una excusa para decir algo importante. Apenas. Est viejo. Viejo y solo. No hubo mujer que aguantara; en realidad, siempre era l que las dejaba primero. Prob con varias. Algunas parecan enamoradas, incluso dispuestas a soportarle las locuras, pero a los meses l decida que la cosa no caminaba y les deca adis como si fuera un trmite. Al poco tiempo apareca con una nueva. Nosotros la recibamos en casa, claro, le hacamos la fiesta completa a ver si de una vez enganchaba, pero no haba caso. Y siempre era l. Sabs qu pienso? Que l las dejaba antes de que ellas lo hicieran. Pero, por qu habran de dejarlo? No te digo que algunas estaban enamoradas. Si habr tenido que consolar llantos!

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No super nunca lo de mam. Ella fue la mujer de su vida, la nica, la ms importante. Y lo abandon. Te das cuenta? Qu poda esperar de las dems? Puede ser. Es difcil saber qu est sintiendo. Es un tipo raro. Pero yo lo quiero; con pap fue un hijo. No sabs cunto lo cuid. Incluso ms que yo. Nunca entend por qu tanto odio hacia mi viejo. Porque lo culpa. Dice que en los ltimos tiempos la trataba mal, que se peleaban mucho, que le gritaba. Si te digo que me acuerdo poco y nada, lo tengo como en una nube volvi a mentir l. Ah! Pero Jano lo recuerda bien, se pasa hablando de eso se le cort la voz. Tadeo dej el cigarrillo en la mesa de luz y la abraz. Qu hay, Marga? Lo mir con rabia, una rabia que, sin embargo no era para l, sino para ella. Ni siquiera pude contrselo a Jano. Eso hubiera ayudado. Pero cmo causarle tanto dolor? Tadeo la interrog con los ojos. Presinti que se vena una hecatombe, una declaracin de sas que lo parten a uno al medio y le cambian la perspectiva de las cosas. Tu madre y pap... estuvieron juntos por largo tiempo dijo ella como pidiendo un perdn ajeno. Y mam saba, siempre lo supo, pero se aguant. Era parte de su acuerdo. Nunca ha servido para mucho ms que para tener la casa limpia. Adnde hubiera ido? Por eso... intent decir l, pero las palabras quedaron reducidas al pensamiento. De golpe, con una velocidad de vrtigo, empezaba a unir las piezas; todo concordaba. Ahora era l quien necesitaba que Marga lo apretara contra su pecho de matrona. Dos vidas desvencijadas, eso eran.

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A la hora de la cena la televisin se apaga. No importa si el programa favorito est por la mitad o si es el ltimo captulo de una serie. A la hora de la cena la televisin se apaga. Porque la mesa no se hizo slo para comer. La madre de Tadeo dice que la mesa es un lugar de reunin, el centro de la familia donde cada uno viene despus del da, el lugar perfecto para que una familia rece, si es que reza, o ponga un proyecto a consideracin y que cada cual opine. O para rerse de un recuerdo gracioso que slo tiene sentido en la familia, como cuando echaron azcar en la sopa y nadie se animaba a hablar por no desairarla. O para ensear modales. La mesa es ideal para sacar una bella foto de familia: mantel de tela y servilletas, platos, cuchillos a la derecha, tenedores a la izquierda, vasos, agua y refrescos al centro, quiz vino, una ensaladera repleta, una fuente con carne horneada, el pan en su canasta, alguna tarta que sobr del almuerzo. Y, alrededor, la familia unida. Por eso, a la hora de la cena la televisin se apaga. Y punto. Es que no hay derecho a romper el encanto de tanta felicidad. La boca cerrada cuando se come, Tadeo! Cuntas veces tengo que decrtelo? Jano! Hiciste los deberes? Jano asiente y estira el brazo para alcanzar el refresco, pero la madre le corta el paso con un ademn brusco. Primero se come! No quiero ms. El plato vaco! En esta casa no se tira ni una miga. Es que me siento mal. Entonces, no hay espacio para refresco. A comer! Jano se ha puesto gris, un gris amarillento. El padre, que come con la cabeza hundida en el plato, lo mira de reojo y alcanza a ver una arcada. En silencio pide que trague y siente un alivio compartido cuando ve que su hijo se sobrepone y logra hacer pasar la comida. Jano tiene los ojos llenos de lgrimas por el esfuerzo. Mam, puedo tomar agua? Termin lo que te falta. Jano se lleva un trozo de carne a la boca y mastica con dificultad, casi con asco. El padre no levanta la cabeza, pero est pendiente del hijo y empieza a sentir una cierta repugnancia por la comida; toma agua y sigue. Padre e hijo se unen en silenciosa batalla a cada lado de la mesa. De pronto, la arcada se repite y es incontenible, como un ruido seco de algo que se parte en la garganta. Jano escupe la carne y apenas tiene tiempo de girar la cabeza antes de largar un vmito en catarata a la alfombra, justo a los pies de Tadeo que

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siente una ambigua mezcla de diversin y pena. Pero dura poco, porque no tarda en sobrevenir el miedo. El padre cierra los ojos por un instante y aprovecha para cruzar los cubiertos sobre su plato que todava tiene restos de comida. Te ayudo dice y hace un gesto como para levantarse, pero ella lo detiene con la fuerza de la mirada. Antes de que Jano recupere el aire, le cruza la cara de un sopapo y lo manda a dormir. Luego, ajena a su marido y a Tadeo, slo puede ver los despojos inmundos sobre la alfombra y vuela a la cocina a buscar un balde con agua y unos trapos que la liberen rpidamente de ese caos en el que, de pronto, se ha transformado su vida. El padre se levanta en silencio y le hace un gesto a Tadeo para que lo siga. Encienden el televisor con el volumen muy bajo, tan bajo que los sollozos de Jano llenan el aire y se mezclan con las puteadas de ella, un rencor que va destilando desde una amargura mucho ms honda que cualquier rabia por una cena estropeada.

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Marga se dej ir en un sueo abisal. Su cuerpo extendido en la cama era un obstculo ms para Tadeo, pero decidi que terminara con algunos detalles pendientes dentro de la casa antes de despertarla y mandarla a la suya. La observ. Con la sbana cubrindole apenas los tobillos, era un mar de carne cruda surcado por aquellas vrices terribles que ahora descubra de varios colores, como si un Pollock desquiciado hubiera experimentado en la tela de su piel. Una hora antes l haba estado metido en ella y ahora se preguntaba qu demonio de pasin habra conspirado para excitarlo con un cuerpo que, mirado a la fra luz de la saciedad, era todo menos agradable. Y, sin embargo, no era asco lo que senta, sino una pena ntima, una pena que los inclua a los dos. l se saba parte de ese otro cuerpo, como si en todos esos aos de andar alejados no hubiesen hecho otra cosa que castigarse por aquella separacin. Cada venita roja, cada vrice azulada o verde, las paspaduras entre las piernas, los codos speros de Marga eran el reflejo de su poco pelo, de sus arrugas, de su vientre abultado y de las muelas que faltaban cuando abra la boca para bostezar. As estaban, eso eran treinta aos despus, el despojo de un amor que no supieron defender. Encendi la radio con el volumen bajo: el abogado defensor de los estafadores, sometido al metrallazo de la gente que llamaba para insultarlo, y el periodista que abra la cancha con un placer evidente. Tuvo un impulso de unirse al linchamiento telefnico. Cmo era posible que alguien pudiera dar la cara por aquella caterva de maosos almidonados? Record lo que un abogado amigo le haba explicado una vez que defendi al violador de una bebita y Tadeo lo increp con dureza porque no se le ocurra otra reaccin que estrangular al degenerado, torcerle el cuello de a poquito para mirarlo sufrir. Esa tarde hubiera estrangulado a su amigo tambin. Pero l dijo lo que, sin duda, tantas veces haba tenido que repetir, no como excusa, sino como explicacin: que alguien deba encargarse de que el tipo recibiera una pena justa. Puede ser, le haba contestado Tadeo, pero es difcil entender que puedas levantarte cada da, poner el piloto automtico, afeitarte frente al espejo la hora de la verdad para cualquier hombre y creer con honestidad que vas a trabajar en lo que te gusta cuando tens que defender a semejantes hijos de puta. No quiso escuchar ms. Ya bastante se castigaba repitindose que por avaro se haba dejado tentar con aquellos intereses disneylndicos, y de un plumazo se haba quedado sin una moneda ms que lo poco que tena escondido en el cajn de la cortina, un escondite ridculo, como los libros,

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como el colchn, como la heladera. Cualquier raterito aprende eso en el preescolar. La radio debi de sacar a Marga del sueo. Se sent en la cama y subi la sbana hasta el cuello con una cara de terror que recordaba a los nios cuando se pierden en el supermercado y el pnico no los deja ver que tienen a los padres a un metro de distancia. Le tom un rato entender dnde estaba, cmo haba llegado hasta ah, que acababa de enterrar al padre, que haba suplicado un sexo del que quizs ahora se arrepenta. Tadeo iba a abrir las cortinas, pero ella lo detuvo con un gesto que fue casi una orden. Se enrosc la sbana a modo de toga y pidi permiso para ducharse. Tadeo le alcanz unas toallas; ella no las vio, o no quiso verlas, y termin secndose con las de l. La dej sola en el cuarto para que se vistiera tranquila. Marga fue al comedor unos minutos despus y ya no era la mujer de haca unas horas. Pasado el mareo de la pena y el cansancio, pareca incmoda con su cuerpo vuelto a caer dentro de aquel vestido inmenso, incmoda con lo que haba hecho; lo miraba como a un extrao al que tuviera que pagar por sus servicios. Qu hora es? pregunt sin la menor ternura. Una y veinte. Quers comer algo? Dijo que no, y l le ofreci caf, pero tampoco quiso. Me voy a casa. La mir desconcertado. Hubiera podido recordarle que haca muy poco haba dicho que no volvera ms all, pero de golpe entendi que acababan de matar lo que quedaba de su juventud y que cualquier esfuerzo por retenerla terminara siendo un lamentable intento. Como quieras. Te acompao? Pido un taxi. Fue hasta el telfono, se detuvo y lo mir. Vas a pensar que estoy loca. l sonri con tristeza, casi asintiendo. Yo tambin hago cosas raras muchas veces. No pasa nada. Es que me port como una loca. Te dije que no pasa nada, Marga. Ya est. A esa altura le molestaba tenerla en la casa y quera sacrsela de encima sin ms prembulo, pero ella segua escribiendo el guin de aquel encuentro. Supo que nada iba a impedir que hablara y se prepar para escuchar sin emocin ni deseo. No debera quejarme; soy muy injusta. Billy me quiere y es un hombre bueno. Tenemos cinco hijos. Hoy haba tres; los otros estn estudiando en Houston. Cinco varones! Ninguno se parece a m. Tengo una casa de dos plantas, con jardn, una piscina se detuvo para sonarse la nariz, dos perros. Billy acaba de cambiar su auto y yo me qued con el de l...

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Tadeo escuchaba y todo iba resultando asquerosamente previsible. Las palabras comenzaron a atravesarlo y ya no oa ms que el sonido que rebotaba en su desprecio. Con gusto le hubiera preguntado por qu luca tan mal si era as de feliz con el tal Billy, los cinco hijos, la casa de dos plantas, el jardn, la piscina, el auto y los perros; pero ya ni siquiera le importaba herirla. Quera que se fuera y devolverla al pozo de los recuerdos de donde nunca debi dejarla salir. ... que ahora nos veamos ms seguido. Jano va mucho por casa. Los chicos lo adoran. Sera genial si se amigaran, no? La mirada de Tadeo debi de haber sido elocuente, porque Marga no insisti. Dej una tarjetita sobre la mesa, pidi un taxi y se fue acarreando su humanidad rumbo a la vida que por segunda vez elega. No volte para saludarlo y l cerr la puerta apenas sali, sin esperar que desapareciera escaleras abajo. Slo entonces cay en la cuenta de que, mientras estaban en la cama fumando cara al techo, como un rayo haba atravesado su mente la idea romntica de que Marga hubiera aparecido justo ese da porque estaban predestinados a morir juntos. Frente al espejo se sorprendi de lo viejo que estaba, como si fuera un conocido que haca aos no vea y, de pronto, se topaba con l al doblar cualquier esquina. No me digas nada, Doc, soy un imbcil dijo. Ella pudo adaptarse.

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El padre est abatido desde que la madre se mat. Cualquiera podra pensar que es la muerte de su esposa que lo mortifica, pero hay un dolor ms intenso, una brasa ardindole en el pecho cada vez que recuerda. Lo que ms le duele es sentirse sustituido, cambiado como una media sucia. No poda ser peor la circunstancia, y el padre, lleno de humillacin, lleno de amor, tambin, debe concentrar toda su humanidad despechada en los hijos que lo necesitan. A veces, quisiera buscar a Ignacio y partirle los huesos; otras, la sacara a ella de la misma tumba; muchas ms son las veces que se confunde en ese entrevero de amores y odios y ya no tiene claro ni su nombre, nada. Pero en ningn momento piensa en morir. No ha querido tocar la ropa de ella. Cada tanto, cuando necesita traerla, se abraza a un vestido y se tiende en la cama a esperar el milagro. Y el milagro es un olor que se vuelve sepia en el recuerdo; y a ese olor se aferra para no dejarla partir, para que se quede un poco ms, slo un poco. Si la noche invita, no es un vestido, sino su ropa interior, ms ntima que nunca, la espuma de las puntillas vuelta una piel ausente, piel de seda, piel rosa, lila, piel blanca, piel que es y no es la de ella. l se deja seducir por este hechizo, se envuelve en la tersura, se entrega a un placer mnimo y falaz que lo aturde por un rato y le anestesia la pena atroz de no tenerla. Por suerte, existe el refugio de la poesa. Lee para no torturarse en vano, para encontrar respuestas en los poetas que siempre tienen la palabra justa; eso que presiente, pero no sabe nombrar y, de pronto, descubre con claridad en un par de versos ajenos. No quiero que te vayas, dolor, ltima forma de amar..., le recita Pedro Salinas al odo y es como si hubiera escrito pensando en l. El dolor, ese mausoleo de la memoria, quema, pincha, pica, duele, pero que no falte, adorado tormento.

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Tadeo pensaba en su muerte. Y no es que fuera hacia ella, sino que se iba de la vida. Senta que iba a consumar la ruptura ms total con el universo y, a la vez, unirse a l. Como antes de nacer, volvera a la misma nada. Trataba de imaginar cmo sera eso y no lograba ms que fantasas baratas que se mezclaban sin respeto ni pudor en un carnaval de dogmas religiosos y formas varias de paliar el miedo. O la angustia. Ms bien la angustia, aunque a esa altura ya ni siquiera eso, sino un cansancio profundo. Quera dormir un largo sueo y que, al despertar, su vida ya no fuera esa vida, sus problemas no estuvieran y pudiera empezar una existencia ms liviana. Su cabeza era un enjambre de dudas; la nica certeza era que no quera seguir as. Haba planificado distinto su ltimo da. Pudo haber seguido con escrupulosa meticulosidad cada detalle previsto y, sin embargo, se fue aferrando a las llamadas, a los pedidos, manotazos de nufrago que bracea por llegar a cualquier isla. Apenas se fue Marga, se descubri olvidndola con sorprendente rapidez. Marga haba muerto para l haca treinta aos y el tmido resplandor de aquellos amores asomado en la maana no era ms que el producto de un exceso de sensiblera en un da en el que tena derecho a estar sensible. Al final, iba a terminar siendo bueno que se hubieran encontrado para decirse cuerpo a cuerpo que nunca se haban perdonado tanta debilidad. Luego del sexo, se hizo demasiado evidente que eran dos extraos sucumbiendo al llamado de una vida anterior nada ms que para saldarla y darse el adis definitivo. Borr su nombre de la lista de llamadas. Se sent a escribir la famosa carta. No se senta obligado; de hecho, le pareca un detalle bastante cursi, pero prefera salvar ciertos asuntos de la habitual tergiversacin del recuerdo. Por ejemplo, necesitaba que Csar supiera que lo quera, no porque lo intuyera, sino porque lo leera as, sin una letra de ms ni una de menos, sin un adjetivo que atenuara la fuerza de las palabras, as, nada ms le dira: Csar, te quiero. Y no habra nada que interpretar; tampoco dudas, solamente la seguridad de que se haba matado incluso querindolo. Haca tanto que no lo vea y ni siquiera recordaba si algn da se lo haba dicho. Hubiera sido ms heroico que eligiera un papel limpio y estrenara una lapicera azul, pero estaba lejos de sentirse un hroe y, adems, se haba propuesto alejarse de lo previsible. Si lo normal era una nota a mano, l iba a escribirla en su computadora, como haba escrito cada palabra importante en los ltimos aos. Ya ni recordaba su caligrafa ms que cuando tena que firmar algn vale, y tambin por eso prefera olvidar. sa iba a ser una nota impresa, sin ms aclaraciones que las indispensables y privando de antemano

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a cualquier morboso que fuera a solazarse con el temblor de su mano o a descubrir una vacilacin final en la curva sinuosa de una mayscula. Encendi la mquina y dio una mirada a la pgina en la que haba entrado compulsivamente durante los ltimos dos meses. Se sorprendi de que ms de trescientas personas la hubieran visitado desde el da anterior. Como siempre, haba mensajes disuasivos y algn insulto, tambin. Muy pocos se animaban a dejar su aplauso por escrito, quiz para no tener que llevar otra carga cuando todo estuviera hecho. Por momentos, se deca que era otra farsa colgada en la red, pero el chico pareca tan sincero que daba vergenza dudar de sus intenciones, y Tadeo se dejaba hechizar, como tantos otros, por su canto. La pgina se llamaba Perdn por la letra y era probable que la identidad de su creador se ocultara tras un nombre falso: Horacio. Al principio, Tadeo crey que era una pgina sin mayor inters en la que explicaba las razones por las cuales se suicidara antes de terminar la primavera. Le pareci una niera, una forma tonta de llamar la atencin, incluso una falta de respeto hacia el sufrimiento de los que estaban en ese lmite impreciso de la vida. Pero, sobre todo, intua que esas pginas eran una demostracin de sensacionalismo irresponsable, un golpe de efecto que escudaba otras cobardas. Ya iba a suprimirla, cuando vio una ventana que vinculaba la pgina principal con textos de escritores suicidas, varios de ellos poetas. Quiroga encabezaba la lista y era probable que de l tomara el alias. Ingres a un mundo desquiciado en el que Horacio haba seleccionado textos donde cada creador gritaba que se estaba despidiendo. Solt el cabo y se me fue la vida, deca Lugones. Tadeo pens que Lugones se equivocaba: morir no era as de sencillo; nada indicaba que fuera fcil cortar la hebra de seda de la que hablaba en su poema. Quizs el impulso final, quin poda saberlo?; pero el camino previo, la coccin ntima de aquel estofado se haca a fuego lento hasta que un da la cabeza empezaba a hervir o estallaba. Horacio haba incluido poemas bellsimos de Sylvia Plath, de Alejandra Pizarnik y de Emelino J. Vargas. Tambin textos de Osamu Dasai, de Virginia Woolf, de Hemingway, y prrafos enteros de Sndor Mrai elegidos con sutileza de sus libros inundados de sabidura. En fin, se notaba que no slo haca gala de ser lector fino, sino que buscaba una cierta legitimacin en la literatura. Destacaba una cita que atribua a Goethe. Tadeo dudaba de su autora, pero la haba copiado como una premonicin. Deca as: Como no lo lograba jams, termin por rerme de m mismo, rechac lejos de m todas esas locuras de hipocondraco y resolv vivir. Pero para poder hacerlo con serenidad, deba realizar una tarea potica donde sera expresado todo lo que yo haba sentido, pensado y fantaseado. Si esto era cierto, la idea haba surcado la mente de Goethe como una posibilidad; o ms que eso: lo haba intentado infructuosamente y haba decidido volcar en la escritura aquellas experiencias de las que pareca haber desistido.

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Lo terrible de aquella pgina eran las declaraciones de Horacio, un muchacho de diecisiete aos, de clase media, hijo de un contador procesado sin prisin por algn malabar turbio durante la crisis bancaria. Horacio no defenda la inocencia de su padre, sino todo lo contrario, se avergonzaba de l como una pieza ms de aquella locura que casi quiebra al pas. Haba visto a algunos padres de compaeros perder el trabajo o cerrar las pequeas empresas y se senta cmplice de tanto dolor repetido hasta el hartazgo en informativos, diarios y reuniones de toda ndole donde no haba otro tema que la situacin crtica y el fondo que estaba a punto de tocarse. Una tarde abri la ventana de su dormitorio y tir desde el sptimo piso a la calle su calzado deportivo de marca, los jeans, los relojes, los perfumes, los discos, todo aquello que el dinero de su padre haba comprado para l. Se qued con lo indispensable y cre su propia pgina en la red, lo nico que le perteneca, un lugar en el que iba a explicar su muerte el 3 de noviembre, San Martn de Forres, el santo de su padre, como