la cámara oscura número 27

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Revista de Fotografía

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El hombre al que parecían haber volcado ceniza en la cabeza le pidió al camarero un café con más leche y el camarero, rápido en su tarea, le sirvió al momento, pero el hombre del pelo ceniza le dijo que si podía echarle un poco más de café porque aquello tenía demasiada leche y más parecía una leche manchada. El camarero pensó, aunque no lo dijo, que la leche manchada nada más lleva un poso de café y aquello llevaba casi medio vaso; de todas formas se lo llevó a la barra y le echó un poco más de café sin vaciar el contenido porque el vaso no estaba completamente lleno y así se lo sirvió la segunda vez al hombre del pelo cano que vio entonces en lugar de un café con más leche, un café con leche normal y corriente, incluso podría pasar por un cortado. Le dijo todos estos pensamientos al camarero en voz no demasiado amable, y el camarero, que llevaba una mancha de sobrasada en la solapa de la chaqueta blanca afeándole el aspecto, hubo de conservar la serenidad porque había prevista una remodelación en el bar y seguramente reducirían la plantilla, y él era, si no el más joven, sí el último que había entrado a trabajar. Así que se contuvo y nada más le dijo que si aquello fuese un café con leche, llevaría la misma cantidad de leche que de café, y que si fuera un cortado llevaría una cantidad inferior de leche que de café, por lo que él estimaba que estaba bien servido como un café con más leche. De todas formas, si el señor así lo deseaba, iba a la barra y traía la lechera para añadir la cantidad de leche que el señor estimase oportuno para que el café con más leche fuera perfecto, a lo que el señor contestó pasándose la mano por su pelo albo que sí, que mejor sería que fuese a la barra a por la lechera, pero que antes vaciara un poco el vaso porque podía derramarse el café en el plato y eso era lo que él más odiaba en el mundo. Por vez primera en la tarde coincidían el señor pelo de nieve y el camarero, cuya uña del dedo pulgar estaba amoratada por habérsela pillado con alguna máquina, detalle que desagradaba a algunos clientes que piden en todo momento servidores impecables en los bares. La operación de la lechera en la mesa resultó adecuada y el camarero pudo ir a la barra a comentar el incidente con sus compañeros de profesión. Al momento el hombre con la cabeza granizada lo llamó de nuevo, esa vez parecía muy irritado: el café estaba espléndido, así es como se hace un café con más leche. Pero tenía el gran defecto de estar completamente frío. También le preguntó si sería posible tomar un café en condiciones. El camarero, en lugar de seguir por la pista del enfado, le contestó que sí iba a ser posible, y que si al señor no le importaba iba a hacerle otro café. Por favor no se marche, le dijo apoyando su mano en el hombro del cliente, dando a entender con su gesto que todo el error hasta ahora había sido suyo, del camarero. Accedió él personalmente al interior de la barra y le hizo el café como él creía que debía ser un café con más leche, y para completarlo cogió una barra de regaliz del expositor de golosinas y la masticó unos instantes que fueron tiempo suficiente para que la saliva se le hiciese

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José ManuelNavia

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