angeles y mariposas

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Entertainment & Humor


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Page 1: Angeles y mariposas
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Ángeles y Mariposas

Matías Zitterkopf www.matiaszitterkopf.com.ar

Page 3: Angeles y mariposas

Diseño de Cubierta:Sonia Nievas y Carolina Varela

Depósito legal:Biblioteca Nacional de Canadá

ISBN: 978-1-926828-05-3

Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo elmundo:© 2010, Ediciones MUZA Inc. Canadá

www.tulibreriavirtual.net

Ninguna parte de esta publicación, incluído el diseño de la carátula, puede ser transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea

electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Tampoco podrá ser reproducida o almacenada

con fines comerciales.

Page 4: Angeles y mariposas

Agradecimientos

Antes que nada quiero dar gracias a Dios por

iluminar mi camino y hacerme sentir su presencia cada día

de mi vida.

A mis padres, por darme la vida y apoyarme en mi

educación junto a mis maestros, pues nunca hubiese

aprendido a leer y escribir.

A mis hermanos y amigos, por ser muchas veces mis

críticos literarios y soportarme cuando hablo de mis sueños

e ideas.

A los lectores, por seguir creyendo en la magia de

los libros y ser tan pacientes.

A mis dos amigas y colegas, Sonia Nievas y

Carolina Varela, por haberme brindado su ayuda. No

siempre se conoce a personas geniales y yo lo he hecho.

A los blogueros que han prestado su gigante ayuda

desinteresada para lo que fue una campaña de promoción

muy buena.

En fin, gracias a los que siempre me apoyan por

hacerme sentir bien con lo que hago y a los que no

creyeron en mí, por hacerme más fuerte.

Page 5: Angeles y mariposas

Más allá de la ventana abierta, el aire de la mañana

está henchido de ángeles.

Richard Wilbur

Page 6: Angeles y mariposas

ÍNDICE

Prólogo ....................................................................5Capítulo Uno: Despertares ......................................6Capítulo Dos: Amigos...........................................23Capítulo Tres: Bastian...........................................39Capítulo Cuatro: Noticias......................................57Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas ..............84Capítulo Seis: Salvada.........................................102Capítulo Siete: Baile ...........................................120Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable ....................134Capítulo Nueve: Alas ..........................................146Capítulo Diez: El Junco ......................................169Capítulo Once: Tiempo .......................................184Capítulo Doce: Palacio de Tul ............................193Capítulo Catorce: Confrontación ........................227Capítulo Quince: La Propuesta ...........................235Epílogo: Decisión Final.......................................242Acerca de.............................................................249

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

5MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Prólogo

Viví casi diecisiete años libre de problemas, sin

prestar atención a los demás, porque estaba encerrada en

una burbuja.

Me sentía aislada del mundo exterior, sin interés ni

ganas de cambiar ese estado. Tenía una coraza alrededor

que no me permitía ver que había algo más fuera del

mundo que me había creado en mi habitación.

Sin duda, haber venido a Puerto Azul cambió todo

completamente, ya que hizo que mi antigua vida cambiara

por completo.

Al poner un pie fuera de mi mundo inventado,

encontré a aquellos que estudiaban conmigo, la vida social

que se comenzaba a tejer, y con ésta, los dramas, las

peleas, la alegría y el amor.

Cuando en el camino pierdes lo que más aprecias

con el alma, cuando pareces quedarte sin respiración por el

dolor cortante, allí están ellos brillando: tus amigos y amor

prohibido. Ellos llenan ese vacío.

Sabía que estaba pecando mortalmente al

enamorarme. Aunque sentía que a él le pasaba lo mismo.

Me amaba, pero estaba rompiendo las reglas al hacerlo.

Entonces, sufría igual que yo: en silencio.

Tal vez cuando uno siente que es verdad en cada

célula del cuerpo, ese amor no es tan prohibido. Porque al

final de todo, es el amor el que nos lleva a tomar las

decisiones más difíciles.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Capítulo Uno: Despertares

Ángel de la guarda, dulce compañía, no me

desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino

me perdería…

Anoche después de dar mil vueltas en la cama, en

una búsqueda interminable del sueño y cuando estuve

cerca de dormirme, repetí cinco veces esa oración que mi

madre me enseñó cuando era pequeña.

A pesar de que tenía dieciséis años, por alguna

extraña razón que no comprendía, la seguía diciendo.

Rezaba esa plegaria cada vez que me iba a dormir, con mis

dedos entrecruzados sobre el pecho, porque me hacía

sentir tranquila y protegida cuando las sombras de la

oscuridad se movían en la penumbra de mi habitación.

El hecho de saber que en algún momento de la

noche él estaba ahí, de pie a mi lado y cuidándome de todo

mal, hacía que olvidara los pequeños problemas de

adolescente solitaria que había tenido durante el día.

No tenía una imagen definida de mi ángel guardián,

porque él jugaba a las escondidas y no se dejaba ver. Tal

vez me estaba volviendo loca, pero las cosas se habían

tornado demasiado reales para mí. Al menos yo sí creía en

él.

El sueño de la noche de anterior fue igual de intenso

que los demás. Siempre pasaba lo mismo; era casi una

rutina que estaba obligada a vivir todas las noches, cuando

el silencio se apoderaba del mundo.

Me veía parada cerca de la ruta, nerviosa y con una

fuerte idea en la cabeza. Los autos que pasaban a gran

velocidad eran borrosos frente a mis ojos. El vestido

blanco y liviano que llevaba puesto comenzaba a flotar

cuando la brisa proveniente de un bosque cercano llegaba

hasta mí, acarreando hojas secas. Nadie parecía querer

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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ayudarme o preguntarme si estaba bien, lo que me llevaba

a la conclusión de que era invisible para ellos.

En lo más profundo de mi ser estaba el sentimiento,

las ganas de querer dar un paso adelante, cerrar los ojos y

esperar al primer automóvil que quisiera quitarme la vida.

Lo que no entendía era el motivo que me llevaba a tomar

esa decisión. Yo sabía que nunca pensaba en esas cosas

horribles. Era como sentirme tentada a cometer el error.

Pero siempre en el instante en que estaba por tomar

la drástica decisión, alguien me tocaba el hombro

izquierdo. Me dejaba completamente paralizada, como

congelada. Por un lado parecía estática, pero mis sentidos

estaban más alerta que nunca. Podía oler los perfumes que

el viento llevaba. Los ruidos que llegaban hasta mis oídos

eran fuertes. Podía ver las cosas con mucha nitidez, a pesar

de que estaba oscuro.

Siempre giraba sobre mis pies lentamente, asustada,

para ver quién era el que estaba parado detrás de mí y allí

estaba él, pero un tanto más lejos. Aunque no podía

distinguir su cara ni sus ojos, sabía, porque lo sentía en

todo mi cuerpo que ya estaba acostumbrado a su presencia,

que era el mismo ser que me cuidaba por las noches.

Entonces entendía que mis sentidos eran mejores, pero el

de la vista me jugaba en contra cuando lo quería ver.

En el preciso momento en que me acercaba a

acariciar y mirar su rostro, alguien de la vida real me

impedía hacerlo y me devolvía a la vida. Tenía la

sensación de que era él quien no deseaba mostrarse, pero

cada vez estaba más segura de que era mi protector.

Me desperté dando un salto al escuchar los gritos de

papá, provenientes del piso de abajo.

“Amelie, Amelie es hora de levantarse”. ¿Lo había

dicho o gritado? Me puse la almohada en la cara, llena de

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rabia, porque otra vez alguien había interrumpido mi

sueño, en el momento más importante. No tenía

despertador sobre la mesa de luz, porque con los gritos de

mi familia tratando de despertarme todas las mañanas no

era necesario.

“Ya voy. Sólo un segundo más”, traté de decir y me

di cuenta de que mi voz se escuchaba áspera, seca y

cansada, debido a que no había podido pegar un ojo la

noche anterior. Esos sueños eran tan reales que me

cansaban demasiado. Tomaban toda la energía que tenía.

Luego no podía hacer más que levantarme, con finas líneas

rojas en mis ojos. Parecía salida de una película de terror,

una zombi, o algún monstruo de esa clase. Pero por suerte,

papá siempre se acordaba de comprarme unas gotas, que

hacían que la irritación se fuera en minutos, porque ni loca

saldría a la calle con esos ojos.

Salir a la calle era un decir, ya que no era una de mis

actividades preferidas, porque yo no era como las demás

chicas, no me interesaban las mismas cosas, porque las

consideraba banales.

Mis padres trataban de obligarme a que saliera a la

vida, pero a mí no me importaba demasiado. Tal vez se

reprochaban el hecho de que mi forma de ser tenía que ver

con el trabajo de papá. Una vez escuché a mi madre

culpándolo por mi personalidad. Hasta mi pequeña

hermana tenía más amigos que yo. El sólo hecho de tener

uno, era más de lo que yo tenía. Llegué a plantearme si era

así cómo quería vivir y supuse que la respuesta era: no.

Martina, mi hermana menor, entró corriendo y abrió

las ventanas, porque sabía que era la única forma en que

podía despertarme. Los rayos de sol que ingresaban,

quemaban mis ojos, que aún no habían sido expuestos a las

gotas. Entonces, no tenía otra solución que levantarme

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para empezar con mi rutinaria aburrida y antisocial vida, a

la cual estaba demasiado acostumbrada.

“¡Arriba remolona, es hora de levantarse!”, gritó mi

hermana, con la voz más aguda que haya podido escuchar

en una nena de seis años. A veces temía por los vidrios y

las cosas hechas de cristal que se encontraban en la casa.

Sabía que era de tonta, pero creía que los vidrios podían

estallar, como pasaba en las películas. ¿Todos tenían que

gritar en mi familia?

Luego de esa manera obligada de despertar,

dábamos paso a una cacería, en la que la perseguía hasta el

piso de abajo. Las cosquillas eran su punto débil. Entonces

cuando la tenía entre mis manos, la hacía reír por un

minuto completo y quedaba realmente agotada, dolorida de

tantas carcajadas que dejaba salir de su pequeño cuerpo.

Tal vez si alguien lo veía de afuera, yo parecía un

tanto infantil para mi edad, aunque dieciséis años no

significaba ser adulta. Sabía que había otras chicas que no

jugaban con sus hermanos, porque sus mentes estaban

ocupadas con otras cosas que no tenían que ver con niños.

A mí era lo que más me gustaba, pues los momentos que

compartía con Martina eran de lo mejor y también escasos,

ya que me la pasaba casi todo el día en el colegio de doble

turno.

“¡Amelie! Deja de hacerle cosquillas a tu hermana,

sabes que le hace mal”, era lo primero que decía mamá

cuando nos escuchaba corretear por el living. Tenía la idea

de que reír era perjudicial para la salud, pero yo pensaba

todo lo contrario. Cuando estaba triste, que pasaba muy a

menudo, me acordaba de cosas graciosas y me alegraba al

instante. Toda la mala energía se iba.

Mamá tenía un cerebro impresionante, al menos eso

es lo que yo creía. Mucha gente decía que las mujeres

podían hacer varias cosas a la vez. Yo era la excepción,

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porque era distraída y torpe con mis movimientos,

entonces era mejor hacer sólo una cosa bien (cuando

podía). Mamá era diferente y pensaba que al crecer, tal

vez, obtendría sus habilidades. A pesar de que estaba

haciendo miles de cosas al mismo tiempo, estaba

pendiente de cada sonido, se daba cuenta de todo lo que

pasaba a su alrededor y siempre tenía una respuesta para

todo.

Después de atacar a mi hermana y recibir el reto,

enseguida corría a la cocina donde estaba mamá, bajo la

mirada cómplice de mi padre. Esperaba cautelosamente

hasta que tuviera mil cosas más que hacer, así la

encontraba desprevenida y le hacía cosquillas por detrás.

Como ella estaba preparando nuestro desayuno, lo que

amaba hacer, utilizaba en su defensa los elementos a su

alcance como armas para el contraataque. Generalmente

eran tostadas, pero sabía que el día que me arrojara un

frasco de mermelada o una manzana grande por la cabeza,

me iba a arrepentir de atacarla. Y así eran y habían sido

mis despertares hasta ese día y pensaba, que así seguirían

siendo.

Luego frente al espejo del baño, mientras me

cepillaba los dientes con una pasta dental que papá nos

obligaba a usar y que a mí no me gustaba, recordaba lo

sucedido minutos atrás y no podía evitar reír de las

tonterías que hacía una chica, que ese año cumpliría

diecisiete.

Mi habitación parecía brillar con la luz solar que

entraba por la ventana, abierta de par en par. Me quedé

mirando todo, inmóvil, como si fuera la primera vez que lo

hacía.

Mi cuarto no había cambiado en nada, por varios

meses. El color durazno, que todos confundían con rosado,

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aún estaba en las paredes, contrastando con las blancas y

largas cortinas que llegaban hasta el suelo.

Mi amor o devoción por las mariposas se notaba.

Tenía unos cuantos móviles de ellas en varios lugares.

Algunas eran metálicas, otras de vidrio pintado, pero

mariposas en fin.

Al lado de la puerta estaba mi amada biblioteca, con

todos los libros que había leído y los que me faltaba leer,

definitivamente mi posesión más preciada, junto con las

mariposas móviles. La habitación era mi refugio cuando el

aburrimiento constante de mi vida se hacía presente.

Me puse unos jeans gastados, una camisa blanca de

mangas cortas con pequeños botones y entallada. Até mi

pelo ondulado en una cola, con una cinta azul y lo dejé

caer sobre mi hombro izquierdo. Tal vez la forma de

peinarme era anticuada, patética o “muy de princesa”, pero

me gustaba. Me hacía recordar a Kate Winslet en Titanic,

ya que mi pelo era colorado también. Odiaba que me

dijeran: “ahí va la colorada”, aunque tan poca gente se

acordaba de mí, o me prestaba atención, que no debía

preocuparme por eso.

Fue en ese momento, al sentir mi cabello reposar

sobre el hombro, que me acordé de la mano tibia en el

sueño, y como siempre que eso me pasaba, moví

lentamente los ojos hacia la ventana. Desde ella se podía

ver la parte superior de la catedral, las dos altas torres que

querían tocar las nubes. No sabía por qué, pero el escuchar

las campanas sonar a cada hora me daba escalofríos.

“¡Amelie! ¿Qué te dicen las palabras DESAYUNO

y COLEGIO?”, me gritó mamá desde el pie de las

escaleras, seguramente con mi taza de té ya en la mano,

enfatizando las dos primeras “obligaciones” de mi día.

“Además de que odio escucharlas, me tengo que

apurar”, le respondí en tono de burla, tomando el bolso con

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12MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

mis libros. Antes de salir, me aseguré de no olvidar nada,

porque eso me ocurría con frecuencia.

Mientras bajaba, al ver a mi madre esperándome, me

sentí como Rose en Titanic, bajando la gran escalera de

madera. Sí, por segunda vez y en los pocos minutos de

estar despierta, pensé en Titanic. ¿Qué tan patético podía

ser eso? No más patético que haberla visto cientos de

veces y conocer los diálogos de memoria, pero amaba esa

película.

En la mesa de desayuno de la cocina, todo pareció

ser normal, la misma imagen de siempre. Papá estaba

absorto en las noticias del diario y con la cara casi

escondida tras él. Mamá y mi hermana estaban hablando

de tarea escolar. Mamá también le daba respuestas a papá,

sobre las noticias que él le comentaba. Otra vez, la vi

haciendo varias cosas al mismo tiempo. La miré y sonreí,

ella también lo hizo.

Mientras comía una tostada con manteca y

mermelada de frutilla, me acordé de la historia de mi

nombre: Amelie. No era por ser arrogante, pero me

encantaba mi nombre.

Al parecer, a mamá le gustaba mucho una bailarina

que se llamaba así. Era bastante famosa, según decía.

Lamentablemente y en un mal salto, se rompió un tobillo y

nunca más pudo volver a bailar. Mi madre pensó que tal

vez podría hacer un poco de justicia poniéndome a mí ese

nombre. Como era de esperar, también me obligó a

estudiar danza clásica, aunque no le resultó. El traje y las

zapatillas especiales aún estaban guardados, ya que ni

Martina quiso usarlos. Las dos preferíamos jugar a la

pelota con papá, para decepción de ella y alegría de él, que

no tenía un hijo varón.

El colectivo rojo hizo sonar su bocina fuertemente

frente a la puerta de mi casa. Todos nos levantamos de un

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13MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

salto. Nos despedimos apresuradamente sin cruzar muchas

palabras. Martina y yo nos subimos de inmediato, porque

sabíamos que al conductor no le gustaba esperar.

Hacía casi un año nos habíamos mudado a Puerto

Azul, porque papá era político y consiguió ganar las

elecciones como intendente en esta ciudad, la que parecía

ser la más conveniente en todos los aspectos. Tuvimos que

dejar Santa María, en donde mi padre ejercía su cargo

porque empezaron a llegar, y volverse cada vez más

graves, amenazas y ataques por parte de sus opositores. El

día en que una nota en papel azul atado a una roca atravesó

la ventana de nuestro living rompiendo el vidrio en mil

pedazos, papá se puso paranoico con nuestra seguridad. La

nota decía: cuida mucho a tu familia. Llegué a odiar a los

tontos que hicieron eso, porque papá se obsesionó y

contrató dos guardaespaldas que custodiaban la casa casi

todo el día y me seguían a todos lados. Y fue así que me

convertí en una adolescente cerrada, protegida y que

confiaba más en los personajes y héroes de libros que en

las personas. Pero luego papá cambió, dejó de preocuparse

tanto y despidió a los guardaespaldas, por lo que di gracias

a Dios y nos mudamos de inmediato a la nueva ciudad.

Esta era más chica, tranquila. Los colegios eran muy

buenos, y mis padres creían que nos llevaríamos bien con

las personas porque estas eran amigables. Al menos eso,

ellos le demostraban a papá, lo apreciaban mucho, pero yo

creía que amarían a cualquier intendente nuevo que no

fuera un tirano como el anterior. Tuvimos que volver a

empezar. Otra vez me tuve que acostumbrar a las pocas

cosas que me alejaban de mi casa y mi habitación. Una de

las más terribles era el colegio y en su dirección iba ese

día.

Todavía no lograba llevarme bien con nadie ni tener

mejores amigos, a pesar de que faltaban dos meses para

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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que terminaran las clases. Tampoco buscaba que los demás

se interesaran en mí. Estaba tan acostumbrada a ser

solitaria que sólo necesitaba hablar conmigo misma. Pero

tenía el presentimiento de que todo iba a cambiar pronto y

esa era una buena habilidad que tenía, porque estos

siempre resultaban ser verdad.

Todos los días me sentaba sola en el colectivo, cerca

de la ventana. Martina ya tenía sus amigas, así que me

abandonaba. Pero bueno, no podía arrastrarla a mi mundo

de “bicho raro”. Ella se bajaba unos minutos antes en su

escuela y venía corriendo a darme un beso, para desgracia

del conductor, que quería que se apresurara a bajar.

Después de recorrer la misma calle, el colectivo se

detuvo en el lugar que se detenía todos los días. Los demás

chicos de años inferiores, bajaron corriendo. Así que los

que aún estábamos arriba, oliendo el perfume de naranja

con el que el colectivero perfumaba el transporte, nos

quedamos atascados esperando a que ellos bajaran.

Sentí la mano de Leo en mi espalda. Él iba a mi

curso, se sentaba cerca y se notaba que le interesaba, pero

nunca nos decíamos más que: “hola” o “perdón”, en

momentos como esos en los que por un “descuido” suyo

me tocaba. Le sonreí, escondiendo mi rabia, bajé del

colectivo, cerré los ojos dos segundos, respiré hondo y

miré la puerta vidriada de entrada, como si fuese una

guillotina en la que estaba a punto de perder mi cabeza.

“A la selva otra vez Amelie, sé fuerte” me dije a mi

misma, resignada y empecé a avanzar sin ganas, esperando

que ya llegara el final del largo día.

El colegio parecía un típico centro educativo

norteamericano, sacado de una película, serie televisiva o

libro, porque no había visto en la ciudad otro igual.

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15MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Las “clases” de chicos estaban bien marcadas,

visibles, todas estereotípicas, pero reales, lo que era difícil

de creer. Si uno no creía en estereotipos, con sólo vernos,

se haría creyente al instante.

Estaban las chicas populares, bellas, maquilladas

como para una fiesta, con ropa de marcas conocidas y

caras, usando celulares que ni siquiera estaban a la venta

en los negocios de la ciudad. Siempre caminaban rodeadas

por un séquito de otras chicas, que no les llegaban ni a los

talones, pero que de todos modos, trataban de alimentarse

de esa magia, que la realeza juvenil-estudiantil, parecía

tener. No sabía cόmo muchas aprobaban las materias con

sus reducidos intelectos, pero había que darles el mérito

por ello.

Luego estaban los deportistas, tal cual y como se

veían representados en algunas películas o series

televisivas. Preocupados por que la masa muscular de sus

cuerpos incrementara y por ganar el torneo de fútbol anual,

contra el Colegio Saint Mary’s, el enemigo eterno del

nuestro, el Highland. ¿Quién habrá pensado en los

nombres?

Las populares y deportistas siempre se llevaban

bien, era la naturaleza. Terminaban convirtiéndose en

novios antes de graduarse y se iban a estudiar juntos a la

universidad. Tal vez compartían la única neurona que

tenían, por eso se llevaban tan bien y soportaban su

arrogancia compartida.

Después existían los estudiosos, hambrientos de

desafíos, como de olimpiadas matemáticas para demostrar

cuánto sabían. No faltaban a ninguna clase, por más que el

mundo se estuviera destruyendo. AMABAN ser amigos de

sus profesores, trataban de conseguir sus teléfonos o

direcciones de correo electrónico, para sentirse un paso

más cerca de ellos, de la inteligencia superior. ¡Dios Mío!

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En el último lugar de todos, se encontraban los

solitarios, o sea yo, Nadia y Alexis (mis dos únicos

“especie” de amigos), la clase más rara e inferior de todo

el colegio. No sabía si estaba bien arrastrar a esos dos

chicos a mi clase, de la que era la líder, pero como nunca

los veía hablar con nadie más que ellos mismos, pensaba

que esa era su clasificación.

Los de mi clase eran los que amaban las novelas, a

diferencia de los otros que preferían los manuales, se

movían en grupos extremadamente reducidos, no tenían

vida social, pero sí disponían de tiempo de observación

para ponerse a hacer un profundo análisis de las clases

existentes en la escuela secundaria: Highland.

Al final, entre miradas de envidia, celos y rabia nos

movíamos todas las clases juntos, como una masa

uniforme por el pasillo, para ingresar a nuestras aulas a

soportar la cantidad de horas de estudio que nos esperaban.

El llegar a mi clase era siempre satisfactorio, porque

el pequeño detalle de ver el cartel blanco que decía

CUARTO AÑO, y saber que el aula del lado era el último

nivel, me ponía más que contenta. Sabía que era buena

alumna y aprobaría todas las materias.

“Sólo un año más en esta selva superficial y serás

libre, Amelie”, me dije con una sonrisa gigante imposible

de ocultar, mientras la señora Herrero con sus ojos fijos en

mí, prometió borrármela con alguna pregunta complicada

que me haría durante la clase.

“Buen día”, le dije solamente, acomodé la cinta de

mi cabello, dejé el bolso bajo el escritorio, que era todo

mío en el fondo del aula y me dispuse a “disfrutar” de un

día más, de mi cuarto año de escuela secundaria.

Como siempre, Leo estaba en el escritorio de la fila

siguiente, sólo un delgado pasillo separándonos, pero él

siempre estaba mirándome fijo, lo cual era MUY irritante.

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Hasta que la profesora le llamó la atención por estar

distraído. Me pregunté si no se animaba a decirme algo. O

sea, no era una tonta, porque podía darme cuenta de la

forma obsesiva en que me miraba. Tal vez no se animaba a

decirme algo, porque sabía que con sólo verme la cara la

respuesta sería: ¡NO!

Mis dos “amigos” se sentaban en el escritorio

delante del mío, pero no parecían verme ya que estaban

muy concentrados en su charla, bromas y risas cómplices.

No era que quería que me prestaran atención, pero tal vez

decirme de lo que se reían hubiera sido gracioso.

Igualmente no los culpaba, porque era yo la que no les

hablaba demasiado, a pesar de que nos sentábamos juntos

en el comedor.

No había que ser muy sensitivo para darse cuenta de

que además de esa “amistad” indestructible que los dos

tenían, iban a llegar al altar. Ella, en un hermoso vestido

blanco, moderno, con el que podría lucir su hermosa figura

y él, en un perfecto traje negro, que haría resaltar la

hermosa blancura de su rostro.

Luego de varias materias, mini recreos que te

dejaban con ganas de tener más tiempo libre, el timbre

largo se hizo escuchar, para decirnos que era hora de

almorzar. “¿Qué sucede?”, pregunté intrigada ante la fija

mirada de Nadia. No entendía por qué ella y Alexis

(empujado por ella) me miraban directo a los ojos, cuando

ya estábamos ubicados en el comedor, con comida en

nuestra mesa.

“Tus ojos”, me dijo ella, mientras él seguía muy

entretenido en su sándwich de jamón y queso.

“Olvidé ponerme las gotas”, fue lo primero que se

me ocurrió, lo más inmediato que apareció en mi mente.

Pero volví a la velocidad de la luz a ver las imágenes de mi

día y SÍ las había usado, así que no me quedó otra opción

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que indagar. Estábamos hablando más que de costumbre,

eso se podía ver.

“¿Qué pasa con mis ojos?”, pregunté dudosa,

creyendo que tal vez no había lavado bien mi cara en la

mañana, o que me había rayado con un marcador como

solía ocurrirme en mis descuidos.

“No exageres, Amelie. Es que con Alexis…”, dijo

ella, hundiendo su codo en el costado izquierdo de su

cuerpo, para que dejara su sándwich y asintiera.

“…Recién nos damos cuenta de que son muy lindos,

un color marrón o miel mejor dicho, un tanto más bello

que el color normal”, terminó acabando con todas mis

tontas ideas. ¿Qué más podía hacer que decir gracias?

“Muchas gracias”, fueron las dos únicas palabras

que pude lograr emitir, ya que nunca me sorprendía con un

comentario así. Superficial sí, pero nadie más que mis

padres se fijaba en lo bella que podía ser. A pesar de que

no era un buen tema para romper el hielo, me alegró que lo

hiciera. Las cosas estaban cambiando y yo estaba

empezando a sentirme bien al hablar con ellos.

“Quedan perfectos en tu cara. ¿Nunca nadie, además

de tus padres, te dijo que eras linda?”, dijo Nadia

bromeando, como si supiera lo que yo estaba pensando.

Ella creía que yo era linda. Justo ella, que parecía la

muñeca barbie más hermosa que tenía guardada en un

baúl. Tenía un cuerpo estupendo, sin necesidad de visitar

el gimnasio, como otras hacían todos los días. Su pelo era

rubio, lacio y caía perfecto sobre sus hombros, ojos azules

y alta como una modelo de pasarela.

“Sexy”, comentó Alexis lamiendo su dedo, en el que

había quedado un poco de mayonesa. Nadia aclaró su

garganta y a mí me pareció que el cometario, el adjetivo

“sexy”, de él hacia mí o al resto de mayonesa en su dedo

(no estaba segura), no le agradó a ella para nada.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

19MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Miré a mi alrededor, al gran comedor del colegio.

Hasta en eso parecía extranjero. Había una gran barra de

comidas, donde podíamos elegir con qué deleitarnos día a

día. Y vi a todos los grupos, las clases que unas horas atrás

pude distinguir con tanta claridad. Todos formando parte

de mi vida. Era extraño lo que estaba sintiendo, pero no se

sentía para nada mal pertenecer a algo, por más malo que

me pareciera.

Observé a Nadia y Alexis, que hace unos pocos

meses, y a pesar de conocernos ya casi un año, me seguían

a todos lados. Soportaron mi ignorancia e indiferencia todo

ese tiempo. ¡Que mala había sido!

Los miré jugar y bromear del otro lado de nuestra

pequeña mesa, cerca del gran ventanal con vista al bosque.

“¿Por qué soy tan cerrada y egoísta? Les tengo que

dar la oportunidad. Es hora de salir de la crisálida,

Amelie. Hay que experimentar la metamorfosis”, me

alenté a mí misma, con metáforas referentes a mis amadas

mariposas.

“Gracias”, dije usando un tono de voz más alto que

el que debería haber usado. Los que estaban sentados en la

mesa cercana se dieron vuelta, miraron e hicieron una risa

de burla, lo que no me importó, porque tenía que decirlo.

“De nada. Pero, ¿a que viene eso?”, preguntó

Alexis, mientras otra vez, los dos me miraban como un

objeto de estudio, como una rareza. Pero tuve que darles la

razón, porque ellos no estaban pensando lo mismo que yo

en ese momento y no tenían ni una mínima idea del porqué

de mi agradecimiento.

“Expresarme abiertamente, no va mucho conmigo,

pero… les agradezco el haberme aceptado, soportado estos

meses y ser mis amigos”, finalmente pude decirlo, MIS

AMIGOS, que más que eso podían ser. Siempre habían

estado conmigo, apoyándome y golpeando al que se

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atrevía a jugarme bromas por ser la “nuevita” del lugar y

yo no reaccionaba.

La barbie inteligente y amante de los libros, que si

tuviera sólo una neurona, les quitaría el trono a las

populares, y el chico sin interés por los deportes pero con

hermoso cuerpo, que podía quitarle el puesto a los

musculosos deportistas, ERAN mis amigos, no había otra

palabra que lo describiera mejor.

“Sabes que siempre estaremos para lo que nos

necesites. Sólo debes hablar un poco más”, dijo Nadia,

tomando mi mano izquierda y apretándola fuertemente.

Eso fue mucho más de lo que esperaba.

“Sino, ¿para qué son los amigos?”, comentó Alexis

y tomó mi mano derecha. Bueno, eso sí que fue más que

demasiado, pero lo tenía que soportar.

“Patético”, dijo Gina, la chica más popular del

colegio, al pasar con su séquito uni-neuronal, con el brazo

de Augusto, el líder del equipo de fútbol, enroscado en su

cuello. Iban a nuestro curso pero no los registraba, a menos

que respondieran una tontería cuando algún profesor

preguntaba algo serio.

“Igual que tú”, dije para nosotros tres y

comenzamos a reír a carcajadas, mientras las fieras de la

selva superficial se alejaron de sus presas.

La hora del almuerzo había terminado más rápido

que de costumbre, pero fue el almuerzo más diferente que

había tenido.

Las materias de la tarde transcurrieron igual que

siempre, nada que ya no supiera, pero para quedar bien

ante los ojos de cada profesor pretendía tomar notas,

mientras sin sentido, escribía mi nombre miles de veces en

una hoja. También dibujaba mariposas de alas complicadas

y me tomaba todo el tiempo de pintarlas.

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La mirada de Leo, aún irritante sobre mí, me hizo

respirar hondo para calmarme y no levantarme a darle una

bofetada, así que bajé la vista a mis dibujos.

Luego mis deseos fueron escuchados. Había estado

pidiendo fuertemente y con todas mis energías, que la

tarde escolar terminara, cuando el sonido del timbre final

me dejó más que satisfecha, con una sensación de poder.

Como que si mis deseos se cumplían, si realmente así lo

quería.

Cuando estaba a punto de subir al colectivo, alguien

tomó fuertemente mi brazo. Era Nadia y no sabía qué era

lo que me venía a decir.

“Hey, pensábamos con Al…”, y señaló a Alexis en

el estacionamiento, así que supuse que ese era su apodo o

diminutivo, “…que tal vez querías venir a casa, a hacer el

trabajo de Historia y comer algo después. ¿Qué dices?”,

agregó ansiosa. Recordé que me había dicho que tenía que

dar oportunidades, poco a poco estaba saliendo a la vida.

Iba a responder positivamente.

“Claro. ¿Por qué no? Además necesito ayuda con la

primera guerra mundial”, comenté, sacando el celular del

bolsillo de mi bolso negro, que llevaba cruzado en mi

hombro. Le mandé un mensaje a mamá.

Me voy a hacer un trabajo de Historia con Nadia y

Alexis. Después vamos a comer algo en su casa. Vuelvo

más tarde. Enviar.

“No te preocupes por la vuelta. Al tiene auto,

nosotros te llevamos”, comentó ella abrazándome, como si

hace tiempo quería hacerlo. Y me sentí egoísta otra vez,

porque siempre les había mezquinado afecto, así que traté

de apretarla un poco para que el abrazo fuera caluroso.

Ella se rió de mi torpeza.

“Gracias, pero no quiero molestar. Puedo volver en

taxi, no hay problema”, le dije sonriendo un poco, tratando

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de no decepcionarla, mientras leía el mensaje de respuesta

de mamá.

BUENISIMO. Decía con letras mayúsculas que

denotaban sorpresa. Seguro estaba más que feliz, porque

su hija estaba empezando a tener vida social. Empecé a

reír por lo que estaba pensando y le mandé el siguiente

mensaje: los chicos me llevan en su auto después, nos

vemos, besos.

“¿Cuándo vas a entender que no eres una molestia

para nosotros?”, dijo ella con un tono de enojo en su voz,

pero tenía toda la razón. Hace unos minutos había

entendido que nada que viniera de mí, era molestia para

ellos, porque realmente yo les agradaba. Tenía que dejar

de pensar en que yo no podía caerle bien a nadie, ya que

ellos eran la prueba viviente.

“Bueno, iré y volveré a mi casa con ustedes. Ya se

los informé a mis padres, así que no hay vuelta atrás”, dije

amenazante mostrándole mi celular.

Nos acercamos a Alexis, quien abrió el baúl para mí,

indicándome que ese sería el lugar del auto que ocuparía.

Saqué la lengua en su dirección y se apresuró a abrirme la

puerta trasera. Nadia le dedicó una mirada cómplice y se

sentó en el asiento del acompañante. Era un Fiat Uno,

negro que brillaba, “tuneado”, con llantas plateadas, su

interior negro también y con un hermoso sistema de

música. Era más de lo que podía analizar técnicamente.

El celular sonó otra vez, un mensaje, esa vez de

papá.

BUENISIMO, SON DOS AMIGOS.

FELICITACIONES. No pude hacer más que tirarme en el

respaldo del suave asiento, riendo y más relajada que

nunca.

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Había despertado a otra vida. A una nueva vida con

amigos que eran geniales y divertidos, en la que por

primera vez, me sentía parte de algo más que una

habitación.

Escuché a los chicos reír, uniéndose a mí y

compartiendo mi felicidad. Cerré los ojos y le pedí a mi

ángel que me brindara siempre esos bellos despertares.

Capítulo Dos: Amigos

Llegamos a la casa de Nadia con el volumen de la

música en el auto lo más fuerte posible, así que temí que

en algún momento me llegaran a sangrar los oídos o la

nariz. Los demás no creían en esa teoría alocada y a mí

nunca me había pasado, pero sí tenía conocimiento de

casos de chicos a quienes le había sucedido.

“Amelie, es hora de bajar del auto. ¿Quieres

quedarte allí toda la tarde?”, dijo Alexis un tanto

impaciente, mientras Nadia me observaba fijamente. A eso

sí que no me podía acostumbrar, a sus miradas penetrantes

ante cualquier cosa que hacía o dejaba de hacer. Hiciera o

no hiciera algo, nunca pasaría desapercibida ante sus ojos

amistosos pero analizadores.

“Es hora de bajar de la nube en la que estoy

viviendo también”, pensé inmediatamente, porque si

quería mantenerlos en mi lista de seres queridos, era

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importante que viviera en el mundo real y no pareciera una

loca pensativa frente a sus ojos atónitos.

“Ya sé que es hora de bajar, pero es que el asiento es

tan cómodo”, dije y en ese segundo pensé que no podía

haber dicho algo mas patético que eso. ¿A quién más que a

la loca solitaria se le podía ocurrir una respuesta tan mala?

Aunque a pesar de mis juicios mentales, a Alexis le

encantó que hablara bien de su auto. Sabía que había cosas

más importantes que apreciar como el motor, el sistema de

música y otras maravillas de la ingeniería, pero al fin y al

cabo eso fue lo único que pude decir. Todavía no conocía

la técnica de volver al pasado para revertir situaciones

embarazosas.

También pensé que si tal vez podíamos reunirnos

más seguido, mi vida sería más fácil y menos aburrida. Por

primera vez estaba contenta de haber empezado a vivir en

el mundo real. Me llevaría tiempo acostumbrarme a las

bromas de Alexis, a los abrazos de oso de Nadia, pero no

podía ser tan terrible. Estaba acostumbrada a cosas malas

de verdad. ¿Cuáles eran esas cosas? No sabía, pues nunca

me pasaba nada “raro” en mi habitación, así que otra vez

me había mentido a mí misma pensando que sabía sobre

experiencias de la vida.

“Ah, ¿eres Amelie Roger no? Buen nombre y

apellido, me gusta”, comentó una mujer mientras

ingresábamos a la casa de color arena en su exterior.

Cuando la miré con detenimiento, sorprendida porque

sabía mi nombre completo, me di cuenta de que era la

réplica de Nadia. Entonces ella debía ser su madre. Tenían

la misma altura, color de pelo y la cara idéntica. Mi nueva

amiga era su copia, aunque mejor aún y eso ya era mucho

decir, porque su madre era hermosa.

“Soy Clara, la mamá de Nadia. ¿Cómo estas?”, me

saludó con un beso en la mejilla sin temor a mi reacción.

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Entonces recordé los abrazos despreocupados de su hija y

confirmé que se comportaban de la misma manera.

Clara me cayó bien desde el principio y encima

sabía mi nombre. Supuse que la ciudad no era lo

demasiado grande, que todos debían haber estado

comentando sobre mi familia, los nuevos residentes y

gobernantes de Puerto Azul.

“Bien, mi nombre es Amelie, aunque ya lo sabe.

Estoy bastante bien”, dije fingiendo una risa tonta,

mientras Nadia tiraba de mi mano para que subiéramos las

escaleras, como si no quisiera que me quedara a hablar con

su mamá.

“Me alegro de que mi hija tenga una amiga. Desde

que es chica pasa todo el día con Alexis. Ya les dije que

van a terminar siendo novios”, comentó Clara mientras

preparaba masa en la mesada de la cocina. Le dio una

mirada tierna a Alexis, tal vez la idea le gustaba, pero yo

creí que era para que no se sintiera mal después de haber

dicho que su hija sólo lo tenía a él como amigo. Eso me

llamó la atención, pero era verdad. Nadia nunca

frecuentaba a más personas. En eso éramos iguales, las dos

pensábamos que los varones eran más comprensivos y

protectores como amigos, tenían menos problemas, no

como las envidiosas mujeres que te sacarían los ojos si

vestías ropa mejor que ellas. Al menos, así eran las que

iban al colegio.

“Deja de decir esas cosas mamá. Llámanos cuando

las pizzas estén listas”, exclamó su hija un tanto sonrojada

y mordiéndose el labio inferior con los dientes superiores,

como si estuviera llena de rabia pasajera. Su madre siguió

cocinando sin prestarle demasiada atención.

“No te preocupes, mis papás dicen lo mismo cuando

ella va a casa”, dijo Al. Sí, había comenzado a pensar en él

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con su apodo. Miró a Nadia y sacudió su cabeza indicando

que era hora de seguir camino hacia el primer piso.

Atravesamos un pasillo para llegar a la habitación.

La casa era un tanto más chica que la mía, pero estaba

bellamente decorada. Me preguntaba de quién sería el

buen gusto, la elección de los bellos colores pastel de las

paredes, las cerámicas de los pisos, cortinas y adornos.

Me quedé parada en medio del corredor, mirando un

gran cuadro en blanco y negro que llamó mi atención por

completo. En él había un hombre joven, arrodillado en la

playa, con su cabeza hacia arriba y sus ojos cerrados. El

furioso océano de fondo en forma de olas y un gran par de

alas que salían de su espalda, así se completaba la imagen.

Cuando miré la base del mismo vi la firma del pintor. Era

una pintora mejor dicho:Clara Herman.

Esa era su firma.

“Mamá lo hizo, es pintora desde hace mucho

tiempo. Tiene un negocio donde expone y vende sus

cuadros en el centro. Aunque este no es uno de los mejores

que ha pintado, en mi opinión. No sé, me parece tan

sombrío”, comentó Nadia como crítica de arte, tomándome

de la mano con fuerza para llevarme al cuarto donde ya

estaba Alexis. Al parecer no le gustaba decir que su mamá

hacía esos cuadros sorprendentes.

“¿Estás loca? Me parece que es muy bueno y no he

visto los otros. Es simplemente… her-mo-so”, dije, aunque

sin querer que se notaran las sílabas tan separadas. Era

sólo para poner énfasis, pues me parecía que la creación de

su madre era maravillosa.

“Un cuadro digno de estar en museos de arte”,

acoté. Además de apreciarlo artísticamente, me recordaba

el sentimiento de protección al rezar mi plegaria al ángel

de la guarda. Es más, eso era lo más importante que la

imagen despertaba en mí, el recuerdo del ser en mis

sueños.

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“Apuesto a que si le digo que te gusta mucho, te lo

envuelve y regala. Es tan buena mi mamá”, dijo Nadia

mientras ingresábamos a su cuarto.

“No podría aceptarlo si así fuera. ¿Sabes cuánto

puede llegar a costar un cuadro así? Mucho dinero”, le dije

pero pareció no escucharme. Al menos yo creía que esa

pintura era costosa.

Nadia se había quedado mirando a Alexis que estaba

reposando en la cama en una manera rara. Tenía mitad del

cuerpo sobre la cama y la otra mitad en el suelo, lo que no

me pareció nada cómodo, pero a él no le importaba y

cantaba mientras tanto.

Apenas entré, hice una inspección del lugar que

acababa de conocer, nunca había estado en habitaciones de

amigos, porque antes no tenía, así que quería ver las

diferencias.

La habitación de Nadia no era en nada parecida a la

mía. Las paredes estaban pintadas de color blanco y sin

adornos, excepto un gran espejo en una de las paredes.

Parecía el cuarto de una chica de universidad, madura.

Totalmente opuesto a mi aniñado espacio personal con

mariposas móviles.

En lo que coincidíamos era en el amor por los libros.

Ella también tenía una buena biblioteca que llegaba desde

el suelo al techo, de dura madera marrón, repleta y

alimentada por numerosos títulos. Allí habitaban clásicos

mundiales como también las últimas apariciones en la

literatura juvenil. Lentamente recorrí con mis ojos estante

por estante, observé los lomos de diferentes colores y sabía

que en algún momento tendría que pedirle algunos

prestados, porque había muchos que no había leído.

“Si quieres alguno de mis libros, te lo envuelvo para

regalo”, bromeó retomando el tópico “regalos”, las dos nos

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reímos de forma cómplice. Mi amigo no entendió el

porqué.

Luego Alexis comenzó a sacar los libros y

cuadernos de su mochila, mientras Nadia encendía la

computadora que estaba en el gran escritorio, alrededor del

cual había dispuesto tres sillas, para comenzar con el

trabajo de investigación sobre la primera guerra mundial.

“Tienen que lucirse con este trabajo”, había dicho

el profesor de Historia. Al menos, haríamos lo posible.

Entendí que tendríamos la preciada ayuda de

Internet, ya que a pesar de tener tantos libros, ella no tenía

ni uno de historia, más que el que Alexis había tomado de

la biblioteca del colegio y este no parecía tener mucha

información sobre el tema.

Las horas pasaron entre música, charla sobre

películas, libros, discos y… autos. Tuvimos que dejar que

Alexis hablara sobre algo que también le gustaba.

Charlamos sobre todos los temas existentes en nuestra

realidad, menos de las temibles armas usadas por los

países en la horrible guerra, no leímos una sola palabra que

tuviera que ver con historia mundial.

En un momento tuve que controlar mentalmente a

mi estόmago para que no me avergonzara ante ellos.

Supuse que mucho tiempo había pasado desde el almuerzo

en el comedor escolar y lo que comí en el recreo de las tres

de la tarde. La manzana ya no me satisfacía más, su poder

había terminado y tenía hambre.

“¡Chicos! Las pizzas están listas”, sonó la estridente

y oportuna voz de Clara Herman, llamándonos desde el

piso de abajo. Miré rápido un reloj negro que estaba sobre

la mesa de luz. Noté que eran las ocho y treinta de la

noche, lo que significaba que había pasado más de tres

horas y media fuera de casa. Alexis corrió como un rayo,

desapareciendo al instante ante el llamado.

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“Estoy muerto de hambre”, nos dijo, mientras me

interpuse entre la puerta y Nadia.

No sabía si con el poco tiempo de considerarnos

amigas, ya tenía el derecho de preguntar lo siguiente, pero

me animé y lo hice. Más que un golpe de ella no recibiría y

estaba dispuesta a arriesgarme. Después de todo, hacía casi

un año nos conocíamos, no importaba que no hubiéramos

sido tan íntimas antes.

“Nadia. Disculpa que te pregunte esto, pero, ¿Alexis

y tu son novios?”, pregunté, mirando rápidamente al

pasillo para asegurarme que él no estuviera detrás de mí.

No estaba, ya había desaparecido. Ella se quedó viéndome

con un aire de sospecha en la cara.

“No sé. ¿Por qué?, si lo quieres para ti, me aparto

del camino”, me dijo seriamente. El mundo pareció venirse

abajo. ¡Había arruinado el mejor momento de mi vida!

Siempre con mis estúpidas preguntas. Entendí que no

había tenido derecho a preguntarle eso.

“No, para nada. Disculpa, yo…”, traté de decir en

un tono de voz alto, nerviosa, pero la voz salía de mí en

forma de susurro, mientras el fuego en mi cara hizo que

me diera cuenta de que estaba sonrojada. COLORADA,

mejor dicho.

“Es broma, nena. Mira cόmo te pusiste. Perdón por

esta broma”, dijo en un tono de voz alto y riendo sin parar.

“La verdad es que hay algo más, mucho más que

amistad entre nosotros, pero no queremos hacer

declaraciones formales. Nos encanta la situación que

estamos viviendo. Sin rótulos ni etiquetas”, me dijo

abrazándome para que se me fuera la cara de espanto. Yo

aún no podía emitir sonido.

“¿Piensas que te lo regalaría tan fácilmente? Creo

que lo amo más que a nada en el mundo”, dijo mirándome

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a los ojos y supe que lo que decía era verdad. Lo que llevó

a que mis palabras trataran de ser disculpas y salieran

rápido de mi boca, de una vez por todas.

“Me gusta la pareja que hacen. Hoy DECLARO

FORMAL Y OFICIALMENTE que siempre, a pesar de

que nos conocemos hace un año, pensé en él como el

hermano varón que no tengo”, dije bromeando, usando

algunas de las palabras que ella había utilizado unos

segundos atrás. Me miró desconcertada, seguro pensando

en las tonterías que estaba diciendo.

“Lo sé, Amy. Además yo sé que te gusta Leo, que

no haces más que mirarlo en el aula. Deseas que ese

angosto pasillo no existiera y que sus manos estuviesen

juntas”, comentó ella burlándose, con la voz de una actriz

sacada de una película de los años cincuenta. Un

segundo… ¿Cómo me había llamado? Amy, eso había

dicho, con su innata habilidad de dar apodos a las

personas.

“Estás loca, el que me mira como obsesivo y

aprovecha cada movimiento cercano para tocarme es él.

Debería denunciarlo. Ah, por cierto ¿Amy va a ser mi

apodo?”, le dije bromeando, mientras comenzábamos a

andar por el pasillo iluminado por pequeños focos

amarillos en las paredes.

“Definitivamente, así te voy a llamar todos los días”,

dijo caminando detrás de mí con sus manos en mis

hombros, como si me manejara.

Cuando llegamos a la mitad del pasillo, hasta el

cuadro que su mamá había pintado, me quedé paralizada

otra vez, porque bajo la tenue luz pude ver cosas que antes

no había visto en el ángel.

Observé su perfecto rostro relajado y su hermoso

cuerpo. Las olas hechas de espuma blanca detrás de él,

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parecían querer atraparlo. Seguramente así debía lucir el

de mi sueño, que no me mostraba la cara.

“Hablando en serio, ¿tienes a alguien en vista?”. La

pregunta de Nadia me trajo a la realidad al instante. Sí,

tenía en ese preciso momento el ángel en mis ojos, “en

vista”, como ella había dicho. Repentinamente y sabiendo

que estaba en pecado mortal por lo que estaba pensando,

reprimí la idea que había abarcado todo el espacio de mi

pecadora cabeza. Tal vez que mi abuela me haya obligado

a ir a misa todos los domingos cuando era pequeña y

escuchar al sacerdote diciendo en sus sermones que todo

era pecado, me habían afectado el pensamiento.

“No, sólo amigos”, dije continuando mi camino y

escuché a Nadia agradecerme. Cuando en realidad me

refería a que podía ser sólo amiga del ser que estaba en mis

sueños, con las mismas alas que el de la pintura. Supe que

no podía tener otro sentimiento más que ese: AMISTAD,

nada más. No estaba bien pensar lo que había pensado

unos momentos atrás. Eliminé esa idea de mi mente lo más

pronto posible. Como en una computadora, apreté

rápidamente y sin dudar la tecla suprimir y luego lo borré

también de la papelera de reciclaje, para que ni un rastro

quedara.

Antes de que pudieran vernos bajar, escuché la voz

grave de un hombre diciendo: “Chicas, apúrense porque Al

se va a comer todo”, supuse que era el padre de Nadia. No

dejaría que Alexis se comiera todo, pues estaba muerta de

hambre. Tendríamos que pelear como dos perros por el

último hueso, lo que no se vería muy bien frente a esas

personas que acababa de conocer.

“Ella es Amy, papá. En realidad se llama Amelie,

pero yo le puse ese sobrenombre”, dijo riendo, siguiendo

con las presentaciones. Luego se sentó en una alta

banqueta cerca de la mesada, que estaba en el medio de la

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cocina. Siempre me habían gustado esas barras para

desayunar, almorzar o cenar, porque no había necesidad de

sentarse a una gran mesa en el comedor. Eran sólo ideas

que tenía.

“Hola, es un gusto conocerte. ¿Eres hija de Darío

Roger? ¿El nuevo intendente de Puerto Azul?”, expresó

sin preámbulos sus dos preguntas, mientras yo observaba

que ahora el cuadro estaba completo.

Los tres eran igual de lindos. Héctor, como luego

supe que se llamaba, Clara y Nadia, quien tenía un Ken

por novio. La familia de Barbie estaba completa, sólo

faltaba el auto último modelo en la entrada. Los padres de

Nadia eran muy jóvenes y eso se notaba en sus pieles, no

tenían ni una arruga.

“Sí, soy la hija del nuevo intendente”, dije bajando

mis ojos al suelo. Amaba a mi padre, pero no me gustaba

que me identificaran por su profesión o que me dieran

privilegios por ella. Además, la suya era una carrera no

muy bien vista por muchas personas. Por eso quería tener

la menor relación posible con la política. La experiencia

que tenía ya había sido bastante mala y casi me había

transformado a una loca solitaria.

“Se ve que es bueno tu papá. La gente habla muy

bien de su mandato en Santa María. Seguro lo van a

extrañar, pero por suerte nosotros lo tenemos en nuestra

ciudad”, dijo él alegremente tocando mi hombro, mientras

dejaba un plato en la pileta de la cocina. Me di cuenta de

que él y su mujer ya habían cenado. Seguro por estrictas

medidas establecidas por Nadia, para que no nos

molestaran.

“Sí, seguro que sí”, dije completamente convencida

de que esos que lo extrañarían eran unos pocos y me senté

junto a Alexis, pensando en la antigua ciudad en la que

habíamos vivido.

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Santa María era el triple de grande que Puerto Azul,

pero no sabía si era debido a la felicidad que sentía en ese

momento por pertenecer a algo, que la nueva ciudad me

pareció más bella.

En Santa María dejamos a mi abuela Lucía, con sus

cosas y sus perros. Tenía una vida de la que no quería

desprenderse, amigos, lugares conocidos y pertenecía a esa

ciudad.

“Definitivamente le debemos una visita”, pensé

mirando a mi alrededor, los muebles que decoraban la

casa. En realidad sentía que debíamos rescatarla, por si

algo llegaba a pasarle por ser madre de mi papá, pero no

había caso, ella no quería irse.

“Decíamos con Clara antes que bajaran…”, comentó

Alexis terminando de comer el hilo de queso que se había

estirado desde la porción de pizza hasta su boca.

“… que te pareces a Rose”, acotó. Me quedé

mirándolos fijamente, tragando apresuradamente el trozo

de pizza y tratando de digerirlo con un sorbo de agua fría.

Me habían dejado completamente perdida. No sabía a lo

que se referían y tenía que responder algo que no sonara

del todo tonto, lo que era difícil siendo yo.

“Como Rose de Titanic, dice Nadia que te gusta esa

película”, comentó Clara con su brazo sobre los hombros

de Héctor.

“Ah. Sí, Rose Dawson, Kate Winslet... pelirroja.

Somos parecidas”, fueron las palabras que logré hacer salir

de mi boca, mientras todos sonreían ante mi desconcierto.

“Es hermoso como te atas el pelo con esa cinta y lo

dejas caer sobre tu hombro izquierdo. Te ves hermosa,

como ella. No, más linda aún. Te da presencia y elegancia.

Podría usarte como modelo en uno de mis cuadros”, dijo

ella mirando a su marido, mientras este asentía con la

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cabeza. ¿Qué hice yo? Me sonrojé como cuando me

convertía en el centro de atención, entonces recordé

porque no me gustaba serlo.

“Por cierto, le conté a Amy que eras pintora, porque

se quedó como hipnotizada mirando el cuadro del pasillo.

La pintura del ángel”, dijo Nadia, otra vez dejándome sin

poder hablar, aunque la vergüenza había pasado un poco.

“Es her-mo-so, digno de estar en un museo de arte.

Esa fue su declaración oficial y formal”, dijo Nadia

bromeando, haciendo que me sonrojara otra vez más y

logré propiciarle un codazo en su lado derecho.

“No lo puedo creer. Esta nena tendría que ser mi

hija. Que no se hable más. Héctor, ayúdame a envolverlo

para que se lo lleve”, propuso Clara feliz por las palabras

que su hija le había dicho, que YO había dicho. Se acercó

y me besó en la frente.

“No es necesario que…”, fui interrumpida, mientras

Alexis y Nadia se reían de mí.

“Tengo otra copia en el negocio”, dijo con un grito

apresurándose al piso de arriba. No sabía si era verdad que

tenía una réplica o solo trataba de convencerme, pero sabía

que me iría con un hermoso regalo. Ya hasta había

pensado en esos segundos, en ponerlo en el espacio vacío

sobre la cabecera de mi cama. Lugar que nunca había sido

ocupado, ya que nunca había encontrado un cuadro que me

gustara. Bueno, la búsqueda había terminado sólo con

conocer a una persona.

“Te dije que te lo iba a regalar. Nunca la vi tan

feliz”, comentó Nadia comiendo otra porción de pizza al

igual que yo. Alexis jugaba con el control remoto,

haciendo un gran zapping de canales.

Yo había hecho feliz a alguien más según las

palabras de mi amiga. Aunque lo pude comprobar en la

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alegre cara de su madre. Era un día de logros para mí. Más

de lo que me esperaba cuando me levanté enojada por el

sueño interrumpido.

“La pasé genial. Gracias otra vez y perdón por no

haberles prestado tanta atención durante todo el año. Justo

cuando falta poco para que las clases terminen”, dije

mientras juntaba mis cosas, realmente arrepentida por todo

el tiempo perdido que ya quería recuperar.

“No importa, Amy. Este es el mejor momento para

ser amigos, justo cuando van a empezar las vacaciones.

Nos divertiremos a lo grande, HERMANA”, dijo Alexis

apretándome la cabeza con su gran mano. Me di cuenta en

el instante de que Nadia le había hablado de nuestra charla

en algún momento, cuando subí a buscar mis cosas a su

habitación. Rogué que no le hubiera dicho más que eso,

nada sobre mi interrogatorio acerca de su noviazgo. Ella

me guiñó un ojo y supuse que no lo había hecho, lo que me

dejó mas tranquila.

Cuando estábamos dentro del auto, Clara salió por la

puerta principal corriendo con el gran cuadro que me había

olvidado en el sofá del living y temí que se le fuera a volar

de sus manos delicadas. Me lo dio lentamente, estaba

envuelto en un fino y suave papel rosado e hice lo posible

para colocarlo a mi lado en el asiento sin estropearlo.

“Esperamos verte pronto, eres muy buena y me

alegra que seas amiga de Nadia”, dijo Clara besando mi

frente, me quedé congelada. No esperaba tanto amor de

una familia a la que recién conocía.

“Conduce con cuidado, Al. Mira que llevas a la hija

del intendente”, bromeó Héctor y por primera vez no me

importó que mencionara el trabajo de mi papá. Me parecía

que las bromas quedaban bien viniendo de él, así que no

podía reprochárselo.

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Los miré a los ojos llena de sinceridad, porque era lo

que sentía y lo que estaba corriendo por todo mi cuerpo

esa noche.

“Pasé la mejor noche de mi vida fuera de casa.

Gracias por hacerme sentir parte de su familia. Nos

vemos”, saludé ante sus miradas agradecidas.

“Siempre serás bienvenida aquí”, dijo Clara. Luego

los dos se marcharon hacia el interior de la casa.

“Bueno, después de tantos hasta luegos, es hora de

irse. Mañana tenemos que estar temprano en la escuela”,

dijo Alexis encendiendo el motor y apretando el acelerador

varias veces.

“Ah, por cierto, mi hermana no tendrá que soportar

más a Leo en el colectivo. De ahora en adelante te

buscaremos con Nadia por tu casa”, siguió diciendo

mientras ella se reía y lo besaba en la mejilla.

“Trato hecho”, dije contenta por lo que evitaría en el

transporte escolar. No me preocupaba Martina, porque ella

ya tenía sus amigos y se sentiría igual de protegida que yo.

Acepté la propuesta sin remordimientos.

Durante el trayecto a casa no hicimos más que

hablar de cosas que sucedían en la escuela. Alexis imitó a

varios profesores y compañeros demostrando que era

realmente bueno con las imitaciones. Me reí como nunca

antes lo había hecho, en grupo esta vez.

El auto se detuvo frente a mi casa. Enseguida

distinguí las figuras de mis padres y hermana, sus sombras

tras la cortina de la ventana del living, expectantes. Bajé

con mi cuadro y me acerqué a la ventana del lado de

Nadia.

“Declaro oficial y formalmente que somos a-mi-

gos”, dije con énfasis, separando la palabra en sílabas. Los

dos se rieron y Nadia me dio un beso, se me quedó

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mirando con los ojos llenos de algo que no me pude

explicar. Pero entendí que decían: “Por fin te animaste a

hablar, a vivir en la realidad y ser nuestra amiga”

“Nos vemos mañana en este mismo lugar, her-ma-

na”, dijo Alexis imitando mi voz y el auto se marchó de

repente.

Caminé con una felicidad enorme llenándome el

corazón, por el pequeño sendero con flores a ambos lados,

hasta llegar a la puerta. Sin duda el día había sido largo,

estaba cansada y casi no podía creer todo lo que había

pasado.

Apenas abrí la puerta, mamá, papá y Martina

gritaron: “Felicitaciones, ya tienes amigos”, no pude

hacer más que resignarme y escuchar sus bromas.

Los tres se quedaron sorprendidos con el regalo de

Clara. Mamá pensó en visitar su negocio para comprar

algunos y decorar nuestra casa. Tendríamos que llamarla

algún día para que nos diera consejos con la nuestra.

Porque desde que Nadia dijo que su mamá era pintora,

supe que era ella quien estaba detrás del buen gusto y

magnífica decoración de su hogar.

“Así que ahora eres amiga de la hija de Héctor

Herman. Mi amigo y segundo en mando en la

municipalidad”, papá dejó fluir las palabras. Salió de mi

garganta un grito de sorpresa que ni yo me esperaba.

Héctor no había dicho nada. Con razón hablaba así

de papá, eran amigos también. Nadia tampoco había dicho

nada y en ese momento sentí que era más igual que yo de

lo que pensaba. Seguramente, tampoco quería que los

demás se acercaran a ella porque alguien en su familia era

importante. Definitivamente era alguien con principios,

que siendo tan linda como era, con MUCHAS neuronas,

un padre político y con dinero, podía ser la Queen B

americana o la reina de las populares argentinas.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Después de tanta charla subí las escaleras feliz.

Coloqué el cuadro sobre la cabecera de la cama tal cual y

como había pensado en casa de Nadia. Lo miré por varios

minutos con ojo crítico, lo recorrí con mis dedos para

poder sentir la textura del óleo.

Luego me cubrí la cabeza con la sábana y pensé que

desde ese momento la palabra “amigos”, que tanto había

estado repitiendo en voz alta y en silencio en mi mente,

tenía sentido de verdad.

Ellos eran mis amigos, los que me brindaron apoyo

desde el primer día en que me vieron. Los que reían

conmigo y se reían de mis torpezas. Los que con toda

humildad me ofrecieron a su familia desinteresadamente.

En ese instante, entendí el real y her-mo-so significado de

la palabra: AMIGOS. Cerré mis ojos, pensé en el cuadro y

dije:

Ángel de la guarda, dulce compañía, no me

desampares ni de noche ni de día. No me dejes sola, sino

me perdería…

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Capítulo Tres: Bastian

El día me sorprendió con su claridad cuando aún

estaba en la cama. Las mariposas móviles que colgaban

cerca de la ventana producían una bella melodía metálica

al ser agitadas por la brisa fresca que ingresaba.

“¿Ventana abierta?”, me pregunté desconcertada.

No recordaba haberla abierto antes de irme a dormir.

Recordé cada uno de los pasos que había hecho antes de

cubrirme la cara con la sábana y no tenía imágenes de mí

abriendo la ventana. Seguramente, había quedado sin

traba, entonces el viento la empujó por la noche. O lo que

era más probable, era que en sueño, sonámbula, me haya

levantado a dejar ingresar el aire. Tal vez la habitación

había estado más caliente que de costumbre, ya que

Octubre se había tornado sumamente caluroso, como

nunca antes se había visto. Al menos eso decían los

habitantes del lugar y como era mi primer verano allí, no

tenía cόmo probarlo.

Seguí dando vueltas en la cama unas veces más, las

sábanas me producían una linda clase de escalofríos al

rozar mi piel. Aún estaba feliz por lo ocurrido ayer.

En un momento traté de recordar mi sueño, entonces

abrí los ojos para mirar hacia arriba. El cuadro que Clara

me había regalado me confirmó que otra vez había tenido

el mismo sueño. Había soñado con él una vez más. Esta

vez le pude poner una cara, ese bello rostro que la madre

de mi amiga había pintado. Tenía presente en la mente sus

ojos cerrados y esas alas gigantes que tanto me habían

llamado la atención.

De repente recordé que los chicos pasarían a

buscarme. Miré el reloj, eran las siete y cinco de la

mañana. Comenzábamos las clases a las ocho, así que

tenía tiempo de sobra para prepararme y desayunar algo.

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Además a Al, ya había comenzado a usar su apodo (así

como me acostumbraba a que el mío era Amy), no le

gustaba andar despacio en su auto tuneado, así que supe

que nunca llegaríamos tarde.

Volví a esconderme bajo las sábanas, esa vez no fue

para refugiarme de los rayos del sol que inundaban el

cuarto, sino para tenderle una trampa a la pequeña

Martina. Me quedé allí, inmóvil, pretendiendo estar

dormida y mirando hacia la puerta con ojos expectantes.

Unos minutos después pude ver su figura ingresando, lista

para comenzar con el ataque de cosquillas.

Se acercaba lentamente, con sus dos pequeñas pero

mortales manos estiradas. Cuando estuvo a punto de

tocarme, salté dando un grito: “BUUUU”. No supe cόmo

hizo para salir corriendo tan deprisa y desaparecer de la

habitación, pero se esfumó en un segundo. Tomé velocidad

para seguirla bajando las escaleras, donde la encontré y

comenzó nuestro ritual de risas.

“Te atrapé pequeña asesina”, le dije soltándola, ya

que no paraba de reírse y mamá volvió con su teoría sobre

las cosquillas malignas. Ese día no quise atacarla, porque

estaba cortando finas rodajas de pan con un cuchillo.

“Ya vas a ver lo que le va a pasar a tu cuadro

nuevo”, me dijo amenazante la pequeña, como siempre

hacía. Le saqué la lengua mientras ella se dirigía a

desayunar.

Luego de terminar de vestirme, me volví a peinar en

la forma que siempre hacía, usando la cinta. Si a varios

más que a mí les había gustado mi forma de peinarme, no

debería alejarme de lo seguro y hacerme cualquier otra

cosa ridícula en mi cabello. Me miré en el espejo, esa vez

más segura que nunca, por lo que no me reconocía a mí

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misma y no me vi para nada desagradable, es más, podía

llegar a decir que era “linda”.

Volví a bajar las escaleras para sentarme a

desayunar en la cocina. Papá ya no estaba, supuse que

tenía una reunión y mucho trabajo en la municipalidad,

porque se había marchado más temprano que de

costumbre. El diario que leía todos los días estaba doblado

sobre la silla que siempre ocupaba.

Las tres mujeres de la casa desayunamos solas esa

mañana. Aún eran las siete y media, así que había tiempo

para una conversación sobre la noche anterior. Todavía no

me conocía. ¿Yo queriendo contar lo que pasaba en mi

vida? Definitivamente estaba cambiando o

definitivamente, cosas estaban sucediendo, porque antes

nunca había tenido nada para contar.

“¿Cómo te fue con la vida social ayer?”, preguntó

mamá mirando a mi hermana y haciéndole una mueca.

Empezó ella la charla antes de que yo pudiera decir algo.

Seguro estaba más que intrigada por el cambio de su hija.

“No sé. Fue MUY raro, pero me sentí MUY bien,

como en casa, eso es lo extraño. No me preocupó que me

vieran comer, ni las tonterías que pude haber llegado a

decir. Me aceptaron tal cual soy”, respondí tomando un

poco de té y con la vista todavía puesta en Martina que se

limpiaba la boca.

“Amelie, me alegro por ti, hija. No sé por qué

piensas que eres rara. ¿Cómo no te van a aceptar? Eres

igual que los demás”, me dijo ella, untando una tostada

con mermelada de frutilla, luego me la alcanzó. No supe

qué decir, porque lo que mamá había dicho me dejó sin

habla. Era obvio que las madres siempre amaban a sus

hijos y para ellas eran los mejores, pero fue tan sincera y

amorosa cuando lo dijo, que no creí que hablaba de mí: la

tonta, antisocial y aburrida Amelie.

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“Además, les habrás caído más que bien. Clara te

regaló un cuadro. Eso es mucho para ser que apenas te

conoce. ¿No te parece?”, acotó, mordiendo una tostada.

Pensé en el bello rostro de Clara y supe que era igual de

buena que mi madre.

“Sí. Bastante, eso me dejó sorprendida. Y no sentí

que lo hicieran para quedar bien con la hija del intendente,

ni nada de eso. El ambiente ayer fue muy genuino, como si

siempre nos hubiésemos reunido a comer”, comenté

recordando la cantidad de besos y abrazos que había

recibido, a los que por cierto debía empezar a

acostumbrarme. No dejaba de recordármelo.

“¿Cómo se llama el chico que estaba con ustedes?

El que manejaba el auto”, preguntó Martina, parada al lado

de la silla y poniéndose el guardapolvo. Era tan

observadora esa niña.

“Se llama Alexis, pero le decimos Al. Es el hijo del

dueño del taller, creo. Muy buena persona también.

¿Sabes?...”, dije llevando mi taza a la pileta de la mesada.

“Ahora somos hermanos. Él dice que va a cuidar

que ningún chico con malas intenciones se me acerque”,

dije entre risas y recordando cόmo Alexis me había

empezado a decir: hermana.

“¿Por qué haría eso?”, interrogó mamá al lado mío,

con algo más escondido en el tono de su voz. Reformulé su

pregunta en mi cabeza, transformándola en la siguiente

oración afirmativa: “si quiere protegerte, es porque está

celoso, te quiere solo para él”, pensé. Eso NO era así,

para nada. Además yo no estaba interesada en nadie.

Ningún chico me llamaba la atención. Bueno, al menos

nadie real, sino uno que vivía en la “realidad” de mis

sueños. Enseguida vino a mí ese malestar, así que alejé la

idea otra vez como ayer. Me sentía tan mal por pensar esas

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cosas y tenía vergüenza de que Dios supiera, porque

seguro podía leer mi mente.

“Primero: no me gusta él, ni NADIE. Segundo: me

parece…”, aunque lo sabía, pero por respeto a mi amiga no

podía decirlo, “…creo que entre él y Nadia hay algo más

que amistad. Y por último, pero no menos importante, ayer

nos declaramos oficial y formalmente hermanos”, dije

mirándola a los ojos, asintiendo con la cabeza. Diciendo

palabras que sólo tenían sentido y provocaban gracia entre

nosotros tres solamente, porque era una clase de broma

interna. Recordé a Gina diciendo “patético” un día atrás y

esperé a que mamá lo dijera también, pero ella jamás

pensaría que éramos patéticos.

“Dejando de lado cualquier cosa que hayas pensado,

me alegra saber que forman parte de tu vida”, comentó ella

acariciándome el hombro.

“Tocan bocina y no es el colectivo”, gritó Martina

desde la ventana del living. Entonces, apresuradamente

tenía que contarle a mamá que ellos serían mi nuevo

transporte escolar. Me daba lástima dejar que Martina

viajara sola, pero se acostumbraría. Además, nunca me

prestaba atención en el colectivo cuando iba con sus

amiguitas.

“Ah, por cierto, ellos me pasarán a buscar para ir al

colegio de ahora en adelante”, le dije en un tono que no era

de petición de permiso, sino de afirmación.

“No hay problema. Martina tiene a sus amigas. En

eso te ganó”, comentó ella sonriente.

Las tres salimos de la casa. Subí al auto mientras mi

madre y hermana miraban desde la puerta.

“Hola señora. ¿Cómo está?”, saludó Nadia a mamá,

acomodando su cabellera rubia con la mano. Estaba más

Barbie que nunca antes.

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“Muy bien. Díganle a su amigo que maneje con

cuidado”, gritó mamá olvidando que él era hijo del

mecánico. No había duda que era uno de los chicos que

mejor y con más responsabilidad manejaba en Puerto

Azul. Aunque le gustaba la velocidad y tal vez a eso se

refería mamá, él conocía tanto su auto que nada podía

pasarnos. Desde que tenía un año andaba sobre ruedas.

“Todo bajo control señora. Chiquita, ¿no querés que

te llevemos a la escuela?”, ofreció Alexis, cosa que nunca

se me hubiera ocurrido pensar. En mi visión y por más que

amaba a Martina, era suicidio social tenerla hablando por

unos minutos frente a mis amigos. ¿Cuándo inventé la

regla? No sabía.

“No, gracias, prefiero ir con mis amigas. Nos

vemos, hermano”, dijo ella saludando, mientras corría

hacia el colectivo que se había estacionado detrás del auto.

Habló con tal madurez que los chicos se sorprendieron, eso

le pasaba a todos los que la escuchaban hablar, su mente

evolucionaba más rápido que su cuerpo.

¿Había escuchado bien? ¿Le había dicho hermano?

Me sonrojé inmediatamente.

“Sorry”, me disculpé y aprendí que tendría que

cerrar la boca delante de ella, porque no hacía más que

repetir todo lo que escuchaba a su alrededor y eso podría

causar problemas. ¿Y si se hubiera animado a preguntar si

él y Nadia eran novios? Me puse más roja. Al pudo verme

por el espejo retrovisor. ¿Cuándo dejaría de sonrojarme?

“No te preocupes. Me cae bien la mocosa. Así que

ahora tengo dos hermanas. ¿Quién lo hubiera pensado?”,

dijo con una risa en sus labios como si la idea le gustara,

ya que él era hijo único.

Nadia me estaba mirando, mientras sacudía su

cabeza como diciendo: “no puedes ser más tonta y

vergonzosa”.

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“Amy, deja de pedir perdón por tonterías”, me dijo

confirmando lo que creí que ella estaba pensando. Aunque

no lo dijo en tono agresivo. Esbozó una sonrisa y volvió su

cara hacia el frente.

El auto comenzó a alejarse. Las ventanas estaban

abiertas, el aire golpeaba mi cara, pero no me importaba.

Era una linda mezcla de felicidad y de sentirme viva lo que

atravesaba mi corazón.

La calle estaba más visible que nunca, porque el sol

se hacía más fuerte a medida pasaban los minutos. Las

personas, cada una de ellas, estaban haciendo lo que

hacían día a día, así que pensé que no era la única con

rutinas. Los negocios comenzaban a abrir sus puertas. Los

niños caminaban hablando fuerte, algunos cantando,

vestidos con guardapolvos blancos. Los pájaros planeaban

en lo alto del cielo, como mirándonos a los que no

podíamos volar. ¿Podría mi ángel volar tan alto? Seguro

que sí.

A medida que avanzábamos, los rastros de

civilización comenzaban a perderse. El colegio quedaba

alejado de la ciudad, porque era tan grande que no habían

encontrado un lugar en el centro para edificarlo. Por eso

estaba retirado, cerca del bosque.

Gracias a Dios las populares y deportistas eran tan

superficiales que no habían ejercido su poder para sacarnos

de los ventanales del comedor. Almorzar allí, pudiendo

apreciar los pinos verdes y las aves sobrevolándolos, era lo

más mágico que había visto en la ciudad. A lo lejos

también se veía un cerro que no era tan alto. Me dije que

algún día tenía que ir a conocerlo de cerca y tomar unas

fotos desde arriba.

El Highland era un colegio privado y bastante caro

por cierto. Acudíamos allí no por decisión propia, sino por

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decisión de mis padres. Para nada estaba de acuerdo con la

idea de ir a un lugar tan caro, habiendo colegios públicos

en el centro que no tenían doble turno. Pero en ese

momento no me importó, ya que estaba feliz de ir al lugar

en el que había conocido a mis dos mejores amigos.

La mañana pasó lenta, monótona y sin ninguna

situación fuera de lo común. Sin duda, escuchar a Leo

queriendo pronunciar la palabra father con el acento

británico que la profesora de Inglés tenía, había sido lo

mas gracioso de la clase. Todos se habían reído de eso,

pero él no se avergonzaba y menos se sonrojaba. Ya

deseaba yo tener esa habilidad.

“¡Qué mal!”, exclamó Nadia, dándose vuelta para

mirarme y golpeando a Alexis por la espalda, para que

dejara de reírse. No lo había dicho con intenciones de

ofender o porque nosotros pronunciáramos mejor, cosa que

nunca podríamos hacer, sino por el hecho de que seguía

intentando en voz alta, a pesar de que la profesora ya había

cambiado de tema. Como tratando de mostrar una

habilidad con el idioma que no poseía.

Cuando sonó el timbre a las doce, todos nos

levantamos apresurados de la misma manera, sabiendo que

era hora de visitar el comedor. Una vez cada tanto se

escuchaba el rugido de algún estómago vacío y yo daba

gracias de que no era el mío. Por suerte ese día no sentía

tanta hambre.

Cuando llegamos mas distraídos que de costumbre,

todos estaban ocupando sus lugares. Aunque algo me

llamó la atención, un tumulto de chicas hablando en voz

alta y tratando de parecer interesantes, me hizo ponerme a

analizar la situación.

La mayoría de los que estaban ubicados eran los

varones que miraban con sus caras sorprendidas. Giré mi

vista hacia la barra de comidas y me di cuenta de que ahí

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estaban todas. Se veían indecisas, haciendo pedidos

innecesarios, como si tuvieran ganas de estar dos segundos

más en el lugar, porque había algo que querían seguir

viendo.

Gina y Augusto, pasaron con la bandeja plástica de

comida y ni siquiera me miraron. Parecía que él, la había

obligado a salir de la barra, por lo que podía apreciarse en

su cara.

“¿Qué está pasando aquí?”, preguntó Alexis

totalmente desconcertado. Seguro creyó que alguien se

había desmayado, o algo trágico había sucedido, como

solía pensar en esa clase de situaciones.

Mariana, una chica de quinto año, venía con su

bandeja cargada de alimentos y escuchó la pregunta de Al.

“Doris se jubiló ayer. Juan pasó a ser el dueño de la

barra y hay un nuevo ayudante. Es HOMBRE, por eso el

revuelo de las mujeres. ¿Dónde está nuestra dignidad

chicas?”, dijo indignada su pregunta retórica. Pero fue una

reacción muy de ella. Mariana era ABSOLUTAMENTE

feminista y no podía entender que las mujeres se

desesperaran de esa manera por un chico nuevo, le parecía

degradante. En cambio a mí me parecía reacción femenina

adolescente.

“Con razón. ¿Qué más podía ser? Si esas no comen

nada, no se iban a desesperar así por un nuevo plato de

comida”, dijo Alexis sacudiendo su cabeza y sonriendo. Al

parecer, era un comportamiento común en las chicas de la

ciudad o de todas las chicas del mundo, como ya había

pensado antes, aunque yo no me creía así.

Nos acercamos a la multitud lentamente, tratando de

atravesarlas como si fueran paredes de piedra, pero ellas

oponían resistencia.

“Permiso chicas. Sólo queremos pedir comida y

retirarnos a nuestro lugar. Así que por favor, den lugar y

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no las molestamos más. Después, pueden seguir mirando

como tontas al chico nuevo”, dijo Nadia con la voz tan

fuerte que todos se quedaron mirándola. Nunca creí que

fuera capaz de eso, pero sólo teníamos media hora para

comer y descansar, esperando el viernes que era el único

día que no teníamos doble turno. Entonces entendí sus

razones. Las demás se sonrojaron como yo hubiera hecho,

se retiraron protestando por lo bajo y matando a mi amiga

con la mirada, pero a ella no le importó. El chico nuevo no

podía hacer más que reírse complicemente con Juan, sólo

podía escucharlo porque todavía había unas chicas altas

frente a él.

Cuando el tumulto se dispersó, algún magnetismo

extraño hizo que mi cabeza se levantara, que una rara

sensación se apoderara de mi corazón por completo, que se

agitara mi respiración y me quedara viéndolo.

No se podía negar porque se habían quedado

mirándolo, hasta yo, que un segundo atrás creí no ser la

típica adolescente enamoradiza, me quedé observándolo

detenidamente.

Era como si hubiera salido de una revista de

modelos, pero era más perfecto. Era alto, su piel

extremadamente blanca, más que la de Alexis y eso ya era

mucho decir. Tenía el cabello muy negro, lacio y fino. Un

corte de pelo actual y moderno: no tan corto, irregular, con

un flequillo desmechado que caía sobre su ojo izquierdo.

Eso lo diferenciaba de todos los chicos del lugar, además

de otras cualidades.

Sus ojos, eso era lo que me había quedado viendo.

Ellos eran demasiado verdes, nadie parecía notar un

extraño brillo que tenían, pero yo sí. Era como si hubiera

usado un delineador sumamente negro en sus estilizadas y

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largas pestañas, porque los ojos resaltaban como dos

esmeraldas.

Estaba vestido con jeans gastados, una remera negra

que le quedaba ajustada. O realmente su cuerpo era

musculoso como para hacer que le quedara pegada al

cuerpo. Bueno, si uno miraba sus brazos se daba cuenta

que la remera no era ajustada, su cuerpo era grande.

Sus labios eran rojos, perfectos y simétricos, al igual

que sus dientes extraordinariamente blancos, y que

combinados hacían la sonrisa más maravillosa que había

visto en mi vida.

Parecía tener diecinueve años más o menos. Por eso

las chicas habían estado tan interesadas, ya que siempre

buscaban chicos más grandes y sus pobres compañeros se

desilusionaban al no tener oportunidad, cuando un nuevo

galán como estos aparecía. Pero era la regla general de las

mujeres, no había nada que hacerle.

Fue ahí que recordé su risa y luego una mirada

cómplice hacia su compañero de trabajo y me di cuenta de

que yo no le daría el gusto a ese nuevo, arrogante,

ayudante del comedor, de que pensara que yo era como las

otras.

“Ya estamos listos, te esperamos en nuestra mesa

cerca del ventanal”, dijo Nadia tocándome el hombro,

volviéndome a la realidad. Me di cuenta de que varios

minutos habían pasado mientras hacía mi observación del

recién llegado, porque Alexis ya tenía la bandeja llena. Los

dos se alejaron bromeando. Pude escuchar a Al imitando a

Leo.

“Father, father…”, decía, mientras ella le pedía que

siguiera con la imitación.

Rogué no decir una tontería, ahora que me habían

dejado sola frente a él. Rogué que no se hubiera dado

cuenta de mis ojos analizándolo unos segundos atrás,

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mientras él les servía comida a mis amigos. Nunca pensé

que el sólo hecho de mirar a alguien podría afectarme

tanto.

“¿Qué quieres comer?”, dijo humedeciendo sus

perfectos labios, trayéndome nuevamente a la realidad,

porque ya me había perdido en su belleza otra vez. Esperé

no haber tenido mis ojos abiertos como lechuza

sorprendida. Su voz era atrayente, tan dulce, pareja y sin

ninguna vibración horrible o característica particularmente

mala que pudiera llegar a irritar. Era todo perfecto.

“Sólo una manzana. Gracias”, pude decir

finalmente, cuando recuperé la respiración. Traté de quitar

mis ojos de su blanco rostro, pero era como un llamador

que hacía que mis ojos miraran a una sola dirección, hacia

donde estaba él.

“¿Nada más que una manzana? Ya veo, estas a dieta

como ellas”, dijo indicándome a las populares, que no le

sacaban los ojos de encima. ¡Qué mal! Me había incluido

en el grupo superficial.

“No, Dios me libre de ese castigo. Es sólo que… no

tengo hambre hoy”, dije ajustando la cinta en mi cabello

colorado. Sonrió por lo que yo había dicho.

Luego tomó un poco de pollo caliente y lo colocó en

un plato. Puso un envase de jugo de naranja y la manzana

que era lo único que le había pedido.

“No, está bien…”, quise decir pero me interrumpió,

dándome la bandeja. Tuve que tomarla porque era obvio

que la iba a dejar caer. Ya se había puesto arrogante o algo

por el estilo. No me gustaba para nada la idea de que me

diera órdenes silenciosas.

“Shhh”, me dijo para que no terminara la oración

anterior, me quedé estática acatando su reto y esperando

saber lo que estaba por decir.

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“Me gustan los desafíos y acaba de surgir uno. Me

voy a proponer que te alimentes bien, al menos de lunes a

jueves, durante el almuerzo. El fin de semana no puedo

controlarte, es una lástima, pero espero que no comas

comida chatarra”, me dijo usando su sonrisa mágica, que

parecía convencerme de hacer lo que NO quería hacer.

Decidí alejarme de una vez por todas.

A medio camino di media vuelta para volver a

mirarlo. Allí estaba, con el fondo oscuro de la pared

haciéndolo resaltar como una figura brillante.

“Gracias”, le dije, imprimiendo en mi tono de voz

una sensación que decía: TE ODIO.

Llegué a la mesa donde estaban mis amigos, con

todas las miradas del colegio puestas en mí. Seguro

estaban tratando de matarme o deseando producir rayos

aniquiladores con sus ojos, para castigarme por haber

tenido el “privilegio” de que el nuevo me hablara y

sonriera. Sentí las ganas de desaparecer bajo la tierra. Me

senté rápidamente entre el vidrio y Alexis, ya que al menos

quedaba menos expuesta que antes.

“¿Dónde esta nuestra dignidad chicas?”, bromeó

Nadia, repitiendo la pregunta retórica de Mariana. Alexis

no pudo contener la risa y devolvió al vaso el jugo que

recién había bebido. Ya era tan amiga de ellos que,

primero, no me iba a enojar por la broma de Nadia y,

segundo, no sentiría asco por los malos modales de Alexis.

“Shut up”, dije y me concentré en tratar de comer la

porción de pollo que… el chico sin nombre, me había

obligado a comer. Sería parte de su desafío, eso había

dicho.

“¿Planeaba engordarme como la bruja en Hansel y

Gretel para luego comerme?” ¡Que tonterías estaba

pensando!

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“Le podrías enseñar a pronunciar a Leo. El inglés es

lo tuyo amiga”, me dijo ella. Muy en el fondo o no tanto,

sabía que Nadia estaba tratando de que me interesara en

algún chico. Ella seguramente se imaginaba salir en pareja:

comidas y cine. Y por un momento, sentí que el repentino

interés que ¿tenía?, en el chico nuevo, no estaba del todo

mal. No era que quisiera darle el gusto a mi amiga y

menos al arrogante, pero al menos, él era alguien real que

me alejaría de esa rara sensación de malestar. Ni quise

acordarme del ángel en mi habitación, en el cuadro mejor

dicho. Eso sonaba mejor. Pero, ¿qué hacía pensando en ese

misterioso chico como posible novio? Si él sólo me había

hablado. Me estaba volviendo loca, mucha vida social me

estaba afectando. Además él era tan… arrogante.

“El nuevo se llama Bastian. Tiene un nombre raro.

Es huérfano y vive en la casa al lado de la catedral. Ayuda

al padre Tomás con la limpieza de todo el lugar y es su

ayudante en la misa los domingos, por eso le dan una

habitación en la casa de los curas”, comentó Alexis,

habiendo liquidado la completa y gigante hamburguesa de

su plato, más las papas fritas. Mi amigo nunca engordaba a

pesar de todo lo que ingería, así que podía comer feliz.

“Y después las que hablamos de más somos las

mujeres. Definitivamente el taller de tu papá es el mejor

lugar para obtener información”, dijo Nadia, recostándose

en el respaldar de la silla. Bebió su gaseosa y dirigió su

vista al bosque.

“Bueno, no es rumor. Él mismo estuvo hace unos

días allí. Llevó a reparar su auto viejo y le contó todo a

papá. No sé, algunos se creen que papá es psicólogo y los

tiene que escuchar. Seguramente ganaría más plata

escuchando que arreglando”, dijo Al, abollando mi caja de

jugo de naranja vacía. Nadia lo miró sonriente. Por alguna

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razón le festejaba todas sus bromas o descabelladas ideas.

Eso era amor realmente.

“Tiene lindo nombre”, se me escaparon las palabras.

De ninguna manera había querido hacerlas públicas. El

calor subió por mi cara y sabía que estaba ROJA.

“¿Solo su nombre amiga?”, preguntó Nadia

moviéndose como una víbora, sentada en su silla y

tratando de molestarme.

El timbre sonó de repente. El ruido de sillas

arrastradas por el suelo fue estremecedor. Todos

volvíamos a la normalidad, por suerte.

“Hora de volver a clases”, dijo Alexis guiñándome

un ojo y sacándome del compromiso de dar una respuesta,

a la no-retórica pregunta de Nadia. Es por eso que la llevó

unos pasos delante de mí imitando a Leo en la clase de

inglés, para distraerla del tópico anterior. Así se

comportaban los hermanos mayores, eso logré entender.

Antes de salir del comedor di una mirada hacia la

barra de comidas y confirmé mis sospechas. Sabía que su

mirada penetrante había estado posada en mí durante todo

el almuerzo. No era que eso me alegrara, porque detestaba

esa repentina insistencia suya, esa manera educada de

hacerme comer cosas que no quería, que se creyera el

modelo perfecto que realmente era, pero me hacía

preguntarme el porqué de esa mirada tan profunda sobre

mí.

Él sonrió, levantó su mano rápido y la dejó caer. Me

saludó, a mí, solo a mí. Ya no había más nadie en el lugar.

Fingí una sonrisa y apuré el paso para alcanzar a mis

amigos. Por más que tratara de callarla, mi cabeza no

dejaba de repetir: Bastian, Bastian, Bastian…

Las horas de la tarde pasaron más rápido que de

costumbre, ni siquiera tuve que desear que el timbre sonara

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porque este ya lo había hecho y ni cuenta me había dado.

Tampoco parecí entender que estaba en el estacionamiento

unos minutos después. Últimamente estaba tan perdida,

como si apareciera en diferentes lugares por arte de magia.

“Hey. ¿Vienes a casa hoy o dejamos la excusa de la

guerra mundial para mañana?”, preguntó Nadia haciendo

chasquear sus dedos fuertemente ante mis ojos. Alexis ya

estaba al volante. La verdad era que decíamos que íbamos

a hacer el trabajo de Historia, pero nos poníamos a charlar

y divertirnos. Algún día lo tendríamos que hacer bajo

presión y cerca del límite de tiempo.

“Sí, dejémoslo para otro día. Hoy tengo que hacer

algunas cosas: como ayudar a Martina un rato con la

tarea”, fue mi excusa para decirle que no sentía la

necesidad de ir a su casa. No podía creer que el recién

llegado me hubiera dejado fuera de mí. Definitivamente

me llamaba la atención algo en él, o sólo él. No había

podido dejar de pensar en su cara unas horas atrás en clase,

después del almuerzo. Por eso había pasado rápido el

tiempo, porque no dejé de pensar en él. Y así de distraída

para quien me viera desde afuera, pero completamente

pensativa en mi interior, viajé todo el camino a casa.

“¿Quién era ese chico?”. Ahora sería parte de su

reto, yo formando parte de su vida. Además, vivía cerca de

la catedral, a unas pocas cuadras de mi casa. Recordé las

campanas y los escalofríos volvieron.

“¿Segura que no quieres venir?”, preguntó Alexis

mirándome por el espejo, esperando la respuesta.

“Segura, nos vemos mañana, como chofer de mi

transporte escolar”, dije bromeando, cuando logré recobrar

mis sentidos. Besé a los dos rápidamente y bajé del auto.

“A la misma hora y en el mismo lugar”, gritó Al y

se alejaron a toda prisa. Le pedí a Dios que mantuviera

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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intacta la habilidad de buen manejo de mi amigo, que nada

les sucediera y que llegaran a salvo a sus hogares.

Entré a la casa, donde todo estaba silencioso. No

había nadie más que yo y mi respiración. Sólo el gran reloj

del comedor se escuchaba andar. La atmósfera era

tenebrosa, sin ruidos, ni voces.

Subí las escaleras y tiré el bolso sobre la cama.

Seguro había estado haciendo planes en mi cabeza, planes

de investigación por los cuales había mentido por primera

vez a mis amigos, porque me dirigí a la laptop sobre mi

escritorio de vidrio. Impaciente le daba golpecitos para que

se apurara. Cuando todo había cargado, abrí primero el

programa de correo y Chat. Agregué a Nadia y Alexis a

mis contactos, ya que me habían escrito sus mails en la

carpeta durante matemática, marqué la cruz para cerrar el

programa.

Luego hice lo que había estado posponiendo. Abrí

Google y en la casilla para buscar escribí: Bastian. Tal vez

con la inocente idea de que iba a encontrar una foto o

información suya. Algo que lo hiciera más real.

Detenidamente seguí con mis ojos los resultados de

búsqueda, hasta que llegué a uno azul que decía: Bastian.

Significado del nombre. Hice clic sobre el título y me

mandó a una página negra, con letras blancas que solo

decía: Venerado por sobre los demás (Honoured above all

others) agregaba en inglés. De inmediato mi mente trajo

recuerdos de las chicas a su alrededor. ¿No era eso una

especie de veneración por sobre los demás chicos que iban

al colegio? Estaba claro que sí. Pero, ¿por qué?

¿Realmente estaba tan loca que podía creer que uno era

igual a la descripción de su nombre?

Me paré para pensar, caminé y me acerqué a la

ventana para ver la catedral, como si pudiera verlo a él. De

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repente apareció una ventana de Chat en mi computadora

portátil. No había cerrado la sesión.

No era ni Nadia ni Alexis, seguro no me habían

aceptado todavía. Era mi amigo: Nando de Venezuela, que

me estaba hablando. Rápidamente me senté a charlar con

el en inglés un rato, ya que estudiaba para ser profesor y a

mí me gustaba practicar.

Siempre era bueno hablar con él. Yo le contaba de

mi realidad y él de la suya. Ya hacía un año nos

conocíamos gracias a una sala de Chat en la que se podía

practicar el idioma, hasta que nos dimos cuenta de que los

dos hablábamos español.

Su nombre era Daniel Fernando y tenía dos

apellidos que no me acordaba en ese momento. Siempre le

decía que sonaba a nombre de galán de telenovela, por eso

el prefería que lo llamara Nando, ya que sus amigos

también lo molestaban con eso.

Era raro el hecho de que nos conocíamos tanto.

Habíamos visto algunas fotos de cada uno nada más, pero

sólo eso bastaba para saber que existíamos en la vida del

otro.

Cada tanto le prometía visitarlo en Venezuela. Él

decía que no había problema, que me esperaba con los

brazos abiertos. Entendí que tenía un amigo más, que eran

tres y no dos, como papá había escrito en el mensaje. Las

distancias no nos importaban en lo mas mínimo.

De todos modos e innegablemente esa tarde por más

distracciones que me quise crear, tal cual y como había

pasado a la salida del comedor, mi cabeza no hacía más

que repetir: Bastian, Bastian, Bastian…

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Capítulo Cuatro: Noticias

El miércoles me encontró desprevenida porque no lo

estaba buscando. Habían pasado tantas cosas los días

anteriores que parecía que el tiempo volaba, escapándose

de mí. Eso nunca sucedía en mi ex solitaria y aburrida

vida. En esa vida que había dejado atrás podía contar uno a

uno los segundos, minutos y horas, siguiendo las

interminables vueltas de las agujas del reloj. Los días

pasaban más lento que para las demás personas, pero eso

también había comenzado a cambiar.

Volví a despedir a mi familia al escuchar la bocina

de mi nuevo transporte escolar, que era más puntual de lo

que esperaba de mi amigo. Tomé el bolso apresuradamente

sin fijarme si llevaba las cosas necesarias. Después me

puse una campera liviana de algodón, pues parecía que el

calor se había alejado por unos días de la ciudad. Faltaban

quince minutos para las ocho y al salir de mi casa me di

cuenta de que en verdad estaba más fresco que ayer, debía

empezar a creer más en los pronósticos locales que en los

nacionales, que siempre erraban.

Entré al auto colocando mi bolso en el asiento al

lado mío. Nadia y Alexis se estaban besando, así que

pretendí no ver y tratar de que la situación fuera menos

incómoda, pero nunca sucedía eso cuando uno así lo

quería. De inmediato se ubicaron en sus lugares al sentir

mi presencia. Igualmente me alegraba de haberlos visto de

esa manera, porque ya no aguantaba más todo ese misterio

que querían crear y los besos en la mejilla. Con cada

segundo que pasaba, me podía dar cuenta de que se

amaban de verdad. Eso me llevó a pensar si algún día haría

lo mismo. Eliminé mis pensamientos una vez más, pues

era muy temprano como para preguntarme cosas a mí

misma.

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“¿Tengo una pregunta Amy?”, dijo Nadia girando

para mirarme. Ella me haría las preguntas al final. Sus ojos

azules estaban completamente abiertos. Alexis seguía

mirando hacia el frente, por lo que daba gracias. Muchas

veces por no perderse la conversación, giraba para verme

también. El miedo de chocar era inminente en mi cuerpo,

una defensa natural ante el peligro, suponía yo.

“Adelante. Estoy preparada para lo que sea, puedes

preguntar”, dije segura por fuera, aunque dudando mucho

en mi interior.

“¿Qué quería saber que todavía no le había

dicho?”. Si a esas horas de la mañana mi amiga ya tenía

ganas de pensar, era digno de admiración.

“Ya te dije que no exageres. Sólo quiero asegurarme

de que ayer no nos evadiste, para darnos tiempo para estar

juntos y no ser la tercera desubicada”, comentó ella,

estirándose para besarme la frente.

“Buen día”, agregó, ya que no nos habíamos

saludado como correspondía. Seguramente lo que la había

llevado a ese planteo fue mi incomodidad al verlos besarse

cuando subí al auto, no había otra opción más que esa.

“Para nada, sólo tenía cosas que hacer. Hoy me

tendrán con ustedes para seguir el trabajo de investigación.

Ahora somos la triple alianza, así que no me siento como

la tercera desubicada”, dije devolviéndole el beso, tocando

la cabeza de Alexis y usando sus propias palabras en forma

de broma.

“La triple alianza… eso me gusta. Buen nombre

para nuestro grupo. No en el sentido destructivo

obviamente”, comentó Al sonriente. Me pareció que tenía

razón, era un buen nombre.

Volví a mi clasificación mental de las clases

habitantes del Highland y pensé que de ahora en adelante

debíamos desaparecer de esa lista de solitarios, para ser la

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triple alianza, crear una clase nueva a la que sólo los tres

perteneciéramos, como algo de exclusividad VIP.

“Bueno, mis aliados. Ayer por la tarde los agregué a

mis contactos, así que más les vale aceptarme”, dije,

cuando de repente mi vista giró hacia la izquierda.

Estábamos pasando frente a la catedral, no sabía por

qué pero Alexis condujo más lentamente o tal vez me lo

estaba imaginando.

La catedral era inmensa, monstruosa y gótica, como

sacada de tiempos antiguos y puesta allí, en nuestra

realidad. Las campanas se movían en lo alto, las palomas

volaban por todo el lugar dejando caer alguna que otra

pluma. Pasamos por la casa de al lado y estacionado frente

a ella, estaba el auto de él. Tenía que ser de él, era el

mismo del que había hablado Alexis, no estaba haciendo

suposiciones. A pesar de no entender nada sobre mecánica,

éste era igual al que mi amigo había descrito: el color, la

¿forma?, el modelo.

“Ese es el auto que arreglamos con papá. Del chico

nuevo de la cafetería”, las palabras de mi amigo no

hicieron más que confirmar mis sospechas.

“Ese chico es lo mas arrogante que haya visto en mi

vida. Lindo, sí. Pero con esa personalidad lo arruina todo”,

comentó Nadia pintándose las uñas de color rojo, sin

importar que al lado suyo estaba su novio. Tranquilamente

había hecho el comentario de que otro hombre que no era

SU Alexis, era lindo. Yo, como no podía ser de otra

manera, me sonrojé esperando la reacción de Al. El sólo

me miró por el espejo retrovisor y cerró un ojo. Con ese

gesto, me confirmó que todo estaba bien, que había

demasiada confianza en ellos como para preocuparse por

un comentario así.

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“Tal cual. Es de-tes-ta-ble”, separé en sílabas otra

vez, como nena de primer grado. Pero quería dejar bien en

claro cuánto odio le tenía. Si es que era eso lo que

realmente sentía por él.

“Del amor al odio hay un solo paso dicen”, exclamó

mi hermano sonriéndole a Nadia. No podía creer lo que

estaba escuchando. Era obvio que debido a mi

comportamiento, él decía esa frase hecha y trillada.

Entonces, trataría de no mostrar mi ira hacia Bastian,

porque Alexis pensaría que sentía lo opuesto al odio por él.

Y si mi odio aumentaba, él con toda razón creería que mi

amor era más grande.

“No te molestó su arrogancia ayer… parece. Porque

se quedaron hablando. ¿No es así? Bueno, tú estabas como

tonta sin decir nada y mirándolo fijo, como las otras. El

que habló fue él. ¿Se puede saber que te dijo?”, preguntó

Nadia, dejándome completamente sin palabras, pues ella

las había dicho todas en un sólo minuto, así como así y

pintándose las uñas. Alexis no paraba de reírse. ¿Mis dos

aliados se habían complotado?

“Bueno…”, traté de decir y que sonara natural, sin

rabia o enojo.

“… le pedí solo UNA manzana y dijo que estaba a

dieta comparándome con las populares. Eso es lo que

hablamos”, les dije cruzando mis brazos sobre el pecho.

“¡Auch! Eso debe haber dolido”, comentó Alexis

estacionando el auto en el lugar de costumbre, frente al

colegio. No tenía agrado por esa clase de chicas y ser

comparada con ellas no era un cumplido para mí.

“Obvio, con lo que las detesto. Además se propuso

el reto de alimentarme mejor. Al menos de lunes a jueves y

durante el almuerzo ¿Pero quién se cree que es?”, dije,

imitando su voz para que sonara como tonto, cuando en

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realidad era el ser más dulce que había escuchado

hablando alguna vez.

“Sí que es terrible. No le prestes atención Amy. Ya

se le va a pasar cuando vea que lo ignoras”, me aconsejó

Nadia. Me pareció que el sólo hecho de ignorarlo era darle

más importancia dentro de mi vida de lo que tenía.

Abandonamos el tema de conversación ante mi ascendente

ira.

No estaba equivocada, los demás también se habían

percatado del frío. Todos vestían sus camperas. Las voces

eran estridentes, fuertes y parecían llenar mis oídos. Luego

nos dirigimos hacia el interior del colegio, sin ganas y con

tristeza en la cara por tercera vez en la semana.

Cuando entramos al aula, el profesor nuevo de

Geografía estaba desplegando su nuevo mapa, muy

contento de mostrarnos su adquisición todo color. Una

nueva versión del mismo mapa que veíamos desde primer

grado y que no me parecía una de las siete maravillas del

mundo. Pero bueno, algunos eran felices con poco. Sin

dudas había habido mucho cambio de personal ese año.

“¿Los estarán cocinando en la cafetería? ¿Los

servirán en nuestro almuerzo?”, pensé, haciendo que las

ridiculeces jugaran dentro de mi mente. Me fue inevitable

sonreír.

“Hola Amelie”, saludó una voz áspera. Sin darme

cuenta había llegado hasta mi lugar en el aula.

¿Quién se sentaba en el escritorio de al lado? No

era difícil saberlo. Ah sí, Leo, chico de mirada fija e

irritante.

“Hola, ¿cómo estás? Es linda tu campera… me

gusta”, le dije tres frases más que el típico: hola. Pareció

quedarse mudo, definitivamente lo había sorprendido con

mi nuevo buen humor.

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“Bien…gracias, la tuya también”, dijo mirando a mi

simple y blanca campera de algodón que nada de linda o

especial tenía. No lo culpé por su respuesta, porque yo

nerviosa emitía oraciones peores que esa.

Me ubiqué en mi lugar y Nadia levantó su pulgar

sobre el hombro para que yo lo pudiera ver, pero siguió

mirando hacia el frente, al gran mapa sobre el pizarrón. No

sé a que se debió su apoyo, pero me alegró.

La directora irrumpió en el aula, justo cuando el

profesor llevaba varios minutos hablando sin parar, sobre

su fascinación por la arquitectura de los países del

continente europeo.

“Hola, mis queridos alumnos de cuarto año. Tengo

noticias…”, saludó la pequeña mujer regordeta, arreglando

sus anteojos. Llevaba un rodete mal hecho en su cabeza y

tono de directora en la voz.

“¿Desde cuando queridos?”, susurró Alexis viendo a

Nadia, lo pude escuchar también. Los tres nos tuvimos que

morder los labios para no soltar una carcajada. Pues era

verdad, nunca nos hablaba y menos reconocía, pero en ese

momento éramos sus “queridos”, algo venía a pedir, eso

era más que seguro.

“Como algunos de ustedes saben, el veinte de

Diciembre será el baile de graduación de los alumnos de

quinto año…”, comentó sonriente y pude entender de qué

se trataba todo.

“Ustedes, como es tradición de esta institución,

serán los encargados de organizar la decoración y demás.

Sin olvidar que el dinero recaudado, será utilizado por

ustedes, el año que viene en su viaje de egresados”, logró

decir cuando todos gritaban y aplaudían contentos. Me

alegré, pero no mostré mis sentimientos tan abiertamente.

Ya estábamos a un paso de abandonar la tortura, eso era lo

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que más feliz me hacía, aunque igualmente no me puse a

saltar como los demás.

La directora comenzó a realizar gestos graciosos con

sus manos para que los gritos terminaran. El profesor

nuevo la ayudaba, tratando de calmar a mis desaforados

compañeros. Luego de unos segundos, las fieras se

quedaron silenciosas.

“Muchas gracias. Que tengan un lindo día y sigan

estudiando”, dijo ella muy entusiasta y se marchó, dejando

que las horas corrieran en el reloj.

¡RING! Era hora de almorzar otra vez, tiempo de

visitar el comedor o cafetería, como Alexis le decía,

momento de soportar a mi segunda nueva tortura: Bastian.

Traté de prolongar la caminata hacia nuestro lugar

de almuerzo lo más posible o desviarme a la biblioteca,

pero los chicos se darían cuenta de que algo estaba

pasando. Sumado a eso, me matarían por perder nuestro

valioso tiempo de descanso. Entonces, abandoné los planes

de gastar minutos sin razón que no me salvarían. Decidí

poner mi mejor cara y sonrisa e ignorar, como Nadia había

dicho. Eso era precisamente lo que iba a hacer.

Entramos por la gran puerta de vidrio que siempre

me costaba abrir cuando ya todos estaban en sus lugares.

El reto que mi amiga les había dado ayer, les había hecho

aprender la lección de que cada minuto de descanso era tan

valioso como nuestras vidas, cuando ibas a un colegio de

doble turno.

Mis ojos, como atraídos por su magnetismo, se

dirigieron al único lugar que en el aula me había estado

diciendo que no debía mirar.

Él estaba allí, detrás de la barra de cristal de

comidas coloridas. No había faltado a su trabajo como yo

deseaba. Al parecer, no le importaba que el ambiente

estuviera más fresco, porque no estaba abrigado, sólo tenía

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una musculosa blanca, mostrando otra vez su cuerpo

perfectamente tallado. Me imaginaba que era duro como

una roca o metal. ¿Cuántas horas pasaría en el gimnasio?

No eran de esos músculos horribles y excesivos, pero si se

notaban. ¿Qué hacía yo mirando eso? Me avergoncé de mí

misma.

Estaba vestido de blanco de pies a cabeza, como si

su piel ya no fuera lo suficientemente blanca. Era raro que

no se le pudieran ver venas azules en sus brazos, con lo

transparente que era. Lentamente, nos acercamos hasta él

que parecía no vernos, ya que estaba sirviendo comida a

otros estudiantes que por suerte lo mantenían ocupado.

Estaba comenzando a sentirme nerviosa y no quería que se

notara, porque mis amigos me torturarían todo el tiempo

con eso de la poca distancia entre el amor y el odio.

“¿Amy, qué hiciste ayer cuando te dejamos en tu

casa?”, preguntó Nadia agachando su cabeza para

inspeccionar a mi lado, que sería lo que comeríamos ese

día. Definitivamente no tenía nada de hambre, así que

rogaba que Juan me sirviera para pedirle sólo una manzana

y esfumarme del lugar, sin ser obligada a comer cosas que

no quería ni había pedido.

“En la mesa te cuento, ¿OK?”, le dije, con ganas de

ahorcarla frente a todos por decir mi nombre, mejor dicho

apodo, en voz alta.

La cabeza de Bastian giró en nuestra dirección. Me

alejé al extremo del exhibidor, observando las extrañas

comidas que había para elegir. Otra vez me había perdido

pensando, porque mis amigos con la bandeja en la mano se

alejaban de mí. Me quedé mirándolos sin entender y

esperando que volvieran a buscarme, pero no lo hicieron,

así que me tendría que enfrentar yo sola a él, otra vez. Sus

labios iban a empezar a moverse, me quedé mirando lo

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lindos que eran, tan rojos, como rubíes que resaltaban

sobre su piel blanca. Me estaba sintiendo poética esos días.

“¿Qué vas a comer hoy, Amy?”, sonó su dulce y

preciosa voz. Lo miré, sus ojos estaban más verdes que

ayer, más brillosos aún. Parecía estar contento de saber mi

nombre, lo que no me gustó para nada. Juan se había ido

de su lugar de trabajo, así que sería imposible hacer un

escape rápido como tenía pensado.

“Mi nombre es Amelie, ¿OK?”, le dije sin ganas de

ser ruda, pero lo había hecho. Se había escuchado como la

persona más mala y descortés del mundo, como una tirana.

Sus ojos cambiaron por completo, su sonrisa desapareció

al instante.

“Disculpa. Amy, es sólo para tus amigos, soy un

entrometido”, comentó en voz baja, buscando una bandeja.

No me volvió a mirar mientras hacía su trabajo. Me sentí

como la peor persona sobre el planeta tierra. Ajusté la

cinta en mi cabello fuertemente, odiándome, porque él

siempre había sido educado conmigo, entrometido sí, pero

nunca me había hablado de esa manera.

“Discúlpame tú, de verdad. No quise hablarte así,

soy una tonta maleducada. Me llamo Amelie, pero me

dicen Amy, así que me puedes llamar así. Espero que no

estés enojado”, dije cambiando mi voz completamente y

sonriendo para que su cara volviera a ser la de antes. Eso

sucedió de inmediato, así que suspiré fuerte. Estaba

demasiado aliviada de haber borrado la tristeza de su

perfecto rostro, sus ojos volvieron a mí.

“Quiero pizza, jugo de naranja y una manzana, por

favor”, pedí educadamente, esperando que mi voz fuera

más suave. Él me miró contento de que no sólo pidiera una

cosa para comer y llenó la bandeja, no muy convencido

con lo de la pizza, pero accedió. En ese momento, pude ver

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que tenía un anillo dorado en el dedo índice de la mano

derecha.

“¿Comprometido o casado? Pero, ¿tan joven?”,

pensé. Bueno, al menos eso era un recordatorio para que

no se metiera conmigo, algo a mi favor. Seguro no quería

desilusionar a su novia. ¿Qué hacía yo pensando en eso?

¡Como si él estuviera interesado en mí!

“Vamos mejorando. Veo que estas poniéndole

comida a la dieta”, bromeó sonriente, haciéndome sonreír

también. Su cara volvió a cambiar, se puso más serio

cuando alguien se acercó a pedir algo. Obviamente nos

estaba interrumpiendo y eso no pareció gustarle.

“Sí, obligadamente la estoy cambiando. Vas a lograr

tu objetivo. Gracias”, le dije tomando la bandeja, tratando

de que nada se cayera, pues mis manos temblaban un poco.

El chico al lado mío estaba impaciente, yo estaba

molestando y ocupando lugar, así que decidí marcharme

de una buena vez.

“Mi nombre es Bastian. Adiós Amy”, saludó, con

los ojos más hermosos que antes. No pude enojarme

porque usara mi nombre. Se escuchaba demasiado bien en

su voz y dicho con sus labios. Me dijo su propio nombre,

como si no lo supiera, como si este no estuviera grabado

en mi mente desde ayer, cuando Alexis lo dijo.

“Lo tendré en mente”, dije en voz alta. Fue lo más

tonto que podía haber dicho, ahora le había dado razón

para pensar que YO estaría pensado en su nombre, es

decir: en ÉL. Pero tendría que dejar de creer eso al mirar el

anillo dorado en su dedo. Si tanto quería a su novia, esposa

o lo que fuera, tendría que respetarla y no meterse

conmigo.

Al llegar a la mesa donde estaban mis amigos,

sacudí la cabeza para que esas ideas que me estaba creando

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se alejaran de una vez por todas. Nada me daba derecho a

creer eso de él.

En un momento recordé la frase de Alexis en el auto

por la mañana: “Del amor al odio hay un solo paso”.

Gracias a mi amigo, ahora tenía algo más en la cabeza para

atormentarme, como si no hubiera demasiadas cosas ya.

Respiré hondo, apreté mis dientes y me senté dispuesta a

responder de la mejor manera lo que sea que tuvieran para

preguntarme. Sabía que desde ese momento los dos

estarían analizando mí día a día con el chico de la barra de

la cafetería. Dudaba si habían hecho alguna apuesta sobre

mí y el chico nuevo. No era que creyera a mis amigos

capaces de eso, pero nunca digas nunca, decían las

personas.

“Dijiste que ayer nos agregaste a tus contactos.

¿Qué más hiciste en Internet? ¿Encontraste más material

interesante para nuestro trabajo?”, preguntó Nadia y di

gracias que no se mencionara en la conversación a quien

estaba al otro lado del gran salón, mirándome fijamente

todo el tiempo. Tuve que recordar la pregunta de mi amiga

porque obviamente mis pensamientos no estaban en su

lugar en ese momento.

“Solo busqué información sobre Bastian, esperando

encontrar alguna foto de él. Su nombre tiene un

significado muy lindo”, me dije a mí misma.

Definitivamente eso no sería lo que iba a responder.

“Lamentablemente no busqué nada sobre el trabajo

de historia, sorry”, me disculpé saboreando la deliciosa

porción de pizza. De todas maneras no era tan rica como la

de Clara. Luego me pregunté si Bastian cocinaba algo de

nuestra comida, si con sus manos preparaba nuestros

alimentos. Recordé algo que les quería contar.

“Ah, estuve chateando con mi amigo venezolano,

practicando mi inglés. Tantos años de clases deben servir

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para algo”, agregué mirando los pinos verdes que me

llamaban con su color. Tenía ganas de salir en algún

momento, de escaparme durante alguna materia aburrida,

pero sola, para pensar y respirar aire puro, fresco y

perfumado por el aroma de los árboles.

“¿Es como tu novio del Chat, no?”, interrogó

Alexis, haciendo sonar las últimas gotas de su gaseosa con

el sorbete en el fondo de la botella, mientras sus grandes

ojos se posaban en mí.

“¿Qué? Ustedes tienen una fijación con querer que

tenga novio. Les informo que por ahora estoy muy bien

sola y nadie me interesa más que mi familia y ustedes”, les

dije, remarcando las últimas palabras para que se dieran

cuenta de que ellos eran lo más importante en mi vida.

“Mmm, bueno, qué dulce eres. Pero, ¿estás segura

de que nadie te importa? ¿Ni siquiera el que te está

mirando fijo hace veinte minutos? Y no estoy hablando de

Leo, sino de…”, inevitablemente la verborragia de mi

amiga Barbie fue más fuerte y lo tuvo que decir, tuvo que

recordármelo.

“Shhh… no digas tonterías, ni siquiera sé quién es y

no sé qué hacemos hablando de él”, exclamé agachando la

cabeza, pues al pensar su nombre no pude evitar levantar

mi mirada. Nuestros ojos se encontraron en el mismo

momento. Allí seguía, perfecto, calmo y esperando

eternamente. Nadia y Alexis se miraron dando una de esas

irritantes miradas de complicidad que yo no entendía.

“Bueno, cambiando de tema, hermana. Tenemos que

pensar algo para el baile de graduación, alguna temática

para decorar el salón de fiestas, no sé. Va a ser difícil que

todos nos pongamos de acuerdo”, comentó Al estirándose

y colocando su brazo en el respaldo de la silla de su novia,

quien con el dedo pulgar le limpió la esquina de su labio,

que tenía restos de salsa de la pizza.

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“Genial, el baile…”, dije tratando de sonar

entusiasmada, pero que también se dieran cuenta de que la

idea no me agradaba demasiado. Era muy irónica mi forma

de ser, así que no les costó mucho ver mi falta de interés.

“Bueno, con esas ganas ya sabemos la respuesta”,

comentó Nadia mirando a Alexis, esa vez acomodando su

cabello. ¿Tenía que estar todo el tiempo haciendo eso?

¿Tratándolo como a un niño? Es decir, arreglándolo,

limpiándolo y peinándolo como si fuera su madre. A él

parecía no molestarle para nada. Todo lo contrario,

aprovechaba para dormirse mientras ella le acariciaba

suavemente el cabello. Me quedé mirándolos

detenidamente, se veían felices y eso me hacía feliz a mí

también.

“¿Seré así yo cuando tenga novio?”, me pregunté.

Bueno eso sólo el tiempo lo diría, cuando encontrara a

alguien real que no fuere entrometido, arrogante u

obsesivo y por mi experiencia, Puerto Azul no era el mejor

lugar para buscar novio.

“Es que justo el veinte de Diciembre es mi

cumpleaños y…”, dije retomando el tema anterior. Sí, eso

era lo que no me ponía contenta. Que mi cumpleaños

número diecisiete fuera el mismo día del baile, porque

sabía que Nadia se encargaría de decirle a TODO el

mundo. La atención no iba estar centrada en los egresados

sino en mí, la hija del intendente de Puerto Azul (terribles

noticias).

“Esas son fantásticas noticias”, gritó mi amiga y

algunos se dieron vuelta para verla, seguro pensando que

algún profesor había faltado, pero cuando ella no aclaró el

porqué de su alegría volvieron a su comida desilusionados.

“Dos fiestas en una. Esta va a ser la mejor despedida

de año”, agregó y Alexis se despertó de su corto sueño. Tal

cual y lo había pensado Nadia haría de mi cumpleaños la

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mejor fiesta de la historia. Tendría que ser fuerte para

soportarlo.

“OK, aprecio tu entusiasmo. Pero nada muy fuera de

lo normal, ¿entendiste?”, la miré fijo para que me lo

prometiera. Por alguna razón creía que ella no quería nada

ordinario.

“Entendido”, dijo más que feliz aceptando el tratado

de paz. No pude negar que amaba verla de esa manera.

Además durante el año había sido su cumpleaños y el de

Al, pero yo con mi coraza cerrada a la vida social no lo

había registrado, por lo que me odiaba al cien por ciento.

Así que no podía negarles nada de lo que me pidieran con

respecto a eso, tenían ventaja sobre mí. Decidí condenarme

a mi misma en su favor.

“Entonces festejaremos los tres cumpleaños. El mío

y el de ustedes, atrasado, por lo que pido mil perdones”,

les dije, ofreciendo mis disculpas más sinceras.

“Muy bien, pero el pacto anterior se rompe. Esta va

a ser la fiesta MÁS fuera de lo normal que nunca”,

comentó Alexis, acentuando sus palabras. Parecía haber

escuchado todo mientras dormitaba.

“Entendido”, dije animadamente, sin saber lo que

era una fiesta fuera de lo normal y el timbre se dejó

escuchar en todo el Highland.

“Hey Amy. Ese loco te sigue mirando, no ha parado

desde que entraste al comedor. ¿Quieres que le diga

algo?”, ofreció mi amigo llevando su puño a su pera.

Entendí que “hablar” en su lenguaje de hermano protector

significaba: golpear.

Nadia se había quedado mirando fijamente a Bastian

que se alejaba del lugar, pues la cafetería había cerrado.

“No es necesario que te tomes el trabajo Al, ya se

fue. Gracias por defenderme hermano, pero tal vez yo

exagero bastante. Él no me molesta para nada”, comenté,

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recordando lo mal que le había hablado cuando estaba

pidiendo comida. Los dos se quedaron mirándome,

diciendo con la expresión en sus caras que era hora de

volver a clases. Fue ahí que recordé que quería respirar

aire puro por un momento al menos.

“¿Saben? No voy a entrar a clases ahora. Tengo

ganas de respirar un poco de aire fresco. Me duele la

cabeza y no estoy de ánimo para aguantar al profesor de

química con todas sus fόrmulas. Espero no les moleste”,

les dije buscando su aprobación, balanceándome de un

lado al otro mientras todos los alumnos se iban a sus aulas.

“Está bien. Nosotros te cuidamos las cosas, no vaya

a ser que Leo tenga ganas de investigar tu bolso tratando

de encontrar algo para recordarte”, bromeó Nadia imitando

la mirada de mi poco querido compañero de clase. No

pude hacer más que reír.

“Debes ser la única persona que escapa de clases en

el mismo colegio. Con Nadia solíamos irnos en la hora de

matemática a…”, contó Alexis siendo interrumpido por

Nadia, que quería mantener frente a mí su imagen de

alumna ejemplar. Pero no me engañaba.

“Shhh… no tienes que contar todo, nene. Vamos a

clase ya. Que te diviertas donde sea que vayas. Nos vemos

en el próximo recreo”, comentó mi amiga tironeando o

mejor dicho arrastrando a su novio por el pasillo de

cerámica blanca.

Al fin me había quedado sola, así que tenía tiempo

de pensar, acomodar ideas, respirar un poco y volver a

pensar cuantas veces quisiera.

De verdad creía que estaba siendo un poco

exagerada, pero no sólo con el chico nuevo, sino también

con lo de Leo, la selva superficial (escuela), con todo. Tal

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vez si trataba de divertirme más como mis dos amigos,

todo sería más natural, calmo y no lo sentiría como una

carga o tormento.

Salí por la gran puerta del comedor. Afuera aún

estaba un tanto fresco, así que me puse mi blanca campera

de algodón. La cerré a la altura de mi pecho y atravesé el

patio rápidamente para que ningún directivo, profesor o

alumno delator me viera. No deseaba que me llamaran la

atención, menos que mis padres se enteraran. Antes nunca

había pensado en meterme en problemas. Sentí que mi

vida realmente había cambiado.

Por suerte no había cercas que me impidieran

atravesar el bosque, así que apenas puse un pie en él y

crucé algunas líneas de pinos que me escondieron, me

sentí salvada e invisible.

No tenía pensado adentrarme tanto. El lugar no era

tan grande, pero yo tampoco era de lo más inteligente en

situaciones de exploración y no sabía si había animales

peligrosos o algo por el estilo. En mi cabeza la suma de

Amelie más bosque que no conocía, daba por resultado,

mejor dicho resultados: peligro y problemas.

Dejé fuera de mi mente todos los pensamientos para

dedicarme a relajarme como había pensado. Caminé unos

pasos más, mirando todo a mí alrededor, pisando con

cuidado. El aroma de los pinos era fuerte, pero para nada

desagradable. Era como que destapaba mis fosas nasales y

me llenaba de energía positiva, de vida.

Había a mí alrededor flores de todos colores, plantas

que colgaban de algunos árboles de los que ni siquiera

sabía su nombre. El pasto parecía húmedo, ya que el sol no

podía entrar con facilidad, por más que sus rayos eran

fuertes.

Los pájaros cantaban desde lo alto de las ramas,

emitiendo un sonido que era ensordecedor, pero agradable.

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No como el sonido de las voces de mis compañeros en la

mañana, festejando las noticias que la directora nos había

dado. Eso sí había herido mis oídos.

Algo que vi me sacó de la gran concentración que

había logrado crear. Recostado a un árbol de tronco grueso

y agrietado estaba él: Bastian. Tenía los ojos cerrados y

parecía dormido. Su cara estaba toda relajada con lo que se

veía aún más tierno. Los suaves y tibios rayos del sol que

podían atravesar las abundantes copas de los árboles,

acariciaban su rostro haciéndolo brillar como oro puro. Sus

gruesos brazos estaban cruzados sobre su pecho, el que yo

creía ser más duro que una roca o estar hecho de metal.

¿Por qué justo ahí lo tenía que encontrar? ¿Tenía

que estar siempre fastidiándome? Estaba arruinando mi

bello momento de tranquilidad y soledad. Hasta en el lugar

más solitario, en el que nunca pensé verlo, tenía que

soportar su presencia.

Ese fue el primer momento en el que dudé sobre lo

que sentía. ¿Qué significaba soportar? Para eso había dos

respuestas.

RESPUESTA UNO: soportar la presencia de algo

que no te gustaba, te desagradaba y que te hacía mal, pero

igualmente tenías que lidiar con ello.

RESPUESTA DOS: soportar las ganas de estar

cerca de algo que te llamaba la atención, que te atraía, que

te tenía pensando tonterías. Soportar el deseo de tocarlo

cuando estaba tan cerca, porque estabas muy… enamorada

a primera vista, que era algo que antes no habías sentido.

¿Cuál era mi respuesta? Al verlo tan hermoso

durmiendo, me inclinaba por la número dos, pero como no

tenía ganas de pensar más, sacudí la cabeza y las preguntas

se fueron al instante.

Si él estaba dormido, aprovecharía para hacer el

gran escape, lo que me costaría porque no era habilidosa y

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era muy probable que terminara en el suelo. Trataría de

hacerlo para volver a clase e inventar la excusa más tonta

que existiera, para que igual el profesor de química me

llamara la atención por haberme salido.

Di vuelta lentamente, haciendo el menor sonido

posible. Un paso, dos, tres… ruido a mis espaldas.

“Hey Amy… Amelie. ¿Qué haces aquí? ¿No

deberías estar en clases?”, preguntó con su voz suave,

preciosa. Se había corregido al usar mi nombre. Aún

dudaba al nombrarme, seguro se esperaba que le hablara

mal otra vez.

“Maldición. ¿Ahora que hago?”, eso fue lo que

pensé mientras giraba para verlo. Él se estiró para

desperezarse, así que comprobé que en verdad estaba

durmiendo. No tenía intenciones de pararse o alejarse del

lugar. ¿Qué hacía durmiendo allí?

Levantó sus brazos por sobre la cabeza y su remera

se subió un poco por el lógico movimiento hecho. No pude

evitar mirar y definitivamente comprobar que su cuerpo

era tallado, sus abdominales eran cubos marcados bajo su

piel. Quité mis ojos antes de que abriera los suyos.

“Ehh… estaba tratando de respirar aire fresco. De

que el dolor de cabeza se vaya. No digas nada a la

directora, por favor. Me metería en problemas”, comenté

cruzando mis brazos sobre el pecho y respondiendo al fin

lo que me había preguntado hacía unos segundos.

Él se movió un poco de su lugar, dejando respaldo

libre en el tronco del árbol. Dio unos golpes en el pasto a

su lado. ¿Me estaba invitando a sentarme junto a él? ¿Qué

iba a hacer? Mi cabeza daba vueltas sin saber qué decisión

tomar.

“Siéntate, por favor. No te preocupes, no soy un

delator. Sé que hoy no debí usar tu nombre tan libremente.

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Pero… no soy malo. De verdad te digo”, me dijo con sus

ojos verdes brillantes, extendiendo una mano para

invitarme y usando ese tono de voz de niño que imploraba

perdón, eso era irresistible.

Bueno, recordé que no tenía excusa para dar si

volvía al aula, así que decidí quedarme con él. Además, no

sería tan malo esperar el timbre para el recreo. Sólo

faltaban unos minutos, unos cuantos minutos en realidad

pero yo preferí pensar que era menos.

Me acerqué despacio, me senté no tan cerca de él,

un tanto nerviosa. El pareció entender y se rió.

“¿Qué pasa?”, pregunté mirándolo directo a los ojos.

¿De que se reía? Él se acercó, hasta que nuestros brazos

estaban a un milímetro de tocarse. ¡Qué situación

incómoda!

“Yo sé que te conozco hace unos días, muy pocos

días para ser más exacto. Pero… no sé cómo comportarme

para hacerte ver que no te quiero dañar o hacerte sentir

mal”, me dijo. Sus ojos estaban igual que en el momento

en el que le hablé tan horriblemente en la cafetería. El odio

a mí misma volvió en un segundo.

“Mira… Bastian. No sabes cόmo me detesto a mí

misma por haberte hablado así. Yo exageré demasiado. Tú

eres el que me tiene que perdonar”, dije respirando hondo,

porque nunca había pensado que iba a estar tan cerca de un

chico y de él menos, hablándole tan abiertamente de mis

sentimientos.

“Para nada has sido malo conmigo, es todo lo

contrario, YO fui mala al no permitirte usar mi nombre.

Soy una tonta”, agregué, sin saber que más decir.

“Está bien. Eso significa que te defiendes muy bien,

que no dejas que cualquiera se meta contigo. Me gusta

eso”, me dijo sin quitarme la vista de encima. Sus ojos

parecían quemarme mientras me inspeccionaba

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lentamente. Tuve que mirar hacia arriba para no

sonrojarme.

“Disculpa… yo tampoco tiendo a comportarme así.

Es sólo que no sé qué hacer. Hay algo que me esta pasando

desde que me hablaste”, comentó pensando y jugando con

sus manos.

“¿Qué es lo que te está pasando?”, pregunté

intrigada y tragando fuerte, deseando escuchar su

respuesta. Demasiadas películas románticas me hacían

pensar en posibles respuestas.

“Es que… siento la fuerte necesidad de querer estar

en tu vida”, me dijo con la voz llena de dulzura. No podía

creer lo que estaba escuchando. Hace dos días nos

conocíamos y ya estábamos hablando de sentimientos tan

gigantes, de palabras como: pertenecer. ¿Eso era a lo que

las personas se referían cuando hablaban de amor a

primera vista?

“Yo sé que no me vas a permitir formar parte de tu

vida. Pero al menos, prométeme que me vas a dejar estar

cerca”, me dijo mirando para arriba también. ¿Por qué me

decía eso? No tenía ganas de cuestionarlo tampoco.

Mi cansancio no me permitía pensar claramente.

Tres días sin poder dormir como se debía, aunque nunca

dormía bien. Más horas cargadas de cosas que nunca me

habían pasado, estaban empezando a influir en mi cuerpo.

Mis ojos se iban a cerrar en cualquier momento, eso era

más que seguro. Pero primero tenía que responder,

prometer y después no sabía que haría con mi sueño.

Nunca pensé que fuese tan fuerte, pero comprobando que

él era una persona confiable, no me importaba caer

dormida allí mismo.

“Nunca le voy a negar a alguien entrar en mi vida.

Pero esto está yendo demasiado rápido”, comenté

pensando en el día en que nos declaramos amigos oficiales

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con Nadia y Alexis. Nos había llevado mucho más tiempo,

casi un año. Pero, ¿por qué no ser amiga de él también?

“¿Cuál es tu decisión?”, preguntó con su cara

iluminada. Esperando una respuesta positiva.

“Es raro, pero bueno, por ahora te prometo que te

dejaré estar cerca y decirme Amy”, le dije tratando de

sonar amigable y graciosa, pero había recordado su anillo

y eso no me gustaba para nada. Luego analizaría esa

situación, pero en ese momento estaba feliz de saber que

no era un arrogante como yo había pensado y mucho

menos un psicópata. ¿Cómo no me iba a enamorar de él?

Era tierno, dulce, educado, caballeroso, hermoso y

protector.

“Está bien, eso ya es mucho. De verdad, significa

mucho para mí que me dejes estar cerca, gracias”, dijo él

feliz, sus ojos brillando más que nunca y esas ganas

misteriosas de estar cerca de mí.

Finalmente, como había temido, mi cabeza cayó en

su hombro, mis ojos se cerraron por más que traté de

mantenerlos abiertos y supe que el sueño me había ganado.

Creí escuchar los pájaros cantando, como una

canción de cuna para que me durmiera. Por primera vez,

no tuve vergüenza de dormirme frente a alguien a quien

apenas conocía, ni miedo de estar tan cerca de él, porque

por algún motivo me sentía protegida a su lado.

Bastante tiempo debía haber pasado, pues tenía frío.

Él se dio cuenta y luego sólo pude sentir dos brazos fuertes

y cálidos enredados en mí, lo que me hizo sentir mejor,

cómoda y tibia. Me moví aún más hacia él, sobre su pecho,

como queriendo que todo su cuerpo me cobijara. Él me

abrazó aún más fuerte.

Soñé que estaba sola en el bosque, perdida y

agitada. Alguien me estaba persiguiendo. Era una persona

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vestida de negro, con capa larga que llegaba hasta el suelo

y una capucha que tapaba sus ojos, pero dejaba ver sus

labios pintados de rojo. Era una mujer y me estaba

alcanzando rápidamente, sus pasos se acercaban a toda

velocidad, eran cada vez más fuertes. Estuvo a punto de

tocarme…

“Acá estabas, casi nos morimos de los nervios. Las

clases terminaron hace media hora”, gritó Nadia cerca de

mí, cargando mi bolso. Abrí los ojos de repente, asustada

esperando encontrar a quién me perseguía en el sueño.

Bastian quitó sus brazos de mi cuerpo de inmediato.

¿Cómo se vería esa imagen ante los ojos de mis amigos

que creían que lo odiaba? No era momento de pensar.

Problemas y más problemas, eso era lo que se acercaba.

Bastian se paró apresuradamente para enfrentarse a

Alexis que lo miraba fijo, como un perro rabioso, estaban

listos para pelear.

“¡No! Al, Bastian. No pasa nada ¿OK?”, dije

parándome y frotando mis brazos. Se sentía más frío ahora

que él no estaba abrazándome. Nadia miraba

desconcertada.

“Estábamos hablando y nos quedamos dormidos.

Eso es todo, no piensen tonterías. Deja que se vaya y

nosotros vamos a hacer el trabajo de Historia”, propuse

tratando de dar explicaciones simples que no sonaran

como excusas tontas.

“¿Seguro que no le hiciste nada, loco?”, preguntó

Alexis mirándolo muy serio, como si realmente le hubiera

hecho algo a su hermana. Y lo de loco se debía a las

miradas obsesivas de Bastian en el comedor.

“NUNCA podría hacerle algo malo, no me lo

perdonaría. Espero que eso te quede claro. Sólo quiero

estar cerca para ayudarla. Les pido que escuchen a su

amiga y la entiendan. Esto no va a volver a pasar. Adiós

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Amy”, dijo él completamente serio, pasando frente a mi

enfurecido amigo y viéndome a los ojos. Ese adiós no me

había gustado para nada. ¿Qué significaba eso? ¿Qué todo

había terminado? ¿Qué es lo que había terminado después

de todo?

“Promesa”, grité en su dirección. Él se había alejado

bastante, así que no supe si logró escucharme. Mi palabra

pasó desapercibida en los oídos de mis amigos. Sólo quería

hacerle saber a Bastian que no lo quería fuera y lejos de mi

vida. Ahora tenía que enfrentarme a mis amigos.

“¿Desde cuándo eres Amy para él?”, preguntó Nadia

poniéndome el bolso sobre el hombro. Alexis esperaba

respuestas, estaba más calmado.

“Desde hoy…”, fue la respuesta obvia que no le

hizo gracia a nadie.

“Desde que yo se lo permití”, agregué mirando a mi

amigo celoso, como una hermana miraría a su hermano

que trataba de impedir que los chicos se le acercaran.

Quise dejar en claro que le había dado permiso, así que no

era de su incumbencia.

“¿Estás segura de que no se propasó? Porque sino

podría ir a hablarle”, dijo otra vez llevando su puño a la

pera. Nadia me tomó fuerte de la mano y sonrió. Eso

quería decir que estaba contenta por lo que había pasado.

Seguro ya estaba creando teorías, ¡como no lo iba a hacer!

Si ella había visto a Bastian irse del comedor y luego yo

les dije que me iría dirigiéndome hacia el mismo lugar. No

me había dado cuenta hasta el momento.

“Definitivamente la guerra mundial podrá esperar

unos minutos. Hay cosas más importantes que debemos

saber por su propia seguridad. ¿No es así Al?”, comentó

ella entusiasmada. Traté de ser fuerte, pues sabía que la

hora de contar lo sucedido en el encuentro con Bastian

llegaría apenas estuviéramos en la habitación de Nadia.

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“Seguro. Ahora salgamos de acá. Este lugar es

tétrico”, comentó Alexis. Ante sus palabras saqué la

lengua, ya que desde ese día, el bosque era el lugar más

hermoso en el que había estado. Me encantaba, con su

estremecedor silencio interrumpido, sus misteriosos ruidos

imperceptibles, la tenue luz del sol tratando de iluminar, el

murmullo de las hojas de los árboles cuando el viento las

hacía temblar, el canto de las aves y mi perfecto Bastian.

No supe desde cuando había pasado a ser MI Bastian.

Seguro desde el momento en que yo era Amy para él. O tal

vez mucho antes, cuando había tratado de esconder mis

sentimientos diciendo que era odio lo que sentía por él.

En el auto de camino a la casa de mi mejor amiga,

no pude hacer más que pensar. Si hubiera tratado de no

hacerlo habría perdido, porque los recuerdos del bosque

junto a él eran muy fuertes y destruían los muros mentales

que ponía.

En un momento vino a mí la imagen de los dos

durmiendo juntos. La posterior cara de horror de Alexis

pensando que él se había propasado. Entonces me tomé

unos minutos para reflexionar de verdad.

A pesar de haber estado durmiendo, recordaba los

brazos de Bastian protegiéndome, su cabeza sobre la mía.

Él nunca había excedido los límites, me había abrazado tan

inocentemente como un hermano lo haría, o el mismo

Alexis. No se había aprovechado tampoco de la situación,

del hecho de tener a una chica a su lado y entre sus brazos.

No podía estar enojada con él. ¿Por qué había sido tan

negativa cuando pensaba en él anteriormente?

Definitivamente del amor al odio había un solo paso.

“¿Qué fue todo eso en el bosque, Amy? La verdad

es que no te entiendo. Si te entiendo, Bastian es hermoso,

pero… ¿no lo odiabas?”, preguntó Nadia con los ojos

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abiertos y sus labios tratando de esbozar una sonrisa. Ya

estábamos en su cuarto.

“Ah… con que es hermoso. Otra más que se suma a

la lista de admiradoras” comentó Alexis dejando un plato

lleno de sándwiches sobre el escritorio. Luego se dio

vuelta para mirar a su novia.

“No es más hermoso que tú, eso es obvio. No seas

celoso, amor. Digo que es lindo para Amy. ¿No te

parece?”, dijo ella tratando de buscar su aprobación.

Alexis se quedó pensativo, mirándome.

“Chicos, la verdad es que fue sólo eso. No sabía que

él estaba en el bosque y tampoco iba a volver para que el

profesor me retara por entrar tarde. Charlamos…”, traté de

decir, ante los interesados ojos que querían saber todo con

lujo de detalles.

“Hablamos de cosas sin sentido como trabajo,

estudio, cosas de la vida y nos quedamos simplemente

dormidos”, mentí, ya que no habían sido cosas

irrelevantes. Habíamos hablado de pertenecer a la vida del

otro, de estar cerca si eso no podía llegar a ser verdad.

“Durmieron…abrazados. Amiga, si las tontas de

Gina y sus amigas supieran, seguro te colgarían

públicamente frente a la vista de todas las envidiosas”, dijo

Nadia, saltando de la cama. Se acercó hasta mí bailando y

me tomó de las manos para que me uniera a la danza.

“Aunque Al ahora sienta que es tu hermano y tiene

que ser sobre protector, yo te doy mi apoyo. Sigue

hablándole, porque me encanta la pareja que hacen.

Además ese chico está interesado en ti. ¿Has visto como te

mira?”, agregó entusiasmada. Alexis se tiró sobre la cama

dando un fuerte suspiro de derrota. Nos quedamos

mirándolo y esperando su veredicto.

“Bueno, creo que cuentas con mi apoyo también,

aunque me pese. El loco no parece ser malo”, dijo sin

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compartir la misma alegría que Nadia, ya que le costaba

bastante expresar sus sentimientos.

“Esperen los dos un segundo. ¿De qué estamos

hablando?... NO”, dije cuando pude pensar que todo estaba

yendo demasiado lejos, que a pesar de que yo lo pensara,

de que Bastian podía ser mi novio, era imposible hacerlo

realidad porque ni él había dicho algo del tema.

“Ni siquiera deberíamos estar hablando de él. Por

favor, no estoy enamorada y él menos. Cuento con su

apoyo para que se sume a nuestro grupo de amigos, pero

nada más”, acoté parada frente a los dos con mis manos en

la cadera.

“Entonces dejaríamos de ser la triple alianza,

tendríamos un aliado nuevo”, comentó Alexis no muy

convencido con la idea. Nadia golpeó su espalda,

respirando nerviosamente.

“¿Ven lo que digo? Ni pensemos en eso, ni en él. Si

va a traernos problemas, dejemos todo como está”, dije

clavándome un cuchillo imaginario en el corazón, porque

yo lo quería cerca de mí, pero tenía que decir lo siguiente

para que las cosas no fueran más lejos de lo debido.

Lo que iba a decir me condenaría, me enterraría a mí

misma. A Nadia tal vez no le molestaría, pero Alexis no lo

iba a aprobar por nada del mundo.

“¿Vieron la mano derecha de Bastian? Tiene un

anillo dorado. Al igual que los que se comprometen. O

igual que el que usan nuestros padres. Tiene novia, es

casado, tal vez tenga hijos… no sé, pero anillo de

compromiso tiene”, dije tomando un sándwich, esperando

la reacción de ellos. Mi amiga se había quedado sin habla.

“¿QUÉ? Entonces ni pensarlo. No es que me refiera

al amor entre ustedes, pero ni amistad Amy. Porque si con

apenas días de conocerte te abraza, si fuera tu amigo,

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¿qué? Eso no está bien si ese anillo significa lo que dices

hermana”, me dijo Alexis mirándome a los ojos. A pesar

de que las palabras parecían enterrar el cuchillo más

profundo aún, tenía toda la razón del mundo, pensábamos

igual. Por más que quisiera, Nadia no abrió la boca. Había

cosas que los tres sabíamos que no se debían hacer como

destruir familias o parejas.

“Olvidado. ¿OK?”, pregunté a los dos que se

acercaban al escritorio dudando de mí, para comenzar con

el trabajo de Historia que debíamos entregar la semana

siguiente.

“Olvidado”, repitieron los dos a la misma vez. El

cuchillo terminó por destruirme, haciéndome recordar la

promesa de no negarle la oportunidad de entrar en mi vida,

o al menos mantenerse cerca. Nunca me olvidaría de él,

por más que lo hubiera dicho en voz alta unos segundos

atrás.

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Capítulo Cinco: Preguntas y Respuestas

El jueves pasó rápido, pero la semana se negaba a

terminar. El comienzo de mi día fue de lo más horrible,

porque mi sueño de todas las noches había cambiado. El

ángel que aparecía era otro.

Había llegado otra vez a la parte en la que me

acercaba hasta él para ver su rostro, cuando me di cuenta

de que un auto se había sumado al paisaje. Un auto con

luces fuertes pasó por la ruta detrás de mí y alumbró por

un segundo la cara del misterioso personaje alado. La pude

ver nítida como si fuera de día. Era blanca, demasiado

blanca, sus ojos verdes y el cabello negro cayendo sobre la

parte izquierda de su cabeza. Luego la vista cambió y me

vi en el comedor escolar, parada frente a alguien que no

me dejaba comer sólo una manzana.

“¡BASTIAN!”, grité llorando. El odio hacia él, que

se había apagado en un segundo hace unos días, volvió de

repente en ese instante. ¿No era bastante con estar en cada

lugar al que mirara en el colegio? ¿No era suficiente con

sólo estar cerca? ¿Tenía que arruinar mi sueño perfecto

también? ¿Por qué?

Seguro ese ser al que yo esperaba ver todas las

noches ya no sería el mismo, porque ahora tenía la cara de

alguien que abrazaba a otras chicas, estando

comprometido. Alguien que, por más educado que fuera,

rompería la triple alianza con mis amigos, cosa que no

podía permitir. Mi ángel ya no iba a ser el mismo y eso me

llenaba de tristeza. Comencé a lanzar gritos de rabia

mientras miraba la catedral y sus grandes campanas a

través de la ventana.

Mamá subió corriendo las escaleras, seguida por

Martina. No podía parar de llorar.

“Amelie. ¿Qué pasa hija?”, preguntó con la voz

preocupada, mientras mi hermana me miraba como si

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estuviera viendo a una loca. Logré calmarme apenas mi

mamá me abrazó, siempre me tranquilizaba cuando ella

estaba cerca.

“No es nada… ¡Qué tonta!”, dije para comenzar a

fingir una sonrisa, sabiendo que era demasiado mala para

fingir o mentir, pero lo hice para que no pensaran nada

malo. Además mi drama sería insignificante a la vista de

otros.

“No puedo creer que esté llorando por una pesadilla,

como cuando era chica”, agregué mirándola y mordiendo

mis labios. Martina había saltado a la cama para abrazarme

también. Sí, había dicho pesadilla, porque no era el sueño

hermoso que me gustaba soñar todos los días.

“Eres mi chiquita aún. Tienes todo el derecho de

llorar”, comentó. No supe si después de varios minutos

todo fue una excusa, pero nos quedamos las tres abrazadas

en la cama, como si lo necesitábamos y queríamos ese

abrazo. La imagen quedaría por siempre en mis recuerdos,

solo faltaba papá para completar el cuadro familiar.

Si ayer no supe cómo iba a hacer para evitar la

presencia de quien había pasado a ser “el chico nuevo”

otra vez en mi mente, esa mañana con el odio que tenía por

su intromisión en mi más hermoso sueño, no sería difícil

ignorarlo. Era lo que debía haber hecho desde un principio.

¡Qué cambiante era mi personalidad!

Cuando la hora del almuerzo llegó, solo le dije:

“Hola. Una manzana” No lo miré, tomé la bandeja casi

vacía y me alejé rápidamente. Ni siquiera esperé a ver su

reacción.

Nos reímos media hora sin parar con los chistes de

Alexis durante el almuerzo, entonces ni tiempo tenía para

dar una mirada descuidada hacia la barra de comidas. Pero

sabía que sus ojos estaban en mí, penetrantes como el

primer día, eso lo podía sentir por más que no lo viera.

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¿Estaba yo exagerando otra vez? La respuesta seguro era:

sí, pero estaba ciega como para reconocerlo.

“Parece que está perdido, desconcertado. Se ve un

poco triste comparado con nosotros. Apuesto a que le

encantaría estar en esta mesa, riéndose con nosotros y…

abrazándote”, comentó Alexis torturándome e indicando

con su cabeza hacia donde estaba él.

Levanté los ojos y el corazón se me hizo pedazos al

verlo. Sus ojos verdes que siempre tenían una chispa de

magia, estaban apagados, demasiado tristes y sin vida.

Como no los había visto en cuatro días, ni siquiera cuando

le hablé tan mal. Bajé mi cabeza reprochándome mi propio

comportamiento. ¿Por qué me empeñaba en hacerlo sufrir?

Cualquiera me llamaría histérica y no estaría equivocado,

porque hasta yo misma creía estarlo.

Había sido tonta por culparlo de arruinar mi sueño,

porque si lo pensaba de verdad, como chica madura (cosa

que no era), él no era el responsable. Era yo la que lo había

puesto en mi sueño, porque sentía el mismo amor por los

dos. Al no poder verle la cara a uno, le había dado el rostro

del otro que era igual de importante. YO y nadie más que

YO era la responsable o culpable. No sabía cómo pedirle

perdón por hacerlo sentir tan triste.

“Él se lo pierde…”, dijo Nadia al ver mi cara de

decepción y preocupación.

“Eso le pasa por olvidar que tiene un anillo”, agregó

ella, que lo primero que había hecho al entrar a la cafetería

fue mirarle la mano para comprobar que era cierto. No

supe si estaba mal darle tanta importancia a un anillo que

podía ser un regalo, o él mismo haberlo comprado, pero

algo significaba.

El primer timbre de salvación sonó. Me alejé

rápidamente con mis amigos dejándolo realmente

desconcertado, pero no iba a volver a disculparme o a

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explicarle, porque sabía que haría la situación aún peor.

Tal vez era mejor que todo terminara allí. No podía creer

que en días de conocerlo, lo detestara y lo amara tanto al

mismo tiempo, sin saber por qué. Era algo que nacía en

todo mi cuerpo, me llenaba cada célula y no me lo podía

explicar. Mis sentimientos hacia él eran muy cambiantes y

fuertes.

Luego de un tiempo rogué, deseé con todas mis

ganas y la magia volvió a ser real. El timbre que indicaba

el final del día retumbó en los pasillos. Me levanté de la

silla victoriosa, creyendo que era yo la que con mi fuerza

mental, lo había hecho sonar.

Esa tarde no quise ir a lo de Nadia, tenía que pensar,

descansar y estar sola. Me despedí de mis amigos al bajar

del auto en mi casa y caminé decepcionada de mí misma,

porque recordé que papá siempre me había enseñado que

no debía engañar a mis sentimientos. Él decía que uno

debía actuar conforme a ellos. Cosa que no había hecho ni

una sola vez en cuatro días.

El viernes llegó nublado, caluroso y estaba más

húmedo que de costumbre, no había escondite del calor.

Hasta la cerámica de toda la casa se veía cubierta por

pequeñas gotas de humedad. Lo que siempre sucedía en

todos lados, sin importar si la construcción era muy nueva

o demasiado vieja.

Volví a dar las rutinarias vueltas en la cama. Esa vez

mi cuerpo no sentía dolor al girar, así que supuse que había

dormido bien por unas cuantas horas, ya que cuando

dormía poco me dolía todo el cuerpo por el cansancio.

Las mariposas de la ventana estaban estáticas, como

esperando ver qué me pasaría ese día, qué locura se me

ocurriría o qué sorpresa se iba a llevar la chica que había

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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decidido cambiar su condición de solitaria y salir a la luz

del mundo “normal”.

En un momento quise que mi vida volviera a ser la

de días atrás, la aburrida, solitaria, que no hiciera más que

estar encerrada en mi casa, sin amigos y nada en que

pensar. Pero no, después supe que había conocido a

personas maravillosas, a las que no estaba dispuesta a

olvidar. Tal vez a una de ellas pero a las demás no. Porque

por más que antes no tenía problemas, tampoco tenía

amigos con los que divertirme, a los que contarles cosas y

eso no lo cambiaria por nada.

La verdad era que debía experimentar la vida

adolescente, animarme a ser como los demás, cosa que

realmente era. Entonces, al final me alegré de haber

pinchado la burbuja en la que me había propuesto vivir.

El sueño por la noche había estado intacto,

misterioso, pero igual que siempre. No hubo luces que

alumbraran rostros que no quería ver. Mi querido ángel

había vuelto a ser el que era antes y el del cuadro, aún

estaba allí en la pared, cuidándome y me servía para

recordar mi sueño.

Me di cuenta de que el ignorar ayer, hizo que mi

sueño volviera a ser el mismo. Entonces eso significaba

que ignorando todo estaba bien, así que lo seguiría

haciendo. No sabía por cuánto tiempo, pero me arriesgaría

a intentarlo.

Era viernes y eso me decía que no tendría que ir al

comedor, desaparecería ni bien termináramos la última

clase. Luego tenía dos días: sábado y domingo, que serían

más que suficientes para distraerme, para olvidar

definitivamente. Bueno, al menos eso era lo que yo creía y

creyendo era muy buena.

No tuve ganas de correr con Martina, de lo que se

dio cuenta de inmediato y se fue a hacer otra cosa

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sorprendida, ya que era la primera vez en mucho tiempo

que me negaba a jugar con ella.

Me vestí con una remera azul que me encantaba.

Casi todo lo que me gustaba era de ese color, debido a mi

fascinación por las mariposas imperiales azules. Estas

tenían la extraña característica de vivir sólo un día. Eso era

realmente triste, así que no quise ponerme a pensar

demasiado. Peiné mi cabello como de costumbre y bajé las

escaleras.

Papá estaba sentado a la mesa con el diario en su

cara. Apenas me senté en la silla, lo quitó de sus ojos para

mirarme.

“¿Te sucede algo, Amy?”, preguntó usando mi

apodo. Nadia los había convencido, OBLIGADO a usarlo.

Seguramente, cuando yo les contaba en la cena lo que me

había pasado durante el día, me refería a mí misma como

Amy, así que por cansancio de escucharlo tenían que

decirlo también.

“No me pasa nada. Debe ser el día. Todo se siente

tan pesado, difícil de soportar”, comenté suspirando

hondo. Recordé lo que había pensado ayer. Lo de la

decepción al no ser fiel a mis sentimientos. Tomé la taza

con mis dos manos, porque me gustaba sentir su calor en

los dedos.

“Sí, eso suele suceder en días como estos. Bueno,

tengo que irme a trabajar”, nos informó. Nos saludó a las

tres, sus tres mujeres. Me besó la frente y me miró dos

segundos con algo en sus ojos que su boca no decía.

Definitivamente él podía darse cuenta de que era la vida

social y no el clima, lo que había influido en mi ánimo esa

mañana. Pero no dijo nada, siempre me daba tiempo y

luego yo acudía a él, cuando sentía que estaba a punto de

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estallar para que me dijera: “sabía que eso mismo te estaba

pasando”.

Cuando la bocina del auto de Alexis me avisó de su

llegada, mi ánimo cambió por completo. Salí corriendo

con mis cosas y me despedí gritando a lo lejos.

Cuando subí al auto, los chicos estaban cantando

una canción que pasaban en la radio y de la que no sabían

muy bien la letra.

El vehículo empezó a recorrer las calles, bajo la fina

llovizna que comenzó a mojar todo lo que había en vista.

Cuando terminaron de cantar los aplaudí y tuvieron que

reírse. Estar con ellos siempre me alegraba, era una buena

medicina contra mi tristeza.

La primera materia del día fue inglés. La profesora

me hizo leer el principio de un cuento para niños. Llegué a

una parte donde decía: father y Alexis desde el fondo

aclaró su garganta, como si era necesario para que me

acordara de Leo tratando de pronunciar con acento

británico. Hice un esfuerzo sobre humano para no reírme.

Pensé que iba a explotar por contener la risa.

“Very Good, Amelie. Thank you”, dijo ella

salvándome de hacer el ridículo frente a toda la clase.

Cuando llegué a mi lugar golpeé la cabeza de mi amigo

disimuladamente. Escuché una voz que hacía mucho no

me hablaba cerca de mi oído.

“Excellent”, comentó Leo estirándose de su silla.

Seguramente había quedado fascinado con mi lectura, para

haberme felicitado de esa manera, aunque me festejaba

todo lo que hacía, así que no era muy objetivo.

“Thank you”, respondí solamente, con las risas de

mis amigos de fondo.

Durante la penúltima materia, Nadia empezó a

sentirse mal, le dolía la cabeza y estaba descompuesta.

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Entonces Alexis, con permiso de la directora, la iba a

llevar a su casa.

“Segura que tienes con quien volver, ¿no?” me dijo

Alexis. Obviamente no querían que me perdiera la última

materia que era literatura, porque me encantaba.

Mi amiga debía estar sintiéndose pésimo de verdad,

porque amaba literatura al igual que yo, así que nunca se

hubiese ido.

“Sí, no se preocupen. Mamá sigue pagando el

transporte por situaciones imprevistas como éstas”, dije

tratando de hacerles saber que todo estaba más que bien.

Aunque en realidad no sabía que iba a hacer sin ellos esas

últimas horas.

“En cuanto tome algo y me sienta mejor te llamo,

así Al te busca para que pases la tarde con nosotros”,

propuso Nadia que estaba un tanto pálida.

“Gracias. Mejor recupérate primero. Nos vemos el

fin de semana, de todos modos. Mañana seguramente”, les

dije. Luego se alejaron por el largo corredor, él tomándola

de la cintura.

Me quedé sola, volví a sentirme una solitaria.

Entonces supe que el cuestionamiento en la mañana, el de

volver a mi anterior vida, había sido otra tontería más en

mi cabeza. Ahora que conocía lo que era tener amigos, no

quería volver a mi antigua forma de vivir.

La última hora se hizo interminable. El pensar que

tendría que soportar a Leo en el colectivo una vez más,

hizo que quisiera perderme por un rato en el laberinto de

mis ideas alocadas, para alejarme de la realidad.

Escuché el ruido de los truenos, vi las luces de los

relámpagos y la lluvia cayó torrencialmente afuera del

aula, empapando las galerías.

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No sabía exactamente cuánto tiempo había estado

pensando, pero el timbre me asustó, me hizo saltar de la

silla. El día escolar había terminado. ¡Fin de semana!

Me apresuré a salir del aula, caminé rápido

acelerando mis pasos. Cuando toqué la puerta de entrada,

me di cuenta que en mi alegría de escapar del colegio

había olvidado algunas de mis cosas bajo el escritorio.

¡Solo a mí me podía pasar!

Miré rápidamente hacia fuera, el colectivo aún

estaba, pero sólo faltaban algunos chicos por subir. Volví

corriendo a mi clase. Algunos libros se cayeron de mis

torpes manos e intenté colocarlos a todos en el bolso, tarea

que se me hizo imposible con mi innata inhabilidad de

movimientos y eso me tomó varios minutos más.

Volví a correr por el pasillo cuando ya estaba lista,

escuchando el ruido de un motor alejarse. Me había

quedado sin transporte.

“Genial”, pensé y respiré hondo experimentando el

silencio del lugar, pues casi todos ya se habían marchado.

Me quedé mirando a través de la puerta de vidrio

como llovía, pensando preocupada en que era lo que iba a

hacer. Solía ahogarme en un vaso de agua por más que

tuviera la salida en frente.

De repente, mis oídos percibieron algo. Escuché

unos pasos sonar en el pasillo destruyendo el silencio. Se

acercaban a mí, su delicioso perfume se acercaba, era

imposible no reconocerlo.

“Mas que genial”, volví a pensar, me di vuelta para

comprobar que era Bastian, perfectamente vestido con una

camisa blanca entallada. Llevaba las mangas arremangadas

hasta los codos y unos botones desprendidos que dejaban

ver el comienzo de su pecho.

“Hey, Amy. ¿Cómo estás?”, preguntó sin mucha

alegría en la voz. Más frío y distante que antes, ya que de

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seguro mi comportamiento le había dado mucho en qué

pensar. Sobre todo en cómo dirigirse a una chica tan

cambiante.

“Bien, aunque perdí el colectivo y mis amigos…”,

dije señalando a la puerta cuando me interrumpió. ¿Por

qué tenía que contarle todo? Me producía tanta confianza

que no importaba nada y tenía que decirle lo que me estaba

pasando.

“Te llevo a tu casa, no te preocupes”, ofreció con los

ojos brillantes, esperando dudoso mi respuesta que se hizo

esperar.

“Mi auto no es tan nuevo como el de tu amigo, pero

al menos no te vas a mojar ni gastar en taxi”, comentó

sonriente. Su risa había vuelto a iluminar su cara. ¿Por qué

yo entonces me empeñaba en borrársela portándome tan

mal? ¡Qué tonta!

“Mmm, está bien, la verdad es que no traje dinero,

así que si no es molestia…”, dije mordiendo mi labio y

dando el paso que me había estado negando a dar.

Podría haber llamado un taxi igualmente y usar la

frase: “Soy hija del intendente”, pero, ¿por qué seguir con

la farsa del ignorar? Si le había prometido dejarlo estar

cerca. Tenía que cumplir mi promesa de una vez por todas.

“Parte de la promesa de estar cerca es ayudarte

cuando lo necesitas. Bueno, no te lo dije el otro día en el

bosque, así que supongo que es la letra pequeña del

contrato” comentó sonriente. Odiaba cuando las personas

parecían saber lo que estaba pensando.

El miró la campera que traía en sus manos, la colocó

suavemente sobre mis hombros, sus manos se quedaron un

rato en mí, mi respiración se tornó irregular y luego las

quitó.

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“Ahora espera a que acerque el auto a la puerta, no

te vayas”, exclamó muy cerca de mi cara. De todos modos

no iba a poder irme a ningún lado. No respondí nada, me

había quedado paralizada después de su gesto de caballero

para que yo no me mojara. Él me puso su campera y ni

gracias le había dicho.

Cuando el auto estuvo en vista, lo vi estirarse para

abrir la puerta. Corrí rápidamente bajo las frías gotas

gordas, hasta que sentí el calor del interior del auto. Cerré

la puerta fuertemente.

“Gracias por prestarme la campera”, dije casi

susurrando, él me miró y sonrió. En verdad estaba feliz de

poder ayudarme, eso estaba a la vista. Eso era lo que no

entendía, al igual que el día en el bosque. No hacía las

cosas con una doble intención, para aprovecharse, era todo

tan inocente. Entonces pensé que realmente estaba

respetando a la poseedora del anillo que era igual al suyo y

que yo era la que pensaba en segundas intenciones.

Nervios, nervios y más nervios. En un momento

tuve que acordarme de respirar para ventilar mi cerebro.

Dejé la vista fija en la calle adelante, aunque no se podía

ver mucho porque la lluvia torrencial hacía que se redujera

la visibilidad.

“Creo que voy a tener que estacionar, hasta que no

llueva tan fuerte. Es imposible ver” dijo él, haciéndolo sin

esperar mi respuesta. Por mucho que detestaba prolongar

el tiempo de estar a su lado, la verdad era que esa ruta que

comunicaba el Highland y la ciudad, era bastante trágica

los días así. Entonces preferí morir por mis palabras a

hacerlo estrellada por otro auto.

“Si es necesario que nos quedemos, hazlo. Parece

que nunca va a parar de llover”, dije con la vista aún fija

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en el exterior. No, nunca iba a parar. ¿Qué iba a hacer?

¿Cuánto tiempo iba a pasar junto a él en el auto?

“Cuando menos te imagines vas a estar en tu casa.

Créeme, no te preocupes”, comentó con las manos sobre el

volante. Un auto pasó por la ruta haciendo que el agua

estancada llegara hasta el vidrio, salpicándolo.

“Mmm, desde ayer hay algo que te quiero

preguntar…”, comenzó. Supe inmediatamente que

estaríamos jugando a las preguntas y respuestas. Por

alguna razón me imaginaba cuál iba a ser su pregunta. La

lluvia golpeaba con fuerza el techo del auto.

“Amy, quiero que me digas que es lo que estoy

haciendo mal contigo. Porque un día todo está bien y al

otro no me hablas. No es tu obligación hablarme pero…”,

dijo otra vez con esa voz que no podía resistir. Tuve que

interrumpirlo.

“Mira, yo sé que me porté como una nena

malcriada. Que no te hablé ayer en el comedor después de

lo que pasó en el bosque”, expresé, cargando mis

pulmones de aire para dejar todo salir de mi, realmente

necesitaba decir lo que iba a decir. Ni mis amigos sabían

eso con tanto conocimiento.

“Ehh… la verdad es que hace muy poco salí al

mundo exterior, hace cinco días para ser exacta. Patético

como suena, pero… yo nunca sentí la necesidad de tener

amigos, de vivir como una adolescente normal. Entonces,

con todo lo que ha pasado en estos días, no sé cómo

comportarme o que sentir”, dije recordando las tonterías

que había hecho. Él clavó sus ojos verdes en mí para tratar

de entenderme.

“¿En serio puede llegar a ser tan difícil? Digo, todo

lo que has vivido esta semana. Yo no quería sumarte mas

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presión o problemas, yo…”, dijo con su voz otra vez

perfecta, arreglando su flequillo.

“Esto esta mal. ¿No te das cuenta? Tu eres lo más

bueno que vi en mi vida, pero siempre te terminas

disculpando, cuando soy YO la responsable de crear estas

situaciones en las que los demás parecen ser los malos”,

comenté poniendo énfasis para que se diera cuenta de que

no era una carga. Yo y mi estúpida teoría del ignorar casi

habíamos arruinado todo.

“Igualmente. Entiendo que te sientas así. Porque si

es tan difícil haber salido a la vida como dices, es lógico

que no sepas comportarte en ciertas ocasiones. Además,

con un loco mirándote desde la barra de comidas es peor”,

bromeó dejándome ver sus blancos dientes. Luego

extendió su mano para tocar mi cabello. Otra vez me

quedé congelada, pensando en que el amor era una de las

nuevas cosas que me había llegado demasiado rápido,

apenas había puesto un pie fuera de mi burbuja.

“Me gusta el color de tu pelo”, comentó mirándome

a los ojos, lo cual hizo que me sonrojara y que él se diera

cuenta al instante.

“Disculpa. No fue mi intención. Aunque tu eres la

culpable de tener el color de pelo que me gusta”, comentó

volviendo sus manos al volante. Había dicho “gustar” dos

veces. ¿Qué significaba eso en verdad? ¿Qué yo le

gustaba? No podía estar hablando sólo de mi cabello.

De repente, vi que se mordió los labios y cerró sus

ojos fuertemente. Como si lo que estuvo a punto de decir

no estaba para nada bien. El anillo en su mano derecha

brilló, eso era lo que le pesaba, como a mí, porque las

cosas serían muy diferentes si ese anillo no existiera.

“Es mi turno para tratar de saber algo…”, dije

viendo su expresión. ¿Le gustaría que yo le hiciera

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preguntas personales? Al final no me importó, ya que de

una vez por todas quería aclarar la situación. De todos

modos el interrogante que vino a mí, no estaba relacionado

en realidad con la primera pregunta que tenía en mi mente,

encabezando la lista.

“Lo que quieras”, dijo confiado y dispuesto a

responder. Giró un poco su cuerpo para mirarme mejor. Su

forma de mirarme me puso un tanto nerviosa.

“OK. Quiero saber porqué, si yo no te dejo entrar en

mi vida igualmente tienes ganas de estar cerca. A parte de

la promesa que rompo a cada rato. Es decir, con lo mal que

te trato a veces, aún así me hablas bien y sigues a mi lado”,

dije humedeciendo mis labios, esperando su reacción.

Bastian suspiró hondo antes de responder.

“La verdad Amy, es que siento la fuerte necesidad

de cuidarte. La obligación de protegerte. No te asustes, no

soy loco, psicópata u obsesivo. Aunque parece que lo soy

por lo que acabo de decir. Es que hay cosas que no te

puedo contar”, comentó abriendo la caja del misterio.

Ahora sí que me tenía intrigada y cuando eso pasaba, no

iba a parar un segundo hasta saberlo todo.

“¿Qué es lo que no me puedes decir? Mira, si eres

un empleado de papá, guardaespaldas o eso, desde ya te

digo que me bajo del auto y me voy caminando por más

que llueva”, amenacé tomando el picaporte, pues mi

suposición no era del todo descabellada, ya que antes y

gracias a mi padre había tenido a dos gigantes

siguiéndome por todos lados tratando de protegerme y casi

atacando a cualquier persona que se me acercara. De

repente esos recuerdos se esfumaron cuando sentí su cálida

mano en mi muñeca. Bastian estaba tratando de retenerme.

Pero realmente no iba a permitir que papá contratara a

alguien para cuidarme.

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“¡NO! Nada que ver. Nunca hablé con tu papá, no

pienses eso. Yo sé que es difícil de entender y no te lo

tendría que haber dicho, pero quiero que sepas que NO me

voy a alejar más de ti. Ya te di la posibilidad, como se

debe, pero a pesar de la promesa me ignoraste…”, esas

últimas palabras me atravesaron el corazón como pedazos

de vidrio, que lo cortaban profundamente.

“Ahora lo haré sin darte elección. Tú no vas a elegir

dejarme estar cerca. YO elijo y decido estar cerca de ti. No

puedo permitir que nada te pase, ¿entiendes?”, dijo con sus

ojos convincentes, su cara a milímetros de la mía. Su

respiración era fresca y perfumada. ¿Por qué sentía esa

necesidad de cuidarme? La verdad era que no lo entendía.

“¿Y a tu novia o esposa no le importa eso? ¿No le

importa que estés cerca de otra chica?”, pregunté por fin lo

que tanto estaba posponiendo. Las palabras se escaparon

de mi boca con la fuerza del agua cayendo de una catarata.

Mis ojos estaban fijos en su anillo.

Lo único que se escuchó fue una gran carcajada por

varios minutos. Levantó la mano derecha y me miró como

diciendo: “dijiste una gran tontería”, pero supe que lo

había hecho.

“Ya veo. Por eso tu comportamiento en estos días ha

sido así. Si estás pensando que estoy casado,

comprometido o algo por el estilo, lamento

decepcionarte…”, dijo sonriente, algo que no era

decepcionante en lo mas mínimo. Es más, era alentador lo

que decía.

“La verdad eso es algo que tampoco te puedo decir,

pero…”, comentó hasta que lo interrumpí. Más misterio

me hacía estar más intrigada y enojada porque no me

contaba muchas cosas.

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“Entonces si no puedes contarme nada me voy

caminando, ya está parando de llover”, amenacé otra vez.

Con un movimiento lleno de gracia, su mano flotó hasta

mi brazo. Sus dedos se enredaron en él. Me di cuenta de

que me estaba comportando como una nena caprichosa

otra vez, pero si eso servía para que me dijera mas cosas,

lo seguiría haciendo.

“Amy. Te pido disculpas. Hay cosas que no te

puedo contar, por más que quisiera, pero…”, dijo muy

sincero y se quedó pensativo unos segundos.

“Este anillo significa un compromiso, pero nada

tiene que ver con la forma en que tú o las demás personas

piensan de un compromiso. Para mi es distinto. Es como

un compromiso con mi padre, algo de familia”, dijo

mirándome sin expresión alguna, pero con énfasis en la

ultima palabra. De verdad entendí que le era difícil la

situación. Que por más que quisiera no me iba a decir

nada, como si siguiera rompiendo reglas, así que cambiaría

mi actitud.

“OK, entiendo. Pero entonces, estas son las nuevas

condiciones. Hasta que no me cuentes por qué me tienes

que proteger y qué significa ese anillo, sólo vas a estar

cerca, sin formar parte de mi vida”, propuse burlándome

de él y cruzándome de brazos, pues no obtendría las

respuestas que quería. Él sabía que esas condiciones eran

más difíciles para mí que para él, pues me moría por

dejarlo entrar en mi vida, por saber que él estaba en

cualquier parte adonde yo miraba.

“Muy bien. Eso es más que suficiente por el

momento. Ahora a casa. ¿Ves? Ya dejó de llover”, dijo

sonriente, arrancando el motor. Fue ahí que deseé que

volviera a llover, para pasar un rato más con Bastian. No

había sido tan malo como había pensado. Bueno, nunca

había pensado que era malo estar con él.

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Me iba llena de dudas, pero me sentí importante y

feliz de que alguien como él tuviera la extraña necesidad

de protegerme.

El auto estacionó frente a la casa. Las luces del

interior aún estaban apagadas, lo que me hizo recordar que

mamá y Martina irían al negocio de Clara a ver sus

cuadros.

“Quiero que sepas que vivo al lado de la catedral. Si

necesitas ayuda, queda a cuatro cuadras de aquí”, comentó

mirando las torres de la gran iglesia. Me hizo volver a mi

idea de que no me gustaba el sonido de las campanas. Pero

ahora con él allí, todo era diferente. ¿Me vería desde lo

alto de las torres dar vueltas en la cama? Bueno, eso en

realidad era un tanto vergonzoso.

“Si… ya sé. Cuando necesite algo, allí estaré”, dije

sin ganas de bajar. Froté mis brazos, la lluvia había hecho

que todo se sintiera fresco. Bastian se dio cuenta al

instante, como siempre que yo necesitaba algo. El abrigo

que me había dado se había caído cuando estábamos

hablando.

“Toma mi campera. Te vas a mojar hasta que entres,

aún llueve un poco”, dijo cruzando un brazo por detrás de

mi espalda para acomodar el abrigo en mis hombros. Me

acordé de haber estado durmiendo en esos brazos. De

repente, sus labios suaves, húmedos y perfectos se posaron

en mi mejilla fría sorpresivamente. ¿Cuál fue mi reacción?

Ni una. No pude hacer nada, ni pensar, hablar o moverme,

siempre me pasaba lo mismo cuando me tocaba. Pero un

beso había sido aún más que eso. Era imposible describir

la sensación de sus labios tocando mi piel, no era como los

besos de otras personas.

Él se me quedó mirando fijo, observándome,

analizándome. Seguro mi cara estaba fuera de lugar y mis

ojos abiertos, al igual que mi boca.

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“Creo que no voy a volver a hacer eso. Tengo que

acordarme que hace poco tienes vida social, así que

imagino que no estás acostumbrada a estos saludos”, dijo

bromeando, hasta que al fin pude recuperarme.

“No… está bien. Bueno, nos vemos el lunes”, dije.

Eso sería una eternidad. ¡Qué ironía! Por la mañana, el fin

de semana sería un tiempo para olvidar. MENTIRAS.

Tenía que dejar de mentirme a mí misma.

¿Qué más podía hacer? Ya sentía más que confianza

con él. Me acerqué lentamente y le devolví el beso en la

mejilla, cerrando mis ojos. Luego, sin que me viera pasé

mi lengua por mis labios, para ver si había quedado el

sabor suyo, de su perfume. Era dulce.

“Bastian es rico”, pensé y sonreí.

“Adiós Bastian. Nos vemos”, saludé cerrando la

puerta detrás de mí. Corrí hasta la casa. El auto no se

movió ni un centímetro. Observé por la ventana y por

primera vez fue él quien se había quedado paralizado.

Seguro que lo había sorprendido con mi beso. Luego se rió

y se marchó a toda velocidad.

Subí a mi habitación y me tiré sobre la cama. Me

quedé mirando las formas del techo, pensando en todo lo

que había pasado. No pude hacer más que reírme con

felicidad.

Sabía que aún había cosas que tenía que saber, pero

no me importaba. ¿Estaba enamorada de Bastian? Sí, no

era tonta como para no darme cuenta y seguir negándolo,

porque mi corazón se paraba cuando él estaba cerca.

Dejé que la computadora se encendiera. Me acerqué

a la ventana, la abrí a pesar de que llovía y salí al balcón

donde las flores estaban mojadas y el perfume se hacía

más fuerte. Miré la catedral con la esperanza de que lo

vería en alguna de las dos torres, pero no fue así.

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El sonido de una ventana de Chat abriéndose en la

computadora indicó que alguien me estaba hablando. Era

Nadia.

Hablamos por un rato de cosas sin importancia y de

cómo había terminado mi día. Ella se sentía mucho mejor,

pero igualmente le dije que no iría a su casa, que nos

veríamos el sábado. Al mismo tiempo chateaba con mi

amigo de Venezuela.

Me di cuenta de que la conversación que estaba

teniendo con él era la que debía estar teniendo con mi

amiga, pues le estaba contando todo lo sucedido con

Bastian. No sabía por qué era más fácil con él. Tal vez

porque estaba lejos o porque era más fácil decir cosas

detrás de una pantalla, realmente no lo sabía.

Igualmente pensé, que el tiempo de charla, de

preguntas y respuestas también llegaría para mis amigos el

día siguiente.

Capítulo Seis: Salvada

La mañana del sábado amaneció extremadamente

calurosa. El sol que había empezado a brillar en el perfecto

cielo azul lleno de nubes blancas, hacía que toda el agua

que había caído el día anterior se evaporara. La misma se

iba desprendiendo de las superficies, subiendo otra vez al

cielo para formar más nubes. Sólo con ver las cerámicas

del baño, me di cuenta de que iba a ser otro día húmedo,

“pesado”.

Lo que en realidad me despertó esa mañana, a las

ocho para ser exacta, fue mi celular que sonó sobre la mesa

de luz con terrible puntualidad. Después de tres intentos de

llegar a él y que mi mano cayera sin tomarlo, finalmente lo

conseguí. Traté de abrir mis ojos que parecían estar

pegados, para ver el nombre de quien me enviaba un

mensaje. Era Nadia. ¿Quién más que ella podía enviarme

mensajes temprano? Nunca me levantaba a esa hora los

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sábados y domingos, pero ella me había despertado. ¿Qué

razones tendría?

Apronta una mochila con cosas de playa, todo lo

necesario, en una hora te buscamos. Vamos a Playa

Calma. Así decía el mensaje que me tomó por sorpresa,

porque no entendía muy bien sus planes.

“¿Playa? ¿A fines de Octubre?” pensé sentándome

en la cama, tratando de ordenar mis ideas. En realidad el

calor justificaba la invitación, porque hacía MUCHO

calor. Tal vez las preguntas que yo me hice tenían que ver

con que nunca me había gustado mostrarme en la playa,

porque me daba vergüenza. Esa sería otra cosa más a la

que tendría que acostumbrarme.

De repente mi visión se nubló por completo. Un

recuerdo de la noche anterior me invadió la mente.

Recordé el sueño muy claramente, reviví la frescura del

paisaje que había soñado. Había sido el mismo otra vez,

sin muchas variaciones. Pero cuando el ángel posó su

mano en mi hombro para hacerme cambiar de decisión,

pude ver algo más. Brillante en su dedo llevaba un anillo,

idéntico al de Bastian. Otra vez entrometiéndose en mi

sueño. Pero por algún motivo que no estaba dispuesta a

resolver en ese momento, no me molestó para nada. No me

enojó que estuviera en mis sueños, es más, tal vez me sentí

un tanto feliz de haber soñado con él. Supuse que el hecho

de haber estado bastante tiempo con él la tarde de ayer, fue

la causa de su aparición nuevamente. Cuánto más tiempo

pasaba con Bastian, más aparecía en mis sueños.

Miré todo a mí alrededor. Los libros estaban en la

biblioteca, las mariposas flotando en el aire, el cuadro de

Clara sobre mi cama y el reloj marcando las horas. Se me

estaba haciendo tarde, así que me apresuré a aprontar un

bolso con todo lo necesario. ¿Qué tenía que llevar? ¿Qué

era todo lo necesario?

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El traje de baño que nunca había usado estaba

nuevo. Lo habíamos elegido con mamá hace unos meses

en Santa María y mi cuerpo aún parecía ser el mismo, así

que estaba segura de que me quedaría bien. Anteojos para

el sol, porque a pesar de no ser fanática de ellos ya que ni

un modelo me quedaba bien, el sol me molestaba y me

hacía llorar los ojos. No iba a tolerarlo. Sandalias para

caminar sobre la arena, pues cuando era pequeña me había

quemado andando descalza, así que me quedé aterrada

hasta ese día. Encontré protector solar y demás cosas que

pensé que iba a necesitar.

Bajé las escaleras salteando algunos escalones

sorprendida de mi destreza física, ya que siempre solía

tropezar y caer. Mis padres estaban en la cocina, charlando

sobre cuestiones económicas que no entendí, aunque

algunas palabras me parecieron haberlas escuchado en

alguna clase del colegio, en la que yo me había puesto a

dibujar mariposas de colores.

“Buen día. Tengo que pedirles permiso o

comunicarles algo mejor dicho”, dije dirigiéndome a

buscar una taza para tomar algo. La verdad era que todo

estaba listo, el bolso preparado en el living, así que lo de

pedir permiso era algo protocolar solamente. Estaba

confiada en que obtendría un sí, ya que últimamente me

dejaban hacer todo lo que quería, porque tenía amigos que

me acompañaban, cosa que nunca hubiera sucedido antes.

“¿De que se trata?”, interrogó papá

inspeccionándome, mientras yo me miraba en la ventana

que parecía un espejo. Me había puesto una remera de

color blanca, ajustada al cuerpo, jeans gastados y había

peinado mi cabello como los otros trescientos sesenta y

cuatro días del año.

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“Bueno, resulta que Nadia y Alexis me invitaron

hace un rato a ir a la playa… Calma… Playa Calma creo

que se llama”, comenté tratando de recordar el mensaje.

Mamá me miró con los ojos desorbitados pensando de

seguro que nunca había ido a un lugar como ese, porque no

me gustaba la exposición de la playa.

“¿No deberían esperar el verano para ir a nadar?”,

dijo mamá mirándome por sobre la taza porque estaba

bebiendo café. Papá se movió en su lugar dispuesto a

hablar, con su cara que me decía que iba a obtener

“permiso”.

“A mí me parece bien. Es una costumbre de los

chicos de Puerto Azul la de ir a nadar en primavera.

Además hoy hace un calor terrible, yo mismo iría si no

tuviese cosas que hacer”, comentó mi padre. Él había

estudiado la ciudad un tiempo antes de venir y si le parecía

que era una tradición de los adolescentes o algo por el

estilo, eso significaba que me diría que sí.

“Está bien. Ve con tus amigos y diviértete. Lleva el

celular para llamar si pasa algo. ¿Tienes todo listo?

Protector, maya…”, empezó a decir mamá haciendo la

lista, aunque logré interrumpirla.

“Todo listo y en orden en el bolso”, dije sin saber

que más hacer para que los minutos pasaran.

La bocina no se hizo esperar. Apresuradamente

saludé a mis padres y les dije: “los quiero”, mirándolos a

los ojos. Martina aún estaba durmiendo, así que no quise

despertarla. Siempre sentía que era necesario saludar,

decirles a mis familiares que los quería y darles un beso.

Tal vez, por si algo llegara a pasarme algún día.

Borré los pensamientos feos, tristes y corrí para ver

a mis dos amigos que estaban usando lentes negros que

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cubrían sus caras. Se veían geniales los dos, como una

pareja de famosos.

Después de mis saludos con Nadia y los golpes con

Alexis (nuestra forma de saludo), el auto, del cual conocía

el ruido de su motor más que otro auto en el mundo,

comenzó a avanzar lentamente.

A mi lado, en el asiento trasero pude ver una gran

nevera portátil. La abrí sin que mis amigos se dieran

cuenta, usando mis torpes dedos. Estaba repleta de comida

y bebida por suerte, porque yo en eso no había pensado,

pero los tenía a ellos para hacerlo por mí.

Pasamos por el colegio que se veía espeluznante. El

gran Highland, monstruoso, estaba desolado, muy solitario

y apagado sin las voces de sus alumnos. Di gracias cuando

pasamos rápido por allí, ya que no me gustaba la sensación

de andar cerca de éste cuando era fin de semana.

Cada vez nos alejábamos más de la ciudad. Supuse

que ya estábamos cerca de Playa Calma, aunque no

conocía el camino, sentía que estábamos llegando. La ruta

comenzaba a cerrarse a ambos lados por los troncos de

altos árboles verdes. Las ventanas del auto estaban

abiertas, entonces el viento acarreaba el perfume de flores

y todos los aromas de los alrededores lograban ingresar.

Cuando ya habíamos avanzado unos minutos

cercados por árboles a ambos lados, como paredes

gigantes, los troncos fueron desapareciendo. Un kilómetro

más adelante, se podía apreciar cómo el agua se unía al

azul del cielo. Pero antes, había una gran extensión de

arena que parecía brillar bajo los fuertes rayos del sol,

como pequeños diamantes esparcidos por todo el suelo.

El lugar no le hacía honor a su nombre, porque nada

era calmo. Las voces que habían desaparecido del colegio

ahora se encontraban en la playa. Una a una las personas,

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los chicos, muchos de ellos conocidos, estaban llegando al

igual que nosotros.

Ingresaban al lugar autos de todas las marcas, jeeps,

camionetas. No faltaban los que llegaban caminando,

arrastrando sus refrigeradores y con mochilas en la

espalda.

Poco a poco Playa Calma perdió el silencio por

completo y se vio abarrotada de adolescentes dispuestos a

disfrutar de un verano anticipado. Todas las clases estaban

allí, todas las que había podido distinguir aquel lunes en la

selva superficial.

Alexis estacionó el auto bajo la sombra de una

inmensa sombrilla. Una más en la larga hilera de

sombrillas diseñadas para cumplir la función de

estacionamiento, lo que le daba un toque caribeño.

El ambiente estaba realmente caluroso y cuando pisé

la arena, el calor pareció subir por mis pies, a pesar de que

tenía las sandalias puestas.

Caminé unos pasos con dirección al mar para

quedarme inmóvil al ver que el agua era azul transparente

y se podía ver todo a través de ella. Parecía como esas

fotos de las playas de Hawái que siempre creí que eran

retocadas digitalmente, para que parecieran más

maravillosas. La naturaleza me decía: “No Amy, es

verdad. No hay trucos”. Comencé a reír.

“La mejor playa de Puerto Azul y sus alrededores

¿No, hermana?”, me preguntó Al esperando que le dijera

que sí, mientras todos ocupaban sus lugares elegidos.

“Ge-nial”, dije todavía boquiabierta observando

todo a mi alrededor.

Después descubrí puestos de comidas que antes no

había visto. Algunas tiendas cruzando la calle. Había

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varios biombos de color violeta, que cumplían la función

de cambiadores donde las chicas se ponían sus trajes de

baño. Nunca había sido una fanática ferviente de las playas

antes, pero no sólo me parecía la mejor de la ciudad y sus

alrededores, en ese momento pensé que era la mejor del

mundo.

“Bueno, ahora a elegir un lugar para tomar un poco

de sol”, propuso Nadia mientras Alexis, ya en sus

pantalones cortos y sin remera, buscaba la sombrilla,

reposeras y también la nevera portátil. Al ser el único

hombre, todo el trabajo forzado estaría a su cargo.

Igualmente le ayudé con las sillas de playa. Traté de no

mirarlo tanto, porque a pesar de ser amigos, me daba un

poco de vergüenza verlo más desnudo que de costumbre

frente a su novia. Pero definitivamente comprobé que mi

amigo no tenía nada que envidiarles a esos deportistas.

“Tienes un cuerpo espectacular amiga”, observó

Nadia mirándome parada frente al espejo donde nos

estábamos cambiando. Por suerte había traído un pareo

para atarlo en mi cintura, ya que no me sentía muy cómoda

en bikini. Y en lo que a la parte superior de mi cuerpo se

refería, haría mucho uso de la técnica de cruzado de

brazos. Mi pecho estaba grande y eso siempre llamaba la

atención.

“Gracias. Es mucho viniendo de ti, que eres una

barbie”, le dije ayudándola a atarse el pelo. Nadia se rió,

porque yo le había contado sobre mi idea de que ella

parecía una muñeca.

Cuando llegamos a la sombrilla de color naranja,

Alexis estaba reposando con la música fuerte en un

reproductor de música que habían llevado. Realmente

debía ser una costumbre, como papá había dicho, porque

se habían preparado con todos los elementos que yo había

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olvidado, como si lo hubieran hecho toda la vida. O tal vez

tenían de sobra del sentido común que a mi me faltaba. Esa

teoría, pensé, era más que aplicable.

La hora del almuerzo llegó bajo el calor abrasante.

Nadia había preparado unos sándwiches de jamón y queso

que estaban deliciosos y frescos. Se notaba que estaban

sabrosos en la cara del hambriento Alexis.

A lo lejos, podía verse una isla llena de verde

vegetación que la cubría como un abrigo. El color era casi

apagado y borroso. También había una balsa mecánica que

transportaba a la gente para visitar el lugar. Cerca de

nosotros había un conjunto de altas y grandes rocas

blancas que encerraban el agua cristalina, como un

acantilado. Estas creaban un lugar muy privado donde se

podía nadar sin ser molestado, aunque nadie iba allí. Todos

preferían el bullicio y la compañía.

“¿Te fuiste en colectivo del colegio ayer?”, preguntó

Nadia poniéndose protector solar. Alexis seguía comiendo

sin prestar demasiada atención.

“Mmm, perdí el colectivo y no tenía para pagar un

taxi…”, dije mirando a los chicos dormidos al lado

nuestro. Deseaba que las preguntas no siguieran.

“Entonces, ¿caminando?”, cuestionó Al que se

incorporó a la conversación en un segundo, después de

devolver la pelota roja a un niño que la lanzó hacia donde

estábamos. Tenía doble carga, más presión para contar lo

sucedido. Mi cara se encendió, pero no por el calor del sol

sino por la vergüenza, que siempre me dejaba colorada en

esas situaciones en las que debía confesar.

“La verdad…eh… Bastian justo estaba saliendo,

entonces se ofreció a llevarme y considerando la situación,

le dije que sí”, dije la verdad mirándolos con los ojos

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entrecerrados, como esperando una violenta reacción. Lo

que no se hizo esperar.

“¿Qué? ¿Te fuiste con ese lunático comprometido?”,

exclamó mi hermano enojado, como había empezado a ser

su costumbre. Nadia lo calmaba para que todos en la playa

no escucharan nuestros problemas.

“Miren, yo sé que me propuse ignorar y demás

tonterías. Pero la verdad es que no puedo seguir con eso.

Él no me hizo nada malo, soy yo la que lo ha tratado mal.

Además, se rió a carcajadas cuando le pregunté si era

casado. Dijo que no era así, como nosotros pensábamos.

Que su anillo era como un compromiso con su padre”,

comenté viendo sus caras. Mi amiga no podía creer lo que

escuchaba. Seguro le parecía imposible que yo me animara

a preguntarle eso a Bastian y se veía contenta ante la

posibilidad de que él no tuviera novia.

“Eso sí que es raro. ¿Compromiso con su padre? ¿Es

de la mafia o de una secta? Me suena a excusa Amy”,

comentó Alexis dirigiendo su vista al mar.

“¿Te gusta Bastian entonces?”, dijo antes de alejarse

a buscar leña para la fogata de la noche.

“Si fuera así, ¿cuál es tu problema?”, grité en su

dirección desafiándolo, pero no respondió. Las personas

que dormían cerca de nosotros me hicieron callar.

“No le hagas caso a Alexis. A mí me parece que

tienes que hacer lo que sientes. Y si estar con él es lo que

quieres, para mí también es así. Ya vamos a convencer a

Al”, dijo mi amiga alentándome. Nos miramos y

suspiramos fuertemente. Ella también había dicho algo

sobre ser fiel a los propios sentimientos, como papá. Dos

personas a las que quería mucho me habían dicho lo

mismo, entonces tenían razón.

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El almuerzo había pasado y varias horas más

también. Nadia se había quedado dormida junto a su

novio, que volvió a hablarme, luego de nuestra pequeña

charla sobre las cosas que le habían sucedido a su padre en

el taller mecánico. Cuando él también se quedó dormido,

comencé a leer un libro que nunca había terminado y me

perdí en sus páginas por completo. Luego de unas horas

más, cuando los personajes actuaban en mi mente, mis

amigos se despertaron, así que otra vez la tarea de terminar

de leerlo quedó inconclusa.

“Hey, aún no hemos entrado al agua. Ya debe estar

tibia. ¡Vamos!”, propuso Alexis y todos nos pusimos de

pie en un instante para seguirlo. Yo no estaba muy segura,

pero no me quedaría a leer, debía aprovechar. Lo difícil

fue dejar el pareo en la reposera. Me sentía tan

desprotegida.

Cuando llegamos, la espuma que arrastraban las olas

estaba a centímetros de nuestros pies. Pude ver un letrero

que decía: CUIDADO CON LOS POZOS.

“¿Qué pozos? No vi ninguno en la arena” dije

creyendo en arenas movedizas o algo por el estilo, dando

gracias de no haber caído en uno de ellos.

“Eh, no, porque no están en la playa sino en el agua.

Cerca de lo profundo. Por eso no se alejen ¿OK? La

corriente suele llevarte sin que te des cuenta”, dijo Alexis,

pero no me provocó ni una reacción su información. Ni

susto ni miedo, nada. No era buena nadadora, pero

tampoco era aventurera, así que me quedaría donde mis

pies aún tocaran la arena bajo el agua y me aferraría al

cuello de quien fuere si algo llegara a pasarme. Los tres

nos quedamos parados con nuestras manos acariciando la

superficie del líquido, el agua nos hacía ir y venir, tenía

que reconocer que la corriente era fuerte.

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Alexis y Nadia quisieron nadar hasta el acantilado

de rocas blancas, pero yo no quise acompañarlos. No

quedaba muy lejos, pero no tenía ganas de mostrar lo mala

que era nadando. Preferí quedarme parada en el agua que

ahora llegaba a mi pecho, lo que significaba que la marea

me había arrastrado mas adentro.

Cada tanto hundía mi cabeza con los ojos abiertos

para ver algunas algas y piedras de colores en el fondo. Así

que seguí con ese juego, dando unos cuantos pasos más

hacia la playa. Bueno, eso creí yo, cuando me di cuenta de

que no estaba apoyando los pies y que había estado yendo

en la dirección contraria. Lo cual me llenó de terror y

comencé a desesperarme, ya que no había nadie cerca.

“¡La va a tapar la ola!”, escuché a alguien gritar.

Cuando levanté mi cabeza, vi que venía hacia mí una

pared movediza que arrasaba con todo a su paso y que lo

haría conmigo también. Me llené de adrenalina y miedo,

traté de apoyar mis pies pero no podía, estaba en un…

¡pozo!, que parecía querer succionarme para arrastrarme a

lo más hondo.

“¡Ayuda, pozo!”, fue lo único que pude gritar,

porque mi boca se había llenado de agua salada.

Lo último que vi en la superficie fue a mis amigos

correr por la arena para zambullirse al rescate, pero

estaban demasiado lejos, eran como hormigas. Unos

segundos después, al no poder ver con claridad ni respirar

bien, supe que estaba bajo el agua, haciendo fuerza para

salir, lo cual me cansaba aún más. Traté de nadar, pero mis

piernas sintieron un gran calambre que no me dejaba

mover. Me estaba hundiendo lentamente, el agua me

llevaba mar adentro. Sentía que iba a morirme de momento

a otro.

Me quedaba poco aire en los pulmones e hice un

gran esfuerzo para contenerlo, pero no aguanté más. Abrí

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mi boca, dejando salir el poco aire que me quedaba y

permitiendo que el agua ingresara en mí. Miré como

hipnotizada los rayos del sol atravesando el agua cristalina.

Luego todo se puso negro y los segundos pasaron. Mi

cuerpo bajaba a un ritmo lento, esperando llegar hasta el

fondo.

Sentí o tal vez imaginé que dos brazos me tomaban

fuertemente, arrastrándome hacia la playa. Gracias a Dios

Alexis podía nadar, me estaba salvando. Al menos eso

pensaba yo que no podía abrir los ojos. O tal vez me

estaba yendo al otro lado y era mi ángel que me

acompañaba. La verdad era que no podía ver ni respirar,

pero escuchaba miles de voces aterradas.

“Apártense, váyanse, no sean morbosos”, lloró una

chica. Sin duda era la voz de Nadia. Escuché que las voces

se alejaban. Algunos decían: “Pobre chica”.

“Ponla en la manta”, dijo Alexis y yo sin poder

reaccionar. Estaba como inconsciente, pero escuchaba las

voces de mis amigos que retumbaban en mis oídos junto

con un zumbido molesto.

“Amy, resiste por favor. No te vayas de mi lado, no

me dejes”, dijo la voz de él, con gran preocupación,

tristeza y llena de impotencia. Alguien me presionaba el

pecho con toda su fuerza. Esas manos, esas cálidas manos

no podían ser de otra persona más que de él.

“Ni se te ocurra hacer eso”, gritó mi amigo con la

voz que ponía cuando me defendía. Le estaba hablando a

alguien más.

“Entonces, si ustedes saben de primeros auxilios,

háganlo, pero rápido, porque se muere. Por favor Alexis,

déjame hacerlo”, suplicó Bastian, tenía que ser él. Seguía

apretando mi pecho. Algo discutían, pero no sabía qué.

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Alguna práctica para salvarme con la que Al no estaba de

acuerdo.

Yo no podía luchar más, estaba demasiado cansada.

Me quería desprender, soltarme de sus manos, estaba

realmente exhausta y a punto de decir adiós. Por suerte

había saludado a mis padres por la mañana, qué lastima

que Martina no estaba levantada para despedirme de ella

también.

Sus dos manos abrieron mi boca suavemente. De

repente, sentí los mismos labios húmedos de ayer, pero

esta vez sobre los míos. Una bocanada de aire ingresó por

mi boca con gran fuerza, mientras dos manos fuertes

seguían apretando mi pecho.

El aire era refrescante, me daba esperanza para tratar

de volver. Sabía a menta y miel mezcladas. Otra vez más.

Y sin darme cuenta abrí los ojos, el sol naranja se estaba

poniendo y dejé salir al final toda el agua de mis

pulmones. Empecé a respirar con dificultad, como una

recién nacida.

Pude ver todo nuevamente, pero sin importar quién

estaba alrededor, enredé mis brazos en su cintura y apoyé

mi cabeza en su duro pecho. Lo único que pude hacer fue

quedarme abrazada a él, con mis ojos aún cerrados, porque

eso calmaba mi miedo. Después de unos minutos, Alexis

aclaró su garganta varias veces y me trajo a la realidad.

“Está bien. Amy, ya estás a salvo. Abre los ojos y

dime que estás bien”, me dijo con su voz suave,

acariciando mi espalda para tranquilizarme. Cuando al fin

pude mirar, lo pude ver.

Su rostro era blanco y perfecto. Sus ojos verdes, a

los que la vida les había vuelto, me miraban tiernamente.

Sus labios rojos esbozaban una hermosa sonrisa. Era él:

Bastian. Mi Bastian. Tuve ganas de sentir sus labios otra

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vez, pero la realidad era otra. Había gente en el lugar y no

podía hacerlo.

“Ya está bien. Se pueden ir, gracias por su ayuda”,

informó Nadia irónicamente a los espectadores. Todos

volvieron a sus lugares, hablando y dando miradas en

nuestra dirección. Seguro iba a ser el comentario de varias

semanas en el colegio. Pero nada me importó, porque

estaba viva.

Me solté de Bastian y abracé a mis amigos

fuertemente. Nadia había dejado de llorar, estaba feliz,

pero un tanto nerviosa. Alexis no dejaba de mirar a mi

salvador. Me sorprendió que no lo hiciera con rabia o

desprecio, sino con ojos de agradecimiento. Bastian se

había ganado su respeto al parecer.

“Gracias por rescatarla. De verdad. Yo nunca

hubiera podido nadar contra semejante ola y llegar a

tiempo”, dijo Al y le dio la mano, Bastian la aceptó. Nadia

me guiñó el ojo. Me di vuelta para ver la situación.

Allí estaba, con su pantalón corto negro empapado,

su cabello aún estaba goteando. Su cuerpo era fuerte, ni

una asimetría se podía ver. Era más alto que mi amigo, sus

músculos un tanto más grandes y tensos. Parecía una

escultura hecha por el mejor artista del mundo.

“Sexy”, susurró Nadia en mi oído, mientras los otros

dos hablaban de algo que no pude escuchar. Me puse

colorada al instante y supe que tenía que agradecerle, pero

no con ellos dos observándome.

Me senté en la silla de playa. Mi voz se había

escuchado áspera. La garganta me molestaba un poco,

entonces les pedí a mis amigos si me podían comprar agua.

Por suerte en la nevera portátil no había más, así que los

dos se alejaron y cruzaron la calle, adonde se encontraban

las tiendas. Al fin podíamos hablar.

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“Muchas gracias. Yo sé que son sólo palabras, pero

no sabes lo agradecida que estoy contigo”, dije mirándolo

a los ojos para que se diera cuenta cuanto apreciaba lo que

había hecho por mi.

“De nada. Es parte de nuestro pacto. Tengo que

protegerte”, comentó sentándose a mi lado. El sol parecía

hundirse en el horizonte para apagar su color naranja, su

fuego rabioso en el mar.

“Es que fue mucho lo que hiciste. En un momento…

sentí que me iba de verdad, no tenía mas ganas de

aferrarme a la vida, de seguir luchando y después con tu

respiración me sentí… salvada”, le dije. No sabía que

significarían esas palabras para él. Pero el ser salvado era

como volver a la vida. Él no me la había dado, pero hizo

que la recuperara y eso era mucho más de lo que cualquier

persona había hecho por mí.

“Estoy feliz de haberte salvado. Me moría si algo te

pasaba. Estuve a punto de enloquecer cuando te vi tan

pálida e inconsciente. Cuando abriste los ojos y supe que

todo estaba bien, me quedé tranquilo al fin”, dijo

acariciando mi rostro con el revés de su mano. Se sentía

tan bien estar a su lado que quería prolongar el momento

para siempre.

“Entonces, ¿esto no cuenta como puntos extra para

dejarme entrar en tu vida? Podría salvarte de peores cosas.

Hoy estaba cerca de ti, pero si fuese parte, si fuese tu

amigo…” dijo él sonriente. Pero no sabía cómo iban a

reaccionar mis amigos a todo esto. No quería arriesgarme a

arruinar las cosas con ellos. Además, ¿qué era eso de

formar parte de mi vida? Sentía que iba más allá de ser

amigos, al menos en mi mente.

“Dame tiempo para pensarlo. Supongo que vas a

tener que irte ahora. No creo que los chicos quieran que

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andes cerca. Ellos… bueno, especialmente Al, a pesar de

que te agradeció recién, no cree en lo de tu anillo”, dije

con mi cara triste. La de él había cambiado bastante.

Estaba mirando detrás de mí, como si hubiera alguien.

“Genial. Mis amigos están detrás de mí y

escucharon todo. Perdiste, Amy”, pensé. Giré para ver y

allí estaban ellos.

“No hay problema, le dije que puede quedarse a

compartir la fogata”, comentó Alexis entrecerrando los

ojos y sacudiendo la cabeza como diciendo: “Te voy a

golpear por haberle dicho eso”. Luego entendí que eso era

lo que estaban hablando, cuando mi amiga me susurró en

la oreja. Al lo había invitado a quedarse.

“¿Cómo hizo Bastian para estar en la playa justo en

ese momento? ¿Me estaba siguiendo?”, las preguntas

quedaron retumbando en mi mente. No tenía ganas de

responderlas.

“Miren… lo del anillo, no es lo que ustedes piensan.

Yo no quiero hacerle daño a Amy, sólo ayudarla, aunque

sé que los tiene a ustedes. Y querer ayudarla no significa

que tengo interés en ella como novia, nada de dobles

intenciones. Tal vez me gustaría ser amigo de ustedes, se

ven divertidos”, comentó él mirándome. Eso me llenó de

dolor, porque me hizo creer las palabras que había dicho.

Se comportó como ayer en el auto, como si enamorarse de

mí no estuviera permitido, como si estuviera rompiendo

alguna clase de regla que yo no conocía.

Mi corazón se partió en pedazos, luego era como si

no lo tuviera o no lo pudiera sentir. Una vez que yo

reconocía que él me gustaba, él había dicho eso, era

doloroso. Pero bueno, tal vez significaba que el trato

seguiría siendo el mismo. Sólo lo dejaría estar cerca.

El fuego iluminaba nuestros rostros. Comimos,

bebimos y escuchamos música. Nos reímos, yo no muy

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animada, contándole todo lo que pasaba en nuestra aula.

Las ganas de Leo de pronunciar en inglés y la imitación de

Al fueron lo más divertido de la tarde. Yo seguía pensando

en que Bastian no estaba interesado en mí, sin poder

concentrarme en la conversación. Bastian cada tanto me

miraba sonriente.

Luego Alexis con un palo, golpeó las leñas

encendidas y pequeñas cenizas naranjas volaron por los

aires cubriéndolo todo. Se esfumaron al instante, como mis

esperanzas en el amor de Bastian.

Las estrellas titilaban en lo alto y la redonda luna

plateada se podía ver sobre el agua, como un espejo.

Cuando se puso fresco volvimos a vestirnos. Los chicos no

lo hicieron, permanecieron tal cual y como estaban.

“Definitivamente es sexy. Qué lastima que no quiere

novia. Ya lo dije una vez, él se lo pierde amiga. Él te

pierde, porque eres hermosa, graciosa, inteligente y buena.

No sé qué más quiere”, dijo mi amiga en el cambiador,

haciendo una lista de mis cualidades. No pensé tener

tantas, pero no acoté nada a lo que había dicho. Era

bastante difícil la situación como para hablar de ella.

Todo ya estaba equipado en el auto. Alexis le

preguntó a Bastian si necesitaba que lo llevaran, pero él

señaló su auto en el estacionamiento. Cuando los chicos

estuvieron dentro, nos quedamos solos unos segundos.

Él estaba de espaldas al auto, cubriéndome, así que

no podían ver nuestras caras. Entonces decidí arriesgarme

de una vez por todas. Tenía que saber si era cierto que yo

no le interesaba. Lo iba a poner a prueba.

“Gracias, gracias, gracias…”, dije susurrando en su

oído. Puse mis manos a los lados de su rostro, como

sosteniéndolo. Me levanté un poco en la punta de mis pies

y llegué a su boca. Otra vez sentí sus suaves y frescos

labios. Su respiración con aroma a menta y miel se quedó

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en mi boca luego del beso robado. Él permaneció inmóvil,

petrificado.

Me apresuré a subir al auto sin mirarlo. Los chicos

no se dieron cuenta de nada, sino ya hubieran dicho algo.

No me conocí a mi misma en ese momento, pero me

alegraba haberlo hecho, porque sentí en ese beso que él

estaba conteniendo sus ganas. Ya averiguaría el porqué.

El auto hizo marcha atrás, así que mis amigos lo

pudieron ver sin moverse todavía, allí parado bajo la luz

blanca de la luna.

“¿Qué le dijiste para que se quede así?”, preguntó

Alexis. Nadia saludó a Bastian con un grito desde su

ventana abierta.

“Nada. Le agradecí por haberme salvado la vida”,

dije humedeciendo mis labios.

Recordé haber estado abrazada a él, protegida entre

sus brazos. Luego él trayéndome a la vida y ese beso que

había sido el mejor de mi vida. Di gracias a Dios por

haberlo puesto en mi camino, porque Bastian con su sola

presencia me hacía sentir salvada.

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Capítulo Siete: Baile

Los días pasaron silenciosos pero apresurados, como

tratando de que no me diera cuenta de que huían de mi.

Las horas se iban entre trabajos finales, miradas

descuidadas y charlas interminables sobre cosas sin

sentido. Hablaba mucho con Bastian, pero nunca decíamos

lo que en verdad queríamos decir, igualmente me

encantaba estar junto a él.

Cada tanto me escapaba al bosque a charlar de

nuestro día, a ver su rostro, sus ojos y a oler su delicioso

perfume. Nunca dijo nada sobre el beso en Playa Calma y

volví a sentir su inocencia al estar en contacto conmigo.

Entonces me quedó claro que realmente no estaba

interesado en mí. Era algo realmente difícil de entender,

estar tan cerca de él y no poder tocar su blanca piel o besar

sus refrescantes labios. Era complicado estar enamorada y

que la otra persona no te correspondiera.

Pensaba que al final sería doloroso para mí, seguir

hablando con él como amiga cuando realmente quería

sobrepasar ese nivel. De todos modos, para mi suerte, con

todo lo que el fin de año traía consigo, lograba olvidarme

de él por momentos. Pero apenas me distraía, Bastian

aparecía de nuevo en mi cabeza y se hacía sentir en mi

corazón.

Muchas otras veces, el fin de semana se hacía

invisible y eso no me gustaba, al menos hasta que lo veía

otra vez, con sus luminosos ojos color esmeralda

viéndome desde el otro lado del comedor. Ahí volvía a ser

real.

En noviembre con mis amigos y compañeros

dedicamos mucho tiempo al diseño de la decoración.

Comenzamos con los preparativos para la gran fiesta de

diciembre, porque queríamos que fuera espectacular, no

por agradar a los del último año, con quienes casi no

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hablábamos, pero para que no fuera una fiesta aburrida

como solían ser. También para que todos vieran lo que

éramos capaces de lograr.

El gran salón donde el baile y nuestros cumpleaños

tendrían lugar, había quedado más que perfecto. Fue aún

mejor de lo que todos los alumnos de cuarto año de la

secundaria Highland nos imaginábamos.

Habíamos decidido que la decoración se remontara a

cientos de años atrás. Con Nadia habíamos pensado y ya

propuesto a los demás, en transformar el inmenso espacio

que teníamos en la mansión del señor Bingley, donde las

hermanas Bennet solían tener fantásticos bailes. Y al ser

las únicas que habíamos leído Orgullo y Prejuicio, el libro

de Jane Austen y visto la película también, los demás

confiaron en nuestra decisión. Les mostramos un día en el

televisor de la escuela, las imágenes de la película y a

todos pareció gustarle. Gina nos miró con cara de

resignación, seguramente odiándose, porque a ella no se le

había ocurrido nada.

Los deportistas ayudaron con las tareas pesadas,

pues para algo debían servir tantos músculos y las

populares, lideradas por Gina, su abeja reina, sólo miraban

o alcanzaban una u otra cosa que al final no usábamos en

la decoración.

Finalmente, unas varias semanas antes del gran día,

el salón quedó terminado para alegría de todos.

Cuatro arañas de cristal, que no sabía quién había

conseguido, pendían majestuosamente del techo. Las

paredes estaban cubiertas por lienzos blancos en su

mayoría, que imitaban las cortinas de grandes ventanales.

En ambos laterales, había tres cuadros pintados por Clara

Herman que le daban un toque especial y de elegancia.

Pero lo más importante: el gran escenario era lo que nos

había dejado con la boca abierta. Logramos construir la

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fachada de un palacete inglés para imitar la casa del señor

Bingley. Por la gran puerta saldrían los egresados en

pareja, para que todo el mundo los pudiera ver. Bajarían

una escalinata, donde se tomarían la foto de recuerdo.

Unos pasos más adelante, colocamos una fuente de agua

que estaría iluminada y funcionaría esa noche tan especial.

Luego, había una gran pista de baile y en los laterales bajo

los cuadros, largas mesas de manteles blancos donde

estaría la comida.

Ese día habíamos quedado más que satisfechos con

la tarea realizada, porque a pesar de las diferencias,

hicimos un buen trabajo de equipo. Cuando la directora

entró a ver, mejor dicho, inspeccionar, porque antes le

habíamos prohibido hacerlo, casi se desmayó al ver la

magnitud de la decoración de sus queridos alumnos de

cuarto año. Lo que era todo un mérito, ya que el colegio no

había puesto un solo peso para el logro del objetivo.

Ya en diciembre, unos días antes del baile, Nadia

planificó un sábado en el que iríamos a elegir la ropa en las

tiendas.

“A las mejores tiendas de Puerto Azul”, había dicho

ella. Definitivamente la necesitaría, porque hacia mucho

no compraba vestidos para ocasiones tan especiales como

esa. Una fiesta que a pesar de significar la graduación de

los chicos de quinto año, también me hacía sentir que

estaba a un paso de la mía, a poco tiempo de terminar el

colegio.

Tomé bastante dinero que tenía ahorrado para

comprar varios libros, que postergaría obviamente. Mamá

me dio un poco más y salí cuando el auto estacionó en el

lugar de siempre. Pensé que Alexis no nos iba a

acompañar, pero siendo novio de mi amiga, era más que

obvio que le elegiría la ropa a él también.

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Cuando vi su cara en el auto no parecía muy

animado. Seguro le daba vergüenza andar de compras con

chicas. Pero primero: una de esas chicas era su novia y la

otra su amiga. Y segundo: nadie tenía mejor sentido y

gusto que Nadia, cuando de vestir se trataba. Para mi

tampoco era una de las mejores actividades, pero lo

tomaría con calma, como si fuera un corto trámite y

pondría lo mejor de mí, así que los dos mostramos una

cara de “resignación alegre”.

Nunca le había prestado atención al centro de la

ciudad, porque siempre que pasaba por allí iba distraída,

pero ese día me tomé un tiempo para observar.

La gran avenida estaba llena de autos que circulaban

a poca velocidad. Las veredas estaban repletas de personas

indecisas. Las madres tiraban a sus hijos pequeños del

brazo, alejándolos de las tentadoras jugueterías. Las

grandes vidrieras tenían ropa muy a la moda y también

cosas excéntricas. Nunca había mirado más que la librería

cuando iba al centro, que era mi refugio.

Como era de imaginar, el trámite no sería para nada

corto. Nadia nos llevó de una tienda a la otra, haciéndonos

probar miles de prendas, lo que al final se tornó cansador.

“Es mejor saber lo que todas ofrecen, así después

volvemos a la tienda que tenía la mejor ropa”, dijo

guiñando su ojo, como una experta en eso de las compras.

Como si nos hubiera develado un gran secreto.

El traje de Alexis fue lo primero que compramos, lo

vimos en el espejo con todos los accesorios: corbata,

zapatos que combinaban y parecía un modelo de verdad,

seguramente opacaría a cualquier egresado de quinto año.

Si de esa forma nos vestía para un baile ajeno, no me

imaginaba como nos iba a vestir mi amiga el día de

nuestro propio baile.

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La segunda en elegir fui yo, no tardé para nada. Fue

la ropa que vi en la segunda tienda. Me compré un vestido

y zapatos, nada más. La ultima en decidirse fue Nadia, por

supuesto. Tenía la difícil tarea de elegir entre tres vestidos

igual de hermosos. Pero finalmente y después de

combinarlo con los zapatos que se había comprado, se

decidió por uno de ellos.

El trámite había terminado cuando la caja

registradora sonó para cobrarnos lo que habíamos

comprado.

Miré la hora, ya era cerca de la una de la tarde,

entonces fuimos a comer a un lugar con vista hacia a la

calle. En el podíamos ver todo lo que pasaba en el exterior.

Teníamos una cierta fascinación por los comedores de

grandes ventanas.

Así como una semana antes mi amiga se había

adelantado para comprar ropa, el día del baile llegó a casa

a las siete de la tarde, para prepararnos hasta las diez de la

noche, que era cuando la celebración tendría lugar.

Obviamente ese día era mi cumpleaños también, así

que recibí regalos y saludos todo el día. Me mandaron

mensajes de texto muchos de mis compañeros, que no

pensaba que lo harían y, bueno, Leo también. Nando me

escribió un mail y le adjuntó una tarjeta que me gustó

mucho. Hasta mi abuela había venido a visitarnos desde

Santa María. Se quedaría unas semanas hasta después de

las fiestas de Navidad y Año Nuevo. Nunca antes había

tenido un cumpleaños así, ese había sido completamente

diferente a los anteriores.

Salí del baño acalorada a pesar de haberme bañado,

con la bata blanca puesta y mi amiga ya estaba aprontando

todo su equipo de maquillaje, su material de trabajo. La

ropa estaba sobre la cama y ella la protegía con suma

delicadeza para que no se arrugara.

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“¿Cómo piensas peinarte?”, dijo mirándome

seriamente, como si mi cabello fuera unproblema

nacional.

“Como siempre. ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo?”

dije sentándome a su lado. Las mariposas de vidrio

sonaban, la brisa que entraba por la ventana las hacía

mover.

“¿Por qué?, preguntas. No tiene nada de malo, pero

peinarlo como siempre está bien para todos los días y

entiendo que ames el peinado de Rose Dawson, pero es tu

cumpleaños. Esto es una gran fiesta y tú eres Amy, no

Kate Winslet”, dijo agachándose. No entendí lo que hacía,

sólo revolvía cosas en un bolso negro buscando algo.

Finalmente tomó una plancha para el pelo y me dio una

sonrisa, como una desquiciada que me amenazaba con un

arma.

“OK, pero más te vale que no quede espantosa”,

amenacé, cuando la vi tomar unas tijeras, un tanto asustada

por lo que iba a hacer. ¿Qué estaba pensando? Pronto lo

iba a descubrir.

“No te preocupes, soy una Barbie y sé cómo peinar.

Además tu pelo es hermoso, todo se adapta a tu cara, te va

a quedar bien. Te lo aseguro”, afirmó bromeando con lo de

ser una muñeca.

Me sentó en un banco frente al espejo, como si fuese

una peluquería. Mi pelo ya estaba seco, entonces comenzó

a plancharlo. Lentamente iba quedando lacio, cayendo

sobre mis hombros y espalda, era bastante largo. Mi cara

fue cambiando de a poco, pero no para mal. Era diferente,

pero se veía demasiado bien. Cuando ya estuvo todo

planchado, hasta mi flequillo que caía sobre mis ojos, con

dificultad pude verla tomar las tijeras. Sólo cerré mis ojos,

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respiré hondo y escuché las filosas hojas sonar. Unos

minutos pasaron.

“Ya está. Mejor que en la revista que vi por la

mañana”, dijo mi amiga sacudiéndome para que me mirara

en el espejo.

No lo podía creer. Esa definitivamente no era la

típica yo. Era… cómo decirlo… LINDA, en verdad.

Confirmé que según el corte de pelo las caras de las

personas cambiaban. Mi cabello colorado estaba

espectacular con ese corte, que era sólo mi pelo planchado

y un flequillo recto sobre la frente.

“Genial. Gracias amiga. Es fantástico”, agradecí

abrazándola.

“Thank you”, dijo riéndose. Limpiamos todo porque

era hora de vestirse. Bueno, esa parte no estaba segura si

saldría tan bien, porque yo había elegido mi ropa una

semana atrás sin hacerle caso a las recomendaciones que

ella me daba. Siendo ella la que realmente había acertado

con el nuevo “look”, no estaba confiada de mi elección de

la ropa.

Decidí cambiarme en el baño para que no me viera o

me diera instrucciones. Detestaba que la gente me

estuviera diciendo qué hacer y no quería pelearme con ella.

Cuando estuve lista decidí mostrarle cómo había

quedado. Salí del baño mordiéndome los labios esperando

ver la reacción en su cara. Ella era demasiado expresiva,

así que sólo bastaba verle la cara para darse cuenta si la

respuesta era negativa o positiva.

“Es-pec-ta-cu-lar. Definitivamente tienes que

confiar más en tu instinto. Mírate en el espejo, estás

preciosa. Leo va a enloquecer”, bromeó y golpeé su

hombro.

Me demostró con su cara que era verdad lo que

decía, la respuesta había sido positiva.

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Me paré frente al espejo grande, que estaba al lado

de la biblioteca. Aún no me terminaba de convencer. Lo

que hacía un corte de pelo y ropa linda era increíble.

Había elegido un vestido de encaje negro, corto, que

sólo me cubría desde el pecho hasta por encima de la

rodilla. Era ajustado y denotaba mi cuerpo, que mi amiga

había elogiado aquel día en la playa. Las sandalias eran de

taco alto y se ajustaban con una hebilla plateada por

encima de los tobillos. Estaba realmente bien, más de lo

que me había imaginado y unos centímetros más alta.

Luego faltaba el maquillaje. No me puse en exceso

ya que no me gustaba. Nadia me delineó los ojos para que

resaltara mi color “miel especial”, como ella decía.

“Cierra los ojos”, dijo cerca de mi oído. No sabía

cuál era el motivo, pero lo hice sin dudar. Escuché el ruido

de papel, como si estuviera desenvolviendo algo. A los

segundos sentí algo frío sobre la parte de mi pecho que

quedaba descubierto y una cadena rodear mi cuello.

“Feliz cumpleaños”, exclamó Nadia. Cuando abrí

los ojos, vi la cadena de plata que había sentido antes. Esta

terminaba en un colgante. Era la hermosa silueta de una

mariposa plateada con las alas abiertas. El mejor regalo

que me había hecho hasta el momento.

La vida me estaba dando tanto que temía el

momento cuando me quitara cosas, porque siempre pensé

que debía haber un equilibrio.

“Gracias. No sé qué más decir. Todo lo que haces

por mí es mucho. Gracias”, dije tomando su mano. Esa

mariposa había costado mucho seguramente.

“De nada amiga. Es un regalo de Al y mío. Me

alegro que te guste. Bueno, ahora ayúdame a vestirme. Te

tengo que dar crédito por la elección de ese vestido y

zapatos”, comentó buscando su ropa.

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Nadia había quedado perfecta cuando terminamos.

Le ayudé a rizar su pelo para que quedara ondulado y con

más volumen. Se puso un vestido rojo, corto, que cubría

uno de sus hombros y el otro quedaba al descubierto. La

fina y suave tela caía perfecta sobre su cuerpo. Eligió

zapatos de taco alto en el mismo color, se maquilló un

poco más que yo resaltando aun más su belleza y se puso

aros y un collar que combinaba perfecto, por fin la muñeca

estaba lista.

Nos despedimos de mi familia cuando Alexis pasó a

buscarnos. El auto brillaba porque había sido recién

lavado. En un momento pensé que de verdad íbamos a

opacar a las estrellas del baile que eran los de quinto año,

pero no me importó.

Mi amigo estaba hermoso en un traje de corte

moderno y negro al igual que sus zapatos y corbata, la

camisa azul le quedaba muy bien. Hasta se había peinado

de otra manera que seguramente su novia le había

recomendado. Podía ver en él la misma sorpresa que tuve

al quedar “linda” frente al espejo.

Él bajó del auto corriendo para abrirnos la puerta.

Mamá, Martina, la abuela y papá nos miraban sonrientes

desde la entrada. Apenas me habían visto bajar las

escaleras, pensaron que Nadia me había cambiado por otra.

“Muchas gracias caballero. Estás muy lindo,

hermano”, dije después de bromear con Alexis y dándole

un beso.

“Usted también, señorita Bennet. Feliz

cumpleaños”, bromeó él usando el apellido de Elizabeth de

Orgullo y Prejuicio, el personaje que más me gustaba en

esa novela. En esos meses me habían llegado a conocer

demasiado. Realmente eranmis verdaderos amigos,

porque en poco tiempo pudieron conocerme entera, tal

cual y como era.

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“Los tres estamos geniales. Ahora a divertirse”,

propuso Nadia. El auto se alejó hacia la magnífica fiesta

que nos esperaba en el Highland.

Al bajar del auto estaba un poco nerviosa. Desde

lejos ya se podía escuchar el apagado retumbar de los

parlantes. La música debía estar a todo volumen en el

interior.

La entrada al colegio era digna de una entrega de

premios internacionales. Todos estaban tan bien vestidos

para la ocasión. Largos vestidos que llegaban al suelo,

otros cortos, de todos colores. Los chicos se veían tan

elegantes en sus trajes. Era difícil creer que éramos esa

diferente masa uniforme de ropa desalineada, que se movía

por los pasillos del colegio cuando sonaba el timbre de

entrada.

Gina y Augusto pasaron al lado nuestro y ni siquiera

nos miraron, pero tenía que reconocer que estaban

maravillosos los dos, como una pareja de actores.

Cuando entramos al salón magníficamente decorado

e iluminado, la directora ya estaba hablando. Dándonos la

bienvenida a todos, saludando a los padres de los

egresados y comenzó con un aburrido discurso, que me di

cuenta de que acortó, porque nadie la escuchaba.

Luego, las luces se apagaron y los reflectores

iluminaron solamente la fachada del palacete que

habíamos construido. Hubo risas y aplausos mientras las

parejas comenzaron a descender la escalinata para tomarse

fotos. Algunos preferían hacerlo al lado de la fuente de

agua, en la que el líquido cristalino no dejaba de moverse.

Luego bailaron el vals tradicional. Las mujeres con

sus padres, hermanos y novios. Los varones con sus

madres, hermanas y novias. Nunca me habían interesado

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tanto esas costumbres hasta el momento, pero pensé que

era el mundo en el que vivía y de esa manera había que

hacer las cosas.

Los tres estábamos mirando como los demás

bailaban. Otras parejas se sumaron, entonces Nadia le

pidió a Alexis que lo hicieran también, así practicaban el

vals para el año siguiente. Los animé a hacerlo, rogando

que Leo, quien estaba frente a mí del otro lado de la

multitud, no se animara a venir. Lo había visto dar unos

pasos indecisos hacia donde estaba yo, pero luego desistió

y volvió a su lugar.

De repente me alejé del mundo, de la muchedumbre,

de todo lo real. Un perfume delicioso y conocido abarcó

mi sentido del olfato. Luego dos manos inocentes y cálidas

se posaron en mi cintura e hicieron que los escalofríos

corrieran por mi espalda. Mis amigos estaban congelados y

atónitos en la pista de baile. Ese no podía ser Leo, porque

yo sabía perfectamente quién era.

“Amy. ¿Quieres bailar conmigo?”, dijo con su voz

suave y calma. Seguí mirando a mis amigos. Nadia hacia

miles de muecas, movía su cabeza sin disimular para que

me diera vuelta, así que lo hice.

¿Quién más iba a ser? Bastian, por supuesto. Estaba

perfecto y alto parado detrás de mí, con una mano

extendida como si supiera que mi respuesta sería

afirmativa, que iba a bailar con él. No podía dejar de

mirarlo. Su cabello cayendo lacio sobre su ojo izquierdo.

Vestido con un chaleco negro de moda, camisa blanca,

corbata negra y fina, pantalón y zapatos del mismo color.

La ropa ajustada a su cuerpo hacía parecer que esta estaba

diseñada especialmente para él. Su piel blanca brillaba,

pero no tanto como sus ojos.

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“¿Qué dices? ¿Bailamos?”, preguntó con su mano

aún extendida. Respiré hondo y puse mi mano en la suya

sin dudarlo. Nadia guiñó un ojo y Al se reía.

“Por supuesto caballero”, bromeé, seguro por los

nervios que tenía. Me dejé llevar entre la gente, bajo la

tenue luz de las arañas de cristal, mientras la banda seguía

tocando. El momento no pudo ser más mágico.

“Te advierto que no soy muy buena bailando”,

comenté mirando para ver cómo los demás lo hacían

¿Cómo saber si era buena? NUNCA había bailado.

“No importa, yo tampoco, pero lo importante es

compartir la música y dejarse llevar”, dijo. Me hizo poner

suavemente mi mano izquierda sobre su hombro, colocó

una de sus manos en mi cintura, lo que volvió a

producirme escalofríos y luego nos tomamos la mano

libre. Nos pusimos de acuerdo, él contó hasta tres

mirándome sonriente y todo comenzó a fluir de forma

natural. No era para nada difícil, realmente estaba

bailando.

Los minutos pasaban y nos habíamos quedado en

silencio. Ni uno de los dos se animaba a decir algo. Al

menos yo no lo haría. Hasta que el silencio se rompió.

“¿Sabes? Pensé que iba a recibir una bofetada

cuando te invité a bailar”, dijo mirándome con su mejor

sonrisa en los labios.

“¿Por qué? Soy rara pero no loca. Igual tengo que

admitir que me tomaste por sorpresa”, dije riéndome. No

entendía de qué estaba hablando.

“No es eso. Es que… por un momento pensé que

eras otra. Estás MUY hermosa, tu pelo me gusta, bueno…

ya te lo había dicho, todo me gusta de ti”, comentó

humedeciendo sus labios y pensé que me iba a desmayar.

¿Por qué me hacia esto? Me hablaba de esa forma

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enfatizando que estaba tan linda, pero no le interesaba y ni

se acordaba de mi beso.

“Tú estás MUY lindo también. Me gusta cómo te

vistes, siempre. Y tus ojos son… preciosos. Tú eres…

perfecto”, dije bajando mi mirada y sonrojándome. Me

había dicho que no iba a seguir con esto, pero no podía

evitarlo. Lo tenía tan cerca y él había empezado el juego

del coqueteo, así que debía seguir.

“Gracias. Tú eres la perfecta aquí”, dijo levantando

mi cara con sus dedos, para que lo pudiera ver. Y el

momento en el que sus labios casi tocaron los míos fue

interrumpido, cuando todas las luces brillantes que nos

cegaban se encendieron a la vez.

“¿Qué pasa ahora?”, pregunté mirando a mi

alrededor y vi que todos miraban hacia el palacio. En el

último escalón se encontraban Nadia y Alexis. Mi amiga

con un micrófono en la mano, iba a hablar.

“¡No puedes estar haciendo esto!”, me dije, pero ya

era muy tarde. Sabía lo que mi amiga se traía entre manos.

“Hola a todos. Quiero pedirles que juntos cantemos

para festejar el cumpleaños de una chica que hace un año

está con nosotros: Amelie Roger. Nuestra querida Amy,

quien pensó la idea para la hermosa decoración que

pueden ver”, gritó Nadia con voz estridente. El color rojo

invadió mi cara, todos se dieron vuelta para mirarme.

Mejor dicho, miraban algo que había detrás de mí. Algo

que estaba pasando y yo no me daba cuenta.

Mi familia, abuela incluida, que habían estado

misteriosos toda la tarde, Clara y Héctor también, venían

con una torta llena de velas encendidas. Todos

comenzaron a cantar, no sabía si me conocían, me querían,

me odiaban, o era sólo la hija del intendente, pero cantaron

a viva voz. ¿Puede ser que haya sentido ganas de llorar?

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Nadia y Al volvieron a mi lado. Todos me

saludaron, besaron y abrazaron. Luego se pusieron a hablar

entre ellos.

Sus dos manos se instalaron en mi cintura otra vez,

mientras los otros estaban distraídos aprontando la mesa de

comidas. Su fresco aliento se posó en mi cuello y su voz

dulce en mi oído.

“Feliz cumpleaños. Espero que esta sea la noche

más especial y mágica de tu vida. Te quiero mucho.

Adiós”, dijo solamente y me dejó estática otra vez, como

acostumbraba a hacer. Quise darle las gracias, pero me

quedé unos segundos pensando que él había dicho que me

quería y cuando giré a ver ya no estaba, se había ido,

esfumado a mis espaldas.

Martina me tomó de la mano y me llevó hacia la

mesa de comidas donde estaban mis seres amados. Todos

éramos una familia. La imagen de ellos, el sonido de sus

risas, sus abrazos y su amor, quedaría impresa en mi mente

para siempre.

No sabía si estaba madurando, creciendo, más

sentimental o, ¿por qué no?, más patética. Pero las luces, la

música, el brindis con champagne en copas finas de cristal

que nunca había probado y mi amor imposible alejándose

de mí hicieron que una lágrima rodara por mi mejilla.

La sequé inmediatamente, esperando que el

maquillaje no se hubiera arruinado. Además, Nadia se

acercaba a hablarme y no debía verme así.

“Amy. ¿Dónde está Bastian? Fue genial verlos

bailar”, preguntó mirando en varias direcciones, tratando

de encontrarlo.

“Sólo tuvo que… irse”, comenté tratando de estar

más alegre, pero no podía. Me reincorporé a la fiesta que

mi familia y amigos habían preparado a mis espaldas.

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Al final de la noche ya en mi habitación, me quedé

mirando las estrellas y las torres de la catedral a través de

mi ventana, deseando con toda mi alma ver de nuevo a

Bastian. Por alguna razón, a pesar de que él me había

dejado en claro que siempre estaría cerca, sentí que se

había despedido de mí para siempre.

Capítulo Ocho: Pérdida Irreparable

Los días pasaron más rápido que de costumbre,

como últimamente estaba sucediendo en mi nueva vida.

Tal vez no tenía tiempo ni ganas de darme cuenta porque

pasaba tantas horas con los chicos divirtiéndome, que

perdía la noción del tiempo.

Cuando estaba sola por la mañana, me aburría

mucho, esperando que llegara la tarde. Miraba por la

ventana mientras las nubes se movían lentamente por el

cielo, hasta que veía estacionarse el auto negro. Luego

pasaba toda la tarde con ellos, siempre cenábamos juntos,

así que volvía cuando ya era demasiado tarde por la noche.

En casa no me veían mucho la cara en esos días,

pero al menos tenían a la abuela con quien entretenerse,

mientras yo no estaba. La llevaban a recorrer lugares y

enseñarle las atracciones de Puerto Azul, tratando de

convencerla de que se mudara a vivir con nosotros, pero

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ella se oponía, decía que ya extrañaba mucho a sus perros,

sus flores y todas sus cosas.

Las fiestas: Navidad y Año Nuevo junto con las

vacaciones, fueron momentos en los que sentí la misma

felicidad enorme que había experimentado el día del baile

en el colegio.

Nadia comenzó a insistir con su idea de vestirnos

como “estrellas” para salir a bailar, a lo que mis padres

accedieron, por haber aprobado el año y haberme

comportado tan bien. Pero dentro de todo lo maravilloso

que estaba viviendo algo estaba faltando. Mis ojos querían

encontrar a esa persona, mi nariz quería respirar su

perfume, mis labios querían sentir la frescura de los suyos

y mi corazón lo necesitaba para latir y sentirse aún más

alegre. Tal vez me podrían llamar obsesiva, pero cuando

uno amaba alguien y tan fuertemente, no se rendiría tan

fácilmente.

Mi presentimiento de aquella noche después del

baile se hizo realidad, pues no había vuelto a ver a Bastian

ya casi por un mes, así que realmente se había despedido

de mí, tal vez para siempre.

A veces hasta inventaba excusas para andar cerca de

la catedral o ir a misa, cosa que nunca había hecho en

años, pero ni noticias de él. No quería llegar al punto de

preguntarle al Padre Tomás que había sido de su ayudante,

porque eso se vería muy raro ante los ojos del sacerdote.

Pero a pesar de mostrarme feliz por fuera, me estaba

muriendo por dentro, marchitándome en silencio sin la

presencia de él.

Con tristeza, a medida que los días transcurrían

empecé a olvidarme de cómo era. Se alejaba de mí su

perfecto y bello rostro. Se iba su perfume, con el que me

daba cuenta de que estaba detrás de mí, a pesar de no

verlo. Me estaba olvidando de sus manos calidas, sus

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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labios frescos, su aliento con aroma a menta y miel, y de

sus brillantes ojos verdes. La ausencia de su figura en cada

rincón al que volteaba me atormentaba, porque tenía que

reconocer que Bastian ya no estaba cerca de mí. Entonces

mi felicidad no era para nada completa. Llegué al punto de

temer por mi salud mental cuando creí verlo saludándome

desde una de las torres de la catedral, sonriente como

siempre. Solía dejar las ventanas abiertas por la noche,

como si él pudiera escalar hasta el alto primer piso de mi

casa para verme, protegerme y abrazarme otra vez.

Hasta mis sueños lo habían eliminado, ya que el

ángel había vuelto a ser el mismo y no tenía su cara. Era

otra vez un misterioso, alguien que no quería darse a

conocer. Así, entre alegría y ausencia unos días más

pasaron.

Cuando papá me dijo que llevaríamos a la abuela de

regreso a Santa María, me sentí bien, creí que eso no podía

ser tan malo. A pesar de que no vería a mis amigos por

unos cuantos días, sabía que debía darles tiempo para

respirar y estar juntos también, no quería ser una carga

para ellos, por más que me dijeran que no lo era y que les

encantaba estar conmigo.

Creí que el estar lejos de Puerto Azul, el volver a

recorrer las calles de Santa María, me ayudaría a superar la

tristeza de no ver a Bastian, pero no creía en recetas ni

soluciones mágicas. Sabía que lo amaba profundamente

con todo mi ser y que no podría sacármelo de la cabeza, a

pesar de alejarme de la ciudad.

Tal vez en marzo, pensé, cuando las clases

comenzaran otra vez lo volvería a ver detrás de la barra de

comidas. Él estaría sonriente, hermoso y me hablaría, si

aún quería hacerlo.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Me despedí de los chicos por la tarde, al igual que

de Clara y Héctor. Los padres de Nadia eran como unos

tíos muy queridos para mí, más que eso aún, así que no

podía irme sin despedirme. Me había acostumbrado tanto a

tenerlos cerca esos últimos meses, que fue difícil verlos

saludándome mientras la gran camioneta roja familiar se

alejaba. Los cuatro se quedaron mirando con los ojos

vacíos hasta que no pude verlos más. ¿Qué extraño era

querer a alguien? Extrañar también lo era y sabía que lo

iba a hacer. Seguramente los llamaría para que me

rescataran del aburrimiento. Ya tenía ese plan en la cabeza,

no me importaba que mis padres se enojaran por ello.

Teníamos que recorrer unos doscientos kilómetros

para llegar a la casa de la abuela. No era demasiado lejos,

pero a papá no le gustaba manejar rápido, así que el viaje

tomaría varias horas.

Martina estaba cantando canciones que había

aprendido en la escuela, los demás se sumaron, así que lo

hice también. Era más divertido de lo que había pensado.

Eran mi familia, no podía aburrirme con ellos.

El calor de los primeros días de enero fue tremendo,

lo que me hizo pensar que algún día el sol lo quemaría

todo. Sin importar que el aire acondicionado estuviera

encendido, bajé el vidrio, porque me encantaba sentir el

viento golpeando mi cara. Era una de esas cosas que me

encantaba. Además podía apreciar mejor los paisajes y los

campos verdes que pasaban frente a mis ojos.

Luego de un tiempo de viaje, el sol poco a poco

comenzó a desaparecer. Nos habíamos alejado bastante de

Puerto Azul cuando los autos comenzaron a encender sus

luces, lo que indicó que la noche estaba llegando.

Después de varios juegos a los que me había unido

para pasar el rato, como decir rápidamente las patentes de

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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los autos, Martina y la abuela se quedaron completamente

dormidas. Me dejaron sola para pensar, cosa que no quería

hacer, porque siempre que lo hacía su rostro venía a mi

mente. Mamá y papá escuchaban atentamente un programa

sobre política en la radio y no quise interrumpirlos, así que

me había quedado mirando al frente, inmóvil en mi lugar.

Estaba contenta de que ellos estuvieran conmigo, no

sabía el porqué, pero sentí la necesidad de guardarme sus

rostros. Los miré por varios minutos. Mi madre con esa

ligera sonrisa dibujada en sus labios todo el tiempo me

hacía sonreír y pensar siempre en cosas agradables. Mi

padre tenía unos ojos llenos de sabiduría, por eso siempre

me los quedaba mirando fijamente, como si estos pudieran

decirme algo de mi futuro. Martina y mi abuela eran

parecidas, tenían rostros hermosos y ojos inocentes. Pero a

veces en ellos se encendía la chispa de la travesura. Por

algún motivo quise que esas imágenes me quedaran para

siempre.

Una luz brillante que atrapó la esquina de mi ojo

derecho, me sacó de la concentración. Mi cabeza giró

rápidamente y me quedé sin respirar, aterrada. Los demás

no reaccionaban y no importaba que yo gritara para alertar

a papá.

Vi dos luces amarillas, brillantes y en medio

distinguí la placa de la patente. DIA 666. Esa era. Con el

extraño número que muchos atribuían al señor del mal.

El vehiculo salió de la calle que atravesaba la ruta

principal, por la que íbamos nosotros. Nos embistió con su

lado izquierdo en una maniobra para esquivarnos, lo cual

finalmente pudo hacer. A pesar de habernos impactado se

fue a gran velocidad, escapando, por suerte para él, de un

destino fatal.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

139MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Papá perdió el control y se desvió hasta el centro de

la ruta. Comenzamos a gritar cuando casi chocó a un

camión que venía de frente. Logró sacarnos del medio lo

mas rápido posible, cruzándose frente al gigantesco

transporte.

El terreno no era para nada llano, estábamos en una

gran elevación, así que la camioneta empezó a sacudirse.

Papa trató de frenar, lo que hizo que las cosas empeoraran,

empezamos a rodar cuesta abajo a toda velocidad.

Sólo pude oír los vidrios estallando, el débil metal

retorciéndose y Martina gritó con su aguda voz, hasta que

se apagó en un segundo. Mamá y papá se tomaron de la

mano y yo cubrí mi cara para que los cristales no me

lastimaran el rostro. Después no recordé más nada de ese

horrible momento en el que la camioneta se hizo pequeña.

- 0 – 0 – 0 -

Luego de varios minutos, horas o lo que fuere, sólo

hubo silencio. Nada de ruidos que llegaran hasta mí. Mis

ojos tardaron un poco en abrirse, la penumbra era

aterradora. Sentí mi cabeza mojada, entonces llevé mi

mano a la frente para tocar mi piel húmeda y pude ver que

mis dedos estaban rojos, manchados con sangre.

Primero pensé que ya era de día, porque una luz

amarilla me alumbraba los ojos, pero no era el sol. Era la

luna la que me iluminaba.

Había varias personas a mí alrededor, los ruidos por

fin se dejaron escuchar. Eran voces preocupadas, nerviosas

y pasos apresurados. Unas luces giraban sobre un vehículo

blanco, que supuse era una ambulancia. Miré hacia arriba

cuando cuatro llamas de fuego parecieron consumirse en el

cielo. Definitivamente mis ojos no estaban bien, ya que

todo era borroso frente a ellos.

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Después bajé la mirada, para ubicar a mis familiares.

Entre las personas que no dejaban de moverse, me pareció

ver la cara de Bastian por un segundo, luego giró y se fue.

Estaba enloqueciendo, pero deseaba con toda mi alma que

estuviera allí, cosa que nunca pasó. Realmente lo

necesitaba en ese momento de gran confusión.

Volví a tratar de buscar a mis seres queridos,

cerrando y abriendo varias veces mis ojos para poder ver

mejor. Solo vi que una mujer rubia cerraba la última de

cuatro bolsas plásticas, donde había cuerpos que no se

movían. No tuve que pensar mucho para entender lo que

había pasado.

Me quedé allí tendida en el piso, congelada a pesar

de que era verano, con mi frente ensangrentada, un leve

dolor en mi cuerpo y siendo la única sobreviviente del

accidente, por desgracia.

Me quedé mirando las estrellas en el cielo negro,

tapada con una manta que uno de los enfermeros había

puesto sobre mí. Me pareció estar flotando sobre un

océano frío de aguas negras que mi mente había creado.

No quise hablar, llorar o sentir. Si lo hubiera intentado,

hubiese sido completamente en vano. No quise pensar más

y mis ojos se cerraron.

Cuando volví a mirar a mí alrededor, todo había

cambiado. Traté de encontrarlos a mi lado, pero no había

tenido una pesadilla esa vez. Sabía que no los iba a

encontrar y pensé que sería menos doloroso si no les veía

la cara.

Pude oler el aroma a limón, de un producto para

limpiar el piso que era bastante repugnante y me dio ganas

de vomitar, pero por suerte me contuve. Las cerámicas

blancas estaban relucientes, como en muchos hospitales,

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así que supuse que allí estaba. Sobre la puerta había un

cartel que decía: HOSPITAL DE PUERTO AZUL, al

menos había vuelto a la ciudad.

La cama era suave, el ambiente caluroso y el sol

empezaba a alumbrar el mundo, haciendo que sus rayos

llegaran hasta mí a través de la ventana. Un ventilador

giraba lentamente sobre mi cabeza, me quede mirándolo

por varios minutos.

Luego me di cuenta de que alguien sostenía mi

mano y que la cabeza de esa misma persona, estaba sobre

mi estómago. El cabello rubio de muñeca, no podía ser

otro que el de Nadia, que lloraba casi en silencio sobre mí

tratando de no despertarme.

Alexis estaba dormido en un sofá, cerca de la cama.

Intenté decir algo pero no pude, las palabras no querían

salir. Sólo logré apretar con un poco de fuerza la mano de

mi amiga que enseguida reaccionó. No sentía dolor, no

estaba cansada, pero no quería moverme o hablar. Era

como si no quisiera vivir, pero aún en ese momento tan

difícil, verlos a ellos encendía una chispa de optimismo en

mí.

“Al, se despertó. ¡Al!”, gritó ella haciendo doler mis

oídos. Mi amigo corrió a nuestro lado. Definitivamente me

hacía sentir bien el saber que ellos estaban allí.

El vacío que sentía era impresionante. El dolor, lo

más fuerte que alguna vez había sentido, no era corporal

sino del alma. Era como que cortaba cada parte de mi ser,

pero me di cuenta de que en realidad no podía sentirlo, era

en vano, no existía nada en ese momento. Me había

quedado despojada de sentimientos, no había risas ni

llantos. Creía que si pudiera meter mi mano en mi pecho,

no encontraría mi corazón, porque estaba completamente

destruido, invisible y ausente. Ausencia y más ausencia.

La vida me había dado tantas cosas unos meses atrás, pero

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pareció cobrárselo otra vez. Esa revancha, era lo que había

estado temiendo.

No lloré, ya que no pude, no sabía qué decir, aunque

entendía que toda mi familia había muerto. Quería que me

hablaran de otra cosa para no recordarlos, al menos por un

segundo.

“¿Cómo estás? Sé que es una pregunta estúpida,

pero… dime que no te duele nada. Lamento mucho todo

esto amiga. Es tan triste”, dijo Nadia mirándome y secando

sus lágrimas. Traté de sonreír para que supieran que no me

dolía nada. Era extraño, nada más que un pequeño corte en

la frente del cual me repondría demasiado rápido. Que

injusto había sido para mis padres, abuela y hermana, yo

sólo con un rasguño y ellos habían perdido la vida.

“Sabes que tus…”, comentó Alexis con su vista en

la ventana. Su novia le dio un golpe para que no terminara

la oración. La terminé en mi mente.

“Si, los vi, no es necesario que me lo digan. No

quiero pensar en eso ahora, porque me derrumbaría. Sólo

quiero recordar que pasamos un hermoso momento en el

auto antes del accidente. Fue una buena despedida”, dije

con la garganta seca. Recordé haber mirado sus rostros

para dejarlos en mi memoria. Ahora sólo eran eso:

recuerdos y alguna que otra fotografía.

“Mis padres están en la entrada haciendo unos

papeles. Te vamos a llevar a casa. El doctor dice que no es

nada. Sólo un pequeño corte en la frente, así que ya te

puedes ir”, confirmó mi amiga la idea que yo tenía, que a

mí no me había pasado nada en semejante accidente.

“Muchas Gracias”, fue lo único que pude decir.

Ahora sería una carga para todos ellos. Para Clara y Héctor

también. Tendrían que lidiar con mi mal humor, mis

miedos, mis llantos en la oscuridad, así que decidí ser

fuerte. Tenía que tratar de volver a ser la misma que antes,

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aunque fuera muy difícil tan pronto. Mi familia lo hubiera

querido así.

“Unos meses antes tu… papá, hizo prometer a

Héctor que se haría cargo de ti si algo les pasara a ellos. Y

eso es precisamente lo que van a hacer. Somos tu familia

ahora”, comentó Alexis dudando al decir la palabra

“papá”. Me encantó que haya dicho que ellos eran mi

familia porque me hacía sentir mejor contar con su apoyo.

“Mmm… voy a ser tu hermana por siempre, de los

dos”, dije fingiendo una pequeña sonrisa. Nadia me abrazó

con cuidado y Alexis acomodó mi pelo.

“Tengo sed. ¿Pueden traerme agua?”, pregunté. Los

dos salieron apresurados. Me quedé viendo la puerta

porque no quería que me dejaran sola por mucho tiempo.

De repente, el espacio libre en el marco fue cubierto por

Clara, seguida de Héctor. Ella se acercó lentamente, se

sentó al lado mío y tomó mi rostro con sus manos para

besar mi mejilla.

“Mi amor. Amy, nosotros te vamos a cuidar ahora.

Yo sé que es difícil, pero te vamos a ayudar a superarlo”,

dijo con los ojos llenos de ternura. No supe si fue su beso

maternal, su mirada, Héctor formando parte de mi familia

o si me había estado conteniendo, pero sentí explotar mi

corazón. Este volvió de inmediato a su lugar y mis ojos

lloraron cataratas incontrolables. No paré de hacerlo por

unos cuantos minutos, hasta que el pecho me molestaba. El

dolor parecía irse mientras el agua corría por mi rostro.

Entonces decidí seguir llorando, hasta sentirme mejor, si es

que aún podía hacerlo.

Los chicos volvieron con agua y bebí como si

hubiera estado bajo el sol en un desierto, caminando por

días. Me senté en la cama, porque a pesar de que era

pronto quería dejar de sufrir. Miré a los cuatro: mi nueva

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familia. Por un segundo sentí alegría de verdad y enojo

conmigo misma, pues parecía estar reemplazando a mis

cuatro seres queridos por otros, demasiado rápido.

“Quiero irme ya de este lugar”, dije decidida. Los

demás no se opusieron.

En minutos nos habíamos alejado del hospital, con

rumbo a mi nuevo hogar: a la casa de color arena. Sabía

que ahora venía una parte difícil también. Había que

organizar todo para el funeral y recibir los saludos que

tanto me molestaban. Por suerte, Clara y Héctor se harían

cargo de todos los arreglos. Yo sólo quería dormir, seguir

durmiendo para no sentir el dolor cortante.

“Amy, es hora de levantarse, tenemos que ir al…

funeral”, dijo Nadia tocando mi hombro suavemente.

Primero había pensado en no ir, pero tenía que despedirme

de ellos, como siempre lo hacía. Sería una egoísta si no lo

hacía.

“Está bien, ayúdame a vestirme. Terminemos con

esto como se debe”, dije viendo el cielo nublado afuera. La

ropa ya estaba lista en una silla.

Era un típico vestido negro y no entendí por qué

siempre había que vestir ese color oscuro en esos

momentos. De todos modos, la gente estaba acostumbrada.

Así lo confirmé más tarde al llegar al cementerio. Todos

vestían en ese color formando una gran nube negra.

No quise desayunar unos minutos antes, pues no me

sentía muy bien, aunque las ganas de llorar no habían

vuelto. Héctor me miró, asintió con la cabeza y supe que

era hora de irnos.

Estaba lleno de personas sobre el césped verde.

Muchas de esas caras eran las que veía cuando íbamos en

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auto al colegio. La de todos los ciudadanos que querían a

mi padre.

El auto ingresó lentamente ante la atenta mirada de

todos. Había estatuas de vírgenes, ángeles regordetes con

rizos amarillos, muy diferentes al de mi cuadro, cruces de

todos los tamaños y humedad en las paredes.

Todos me respetaron por suerte, ya que no me

abrumaron con llantos y las vacías expresiones: “lo siento

mucho” o “mí más sentido pésame”, que no tenían valor

para mí.

El sacerdote empezó a recitar sus versos de

costumbre. Estuve con la cabeza sobre el hombro de Clara

todo el tiempo, porque ella me hacía sentir bien. Héctor,

quien sería el nuevo intendente, estaba detrás de mí con

sus manos en mis hombros. Muy cerca estaban Nadia y

Alexis tomados de la mano.

Luego las personas dijeron adiós, nos quedamos

solos. El sacerdote me besó la frente y me dijo algo que no

pude escuchar. Arrojé una rosa sobre cada ataúd y

lentamente los vi descender. Los empleados del

cementerio los cubrieron con tierra. Estaban tan

acostumbrados a su tarea que no parecía ser nada difícil

para ellos. El dolor era ajeno.

Respiré hondo, me quedé pensando en sus rostros,

risas, abrazos y besos, el día del baile y me sentí mejor de

verdad.

“Es hora de irnos”, propuse mirándolos a la cara,

tratando de hacerles saber que ya estaba lista para partir.

“Sí, ya es hora hija”, comentó Clara en voz baja.

Nos alejamos del lugar a paso lento, pero nos alejamos,

pues ya había enterrado a mis muertos y les había dicho

adiós.

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Las nubes negras se dispersaron misteriosamente del

cielo, la claridad comenzó a volver lentamente.

Capítulo Nueve: Alas

Los meses siguientes fueron más calmos, al menos

para mi salud mental. Todos trataban de hacerme sentir

bien, me daban el espacio que quería para estar sola.

Tampoco me hablaban cuando se daban cuenta de que no

tenía ganas de escuchar y me abrazaban cuando realmente

lo necesitaba.

En el colegio nadie mencionó nada sobre el

accidente, ni siquiera Leo se acercó a decir: “lo siento”.

Pude ver en las miradas y sonrisas buenas de los pocos que

me saludaron, que lo hacían de corazón. Hasta las

populares dejaron de molestar por un tiempo.

Luego todo era normal para ellos y para mí porque

la vida seguía su curso como si nada hubiera pasado. No

podía creer que terminaría el secundario ese año, ya estaba

en quinto, la última etapa.

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A pesar de las cosas malas que podían llegar a

deprimirme, iba a hacer todo lo posible para poder

finalizar mi último año en la selva superficial.

Un día tuve ganas de volver a mi antigua casa, pero

sola, no quise que nadie me acompañara, pues era uno de

esos momentos que sentía que debían ser sólo míos. Quise

seguir manteniendo la casa en mi posesión por un tiempo

más. No estaba dispuesta a ponerla en venta todavía,

porque allí estaban todos mis recuerdos, pero Héctor y

Clara me habían convencido de hacerlo. Decían que sería

una prueba, una forma de cerrar esa historia y creí que

tenían razón. Además ya había dos compradores muy

interesados que no querían esperar más.

De la casa de la abuela en Santa María se harían

cargo mis tíos, así que era un problema menos para mí.

Nunca pensé que siendo tan joven iba a tener que hacer

esos trámites, pero me tuve que acostumbrar.

Ese día tenía que empacar todo para llevármelo, sólo

quería fotos, regalos, libros y algunas cosas de valor

importantes o que habían pertenecido a la familia por

generaciones. Los demás muebles serían vendidos junto

con la casa.

Apenas puse un pie en el living que estaba en

penumbra, el vacío desolador me azotó, como

empujándome hacia afuera. No había risas provocadas por

cosquillas, olor a tostadas, ni ruidos. Sobre el sofá estaba

la muñeca que Martina había olvidado y por la que se

había estado lamentando en la camioneta. La tomé sin

pensar, apretándola fuertemente sobre mi pecho.

Llegué a la cocina, encontré el diario que ya era

viejo doblado sobre la mesa donde papá lo había dejado.

Quité las fotografías que estaban pegadas en la heladera

con imanes; no quise verlas por mucho tiempo. Encontré

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sobre la mesada una caja blanca que aún tenía el perfume

de mamá y las guardé allí dentro.

Luego subí las escaleras viendo más fotos familiares

de épocas felices, en portarretratos de marcos dorados, los

cuales quité de la pared también.

La puerta de mi habitación chirrió al abrirse,

dándome la bienvenida a mi viejo mundo inventado, el que

había permanecido intacto y del que tal vez no debía haber

salido nunca.

Me acosté en mi cama y me propuse recordar por

varios minutos, para no olvidar mi antigua historia. Todo,

desde mi primer recuerdo de niña, hasta ese momento. Las

imágenes comenzaron a pasar frente a mis ojos, las cosas

se mostraban en mi mente sin que hiciera el menor

esfuerzo.

En un momento me debí haber dormido, porque

desperté asustada, vi el reloj y dos horas ya habían pasado.

Me levanté apresuradamente y miré hacia la gran catedral.

Sus torres estaban vacías. Fue allí que me acordé de quien

hace seis meses no veía, puesto que se despidió de mí en el

baile de diciembre y ya era junio.

Después de pensarlo entendí que él, cuyo nombre

me era difícil hasta ya pronunciar, también formaba parte

de mi lista de pérdidas irreparables. Su bello rostro ya no

era perfecto en mis recuerdos, porque estaba casi

desdibujado, borroso, como la isla lejana en Playa Calma.

Bastian había renunciado a su trabajo como

ayudante en la cafetería del Highland y no lo veía nunca

en la ciudad. Supuse que se había marchado para siempre.

Me tendría que olvidar de sus dulces labios y de sus manos

cálidas. Aunque era doloroso, de alguna manera con gran

tristeza lo haría, porque había comprobado que yo era

demasiado fuerte y que siempre era mejor superar las

cosas malas.

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Nadia estaba tratando de que consiguiera novio, así

que se pasaba horas hablándome de un tal Lucas, que una

amiga de ella, Zaira, se lo había presentado. Me lo pintaba

como un “príncipe azul”, cuando las dos habíamos dejado

de creer en cuentos de hadas hacía mucho tiempo ya.

Algo me llamó la atención. Un día mientras ella

hablaba sin parar en el almuerzo, me pareció raro que

nombrara a esa chica: Zaira, porque ella no tenía más

amigos, al menos que yo conociera. Cuando le pregunté

por ella me dijo que era una amiga lejana, a la que veía

muy poco.

Luego pensé en Lucas, a quien prácticamente

conocía de tanto que me hablaban de él. Decidí que algún

día y si él lo sentía también, le daría una oportunidad, ya

que no podía seguir esperando a alguien que nunca

volvería a ocupar su lugar. Además, era hora de volver a

reír y divertirme. Era tiempo de ser por fin la Amy de

antes, la que había dejado de ser solitaria, aburrida y

cerrada. El duelo ya estaba hecho.

Después de varias horas de pensar en los días

anteriores, dejé muchas cajas repletas con todas mis cosas.

El cuadro con el ángel que Clara me había dado y mis

mariposas quedaron encima de todo, para que no se

estropearan. En cualquier momento mis nuevos padres

pasarían a buscar mis pertenencias, para llevarlas a mi

nueva casa.

Bajé despacio las escaleras, sintiendo que mi

corazón se seguía aferrando al lugar. Sabía que era hora de

cerrar la historia, como Clara y Héctor me habían dicho.

Recorrí las barandas con mi dedo y noté que el polvo del

tiempo ya empezaba a cubrirlo todo. Pasé por las

habitaciones una última vez para despedirme, cerré la

puerta principal detrás de mí, para nunca volver a una vida

que tampoco volvería a mí.

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El sábado decidimos salir a bailar con mis amigos.

Nadia y Alexis estaban convencidos de que me haría bien,

yo lo creía también o me convencía de eso. Ya varios

meses habían pasado, así que, ¿por qué no intentarlo?

Por la mañana fuimos a comprar ropa, elegí un

vestido blanco que me había gustado bastante. Cuando el

sol se puso, comenzamos a prepararnos con mucha

anticipación, como mi amiga acostumbraba, unas cuantas

horas antes hasta que Alexis nos pasó a buscar.

“No vuelvan tan tarde. ¿Llevan sus celulares y

abrigo?”, gritó Clara desde la puerta, preocupada. Alexis

bajó el vidrio de inmediato.

“No se preocupe suegra, que yo las cuido. Volverán

a casa sanas y salvas”, respondió Alexis, encendiendo el

motor.

“Mamá cree tanto en ti, amor, que todo lo que le

dices la deja conforme”, bromeó Nadia y todos

comenzamos a reír. Pensé que realmente había sido bueno

volver a la vida, porque me estaba sintiendo mejor de

verdad.

“Es mi suegra, no le queda otra opción más que

creerme”, dijo Al besándola en los labios. Recordé el día

en mayo, en el que mis dos amigos convocaron a sus

padres para informarles que eran novios. Fue una linda

cena en nuestra casa y todos dijeron: “ya era hora de que lo

dijeran”.

El lugar al que fuimos estaba lleno de gente,

adolescentes que se reían y bailaban. Había humo de

cigarrillo que no me agradaba para nada y luces que

brillaban en lo alto del techo.

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Pude ver a Gina y Augusto en el centro de la pista,

bailando pegados y mostrándose como siempre, como si

fueran el centro del universo.

Nadia me había obligado a tomar unos tragos

frutales que tenían alcohol y por alguna razón supe que eso

no me haría bien. Ella decía que tenían sólo jugo de frutas,

pero no le creí, aunque Alexis seguía trayendo más vasos.

En un momento entre las risas, tragos, música y

baile, una chica alta, de pelo negro y labios demasiado

rojos, dijo algo en el oído de Nadia. No pude distinguir

quién era, porque no había podido ver bien su rostro.

Luego se alejó, caminando llena de gracia, tal cual y como

había llegado.

“Hey Amy, Lucas está en la barra, invítalo a bailar.

Vamos”, propuso Nadia indicándome con la cabeza donde

estaba él. Cuando lo vi, Lucas estaba mirándome y levantó

su vaso, como llamándome o diciendo: “soy yo, tu

príncipe azul”. Entonces la misteriosa debía haber sido

Zaira. ¿Quién más podía ser?

“Está bien. Lo intentaré, aunque no soy buena con

estas cosas”, dije en voz alta, porque la música era muy

fuerte.

“Te voy a hacer caso, pero no esperes que esto

funcione”, agregué aún más fuerte y los dos se rieron.

Cuando llegué hasta él abriéndome paso entre la

multitud un tanto mareada y con miedo de caerme, pude

verlo con mas detenimiento. Era realmente lindo, su cara

agradable, estaba muy bien vestido, pero no era mi

perfecto Bastian. No tenía su cabello fino, sus verdes ojos

mágicos, su cuerpo que me protegía. Pero tenía que darle

una oportunidad a alguien más, como me había dicho.

De seguro Bastian ni se acordaba de mí y si se había

ido por algo era. ¿Me habría mentido con lo del anillo?

¿Era sólo una excusa como decía Al? En ese momento

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pensé que sí, que él había vuelto con su novia, porque no

iba a arruinar su vida con una chica a quien recién había

conocido.

“¡Fuera de mi mente, Bastian!”, me dije a mi

misma y él desapareció.

“Hola, soy Lucas. Supongo que eres Amy. Nadia y

Zaira me han hablado de ti, así que quería conocerte”,

comentó sonriente. Le devolví una sonrisa hecha con

esfuerzo y comprobé que Zaira era la misteriosa.

“¿Quieres bailar o tomar algo? Este trago es bastante

dulce para mi gusto, pero está genial”, dijo sin parar de

hablar. Mi cabeza estaba dando vueltas y vueltas, me

sentía mareada. Definitivamente no iba a tomar nada más,

ya que las cosas iban a empeorar.

“La verdad es que quisiera respirar un poco de aire

fresco, si no te molesta”, comenté masajeando mi cuello.

Después giré para irme sola.

“Está bien. Te sacaré de aquí si es lo que quieres”,

exclamó él, me tomó con su mano fría y me llevó a través

de la multitud que no se movía cuando intentábamos

caminar.

Cuando llegamos a la puerta de salida, me sentí

realmente aliviada, dejando atrás el ambiente sofocante.

Respiré hondo, llenando mis pulmones de aire limpio,

fresco y nuevo.

“¿Quieres pasear por la ciudad? Tengo el auto en el

estacionamiento. Además, es mejor que todo ese ruido”,

propuso hablando más que yo. No supe porque, pero la

idea no pareció tan mala en ese momento. Además, él

aparentaba ser bueno, sino Nadia no me lo habría

presentado.

“Definitivamente me gusta la idea”, respondí.

Mientras se fue a buscar el auto, escribí un mensaje de

texto a mi amiga, porque Alexis no me lo habría permitido.

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¿Qué pensarían de mí sabiendo que me marchaba con un

chico?

Mi celular sonó segundos después, abrí el mensaje y

leí: OK. Diviértete mucho. Ya sabía a qué se refería con

eso. Hace unos días habíamos estado hablando de esos

temas que me daban vergüenza, pero NO era eso lo que

pasaba por mi cabeza cuando accedí a irme con Lucas.

Él me mostró muchos lugares que no conocía, a

pesar de haber pasado bastante tiempo en Puerto Azul. Me

reí de sus constantes bromas, pues era divertido. Me contó

cosas que hacía cuando era un niño y yo, algunas de mis

anécdotas. El viento fresco de junio me estaba congelando

la cara pero no me importaba, no tenía ganas de cerrar la

ventana, porque eso me mantenía despierta.

No me había dado cuenta de que nos habíamos

alejado un poco de la ciudad, no entendía a dónde íbamos,

pero tampoco pregunté nada. Aunque tenía un mal

presentimiento y con eso nunca me equivocaba. Luego de

unos minutos de andar, el auto estacionó frente a una gran

casa que era desconocida para mí.

“Esta es mi casa. Vamos adentro, te conseguiré un

abrigo, algo de mi hermana que puedas usar”, dijo

tomándome de la mano. Yo nunca le había dicho que tenía

frío, así que no sabía qué decir. No estaba acostumbrada a

salir con chicos, lo que hacía difícil dar respuestas

correctas o comportarme de una manera en que no diera a

entender cosas erróneas. Con Bastian era todo tan

diferente, porque no había doble sentido cargado en el aire,

como esta noche.

“Mis padres no están en casa, si quieres

podemos…”, dijo acercándose y besando mi cuello, en el

living. DEFINITIVAMENTE no era nada inocente la

situación. Menos iba a dar un paso tan importante con él, a

quien acababa de conocer. El día que decidiera dar ese

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gran paso, sería con alguien a quien de verdad amara y

cuando estuviera lista.

“Basta, estás loco. Si es para esto que me trajiste

hasta aquí, estás muy equivocado. No necesitas llevarme

de vuelta, me voy caminando”, dije agresivamente. Él se

quedó parado sin hacer nada, sonriendo, lo cual me

molestó aún más.

En mi desesperación por salir de allí había

confundido la puerta, porque ingresé a un garaje y no salí

al exterior como pensaba. Había dos autos: uno blanco y lo

que parecía ser una camioneta, cubierta con una gran tela

de color verde. Me quedé pensando en lo tonta que era por

haber fallado en mi escape, hasta que algo llamó mi

atención en el vehículo cubierto.

La tela no lograba cubrir la patente. Entonces me

agaché para comprobarlo, pude ver: DIA 666. Me paré

más segura que nunca, quité la cubierta para ver el costado

izquierdo de la camioneta abollado y la luz rota. Llena de

rabia volví donde estaba Lucas, pero no lo encontré. Salí

afuera enfurecida, estaba cerca del auto con sus brazos

cruzados, hacía un poco más de frío, de eso pude darme

cuenta a pesar de la furia que llevaba conmigo.

“Ah, ahí estas. ¿Cambiaste de opinión?”, dijo con su

voz arrogante, aprontándose para acercarse con esa

horrible sonrisa de acosador en los labios.

“No seas patético, por favor. Quiero que me digas

YA qué es esa camioneta destruida en tu garaje”, amenacé

con una mano extendida para detenerlo si decidía

acercarse. Igualmente no lo iba a poder parar, pero me

daba más confianza.

“¿Qué? Ah… de un accidente que tuve, por unos

idiotas que no me vieron subir a la ruta. No sé qué les

pasó, porque no iba a volver a averiguarlo. Por suerte a mí

no me sucedió nada más que la abolladura en la camioneta.

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Seguro se llevaron un buen susto”, dijo el maldito, riendo

contento de haber escapado y ni siquiera volver a

ayudarnos.

“¿De qué susto estás hablando? Se murieron todos,

menos yo. Eres un asesino, muchas gracias por el dato. Ya

tengo las pruebas suficientes”, dije llorando de rabia, con

dolor y comencé a volver caminando por el costado de la

ruta.

“Hey, si vas con la policía, me las vas a pagar caro.

¿Entiendes?”, dijo cínicamente siguiéndome, como si no

era poco haber matado a cuatro personas. El chico rico con

su camioneta nueva haciendo locuras había asesinado a mi

familia. Cargada de ira me di vuelta, lo tomé por los

hombros y con toda mi fuerza le di un rodillazo entre las

piernas, como Alexis me había enseñado. Se quedó

tendido en el suelo gritando de dolor, llorando, aún

amenazándome y me sentí un tanto satisfecha. Luego no

paré de correr aliviada de que él no iba a poder seguirme.

No pude dejar de llorar, sabiendo que él había sido

el causante de mi desgracia y el destino me lo había puesto

cerca. ¿Por qué la vida me quería hacer sufrir? Primero se

llevó a mi familia y ahora me había puesto en una

situación horrible, incómoda y peligrosa.

Decidí que no iba a permitir que más cosas me

pasaran, que por mi culpa mi nueva familia se muriera

también. No podía ni pensarlo. Todo el dolor suprimido

volvió a mí. Este no solo cegó mi vista sino el pensamiento

racional, ya que sabía que iba a hacer algo terrible.

Me vi parada al borde de la ruta y supe en el instante

lo que tenía que hacer. Varios autos pasaron haciendo

volar mi vestido liviano blanco. Entendí que mi sueño se

estaba volviendo realidad, así que era hora de cerrar la

historia de una vez por todas.

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A lo lejos, vi las luces de un gran camión

aproximarse. Tomé coraje, respiré hondo y me puse en su

camino. Aún estaba demasiado lejos, así que cerré mis

ojos para esperar. El corazón me latía cada vez más fuerte,

pero no me importó. De repente, escuché un sonido que en

mi vida había oído. El ruido de ¿alas? batiéndose en el

aire. Algo me embistió con toda su fuerza tirándome al

piso, al otro lado de la calle. No había sido el camión,

porque este pasó varios segundos después haciendo un

ruido completamente diferente. ¿Qué estaba pasando? Abrí

los ojos inmediatamente para poder ver.

Allí estaba él, respirando deliciosa menta y miel

sobre mi rostro. Sus ojos verdes abiertos, estaban

preocupados y cargados de dolor. Su piel era aún más

blanca bajo la luz de la luna. Su torso estaba desnudo, sus

manos tibias sobre mi pecho y todo el peso de su cuerpo

encima de mí. Detrás de su espalda no estaba la nada, sino

dos gigantes alas de color oscuro.

En ese momento, me di cuenta de algo que era

verdad. Volvió a mí una idea en la que nunca pensaba,

porque la reprimía fuertemente cuando venía a mi cabeza.

Mi Bastian, que estaba allí precioso sobre mí, era mi…

ángel guardián.

No entendí que pasó, pero mis ojos se llenaron de

lágrimas que no me dejaban ver, enredé mis brazos a su

cintura, porque era imposible más arriba con sus enormes

alas. Me sentí tan bien de tenerlo de vuelta que me dormí

al instante, como siempre me pasaba cuando sabía que

estaba a salvo con él.

Después de un tiempo volví a abrir los ojos de

repente, pensando en que todo había sido un sueño

bastante real, pero no. Me asustó el sonido de mi celular y

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el hecho de que estaba en movimiento. Estaba en un auto

que ya conocía, en el que había pasado una tarde de lluvia

cuando él se ofreció a llevarme a mi casa.

Bastian estaba manejando, con sus ojos fijos en la

ruta poco iluminada. El cielo era un manto negro con

pequeñas gemas brillantes. Su perfume inconfundible

llegaba a mi nariz y me hizo despertarme aún más. No

volteó ni una vez a mirarme, parecía muy enojado.

El irritante teléfono no paraba de sonar, lo que me

hizo sentir ganas de arrojarlo por la ventana, pero no lo

hice. Era Alexis que debía estar furioso, así que me apuré a

contestar, pensando muy rápido en lo que iba a decirle.

“Amy, ¿Dónde te metiste? Son casi las tres de la

mañana. Hace dos horas que no sabemos nada de ti. ¿Estás

bien?”, vociferó, casi haciendo estallar el pequeño parlante

del celular. No le iba a decir lo que había pasado, tenía que

mentirle.

En algún momento se enterarían, porque pensaba

hacer que Lucas pagara por lo que había hecho. Su familia

era igual de culpable, pues estaban encubriendo un

asesinato. Esperaba que la ley se hiciera cargo de ellos,

pero por el momento mis amigos no lo sabrían.

“Estoy bien. No fue buena idea salir con ese…

chico. Por suerte Bastian me encontró. Repito, estoy bien.

Los quiero mucho”, dije y corté, porque mi hermano

empezaría a darme el sermón de mi vida si lo dejaba

continuar.

En ese instante no supe qué hacer, era como que

Bastian ni siquiera me registraba, me ignoraba y eso no me

gustaba para nada.

Luego en un ataque de ira, bajó de la ruta y condujo

hasta un acantilado. Estacionó el auto haciendo volar

polvo por todos lados. Dejó las luces encendidas, salió del

vehículo y empezó a ir y venir con sus brazos en la cintura.

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Temerosa, salí también, me acerqué lentamente, pues no

quería enfadarlo aún más. Sabía que el sermón que mi

amigo no había podido darme, me lo daría él.

“Tu estás loca ¿No? ¿Qué estabas pensando? Vas a

matarme de preocupación, de tristeza, Amy. ¿Es eso lo que

quieres?”, dijo mirándome seriamente a los ojos,

plantándose frente a mí. Parecía estar lleno de dolor por lo

que estuve a punto de hacer, como si no pudiera ni siquiera

concebir la idea, pero al menos dijo mi nombre otra vez y

me estaba hablando.

“No sabía lo que estaba haciendo, yo…”, dije

mirando el suelo realmente arrepentida de haber caído tan

bajo. De haber sido tan débil, de querer… suicidarme,

porque eso era lo que había intentado hacer. Entonces, no

era tan fuerte como había pensado.

“Eso es exactamente lo que pienso. No sabes lo que

estas haciendo. Fue una pésima, mala y estúpida idea

dejarte sola”, exclamó golpeando fuertemente la rueda del

auto con su pie. Nunca lo había escuchado hablar así y

menos comportarse de esa manera. Realmente le

molestaba lo que yo había tratado de hacer. Se había

puesto muy sobre protector.

“Entonces… ¿Por qué me abandonaste? Con todo lo

que me pasó, te necesitaba de verdad”, susurré con

lágrimas en los ojos. Las palabras hicieron que su cara se

pusiera triste, como si de verdad se reprochara el hecho de

haberse alejado. Se acercó, me abrazó con sus brazos

fuertes en los que me sentía cómoda y besó mi frente

dulcemente.

“Nunca me alejé de ti. Sólo no dejé que me vieras,

pero estaba en Puerto Azul. No quise formar parte de tu

vida o estar demasiado cerca, porque lo que estaba

haciendo no estaba bien. Estaba…”, se interrumpió. Me

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aparté de su cuerpo, sequé mis lágrimas y me dispuse a

terminar su oración.

“Porque estabas rompiendo las reglas. ¿No es así?

Entonces, ¿porque me dijiste que no tenías novia? Porque

la verdad es que no veo otra manera de romper las reglas

estando cerca de otra chica. Dímelo de una vez y

terminemos con este juego del protector”, logré decir de

una vez por todas. Su sonrisa perfecta volvió a sus labios

que tanto me gustaban. Otra vez le hizo gracia que pensara

que tenía novia.

“Está bien cuando dices lo de romper las reglas, eso

es cierto. Aunque son otras las razones, no es una mujer.

Bueno, no una que ya tenga. Es otra la que me está

causando problemas”, dijo sonriente mirándome. Su enojo

se había ido, esfumado. Me di cuenta de que le costaba

estar enfadado conmigo. Ese último comentario me tomó

por sorpresa, aunque estaba segura de que yo era esa

mujer.

“Perdón, perdón, perdón…”, me disculpé besando

varias veces su mano. ¿Pero entonces qué era en realidad?

“Está bien, no pidas perdón. Por un momento pensé

que no estar cerca de ti era lo correcto. Pero cuando te vi a

punto de hacer esa locura, supe que tenía que volver a

salvarte, cuidarte y protegerte como siempre. Prométeme

que nunca, NUNCA más vas a pensar en hacerte daño

siquiera”, dijo abrazándome otra vez. Mi cabeza ejercía

presión en su duro pecho. Estaba apretada entre el auto y

su cuerpo de roca. Puse mis manos en su espalda y al

instante recordé lo que había visto cuando me salvó de la

muerte. Dejando la investigación de las “reglas rotas” para

otro momento, me dispuse a hablar.

“Espera un momento. ¡No lo puedo creer! Ríete si

quieres o llámame lunática, pero… tenías alas hace unos

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momentos”, dije buscando con mis manos en su espalda

sin parar. Él no dejaba de reírse ante la supuesta tontería

que yo estaba diciendo.

“Amy, seguro te golpeaste la cabeza muy fuerte.

Además estabas asustada, nerviosa. No digas tonterías”,

comentó él aún sonriente. Me alejé nuevamente de Bastian

y me puse a pensar. Yo había visto sus alas, las había

tocado, así que no me gustó para nada que me tratara de

loca, porque sabía la verdad. Era demasiado verdadero

como para no haberlo visto antes.

“Yo sé tú secreto… ¡Dios mío!, era tan real, siempre

frente a mis ojos”, exclamé casi sin aliento entendiendo un

par de cosas más.

“Es demasiado obvio. Eres mi ángel guardián, por

eso tienes la necesidad de protegerme. Ni hablar de amor,

porque un ángel no puede enamorarse de su protegida,

porque sería un pecado terrible. Es eso, ¿verdad? Lo de

romper las reglas…”, comenté como una investigadora que

llegaba al fin del misterio, dejando salir miles de palabras

en un segundo.

“Amy, yo…”, trató de hablar, pero su cara había

cambiado por completo. Estaba sorprendido, un poco

nervioso, como si nunca le hubiese pasado o le hubiesen

dicho lo que le estaba diciendo. Para cualquiera sería un

disparate, lo parecía en verdad, pero estaba demasiado

segura de lo que estaba diciendo.

Se alejó dando unos pasos hacia los pinos que

crecían cerca del precipicio, respiró hondo y se dio vuelta

para mirarme. La luna lo hacía ver plateado y hermoso.

“No puedo mentirte por más que quisiera. Sería

pecar también. Es verdad lo que viste, todo lo que dices es

cierto. No te asustes por favor, pero… soy tú… ángel

guardián. No se supone que las personas se dan cuenta de

eso o que vean las alas que viste. ¿Por qué eres diferente

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Amy?”, dijo mirándome, analizándome, como si algo

estuviese mal conmigo.

“Espera un segundo, esto es…”, no pude terminar de

hablar. Me tuve que sentar en el suelo porque mis piernas

temblaban y estaba a punto de caerme. Estaba segura de la

verdad, pero era demasiado fuerte que él me lo estuviera

confirmando.

“He estado a tu lado desde que abriste los ojos,

desde que te reíste por primera vez. Cuando te caíste de la

bicicleta y te lastimaste las rodillas en la casa de tu abuela.

Todas las noches cuando decías mi plegaria te observaba

desde la catedral. Cuando me animaba entraba por la

ventana y me quedaba cerca de tu cama, porque me gusta

verte dormir”, dijo recordando a medida que yo lo hacía

también. Entendí el porqué de las misteriosas ventanas

abiertas. Mis ojos se llenaron de lágrimas, su voz parecía

cantar una melodía hermosa donde decía todas las veces

que había estado tan cerca de mí.

“Estuve en Enero cuando tuviste el accidente, lo que

lamento mucho. En la casa de Lucas escondido y

salvándote esta noche”, pronunció sus palabras con la voz

más dulce que había oído. Se sentó sobre el pasto frente a

mí y tomó mis manos en las suyas que eran cálidas.

Entendí que nunca se había alejado de mí. Había estado

desde el principio a mi lado, invisible sí, pero junto a mí.

Había tantas cosas que no entendía.

Luego pensé en lo que había dicho. Él había estado

el día del accidente también. Fue ahí que recordé por qué

solamente había tenido un rasguño en la frente.

Cuando la camioneta comenzó a dar vueltas y mi

ventana estalló en pedazos, vi que algo venía girando a

toda velocidad, como un torbellino en forma horizontal.

Era Bastian que entró en la camioneta. Sin saber cómo lo

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hizo se sentó detrás de mí, enredó sus piernas en mi

cintura, sus brazos formaron una cruz sobre mi pecho y su

mejilla se pegó a la mía. Él había estado protegiéndome

como un caparazón, un escudo, por eso no me había

pasado nada y yo bloqueé esa imagen de mi mente o tal

vez Dios lo hizo para que no lo descubriera.

“¿Dónde estaban los ángeles de mis familiares? ¿Por

qué tuvo que morir mi familia?”, pregunté tratando de que

no sonara como un reproche, porque era sólo una duda que

tenía.

“Porque es Dios quién dispone esas cosas, por más

que tengas un ángel que te cuida. Ni yo sé cómo pude

salvarte Amy. Ellos desaparecieron, porque cuando el

protegido muere nosotros nos esfumamos a proteger a

otras personas”, dijo eso con un poco de tristeza. Entendí

que sentía mucho lo que les había pasado a mis familiares.

También supe que las cuatro llamas que vi apagarse en el

cielo fueron los ángeles de ellos. Y que si lo había visto

entre la multitud de médicos y enfermeras que me

rodeaban cuando estuve tendida en el suelo.

“Está bien. Creo que ya estoy recuperada de

semejante golpe, no es necesario que midas tus palabras

cuando hablas de mis familiares”, dije sabiendo que no era

verdad. El dolor seguía prendido en mi corazón. También

me había quedado dando vueltas eso de que Dios disponía.

¿Había dispuesto que yo me quedara viva entonces? ¿Por

qué yo y no mi hermana? Sentí la necesidad de cambiar de

tema.

“Pero entonces, creciste junto conmigo. No me

acuerdo de haberte visto antes”, dije tratando de volver a

las antiguas imágenes de mi niñez.

“Siempre fui así. He tenido dieciocho años por un

largo tiempo. Un año más que tú, me estás por alcanzar”,

dijo sonriente mirando mi cara de sorpresa.

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“¿Entonces nunca vas a envejecer? ¿Cómo te

convertiste en ángel? ¿Dios los crea?”, arremetí con mis

preguntas. Era todo un misterio, pero comprobaba que

había algo más, una fuerza superior que nos había creado.

Dios existía porque Bastian existía.

“Está bien. Considérate una privilegiada, porque te

voy a decir algunas cosas que nadie sabe y me van a

castigar por esto. Pero como tu protector no puedo evitar

tus preguntas, ni mentirte. Además, esto nunca ha pasado,

que una humana se dé cuenta de quién es su ángel; es algo

que muy rara vez sucede. De seguro serás un caso de

estudio para Dios”, comentó a punto de darme la

información que yo quería. Cuando dijo que no podía

mentirme o que siempre debía contestar mis preguntas,

sentí que era lo mismo con su comportamiento. Por algo

no se había enojado cuando lo trataba mal el año pasado,

cuando lo odiaba, porque era su deber estar ahí y hacerme

sentir bien. Pobre Bastian, me sentí una persona horrible

en ese momento.

“Hace treinta años, cuando tenía dieciocho yo perdí

a mi familia, igual que tú. El problema es que no tenía a

nadie a quien recurrir. Pronto me quedé sin casa, no tenía

trabajo ni dinero. Pasé días sin comer tirado en un callejón.

Hasta que estuve cerca de la muerte por falta de

alimentación”, comentó con sus ojos brillantes.

“Fue ahí que apareció un hombre muy extraño,

porque producía un sentimiento indescriptible en mí. Era

como si llenara todo mi cuerpo de energía y de paz. Él

sentía un amor tan inmenso por todo lo que lo rodeaba que

era difícil de creer. Entonces me dijo que si estaba

dispuesto, había un par de alas para mí. A pesar de que

sonó extraño, no lo dudé ni un momento, le creí porque

era convincente. Y cuando me convertí en un ángel,

realmente me di cuenta de que estaría mejor así que siendo

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humano”, dijo. Acaricié su cabello y él cerró sus ojos.

Había vivido un gran dolor cuando era humano, eso se

notaba en su voz.

“Esto es tan extraño, pero creo en todo lo que me

dices. Si sólo los demás supieran”, dije con mis manos en

su mejilla.

“Igualmente sé que no puedo decir ni una palabra.

Confía en mí, este es nuestro secreto”, aseguré, porque era

imposible que los demás supieran de eso. Él me lo

confirmó con su cabeza.

“Así que vas a ser siempre joven. ¡Que envidia!”,

comenté sonriente.

“Sí, el tiempo no pasa para nosotros, no crecemos. A

menos que cometa un error, pierda mis alas y vuelva al

mundo de los humanos. Ahí sí, mis años comenzarían a

correr otra vez”, comentó riéndose. Había algo en su voz,

en esa risa que me decía que nunca perdería sus alas, que

siempre sería ángel. Un error habría sido seguir

involucrándose conmigo sentimentalmente. Yo casi había

arruinado su felicidad, su trabajo y su relación con Dios.

Entendí que debía olvidarme de él, que no debía pensar en

Bastian como un posible novio. En ese momento pareció

fácil, pero tendía a mentirme a mi misma.

“Es difícil de creer todo esto, ¿verdad? No me gusta

alardear, pero una prueba más no estaría mal. Además tú

me descubriste. Yo no te dije nada, esa es una regla en tu

favor”, comentó parándose.

Se quitó la remera dejándome ver su hermoso

cuerpo de músculos duros. Aparté un poco la vista porque

me volví a sentir pecadora, sabiendo que ahora no podía

pensar en él de esa manera. Se paró frente a las luces

delanteras del auto que alumbraban su magnífica

estructura y los pinos verdes al borde del acantilado. Me

dio la espalda por unos segundos.

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De sus omoplatos en la espalda se abrieron dos

grietas, grandes cortaduras. Finos hilos de sangre muy roja

bajaron por su piel.

“No te asustes. No duele nada y desaparece rápido”,

exclamó sonriente. Me paré frente a él. Bastian estaba

entre el auto y yo. De repente, dos alas hermosas se

abrieron completamente detrás de él. Eso era precisamente

lo que había visto. Pero no eran como las que se veían en

los dibujos o pinturas. Estas eran oscuras, negras en la

parte superior y luego se degradaban hasta llegar a un

color gris en la parte inferior.

“Son hermosas de verdad. Es maravilloso ver esto.

¡Dios!”, dije acercándome lentamente con la mano

extendida. Cuando posé mi mano sobre ellas, una suavidad

inmensa se hizo sentir en mi piel. Estaban hechas de capas

de plumas superpuestas. Pero no eran plumas comunes,

que haya visto antes o simples plumas de aves.

“Son plumas de ángel”, comenté en voz alta. Bastian

no paraba de reírse ante mi comentario.

Luego las cerró, se escondieron. Miré su espalda,

recorrí el lugar donde habían estado con mis dedos y su

piel estaba sana, no había ni una cicatriz. Él tembló ante el

toque de mi mano y se alejó rápidamente a ponerse la

remera.

“Perdón, voy a dejar de hacer eso”, dije con una

gran tristeza que no mostré. No quería hacer más que

tocarlo, pero sabía que eso no estaba bien. Él me había

salvado tantas veces que tenía que ser una “protegida”

buena y agradecida. Así que no le complicaría las cosas.

Pero en mi corazón, a pesar de que él no lo decía y sufría

en silencio, yo sabía que me amaba con la misma

intensidad y más fuerza aún, porque había estado siempre

a mi lado.

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El celular sonó otra vez interrumpiendo el bello

momento junto a mi ángel guardián, lo tomé rápidamente

adivinando quién era. Era Nadia.

Te estamos esperando fuera de casa. Apúrate así

entramos juntas. Eso decía el mensaje. Mi respuesta fue:

Ya voy.

“Es hora de irnos. Ha sido una larga noche”, dijo

Bastian y me abrió la puerta del auto, encendió el motor

para alejarnos del lugar.

Estaba feliz de tenerlo de vuelta conmigo. Sabía

cuáles serían las restricciones de estar cerca de él, pero

resistiría. No sabía cuánto tiempo duraría eso, pero no me

importaba. ¿Qué tan extraño se vería que una anciana sea

amiga de un chico joven? ¿Qué sentiría él cuando yo no

estuviera? No quise pensar más en eso porque era triste,

había tanto en mi cabeza que pensé que iba a estallar.

“Si sólo no fuera un ángel…”, dijo en voz baja

rompiendo el silencio. Fueron las únicas palabras en el

viaje de regreso. Sabía a lo que se refería, eso me

confirmaba que me amaba, no en el sentido ángel-

protegida, pero me quedé en silencio para no hacerle más

complicada su situación.

Cuando llegamos, vimos el auto de Alexis

estacionado a la vuelta de la esquina. Bastian paró detrás.

“Bueno, yo Amy te prometo que NUNCA más me

voy a hacer daño a mí misma, pero prométeme que

NUNCA te vas a hacer invisible otra vez”, dije con ganas

de tomar su mano, pero no lo hice.

“Trato hecho. Nunca me podría alejar de ti ahora

que lo sabes. Es un placer para mí cuidarte, no lo siento

como un deber. Ahora anda, tus amigos te esperan. Nos

vemos pronto”, dijo y se acercó para besar mi mejilla. Para

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él parecía ser más fácil controlarse, porque realmente

deseaba ser lo que era, no lo iba a abandonar por mí.

“Sí, tendré que dar un buen par de explicaciones.

Algo voy a inventar, pero el secreto está salvo. Adiós”,

saludé y bajé del auto de una vez, porque si seguía allí no

bajaría nunca más. Era tan difícil el hecho de recuperarlo y

dejarlo ir por unas horas otra vez.

El tocó bocina en forma de saludo y se alejó. Luego

caminé decidida y alegre hasta el auto, cuando los chicos

bajaron.

“¿Que pasó? ¿Dónde andabas? Con quién ya está

claro”, preguntó Alexis tranquilo. Por suerte no sabían

nada de nada, así que todo sería más fácil, mentir sería mas

fácil.

“No pasó mucho”, mentí descaradamente.

“Sólo que el degenerado de Lucas trató de

propasarse”, acoté acordándome, con ganas de agregar la

palabra asesino también.

“¿Estas bien? ¿Qué te hizo?”, preguntó mi amigo

desesperado, listo para salir a buscarlo.

“Tranquilo. No pudo hacer nada. Use mi rodilla en

su entrepierna como me enseñaste, con toda mi fuerza.

Seguro que no se va a olvidar de eso”, dije sonriente.

Nadia me abrazó desesperadamente.

“Perdón amiga. No te lo tendría que haber

presentado. Pero no sabía nada. Nunca le hubiese tenido

que hacer caso a Zaira. Que bueno que Bastian andaba

cerca”, comentó tomándome de las manos.

“Si, él volvía a la ciudad y justo me encontró

caminando al borde de la ruta”, mentí otra vez. Ni me

quería acordar de la locura que estuve a punto de hacer.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Por suerte siempre parece estar en el momento

justo. Me alegro de que te haya encontrado”, dijo Alexis

aliviado.

“Ahora vayan a dormir, yo voy a hacer lo mismo”,

exclamó mi hermano. Se despidió de mí y de su novia con

un apasionado beso antes de marcharse.

Las dos entramos a la casa, abrazadas. Eran casi las

seis de la mañana, el sol débil comenzaba a salir. Nos

deseamos buenas noches a pesar de que el día empezaba

para los demás, cada una se fue a su habitación.

Seguramente Héctor y Clara habían buscado mis

cosas mientras no estábamos, porque mi habitación ahora

sí parecía mía. Las mariposas estaban colgadas cerca de la

ventana. El cuadro estaba ubicado sobre mi cama, con el

ángel que me haría recordar a Bastian. Mis libros estaban

en una biblioteca nueva y mi computadora encendida sobre

un escritorio. En la pantalla decía que tenía un mensaje

nuevo de mi amigo Nando de Venezuela. Decidí leerlo

cuando me levantara, pues estaba cansada.

Pensé que necesitaba un tiempo para asimilar todo

lo que me había pasado desde el trágico Enero. Necesitaba

tiempo para mí sola, para estar aislada de lo que conocía,

para entender que iba a ser de mí. Qué postura debía tomar

frente a la vida y otras cuestiones más. Por suerte, las

vacaciones de invierno empezaban en dos semanas, sentí

ganas de irme a algún lugar a descansar.

Después de un momento recordé el aroma de

Bastian, su cuerpo sobre el mío protegiéndome y

salvándome. Estaba feliz porque mi ángel perfecto había

vuelto. Y aunque ya no pudiera ver la catedral desde mi

ventana, sabía que desde algún techo él me estaba mirando

para cuidarme.

Ángel de la guarda, dulce compañía, no me

desampares ni de noche ni de día, no me dejes sola sino

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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me perdería… Dije la plegaria y me quedé profundamente

dormida, segura de que lo vería en mis sueños, como todas

las noches desde que tenía uso de razón.

Capítulo Diez: El Junco

Al día siguiente, cuando me desperté no sabía bien

qué hora era. De lo único que tenía certeza, era que el

domingo había llegado y estaba lloviendo. Me levanté

escuchando las gotas de lluvia golpear furiosamente contra

el techo. Di unas vueltas en la cama tratando de recordar el

sueño que había tenido y me sentí vacía al instante. Por

primera vez en mis diecisiete años no lo había tenido, no

había soñado nada. Lo atribuí a que había superado mis

locuras de lastimarme, otros traumas o porque ya sabía que

Bastian era mi ángel y había vuelto a mi lado.

Me senté en la cama, vi que la luz en la

computadora seguía encendida, me había olvidado de

apagarla cuando llegué. El aviso del nuevo mensaje seguía

titilando y llamando mi atención. Me apresuré a ver qué

era, porque Nando no acostumbraba a mandarme mails, ya

que chateábamos seguido, así que eso tenía seguramente

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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algún grado de importancia. Lo abrí para leer en letra de

color azul lo siguiente:Hola Amy. ¿Cómo estas? Por aquí todo bien y con

calor. Hace días que no te conectas y chateamos. Yo sé

que debe ser difícil lo que te ha pasado, pero espero que

vuelvas. Por más que ya varios meses han transcurrido,

no debe ser nada fácil recuperarse de una pérdida

irreparable como esa.

Te quería contar que mis padres y hermana saben

de tu existencia. Prácticamente te conocen, porque

están aburridos de escucharme contarles cosas sobre ti y

de tu vida en Argentina. Además les mostré la foto que

me mandaste. Espero que no te enojes.

Bueno, me dijeron y aquí vienen las grandes

noticias, que puedes venir a visitarnos cuando quieras.

Siempre que tengas los documentos necesarios y dinero

suficiente.

Espero que puedas hacerlo. ¿No sería chévere que

nos conociéramos? ¿Recuerdas que hablamos de eso

una vez? Bueno, espero tu respuesta.

¡Qué oportuno! Nunca me había aventurado tanto

como irme al extranjero, pero era lo que realmente

necesitaba si quería alejarme a pensar un poco sobre mi

vida. ¿Por qué no irme por unos días? Tenía que planificar

bien las cosas antes, pues había mucho en lo que pensar.

Nando vivía en Venezuela, en un pueblo llamado El

Junco. Me había enviado unas fotos y parecía el lugar más

mágico que había visto en toda mi vida, aún más fantástico

que Puerto Azul. Además el distraerme y conocer gente

nueva me haría bien, estaba segura de ello. El hecho de

respirar nuevos aires para aclarar mi mente no me vendría

nada mal. El tema sería comunicarlo a mi familia. Recé

para que todo saliera bien con ellos.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Tenía algunos de los papeles en regla, ya que con

papá nunca se sabía cuando podríamos viajar al exterior.

En una caja tenía bastante dinero ahorrado, así que nada

más me faltaba. Sabía que aún había trámites qué hacer,

así que no podía irme tan pronto como yo quería, debía

esperar un tiempo más.

Puse responder justo cuando Nando se conectó. En

su país era más temprano, pero él ya estaba a la

computadora, como siempre.

“Hey amigo. Recibí tu mail, lo leí recién”, escribí

ansiosa esperando que conteste, deseando que pudiera ser

lo antes posible. No supe porque tenía la urgente necesidad

de irme.

“Hola Amy. Qué bueno. Y… ¿Qué piensas hacer?”,

escribió él. Apronté mis dedos para dar la respuesta,

tratando de que no sintiera que estaba desesperada, lo cual

era verdad.

“¿Puedo viajar en dos semanas hacia allá? Es

cuando terminan las clases aquí. Me iría mañana, pero me

falta un permiso”, propuse. Sólo faltaban dos semanas para

las vacaciones de invierno y todo se estaba dando

perfectamente. Era buena alumna y volvería con energía

para ponerme al día con las tareas que de seguro los

profesores nos darían para acordarnos de ellos, en nuestro

“tiempo de descanso”. Además, no tenía pensado molestar

a la familia de mi amigo por tanto tiempo. Minutos

pasaban y Nando no contestaba. Empecé a mover mi

pierna nerviosamente.

“Acabo de preguntar. Dicen que no hay problema.

Ya van a comenzar a prepararte un cuarto. Aquí están

ansiosos de recibirte”, escribió. Me di cuenta de que les

había hablado mucho de mí como para que estuvieran

ansiosos de verme.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Bueno, te cuento que vas a llegar al aeropuerto

Santo Domingo. Allí te estaremos esperando con mi

familia. Nos mantenemos en contacto, como siempre”, fue

lo último que escribió. Le dejé un saludo, pero no

respondió.

Me apresuré a arreglarme y vestirme, estaba

contenta. Bajé las escaleras corriendo, estuve a punto de

tropezar. El mediodía ya había pasado, pues Clara me

ofreció comida que había sobrado. Realmente no tenía

ganas de comer así que sólo tomé una manzana a la que le

di un gran mordisco.

Junté valor y di el aviso cuanto antes. No dijeron

una sola palabra, parecían sorprendidos con mi noticia. Ni

Nadia sabía bien qué decir, lo que era raro, porque casi

siempre tenía algo para decir. Les di el argumento más

convincente, para que no se preocuparan por mí. Seguí

hablando al no obtener respuestas.

“Yo estoy bien de verdad. Es que justo son las

vacaciones y mi amigo me invitó. No tienen que

preocuparse, es de confianza”, expliqué lo que sonaba raro

en oídos ajenos.

“No sé, Amy. ¿Hace cuánto se conocen? Tenemos

que estar seguros de que es alguien serio y de confianza,

como dices”, preguntó Clara preocupada mirando a su

marido y sentí que las cosas se iban a complicar un poco.

“Lo conozco hace un año ya, he visto fotos suyas y

del lugar donde vive. Dice que su familia va a empezar a

prepararme una habitación. Sé que van a decir que son

excusas, pero no es así, yo lo siento. Realmente necesito

hacer esto”, supliqué adelantándome un paso a ellos,

porque sabía que iban a decir que él podía estar

mintiéndome y dándome excusas para parecer confiable.

“Alguien debería acompañarte, creo que es más

seguro”, insistió Héctor, pero no pudo ganarme la pelea

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cuando lo tomé de las manos y lo miré a los ojos. No les

quedó otra opción que aceptarlo, porque les pedí con toda

el alma que me dejaran tener ese tiempo lejos, para

reflexionar. Fueron lo suficientemente buenos como para

entender mi decisión, sabiendo lo que implicaba que una

menor viajara sola. Héctor se encargaría de tramitar la

autorización en la capital, lo que llevaría una semana, así

que sólo debía esperar a las vacaciones, como había

pensado.

“Si quieren llamamos a su casa para que hablen con

sus padres o les muestro las fotos, es un chico bueno

realmente”, dije lista para lo que quisieran hacer. Nadia me

miraba sonriente.

“Amiga, confiamos en ti. Nunca harías algo de lo

que no estás segura y estás tan convencida, que ellos te

dejarán hacerlo”, comentó mi amiga mirando la lluvia por

la ventana. Mis padres me miraron de tal manera, que supe

que contaba con su apoyo.

El lunes por la mañana estuve nerviosa, porque no

sabía cómo decirle a Bastian lo que iba a hacer. Tenía

miedo de que él hubiera escuchado algo, porque siempre

andaba tan cerca y yo no lo veía. Pero a pesar de que lo

busqué en todos lados, a donde miraba no estaba, no lo

podía encontrar. Supuse que tenía que rendir cuentas con

su jefe, porque no apareció tampoco los días siguientes.

No podía creer cuánto lo extrañaba, pero era mejor que

tener que darle explicaciones que no le gustarían y lo

harían enloquecer.

“¿Quieres matarme de tristeza?”, había dicho una

vez, lo que me hacía sentir mal, pero traté de no pensar en

él de esa manera, porque me odiaba cuando Bastian estaba

triste por mi culpa.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

174MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Nadia y Alexis no querían perder ni un segundo a mi

lado, como si me fuera a ir para siempre. Les dejé bien en

claro que volvería para ser su “carga”, como bromeábamos

a menudo.

Dos semanas después, los papeles estaban listos, el

equipaje hecho, el dinero y mis ganas conmigo. Nada me

faltaba para emprender el viaje. Mi amor imposible no

había hecho aparición pública, así que seguí pensando que

estaba ocupado. Muy en el fondo de mi corazón, temí por

una nueva invisibilidad de parte suya, pero él me había

prometido que nunca más se alejaría. Eso me ponía un

tanto tranquila.

“Te vamos a extrañar. No te olvides de escribir

mails, porque no creo que tu celular funcione allá”, dijo

Nadia por la noche en el aeropuerto de la capital. Me

abrazó como si nunca más me volvería a ver.

“Son unos pocos días, una semana como mucho. Ya

voy a volver para hacer todas las tareas con ustedes otra

vez, amiga”, bromeé besando su frente.

“Espero que este tiempo te sirva para estar mejor”,

dijo Héctor con las manos en los bolsillos de un gran saco.

Me acordé que Nando había dicho que donde vivía

no había estaciones. ¡Que extraño era eso! Decía que

nunca hacía frío, así que no había empacado ropa de

invierno, sólo algún abrigo por las dudas.

“Te quiero mucho Amy”, exclamó Clara con

lágrimas en los ojos, como una mamá de verdad se vería

en ese momento.

“Espero que el venezolano no se propase. ¿Se

entiende no?”, amenazó Alexis sonriente completando la

despedida temporal. Le pegué en el hombro y le di un

fuerte abrazo.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Los saludé desde lejos, en la escalera mecánica que

me llevaba. Luego no los tuve más a la vista.

El avión era inmenso, típicamente blanco, pero no le

tenía miedo. Además, no podíamos tardar tanto en llegar,

no quise ponerme a calcular porque seguro mis cuentas no

serían correctas. Me pondría a leer o escuchar música para

que el tiempo pasara más rápido.

El transporte de alas gigantes despegó haciendo

demasiado ruido, abajo quedaron los miembros de mi

nueva familia, mis problemas, mis tristezas y mi amado

Bastian. Con quien por suerte no había tenido que

enfrentarme, pero él sabría que estaría bien, que no era una

locura esta vez. Además, necesitaba olvidar que lo amaba

tanto, porque era un amor prohibido y él también sabía

eso. Ese era uno de los motivos de mi alejamiento. Era

imposible pensar que era yo la que no quería estar cerca de

él, pero la situación me lo exigía, por mi propio bienestar.

Las horas pasaron bastante rápido a pesar de que

miraba el reloj cada diez minutos. La gente estaba

inquieta, hablaban y reían. Los niños lloraban porque

estaban aburridos y la señora a mi lado estaba tan dormida,

que había comenzado a roncar. Entonces dejé de leer el

libro que tenía entre manos, en el que se describían bellos

paisajes e historias de amor y me puse a escuchar música,

porque era insoportable tratar de concentrarse en la lectura

con los ronquidos de la mujer.

Me quedé dormida y volví a abrir los ojos cuando

nos pedían que ajustáramos nuestros cinturones, porque

íbamos a aterrizar. Eso si me dio un poco de miedo, por el

ruido de las ruedas al tocar el suelo de la pista y el

movimiento brusco. Pero cuando el avión se detuvo unos

minutos después, supe que había llegado a Venezuela sana

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y salva. Ya estaba lejos de las nubes blancas que había

tenido tan cerca, así que todo estaba bien en tierra firme.

Caminé por el gran salón vidriado entre un mundo

de gente que acarreaba equipajes, buscando entre la

multitud esa cara que había visto en las fotos. Hasta que lo

vi allí, con su piel bronceada, su blanca sonrisa y de la

forma en que me había dicho que iba a estar vestido. Lo

acompañaban sus padres y una hermana menor que tenía

un cartel con mi nombre, más una carita feliz que ella le

había dibujado. Pensé que eso sólo ocurría en las películas,

pero la realidad me sorprendió.

“Hola. Bienvenida. Por fin nos conocemos, esto

es… raro. No sé qué decir”, dijo Nando feliz acercándose a

saludar. Rápidamente lo abracé, aunque no sabía si eso

estaba bien o si eran sus costumbres, pero pareció no

importarle. Lo hice porque estaba feliz de verlo, de por fin

saber cómo era en persona. Habíamos chateado tanto que

nos conocíamos mucho, demasiado, pero era muy

diferente tenerlo en frente.

Luego de presentarme con su familia buscamos el

equipaje. Afuera del edificio, el sol parecía azotar todo y el

calor se hacía sentir de verdad en el lugar. No estaba

acostumbrada a esa clase de calor, pero no se sentía del

todo mal.

“Aquí no pasaras frío, Amy, eso es seguro” dijo el

papá de Nando cargando mis bolsos en la parte trasera de

un jeep. Dijo mi nombre como si estuviera acostumbrado a

decirlo o a escucharlo en la boca de su hijo. Cuando todos

estuvimos listos, comenzamos a andar por la calle.

La hermana de mi amigo parecía estar contenta de

tener visitas y me miraba sonriente, así que yo le devolví

una gran sonrisa.

Luego de unas horas de viaje, pasamos por una

ciudad hermosa que me dijeron se llamaba San Cristóbal.

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“San Cristóbal es un valle. Le dicen la ciudad de la

cordialidad, aunque noto a las personas un tanto

indiferentes estos días”, comentó Nando y sus padres

empezaron a reír. Fue cuando pude apreciar su acento. Me

pareció raro, diferente a la forma de hablar en Argentina

obviamente.

El jeep avanzó bajo el sol ardiente. Me di cuenta que

ni el aire acondicionado sería suficiente para aplacar el

calor abrasante, así que estaba bien que el vehículo fuera

abierto, porque el viento golpeaba contra tu cuerpo y era

un tanto placentero sentir el calor.

A medida que avanzábamos, las casas parecían

esconderse entre los grandes valles, entre los altos árboles

de copas verdes. Había ríos de aguas blancas que surcaban

las inmensas selvas. Tomé unas cuantas fotos para tener de

recuerdo. Luego de otras horas pasamos un cartel que

decía: El Junco y supe que habíamos llegado al pueblo de

Nando, la espera había terminado.

Las casas estaban protegidas por montañas y la gran

cantidad de vegetación parecía querer devorarse los

edificios. Miré las caras de la gente, todos tenían la piel

tostada y de color caramelo, como Nando. Les quedaba

atractivo ese color que era producto de una constante

exposición al sol, más el viento cálido que corría por las

calles y rincones de El Junco. Al ver la gente del pueblo,

creí que eran mas cordiales que en San Cristóbal, que mi

amigo tenía razón.

Cuando el jeep se detuvo frente a la casa observé

mejor el panorama, me encantó el contraste de la

residencia de mi amigo, sobresaliente entre la verde

vegetación y las flores rojas. Su construcción era moderna,

para nada típica y colonial como las otras que había visto

en el lugar. La casa se encontraba cerca de la base de las

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montañas, que formaban altas paredes unos metros más

lejos. Era completamente blanca y tenía grandes ventanas

por todos lados, para apreciar el bello paisaje. Lo cual era

lógico cuando se tenía semejante belleza natural para ver

todos los días al despertarse.

“Si no se quieren mojar, mejor se apresuran a

entrar” comentó la mamá de Nando sin querer que sus

palabras rimaran, con su mano extendida, esperando que

las pequeñas gotas le tocaran la mano.

Ella le lanzó la llave a mi amigo, que nos abrió

apresuradamente. Su padre ingresó con el equipaje y luego

se fue a guardar el jeep. Todos corrimos al interior de la

casa, yo por reacción y siguiéndolos porque no me había

dado cuenta de que iba a llover.

“Mira esto Amy, es como un fenómeno”, me llamó

Nando cerca del cristal de la gran ventana. Su hermana me

llevó de la mano.

“En El Junco puedes tener el sol mas radiante, pero

de pronto, una lluvia torrencial te deja empapado, ¿raro

no?”, volvió a decir con la vista en el cielo. El olor a tierra

mojada comenzó a ingresar por debajo de las puertas y

ventanas abiertas a medida que llovía con más intensidad.

“Chévere”, dije en tono de pregunta buscando

aprobación y tratando de no sonar estereotípica. Todos se

rieron, así que estaba bien empleada la palabra.

¿Yo, viendo cosas raras? Ya nada me sorprendía.

Saber que podía ver a mi ángel guardián lo superaba todo,

pero igualmente era un extraño fenómeno natural lo de la

lluvia inesperada. También pensaba que era un alivio para

ellos, como una recompensa por el calor que tenían que

soportar todos los días.

“Hijo, ayúdame a llevar las cosas de Amy a su

cuarto”, propuso su papá acarreando mis bolsos. La niña

estaba contenta de poder ayudar también, así que le di

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gracias tocando su cabeza. Los demás subieron las

escaleras porque las habitaciones quedaban en el primer

piso. Me quedé sola con la madre, que me miraba desde

una gran cocina donde ya se había puesto a lavar algunas

verduras para empezar a cocinar.

“¿Sabes que es más raro que la lluvia?”, preguntó y

me acerqué para que me develara el misterio.

“La verdad, no lo sé”, respondí pensando en las

grandes alas oscuras de Bastian. Pero ella no podía saber

sobre eso, al menos que fuera vidente o algo por el estilo.

“Fernando, Nando, él es reservado. Es un estudiante

muy convencido de lo que hace, por eso es tan bueno”,

comentó. No sabía a qué venía lo que me estaba diciendo.

Algo más debía seguir esa oración.

“Eso es bueno, a mi también me gusta estudiar”, dije

sintiendo que no era eso a lo que la conversación se

refería.

“Sí, es bueno, pero digo… que siendo reservado, me

alegra que hayan podido concretar esto, a conocerse me

refiero. Cuando nos comentó la idea pensamos que era

sólo una idea loca nada más, pero veo que hay verdadera

amistad entre ustedes. No les importan las distancias, eso

es bueno. Eres más que bienvenida aquí, quería que lo

supieras”, dijo poniendo sobre la mesa todo lo que tenía en

las manos. Cuando comentó que mi amigo era reservado,

me acordé de mí misma al principio del año pasado, que

más que reservada era cerrada.

“Gracias, me siento muy bien de estar aquí. Tenía

muchas ganas de conocerlo y a ustedes también”, comenté

sonriente. De repente sentí una mano en mi brazo. Era la

de Alexandra, la hermana de Nando que venía a mostrarme

la habitación.

Atravesamos un pasillo en el primer piso que me

hizo recordar el de la casa de Nadia, mi nueva casa. Éste

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estaba muy iluminado, el techo parecía ser de cristal y la

claridad ingresaba por el. Definitivamente el día que

comprara una casa sería así, igual a la de mí amigo

venezolano.

“Hey, espero te guste. Mira lo que pudimos

conseguir”, dijo él mostrándome varios cuadros con

mariposas que habían colgado en la pared de color rosado.

La habitación parecía recién pintada.

“Genial. No puedo creer todo lo que están haciendo

por mí, muchas gracias. No era necesario”, exclamé

mirando las preciosas mariposas. Él sabía cuánto me

gustaban, pero no esperaba ese detalle. En ese momento

me sentí como en casa de verdad. Aunque aún había algo

que se metía en mi cabeza, por más que trataba su rostro

insistía con aparecer en mi mente.

“¿Qué estaría pensando al no verme en la

habitación? ¿Estaría enojado conmigo otra vez?”, dejé de

pensar porque no quería arruinar mi estadía en este país.

Además, no podía estar triste, ya que había conocido por

fin a mi gran amigo. Parecería una desagradecida con su

familia, que me había permitido venir, si andaba

lamentándome y llorando por los rincones.

“Casi nunca tenemos visitas especiales y menos de

un amiga como tú. Así que todo lo que hagamos para

hacerte sentir mejor es necesario”, comentó Nando con sus

manos al bolsillo, apretando sus labios.

“Hay alguien que requiere tu atención, se desespera

por conseguir tu atención mejor dicho”, dijo mirando a

Alexandra que estaba impaciente por mostrarme su

habitación.

“Entonces allá vamos”, exclamé sonriente, lo tomé

de la mano para que me siguiera. Cuando llegamos al

dormitorio de la pequeña, que me hacía recordar a

Martina, me mostró todas las muñecas que tenía sobre la

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cama. Sus juguetes, fotos de cuando era bebé y demás

cosas especiales que me dijo a nadie se las había mostrado

antes. Así que me sentí especial.

“Cuando te canses dime y ya”, exclamó él

guiñándome un ojo. Nos sentamos en la alfombra, porque

Alexandra quería que la ayudara a dibujar una mariposa.

Nando se sentó también, pero con un libro que tenía que

leer para la universidad. Estaba estudiando para

convertirse en profesor de inglés, así que leía mucho,

amaba los libros y había leído todos los que yo también

había devorado.

Varios minutos habían pasado mientras hacíamos la

misma actividad. Estaba realmente concentrada ayudando

a pintar el dibujo de la niña, a quien le encantaba mi

compañía. Nando estaba con sus ojos aún puestos en las

páginas de un libro sobre teoría del aprendizaje, que

parecía ser complicado.

El aroma a carne asada, mezclado con los

condimentos que habían usado y las verduras comenzó a

subir al primer piso. La mariposa había quedado lista y

maravillosa, como Alexandra había dicho y cuando respiré

hondo para llenarme del rico olor a comida, la voz del

papá de mi amigo dijo desde abajo: “El almuerzo está

listo”. Esa frase no cambiaba en ningún país del mundo,

era igual de satisfactoria en todos ellos.

Nos pusimos de pie al instante, como bestias

hambrientas que no habían comido en mucho tiempo. Me

avergoncé de mí misma, pero no había probado nada

sustancial desde que dejé Argentina. En el avión sólo comí

algunos bocados, sándwiches y golosinas de los que solían

servir.

Aún no había visto el comedor, pero al entrar

observé que era uno de los mejores cuartos de la casa. Los

muebles: mesa y sillas eran de color negro. Había un gran

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plato ondulado, pintado verde oliva en el centro de la

mesa. En vez de pared, había un gran vidrio que ocupaba

el lugar donde en cualquier casa habría ladrillos y

cemento. Se podía ver a través de él un patio de grandes

proporciones.

Había una gran galería afuera, con asientos

reclinables y una enorme piscina enterrada en el pasto.

Más lejos, había árboles de tronco fino que decoraban un

jardín y luego se podía apreciar un inmenso bosque que

llegaba seguramente hasta las montañas. El lugar no podía

ser más fantástico, era realmente mágico.

La casa no tenía mucha ornamentación, pero era

elegante con las cosas que poseía, creí que lo simple

siempre era mejor.

Pensé que me iba a sentir incómoda durante el

almuerzo, que haría o diría alguna tontería, pero fue todo

lo contrario, porque era como estar en mi propia casa o

como cuando había conocido a la familia de Nadia, todo se

iba dando naturalmente.

Ellos me contaron mucho sobre el pueblo y estaban

muy interesados en saber donde vivía yo. El padre de

Nando quería saber sobre la economía, de lo que había

leído bastante y demás cosas sobre política en lo que no

podía ayudarlo, porque no tenía la más mínima idea.

Cuando comenzó con un discurso negativo sobre el

gobierno en su país, los demás lo hicieron callar.

“Siempre dice lo mismo. Hablemos de cosas más

lindas. No queremos asustar a Amy”, dijo su esposa y tocó

su mano para que se calmara. Luego la conversación giró

sobre el día a día de la familia y anécdotas que

incomodaban a mi amigo, aunque no podía distinguir si se

ponía colorado bajo su linda piel color caramelo.

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183MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Después de la comida ayudé a Ana a lavar los

platos, para dejar todo en orden como cuando había

llegado, a pesar que ella se negó rotundamente.

“Pero si siempre te quejas de que nadie te ayuda,

mamá”, bromeó Nando con su espalda en la pared,

comiendo una manzana demasiado roja.

“Ella es la invitada, no debería trabajar. Tú tendrías

que ayudarme, hijo”, dijo ofreciéndole un plato lleno de

espuma. Mi amigo se escapó a la galería, donde me

esperaría para mostrarme el bosque.

Ana comenzó a cantar y me quedé escuchando su

voz hipnotizante. Definitivamente podría ser cantante,

sonaba tan dulce y apasionada cuando cantaba. Era como

si los demás no existían mientras lo hacía, porque estaba

muy compenetrada. Se movía, ondulando su cuerpo casi

caribeño con bellos movimientos, Alexandra la miraba con

los ojos brillosos y llenos de amor.

Recordé a mi madre y eso me produjo tristeza. El

vacío aún era grande, no sabía si algún día lo llenaría.

Tenía una nueva familia, pero sabía que esa herida tardaría

mucho en sanar o tal vez nunca lo haría. Así que debía ser

fuerte y a pesar de que Ana no me había hecho nada malo,

sentí que tenía que alejarme para no llorar.

“Cantas hermoso, de verdad, fue un placer

escucharte. Voy con Nando ahora. Nos vemos luego”, dije

sinceramente tocando su hombro, escabulléndome por la

puerta trasera hacia el patio, como mi amigo había hecho

unos minutos atrás.

Cuando lo vi esperándome, la vida pareció volver a

mi cuerpo junto con una sensación de alegría. Allí estaba

mi amigo, que a pesar de la distancia siempre me había

escuchado o mejor dicho leído, todo lo que tenía para

decirle. Nuestra amistad era muy grande, “extraña” en

cierto modo para los demás, pero me sentía bien sabiendo

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que lo tenía cerca. Entonces, entendí que había sido una

buena idea haber venido a El Junco.

Capítulo Once: Tiempo

El aroma de las flores y plantas silvestres de los

alrededores era muy fuerte. La lluvia de las horas

anteriores había refrescado el ambiente. A medida que nos

adentrábamos más y más en el bosque, los rayos del sol se

hacían menos visibles, ya que a la gran bola naranja en el

cielo se le hacía difícil iluminar. Le costaba traspasar las

tupidas copas de los altos árboles de grueso tronco.

Por un momento, recordé imágenes de un bosque

que conocía bien en mi país, uno en el que había dormido

abrazada a Bastian. Pero no quería seguir pensando en él

por el momento, bastante difícil sería volver y tenerlo

siempre a mi lado sin poder besarlo y amarlo.

Nando me invitó a sentarme cerca de unas flores de

color lila, de las cuales tomé un puñado. Cuando ya estuve

más acostumbrada a los sonidos del lugar, pude escuchar

el agua de un arroyo cercano que corría chocando contra

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las piedras. Me senté a su lado sin saber qué decir, ya que

era la primera vez que estábamos solos en persona. Por

suerte, él hizo la tarea de comunicarnos más fácil y rompió

el hielo.

“Me pregunto qué pensarán los demás de todo esto.

Lo imagino, creo. ¿Tú qué piensas?”, comentó sonriente

jugando con una ramita seca que había caído de un árbol.

Empezó a escribir su nombre sobre la tierra.

“¿Qué pienso sobre qué? No entiendo…”, dije

dudando, porque el tono de su voz y lo que había dicho,

era lo mismo que todos hacían cuando pensaban en amor.

“Me refiero a que alguien no vuela de un día para el

otro a un país diferente, aunque esté en el mismo

continente. Deben pensar que hay algo entre nosotros”,

respondió riendo, lanzando lejos la rama y borrando con el

pie lo que había escrito. Luego me miró y entendí que

estaba en lo cierto. ¿Por qué los chicos se confundían tan

rápido? Seguro pensaba que sentía algo por él para hacer

semejante viaje. Se estaba confundiendo, al igual que…

yo. Sí, al igual que yo. Desde que había llegado, no supe si

fue el nuevo clima, la simpatía, la alegría de conocerlo o

qué, pero estaba un uno por ciento confundida. El otro

noventa y nueve por ciento de mi corazón ya pertenecía a

alguien que tenía alas, pero que no podía amarme.

“Mira, somos amigos y podemos visitarnos, eso es

normal, aunque vivimos bastante lejos. Y si a los demás

les parece extraño, ese es su problema. Nosotros no

deberíamos pensar en ello”, traté de dejarlo en claro, pero

mi voz no sonó muy convincente. ¿Era posible que me

estuviera creyendo lo que mi amigo decía? ¿Estaba

olvidando a Bastian tan rápido? ¿Estaba tratando de

interesarme en alguien que si me pudiera amar?

“Al menos mi familia tiene otra teoría sobre

nosotros. Y no es la amistad”, comentó mordiéndose un

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labio. La tenue luz trataba de tocarnos pero era débil, todo

se sentía más fresco en la profundidad del bosque. Entendí

el porqué de la alegría de su madre, seguro eso era lo que

pensaba: que éramos novios.

“Espera, yo no quiero que te confundas o creas

que…”, seguí explicando, hasta que su cara se acercó

demasiado y no pude hablar más. La confusión seguía

jugando en mi cabeza, no opuse resistencia a lo que iba a

suceder, aunque sabía que me odiaría luego.

“Déjame intentar algo. Tienes derecho a golpearme

por lo que voy a hacer”, comentó acercándose aún más

lentamente, esperando mi reacción. No se lo impedí, cerré

mis ojos y me dejé llevar. Recordé lo de dar oportunidades

a otros, ya que mi verdadero amor era imposible.

Entonces, ¿por qué no intentar?

Sus labios eran suaves, húmedos y se movían

suavemente, pero no eran los que yo quería besar. Por eso

no duró más que un segundo, hasta que nos apartamos. Me

sentí mal de haberlo hecho, porque estaba traicionando a

Bastian, a mis sentimientos y haciendo que Nando se

confundiera aún más.

“NO”, dijimos los dos en voz alta, luego nos reímos.

Habíamos tratado de crearnos otra realidad, eso estaba más

que obvio. El beso no había estado mal, pero no significó

nada para ninguno de los dos, porque no estábamos

enamorados, así que sólo sería un secreto.

La verdad era que los dos amábamos a otras

personas y por más que quisiéramos mentirnos a nosotros

mismos, esa realidad que queríamos inventar se disolvía en

la brisa cálida, porque era sólo una mentira.

“Perdóname, soy un tonto y un atrevido. No debí

haber hecho esto sin tu permiso, qué vergüenza”, se

disculpó agachando la cabeza. Yo no estaba enojada para

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nada, porque me había ayudado a dejar de estar

confundida.

“Hey, está bien. No pensaba que esto iba a suceder

entre nosotros, pero me sirvió como prueba. Aun sigo

enamorada de Bastian y por lo que veo, tú de Laura”, dije

y sus ojos se iluminaron, porque sabía que todo estaba

bien.

“¡Qué memoria tienes! Si, la sigo amando a pesar de

todo, de su indiferencia ¿Cómo te acordaste de ella?”,

preguntó sonriente.

“Me hiciste escribirle un poema, ¿te acuerdas? Se

puede saber cómo va esa relación, ¿va mejorando?”,

comenté cruzando mis pies y jugando con mis manos.

“Laura no es amante de la literatura, así que el

poema le pareció… lindo, nada más. Le gustan otra clase

de chicos y cosas más superficiales. Pero la verdad es que

me siento muy bien junto a ella, nos divertimos mucho,

casi siempre estamos juntos, pero…”, dijo mirando hacia

las copas de los árboles con cara de resignación.

“¿Has sentido que por más de que todo está bien con

la persona que amas y a pesar de que estás a su lado

siempre, es imposible?”, preguntó y se quedó esperando

mi respuesta.

“Definitivamente sí, amigo. Estamos en la misma

situación. Es bastante doloroso, pero creo que debemos

seguir intentando, porque eso es lo que sentimos en

verdad”, dije sonriente tomando su mano, que me levantó

del suelo.

Comenzamos a caminar hacia la casa, a alejarnos de

los aromas, los ruidos, la tranquilidad y la frescura. En el

camino pensé que estábamos pasando por lo mismo y odié

la palabra “imposible” junto con todo lo que eso

significaba.

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Se podía ver luz entre los árboles, supuse que

estábamos bastante cerca de la salida. Nando tomó mi

brazo de repente y no entendí porque lo había hecho.

“Hora de correr otra vez. Tendrás que acostumbrarte

a esto”, exclamó. Entendí que era la lluvia, eso había

estado viendo cuando miró al poco cielo que se podía ver

entre las hojas en el bosque. Corrimos riendo sin parar.

Llegamos a la galería del patio en un segundo, la

lluvia torrencial azotó todo lo que tenía a su alcance y

estaba al descubierto. Me di cuenta de que nunca tendría

ese sentido natural de saber cuándo iba a llover, ellos

estaban tan acostumbrados.

Nando fue a ducharse y no había nadie más en la

casa que requiriera mi atención, así que me dirigí al cuarto

a usar la computadora que había traído. Tenía un mail de

Nadia, que quería saber todo lo que estaba haciendo.

Entonces decidí contestarle.

Hola amiga,

Llegué bien al pueblo. Es maravilloso, mágico, las

montañas están a unos metros solamente, voy a sacar

fotos así les muestro. Tienes que ver para creer estos

hermosos paisajes.

Nando y su familia son realmente buenos y cálidos

como el clima (que diría que es MUY caluroso)

¿Puedes creer que me consiguieron cuadros de

mariposas? Eso me emocionó bastante.

Ah, no son secuestradores, psicópatas ni asesinos,

para que se queden tranquilos mis padres.

Sólo con una conversación que acabo de tener con

Nando, obtuve las respuestas que había venido a buscar.

Los extraño demasiado a todos, así que cuando

menos lo esperes, muy pronto, estaré de regreso.

Besos. Amy.

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No quise preguntar nada sobre Bastian, su estado o

si estaba enojado conmigo. No sabía si mi amiga aún

seguía con la idea de que nada iba a pasar entre nosotros,

porque él se los había dicho en Playa Calma, pero tampoco

le pondría ideas en la cabeza. Así que decidí no

preguntarle nada. Sólo dejaría que el tiempo solucionara

las cosas para mí.

- 0 – 0 – 0 -

Días, horas y segundos. Más tiempo del que tenía

pensado transcurrió conmigo como invitada en Venezuela.

Me había acostumbrado a la rutina de todos, a sus horarios

de trabajo. Le preparaba el desayuno a mi amigo tratando

de que me saliera lo mejor posible y él me agradecía por

cualquier cosa que le cocinara.

Al estar sola, cuando Nando se iba a la universidad,

me adentraba en el bosque para tomar fotografías, pensaba

y dormía unas horas en un árbol que era mi preferido. Me

sentaba en el pasto escuchando a las aves cantar, deseando

que los fuertes brazos de mi protector estuvieran

abrazándome.

La segunda semana en ese país había comenzado, la

última de vacaciones en Argentina. Conocí a algunos de

los amigos de Nando que no paraban de decirse “pana”,

que significaba amigo y me causaba gracia, pero era tierno

al mismo tiempo. Salimos a caminar por el pueblo con

todos ellos, así que me divertí mucho. Varias personas me

miraban, porque sabían que no era de allí, que venía de

otro país, así que los saludaba cuando se me quedaban

mirando fijamente.

Esa misma noche, había abierto las ventanas para

que la brisa fresca llenara mis pulmones. Me había

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quedado mirando las estrellas que titilaban y escuchaba a

los grillos cantar en lo profundo del bosque.

¿Qué hice? Pensé en Bastian, sólo en él, como hacía

todos los días. En un momento creí verlo escondiéndose

entre las ramas de los árboles. Aunque tal vez no era él,

sino una sombra. Había algo en el ambiente, una extraña

sensación en todo mi cuerpo, como si la creciente

oscuridad se fuera apoderando de las cosas que me

rodeaban. Terminé pensando que no había sido nada

relacionado con Bastian lo que había visto, sino algo

maligno, perverso. Ese algo que siempre estaba al acecho,

esperando el momento oportuno.

La inspiración llegó a mí pensando en todo lo que

había vivido junto a él. Entonces, tomé un papel celeste

que tenía en la mesa de luz y comencé a escribir algo para

él, algún día se lo daría. No borré ni una sola vez, no tuve

ningún error, porque lo que escribí era lo que realmente

sentía, que lo amaba con todas mis ganas y fuerzas.

Cuando terminé, lo besé y lo guardé en mi bolso. Comencé

a sentir frío y miedo por alguna razón. Eran las sombras

que jugaban en las paredes, bajo la cama y en todos los

rincones. Sabía que había algo malo cerca, algo que estaba

a punto de atacarme. De repente escuché tres golpes en la

puerta que me tomaron por sorpresa.

“¿Puedo pasar?”, preguntó la voz inconfundible de

mi amigo y suspiré fuertemente aliviada.

“Sí, seguro”, dije y giré para verlo entrar. Caminó

unos pasos y se sentó en mi cama.

“Amy, ¿no te enojas si te digo algo?”, interrogó en

voz baja. Pensé que volvería al tema que habíamos estado

conversando, que me haría una declaración de amor o algo

por el estilo. Habíamos estado muy juntos esos últimos

días, así que se podía haber confundido otra vez. Pero

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había algo diferente en su forma de hablar, no era lo que

yo pensaba.

“Por supuesto, pana”, bromeé sentándome a su lado

y una sonrisa iluminó su rostro.

“Mira, no es que te quiera echar ni mucho menos,

porque me alegro con el alma de haberte conocido. Yo

espero poder ir un día a Argentina y que tú vuelvas.

Pero…”, lo interrumpí, porque el preludio me estaba

cansando.

“¿Puedes ir al grano, amigo?”, pregunté ansiosa por

saber qué era lo que iba a decirme.

“Bueno. ¿No te parece que ya has pasado bastante

tiempo lejos?”, dijo con toda sinceridad. Nunca lo sentí

como una forma indirecta de decirme que me fuera. Todo

lo contrario, él tenía razón. No supe qué decir, porque

siempre las charlas con él me dejaban pensando. Parecía

darse cuenta de lo que yo sentía, de lo que debía hacer.

“Me parece, al verte tan contenta estos días que ya

conseguiste tus respuestas. Que lo que amas de verdad está

en Puerto Azul. Como amigo es mi deber hacerte ver que

estos días que has extendido tu visita, no son más que una

realidad falsa, como mi beso” comentó acariciando mi

mejilla. Lo miré sonriente, porque gracias a lo que había

dicho dejaría de postergar la vuelta a mi ciudad, lo que

venía haciendo desde el día que puse el primer pie en

Venezuela. Pero me había servido para ver las cosas con

mayor claridad, así que no me lo reprochaba. De todos

modos sabía que sólo había ido allí como una forma de

escapar a mis problemas.

“No te enojes conmigo, por favor”, dijo. Se paró y

caminó con rumbo a la puerta.

“Espera, no estoy enojada. Es que siempre me dejas

pensando con cada cosa que dices, porque es verdad. Me

alegra haberte conocido, sé que vamos a seguir viéndonos,

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pero es hora de volver. Gracias por ser mi amigo, por

hacerme ver las cosas como son”, dije sonriente y él me

devolvió la sonrisa. Los grillos no dejaban de cantar

afuera.

Al día siguiente compré mi pasaje de regreso, feliz y

con muchas ganas de volver. Cuando todo estuvo listo, el

jeep hizo el mismo recorrido que al llegar. Cuando

salíamos de El Junco, uno de los amigos de Nando iba

caminando cerca de la ruta y nos reconoció.

“Adiós, pana”, gritó saludándonos, yo lo saludé con

un grito de la misma manera y levantando mi mano en lo

alto.

En el aeropuerto hubo besos, abrazos, regalos y

promesas de volver a vernos. Nunca me olvidaría de sus

rostros color caramelo, su hospitalidad, cordialidad, alegría

y sonrisas blancas. Tampoco sacaría de mi mente el

espectacular bosque, los bellos paisajes que parecían

pinturas y la casa de cristal. La hora de irme fue anunciada

por los parlantes.

“Nos vemos pronto por Chat, amiga. Tal vez el año

que viene vayamos a Argentina”, dijo Nando en voz alta,

mientras me alejaba después de haberlos despedido. Me di

vuelta para verlos una vez más con el corazón lleno de

nostalgia.

“Chévere. Los voy a estar esperando”, grité a lo

lejos feliz de haber visitado El Junco, del cual nunca me

olvidaría.

El avión despegó haciendo mucho ruido otra vez.

Volví a tomar el libro, sólo me faltaban unas hojas, pero

hacía meses que no podía terminarlo. Suspiré al llegar a la

última línea. No sabía si aún era lo suficientemente madura

para leerlo, pero entendía sobre amores imposibles, que al

igual que en el libro esperaba poder concretar. Sabía que

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después de tanto esfuerzo y pelea obtendría mi

recompensa.

Antes de llegar a mi país, me quedé reflexionando

mientras los demás bajaban del avión. Sentí que muchas

veces las historias que otros escribían, nos enseñaban

cosas.

Aprendí gracias a la lectura de esa novela y mi

experiencia en Venezuela, que era siempre el tiempo el

que tenía la razón y que mi tiempo de ser feliz y amar,

llegaría algún día.

Capítulo Doce: Palacio de Tul

Lo primero que vi en el aeropuerto cuando llegué al

país fueron las caras de ansiedad de mis amigos. Los dos

me esperaban a lo lejos reteniendo las ganas de correr

hacia mí. No dudaron ni un instante y se acercaron a pasos

agigantados por el resbaloso piso.

“Hola hermanita. Al fin llegas. Estábamos cansados

de esperar”, saludó Alexis tomándome de la cintura. Me

levantó en el aire y empezamos a dar vueltas ante las risas

de mi amiga. Cuando por fin me dejó, Nadia me abrazó

fuertemente casi impidiéndome respirar. Nunca hubiera

esperado esas reacciones de mis amigos, mucho menos

que Al fuera tan expresivo.

“Hey, por lo que veo me extrañaron de verdad”, dije

sonriente acomodando mi ropa arrugada por sus saludos.

La gente alrededor caminaba sin dejar de hablar.

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“Obvio que te extrañamos, nena, tenemos

sentimientos, eres nuestra amiga. Por fin regresaste. Ya

nos estábamos aburriendo sin ti”, comentó ella

ayudándome con el equipaje más liviano, puesto que lo

más pesado lo llevaba Alexis, como siempre.

“Tus padres están trabajando. ¿No?”, pregunté al no

verlos allí, porque realmente necesitaba mirar sus caras

esperándome, ya que los míos no lo harían nunca más. No

había pensado en ellos por varios días. Supuse que la gente

se acostumbraba a vivir luego de esas feas situaciones.

Aunque el dolor era más leve, seguía en el mismo lugar,

nunca se iba.

“Sí… como siempre. ¿Dónde más estarían?”, dijo

Nadia no muy interesada en el asunto. Subimos al auto, al

fin estaba en casa con todo lo que conocía a mi alrededor.

Donde vivía Bastian, eso era seguramente lo que más

contenta me tenía. Tendría que prepararme, porque no

sabía cómo había tomado el hecho de mi partida.

Seguramente estaría furioso, pero al ser mi ángel no podía

estarlo por mucho tiempo, siempre correría con esa

desventaja y yo me aprovechaba de él.

Durante el camino hacia Puerto Azul, Alexis

encendió la calefacción del auto porque estábamos en julio

y era invierno. Las vacaciones estaban por terminar, así

que tendría que ponerme a recuperar el tiempo perdido.

Hacer todas las tareas y leer un gran libro que apenas subí

al auto, los chicos me recordaron que la profesora de

literatura había indicado. En ese momento, a pesar de que

amaba los libros no quise pensar en estudio ni en

obligaciones. Cerré los ojos y al instante estaba sumida en

un profundo sueño. El viaje me había cansado bastante por

lo visto.

El sueño que tuve, que volvió a aparecer después de

tanto tiempo sin soñar, fue de lo más horrible. Estaba en el

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bosque de Puerto Azul cerca del colegio, aunque algunas

cosas pertenecían a otro bosque que había conocido hace

unos días, como sus flores y arroyos de agua fresca. Los

dos lugares se superponían creando una imagen alterada.

Estaba parada en el medio de un claro sin saber por

qué estaba allí. Tenía puesto un vestido rojo, gigante y

antiguo, como de una reina. También llevaba un gran

sombrero, que no hacía más que comprobar que la época

no era actual.

Empecé a girar tratando de encontrar lo que estaba

buscando. Varias mariposas imperiales azules volaban

cerca de mí, las quería seguir pero no podía caminar.

De repente, entre las sombras apareció una mujer

extraña, alta, de pelo negro y ojos de color rojo. Las

mariposas se incendiaron, gritaban de forma aguda al caer

al suelo y eso hacía que me dolieran los oídos. Entonces

me llevé las dos manos a las orejas para no escuchar su

dolor. Veía que la mujer movía los labios, así que saqué

mis manos de donde estaban para oír lo que ella estaba

diciendo.

“Qué triste, ¿no? Supongo que era su hora de morir.

Como la de ellos, mira”, dijo con una sonrisa malévola

señalando a dos personas colgadas por el cuello en un

árbol. Eran Nadia y Alexis, estaban muertos.

No podía creerlo, era desesperante, porque quería

acercarme a comprobar que eran mis amigos, pero esa

extraña ejercía una clase de poder sobre mí que me

paralizaba y no podía moverme. Cuando estuvo a punto de

acercarse, apareció Bastian agitando sus inmensas alas y la

arrojó con todas sus fuerzas contra el tronco de un árbol.

Él rodó por el suelo, pero se levantó enseguida, ella

parecía inconciente. Bastian empezó a caminar en mi

dirección dándole la espalda. Inmediatamente, la mujer se

paró sin que él la viera, con una lanza de plata brillante de

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punta fina y afilada en su mano. Lo atravesó sin

misericordia. La punta del arma salió por el pecho, sus

ojos quedaron blancos y sin vida, mientras que su sangre

carmesí bañó mis pies.

“¡BASTIAN, NO!”, grité llorando con una dolorosa

opresión en el corazón que no me dejaba respirar.

“¿Qué pasa Amy? ¿Dónde está Bastian?”, preguntó

Nadia preocupada, cruzándose en una maniobra hasta el

asiento trasero. Aún estábamos en el auto y no podía parar

de sollozar. Me moriría si eso hubiera sido realidad, verlo

sin vida era una idea que no podía permitirme tener.

“Dios, qué pesadilla horrible. ¿Por qué son tan

reales?”, exclamé llorando como una tonta sobre el

hombro de mi amiga. Pude ver que estábamos a punto de

estacionar.

“Pobrecita, Amy. ¿Por qué dijiste Bastian? ¿Qué

soñaste?”, interrogó, mientras Al me miraba por el espejo

retrovisor expectante.

“No sé. No quiero acordarme de eso, fue espantoso.

Además ustedes no la estaban pasando demasiado bien

tampoco”, dije sabiendo que el fallecimiento de mis

familiares estaba jugando con mi mente. Los dos me

calmaron al instante con sus palabras.

El auto por fin se detuvo frente a mi nueva casa.

Entonces me tranquilicé, limpié mi cara, porque no quería

que mis amigos me vieran de esa manera, tan fuera de mí.

Hacía mucho frío afuera, Nadia me había dado una

campera que se había acordado de llevarme. Fuera del

garaje estaban estacionados los dos autos de sus padres, así

que era obvio que no estaban en el trabajo. ¿Podrían haber

vuelto ya? Pero no era largo el viaje de la capital a Puerto

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Azul. ¿Tan rápido había pasado el tiempo? Tenía un

presentimiento de que algo estaba sucediendo.

Alexis abrió la puerta dejando todo el equipaje, pude

ver que Clara corría con cosas en la mano hacia el

comedor que en raras ocasiones usábamos.

“Nos atrapaste. Bienvenida”, dijo Héctor

abrazándome fuerte y me guió hacia el comedor. Habían

preparado un magnifico almuerzo de bienvenida, con la

vajilla fina que nunca se utilizaba. Sobre una de las

ventanas había un cartel que decía: BIENVENIDA AMY.

“Me alegra que estés de vuelta, hija. Te extrañamos

mucho”, saludó Clara dándome un beso.

“Voy a la cocina, no queremos comer carne

quemada”, agregó sonriente y desapareció por la puerta

que comunicaba las dos habitaciones.

Esa clase de cosas, como las fiestas sorpresas, no

eran de mi agrado; pero nada que viniera de ellos me

molestaba. Era increíble cómo me terminaban

convenciendo de todo. Además, eso era muy diferente a

una fiesta. Era algo íntimo, familiar y sin invitados.

Durante el almuerzo no pude comer mucho porque

querían saber todo acerca de mi viaje, los lugares que

había visto, personas y demás. Entonces les mostré las

fotos que tenía, se quedaron maravillados con el paisaje.

Les dije que me había hecho muy bien haber ido, porque

me había dado cuenta de muchas cosas importantes. Todos

se alegraron de que hubiera encontrado las respuestas que

necesitaba.

En un momento, Clara se levantó de la mesa y pude

escuchar que subió corriendo las escaleras. Los demás nos

quedamos expectantes, aunque otro presentimiento me

decía que yo era la única que no sabía nada.

Bajó con algo cuadrado, casi plano, envuelto en un

papel color crema y un gran moño. Haciendo uso de mi

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poco sentido común, pude darme cuenta que era un

cuadro. ¿Qué otra cosa podía ser? ¿Con qué me

sorprendería esa vez?

“Ábrelo ahora y dime si te gusta”, dijo

alcanzándomelo. Cuando logré quitar todo el papel

rompiéndolo, porque decían que traía suerte, vi que lo

tenía al revés. Lo giré para mirarlo, en verdad me dejó

sorprendida nuevamente. Había una bella y gigantesca

mariposa azul, posada sobre una hoja de color verde vivo.

Era espectacular, lo que era de esperar viniendo de

semejante pintora.

“Gracias, es hermoso. Tengo que empezar a pagarte

estos cuadros. Muchas gracias, de verdad”, dije

acercándome a ella para darle un beso.

“No es nada. Cuando Nadia me contó que te habían

decorado el cuarto con cuadros de mariposas en

Venezuela, supe que no podrías traerlos, así que lo pinté

para que lo pongas junto al ángel”, dijo sonriente. Para una

artista como ella era más gratificante la reacción de la

gente al recibir sus cuadros, que el dinero.

Cuando dijo “ángel”, me acordé de Bastian y de las

ganas inmensas que tenía de verlo. Era un sentimiento tan

fuerte, un amor tan profundo que se había apoderado de mi

corazón, de mi alma y de todo mi ser, que lo único que

quería hacer era tenerlo cerca.

Los pocos días de vacaciones que quedaban pasaron

volando, entre libros, trabajos prácticos y tareas que habían

quedado pendientes. Nadia me puso al tanto de todo lo que

había sucedido en la ciudad, las nuevas peleas de nuestros

compañeros de clase, los amores más recientes. Por suerte

no tenía que preocuparme porque alguna popular me

robara a Bastian, pues era imposible que él se enamorara.

Tenía la idea de que ni sabía lo que era ese sentimiento.

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El primer día de vuelta en la escuela volvió a mí la

sensación horrible del año anterior, al ver el colegio, su

fachada, sus puertas abiertas invitándonos a ingresar para

encontrarnos con la sabiduría. Un sentimiento que me

volvió a repetir que no me agradaba para nada la idea de

pasar horas allí.

El hecho de saber que mis compañeros eran Leo,

Gina y Augusto, hacía las cosas menos tolerables aún, pero

sacaría paciencia de algún lugar para soportar sus

comentarios.

Además de todos mis problemas, ahora había un

vacío que yo sabía muy bien qué era. No lo había visto

hacía más de dos semanas. Sentí ganas de acariciar su

cabello y robarle un beso. Seguramente se había enojado y

no quería hablarme. Me estaría cuidando escondido entre

las sombras para que no lo viera o tal vez, desde los techos

mirándome dar vueltas en la cama hasta que lograba

dormirme.

“De vuelta a clase, Amelie. Espero que las

vacaciones te hayan hecho muy bien”, saludó Leo

sinceramente y mi desagrado por él, lo que había sentido

hacia unos segundos, se fue de repente, al igual que por

todos los que estaban en el aula. Recordé que me había

dicho que no debía pensar en el colegio como un drama.

Tenía que estar sonriente y divertirme, para así hacerlo

todo más tolerable.

“Muchas gracias Leo. Espero que te hayas divertido

en tus vacaciones”, me acerqué y le di un beso en la

mejilla. Se quedó inmóvil pero sonriente, pensé que era el

único beso de parte mía que obtendría toda su vida, así que

lo dejé disfrutarlo. Nadia y Alexis se reían en sus

escritorios. Nuestros lugares nos habían estado esperando,

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el mío estaba vacío de un lado, ya que hacía dos años me

sentaba sola.

Los profesores no nos preguntaron si habíamos

hecho los trabajos prácticos o habíamos leído en las dos

semanas libres, porque sabían que éramos buenos alumnos

y suponían que habíamos estudiado. Menos tenía que decir

el de Historia, que se había quedado maravillado con

nuestro trabajo sobre la guerra mundial el año pasado.

Ahora lo usaba de ejemplo para los alumnos de cuarto año

y nosotros: la triple alianza, estábamos más que orgullosos.

Mientras la profesora de literatura llenaba planillas y

formularios atrasados, lo que le llevó unos diez minutos,

una brisa pareció ingresar por la puerta de la nada. Eso

llamó mi atención de inmediato. Varias hojas de papel

volaron pero nadie registró el hecho. Alguien ingresó con

un cuaderno más dos libros bajo el brazo y me quedé

observando atónita, porque no entendía lo que estaba

sucediendo.

“Hola profesora, perdón por llegar tarde. Tuve un

problema con mi auto”, dijo una voz conocida, que hizo

que saltara de mi banco. ¡No lo podía creer!

Como en cámara lenta se dirigía hacia donde yo

estaba, con todas las miradas puestas en él. Era Bastian,

vistiendo una camisa escocesa de hermosos colores. Tenía

jeans negros y zapatillas del mismo color, se acercaba a mí

sonriente sin mirar a nadie más que a mí.

Aún pensaba que era más perfecto que modelo de

revista, con su piel blanca, sus ojos verdes, cabello negro y

flequillo sobre su ojo izquierdo. Estaba como siempre lo

había recordado en esas semanas de ausencia, pero aún

mejor. Mis pensamientos en el extranjero no le habían

hecho justicia a su belleza.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

201MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

Se sentó en la silla al lado mío sin decir nada. Yo

estaba con la espalda hacia la pared, mis pies sobre el

soporte de su silla y mirándolo como loca, como si fuera

una visión, sin entender si era verdad o estaba soñando

otra vez.

Nadia y Alexis se dieron vuelta, sonrientes, uno de

ellos dijo: ¡Sorpresa!, pero no supe quién fue, porque ni

voces podía distinguir en ese momento.

Bastian se acercó despacio para besar mi mejilla

suavemente, cerré mis ojos, porque sus besos eran mejor

de lo que recordaba. Sus labios eran reales y frescos,

entonces todo era verdad, no estaba soñando. Su voz me lo

comprobó en el instante en que la escuché, aún mejor de lo

que siempre sonaba.

“Bienvenida Amy. ¡Sorpresa!”, saludó bromeando y

empezaron a reír con mis dos amigos. La profesora los

hizo callar dándoles una mirada aniquiladora.

“¿Desde cuándo lo habían sumado a nuestra

alianza? ¿Me estaba volviendo loca? ¿Qué estaba

pasando?”, las preguntas no tardaron en invadir mi mente.

Pensé que iba a explotar de alegría.

“Perdón por no haberte saludado antes, pero tenía

cosas que hacer, así que esperé hasta hoy”, susurró

mostrándome el dedo con el anillo. “El trabajo”, Dios era

lo que lo había mantenido ocupado. Ese anillo si

significaba que tenía un compromiso con su “padre”, con

Dios nada más ni nada menos.

“No entiendo Bastian. ¿Qué haces aquí? No es justo

usar tus poderes para entrar al último año. Yo me maté

estudiando para llegar aquí”, bromeé hablando en voz baja,

por suerte estábamos al fondo del aula, así que si éramos

prudentes podíamos conversar toda la clase sin ser

descubiertos. Mis amigos tampoco estaban escuchándonos

porque estaban concentrados en el ejercicio que la

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profesora había indicado. Eso era realmente bueno porque

no quería que supieran de que hablábamos y menos de

nuestro gran secreto. Comenzamos a susurrar.

“Todo en regla Amy. Sabes que no puedo mentir.

Mi jefe no lo permitiría”, comentó escribiendo lo que la

profesora decía, con una letra estilizada y hermosa en su

cuaderno.

“¿Entonces? ¿Por qué no te vi estudiando antes?”,

pregunté contenta de no estar más sola en mi escritorio y

que fuera él, quien ocupaba la silla vacía.

“Hace tiempo terminé el cuarto año y luego

abandoné. Se pone aburrido después de varios años.

Bueno, siempre hice la secundaria porque siempre tuve

esta edad. ¿Me imaginas en guardapolvo a los dieciocho?”,

rió. Era verdad entonces, si había usado su influencia.

“Es raro Bastian, porque tienes que aprobar la

primaria para estar hoy aquí. Hiciste trampa igual”,

comenté sonriente.

“Bueno, mi viejo diploma de primaria no sirve para

estas épocas, así que el jefe hizo una excepción con eso.

Pero la primera semana de vacaciones, para distraer mi

enojo por tu partida, rendí todas las materias, aprobé los

exámenes y aquí estoy. En realidad es sólo un pretexto

para cuidarte de cerca, para que no te vayas más”, dijo y

todo sonaba tan real. Dios existía, Bastian hablaba con él.

También se había enojado conmigo por haberme ido,

como yo pensaba.

“Perdón, realmente lo necesitaba para encontrar

respuestas. Gracias por no interponerte y seguirme”,

comenté tocando su mano.

“¿Estas segura de que no te seguí?” dejó las palabras

flotando en el aire. Miré a Bastian casi cerrando los ojos,

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para que vea que ahora estaba enojada. Entonces no habían

sido sombras malignas, había sido él entre los árboles.

“Obvio que te seguí, no pienses que te iba a dejar

sola otra vez. Hice mi mejor intento para que no me veas,

pero tienes una especie de radar para captar ángeles. Ah,

por cierto, no me gustó mucho el beso que te dio tu

amigo”, comentó y me puse roja. Había visto eso, hablaba

como si estuviera celoso, lo que me ponía feliz.

“Perdón. Deja de mirarme así, Bastian. No fue nada

más que una prueba, para saber lo que quiero de verdad”,

dije y lo miré fijamente a los ojos. Él no dijo nada porque

sabía que eso nunca ocurriría, a pesar de que estábamos

jugando demasiado a coquetear, había cosas que nunca

podrían ser.

El timbre sonó, así que la situación incómoda no

duró más que un segundo. Me quedé pensando si mis

amigos sabían la verdad sobre Bastian, pero entendí que

no, él nunca se los diría y yo tampoco. Tal vez algún día

cuando vieran que él seguía siendo igual, sin envejecer, se

preguntarían cosas.

Los cuatro recorrimos el pasillo ante las miradas de

los demás que seguían analizándonos. Pero nada me

importó en ese momento, sólo seguía a mis amigos y no

dejaba de ver a mi ángel.

“¿Sabes una cosa? Nadia y Alexis me ayudaron a

estudiar unos días. Me dieron todos sus apuntes y libros”,

comentó él con su sonrisa tan característica.

“No fue difícil ayudarlo, es muy buen estudiante y

tiene una memoria espectacular”, dijo Alexis mientras nos

sentábamos en nuestra mesa, donde las cuatro sillas habían

sido ocupadas. Miré hacia la barra de comidas, donde una

chica nueva ayudaba a Juan.

“¿Sería un ángel también?”, empecé a reír de mi

idea.

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Recordé que Al una vez había dicho que Bastian

tenía ganas de estar con nosotros, en la mesa, riendo y

abrazándome. La última parte obviamente no se cumplió

como mi amigo había dicho. Lo que era triste para mí y

supuse que para Bastian también. Había podido ver en sus

ojos en el aula, cuando lo miré insinuando que era él lo

que quería de verdad, que de veras tenía ganas de amarme.

También había mostrado celos, lo que era otra cosa más a

mi favor, pero su trabajo era más importante y con

semejante jefe no iba a abandonarlo. No podía culparlo por

eso.

“Supongo que ahora no me vas a obligar a comer lo

que no quiero”, dije mirándolo con una risa burlona. Mi

bandeja estaba repleta de grasosa comida chatarra.

“No te voy a obligar, pero puedo aconsejarte comer

algo más sano”, exclamó sonriente. Tomó la bandeja, se

paró y caminó sin mirarnos. Llegó a la barra, devolvió mi

hamburguesa, papas fritas y gaseosa. Cambió mi menú por

pollo, como siempre, una ensalada de verduras más un

vaso de agua. Lo miré sin poder creerlo, hasta que estuvo

de nuevo ocupando su lugar.

“Conmigo eso no, hermano ¿OK?”, dijo Alexis

protegiendo su “fast food” de todos los días y por la que

daba gracias a Dios.

“¿Desde cuándo es hermano para ti?”, dije

sorprendida ya que no pensaba que tantas cosas habían

pasado entre ellos.

“Desde que yo se lo permití”, imitó mi voz, la que

usé aquel día en el bosque cuando me encontraron

abrazada a Bastian. Aquel día, cuando él me dijo “Amy”,

como si nos conociéramos desde siempre. Pensé en ese

momento por unos minutos. Tenía muchas ganas de volver

a él. De que el tiempo no pasara nunca para poder

quedarme por siempre en sus brazos cálidos.

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Los chicos se estaban riendo de algo, pero no sabía

de qué, porque no había escuchado. Igualmente me uní

para no quedar fuera de la diversión. Así pasó el almuerzo,

lleno de sorpresas, novedades y risas. Me sentí feliz

porque tenía todo lo que quería a mi lado y por primera

vez no me importaron las miradas “asesinas” de todos los

demás, era como si no existieran.

La clase por la tarde fue de lo más aburrida para

todos, pero en vez de unirme a la masa de aburridos, me

quedé analizando cada centímetro de la cara de Bastian,

respirando su perfume. Él estaba concentrado en lo que el

profesor decía, pero en un momento me miró a los ojos.

“¿Te pasa algo?”, preguntó. Y si, casi siendo

atravesado por mi mirada, era obvio que se iba a dar

vuelta. Era un tanto molesto cuando la gente hacía eso,

pero no me importaba hacérselo a él.

“No… nada, sólo te miraba. Eres tan hermoso”,

comenté volviendo mi vista hacia el maestro, que no era lo

mismo que mirar a quien tenía a mi lado. Todavía no podía

creer que lo tenía tan cerca, después de casi haberlo

perdido. Sentí en ese momento que el vacío que mi familia

había dejado, el hueco en mi corazón, se iba llenando de a

poco. A paso lento, pero de todas formas se iba cerrando la

herida. Entonces pensé que no quería que NUNCA le

pasara algo malo a mi nueva familia por mi culpa. No

podría perdonármelo por el resto de mi vida. Y extrañas

ideas se iban formando despacio en mi cabeza, como

tormentas oscuras. Ideas que no eran del todo

descabelladas, al menos para mí.

RING. Otra vez y como siempre que estaba

distraída, el timbre me asustó. Mis amigos se rieron al

verme dar el salto. Todos salieron corriendo, como si no

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pudieran aguantar un segundo más, lo que era entendible

después de un largo día de estudio.

“Quiero pedirles algo, si no se enojan”, dijo Bastian.

No tenía idea de qué sería pero miraba a Alexis y a Nadia,

así que no era un pedido para mí.

“Sí. ¿Qué cosa?”, dijo Alexis buscando las llaves del

auto en su mochila que era un gran lío de cosas que nunca

iba a ordenar.

“Eh… quiero llevar a Amy a un lugar. Es una

sorpresa, luego la llevo hasta su casa sana y salva. Lo

prometo”, comentó ahora mirándome a mí con sus ojos

maravillosos. Era yo lo que él les estaba pidiendo.

“Muy bien. Ahora es tu carga, puedes llevártela”,

bromeó Nadia guiñándome un ojo mientras se alejaban.

“Cualquier cosa, usa el celular”, gritó Al levantando

la mano en la que tenía la llave para saludar. Como si mi

ángel pudiera hacerme algo malo, no necesitaría usar el

teléfono.

“Entonces. ¿Cuál es la sorpresa?”, dije ansiosa

poniendo mis manos en los bolsillos traseros de mis jeans

gastados.

“Ya verás. Ahora vamos a jugar a ser como espías.

Vamos al bosque sin que nos vean los directores”, propuso

tomándome de la mano y arrastrándome rápidamente por

el patio, hasta que nos internamos en el bosque.

Mi respiración estaba un tanto agitada con la

aventura, pero era muy divertido. Además, escuchar a

Bastian reírse en voz alta, mostrando los dientes blancos

era espectacular, me contagiaba su alegría.

Caminamos unos pasos, el silencio era

estremecedor. A medida que avanzábamos todo se hacía

un poco más oscuro. Las hojas secas que cubrían el suelo

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como gruesas alfombras, crujían cuando las pisábamos.

Bastian se detuvo y soltó mi mano.

Conocía ese árbol, allí era donde nos habíamos

quedado dormidos aquel día en el que confundí odio con

amor.

“Hey, gracias por la sorpresa. Es… muy linda”,

sonreí esperando que fuera otra la sorpresa, pero ese lugar

significaba mucho para los dos igualmente. Los

sentimientos de aquella tarde todavía podían respirarse en

la brisa.

“¿Qué? No, esta no es la sorpresa. Falta un poco

para eso, que el sol se oculte más. No seas impaciente,

Amy”, dijo y nos sentamos cerca del árbol. Era peor si me

decía que no esperara, pues más me desesperaba por saber

de qué se trataba. Me senté a su lado respirando hondo,

tratando de ocultar mi ansiedad.

Nos quedamos sin hablar por un momento, sólo

escuchando los ruidos que gradualmente se hacían notar.

“Aquí hicimos un pacto hace tiempo. Quiero saber

cómo es ahora, que lo digas. ¿Soy parte de tu vida o sólo

debo estar cerca?”, preguntó lanzando una piedra a lo

lejos.

No supe cómo o de dónde tomé coraje. No me

importó que él se enojara y me tirara al suelo, pero crucé

una pierna por sobre las suyas que estaban extendidas

sobre el pasto húmedo. Moví más mi cuerpo y me senté

sobre él, mirándolo a los ojos. Acomodé su flequillo,

nuestras caras estaban cerca. Él respiraba fuertemente,

irregularmente, como nunca antes lo había hecho. Estaba

nervioso de verdad.

“Eres parte de mi vida. Creo que eso está más que

claro”, comenté contenta de que no me alejara. ¿Y si Dios

estuviese viéndonos? No me importaba, porque me había

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propuesto convencerlo de lo que sentía. Él sólo estaba

dudando y quería que se diera cuenta de lo que en realidad

sentía por mí. Pero si Bastian me confirmaba que no me

amaba, no lo molestaría nunca más.

Luego su respiración se calmó. Levantó su mano

para acariciarme la mejilla.

“¿Por qué tienes que hacer esto tan difícil, Amy?”,

me preguntó con los ojos llenos de dolor. Los cerró y me

aproximé para besarle los parpados. Su reacción fue un

temblor fuerte, como si escalofríos corrieran por su cuerpo.

“Porque quiero que me digas que sientes lo que yo

siento por ti. Te amo con toda el alma y eso es poco.

Porque es mucho, mucho más lo que te amo”, dije

mirándolo seriamente, al fin dejando salir la verdad a la

luz. El nudo que me oprimía el corazón se desató. Ni yo

me conocía, nunca me hubiese animado a decirle eso a

nadie. No me había puesto roja como siempre, la

vergüenza se alejó de mí.

“Es más difícil aún que me pidas eso. ¿Sabes lo que

es para alguien que nunca sintió lo que sienten los

humanos cuando aman? Nunca me había enamorado antes,

ni aun cuando fui humano”, comentó sacudiendo su cabeza

y riendo.

“El hecho de temblar cuando me tocas, tener ganas

de estar siempre a tu lado, no porque es mi deber, sino

porque quiero. Desear que tus labios estén sobre los míos

todo el tiempo. Es mágico todo eso. Los envidio en ese

sentido y no puedo mentirte. Te amo más que a nada en los

dos mundos que conozco y eso es poco comparado con lo

que te amo”, comentó con su voz llena de dulzura y por fin

supe que era verdad. La electricidad al estar juntos corría

por nuestras almas de la misma manera. Se producían

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cortocircuitos al tocarnos, ya que nuestros corazones latían

a la par.

“Aprecias mucho trabajar para Él, ¿no? Mucho,

como para no dejarlo todo por mí”, dije triste. Traté de

levantarme pero él me sujetó. Una lágrima cayó de mi ojo

en sus labios. Sacó su lengua lentamente para sentir su

sabor a sal. Luego sin pensarlo me besó en la boca para

que dejara de sollozar. Me quedé sin aliento, no sabía

dónde estaba. Tenía sus manos en mi cintura y sus

carnosos labios en los míos. Era algo diferente, excitante y

paralizante. Esa vez no fue un beso robado, él realmente

quiso besarme. Luego dejó de hacerlo. Cada vez el bosque

estaba más oscuro.

“Traté de dejarlo todo miles de veces, pero no es

fácil. Si vuelvo a ser humano hay un riesgo…”, comentó.

Sus palabras hicieron que volviera a pensar de verdad en

los problemas de la realidad.

“Un gran riesgo de que en la transformación olvide

todo. Todo lo que siento por ti o que aparezca en cualquier

lugar del mundo. Pero eso no es tan malo como olvidarme

de ti. Si me alejaran de tu lado, haría hasta lo imposible

por encontrarte otra vez, pero si no me acordara de nuestro

amor, nunca te buscaría, ¿entiendes?”, dijo lleno de

tristeza y comprendí sus porqués. Una lágrima pequeña

rodó por su cara. Cuando puse el dedo para detenerla, se

convirtió en un pequeño cristal transparente que brillaba.

Me quedé alucinada con lo que había visto, pues así

lloraban los ángeles.

“Guárdala. Eso es todo lo que me haces sentir y lo

que provocas en mí. Me pasan cosas sorprendentes que

nunca antes había sentido. Te amo”, comentó abriendo mi

bolso para que guardara mi regalo.

“Gracias por reconocer que me amas. Somos una

pareja rara, Bastian. Todo ha sido diferente con nosotros.

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No debía saber que eras un ángel y tú no debías

enamorarte de mí. Tal vez podamos cambiar las cosas otra

vez”, le dije tratando de darle esperanzas. Tal vez sólo era

cuestión de intentar y si él en la transformación me

olvidaba, me borraba de sus recuerdos, la que sufriría sería

yo.

“Sí que somos raros. Un ángel y una humana. No

pensemos en esa decisión todavía”, agregó jugando con mi

cabello.

“¿Y qué dice Dios a todo esto? ¿No debería haberte

quitado las alas ya al vernos besándonos?, porque seguro

nos ve y nos escucha”, pregunté intrigada. Su cara se

iluminó con el cambio de tema. Por suerte, porque odiaba

verlo sufrir por mí. Otra vez volvían esas ideas feas a mi

cabeza.

“Él es justo, Amy. Nos está dejando elegir y tomar

las decisiones tranquilamente, con tiempo. Hasta que

nosotros nos comuniquemos con él, no va a hacer nada si

no se lo pedimos”, comentó quitándome suavemente de

encima de él. Pensé que era bueno que nos diera tiempo de

pensar bien las cosas.

“Ahora, caminemos un poco hacia la sorpresa”, dijo

sonriente, me tomó de la mano para guiarme a través de las

plantas y árboles. Caminamos sin parar un buen tiempo, el

sol se había escondido. Luego, las estrellas iluminaron el

cielo oscuro.

Llegamos a la base del cerro que siempre había

querido conocer. Pude ver luz en la cima, pero no entendía

el porqué.

“¿Cómo se supone que vamos a llegar hasta

arriba?”, pregunté ya que él sabía que la destreza física no

era mi fuerte, que me sería imposible escalar.

“Puedo volar Amy, voy a ser tu transporte, otro

privilegio más que tendrás”, se rió en voz alta.

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Quitó la ropa que cubría su torso para que salieran

las grandes alas que tanto había extrañado. Después, hice

un lazo con mis brazos alrededor de su cuello, él me rodeó

la cintura con su brazo izquierdo y me levantó unos

centímetros, como si yo no tuviera peso, como si no le

costara.

“Espero que estés lista, porque vamos a despegar

ahora”, indicó. La sensación nunca la podría explicar. Se

escuchaba el ruido de las alas oscuras que aleteaban detrás

de su espalda. Elevarnos mientras el viento acariciaba mi

pelo, producía una sensación rara en mi estómago. Había

que experimentarlo para saber lo que era. Él no paraba de

reír al ver mi cara desconcertada, asustada mejor dicho.

¿Alguien me creería esa historia alguna vez? Todas esas

cosas que me habían pasado no serían normales para nadie.

El cerro no era tan alto como una montaña, pero se

podía ver bastante desde arriba. El gran colegio, el bosque

y a lo lejos, si uno seguía la ruta con la mirada, la

luminosidad de Puerto Azul.

Sobre los arbustos secos, Bastian había colocado

miles de lucecitas amarillas que no se apagaban o titilaban

nunca, estaban siempre prendidas. No quería ni

preguntarme cómo había hecho para que se encendieran en

un lugar en el que no había electricidad.

Me llevó de la mano por el sendero. Se había vuelto

a poner la ropa ya que sus alas estaban cerradas e

invisibles. A unos pasos se podía ver una especie de carpa

construida con una red de agujeros muy pequeños. Dentro,

se veían plantas y una tenue luz blanca, iluminando a

pequeñas criaturas que volaban de aquí hacia allá. Al

llegar no parecía más una carpa, sino un palacio de tul, así

me gustó llamarle.

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“Esta es la sorpresa, espero que te guste”, deseó

corriendo un poco el tul de la entrada para dejarme

ingresar.

Cuando entré, comprobé que había flores de todos

colores y plantas de varias especies que ni sabía que

podían existir. Se podía respirar un perfume delicioso en el

aire. Había cientos de mariposas azules volando por todas

partes. Era un gran regalo el que me había hecho,

maravilloso. ¿Mariposas en invierno? Tampoco iba a

seguir preguntándome eso.

“Me encanta, es muy bello. ¿Ves? Tú lo haces más

difícil para mí haciéndome estos regalos. Después esperas

que no te bese por esto”, bromeé extendiendo un dedo para

que una mariposa se parara en él. Esta movía sus alas muy

despacio.

“No me voy a oponer más a tus besos. Son

irresistibles, como la sustancia dulce que atrae a las

mariposas”, comentó sonriente. Las seguí observando,

movían sus alas al igual que él, igual que los ángeles. No

pude evitar besarlo, él no se opuso, al parecer se estaba

acostumbrando a la idea.

“Te tengo que decir gracias, pero especiales, no de

las que sólo lo dices. Esto es demasiado”, expresé mirando

todo a mi alrededor. El silencio abrumador, las luces sobre

el cerro, las flores, las mariposas aleteando y sobre todo él

al lado mío.

“¿Cómo es eso de gracias especiales?”, preguntó

sonriente pero intrigado, esperando mi explicación. Lo

miré a los ojos.

“Primero: dijiste que me amabas, eso es más de lo

que pensaba escuchar en mi vida. Segundo: las mariposas

son mi ser favorito después de ti y ahora las tengo aquí.

Tercero: tengo una lágrima de cristal que lloraste por mí”,

le dije abrazándolo sin dudar. Empezó a reírse.

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“Por esto es que te amo. Porque eres tan especial,

diferente y hermosa. Pero, ¿te gusta que llore por ti?”, dijo

y pensé que era broma. Pero me di cuenta que él nunca

supo lo que era llorar, al menos no lo recordaba de su vida

anterior. Me había visto a mí hacerlo tantas veces, llorar de

alegría, que tal vez quería ponerse a llorar para que yo me

sintiera feliz. Hasta en eso tenía que consentirme.

“No seas tonto, Bastian. Lo que más detesto es verte

sufrir, tu cara se pone tan triste. Como el día en que te

hablé mal en la cafetería, que te dije que Amy me decían

sólo mis amigos. No sabes cuánto me odié por eso”,

comenté con un poco de rabia aún. ¿Cómo había sido

capaz de tratar así a lo que más amaba? Él besó

delicadamente mi frente.

“Eso es porque eres una chica mala. Pero igual te

amo”, bromeó y volvió a decirme que me amaba. ¿Qué

pasaría si tuviéramos todo el tiempo para estar así? Si

nunca tomáramos la decisión. No me molestaría seguir

viviendo junto a él de esa manera. Pero seguro Dios se iba

a cansar de esperar a que decidiéramos y lo haría por

nosotros. Además, yo seguiría envejeciendo, pero él sería

joven por siempre. Esa idea me asustaba demasiado, no

quise pensar más porque por el momento estaba feliz con

lo que estaba pasando. No me iba a permitir arruinarlo.

“Bueno, es hora de llevarte a casa. Deben estar

preocupados porque no los llamaste. Primero liberemos las

mariposas”, dijo él volviendo a ser el protector que

siempre había sido y lo amaba por eso también, que

siempre estuviera cuidándome.

Nos paramos fuera del palacio que me había

construido. Hizo un movimiento en alto con su mano y el

tul voló por los aires. Ya nada me sorprendía. Las

mariposas salieron volando todas juntas a la vez. Se

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alejaron, azules, hermosas y brillantes bajo la blanca luz de

la luna.

Bastian me tomó fuertemente en sus brazos,

confiado en la oscuridad y en lo lejos que estaba el lugar

de la gente, así que me llevó volando hasta el auto. Esa vez

no tuve miedo, porque sabía que en sus brazos siempre

estaría a salvo.

Capítulo Trece: Noches

El auto se detuvo frente a la gran casa. Las luces

estaban encendidas en varias habitaciones y de seguro me

esperaban para cenar. No tenía ganas de alejarme de

Bastian, no ahora que habíamos dicho lo que nos pasaba

abiertamente. También sabía que no lo podíamos vivir

como un noviazgo de verdad, como yo quería, porque

tenía que ser un secreto.

Él pensaba que había veces que Dios no escuchaba

lo que hablábamos, que eso nos daba más tiempo, aunque

yo no creía que fuese así. Amar a un ángel me hacía estar

en falta con Dios, pero realmente amaba a mi ángel de la

guarda y no iba a negarme la oportunidad de ser feliz a su

lado, no me importaba si al Creador la idea no le gustaba.

“¿Me vas a cuidar esta noche?”, pregunté con

tristeza en la voz, ya que no quería bajar del auto. Los

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vidrios se estaban empañando, afuera debía hacer mucho

frío.

“Sí, como todas las noches desde que naciste. No te

preocupes, voy a dejar que me veas para que te sientas

tranquila”, respondió dulcemente y me besó en los labios.

¿Qué más le faltaba para convencerse? Nuestro amor era

tan fuerte que tenía la idea de que si él dejaba de ser ángel,

no pasaría nada de lo que suponía que iba a suceder. No se

olvidaría de mí ni aparecería en China o en algún lugar

recóndito del planeta tierra, porque los dos nos atraíamos

como inmensos imanes, siempre estaríamos juntos.

“Entonces nos vemos. Te voy a estar esperando”,

comenté y bajé del auto reprimiendo las ganas de besarlo,

pues eso lo hacía mas difícil para mí.

Miré el vehiculo hasta que no estuvo más a la vista,

con la esperanza de que regresara, pero no lo hizo. Ingresé

rápidamente a la casa dejando el bolso al lado de una

lámpara blanca, sobre una mesa que estaba cerca de la

puerta.

Nadia se acercó corriendo hasta mí. Los demás

hablaban en el comedor, se habían acostumbrado a usarlo

y estaban reunidos en él. También se podía escuchar el

sonido que provenía del televisor encendido.

“¿Qué sucedió Amy? Pasaron tanto tiempo juntos

¿Adonde te llevó?”, interrogó ella ansiosa, esperando

todos los detalles. Tendría que resumir lo más posible para

desgracia de mi amiga, porque si nos quedábamos

hablando los demás vendrían a buscarnos para cenar y no

quería que nadie más se enterara de lo que había pasado

entre Bastian y yo.

“Me dio una gran sorpresa, miles de mariposas, de

las que me gustan. Pero lo mejor es que me ama, me lo

dijo amiga. Fue tan…” traté de decir, pero ella me

interrumpió con su voz que se transformaba en risa.

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“Sorprendente. ¿Qué le dijiste? Ya me imagino,

pero quiero escucharlo”, interrogó con sus ojos puestos en

los míos, exigiendo más respuestas.

“Que sí, que lo amo con toda mi alma. Ni yo me

reconocí por la tarde, porque estuvimos en el bosque todo

el tiempo cerca, besándonos. Créeme, fui yo amiga”,

respondí sonriente. Nadia se prendió a mi cuello y me hizo

girar gritando.

“¡Que alegría! ¿Qué pasó para que estén tan

contentas?”, dijo Alexis que llevaba una jarra con agua

desde la cocina al comedor. No iba a ocultarle nada a mi

hermano, sería peor, así que también se lo tenía que decir.

“Amy y Bastian son novios, desde hoy”, dijo Nadia

feliz, sin permitirme hablar, buscando la aprobación de su

novio que se quedó paralizado por un segundo. Eso fue lo

que me asustó, pero luego su cara cambió.

“Wow. Hermana, ya me preguntaba cuándo sería el

día en que lo iban a decir, fueron lento de verdad. A mí no

me engañan, ustedes se gustan desde aquel primer día en la

cafetería”, comentó Al diciendo palabras que nunca había

esperado escuchar de él. Ahora la felicidad era completa,

porque lo podía compartir con quienes más quería, pero

tampoco deseaba que las cosas se hicieran tan grandes, que

se me escaparan de las manos, porque mi relación con

Bastian era un tanto mas difícil. ¿Alexis había dicho que

fuimos lentos? Justo él que tardó años en confirmar su

relación con mi amiga.

“Bueno, es pronto para decir que somos novios, pero

si admitimos que estamos enamorados”, dije cruzando los

brazos sobre mi pecho, con ganas de contarles lo

“especial” y problemático que era amar a un ángel.

Luego pensé en lo que había dicho. Para mí éramos

más que novios. ¿Qué quería decir esa palabra después de

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todo? Lo que yo sentía era demasiado fuerte como para

ponerle un simple rótulo. Seguramente, igual a lo que

Nadia sentía por Alexis, por eso no formalizaron las cosas

tan rápido, porque ella una vez había dicho que no le

gustaban las etiquetas, porque las palabras muchas veces

no podían definir los sentimientos.

“Tengo hambre, necesito comer, vamos al comedor.

Ah… sólo para estar seguros, ni una palabra de esto a

Clara y Héctor”, agregué mirándolos con los ojos

entrecerrados, como cuando les quería dejar las cosas en

claro.

Durante la cena no se pronunció el nombre de mi

ángel, los chicos respetaron mi decisión. Cada tanto se

reían y bajaban la vista al plato, cosa que llamó la atención

de mis padres, pero no entendían nada y tampoco

preguntaban. Sólo me sonrojaba, porque sabía de lo que se

estaban riendo.

Luego de cenar, nos reunimos un rato en la

habitación de Nadia, Alexis ya se había marchado, así que

podíamos hablar más tranquilas. Ella me apoyó en todo

momento, diciendo que si era lo que sentía debía seguir

adelante, pelear por lo que realmente quería. Mientras yo

hablaba, le acariciaba el cabello y después de tanto

conversar se quedó dormida. La cubrí con una frazada,

apagué la luz y me alejé silenciosamente para no

despertarla.

Me cepillé los dientes frente al espejo, pensando

feliz en todo lo que me había pasado, en cuánto extrañaba

a Bastian a pesar de que se había despedido de mí hacía un

par de horas. Me puse mi remera de dormir, mi pantalón

blanco de algodón y caminé hasta la habitación llena de

energía.

Me acerqué a la ventana para comprobar si él

cumpliría su promesa. Lo vi parado inmóvil, en la

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oscuridad varios techos lejos de mi balcón que no tenía

flores como el de mi antigua casa. Abrí la ventana, tomé el

soporte del balcón y el frío me penetró los poros

haciéndome temblar. Agosto fue un mes demasiado frío,

mas que otro invierno que hubiera vivido.

Con la poca luz que lo iluminaba, pude distinguir

que se quitó la camisa y extendió sus alas que casi se

perdían en la oscuridad de la noche porque eran negras.

Inspeccioné bien todo el lugar, la calle, los alrededores,

para que nadie lo descubriera. No sabía si los demás lo

verían de la misma manera en que yo lo hacía. Tal vez la

gente lo podía ver sin alas, lo que era extraño de todos

modos. Un chico volando era raro en cualquier parte del

mundo y ante los ojos de cualquiera. Le indiqué que el

camino estaba seguro.

Voló a toda velocidad hacia mí con su sonrisa

perfecta y nada más que yo en sus ojos. Bajó hasta el

balcón, el viento que produjeron sus alas, hizo que mi

cabello volara. Él me lo arregló como de costumbre, sobre

mi hombro izquierdo. Las alas desaparecieron y lo arrastré

hasta adentro porque me estaba congelando.

Cerré la puerta con llave, para que nadie nos

sorprendiera. Me moriría si alguien nos veía, por más que

fuese Nadia que ya lo sabía. Él, otra vez movió su mano,

como poniendo un escudo invisible sobre la habitación o

haciendo dormir profundamente a mi familia, no sabía

bien qué había hecho, pero algo para protegernos seguro.

Siempre pensé que sus poderes venían acompañados

de luces o cosas raras, pero no, no había nada de

espeluznante en ellos, eran de lo más común.

No iba aguantar pasando frío un segundo más, así

que bajo su mirada analizadora me metí en la cama y me

tapé con la frazada, tratando de que mi cuerpo se calentara.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Ven aquí, al lado mío. Tengo frío, te necesito”,

propuse, sabiendo que su cuerpo cerca me daba calor.

Todo era cálido junto él, por eso no tenía frío cuando se

tenía que sacar la ropa para volar. De todos modos se

volvió a poner la camisa que traía en una mano.

“No te propases Amy, no abuses de mi confianza.

Veo que te gusta hacer las cosas difíciles. Aunque con

todo gusto me acostaré junto a ti, no puedo negarme a tus

pedidos”, comentó sonriendo. Se acercó despacio, le hice

lugar para que se acostara sobre la frazada.

“Por más que quisiera no voy a hacerte las cosas

mas difíciles. Pero puedes taparte si tienes frío”, bromee

porque yo sabía que nunca tenía frío.

“Y… ¿Cómo es eso de dormir? A mí me parece de

lo más extraño, ya ni recuerdo cómo era”, preguntó

interesado y me di cuenta de que si siempre me cuidaba, de

día, de noche y a toda hora, nunca dormía.

“Espera un segundo, ¿eso quiere decir que nunca

duermes?”, exclamé sorprendida. Él comenzó a reírse.

Entonces, sólo había fingido aquella vez en el bosque, para

parecer un chico normal.

“Creo haber dormido hasta las dieciocho años, pero

ahora no lo necesito Amy, porque los ángeles nunca nos

cansamos. Me parece interesante, me gustaría saber que

pasa por tu cabeza cuando duermes. Es hermoso verte

dormir. Siempre das muchas vueltas en la cama, como si

estuvieras soñando, aunque no dices nada así que no se

con que sueñas”, comentó cruzándose de brazos.

“Siempre sueño contigo. Bueno, soñaba, cuando no

te podía ver la cara. Después que supe lo que eras, el sueño

no volvió nunca más. Ese cuadro sobre la cama me hace

recordarlo cada tanto”, dije señalando la pintura que Clara

me había dado. La vio unos segundos y volvió a mirarme.

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“Las alas son bastante parecidas a las mías, pero

esas parecen plumas de pájaro. Por suerte no las hizo

blancas. No hay ángeles con alas blancas. Me pregunto a

quién se le habrá ocurrido”, bromeó sacando la mirada del

cuadro.

“Bueno, Clara debería estar orgullosa de al menos

haber hecho una buena versión de un ángel. Y por lo de las

alas blancas Bastian, si no podemos verlos como quieres

que sepamos. Somos inferiores a ustedes, obviamente”,

dije en tono de burla.

“Yo no lo creo así, eso de que sean inferiores

¿Sabes? Los ángeles tienen cierta envidia de los humanos,

porque pueden soñar, amar y llorar. Poseen más

sentimientos que nosotros y por eso voy a vengarme ahora,

en nombre de todos ellos”, amenazó tratando de parecer

malévolo pero no lo consiguió, su cara era demasiado

dulce.

Volteó un poco su cuerpo y empezó a hacerme

cosquillas. Por varios minutos no dejé de reír, hasta que mi

estómago comenzó a doler. La teoría de mamá era cierta,

la pobre Martina se aguantaba mis cosquillas diarias, más

el dolor producido por ellas. Sus rostros aún eran muy

claros para mí. Pensé que se borrarían algún día, pero no,

siempre estaban allí en mis recuerdos. Luego Bastian dejó

de hacerlo para que me repusiera.

“Te amo. Ya te lo dije, pero te amo. No puedo creer

que por fin estemos viviendo esto, desearía que no

terminara nunca”, dijo y se acercó para besarme. Sentí

ganas de saltear unos pasos, de abusar de su confianza

pero él me sujetó en mi lugar de la cama.

“Te amo. Esto no tiene porque terminar. Pero te

amo, lo voy a seguir diciendo aunque te aburras”, le dije

yo besándolo otra vez.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Bastian… ¿Cómo es Dios? ¿Es una luz o una voz?

¿Qué es?”, pregunté intrigada, me miró y sabía que se iba

a reír.

“¿Una luz? No, nada de eso. Él es como ustedes y

como nosotros. Parece persona, pero tiene alas, además del

pequeño detalle de que gobierna todo lo que existe con su

poder. No te creas que es tan original, sólo copió su propia

forma para crear a los humanos”, comentó acariciando mi

mejilla. Yo sólo asentí con la cabeza. Todavía era difícil de

creer todo lo que me decía.

El sueño, el cansancio, mas las emociones fuertes

vividas ese día me estaban por poner a dormir, pero antes

quería que me confirmara lo que ya sabía.

“¿Te vas a quedar a cuidarme? Aunque es injusto

que yo duerma y tú no. Por favor…”, supliqué usando voz

de nena para hacerle el pedido.

“Si me lo pides de esa manera, con todo gusto y

como todas las noches. Pero hoy no voy a verte desde

afuera, me quedo aquí junto a ti, para que no tengas frío”,

prometió apoyando sus labios en mi frente.

Puse mi cabeza en su pecho de roca, una mano en su

estómago y él me abrazó. Respiré hondo y me dormí feliz.

Muchas noches pasaron de la misma manera. Llenas

de risas, charlas sin sentido que terminaban conmigo

dormida sobre su pecho sin que nadie se enterara. Todo era

demasiado romántico.

A pesar de que la primavera había empezado y nos

sorprendió con grandes flores que habían crecido en los

jardines, Bastian tuvo que darme una mala noticia. Todo

dejó de ser lindo y bueno.

Su jefe se había comunicado con él unos cuantos

días atrás para confirmarle unas sospechas que tenían hacia

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algún tiempo. Esa noche, hizo que me sentara sobre la

cama mientras en el exterior los relámpagos iluminaban el

cielo oscuro, siendo el preludio de una tormenta causada

por el calor agobiante que no era normal.

“¿Qué pasa amor? ¿Qué es lo que confirmaron?

Estoy preocupada, nunca te vi así”, pregunté intrigada. Él

estaba demasiado serio, así que debía ser algo grave.

Rogué para que no tuviera que ver con nuestro amor, que

eso le hubiera provocado problemas. Peor aún era la idea

de que Dios se había cansado de esperar nuestra decisión.

No quise pensar en eso.

“Primero tienes que saber algo que no es muy

bueno”, dijo creando más suspenso aún y sabía que eso me

mataba.

“OK. Empieza a hablar y no pares hasta haberlo

dicho todo, porque me voy a morir de la intriga”, propuse,

porque necesitaba saberlo. Asintió con la cabeza y tomó

mis manos entre las suyas.

“Así como Dios nos tiene a nosotros: los ángeles, el

Maligno también tiene sus enviados. Es como un balance

que existe en nuestro mundo. Nosotros protegemos a los

humanos y ellos los tientan”, comentó Bastian

mordiéndose los labios, como preocupado de verdad. Yo

no entendía muy bien las cosas hasta ese momento. El vio

mi cara de desconcierto, pero prosiguió.

“Amy, el día que te paraste en la ruta esperando el

camión, no lo hiciste porque así lo sentías, no tenías ganas

de suicidarte. Alguien estuvo tentándote a hacerlo de

alguna manera. Ha sido muy cuidadosa por ser

principiante. Se escapó muy rápido el día que trataste de

matarte. Estaba escondida entre los árboles”, agregó

pensando, viendo imágenes en su mente para tratar de

saber quién era. Era una mujer, eso había quedado claro,

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ya que dijo que había sido “muy cuidadosa”. Pensé en

Gina, pero descarté la idea al instante, no era tan

inteligente y su maldad sólo se aplicaba a las clases

estudiantiles inferiores del Highland.

“¿Pero por qué quiere tentarme a hacer eso?

Entiendo que sea su trabajo pero…”, pregunté sin poder

terminar la siguiente oración. Bastian se sonrojó por

primera vez en su larga vida.

“Me avergüenza un poco decirlo, pero… todos

nosotros: ángeles y demonios queremos agradar a nuestro

jefe. Día a día sin que ustedes se den cuenta, se libra una

batalla entre el bien y el mal. Y… necesitamos más

aliados, así que quien los consigue obtiene más favores”,

comentó mirándome. En ese momento empecé a entender

algunas cosas, pero no dije nada, para que Bastian siguiera

explicándome.

“Es regla que cuando una persona queda sola en el

mundo, puede pasar a formar parte de los ejércitos.

Nosotros lo hacemos bien, esperamos hasta el día de la

muerte natural de las personas o casos especiales, como el

mío. Ellos los incitan a cometer locuras, así obtienen el

derecho a sus almas”, dijo tratando de hacer simple para

mí la idea de una batalla invisible que llevaba miles y

miles de años librándose.

“Entiendo. Al menos eso creo”, dije, porque en

realidad una chispa de inteligencia se encendió en mi

cerebro.

“¿En serio? Dime”, preguntó Bastian desconcertado

al ver que estaba tan pensativa.

“Por supuesto. Suicidio, quitarse la vida sin que

Dios lo haga es pecado. No iría al cielo, si es que así le

llaman ustedes. Los malos tendrían derecho a mi alma,

pasaría a ser una aliada de ellos, para la batalla”, comenté

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abrazándolo, temblando de miedo, porque pensé en la

locura de aquella noche.

“Exacto. No dudes que Zaira se haya metido en tu

vida en algún momento, para llevarte a tomar esa

decisión”, dijo y luego besó mi cabeza para tranquilizarme.

“Es que eso era lo que soñaba todas las noches

Bastian, tal cual y pasó ese día. Hasta que aparecías a

salvarme. Desdeahí me controlaba ella. Espera un

segundo… ¿Cómo la llamaste?”, pregunté, casi no pude

respirar porque había escuchado muy bien el nombre. Más

chispas de inteligencia encendiéndose en mi cabeza.

“Zaira, es lo único que sabemos de ella. Ni siquiera

sé cómo es, si la hemos visto en el colegio o en la ciudad.

No sé cómo es su aspecto”, comentó mientras me alejé de

su pecho para mirarlo.

“Yo sí sé cómo es esa maldita. Es alta, pelo oscuro

como la noche, blanca y tiene ojos de gato”, exclamé llena

de rabia, pensando en que el peligro empezaba a

relacionarse con mi nueva familia que tanto amaba y que

no iba a permitir que fueran lastimados por estar cerca de

mí, que era un imán para atraer problemas.

“¿Cómo es que sabes eso? ¿La conoces?”, interrogó

él, desorbitado, sacudiendo mis manos para que hablara de

una vez.

“Sí, porque ella a través de Nadia me presentó a

Lucas. Cuando supe que él fue quien causó el accidente y

trató de propasarse conmigo, decidí pararme en la ruta.

Estaba cegada, en verdad no lo quería hacer. Fue ella todo

el tiempo”, dije temblorosa, pensando en que si podía

hacerme actuar como ella quería, entonces era muy

peligrosa.

“Con razón me parecía raro que Nadia tuviera una

amiga de la que nunca había escuchado”, dije hablando de

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algo diferente. Recordando todas las veces en las que había

estado en “contacto” con la empleada del Diablo.

“No lo puedo creer. Pero es una novata, recién la

iniciaron porque ha cometido un error”, dijo Bastian

alegrándose por algo y sabía que vendrían más

explicaciones. No fue necesario preguntar para que me las

diera.

“Ella sólo tiene que poner la tentación en el camino

de los humanos. No debe meterse en sus sueños, ni

siquiera relacionarse con las personas a las que trata de

reclutar, menos con familiares o amigos y lo ha hecho. Así

que ahora como tu protector, tengo derecho a una batalla

con ella, cuerpo a cuerpo”, comentó como si hubiese

estado esperando el momento hace bastante tiempo, el

terror se apoderó de mi corazón. La tormenta se desató con

toda su furia.

“¿Qué? No… Bastian, no vas a pelear, no quiero

que nada te pase. Prométeme que no lo vas a hacer. Ella ha

desaparecido, ya no anda más cerca. Por favor, no lo

hagas” rogué aforrándome a él, a punto de llorar.

“Amy no te lo puedo prometer. Son las reglas, tiene

que haber una pelea. Ella nunca va a esfumarse, es su

trabajo como es el mío destruirla para cuidarte. Además es

una novata y me ofendes ¿Crees que no puedo

aniquilarla?”, dijo él acariciando mi mejilla. Que me

importaba que fuera nueva y él más fuerte. Las mujeres

eran peores, más tramposas que los hombres a la hora de

pelear. Recordé mi pesadilla al llegar a Puerto Azul luego

de mi viaje. Cuando vi a Bastian siendo atravesado por una

lanza, sacudí mi cabeza para que esa horrible imagen se

alejara.

“Estoy cansada de tantas reglas. Al final son tantas

que creo que fueron hechas para ser rotas”, dije enojada,

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ya que me enfurecía el hecho de que siempre había que

cumplirlas.

“Ten mas confianza en mí, amor. Este es el plan…”,

comenzó a preparar la estrategia. No le presté demasiada

atención porque el miedo y el dolor de perderlo eran muy

fuertes.

Él pensaba que yo debía ser la carnada, atraerla

hasta un lugar. Que tenía que ir otra vez a esa ruta y él

estaría escondido en el bosque. En cuanto ella tratara de

herirme, él aparecería para hacer su trabajo. Estaba muy

convencido de que iba a ganar, pero había algo en el plan

que no me convencía. Zaira no era tonta como para no

saber si él venía conmigo. Me hizo recordar a las películas

cuando el secuestrador dice: “si traes a alguien lo sabré y

empeorarás las cosas”. Era obvio que ella se iba a dar de

cuenta que no estaba sola.

Luego acordamos el día y el horario, pero yo

cambiaría un poco ese plan. Nadie más iba a sufrir por mí.

Yo sola me debía enfrentar a esa bruja. Sabía bien que no

iba a poder vencerla, eso era más que seguro, pero al

menos convertirme en una de ella, era mejor que quedarme

a seguir causando problemas y ver morir a todos los que

amaba.

“¿Confías en mi Amy?”, me preguntó abrazándome

fuerte. Estábamos acostados, su respiración en mi cuello

me daba escalofríos.

“Sí, confío en ti”, respondí mintiendo, por lo que me

odiaba. Por suerte no debía decirle toda la verdad, como él

a mí.

La lluvia comenzó a caer torrencialmente sobre mi

mundo. Los truenos me asustaron un poco, más la idea de

Zaira acechando en la oscuridad con su cara iluminada por

los relámpagos.

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Estábamos acostados en la cama, yo con la vista a la

ventana y Bastian detrás de mí con una mano en mi

cintura, respirando aún su refrescante aliento sobre mi

cuello lo que me hacía sentir segura. Finalmente me dormí,

pero para nada feliz como las otras noches.

Capítulo Catorce: Confrontación

Varios días pasaron. El plan seguía en marcha, sólo

faltaban cuarenta y ocho horas para que ocurriera el

desastre, lo cual me llenaba de sensaciones que eran

imposibles de describir. Lo único que sabía era que todas

ellas, más el aroma a peligro en el aire, terminarían por

desequilibrarme completamente.

Nadia y Alexis no se habían dado cuenta de mis

nervios así me comportara de manera hiperactiva, dando

respuestas incorrectas a todas las preguntas que me hacían.

De seguro pensaban que era el amor lo que me tenía así.

Las notas en los exámenes eran buenas así que

gracias a eso no levantaba demasiadas sospechas. Al

menos, en lo que se refería al estudio, porque mi vida en

esas pocas horas que me quedaban era un caos.

El miedo de no seguir los planes que Bastian me

había indicado se había instalado en todo mi cuerpo, pero

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estaba decidida a ponerle fin a todo lo que pudiera hacerle

mal a mi nueva familia. Entendí que esas eran las horribles

ideas que se formaban como tormentas en mi cabeza unos

meses atrás, yo me sacrificaría por todos los que amaba.

Bastian podría seguir cuidando a otra persona, porque lo

haría tan bien como lo había hecho conmigo. No podía ser

tan egoísta de negarle a alguien más su protección.

Rogaba para que mi ángel amado no tuviera el poder

de leer mi mente y descubriera mis nuevos planes. Aunque

me conocía ya hacía diecisiete años, así que no le era

necesario tener esa clase de poder para saber en lo que

estaba pensando. No me había dicho ni una palabra porque

estaba seguro de que íbamos a hacer lo acordado. Sólo se

limitaba a mirarme en forma dudosa en clase, pero no me

preguntaba nada cuando estábamos solos. Tal vez suponía

que estaba nerviosa, ya que no era común que los humanos

se enfrentaran con criaturas malignas.

Lo peor de todo, lo que me atormentó una noche,

fue pensar que Dios sí sabía lo que estaba pasando por mi

cabeza, pero Bastian me había dicho una vez que Él sólo

veía cómo nos comportábamos, lo que hacíamos y no lo

que pensábamos, así que me sentí un poco mejor.

Ese día soleado, me desperté sabiendo que el

momento estaba a punto de llegar. Me iba adelantar un

poco a lo planificado. No esperaría hasta el día siguiente,

que era el que Bastian había dicho.

Supuse que si Zaira podía meterse en mis sueños, si

era realmente su trabajo hacerme su aliada, me encontraría,

aprovechando que andaba sola por el bosque. Seguro mi

perfume la atraía, así que me hallaría rápidamente.

Por la mañana traté de pasar todo el tiempo posible

con mis dos mejores amigos. Antes de ir a la escuela

saludé a Clara y Héctor con dos besos efusivos que decían

simplemente “gracias por haberme querido y ayudado

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tanto”. Supe que si llegaba a hablar comenzaría a llorar y

no quería que ellos se preocuparan, entonces me tragué las

palabras.

En el colegio durante el almuerzo, miré los rostros

de todos los que conocía, para llevármelos donde sea que

me fuera. De forma disimulada y para que no sospecharan,

volví a agradecer a Nadia y Alexis por ser mis amigos,

como aquel día en cuarto año. Pensé durante las materias

de la tarde con mi ángel al lado, en todo lo que me había

pasado hasta el momento. A pesar de que muchas de las

cosas no fueron buenas, di gracias de haber venido a

Puerto Azul, porque hizo que me pasara lo que a cualquier

adolescente como yo le sucedería. Eso había sido lo más

importante, porque logré pinchar mi burbuja y me animé a

vivir.

Todo se había dado mejor de lo esperado, a mi amor

imposible le habían pedido ayudar en la catedral, donde

seguía viviendo y me dijo que me vería más tarde.

Entonces, antes de alejarme en el auto de mis amigos, le

dije que lo amaba y lo besé por última vez. No quise

hacerlo con mucho entusiasmo, con la emoción que me

dominaba, porque se daría cuenta de que algo me estaba

pasando. Eso fue terrible, el hecho de saber que moriría sin

haberme despedido de él como quería en realidad.

No hablé durante todo el viaje con mis amigos.

Apenas llegué a mi cuarto me encerré a llorar porque

perdería a Bastian y a los demás para siempre. Era más que

obvio que iba a morir aniquilada por esa bruja. Pero estaba

segura de lo que iba a hacer. Si Bastian hubiera dejado

todo por mí antes, nunca habría pensado en morir, pero ya

era demasiado tarde.

El dolor por lo que iba a dejar atrás era muy grande,

pero sabía que me encontraría con mi familia en algún

lugar. Los que quedaban en la tierra no serían acechados

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por fuerzas oscuras por mi culpa y esperaba no hacerlo yo

misma cuando fuera maligna. Rogaba con todo mi corazón

no convertirme en una despiadada que sólo quisiera tentar

a la gente que conocía.

Cuando la hora llegó, no tomé nada, me fui vestida

como estaba, antes dejé el papel celeste que había escrito

para Bastian sobre la cama. Cerré mi cuarto con llave, para

que nadie entrara y lo encontrara antes que él, que entraría

por la ventana. Pasé por la habitación de Nadia y me

detuve, porque se escuchaban las risas de ella y Alexis.

Sentí ganas de ir a abrazarlos, pero supe que las cosas se

harían más difíciles aún. Entonces seguí mi camino,

silenciosa por el pasillo tratando de no ser escuchada.

Pensé en ellos todo el tiempo, en sus caras sonrientes y

alegres que siempre habían estado conmigo.

Cautelosamente empecé a bajar las escaleras,

escalón por escalón. Clara y Héctor estaban allí, pero

dormidos en el sofá. Se habían quedado mirando una

película. Se veían enamorados como siempre. Aproveche

la oportunidad para escapar de la casa. Caminé unas

cuadras bajo la noche oscura y tomé el primer taxi que

pasó cerca.

“Hasta el puente viejo, por favor”, indiqué al

conductor. Este me miró desconcertado, porque ya nadie

iba a ese lugar y menos a esa hora de la noche. El puente

viejo estaba cerca del bosque, así que nadie nos vería allí,

por eso lo había elegido, porque no quería testigos.

Por suerte Bastian no me había encontrado antes

para detenerme. Pensé en su bello rostro por un momento,

para sentirme tranquila.

Le pagué al taxista que me miró sin decir nada, pero

sabía que quería preguntar: “¿Esta segura de que quiere

bajar aquí?”, Respiré hondo, cerrando la puerta detrás de

mí. Empecé a caminar, pensando si estaba bien o no lo que

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iba a hacer. Traté de convencerme de que sí, pero estaba

dudando y ya era demasiado tarde.

Puse un pie en el puente metálico que tenía grandes

barrotes de hierro a sus costados y la pude ver del otro

lado, a unos metros de mí esperando, como si hubiera

sabido mis planes.

Bajo la luz de la luna la pude ver mejor. Tenía

puesta una capa negra, con la capucha en su espalda. Su

pelo era largo, negro y sus ojos de gato brillantes. Tenía

sus dos manos en la cintura, lo que dejaba ver largas uñas

pintadas de rojo. Al verme, una sonrisa espeluznante se

dibujó en su cara blanca. El terror me invadió y supe en

ese momento que me había engañado otra vez, estaba

haciendo las cosas definitivamente mal. Junté valor para

hablar.

“Ya estoy aquí, bruja. ¿Quieres que salte al vacío o

vas a terminar el trabajo tu misma?”, le grité desafiándola

para que se apurara a concluir la tarea. No supe cómo hizo,

porque no la pude ni ver. Pero en un segundo, estuvo

frente a mí con sus dientes blancos apretados y sus ojos

clavados en mi cara. Supuse que la velocidad era uno de

sus poderes.

“Lo haré yo misma con gusto”, exclamó con una

voz hermosa, pero maligna. Comenzó a caminar a mí

alrededor, respirando fuerte, lo que me ponía nerviosa. Me

estaba acechando como una fiera antes de comer a su

presa. Luego se detuvo frente a mí. Levantó su mano, así

que pensé que me iba a aplastar la cabeza. Cerré los ojos

de inmediato.

“Ángel de la guarda, dulce compañía…”, recé lo

más rápido que pude.

En el silencio de la noche y en la tardanza de Zaira

al matarme, escuché el silbido de dos alas agitándose en el

viento. Me arrojé al suelo antes de que ella me atravesara

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con sus uñas filosas y Bastian voló sobre mi cabeza

embistiéndola, tirándola hacia el otro lado del puente,

donde había estado parada unos segundos atrás. Él se

acercó a mí, con la cara llena de preocupación.

“No debiste hacerlo. ¿Quieres que me muera de

dolor? ¿Por qué no confías en mí? Todo iba a estar bien”,

preguntó besando toda mi cara desesperadamente.

“Lo sé, es que soy una tonta, más que eso todavía.

¿No te has dado cuenta aún? Pero ella no iba a aparecer si

sabía que estabas escondido”, expliqué devolviendo los

besos.

“Tu protegida tiene razón. Es más inteligente que tú,

eso está mas que claro”, bromeó Zaira incorporándose,

sacudiendo su capa llena de polvo. Bastian me puso detrás

de su espalda, haciendo de escudo.

“Basta de hablar y acabemos con esto”, le gritó, los

músculos de su cuerpo se pusieron rígidos. La

confrontación iba a comenzar.

“Tú lo pediste, angelito”, sonrió ella malvadamente.

Hizo de su manos de uñas rojas una garra y Bastian

empezó a elevarse sin quererlo. Comenzó a azotarlo contra

los costados de hierro, mientras yo no paraba de sufrir por

los golpes que él recibía. Zaira se reía porque le estaba

ganando. Le provocaba cortaduras por todos lados que se

curaban en segundos. Pero si ella lo seguía controlando, él

nunca tendría la oportunidad de atacarla.

La malvada corrió a la velocidad de la luz, al lado

del ángel que estaba tendido en el suelo luego del azote

que le había dado. Extendió su mano y una daga de plata

brillante, apareció en ella. Cuando menos se lo esperó, a

punto de dar la puñalada final, Bastian puso sus dos manos

en el pecho de ella, lo que la hizo volar y chocarse

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estruendosamente contra las barras de metal. Cayó al suelo

casi inconsciente y sin poder moverse.

Mi amando caminó hacia mí, porque yo no paraba

de llorar arrodillada en el suelo duro. Vi que ella se paraba,

se acercaba rápidamente a enterrarle la daga en la espalda,

como en mi pesadilla había hecho con la lanza.

“¡Bastian!”, di un grito desgarrador. Él sonrió y voló

a la velocidad de la luz cayendo detrás de Zaira que estaba

un poco desconcertada, porque no se dio cuenta del

movimiento.

Bastian puso sus dos manos fuertemente en la

espalda. Ella cayó cerca a de mí, arrastrándose con los

labios sangrantes. El viento hizo volar mi cabello y me di

cuenta de que no eran sólo golpes, sino una gran fuerza

que la empujaba. Una fuerza que Bastian ejercía sobre su

cuerpo.

Los ojos de mi ángel se pusieron blancos, levantó su

mano derecha con el anillo dorado hacia el cielo mientras

Zaira se desesperaba porque no podía levantarse.

“Deus lux mea est”, dijo él en voz alta y firme. Miré

hacia arriba tratando de saber lo que iba a pasar. Un

pequeño objeto, del tamaño de una gota en la altura, caía a

toda velocidad haciéndose más grande. Luego aterrizó en

su mano finalmente.

Sus uñas fuertes se clavaron en mi pierna izquierda,

lo que me hizo gritar de dolor. Ella no se daba por vencida.

Bastian la apuntó con la bola de cristal.

“Es ahora o nunca, Dios”, dijo el ángel. La cara de

Zaira comenzó a desfigurarse, era aterradora junto con sus

quejidos. Las puntas de sus pies se hacían borrosas, como

si estuvieran diluyéndose en el aire. Se iba transformando

en humo poco a poco, estaba siendo atraída por la esfera

de vidrio.

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“¡Maldición!”, gritó decepcionada de ella misma y

se convirtió toda en aire oscuro. La bola de cristal se tornó

negra y el humo quedó flotando en ella como gotas de

tinta en un vaso de agua, Zaira estaba encerrada.

Bastian la lanzó con toda su fuerza hacia arriba, ésta

desapareció sin volver a caer a la tierra. Entonces supe que

todo había terminado por fin.

Me caí sobre las rodillas otra vez. Él se acercó

volando lentamente, me levantó del piso y me abrazó.

Luego besó mi frente.

“Ya está, amor. Una menos de ellos, y tú que no

confiabas en mí”, dijo contento con la victoria obtenida.

“Te amo”, agregó besándome. Me puso en el suelo,

colocó su mano en mi pierna y las heridas que me había

causado la malvada se curaron. Me había sanado.

“Gracias amor. Te amo. Perdón por todo, por ser tan

desobediente”, supliqué para que me disculpara, para que

perdonara todas mis tonterías.

“Está bien, ya sé que eres desobediente. Por eso me

gustas. Porque crees que todo es posible”, comentó

acariciando mi mejilla.

“¿Qué dijiste cuando cayó la bola de cristal en tu

mano? Eso sí que fue extraño”, pregunté intrigada.

“Ah, eso. Era latín. Dije: Dios es mi luz. Más reglas,

Amy” comentó sonriendo, porque sabía cuanto odiaba las

reglas.

De repente, una fuerza misteriosa lo elevó en el aire

frente a mí, apartándolo por completo, haciendo que sus

alas quedaran extendidas con mucha fuerza, como para

que no las pudiera usar. No entendía que estaba pasando,

pues Zaira había muerto. Alguna fuerza invisible lo estaba

atacando. ¿Qué le sucedía a Bastian?

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Capítulo Quince: La Propuesta

Estaba llena de nervios, miedo y terror. ¿Qué más

nos tenía que pasar? ¿Qué culpa teníamos de habernos

enamorado? Traté de alcanzarlo con mi mano, llorando,

pero me era imposible llegar a él. Temía que el jefe de

Zaira se estuviera tomando una revancha, mostrándonos su

venganza por haber eliminado a su servidora.

De repente, descendió en forma lenta hasta que sus

pies estuvieron en el piso. Sus ojos eran blancos y

aterradores. Supuse que estaba hablando con Dios, porque

siempre que lo hacía sus bellos ojos se quedaban vacíos.

Movía la cabeza en movimientos que no eran

normales, casi robóticos, de un lado al otro tocando los

hombros. Luego sus ojos volvieron a él, a ser verdes, cayó

estrepitosamente de rodillas en la tierra. Por primera vez lo

vi cansado. Me acerqué corriendo ya repuesta de mi llanto,

lo tomé entre mis brazos y besé su rostro unas cuantas

veces.

“¿Qué pasó? ¿Qué fue todo eso? ¿Estás bien,

amor?”, pregunté intrigada casi en susurros. Él no

respondió, se me quedó mirando y sabía que había algo

que no me quería decir, pues conocía de sobra sus ojos.

Ellos sabían algo, Bastian sabía algo, pero lo estaba

callando.

“¿Sabes? Creo que es una gran desventaja no poder

mentirte. Siempre te tengo que decir todo”, dijo sonriente

y resignado, porque era su deber contestarme con la verdad

cuando yo le preguntaba algo.

“Dime lo que tengas que decir. Ya nos han pasado

tantas cosas que no tengo miedo. A menos que te quieran

llevar lejos de mí”, le dije acariciando su cabello. Me

volvió a mirar, humedeció sus labios y se aprontó para

hablar.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Eh… no es nada malo, no te asustes. No estoy de

acuerdo con esto, pero debo comunicártelo. Dios tiene…

una propuesta para ti”, comentó con su voz no muy

convencida. Yo quedé demasiado sorprendida. ¿Dios

quería proponerme algo? ¿Qué? Si los demás supieran

todo lo que me estaba pasando, el mundo creería más en

Él, hasta los ateos empezarían a tener fe.

“¿Qué es, Bastian? Me matas con todo este

misterio”, dije apresuradamente, mordiéndome los labios.

“Bueno. Visto y considerando que tu familia

biológica lamentablemente ya no está, mas lo que ha

sucedido con Zaira… Dios te propone convertirte en…

ángel, para que dejes de sufrir y para que no hieran a tus

amigos. Dijo que lo pienses, que muy pocas veces hace

estas ofertas. Cuando estés lista, debemos ir al cerro a

comunicar la respuesta”, comentó con los ojos tristes y

alejándolos de mí. Recordé que me había dicho que los dos

bandos buscaban aliados, pero nunca sentí que él me haya

usado para transformarme en miembro del ejército de

Dios.

Me quedé completamente fuera de mí. Dios me

proponía ser un ángel, pero por la mirada de Bastian supe

que él me quería convencer de lo contrario, que no le

gustaba la propuesta de su jefe. ¿Significaba eso que lo

dejaría todo por mí? Entonces, si él lo hacía no sería

necesario que me convirtiera en un ángel. Pero como

siempre, no dijo nada, aún seguía dudando y eso me ponía

triste.

“¿Por qué había que dar la respuesta en el cerro?”,

me pregunté, pero supuse que tenía que ver con mas reglas

de las que no quería saber.

Nos alejamos en silencio de ese horrible lugar, hacia

la comodidad de mi cuarto. Cuando llegamos, antes de que

él pudiera darse cuenta, escondí lo que había escrito, pues

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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aún estaba el papel doblado sobre la cama, así que no lo

había leído. No entendí porque no quise darle el escrito en

ese momento, decidí hacerlo unos días después, cuando

estuviera lista.

La vida no hacía más que ponerme a prueba.

Pruebas que no eran nada fáciles y siempre se trataba de

decisiones difíciles de tomar. En ese momento, no supe

qué pensar, qué contestar o qué decirme a mí misma. Me

tomaría el tiempo que Dios había dado para analizarlo con

calma, ya que algo así no debía decidirse a la ligera.

Otra vez estaba en una situación que tenía que ver

con abandonar las cosas que más quería, pero también para

protegerlas. Me sentí en una encrucijada, parada frente a

un callejón sin luz ni salida.

En ese momento, en mi habitación estaba feliz,

porque los dos estábamos a salvo y vivos. Bastian no me

regañó por la estupidez que había cometido, porque luego

creyó que había sido una estrategia arriesgada pero eficaz.

Además, era más que obvio que ya se había acostumbrado

a mis ganas de desobedecer.

Esa noche dormí junto a mi ángel nuevamente,

sobre su pecho cálido y desnudo. Podía respirar su

perfume y llenarme de él.

Pensé que era incómodo para él tener que estar

quitándose la ropa a cada rato para poder volar, pero era lo

que tenía que hacer si quería parecer humano, usar ropa

como los demás. ¿Qué harían las mujeres ángeles cuando

querían abrir sus alas? Me daba vergüenza preguntárselo,

tal vez yo misma lo iba a descubrir. Me imaginé a mí

misma con gigantes alas, la idea no era mala, parecía más

bella.

Lo escuché cantarme una hermosa canción de cuna

cada vez que despertaba de mis pesadillas, provocadas por

lo que había vivido. No había sido fácil ese día, pero como

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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siempre en el final de mis noches, estaba junto a él, lo que

amaba más que todo lo que existía en el universo entero.

Los días siguientes me encontraron más pensativa.

En cualquier lugar que estuviera me quedaba con la mirada

perdida. Entonces los chicos comenzaron a preocuparse,

porque casi no les contaba nada de lo que me pasaba,

aunque Bastianme obligaba a hacerlo cuando

almorzábamos en el colegio. Al menos me decía que les

dijera cosas inventadas o superficiales, porque

comenzarían a indagar si yo seguía comportándome de esa

manera extraña.

Varias veces organizamos actividades como salidas

en pareja, pero seguía igual de perdida en mis

pensamientos, porque el tiempo pasaba y debía tomar mi

decisión.

Octubre había llegado a su mitad otra vez y los

preparativos para el baile de fin de año, el viaje de

egresados y demás. Ni eso logró sacarme del estado en el

que estaba, porque tenía cosas más importantes en qué

pensar. Hasta me había cuestionado si era necesario seguir

el colegio, porque hacía unos días pensaba que la

propuesta de Dios era lo mejor.

Una noche cuando Nadia me susurró “te extraño”

frente a Alexis, Héctor, Clara y Bastian, que había sido

invitado a cenar, me di cuenta de que me estaba haciendo

mal y a ellos también.

No sabía qué pensaban mis padres de Bastian,

porque no les dije nada, aunque entendían de sobra que

había más que amistad entre nosotros.

Después de lo que mi amiga dijo, tomé su mano y

no la solté hasta que todos se fueron. No dijimos nada, ella

se levantó de la mesa enojada y subió a su cuarto. No

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podía culparla, yo era una zombi que no le prestaba

atención.

Comprendí que Bastian no me cambiaría por su

trabajo y yo no permitiría que a mi nueva familia le pasara

algo, así que decidí no esperar más, porque estaba

lastimando a todos. Además sería un ángel, buena y no

maligna, como casi me pasó unos días atrás.

Un viernes por la tarde, cuando ya tenía las cosas

más que claras, le pedí a mi amado que me llevara al cerro

a dar mi respuesta. Bastian comenzó a indagar, porque

quería saber si estaba segura de mi decisión.

“Lo voy a hacer Bastian. No puedo permitir que mi

familia, que hicieron todo a su alcance después del

accidente, siga estando herida por mi culpa”, dije

acomodando algunas cosas en el escritorio. Quería dejar

todo ordenado antes de irme.

“Primero y antes que nada, quiero que sepas que

tienes una familia en la tierra, no es biológica, pero es más

que eso, porque realmente te aman. Ya no estás sola en el

mundo, así que la regla no aplica en este caso. Si sólo

esperaras más tiempo”, dijo él dándome su idea, la que era

como jugar sucio porque Nadia, Alexis, Clara y Héctor

eran demasiado importantes como para abandonarlos.

“Lo sé. Pero van a seguir con sus vidas. Además

estoy cansada de esperar. ¿Qué debo esperar Bastian? No

estoy obteniendo una cosa ni la otra. Ya lo decidí, quiero

ser un ángel, así puedo cuidarlos”, comenté tomando sus

manos. Él no dijo nada por unos instantes, porque sabía

que mi respuesta era buena.

“Hay algo más, Amy. Cuando seas ángel, te vas a

olvidar del amor, de la forma en que lo sientes cuando

estás conmigo, puede ser que te olvides de mí y de todos

los sentimientos humanos, de cómo se duerme, de cómo

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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llorar…”, dijo él. La tristeza se apoderó de mí, porque eso

sería perder mi esencia, pero la decisión estaba hecha. ¿Por

qué no me decía que lo iba a dejar todo de una vez? ¿Tanto

le costaba? Pero ya casi no quedaba más arena en el reloj.

“Te dije que somos una pareja rara Bastian. Estoy

segura de que nada de eso va a pasar. Al menos, si olvido

todo, igual voy a estar a tu lado trabajando para siempre”,

comenté sin alegría. Él me besó en los labios y supe en ese

instante que extrañaría sus besos.

“¿Estas segura de esto? Tienes que estar muy segura

para hacerlo”, preguntó, deseando que me arrepintiera,

pero no iba a cambiar de opinión y él no me daba un

argumento fuerte que superara al mío para que cambiara

de parecer. No decía aún lo que yo quería escuchar.

“Estoy muy segura. Pero si llego a olvidarme de

todo, escribí esto hace mucho y hace unos días lo

modifiqué, pensando en todo lo que vivimos. Toma, es

para ti. Tanta lectura y amor por los libros tenían que sacar

algo bueno de mí”, dije dándole la hoja celeste perfumada,

que tanto había guardado, escrita con mi letra y con

mariposas de papel pegadas.

Él se quedó leyéndolo detenidamente. Terminó y lo

volvió a hacer. Sus ojos se llenaron de lágrimas por

segunda vez en su existencia, pero esta vez no cayeron.

Luego lo leyó en voz alta, casi cantándolo con su

voz dulce y perfecta que lo hacía sonar maravilloso, más

aún de lo que yo creía que era:

“Búscame en el cielo, durante el hermoso

atardecer naranja. Toca mi rostro y hazme

creer que hay un mañana.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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Cántame canciones. Que sea tu bella

canción de cuna, así puedo dormir feliz

sabiendo que estás a mi lado.

Enséñame a abrir las alas, para volar

lejos de las cosas que puedan herirme. Te

seguiré todo el camino sin dudar.

Si muero, tráeme a la vida bajo la lluvia

fría o el sol, que hace al agua del inmenso

océano brillar.

Cúbreme con tus cálidos brazos, mientras

me miras con esos ojos color esmeralda que lo

hacen todo mejor.

Y si por un momento, sin quererlo

llegara a dormirme junto ti, a tu lado soñaría

con despertar.

Te amo. Amy”

“Yo te amo también. Este regalo es mucho más de

lo que esperaba. Más de lo que yo te regalé. Es

simplemente hermoso, recuerdo cada imagen de nuestras

vidas”, dijo besándome, su respuesta no se hizo esperar.

Estaba feliz y eso me ponía contenta a mí. Seguro nadie le

había hecho un regalo así en su larga vida. Dobló el papel

y lo guardó en el bolsillo de sus jeans. ¿Por qué no

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

242MATÍAS ZITTERKOPF © 2010, Ediciones MUZA Incwww.tulibreriavirtual.net

podíamos amarnos para siempre de esa forma tan intensa?

Definitivamente aprendí que los amores imposibles no

eran buenos, aunque te permitían soñar en grande.

“Vamos. Ya tengo mi respuesta, no hagamos esperar

al jefe un minuto más. Ya lo ha hecho bastante. Admiro su

paciencia”, propuse bromeando y tomé su mano. Nos

preparamos para salir de mi cuarto.

Esa noche iba a enfrentar mi destino y tenía miedo,

porque otra vez pensé en todo lo que abandonaba en el

mundo. También sentí dolor, ya que creí que todo no podía

salirme siempre bien, a eso ya lo sabía y como Bastian

había dicho, seguro me olvidaría de él. Al menos le había

escrito lo que sentía, para que me recordara siempre, tal

cual yo había sido. Pero por sobre todas las cosas, que

recordara cuánto lo amé.

Epílogo: Decisión Final

Cuando abrí la puerta de mi cuarto, vi los rostros de

mis amigos: Nadia y Alexis. No sabía qué hacían ahí,

tampoco creía que hubieran estado escuchando, pero me

pondrían las cosas más difíciles aún. Realmente me

sorprendieron sus caras, su amistad en los ojos y las ganas

de entender qué era lo que le pasaba a su amiga, que se

había puesto “rara” otra vez.

“Hola. Amy… ¿te pasa algo? Yo te entiendo, porque

te han sucedido muchas cosas malas, pero casi no nos

hablas como antes. ¿Estas enojada con nosotros?”,

preguntó a punto de llorar, cuando la interrumpí

abrazándola y trayendo a Alexis para incluirlo también.

Me había estado guardando ese abrazo hacia tiempo,

definitivamente no me quería desprender de ellos. Cuando

los solté estaban aún más sorprendidos, porque no

esperaban eso de mí. Bastian sólo miraba, tal vez

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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entendiendo lo que significaba la amistad, porque había

llegado a ser un gran amigo de ellos.

“Chicos, ustedes no son el problema. ¿Cómo podría

enojarme con quienes siempre han estado a mi lado? Los

quiero con toda, toda, toda mi alma. Les pido perdón si los

estuve ignorando, pero he tenido cosas en que pensar”,

comenté tratando de que me entendieran.

“Ahora con Bastian vamos a salir un rato, a pensar

en eso. Pero estén seguros de que siempre voy a estar a su

lado. Somos la triple alianza y somos sobre todo her-ma-

nos”, agregué separando en sílabas, lo que los hizo sonreír.

Les di un beso y nos fuimos. No quise mirar hacia atrás.

“OK. Los esperamos. Espero solucionen todo lo que

haya que resolver y que se diviertan también”, deseó Nadia

sonriente. No sería para nada divertido lo que íbamos a

hacer, pero ella no sabía de eso.

Por suerte no tenían conocimiento de que había

tratado de matarme, porque las palabras que les había

dicho, sonarían como un segundo intento, como una

despedida, que realmente lo era. Esperaba visitarlos en sus

sueños, pararme a su lado, invisible y cuidarlos de sus

pesadillas todas las noches que iban a venir.

Subí al auto llorando, mientras Bastian me miraba

diciendo: “No tienes que hacerlo”. Éste arrancó y no podía

dejar de llorar. Fue ahí que él aprovechó, para hacer su

argumento en contra de mi decisión final mucho más

convincente.

“Amy. No estás lista para esto, eso está más que

claro en tus lágrimas. Lo vas a terminar lamentando. Lo

lamentarás por la eternidad y eso no es para nada bueno”,

dijo mirándome a los ojos, muy seguro de lo que estaba

diciendo.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“¿Por qué? A ti te cambió la vida ser un ángel.

Ahora eres más feliz que antes”, dije en mi defensa, él

apartó su mirada.

“Es diferente. Porque yo no tenía familia ni amigos,

nada. Además puedo ver que amas a tu nueva familia

¿Estás dispuesta a abandonarlos así como así? Pensé que

eras mas fuerte, que lucharías”, comentó cuando

estábamos llegando al bosque cerca del Highland. Sus

palabras me atravesaron como una daga, porque en

realidad yo le estaba escapando a mis problemas.

“Si, los abandonaré, porque creo que es lo mejor

para todos. Estoy dispuesta a dejarlos, para que no sean

heridos por mi culpa”, respondí, tratando de mostrar

convicción en mis palabras.

“Pienso que no debes desprenderte de tu vida.

Además yo te amo tal cual y como eres ahora. Con tus

problemas, divertida y sin poderes”, bromeó sonriente,

tomando mi mano. Si me amaba tanto, ¿por qué no

cambiaba de opinión?

“Y si las cosas se ponen feas otra vez, los dos nos

arreglaremos para salir adelante, eliminando el mal a

nuestro alrededor y de nuestro camino, como lo hicimos

con Zaira”, comentó acariciando mi mejilla, cuando el auto

ya había estacionado. Pero eso no fue lo que más me llamó

la atención, sino lo que dijo después.

A parte de su convincente argumento, subió la

apuesta un tanto más. A pesar de que estaba seguro de que

los resultados serían malos, me dio una alternativa que me

dejó más que contenta y quería volver a decirles a mis

amigos, aunque no sabían nada, que nunca me iría, que no

los abandonaría.

Un mundo de posibilidades se abrió ante mí. El sol

imaginario logró alejar las nubes negras, porque por fin y

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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después de pensarlo, él tomó su decisión final, la que yo

había estado queriendo escuchar hacia tiempo ya.

En la base del cerro se quitó la remera y me tomó

entre sus brazos. Sus alas se abrieron y empezamos a volar

como tantas otras veces. El viento se sentía fresco,

acarreaba el perfume de flores silvestres que crecían en las

rocas.

Luego de unos momentos, nos tomamos de la mano

fuertemente, parados donde había estado el palacio de tul,

en la cima del cerro.

“¿Lista?”, preguntó mirándome sonriente. Respiré

hondo pensando en las consecuencias y en todos los

momentos vividos junto a él. Deseé con toda mi alma,

como lo hacía para que el timbre sonara en el colegio, que

nada malo pasara en la transformación.

“Sí, estoy lista”, respondí segura, porque lo que

estábamos haciendo era lo que más queríamos los dos. La

hora por fin había llegado.

Bastian se alejó un poco y volvió a decir algo en

latín. Sus ojos se pusieron blancos y se elevó del suelo

lentamente. Empezó a girar y girar, lo que me dio un poco

de miedo. Seguía hablando, estaba discutiendo. Esperaba

que Dios no se enojara y nos castigara.

Cuando hubo silencio, bajó hasta el piso con los ojos

cerrados. Sentí que iba a desmayarme de los nervios,

dudaba si acercarme a él o no. Cuando estuve a punto de

dar un paso, volvió a abrir sus ojos que ya no estaban más

vacíos.

De repente, sus alas gigantes se extendieron y se

prendieron fuego de la nada. Se desprendieron de él, como

cenizas de color naranja encendidas que volaron por el

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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aire, como cuando Alexis golpeó la leña de la fogata en

Playa Calma.

Él se quitó el anillo y lo lanzó fuertemente hacia el

cielo, éste no volvió a caer. Ahora el miedo de saber si me

recordaba me invadía por completo, aunque por suerte lo

tenía cerca. No había aparecido en otra parte del mundo

como pensaba. Sólo lo tendría que hacer recordarme.

“Hola. ¿Te acuerdas de mí? Soy Amy y tu eres

Bastian, nosotros…”, dijecasi tartamudeando y

preocupada, porque me miraba como si estuviese viendo a

una extraña. Sus labios comenzaron a moverse

lentamente.

“Búscame en el cielo, durante el hermoso atardecer

naranja, toca mi rostro y hazme creer que hay un

mañana…”, recitó lo que yo le había escrito y mi corazón

se llenó de una felicidad tan enorme que pensé que iba a

estallar.

Despacio caminó hacia mí, con su torso desnudo,

aún envuelto en cenizas que volaban y sonriente como

siempre. Había dejado de ser un ángel porque me amaba,

pero aún recordaba su trabajo anterior, ya que Dios era

justo. Le daría lo que él más quería y deseaba, pero

también le recordaría que una vez había trabajado para Él

y lo había dejado por mí. Ese era el regalo más grande que

podía haberme hecho.

Me tomó fuertemente de la cintura sin darme tiempo

a decir nada. Me besó con todo su amor, de forma humana,

completamente diferente a las veces anteriores. El cielo

sobre nosotros estaba oscuro, pero lleno de estrellas que

brillaban cada vez con más intensidad.

“Te amo, desde siempre y para siempre”, dije

sonriente volviéndolo a besar, porque no podía creer que

todo había terminado tan bien.

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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“Te amo. Desde el principio, desde tus sueños y

hasta el fin de nuestros días” exclamó sonriente también.

Sus años habían empezado a correr desde ese día, ese sería

su cumpleaños. Aún seguía siendo mayor que yo, lo que

me alegraba un poco. No me agradaba la idea de ser más

grande que él.

Miré sus ojos verdes que ya no eran mágicos sino

humanos. Pero estos no habían perdido su color ni su

brillo. Y por primera vez, al ver sus hermosos ojos, supe

que mi vida había retomado su curso al fin.

Pude ver en ellos el baile de diciembre, a los dos

bailando el vals bajo luces blancas. El divertido viaje de

egresados también apareció. El compromiso de Nadia y

Alexis, Héctor y Clara acompañándolos al altar. Observé

mi propio casamiento, más un hermoso bebé esperando

nuestras caricias y besos en una cuna celeste. Pero por

sobre todas las cosas lo vi a él: mi Bastian, siempre al lado

mío, como desde que tenía uso de razón.

Me sentí completa y más que feliz. Recordé a mi

familia en el cielo y a la nueva en la tierra. Entendí que era

bueno reventar burbujas para vivir en el mundo real.

Me acercó a su cuerpo sin dejarme pensar, a lo que

no opuse resistencia y me volvió a besar lleno de pasión

otra vez. Festejamos nuestra victoria.

A nuestro alrededor, misteriosamente volaban

millones de mariposas imperiales azules. Formaban una

ronda cerca de nuestros cuerpos y nunca se cansaban de

girar. Estábamos parados en el centro de un tornado de

alas azules, nos miramos y sonreímos, porque sabíamos

que todo estaba bien. Ambos tendríamos la vida que

habíamos elegido vivir.

Para cualquiera que lo hubiera visto, eran sólo

mariposas. Pero yo creí que eran ángeles, pequeños

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ÁNGELES Y MARIPOSAS

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ángeles guardianes que cuidarían nuestro amor por

siempre.

Al menos eso pensé mientras por mis venas corría

sangre envenenada…

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ACERCA DE: MATÍAS ZITTERKOPF

ARGENTINA. 1987. Desde pequeño desarrolló interés por la lectura y escritura dehistorias.En el año 2008 se graduó como Profesor de Inglés y actualmente estudia para convertirseen Licenciado en Lengua Inglesa.Matías publica relatos en su blog personal, que es leído y seguido por personas de variospaíses. www.matiaszitterkopf.com.ar

Ángeles y Mariposas es el primer libro de la trilogía juvenil, fantástica y románticallamada: Amor con Alas.

Sus influencias son escritores como: Virginia Woolf, Edgar Allan Poe, C.S. Lewis yStephenie Meyer, entre otros. »»»»»