aproximaciones a josé martí - raúl fornet-betancourt

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Aproximaciones a Jos Mart

Ral Fornet-Betancourt

Indice

Prlogo

7

I.

Jos Mart: vida y opcin poltica

9

II.

Jos Mart y el socialismo

29

III.

La Conquista: una desdicha histrica? Una aproximacin al problema desde Jos Mart 33

IV.

Jos Mart y el problema de la raza negra en Cuba

43

V.

Jos Mart y la crtica a la razn teolgica establecida en el contexto del movimiento independentista cubano a finales del siglo XIX 61

VI.

Jos Mart y la filosofa

83

VII.

Jos Mart y su crtica de la filosofa europea

97

VIII.

La cuenta pendiente de la filosofa latinoamericana con Jos Mart 105

5

Prlogo

En el presente libro se recogen ocho ensayos sobre Jos Mart que han sido escritos en distintos momentos y, tambin, con motivo de diferentes ocasiones. Hay entre ellos entonces, como notar el lector atento, distancia temporal y ocasional que se refleja no solamente en el modo de enfocar los temas y de argumentar sino igualmente en las acentuaciones interpretativas propuestas. No hay, entre ellos, sin embargo, distancia intencional porque todos estos ensayos responden a una nica preocupacin, a saber, la de acceder a la obra de Mart desde distintas perspectivas para contribuir con ello al anlisis de su obra como una obra a la que hay que acceder por muy diversas puertas, y siempre con espritu creativo. Por responder, pues, a esa preocupacin hemos reunido estos ensayos en el presente libro con el ttulo de "Aproximaciones a Jos Mart". Se trata, en efecto, de aproximaciones que buscan, cada una en su mbito concreto, establecer una relacin con la obra martiana; esto es, acercarse a ella marcando un camino viable para adentrarse en la misma y poder interpretarla de manera que esa interpretacin sea, a la vez, aprendizaje y creacin. Quiere esto decir que las aproximaciones a Jos Mart ensayadas en este libro quieren ser percibidas como ejercicios martianos. Quieren ser, y son, estas aproximaciones formas de ejercitarse en Mart; formas de aprender su uso y manejo, pero sobre todo formas de ejercitarse en el espritu martiano, en su manera de hacer y de pensar. No proponemos, por tanto, aproximaciones que ayuden slo al ejercicio exegtico y erudito de la obra del Apstol. Planteamos tambin, y acaso sobre todo, ejercicios que nos estimulen a interpretarla como una obra inacabada en sus distintas perspectivas; y ello no porque su autor no tuviese tiempo para acabarla sino ms bien porque su autor haca obra obrando, en pensamiento y accin, sobre su mundo histrico, especialmente ese mundo histricamente proyectado de Nuestra Amrica, con vistas precisamente a transformarlo en un mundo ms humano, ms solidario, ms digno y universal. De esta suerte ejercitarse en la obra de Mart es ejercitarse en una obraprograma; en una obra que nos reclama como co-autores, como cocreadores; y que nos impulsa, por consiguiente, no a pensar o repensar el texto martiano como un texto de biblioteca o pieza de museo, sino a pensar

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con l y desde l los contextos del mundo histrico que lo originaron y que quedaron pendientes en l. No debemos olvidar que, como todo texto donde queda documentado pensamiento autntico, la obra de Jos Mart nace del dilogo y de la confrontacin con los contextos histricos de su mundo, que es tambin nuestro mundo; y que se nos ofrece as como una obra en proceso o, si se prefiere, como una tradicin de pensamiento que, ms que defensa o repeticin, lo que reclama es continuacin creativa. En este sentido los ocho ensayos reunidos en este libro proponen otros tantos ejercicios martianos; ejercicios cuya prctica tal es la intencin de fondo en todos ellos deber capacitarnos para continuar creativamente el programa poltico de Mart (captulos I y II), su visin de Amrica como comunidad intercultural (captulo III), su humanismo radical (captulo IV), su visin de una nueva religin postconfesional (captulo V) o su esbozo de una filosofa polifnica donde no resuene nicamente el eco del logos griego (captulos VI y VII); y para comenzar, por fin, a saldar la cuenta pendiente que, especialmente en filosofa, todava tenemos con l (cap. VIII). Ral Fornet-Betancourt Aachen, el 8 de febrero de 1994

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I.

Jos Mart: vida y opcin poltica

Con el triunfo de la Revolucin Cubana, que no ha negado nunca su deuda con el ideario poltico de Jos Mart, se inicia, y no solamente en Cuba, un verdadero renacimiento de Mart. El rasgo ms notorio, ms significativo y revelador de este renacimiento es quizs la preocupacin que lo anima por corregir la imagen de Mart que durante dcadas enteras ha prevalecido en el mundo de la cultura, a saber, la imagen del Mart romntico e idealista, del Mart apoltico, ajeno a su tiempo y mundo, del Mart mstico, del Mart "santo de la libertad y del deber". Por ello se pone ahora el acento sobre las ideas sociales y polticas de Mart, para mostrar que la obra martiana, con sus profticas advertencias sobre las nefastas consecuencias de un dominio imperialista de los Estados Unidos de Norteamrica sobre Cuba y la Amrica hispana en general, con sus repetidas condenaciones de toda suerte de sistema dictatorial y militarista, con su negacin incondicional del racismo y de las desmedidas desigualdades sociales, con su rigor y purismo moral y con su constante afirmacin de los valores autctonos de esa Amrica que l entraablemente llamaba "Nuestra Amrica", contiene todo un programa de liberacin poltica y cultural de sorprendente actualidad para los pueblos oprimidos del subcontinente americano y del tercer mundo en general. Las reflexiones siguientes se sitan en esta nueva perspectiva de interpretacin abierta por el renacimiento martiano al que hemos aludido anteriormente, y deben, por consiguiente, ser entendidas en el sentido de una contribucin, si bien limitada, a la comprensin de la obra de Jos Mart como la primera manifestacin sistemtica de la conciencia latinoamericana que se levanta, para denunciar las deformaciones enajenantes del colonialismo en los pueblos que conforman "Nuestra Amrica", y anunciar, a un mismo tiempo, posibles caminos de liberacin. Jos Mart y Prez naci en La Habana el 28 de enero de 1853, de padres espaoles. Luego de cursar sus primeros estudios en el colegio San Anacleto, donde conoci a su fiel amigo Fermn Valds, fue matriculado en la Escuela Superior Municipal de Varones cuyo director era el educador y poeta cubano Rafael Mara Mendive. El talento de Pepe despert la admiracin de Mendive, establecindose entre ambos una franca comunicacin que muy pronto sobrepas los estrechos lmites de las materias escolares. Mendive, generoso maestro y forjador de conciencia patritica, inculc en su joven discpulo las ideas separatistas.

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El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Cspedes se alz en armas en su ingenio La Demajagua, en la provincia de Oriente. Liber a sus esclavos, y proclam la independencia de Cuba. La noticia de los acontecimientos de Oriente se extendi rpidamente por toda la isla, originndose una ola de simpata hacia la causa independentista. En La Habana, el joven Mart no permaneci ajeno a los sucesos. Impulsado por el amor patrio, se comprometi con la idea mambisa y se dedic integramente a la actividad conspiradora que, meses ms tarde, habra de costarle una acusacin por "sospechas de infidencias". Mart fue condenado a seis aos de prisin. Por la experiencia del presidio, descubri Mart la miseria colonial en toda su bochornosa crueldad. All sufri en carne propia el desatino represivo del decadente poder colonial lanzado con rabia contra lo ms humano de aquellos hombres, cuyo nico "delito" era el no haberse sometido. En 1871, habindose conmutado la pena de presidio por la de destierro, sali Mart para Espaa. En dicho ao public su primera obra importante: El Presidio Poltico en Cuba. Durante su estancia en Espaa, Mart continu sus estudios, primero, en la Universidad Central de Madrid, donde estudi derecho, y luego en Zaragoza en cuya universidad obtuvo el grado de licenciado en Filosofa y Letras. Pero la metrpoli ofreci a Mart mucho ms que la posibilidad de estudiar. En ella madur profundamente su pensamiento poltico, como lo prueba el folleto publicado en 1873 bajo el ttulo de La Repblica Espaola ante la Revolucin Cubana, en el que sostena el derecho a la independencia de Cuba por las mismas razones que fundaban el nacimiento de la Repblica en Espaa. Mart exiga a la Repblica consecuencia poltica: "Y si Cuba proclama su independencia por el mismo derecho que se proclama la Repblica, Cmo ha de negar la Repblica a Cuba su derecho de ser libre, que es el mismo que ella us para serlo? Cmo ha de negarse a s misma la Repblica?"1 La indiferencia que encontr este escrito entre los crculos oficiales republicanos no extra a Mart. En realidad, no haba abrigado nunca muchas esperanzas sobre la eficacia de dicho artculo, pues de la observacin penetrante de la vida poltica metropolitana haba aprendido que no bastaba con apelar a la esfera de los derechos y a la generosidad de las estructuras de poder, para solucionar las cuestiones conflictivas de la historia. La inconsecuencia de la Repblica convenci a Mart de que el problema cubano slo podra ser resuelto fuera de los marcos polticos del1

Jos Mart, La Repblica Espaola ante la Repblica Cubana, en Obras Completas, tomo 1, La Habana 1975, p. 92.

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poder espaol. Desde este momento empieza a comprender que la lucha armada es el nico camino capaz de conducir a la independencia y, por consiguiente, de separar el destino econmico-poltico de Cuba del espaol. Esta fue la verdad fundamental que deriv Mart de las contradicciones imperialistas en el seno de la Metrpoli, culminando con ella su etapa de preparacin profesional y poltica. En 1874 abandon Mart Espaa. Se iniciaba una poca peregrina cuyas principales etapas fueron: Mxico, Guatemala y Cuba, en la que su pensamiento se abri a las mltiples necesidades de su patria Amrica. De la abundante produccin literaria de esta poca, dos trabajos merecen especial mencin: Guatemala y La riqueza de Guatemala. En ellos aparecen ya claramente definidos los lineamientos fundamentales por los que habr de discurrir el pensamiento futuro del Apstol. En su obra Guatemala sostiene Mart que la conquista de Amrica fue posible bsicamente por la desunin reinante entre los nativos a la llegada de los espaoles quienes, con gran sentido prctico, supieron usarla para sus propsitos conquistadores. De la constatacin de este hecho histrico extrae Mart el tema, capital en toda su obra, de la unidad americana. Para l los pueblos de Amrica podrn salvarse slo mediante la unin. "Puesto que la desunin fue nuestra muerte, qu vulgar entendimiento ni corazn mezquino ha menester que se le diga que de la unin depende nuestra vida?"2 En esta obra se hayan expuestas otras dos tesis esenciales del pensamiento martiano. La primera de ellas, referente al problema de la riqueza nacional, declara que la riqueza exclusiva es injusta, y aboga por la distribucin de la misma.3La segunda plantea la cuestin indgena que afrontan las jvenes naciones americanas como uno de los ms tristes resultados de la dominacin colonial sufrida, en la cual los indios fueron aplastados y reducidos a la condicin de bestias. Resucitarles el hombre que llevan dentro, debe ser la tarea primera de todos aquellos que aspiren a una patria libre.4 Esta ltima idea es profundizada por Mart en su ensayo sobre La riqueza de Guatemala, donde vincula el futuro de la revolucin americana a la raza indgena. He aqu sus palabras: "La mejor revolucin ser aquella que se

2 3

Jos Mart, Guatemala, en Obras Completas, tomo 7, La Habana 1975, p. 118. Cfr. Jos Mart, Ibid., pp. 134 y sgs. 4 Cfr. Jos Mart, Ibid., pp. 157 y sgs.

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haga con el nimo terco y tradicionalista de los indios."5 Mart est, pues, muy lejos del concepto de revolucin caudillista que tan funestas consecuencias ha tenido para nuestros pueblos americanos. Tampoco entiende Mart por revolucin el conjunto de reformas que se realizan segn los intereses y ambiciones poltico-econmicos de determinados sectores progresistas de la burguesa. Mart identifica la revolucin con los profundos cambios anhelados por esa masa irredenta que refleja en su msera situacin los horrores todos de la larga explotacin colonial. La verdadera revolucin ha de nacer de la masa indgena porque es en ella donde la dignidad americana ha sido ms vilmente ultrajada y donde se contienen, por tanto, las exigencias ms radicales para la reivindicacin de una nueva vida. Por las experiencias de Mxico y Guatemala, el Mart romntico cedi definitivamente el puesto al Mart analista. Su pensamiento no ser un grito desesperado ni la expresin melanclica de una Amrica mutilada, sino un canto de esperanza real y cierta que tiene su fuente en el indestructible espritu rebelde de las masas populares. Al Mart romntico, la dolorosa situacin del indio le hubiese llevado quizs a convertirse en la expresin terica de una conciencia desdichada. Pero al Mart para el que "la mejor manera de decir es hacer", los clamores de una Amrica saqueada en su riqueza material y frustrada en sus manifestaciones culturales autctonas, le llevaron al compromiso poltico militante. A principios de 1878 las noticias sobre la evolucin de la guerra independentista en Cuba inquietaron profundamente a Mart. Las noticias que tanto cartas como peridicos le traan a Guatemala eran confusas, pero todo pareca indicar que la accin insurreccional comenzada diez aos antes tocaba a su fin sin haber conseguido su objetivo. Poco tiempo despus leera en los peridicos la triste noticia del Pacto del Zanjn por el que espaoles e insurrectos se avenan a terminar las hostilidades guerreras, en base a las promesas de rpidas reformas concedidas a Cuba por la Metrpoli. Oficialmente la lucha haba terminado. La coyuntura poltica creada por el Pacto del Zanjn permiti a Mart regresar a La Habana a mediados de ese ao de 1878. La situacin en Cuba era confusa y tensa. Las reformas prometidas no se concretaban y el malestar que ello produca iba perfilando las posiciones polticas. Se haca sentir, adems, la influencia de la actividad revoluciona5

Jos Mart, La riqueza de Guatemala, en Obras Completas, tomo 7, ed. cit., p. 163. (Aqui se publica este ensayo bajo el ttulo Reflexiones).

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ria de algunos jefes mambises que, como Calixto Garca, no haban aceptado el Pacto del Zanjn. La presencia de Mart se not rpidamente. Su temperamento fogoso no desperdiciaba oportunidad alguna, ya fuese pblica o privada, para defender la causa de la independencia. Luego de estos primeros lances, entr de lleno en la conspiracin, ajustando su lucha a las normas que el Comit Revolucionario de Nueva York haba dado con el fin de coordinar y fortalecer las fuerzas separatistas. Las actividades clandestinas de Mart fueron descubiertas; y en septiembre de 1879 era deportado para la Metrpoli. Una vez ms, la represin colonial frustraba la realizacin de sus ideales. Pero esta vez Espaa fue slo una estacin de paso para aquel hombre que, atormentado por el imperioso deber que imponan las cosas de la patria, conceba la misin revolucionaria como la tarea suprema de su vida. A comienzos de 1880 llegaba Mart a Nueva York. Era el principio de su etapa definitiva. Desde su llegada se haba incorporado al Comit Revolucionario de Nueva York cuyas actividades, por entonces, respondan a los planes revolucionarios del general Calixto Garca. El estrecho contacto con los revolucionarios cubanos de la emigracin manifest a Mart las glorias y miserias del movimiento independentista. Junto al pasado glorioso de hombres heroicos, junto a los ms nobles ideales, comprob el Apstol rencillas, resentimientos y prejuicios que amenazaban la unin indispensable. Mart se aplic a extirpar estos males, poniendo especial atencin en erradicar del movimiento el excesivo militarismo que le haban impregnado ciertos generales mambises. En esta poca uno de los principales problemas para la revolucin en Cuba era el representado por la escasa coordinacin entre civiles y militares, nacida del cierto desprecio que stos ltimos mostraban hacia los primeros en los que vean, por la experiencia de la Guerra de los Diez Aos, el peligro de una injerencia contraproducente. Esto explica la preocupacin de los generales mambises por estructurar el movimiento insurreccional militarmente. Frente al peligro del militarismo, Mart expuso la necesidad de una revolucin nacida del pueblo y conquistada por las fuerzas del pueblo. Haba, pues, que infundir ese espritu nuevo en el movimiento. Y ciertamente nadie mejor que Mart para realizar tan importante y delicada misin. A partir de entonces su vida qued definitivamente ligada al movimiento revolucionario cubano.

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Con el fracaso de la intentona revolucionaria de 1880, conocida por el nombre de La Guerra Chiquita, Mart confirm sus aprensiones sobre los fallos estructurales del movimiento patritico. No se poda continuar comprometiendo la causa de la patria con brotes aislados de rebelin que, condenados al fracaso, no conseguan otra cosa sino desmoralizar a la ya cansada poblacin cubana. La lucha tena que continuarse, s; pero sobre una base slida que permitiese desplegar la guerra en forma coherente y contundente. El punto de partida para semejante empresa, pensaba Mart, no poda ser otro que la unidad de los cubanos todos, puesto que la unidad del movimiento revolucionario haba de surgir como consecuencia de la unidad del pueblo. Sin un pueblo unido no habra garanta alguna de triunfo para la revolucin. Precisamente por esta concepcin de una revolucin popular, critic Mart, como decamos anteriormente, el autoritarismo militar que se haba intentado imponer al movimiento revolucionario. Y ahora, esta concepcin revolucionaria le llevaba a desacuerdos con algunos jefes veteranos que entendan la guerra de la independencia casi como el desahogo de una pasin privada. En efecto, a mediados de 1884, Mart tuvo la oportunidad de convivir con Mximo Gmez y Antonio Maceo. Los dos legendarios jefes mambises haban venido a Nueva York para ultimar los preparativos de una nueva empresa blica. Mart, que al principio haba secundado los planes de ambos jefes, descubra ahora el peligro que la mentalidad autoritariamilitarista, de Gmez en especial, representaba para el desarrollo de la revolucin en Cuba. Mart se encuentra as ante un doloroso dilema. De una parte, su amor patritico le urga el inicio de la lucha y, de otra, su conciencia poltica condenaba la forma que se quera imponer a la revolucin. Por verdadero amor patritico Mart fall a favor de los dictmenes de su conciencia poltica. Sin intrigas ni espavientos, declar su inconformidad con la lnea poltica dada al movimiento y calladamente, para no perjudicar a la patria contribuyendo a divisiones estriles, se separ de l. Esta actitud principista asumida por Mart no debe entenderse como una actitud nacida de la terquedad del intelectual que desea mantener su pureza a toda costa. No. Mart, lo ha probado su vida entera, no era de ese tipo de intelectuales. La decisin martiana refleja al revolucionario ntegro y lcido; al revolucionario consciente que no admite componendas en las cuestiones fundamentales. Y para Mart, la forma de plantear e iniciar la

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revolucin era una cuestin esencial en la que no se poda transigir. Porque si la repblica ser tal como la engendre la revolucin, a sta corresponde entonces realizarse mediante formas que anuncien o adelanten ya, de manera palpable para las masas, los contenidos polticos a cuya conquista se orienta la accin independentista. La revolucin debe as estar configurada por los ideales que persigue; sus estructuras deben ser un anuncio del nuevo orden que se postula. La fidelidad a estas ideas fue lo que impidi a Mart dar su apoyo a los planes de Gmez, quien pretenda iniciar un movimiento revolucionario marcadamente autoritario y caudillista. Aunque esta ruptura llev al Apstol a unos aos de silencio, ello no signific un aislamiento de los asuntos de la patria. Mart, adems de revisar y profundizar su pensamiento, se dedic con ahinto a la concientizacin poltica de las capas ms humildes de los emigrantes cubanos de Nueva York. El "Maestro" se preparaba para su gran tarea. En 1887, con motivo de la conmemoracin del 10 de octubre, Mart rompi su silencio con un discurso en el que subrayaba el ideal democrtico que tena que animar al movimiento independentista cubano. Sus posiciones de 1884 se haban consolidado, y el momento de extenderlas haba llegado. Pero las preocupaciones de Mart no nacan slo de los problemas de su sufriente Cuba, sino que tenan su fuente central en el destino confuso e incierto que las manifestaciones imperialistas de los Estados Unidos de Amrica amenazaban imponer a las jvenes repblicas hispanoamericanas. Por eso, sin descuidar sus deberes para con Cuba, consagr especial atencin a los rumbos que tomaba la poltica norteamericana. Tema los afanes de extensin de la pujante nacin del Norte, porque vea en ellos el peligro mayor para el futuro desarrollo poltico, econmico y cultural de nuestros pueblos latinos. En los aos de 1889 y 1891, los afanes expansivos de los USA se convirtieron en voluntad expresa de dominacin, tal como lo mostraron las mociones y estrategias de sus representaciones en la Conferencia Internacional Americana y en la Comisin Monetaria Internacional Americana. En ambos acontecimientos particip Mart denunciando abiertamente el peligro imperialista que se cerna sobre Hispanoamrica. A partir de entonces el guila de Washington fue siempre para l "el guila temible".6

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Jos Mart, Versos sencillos, en Obras completas, tomo 16, La Habana 1975, p. 61.

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De capital importancia para la comprensin del pensamiento antiimperialista de Mart es el estudio que dedic a la Comisin Monetaria, publicado en mayo de 1891 por La Revista Ilustrada de Nueva York, en el cual, con una clarividencia poltica extraordinaria, advirti a los pueblos hispanos de Amrica sobre las "razones ocultas" de la invitacin a la unidad formulada por el gobierno de los USA. Por su contenido, este texto puede ser considerado como la primera denuncia seria del imperialismo norteamericano, y como un genial avance de la moderna teora de la dependencia. Recordamos aqu tan slo aquel pasaje en el que Mart afirma: "Quien dice unin econmica, dice unin poltica. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio, para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a ms de uno. El influjo excesivo de un pas en el comercio de otro, se convierte en influjo poltico."7 Meses antes, en enero de 1891, haba aparecido en El Partido Liberal de Mxico el ensayo titulado: Nuestra Amrica que es, sin duda, el ms importante para conocer el pensamiento americanista del Apstol. Nuestra Amrica no es un manifiesto americanista en el que se predique un fatuo nacionalismo o en el que se cante la superioridad de los valores autctonos de nuestros pueblos, sino que es, fundamentalmente, un programa polticocultural establecido en base a las necesidades ms urgentes del continente. No hay romanticismo en la afirmacin del hombre natural, de la Naturaleza americana. La afirmacin de estos elementos cumple una determinada funcin poltica porque nicamente a partir de ellos podr realizarse una liberacin total. Nuestra Amrica no es un canto a un pasado glorioso ni una invitacin de retorno a l. Mart, que est mucho ms cerca de Marx que de Rousseau, afirma lo natural, lo nuestro, para poder mostrar mejor el proceso de inversin de valores producido por el dominio colonial. Con la colonizacin se impuso a Amrica una serie de costum-bres y tradiciones que impidieron el desenvolvimiento de sus culturas nativas. De esta manera se produjo la tpica sustitucin de valores que toda potencia imperial realiza, y por la que se engendran esas criaturas deformes, sietemesinas, que son las colonias. Este deplorable cuadro lo describi Mart con plasticidad asombrosa al escribir: "Eramos una visin, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de nio. Eramos una mscara, con7

Jos Mart, "La Conferencia Monetaria de las Repblicas de Amrica", en Obras Completas, tomo 6, La Habana 1975, p. 160.

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los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetn de Norte Amrica y la montera de Espaa."8 En la perspectiva martiana, la afirmacin de lo nativo encierra una carga poltica innegable, ya que implica un llamado a la conciencia nacionalcontinental frustrada por la dominacin colonialista. Nuestra Amrica es, pues, el grito de un colonizado liberado a sus hermanos que, ofuscados por las mistificaciones colonialistas, no han roto an con las viejas formas adquiridas durante el perodo de esclavitud, perpetuando en formas polticas aparentemente nuevas el espritu de servilismo extranjero por el que se menosprecia lo ms autntico de sus naciones. Mart alerta contra esa actitud ingenua, tan comn en los pueblos recin independizados, de creer que la dependencia colonial se suprime con la derrota de los ejrcitos imperiales y con la consiguiente proclamacin de una repblica. Para l, tal suceso, si no va acompaado de un profundo proyecto libertario orientado a erradicar todas las deformaciones creadas por la dominacin extranjera, tanto econmicas como polticas, no ser ms que un simple cambio de formas. Por ello adverta profticamente: "El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espritu."9 La independencia, en cuanto resultado de ese espritu nuevo fraguado a lo largo de la guerra anticolonial, no es la culminacin del proceso de liberacin, sino su verdadero punto de partida. Esto fue lo que "olvidaron" las jvenes repblicas de Hispanoamrica, en las que el poder fue estrenado por una burguesa "criolla" que vea la independencia como el camino obligado para la consolidacin de sus intereses de clase, dado el agobio asfixiante de las medidas econmicas impuestas por la Metrpoli. La independencia es as instrumentalizada por los intereses de una clase no representativa de las necesidades populares. Y esta clase, al vincularse a los grupos dominantes de otros pases imperialistas, neutraliza las fuerzas libertarias que haban animado la contienda de la emanzipacin. Pero estas burguesas, aunque mucho presumen de dirigir pases independientes y de autocalificarse como burguesas "nacionales", no son ms que un producto hbrido y extico. Ellas son la imagen perfecta del buen colonizado, y piensan, por tanto, en los mismos trminos que sus colonizadores. La independencia es para ellas la oportunidad esperada de poner en prctica su "narcisismo voluntarista", como dira Frantz Fanon. Las repblicas que8 9

Jos Mart, Nuestra Amrica, en Obras Completas, tomo 6, ed. cit., p. 20. Jos Mart, Ibid., pg. 19

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controlan surgen a imagen y semejanza de la odiosa, pero envidiada, Metrpoli. Tal es la triste realidad que denuncia Mart en su ensayo Nuestra Amrica. Vemos, pues, que no escap al penetrante sentido poltico de Mart que el grave problema con el que tenan que enfrentarse las naciones hispanoamericanas estaba en esa herencia colonialista de siglos, cuya anulacin requera una ardua tarea de reeducacin global que despertase en las masas populares nuevos valores sacados de la realidad de nuestros pases. Por ello, al mismo tiempo que fustigaba duramente a aquellos "hombres de siete meses" que, por falta de amor a su tierra, se avergenzan de su origen y rinden homenaje a los valores del invasor extranjero, estableca la primaca de lo americano como defensa de lo ms sufriente de nuestros pueblos: la masa indgena, el campesino pobre, el mestizo, el negro. Su fe en Amrica, es la fe en los desheredados de Amrica, en aquellos que el conquistador pisote con ms fuerza y que estaban siendo completamente marginados en las nuevas repblicas dominadas por esas burguesas exticas. Por la burguesa, los vicios de la colonia corroen la repblica: la soberbia de las ciudades capitales, el desprecio a los campesinos y a la raza aborigen, etc.10 Contra estas repblicas de imitacin, en las que la colonia previve, se levanta Mart para recordar que es en el pueblo donde estn las verdaderas reservas de Amrica, y que esa gigantesca empresa de rescatar a Amrica de las deformaciones colonialistas, slo es realizable por el pueblo. En noviembre de 1891 viaj Mart a Tampa donde pronunci uno de los discursos ms famosos de cuantos pronunciara en su vida, conocido por el ttulo de Con todos y para el bien de todos. En este discurso expona las caractersticas esenciales que habran de definir a la revolucin cubana. Mart invitaba a deponer las rencillas y los recelos que tanto haban perjudicado a la causa de la patria y a unirse bajo "esta frmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos".11 Otro punto muy revelador de este discurso es aquel en que Mart criticaba el racismo de ciertos grupos cubanos de la imigracin que miraban al elemento negro de Cuba con desdn. El racismo es algo que repugna a la mente martiana cuya preocupacin mxima era la integracin de los10 11

Cfr. Jos Mart, Ibid., pp. 19 y sgs. Jos Mart, "Discurso con todos y para el bien de todos", en Obras Completas, tomo 4, La Habana 1975, p. 279.

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cubanos todos bajo una nica bandera de amor y respeto al hombre, que, a su juicio, deba ser la norma suprema de la futura repblica. "Yo quiero que la ley primera de nuestra repblica sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre."12 El humanismo inclusivista que revelan estas palabras es la constante ms profunda del quehacer poltico martiano, y la piedra angular de la reconstruccin del movimiento revolucionario cubano. Mart hace poltica porque ama. La fuerza fecunda de su palabra radica en el mensaje de amor que predica. Su frmula de "con todos y para el bien de todos" es la sntesis del estado poltico al que aspiran los pueblos unidos, los pueblos que combaten sin odios ni rencores. La revolucin, por consiguiente, debe realizarse de tal forma que encuentren cabida en ella todos los sectores del pueblo cubano. La revolucin de Mart no excluye. Ella es, por el contrario, un gran proceso envolvente en el que se aniquilan las diferencias mediante el triunfo del amor sobre el odio. El nacimiento del Partido Revolucionario Cubano, a principios de 1892, fue el primer resultado prctico de la "frmula del amor triunfante". El Partido surgi como un frente amplio de lucha en el que, por el espritu integrador del "Maestro", la revolucin de ayer y la revolucin de hoy se fundieron bajo un programa comn. Mart era el alma del Partido, y trabajaba infatigablemente para consolidarlo. A travs de las pginas de Patria, el peridico del Partido, extendi Mart sus ideales de unidad y conciliacin. Esta tarea era insoslayable, puesto que las discrepancias e intentonas divisionistas se seguan presentando; y ello a pesar de que con la fundacin del Partido se haba resuelto el viejo problema suscitado entre militaristas y civilistas, mediante la creacin de dos jefaturas, una civil y otra militar, cuyos jefes eran Mart y Gmez respetivamente. Durante estos aos de preparacin de la lucha armada, Mart vivi atormentado por la idea de que cualquier malentendido o frase poco meditada pudiese abrir las viejas heridas del 78 y el 84. En esta tensin permanente procuraba Mart conjugar la labor de agitacin poltica con la de esclarecimiento ideolgico sobre los fines del movimiento revolucionario. La labor del Partido Revolucionario Cubano culmin en 1895 con el estallido de la guerra independentista. Mart viaj a Santo Domingo para unirse a las tropas que desde esa nacin habran de dirigirse a Cuba bajo el mando del general Mximo Gmez. El 25 de marzo de ese ao redact, en12

Jos Mart, Ibid., p. 270

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Montecristi, el Manifiesto de la Revolucin. Documento ste que refleja la madurez de su pensamiento poltico, recogiendo en un todo programtico sus ideas sobre la concepcin de la revolucin y sobre las vas por las que deba realizarse, para que con el triunfo se garantizase el establecimiento de una repblica democrtica en la lnea de la "frmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos". Pero Mart no lleg a ver la proclamacin de Cuba como estado independizado formalmente, pues a poco del inicio de la lucha, el 19 de marzo de 1895, mora en Dos Ros en accin de guerra contra el ejrcito espaol. El da anterior a su muerte haba comenzado una carta a su querido amigo mexicano Manuel Mercado en la que plasmaba la honda preocupacin que le produca el destino de Cuba, pas pequeo, frente al coloso del Norte. Por esto, para Mart, independizar a Cuba es, primero, arrancar de Amrica los ltimos restos del colonialismo espaol y, segundo, afianzar la unin de las jvenes repblicas hispanoamericanas para contener as los impulsos imperialistas de los Estados Unidos. Tal era el propsito martiano que se explicitaba ntidamente en esa carta, su ltimo documento, al escribir: "Ya estoy todos los das en peligro de dar mi vida por mi pas y por mi deber puesto que lo entiendo y tengo nimos con que realizarlo de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza ms, sobre nuestras tierras de Amrica. Cuanto hice hasta hoy, y har, es para eso."13 No queremos terminar esta sucinta exposicin del ideario martiano sin aludir a una de sus contradicciones ms saltantes. La visin antiimperialista de Mart, consciente y coherentemente elaborada, se compagina difcilmente con su pensamiento sobre la realidad social hispanoamericana, que excluye sistemticamente el conflicto de las clases sociales. Restringiendo el tema a la problemtica cubana, comprobamos que los anlisis martianos no contienen, ni siquiera como factores auxiliares, criterios de diferenciacin clasista. El por qu de esta ausencia es de difcil explicacin, mxime cuando se tiene presente que sus obras y experiencias demuestran que conoci las doctrinas socialistas y que como veremos en el captulo segundo durante su prolongada estancia en Norteamrica fue testigo de encarnizadas luchas sociales, animadas sobre todo por el espritu combativo de los obreros europeos emigrados.13

Jos Mart, "Carta (inconclusa) a Manuel Mercado", en Obras Completas, tomo 20, La Habana 1975, p. 161.

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La explicacin ms sistemtica de esta contradiccin del pensamiento martiano la ha dado Roberto Fernndez Retamar en su estudio: Mart en su (tercer) mundo14, cuyas conclusiones son aceptadas con bastante unanimidad por otros estudiosos cubanos de la obra del apstol. La interpretacin de Fernndez Retamar parece surgir que Mart margina el problema de la lucha de clases en el mbito nacional cubano por razones estratgicas obvias. Mart habra visto que la tarea inmediata era la de lograr la independencia de Cuba y que dicha tarea no podra ser cumplida sin el concurso armonioso de todo el pueblo cubano. Frente a semejante coyuntura poltica, sabiendo que un planteamiento del conflicto de clases hubiese quebrado la unidad popular requerida por la guerra de liberacin nacional, Mart habra entendido que lo que exiga aquel momento histrico determinado no era otra cosa que la urgente consolidacin de un amplio movimiento revolucionario de carcter nacionalista, que, uniendo los esfuerzos de todos, fuese la expresin disciplinada de la voluntad de un pueblo entero dispuesto a oponerse, en bloque, al opresor extranjero. A este espritu respondi el Partido Revolicionario Cubano, organizacin de estructuras integradoras que reuni en s "a los hombres de todas condiciones y grados de fortuna", como dijera Mart. Que la actividad poltica de Mart se centra en la consecucin de la unidad nacional, es un hecho indiscutible. Sin embargo, lo que ya es menos indiscutible es el uso que se hace de este hecho en la interpretacin de Fernndez Retamar, donde se le utiliza como resorte de ajuste. La unidad nacional es, ciertamente, una obsesin para Mart, pero no es la causa por la que su pensamiento margina la problemtica de la lucha de clases. A nuestro juicio, el silencio de Mart sobre este problema obedece a razones que no son slo de estrategia. Decir que "deja de lado temporalmente este problema en aras de la unidad revolucionaria"15, es forzar una verdad del pensamiento del Apstol para hacer entrar en ella un elemento otro que no expresa, pero que quizs a nosotros nos convenga ponerlo dentro. El problema, a nuestro modo de ver, no es de estrategia sino de principios. Creemos, en efecto, que es mucho ms conforme al espritu de Mart decir, simple y llanamente, que su silencio significa el rechazo abierto de su sensibilidad intelectual a la temtica de la lucha de clases. Mart est profundamente convencido de la viabilidad de una sociedad fundada sobre14

Cfr. Roberto Fernndez Retamar, "Mart en su (tercer) mundo", en Ensayo de otro mundo, La Habana 1967, pgs. 19-60 15 Roberto Fernndez Retamar, Ibid., pg. 40

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sentimientos de amor, donde las diferencias sociales pierdan su carcter antagnico. La fe ciega en la fuerza del amor es algo que no se puede olvidar en Mart. Segn l, frente al odio que hiere y separa, hay que colocar el amor que cura y une. Y es precisamente esa fe en el amor la que le impide analizar la sociedad en trminos clasistas. Lo primario es el hombre, y a la capacidad humana de amar rinde culto Mart. Nada de extrao tiene, pues, que considere la lucha de clases como una fuerza histrica basada en el odio que conviene neutralizar en nuestras repblicas mediante la creacin de sociedades hermanadas en las que se asegure el bienestar de todos. Mart no aplaz tcticamente el problema de la lucha de clases, sino que quiso conjugarlo con una doctrina de convivencia social edificada sobre la base slida del amor humano. Por consiguiente, si consumi su vida por lograr la creacin de un frente amplio que fuese capaz de obtener la independencia no fue como tctica para realizar, primero, una revolucin democrtica-burguesa de tipo nacionalista que expulsase al extranjero y pasar, luego, a desencadenar la lucha de clases que posibilitase el trnsito a una revolucin socialista. No. Para Mart el socialismo no constituye nunca una alternativa poltica para nuestros pueblos. Sus crticas al sistema capitalista no le llevan a romper con dicho sistema, ni a plantear tampoco una alternativa distinta. En realidad, ms que en clases y sistemas, Mart se fija en los hombres. Las posibilidades de mejoramiento humano son la raz de su esperanza futura en una revolucin purificadora que engendre una sociedad sin odios, donde las desaveniencias se arreglan por va pacfica y democrtica. Muy ilustrativos para este punto resultan los estudios martianos sobre los conflictos sociales en los Estados Unidos. Mart se identifica con la causa de los trabajadores aceptando incluso sus mtodos violentos para oponerse a las injusticias de los patronos. Denuncia la tirana comercial implantada por los crecientes monopolios y las nefastas consecuencias socioeconmicas que origina. "El monopolio, dice, est sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres."16 Comprende, en fin, la enseanza medular de la violencia proletaria frente a los capitalistas: "Este mundo es horrible; crese otro mundo!"1716

Jos Mart, "La procesin moderna", en Obras Completas, tomo 10, La Habana 1975, p. 84 17 Jos Mart, "Un drama terrible", en Obras Completas, tomo 11, La Habana 1975, p. 338.

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Sin embargo, a pesar de estas posiciones radicales, Mart no ve en el socialismo ese otro mundo nuevo. Para l, ese mundo otro ha sido ya conquistado al menos tericamente por la repblica democrtica. La lucha de clases le coloca ante una alternativa que no es la de capitalismo o socialismo sino la de monarqua o repblica, ya que el choque violento entre las clases le parece ser un producto tpico de los estados monrquicos, por el que se expresa el grado de descomposicin poltica alcanzado por dichos estados, y, asimismo, la necesidad de superarlas. Y segn Mart, la repblica democrtica es la ms perfecta superacin del estado monrquico. En consecuencia, los problemas del estado monr quico no deben de sobrevivir en la repblica. Frente a la libertad, la igualdad y la fraternidad republicanas deben desvanecerse todos los antagonismos sociales creados por el viejo orden. "Como gotas de sangre que se lleva la mar eran en los Estados Unidos las teoras revolucionarias del obrero europeo, mientras con ancha tierra y vida republicana ganaba aqu el recin llegado el pan, y en su casa propia pona de lado una parte para la vejez." 18 Justamente con esa fraternal vida republicana contaba Mart para curar la tradicin clasista de los obreros emigrados de Europa que, acostumbrados a regmenes despticos, seguan prefiriendo sus antiguas formas de lucha a la del sufragio universal. "A barcadas viene el odio de Europa; a barcadas hay que echar sobre l el amor balsmico."19 Por todo lo anterior, cuando se desata la lucha social en los Estados Unidos, Mart no la interpreta como una ley histrica inherente al sistema republicano, sino ms bien como el sntoma evidente de la descomposicin de la vida democrtica. La repblica se degrada, y los males propios de la monarqua amenazan con destruirla. La lucha de clases no pone en crisis el deber ser de la vida republicana, puesto que, para decirlo con palabras martianas, su aparicin se produce en una repblica traicionada, donde el antagonismo entre los intereses de las clases sociales ms que postular la liquidacin del orden democrtico republicano, demuestra que tal orden ha sido invalidado por la avaricia de los ricos que, en su apetito insaciable de riquezas, han resucitado un orden social injusto que se crea superado para siempre. La pureza del orden republicano en su deber ser queda inmaculada, pues la lucha de clases que lo estremece aparece como un efecto ajeno a los principios de su sistema. La reaparicin del conflicto social en la repblica18 19

Jos Mart, Ibid., p. 335 Jos Mart, "La procesin moderna", ed. cit., p. 80.

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indica que sta "por el culto desmedido a la riqueza, ha cado, sin ninguna de las trabas de la tradicin, en la desigualdad, injusticia y violencia de los pases monrquicos".20 No hace falta, por tanto, un orden distinto. Basta con reforzar las fuerzas del bien y de la libertad para evitar que la repblica "caiga", retrocediendo, en las situaciones del estado poltico sobre el que se haba erguido como su negacin superadora. La experiencia de la lucha de clases en los Estados Unidos conmina a Mrti a reforzar, frente a esa repblica que se haba convertido "en una monarqua disimulada", los ideales justicieros del verdadero espritu republicano, viendo en ello la mejor forma de impedir el resurgimiento de los antagonismos sociales propios de los estados tirnicos. De aqu que el ideal de una repblica democrtica propuesto para Cuba, no sea en la mente del Apstol una simple meta estratgica, sino el definitivo estado poltico que deseaba ver imperando en su patria. Esta limitacin del pensamiento martiano, unida a otras que no tenemos tiempo de cuestionar en este captulo, muestra que, a pesar de sus muchos puntos de coincidencia con el marxismo, Mart no fue un marxista. Tampoco puede ser considerado como un pensador inscrito dentro de los moldes de una mentalidad burguesa ms o menos avanzada. Porque si es cierto que su pensamiento no llega, en conjunto, a posiciones rigurosamente marxistas, tambin es cierto que el horizonte de las doctrinas burguesas, incluso el de las ms liberales, le resulta sumamente estrecho. Sus crticas a las condiciones sociales creadas por el capitalismo, an cuando no le llevan a romper abiertamente con el sistema burgus, le sitan muy por encima de los simples ideales reformistas expuestos por otros pensadores americanos de su poca. Mart no cuadra, en fin, dentro del pensamiento burgus porque el punto de partida de su reflexin terica no se inserta en la racionalidad de los grupos dominantes. La reflexin martiana parte de las aspiraciones de los oprimidos puesto que con ellos "haba que hacer causa comn, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hbitos de mando de los opresores".21 La causa de los explotados ofrece a Mart una racionalidad distinta que le permite desarrollar un pensamiento de protesta y de negacin de la realidad impuesta por las castas dominantes. Dispone, pues, el elemento esencial20 21

Jos Mart, "Un drama terrible", ed. cit., p. 335. Jos Mart, Nuestra Amrica, ed. cit., p. 19.

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para romper con el sistema capitalista en general; sin embargo, no rompe sino con una parte del mismo: el colonialismo. Porqu? Aunque el esclarecimiento de este por qu supone una revisin total del pensamiento del Apstol, bstenos aqu indicar la verdad fundamental sobre la que se debe fundar, y que en forma resumida nos parece que se puede enunciar as: cuando Mart habla de opresores y oprimidos se refiere, substancialmente, a la contradiccin producida entre colonizadores y colonizados; no a la de burgueses y proletarios. Por consiguiente, si en el mbito de la colonia tan oprimidos son los indios y mestizos como las castas burguesas criollas, la anulacin de la contradiccin colonialista es la tarea de un pueblo que, superando los distingos clasistas, se lanza unido a la guerra de liberacin nacional. Conquistada la libertad e implantada una repblica basada en el espritu unitario y fraternal consolidado por la guerra, no hay razn alguna para esperar el resurgimiento del conflicto de clases; pues el rompimiento del yugo imperialista implica la disolucin de la contradiccin primaria. No hay, por tanto, razn alguna para introducir en el orden republicano, bajo la forma de burgueses y proletarios, la contradiccin insalvable del viejo sistema imperial, puesto que si en ste el antagonismo entre colonizadores y colonizados es absoluto y exige la destruccin del sistema, en la repblica, por el contrario, el arreglo pacfico de los intereses de las diversas capas sociales est asegurado por sus estructuras democrticas. La dialctica de lucha, expresin de la violencia antiimperialista de los colonizados, es integrada, en tanto que fuerza purificadora, en esa dialctica del amor triunfante que deben describir las relaciones sociales dentro de la vida republicana. El rechazo martiano a la realidad histrica de la lucha de clases en el orden republicano verdadero se hace ms incomprensible todava si se tiene en cuenta que, a pesar del carcter interclasista concedido al bloque de los oprimidos para oponerlo as como un todo al conjunto de los colonizadores , su pensamiento no se desarrolla en base a una ideologa interclasista sino que se nutre de las experiencias sufrimientos, y aspiraciones de aquellos que, por representar ms autnticamente lo original nuestro, ms brutalmente sienten sobre ellos el peso del explotador sistema colonial. En este sentido, su pensamiento, en cuanto sistematizacin terica de las esperanzas indgenas, de los intereses del campesinado pobre y de los anhelos de igualdad del mestizo y del negro despreciado, presenta una carga clasista innegable que es el verdadero eje de sus formulaciones anticolonialistas.

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Aqu se descubre un desequilibrio, quizs el mayor, en el pensamiento de Mart: reconoce que la situacin de las masas americanas es un problema poltico motivado por la dependencia colonial, que se resolver no por llamadas a la conciencia moral de los colonizadores sino por una guerra abierta contra el sistema imperante que han impuesto. Sin embargo, al abordar el problema social dentro de un contexto nacional, no aplica el mismo principio de demarcacin radical de los intereses. Inconsecuentemente, a este nivel, Mart hace gala de una fe extraordinaria en la bondad de la naturaleza humana, por la cual el conflicto social adquiere una significacin distinta. Los conflictos sociales son ahora problemas eminentemente morales. La solucin de los mismos habr de buscarse, pues, no en el cambio del sistema poltico, sino en la creacin de una conciencia moral, generosa y justiciera que armonice, sin parcialidades, los intereses de todos.22 La constatacin de este desequilibrio no empequeece absolutamente en nada el impacto del mensaje del pensamiento martiano. La obra de Mart, en su conjunto, es, tanto terica como prcticamente, la obra de un hombre comprometido que se ha impuesto como deber insoslayable el desenmascarar en forma coherente y rigurosa la realidad enajenante creada por el colonialismo. Esta es la dimensin fundamental del pensamiento del Apstol, y la que lo convierte, como dice acertadamente Fernndez Retamar en el estudio citado, en la primera voz de eso que hoy se ha dado en llamar "Tercer Mundo".

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Sobre este aspecto sera interesante analizar la influencia cristiana (o de concepciones religiosas en general) en el pensamiento de Mart.

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II.

Jos Mart y el socialismo

Nota previa En este captulo queremos estudiar un aspecto concreto en la obra de Jos Mart, a saber, su idea del socialismo y, especialmente, del socialismo marxista. Debemos aclarar, sin embargo, que el enfoque y el modo de exponer el tema se deben a las exigencias de otra investigacin mayor de la cual el presente captulo originalmente es parte1; y en la que se buscaba presentar, en base precisamente a la figura ejemplar de Mart, un momento realmente representativo de recepcin del marxismo en nuestra historia cultural del siglo XIX. Es, en efecto, sumamente instructivo ver cmo Mart, que haba tenido oportunidad de presenciar la discusin de ideas socialistas utpicas en crculos obreros mexicanos recurdese que fue elegido delegado al Congreso Obrero de Mxico en 18762 , insista precisamente en la necesidad de diferenciar y aclarar el trmino mismo de socialismo: "... Lo primero que hay que saber es de qu clase de socialismo se trata, si de la Icaria cristiana de Cabet, o de las visiones socrticas de Alcott, o el mutualismo de Prudhomme, o el familisterio de Guisa o el Colins-ismo de Blgica, o el de los jvenes hegelianos de Alemania ..."3 Por esto Mart, aunque sus citas o referencias a Bakunin, Fourier, Proudhon, Saint-Simon e incluso a Marx resultan un tanto escuetas, recalca siempre el aspecto diferenciante de manera certera. O sea que habla poco, pero sealando siempre la nota distintiva; asociacin integral, mutualismo, colectivismo, comunismo, etc. De donde se puede deducir por otra parte que Mart saba mucho ms sobre las corrientes socialistas de su tiempo, de lo que se encuentra explicitamente expresado en sus escritos. Y es muy posible incluso que intuye que la confrontacin entre Marx y Bakunin adquirira una significacin central tanto para la definicin del socialismo como para la organizacin de las formas de lucha social. Pues es curioso constatar que Mart se detiene excepcionalmente en el anlisis de los planteamientos de1

Cfr. Ral Fornet-Betancourt, Ein anderer Marxismus? Die Rezeption des Marxismus in Lateinamerika, Mainz 1995 2 Cfr. Paul Estrade, "Un socialista mexicano: Jos Mart", en Coloquio Internacional, En torno a Jos Mart, Bordeaux 1974, pp. 233-285 3 Jos Mart, "Cuadernos de Apuntes", en Obras Completas, Tomo 21, La Habana 1975, p. 386

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Marx y de Bakunin, detenindose por cierto ms en Bakunin que en Marx. Es ms, hay razones para sospechar que la figura de Bakunin le era ms simptica a Mart que la de Marx. Pues, por ejemplo, si recuerda a Marx con formula ambivalente como "aquel alemn de alma sedosa y mano frrea"4, recordara al revolucionario ruso de forma casi cariosa como "aquel tierno y radioso Bakunin"5; o como le llamara en otra ocasin "... Miguel Bakunin, este generalsimo y evanglico iluso que ni a los gobiernos ni a Dios crea necesarios."6 Pero detengmosnos slo en su visin de Marx, que es la que aqu nos interesa. El texto martiano ms instructivo para ver la visin que Mart tena de Marx es, sin duda, su informe o carta del 29 de marzo de 1883 a La Nacin, de Buenos Aires. Mart, con motivo de la reciente muerte de Marx, informa sobre la conmemoracin del hecho en Nueva York, aprovechando la ocasin para expresar sus ideas sobre la persona y la obra de Marx. Interesante es apuntar que lo que primero destaca Mart es la opcin de Marx por los oprimidos, viendo precisamente en esa opcin la razn fundamental para rendirle honor y reconocimiento. Este es justo el comienzo de su texto: "Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los dbiles, merece honor."7 Cabe sealar que con ello Mart abre toda una tradicin en la recepcin de Marx en Amrica Latina; ya que, privilegiando justo la opcin de Marx por los pobres, anticipa la perspectiva que luego ser fundamental para el acercamiento a Marx en muchos intelectuales latinoamericanos, especialmente los cercanos al movimiento de la teologa de la liberacin. Pero Mart sabe tambin de la labor internacionalista de Marx, sabe de su trabajo terico en favor de una fundamentacin cientfica de la prctica transformadora del mundo. O sea que Mart sabe que Marx no se pone slo emocionalmente del lado de los pobres ni busca slo soluciones filantrpicas. Mart sabe, en fin, que "la Internacional fue su obra ..." y que "Karl Marx estudi los modos de asentar al mundo sobre nuevas bases, y despert a los dormidos. Y les enseo el modo de echar a tierra los puntales4

Jos Mart, "Cartas de Mart", en Obras Completas, Tomo 13, La Habana 1975, p. 245. Aqu tenemos un ejemplo, por lo dems, de lo que decamos antes en el sentido de que Mart escribe con formulas apretadas que indican un saber mucho ms amplio; pues cmo no ver en ese calificativo de Marx como hombre de "mano frrea" una alusin directa a su manera de actuar en el marco de la Primera Internacional. 5 Jos Mart, "Cartas de Mart", en Obras Completas, Tomo 9, La Habana 1975, p. 388 6 Jos Mart, "Libros Nuevos", en Obras Completas, Tomo 13, La Habana 1975, p. 440 7 Jos Mart, "Cartas de Mart", en Obras Completas, Tomo 9, La Habana 1975, p. 388

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rotos."8 Y todava ms claro, si cabe, puede ser este juicio en el que Mart vuelve a reconocer en ntima unin las dos facetas centrales de Marx: "... Karl Marx, que no fue slo movedor titnico de las cleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razn de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien."9 Al mismo tiempo sin embargo avisa Mart sobre los lmites de la solucin propuesta por Marx. Y es que Mart, apostando por fuerzas ms fuertes que la ira, la dureza o el odio en el hombre, rechaza de plano el camino de la lucha de clases: "Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres."10 Frente al remedio duro de Marx prefiere Mart el "remedio blando"; y por eso considera que Marx "anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestacin natural y laboriosa".11 Compartiendo el diagnstico de Marx sobre el mundo del trabajo, compartiendo su opcin por los oprimidos y compartiendo incluso la visin o la fe en la creacin de un mundo nuevo, Mart se aparta no obstante de Marx porque para l ese mundo nuevo no puede nacer del mismo espritu airado que se ha necesitado para derrumbar la antigua figura del mundo. El mundo nuevo, segn Mart, no puede echar sus races en el hombre viejo, es decir, en el hombre de la dialctica de la lucha de clases. Ese momento es importante, necesario; y Mart as lo reconoce. Pero ese momento ha de sucumbir tambin con el mundo que se derriva por l. Por eso Mart observa, a la vista de los obreros enardecidos por el programa de Marx, que "no son an estos hombres impacientes y generosos, manchados de ira, los que han de poner cimientos al mundo nuevo: ellos son la espuela, y vienen a punto, como la voz de la conciencia, que pudiera dormirse: pero el acero del acicate no sirve bien para martillo fundador".12 Y quiz fuese este disentimiento, de tan profundo alcance, en lo referente al elemento ltimo que debiera servir de fundamento al mundo nuevo, lo que impidi que creciese en Mart el inters por el socialismo marxista o, dicho

8 9

Jos Mart, Ibid., p. 388 Jos Mart, Ibid., p. 388 10 Jos Mart, Ibid., p. 388 11 Jos Mart, Ibid., p. 388 12 Jos Mart, Ibid., pp. 388-389

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de otro modo, que sospechase en ste una corriente poco positiva para el futuro en nuestra Amrica13; y prefiriese as no contribuir a su propagacin. Las notas anteriores sobre la idea que Mart tiene acerca del socialismo y, de manera especial, del pensamiento socialista de Marx, nos parece que son suficientes para ilustrar de forma representativa cmo en esta poca contempornea de Mart las noticias que se tienen sobre el marxismo en Amrica Latina se limitan sobre todo a informar sobre su programa social y poltico, quedando marginado as el aspecto propiamente filosfico. Pero tambin muestran, por otra parte, que, si bien Mart no es una excepcin en el sentido de que se pudiese encontrar en su obra un aporte explcito a la recepcin filosfica del marxismo en Amrica Latina, es justo l quien en este tiempo ofrece al menos una pista filosfica nada despreciable para la recepcin del marxismo entre nosotros, a saber, cuando expresa sus reservas frente a las soluciones marxistas en nombre de una socialidad futura que, por deber ser precisamente la realizacin histrica de una nueva humanidad regenerada y redimida, tiene que afincar sus cimientos en el espritu concorde de la "digna conciliacin"14, y no en el conflicto. Aqu se anuncia, en efecto, un rasgo profundo del humanismo inclusivista o universalista de corte casi religioso que, en la opinin de muchos representantes de la intelectualidad americana, va a ser caracterstico de la cultura iberoamericana y que ser fuente de constantes reservas frente a la concepcin marxista del hombre y del mundo.

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Sobre Mart y el marxismo puede verse nuestro artculo "Anotaciones sobre el pensamiento de Jos Mart y la posibilidad de interpretarlo desde un punto de vista marxista", en Cuadernos Salmantinos de Filosofa IV (1978) 223-249 14 Jos Mart, " de Castillo Velasco", en Obras Completas, Tomo 6, La Habana 1975, p. 346

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III.

La Conquista: una desdicha histrica? Una aproximacin al problema desde Jos Mart.

Introduccin Como el titulo escogido para encabezar las reflexiones que queremos someter a discusin en esta ocasin, puede prestarse a despertar cierta confusin en lo referente a la intencin que realmente perseguimos aqu, permtasenos comenzar con la siguiente indicacin o aclaracin. No se trata de adentrarnos en la obra martiana buscando la elaboracin sistemtica de su concepcin de la conquista espaola de pueblos y tierras americanos. Es indudable que una investigacin semejante sera no slo de gran utilidad, sino tambin deseable; y que, de hecho, est marcando una gran necesidad a satisfacer en nuestra historia social y cultural. Pues a nadie se le escapa la importancia que tiene para la bsqueda de nuestra identidad el saber en detalle cmo analiz, juzg y orden en nuestra historia este capitulo tan decisivo esa figura central y de primer orden que es Jos Mart, el insansable luchador vidente de "Nuestra Amrica". Pero este estudio constituye una tarea especfica de largo aliento cuya investigacin, en razn de su misma peculiaridad, ha de ser conscientemente marginada en estas pginas; mxime, siendo, por otra parte, el hecho que lo que orienta estas reflexiones no es tanto eso como ms bien el inters explcito de buscar un acceso interpretativo y valorativo de la conquista a partir de un juicio de Mart sobre la misma Se ve entonces que nuestro recurso a Jos Mart es aqu extremadamente puntual y limitado, por cuanto que, como acabamos de insinuar, se trata en realidad de buscar en Mart una idea gua, rectora, que nos pueda servir de pista a seguir en el esfuerzo por establecer un modelo de interpretacin adecuado; entendiendo por ello un modelo que reconstruye reflexivamente lo sucedido no en base a categoras abstractas inventadas, sino sobre el fondo histrico de experiencias vividas. De donde se desprende que la idea buscada en Mart no puede ser cualquier idea. Tiene que ser central; y por cierto no slo en el sentido de que tenga suficiente sustancia como para facilitar la explicitacin cabal de lo esencial de la conquista. Pues debe ser, adems, una idea que sea en s misma el punto de cristalizacin de una visin sinttica sobre la conquista o, mejor dicho, expresin del momento en que culmina en sntesis todo un proceso de comprensin.

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Se observar que, por otra parte, una idea semejante tiene que corresponder lgicamente a lo que se podra llamar la posicin fundamental de Mart frente a la conquista. De suerte que, buscando esta idea, buscamos tambin detectar el eje central en torno al cual acaso gire la concepcin martiana de la conquista espaola. Pero esto, conviene insistir en este aspecto, no debe entenderse en el sentido de un dato que anticipa el resultado central de la investigacin arriba mencionada. Y la razn est en que operamos aqu hipotticamente con una idea con la que se "tropieza" cuando se lee a Mart, es decir, que salta a la vista, ofrecindose casi inmediatamente como idea nuclear. Es entonces, lgicamente sobre la base de una lectura asidua y frecuentada de Mart, nuestra hiptesis el que hay en Mart una idea que se presenta como ejemplarmente representativa de su concepcin de la conquista y que, por ser adems idea reflejante del destino histrico de los que ms sufrieron en la conquista, puede ser propuesta como hilo conductor para ensayar una interpretacin de este hecho histrico transcendental para nuestros pueblos desde la perspectiva determinada de aquellos que con la conquista perdieron las condiciones materiales para encausar el curso de la historia segn sus necesidades y aspiraciones. Mas esta conviccin nuestra no es sino la hiptesis con la que aqu trabajamos; y en este sentido, por tanto, apremia ciertamente la investigacin citada como posibilidad de confirmacin o desconfirmacin, pero en ningn caso pretende sustituirla o hacerla superflua anticipando el resultado. Pero intentemos ahora fijar esa idea de Mart, y aclarar en forma breve el sentido programtico que la atraviesa y que la recomienda como referencia orientadora para un acceso al hecho histrico de la conquista desde el "reverso de la historia", como dira Gustavo Gutirrez. 1. En busca de la idea rectora en Jos Mart No sin razn se ha subrayado, ciertamente, en la obra de Mart la siempre presente tendencia a hermanar; expresin en el fondo de su profunda fe en la fuerza transformadora del amor y de una razn humana comunicativa que resulta ser "la razn de todos en las cosas de todos, y no la razn universitaria de unos sobre la razn campestre de otros".1 Pero el pensar de Mart, si bien es cierto que toma como norte la "utopa" de una humanidad reconciliada y, ms concretamente, de una comunidad de pueblos americanos encarnadora de la victoria del amor, est siempre demasiado1

Jos Mart, "Nuestra Amrica", en Obras Completas, tomo 6, La Habana 1975, p. 19.

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atento al dato histrico, es demasiado "observador", como para desconectar la visin utpica de "Nuestra Amrica" del peso real de la historia en curso. La utopa de Mart late en el seno mismo de la historia, y es por eso que en su pensamiento no debe privilegiarse indebidamente ese aspecto visionario, es decir, que no se le puede desvincular de la experiencia histrica concreta. O dicho positivamente: la historicidad del pensamiento de Mart es su nota ms caracterstica. De donde se sigue, en nuestro caso, que no vale subrayar la carga utpica de su pensamiento con la finalidad de presentarlo como un idealista desconocedor del peso propio del mundo real. Mart, por el contrario, afirma la utopa desde el interior mismo de la historia; y por eso no la concibe como salto hacia fuera de la historia real ni como enmascaramiento de los conflictos del mundo real existente. En una palabra, la visin utpica de una armonizada "Nuestra Amrica" no tiene la funcin de neutralizar o disolver, como por arte de magia, los conflictos reales. Esta aclaracin se nos haca necesaria porque hay toda una tradicin para la que Mart es el prototipo del pensador "soador"; ms sensible a la visin abstracta de una indefinida armona universal que a los conflictos del real curso de la historia. Contra esta imagen hacemos valer entonces la imagen del Mart "observador", que en nada descuida las fuerzas reales operantes en la historia. Pues de lo contrario no se entiende cmo el apstol de aquella famosa frmula de la fuerza balsmica del amor triunfante nos confronte con una concepcin de la conquista espaola centrada en la percepcin clara de un trgico conflicto. Pero transcribamos ya la idea de Mart para precisar nuestras observaciones en base al texto martiano. En un artculo de 1884 escribe Jos Mart a propsito de la conquista: "No ms que pueblos en cierne, que ni todos los pueblos se cuajan de un mismo modo, ni bastan unos cuantos siglos para cuajar un pueblo, no ms que pueblos en bulbo eran aquellos en que con maa sutil de viejos vividores se entr el conquistador valiente, y descarg su ponderosa herrajera, lo cual fue una desdicha histrica y un crimen natural. El tallo esbelto debi dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la naturaleza. Robaron los conquistadores una pgina al Universo!"2

2

Jos Mart, "El hombre antiguo de Amrica y sus artes primitivas", en Obras Completas, tomo 8, La Habana 1975, p. 335.

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Este severo juicio en el que la conquista espaola, sin distinciones ni reservas de ningn tipo, queda calificada como "desdicha histrica y crimen natural", habla por s mismo. Con todo no nos parece superfluo hacer algunas indicaciones que expliciten la base sobre la que Mart lo formula, y nos ayuden as a mejor captar el sentido programtico de esta concepcin martiana de la conquista. En primer lugar cabe destacar el hecho de que este juicio implica el rotundo rechazo de la idea segn la cual la historia empieza en Amrica con la llegada de los espaoles. O sea que la conquista no es el captulo inicial de nuestra historia, sino por el contrario y aqu ya se presenta el conflicto en toda su radicalidad el momento en que se corta la posibilidad de un desarrollo autctono de la historia y cultura de los pueblos americanos. En consecuencia, cabe sealar en segundo lugar, que la conquista marca para Mart el momento en que una cultura irrumpe en el campo propio de otra invadindola con la descarga de su "ponderosa herrajera", es decir, no respetndola ni reconocindola como tal. No hay pues encuentro, sino invasin y opresin. E1 tercer aspecto que tenemos que recalcar en lo implcito en el juicio martiano, es que se trata de un enjuiciamiento de la conquista desde una decidida toma de posicin o de partido por los conquistados. Hemos de fijarnos, en efecto, en que para Mart el criterio ltimo para enjuiciar lo que acontece con la conquista de Amrica por los espaoles no es la expansin de la religin catlica, ni de la cultura occidental, ni el progreso cientficotcnico, ni el increble impulso dado a la historia de la humanidad en general, sino nica y exclusivamente la suerte que corrieron los pueblos antiguos de Amrica, los invadidos y desalojados de sus tierras. Es, en efecto, desde su punto de vista que Mart habla de "desdicha histrica y crimen natural". Vinculado con este solidario compromiso con los oprimidos est el cuarto y ltimo punto a destacar en el juicio de Mart, a saber, el claro reconocimiento de cada pueblo y de cada cultura a desarrollarse desde sus posibilidades propias y de contribuir as con su diferencia a la realizacin de una universalidad pluriversa. La verdadera universalidad no es imperial ni es la dictadura de una forma cultural determinada, sino que pasa por la pluralidad de las diferencias. Por eso Mart dice que con la conquista se rob una pgina al Universo. Los elementos apuntados no agotan seguramente la riqueza contenida en este severo juicio que sintetiza, segn pensamos, la concepcin de Mart

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sobre la conquista, pero s que bastan para hacer manifiestos los puntos centrales de lo que hemos llamado el sentido programtico que lo anima. Y tal es lo que realmente nos interesa aqu, puesto que es justo ese sentido programtico el que nos habr de facilitar la aproximacin que buscamos. Concentrndonos entonces en nuestro cometido, podemos retener lo siguiente: Con la condenacin de la conquista como "una desdicha histrica y un crimen natural", y teniendo en cuenta los diferentes niveles de significacin sealados en ese juicio, Mart nos abre una pista para ver la conquista desde la situacin histrica del conquistado y denuncia de esta suerte la leyenda blanca del dilogo de culturas o del encuentro benevolente de pueblos que se conocieron y se fusionaron libremente. La explicitacin de esta visin es lo que ensayamos a continuacin, si bien centraremos nuestra atencin a la consideracin de la dimensin representada por el momento de la negacin de lo extrao o ajeno; pues nos parece ser lo medular en el sentido programtico del juicio martiano. Y acaso es la dimensin esencial que presuponen las otras consecuencias implicadas en el hecho de la conquista. Pero pasemos a nuestro desarrollo. 2. La conquista: una desdicha histrica para el conquistado Por las indicaciones precedentes se adivina que el hecho de la conquista no puede ser ledo, desde la perspectiva del conquistado, sino en clave de desdicha. Tal es lo que propone Mart; y lo que nosotros ahora, siguiendo esa pista, trataremos de explicitar. Por lo pronto hay que establecer que cuando Mart observa que "el tallo esbelto debi dejarse erguido, para que pudiera verse luego en toda su hermosura la obra entera y florecida de la naturaleza", nos est confrontando con el hecho de la destruccin de las culturas propias de Amrica. Un hecho ste que se le presenta como una desdicha porque, adems de connotar el crimen irreparable de la muerte fsica de innumerables sujetos de esas culturas, significa la muerte cultural de los sobrevivientes, en cuanto que esa destruccin es obra de un plan sistemtico de invasin que impone nuevas formas de vida y muy diferentes estructuras de organizacin social. Para el conquistado, es decir, para el sobreviviente, la desdicha histrica de la conquista se concretiza, a este nivel cultural, en la impuesta violencia de tener que vivir como un desarraigado en su propio contorno natural. La conquista, en tanto que destruccin de lo propio, deja al indio sobreviviente

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culturalmente en el aire, es decir, le roba el suelo; y lo condena a una radical reorientacin. Lo primero es entonces la experiencia de radical desarraigo, de radical destierro en su propio tierra. Pues la reorientacin es la penosa y enajenante tarea que se desprende de esa experiencia de la irreparable prdida de la propia cultura. En esta experiencia trgica se refleja justamente el conflicto bsico, ltimo y decisivo, que caracteriza a la conquista como empresa imperial; y cuyo desarrollo nos ayudar a precisar el sentido de desdicha que tiene la conquista para el conquistado. Como ya decamos ese conflicto tiene lugar para nosotros en el mbito del choque con el otro, con el extrao; y esa experiencia primera por la que el indio se ve desterrado en su propia tierra, nos refleja en efecto que en este sentido la conquista es encarnacin brutal de ese conflicto; ya que ella nos trasmite el resultado originario de un "encuentro" cuya peculiaridad radica precisamente en la negacin de uno de los sujetos de ese "encuentro". Por eso, estrictamente hablando, no hay encuentro, sino realmente "descubrimiento". El conquistador europeo no encuentra sino que "descubre"; y "descubre", por cierto, no solamente desde su horizonte de comprensin, sino tambin, y quiz fundamentalmente en funcin de la expansiva ampliacin de su mundo y de sus intereses. Pero por esto mismo su "descubrimiento" se cumple como la dictadura de juicios que impide la percepcin del otro en su realidad distinta. Paradjicamente el descubrimiento resulta as un encubrimiento porque le roba al indio hasta el espacio cultural donde su identidad propia se evidencia ya con su sola presencia fsica. El conflicto y la desdicha consisten pues aqu en que en este llamado "encuentro cultural" tenemos de entrada que una cultura se autoprecia tan superior y est tan segura de s misma que se arroga exclusivamente el derecho de fungir como sujeto. Se observar, en efecto, que la accin destructora del conquistador descansa en ltima instancia en que ste acta desde la consciencia de ser el sujeto dominador que justamente con su accin centra y dispone las cosas en funcin exclusiva de su proyecto de expansin. Para el conquistado es pues la conquista la desdicha de ser vctima de un proyecto de integracin subsumidora en un mundo extrao. Ese mundo extrao que se llamar eufricamente "Nuevo Mundo" mostrar muy pronto sin embargo que la integracin subsumidora va acompaada en realidad de la muerte cultural, de la destruccin de la identidad propia. Pues en ese "Nuevo Mundo", que es fundacin unilateral de la voluntad europea

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imperial, el indio ir quedando cada vez ms al margen. La construccin europea de un "Nuevo Mundo" va pareja con la destruccin del mundo genuino del americano. Resumiendo podemos decir que, desde la perspectiva que la analizamos aqu, la desdicha de la conquista se patentiza en que desata un proceso de desconocimiento de la alteridad del otro cuya consecuencia lgica es la radical desestructuracin de su organizacin social as como la dislocacin de todas sus referencias simblico-culturales. Cabe sealar, como nota complementaria de este proceso, que es precisamente esa experiencia de la negacin radical, del rechazo que experimenta el americano como interlocutor vlido de la cultura europea, la que determina el curso posterior inmediato de la historia no en la direccin de un conflicto por la recuperacin de lo propio destruido sino ms bien en la direccin de un movimiento de re-ubicacin o re-centramiento cultural desde los patrones de la cultura europea dominante. Radicalmente descentrado en su mundo y orden, el americano es violentado a buscar un recentramiento a travs justo de la subsuncin en el orden del conquistador. Pero esto no es ms que otro indicador del hecho fundamental: la negacin del otro en su alteridad. Pues la llamada integracin se hace a precio de vida y de identidad propias. Es, en realidad, tambin un programa de destruccin y de negacin, ya que su ley no es dejar que el americano sea l mismo sino imponerle una manera de ser ajena, para que sea otro en el orden del otro. Tambin entonces desde la perspectiva de los proyectos integracionistas o asimiladores se manifiesta la conquista como una desdicha para el conquistado. Y es que, an en estos proyectos que son aducidos a veces como argumentos para resaltar la otra cara humana de la conquista, es innegable que el americano y su mundo todo, tanto geogrfica como poltica y culturalmente, quedan emplazados como factores subsumibles dentro de la empresa imperial por la que Europa se autodetermina en ese momento centro indiscutible del mundo y de su historia. 3. Consecuencias y observaciones de cara al 500 aniversario La severa consideracin martiana de la conquista como una "desdicha histrica y un crimen natural" nos ha dado pie para puntualizar el sentido histrico de este hecho mayor en la historia de nuestros pueblos desde la perspectiva del conquistado. Fue, como hemos visto siguiendo el hilo

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conductor del juicio de Mart, un corte brutal en el curso que podan haber seguido nuestros pueblos; fue un atropello de posibilidades histricas. Y si insistimos en este juicio de Mart es porque en l se expresa su clara opcin por los vencidos y porque con ello ese juicio nos trasmite un reto cuya reformulacin consciente debera ser acaso la consecuencia esencial a sacar por nosotros de la idea martiana de cara al 500 aniversario. Nos referimos a lo siguiente. Quien repiense con Mart la conquista como desdicha histrica en el sentido explicitado de atropello de posibilidades culturales, de negacin de la palabra, de marginalizacin, etc., no puede dejar de plantearse esta inquietante pregunta: Ha terminado la conquista? Lamentablemente esta pregunta nada tiene de cuestin retrica. Las polticas "nacionales" de muchos estados latinoamericanos no solamente la justifican. Esas mismas polticas son la respuesta: No, la conquista como forma de desdicha histrica no ha terminado an; pues los hbitos de la colonia,3 como dira Mart, siguen vivos en polticas de marginalizacin y de exterminio que todos conocemos y que buscan consolidar el imperio de la civilizacin del blanco. Sin poder entrar ahora en un anlisis de esas prcticas polticas, que sera sin duda conveniente para documentar fehacientemente nuestra afirmacin, nos permitimos sin embargo resaltarla con un hecho que se impone por su vigencia real, manteniendo que hay todava hoy en nuestro continente una herencia de la conquista que persiste en la real y actual amenaza de destruccin que pende sobre el destino de tantos pueblos en nuestros pases. Dicho en otros trminos: el peligro real y cierto en que se encuentra hoy la diversidad cultural representada por las distintas etnias de nuestro continente constituye, para nosotros, una persistencia clara del hbito central practicado en la conquista: el atropello del otro en su identidad y en su elemento vital. En este contexto nos luce importante destacar asimismo que la persistencia de la prctica de la conquista no es un asunto que tiene que ver nicamente con nuestras polticas estatales, como tampoco se deja reducir a la poltica de las multinacionales. Son muchas las fuerzas y muy variados los intereses y grupos de poder que han contribuido a prolongar la conquista. Entre ellos qu duda cabe? tambin est la iglesia latinoamericana cuya actividad pastoral y social ha sido con demasiada frecuencia ms latina que americana, es decir, indgena o afroamericana.

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Cfr. Jos Mart, "Nuestra Amrica", en Obras Completas, tomo 6, La Habana 1975, p. 19.

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Conforme a la idea que venimos expresando se tratara entonces, como segunda consecuencia, de promover un movimiento poltico y eclesial con voluntad expresa de clausurar la conquista, creando grupos que no hablen slo de la conquista como de un hecho pasado que requerira a lo sumo la solidaridad regresiva con los muertos sino que sepan detectar sus formas de persistencia actual y ejercitar la solidaridad presenta y prospectiva en programas de defensa de la vida y la identidad de nuestras distintas etnias. En tercer lugar se impondra acaso fomentar las condiciones materiales para la realizacin del derecho a la pluralidad cultural dentro de los estados latinoamericanos. Lo cual naturalmente requerira a su vez la disposicin a denunciar los momentos conflictivos que se han enmascarado con la visin ingenua y generalizante del tan celebrado mestizaje cultural latinoamericano. Quiz tengamos que aprender a leer el mestizaje cultural en clave regional, es decir, en tanto que fenmeno vlido slo para una regin de eso que llamamos Amrica Latina. Y que, por consiguiente, su expansin a otros sectores o regiones, tal como se ha hecho, es conflicto y violencia. De las consecuencias sealadas se deduce que la fecha del 500 aniversario significa ante todo un desafo a nuestra capacidad de solidaridad y de renovacin o conversin. Estar a la altura de ese desafo no es fcil; pero deberamos intentarlo, pues de ello depender que el espritu triunfalista no se apodere de esta fecha. Para terminar queremos sin embargo aadir algunas observaciones que estn ntimamente relacionadas con todo lo anterior. En primer lugar debe repararse en el hecho de que si la conquista fue un fallido intento de encuentro cultural y de que si ello se debi en lo esencial a que el conquistador neg al otro, este suceso no puede replantearse sin estar en disposicin de des-centrar nuestra propia cultura. El "crimen natural" de la conquista debera impulsarnos a cuestionar nuestra seguridad cultural y a tratar de fijar las limitaciones de la cultura desde la que comprendemos. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior, se tratara de estar en nuestra cultura con conciencia de que no es una visin total sino ms bien un fragmento; un fragmento que hay que poner en juego en todo encuentro con otra cultura. Slo desde esta conciencia puede crecer algo as como la comunicacin inter-cultural. Observemos, por ltimo, que el reto decisivo implicado en los dos pasos que anteceden, est en el cultivo de una actitud que depone la voluntad de de-finir para arriesgarse en el mbito del otro sin "armas", sin categoras ni prejuicios. Esta actitud, que es la antpoda de la manera en que procede el

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logos conquistador, ejercita el respecto a la alteridad del otro justo en la disposicin a suspender toda de-finicin del otro desde s, es decir, a dejarlo in-definido hasta que el otro mismo diga cmo es. En resumen, pues, estamos ante una hipoteca histrica y moral que debemos saldar sobre la base del dilogo intercultural, esto es, libre y solidario entre pueblos que se respetan. Tal como lo viera Mart en su utopa de una Amrica nuestra fraguada por la dinmica descrita en estas palabras: "Se ponen en pie los pueblos, y se saludan. se preguntan; y unos a otros se van diciendo cmo son."4

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Jos Mart, Ibid., p. 20.

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IV.

Jos Mart y el problema de la raza negra en Cuba

Advertencia primera A fin de evitar cualquier posible malentendido sobre la significacin del ttulo escogido para encabezar estas reflexiones, nos permitimos advertir de entrada que Jos Mart, como atestigua su obra toda, no vi nunca en la raza negra ni un problema ni un peligro. Si Mart se ocup pues con el "problema negro", haciendo adems de esta cuestin una preocupacin constante de su quehacer intelectual y poltico, fue ms bien porque capt con claridad meridiana el peligroso problema y el problemtico peligro que creaban, en extraa coincidencia de prejuicios e intereses, sectores de la oligarqua criolla cubana y crculos gubernamentales espaoles al obstinarse en presentar al negro como una amenaza real para el futuro social y poltico de la isla de Cuba. Para Mart, por tanto, lo mismo que para otro cubano ilustre, Jos de la Luz y Caballero, "en la cuestin de los negros lo menos negro es el negro",1 y por eso no ve problema en el negro sino en aquellos que quieren hacer del negro un problema. Con esta indicacin aludimos tambin naturalmente a otro aspecto que conviene mencionar en forma expresa porque es imprescindible para la comprensin de las razones de fondo que animan la posicin de Mart en este punto. Nos referimos al aspecto siguiente. Si Mart no vi nunca en el negro un problema, ello se debi sin duda a su convencimiento profundo de la igualdad esencial entre los hombres, verdadero principio rector y pilar fundamental de su humanismo. Pues bien, teniendo en cuenta este aspecto se comprende entonces que la defensa martiana de la raza negra es una exigencia inherente a su humanismo, y en modo alguno el resultado de un clculo de estrategia poltica, reclamado por el inters poltico de ganarse y asegurarse el apoyo de la poblacin negra en la guerra de la independencia de Cuba. Para Mart, como veremos luego, la defensa del negro como hombre sin ms no es un mandato que imponga la prudencia de la razn poltica, sino un imperativo a cumplir en favor del equilibrio armonioso del universo.

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Jos de la Luz y Caballero, Aforismos, La Habana 1930, p. 52

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Advertencia segunda La conciencia intelectual latinoamericana tiene en Mart no slo una de sus expresiones culminantes, sino tambin una de sus articulaciones ms profundas y fecundas. Por eso, aunque mucho se ha escrito ya sobre Mart, no se puede decir sin embargo que se haya escrito demasiado sobre su obra. Como todo gran pensador autntico reclama Mart continuos esfuerzos de aproximacin. Concretamente para nosotros latinoamericanos su obra asemeja una cantera en la que con cada aproximacin se descubren nuevos filones que estn todava por explorar u otros apenas estudiados. Entre stos ltimos se encuentra indudablemente el tema que nos proponemos investigar con el presente trabajo. Pues a pesar de los decisivos aportes al tema que se han logrado con obras tales como la de Fernando Ortiz: Mart y las razas, La Habana 1953, es innegable que Ren Durand est en lo cierto cuando asevera que el tema del hombre negro en la obra martiana representa an "una investigacin por hacer".2 Y si advertimos sobre este detalle no es naturalmente porque queramos presumir de que con el presente trabajo se remediar esa falta, sino ms bien para llamar la atencin sobre la urgencia e importancia de emprender estudios semejantes que exploren esta parte de la cantera martiana. Conscientes pues de que nos adentramos en terreno poco transitado y conscientes tambin de los lmites propios de trabajos como el presente, entendemos que nuestro cometido aqu ha de consistir en buscar un acceso adecuado al tema determinando las bases fundamentales de la posicin de Mart y sealando en ella sus distintas implicaciones, para que queden como perspectivas abiertas o sugerencias posibilitadoras de trabajos complementarios sobre este tema. En sentido estricto nuestro trabajo ha de entenderse por tanto como un estudio introductorio. De lo anterior se desprende por otra parte el carcter parcial del presente trabajo. Se trata en efecto de un estudio que quiere introducir a un aspecto o tema del pensamiento de Mart; un tema adems que, por ser muy particular y concreto, podra inducir a pensar que no es necesario tratarlo teniendo en cuenta el conjunto del pensamiento martiano. Quien se adentre en el estudio de este tema notar sin embargo la necesidad de hacer referencia a los principios esenciales del pensamiento de Mart, puesto que sus argumentos a favor de la raza negra no son sino particularizaciones de sus2

Rne Duran, "Una investigacin por hacer; Jos Mart y la raza negra", en En torno a Jos Mart, Coloquio Internacional, Bordeaux 1974, p. 541

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presupuestos tericos fundamentales. Quede pues claro que tocamos aqu un aspecto del pensamiento martiano cuya elucidacin cabal requiere no el aislamiento analtico puntual, sino por el contrario la integracin en el conjunto de sentido de ese pensamiento. De aqu nuestro esfuerzo por sealar a continuacin las ideas martianas sobre el negro, indicando al mismo tiempo sus vinculaciones con los principios rectores de la visin del hombre y del mundo sostenida por el Apstol. Introduccin Hay ideas que se extienden como leyendas y que se repiten, sobre todo en ocasiones solemnes, como verdades incuestionables. Nosotros los latinoamericanos deberamos de preguntarnos si una de esas ideas no es entre nosotros el muy extendido y tranquilizador "convencimiento" de que en Amrica Latina no hay racismo. Tan acendrada est esta idea entre nosotros que frecuentemente - y con buena conciencia! - recurrimos a ella para diferenciarnos de la otra Amrica, la sajona. No queremos dudar, naturalmente, de que en esto hay mucho de verdad. Es innegable que, por lo general, nuestros pases no conocen esos estallidos brutales de racismo que han caracterizado y caracterizan todava buena parte de la vida social y poltica de los Estados Unidos. Pero cierto es igualmente que conocemos y practicamos un racismo ms callado, pero tambin efectivo, que ha conducido a la marginalizacin del indio y del negro. O sea que la tan alabada y propagada bandera del mestizaje latinoamericano, a pesar de su innegable contenido real y verdadero, no debera de convertirse en un espejismo que nos impida ver la fuerte dosis de conflictividad contenida en el llamado mestizaje latinoamericano. El mestizaje latinoamericano es una realidad, pero es una realidad conflictiva que impide soar eufricamente un estado ideal de completa armona racial. Su conflictividad, por el contrario, nos confronta con la constante de dominacin de una raza, la blanca, que ha usado su posicin privilegiada para imponerse sobre las dems, motivando as un "mestizaje" cargado de injusticia, de falta de solidaridad y de desprecio sordo frente a las razas aborigen y negra. Precisamente en el Caribe, donde Afroamrica est presente de manera tan patente y definitiva, la posicin privilegiada del blanco en los rdenes econmico, poltico y cultural se estructur, y no slo durante la poca colonial, en un sistema social cuyo racismo de fondo afloraba

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constantemente a la superficie de la vida social determinando las formas concretas de comportamiento y de convivencia con el negro. A ttulo de mera ilustracin recordemos aqu cmo Nicols Guilln, el gran maestro de la poesa afrocubana, hace referencia al racismo en la sociedad cubana anterior a la revolucin al constatar en su poesa "Cualquier tiempo pasado fue peor": "En los bancos, slo empleados blancos, (Haba excepciones: alguna vez el que barra y el ugier) "3 Y en su poesa "Tengo", indicando las realizaciones logradas por la revolucin, documenta tambin el racismo anterior: "Tengo, vamos a ver, que siendo un negro, nadie me puede detener a la puerta de un dancing o de un bar. O bien en la carpeta de un hotel gritarme que no hay pieza,... "4 Es evidente por otra parte que con esta indicacin no se quiere decir que el racismo latinoamericano se expresa slo o principalmente en el Caribe en la forma del racismo del blanco frente al negro. Es decir que no debe de entenderse como desconocimiento o relativizacin del racismo que practica el blanco frente al indgena en otras regiones del conti