boca de sapo n°21 - animalidad

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    Feruglio - Giorgi - Néspolo - Ojeda - Pezzote -Scavino - Suhamy - Teglia - Yelin

    Animalidad

    BOCA DE SAPOARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO

    E r ad i  gi  tal  añ oXVI  I  

    Ab r i  l  2 0 1 6 

    Encuesta a las editorialesindependientes argentinas

    Entrevista a Noé Jitrik

     

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    Artistas seleccionados para participar de BOCA DE SAPO 21: ANIMALIDAD

    La obra de tapa y las que acompañan la actualización web de BOCA DE SAPO 21 perte-necen a Cristina Martino. La artista nació en Buenos Aires en 1978 y estudió la carrerade Licenciatura en Artes Visuales en el Instituto Universitario Nacional de Arte PrilidianoPueyrredón. Desde 2008 toma clases y realiza clínica de obra con el maestro Sergio Bazán.En la obra de Cristina se mezclan elementos de la naturaleza, como metáfora de lo prima-rio o de lo más salvaje, en contraposición con imágenes pictóricas que remiten a muralescallejeros, grafitis, autopistas y medios de transporte. A partir de la fusión, estos elementosresultan resignificados en un nuevo imaginario ciudadano.

    El artículo de apertura, “El caníbal de Klein”, dialoga con la obra pictórica de Paola Zappa,óleos pertenecientes a la serie “Carne” (realizada entre los años 2013-2016). Paola estudióen el Instituto Universitario Nacional de Arte Prilidiano Pueyrredón y realizó numerosasexposiciones.

    Los dibujos de Paco Fernández Onnainty ilustran el cuento “Perseverar”, de Ana Ojeda.Ambos estudiaron en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.“Es como si en determinado momento muchas líneas pasaran a través de uno, cruzándose;en el caudal mismo está la energía”, dice Paco a propósito de los procesos creativos.

    Las tintas de Hilda Paz, realizadas sobre papel de arroz de una antigua biblia, acompañanel artículo “La cosa que siente”; mientras que los óleos de Mabel Montes ilustran el texto“Precariedad animal”.

    Obras pertenecientes a Evangelina Lenarduzzi escoltan el artículo “Escritor-perro yescritor-gato” y la entrevista de Boca de Sapo: Animalidad . Evangelina es egresada del Insti-tuto Universitario Nacional de las Artes y de la Escuela Ernesto de La Cárcova. Esta serieque se centra en la figura del gato a lo largo de las distintas culturas –como animal viajero,gustoso de las fugas cotidianas y de la buena música– resulta de la intervención de viejospapeles con impresiones de partituras y mapas, a partir de la utilización de tinta china,acrílicos, pasteles y lápices policromos.

    Los dibujos de la artista Florencia Scafati acompañan la “Encuesta a las editoriales in-dependientes argentinas”. Florencia participó en la fundación de la revista, allá por el año1999, e ilustró los primeros murales de poesía ciudadana Abriendo la Boca. Desde entoncescolabora asiduamente, aportando la frescura de un hacer artístico –que va del grabado aldibujo, el cómic y la cerámica– en la conformación de un mundo siempre fascinante ysiempre nuevo.

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    Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de cadanúmero sin la cita bibliográfica correspondiente y/o la autorización dela editora. La dirección no se responsabiliza de las opiniones vertidas enlos artículos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportacionesaparezcan tanto en soporte impreso como en digital. Boca de Sapo no retri-

    buye pecuniariamente las colaboraciones. Impresa en Ciudad Autónomade Buenos Aires, Argentina.

    [email protected]@bocadesapo.com.ar

    ISSN 1514-8351Editor responsable:

     Jimena Néspolo

    Dirección: Casilla de Correo N°60, Pedro Lagrave 451, CP (1629)Pilar, Provincia de Buenos Aires, Argentina.TE: +54 (230) 4459 599

    Directora

     Jimena Néspolo

    Consejo de Dirección

    Claudia Feld

    Nicolás Guerschberg Javier OliveraWalter RomeroLaura Vazquez

    Consejo de Redacción

    Felipe Benegas LynchMaría CasiraghiHache Pavón

    Corrección

    Carolina Fernández

    Arte

     Jorge Sánchez 

    Diseño Gráfico

    Victorio Scafati

    Colaboradores

    Héctor FeruglioGabriel GiorgiAna OjedaNicholas PezzoteDardo ScavinoAriel SuhamyVanina Teglia

     Julieta Yelin

    Artistas Invitados

    Alia DavalPaco Fernández OnnaintyEvangelina LenarduzziCristina MartinoMabel MontesHilda PazFlorencia Scafati

    Paola Zappa

    Community manager

    Matuziken Knight

    BOCA DE SAPOArte, Literatura y Pensamiento

    Era digital, año XVII, Abril 2016.

    21STAFF

    S u m a r i o : A n i m a l i d a d

    • El caníbal de Klein. Dardo Scavino /2

    • Extraña naturaleza americana en crónicas de Indias Oc-cidentales. Vanina Teglia /14

    • Cuento: Perseverar. Ana Ojeda /20

    • Encuesta a las editoriales independientes argentinas.

    Nicholas Pezzote /24

    • Escritor-perro y escritor-gato. JulietaYelin /36

    • La cosa que siente. Héctor Ariel Feruglio /42

    • Precariedad animal. Gabriel Giorgi /50

    • Crónica: Mis animales y yo. Jimena Néspolo /56• Entrevista a Noé Jitrik. Felipe Benegas Lynch y Hache

    Pavón /64

    • Adelanto: Spinoza por las bestias. Ariel Suhamy /72

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         O

        b    r    a    s

         d    e

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    El Caníbal de Klein

    Según la teoría de la recapitulación ontogenética de Haeckel, el embrión humano pasa por una serie de estados cuyasdiversas formas recuerdan las fases de la evolución de las series animales. Retomando esa teoría, tanto Baldwin como

    Freud o Melanie Klein piensan al sujeto no como un microcosmos –según la creencia de algunos lósofos renacen -

    tistas– sino como un microcronos: cada sujeto resumiría la totalidad de la historia de la especie animal y cultural.

    Pero la condición política de estos saberes antropológicos o psicológicos fue la minoración forzada de las poblaciones

     periféricas, es decir: el colonialismo.

    Por Dardo Scavinoos extraños ruidos de la bestia le llegaban al-gunas noches desde la habitación de sus padres.Gemía, resoplaba, sacudía los muebles y se aga-

    zapaba para venir a matarlo. Pero antes, la bestia queríaarrancarle los ojos y los genitales. Es lo que Gerald lecontó un día a una doctora. Por eso él no se despegabanunca del tigre. El tigre iba a defenderlo. El tigre iríaincluso hasta la habitación de sus padres, le arrancaría ala bestia los ojos y los genitales y la mataría de una vezpor todas. Y cuando la doctora le preguntó qué haríacon los genitales de la bestia si un día el tigre los traía,Gerald le respondió que iba a cocinarlos y comérselos.¿Se da cuenta por qué vinimos a verla?, le dijeron lospadres a la doctora Melanie Klein. ¿Qué malicia, quédepravación habitaba en su hijo? Pero ella los tranquili-zó. Gerald era un chico normal porque era normal quelos chicos a esa edad tuvieran esas fantasías. El tigre

    de peluche era “la parte primitiva de su personalidad”,escribiría más tarde en un ensayo sobre Gerald, y labestia, por supuesto, una metáfora del padre. Geraldquería morderlo porque a esa edad no tenía otro re-curso para luchar contra su enemigo: usaba “en formaprimitiva sus dientes como un arma”, y lo hacía contraese monstruo horripilante que le arrebataba el amor desu madre. “Fijación oral”, diagnosticó Klein en su tra-bajo. Gerald iba a superar esta etapa. Como lo hacíantodos los niños para alcanzar la edad adulta. A menos

    que formara parte de la minoría de perversos que sequedaban fijados a los estadios oral o anal, contribu-

    L

    *Dardo Scavino

    (Buenos Aires, 1964) es egresado de laUniversidad de Buenos Aires y desde haceveintitrés años vive en Francia. Actual-mente es profesor de cultura latinoameri-cana en la Universidad de Pau. Entre susobras, pueden mencionarse: La losofía ac-

    tual  (1999), Narraciones de la independencia (2010) y Las fuentes de la juventud (2015).

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    yendo así a la popularidad de las páginas policiales y las

    novelas de terror.Pero a nosotros no nos interesa Gerald. Nos intere-sa Klein, o lo que Klein dijo sobre Gerald. “Así comoel individuo repite biológicamente el desarrollo de lahumanidad”, escribió recordando la famosa teoría deErnst Haeckel según la cual la ontogénesis recapitulala filogénesis de las especies animales, “también lo hacepsíquicamente”. “Encontramos reprimidos e incons-cientes los estadios que aún observamos en pueblosprimitivos: canibalismo y tendencias asesinas de la ma-yor variedad”. Gerald, en efecto, estaba pasando por

    una edad biológica y psíquica que coincidía con el gra-do de evolución de esos “pueblos primitivos” poseídospor las pulsiones caníbales y asesinas. “Esta parte primi-tiva de la personalidad contradice enteramente la partecivilizada” – kultiviert, escribió Klein–, “que es la querealmente engendra la represión”1. El individuo no po-dría llegar a la edad adulta sin esta represión de sus im-pulsos primitivos, y esta era precisamente la función desu “parte civilizada”: domesticar al primitivo o al niño.

    Esta teoría, sin embargo, no era una ocurrencia de

    Klein. Hacía rato que venía rondando los trabajos deSigmund Freud. El psicoanalista vienés había quedado

    fascinado con la hipótesis de Ernst Haeckel acerca de

    las especies animales y era preciso, a su entender, tras-ladarla al dominio de la vida psíquica de los humanos:así como el embrión recapitula la evolución biológicade la especie, así también el individuo recapitularía suevolución anímica, lo que significaría que los “pueblosprimitivos” tenían una madurez psíquica comparablecon la mentalidad infantil. Apenas un año antes del ar-tículo de Klein sobre las fantasías caníbales del pequeñoGerald, Freud recordaba que Cronos había devorado asus hijos y castrado a su padre, Urano, y que sería cas-trado más adelante por su propio hijo, Zeus, “a quien

    la astucia de su madre había salvado”. “Si usted se hainclinado a suponer que todo lo que el psicoanálisiscuenta acerca de la temprana sexualidad de los niñosproviene de la desenfrenada fantasía de los analistas”,proseguía Freud, “admita al menos que ella ha creadolas mismas producciones que la actividad fantaseadorade la humanidad primitiva, de la que mitos y cuentosson el precipitado”. Podía conjeturarse entonces, segúnél, “que en la vida anímica del niño se registran toda-vía hoy los mismos factores arcaicos que en las épocas

    primitivas rigieron de manera universal la cultura hu-mana”, de modo que “en su desarrollo anímico, el niño

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    repetiría de manera abreviada la historia de las etnias,tal como hace mucho lo ha discernido la embriologíarespecto del desarrollo corporal” 2. Y si esas tendenciasprimitivas ejercían una presión tan inquietante sobre elindividuo adulto, se debía a que “tenemos que recorreren pocos años la enorme distancia evolutiva que media

    entre los primitivos de la edad de piedra y el miembrode nuestra cultura contemporánea” y “en ese procesodefendernos, en particular, de las mociones pulsiona-les del período sexual temprano”, lo que explicaría porqué “nuestro yo se refugia en represiones y se exponea una neurosis cuyo precipitado se le incorpora comouna predisposición a contraer una neurosis más tarde,en la madurez de la vida” 3.

    De hecho, Freud ya había escrito en su estudio so-bre los delirios del presidente Schreber que “las poten-

    cias mitopoyéticas de la humanidad” no habían caduca-do dado que seguían vivas “en la neurosis, lo mismo queen los más remotos tiempos”. Es más, él pensaba quemuy pronto llegaría el momento en que se pudiera am-pliar una tesis que los psicoanalistas habían formulado,“agregándole a su contenido válido para el individuo,entendido ontogenéticamente, el complemento antro-pológico, de concepción filogenética”: “En el sueño yen la neurosis reencontramos al niño, con las propie-dades de sus modos de pensar y de su vida afectiva”,pero “también hallamos al primitivo, tal como él se nos

    muestra a la luz de la arqueología y de la etnología”4.En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud iba

    a extender aquella analogía a la relación entre el in-dividuo y la multitud. Haciendo suyas las palabras delsociólogo francés Gustave Le Bon, Freud aseguró que“por el mero hecho de pertenecer a una masa organi-zada, el ser humano desciende varios escalones en laescala de la civilización”: “Aislado”, agrega, “era quizásun individuo culto”; “en la masa es un bárbaro, vale de-cir, una criatura que actúa por instinto” y se ve pro-

    visto de pronto de “la espontaneidad, la violencia, elsalvajismo y también el entusiasmo y el heroísmo delos seres primitivos” 5. Y por eso el propio Le Bon sos-tenía que, para entender a las masas, había que pensaren “la vida anímica de los primitivos y de los niños” 6.En las masas, por ejemplo, “las ideas opuestas puedencoexistir y tolerarse sin que su contradicción lógica dépor resultado un conflicto”, como ocurría, según CarlAbel, con algunas “palabras primitivas” y también con“la vida anímica inconsciente de los individuos, de los

    niños y de los neuróticos, como el psicoanálisis lo hademostrado hace tiempo” 7.

    No era en modo alguno casual que, según Le Bon,Freud y muchos otros pensadores, el grupo primarasobre el individuo en los “pueblos primitivos”, mientrasque los progresos de la civilización coincidirían con lapaulatina emancipación del individuo con respecto a lapresión de la masa. Por eso el propio Freud explicaría

    la violencia feroz de la Primera Guerra Mundial por unretorno de pulsiones primitivas, animales, vinculadascon la mentalidad de las masas: esta guerra no habríasido la decisión de los individuos civilizados sino de lasmultitudes bárbaras, fanatizadas e irracionales que re-trotraen a la infancia de la humanidad.

    Del mismo modo que, en la teoría de Haeckel, elembrión volvía a ser un pez y un reptil antes de con-vertirse en un mamífero, un primate y un homínido,las diferentes etapas de la maduración anímica del in-

    dividuo correspondían, para Freud, a diferentes edadesde la evolución humana: el estadio anal, a la marchabípeda; la etapa edípica, a las instituciones totémicas; lalatencia, al monoteísmo; la edad adulta, a la civilizaciónmoderna. Con una diferencia, no obstante: si la hu-manidad parecía haber ido dejando atrás las diferentesetapas de su evolución mental, estos estadios convivíanen el adulto civilizado, y tanto las patologías psíquicascomo los fanatismos de masa podían encontrar una ex-plicación en esas regresiones subjetivas a los diferentesmomentos de su historia de la especie.

    Prehistoric times

    Pero Freud tampoco había sido el primero en plantearesta teoría. Aparecida por primera vez en 1861,  Ana-huac or Mexico and the Mexicans, Ancient and Modern  deEdward Tylor había inspirado a varios etnólogos britá-nicos de la segunda mitad del siglo XIX, entre quienesse encontraba sir John Lubbock, un pionero de los es-tudios prehistóricos, célebre por sustituir la distinción

    entre los hombres ante y post diluvianos del francésBoucher de Perthes por la diferencia entre el paleolí-tico y el neolítico que empleamos hasta hoy. En su en-sayo Prehistoric Times, publicado cuatro años más tarde,Lubbock comparaba a los hombres de las cavernas conlos esquimales de Groenlandia y Terranova, y a ambos,una vez más, con los niños, hasta el punto de sostenerque “un niño de cuatro años” de un país civilizado eramás inteligente que los habitantes de esas regiones gla-ciales, y que solo tomándolos en una edad muy inferior

    a esa el paralelo se volvía justo. Entre las pruebas queel británico supuestamente aportaba para convalidar su

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    analogía, se encontraba la “inconstancia” del “salvaje”, su propensión a llo-rar con facilidad y finalmente su “dificultad” a la hora de pronunciar ciertossonidos. Los habitantes de las islas Sándwich, explicaba, “confunden cons-tantemente la r y la l”, mientras que otros, como los habitantes de Tierradel Fuego, suelen repetir las sílabas para forjar sus vocablos, “otra carac-terística de la infancia en las razas civilizadas”. Lubbock concluía entonces

    que “los salvajes tienen el carácter de los niños, con las pasiones y la fuerzapropias de los hombres” 8, y así como los niños precisan la tutela de unmayor, esos pueblos necesitan la protección del hombre civilizado.

    “Muchas personas dudan de que la civilización añada felicidad y elogianal salvaje libre y noble”, se quejaba el paleontólogo, porque el verdaderosalvaje no era “ni libre ni noble” sino “esclavo de sus necesidades” y “de suspasiones”, de las intemperies y de los cambios climáticos, de las enferme-dades y los accidentes, sin contar con el hecho de que la ignorancia de laagricultura lo confinaba a la cacería y no le permitía “prever la prosperi-dad”, como le ocurriría a cualquier grupo que viviera “amenazado por el

    hambre” y la “terrible alternativa de comer a su semejante o morir”9

    . Demodo que la tutela europea de las poblaciones que vivían como en la edadde las cavernas había significado, para esos niños desamparados, y desde laperspectiva de Lubbock, una promesa de progreso y redención formida-ble.

    La influencia de Edward Tylor sería perceptible también en uno de loslibros más aplaudidos y citados de la etnología inglesa de finales del sigloXIX: La rama dorada de James George Frazer. Este etnólogo entendía que el“pensamiento mágico” de los pueblos primitivos se parecía como dos gotasde agua a la mentalidad de los niños, y hasta un fiel defensor de los pueblos“primitivos”, el antropólogo francés Élie Reclus, estimaba por esos años

    que los esquimales parecían “ajenos a cualquier pudor”, con la consecuenteindignación de los misioneros, quienes no cesaban de “recriminarles suindecencia, su desvergüenza excesiva”. Esta ausencia de pudor los con-vertía en “grandes niños” que “no superaron el período de la animalidady todavía tienen que aprender que no pueden hacer sus necesidades enpúblico” 10. Para explicar incluso la invención de la divinidad femenina delpueblo inuit, Reclus proponía una interpretación edípica avant la lettre. Elfrancés le recordaba a su lector que Sedna, “la madre de los esquimales yde los hombres”, era la propia Madre Tierra de donde provenían, comoen muchos otros mitos de autoctonía, “todos los animales, las bestias y

    los pueblos”. La invención de esta divinidad femenina era para Reclus laprueba irrebatible de que “antes de la institución relativamente modernade la paternidad, existía la maternidad” o que esta había sido “la primeranoción que germinó en los cerebros, al menos en las especies vivíparas”.Del mismo modo que “el niño fabrica una muñeca”, explicaba este francés,“nuestra especie naciente creó un mundo fantástico, imagen o reflejo delmundo real, tal como lo concebía”, y en este mundo “erigió a una Madre,una Cibeles, para que lo presidiera”. En el mundo infantil de los inuit,concluía Reclus, Sedna no había llegado a verse destronada “ni por un hijoingrato ni por un marido ambicioso” 11, como había ocurrido ya en otros

    pueblos, “más evolucionados”, que le rendían culto a un dios paterno.

    Pero habría que recordar queFreud había empezado a desplazarel concepto de “estratificación” ha-cia la vida psíquica de los humanosdespués de haber leído a un desta-cado filólogo alemán del siglo XIX,

    Max Müller, quien se había inspira-do a su vez en los avances de la geo-logía. Las lenguas presentaban unaestratificación semejante, en su opi-nión, a la superficie de la tierra. Ha-bía, por ejemplo, lenguas arcaicas,o infantiles, como el chino, en lascuales no existían ni las conjugacio-nes ni las desinencias: todas las pa-labras eran monosilábicas y podían

    convertirse en verbos, sustantivos oadjetivos en función de cómo se lasusara.

    Estas lenguas, en su opinión,eran incapaces de expresar “los ma-tices del pensamiento” a la mane-ra del griego, el latín y las lenguasflexionales. El niño inglés dice I amhungry   cuando tiene hambre, “sinsaber que I  es distinto de hungry  nique estas palabras están unidas por

    un verbo auxiliar, am, compuestopor una raíz, as, y una desinenciapersonal, mi” provenientes del sáns-crito asmi: yo soy. “Un niño chino”,prosigue Müller, “expresaría la mis-ma idea, pero con una sola palabra,shi” que podía significar “comer” o“comida”. “La única diferencia en-tre ambos”, concluía el alemán,“consiste en que este último habla

    la lengua de un niño mientras queel niño inglés habla la lengua de unhombre”. Pero todas las lenguas deflexión –las lenguas que conjugansus verbos o poseen desinencias ca-paces de distinguir a los sustantivos,los adjetivos y los adverbios– ha-brían pasado por una primera etapa,infantil o monosilábica, y por unasegunda edad, aglutinante, antes de

    llegar a la lengua adulta o flexional.

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    De modo que el proceso de adquisición del lengua- je por parte de un individuo reproduciría, a grandesrasgos, la evolución de las lenguas desde sus inicios

    monosilábicos hasta las flexiones maduras. Y la misióndel filólogo consistía en “descender” hasta los estratosinferiores de una lengua para alcanzar, por debajo desu madurez flexional y su adolescencia aglutinante, suinfancia monosilábica.

    En lo relativo a la maduración del individuo, la ideade una recapitulación psíquica tal como Freud la en-tendía había sido anticipada por uno de los fundado-res de la sexología, Havelock Ellis, pero también porel principal precursor de la psicología evolutiva: James

    Baldwin. “Adaptando una distinción empleada en laterminología biológica”, había escrito este británicoen 1896, “llamaremos ontogénesis al desarrollo men-tal del individuo y filogénesis a la evolución de la razao el desarrollo de la conciencia en toda la serie ani-mal” 12. Baldwin consideraba ya probada esa teoría dela recapitulación de Haeckel que la mayoría de los bió-logos abandonarían más tarde. Del mismo modo queel embrión individual, aseguraba, “pasa por una seriede estados cuyas diversas formas recuerdan las fases

    reconocidas actualmente en la evolución de las seriesanimales”, podía establecerse un paralelismo análogo

    entre el crecimiento del niño y las diferentes fases de laevolución psíquica de la “raza” 13.

    Pero antes de que Edward Tylor emitiera sus hipóte-

    sis acerca de la evolución mental de los pueblos y Haec-kel presentara su teoría de la recapitulación ontogené-tica, muchos pensadores habían propuesto un paraleloentre la evolución de los individuos y los pueblos. A lolargo del siglo XVIII, Mably, Hume, Condorcet y hastaRousseau habían imaginado el progreso de la humani-dad como el crecimiento de un individuo. “El génerohumano”, había escrito Turgot en 1750, “aparece a losojos de un filósofo como un todo inmenso que tiene,como cada individuo, su infancia y sus progresos” 14. Y

    esto permitía explicar, a su entender, las diferenciasentre las naciones del orbe: “La desigualdad de las na-ciones aumenta: aquí las artes comienzan a nacer; alláavanzan a grandes pasos hacia la perfección”. En algu-nos lugares, proseguía este francés, los pueblos “se de-tienen en su mediocridad”, mientras que en otros “lasprimeras tinieblas todavía no se disiparon”. Y esta des-igualdad variaba, en su opinión, “hasta el infinito”, demodo que “el estado actual del universo, que presentasimultáneamente sobre la Tierra todos los matices de la

    barbarie y de la civilidad, nos muestra en cierto modo,de un solo vistazo, los monumentos, los vestigios, de

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    todos los pasos del espíritu humano” o “la imagen detodos los grados por los cuales ha pasado, las historiade todas las edades” 15. Y por eso en esta lenta educacióndel hombre por el hombre los imperios tenían, paraTurgot, un papel insoslayable, dado que “sus leyes, suscostumbres, su gobierno” se convertían en “una espe-

    cie de educación general de las naciones”, establecien-do entre un pueblo y otro “la misma diferencia que laeducación establece entre un hombre y otro hombre” 16.Algo semejante sostendría Nicolás de Condorcet en suEsbozo de un cuatro histórico del espíritu humano de 1793,una obra en donde este marqués, ardiente partidariode la Revolución francesa y de la emancipación civilde las mujeres, seguía las huellas de los progresos delsusodicho espíritu desde las sociedades primitivas hastala época moderna, pasando por las sociedades pastoras

    y agricultoras.

    ...antes de que Edward Tylor emitiera

    sus hipótesis acerca de la evolución

    mental de los pueblos y Haeckel

    presentara su teoría de la recapitula-

    ción ontogenética, muchos pensadores

    habían propuesto un paralelo entre

    la evolución de los individuos y los

    pueblos.

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    La minoración de los pueblos

    Los orígenes de esta comparación entre las edades delos individuos y las edades de los pueblos se remonta,a nuestro entender, a la obra de un jurista español deprincipios del siglo XVI: Francisco de Vitoria. Mientras

    sus compatriotas estaban conquistando las Indias, estedoctor de la universidad de Salamanca buscaba una fi-gura jurídica que correspondiera a la condición de loshabitantes de esas regiones. Y no encontró nada mejorque presentarlos como menores de edad que debían vi-vir bajo la tutela de un pueblo mayor, o capaz de gober-narse a sí mismo. En opinión de Vitoria, el pretexto dela inmadurez política de los indios no les otorgaba a losReyes de Castilla el derecho a apoderarse de sus tierrasy su patrimonio 17. El teólogo recuerda incluso que,

    desde el punto de vista de Aristóteles, y del derechoromano, los niños, y hasta los idiotas, tenían derecho aser “dueños”, como se infería de un pasaje de la Epístolaa los Gálatas de Pablo de Tarso 18.

    La reflexión de Francisco de Vitoria trasladaba aldominio del derecho internacional una institución per-teneciente al derecho privado: la tutela. Esta institu-ción encuadraba en la antigua Roma la relación entrelas personas sui iuris  y las personas alieni iuris, entrequienes vivían bajo su propia jurisdicción y quienesvivían bajo la jurisdicción ajena, entre los maiores, en

    fin, y los minores, noción que no incluía solamente a losimpuberes sino también a insani, lunatici, mulieres y todosaquellos individuos que, por su presunta incapacidadpara gobernarse a sí mismos, estuvieran obligados a vi-vir bajo la potestad, o el  mancipium, de otro: el  pater

      familias.Vitoria se negaba a aceptar, no obstante, que los

    indios fueran “completamente idiotas”, pero admitíaque tenían “mucho de ello” y que no eran idóneos “paraconstituir y administrar una república en las formas hu-

    manas y civiles” 19. Solo que algunos aducían esta inep-cia política para declarar que en nombre “del bien yla utilidad” de los indios, podían “los príncipes de losespañoles tomar la administración y gobierno de losmismos e instituir en sus pueblos prefectos y goberna-dores y cambiarles los soberanos donde constare fuerenecesario para su bienestar”, de modo de someter estospueblos “al gobierno y la tutela de los que tienen razóny entendimiento”. Y el doctor salamantino, que se mos-traba rigurosamente estricto a la hora de evaluar los ar-

    gumentos esgrimidos por los defensores de la conquis-ta, alegaba que esta tutela era jurídicamente admisible,

    “a condición de que realmente se haga para el bien yutilidad de los mismos y no para lucro de los españo-les”, es decir, a condición de que las administradoresvelaran, como en el derecho romano, por el bienestarde sus pupilos 20, argumento que va a terminar prevale-ciendo en las Leyes Nuevas promulgadas por el empe-

    rador Carlos V, esas mismas leyes que los conquistado-res rechazaron y sus descendientes no quisieron nuncaacatar. Esas leyes preveían una extinción paulatina de laencomienda –institución que la Conquista de Américahabía heredado de la Reconquista de Al-Andalus– paraque los indígenas quedaran bajo la tutela del rey. Y si sehubiese observado rigurosamente la lógica de la analo-gía delineada por Vitoria, tendría que haberse previstola completa emancipación de estos pueblos, una vezque hubieran asimilado, como ellos pretendían, los va-

    lores y las prácticas de sus tutores cristianos.Cuando otro jurisconsulto español, Juan de Solór-zano Pereira, se dedique a estudiar más adelante el dé-dalo del derecho indiano, va a explicar que estas leyestrasladaban a los aborígenes la condición de minoría,“pues por su corta capacidad gozan del privilegio derústicos y de menores, y aun no pueden disponer de susbienes raíces, cuanto más de sus personas y libertad” 21.Los indios habían sido durante la colonia individuos li-bres –en el sentido de que la ley los consideraba dueñosde sus propios bienes–, pero un Protector General era

    enviado por el monarca castellano para que velara porlos intereses de estos “miserables”, y vigilara cualquierposible compra o venta de estos bienes, “porque noparece que tienen voluntad libre, y estar como están,expuestos a tantas acechanzas y engaños”, y “porque sufragilidad y facilidad y poca constancia no se convier-ta y redunde en daño y acabamiento de sus haciendas,como hablando de los menores y mujeres, a quieneslos indios se comparan” 22, lo que llevaba al jurista es-pañol a asegurar que en esta parte del mundo los reyes

    y los virreyes eran “como buenos tutores y curadores”encargados de dirigir “a los que por su barbarismo orusticidad” eran incapaces de gobernarse a sí mismos 23.

    Esta tutela política de los indios sobrevivió hastamucho después de las revoluciones de independen-cia. Como recuerda Alberto Pestalardo, los indígenasdel territorio argentino seguirían siendo considerados“menores” por el Estado hasta principios del siglo XX,estatuto justificado por el hecho de que ignoraban tan-to la lengua como la cultura nacional. “La condición del

    indio es la de un incapaz”, escribía Juan Bialet-Massé en1904, ya que “no conoce el idioma del país, no sabe leer

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    ni escribir, no tiene idea de las relaciones jurídicas, ni menos conocimientode las leyes del país, y apenas las más elementales del derecho natural”.De modo que “en toda relación con extraños necesita que se complete esapersonería, interviniendo en los contratos que celebre, especialmente enlos de trabajo, y se vigile su cumplimiento”. Así, el decreto del 3 de mayode 1899, promulgado a instancias del juez Miguel Ángel Garmendia deFormosa, “dispuso que los Defensores de Menores de los Territorios Na-cionales fueran también Defensores y Protectores de los indígenas” 24. Ensu fallo, el Procurador General de la Nación reconocía que los indios eranciudadanos argentinos y gozaban de los mismos derechos y obligacionesque cualquier otro ciudadano, pero, añadía, por su condición de “míseros

    menores incapaces e inconscientes”, “por su falta de inteligencia y mediosde comprensión y expresión de la voluntad”, no podía aplicárseles las mis-mas leyes que a los ciudadanos mayores.

    En su Condición legal del indígena, publicada en 1891, Julio Zenteno Ba-rrios recordaba, por su parte, que algo semejante sucedía por esos años enChile. “Nuestra legislación”, escribía, “clasifica las personas en cuanto a lafacultad que tienen para ejercitar sus derechos, en capaces e incapaces”.En la segunda categoría la legislación incluía a “la mujer casada sujeta a po-testad marital, el hijo de familia, el menor no emancipado ni habilitado deedad, el loco o fatuo, el sordomudo, el pródigo y el ausente”. Esta clasifica-

    ción no incluía, en principio, al indígena. El jurista chileno explicaba que,aun así, “en el ejercicio de sus derechos se halla sujeto a ciertas limitacionesque hacen de su persona un verdadero incapaz” 25.

    De menor a mayor

    Durante todo el siglo XIX, y hasta la Segunda Guerra Mundial, los ideólo-gos del colonialismo repetirían, a grandes rasgos, las posiciones de Vitoriao Solórzano Pereira. Un distinguido intelectual de la izquierda francesa,el furierista Jules Duval, sostuvo que una “alta tutela” de Francia sobre el

    continente africano contribuiría a la “regeneración”26

     de sus poblaciones, yconsideraba que la finalidad de la colonización de esos territorios salvajes

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    y bárbaros era la conversión de estos pueblos en paí-ses civilizados. Duval vaticinaba, en este aspecto, que lametrópoli acabaría por acordarle “a sus hijas legítimas,aunque menores, lo que es la condición fundamentalde cualquier prosperidad sólida y durable, la libertadadministrativa, política, comercial”, puesto que llegaría

    el día, sin duda, en que pudiera desatar “los lazos de sucelosa tutela sin temer que estas menores, tardíamenteemancipadas, abusen de su fuerte madurez” 27  y le tor-nen la espalda a su antigua tutora.

    Duval veía en la colonización una misión sagrada delos hombres blancos consistente en convertir a los otrospueblos a la civilización. La colonización “funda socie-dades nuevas, inicia a los salvajes y a los bárbaros enlas artes y en la fe en la civilización” y “es la educaciónmoral de las sociedades jóvenes, tanto como su educa-

    ción industrial”. Este colonialista convencido suponíaque a pesar de los inevitables enfrentamientos con laspoblaciones locales, había “armas más potentes que loscañones y los fusiles” para “someter a las razas inferio-res”, y se trataba de los “beneficios” que ellas obteníancon la colonización. Gracias al prestigio de sus obras,“la civilización atrae y educa sin inconvenientes las so-ciedades bárbaras” porque “instintivamente el negroama y respeta al blanco, como el débil al fuerte, comoel ignorante al sabio”, y hasta los propios “moros”, pro-nosticaba, “sufrirán el ascendiente de nuestra fuerza” 29.

    Esta joven sociedad colonial, en efecto, “arrastra a lossalvajes y los bárbaros hacia la civilización, a los idóla-tras hacia el islamismo o el cristianismo, y le insinúa alos propios musulmanes las costumbres dulces –no nosatrevemos a decir las virtudes– de los pueblos cristia-nos y refinados”. Duval profetizaba incluso que algúndía los moros y los negros saludarían la bandera france-sa con amor “hasta en las profundidades de Sudán”, si lametrópoli cumplía su destino 29.

    Duval efectuaba el mismo diagnóstico que muchos

    de sus contemporáneos a propósito de la dramáticaausencia de Estado en estas poblaciones orientales, re-cordando que “en los países bárbaros, entre los pue-blos niños o decrépitos, los tratados no tienen la mis-ma importancia que en la diplomacia europea” ya que“la muerte del jefe que lo firmó le quita todo valor alos ojos de sus herederos”. En estas “sociedades infor-mes”, proseguía este abogado, “un jefe no representatan perfectamente una nación como en nuestros Esta-dos civilizados” porque “es raro que el poder no esté

    compartido” o incluso “contestado por alguna familiao facción rival” 30, de modo que la metrópoli colonial

    venía a traerles a estas tribus un importante avance dela civilización que le permitiría desembarazarse del ré-gimen patriarcal de los caudillos: el Estado.

    También Jules Ferry, propulsor de la escuela obli-gatoria y gratuita durante la Tercera República, y ar-doroso defensor de la expansión colonial francesa,

    se preguntaba en una conferencia pronunciada antela asamblea nacional acerca del derecho de los paíseseuropeos a sojuzgar esos territorios. Y su respuesta nose distinguía mucho de la proferida cuatro siglos antespor Vitoria y sus seguidores: la “razas superiores” te-nían derechos sobre las “razas inferiores” porque teníantambién “un deber para con ellas”, el “deber de civili-zarlas”, y aunque en los siglos precedentes las conquis-tas europeas hubiesen introducido la esclavitud en esasregiones, hoy “cumplen ampliamente, con grandeza y

    honestidad, este deber superior de la civilización”. Enefecto, “¿alguien se atrevería a negar que hay más jus-ticia, más orden material y moral, más equidad, másvirtudes sociales en África del Norte desde que Franciala conquistó?” Y en India, a pesar de los “episodios do-lorosos” ligados a su conquista, “¿no hay infinitamentemás justicia, más luz de orden, de virtudes públicas yprivadas después de la conquista inglesa?” 31.

    Influido por Saint-Simon y su discípulo AugusteComte, el liberal gaditano Emilio Castelar y Ripollaseguraba en su ensayo La fórmula del progreso que “los

    pueblos siguen un desarrollo análogo al desarrollo delhombre”. “Mientras son niños”, escribía, “no puedenadministrar sus intereses” pero una vez llegados a lamadurez, “no han menester de la patria potestad” y “de-ben por sí y ante sí administrar sus intereses locales” 32.

    Y el político andaluz seguiría sosteniendo, a la ma-nera de Comte, que la teocracia era “propia de los pue-blos dormidos en la cuna, de pueblos niños, que necesi-tan para obedecer oír la voz de su Dios en la voz de susimperantes”, pero que cuando esos pueblos “son ya vi-

    riles y robustos, rompen con extraordinario esfuerzo elyugo de su gobierno que pesa con igual pesadumbre enla voluntad y en la conciencia” 33, y ya no son goberna-dos por las supersticiones sino por la razón y la ciencia.

    A esta misma pedagogía se referiría una década mástarde uno de los principales teóricos de las políticas co-loniales francesas, Arthur Girault. “Así como la metade la educación” consistía en “hacer hombres capacesde conducirse a sí mismos y destinados a liberarse dela autoridad paterna una vez llegados a la mayoría de

    edad, así la meta de la colonización consiste en for-mar sociedades aptas para gobernarse a sí mismas y

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    para constituir, una vez maduras,Estados independientes”. Y por esopodía repetirse “a propósito de laMadre Patria lo que se decía enotros tiempos acerca del tutor ro-mano: debe trabajar para volverse

    inútil”, puesto que la función de lametrópoli consistía “en preparar laemancipación inevitable, de maneraque la separación se lleve a cabo sinsacudimientos ni rencores” 34. Laspotencias europeas debían “elevar alos indígenas hasta nuestra civiliza-ción”, haciendo “desaparecer de suscostumbres ciertos usos bárbaros,como los sacrificios humanos o las

    monstruosas costumbres del Daho-mey”. Y para ello, los misionarios“tratarán de convertirlos a una delas religiones de los pueblos civi-lizados”, mientras que los “agentescomerciales”, en busca de “nuevosmercados para sus productos”, “ha-rán nacer en ellos necesidades des-conocidas hasta ahora”. Y aunqueGirault reconoce con una rara fran-queza que esas nuevas necesidades,

    cuya variedad era ignorada por esaspoblaciones, “traerán aparejadosnuevos sufrimientos”, de modo que“los indígenas no serán tan felicescomo antes”, piensa que se tratade un paso irremediable para queaccedan a la civilización. “Hubo unarte de la colonización como huboun arte de la educación”, explicabaGirault, y por eso “las colonias son

    sociedades jóvenes, con todas lascalidades pero también todos losdefectos de sus edad”, ya que si bientienen, por un lado, “el ardor, laambición y las ilusiones de la juven-tud”, los acompañan con “la inex-periencia, la ingratitud natural y laimpaciencia de cualquier subordi-nación”, mientras que la metrópo-li, “con todos los sacrificios que se

    impone para con sus colonias”, perotambién “con su tendencia a guar-

    darlas cerca de ella, aunque hayan llegado a la madurez”, “se merecen bienel nombre de madres patrias”. De hecho, “las ideas acerca de las relacionesde las metrópolis y las colonias”, prosigue, “conocieron la misma transfor-mación que las relativas a las relaciones entre los padres y los hijos”. Asícomo en una época se privilegiaba el interés del “padre de familia” y luegoel “interés del niño”, al principio “las colonias fueron explotadas por las

    metrópolis, como un niño por el padre”, mientras que más tarde, bajo lainfluencia del progreso de las ideas morales y políticas, y gracias a una con-cepción más justa del interés de las dos partes, “se considera un deber de lamadre patria la tarea de criar a la colonia y trabajar en pos de su desarrollohasta la madurez”. Y al igual que la educación de un niño, “la fundación deuna colonia es una obra de largo aliento”, con comienzos “largos, duros ycostosos”, dado que las sociedades, como los niños, “son paridas con dolory un dominio colonial le impone a una nación cargas tan pesadas como unafamilia numerosa a un particular” 35.

    La analogía entre la colonia y el proceso pedagógico le permitiría ex-

    plicar a Girault la significación precisa de la noción de “colonización”. Estasuponía, es cierto, que “varias personas se marchan de su país para estable-cerse en otro”. Pero esta definición resultaba demasiado amplia porque in-volucraba migraciones que no traían aparejada una auténtica colonización.Cuando “una tribu bárbara, empujada por el hambre, abandona un terri-torio en que los productos de la caza no son abundantes para levantar sustiendas en otro”, no está colonizándolo. Y tampoco están colonizándolo loshabitantes de un país civilizado que se desplazan hasta otro, como ocurríacon los belgas que se instalaban en Francia o con los irlandeses y alemanesque emigraban a los Estados Unidos. Para que pudiéramos hablar de co-lonización, explicaba este francés, los emigrantes debían proceder de un

    país civilizado y establecerse “ya sea en una costa inhabitada, ya sea en unterritorio ocupado por una población salvaje, o que, de uno u otro modo,no haya podido elevarse sola hasta la civilización”. Los colonos ejercían deesta manera “una doble acción civilizadora”, sobre “las cosas” y sobre “loshombres”, en la medida en que, por un lado, abrían puertos y vías de co-municación, desbrozaban el suelo y lo cultivaban, explotaban las riquezasmineras y las exportaban, mientras que educaban, por el otro, a las pobla-ciones indígenas poniéndolas en el camino de la civilización 36.

    Coda

    Todo pareciera indicar entonces que la idea de una evolución de los pue-blos desde su infancia hasta su edad adulta apareció en los albores del co-lonialismo moderno, con su concepción de la tutela y de las poblaciones“menores”. A partir de ese momento, el viaje en el espacio empezaría aentenderse como una travesía en el tiempo. Atravesar el océano signifi-caría regresar a las primeras edades de los hombres: de la humanidad yde cada uno de los individuos. Los europeos comenzaron a interpretar elalejamiento de Europa como una regresión a los tiempos primitivos de lahumanidad, y tanto más primitivos cuanto más se distanciaran los viajeros

    de las metrópolis colonialistas y se adentraran en las tierras inexploradasde los otros continentes. Empezó a haber, para ellos, pueblos que vivían en

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    la Edad Media, en La Edad de Hierro o en la Edad dePiedra. Parafraseando a Joseph Conrad, estos periplosse entendieron como viajes al corazón de las tinieblas,cada vez más alejados de las luces de la civilización ilus-trada. El Kurtz de Conrad, los niños de El señor de lasmoscas de William Golding y hasta el entenado de Juan

     José Saer eran europeos que se habían alejado de lasmetrópolis para “remontar” el tiempo hasta las edadesmás primitivas de la humanidad o para “descender” has-ta el interior de sí y encontrar a aquellos “caníbales” yaquellas “tendencias criminales de los niños normales”a las cuales aludía Klein.

    Para Baldwin, para Freud o para Melanie Klein elsujeto humano no es un microcosmos, como pensabanalgunos filósofos renacentistas, sino un microcronos.Cada sujeto resumía, para ellos, la totalidad de la his-

    toria de la especie animal y cultural. Pero la condiciónpolítica de estos saberes antropológicos o psicológicoshabía sido la minoración forzada de las poblacionesperiféricas, es decir, el colonialismo. Como escribiríaGeorges Hardy en su historia del imperio colonial fran-cés, las ciencias humanas y sociales habían “progresado”gracias a las conquistas coloniales: “Habiendo salido a labúsqueda del ‘primitivo del espíritu humano’, como lollamaba Renan”, estas ciencias encontraron la materiade sus trabajos “en las regiones coloniales”, y los nom-bres asociadas a ellas, “si no estuvieron directamente

    involucrados en la acción colonial, tuvieron estrecharelaciones con ella”. Así, “los trabajos de Levy-Bruhlsobre el alma primitiva interesan sin duda en primertérmino a los administradores de nuestras posesionesultramarinas”, pero desbordan esta “ciencia colonial”para influir “los sistemas psicológicos y sociológicos”de sus contemporáneos 37. Sólo que este “primitivo delespíritu humano” no había sido un descubrimiento delcolonialismo sino una invención tendiente a legitimar latutela “civilizadora” del colonialismo occidental.

    1 Klein, Melanie. Amor culpa y reparación, y otros trabajos (1921-1945). México, Paidós, 2008, p.179.2 Freud, Obras Completas. Volumen XX, Buenos Aires, Amo-rrortu, 1992, p. 198.3 Ibid., p. 226.4 Freud, Obras Completas. Volumen XII, Buenos Aires, Amorrortu,1992, p. 76.5

     Freud, Obras Completas. Volumen XVIII, Buenos Aires, Amorror-tu, 1992, p. 73.6 Ibid., p. 74.7 Ibid., p., 75.8 Lubbock, John. Pre-Historic Times [1865]. London, FredericNorgate, 1978, p. 477.9 Ibid., p. 497.10 Reclus, Élie. Les primitifs. Etudes d’ethnologie comparée. Paris,Chamerot, 1885, p. 37.11 Ibid., p. 108.12 Baldwin, James. Mental Development in the Child and the Race (1896). New York, MacMillan, 1911, p. 37.13 Ibid., p. 38.14Turgot, Anne Robert Jacques. Discours en Sorbonne [1750] en: Œu-vres II, Paris, Alcan, 1913, p. 598.15 Ibid., p. 599.16 Ibid., p. 601.17 de Vitoria, Francisco. Relección de indios y del derecho de guerra.Madrid, Espasa Calpe, 1928, p. 49.18 Ibid., p. 49.19 Ibid., p. 55.20 Ibid., p. 185.21 Solórzano Pereira, Juan de. Política indiana Libro Segundo, Ma-drid, 1647, p. 81 (modernizamos la ortografía).22 Ibid., p. 237.23

    Ibid., p. 204.24 Pestalardo, Alberto. “La condición de los indígenas en la Argen-tina a fines del siglo XIX y comienzos del XX” en: Revista de laAsociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional.N° 41/42, julio-diciembre de 2006, p. 34.25 Zenteno Barrios, Julio. Condición legal del indígena, Santiago deChile, Imprenta Cervantes, 1891, p. 3-4.26 Duval, Jules. La colonie et la politique coloniale de France, Paris,Arthur Bertrand, 1864, p. 297.27 Ibid., p. 188.28 Duval, Jules. La colonie et la politique coloniale de France, Paris,Arthus Bertrand, 1864, p. 74.29 Ibid., p. 133.30 Ibid., p. 82.31 Ferry, Jules. “Les fondements de la politique coloniale”. Dis-cours prononcé à la chambre de députés le 28 juillet 1885.32 Castelar, Emilio. La fórmula del progreso, Madrid, J. Casas yDíaz, 1858, p. 112.33 Ibid. p. 27.34 Girault, Arthur. Principes de colonisation et législation coloniale [1894], Paris, Librairie de la Société du Recueil Général des Loiset des Arrêts, 1904, p. 52.35 Ibid., p. 7.36 Ibid., p. 8.37 Hardy, Georges. “Les temps nouveaux. De 1789 à nos jours”

    en: La colonie et la vie française. Paris, Firmin-Didot, 1931, p. 232.

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    Extraña naturaleza americana en

    crónicas de Indias Occidentales

    Un gato que es mono y que canta como una calandria, y parece parte de un alucinante bestiario de animales fantás-

    ticos. Una hierba que quita la sed y el cansancio o al menos eso creen quienes la consumen. Lo maravilloso, lo útil y

    lo inútil es lo que observa el Cronista Ocial de Indias Fernández de Oviedo en el siglo XVI y que conforma, hoy, una

    teratología de monstruosidades.

    Y lo que más es de espantar 1, es que en estas partes ninguna cosa vemos inútil ni

    que deje de ser nescesaria, salvo aquellas de que los hombres inoran sus secretos

     y la fuerza de la Natura en ellas, o para qué son apropiadas todas estas cosas.

    Gonzalo Fernández de Oviedo

    Por Vanina M. Teglia

    ¿Cómo escribir acerca de un espacio natural y vital que se quiere con-quistar y luego colonizar? Esta quizás haya sido la pregunta constante quedirige por detrás los varios capítulos y libros que constituyen la HistoriaGeneral y Natural de las Indias. Esta inmensa crónica inconclusa, que narralos hechos ocurridos a los españoles en América hasta 1548, es la primeraen obtener la autorización del Imperio español, pues, para su redacción, sele había otorgado en 1532 el cargo de Cronista Oficial de las Indias Occi-dentales a su autor: Gonzalo Fernández de Oviedo, de Madrid.

    La utilidad de lo novedoso

    La mirada del Cronista Oficial sobre la naturaleza de las Indias jerarquizalo “útil” y lo “necesario”, incluso sobre aquello cuyo posible uso es aúndesconocido para la humanidad. Descriptivamente, Oviedo se refiere a lanaturaleza indiana, en primer lugar, en relación con el uso que los propiosindios nativos le dan. Segundo, alude al provecho para las personas en ge-neral y, por último, implícitamente, al servicio potencial para el imperioespañol. Siguiendo el modelo de Plinio, va a dedicar el libro noveno de suobra, por ejemplo, a los árboles salvajes. Aclara que, por salvaje: “llamoyo a los que no son de fructa para se poder comer, ni son cultivados por

    la industria de los hombres”, pero que los españoles “tienen uso” con ellospara otras labores (L 9, proemio, T I: 278). El optimismo de Oviedo res-

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    pecto de la naturaleza americana se relaciona con estapeculiaridad de que nada en ella, ni siquiera la floradesconocida ni la “salvaje” 2, puede ser caracterizada deinnecesaria o accesoria . Así, el primer capítulo de estelibro, por ejemplo, tiene el siguiente epígrafe: “Del ár-bol que en esta isla Española llaman espino los carpin-

    teros, e de qué se sirven dél” (L 9, c 1, T I: 279).La utilidad y la novedad son los aspectos esencialesque el cronista no dejará jamás de lado en las descrip-ciones de la naturaleza, incluso si esa utilidad es pocoesencial o tiene que ver con las prácticas más cotidianasde los soldados y colonos, es decir, con la sustentaciónde la micro-política de avance. Así, el árbol espino sirvea los carpinteros y talladores, los indios lo utilizan parahacer sillas y guarniciones para puertas y ventanas. Lamadera del caimito es buena para labrar y su fruta, para

    dejar los dientes bien blancos. El fruto del árbol cacaosirve a los indios para preparar brebajes y aceite, y enalgunas partes es usado como moneda. Por esto, tam-bién el cronista otorga tanta relevancia a las plantas me-dicinales, agrupando las de la isla Española en el libro Xy las trasplantadas desde España, en el XI. En Oviedo,prevalece el afán de hacer un inventario de los serespor sobre la necesidad de explicarlos o interpretarlos.Describir, en Oviedo, está en función, principalmente,de incorporar la flora y la fauna indianos a la econo-mía de producción española. Se interesa, sobre todo,

    en la posibilidad de que los españoles en Indias puedanautoabastecerse y en que la economía del Imperio es-pañol en las Indias se reproduzca. Genéricamente, deeste modo, el texto de Oviedo es una Historia Natu-ral, pero no pura: en este sentido, es también un textoproto-biológico, un híbrido que así se nutre del relatode viaje y de la experiencia del viajero, y un inventariode mercaderías para el imperio. Con esta modalidadgenérica y textual particular, se presenta la naturalezaamericana como espacio de lo observable y, fundamen-

    talmente, como mercadería.Por aquellos años y en tiempos posteriores, la coro-

    na española pide a los cronistas de Indias –por mediode encuestas– que informen la verdad, esto es: las uti-lidades y las novedades de lo que viesen en tierras con-quistadas. Un análisis de estas encuestas oficiales sobreNueva España durante el reinado de Carlos V es muyaclaratorio al respecto3. El Consejo de Indias, estable-cido oficialmente en 1524 como parte de las reformasemprendidas por el canciller Gattinara, reasume atri-

    buciones de la Corona que hasta entonces se habíandelegado –o se habían arrogado– a los gobernadores

    en tierras americanas. Lo fundamental del nuevo cri-terio articulador y centralizador asumido por el nuevoConsejo es su voluntad de promover la recolección sis-temática de información sobre los nuevos territoriosamericanos. Aunque el primer interés real había sidola descripción de la tierra y el censo de sus habitantes

    y recursos, observamos que progresivamente se da unproceso transformador en el que se agregan los intere-ses cercanos a lo que se conocía como historia naturale historia moral. Tanto crece el deseo y la demanda deconocimiento del espacio natural y humano de las In-dias occidentales en este período que, al momento enque son emitidas las cédulas de 1533, culminación deesa serie de normativas, emerge la necesidad de unacronística oficial, que es la que da el visto bueno enmayo-agosto de 1532 a la obra que Fernández de Ovie-

    do ya tiene en proceso de elaboración. Enviados en sumomento a todas las regiones ya conquistadas de lasIndias, los textos de las cédulas reales llevan implícitoel pedido de hacer el inventario de los recursos natu-rales –con sus “nombres propios”– con que cuenta latierra americana.

    Lo inútil: las hojas de coca

    Entre los pedidos de la Corona, se suma, además, el dela descripción de las extrañezas. Con este interés real,

    emerge el placer por inventariar las novedades extra-ñas, como el oso hormiguero y la churcha, un pequeñoanimal que guarda a sus hijos en una bolsa que tiene ensus senos. También, son “extraños” el tigre de las cos-tas del “famoso Río de la Plata, alias Paranaguazú” (L12, c 10, T II: 42), que quizás aluda al yaguareté, y unaoveja grande, que sirve a los hombres de Tierra Firmepara el transporte como los camellos, y que el copista Juan Bautista Muñoz interpreta, a fines del siglo XVIII,como la llama de la región andina .Entre las imágenes

    que tuvieron gran circulación en la época, se encuen-tran las incluidas en la publicación de parte de la Histo-ria general  impresa en Sevilla en 1535. En esta, figuranlas ilustraciones desconocidas de la iguana, de la cuallos cristianos no se decidían si determinar que fueraanimal terrestre, pescado o serpiente, y del manatí, queOviedo clasifica dentro del capítulo de ranas y sapos.Pero, en la imagen, este último animal tiene una for-ma cercana al pez y, efectivamente, el cronista comentaque se trata de un “excelente pescado” (L XIII, c 10, T

    II: 67). Por momentos, lo novedoso corresponde a laindescriptibilidad de alguna especie y, en otras especies

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    época. Los depósitos nunca constituyeron ninguna ca-tegoría de ninguna Historia Natural ni miscelánea. Esun término que el Cronista Oficial, ex Veedor del orode la Corona, toma del léxico mercantil o, quizás, dellegal-mercantil. El Tesoro de la lengua española  definía“depositar” como “dejar en manos de un tercero [por

    parte de la justicia en ocasiones] las cosas que dos hanapostado o las cosas sobre las que se litiga”. Los depósi-tos serían aquellas cosas sobre las que hay disputa o po-lémica, sobre las que ni uno ni otro “litigante” podría,hasta nuevo juicio, adjudicarse su propiedad. Oviedo loutiliza con una acepción muy particular. Lo que queda“en depósito” debe esperar un destino que está diferidoy cuyo sentido o utilidad no se ha resuelto aún. La coca,por ejemplo, es, para el cronista, un depósito o una ex-trañeza porque su sentido, en este momento particular

    de la Conquista, está “en litigio”, es puesto en duda.Con esta clasificación y definiciones, el autor no asumecomo propias y verdaderas las propiedades que de anti-guo los indios le habían atribuido a la coca, yaat o hado.

    Un tópico medieval que funciona aquí, con estatorsión particular de productividad para las empresasimperiales en el Nuevo Mundo, es el de mirabilia 7, quees el conjunto de las cosas dignas de ser contempla-das y las cosas abigarradas, asombrosas, sin explicaciónclara. Como trasfondo, están las descripciones de lasmaravillas de Oriente y, sobre todo, el atributo de la

    abundancia, que es una de las acepciones de lo mara-villoso. Varios son los relatos de viajes medievales quehacen uso de este motivo. Algunos están muy cercanosal corpus de las crónicas de Indias, como los Viajes deMarco Polo, El libro de las Maravillas del Mundo de Juande Mandeville, Andanças e viajes de Pedro Tafur por di-versas partes del mundo avido y la Embajada a Tamorlán de González de Clavijo, entre otros. El Libro de los De-pósitos de Fernández de Oviedo se inserta en esta tra-dición. No siempre representada en su utilidad y fuerza

    confrontadora, la maravilla aparece como venero deobjetos y de seres del Libro de la Naturaleza de Dios,dignos de ser admirados. Parece primar el criterio delo curioso en el que se aúnan el exotismo de animales yplantas, a veces las grandes dimensiones o la abundan-cia y el atributo de belleza.

    que son “mezclas” de otras dos o tres de origen distin-to previamente conocidas. En el reino vegetal, por suparte, se destacan los frutos sabrosos. Así, por ejemplo:“ninguna de las frutas que yo he visto en las Indias nifuera dellas en toda mi vida, se le iguala, en el gusto yen lo que tengo dicho, al munonzapot” (L 8, c 22, T I:

    262), de la que destaca, justamente, la singularidad desu sabor, nunca antes “visto”, único y sorprendente.Un caso particular de vegetales y animales “extra-

    ños” que son parte de la Historia Natural pero que, se-gún Oviedo, merecen ser considerados aparte son losque el autor coloca en el Libro VI, De los depósitos 4. Elconjunto de las rarezas que allí se detallan constituyeuna teratología, es decir, el estudio de las maravillas ylas monstruosidades de los seres (vegetales, animalesy humanos). El capítulo XX, por ejemplo, se refiere a

    una hierba autóctona novedosa para los españoles: “Dela hierba que los indios de Nicaragua llaman  yaat, e enla gobernación de Venezuela se dice hado, y en el Perúla llaman coca”. Oviedo la incluye en el libro de los de-pósitos y no en los que simplemente describen la flora.Además de nunca haberla visto antes, es decir, ademásde su primicia para la mirada del español, el cronistatampoco comprende la utilidad que ella brinda a losindios: “el efeto della es que, discen los indios, que estahierba les quita la sed y el cansancio (…) e aunque to-talmente no les quite la sed ni el cansancio, dicen ellos

    que se quita” (L 6, c 20, T I: 179). Oviedo modalizaenfáticamente la opinión de los otros con “dicen los in-dios” y “dicen ellos”. Con esto, repone el testimonioindígena y se distancia de él para restringir la verdad delo enunciado y restar credibilidad a lo que escucha deellos, a lo que suma un tono crítico en discurso indirec-to. Considera que la coca no tiene verdadera utilidadsino que es inútil, es decir, sin fruto de ninguna espe-cie. Al contrario, comprueba un perjuicio de la hierba:“Sé, de vista, que comúnmente esos indios, a vueltas

    de sus provechos o virtudes desta hierba (…) tienenmalas dentaduras, de sucias e negras, e podridas mu-chos dellos” (L 6, c 20, T I: 180). La coca de Nicaragua,Venezuela y Perú es pura “inutilidad”, por eso Oviedola coloca en este Libro Sexto. Es la hierba salvaje sinproductividad.

    De esta manera, concretamente, ¿acerca de quétrata el Libro de los Depósitos? Aquí, lo novedoso seacerca a lo maravilloso y este, por momentos a lo in-útil y, por momentos, a lo monstruoso. El mismo nom-

    bre de “depósito”, para una clasificación dentro de unaHistoria Natural, es bastante extraño, incluso para la

    Es notable que Oviedo no ofrezca ninguna

    imagen del gato-monillo, como tampoco lo

    hará de las indias Amazonas...

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    Lo maravilloso: el gato-monillo

    El gato monillo del capítulo LII –“el cual gato en parte era pájaro o ave”– esun ejemplo paradigmático de lo maravilloso en la crónica de Oviedo: 

    Cuentan que, en la tierra austral del Perú, se ha visto un gatico monillo,

    destos de las colas luengas, el cual, desde la mitad del cuerpo, con los brazos

    e cabeza, era todo aquello cubierto de pluma de color parda, e otras mixturas

    de color; e la mitad deste gato para atrás, todo él, e las piernas e cola, era

    cubierto de pelo rasito e llano de color bermejo, como leonado claro. Este

     gato era muy mansito e doméstico, e poco mayor que un palmo.(…) en esta

    ciudad de Sancto Domingo han venido hombres dignos de crédito que dicen

    que vieron e tuvieron en las manos este gato, e que era tal cual tengo dicho,

    e que tenía dientes; e lo que es no de menos maravillar que lo que está dicho,

    es que el gatito, puesto en el hombro del capitán que he dicho, o donde le

    tenían atado, cuando él quería, cantaba como un ruiseñor o una calandria,

    comenzando pasito a gorjear, e poco a poco, alzando las voces, mucho más

    que lo suelen hacer las aves que he dicho, e con tantas o más diferencias en

    su canto, que era oírle una muy dulce melodía e cosa de mucho placer e sua-

    vidad escucharle. (L 6, c 52, T I: 223)

    Como parte de la naturaleza por conocer, hasta que se demuestre locontrario, las maravillas son una “desviación” de ella, que –se creía– ase-guraba a la vez la historia, las diferencias, la clasificación y también la dis-persión. Citando a Robinet, Michel Foucault concluye que los ejemplaresque fueron tenidos por monstruosidades, a comienzos de la Modernidad,eran considerados la evidencia de que, con el tiempo, la naturaleza hacíaaparecer ciertos casos que, al principio excepcionales, formarían, juntocon otros ejemplares similares, la red continua de las especies: “Las es-

    pecies visibles que se ofrecen a nuestro análisis han sido recortadas sobreel fondo incesante de montruosidades que aparecen, centellean, caen al

    abismo, y a veces, se mantienen” 8.De esta manera, Oviedo juzga algato-monillo: “Yo tengo opiniónde que tal animal no nasció de unadulterio, sino que es especie sobresí e natural, como lo son por sí los

    grifos” (L 6, c 52, T I: 223). El gatomonillo es, para la mirada cristianaeuropea, una monstruosidad pura-mente admirable, pues todavía nose conocen otros ejemplares de lamisma especie. Además, como lasespecies naturales de las Indias erandesconocidas para la mirada euro-pea, el origen y clasificación de al-gunas, como la del gato monillo, se

    convierten en materia opinable. Eneste sentido, es notable que Oviedono ofrezca ninguna imagen del ga-to-monillo, como tampoco lo haráde las indias Amazonas del Brasil.Esta condición no se vincula con elhecho de que Oviedo no haya sidotestigo de vista de estos animalesy de estas mujeres solas. Tampo-co conoció la llama del Perú y, sinembargo, ofrece un dibujo de ella.

    Simplemente, de las maravillas “endepósito”, se espera que existan,pero, en cierto punto, aún no pue-den ser concebidas para ser repre-sentadas visualmente. En Oviedo,más aún, es notable la fascinaciónpor los animales o vegetales que sonconsiderados todavía excepcionales –y, por esto, monstruosidades– y, junto con esto, se destaca su deseo

    por que estos ejemplares constitu-yan una especie indiscutible, “unaespecie sobre sí e natural”. Del mis-mo modo, sólo por tener existen-cia en varios testimonios de vista yser referidos por relatos impresosy orales, algunas especies tenidascomo reales pueden verse confor-madas por animales fantásticos,como la de los grifos, mitad águilas

    y mitad leones.

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    En este cronista y sobre estos aspectos en particular, se reúnen dos tradiciones: la de los bestiarios medievalesy la de las misceláneas renacentistas. De la primera, queda en el pensamiento del autor el que, junto a la des-cripción de la maravilla, se alabe el poder creador de Dios de un mundo ampliamente variado. “La maravilla seconfunde, en sus límites, con lo extraño y a veces con los milagros de origen divino” 9. No conserva, en cambio,la exégesis moralizante de los bestiarios medievales, que interpretaba en el monstruo y en su comportamientouna alegoría de la lucha contra los vicios y el demonio 10. De las misceláneas 11, toma la organización de los libros

    informes (sin orden) y los géneros por agregación: así, la Historia General y Natural de las Indias es tanto un relatoque incorpora elementos literarios como un inventario. Del mismo modo, toma de aquellas la falta de sistemati-zación y esto se observa en que la obra de Oviedo es un complejo tejido de prospecciones y retrospecciones. Porúltimo, de fondo, también interviene en esta escritura el afán erasmista de la época por el armado de coleccionesde diversidades, que eran concebidas en su efecto de libros verídicos. En consecuencia, la maravilla encuentrasu lugar en este texto de Historia Natural y constituye, así, una estrategia de llegada al lector, una escritura dealabanza a Dios como creador, un aporte al conocimiento proto-científico acerca de las (nuevas y verdaderas) es-pecies exóticas, un elemento que aspira a integrar el discurso colonial –referente para el provecho del imperio– yun discurso epidíctico de la naturaleza pródiga.

    Iguana: Oviedo, LHGI, Libro 13, cap. 3 [Sevilla: Juan Cromber-ger, 1535]Manatí: Oviedo, LHGI, Libro 13, cap. 10 [Sevilla: Juan Cromber-ger, 1535]Tigre: Oviedo, HGNI, Libro 12, cap. 10 [copia Muñoz (S. XVIII)A/34, RAH (Madrid)]Llama: Oviedo, HGNI, Libro 12, cap. 30 [copia Muñoz (S. XVIII)A/34, RAH (Madrid)]

    *Vanina Tegliaes Doctora en Letras (Universidad de Buenos

    Aires). Investigadora Adjunta en CONICETy profesora de Literatura Latinoamericana 1 (cá-tedra Beatriz Colombi) en la UBA. Becaria de la

    Comisión Fulbright y de la John Carter BrownLibrary, dirige un proyecto PICT de la ANP-

    CyT sobre elementos maravillosos. Especialistaen literatura colonial hispanoamericana, ha

    publicado artículos sobre cronistas de Indias delsiglo XVI. Editora de Diario, cartas y relaciones deCristóbal Colón (Corregidor, 2012, en colabora-ción con Valeria Añón) y de Naufragios de Álvar

    Núñez Cabeza de Vaca (Corregidor, 2013), tieneun libro en preparación sobre representaciones

    utópicas en las obras históricas de Fernández deOviedo y Bartolomé de las Casas.

    Dibujos de Fernández de Oviedo

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    1 “Espantar” tiene tanto el significado de “causar horror” como de “maravillar” (Covarrubias). Am-bas acepciones eran comúnmente utilizadas por los cronistas de Indias para caracterizar su impre-sión sobre la naturaleza “novedosa” del Nuevo Mundo. Esta cita pertenece al proemio del libronoveno de la Historia general y natural de las Indias de Fernández de Oviedo. Citamos la página 278del tomo I de la edición de Juan Pérez de Tudela (Madrid: Atlas, Biblioteca de Autores Españoles)basada en la edición de José Amador de los Ríos (Madrid: Imprenta de la Real Academia de laHistoria, 1851-1855). En todos los casos, citamos la edición de Pérez de Tudela y aclaramos los

    números de libro, capítulo, página y tomo de la edición entre paréntesis.2 Llama la atención aquí el significado que Fernández de Oviedo le otorga al término “salvaje” enrelación con los árboles: no son fructíferos, no han sido plantados por el hombre, pero son muyútiles, por ejemplo, para la construcción de edificios. Salvaje, entonces, aplicado a este campo noes, para este cronista, ese “exceso” incomprensible, en términos de Michel de Certeau (Heterolo- gies, Discurse on the Other , Minneapolis, University of Minnesota Press, 1986), que en la época seentiende por salvaje (principalmente, en relación con los habitantes ajenos a la civilización occi-dental, que en la época eran los-no cristianos). Toda la flora, de acuerdo con esta visión, podríaser incorporada a la economía de producción, al menos potencialmente hasta que se descubrierasu utilidad.3 Véase, por ejemplo, el artículo de Jesús Bustamante “El conocimiento como necesidad de Estado:las encuestas oficiales sobre Nueva España durante el reinado de Carlos V”, Revista de Indias, vol.LX, núm. 218, 2000.4 Véanse en este artículo las imágenes de la copia Muñoz del siglo XVIII (las del manuscrito ori-ginal se encuentran aún perdidas) que permanece en la Real Academia de la Historia en Madrid,reproducidas en el muy útil libro de Kathleen Ann Myers, Fernández de Oviedo’s Chronicle of America,Austin, U. of Texas Press, 2007.5 Fernández de Oviedo resume el contenido del Libro VI de esta manera: “tractando de algunas ma-terias particulares (…) porné de aquestas tales, como en depósito común en este libro VI, las queme acordare y supiere de tal calidad y diferencia; porque, cuanto más raras y peregrinas fueren,y no de compararse las unas a las otras, tanto más será cada cual dellas más digna de ser sabida yno puesta en olvido” (L 6, proemio, T I: 141). Asimismo, se refiere a “cosas señaladas y de muchoespanto”, “cosas siempre nuevas”, “secretos no usados ni oídos hasta nuestro tiempo”, entre otros.6 No sucede así con la referencia a la coca en otros cronistas, como en los textos de los mestizos,como el Inca Garcilaso. Esperanza López Parada registra complejísimos procesos transculturado-

    res de comprensión e incorporación mestizos en ciertas crónicas de Indias en relación con el con-sumo de la coca (“Un relato mestizo del Inca Garcilaso: el caso transculturado del español pobre yla coca”, Revista de crítica literaria latinoamericana, Año 35, Nro. 70 (2009), pp. 83-100).7 Véase Le Goff, Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona, Gedisa, 1986, 76: “En el siglo XVIculminó e inició su disolución la creencia en países maravillosos. Al mismo tiempo desaparecen lasesperanzas ‘milenaristas’, la creencia de mil años de paz y justicia que llegarían en forma mesiánicay apocalíptica. Una parte importante de la cultura se transmitió a partir del impreso y los graba-dos. El público literario se fascinaba con factores maravillosos”.8 Foucault, Michel. Las palabras y las cosas, Buenos Aires, Siglo XXI, 1968, pp. 154-155.9 Zumthor, Paul. La medida del mundo, Madrid, Cátedra, 1993, p. 256.10 Sobre las funciones en la Edad Media de los relatos de los bestiarios, véase Jorge Magasich y Jean-Marc de Beer, América mágica. Mitos y creencias del descubrimiento del nuevo mundo, Santiago deChile, LOM, 2001. Antonello Gerbi, La naturaleza de las Indias. México, FCE, 1978 cree que lamodalidad edificante de los bestiarios medievales podría haber influido en los primeros años delcronista, mientras escribía el Sumario y la Primera Parte de la Historia.11 Sobre la utilización por parte de Oviedo de la miscelánea Silva de varia lección de Pero Mexíay viceversa, de la Historia de Oviedo por parte de éste, véase “La visión humanística de América:Gonzalo Fernández de Oviedo” de Isaías Lerner (III Congreso Argentino de Hispanistas. España enAmérica y América en España, Actas I, Buenos Aires, Instituto de Filología y Literaturas Hispáni-cas, 1993, I, 183-207). Es interesante que cada capítulo del Libro de los Depósitos de la HistoriaGeneral y Natural de las Indias menciona como modelo la obra de Mexía, best-seller en la época sise me permite el anacronismo. Quizás consista en una estrategia de llegada al lector de lo que sepensaba como una serie de misceláneas en español; además, el hecho de que la misma glosa sobreMexía se repitiera a comienzos de cada capítulo hace pensar en que Oviedo quizás habría queridoque estos capítulos se leyeran en pliegos sueltos, separados de la totalidad de la obra.

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    I

    Aparece primero uno marroncito claro, fajado con un arnés que lo sujetapor delante y por detrás de las patas delanteras. No lleva correa. Entratrotando solo, avanzando en autonomía y a buen ritmo por el senderocentral de la placita hasta que se detiene –con la exactitud de algo pareci-do a lo arquitectado de antemano– sobre su zapato, que mea alzando unagamba, para probar su adhesión a lo consuetudinario. A partir de ahí, canque traspasa el vallado de la plaza se concita, como radarizado, sobre esezapato, que se apura a mear a su vez. Ella, por su parte y alguna razón quedesconocemos, aúlla cada vez que sobreviene la líquida evacuación, perono se mueve ni abandona el banco de piedra que ha elegido esta tarde para

    apropincuarse. Gritos desgarrados despedazan la paz barrial de la placita,evidencia cada vez más incuestionable de su odio al can.La coreografía se repite aceitada, una y otra vez. Primero: ingreso apu-

    rado y apronte de nariz para olida de meada ajena. Luego, culo que searrima y alza cuarto trasero para la propia: señalizar territorio. Prontoaprende la perjudicada a prever cuando el perro ha decidido que es mo-mento de territorializar; momento que ella, entonces, elige para incorpo-rarse en pavoroso rugido y, agitando sus extremidades, trepidando entera,esforzarse por alejar a la bestia que, de pronto anoticiada de la existenciade un Otro, sigue su trote en dirección a la calesita.Varios pares de ojos auditan el contraataque enloquecido de la derviche a

    la distancia, apoltronados en sus propios bancos de piedra, al sol. Compar-ten el placer del espectáculo y el gozo por el paso del tiempo sin mácula.Hasta que inopinadamente una, madre de dos (uno jaspeado a la que tecriaste y peludo feo, muy baqueteado, otro obeso y pasado de marrón) seaproxima, mate en mano. –Perdoname, te pregunto: ¿cuál es el problema?

    Verbo performativo para amortiguar lo inadecuado de la intervención.Su tono y actitud son dulces: quien fona habita un universo en el que Es-trés es la marca de una bebida cola. Sonríe mientras aguarda respuesta. Sucara alberga incrédula gracia, como si dijera: son perros, ¿qué querés? A

    ella todo eso le hace mal. Su risa, su buena onda con ribetes de burla sinmaldad, su copadez de vecina repiola, de alta vecina pegaste.

    Por Ana OjedaPERSEVERAR

    CUENTO

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    II

    Penetra primero uno marroncito, ojos achinados, pestañas curvas como bananas. Su- jeto por un arnés que le llena el pecho con una X y expele de la parte posterior rela-mida correa con incrustación de tachas piramidales. Junto a él, su hermano, gorditomal distribuido, anteojos todo por dos pesos, exceso dental, fajado de manera similar.Las correas confluyen en cachivache oxigenado con decoración naranja por falta desol, lamé y zapatillas, evidente que salió a las corridas. En el Norte reina un revueltogramajo que es ex esplendor en rulos devenido triste presente de barrio casita baja endomingo de lluvia.

    Rebasado el perímetro de seguridad, la pseudorrubia hace suelta de vástagos, en-comendándolos al libre albedrío, y se pierde por el fondo, entre los bancos de piedra

    que agonizan junto a la calesita con inflable y metegol. Monchi y Fruli revolotean,husmeando ángulos y contornos, disfrutando el pleno de posibilidades. La cuasi rubiasuspira y se desinfla junto al buffet. Sólo resta esperar. Ensamblando una ristra de mo-vimientos quedos, apronta un mate y enciende un cigarrillo. Agite del contorno ante laposibilidad de mangazo. Regocijada por la de pronto popularidad, ceba y ríe actuandouna realidad que se constituye en torno de un ella que no es, que deja afuera su mayorparte. No ella, allí, con sus hijos a cuestas, el rimmel corrido y una pestaña menos,repuesta a medias, regurgitando escenas pasadas en contra de su voluntad, que le pide:por favor, hacé la de Aira, fugá hacia adelante.

    El sol le da en la cara, le pinta frente y nariz con un calorcito agradable y aplaca dea ratos el torbellino. La cháchara de la baqueana decrépita apersonada para degustar

    mate la ayuda, también, a dejarse ir, fijarse en el ahora. Pobre mujer. Paseando cannefando en ajado cochecito de bebé, de los antiguos, caños de metal y parasol convarillas. El bicho ostenta tumor gigante en la barriga, pelota de handball que le cuelgaentre las piernas como ubre (et orbi) desorientada. La decrépita acompaña la desgraciadel can sin que se le pase por el cerebro terminar con el sufrimiento del cuadrúpedo,encarnizada en una sobrevida rabiosamente medicalizada, que se traduce en jadeos ypenosos gimoteos cuando posa con cuidado a la bestia sobre el pastito crecido en sufri-da intemperie. Como un árbol de cotillón se yergue allí el cartel que reza: “Prohibidoel ingreso de perros al predio”.

    Al fin, la calesita abre sus puertas. Hace un rato que Monchi y Fruli se persiguen

    entre los arbustos, cansados de la monotonía de oferta del arenero: subibaja, tobogán,dos hamacas, dos semicírculos barrados de metal. La rubia Mireya destroza la colilla

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    chamuscada con la puntita de la Nike, exhalando humo negro de cara alcielo. Ofrece otro mate. Siente nervios. Otea el horizonte, cogote enhies-to, y se manda. El calesitero la ve venir, mastica tutucas a la espera. Aho-rrando gestualidad al máximo, chequea la pantalla del celular, que prendeapoyando el índice sobre la pantalla. Deja su huella digital dibujada ensaliva y azúcar impalpable.

    El diálogo no alcanza a arrancar: Mamá es requerida por batahola su-cedida en las inmediaciones de la valla. ¡Otrrrrrra vez! ¿Qué pasó ahora?

    III

    Penetra primero una de piel casi transparente, surcada por venas azules yun matorral a la vez encrespado y dócil. Irónico. La proa conquistada porun balconcito con ruedas que chirría cada vez que la anciana lo empu- ja hacia adelante. A su lado, doppelgänger: chupado, espalda curva, peloencrespado en la punta, balconcito. Avanzan pastoreados por una gorditasimpática con cara de enfermera o acompañante terapéutica, que viste uni-forme lavanda y fuma mientras con el ojo que le queda ocioso relojea el

    movimiento de parroquianos en masculino singular en las inmediaciones(no percibe ninguno). Ciruela avanza en estela de los viejos y se apura aplantarlos a la entradita nomás, junto al arenero. Cultivan miradas vacías yun silencio que parece venir de lejos. El banco se orna con un balcón doble,que parapeta sus pequeños pies organizados en sendas alpargatas, agujerea-das en distintos puntos más para acomodar los escarpados picos de falangesseparatistas que por una cuestión de uso.

    Entre ellos no se miran. Prefieren entregar pupila al pasto, a los troncosque rayan el paisaje a algunos pasos, cruzando el sendero. Detrás de ellos,Ciruela se acomoda para recibir el sol en la cara, aprovechar para eso al

    menos. Pronto se cansa y zarpa hacia el fondo, en busca de la calesita.

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    IV

    Todo es turquesa bajo el agua. La pileta, estanque climatizado para alimañas de gran tamaño.Seis andariveles, tres para el equipo, dos para la escuelita de natación y el 4 en Pileta Libre. Allíse concitan las ballenas con aspiraciones de Campeón Sudamericano y de entre ellas la reina esventrudo coleóptero cyborg: pata de rana, manoplas, tablita de flotación, antiparras, cronómetro

    ornamentan el asiento que ha elegido para dejar toalla y chancletas. Llega sobre la hora y sin im-portar las declinaciones del contorno, zambulle la barba, desentendido del barrigudo que estiramusculación junto al borde bajo de la pile. En seguida inaugura coreografía de mariposa, con unestilo muy me estoy ahogando: espalda que apenas se yergue por sobre el líquido horizonte, brazosque aletean como claudicando bajo su propio peso, frente que quiebra cogote a fuerza de mirada alcielo, como si dijera: Qué tortura, Dios mío. El resto del serrallo intenta colarse en los intersticiosque deja el poderoso volumen del sireno, pero la mudanza constante de estilo lo hace bastantedifícil. La ofuscación general se traduce en abandono del resto de los piletolibristas, que no vencontempladas sus necesidades de circulación y, o se apiñan detrás de él en mariposa (la gorda casiavanza más lento que pony a la puerta del zoológico), o sufren su andar ligero cuando calza patas

    de rana. La mufa del otro es invisible a los ojos del vástago de Poseidón, que tampoco atiende asuspiritos ni miradas de recriminación de ninguna índole. Como si estuviera solo, como si fuera elúnico, persiste en su andar, atormentado, hacia adelante.

    *Ana Ojedaes escritora, editora de El

    8vo. loco ediciones y traduc-

    tora. Ha publicado Modos de asedio  (novela, 2007), Falso contacto  (nove-la, 2012), Motivos particulares (poemi-tas en prosa, 2013), La invención de locotidiano (cuentos, 2013), No es lo que pensás (novela, 2015) y ha colaboradoen diversas antologías. Fue una de lascoordinadoras de la Exposición de laActual Narrativa Rioplatense. Los se-gundos sábados de cada mes, conduce“Comunidad de lectores”, segmentodedicado a la literatura en el marco de

    Patologías culturales.

    Dibujos de Paco

    Fernandez Onnainty

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    n nuestra sociedad capitalista, la supervivencia está

    unida a la capacidad de intercambiar y generar mer-cancías. La pregunta sobre si la literatura lo es o noresulta indispensable a la hora de pensar el desarrollo delmercado editorial y sus márgenes. Nos cuesta pensar el artecomo mercancía, ya que su valor de uso tiene la virtud deborrar fuertemente la lógica mercantil, pero el arte tienetambién valor de cambio. Como explica Adorno en Teoríaestética:  “Como los fetiches mágicos son una de las raíceshistóricas del arte, sus obras siguen teniendo algo de esecarácter, muy por encima sin embargo del fetichismo de lamercancía”1. La literatura es entonces también una mercan-

    cía, ya que difundimos y adquirimos libros, cualquiera seasu soporte, en un intercambio pecuniario y simbólico.

    La ciudad de Buenos Aires se caracterizó históricamentepor ser escenario y fuente de diversas expresiones cultu-rales, junto a otros grandes centros urbanos del país. Con-cebida comúnmente como un “crisol de razas”, la culturaargentina ha brillado en todas partes del globo a través desus artistas, sus intelectuales y su industria. Así como el cinetuvo su época dorada alrededor de los años 50, la industriaeditorial argentina también supo conquistar su momento de

    gloria. Entre 1937 y 1939 se instalan en Buenos Aires edi-tores provenientes de España, que potenciarán el desarrollo

    La movida literaria

    Encuesta a las editoriales

    independientes argentinas

    Por Nicholas Pezzote

    EDibujos de Florencia Scafati

    *Nicholas Pezzoteestudió literatura latinoamericanaen la Universidad de MassachusettsAmherst, donde actualmente estáescribiendo su tesis doctoral sobreliteratura argentina contemporánea.Trabaja como docente de idioma y cul-tura hispánica en Weston High School,y como profesor de literatura latinoa-

    mericana en Assumption College enWorcester, en Massachusetts.

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    de la industria local hasta lograr que ocupe un lugarcentral en el mercado literario de habla hispana. Estaépoca de grandeza se extiende hasta 1953. La cantidadde libros edit