boletin del archivo general de la nacion - 117

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    Boletn del

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    SECRETARA DE ESTADO DE CULTURACOMIT DIRECTIVODELARCHIVO GENERALDELANACIN

    Jos Rafael LantiguaSecretario de Estado de Cultura

    Presidente

    Lourdes Camilo de Cuello Emilio Cordero MichelMiembro Miembro

    Jos Chez Checo Marie France BalasseMiembro Miembro

    Marisol Florn Mu-Kien Adriana Sang Ben

    Miembro Miembro

    Roberto CassSecretario, ex oficio

    ARCHIVO GENERAL DE LA NACIN

    Roberto CassDirector General

    Luis Manuel PucheuSubdirector General

    Dionisio HernndezDirector Administrativo y Financiero

    ngel HernndezDirector Departamento de Pre-Archivo

    Aquiles CastroDirector Departamento de Archivo Histrico

    Alejandro Paulino RamosDirector Departamento de Biblioteca y Hemeroteca

    Dantes OrtizDirector Departamento de Investigaciones

    Jess DazDirector Departamento de Colecciones Especiales

    Raymundo Gonzlez

    Asesor de Historia

    Luis Rodrigo SuazoAsesor Legal

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    BOLETN

    DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIN

    BAGN

    Santo Domingo, D. N.

    Enero-abril 2007

    Ao LXIX

    Volumen XXXII

    Nmero 117

    ISSN 1012-9472

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    Boletn del Archivo General de la NacinAo LXIX - Volumen XXXII - Nmero 117

    Publicacin cuatrimestral

    Comit Editorial

    Director:Roberto Cass

    Miembros:Raymundo GonzlezDantes OrtizAlejandro Paulinongel HernndezCsar A. Rosario

    Archivo General de la Nacin, 2006

    Calle Modesto Daz #2, Santo Domingo, D. N.Tel. (809) 362-1111; Fax: (809) 362-1110

    www.agn.gov.do

    ISSN: 1012-9472

    Foto de portada: Calle Arzobispo Merio casi esquina El Conde.

    (Fototeca AGN. Arquitectura y Paisaje Dominicano, 12-10-f-70)

    Diagramacin y portada: Cuesta-Veliz Ediciones

    Impresin: Editora Bho.

    Impreso en Repblica Dominicana / Printed in Dominican Republic

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    Sumario

    Editorial................................................................................... 9

    El primer virreinato americanoRoberto Cass, Raymundo Gonzlez y Genaro Rodrguez Morel ...... 15

    Visin general de la Iglesia dominicana durante lapoca colonial (1511-1795) (conferencia)Jos Luis Sez, S. J. ................................................................... 35

    La familia DuarteLa genealoga al servicio de la historia (conferencia)

    Antonio Jos Guerra ...........................................................................55

    Desarrollo econmico y cambio demogrfico enLa Espaola. Siglos XVI-XVIIGenaro Rodrguez Morel ................................................................... 79

    Repoblacin y expansin econmica en la fronteradominicana. El desarrollo de Azua en el siglo XVIIIManuel Hernndez Gonzlez ......................................................... 145

    La historia oral del son vivo de la capital dominicanaMartha Ellen Davis ........................................................................... 175

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    Boletn delArchivo General de la Nacin

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    Organizacin de documentos:metodologa de clasificacinPedro Roig ......................................................................................... 199

    Rafael Augusto Snchez Molano:una vida en los archivos de la PresidenciaDepartamento de Historia Oral ...................................................... 209

    ndice de peridicos del siglo XIX: La Repblica .............. 233

    Seccin de fotos.Calles de la ciudad de Santo Domingo ............................. 259

    Noticias del Archivo General de la Nacin ....................... 273

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    Boletn del Archivo General de la Nacin

    Ao LXIX, Vol. XXXII, Nm. 117

    Editorial

    La formacin archivstica

    El aspecto ms importante del proceso de recuperacin ydesarrollo del Archivo General de la Nacin est centrado enla formacin archivstica. En el fondo, la escasa formacin delpersonal relacionado con las tareas archivsticas constituye elprincipal obstculo para que el pas se inserte en la perspecti-

    va de una prctica actualizada, a la luz de los estndares inter-nacionales con la incorporacin del desarrollo tecnolgico delas ltimas dcadas y susceptible de llenar el cometido de-mandado por los actores de la sociedad y el Estado.

    Son varias las lneas de trabajo que se han ido desplegandoen el AGN a travs del Departamento de Investigaciones, res-ponsable del rea formativa, en beneficio de la capacitacinde su personal y del mayor nmero posible de encargados dearchivos estatales y de sus empleados dependientes.

    Desde hace algo ms de dos aos, cuando pudo comenzar

    una labor activa, pautada por el Plan Trienal, gracias a las re-misiones directas de recursos financieros por el presidente

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    10 Editorial

    Leonel Fernndez, se iniciaron de inmediato tareas formati-vas que no han cesado y que ms bien estn llamadas a am-pliarse en el futuro cercano, expresadas en cursos, talleres,conferencia, diplomados y maestras.

    La primera actividad fue un cursillo del profesor ManuelRomero Tallafigo, quien ofreci la primera asesora honorfi-ca para las tareas de reorganizacin y descripcin de los fon-dos del AGN. Con posterioridad, se han llevado a cabo seisdiplomados de Introduccin General a la Archivstica, dirigi-

    dos al personal del AGN y a varios organismos del Estado. Yase ha resuelto que el contenido de estos diplomados se re-produzca en cursos especficamente destinados a personalde instituciones que requieren de un nmero considerable deespecialistas en la gestin de archivos. Es el caso de un prxi-mo curso de diplomado que se ofrecer al Banco Central de laRepblica Dominicana como una de las instituciones que hatenido mejor desempeo en el pas en cuanto a la conserva-cin de sus documentos y en la Secretara de Estado de Indus-tria y Comercio.

    De manera constante, la Direccin del Archivo General dela Nacin ha impulsado la celebracin de talleres para la cua-lificacin de su personal en torno a las labores especficas detcnica de indexacin y normas ISAD-G que desarrolla. La cul-minacin de estas actividades se produjo con el cursillo dicta-do por el archivero puertorriqueo Pedro Roig, cedido gene-rosamente por la directora del Archivo General de Puerto Rico,Karin Cardona. Estn pautadas nuevas actividades formati-vas por parte del Prof. Roig, quien centrar nuevos esfuerzosen reas particulares, como audiovisual y censo-gua.

    Se ha enviado personal de la institucin a variados cursosen el exterior. Se han hecho pasantas en Mxico, Venezuela,Espaa y Cuba. Lo ms significativo de este esfuerzo ha sidoel envo de varios tcnicos del AGN a recibir la maestra en

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    Editorial 11

    archivstica de la Universidad Internacional de Andaluca enLa Rbida, de donde han egresado seis, y otros saldrn en losprximos meses.

    En el Primer Encuentro Nacional de Archivos se ofrecierondiversas intervenciones magistrales que contribuyeron a ac-tualizaciones por parte de los presentes en variados aspectosde la archivstica, con vista sobretodo a la conformacin ennuestro pas de un sistema nacional de archivos. Los asisten-tes pudieron debatir, con un amplio componente formativo,

    aspectos variados contenidos en el Proyecto de Ley Generalde Archivos que ha sido remitido al Presidente de la Repbli-ca y posteriormente por l al Senado. De este encuentro sedesprendi la disposicin de colaboracin de parte de la Prof.Stella Gonzlez, directora de la Asociacin para el Desarrollode los Archivos y Bibliotecas (ADABI), de Mxico. Se convinocon ella que nos enviara un especialista en archivos munici-pales y otro en archivos eclesisticos. Hace cierto tiempo seofreci el curso taller para archivos municipales en coordina-cin con la Federacin Dominicana de Municipios (FEDOMU)

    a cargo del archivero mexicano Jorge Nez con la asistenciade encargados de archivos de decenas de municipios. Estpendiente la prxima imparticin de un segundo curso-tallersobre archivos eclesisticos de gran importancia para el co-nocimiento institucional de la Iglesia Catlica y de aspectoscomo la evolucin demogrfica que ya se coordina con el di-rector del archivo del Arzobispado de Santo Domingo.

    En los ltimos meses, el Departamento de Servicios Tcni-cos ha propiciado diversas actividades formativas en cuantoa tareas de formacin y restauracin de documentos. Ya tiene

    varios meses de funcionamiento una escuela taller a cargo dela restauradora italiana Sara Fabi. Adems de la formacin deunos quince tcnicos en restauracin, esta escuela-taller estlogrando productos de mucha importancia como es la res-

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    12 Editorial

    tauracin del fondo de Jos Gabriel Garca, uno de los msapreciables para el conocimiento de nuestro pasado.

    Dentro de la misma tesitura, se ha iniciado un diplomadoen Conservacin de Documentos con atencin a Clima Tropi-cal en coordinacin con el Centro de Altos Estudios Humans-ticos y del Idioma Espaol, adscrito a la Universidad NacionalPedro Henrquez Urea. Ha estado a cargo hasta ahora de lasprofesoras cubanas Maritza Dorta, Olga Pedierro y AmeliaGmez. Estn previstos otros profesores provenientes del

    exterior como lvaro Gonzlez, subdirector del Archivo Ge-neral de Venezuela.La labor de coordinacin de todos estos cursos ha sido muy

    importante para un buen desenvolvimiento y para que la for-macin surta sus efectos benficos sobre las labores cotidianas.

    Puede decirse que una primera culminacin de estos esfuer-zos ser el prximo inicio de una maestra en archivstica, queposibilitar una formacin sistemtica y multilateral de un am-plio personal de distintas reparticiones del Estado. El programade la maestra fue preparado por los profesores Dantes Ortiz,

    Csar Amado Martnez y Rolando Tabar, entre otros. Cuenta ade-ms con el respaldo del Sistema de Archivos de Catalua a tra-vs de su director, el Prof. Ramn Alberch. De igual manera secuenta con la participacin de otros profesores provenientes deCuba y Espaa como Olga Pedierro, asesora archivstica de plan-ta del AGN, y Antonio Gonzlez Quintana, ex subdirector generalde Archivos Estatales de Espaa; se har en coordinacin con laUniversidad Autnoma de Santo Domingo.

    Para el momento presente puede afirmarse categricamen-te que ya se ha iniciado un proceso de formacin como de-

    mandan los objetivos dispuestos por el Presidente LeonelFernndez. En un futuro prximo se debern tomar nuevasprovisiones para afianzar y ampliar los programas de forma-cin. Es el caso de los planes de preparacin o reproduccin

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    Editorial 13

    de varios manuales de introduccin general a la archivstica yde otros dedicados a temas puntuales, como es la publicacinde las memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos.Con la gestacin de un personal preparado se sientan las ba-ses reales para la conformacin del Sistema Nacional de Ar-chivos, que es el aspecto bsico del referido proyecto de ley.De tal manera, los cambios que se han ido logrando en el AGNse podrn ir haciendo extensivos al conjunto de las institucio-nes archivsticas de la Nacin y proyectarse en un ejercicio

    estatal moderno al servicio de la ciudadana.

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    14 Editorial

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    Boletn del Archivo General de la Nacin

    Ao LXIX, Vol. XXXII, Nm. 117

    El primer virreinato americano

    Roberto Cass*Raymundo Gonzlez**

    Genaro Rodrguez Morel***

    Esta ponencia est orientada a retomar el debatido temadel primer emplazamiento espaol en Amrica, establecidoen la isla de Santo Domingo (Hait o La Espaola) a fines de1493. Como es bien sabido, los contornos del proyecto de ex-pansin de la monarqua castellana se perfilaron inicialmen-

    te de manera exclusiva dentro de los marcos de la sociedadmercantil establecida entre la corona espaola y CristbalColn y de las atribuciones acordadas por la primera a esteltimo. Coln se encontraba de tal manera en una doble con-dicin de sujeto privado y funcionario investido de prerroga-tivas inherentes a la autoridad espaola en las nuevas tierras.

    * Director general del Archivo General de la Nacin, profesor de la Univer-sidad Autnoma de Santo Domingo. Miembro de la Academia Dominica-na de la Historia.

    ** Investigador, ex subdirector general del Archivo General de la Nacin y

    miembro de la Academia Dominicana de la Historia.*** Investigador del Archivo de Indias, Sevilla; miembro de la Academia Do-minicana de la Historia.

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    16 Roberto Cass, Raymundo Gonzlez, Genaro Rodrguez Morel

    Esta posicin de Coln dio lugar a una situacin sui generiscomo caracterstica de la etapa en que la presencia espaolaestuvo vinculada a su persona. Recibi atribuciones de autori-dad prcticamente omnmodas y una participacin exclusivadentro de los beneficios econmicos del proyecto. Tal tipo deposicin, si bien todava se estilaba entre figuras prominentesdel aparato de la monarqua absoluta, provena de la atribu-cin de dignidades gubernamentales a nobles que conmu-taban derechos. Reconocido como grande, en la cspide de

    la nobleza de Castilla, Coln qued investido, en forma vitali-cia y hereditaria, de la condicin de virrey y almirante. De lamisma manera, se le otorgaba la potestad para conocer loscasos de apelacin en el sistema judicial. En el aspecto econ-mico, recibira una dcima parte de los beneficios en metalesy piedras preciosas y especies, y hasta un octavo de los bene-ficios comerciales, siempre y cuando aportara los recursoscorrespondientes para la empresa.1

    Estos puntos ponen en evidencia que exista un doble pro-psito en la empresa proyectada entre los reyes y Coln: el

    mercantil y el territorial. El fortalecimiento de la monarquaabsoluta retroaliment los requerimientos para una expan-sin ultramarina de la cual se derivan en ingresos extraordi-narios, especialmente en metales preciosos y otros artculosque arrojasen valores elevados. Desde su fase de definicin, es-taba claro que la empresa traspasaba los marcos de la experien-cia portuguesa en frica, limitada a fortificaciones concebidaspara entablar relaciones comerciales con las formaciones socia-

    1 Vanse las Capitulaciones entre los Reyes Catlicos y Cristbal Coln,Santa Fe de la Vega de Granada, 17 de abril de 1492. Archivo General deIndias (en adelante, A.G.I.), Patronato 295, ramo 2. Los ttulos fueronconfirmados a Coln por real provisin de 30 de abril del mismo ao. Cfr.Martn Fernndez de Navarrete, Obras, tomo I, edicin y estudio prelimi-nar de Carlos Seco Serrano, Madrid, B.A.E., Ediciones Atlas, 1954, Doc. VI,pp. 304-305.

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    Primer virreinato americano 17

    les cercanas. El acuerdo entre las dos partes presuponaimplcitamente la posibilidad de la expansin militar, porlo que empez a plasmarse con la fundacin del fuerte deLa Navidad.

    Ms all, sin embargo, era casi nada lo que estaba predefi-nido. La empresa colonizadora, como cualquier otra, estarasujeta a especificaciones y concreciones, pero en mayor gradoque en un entorno comn, puesto que tena como referenciaun espacio brumoso, lo que se conoca, entre confusiones y

    errores, del Asia oriental. En la prctica, el contacto con unpanorama desconocido conllevara redefiniciones obligadasen el corto plazo.

    Lo ms importante dentro de este mbito de indefinicinfue que la sociedad mercantil exclua a los espaoles, comoentes privados, de la participacin en los beneficios. La explo-tacin de los recursos de las nuevas tierras debera quedarreservada en lo fundamental a la sociedad mercantil.

    Con un primer conocimiento del espacio antillano, a finesde 1492, el escenario inesperado, magnificado por la distan-

    cia y la precariedad de las comunicaciones, ira a redundar enbeneficio de la ratificacin de la autoridad omnmoda de Co-ln. Los amplios mrgenes de autoridad que se le ratificaronen los primeros meses de 1493 significaban que los monarcasespaoles captaron que el futuro de la empresa segua sujetoa la capacidad excepcional de Coln.

    Tal inters compartido no fue bice para que, desde sus or-genes, la empresa en realidad albergara dos proyectos, en re-troalimentacin obligada y creciente tensin. La monarquaapuntaba, aun fuese confusamente en sus inicios, a instaurar un

    orden similar al que haba ya logrado en la Pennsula dentro delabsolutismo. Coln, por su parte, se limitaba a tratar de detentarla mayor concentracin posible de prerrogativas vinculadas a supersona. El beneficio de una de las partes se haca necesaria-

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    mente a costa del perjuicio de la otra. A la larga, a pesar de lascoincidencias iniciales de obtencin de beneficios compartidosy de la extensin de la soberana castellana a las tierras descu-biertas, se desprendan dos esquemas de sociedad. El virreina-to de Coln ira tomando forma en una rpida evolucin deter-minada por el juego de los intereses involucrados.

    La situacin excepcional impuesta por Coln como condi-cin para integrarse a la empresa, tuvo que ser aceptada porlos monarcas, no obstante contravenir el designio absolutista.

    As consta, adems de las capitulaciones ratificadas con el pri-vilegio de sello rodado en mayo de 1493, por las instruccionesdel segundo y tercer viajes, adems de mltiples cdulas en lasque se recalca la autoridad del Almirante. Por ejemplo, des-pus de las primeras quejas sobre el gobierno del Almirante,los reyes sealan que don Cristbal Coln es nuestro virrey egobernador () por virtud de nuestras cartas de poderes quepara ello le mandamos dar e dimos, ordenando que se le obe-deciere en todo como si nos en persona vos lo mandsemos,so las penas que vos pusiere e mandare poner de nuestra par-

    te, las cuales por la presente vos ponemos e habemos por pues-tas; e para las ejecutar en los que lo contrario hicieren, damospoder cumplido al dicho almirante don Cristbal Coln o a quiensu poder hubiere.2

    Hasta cierto punto, a Coln se le dej carta abierta, aunquesu autoridad qued con mltiples reas indefinidas, sujetas aresoluciones ulteriores, e incluso a cuestionamientos velados.Los monarcas en todo momento procuraron restringir los al-cances de la autoridad del molesto socio y funcionario, con elfin de prevenir cualquier tentacin feudal; en los hechos, sin

    embargo, los controles del aparato estatal metropolitano no

    2 Real provisin dada en Segovia, 16 de agosto de 1494. A.G.I., Patronato295, No.25, f.1.

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    podan operar, de lo que Coln mostr esmero, con el fin deperpetuar su control. El virrey-almirante pudo detentar un mar-gen crucial para definir los contenidos y los procedimientos de laempresa y del ordenamiento global de la expansin castellana.Tal potestad le permiti operar en el sentido exclusivista de pri-vilegiar su inters personal en desmedro de un diseo global,como era lgico en la perspectiva de los monarcas.3

    Pero el proyecto de Coln estaba llamado a encontrar esco-llos fundamentales. Se pondra de relieve con rapidez que el

    diseo administrativo y econmico no encajaba con los mar-cos de la sociedad autctona encontrada. La naturaleza de laautoridad de Coln dio lugar a una doble dificultad. El margende discrecionalidad que se arrog permiti que pudiera man-tener el gobierno con un mnimo de funcionalidad, pese a losdiversos rdenes de oposicin que fueron presentndose.

    En relacin a estas atribuciones y a los contornos genera-les de la empresa ultramarina, se pueden distinguir dos eta-pas bsicas de aquel primer virreinato americano: la corres-pondiente a los aos que van desde 1493 hasta 1498, posterior

    al segundo viaje;4

    y la segunda, entre 1498 y 1500, entre el tercerviaje y su cada. En la primera, se mantuvo la exclusin de lapoblacin espaola de los beneficios de la empresa. En la se-

    3 Gimnez Fernndez caracteriz la empresa capitulada entre Coln y losreyes como pura y simplemente econmica; y al referirse a la supresindel virreinato capitulado con Coln (1492-1500) por parte de los reyes,subray la diferencia abismal de poder que ostent don Cristbal conrespecto a su hijo don Diego, quien goz del ttulo ms tarde. Cfr. ManuelGimnez Fernndez, Bartolom de las Casas I. Delegado de Cisneros parala reformacin de las Indias, 1ra. reimpresin, Madrid, Consejo Superiorde Investigaciones Cientficas, Escuela de Estudios Hispanoamericanos,1984, pp. 24-27.

    4 Dentro de ese primer perodo se revel la crisis del prestigio colombino,como la llama Juan Gil, pero todava persiste el proyecto monopolistacomo empresa dual. Vase: Juan Gil,Mitos y utopas del descubrimiento,vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1985.

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    gunda etapa Coln fue forzado a realizar concesiones que im-plicaban una disminucin de la restriccin monoplica de lasociedad mercantil. La rebelin del alcalde mayor FranciscoRoldn, a fines de 1496, marc el punto de inflexin de losconflictos generados por el monopolio mercantil y termin decrear las condiciones para el paso a la segunda etapa.

    Tal deslinde de situaciones en realidad slo cubri aspec-tos del proyecto, y sobrevino en razn de la falla crucial deldesignio de Coln acerca de los mecanismos de sostenimien-

    to material de la sociedad comercial. Por una parte, se pusode manifiesto una flagrante imposibilidad de xito del diseosocioeconmico, al tiempo que el mismo y la autoridad om-nmoda generaron conflictos que forzaron redefiniciones fun-damentales y a la larga crearon las condiciones para la banca-rrota del virrey-almirante.

    Coln y los monarcas convinieron en un pacto genricodepredador de las poblaciones que se encontrasen en los via-jes de descubrimiento y en las transacciones comerciales.Correspondi a Coln definir los rasgos de plasmacin del

    esquema de sociedad. Su componente bsico radic en el es-tablecimiento de una relacin tributaria con la poblacin abo-rigen. La Corona mostr su aquiescencia en tanto que permi-ta conferir condicin de sbditos a los aborgenes, lo que a suvez quedaba justificado con la misin de su evangelizacin.De las modalidades de explotacin de los indios, adaptadas alpropsito monopolista de la sociedad mercantil, se deriv elconjunto de relaciones institucionales y sociales. Fue en rela-cin a tal objetivo que el sistema virreinal resolvi el estatus yla funcin de la poblacin espaola. Coln concebira, siempre

    de acuerdo con los reyes, un mecanismo integrado de interde-pendencia entre el procedimiento tributario de explotacin dela mano de obra indgena y tal posicin particular de la pobla-cin espaola.

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    Lo ms sustantivo a tal respecto radic en la separacintajante entre las comunidades de indios y espaoles. Los es-paoles tendran que estar al servicio, directa o indirectamen-te, del monopolio de la sociedad mercantil a cuya cabeza seencontraba el almirante. La subordinacin de la poblacinaborigen, como medio para compelerla a abonar el tributo,tena por contrapartida la imposibilidad de su explotacin pri-vada por parte de los residentes espaoles, al menos en loconcerniente a la extraccin de metales, piedras preciosas y

    bienes equivalentes. La comunidad espaola en realidad noquedaba en posicin dominante sobre la indgena, sino acce-soria del mecanismo central de explotacin.

    Est bien establecido que el fracaso del sistema tributarioprovino de una realidad insuperable: el bajo nivel de desarro-llo de la tecnologa aborigen para la extraccin de oro. En cual-quier otro mbito el nivel de las fuerzas productivas de lostanos y las otras etnias no se corresponda con los requeri-mientos de una extraccin significativa y continua de exce-dentes. Las ansias desmesuradas de riquezas que animaba a

    las dos partes envueltas en la sociedad mercantil exacerba-ron esta contradiccin y contribuyeron a preparar las condi-ciones para su bancarrota. Del otro lado, la marginacin delinters privado de los pobladores espaoles hizo detonar enel plano social la inviabilidad del esquema tributario, por losperjuicios inmediatos que se desprendieron del rgimen la-boral. En su mayora, los espaoles se encontraban a sueldode la sociedad comercial por lo que no podan relacionarseprivadamente con los aborgenes, con la secuela de la obliga-toriedad de realizar labores manuales y atravesar condicio-

    nes precarias de vida. Tal posicin no se corresponda con elpropsito aventurero que los haba trado a las nuevas tierras.Su oposicin al monopolio mercantil se puso de manifiestocasi desde el momento en que se fund la ciudad La Isabela y,

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    a la larga, minara de manera decisiva la posibilidad de persis-tencia del virreinato.

    Durante la primera etapa, Coln desarroll sucesivos pro-cedimientos de explotacin de la poblacin aborigen. Prime-ramente oper por medio de rescates de oro a cambio deartculos europeos de muy bajo valor, mecanismo que se ini-ci en el islote Guanan. Los resultados de este procedimien-to fueron del todo decepcionantes.

    En segundo lugar, se iniciaron acercamientos con las tribus

    aborgenes sobre la base de una institucin de stas: elguaitiao.5

    Se trataba de una relacin de alianza amistosa entre dos prin-cipales, con un componente de compenetracin de identida-des basado en el intercambio de nombres. Guacanagarix fueel primer cacique que se hizo guaitiao de un europeo, el mis-mo Coln. Con esta modalidad de alianza Coln pretenda,adems de penetrar las sociedades aborgenes y obtener di-videndos de ellas, enfrentarlas con otras como parte de undesignio ms sistemtico de dominio.

    Cuando el panorama geogrfico y demogrfico insular es-

    tuvo suficientemente claro, Coln se propuso obtener la acep-tacin voluntaria de vasallaje de las tribus hacia la autoridadde la monarqua castellana. Si los aborgenes no aceptabanesta subordinacin de manera voluntaria, estaba supuesto aacudirse a la compulsin violenta mediante la conquista.

    Estos dispositivos fueron puestos en prctica, algunosmomentneamente y otros de manera simultnea. Se logrcon ellos someter a la autoridad efectiva del virreinato a lageneralidad de las tribus de las tres etnias. Prcticamente, nin-guna comunidad importante qued liberada de las compul-

    siones que se derivaban de la aceptacin de la soberana de

    5 Vase: Istvn Szszdi, Guatiao, los primeros tratados de Indias,Actas delIX Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano ,tomo I, Madrid, 1991

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    los reyes espaoles. La culminacin de este proceso en la islaacaeci durante la administracin provisional de BartolomColn, en ausencia de su hermano, entre 1496 y 1498, cuandolos postreros remisos a la aceptacin del dominio espaol ter-minaron aplastados. Los ltimos fueron los ciguayos, habi-tantes de la porcin nordeste de la isla, los de mayor capaci-dad blica por su origen caribe.

    Aun as, el monto de los excedentes recibidos por la socie-dad comercial no traspasaba un nivel insignificante. La em-

    presa careca de los medios para obligar a los aborgenes aadaptarse a sus requerimientos materiales, de acuerdo con elesquema de separacin de las repblicas de indios y espa-oles que ordenaba la relacin tributaria. Coln acudi en-tonces a un ltimo expediente, la esclavizacin de indgenasreputados de rebeldes bajo supuestos variados, como la jus-ta guerra o atribuidas manifestaciones de contranatura.

    Con la esclavizacin se buscaba primordialmente compen-sar la falta de rentabilidad de la empresa, abriendo un flujo decautivos para ser vendidos en la pennsula y eventualmente

    en otros puntos del Mediterrneo.6

    Adicionalmente, Colnintent pagar con esclavos los salarios atrasados de los espa-oles, con el fin de satisfacer sus ansias de dignidad social, nomolestar la atencin de los monarcas y evitar que se pusiesede manifiesto la ineficiencia de todo el aparato administrati-vo. Aunque con dudas, los monarcas autorizaron la esclaviza-cin y el trfico de tanos hacia Europa, acogiendo el argu-mento de la justa guerra como uno de los dispositivos pararacionalizar el proyecto ultramarino.7

    6 Cfr. Juan Gil, Crisis del prestigio colombino, en Mitos y utopas del descu-brimiento, vol.1.

    7 Sobre estas dudas, vase el estudio de Vicente Rodrguez Valencia, Isabella Catlica y la libertad de los indios de Amrica. Devolucin de los escla-vos,Anthologica Annua, (Roma), Nos. 24-25, 1971, pp. 645-680.

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    La imposicin de la soberana castellana sobre las comu-nidades aborgenes fue visualizada por medio de una cadenade fortalezas. A partir de La Isabela, situada en la costa sep-tentrional, se plante un doble propsito que resuma la visinformada por Coln para dar sustancia al virreinato. Por unaparte, la ciudad deba servir de base para expediciones de na-vegacin hacia los territorios cercanos, con vistas a terminarde establecer las rutas de navegacin con Europa. El segundopropsito consista en servir de base para penetrar los terri-

    torios interiores y sojuzgar sus poblaciones. La relacin conla poblacin aborigen ira a estar condicionada por su mayoro menor cercana a los yacimientos aurferos. De ah que elprimer emplazamiento interior fuese la fortaleza Santo Tom,ubicada en Jnico, en los montes Cibao, donde se supona queexista la mayor cantidad de oro. De la misma manera, las si-guientes fortalezas se concibieron para rodear por el norte alCibao, asegurar la pacificacin de la poblacin y el flujo de losrecursos esperados.8

    Hubo dos momentos principales en el designio de suje-

    cin de los aborgenes. El primero tuvo que ver con la derrotade la confederacin de tribus comandada por Caonabo, caci-que de Maguana, al sur de los montes Cibao. Coln diseuna estratagema para capturar al cacique, que finalmente fueconfiada a Alonso de Ojeda.9 La captura del jefe tribal induda-blemente redujo los riesgos de una sublevacin generalizada

    8 Sobre el nmero de fortalezas fundadas por el Almirante podemos ver aBartolom de Las Casas en su Historia general de las Indias, 3 vols.,Edicin de Agustn Millares Carlo y estudio preliminar de Lewis Hanke,Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1951.

    9 Dicha operacin haba sido originalmente asignada a Mosn PedroMargarite, quien habra desistido de su cumplimiento por considerarlaimpropia de un noble. Cfr. Demetrio Ramos Prez, El conflicto de laslanzas jinetas. El primer alzamiento en tierra americana, durante el se-gundo viaje colombino, Casa-Museo de Coln / Seminario Americanistade la Universidad de Valladolid, 1982, pp. 94-96.

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    o de una situacin que estorbase la explotacin econmica.De todas maneras, durante meses, los espaoles debieronocuparse de vencer la resistencia que siguieron presentandolos hermanos y algunos de los caciques subordinados de Cao-nabo.10

    Un segundo momento, todava ms difcil, se present cuan-do Coln retorn de su viaje de exploracin por Jamaica y Cubaen diciembre de 1494. La poblacin espaola se encontraba ensituacin crtica por la imposibilidad de procurarse alimentos

    de las comunidades aborgenes. La concepcin de Coln deracionalizar los alimentos trados desde Espaa se revel ino-perante.11 Las presiones exacerbaron las ansias de rebelinentre los tanos. Finalmente, los caciques agrupados en la con-federacin de Magu, encabezados por Guarionex, se propu-sieron forzar la retirada de los espaoles. En los meses previosse haba registrado una escalada de resistencias y castigos sal-dada en esclavizaciones y un estado generalizado de confron-tacin. El momento presentaba mayor delicadeza por cuantoel control de esta zona resultaba imprescindible para acceder

    al oro. Paulatinamente los espaoles fueron abandonando LaIsabela, tanto para obtener recursos alimenticios como paraaproximarse a las fuentes del oro. La fortaleza de La Concep-cin se tornara en la piedra angular de todo el dispositivo, algrado de que, despus de su retorno a la isla en 1498, Coln lahizo el centro de sus actividades.

    10 Cfr. Consuelo Varela, La cada de Cristbal Coln. El juicio de Bobadilla,Edicin y trascripcin de Isabel Aguirre, Madrid, Marcial Pons, 2006.

    11 En efecto, se le haba ordenado al virrey-almirante en 1495, por diversascdulas e instruccin que llev Juan de Aguado, que no quitase por ningnmotivo los alimentos a los colonos, aun en el caso de que estuviesencastigados. La real cdula dada en Arvalo a primero de junio de 1495,ordenaba que de aqu adelante hagis repartir los dichos mantenimien-tos al respecto y por la tasa que () debe haber cada persona. A.G.I.,Patronato 9, ramo 1, f. 91v.

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    En la zona de influencia de Magu exista una numerosapoblacin, sobre la cual pas a recaer el grueso de las demandasdel tributo. La derrota de Guarionex y las decenas de caciquesdependientes, en los primeros meses de 1495, sald el mo-mento lgido de control sobre la isla. Quedaron los extremospor ocupar, pero para Coln no revisti mayor problema, enla medida en que no haba noticias de que en ellos se encon-trasen grandes yacimientos. Guacanagarix, uno de los caci-ques importantes (los mantunhar de las tribus aldeanas,

    reconocidos como reyes por los cronistas espaoles) de losextremos, colabor con el sometimiento de los caciques riva-les, Caonabo y Guarionex. Bohecho, el cacique de Xaragua, elde mayor poder de la isla, al poco tiempo acept sin mayordificultad abonar el tributo en algodn.

    En el centro de la isla se puso a prueba la viabilidad del es-quema tributario tras la derrota de las tribus de Magu. Colnpretendi el cobro de la astronmica cantidad de un cascabelde oro per cpita cada tres meses. El sistema result en un fra-caso flagrante ante el cual Coln persigui nuevas estrategias,

    sin que lograra contener los conflictos que escenificaban in-dios y espaoles. Las presiones a que fueron sometidos lostanos del valle de La Vega Real dieron por resultado un estadocrnico de confrontacin, manifestado en compulsiones terro-ristas, sucesivas sublevaciones y en otras salidas en respuesta,como suicidios colectivos y escapadas a los bosques.

    Mientras la resistencia aborigen exacerbaba la imposibili-dad objetiva de viabilidad del sistema tributario y del conjun-to de la sociedad mercantil, fue con el agravamiento del cues-tionamiento de los espaoles que se abrieron redefiniciones

    y se prepar su final con la destitucin de Coln.Para muchos, la empresa se haba saldado en un fiasco por

    lo que se propusieron retornar de inmediato a Espaa, a lo queColn se opuso haciendo uso de sus prerrogativas autocrticas.

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    Las disensiones alcanzaron algunas de las personas que ha-ban sido comisionadas por los monarcas como garantes desus intereses, pero cuya capacidad de incidencia en la direccinde los asuntos se haba mostrado nula frente a la autoridad delvirrey. Hasta Bernardo Boil, jefe de la misin sacerdotal, a quienColn haba designado en un consejo ejecutivo en su ausenciajunto a su hermano Diego, opt por retornar a Espaa en com-paa de Pedro Margarite, un noble aragons que haba estadoal frente de la fortaleza de Santo Tom.12

    Ante tales cuestionamientos, los monarcas enviaron al vi-sitador Juan de Aguado, a fin de que se informara de lo queaconteca. Al ver su autoridad puesta en juicio, el Almiranteconsider inevitable irse a explicar a la Corte. Es sintomticoque, a pesar del malestar generado por el esquema tributariode la sociedad mercantil entre casi todos los residentes espa-oles, los reyes todava considerasen conveniente ratificar laautoridad de Coln durante su estada en la pennsula entre1496 y 1498.

    Con el fin de acallar las voces que se pronunciaban en su

    contra, el Almirante atisb una solucin bsica de los conflictosdentro de la perspectiva de sus intereses mediante el desplaza-miento del eje del control del territorio en direccin sur. Inme-diatamente antes de su viaje a Espaa haban llegado informa-ciones acerca de la existencia de ricos yacimientos aurferos enel ro Haina, cuyas cabeceras no distaban de Bonao, donde sehaba construido la ltima fortaleza de la cadena. Adems de laconstruccin de un nuevo fuerte, San Cristbal, en su condi-cin de Adelantado, Bartolom Coln procedi con posteriori-dad a fundar una ciudad en la costa meridional que deba to-

    mar el relevo de la moribunda La Isabela.

    12 Varela, La cada de Coln, p. 25.

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    La proyectada marcha hacia el sur, sin embargo, no conjurlos conflictos dentro del virreinato. Fue precisamente en au-sencia de Coln cuando se produjo la rebelin encabezada porFrancisco Roldn, alcalde mayor de La Isabela, en demandadel derecho al retorno inmediato, pero en cuestionamiento glo-bal de la sociedad mercantil, de la autoridad del virrey y delesquema tributario. Una tercera parte de los espaoles se suma los rebeldes, con lo que se cre un ambiente de guerra civil.Empero, los roldanistas se refugiaron en Xaragua, donde se in-

    tegraron a las tribus en condiciones ventajosas. Si bien ya esta-ba trillado el camino de refugio de espaoles en las aldeas ind-genas, los roldanistas instauraron el precedente alternativo alsistema tributario y a la modalidad del mando de Coln.

    Antes del retorno a la corte de Coln en 1496, los monar-cas ya tenan una visin acerca de los problemas a que habadado lugar el esquema tributario y que se focalizaba en la recu-sacin generalizada de la persona de Coln. Una escalada decuestionamientos y castigos rarific en extremo el ambiente.En el citado libro de Consuelo Varela, en que se edita un inte-

    rrogatorio acerca del gobierno de Coln con motivo de la lle-gada de su sustituto, Francisco de Bobadilla, se aporta infor-macin de gran inters acerca de los procedimientos odiososcon que Coln intent mantener la estabilidad y la obedienciade los espaoles.

    Con todo, y juzgando por lo visto, la conveniencia de seguirconfiando en Coln la tarea de expandir los alcances territo-riales de la empresa, los monarcas lo ratificaron. Sin embargo,tal ratificacin se llev a cabo sobre la base de modificacionesque requirieron largas negociaciones. Todava sin conocimien-

    to de la rebelin de Roldn, los monarcas demandaron cam-bios que iban en perjuicio de los intereses de Coln. Se hacapatente el requerimiento de implantar instituciones propiasdel absolutismo que disminuyesen las prerrogativas princi-

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    pescas del virrey-almirante y abrieran la opcin de la coloni-zacin. En otras palabras, todava sin desechar la vigencia dela sociedad comercial y de los poderes de Coln, se plante lacoexistencia de una corriente de colonizacin sustentada enel reconocimiento del inters privado de residentes espaoles.

    Evidentemente, esto no fue del agrado del Almirante, puesno tena un buen criterio de los espaoles que estaban en laisla, sobre todo de aquellos que no aceptaban la manera enque ejerca el poder. A su desprecio no escapaban ni los reli-

    giosos; a los castellanos que vivan en la isla los describi comogentes perdidas que slo haban ido a enriquecerse sin tra-bajo ni pena, jugadores de dados y perezosos y de malas cos-tumbres cegados por la codicia.13

    La novedad crucial de estos acuerdos residi en la disposi-cin de conceder tierra en plena propiedad a los espaoles quedemostrasen pasar cierto tiempo en la isla dedicados a activi-dades productivas. Es decir, una porcin de los pobladores es-paoles quedaba desligada formalmente de los alcances de lasociedad mercantil, con lo que uno de sus pilares, el monopo-

    lio, quedaba abrogado. Se abra as una segunda fase de la exis-tencia de aquel singular virreinato. Pero todava se exclua delinters privado todo aquello sobre lo cual la Corona pretendaapropiarse, de manera exclusiva, particularmente el oro. Estaapertura pareci responder en un primer momento a la nece-sidad de disminuir los costos de la empresa, dado que los pro-metidos resultados se hacan esperar. Con vistas al tercer viaje,en 1497, los reyes limitaron el nmero de personas a sueldo aquinientos, por lo que consideran que deben regresar todosaquellos que sobrepasen esa cantidad.14

    13 Consuelo Varela y Juan Gil., Cristbal Coln. Textos y documentos comple-tos. Nuevas cartas, Madrid, Alianza Editorial, 1992, p. 314.

    14 Real cdula dada en Burgos, 23 de abril de 1497. A.G.I., Patronato 11, ramo3, f. 68 v.

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    Tras su retorno a la isla en el tercer viaje, en agosto de 1498,despus de topar las costas del continente, Coln se encontr conun panorama complejo que requiri de concesiones suplemen-tarias, en principio, en desmedro de su autoridad sobre los espa-oles y, sobre todo, de la variante tributaria de la explotacin delos indios. Los roldanistas alzados en Xaragua haban implantadouna sociedad alternativa, consistente en la relacin con las aldeasindgenas y en su aprovechamiento privado sobre la base de lasinstituciones aborgenes. Esos rebeldes afirmaban acatar nica-

    mente la autoridad del rey como medio de desconocer a Coln,demandaban el derecho de servirse de los indios en forma priva-da y planteaban su derecho de retornar a Espaa. Todo el anda-miaje del virreinato quedaba puesto en cuestionamiento.

    Ante la imposibilidad de derrotar a los roldanistas y la even-tual degradacin ulterior de la confrontacin, Coln opt pornegociaciones, que culminaron con el pacto de Azua en mayode 1499. Conforme a ese documento, Coln tuvo que dar unpaso crucial en direccin opuesta al monopolio de la sociedadmercantil, consistente en la permisin de que determinados

    espaoles explotasen de forma privada a tribus indgenas.15

    Setrat de los primeros repartimientos; stos contenan clu-sulas que garantizaban la preeminencia de Coln, como su po-testad de designar los beneficiarios de los repartimientos. Adi-cionalmente, el monto del impuesto a ser devengado por lasociedad mercantil fue establecido en la mitad del oro extra-do, proporcin muy elevada.

    Coln, adems, obtuvo la escisin de los descontentos so-bre la base de favorecer a algunos, particularmente al mismoRoldn y a algunos de sus seguidores cercanos. Quedaba so-

    breentendido que el procedimiento tributario continuaraaplicndose y que Coln sera beneficiario bsico del conjunto

    15 Las Casas, Historia de las Indias, tomo II, p. 96.

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    de la empresa. El alcalde mayor fue restituido en sus funcio-nes y pas a ser uno de los mayores beneficiarios de los re-partimientos. Esto le permiti a Coln mantener el estilo au-tocrtico de mando. Los nuevos conatos de inconformidad yrebelin siguieron siendo tratados de manera dura, incluyen-do ejecuciones y castigos terribles. Como las fuentes de losconflictos no se solucionaban, la situacin volvi a tintes som-bros. Todo presagiaba una amplia rebelin. Definitivamen-te, la autoridad del virrey-almirante resultaba incompatible

    con el despliegue del inters privado de los espaoles resi-dentes. Del mismo dependa, a la vez, el establecimiento deun esquema de colonizacin que asentase el poder metropo-litano, objetivo de principio que fue tomando contornos cadavez ms patentes en los crculos cortesanos. Coln terminsiendo visualizado en la corte como un obstculo insuperablepara que el incipiente establecimiento diese lugar a una co-rriente de colonizacin sobre la cual se consolidase.

    El tema sobre el cual se sustentaron los monarcas paradeponer a Coln fue la esclavizacin de centenares de indge-

    nas desde el interinato de su hermano Bartolom y haberlosenviado a Espaa. El fracaso de la minera haba llevado aColn a exacerbar los mecanismos de esclavizacin. Los mo-narcas lo haban aceptado, aparentemente con dudas, sobrela base del argumento de la justa guerra, como medio even-tual de recabar recursos de la sociedad que redundasen en elreforzamiento estratgico del absolutismo. Pero, a la larga,comprendan que la esclavizacin se contrapona con el inte-rs estratgico del absolutismo, convenientemente sustenta-do en la explotacin tributaria y no en la esclavizacin. La es-

    trechez de miras de Coln entraba en conflicto irremediablecon los requerimientos de una colonizacin de las nuevas tie-rras, que incluan una poltica consistente respecto a las po-blaciones aborgenes. Las dudas de los monarcas terminaron

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    16 Por ende Sus Altezas, deseando que nuestra santa fe catlica sea aumen-tada e acrecentada, mandan e encargan al dicho almirante, virrey e go-bernador, que por todas las vas e maneras que pudiere procure e trabaje[en] atraer a los moradores de las dichas islas e tierra firme a que seconviertan a nuestra santa fe catlica.

    17 El fraile vivi primero en la provincia de Macors, donde se hablaba unalengua distinta a la general. En la primavera de 1495 pas al cacicazgo deGuarionex, acompaado de un fiel nefito que saba ambas lenguas y lesirvi de traductor y maestro. Jos Juan Arrom, Imaginacin del NuevoMundo. Diez estudios sobre los inicios de la narrativa hispanoamerica-na, Mxico, Siglo XXI, 1991, p. 37.

    expresadas en la recusacin del envo de indgenas esclaviza-dos que haban sido entregados en propiedad a algunos rol-danistas como secuela del pacto de Azua.

    Un tema adicional no menos importante para la reina Isa-bel estuvo tambin involucrado en la cuestin de la esclavi-zacin. Se trat de la cuestin de la evangelizacin de losindios, cuyo encargo se hizo con cierta amplitud en las ins-trucciones del segundo viaje.16 Los conflictos que dieron lu-gar a la huida del padre Boil y la esclavizacin de los indge-

    nas constituyeron factores que impidieron la conversin delos indgenas. La justificacin de la expansin de la sobera-na castellana se poda poner en entredicho. Ms grave to-dava era que se vulneraba la conveniencia para la Coronade que la poblacin aborigen constituyera el fundamentodel establecimiento en Amrica. Una de las tantas noveda-des que trae el reciente libro de Consuelo Varela es la oposi-cin de Coln a la evangelizacin, amparado en el pretextode que primero deban aprender el idioma castellano. En 1494Coln haba enviado a fray Ramn Pan, un fraile ermitao

    cataln, a que viviera entre tribus macorixes, a fin de queconociera el idioma y los usos culturales autctonos.17 Deacuerdo a Arrom, Pan debi entregar su manuscrito a Co-ln en 1498. El testimonio del ermitao se volvi contra el

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    almirante.18 Pan estuvo acompaado de otros dos frailesfranciscanos, los cuales regresaron a Espaa en 1496. Estosdenunciaron el obstculo a la evangelizacin que represen-taba el gobierno colombino. Regresaron a la isla en compa-a del nuevo gobernador Bobadilla y desde los primerosdas de su estada, dijeron haber reanudado la labor evange-lizadora atrayendo a la fe gran nmero de adeptos.

    Aun en ese momento de redefinicin que implic la desti-tucin de Coln, la Corona no renunciaba a sus prerrogativas

    monoplicas sobre el oro y dems artculos de gran valor. Conla designacin de Francisco de Bobadilla como gobernador,en 1500, quedaba desconocida la autoridad de Coln, al igualque los contornos institucionales del virreinato que le dabansustancia legal. Pero, paralelamente, los reyes se propusieroncompaginar la coexistencia del reconocimiento del intersprivado que previniese nuevos conflictos con el mantenimien-to de rasgos tributarios, particularmente la libertad genricade los indgenas, y mbitos del monopolio sobre el comercioy la extraccin de oro. Esta solucin se revelara no menos

    problemtica que el diseo de sociedad y autoridad implan-tado por el Almirante.

    18 Escribe fray Ramn Pan: Nosotros estuvimos por consiguiente con aquelcacique Guarionex casi dos aos, ensendole siempre nuestra santa fe ylas costumbres de los cristianos. Al principio mostr buena voluntad y dioesperanza de hacer cuanto nosotros quisisemos y de querer ser cristiano(). Pero despus se enoj y abandon su buen propsito, por culpa de

    otros principales de aquella tierra, los cuales le reprendan porque desea-ba obedecer la ley de los cristianos, siendo as que los cristianos eranmalvados y se haban apoderado de sus tierras por la fuerza. Fray RamnPan, Relacin acerca de las antigedades de los indios, Estudio prelimi-nar y notas de Jos Juan Arrom, Mxico, Siglo XXI, 1974, p. 48.)

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    Ao LXIX, Vol. XXXII, Nm. 117

    Visin general de la Iglesia dominicanadurante la poca colonial (1511-1795)*

    Jos L. Sez, S. J.**

    El protagonismo social de la Iglesia durante la poca colo-nial es un hecho que es muy difcil negar y una tarea intilmarginar por completo de la historia dominicana. Y no sloviven, aun a su modo, la sociedad y la misma Iglesia de eseprotagonismo sino que de las joyas que exhibimos a los viaje-ros y turistas, quizs ms de la mitad son monumentos ecle-

    sisticos o que estuvieron vinculados a la Iglesia.Para comprender mejor la trayectoria histrica de la Igle-sia dominicana es preciso trazar un marco de referencia queunifique y defina cada una de sus etapas. Ese protagonismo,desde sus primeros pasos en el siglo XVI, nos obliga a vincularsu historia a la del crecimiento de la nacionalidad y al desarro-llo de la autonoma poltica.

    * Conferencia leda en el Archivo General de la Nacin el da 29 de marzo de2007.

    ** El autor es sacerdote, profesor de la Escuela de Comunicacin de la Uni-

    versidad Autnoma de Santo Domingo, investigador acucioso, miembrode nmero de la Academia Dominicana de la Historia y director del Ar-chivo Histrico de la Arquidicesis de Santo Domingo.

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    Sin embargo, mi exposicin abarcar desde la creacin delas primeras dicesis el comienzo propiamente dicho de lavida eclesial, hasta el primer cambio de rgimen o primerexperimento republicano, con la incorporacin a Francia, fru-to del Tratado de Basilea.

    1. Primera etapa colonial espaola (siglos XV - XVIII)

    Aunque la labor evangelizadora, en pequea escala, se ha-ba iniciado ya con la llegada de los primeros religiosos, dosfranciscanos belgas y un lego jernimo cataln, la historia dela Iglesia de Santo Domingo se inicia oficialmente con la erec-cin de las tres primeras dicesis dominicanas: la Metropoli-tana de Yaguate y las sufragneas de Baynoa y Magu, me-diante la bula Illius fulciti praesidio (15 de noviembre de 1504),aunque eso slo fue un acto jurdico efmero del papa Julio II,y que por presin de la corona espaola, amparada en su de-recho de patronazgo o Real Patronato, cuando el mismo papa,

    mediante la bula Romanus Pontifex(8 de agosto de 1511), eri-ge las tres primeras dicesis de las Antillas: Santo Domingo yLa Concepcin de La Vega, en la isla Espaola, y San Juan en laisla de Puerto Rico, siendo las tres sufragneas de la Metropo-litana de Sevilla.1

    De este modo, se abre la primera etapa de la historia de laIglesia dominicana (1511-1795), al amparo exclusivo de la co-rona espaola, y enmarcada en el establecimiento y creci-miento de los primeros asentamientos urbanos europeos,

    1 Para las tres primeras dicesis efmeras (Metropolitana de Yaguate ysufragneas de Baynoa y Magu), el Papa design a Pedro Surez Deza, Fr.Garca de Padilla, O.F.M. y don Alonso Manso, respectivamente. Al frentede las nuevas (1511) estaran Fr. Garca de Padilla, en Santo Domingo;Pedro Surez, en La Concepcin y Alonso Manso, en San Juan. Cfr. JosefMetzler (ed.), Amrica Pontificia I, Vaticano, 1991, pp. 91-100, 112-117.

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    Visin de la Iglesia dominicana (1511-1795) 37

    incluso con sus escudos, y la explotacin de los recursoseconmicos que requera la expansin espaola.2 La labor deevangelizacin cubrir casi toda esta primera etapa en quepredomina la presencia de religiosos, aun en el episcopado.La muestra est en que de los veinte obispos residentes du-rante los dos primeros siglos, 13 eran religiosos (3 francisca-nos, 4 dominicos, 2 agustinos, un mercedario, un benedicti-no, un jernimo y un bernardo), y los siete restantes eransacerdotes diocesanos.

    Aunque esas dos dicesis dominicanas, dotadas de obis-pos desde su ereccin, tendran una existencia inestable y alos quince aos (1526) se fusionaran en una, la relativa vitali-dad de la Iglesia dominicana se fundament, ante todo, en laexpansin de las parroquias. Durante el primer siglo de exis-tencia jurdica de esa Iglesia (1511-1611), se erigieron veinti-ds parroquias, diecisis en el actual territorio dominicano yseis en la parte occidental, mientras en el segundo siglo (1612-1712), y slo en la parte espaola, se crearan tres ms, a lasque se aadiran otras seis durante el resto del siglo XVIII.3

    2 Las primeras quince villas de la isla, fundadas entre 1494 y 1506, recibieronsus armas y escudos el 6 de diciembre de 1508. Cfr. Coleccin de documen-tos inditos para la historia de iberoamrica, IV (Madrid, 1929), 295: repr.E. Rodrguez Demorizi, Blasones de la isla Espaola, BAGN1:1 (1938), 3840; Roberto Marte (ed.). Santo Domingo en los manuscritos de Juan Bau-tista Muoz(Santo Domingo, 1981), pp. 479-496.

    3 Las primeras parroquias del occidente de la isla fueron: Hincha (Hinche),Lares de Guahaba, Gros Mome; Puerto Real, Fort Libert; Salvatierra de laSabana, Les Cayes; Santa Mara de la Vera Paz, Port au Prince; Villa Nuevadel Yquimo, Jacmel. Cfr. Antonio Camilo G., El marco histrico de lapastoral dominicana (Santo Domingo, 1983), p. 48.

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    2. Los primeros religiosos y la accin pastoral formal(siglo XVI)

    Con la llegada de una comunidad franciscana ms numero-sa y estable a partir de 1500, y ms an con la creacin en 1505de la provincia franciscana de Santa Cruz de las Indias, ya sepuede hablar de evangelizacin en firme e incluso de la exis-tencia de un puesto misional para preparar a los religiosos quese enviaran pronto a Mxico, Cuba, Panam y Venezuela.4 Enlos primeros diez aos de apostolado, unos veinte francisca-nos se dividiran entre los conventos de La Vera Paz de Jara-gua, Santiago, La Vega, La Buenaventura y Santo Domingo.

    El 3 de mayo de 1509, Fernando el Catlico, haba encomen-dado al virrey Diego Coln que se ocupara de la educacin cris-tiana de los indgenas. Le encargaba que destinase en cada po-blacin a una persona eclesistica que tuviera especial cuidadode ensearles las cosas de la fe; y aada que el clrigo encar-gado dispusiera de una casa junto a la iglesia donde se juntasenpara el mismo fin todos los nios de la poblacin.5

    En septiembre de 1510, un ao antes de erigirse las dosprimeras dicesis de la isla, haba llegado la primera remesade dominicos. Se trataba de los sacerdotes Fr. Pedro de Cr-doba, Fr. Bernardo de Santo Domingo y Fr. Antonio Montesi-nos y el lego Fr. Domingo de Villamayor. Su trabajo de predi-cacin y catequesis, como haba sucedido antes a sus colegasde otra congregacin, se llev a cabo a base de intrpretes, esdecir, los que en Sudamrica se llamaron lenguas o lengua-

    4 Consta que, desde 1502 a 1515, salieron de la isla ms de catorce francis-canos con direccin a una de esas misiones. Cfr. Fr. Cipriano de Utrera,Franciscanos de la provincia de Santa Cruz, Para la historia de Amrica,Santo Domingo, 1958, pp. 83-90.

    5 Instruccin de Fernando el Catlico a Diego Coln (Valladolid, 3 mayo1509), AGI. Indiferente, leg. 418, lib. 2, f. 19; Konetzke, Coleccin de docu-mentos I, 1953, pp. 18-20.

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    races. Al menos, no consta que los mismos religiosos apren-diesen algunas de las lenguas que se hablaban en la isla, ni seconoce el caso de misioneros lingistas, como sera frecuenteen Sudamrica un siglo ms tarde, a excepcin quizs del legocataln Ramn Pan.6

    Sin embargo, aquel primer grupo de dominicos tena otroplan pastoral que se centrara enseguida en la denuncia de losabusos cometidos por los hacendados y el mismo gobiernocolonial. El lanzamiento de su campaa en pro de los dere-

    chos humanos ocurri el ltimo domingo de Adviento, pro-bablemente el 21 de diciembre de 1511. El sermn predicadopor Fr. Antonio Montesinos, O.P., segn nos refiere Bartolo-m de Las Casas, a pesar del ropaje retrico, se centra en unrazonamiento fro, que refleja un sabio manejo de la ley.7 Comoresultado positivo de ese primer choque de poderes, se logrel relevo de Diego Coln del gobierno de la colonia, y surgie-ron las treinta y cinco leyes de Burgos u ordenanzas para eltratamiento de los indios (Valladolid, 23 de enero de 1513),cuando en algunos lugares la raza se iba extinguiendo, por

    una u otra razn, y pronto sera sustituda por mano de obraesclava, importada de las costas del frica suboccidental.8

    6 El mismo Fr. Pedro de Crdoba (1482-1521), autor del primer catecismoescrito en la isla y publicado en Mxico en 1544, lo redact en castellano.Es posible, sin embargo, que el texto fuera para uso exclusivo de los cate-quistas. Sobre esta importante figura, vase: Fr. Pedro de Crdoba. Doc-trina Cristiana para instruccin e Informacin de los Indios por manerade historia , ed. fase, C.Trujillo: USD, 1945; Rubn Boria, O.P., Fray Pedrode Crdoba, O.P ., Tucumn, 1982; J. L. Sez, S.J., Fray Pedro de Crdoba,O.P., padre de los dominicos del Nuevo Mundo, en Cinco siglos de iglesiadominicana, Santo Domingo, 1987, pp. 25-46.

    7 Cfr. Bartolom de Las Casas, Historia de las Indias II, Santo Domingo,1987, pp. 41-44. Acerca del significado de los sermones de Montesinos,vase: Fr. Rubn Boria, O.P., Fray Pedro de Crdoba, O.P. 1481-1521,Tucumn, 1982, pp. 75- 82; Fr. Juan Manuel Prez, O.P., Estos, no sonhombres?,Santo Domingo, 1984.

    8 Cfr. AGI. Indiferente, leg. 419. lib. 4, f. 83; repr. Konetzke, Coleccin dedocumentos I, 1953, pp. 38-57.

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    El episodio que tiene como centro esos dos sermones deMontesinos, se ha convertido en simblico y sintomtico delas relaciones que van a prevalecer entre el poder temporal yel espiritual en la colonia, aun sabiendo ambos que el Patro-nato Regio era el personaje omnipresente, del que uno y otrose sirven para defenderse o simplemente para hacer valer laextensin de sus derechos.9

    3. La construccin de templos en Santo Domingo apartir del siglo XVI

    Estamos tan acostumbrados a ver la antigua ciudad de San-to Domingo llena de templos y se nos antoja creer que esosiempre fue as. Por lo menos, aun el simple turista se pre-gunta por qu tantas iglesias, una casi al lado de la otra, y enmuchos casos, pequeas. Otro preguntar por qu todas lasfachadas miran al Oeste o qu sucedi para que todas estnde espaldas al mar o al ro.

    Para comenzar, todas las iglesias no aparecieron al mismotiempo, slo por el hecho de que a partir del 5 de agosto de1502 se decidi instalar definitivamente la ciudad de este ladodel ro. La primera iglesia en construirse, y de ningn modocomo la conocemos hoy, fue la del convento de los Domini-cos, iniciada en 1514. Seguira la Catedral comenzada por elobispo Geraldini en 1521; Santa Clara, alrededor de 1536; San

    9 Sobre la compleja estructura del Patronato Regio, tanto en Indias comoen la misma Europa, vase Enrique D. Dussel, El Episcopado hispanoame-ricano II(Cuernavaca, 1969), pp. 117-200. Ni qu decir tiene que los domi-nicos confrontaran serias dificultades econmicas durante el siglo XVI,precisamente por su abierta defensa de los derechos del indgena. As loexpres la respuesta de Fr. Alonso Burgals a una R.C. de Carlos I (SantoDomingo, 3 de abril de 1544), repr. Fr. Cipriano de Utrera, Universidadesde Santiago de la Paz y de Santo Toms de Aquino, Santo Domingo, 1932,pp. 164- 167.

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    Francisco en 1544; Las Mercedes, terminada en 1555 y SantaBrbara, terminada en 1576.

    Naturalmente, no todas estas iglesias se hicieron para elculto pblico. Algunas eran nicamente capillas de un con-vento, como suceda con el templo de los dominicos, el de SanFrancisco, Las Mercedes y Santa Clara, capilla de las monjasclarisas o franciscanas. Y sucedera en el siglo XVIII con Regi-na Angelorum, templo del convento de las dominicas o ramafemenina de los dominicos. En el caso del templo de Santo

    Domingo y, dos siglos despus, el de San Francisco Javier delos Jesuitas, hacan tambin las veces de aula magna de susrespectivas universidades.

    En cuanto a la orientacin de casi todos los templos se si-gui la antigua norma medieval de hacerlos en forma decruz y en que la cabecera del templo o bside, donde est si-tuado el altar mayor, y por tanto la posicin que adoptan losfieles deben dirigirse hacia el Este. Recurdese que la Baslicaromana era la imagen de la Jerusaln celeste. Por si no basta-se, dos de los salmos de David confirmaban el hecho: Dios

    asciende al cielo por el Oriente (Sal. 67, 34) y en presencia detus ngeles canto en tu honor, y me postro hacia su templosanto (Sal. 138, 1-2.).

    La antigua postura de oracin, sin duda asimilada del judas-mo y el islam, era mirando al este, y as lo ratific en un dicho sanAgustn de Hipona: Cuando estamos de pie para orar, nos vol-vemos hacia el oriente, que es de donde sube el Sol. De ah, noslo se deriva la postura del celebrante o lder de la oracin co-mn, es decir, de espaldas a la comunidad y mirando como to-dos al este. Y segn este patrn de construccin y orientacin de

    las iglesias, las nicas de la Ciudad Colonial que no miran al esteson San Miguel y el templo de los jesuitas, que miran al oeste, y elantiguo templo de San Andrs y el convento de Regina Angelo-rum, los dos nicos que miran al mar.

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    La existencia de las iglesias citadas nos plantea cierta duda ynos obliga a hacer algunos cambios en cuanto a la historia de esemomento de la defensa de los derechos humanos, es decir,el sermn de Adviento de Fr. Antonio Montesinos. Si el tem-plo actual y el convento de los frailes dominicos no se co-menz hasta 1514, ciertamente no ocurri ah. Lo ms quepodemos suponer es que pudo ser en una capilla de yaguaque tendran para el culto los recin llegados cuatro domini-cos. Por otro lado, Fr. Bartolom de Las Casas que nos trans-

    miti el hecho, un tanto ampuloso, como andaluz al fin diceal principio de su narracin que la cita de la gente importan-te de la ciudad aquel domingo era en la iglesia mayor. Esetrmino hara pensar que se trata de la Catedral, pero recor-demos que la sede de Santo Domingo, erigida el 8 de agostode 1511, no contaba an con obispo y que el solar de la futu-ra catedral no se bendijo hasta el 26 de marzo de 1514, y elencargado de esa bendicin fue el obispo de La Vega, el pri-mero en llegar a la isla, y que el primer obispo residencial,Alessandro Geraldini, no lleg hasta 1517.

    4. Algunos elementos dispersos sobre elnombramiento del obispo Geraldini

    No s hasta qu punto la historia pasada de este clrigoitaliano no influy o se ignoraba a la hora de su presentacinreal a la sede de Santo Domingo. Aparte de lo que escribi elclaretiano Roberto Tisns Jimnez en 1986, sobre el papel decapelln de los Reyes Catlicos desde 1487 y preceptor de las

    infantas Mara y Catalina, a partir de 1493, sabemos que Ale-sandro Geraldini de Amelia viaj a Inglaterra con la segundacomo su confesor en 1509. Lamentablemente, desempeun triste papel a la hora de dilucidar si el matrimonio con Ar-

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    thur de Wales o Gales, hijo de Enrique VII, haba sido consu-mado y, por tanto, la aragonesa llevaba un heredero en suvientre. Haciendo uso indebido, como opinaban muchos, delsigilo sacramental, el padre Geraldini asegur que s habanconvivido el difunto Arthur y la princesa espaola. Los conse-jeros de la viuda Catalina de Aragn se deshicieron de Geral-dini, que viaj desde la casa en que viva Catalina (DuhamHouse) a orillas del Tmesis, a su patria.10 Sin embargo, comoen 1496 el papa Alejandro VI le haba nombrado obispo de

    Volterra y Monte Corvino, cosa que no durara tanto porque,adems de sus encomiendas polticas, Len X le destinaba en1515 a la sede largamente vacante de Santo Domingo en lacual falleci el 8 de marzo de 1524. Entre tanto, sin haber to-mado posesin real de su nueva sede no lo podra hacer hasta1520 como obispo electo, haba asistido, sobre todo, a la 11Sesin del V Concilio de Letrn (16 de marzo de 1517) y desem-pe varias misiones diplomticas en Francia, Escocia, Es-paa, Rusia y Hungra.11

    5. Un recurso de gobierno contra los Coln:los comisarios jernimos (1516-1519)

    La presencia en la isla de cuatro religiosos jernimos du-rante tres aos (1516-1519), aunque no tuviera un valor direc-tamente misional, sienta las bases de un modelo que va a re-petirse en varias oportunidades en el siglo XVI, e incluso, enlos siglos XIX y XX: el eclesistico forzado a desempear un

    10 Jean Plaidy, Katharine of Aragon. The Tree Wives of Henry VIII, New York:Three Rivers Press, 2005, pp. 66-72.

    11 Cfr. R. M. Tisns, Alejandro Geraldini. Primer obispo residente de SantoDomingo en La Espaola, Santo Domingo: Coleccin Catedral Primada,1987, pp. 169-195.

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    cargo pblico.12 En este primer caso, pensando poner remedioal desorden administrativo de Diego Coln y los abusos de loscolonos, el cardenal regente Francisco Jimnez de Cisneros(1516-1517), organiz un gobierno colegiado, compuesto porFr. Luis de Figueroa (prior), Fr. Alonso de Santo Domingo, Fr.Bernardino de Manzanedo y Fr. Juan de Salvatierra.13

    Dado el absentismo de muchos encomenderos del repartohecho en 1514, se pens reagrupar a los indgenas en sus anti-guos pueblos, bajo el mando de sus caciques, para que as se

    entregaran al cultivo de la tierra.14

    Con la vuelta a un gobiernocivil y el regreso de los Coln al poder, se hace evidente el fraca-so de esa utopa espaolense, segn Moya Pons, que aparen-temente no tena otra base que la fama que tenan los jerni-mos de Castilla de excelentes administradores de predios

    12 Los obispos que desempearan tambin el puesto de presidente de la RealAudiencia fueron Sebastin Ramrez de Fuenleal (1527-1532), y Alonso deFuenmayor (1532-1544). A partir de entonces, slo seran visitadores ad hocde la Real Audiencia, Alonso Lpez de vila (1580-1591), y Fr. Nicols deRamos, O. F. M. (1593-1599). Cfr. Utrera, Episcopologio Dominicopitano,BAGN XVII1:86 (1955), pp. 242-245.

    13 Los cuatro jernimos llegaron a la isla el 20 de diciembre de 1516 y, dosdas despus, tomaban posesin de su cargo, teniendo por colaboradoren lo judicial al juez de residencia Alonso Suazo. Cfr. Utrera,Dilucidacioneshistricas I, Santo Domingo, 1927, p.142. Como estos frailes no tenan elttulo de gobernadores, pero s el carcter de visitadores, se ha optado porllamarles comisarios, simplemente porque tenan la comisin de ejecu-tar y hacer ejecutar lo que se haba ordenado respecto a los indios. Cfr.Carlos Nouel, Historia eclesistica de Santo Domingo I, Roma, 1913, p. 85.Tanto Fr. Luis de Figueroa como Fr. Alonso de Santo Domingo fueronpresentados al obispado de Santo Domingo, pero el primero falleci en1526, antes de viajar a su destino, y el segundo rechaz la oferta. Cfr.Utrera, Episcopologio dominicopolitano, loc. cit., pp. 240-241.

    14 El primer gran reparto, emprendido por Pedro lbez de Ibarra y Rodrigo

    de Alburquerque en 1514, segn disposicin de Fernando II (4 de octubrede 1513), distribuy alrededor de 26,189 indgenas, a favor de 738 enco-menderos, aunque la mayor parte se concentr en manos de 83 propieta-rios. Cfr. Luis Arranz Mrquez, Repartimientos y encomiendas en la IslaEspaola, Santo Domingo, 1991, pp. 529, 592.

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    agrcolas.15 La presencia de los administradores jernimos noafect, hasta donde sabemos, la vida institucional de la fla-mante Iglesia dominicana.

    Durante ese primer medio siglo de historia, gran parte dela labor de la Iglesia descansa en dos grupos religiosos: fran-ciscanos y dominicos que, probablemente, no pasaban en-tonces de sesenta y, seguramente, slo la mitad eran sacer-dotes. Para esos aos haba tambin en la isla unos catorce oquince clrigos seculares, miembros de los cabildos cate-

    dralicios de La Vega o Santo Domingo, que tenan a su cargoalgunas parroquias de las que existan desde 1511, y eran ala vez hacendados e incluso encomenderos.16 El clero pro-piamente dominicano, o al menos nacido en la isla, no apa-recer hasta 1548 y en ese siglo ciertamente en minoracuando reciba el sacerdocio Francisco de Liendo, hijo del ar-quitecto santanderino, Rodrigo de Liendo. El siguiente nativoen recibir las rdenes, setenta y siete aos ms tarde, seraToms Rodrguez de Sosa, el primer ex esclavo en llegar alsacerdocio en 1625.

    Cuando empiezan a llegar al puerto del Ozama los prime-ros esclavos, importados en gran escala de frica por gestinportuguesa, algunos religiosos ampliarn su campo de acciny se dedicarn a la cura pastoral del emigrante africano y susdescendientes, sobre todo en los curatos de la zona rural su-roeste, que se establecieron oficialmente a fines del siglo XVII.

    15 Cfr. F. Moya Pons, La Espaola en el siglo XVI. 1493.1520. 2 ed., Santiago,1973, pp. 207-242; Utrera, Dilucidaciones histricas I, 1927, pp. 133-138.

    16 Para 1610, fecha de convocatoria del II Snodo Diocesano, los sacerdotesseculares de la Arquidicesis eran 32, aunque un buen nmero de losdoce prebendados estaba prcticamente retirado del trabajo pastoral porsu edad y condicin fsica. Cfr. Utrera, Universidades,1932, pp. 193-195.Para aliviar la situacin, la Arquidicesis contaba ya, a fines del siglo XVI,con 46 sacerdotes religiosos (12 mercedarios, 12 franciscanos y 22 domi-nicos), a los que se sumaran un promedio de siete u ocho jesuitas a partirde 1700. Cfr. Utrera,Noticias histricas de Santo Domingo I, 1978, p. 318.

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    A pesar de eso, hay que reconocer que la Iglesia dominicana nose enfrent a la esclavitud como institucin, ni siquiera denun-ci sus vicios de raz ms all de lo que haran los papas casihasta fines del siglo XIX. Los eclesisticos dominicanos de cual-quier rango, incluyendo a religiosos y religiosas, seran tenedo-res de esclavos en mayor o menor cuanta, prcticamente has-ta la desaparicin del sistema a mediados del siglo XIX.17

    Poco a poco las primeras comunidades religiosas se dedi-carn tambin a la enseanza y, sobre todo, a la preparacin

    de los refuerzos pastorales necesarios, como suceder con elestudio general de los dominicos, elevado por el papa PauloIII al rango de Universidad Pontificia en 1538 y, mucho msadelante, con los mercedarios, que trabajaban ya en la isladesde principios del siglo XVI, pero sin someterse a rgimencomunitario hasta 1527. La vida religiosa de la colonia espa-ola se diversifica entre 1552 y 1561 con la llegada de dos co-munidades religiosas femeninas (clarisas y dominicas) y, unsiglo ms tarde, de los jesuitas (1658), que se dedicarn a lapredicacin y la pastoral directa, ms tarde a la formacin del

    clero y, por fin, a la educacin de la juventud, primero en elReal Colegio San Francisco Javie y luego en la UniversidadSantiago de la Paz y de Gorjn.18

    17 Sin embargo, se sabe que el rgimen esclavista de la colonia espaola sediferenciaba del que exista en la parte occidental. La sostenida crisis eco-nmica del siglo XVII, y la actitud misma asumida por los esclavos a favorde sus amos, alteraron las notas que definieron al sistema, al menos, apartir del siglo XVIII.

    18 Sobre la historia y vicisitudes de ambas instituciones, vase: Utrera, Uni-versidades, 1932, pp. 215-388; A. Valle Llano, La Compaa de Jess enSanto Domingo durante el perodo hispnico, C. Trujillo, 1950, pp. 119-218; J. L. Sez, Universidad Real y Pontificia de Santiago de la Paz y deGorjn en la Isla Espaola (1747-1767), en Jos del Rey (ed.), La pedago-

    ga jesutica en Venezuela. (1628-1767) I, San Cristbal del Tchira, 1991,pp. 175-224.

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    6. Un clero escaso y formado al margende un seminario

    Aunque el primer seminario dominicano se abri el 1 defebrero de 1603, como fruto obligado y tardo de las disposi-ciones del Concilio de Trento (canon 18 del 15 de julio de1563), su existencia no fue lo estable que se esperaba, y poreso fue fundado o refundado dos veces hasta el nacimiento

    de la Repblica y, aun entonces, se volvi a fundar otras dosveces: durante la anexin a Espaa y durante el gobierno deFernando A. de Merio.

    Eso supone que el clero dominicano, que lleg a ser mayo-ra en el siglo XIX, se form hasta finales del siglo XVIII en lasaulas universitarias de dominicos o jesuitas o gracias a la ayu-da del cannigo magistral o maestrescuela del cabildo de laCatedral, que desempeara, en ms de una oportunidad, susfunciones de tutor. En varias oportunidades, los candidatos ardenes vivan en calidad de familiares en el Palacio Arzo-

    bispal y, all mismo, reciban clases de Teologa de los canni-gos o, incluso, de algunos sacerdotes que se consagraron acubrir esa deficiencia. En ese campo, fueron meritorios en elsiglo XIX el portorriqueo Fr. Jos Antonio de Bonilla, en San-ta Brbara; el caraqueo Jos M Sigarn, en Santa Clara y,por supuesto, el limeo Gaspar Hernndez, en Regina y la Ca-tedral.

    Un problema serio, sobre todo en el siglo XVII, fue la re-duccin del personal religioso disponible. Explicando el fe-nmeno, Amrico Lugo deca que, probablemente a causa

    de la falta de indios, las rdenes misioneras o se redujerona la vida conventual o pasaron al Continente, donde no po-cos derramaron su sangre o perdieron la vida en el cumpli-miento de su misin como sal de la tierra y como luz del

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    mundo.19 En realidad, una explicacin ms realista y librede romanticismo, sera la que enmarcase la crisis de la activi-dad eclesial en la escasez general de recursos materiales deldenominado siglo de la miseria (1600-1700), aunque ya en1580 haba comenzado el descenso en la produccin de az-car y, como lgica consecuencia, la devaluacin monetaria.20

    La dependencia de todas las instituciones coloniales de unsubsidio estatal adicional, el codiciado e inseguro situadode las vacantes de Mxico, trajo como secuela casi inevita-

    ble la relajacin de las costumbres y de la disciplina regular yque la Iglesia no pudiese atender debidamente las institucio-nes de misericordia, incluyendo los hospitales.21 Por la mismarazn, no debe resultar extrao que en ese mismo siglo apa-rezca el negocio de la usura entre algunos eclesisticos, sinque falte el prestamista que cree lavar su conciencia erigin-dose en indiscutible patrn de un convento de religiosas.22

    19 Amrico Lugo, Historia de Santo Domingo: Edad Media de la isla La Espa-ola, C. Trujillo, 1952, p. 364. No deja de ser curioso que los religiosos

    viajasen con relativa facilidad en esa poca, cuando se considera que envarias ocasiones la corona prohibi su traslado de la isla al Continente.

    20 Sobre los elementos y agentes de esta crisis, vase ante todo Frank PeaPrez, Cien aos de miseria en Santo Domingo, 1600-1700. Santo Domin-go, 1985, pp. 223-240.

    21 Ese situado o subsidio adicional, fuera del presupuesto estatal, fue orde-nado por Felipe III a la Real Hacienda de Mxico (2 de abril de 1608), enaquel caso para el pago de sueldos atrasados de los soldados de puesto enla isla. Sin embargo, el dficit presupuestario de la colonia se acercaba alos 5,000.000 de maravedes (unos 18,382 pesos) slo en la partida desueldos de empleados pblicos. Cfr. J. Marino Inchustegui, Reales cdu-las y correspondencia de gobernadores III, Madrid, 1958, pp. 874-875; F.Pea Prez, op. cit., p. 231. Aunque los historiadores se refieren siempre alsituado de Mxico, a principios del siglo XIX, el subsidio provena direc-

    tamente de La Habana.22 Se trata del usurero ms rico de la colonia, el contador, regidor y empre-

    sario lvaro Caballero Bazn (c. 1507-1571), fundador y protector delconvento de clarisas, a quien sucedera en esos menesteres su biznieto, elcapitn Rodrigo Pimentel (1683). Cfr. F. Pea Prez, op. cit., pp. 287-312.

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    Un elemento de cierta importancia para definir la actitudde la Iglesia colonial en estos dos primeros siglos, es la cele-bracin de siete snodos diocesanos y un nico Concilio Pro-vincial entre 1539 y 1685. A travs de los documentos comple-tos de cuatro de ellos, podemos seguir la trayectoria de losproblemas que enfrent la Iglesia dentro y fuera de su organi-zacin, la definicin de sus objetivos histricos y la estrategiaque adoptara para resolver los primeros.23 No cabe duda queel Primer Concilio de la provincia de Santo Domingo, que abar-

    caba las dicesis sufragneas de Cuba, Puerto Rico, Venezue-la y Jamaica, fue el ms importante de los celebrados en elsiglo XVII, por la claridad de sus enunciados y el realismo de suactitud frente a las dos esclavitudes de la colonia: el indio abo-rigen y el negro importado de frica.24

    Ni qu decir tiene que la esclavitud como sistema abarc atodos los niveles de la Iglesia, desde el obispo o el cannigohacendado, hasta los conventos de religiosas o las institucio-nes de enseanza superior en manos de religiosos dominicoso jesuitas. Con una aclaracin, y para no hacer las acostumbra-

    das extrapolaciones: la esclavitud en Santo Domingo no tuvolos tintes que se le han dado a otras colonias del mismo Caribe.

    23 El I Snodo Diocesano se haba celebrado en 1539, y el II en 1576, pero deambos slo tenemos referencias. Sin embargo, se conserva buena partede los documentos de los celebrados en el siglo XVII, sobre todo el IIISnodo (1610), el Primer Concilio Provincial (1622-1623), el IV Snodo (1683)

    y el V (1685). No obstante, los historiadores han encontrado siempre difi-cultades en numerar correctamente estos seis snodos del siglo XVII, so-bre todo a partir del I Concilio Provincial (1622), a no ser que la fecha dealgunos sea incorrecta, y se trate nicamente de tres snodos y el ConcilioProvincial. Cfr. Utrera, Los snodos del Arzobispado de Santo Domingoen Antonio Camilo G., op. cit., pp. 151- 169.

    24 Vanse los documentos completos en Fr. Cesreo de Armellada, O.F. M.Cap. (ed.), Actas del Concilio Provincial de Santo Domingo. 1622-1623,Caracas, 1970, y documentacin adicional en Odilio G. Parente, O, F. M. Elconcilio dominicano. Aportacin venezolana, Madrid, 1972.

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    Debemos reconocer que el sistema econmico esclavista, contodas sus deficiencias, estando dotados los centros de ensean-za de grandes haciendas, era el nico que en ese momento ga-rantizaba una enseanza universitaria de calidad y prcticamentegratuita. La nica entrada fija de esos centros era por conceptode pensin a los pupilos o residentes extranjeros, y la que seestipulaba por derechos de exmenes y titulacin.

    7. El cierre de la era colonial espaola en Santo DomingoCuando la soberana de la isla cambia de dueo, por decirlo

    as, y se cierra por primera vez el perodo colonial espaol, go-bernaba la Iglesia el quinto de los obispos dominicos, Fr. Fer-nando Domingo Portillo y Snchez de Torres el primero habasido Fr. Agustn Dvila Padilla, fallecido en 1604 y si bien habasido un hombre decidido en otros asuntos, aunque sea un pocofuerte decirlo, parecera que en l prim el sbdito de los Bor-bones ms que el pastor o el hombre de Dios.

    Haba llegado a la sede dominicana en 1789, al dimitir Isido-ro Rodrguez Lorenzo, y entre sus logros como pastor estn lacreacin formal del Archivo Parroquial de la Catedral de SantoDomingo (14 de diciembre de 1791), la apertura del Colegio-Seminario de San Fernando (21 de diciembre de 1792), y porsupuesto, la declaracin de libertad a favor de todo esclavo delOeste que cruzase la frontera entre las dos colonias. Hizo visitapastoral a las parroquias del Sur a partir del 15 de febrero de1794, y quiso que Carlos IV extendiera su jurisdiccin en el Oes-te a las poblaciones reconquistadas a partir de agosto de 1792

    para poder nombrar prrocos en ellas. Sin embargo, sus erro-res principales fueron la especie de purga de cualquier elemen-to que se le antojaba adepto a la revolucin francesa, sobretodo los curas franceses sospechosos de haber jurado la Cons-

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    titucion Civil del Clero, el envo a La Habana de los supuestosrestos de Coln (20 diciembre 1795), y menos mal que se equi-voc, y como adelant antes, su alocado afn de que religio-sos y religiosas evacuasen la colonia antes de que se hiciesencargo del gobierno las autoridades francesas.25 Menos mal queya no le toc ver al obispo constitucional Guillaume Mauviel, niel que hubiese dos prrocos en la Catedral, uno francs y otrode habla castellana, ni los diez aos de sede vacante, que secerraron con la llegada de Pedro Valera, el primer dominicano

    en ocupar su propia sede (1811-1833).

    8. Resumen a grandes rasgos de dos siglosde historia eclesistica

    En estas notas finales me interesa, ante todo, enumerar loselementos que distinguen o representan a la Iglesia dominicanaen estos dos siglos de historia colonial. Y stos son los ele-mentos que leo yo en esa historia:

    1. La Iglesia dominicana, aunque no sea ste el ttulo msadecuado en esta primera etapa, naci sometida a un sis-tema poltico definido, la monarqua. Aunque surge en losaos de la llamada unidad nacional, el paso de la Casade Austria a la Casa de Borbn en tiempo de Felipe V, alcomenzar el siglo XVIII, no supuso al parecer un cambioinmediato de poltica. El cambio s sera notorio con la lle-gada de Carlos III y su equipo napolitano en 1759, y noslo por el plan de enseanza estatal vs. enseanza en

    manos de instituciones religiosas.

    25 Cfr. J. L. Sez, Marco poltico-religioso del episcopado de Fr. FernandoPortillo y Torres, O.P., en Clo LXVIII:162, enero-junio 2000, pp. 3-26.

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    2. A pesar de esa dependencia, no pudo abstraerse de la ines-tabilidad econnica que sufri la colonia durante casi todoel siglo XVII. Y como el mismo subsidio adicional o situa-do de Mxico tena sus riesgos e inseguridad, adems delas personas de prestancia social, tambin las autorida-des eclesisticas se vieron obligadas a buscar otra salidaen el agiotismo o la usura. La pobreza prolongada, lo mis-mo que a toda la vida colonial y a la cultura, marcara a laIglesia ms de lo que podemos suponer a esta distancia.

    3. En cuanto a la norma moral que permanecera siglos des-pus, me parece que la predicada por la Iglesia, importadasin duda, tena un ingrediente demasiado importante en esossiglos de consolidacin del genio dominicano o del genioespaol criollo: la intolerancia. Fiel a su carcter de repre-sentante de la Iglesia oficial, la Iglesia se mostr ya entoncesintolerante, y eso que no haban aparecido propiamente ene-migos ni grupos que retaran su papel de rbitro moral. Eneste caso, no me atrevo a asegurar que la Iglesia era la nicaintolerante o eso era un modelo de comportamiento apren-

    dido de la monarqua y, ciertamente, reforzado por ella. Laexperiencia nos ensea, sin embargo, que ambas institucio-nes tardaran ms o menos, pero acabaran aplatanndo-se, y de una moral impositiva se pas a una moral de pre-sin y, a fin de cuentas, a una moral acomodaticia.

    4. En cuanto a los que gobernaron la Iglesia dominicana des-de el 12 de febrero de 1546, sabemos que de los treinta ycinco arzobispos nombrados, slo once fallecieron en estasede (cuatro sacerdotes diocesanos, dos franciscanos, dosdominicos, un agustino, un benedictino y un trinitario). Y

    si contamos los nombrados por el rey, pero que no acep-taron, y los que nunca llegaron a su sede por una u otrarazn, nos encontraremos con que, desde la misma fe-cha, se cuentan trece arzobispos de Santo Domingo frus-

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    trados, de los que slo cuatro eran religiosos. Por supues-to, aunque no exista esa norma de dicesis de inicio,propia de las nunciaturas modernas, nueve arzobisposfueron promovidos a otra dicesis del continente ameri-cano, e incluso, tres fueron enviados a Santo Domingo unavez concludo su gobierno en otra dicesis latinoamerica-na, como Comayagua, Chiapas o San Juan de Puerto Rico.

    5. A pesar de todo este panorama, un tanto adverso, entrelos logros positivos de esta Iglesia estn, sin duda, la en-

    seanza superior con los dos centros universitarios rea-les y pontificios de los siglos XVI y XVIII (Santo Toms deAquino y Santiago de la Paz), las obras de beneficencia oasistencia social y la organizacin del registro de su po-blacin. Adems, a pesar de la inestabilidad propia de lapobreza, las invasiones y la reduccin de la poblacin, laIglesia pudo renovar su personal, con o sin seminario for-mal. En realidad, en el perodo ya citado, entre 1603 y 1796,el Seminario se fund o reorganiz tres veces.26

    6. A la hora de cambiar de soberana, a finales del siglo XVIII,

    el pas tena ya veintiocho parroquias y un total de treinta y dos sacerdotes encargados de ellas, aunque cinco destos tenan que atender dos feligresas, al menos tempo-ralmente. Al desaparecer algunas comunidades religio-sas masculinas f