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Lamarmora, Guido Gabriel Registro N°: 858.870 Tutor: Astarita, Rolando Bolivia: la Reforma Agraria de 1953. Luces y Sombras. Seminario de integración y aplicación Licenciatura en Economía

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Lamarmora, Guido Gabriel

Registro N°: 858.870

Tutor: Astarita, Rolando

Bolivia: la Reforma Agraria de 1953. Luces y Sombras.

Seminario de integración y aplicación Licenciatura en Economía

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Bolivia: la Reforma Agraria de 1953. Luces y Sombras. Lamarmora, Guido Gabriel

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Índice: 1. Introducción....................................................................................................................................... 2

2. Causas y Contexto histórico .............................................................................................................. 4

2.1. Caracterización económica y social del agro boliviano........................................................... 4

2.2. Repaso histórico del proceso de revolución............................................................................. 6

2.3. Objetivos de la reforma............................................................................................................ 9

3. Las reformas agrarias según la teoría económica marxista ...............................................................11

3.1. La visión de Marx ....................................................................................................................11

3.2. El Desarrollo posterior de Chayanov .......................................................................................13

4. Consecuencias de la implementación ................................................................................................15

4.1. Reparto de tierras .....................................................................................................................15

4.1.1. Tenencia de la tierra antes de la Reforma.........................................................................15

4.1.2. Distribución de la tierra ....................................................................................................16

4.2. Producción, exportaciones y productividad .............................................................................19

4.2.1. Producción y tecnificación................................................................................................19

4.2.2. Exportaciones....................................................................................................................22

4.2.3. Productividad ...................................................................................................................23

4.3. Distribución del ingreso ...........................................................................................................24

5. Aspectos positivos y negativos que dejó la reforma..........................................................................27

5.1. Aspectos positivos....................................................................................................................27

5.2. Aspectos negativos...................................................................................................................28

6. Conclusiones......................................................................................................................................32

7. Bibliografía........................................................................................................................................35

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1. Introducción

La tenencia de la tierra es un tema controversial y complejo, pero a la vez muy estudiado y debatido a lo largo de años. Los fisiócratas, por ejemplo, planteaban que la tierra era la fuente original de toda riqueza. Luego, los pensadores clásicos explicaron la existencia de un problema agrario en las sociedades capitalistas, al percibir que la concentración de la propiedad de la tierra originaria del feudalismo se había transformado en obstáculo al desarrollo de las fuerzas productivas en el campo y en la industria. Para ellos la tierra, su manejo y distribución, incidía en el crecimiento de un país como también en el nivel de vida de las personas. En casos donde existía una gran concentración de propiedades agrarias en pocas manos, la tenencia de la tierra planteaba problemas de desigualdad.

Como solución a los problemas de concentración de propiedades, surgieron procesos de distribución de tierras, algunos de ellos llamados “reformas agrarias”. El concepto de reforma agraria es un tema polémico e intrigante. Se pueden entender de distintas formas según el enfoque social, económico, político que se le quiera dar. Su significado más estrecho y tradicional se limita a la distribución de la tierra. Pero con una visión más amplia se pueden incluir otras connotaciones, dado que esta mutación de estructura agraria a otra implica todo un proceso de cambio o de ruptura de las formas de tenencia de la tierra y de los regímenes de trabajo existentes; el traspaso de poder de una clase a otra; un nuevo camino de crecimiento; o un momento de inflexión histórica. A pesar de la complejidad inherente al tema, el núcleo del problema de la reforma es relativamente sencillo. Todas estas posibles definiciones, siempre rondan en base al problema central de la reforma agraria: el sistema de propiedad.

A pesar de que las reformas agrarias son un tema muy olvidado en la actualidad, es necesario retomar su estudio. Un caso ejemplificador y paradigmático de la distribución de tierras fueron los “farmer” de EEUU: allí se implantó una ley de colonización del oeste, que estableció un tamaño de propiedad máxima de 100 hectáreas por familia, siendo un intento de reforma agraria en contraposición al régimen latifundista del Sur. Asimismo, hubo reformas en países como España (1932), Italia (1951), Japón (1948) o también dentro del sistema socialista, donde los casos más ejemplares fueron la de China (1949) y la de Corea del Norte (1956). En los países mencionados, estos procesos llevaron a un crecimiento de la producción y exportaciones, ampliación del mercado interno, y un mejor nivel de vida de la sociedad rural; embarcándose en senderos desarrollistas. Es que reforma agraria y progreso económico se pueden tornar idénticos porque ambos implican una importante transformación en la distribución del ingreso. Las grandes diferencias en la condición social y en el ingreso representan un obstáculo al desarrollo económico, cuya expresión en el campo se manifiesta en la concentración de la tierra. Además de que una de las peores características de esta es la concentración de poder resultante.

Ahora bien, los procesos de reforma agraria tienen una gran relevancia al estudiar la tenencia de la tierra en los países subdesarrollados (dependientes de los recursos naturales para su subsistencia), y no tanto en los países ya desarrollados, porque en estos últimos estos procesos se pueden lograr mediante nuevos métodos impositivos, subsidios a ciertas actividades, control de los precios, la nacionalización de industrias agropecuarias importantes, o a medidas de redistribución del ingreso. Pero en la mayoría de los demás países, el agro es el origen principal de la riqueza y la propiedad de la tierra es la base para la distribución del ingreso. En estos países surge la necesidad de modificar el régimen de tenencia para lograr una mejora en los ingresos y niveles de vida de la sociedad. La estructura del sistema de tenencia agraria existente no corresponde ni a las ambiciones de la población rural ni a los requisitos de un rápido progreso tecnológico. Esta situación se traduce en las manifestaciones generalizadas del campesinado, la pobreza, las condiciones de salubridad e higiene, el analfabetismo, las malas condiciones de vida. Probando que, en América Latina, la cuestión agraria se ha convertido en un tema a resolver.

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En Latinoamérica hubo varios procesos de reforma, resultantes de los sistemas de concentración colonial, que venían desde la etapa hispánica, donde las tierras se distribuyeron en pocas manos. A pesar de haber pasado años desde entonces, en varios países subsistía la concentración indiscriminada de la tierra, bajo la forma de latifundios (grandes propiedades agropecuarias). Esto condujo a la necesidad de plantear el análisis de la distribución de la tierra en la región como uno de los principales problemas que se deben resolver en pos de introducirse en un camino de desarrollo integral, tanto económico como social. Así, distintos procesos se enmarcaron en movimientos revolucionarios con fuerte participación campesina o desde los gobiernos de turno intentando resolver los males endémicos en medio de una coyuntura política favorable.

Uno de los casos latinoamericanos más complejos, variados e interesantes de reforma fue la que ocurrió en Bolivia en 1953. La cual se dio gracias a una “revolución” donde la masa campesina tuvo un rol protagónico, en una época de mucha pobreza, precariedad laboral y gran concentración de la tierra que databa desde la colonia. El caso boliviano resulta atractivo para extraer conclusiones que puedan ser extrapoladas a otras experiencias latinoamericanas, dado que en todas ellas la tenencia de la tierra es un tema que ha sido y es de vital importancia. Además de contar con un elevado número de población campesina, y gran parte de ella en situación de pobreza. Las conclusiones con respecto a la reforma en este país servirán para entender mejor el problema agrario en el continente y mostrarán los obstáculos que se deben enfrentar al introducirse en un proceso como este.

El reparto igualitario de las propiedades, en un país como este, adquiere una importancia notable. Proclamando el principio de que “la tierra es de quien la trabaja”, la reforma agraria marco un cambio, fue un punto de inflexión en su historia, una profunda transformación del sistema de tenencia que afectó los procesos productivos, al campesinado y a las estructuras.

Como surgiría en cualquier estudio de resultados de la reforma agraria de un país, el análisis del caso boliviano plantea, para empezar, las siguientes dudas: ¿La reforma enmarcó al país en un sendero de desarrollo técnico-productivo? ¿Generó un crecimiento del mercado interno? ¿Mejoró la eficiencia agraria? ¿Logró obtener mayores exportaciones? En fin, cabe preguntarse si este gran cambio ayudó o no al crecimiento económico y social tanto del campesinado como del país. Resulta entonces importante averiguar sus características, saber cómo y hasta qué punto esta transformación, si es que realmente lo fue, de la estructura agraria ha impulsado el desarrollo agrícola.

El presente trabajo se plantea analizar la reforma agraria de 1953 ocurrida en Bolivia. Aunque en el país hubo intentos de avances y retrocesos en cuanto a solucionar el problema agrario, ninguna medida llego a causar tanto impacto como esta. La reforma demostró el caudal de poder del campesinado como movimiento social y devastó el régimen de tenencia imperante hasta ese entonces. Luego de ese año, la estructura agraria boliviana cambio rotundamente. Cabe analizar si este cambio fue sustancial o si no. O si fomentó un desarrollo capitalista o un mero “sistema económico de subsistencia” y en qué zonas del territorio. Para indagar sobre todos estos fundamentos, se buscará responder las cuestiones mencionadas, evaluando el contexto histórico en que se encontraban en el momento de la reforma, como también discutir causas y consecuencias de esta, repasando variables claves; como la cantidad de tierras repartidas (y en cuantas manos), la producción y la productividad. Es preciso dilucidar si fueron verdaderas reformas sociales y económicas en términos de la distribución de la tierra, si la creación de una clase de pequeños y medianos propietarios desplazó a la hegemonía latifundista, es decir, si se llevó a cabo un cambio en pos de mayor igualdad social o si continuaron las condiciones anteriores a la reforma.

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2. Causas y Contexto histórico

Es preciso comenzar planteando las características generales y la situación en la que se encontraba Bolivia en el período previo a la reforma agraria de 1953, para poder comprender los porqués de la reforma, las causas que la impulsaron. Así como también examinar el papel del campesinado, de los terratenientes y el del gobierno en este proceso. Mediante un estudio histórico sobre la imposición de la reforma, se inmiscuirá en el proceso revolucionario y, por último en los objetivos planteados por la reforma.

2.1. Caracterización económica y social del agro boliviano

Bolivia fue y es un país rico en historia. Con grandes culturas antiguas en su territorio, conquistada en 1535 por los españoles a cargo de Francisco Pizarro e independizada por Simón Bolívar (por el cual se debe el nombre del país) en 1825. También su riqueza radica en la abundancia de recursos naturales mineros y agropecuarios. Está situada en el centro de América del Sur (sin salida al mar), limitando con Brasil, Paraguay, Argentina, Chile. Posee una extensión territorial de más de un millón de kilómetros cuadrados. El territorio boliviano se divide en tres zonas geográficas predominantes:

• El altiplano abarca un 25% del territorio nacional con temperaturas que son las más bajas del país, y consta de un 54,5% de la fuerza de trabajo boliviana. La meseta altiplánica se encuentra a una altura promedio de 3.555 m.s.n.m. En la actualidad, los habitantes trabajan en pequeñas propiedades de baja productividad con suelos agotados por la explotación intensiva, con técnicas deficientes de producción y conservación. Además, la baja fertilidad esta agravada por el alto grado de erosión de la tierra. El cultivo está orientado a la subsistencia, por lo que los métodos de producción son altamente primitivos. El agricultor del altiplano vende menos del 30% de lo que produce.

• La zona de los valles de clima templado cálido abarca un 16% del territorio, con un 33,3% de la fuerza de trabajo boliviana. Esta área se encuentra en el centro del país con alturas entre 1.000 a 3.000 m.s.n.m. Al tener clima más favorable y con mejor calidad del suelo, poseen una productividad mucho más alta que el altiplano. En la actualidad, el obstáculo principal para el desarrollo de esta región es la falta de acceso al mercado. Conllevando bajos niveles de producción, dado que hay pocos caminos y hasta algunos son inaccesibles. Los agricultores de esta zona no tienen incentivos a ampliar la producción hacia aquella que, en potencia, se podría alcanzar.

• Los llanos orientales, de clima cálido tropical que cubren el 64% del territorio nacional, cuentan con sólo el 12,2% de la fuerza de trabajo del país. En estas zonas de menos de 500 metros de altura sobre el nivel del mar, el enlace con los mercados estimula la agricultura comercial. Además de ofrecer enormes posibilidades de expansión agropecuaria (Ferragut, 1963; Banco Mundial, 1984, Urioste, 1987).

Bolivia, antes de la reforma, se identificaba por ser una sociedad eminentemente rural, a pesar de que la agricultura desempeñaba un rol secundario en la economía con relación a la dinámica exportadora del sector minero (Henáiz y Pacheco, 2000). Pero la propiedad de la tierra en el espacio agrario estaba concentrada en pocas manos. Varios autores (Jemio-Ergueta, 1973; Henáiz y Pacheco, 2000; Vivanco, 1954; Flores, 1953) caracterizan al régimen campesino boliviano antes de la Reforma Agraria de 1953 como altamente concentrado ya que solo el 4,5 % de los propietarios rurales, detentaban el 70 % de las tierras cultivables. Según García (1964) la tierra era un factor de

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poder y de rango social (proyectando la hegemonía de las clases latifundistas), más que un factor productivo.

La economía agraria boliviana se desarrollaba con dos grandes tendencias: la del altiplano, doblegada a los grandes latifundios terratenientes, y la del oriente sometido a la evolución de la economía de mercado (Antezana, 1969). La mayoría de la población boliviana estaba dedicada al cultivo para la subsistencia y además constituía una mano de obra temporaria para las grandes explotaciones rurales (De la Mata, 2009). Más de dos terceras partes de los productores agropecuarios tenían como principal actividad rural el pastoreo y la práctica de cultivos de subsistencia (sobre todo en el altiplano). Además, Kay (1982) estima que más de la mitad de las tierras cultivadas de las haciendas era trabajada por los arrendatarios para su propia subsistencia. Los mismo apenas obtenían lo necesario para sobrevivir y su participación en el mercado era limitada. En síntesis, el principal objetivo que perseguían era el de llegar a un nivel de producción que garantizara su subsistencia. Asimismo, no disponían de recursos para realizar inversiones que podrían influir en su producción (Banco Mundial, 1984; Urioste, 2004).

Conjuntamente, varios autores (Clark ,1974; Kay, 1982; Henáiz y Pacheco, 2000; García, 1964; De la Mata, 2009) afirman que el modelo de tenencia en las grandes extensiones de tierra, anterior a la reforma agraria, se basaba predominantemente en un “sistema de la hacienda o colonato” que respondía a la mayor parte de la tierra cultivada y empleaba dos terceras partes de los trabajadores rurales. Los terratenientes alquilaban su propiedad a los campesinos y estos le pagan una renta. El terrateniente otorgaba pequeñas porciones (fraccionadas en parcelas y localizados en los cinturones marginales de la hacienda) para trabajar la tierra a los campesinos (colonos); cada una de esas familias estaba obligada a proporcionar a los latifundistas (sin compensación), una determinada cantidad de trabajo diario el cual dependía de la cantidad de tierra recibida por el colono. Estos, simultáneamente, tenían que usar sus propias herramientas y animales para trabajar las tierras del propietario y estaban obligados a proporcionar servicios de trabajo adicional para tareas tales como cosechar y transportar los productos del propietario al mercado. Las familias de los colonos también estaban obligadas a prestar servicios personales y domésticos (gratuitos) al terrateniente. Entonces, los campesinos explotaban una tierra que no era de su propiedad a cambio de entregar al propietario una porción de la cosecha, prestaciones laborales o dinero.

“Todos estos servicios no eran remunerados, a no ser por la remuneración obtenida por la oportunidad de usar la parcela de tierra que se recibía a cambio de esos servicios. Este sistema agrícola minimizaba las inversiones del terrateniente, pero maximizaba el flujo de ingresos, tanto en efectivo como en especie.” (Clark, 1974:168).

No mediaba bajo esta organización, entonces, el salario en la relación terrateniente-trabajador. Asimismo, el grado de proletarización del campesino era bajo. “Más allá de la existencia de trabajadores asalariados, la mayoría de la fuerza de trabajo en el campo expresaba la supervivencia de diferentes formas de dependencia personal.” (De la Mata, 2009: 111). El campesino, desde un punto de vista un tanto extremista, era casi un esclavo.

Además, García (1964) y Kay (1982) planteaban que en la estructura de la tenencia de tierra no había intentos de desarrollo tecnológico ni de inversiones y una concentración hegemónica de su propiedad; mostrando una ordenación agraria señorial y latifundista, donde aparecían además de la hacienda en muy poca proporción la comunidad indígena y algunos minifundios. Jemio-Ergueta (1973) y Carroll (1961) plantean que existía un elevado ausentismo del patrón, salvo en la época de cosecha donde se presentaba para controlar la producción. A la vez, la hacienda tenía como característica la baja inversión de capital y trabajo por unidad de superficie; además del empleo de métodos anticuados de cultivo, parecidos a los de la época colonial. El status que proporcionaba la tenencia de la tierra, sumado a la carencia de sentido empresarial por parte de estos propietarios contaban, significaba una total exclusión de las posibilidades de existencia de un mercado de tierras. La persistencia del régimen señorial, entonces, explicaba también el poco desarrollo productivo.

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De esta forma, Kay (1982) y De la Mata (2009) afirman que el sistema de la hacienda se basaba casi exclusivamente en relaciones sociales de producción precapitalistas, para la apropiación del excedente agrícola. Decían al respecto que: “Este atraso en el desarrollo de las relaciones de producción capitalista en el campo quizá se explica por la falta de mercados a gran escala, la limitada fertilidad natural del suelo.” (Kay, 1982: 1285). “Del mismo modo, otro rasgo común era que solo los grandes establecimientos agrícolas establecían relaciones con los mercados. Esto debilitaba la monetización y la mercantilización del espacio agrario, dado que la mayor parte de la población se encontraba fuera del circuito mercantil.” (De la Mata, 2009: 111-112). Es que la producción agraria se mantenía en esquemas de autoconsumo y un limitado crecimiento del mercado interno, lo que influyó para que en las comunidades campesinas de las haciendas predominaran patrones de producción no mercantiles y estuvieran marginalmente integrados a la economía monetaria (Henáiz y Pacheco, 2000).

Estos factores explican el alto nivel de analfabetismo en el país, la mortalidad infantil elevada y el promedio de vida bajo. Esta falta de educación sumada a los requisitos de propiedad eran empleados como elementos que evitaban que la población rural tuviera derecho a voto. “El marginalismo social, económico y político de las poblaciones campesinas, consistía en su segregación y aislamiento de las vías de acceso al mercado, a las corrientes de comunicación nacional y al ejercicio de los derechos políticos y sociales.” (García, 1964: 339).

Por último, podemos mencionar la implicancia de la revolución y la reforma agraria mexicana de 19171. Donde se demostró por primera vez que un país predominantemente agrario “…podía convertirse […] en el amo de su propio destino.” (Flores, 1953: 505). La hazaña de México y el sorprendente desarrollo económico, cultural, político, artístico y social ocurrido luego de su revolución, mostraron a toda Latinoamérica la posibilidad de desarrollo agrario donde el dueño de la tierra pasa a ser el mismo trabajador. Este hecho estaba impactando fuertemente en la consciencia de los campesinos bolivianos.

Recapitulando, la profundidad histórica de la revolución nacional en Bolivia que predispuso la base para la reforma agraria, podría medirse de acuerdo a las características generales que antes se mencionaron: el carácter rural de la sociedad, marginalismo social y político de las poblaciones campesinas, organización colonial de los latifundios, estructura de clases rígida (con una aristocracia terrateniente), y baja mecanización y tecnología. A lo cual García (1964) y Henáiz y Pacheco (2000) agregan: distorsión regional asimétrica de la población, con excesiva presión demográfica en las áreas tradicionalmente ocupadas, y la constitución oligárquica del Estado.

La situación precaria del campo boliviano, con la revolución mexicana como precedente, exigía una reforma integral agraria que obligara al gobierno a efectuar una completa transformación de la tenencia de la tierra.

2.2. Repaso histórico del proceso de revolución

Para evaluar el proceso de cambio llevado a cabo en Bolivia, es necesario hacer un breve recuento histórico para ubicar al mismo en su contexto. Siguiendo a Urioste (2000) el primer intento de reforma agraria fue el de 1825, dispuesto por el libertador Bolívar con los llamados “Documentos de Trujillo” donde se establece la devolución de las tierras comunitarias a las comunidades. Otro hito fue el de 1870, con las llamadas leyes de “Ex-vinculación” de Melgarejo y

1 La reforma agraria mexicana de 1917 tuvo su origen en una revolución popular de gran envergadura y se desarrolló en tiempos de la guerra civil. A lo largo de un extenso período se entregaron a los campesinos más de 100 millones de hectáreas de tierras (equivalentes a la mitad del territorio de México), que comprendieron más de 3 millones de jefes de familia.

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Frías en las cuales se despojaba a las comunidades de su derecho a la propiedad de las tierras. A partir de allí, florece significativamente el latifundio en gran parte del territorio boliviano.

Otro momento a remarcar fue el levantamiento indígena de Zárate Willca en 1899, el cual demanda la reconstitución de las comunidades indígenas, educación intercultural, el fin del cobro de impuestos estatales a los indígenas y cierta autonomía en la administración de los poderes locales en la región andina del país. Kay (1982) y Clark (1974) agregan entre las razones históricas para el ascenso del movimiento campesino: la movilización política del campesinado durante la guerra del Chaco (1932-1935), el gobierno reformista de Villarroel de la década del ´30 y la represión en contra de los campesinos. A su vez, Flores (1953), en concordancia con lo anterior, agrega el efecto de las ideas liberales y reaccionarias en las universidades, y, como ya se explicó, la excesiva concentración del poder económico y político en manos de los propietarios terratenientes.

De esta forma, se llega a la Ley de Reforma Agraria de 19532. La cual fue producto de la presión del campesinado, que ya tenía una larga trayectoria de movilizaciones y luchas por sus derechos sociales. En la época anterior a la reforma en Bolivia había dos grupos antagónicos: los terratenientes y los campesinos, en contra y a favor respectivamente de la destrucción de la propiedad y la abolición de la servidumbre gratuita. Pero entre los terratenientes había quienes planteaban que era necesario empezar a hacer reformas muy moderadas, esta era la posición del sector reformista. Pero que en todo caso, esta transformación debía ser operada con el control del poder político. Buscando que la hacienda feudal del terrateniente se vaya transformando lentamente en explotaciones capitalistas.

En contraposición existía, la posición del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR)3, de tinte político radical. El programa de este partido era controlar todo el poder desde el campesinado y abrir paso a la negación de la propiedad rural, ya sea latifundista o parcelaria; junto con la liquidación de la servidumbre (gratuita) (Antezana, 1969; Clark, 1974). De este modo el MNR postulaba:

“Una revolución agraria donde los hombres y la tierra serían libres y se produciría una forma nueva de reparto de la tierra. Esa limpieza de las tierras seria hecha por los campesinos, para establecer rápidamente formas de producción capitalistas, desarrollar las fuerzas productivas y mejorar la existencia de la masa campesina. Sus tierras serían fraccionadas; la gran propiedad agraria feudal se convertiría en la hacienda de los campesinos ricos.” (Antezana, 1969: 279)

Para diversos autores (Antezana, 1969; De la Mata, 2009; Clark, 1974), el grave error de los terratenientes fue no adaptarse a las medidas del sector reformista. Los cuales no planteaban una revolución agraria de ninguna forma sino que siga el régimen de tenencia, sosteniendo así el estancamiento feudal, sin transformaciones en la propiedad ni en las relaciones de producción, y con ligeras modificaciones en la educación y en la técnica de producción. Sin plantear ningún resultado de fondo, pero tratando de acallar los reclamos de la clase campesina.

Esta situación de facciones enfrentadas desembocó en que:

“En las elecciones generales de 1951, el Movimiento Nacionalista Revolucionario, después de haber realizado una combativa campaña política contra las fuerzas retrógradas que dominaban el país, ganó los comicios, eligiendo, fuera de

2 El decreto-ley nº 3.464 de reforma agraria fue aprobado el 2 de agosto de 1953 por el poder ejecutivo encabezado por el MNR, sin

mediaciones legislativas ni judiciales. En esta se estableció la expropiación de las tierras de terratenientes y redistribución de estas a favor de los campesinos, las formas de ejecución y de control y la nueva estructura agraria.

3 El MNR es un partido político boliviano fundado el 7 de junio de 1942, liderado por Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo.

Se gestó al finalizar la guerra del Chaco, como un movimiento nacionalista con fuerte crítica a la clase gobernante, la oligarquía minera y terrateniente. El MNR forja una alianza entre los sectores obreros y los campesinos. Entre 1952-1964 realizó unas series de reformas políticas (como el sufragio universal), sociales y económicas (reforma agraria y estatalización de las minas de estaño).

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parlamentarios, al Presidente y Vice-presidente de la República: los señores Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo. La voluntad popular expresada en dichos comicios, fue desconocida por el gobernante de entonces Dr. Mamerto Urriolagoitia, quien después de un autogolpe, entregó el Poder a una Junta Militar organizada por el Comandante de las Fuerzas Armadas. Este escamoteo de la voluntad popular, exacerbó el espíritu combativo del pueblo, el que, a los pocos meses, se insurreccionó bajo la dirección del MNR, derrotando a las fuerzas pretorianas del gobierno.” (Jemio-Ergueta, 1973:19).

Entonces, en vez de apagarse el sentido revolucionario, como protesta por el retroceso económico y político, adquirió un nuevo impulso con el autogolpe. De esta forma, se produjo la revolución del 9 de abril de 1952 que puso en el poder al MNR. Rápidamente luego de haber asumido al gobierno y de promulgar la ley de reforma de 1953, se inició el gran movimiento de la reforma agraria. Para esto el MNR promulgó la creación de sindicatos rurales y milicias campesinas con motivo de expropiar las tierras y distribuirlas. De esta modo abolió el sistema de hacienda, efectivizando la reforma bajo la premisa de “la tierra es de quien la trabaja”. Buscando en el occidente del país desestructurar el poder terrateniente impulsando la “modernidad económica”, al expandir la pequeña propiedad campesina; mientras que en el oriente apoyaba a que grandes empresas agrarias tomaran a su cargo las tierras bajas escasamente pobladas (Fornillo, 2011; Antezana, 1969; Vivanco, 1954).

El lema de “la tierra es de quien la trabaja” se constituyó como el punto central del cuestionamiento de las relaciones de producción serviles características de la economía boliviana. A la vez, adquirió una importancia fundamental para el establecimiento de los criterios en la distribución de la tierra. Para los autores Antezana (1969) y Kay (1982), en 1953 los terratenientes perdieron todo el poder político, social y económico. El proceso más drástico de la transformación rural del país se produjo en esos años, cuando la antigua estructura agraria se derrumbó ante el poder de los campesinos. Los terratenientes fueron abandonados por el Estado, y tuvieron que renunciar a las estructuras económicas y de poder que, hasta entonces, detentaban en el campo. Y que ahora fueron ocupadas por los campesinos. Precisamente apareció una nueva estructura de poder, captada por una clase social que hasta ese momento estaba sometida. Por último, se puede agregar que “…la principal demanda social de carácter local, más que el acceso a la tierra, estuvo vinculada a la liquidación del sistema de explotación feudal y servidumbrales, cuya máxima expresión era la hacienda (vinculada al latifundio), lo que le otorgó características particulares a su formulación e implementación.” (Henáiz y Pacheco, 2000: 39).

Las necesidades económicas, la restringida posición social y económica de los campesinos y el régimen de tenencia hicieron que “…el período anterior a la revolución quedó definitivamente señalado por un movimiento político en el sector rural.” (Clark, 1974:169). El cual fue distinguido por muchos conflictos entre campesinos, con apoyo de los mineros, y grupos de terratenientes, por la violencia, por las huelgas y la disminución del ritmo de trabajo de las explotaciones agropecuarias. La acción descontrolada de los terratenientes en el campo, por su política atrasada y de clara tendencia colonialista y feudal, provocó que el mismo “…se convirtiera en una sola llamarada de violencia, saqueos, asesinatos, asaltos, armamentismo, ataque permanente, agitación, sublevaciones de miles y miles de hombres, asalto a tropas militares, etc.” (Antezana, 1969: 284). Por esto la reforma:

“Expresó una larga lucha del campesinado de la región contra las condiciones de explotación que derivaban de una estructura agraria caracterizada por el latifundio. La revolución triunfante de 1952 abrió un espacio propicio para las reivindicaciones campesinas que […] se mantuvieron luego de la caída del régimen revolucionario.” (De la Mata, 2009: 111).

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Resumiendo, la Reforma Agraria de 1953, resultado de una profunda movilización social, produjo una transformación en la estructura rural. Es claramente distinguible que la reforma boliviana atacó de manera primordial al latifundio. “El artículo 12 prohibía el latifundio (podía ser expropiado en toda su extensión) y las formas de tenencias de la tierra como el arrendamiento o equivalentes que expresaban relaciones de explotación feudal.” (De la Mata, 2009: 113). Ferragut (1963) agrega que el concepto de latifundio tomado por la reforma no solo alcanzó a la grandes extensiones de tierra sino también a las extensiones inexplotadas, o explotadas deficientemente, o aquellas donde se basaban en regímenes de servidumbre.

A la vez, con la reforma cambio la estructura de propiedades agrarias. Se instituyeron nuevas formas de propiedad privada sobre la tierra:

• El solar campesino que cumplía la función de residencia rural, caracterizado por su insuficiencia para cubrir las necesidades de subsistencia familiar, ya que no era apta para la explotación agropecuaria.

• La pequeña propiedad destinada al trabajo personal del campesino y su familia, suficiente para satisfacción de sus necesidades. La producción era consignada para el consumo familiar, y los pocos excedentes para la venta en el mercado.

• La propiedad mediana, que sin tener las características de la empresa agropecuaria capitalista se explotaba con trabajadores asalariados y empleando maquinarias o herramientas; de manera que su producción se destine al mercado.

• La propiedad comunitaria, reconociendo a los pueblos indígenas al darle la posesión jurídica de sus territorios. Destinadas a un trabajo cooperativo intra-comunidad de la tierra.

• La empresa agropecuaria, caracterizada por la inversión de capital suplementario en gran escala, trabajo asalariado y modernas técnicas de producción (Jemio-Ergueta, 1973; De la Mata, 2009; Zaldívar, 1990; Ferragut, 1963)

Un aspecto de la ley a destacar, señalado por De la Mata (2009), es que permitió la rápida distribución de las tierras otorgando automáticamente a los campesinos que estaban bajo un régimen de explotación feudal la tierra que trabajaban. Esto aceleró en gran medida la expropiación y adjudicación de las parcelas.

2.3. Objetivos de la reforma

Los verdaderos problemas del campesinado, los cuales pasaron a ser los objetivos principales de la reforma fueron: la abolición de todas las formas de servidumbre gratuita a la que estaban sometidos los campesinos en el régimen de hacienda y la destrucción de toda la antigua forma de tenencia feudal de la tierra, tanto de la gran extensión (latifundio) o la de carácter parcelario (minifundio). Es indudable que la Reforma de 1953 no reconoció el latifundio, pero mantuvo vigente y promovió el minifundio. O sea buscó transformar el sistema feudal de tenencia de la tierra mediante la promoción de reparto más equitativo de la tierra, haciendo el intento por elevar la productividad y el esfuerzo por integrar la población rural a la economía y sociedad nacional (Carroll, 1961; Clark, 1974). Así, el control del campo y la libertad de acción campesina significarían el abatimiento de la propiedad feudal y la libertad de disponer la tierra para los que la trabajasen. De esta forma, la reforma buscaba liberar a población agraria de todo el régimen de servidumbre impuesto por los latifundios señoriales. Inmediatamente después, se implantó la forma de trabajo asalariado en el agro. Es vital considerar que se pasó de una dependencia precapitalista (con formas de dominación feudal) a otra capitalista. Y esto surgió de una revolución campesina,

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pidiendo que se acabaran esas formas de servidumbres. Pero, paradójicamente se inmiscuyeron en otra forma de dependencia (mediada ahora por el salario), acorde al sistema mundial imperante.

En síntesis, y en línea con los estudios de varios autores (Antezana, 1969; Clark, 1974; Henáiz y Pacheco, 2000; Jemio-Ergueta, 1973; Zaldívar, 1990), podemos establecer que los principales objetivos de la reforma fueron:

• Proporcionar parcelas adecuadas para que trabajaran la tierra los campesinos que no las poseían o lo hacían en escasas porciones; expropiando las tierras mal explotadas, las posesiones demasiado extensas (latifundios) y aquellas tierras que no fueran trabajadas personalmente por el propietario.

• Estimular la migración interna de la población rural (excesivamente concentrada, en la zona del altiplano) hacia mejores tierras, con objeto de obtener una racional distribución poblacional y de ordenar económicamente al oriente con el occidente del territorio boliviano.

• Liberar a los trabajadores campesinos de su condición servidumbral, prohibiendo los servicios u obligaciones personales gratuitas. Cambiando el sistema predominante de relaciones de trabajo e instituyendo el régimen de salario como única forma de pago al peón del agro por su labor.

• Restituir a las comunidades indígenas las tierras que les fueron usurpadas y favorecer la modernización de sus cultivos, restaurando todas las posesiones libres originarias de las comunidades

• Estimular la mayor productividad y comercialización de la industria agropecuaria, facilitando la inversión de nuevos capitales, respetando a los agricultores pequeños o medianos, abriendo posibilidades de crédito accesibles a los campesinos y ejecutando un plan de mecanización de las labores agropecuarias, prestando ayuda técnica.

• Obtener una explotación racional e intensiva de la tierra a fin de lograr el autoabastecimiento alimenticio del país. Promover el progreso de la economía de subsistencia hacia una economía de mercado, estimulando la producción y comercialización de los productos agropecuarios.

• Conservar y proteger los recursos naturales del territorio.

Es notorio que la ley no cuantificaba específicamente estos objetivos. Sólo lo hizo al establecer el máximo tamaño legal de las propiedades, que se determinó de acuerdo con ciertas categorías señaladas respectivamente a la localización geográfica y tipo de explotación pero que no podía superar las 50 mil hectáreas en ninguna zona (Clark, 1974). Por otra parte, se priorizó la afectación de las tierras de los latifundios para su dotación a los pequeños productores, definiéndose la entrega de una unidad, de tamaño acorde a la definición de pequeña propiedad; proponiéndose la conformación de una población rural de pequeños productores.

De este modo, la distribución de la tierra fue dirigida a asegurar el acceso de los campesinos a la tierra para estimular la producción; liberar las restricciones a la movilidad de mano de obra; alentar la vinculación de los productores rurales a los mercados de bienes; y promover el uso más eficiente de los factores productivos (Pacheco, 1999). También, Henáiz y Pacheco (2000) explican que se realizaron acciones para modernizar las haciendas agropecuarias existentes, incentivando la conformación de nuevas empresas y promoviendo el asentamiento de pequeños productores.

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3. Las reformas agrarias según la teoría económica marxista

Los objetivos de la reforma claramente apuntaban a atacar al latifundio, no así al minifundio. A pesar de que teóricamente se planteaba como otra forma de tenencia medieval, se terminó impulsando la creación de pequeñas propiedades.

El minifundio es un tema muy poco desarrollado por la literatura económica, por el contrario gran parte de ella se dedica tratar los problemas de la gran propiedad, entendiendo a la concentración de tierra como manifestación de la concentración de dineraria. Esta última resulta nociva para cualquier economía, dado que trae aparejado problemas de distribución, de desigualdad social y económica.

Para muchos autores clásicos la propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y su organización es un tema central a considerar. Para Marx (1872) la tierra se ha convertido en uno de los grandes problemas de cuya solución depende el porvenir de la clase obrera. Por este motivo, resulta necesario al desarrollo de este trabajo analizar los problemas que trae aparejados y evaluar las consecuencias de la organización territorial minifundista que puede ser establecida tras una reforma agraria. A su vez, esto resultara útil para examinar el caso boliviano.

3.1. La visión de Marx

Se puede deducir que Marx está en contra de las reformas agrarias, en cuanto repartos de tierra en forma privada. Él afirma que el cultivo de la tierra en gran escala resulta más ventajoso, desde el punto de vista económico, que la hacienda en terrenos pequeños y fraccionados. Incluso con los métodos capitalistas de producción, que reducen al campesino “al nivel de simple bestia de carga”. Además, los conocimientos científicos y los medios técnicos (como las máquinas, herramientas, etc.) que se disponen en la agricultura sólo pueden emplearse con éxito si se cultiva la tierra en grandes propiedades. Si la tierra está al alcance de cualquiera en condiciones de comprarla, esto llevará al fraccionamiento de los terrenos en pequeñas parcelas cultivadas por personas con escasos recursos, que cuentan más que nada con su trabajo personal y el de sus familias. Decía al respecto:

“Esta forma de propiedad sobre la tierra y el cultivo de terrenos pequeños […] hace, a la vez, que el propio agricultor sea el más decidido enemigo del progreso social y, sobre todo, de la nacionalización de la tierra. Este agricultor se halla aherrojado4 a la tierra, a la que debe consagrar todas sus fuerzas vitales para conseguir un ingreso relativamente pequeño, tiene que entregar la mayor parte de su producto al Estado, en forma de impuestos, a la camarilla judiciaria, en forma de costas judiciales y al usurero, en forma de interés; no sabe absolutamente nada del movimiento social fuera de su limitado campo de acción y, sin embargo, se agarra con celo fanático a su terruño y a su derecho de propiedad puramente nominal sobre el mismo.” (Marx, 1872: 307)

De este modo, asegura que este tipo de estructura agraria lleva al antagonismo fatal con la clase obrera industrial. Porque al cada uno tener su pequeña porción de tierra, su conciencia social se basara solo en esa parte y en las pocas relaciones mercantiles en las que se inmiscuya. Entonces el sentido de explotación obrera, dada por la imposición del capital sobre el trabajo, no alcanzará al pequeño campesino. 4 Aherrojado significa esta esclavizado, encadenado.

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Además, esto no llevaría al desarrollo de las fuerzas productivas, sino al contrario, interrumpiría el progreso. Asimismo, los latifundios se estarían dando y creciendo por el proceso de concentración y centralización del capital, que se reproduce en las estructuras agrarias tecnificadas (Marx, 1873). Entonces, desde esta visión, las grandes explotaciones serían necesarias para el desarrollo de las fuerzas productivas, al contrario que el minifundio. El cual destruye el progreso y el sentido revolucionario de los campesinos.

Toda esta crítica del autor surge para plantear la necesidad de la nacionalización del agro, lo cual, para él, dará un impulso todavía mayor a la producción. Esto se debe a que la disminución de la producción agrícola por abuso de algún individuo será imposible si los cultivos de la tierra se hallan bajo el control de la nación y en beneficio de la misma. Agrega también que las demandas crecientes de la población y el alza de los precios de los productos agrícolas muestran irrefutablemente que la nacionalización de la tierra es una necesidad social. Dice al respecto:

“La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura. Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base económica en la que descansan.” (Marx, 1872: 307-308).

Para esta nacionalización se debían entregar pequeñas parcelas a cada campesino, pero la planificación de la producción, cultivo, etc., quedaría en manos del Estado. De esta forma, el desarrollo económico de la sociedad, el crecimiento y la concentración de la población, que son para el autor las condiciones que impulsan al granjero capitalista a aplicar en la agricultura el trabajo organizado, y a recurrir al empleo de máquinas y otros inventos, “…harán cada día más que la nacionalización de la tierra sea una necesidad social, contra la que resultarán sin efecto todos los razonamientos acerca de los derechos de propiedad.” (Marx, 1872: 306).

Ahora bien, si tomamos el caso boliviano, la reforma de 1953 iría en contra del pensamiento del propio Marx. En vez del reparto de tierra, se tendrían que haber expropiado todas las tierras, y haber dejado la planificación en manos del Estado. El repartir la tierra en muchas manos, haría que el carácter revolucionario del campesinado se apagara. Y esto fue lo que ocurrió. En los campos existía una fuerza campesina imperiosa de una solución revolucionaria, que luego de la reforma se contentó con su pequeña porción de tierra (García, 1964).

Sin embargo, si analizamos el carácter progresista de las fuerzas productivas de la concentración de tierra, como vimos anteriormente, para muchos autores (Clark ,1974; Kay, 1982; Henáiz y Pacheco, 2000; García, 1964; De la Mata, 2009; Urioste; 2004), el latifundio boliviano era una estructura de propiedad que frenaba la producción, la tecnificación e impidió el desarrollo agropecuario. Servía para darle cierto status social a una elite propietaria. A la vez, obligaba a los campesinos a trabajar sin una remuneración monetaria. Pero el verdadero problema para el desarrollo de las fuerzas se debe a los modos de producción semifeudales del agro boliviano: la falta de capitales en las propiedades, con medios de producción precarios, obsoletos, arcaicos; y la dependencia del campesino respecto del terrateniente, como si estuviera en la gleba.

Ahora bien, desde la visión de Marx se puede afirmar que, luego de la revolución del 1952 y de la posterior reforma al otro año, la pequeña propiedad campesina pudo pasar a ser el mayor obstáculo para la construcción de un sentido social que siguiera avanzando con el impulso revolucionario inicial. Los campesinos se contentaron con su porción de tierra y abandonaron su ideal revolucionario, la reforma agraria en palabras de Marx, habría sido tan solo “opio para el pueblo”.

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3.2. El Desarrollo posterior de Chayanov

Al discutir sobre el tema agrario y principalmente sobre los minifundios, resulta necesario plantear la viabilidad de la explotación agrícola desarrollada por Chayanov (1974). Este autor desarrolló un enfoque basado en las unidades domésticas campesinas (minifundios) y describió una serie de características de organización, trabajo, producción y explotación dentro de las pequeñas propiedades. Intentando demostrar que el sistema de reproducción campesina, a pesar de la poca influencia del mercado, determina su desarrollo fuera de las leyes de la economía capitalista. La economía campesina no se basa en una forma capitalista, sino en otra completamente distinta, la de la unidad económica-familiar no asalariada (Plaza, 1979).

Chayanov (1981) empieza planteando que:

“Todos los principios de nuestra teoría —renta, capital, precio y otras categorías— se han formado dentro del marco de una economía basada en el trabajo asalariado que trata de obtener los máximos beneficios (o sea la cantidad máxima de la parte de los ingresos brutos que queda después de deducir los costos materiales de la producción y los salarios). Todos los demás tipos (no capitalistas) de vida económica se consideran insignificantes o en proceso de extinción; por lo menos se piensa que no tienen influencia en las cuestiones básicas de la economía moderna y por lo tanto no presentan interés teórico.” (Chayanov, 1981: 49)

Para él, la diferencia fundamental entre la empresa agraria capitalista y las explotaciones campesinas familiares reside en que las primeras contratan trabajadores con el fin de asegurarse una ganancia; y la otra, por el contrario, no emplean ningún trabajador a sueldo. En la explotación familiar se emplea toda la capacidad de trabajo de todos los integrantes para cultivar la tierra y se recibe como resultado del trabajo cierta cantidad de bienes, la cual pasaría a ser la ganancia (Thorner, 1981). “Este producto del trabajo familiar es la única categoría posible de ingreso para una unidad de trabajo familiar campesino. […] Dado que no hay fenómeno social de salarios, el fenómeno social de beneficio neto también falta.” (Chayanov, 1981: 53). Además para el autor, estas explotaciones están alejadas de los centros comerciales y fabriles, y cada unidad familiar, entonces, trabaja para su subsistencia y no posee un “espíritu capitalista” de maximización de beneficios. Esto lleva a que la economía campesina no impulse un desarrollo capitalista en las unidades familiares. Planteándolo de esta forma, la densidad de población y los métodos de utilización de la tierra se convierten así en factores sociales extremadamente importantes que determinan de modo fundamental el sistema económico. Plaza (1979), resumiendo la obra del autor, afirma que Chayanov intenta demostrar que los conceptos de la economía capitalista que rigen la determinación de la ganancia no se aplican necesariamente a este caso.

Si se analizara la experiencia boliviana, resulta importante destacar que la reforma llevó a que existan más economías campesinas en todo el territorio boliviano. Se observaría que en el minifundio solo hay trabajo familiar; y esto conduciría al estancamiento de la economía, ya que las familias se mantienen allí en una economía de subsistencia (Cantoral Benavides, 2010). Es que la realización del campesino como un productor mercantil supone el alcance de relaciones capitalistas en un sentido general. Esto no sucede en gran parte del país, sino que se encuentran relaciones típicamente capitalistas junto con otras no capitalistas, coexisten productores mercantiles con explotaciones familiares minifundistas.

La reforma modificó las antiguas relaciones económicas de dominación e impuso nuevas relaciones capitalistas, pero parte de la sociedad rural no fue alcanzada por ellas y siguió inmersa en un “sistema de subsistencia”. Dentro de este el campesino produce para sí mismo y la mayoría de las familias se hallan al margen de la economía de mercado y no representan una fuerza productora ni demandante de productos agropecuarios. Esta situación no solo se debe a la falta de tierras, que

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además con frecuencia están agotadas y erosionadas, sino también de otros insumos necesarios para elevar la productividad. Además carecen de servicios básicos como escuelas, caminos y hospitales; que escasean visiblemente en la zonas minifundistas (Carroll, 1961). De esta forma, con el sistema de pequeñas parcelas, con el fomento de los minifundios, se perpetúa el atraso, la pobreza y el pobre desarrollo de las fuerzas productivas.

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4. Consecuencias de la implementación

Luego del desarrollo sobre las causas económicas que llevaron a que se establezca la reforma agraria, del proceso histórico de la revolución que la impulso, del análisis de sus objetivos, y del desarrollo teórico sobre las implicancias del fomento de los minifundios; es preciso evaluar empíricamente en las consecuencias económicas de la reforma. Para esto, resulta necesario analizar la situación de la distribución de la tierra preexistente a la reforma y el posterior reparto de las tierras; recorriendo, a través de distintos periodos, cómo se fue dando la distribución de propiedades y que implicancias tuvo en cuanto a la producción, la productividad y la distribución de la riqueza.

4.1. Reparto de tierras

4.1.1. Tenencia de la tierra antes de la Reforma

Antes de la reforma agraria, la tenencia de la tierra en Bolivia mostraba una gran concentración, es decir, estaba distribuida en muy pocas manos. Según Clark (1974) el censo agropecuario de Bolivia de 1950 reveló un total de más de 82 mil tenencias privadas de tierra. Aproximadamente el 9,6% del total poseían más de 200 ha. y controlaban el 74% de la tierra en producción. Estas grandes propiedades contenían el 62% de la tierra cultivada. Por otro lado, el 61% tenían menos de 5 ha. cada una y controlaban solamente el 1% del área total y el 8% de las tierras cultivadas. Además, en el altiplano el 90% de las posesiones grandes tenían propietarios ausentes, en el sentido de que no trabajaban la tierra ni controlaban la producción. Al contrario, el 50% de las posesiones en las áreas de los valles y de los llanos eran trabajadas por sus propietarios. Jemio-Ergueta (1973) agrega que el 21,92% de las propiedades fueron declaradas como latifundios (afectables en su totalidad en la ley de la reforma), dando lugar a la formación de 80 mil pequeñas propiedades correspondientes a un similar número de familias campesinas que se encontraban asentadas en esos mismos latifundios.

A la vez, como se mencionó anteriormente, varios autores (Jemio-Ergueta, 1973; Henáiz y Pacheco, 2000; Vivanco, 1954; Flores, 1953) afirman que para 1950 solo aproximadamente el 4,5% de la totalidad de los propietarios rurales en el país, poseían el 70% de la propiedad agraria con extensiones de más de 1.000 ha., bajo formas de explotación semifeudal, ya que el trabajo del campesino se utilizaba como forma de alquiler de la tierra. Allí no había un pago en efectivo por el trabajo, sino que el trabajador pagaba el poder labrar la tierra con parte de su producción.

Para los autores indicados, la propiedad rural se había convertido en un obstáculo para el progreso del país debido la concentración agraria, a las viejas técnicas utilizadas en las explotaciones y a las formas de servidumbre en el trabajo. Como consecuencia de la desproporción en la distribución de la propiedad de la tierra y de las formas primitivas de trabajo, se evidenciaban bajos porcentajes de cultivo, con relación al área trabajada, significando una pérdida enorme en la utilización de sus recursos naturales. Por todo esto, dentro de los objetivos de la reforma (antes detallados) se establecieron las transformaciones de la estructura agraria buscando la implementación de un sistema más justo de propiedad tenencia y explotación de la tierra.

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% (en hectáreas) %Menos de 1 24.747 29,06% 10.880 0,03%1 - 3. 18.130 21,29% 31.962 0,10%3 - 5. 8.321 9,77% 31.036 0,09%5 - 10. 8.790 10,32% 59.086 0,18%10 - 20. 5.881 6,91% 76.959 0,24%20 - 35 3.441 4,04% 85.764 0,26%35 - 50 1.391 1,63% 56.651 0,17%50 - 75 1.881 2,21% 107.711 0,33%75 - 100 895 1,05% 75.466 0,23%100 - 200 2.238 2,63% 295.114 0,90%200 - 500 2.494 2,93% 756.073 2,31%500 - 1.000 1.539 1,81% 1.049.332 3,20%1.000 - 2.500 2.139 2,51% 3.290.879 10,05%2.500 - 5.000 1.861 2,19% 5.433.897 16,60%5.000 - 10.000 797 0,94% 5.146.335 15,72%Más de 10.000 615 0,72% 16.233.954 49,58%Fuente: I Censo Agropecuario

Distribución de la tierra en 1950Unidades productivas Superficie abarcadaTamaño (en

hectáreas)

En relación a los datos del censo agropecuario de 1950, se demuestra la gran concentración de hectáreas en pocas propiedades. La superficie total era de 33 millones de hectáreas aproximadamente, repartidas entre más 85 mil unidades productivas. Casi el 50% de la superficie estaba en manos de solo 615 propietarios, un 0,72% del total de unidades. También es evidente la gran diferencia entre las casi 25 mil unidades que ostentan menos de una hectárea, pero que porcentualmente solo abarcan un 0,03% del total de hectáreas. Si se compara el acumulado hasta las 500 ha., este abarca menos del 5% de la superficie. El promedio de estas era de menos de 21 hectáreas por unidad. Sumado a que, para García (1964), la mayoría de estas tierras estaban generalmente erosionadas y afectadas por las malas condiciones climáticas. En cuanto a las mayores a 500 ha., se obtiene el 95% de las hectáreas con un promedio de casi 4,5 mil hectáreas por unidad. Estas últimas ejercían formas dominantes de economía extensiva, colonato, hegemonía señorial, tecnología atrasada y absentismo del “señor feudal” (García, 1964; Ferragut, 1963). Estos datos demuestran, de manera concisa y clara, el problema agrario que existía en Bolivia: la gran desigualdad con respecto a la tenencia de tierra y la existencia de un sistema semifeudal; especialmente según estos autores, en las zonas del altiplano y los valles. En paralelo a la concentración de tierra existía, en el otro polo de la estructura agraria, un fraccionamiento de la tenencia, entendida como minifundio.

4.1.2. Distribución de la tierra

La reforma tuvo un rápido impacto en el reparto de las tierras. Ya para el año 1962, según Jemio-Ergueta (1973), se habían distribuido más de 210 mil propiedades, beneficiando a 126 mil familias con más de 4 millones de hectáreas repartidas. A la vez, para Henáiz y Pacheco (2000), considerando el promedio de 5 personas por familia, la Reforma Agraria ha beneficiado hacia 1970 aproximadamente a un millón de campesinos, o sea más del 30% de la población agraria boliviana.

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(en miles) % (en miles) %Pre-reforma (1950)

Menos de 5 51 60% 74 0% 1,455 - 100 22 26% 462 1% 21,00100 - 1.000 6 7% 2.101 6% 350,17Despues de 1.000 6 7% 30.105 92% 5.017,50

Total 85 100% 32.742 100% 385,00

Post-reforma (1970)Menos de 5 51 14% 74 0% 1,455 - 100 22 6% 462 1% 21,00100 - 1.000 4 1% 1.122 3% 280,50Despues de 1.000 3 1% 21.292 65% 7.097,33Beneficiarios de la reforma 289 78% 9.792 30% 33,88

Total 369 100% 32.742 100% 88,73Fuente: Elaboración propia en base a Banco Mundial (1978)

Unidades productivas Hectáreas Promedio de los tamaños (en hectáreas)

Cambios en la distribución de la tierra

Antes de la reforma, según el cuadro anterior, el 92% de las tierras correspondía solo al 7% de los propietarios, con un promedio de hectáreas que oscilaba en las cinco mil. La reforma logro disminuir el porcentaje de propietarios con más de 1.000 ha., aunque siguió siendo el porcentaje más alto (65%) y, además, aumentó el promedio de las hectáreas, de manera paradójica, a siete mil.

A pesar de esto, se distingue que casi un tercio de las propiedades fueron repartidas. Los beneficiarios de la reforma pasaron a ser los poseedores de mayores unidades productivas, pero no en cuanto a hectáreas. Sino que el reparto fue de pequeñas propiedades, dado que el promedio de cada unidad repartida era de 34 hectáreas. Asimismo, el promedio total de hectáreas disminuyo de 385 a 89, demostrando el avance del fraccionamiento de las propiedades.

En relación a las diferencias en la tenencia de la tierra con respecto al periodo prereforma, por un lado siguen las grandes propiedades y, por otro, el reparto de tierra beneficio a casi un tercio de las unidades productivas, pero las convirtió en minifundios.

0 a 5 214.437 68,17% 1,43% 1,515 al 20 57.828 18,38% 2,28% 8,92

20 a 100 30.125 9,58% 5,35% 40,27100 a más 12.160 3,87% 90,94% 1.700,00

Fuente: Elaboración propia en base a Paz Ballivián (2003) y II Censo Nac. Agropecuario

Promedio de los Tamaños (en hertáreas)

Propiedades agropecuarias por tamaño de las explotaciones en 1984Tamaño (en hectáreas)

Unidades agropecuarias

% del Total

% del total de Superficie abarcada

El reparto de tierras luego de un par de décadas demostró sus deficiencias A pesar del impulso inicial redistributivo, con el paso del tiempo este fue disminuyendo. Si analizamos el censo agropecuario de 1984, se distingue que en aquél año seguía habiendo concentración de tierras, y no

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solo eso, el 90% de las hectáreas correspondían a solamente casi el 4% de las unidades agropecuarias.

Luego de casi 30 años de la reforma, siguiendo los objetivos planteados por la misma, esto no tendría que seguir ocurriendo: los porcentajes de superficie abarcada y los de promedios de hectáreas no deberían parecerse a los datos de 1950.

La aplicación de la reforma agraria se llevó a cabo con mayor intensidad en el altiplano y en los valles. Donde existía gran presión demográfica y concentración de la tierra en pocas manos, prevaleciendo un régimen de servidumbre con baja proporción de tierras aprovechables para la agricultura (Ferragut, 1963). Por su parte, Paz Ballivián (2003) describe el marco actual del sector agrario boliviano resultante de la reforma. Plantea que los campesinos pobres del altiplano y los valles se encuentran en las propiedades de 0 hasta 5 ha., los cuales necesitan complementar su agricultura de subsistencia con trabajos externos. En la mayoría de estas regiones en que la tierra cultivable impedía el empleo de maquinaria, se utilizó sólo el trabajo personal del propietario o sus familiares. Estas propiedades representan el 68,17% de las unidades agropecuaria siendo dueños sólo del 1,43% de la tierra, con un promedio de propiedad de 1,51 ha. En el rango de 5 a 20 ha., se localizan los campesinos del trópico y del área tradicional del altiplano y los valles, con un tamaño de propiedad promedio de 8,92 ha. Representan el 18,38% del total de productores y tienen sólo el 2,28% de la tierra. Estas familias, asimismo, complementan su economía con trabajo externo temporal y tareas artesanales. El problema se agrava dado que “…a la escasez de superficie disponible se suma la falta de capital para desarrollar un uso más intensivo de la tierra…” (Paz Ballivián, 2003: 58). El rango de 20 a 100 ha. comprende a los campesinos más ricos del área tradicional del altiplano, los valles y los llanos. Siendo menos del 10% de los productores totales, disponen del 5,35% de la superficie, con un promedio de propiedad de 40,27 ha. A la vez, estas explotaciones recurren a la compra de fuerza de trabajo adicional a la de su familia, dada la magnitud de sus propiedades. En este grupo también se hallan pequeñas y medianas empresas. Finalmente, en el rango de 100 ha. y más, que involucra a 12.160 unidades productivas, con un promedio de propiedad de 1.700 ha., se encuentran las empresas agrarias del oriente y, en menor magnitud, las del área tradicional del altiplano y valles. La diferencia entre la mediana propiedad y la grande es muy marcada: más de 1.600 ha. de diferencia en promedio. Revelando que las desigualdades siguen vigentes en el agro.

Cantidad de hectáreas % del totalPropiedad comunitaria 12.289.511 21%Solar Campesino 23.866 0%Pequeña Propiedad 4.850.839 8%Mediana Propiedad 16.231.729 28%Empresa Agropecuaria 23.011.055 40%

Sin dato 898.323 2%Fuente: Elaboración propia en base a Fornillo (2011)

Distribución entre 1953 y 1993 por tipo de propiedad

En base a los datos de Fornillo (2011) podemos apreciar que la empresa agropecuaria pasó a convertirse en la mayor poseedora de hectáreas, seguida de la mediana propiedad. Entre estas dos últimas formas de propiedades, se abarca un 68% del total de la tierra distribuida. Esto lleva a preguntar: ¿Cuál fue el beneficio de la reforma para el campesino? A pesar del aumento de las tierras comunitarias; no se vislumbra un notable crecimiento de los tamaños (en hectáreas) en manos de los campesinos de ninguna propiedad, tanto solar, pequeña o mediana. Sino que

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contrariamente al aumento de poseedores, se marcó una mayor diferencia con respecto a las grandes propiedades (empresas agrarias). Sigue vigente tanto el latifundio como el minifundio.

Pero, ¿a qué se debe la vigencia de la concentración de la tierra? Según Kay (1982), muchos terratenientes pudieron conservar sus tierras dado que transformaron su latifundio en una empresa agropecuaria, basada ahora en trabajo asalariado, en lugar del trabajo como forma de pago por el alquiler de la tierra, que se daba antes de la reforma. En este punto, resulta interesante destacar, como lo hace Flores (1953), la diferencia entre la empresa agropecuaria y el latifundio que se planteó en la reforma. Generalmente, se comete un error al calificar de “latifundio” a una explotación de grandes proporciones independientemente de la utilización de los recursos, de la relación entre la aplicación de los factores tierra, capital y trabajo, de los efectos sociales que la unidad agraria tiene en quienes la trabajan o de los efectos económicos que tiene sobre el mercado de trabajo y de productos. Para el autor, si en una gran explotación se hacen inversiones productivas por unidad de tierra y a los trabajadores empleados se les pagan salarios y se les otorga todos los beneficios sociales (por ejemplo: vacaciones, jubilación, seguro médico, etc.) “…no se puede concluir que tal unidad, pese a sus dimensiones, sea un latifundio.” (Flores, 1953: 495). A pesar de que la Reforma Agraria tuvo como propósito la eliminación del latifundio en su integridad y extensión, no se consideró como latifundio la propiedad en la que se había invertido en maquinaria o métodos modernos de cultivo, y/o era trabajada personalmente por su propietario o por sus familiares (Henáiz y Pacheco, 2000). Para Fornillo (2011), para 1993 se habían distribuido apenas un poco más de la mitad de la tierra del país, beneficiando en lo fundamental a propiedades medianas y empresas agropecuarias que obtuvieron el 68,98% de la superficie (más de 40 millones de hectáreas); mientras que la propiedad comunitaria o la pequeña propiedad recibieron juntas el 29,4% (menos de 18 millones de hectáreas), al contrario de los fines redistributivos de la ley de 1953. Según Romero Bonifaz (2005) la distribución de tierras en el oriente a 1992, se concentraba un 88% en empresarios medianos y grandes. De esta manera, la reforma agraria inicial propició una alta concentración de la tierra. Fornillo (2011), además, plantea que existieron ciertas irregularidades y corrupción en el proceso de distribución de tierras (como, por ejemplo, la doble dotación de tierras). Todo estos problemas configuraron una estructura agraria dual: empresa agropecuaria (o “nuevo” latifundio) dominante en el oriente y minifundio extendido en el occidente (altiplano).

4.2. Producción, exportaciones y productividad

4.2.1. Producción y tecnificación

Antes de la reforma no existían estímulos para la producción, cualquier innovación representaba la necesidad de inversión y al disponer de mano de obra gratuita, se optaba por una producción intensiva en trabajo. No le importaba al hacendado reinvertir las ganancias, ya que la cosechaba obtenida le resultaba prácticamente gratuita, dado que no le representaba ningún costo. De acuerdo con lo expuesto por Clark:

“La economía anterior a la reforma boliviana tenía sectores de terratenientes y campesinos bastante distintos. El primero estaba orientado principalmente hacia el mercado y el segundo hacia la subsistencia. Para satisfacer las necesidades del consumo familiar, el sector campesino estaba más diversificado en su producción. En comparación, con frecuencia los terratenientes se especializaban en la producción de un solo producto (papa, arroz, coca, trigo, café, carne) para el mercado. Al mismo tiempo, algunos productos se importaban en grandes cantidades; las políticas de precios y el sistema de tenencia de la tierra prevaleciente ofrecían poco incentivo para

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que los agricultores aumentaran la producción al mejorar sus técnicas agrícolas. Una distribución desigual de la población rural agravaba esta situación…” (Clark, 1974: 185).

Siguiendo con el análisis de este autor, la reforma agraria tuvo consecuencias inmediatas en el sistema agrario y sobre el nivel de producción. Sin embargo, el gobierno distribuyó gradualmente las tierras, por lo que en los primeros años no hubo efectos apreciables en la producción; pero las relaciones de trabajo fueron ajustadas muy rápidamente. Además, a causa de la situación política creada por la revolución, no se trabajaron las tierras de los propietarios de esas haciendas durante breves períodos de tiempo. Otro problema en los ’50 fue que quedo una parte de la estructura del mercado de ventas orientadas hacia la subsistencia, y se redujeron considerablemente las principales fuentes de abastecimiento de alimentos básicos agrícolas a los mercados. Para el autor, atribuir la baja de la producción en los primeros años de la reforma agraria a la subdivisión de las grandes extensiones de tierra sería erróneo. De todas formas, en la mayoría de las propiedades, las tierras no quedaron ociosas por mucho tiempo, ya la mayoría de áreas cultivables eran tierras trabajadas por las familias campesinas que las ocupaban y cultivaban para su propio uso, sin dejar tierras ociosas. Al contrario, en algunas propiedades latifundistas, por la escasez de la mano de obra, no se utilizó plenamente la tierra. Esto también afecto temporalmente la producción agropecuaria. De todos modos, la mayoría de los productos agrícolas seguían siendo cultivados y comercializados como antes del proceso, se conservaban una parte de los productos de las tierras para su propio consumo y el resto se vendía (Clark, 1974; Ferragut, 1963; Urquidi, 1985).

“Como resultado de la reforma agraria, todo el peso del transporte de los productos agrícolas a los mercados urbanos en la cantidad suficiente recayó sobre los campesinos y los compradores de las áreas rurales y de la ciudad. No pudieron satisfacer las necesidades con la rapidez necesaria para impedir la ruptura del flujo de productos a la ciudad. Este ajuste al nuevo sistema de ventas, basado en las ventas de los campesinos y no en las de los terratenientes, fue uno de los cambios más importantes del periodo posterior a la reforma y una de las principales razones por las que el mercado de productos agrícolas de La Paz disminuyó entre los primeros tres a cinco años siguientes a la revolución de 1952 […]Esta “aparente” disminución en la producción agrícola después de 1952, si bien es cierta en parte, se explica mejor por los ajustes en las ventas, los problemas de transporte y por las condiciones del clima, siendo los dos primeras los factores más importantes en aquel periodo.” (Clark, 1974: 189-190).

En un estudio sobre el desarrollo de algunas de las producciones más importantes del agro boliviano en la época posterior a la reforma, Antezana (1969) va indagando como estas fueron evolucionando. Por un lado, plantea que desde 1959 Bolivia ha dejado de importar ganado vivo para el consumo de su población y se autoabastece con la propia Además, señala, aumentó a partir de allí la cantidad de ganado vacuno y lanar.

Con respecto a la producción de papa y de arroz, las extensiones de cultivos antes de la reforma eran reducidos y se limitaban a parcelas pequeñas, que servían para abastecer simplemente a los productores. Sumado al sistema de propiedad latifundista improductivo, el autor muestra con los datos del censo de 1950 que la superficie de tierra cultivada de estos dos cultivos no superaba las 500 ha. y cosechas eran menores a los 20 mil quintales de arroz y menores a los 500 kilos de papas. Además, el rendimiento entre hectáreas era muy diferente. El sistema de cosecha se realizaba exclusivamente a mano, basándose en técnicas primitivas (la maquinaria hasta entonces era desconocida). Este retraso se debía a la forma de producción feudal y el sistema de propiedad latifundista.

Estos problemas fueron superados con la reforma agraria y el reparto de tierras. Por otra parte, continúa el autor, la instalación de nuevas fábricas azucareras ha determinado la desaparición de

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antiguos artefactos de molienda. En las áreas cultivables de azúcar el rendimiento y la productividad de los trabajadores aumentaron notablemente.

Asimismo, desde 1959 la superficie de tierra cultivada con algodón creció extraordinariamente, como también los cultivos experimentales. Esta producción a la vez tiene gran importancia en la economía nacional porque es una materia prima para uso industrial. El autor plantea que el éxito de estos crecimientos se explica por el desarrollo de la reforma, ya que ha abierto nuevas fuentes de consumo. En cuanto a la tecnificación, “…el algodón se cultiva utilizando técnicas modernas, con alta mecanización agrícola, embalado, secadores automáticos, desmontadoras, rociado y desinfecci6n con avionetas, etc.” (Antezana, 1969: 317).

En cuanto a la producción ovina y lanera, hasta 1960 se duplicó la cantidad de ovinos con respecto al periodo anterior a la reforma gracias al aumento y creciente progreso de los campesinos dedicados a la crianza de estos animales. El autor plantea que antes de 1952, se entendía que solo en las grandes propiedades se podían criar grandes rebaños de ovinos. Al contrario de esto, con la reforma agraria los campesinos comenzaron a ser propietarios de mayores rebaños y a criarlos en mejores condiciones.

1956 1957 1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974120 125 138 139 147 152 150 166 172 166 169 174 179 180 208 219 229243 251

Fuente: Elaboración propia en base a Banco Mundial (1978)

Indice FAO - ONU Agricultura - de la produccion agropecuario (1952=100)

Por otro lado, analizando el índice FAO de la producción agropecuaria en Bolivia, podemos notar que hubo un incremento sostenido (a excepción de 1966) de la producción. En solo 15 años (de 1956 a 1971) el índice aumentó casi 100 p., por lo que la producción tuvo un considerable crecimiento. “Uno de los factores fundamentales para el aumento de los índices de producción es la práctica regular del sistema de producción asalariada en la agricultura de la región, misma que fue establecida por la reforma agraria, en reemplazo del semifeudalismo imperante antes de 1952.” (Antezana, 1969: 314). Desde la perspectiva de la producción, la reforma contribuyo al progreso agrario.

Miles de Ton.

Crec.Miles de

Ton.Crec.

Miles de Ton.

Crec.Miles de

Ton.Crec.

Miles de Ton.

Crec.

1950 189 129 26 44 461972 643 240% 320 148% 67 158% 61 39% 59 28%

Fuente: Elaboración propia en base a Banco Mundial (1978)

Incremento en la produccion en la mayores cosechas de alimentos en Bolivia.Papa Maiz Arroz Cebada Trigo

altiplano

También los datos del Banco Mundial (1978) muestra que la producción agrícola aumentó considerablemente, evaluando comparativamente dos periodos: 1950 y 1972. Del análisis se desprende que la papa aumentó un 240%; el maíz, 148%; el arroz, 158%; la cebada, 39% y el trigo, 28%. Demostrando que mediante un uso más intensivo de las tierras, los campesinos rurales han podido subsistir y a la vez, satisfacer las necesidades alimenticias de los centros urbanos (Clark, 1974). Por otro lado, para Carroll (1961) hubo un progreso sustancial en la producción, pero en gran parte se debió al aumento de la superficie cultivada y de la producción proveniente de las áreas relativamente nuevas, en los llanos, que han sido las menos afectadas por la reforma.

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Analizando el rasgo tecnológico de las explotaciones, como lo hace Clark (1974), se observa que antes de 1952 no había inversiones en investigación agropecuaria acerca de cultivos y ganado, ya que para la mayoría de los terratenientes la agricultura no era considerada como “un negocio redituable”. Se entendía a la posesión de tierra como un prestigio que aseguraba una determinada posición social para el propietario y su familia. Aunque había pocos agricultores “progresistas”, en general los terratenientes no reinvertían en sus haciendas, sino que en otros sectores productivos. “Las semillas mejoradas, los fertilizantes, pesticidas y maquinaria agrícola no eran muy usados antes de 1952, aunque había excepciones en algunas áreas relativamente importantes de la agricultura comercial...” (Clark, 1974: 201).

Para el autor citado, uno de los resultados de la reforma agraria, fue que se logró una mayor tecnificación en los insumos agrarios para el sector rural en determinadas zonas; a pesar de que el gobierno no haya incentivado junto con la implementación de la reforma servicios técnicos o mecanización en insumos agrícolas. Al reestructurar el sistema agrario, se emplearon mejores técnicas para mejorar la producción, almacenamiento y venta de los distintos productos agrícolas. Pero estos avances no se dieron en todas las propiedades sino que en algunos, sobre todo en las grandes explotaciones (empresas agropecuarias). Al contrario, según Paz Ballivián (2003) en la estructura agraria con hegemonía de la empresa agraria sólo una minoría de ellas tiene una alta composición orgánica del capital. Sobre todo las especializadas en productos destinados a la industria y la exportación. Pero la mayoría de las propiedades practica un uso extensivo de la tierra, con baja inversión en maquinarias, fertilizantes, etc. Siguiendo esta lógica, Jouvin (1966) plantea que para 1965, existía una cantidad mínima de mecanización agrícola. De este modo, termina afirmando: “La mayoría de las denominadas empresas, sin embargo, mantiene un uso extensivo de la tierra y tecnológicamente son poco modernas a juzgar por su rendimiento productivo y los márgenes de sobreexplotación de la fuerza de trabajo que utilizan.” (Paz Ballivián, 2003: 59).

4.2.2. Exportaciones

No hay una relación causal tan marcada entre la reforma y el devenir de las exportaciones, al contrario de lo que se puede apreciar en cuando a la producción o distribución del ingreso. Sino que dentro de las políticas de los distintos gobiernos podemos encontrar impulsos hacia la exportación, complementarios a la reforma. A pesar de esto, hay escasos datos sobre las exportaciones. Uno de los pocos existentes son las cifras presentadas por Urioste (1999). Haciendo un promedio entre distintos períodos, el autor demuestra que hubo un crecimiento en las exportaciones agropecuarias, pasando de 4 millones de dólares a algo menos de 290. Con una tasa de crecimiento anual entre 1952 y 1996 de 10,2%.

1952-59 1960-69 1970-79 1980-85 1986-964,00 7,40 61,70 72,80 284,10

Fuente: Elaboración propia en base a Urioste (1999)

Evolución de las Exportaciones agropecuarias (millones de US$)

Por otro lado, para García (1964), la reforma agraria de Bolivia tenía entre sus objetivos estratégicos la promoción del progreso de la economía de subsistencia hacia una economía de mercado pero no tuvo fuertes políticas de comercialización externa del producto agropecuario, dado que hubo ausencia de los servicios asistenciales del Estado. La suposición de que bastaba romper la estructura latifundista para que el país se insertara en el comercio internacional, se vio derribada

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debido a los problemas de la comercialización agropecuaria: almacenamiento, clasificación y tipificación de productos, transportes, precios, etc. (García, 1964).

Asimismo, si bien la reforma agraria no ha podido lograr la incorporación activa de las economías de subsistencia a una economía de mercados internacionales, para García (1964) han aumentado las relaciones comerciales intercomunitarias. Una de sus expresiones ha sido la prosperidad en el altiplano de los pequeños mercados locales, lo cual lleva a intensificar las relaciones de intercambio y, según el autor, preparó el camino para las formas superiores de la economía de mercado.

Por otra parte, Antezana (1969) plantea que las nuevas técnicas de cultivo, e insumos que se comenzaron a utilizar luego de la reforma llevaron a un crecimiento considerable de las cantidades para la exportación. Además, analiza las importaciones y afirma que antes de 1956 las importaciones agropecuarias eran numerosas, y provenían de países vecinos. Luego esto se revierte. En el período considerado el autor muestra que las importaciones para consumo no eran significativas. Así que a pesar de que las exportaciones no hayan logrado un cambio profundo en la economía del país, es importante el hecho de que se ha logrado el autoabastecimiento nacional en productos como ganado ovino y lanar, azúcar, arroz, papas, etc.

4.2.3. Productividad

Resulta difícil determinar los efectos de la reforma agraria en cuanto a la productividad dada la falta de información estadística. A pesar de esto, es posible analizar con los datos disponibles algunas particularidades.

Tamaño (en hectáreas)

Cantidad de unidades

productivas

Hectáreas en produccion (en miles)

Total producido (en miles de

kilos)

Productividad de la tierra (kilos por

hectareas)Menos de 1 7.760 847 3.654 4,3141 - 3. 8.321 2.007 6.760 3,3683 - 5. 4.269 1.869 4.958 2,6525 - 10. 4.546 3.134 7.288 2,32510 - 20. 2.917 2.869 6.587 2,29620 - 35 1.863 2.526 6.357 2,51635 - 50 927 1.990 3.827 1,92350 - 75 1.060 2.883 6.117 2,12275 - 100 593 2.578 5.149 1,997100 - 200 1.323 6.561 13.994 2,133200 - 500 1.450 14.769 21.164 1,433500 - 1.000 846 13.813 22.053 1,5971.000 - 2.500 952 17.660 24.530 1,3892.500 - 5.000 526 13.913 19.663 1,4135.000 - 10.000 302 11.410 15.564 1,364Más de 10.000 274 13.427 19.320 1,439Fuente: Elaboración propia en base a Banco Mundial (1978)

Produccion de papas en Bolivia por tamaño de propiedad en 1950

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Si analizamos el cuadro de producción de papas, una de las producciones agrícolas característica del territorio boliviano, en 1950 se observa que la producción por hectáreas es mayor cuanto más pequeña es la porción de tierra. La productividad de las menores, justamente, es casi tres veces mayor de la que se evidencia en propiedades de más de 10.000 ha. Se deriva que la reforma, por lo menos en este sector agrícola, favoreció a la pequeña propiedad, la cual tiene la productividad de la tierra mucho más alta. El promedio total de la productividad de la tierra con respecto a la papa es de 2,143. Entonces las unidades menores a 35 ha., en general, son las más productivas, ya que superan ese promedio.

Se podría objetar, sin embargo, que a menor cantidad de hectáreas es posible que haya mayor proporción de tierras destinadas al monocultivo y que las grandes se diversifican. Pero al establecer que en las pequeñas propiedades existen relaciones de subsistencia, esto fomentaría una mayor productividad impulsada por la necesidad de consumo familiar de los campesinos de diversificar su producción y de obtener la mayor cosecha posible. En cambio, los terratenientes se especializaban en la producción de un solo producto para el mercado, de manera mucho menos productiva. A pesar de haber analizado solo la producción de papa, estos patrones, para Clark (1974), se dan en la mayoría de los productos agrarios.

Algunos estudios (Antezana, 1969; Clark, 1974) plantean que luego de la reforma, los campesinos lograron una producción mayor en sus propias parcelas puesto que trabajaban ahora una extensión más grande de tierra y su labor era más intensiva. A pesar de esto, disminuyó la productividad de las tierras usadas exclusivamente por los latifundios antes de 1952, dado que los nuevos propietarios no usaban la tierra con tanta eficiencia como antes, y ahora los campesinos usaban menos fertilizantes naturales en las tierras que pertenecían a los terratenientes. Con el paso de los años, de todas formas, este proceso se revirtió porque las explotaciones fueron acrecentando su producción, la cual fue intensificada con el uso de fertilizantes y pesticidas. De este modo, se amplió la oferta de distintos cultivos y ganado.

4.3. Distribución del ingreso

La reforma agraria en un país de escaso desarrollo implica una transferencia de tierra seguida por una transferencia del ingreso. Según Flores (1953), los efectos de la distribución del ingreso posibilitaban un consumo más alto y una tasa más alta de formación de capital de la que existía con anterioridad a la reforma. De esa forma, el autor afirma que “…el énfasis sobre la tierra se explica porque la tierra es el factor más importante en la distribución del ingreso.” (Flores, 1953: 490).

Este autor, coincide con Clark (1974) en que no existen datos específicos de la distribución el ingreso dentro o entre el sector agrario y otros sectores productivos de la economía en los años anteriores a 1952; como tampoco hay datos acerca de los cambios que supuso la reforma para los beneficiarios. Las conclusiones, entonces, deberán ser extraídas en base a las distintas relaciones en la tenencia de la tierra y condiciones de vida que existían pre y pos reforma.

Para Clark y Reyes (1968), antes de 1952 el campesino tenía solamente la parcela de tierra que el terrateniente le había cedido para su sustento familiar. En la cual se debía dedicar, él y su familia, a la producción de determinado producto, además del servicio al terrateniente. Rara vez se consumía carne, huevos, queso o leche; y la ropa, los textiles o los pocos bienes durables se elaboraban en la misma propiedad. Las visitas médicas y el acceso a la educación eran casi desconocidas. El mundo del trabajador campesino estaba reducido a la tierra que ocupaba, salvo por el hecho de que el campesino podía llevar sus productos (sobrantes) a mercados locales para cambiarlos por medio del trueque por otros artículos necesarios para la subsistencia, tales como condimentos, grasa o manteca para cocinar, lana, etc. En estas áreas, la economía monetaria estaba poco desarrollada. La mayoría de las comunidades estaban aisladas y era difícil llegar a ellas,

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careciendo de oportunidades de venta de sus productos y sufriendo malos sistemas de comunicación y transporte.

Ahora bien, la distribución de la tierra favoreció a los campesinos al quitar de las manos de los hacendados la producción y venta de los productos agrarios y esto introdujo la posibilidad de ganar dinero en efectivo. De esta forma, los campesinos lograron oportunidades adicionales para obtener un ingreso además de su pequeña propiedad, pudiendo vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario y tener dinero extra (Antezana, 1969). La reforma supuso para un número cada vez mayor de familias el poder gozar de un nivel de vida superior. Antes de la reforma, los campesinos basaban la mayor parte de sus decisiones de producción en un criterio de subsistencia y no necesitan dinero en efectivo disponible para las transacciones diarias porque el trueque tenía una función importante (Clark, 1974). Luego de esta, muchas familias campesinas reemplazaron prácticamente la práctica anterior del trueque por intercambios mediados por dinero.

Clark (1974), por otro lado, estudia los consumos promedio frecuentes, o sea las cantidades y valores reales de los bienes que se adquirían por medio del trueque y en efectivo antes de 1952 y en 1966 para satisfacer a una familia de cinco miembros (durante el período de un año). El autor concluye y demuestra que el valor total de bienes comparados para el consumo en 1966 es tres veces mayor que el de 1952. Para él, este incremento “…es un resultado directo de la reforma agraria y de la consiguiente redistribución de las oportunidades de obtener un ingreso en efectivo en el sector rural.” (Clark, 1974: 198). Por lo que, evaluando el consumo, hubo una mejor distribución del ingreso. Mejoraron las condiciones de vida después de una reforma, la población rural consumía más alimentos básicos. Además, en relación a otros rubros relacionados con la comodidad material (habitación, higiene, indumentaria), el campesino también está en mejores condiciones que antes (Barraclough y Domike, 1966).

Según el informe del Banco Mundial (1978) los efectos de la mejora en los ingresos y los incrementos en la cantidad de bienes comprados por los agricultores fueron generalizados. Ya que antes de la reforma casi la totalidad del consumo de los campesinos era formado por bienes autoproducidos y para 1967, en cambio, el 43% del ingreso era destinado a gastos como indumentaria, camas, bicicletas, radios, máquinas de coser, etc.

Si analizamos el empleo rural, antes de 1953, la migración rural-urbana era mínima: por un lado, la vida del campesino estaba atada a la propiedad donde trabajaba; y por otro lado, la economía de Bolivia no demandaba ni absorbía a trabajadores rurales en ocupaciones urbanas. En este sentido, en las áreas rurales se nota una estructura ocupacional más diversificada, que se desarrolló más tras la reforma, la cual le dio más movilidad al campesinado (Clark, 1974). Además, “…ha habido un aumento fenomenal en la actividad de los comerciantes campesinos, un gran segmento de la fuerza de trabajo rural ha encontrado acomodo en esta nueva estructura comercial.” (Clark, 1974: 192).

Estos desarrollos indican algunos cambios profundos en la estructura de ingresos de Bolivia. Pero tras la reforma quedaban aún muchas áreas aisladas por falta de caminos, comunicaciones y transporte, donde no llegaron los efectos de la misma. En esas zonas los campesinos siguieron inmersos en una economía de subsistencia y utilizando muy poco dinero, pues carecían de mercados para colocar sus productos, y continuaban usando ropas de manufactura casera y comprando pocos bienes durables de consumo. A pesar de esto, ya no trabajan para un latifundista sino por su cuenta, como propietarios individuales (Clark, 1974). Esto demuestra por lo menos una mejora en las condiciones de vida. Pero aún falta mucho para llegar a una verdadera equidad en los ingresos.

Resumiendo, a pesar de que la formación socioeconómica agraria boliviana combina las relaciones productivas de grandes empresas agrícolas y pequeñas propiedades campesinas la distribución del ingreso claramente mejoró con la reforma agraria, no sólo por el incremento de la producción propia de cada campesino, sino también por la extensión de los beneficios (Paz Ballivián, 2003; Banco Mundial, 1978). Además, la mayoría de la producción agropecuaria

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proviene de las pequeñas propiedades campesinas y no hay escasez de alimentos básicos ni de otros bienes comestibles, lo que significa que los campesinos han aprovechado las nuevas oportunidades de ingresos que proporcionó el cambio en la distribución de la tierra. El sector rural pudo acomodar a un número mayor de familias campesinas en un nivel superior al existente antes de la reforma (Clark, 1974, Zaldívar, 1990).

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5. Aspectos positivos y negativos que dejo la reforma

5.1. Aspectos positivos

Los objetivos de la Reforma Agraria de 1953 buscaban explícitamente el desarrollo capitalista del agro. Para lograr ese propósito eliminó el régimen semifeudal de la hacienda y distribuyó tierras a miles de campesinos y a nuevos propietarios (Urioste, 1999). Con ese propósito se orientó a desterrar “…el servicio personal gratuito, el colonato, el salariado marginal y las diversas formas de tenencia precaria y explotación indirecta de la tierra…” (García, 1964: 382). La reforma agraria se gestó orientada por ese rumbo político, destruyendo, de un golpe, la estructura social de la hacienda y liberando el trabajo y a las masas campesinas. Para mejorar la situación del campesino fue importante y necesario sostener el principio fundamental de que “la tierra es de quien la trabaja” , para lograr una inclusión social y económica (Urioste; 2004).

El nuevo esquema agrario estaba compuesto por los productores libres y explotaciones con inversión y trabajo asalariado (empresas agrarias). Si bien el diseño social era más complejo, parecía dirigirse hacia una economía dual de productores familiares, por un lado, y productores capitalistas, por otro.

García (1964), por su parte, expone el carácter irreversible de la reforma, pues a pesar de los grandes conflictos que afrontó la misma en Bolivia como la reconstitución del latifundio, el desmoronamiento del minifundio y las formas sociales regresivas como el salario marginal o los servicios gratuitos, la estructura agraria semifeudal ya no se podrá reconstruir. La Reforma entonces, destruyó la hacienda como estructura hegemónica social, económica y política; y con ello se produjo la extinción de los servicios gratuitos, las incertidumbres y precarización laborales y de las diversas formas encubiertas de servidumbre. De esta forma, la afectación del latifundio no fue por una simple expropiación de tierras de acuerdo a las normas tradicionales de “justicia social”, sino como una operación revolucionaria de redistribución del poder social y de abolición de un sistema señorial de la tierra (García, 1964). Desde este punto de vista, la reforma cumplió su objetivo principal.

Por otro lado, Clark (1974) asevera que la reforma cambio abruptamente las relaciones de tenencia entre los terratenientes y las familias campesinas, ya que convirtió a estas últimas en propietarios de las parcelas que usufructuaban y ya no proporcionaron a los estancieros trabajo agrario o doméstico sin remuneraciones. No obstante, en algunas de las zonas, los campesinos continuaron trabajando para sus ex patrones, pero ahora a cambio de un salario retribuido en dinero. Es que la característica principal de la revolución agraria boliviana fue la liquidación de la clave del problema agrario: el latifundio feudal y el trabajo servidumbral. La reforma tuvo la virtud de anular un sistema de percepción de la renta en trabajo y especie, aboliendo el régimen de servidumbre y estableciendo la obligatoriedad del salario en dinero como forma de pago de la fuerza de trabajo. Para Cantoral Benavides (2010) en la actualidad boliviana es difícil hablar de economías campesinas con ausencia de trabajo asalariado.

Además, en Bolivia, los campesinos pudieron ser integrados en las políticas del gobierno. En esta dirección, para Clark (1974), desde 1952 muchas políticas públicas han descansado en el sector rural buscando activamente el apoyo de los campesinos. Esto se visualiza también en algunos resultados sociales de la reforma, donde las principales acciones del gobierno hacia las comunidades rurales fueron la construcción de escuelas, de caminos y pequeñas instalaciones de riego; sumado a la incorporación al mercado de consumo de muchos campesinos. Antes, todo lo que consumía la familia rural era de su propia producción, la nueva circunstancia de producir para sí en cantidades tales que le permitiera vender sus excedentes en el mercado de las ciudades, le

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otorga la posibilidad de comprar otros artículos no tradicionales. Esto trajo aparejado que, al crecer el consumo de los campesinos, se presionó al aumento de la producción, llevando al crecimiento de la economía (Jemio-Ergueta, 1973).

Antes de 1953 Bolivia se dedicada exclusivamente a la explotación minera, importando casi la totalidad de los productos alimenticios que consumía su población. Para Jemio-Ergueta (1973), particularmente esto sucedía con los artículos de primera necesidad, como ser arroz, azúcar, carnes, trigo y harina, etc. Luego de la reforma, se alcanzó tanto el autoabastecimiento como la posibilidad de exportar esos productos. Por esto, Heyduk (1974) señala que la reforma boliviana se puede contemplar como un acelerador del proceso de desarrollo capitalista en algunas haciendas.

Antezana (1969) destaca que pocas reformas agrarias en el mundo han tenido características de tanta profundidad como la boliviana. De acuerdo con esto, Clark (1974) también pone atención en que ningún otro país de la América Latina ha expropiado y redistribuido tierras y otorgando títulos de propiedad a familias campesinas a una escala similar, como ocurrió en Bolivia. Este país es considerado como el de mayor proporción de campesinos beneficiados por la reforma agraria con respecto a los demás países latinoamericanos que tuvieron procesos similares (Kay, 2007): dejando para 1970 un total de 49% de familias beneficiadas (237 mil familias) y un 30% de tierra redistribuida, menos de diez millones de hectáreas.

miles de hectareas % del total de tierra miles % total de familias campesinas9.792 30% 237 49%

Fuente: Elaboración propia en base a Banco Mundial (1978)

Tierras redistribuidas y beneficiarios (para 1970)Tierra redistribuida Total beneficiarios de la reforma

5.2. Aspectos negativos

Por falta de evidencia empírica y datos estadísticos sobre los efectos de la reforma agraria de 1953, el tema de la tierra en Bolivia ha sido siempre objeto de debates superficiales e incompletos, con muchas divergencias entre los distintos autores. La poca información también se mostró como un obstáculo de base para llevar a cabo una reforma agraria bien planeada (Clark, 1974).

Indagando sobre las implicancias de la reforma en cuanto a la tierra, algunos autores (Kay, 1982; Urioste; 2004; García 1964; Jemio-Ergueta, 1973) plantean que el mayor problema de la reforma fue que difundió el minifundio (sobre todo en el altiplano), es decir, la enorme fragmentación de la propiedad de la tierra, en superficies que dificultan el buen manejo de los suelos y las innovaciones tecnológicas. Esto se debió evidentemente al afán de no dejar a ningún campesino sin tierra propia, y de dotar “en teoría” de un instrumento de liberación a los campesinos. De esta forma, se fragmentaron los grandes latifundios y la parcelación excesiva de la tierra determinó el aumento de los minifundios. Ese afán de distribución, entonces, ha caído en el error de fragmentar excesivamente las propiedades.

Asimismo, en esas áreas de tenencia minifundista y excesivamente fragmentada, la reforma agraria no alcanzo a definir una política de remodelación y crecimiento. Heyduk (1974) agrega que al subsistir el problema del minifundismo, los pequeños campesinos no fueron tan beneficiados por la reforma agraria, ya que la fragmentación de las haciendas agravo el problema. “El minifundio, tal como existe, carece de salidas, aparte de la remodelación estructural. […] El extremo minifundismo ha sido el mayor obstáculo al acrecentamiento de la productividad de la tierra y del hombre.” (García, 1964: 365). Además, no solo en algunas zonas los latifundios subsistieron, sino

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que se multiplicó el minifundio y varias comunidades siguieron postergadas al mercado interno (De la Mata, 2009; Choncho, 1967).

Esto nos lleva al análisis de la economía campesina descripta por Chayanov. Para analizar el caso boliviano desde este enfoque debemos tener en cuenta, como plantea Cantoral Benavides (2010), la caracterización de la economía campesina: la herencia de la hacienda feudal antes de la reforma con las bajas relaciones mercantiles y el escenario luego de la reforma que plantea una sociedad de mercado con empresas agrarias con trabajadores asalariados coexistiendo con pequeñas propiedades con las características de una economía campesina de trabajo familiar, similar a la presentada por Chayanov.

Entonces, siguieron persistiendo relaciones sociales no capitalistas, porque las propiedades de escasa extensión territorial se basaban en el trabajo familiar con escasos recursos de tierra y capital, donde no se solía contratar mano de obra asalariada y tenían baja actividad mercantil (Bengoa, 1979). El aislamiento, la lejanía a los mercados y la falta de comercio, era lo que llevaba a los campesinos a producir para su subsistencia (Cantoral Benavides, 2010). Esta situación se vislumbra a través de los datos presentados sobre el reparto de la tierra, demostrando que la economía campesina familiar (de subsistencia) planteada por Chayanov continúa en algunos sectores rurales. Sin embargo, las comunidades campesinas conviven en un sistema que produce algunas mercancías para el mercado local y al mismo tiempo una economía de subsistencia, por lo que existen relaciones mercantiles junto con formas no capitalistas. A pesar de ello, la producción campesina luego de la reforma cada vez se articulaba más a los mercados: aunque su modo de reproducción no sea enteramente capitalista este se encuentra en parte ligado a la economía de mercado.

Conjuntamente, Paz Ballivián (2003) afirma que la composición de la estructura boliviana actual se presenta con las mismas contradicciones detectadas desde antes de la reforma. Ya que sobre la problemática de la reforma agraria han gravitado negativamente dos factores: la desproporción entre la tierra distribuida, y la inadecuación entre el papel de la reforma agraria y los precarios medios para desempeñarlo.

Por otra parte, la posibilidad de que las propiedades podían tener hasta un máximo de 50.000 ha., según la ley de reforma, ha generado una asimétrica estructura dual de la propiedad rural. Sumado a la tasa insatisfactoria en la distribución de tierras y las malas reparticiones de tierra en cuanto a tamaño y calidad del suelo (Pla, 1980).

Urioste, muy crítico de la reforma, afirma que a:

“A los blancos —mestizos e inmigrantes extranjeros— se dotó gratuitamente la mejor tierra en superficies enormes que no se trabajan o se trabajan en forma muy reducida. Para los indígenas del occidente, quechuas y aimaras, se repartió parcelas en tierras de ex haciendas de muy baja productividad que han acabado subdivididas al extremo. La reforma agraria confirmó el carácter racista y excluyente de la sociedad boliviana.” (Urioste; 2004: 180).

Es que las desigualdades entre las diferentes categorías de campesinos que trabajaban en las haciendas permanecieron después de las expropiaciones, por esto, para Heyduk (1974) los cambios producidos por la reforma agraria están estrechamente relacionados con el antiguo modelo de la hacienda señorial. Esto se aclara al establecer que:

“En la estructura actual de la propiedad de la tierra en Bolivia, la masa de campesinos trabaja sus propias tierras como propietarios-operadores individuales. El número de campesinos sin acceso a la tierra es insignificante en relación con el número total de campesinos en Bolivia. Sin embargo, la diferencia entre las cantidades mínimas y máximas de tierra recibidas por los campesinos dentro de un área dada es impresionante. Esta situación tiene lugar a causa de que el acceso diferencial a la tierra, basado en obligaciones de trabajo, era algo común antes de la revolución de

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1952. La ley de reforma agraria distribuyó tierras a los campesinos y para hacerlo se basaron en las diferencias acostumbradas antes de la reforma.” (Clark, 1974:184).

Desde el lado productivo, Urioste (2004) plantea que una vez distribuida la tierra, el gobierno dejó a los campesinos abandonados sin ningún apoyo ni políticas públicas explícitas de desarrollo rural, aunque esto conllevó el tinte positivo de no imponer formas de organización, de propiedad y de trabajo de la tierra. Para García (1964) los programas de los gobiernos no atribuyeron valor alguno a la transformación funcional de los trabajos de labranza, las herramientas o las prácticas tradicionales. El autor plantea que se tenía una superstición con respecto a la maquinaría como elemento motor de revolución agraria tal que desvió los esfuerzos y no logro ninguna penetración de las técnicas mecánicas en el agro. Según Paz Ballivián (2003), en Bolivia la mayoría del campesinado no se desarrolló productivamente, ya que transfirió sus márgenes de ganancia al transporte o al comercio y no a la inversión tecnológica en el sector agrario. Como se mencionó, los campesinos con menores recursos se vieron obligados a complementar su trabajo agropecuario con la venta de fuerza de trabajo. Estos comprenden, aun en la actualidad, tres cuartas partes del total del campesinado. A la vez no hubo un desarrollo de infraestructura caminera y de riego, ni tecnología apropiada, ni mecanismos de crédito de fomento. En este sentido, la reforma no pudo conseguir los resultados esperados.

De este modo, otro aspecto negativo que plantea Clark (1974) es la poca atención a la creación de nuevos servicios y la falta de medios para que los campesinos pudieran explotar sus tierras con mayor eficiencia, por ejemplo: servicios de extensión y crédito, provisión de fertilizantes, pesticidas y semillas mejoradas y la organización de instalaciones de riego y transporte. La mayor eficiencia en la explotación de la tierra pasó a ser un asunto secundario para el gobierno. Además, se necesitaban políticas de estabilización y arreglos institucionales para colocar y vender los excedentes de producción, dado que en algunas áreas las condiciones era casi imposibles para establecer nuevos servicios y hacerlos ampliamente accesibles a los campesinos. Sumado a esto el hecho de que la influencia de la reforma varió en las diversas áreas geografías a causa de la distancia de los pésimos caminos, malas comunicaciones e ineficientes patrones de uso y tenencia de la tierra.

En línea con la visión de Marx, hubo un bajo desarrollo de las fuerzas productivas, pues la estructura agraria, en su mayoría, se determinaba con trabajo intensivo y muy poco capital, utilizando las tierras de forma extensiva. En la época analizada estuvo ausente un proceso de industrialización, de desarrollo económico y de progreso social que acompañe al proceso agrario. Además el retraso del desarrollo de la mayoría de las empresas agrarias en cuanto al carácter técnico y productivo se debió al fracaso en el intento de instaurar relaciones de producción capitalistas en el campo y a una aplicación errada de la ley de reforma que tuvo como consecuencia la economía de subsistencia y el autosostenimiento de los pequeños campesinos (Urioste; 2004; De la Mata, 2009; Choncho, 1967).

Además, la transformación acaecida luego de la reforma, es decir, el proceso de expropiación de las haciendas y de distribución de tierras y constitución de nuevos propietarios, fue en muchos aspectos desaprovechado y relegado a segundo plano por los propios conductores políticos de la revolución (Urioste, 1999). Para este autor, el impulso de la reforma agraria inicial se ha agotado, en términos de dinámica social cohesionadora:

“No existe hoy en el campesinado una razón aglutinadora y movilizadora como fue la lucha por la tierra en la década del 50. La diferenciación socioeconómica dentro del mundo rural es hoy mucho mayor, más compleja, hay muchos más actores sociales y económicos que obedecen a racionalidades distintas y en muchos casos contrapuestas.” (Urioste, 1999:3).

Se manifiesta la tesis de Marx, en tanto que la distribución de tierras a los campesinos de forma privada, y no dentro de un proceso de nacionalización de la tierra, llevó al decaimiento del

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sentido revolucionario campesino. Las protestas y contrariedades del campesinado dejaron de enfocarse en la reforma y la revolución, y pasaron a tener más importancia las políticas implementadas por los distintos gobiernos. Devastando todo el movimiento social, forjado del mismo seno de desigualdades en el agro boliviano.

Siguiendo con el análisis político, para varios autores (García, 1964; Urioste; 2004; Clark, 1974; Antezana; 1969) el Estado no estuvo a la altura de las circunstancias. En consecuencia, las metas sociales y económicas del proceso reformista fueron quedando inevitablemente frenadas, por la inadecuación entre la vieja estructura estatal y las nuevas responsabilidades. Este debió operar con un viejo instrumental, con escasez de decisiones y reformas. La tasa de redistribución de tierras a los campesinos excedía la capacidad operativa del gobierno. Eso supuso diversos problemas, como la demora en otorgar los títulos de propiedades y otras irregularidades.

Según Clark (1974), dentro del aparato del gobierno existían influencias relativamente conservadoras en el proceso de implementación de la reforma agraria; y había también una necesidad inmediata de habilidades administrativas, donde prácticamente las únicas personas con experiencia semejante eran los trabajadores anteriores a la reforma. Sumado a que el nivel de educación e instrucción de los dirigentes era demasiado bajo. La inadecuada estructura del Estado para la promoción y la integración de las comunidades rurales a un nuevo sistema de economía, se debió a la ausencia de un planeamiento en el desarrollo de la Reforma Agraria, en los aspectos de redistribución de la tierra o de los servicios institucionales, cuya función debería ser promover una nueva organización social. La carencia de una estructura institucional de financiamiento, la falta de una infraestructura cultural, de comunicaciones en el campo, de organización empresarial y de asistencia técnica imposibilitó el pleno desarrollo de la reforma hacia las comunidades rurales beneficiarias. Para Jemio-Ergueta (1973) el factor más limitativo del Estado para llevar eficazmente la reforma fue la falta de recursos financieros.

Por último, podemos mencionar los abusos en la aplicación de la ley, denunciados por Clark (1974) y por Romero Bonifaz (2005). Estos plantearon que la redistribución fue muy complicada y variada de región a región, y en algunos casos el principal objetivo era político. Para estos autores algunos resultados negativos de la reforma se debieron a las irregularidades en la ejecución del proceso de distribución: corrupción, implementación de medidas en contra de la reforma, falta de transparencia y restricciones al reparto y desviaciones políticas aplicadas por sectores interesados en hacer abortar el proceso.

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6. Conclusiones

La Ley de Reforma Agraria del 2 de agosto de 1953 fue producto de la presión del campesinado, que ya tenía una larga trayectoria de movilizaciones y luchas por sus derechos sociales. El principio representativo de esta fue “la tierra es de quien la trabaja”. Para esa época, la propiedad rural era un obstáculo para el progreso del país debido la concentración agraria, a los viejos sistemas utilizados en su explotación y a las formas de servidumbre en el trabajo. Como consecuencia de la desproporción en la distribución de la propiedad de la tierra y de las formas primitivas de trabajo, se evidencian los bajos porcentajes de cultivo, con relación al área trabajada. Los objetivos principales de la reforma se establecieron en base a la eliminación del problema agrario en Bolivia: el latifundio y las formas de trabajo semifeudales.

Exactamente la característica principal de la revolución agraria boliviana fue la abolición de la figura de la gran propiedad y del sistema de la renta laboral y de otras sumisiones laborales que los arrendatarios debían realizar para los terratenientes, planteando la obligación de pagar salarios en dinero. Se demolió el sistema de haciendas como estructura hegemónica, y con esto los servicios gratuitos, pero no necesariamente la precarización laboral. De esta forma, la disolución del latifundio se presentó como una operación revolucionaria de redistribución del poder social y de abolición de un sistema señorial de la tierra.

Sin embargo, la supresión del régimen de servidumbre y del latifundio, se dio con mayor fuerza en la región del altiplano y en parte de los valles. Al mismo tiempo, se abrió una puerta para el crecimiento de grandes propiedades en la región de los llanos. De este modo, al momento de fragmentar la tierra, se crearon grandes unidades llamadas empresas agropecuarias, por lo que se estuvo lejos de resolver los problemas de redistribución de la tierra y de haber cerrado el paso a las grandes extensiones territoriales. Se distribuyeron un poco más de la mitad de la tierra del país, beneficiando en lo fundamental a propiedades medianas y empresas agropecuarias que obtuvieron más de dos tercios de la superficie boliviana, las cuales se encontraban principalmente en los llanos.

No obstante, la reforma mantuvo vigente e impulso el minifundio, principalmente en la zona del altiplano. Lo que trajo aparejado que muchos campesinos sigan inmersos en una economía de subsistencia, ya que carecían aún de mercados y de capital para sus productos. Y aunque si bien no se ha podido lograr la incorporación activa de las economías de subsistencia a una economía de mercados, se mostró que han aumentado las relaciones comerciales intercomunitarias.

Por otro parte, al evaluar el consumo se nota una mejora en la distribución del ingreso, y en las condiciones de vida de los campesinos. Los efectos de la distribución de tierras les posibilitaron a las familias campesinas tener un consumo más alto (accediendo a otros productos) y una tasa más alta de formación de capital que la que existía con anterioridad a la reforma. De esa forma, se entiende porque el énfasis fue puesto sobre la distribución de la tierra, como uno de los factores más importantes en la distribución del ingreso.

De esta manera, la nueva estructura agraria luego de la reforma quedó conformada por las grandes propiedades o empresas agropecuarias y minifundios. El reparto de tierras benefició a casi un tercio de las unidades productivas con pequeñas propiedades. Asimismo, la reforma agraria propició una alta concentración de la tierra por un lado, y un elevado fraccionamiento por el otro. Las desigualdades siguieron vigentes en el agro, y en estudios recientes se comprueba que la composición de la estructura boliviana actual se presenta con las mismas contradicciones detectadas desde antes de la reforma. La diferencia de los tamaños existentes entre las pequeñas y medianas propiedades y las empresas agrarias son muy elevadas.

Esta instalación, y posterior arraigamiento, de una estructura agraria dual: empresa agropecuaria (o “nuevo” latifundio) en el oriente y minifundio en el occidente (altiplano), supuso no poder superar el estancamiento de las fuerzas productivas.

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Parte de la sociedad todavía vivía de la subsistencia: bajo una economía campesina familiar como la planteada por Chayanov, en situación de aislamiento con respecto a los mercados, dotadas con tierras de baja calidad, casi sin oportunidades de venta de sus productos y con escasos o nulos sistemas de comunicación y transporte. De esta manera, el sistema de pequeñas parcelas siguió fomentando el atraso y la pobreza.

De este modo, en Bolivia se encuentran junto con estas relaciones no capitalistas, otras capitalistas, coexistiendo explotaciones familiares minifundistas con productores mercantiles.

Pero en estas explotaciones destinadas al mercado y con trabajo asalariado, tampoco se dio un notable crecimiento de las fuerzas productivas. El latifundio boliviano (antes de la reforma) era una estructura de propiedad incapaz de aumentar la producción y sin la necesaria tecnificación. La falta de capital en las propiedades, los medios de producción precarios, obsoletos, arcaicos; y las relaciones señoriales impedían el desarrollo agropecuario. Luego de la reforma, no se pudo superar este atraso ni concretar una tecnificación de los procesos de producción que determinara un elevado crecimiento productivo. En la mayoría de las propiedades se dieron algunos avances en estos aspectos pero no fueron sustantivos, por lo que la reforma agraria no contribuyó a fomentar un verdadero desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas.

Sin embargo, si favoreció al aumento de la producción propia de cada campesino, debido en parte a la remoción de los sistemas semifeudales dominantes antes de 1952. Se distinguió que la distribución de las tierras de los latifundios trajo importantes incrementos en la producción y las cosechas e incluso mayores ganancias en el ingreso y el bienestar de campesinos de bajos recursos involucrados. De todas formas las relaciones de los pequeños y medianos campesinos con el mercado no se ampliaron considerablemente. Y a pesar de que tampoco las exportaciones lograran un cambio profundo en la economía del país, es importante el hecho de haber logrado el autoabastecimiento nacional en varios productos agropecuarios.

La reforma fue fuertemente criticada en torno a dos ejes: la desproporción de la tierra distribuida entre los campesinos y el pobre desempeño del Estado en su implementación. En relación a esto último, el gobierno sólo promulgo e implemento la reforma agraria, sin incluir servicios de asistencia técnica o financiera (o facilidades para el acceso al crédito), de mecanización o de insumos agropecuarios. Además de ciertas irregularidades y corrupción en el proceso de distribución de tierras, por ejemplo la doble dotación de tierras. El proceso de industrialización agraria tampoco prosperó debido a las falencias del Estado.

Desde una visión marxista, luego de la revolución del 1952, la extensión de propietarios de minifundios paso a ser el mayor obstáculo para la construcción de un sentido social que siga avanzando con el impulso revolucionario inicial. Los campesinos se contentaron con su porción de tierra y abandonaron su ideal revolucionario. Se acallaron las voces que pedían a gritos un cambio profundo en la estructura agraria boliviana. Olvidándose de los motivos que llevaron a la revolución y a la consiguiente reforma, luego de la implementación, solo se criticaban las formas de ejecución y las pobres políticas de fomento agropecuario. El insuficiente reparto logró contentar a una parte elevada de masas campesinas. La fuerza campesina como movimiento revolucionario anterior a la revolución se apagó, junto con el sentido de clase explotada. Pero en realidad con la reforma, los campesinos bolivianos dejaron de ser siervos pero la mayoría continúan siendo pobres. La reforma liberó la fuerza de trabajo campesina pero no transformo los niveles de bienestar de las familias rurales.

Claramente Bolivia es un país rico en recursos naturales (minerales y agropecuarios) pero al tiempo de la reforma contaba con una base muy baja de desarrollo económico (y aún actualmente). Bolivia proporciona evidencia acerca de los escasos beneficios de una reforma agraria en ausencia de un cambio radical de las relaciones de dominación. Es importante considerar que tan favorable es pasar de un tipo de sometimiento a otro, de aquellas semifeudales a otras capitalistas asalariadas. La reforma del ’53 fue realizada con escasa información, sin participación de los campesinos en su

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diseño y con un Estado sin las herramientas necesarias para conducir este proceso. El empuje político de la revolución se centró en la actitud abolicionista de la reforma frente al latifundio. Y aunque se rompió esa estructura que resultaba asfixiante, este movimiento no pudo encauzarse debidamente. Esta radicalización desvió el enfoque reformista y dejo sin abordar la otra cara fundamental de la estructura agraria de Bolivia: el minifundio, con los problemas que supone. Persistiendo algunas relaciones tradicionales de tenencia enfocadas en la subsistencia.

La reforma agraria no fue parte integrante de un plan de desarrollo de la agricultura ni de un plan general de desarrollo económico, sino solamente un paliativo ante los problemas sociales y las protestas que venían sucediéndose. Surge la necesidad de reconducir el proceso agrario. La cual, si es llevada a la práctica con seriedad, implica un cambio radical de la propiedad, de los ingresos y de las posiciones sociales.

En Bolivia (y en todas partes) hay una tendencia a esperar todo de la reforma agraria. La redistribución de los derechos de propiedad sobre la tierra solamente pudo romper la rigidez social y sentar las bases para una organización diferente del sector agropecuario. Pero la reforma, tal como sucedió en este país, no convirtió automáticamente a los campesinos en empresarios que se orienten al mercado y que promuevan un desarrollo capitalista (con tecnología o diversificando la producción hacia otros sectores que generen más valor), ni tampoco exacerbó sus reclamos y su actitud revolucionaria. Este conflicto sigue latente, la lucha contra la concentración de recursos y la inequidad en la distribución de tierras, junto con el desarrollo social y económico, no está siquiera concluida.

No obstante, la Reforma Agraria boliviana de 1953 solamente muestra el comienzo de lo que debe ser la lucha constante contra las desigualdades, el primer paso en un proceso efectivo de desarrollo económico y de la solución de un problema agrario. Es relevante evaluar como se hizo en este trabajo, cuáles fueron sus aciertos, pero sobretodo cuales sus errores; para proyectar cambios a futuros sin caer en los mismos problemas. Por otro lado, es necesario que los sectores más desfavorecidos revivan sus reclamos en pos de suprimir las diferencias sociales y económicas. A la vez, esto fomentará que en toda Latinoamérica se trate el tema de la tenencia de la tierra como algo crítico, como una de las fuentes principales de desigualdad entre las personas. Que aún hoy sigue sin resolver.

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