breve historia del folklore argentino, oscar chamosa

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9 Índice Introducción ..................................................................................... 11 Capítulo 1. El folclore argentino, del positivismo al nacionalismo ................................................ 21 Capítulo 2. La Industria azucarera de Tucumán y la investigación folclórica en el Noroeste .............................. 63 Capítulo 3. El folclore criollo en la escena nacional .......................101 Capítulo 4. El boom del folklore .......................................................143 Capítulo 5. Conclusiones ................................................................185 Bibliografía. .......................................................................................191 Agradecimientos................................................................................199

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Índice

Introducción ..................................................................................... 11

Capítulo 1. El folclore argentino,del positivismo al nacionalismo................................................ 21

Capítulo 2. La Industria azucarera de Tucumány la investigación folclórica en el Noroeste .............................. 63

Capítulo 3. El folclore criollo en la escena nacional.......................101Capítulo 4. El boom del folklore .......................................................143Capítulo 5. Conclusiones ................................................................185

Bibliografía. .......................................................................................191Agradecimientos................................................................................199

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Introducción

Posiblemente era la primera vez que Ruperto Peralta se parabafrente a un micrófono. La mujer rubia le dio una señal y el jor-nalero del ingenio Santa Ana de Tucumán, con voz aguda y fuer-te entonó una serie de octosílabos mientras su hermano Remigiole acompañaba con caja. Al terminar, la mujer, Isabel Aretz, quehabía llegado de Buenos Aires con un equipo portátil de graba-ción, levantó la púa del disco de pasta y anotó en su libreta “vi-dala”, mientras que Aureliano Ibáñez, otro jornalero del ingeniose acomodaba frente al micrófono para cantar otra pieza. A lasección de grabación se sumaron Nicolás Romero y FermínTejeda, dos empleados de la administración, quienes ejecutaroncon sus guitarras un vals, una habanera, y una zamba. Al termi-nar, Aretz les permitió a los ejecutantes escuchar sus voces regis-tradas en el disco. Los trabajadores del ingenio Santa Ana se ha-brán asombrado de esta interrupción extraña de sus tareas. ¿Paraqué querría esta señora grabarlos? Sus voces nunca apareceríanen la radio y su vida continuaría en el ingenio, cantando solopara sus amigos en los carnavales o en bailes de familia. IsabelAretz era una musicóloga interesada en el folclore criollo delNoroeste y los trabajadores-músicos, sin saberlo, estaban toman-do parte en los orígenes del Movimiento Folclórico Argentino.1

Aretz, junto a su amiga la fotógrafa Helena Hoffman, visitóSanta Ana en 1941 como parte de un extenso trabajo de campoque las llevó en tren, auto y a lomo de mula por decenas de pue-blos tucumanos, del llano a la montaña, con su equipo portátilde grabación. Las grabaciones, que no tenían un fin comercial,hoy son parte del patrimonio cultural de la Nación, y junto conlos cientos de otros masters hechos por Aretz, Carlos Vega, Silvia

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Eisenstein y otros musicólogos en los años cuarenta, están guar-dados en el Instituto Nacional de Musicología Carlos Vega.Pocos años antes otro folclorista, Juan Alfonso Carrizo había re-corrido los mismos pueblos interrogando a los paisanos sobredécimas, coplas, himnos religiosos, rimas infantiles, romances yadivinanzas. Una pista lo llevaría a don Apolinario Berbel, carre-tero del ingenio Santa Rosa, quien le dictó decenas de cancionesde antigua data. En 1943, completando el ciclo de investigaciónfolclórica, Augusto Cortazar visitaría el carnaval calchaquí enAmaicha, Colalao y Cafayate, observando y registrando las seña-ladas, los topamientos, las enharinadas, los duelos de bagualas yotras prácticas ancestrales tan arraigadas como desconocidaspara millones de argentinos en Buenos Aires y otras ciudades dela región pampeana.Con la publicación de trabajos claves como los “cancioneros

populares” de Carrizo entre 1928-1941, la Música Tradicional Ar-gentina de Isabel Aretz, en 1946, y el Folklore del Carnaval Cal-chaquí de Cortazar, en 1949, “el Norte” terminó por consagrarsecomo el lugar donde las tradiciones nacionales permanecíanvivas y donde residía el verdadero espíritu de la argentinidad. Estelugar especial que ocuparía el Noroeste en la construcción imagi-naria de la nacionalidad había comenzado a tomar forma en ladécada 1890 con los trabajos arqueológicos y etnográficos deLafone Quevedo, Adán Quiroga y Eduardo Ambrosetti y se arti-culó como paradigma con los trabajos de Joaquín V. González,Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. A principios del siglo XX, in-telectuales, académicos y educadores comenzaron a referirse alNoroeste y al interior en sentido más amplio como la verdaderaArgentina contrapuesta a Buenos Aires, ciudad cosmopolita ydesarraigada. El dualismo cultural conllevaba una valoraciónmoral. Mientras que Buenos Aires se europeizaba, los supuestosvalores argentinos se corrompían por la multiplicación de efectosdisolventes. Entre estos se enumeraba el materialismo, el laicis-

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mo, el afán de imitar modas europeas y, peor aún, el feminismo,el socialismo y el anarquismo. En contrapartida, el nacionalismodefinía a los pobladores criollos del interior profundo, el arrierocuyano, el zafrero tucumano, la telera puntana, o el gaucho sal-teño como los poseedores de valores morales acendrados. Estoscampesinos criollos habían conservado una sabiduría ancestral,sencilla e incontaminada, que ponía la religión católica, la pro-tección de la familia, la defensa de la patria, y el cumplimiento dela palabra prestada, por sobre sus intereses personales. Dichos va-lores aparecerían reflejados en el arte anónimo que practicaban,especialmente las décimas rememoradas por los músicos campesi-nos. El criollismo había ya definido esos valores como propios delgaucho pampeano, el arquetipo máximo de la nacionalidad. Peromientras el gaucho se daba por extinguido o contaminado por losinmigrantes vecinos, los criollos del interior continuaban conser-vando hasta el presente los valores y creencias de la “Edad de Oro”pasada, que los nacionalistas localizaban entre la Conquista espa-ñola y la llegada de la inmigración a fines del siglo XIX.El trabajo de los folcloristas académicos como Aretz y Carrizo

se encargó de construir este arquetipo mientras que los folcloris-tas mediáticos, los educadores, los miembros de peñas y los or-ganizadores de festivales se encargaron de difundirlo hasta con-vertirlo en una creencia compartida para la mayoría de lapoblación. Pero el trabajo de los folcloristas y educadores no selimitaba a corroborar o instalar una creencia intelectual.Este libro se propone explorar cómo el desarrollo del movi-

miento folclórico en la Argentina estuvo ligado en sus orígenesa los intereses económicos y políticos de las oligarquías provin-ciales, específicamente de la elite azucarera de Tucumán. La evo-lución del nacionalismo cultural siguió en parte las modastransnacionales y en parte la propia dinámica del campo cultu-ral, pero el anticosmopolitanismo liberal que nutriera al movi-miento folclórico no hubiera pasado de un nicho intelectual si

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poderosos intereses como el del lobby azucarero no lo hubieransustentado en forma constante y eficaz.La clave para el cambio de orientación de la elite provincial

fue la pérdida de poder real que supuso la aplicación de la LeySáenz Peña en combinación con la recesión provocada por laPrimera Guerra Mundial y que siguió afectando las economíasregionales durante la década del veinte. Ese contexto favorecióla adopción del nacionalismo por la misma elite tucumana quedesde de la Liga del Norte hasta la caída del PAN había estadoal frente del liberalismo argentino. Lo que estaba en juego ade-más de su poder político era el equilibrio económico interregio-nal en que se sustentaba su prosperidad. En términos económi-cos el liberalismo ensayado por la Liga de Gobernadores en ladécada de 1870 y el PAN desde 1880 era decididamente hetero-doxo. Si bien abría las puertas a la importación de bienes ma-nufacturados y el capital extranjero también creaba regímenesespeciales de protección para un número de producciones regio-nales destinada al mercado interno, como el vino, el azúcar, layerba mate y el algodón. El gobierno central daba protección aesta industrias debido a las condiciones estructurales que la per-judicaban (fragmentación de la propiedad, ciclos meteorológi-cos adversos, altos costos de flete, descapitalización), pero antesque nada porque necesitaba los votos puestos a disposición porlas elites provinciales. La protección perjudicaba a los consumi-dores del litoral pero garantizaba la estabilidad de la alianza oli-gárquica interprovincial. La caída de esta alianza en el período1912-1916 puso a las elites conservadoras provinciales en esta-do de alerta. Los intereses electorales del radicalismo y el socia-lismo concentrados en el electorado urbano amenazaba con bo-rrar de un plumazo la protección otorgada por el PAN a lasagroindustrias orientadas al mercado interno. Las elites provin-ciales ensayaron estrategias de todo tipo para mantener el mar-gen de ganancia de sus negocios, entre éstas la adopción del dis-

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curso nacionalista que anteponía los intereses provinciales porsobre los de Buenos Aires.En el primer capítulo de este libro se explica de qué manera

el folclore como disciplina académica estuvo íntimamente liga-do al nacionalismo reaccionario desde sus orígenes en la Europaromántica. La profesionalización del folclore y la adopción deuna pátina positivista durante la segunda mitad del siglo XIX nologró borrar del todo la creencia en la existencia de un espírituque distinguía a cada nación y que se transmitiría a través de lastradiciones orales. En la Argentina, el folclore estuvo ligado ensus orígenes a exploradores científicos identificados con el pro-yecto de construcción del estado-nación capitalista. Estos cientí-ficos estaban más interesados en descubrir, indexar y almacenarinformación acerca de los recursos naturales y humanos a explo-tar que en descubrir el espíritu nacional. Por otro lado, los libe-rales cosmopolitas asociados a ese proyecto concebían la nacióncomo un contrato social entre ciudadanos racionales sin impor-tar el bagaje cultural de cada uno de ellos. Con esta premisa, elsaber metódico sobre las culturas criollas del interior, cuyo asen-tamiento se remontaba al periodo colonial, correspondía más auna disciplina integrada en donde la arqueología, la historia y laobservación etnográfica se superponían. Esas comunidades eranreliquias vivientes, curiosidades históricas que debían ser estu-diadas, pero no tenían valor como eje cultural de la nacionali-dad. Fueron las condiciones económicas y políticas las que en ladécada del 1910 hicieron que esos conocimientos etnográficos seconvirtieran en folclóricos, es decir que los sujetos humanos deesas culturas locales pasaron de ser objetos de curiosidad etno-gráfica para convertirse en el auténtico pueblo argentino.Este proceso discursivo implicaba revaluar el lugar que co-

rrespondía en el complejo cultural de la nación a trabajadoresrurales empleados en las industrias regionales. No es sorpren-dente entonces que los azucareros tucumanos se hayan puesto al

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frente de las políticas culturales que favorecían la valoración deestos trabajadores. Proteger las fuentes de trabajo de esos campe-sinos criollos significaba defender las fuentes mismas de la na-cionalidad. Así varios barones azucareros dirigidos por el incan-sable Ernesto E. Padilla subvencionaron la formación de unmovimiento folclórico complejo que incluía investigación acadé-mica, difusión artística y educativa. Como se verá en el segundocapítulo, la injerencia de los industriales azucareros estuvo de-trás de cada estudio importante sobre el folclore criollo, dándo-le a los folcloristas apoyo político y económico para su investi-gación y publicación e influyendo en las políticas del Estado queimpulsaron el estudio del folclore en las escuelas. Esto explica enparte la preponderancia del Noroeste en la formulación delcanon folclórico. Cuyo, cuya elite vitivinícola también participóen la promoción de la cultura local, le siguió en términos de in-vestigación y promoción del folclore local. Justamente, la fiestade la Vendimia, instituida en 1936, no tardó en convertirse enmodelo de las fiestas regionales para todo el país, uno de los ám-bitos más eficaces en la difusión del folclore. Los intereses yer-bateros, por su parte, intentaron no tanto nacionalizar la cultu-ra de los productores, sino en nacionalizar el mismo consumodel mate, que hasta la década de 1920 era más concebido comopráctica pan-rioplatense que algo propiamente argentino. Entodos los casos, la composición de un cuadro de caracteres yprácticas definidas como propiamente argentinas se desarrollóno tanto como efecto del proceso de formación nacional fomen-tado por el Estado central, sino como irrupción de elites e inte-reses económicos regionales en peligro de perder el principio desolidaridad interregional que protegía sus negocios.La idealización de la vida y cultura del campesino criollo no

tardó en salir del molde pergeñado por los sponsors conservado-res. En la década del treinta, el nacionalismo cultural pasó de sermonopolio de la elite conservadora provincial (y parte de la ra-

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dical) para convertirse en bandera del nacionalismo popularpost-yrigoyenista (y proto-peronista) como los intelectuales deFORJA e incluso de sectores del partido comunista que buscabanmodelar su discurso a las condiciones del país. Es así que conser-vadores, nacionalistas-católicos, nacionalistas-populares, y algu-nos comunistas terminaron coincidiendo en el plano discursivocon la idealización del paisano criollo del interior como modelode nacionalidad y brindar su apoyo a la difusión del folclore. Losconservadores del gobierno de la Concordancia 1932-1943, losmilitares nacionalistas, y el gobierno peronista adoptaron medi-das específicas para impulsar el estudio y la difusión del folclorea nivel nacional, que fueron seguidas desde la sociedad civil congran entusiasmo. Los únicos que quedaron fuera del paradigmaromántico-nacionalista fueron los pocos liberales cosmopolitasque en los años treinta seguían defendiendo un modelo cívico denación basado en principios ilustrados supuestamente universa-les (lo interesante es que la mayoría de éstos pertenecían a lasdistintas ramas del partido socialista).Los artistas folclóricos, desde Andrés Chazarreta a

Atahualpa Yupanqui, podían tener diferentes posiciones políti-cas, pero en general coincidían con el modelo romántico arti-culado por los folcloristas académicos y otros intelectuales. Elfolclore musical comenzó a tomar forma en el medio radiofóni-co, afianzándose a lo largo de la década del treinta y comienzosde los cuarenta como el principal competidor del tango. El go-bierno conservador se sumó al apoyo al folclore influenciadopor el lobby azucarero, pero el apoyo corporativo al folclore enradio era mucho más variado incluyendo empresas nacionales ymultinacionales que competían por el mercado interno anun-ciando sus productos en radio. Asociar marcas con la culturacriolla era una forma de penetrar ese mercado sorteando la an-tipatía popular creciente con respecto al capitalismo concentra-do y transnacional. Así Jabón El Gaucho auspiciaba el programa

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del “Gaucho Ochoa” –lo cual no parecería incongruente si nofuera por que Jabón El Gaucho era una marca de la compañíaSwift del Río de la Palta, es decir de la firma de Chicago propie-taria de uno de los grandes frigoríficos de Beriso–. Sin que cam-biaran substancialmente los sponsors, el gobierno militar de1943 y luego el peronismo, reforzaron la presencia radiofónicade esos artistas. Así, el gobierno peronista, los azucareros tucu-manos, los bodegueros cuyanos, el partido comunista, Swift ysellos radiofónicos variados se encontraron promoviendo el fol-clore criollo a un mismo tiempo. Esta es una de las tantas in-congruencias que jalonan la historia del movimiento folclóricoy que continuarían en las décadas siguientes. Pero esta incon-gruencia no era necesariamente una debilidad, al contrario,puede decirse que justamente la variedad de ideologías, sectoreseconómicos e intereses políticos que acompañaban el surgi-miento del folclore contribuyeron a su fortalecimiento y a sucapacidad de supervivencia a lo largo de más de medio siglo decambios políticos y económicos constantes.En este trabajo se considera al movimiento folclórico como

un fenómeno complejo y polifacético que reunía intelectuales,investigadores, artistas, educadores, funcionarios, empresarios,productores y simples ciudadanos de orígenes e intereses no solodiversos sino también contrapuestos. El movimiento se dividía almenos en tres áreas fácilmente distinguibles: el folclore acadé-mico, estrechamente ligado al educativo, el artístico, especial-mente la música de raíz folclórica, y el asociativo, que incluía laspeñas, círculos criollistas y distintas asociaciones civiles enco-mendadas al estudio y difusión del folclore. Estas distintas áreasse superponían y se reforzaban mutuamente coincidiendo todasen el objetivo de defender las costumbres nacionales. Más allá delos matices, facciones, y esferas de actividad, todos los involucra-dos en el movimiento folclórico, desde los periodistas, escritores,productores artísticos, investigadores académicos y funcionarios

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de gobierno coincidían en idealizar a los habitantes pobres de lascampañas de origen criollo como el arquetipo de argentinidad.Irónicamente, quienes no formaban por lo general parte de

este movimiento eran los mismos sujetos del folclore. Me refie-ro a los miembros de las comunidades criollas mencionadas endecenas de composiciones quienes bailaban zamba no porque laaprendieran en la escuela o una academia. Ellos eran interroga-dos, fotografiados o grabados por los folcloristas; sus costum-bres, pesares y paisaje circundante evocados en canciones; susrostros reproducidos en pinturas, producciones cinematográfi-cas, y manuales de texto; sus vestimentas imitadas en disfracespara turistas o fiestas escolares. El significado de ser argentinocambiaba de acuerdo a los discursos políticos dominantes y losmodelos de país que se sucedían de acuerdo a las tendencias ypresiones transnacionales, pero el significante se mantuvo esta-ble. Éstos criollos rurales del interior, sobre los que se predicabantantas virtudes y proezas diferentes, se les dejaba poco espaciopara ser sujetos de su propio destino.

Notas

1 Nota sobre uso ortográfico: en este libro el término “folclore” y sus deri-vados aparece en ortografía española moderna –reemplazando la “k” por la “c”–.Se respetan, sin embargo, los casos de nombres de instituciones o títulos de pu-blicaciones que utilizan la antigua ortografía inglesa.

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CAPÍTULO 1

El folclore argentino,del positivismo al nacionalismo

En 1910, al tiempo que el país celebraba el primer centenario dela Revolución de Mayo, la alianza interprovincial de familias te-rratenientes comenzaba una lenta retirada del poder que habíausufructuado por cuarenta años. Las décadas de dominio oligár-quico fueron, en su mayor parte, tiempos de fuerte crecimientobasados en un tácito pacto interregional que asignaba a la regiónpampeana un perfil agrícola-pastoril exportador mientras que laperiferia del interior, Cuyo, el Noroeste, Chaco y el Noreste de-sarrollarían industrias primarias destinadas al mercado interno.El ocaso de la oligarquía fue acompañado de un fuerte debate po-lítico e ideológico en el que se discutía el futuro del país. Mien-tras que el radicalismo pugnaba por reformas institucionales, lossocialistas por reformas laborales y los anarquistas por la revolu-ción, las elites del interior temblaban ante la perspectiva de queel cambio de régimen archivara el modelo proteccionista que loshabía cobijado. En ese contexto, el resurgimiento del nacionalis-mo romántico a nivel mundial impactó en el país dándole caucediscursivo al malestar de la oligarquía. El Movimiento FolclóricoArgentino anidó en los resquicios de este giro ideológico de laelite, combinando y resignificando distintas tendencias prece-dentes.Entre ellas, el criollismo en el campo del espectáculo, la et-

nografía positivista en el ámbito académico, el culto escolar a lapatria y el clericalismo antiliberal contenían elementos naciona-listas dispersos que eclosionaron en un discurso coherente alre-dedor de 1910 y, a su tiempo, alentaron el surgimiento de un fol-clore nacional. El trabajo de síntesis correspondió a los escritores

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de la Generación del Centenario con fuertes lazos con las elitesdel interior liderado por Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones yManuel Gálvez quienes articularon una crítica global al liberalis-mo cosmopolita de la Generación del Ochenta –obviando men-cionar el pragmatismo proteccionista que coexistía con el libre-cambismo–. El blanco favorito de la crítica nacionalista fue lapolítica inmigratoria. De acuerdo a los tradicionalistas la inmi-gración masiva había corrompido la pureza del alma nacionaltrayendo consigo materialismo, avaricia, y socialismo al tiempoque había disuelto la nacionalidad en un archipiélago de cultu-ras foráneas. Como contrapartida, este grupo proponía recupe-rar las culturas criollas del interior entre las cuales el alma na-cional se habría preservado intacta. Mientras que el problemaeconómico de fondo era el mantenimiento de la protección delas oligarquías provinciales, el tradicionalismo que apoyaba aesas oligarquías planteaba principalmente cuestiones culturalesy sociales, acusando a la migración y el cosmopolitanismo comocausas de la supuesta decadencia nacional.

El nacionalismo romántico

La disciplina folclórica, tal como fue adoptada en la Argentina,aparecía como una aliada natural del tradicionalismo derechis-ta. Esto se debe a que el folclore como área de conocimiento sedesarrolló en Europa durante el siglo XIX al calor de la luchaentre partidarios del antiguo régimen, por un lado, y la Ilustra-ción francesa, el liberalismo burgués y el socialismo, por el otro.En esta disputa secular y transnacional, el folclore surgió comoarma intelectual del sector conservador llevando por tanto unamarca de nacimiento de carácter fuertemente reaccionaria here-dada del romanticismo alemán de fines del siglo XVIII. En aquelperíodo, el redescubrimiento por parte de las elites alemanas del

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mundo rural, la idealización del campesinado y de la cultura au-tóctona emergió como reacción a los principios pretendidamen-te racionalistas y universalistas de la Ilustración. Desde esos orí-genes, los sectores conservadores y clericales de otros paíseseuropeos y luego de América Latina aprendieron a valorar la cul-tura rural como un bálsamo contra los malestares producidospor la modernidad, incluyendo los desafíos concretos a su mo-nopolio de poder lanzados por el secularismo y el socialismo.El punto de partida del romanticismo fue la definición del

concepto de “volk” o “pueblo auténtico” por el filósofo prusianoJohann von Herder. Según Herder, el pueblo alemán auténticoexistía solo en las pequeñas comunidades de campesinos, artesa-nos, leñadores, mineros, y pescadores. Aunque los trabajadoresmanuales predominan en esta lista, la definición de Herder noestá basada tanto en un criterio de clase sino de localización geo-gráfica. Propietarios no absentistas, burgueses de pueblo y el bajoclero podían ser parte del volk si cumplían con un requisito fun-damental de mantener una relación directa con la naturaleza ycon las tradiciones ancestrales del pueblo alemán. En relaciónopuesta a ese pueblo auténtico se encontraban los pobladores delas ciudades sean ellos intelectuales, nobles absentistas, burgue-ses o trabajadores industriales y plebe urbana. Herder, así comoFitche y von Savigny, creían que en las tradiciones orales del pue-blo se conservaban los conocimientos, los valores y creencias delas antiguas tribus germánicas, el espíritu originario del puebloalemán. Este alma colectiva conectaba a la nación alemana mo-derna con sus antepasados pre-cristianos e incluso pre-romanosy nutría la identidad común de una nación que carecía aún deun estado unificado. En contraste con el humilde y austero pue-blo rural, los alemanes citadinos de Berlín, Hamburgo oFrankfurt –fatuos y avaros si ricos, anárquicos y pérfidos si po-bres– estaban más interesados por las ideas francesas y en losplaceres mundanos que la defensa de la patria. El nacionalismo

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romántico se erigió explícitamente como contrapeso a la moder-nidad cosmopolita y al racionalismo, conteniendo en forma em-brionaria casi todos los elementos del discurso fascista, inclusi-ve el componente antisemita.En el campo del folclore propiamente dicho, los hermanos

Guillermo y Jacobo Grimm, famosos por su colección de cuentosinfantiles, formaban parte de este proyecto cultural y político ycompartían los principios del nacionalismo romántico. Discípu-los dilectos del filósofo y jurista von Savigny, los Grimm enfoca-ron su celo nacionalista recogiendo y publicando el folclore ale-mán. Hacia 1830 los hermanos Grimm se habían ya convertidoen celebridades gracias a su best-seller Kinder und Hausmärchen,(Cuentos hogareños y de niños). Con Caperucita roja, Blancanie-ves, La bella durmiente, Hänsel y Gretel, entre otros, los hermanosGrimm sacaron el folclore del gabinete del anticuario y lo con-virtieron en una disciplina vibrante que atraía tanto a artistas eintelectuales como a padres y educadores. Coincidentemente, elromanticismo alemán iba ganando fama internacional y con-virtiéndose en modelo para intelectuales de otros países interesa-dos en liderar los procesos locales de formación nacional.Siguiendo a los hermanos Grimm, el inglés Williams Thoms,

inventor del término folk-lore, y el finlandés Julius Krohn le die-ron un mayor peso académico a la disciplina. Para la segundamitad del siglo XIX, el folclore era considerado ya una ciencia,que siguiendo el modelo las ciencias naturales buscaba descubrir,clasificar y ordenar especímenes, en su caso especies tales comocuentos, danzas, creencias y prácticas rituales. El medio donde sedesarrollaban estos fenómenos era las “sociedades folk”, es decirpequeñas comunidades donde todos sus miembros se conocíanunos a otros, donde la creación artística era anónima, los cono-cimientos se transmitían principalmente en forma oral, y dondela vida diaria seguía siendo regulada por la tradición y formas no-industriales de producción. Los folcloristas científicos estaban

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pues interesados en las “supervivencias” culturales que se mante-nían vivas entre estos grupos aislados, de la misma forma que lospaleontólogos y geólogos se interesaban por los restos dejados porlas distintas etapas de la historia natural.Pero aunque en términos metodológicos el folclore de segun-

da mitad del siglo XIX se alejó de sus orígenes románticos, el ger-men de las ideas reaccionarias subsistió por debajo de la metodo-logía científica. Observando el tipo de fenómeno que circunscribeel campo de investigación folclórica se puede deducir que la tareade la etnografía y el folclore se superponían. La diferencia estabaen el tipo de sociedad tradicional que una y otra disciplina elegíapara su estudio. Mientras que la etnografía observaba las prácti-cas y creencias de sociedades “salvajes” es decir habitantes de te-rritorio de colonización, especialmente no europeos, los folcloris-tas estudiaban fenómenos similares pero entre comunidadesubicadas dentro del territorio nacional y racialmente indiferen-ciada de la población en general. Esta tarea de recolección se dioen el contexto de la unificación de esas distintas comunidadesdentro de un estado unificado que efectivamente recortaba la au-tonomía económica y política de las comunidades locales. Enesto, el folclore no hacía sino seguir los objetivos de las otras cien-cias positivas. De igual manera que los naturalistas inventariabanla flora y fauna “nacional”, los historiadores catalogaban los ar-chivos de la “historia patria” y los geógrafos construían el mapadel territorio, los folcloristas salían al campo en búsqueda de lastradiciones que acreditaban la antigüedad de la nación, aspectofundamental del reclamo de soberanía. La tarea del folclore esta-ba pues enlazada a la construcción del estado moderno y capita-lista pero siguiendo un concepto puramente romántico –y portanto irracional– que asignaba a esas sociedades folk la categoríade “auténticamente nacional”.Los folcloristas positivistas no parecieron percatarse de lo in-

congruente de esta posición. En la segunda mitad del siglo XIX

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en Europa y América, el proceso de formación de los estados-na-ciones modernos, es decir capitalistas, se caracterizó por el es-fuerzo de las elites transnacionales por uniformizar el complejocuadro de sociedades y economías locales subordinados al esta-do central. Esta homogeneización implicaba la asimilación de lasculturas locales a un supuesto estándar nacional –generalmentepautado por la sociedad y región dominante–. Las áreas rurales,incluso las más aisladas, se vieron sujetas a decisiones tomadasdesde los centros financieros y políticos y generalmente privadasde sus recursos naturales. El mercado nacional, en nombre de laeficiencia y ayudado por los nuevos medios de transporte, arrui-nó a una gran parte de los pequeños productores locales convir-tiéndolos en mano de obra itinerante y emigrante.Paradójicamente, al mismo tiempo que las comunidades lo-

cales perdían control sobre sus recursos naturales y mano deobra, folcloristas, artistas y escritores se apropiaban simbólica-mente de dichas comunidades etiquetándolas como último re-ducto de la verdadera nacionalidad. En realidad los folcloristas nohacían sino replicar en el terreno intelectual la acción coloniza-dora interna del Estado y las corporaciones capitalistas. Haciendoque las tradiciones locales se transformen en mercadería simbó-lica no solo en forma de antigüedades curiosas sino como mani-festación del espíritu ancestral de la nacionalidad. Michel DeCerteau llamaba a esta disciplina, que a un tiempo celebraba y su-primía las culturas rurales, “un culto castrante de lo popular”.1

Como señala el historiador alemán Uri Linke, los folcloristas ide-alizaron la vida rural sin preocuparse por los problemas de la po-breza y el aislamiento en que vivían los campesinos. Esta ideali-zación del campesinado se hizo más pronunciada a medida que elproletariado urbano se radicalizaba. Por tanto, el folklore, con suidealización nostálgica de la vida rural y de la estructura socialpreindustrial, era funcional al proceso de formación del estado-nación moderno.

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A fines del siglo XIX, cuando los estados europeos estaban re-clutando millones de campesinos para el servicio militar obliga-torio, no debería sorprender que los grupos reaccionarios nacio-nalistas celebraran la masculinidad rural. El campesino varón,antes reprobado por su falta de civilidad, se convirtió en poseedorde una sabiduría natural, esencialmente conservadora y una pie-dad sencilla que ignoraba especulaciones abstractas y utopías mo-dernistas. Estos héroes anónimos del pueblo rural eran el con-traejemplo de los nobles refinados, y por tanto “afeminados”, delos revolucionarios radicalizados y de las minorías étnicas trans-nacionales, es decir de los judíos. La aplicación positiva de la ca-tegoría volk, no era sin embargo tan sencilla. Los estados europe-os eran resultado de historias complejísimas de consolidacióndinástica, que incluía comunidades de tradiciones, idioma y reli-gión muy diversos. Elegir cuál de ellas era considerada puramen-te “francesa” o “belga” era una definición principalmente políti-ca que reflejaba los intereses de los sectores que controlaban laproducción de conocimiento. El folclore, positivista o romántico,por tanto, no tenía mucho de ciencia antiséptica y objetiva y conese bagaje ideológico y metodológico arribará a la Argentina en elperíodo de desarrollo agroexportador.

Folclore y positivismo en la Argentina

En la Argentina y América Latina los primeros estudios folclóri-cos también coincidieron con la formación del estado-nación enun contexto de capitalismo dependiente y de predominio ideoló-gico positivista. Si para los constructores de las naciones europeasla definición de su volk respectivo presentaba no pocas dificulta-des de este lado del Atlántico la situación era infinitamente máscomplicada. Cada país americano presentaba un complejo de so-ciedades superpuestas resultado de olas sucesivas de conquista,

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BREVE HISTORIA DEL FOLCLORE ARGENTINO (1920-1970)28

colonización y apropiaciones territoriales. En el caso argentino lasuperposición de comunidades ancestrales y de colonización re-ciente era especialmente compleja. Por un lado existía una cons-telación de comunidades criollas distribuidas en el territorio delas antiguas “trece provincias”. El Norte, Cuyo, el litoral pam-peano y el Noreste constituían regiones con sus respectivas cul-turas criollas diferenciadas. En cada una de estas constelacionespredominaban linajes culturales que remitían a pueblos origina-rios diferentes, a su vez interrelacionados con áreas más amplias:el mundo andino, el amazónico, el Mapuche. La influencia afri-cana se manifestaba en forma variable también de acuerdo a lapredominancia de esclavitud rural, en general asociada con lasestancias jesuíticas. Migraciones internas (desde Santiago delEstero a la región pampeana y de las ex misiones guaraníticas alresto del litoral) más la continua circulación de paisanos debidoa las aventuras militares y las relaciones comerciales tendieron, sino a homogeneizar, al menos a interconectar los distintos núcle-os criollos. La apropiación de territorio acometida por el gobier-no nacional entre 1865 y 1885 incorporó forzosamente una nue-va constelación de comunidades tradicionales originarias. Entreellas se encontraban grupos que habían resistido la conquista es-pañola y argentina como los Mapuches y los distintos pueblosChaqueños, más otros alejados del contacto colonial como losSelknam. Otros pueblos originarios y criollos que ya habían esta-do dominados por países vecinos pasaron a quedar bajo dominiode Buenos Aires, este fue el caso de campesinos de la puna. El des-arrollo económico en las nuevas áreas conquistadas tambiénatrajo poblaciones criollas vecinas desde Chile, Paraguay y Brasil.Este cuadro quedó en proceso de mayor complejidad con la inmi-gración europea masiva que afectó tanto al litoral pampeanocomo a los territorios conquistados. Todo esto hizo más proble-mática la definición de qué sociedad tradicional rural representa-ría a la auténtica nación argentina.