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Cádiz y Huelva Puertos feniCios del atlántiCo

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Cádiz y Huelva

Puertos feniCios del atlántiCo

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Catálogo de la exposición

Museo de Cádiz

Museo de Huelva

Sevilla

2010–2011

María Dolores López de la Orden

Eduardo García Alfonso

(eds)

Cádiz y Huelva

Puertos feniCios del atlántiCo

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Obra Social Cajasol

Presidente

Antonio Pulido Gutiérrez

Director General

Juan Salido Freyre

Secretario General

Lázaro Cepas Martínez

Subdirectora General Institucional y Obra Social

Rosa Santos Alarcón

Director de Área Fundación y Obra Social

Fernando Vega Holm

Jefe del Departamento de Cultura y Patrimonio

Antonio Cáceres Salazar

Jefe de Servicio de Artes Plásticas y Colección

Francisco del Río García

Coordinación de Exposiciones

María Bautista

Marta Puerta Álvarez

Coordinación de la Colección de Arte

Juan María Vélez Álvez

Junta de Andalucía

Consejero de CuLtura

Paulino Plata Cánovas

Directora General de Museos y Promoción del Arte

Inmaculada López Calahorro

Delegada Provincial de Cultura en Cádiz

Yolanda Peinado García

Delegado Provincial de Cultura en Huelva

Juan José Oña

Director del Museo de Cádiz

Juan Alonso de la Sierra

Directora del Museo de Huelva

Juana Bedia

Exposición

Producción

Cajasol Obra Social

Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía

Comisaríado

María Dolores López de la Orden

Eduardo García Alfonso

Colaboradores

Paula Vanessa García

Mª. Carmen Quintero

Enrique C. Martín Rodríguez

José Miguel Sánchez Peña

María de la O Díaz

Carmen Machuca

Coordinación

Juana Bedia

b

Juan Alonso de la Sierra

Diseño y dirección de montaje

Leona

Montaje

Suvemaja

Museo de Cádiz

Museo de Huelva

Transporte

Amado Miguel

Moyano

Seguros

Amado Miguel

Rotulación

Ameisin

Catálogo

Edición

Cajasol Obra Social

Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía

Autores de artículos de síntesis

Alicia Perea Caveda

Ana Delgado Hervás

Ana María Jiménez Flores

Ángel Muñoz Vicente

Carmen Alfaro

Eduardo García Alfonso

Enrique García Vargas

Francisco Alarcón Castellano

José Luis Escacena Carrasco

María Belén Deamos

María Dolores López de la Orden

Mª. Cruz Marín Ceballos

Víctor M. Guerrero Ayuso

Autores de fichas

A.J.D.M. Adolfo J. Domínguez Monedero

A.P.C. Alicia Perea Caveda

A.M.V. Ángel Muñoz Vicente

A.D.H. Ana Delgado Hervás

A.N.V.M. Ana Niveau de Villedary y Mariñas

C.G.S. Carmen García Sanz

D.M. Dirce Marzoli

E.G.A. Eduardo García Alfonso

E.F.A. Eduardo Ferrer Albelda

E.G.D. Eduardo Galán Domingo

E.G.T. Elisabeth García Teyssandier

E.P.P. Eduardo Prados Pérez

F.G.T. Francisco Gómez Toscano

F.G.C.C. Fernando González de Canales Cerisola

F.J.B.J. Francisco José Blanco Jiménez

J.F.J. Jesús Fernández Jurado

J.L.G. Jorge Llompart Gómez

J.I.V.S. Juan Ignacio Vallejo Sánchez

J.A.P.M. Juan Aurelio Pérez Macías

J.A.Z. José Ángel Zamora

J.L.E.C. José Luis Escacena Carrasco

L.S.P. Leonardo Serrano Pichardo

L.C.Z.V. Luis Carlos Zambrano Valdivia

M.B.D. María Belén Deamos

M.D.L.O. María Dolores López de la Orden

M.L.L.F. María Luisa Lavado Florido

P.R.T. Pilar Rufete Tomico

R.C.S. Ramón Corzo Sánchez

Diseño gráfico y maquetación

Leona

Fotografías

Álvaro Holgado

Archivo Museo de Cádiz

Archivo Museo de Huelva

Caren Ruciero

David Revuelta

Juan Pedro Garrido Roiz

Manuel Pijuan

Martín García Pérez

Agradecimientos

Juan Ballesteros

Manuel Gómez

Rocío Rodríguez Pujazón

Nieves Medina Rosales

I.S.B.N.: 978-84-92704-31-6

Depósito legal: XXXXXXXXXXXXXXXX

© de las obras incorporadas a la presente edición sus respectivos autores, todos los derechos reservados.

Reservados todos los derechos. La presente edición y los contenidos y elementos que la integran están protegidos por las leyes de propiedad intelectual del Reino de España y por los Tratados y Convenios internacionales que pudie-ran resultar aplicables. Queda prohibida su reproducción, distribución, comunicación pública, transformación y, en general, cualquier forma y/o modalidad de explotación no expresamente autorizada por sus titulares. La Ley es-tablece penas de prisión y/o multas, además de las co-rrespondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, inter-pretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

PORTADA

Cabeza de Osiris. Punta del Nao, Playa de la Caleta, Cádiz. Siglo V a.C. FOTO MuSEO DE

CÁDIZ.

CONTRAPORTADA

Hallazgo del sarcófago masculino en Punta de Vaca, Cádiz. FOTO MuSEO DE CÁDIZ.

PÁGINAS 1 Y 4

La Joya, Huelva. Excavación de la tumba 17, siglo VII a.C. FOTO J.P. GARRIDO ROIZ.

PÁGINAS 2-3

Grupo de arqueólogos, entre ellos Pelayo Quintero, ante los hipogeos hallados en Punta de Vaca, Cádiz. FOTO MuSEO DE CÁDIZ.

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Hace ahora unos tres mil años que los fenicios visitaron y se asentaron en nuestras costas, creando puertos

y ciudades, abriendo rutas e intercambios, innovando cultivos y costumbres, divulgando y entrelazando sus

culturas, comerciando en paz por todo el Mediterráneo y buscando ir más allá.

En nuestros días, cuando en cualquier rincón del Mare Nostrum se quieren acentuar las habilidades comerciales,

innovadoras y de negociación de los pueblos, y sus gentes, se evoca su herencia fenicia.

Desde la escuela sabemos que fueron ellos quienes trajeron a Andalucía, el olivo, el alfabeto y las primeras

técnicas e instrumentos de navegación… En la exposición que aquí se presenta vamos a descubrir, –a

descubrirnos–, mucho más.

Los fenicios sobrepasaron los límites mediterráneos y también transcendieron a su tiempo ya que muchas de

sus innovadoras aportaciones son hoy parte de nuestras esencias más queridas. Atravesaron el Estrecho inte-

resados por las riquezas mineras de las sierras onubenses y las rutas comerciales que conectaban con lejanas

tierras del inmenso océano, tanto hacia el Norte, siguiendo las costas portuguesas, como hacia el Sur, por las

del continente africano.

Se encontraron con la fertilidad del valle del Guadalquivir, a cuyas tierras supieron sacar el mejor rendimiento.

En este escenario, Cádiz y Huelva desempeñaron un papel destacado. La primera como metrópoli de gran peso

religioso y administrativo, además de comercial, y la segunda como centro metalúrgico redistribuidor de las

producciones de la zona. El extraordinario patrimonio arqueológico de época fenicia custodiado en los Museos

de Huelva y Cádiz es el mejor testimonio de ello.

La exposición Cádiz y Huelva, puertos fenicios del Atlántico nos aproxima a esa interesante realidad a través de

más de 200 piezas rigurosamente seleccionadas. Algunas son conocidas desde hace tiempo y otras han sido

recuperadas más recientemente y se exponen al público por primera vez. La iniciativa es el resultado de la

estrecha colaboración entre dos museos andaluces que ponen en valor sus colecciones, situando así a nuestro

alcance lecturas diferentes y enriquecedoras.

Paulino PlataConsejero de Cultura de la Junta de Andalucía

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Aún en nuestros días sigue sorprendiéndonos la vitalidad de las colonizaciones fenicias cuando han transcurrido

tres milenios desde sus primeros asentamientos. Causa admiración la osadía de este pueblo marinero que

en menos de doscientos años creó, desde su asentamiento de origen en Oriente Medio, una amplia red de

ciudades portuarias entre el Mediterráneo oriental y los límites entonces conocidos de Occidente. A parir de

estas colonias comerciaron en el entorno, estableciendo con los pueblos relaciones pacíficas que facilitaron

un extraordinario enriquecimiento cultural, con aportaciones tan trascendentales como el alfabeto, del que

somos deudores todavía.

Dentro de este extraordinario fenómeno colonizador, Cádiz y Huelva desempeñaron un papel destacado, cada

una con sus peculiaridades, en la búsqueda de productos minerales y abriendo lejanas rutas comerciales. Al

protagonismo de estas ciudades en este proceso se dedica la exposición que ahora presentamos tomando

como punto de partida el patrimonio atesorado en sus museos y tras un intenso trabajo de estudio y catalo-

gación de más de dos años en el que han participado los mejores especialistas en la materia. Buena muestra

de ello es esta publicación, que se erigirá sin duda en cita obligada para el mejor conocimiento del mundo

fenicio-púnico a partir de ahora.

Finalmente, solo me queda agradecer la colaboración prestada a Cajasol por la Consejería de Cultura de la

Junta de Andalucía para que esta exposición sea hoy una realidad, y a cuantas personas e instituciones la han

hecho posible.

Antonio Pulido GutiérrezPresidente de Cajasol

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El Patrimonio Histórico de origen fenicio que conserva Andalucía es uno de los legados más singulares de

la Comunidad Autónoma no solo por su originalidad y carácter singular, sino también por su escasez en el

conjunto de las tierras ribereñas del Mediterráneo y del Atlántico. El carácter comercial y navegante de este

pueblo les llevó a establecerse en zonas muy concretas, donde sus vestigios han sido localizados por la mo-

derna arqueología. De ahí que los restos materiales fenicios solo aparezcan, además de en la madre patria

libanesa, en lugares de Chipre, Sicilia, Túnez, Cerdeña, Ibiza y la fachada costera mediterránea y atlántica de

la Península Ibérica y el Magreb, aunque su comercio alcanzó un radio de acción mucho más amplio.

El interés por los fenicios experimentó un enorme auge a raíz de la gran exposición organizada en el Palacio

Grassi de Venecia en 1988 y patrocinada por el gran patriarca de la FIAT Giovanni Agnelli. El éxito de público

de I Fenici y la edición del monumental catálogo en varias lenguas animó a los responsables a promover otras

exposiciones similares dedicadas a otros pueblos de la Antigüedad, como los griegos occidentales (1996) y

los celtas (2001). La exposición del Palacio Grassi, irrepetible por su coste, convirtió, a los fenicios en los

protagonistas de una nueva moda. Antes siempre marginados en favor de los “grandes protagonistas” de la

Antigüedad, los fenicios se convirtieron de pronto en uno de los ejes esenciales de la historia del Mediterráneo.

Esto solo podía suceder en Italia, país donde se había creado la primera Cátedra de Arqueología Fenicia y

Púnica, ocupada inicialmente por el recordado Sabatino Moscati y fundado el Instituto de la Civilización Fenicia

y Púnica en Roma. Desde esta institución se promovió la primera, y por hoy única, revista científica dedicada

monográficamente a esta cultura: la Rivista di Studi Fenici, cuyo nº 1 vio la luz en 1973. Igualmente, serán

los investigadores italianos los que impulsen inicialmente la celebración de los Congresos Internacionales de

Estudios Fenicios y Púnicos, que tuvieron a Roma como sede de sus dos primeras ediciones (1989 y 1987).

España y Andalucía se incorporaron pronto a esta verdadera “feniciomanía”. Consecuencia de ello fue el

impulso que recibió la investigación arqueológica en nuestro país a partir de la década de 1980. En el caso

andaluz los proyectos estrella del mundo fenicio fueron el Castillo de Doña Blanca (Cádiz) y el Cerro del Villar

(Málaga), que pusieron las bases para un conocimiento más profundo del fenómeno colonial, al tiempo que el

caudal bibliográfico aumentaba considerablemente. Al tiempo que progresaban estos proyectos de investiga-

ción, la Península Ibérica iba alcanzando cada vez más un reconocimiento fuera de nuestras fronteras como

Cádiz y Huelva. Puertos feniCios del atlántiCo

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servirá al visitante para saber qué se cuenta en cada uno, tener un conocimiento de conjunto y seleccionar

luego el que más le interese. De ello creemos que depende que una exposición tenga o no éxito.

En esta exposición se van a exponer piezas ya conocidas e imprescindibles en una muestra dedicada a este

tema, pero también se ha querido destacar objetos que han salido a la luz recientemente, procedentes de

excavaciones arqueológicas llevadas a cabo tanto en Cádiz y Huelva, además de piezas que, aunque conocidas

desde hace tiempo, nunca se habían exhibido públicamente. Esto nos parece esencial, ya que en la exposición

se pueden ver hallazgos sobre los que se ha hablado y escrito mucho, pero también muchos elementos que

todavía no han sido bien definidos por su novedad. Sobre esto, los diversos autores han tenido que hacer un

esfuerzo preliminar de interpretación, que posiblemente haya que ir matizando conforme otros investigado-

res vayan aportando sus opiniones. Así por ejemplo se podrán ver los ajuares de las tumbas halladas en Los

Chinchorros y la calle Mirador de Cádiz, además de parte de los nuevos hallazgos de las calles Méndez Núñez

y Concepción de Huelva, entre otras, a los que se añaden los excepcionales materiales de la necrópolis fenicia

de Hoya de los Rastros, en Ayamonte, por citar algunos ejemplos.

No queremos terminar sin antes agradecer a todos los colegas y amigos que han prestado sus conocimientos,

ideas, tiempo y permanente disposición en esta empresa. Nos han demostrado que no estábamos solos en este

viaje. Muchos proceden del mundo de la arqueología en sus diversos ámbitos: museos, órganos institucionales

del Patrimonio Histórico, universidades, centros de investigación, ejercicio libre de la profesión… Otros están

vinculados a la restauración, gestión cultural, diseño o han llevado la parte de ejecución y montaje. Aquí se ha

reunido un amplio horizonte geográfico, que abarca lugares de Sevilla, Madrid, Barcelona, Zaragoza y Málaga,

además de, lógicamente, las dos sedes de la exposición, con los magníficos equipos de los Museos de Cádiz y

Huelva. un agradecimiento especial para Cajasol y, particularmente para Francisco del Río. Con los tiempos

que corren no es fácil invertir en un proyecto como éste. Solo con el apoyo de personas y entidades compro-

metidas seriamente con la cultura es posible que los sueños se hagan realidad. A todos, muchas gracias.

María Dolores López de la Orden

Eduardo García Alfonso

Comisarios de la exposición

uno de los puntales principales de este área de conocimiento, lo que impulsó la celebración en Cádiz del IV

Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos (1994). Sin embargo, estos avances en la investigación

no encontraron su debida plasmación a nivel del gran público, con un programa de difusión que sacase de los

cenáculos de los especialistas las grandes novedades que se estaban produciendo en nuestra comprensión

de esta civilización. Solo las actuaciones individuales y aisladas de algunos Museos que poseían colecciones

fenicias (Cádiz, Huelva, Almuñécar) hicieron llegar tímidamente a la sociedad estos nuevos planteamientos.

Síntoma de este estado de cosas puede encontrarse en muchos libros de texto de educación primaria y secun-

daria o en obras de más amplio alcance de historia local y regional, donde los fenicios no consiguieron librarse

de los tópicos de la historiografía más rancia.

Para que se pudiese ver una exposición monográfica sobre los fenicios en España tendremos que esperar hasta

el año 2000, cuando se inaugura Argantonio, rey de Tartessos, que pasó por Sevilla, Madrid y Valencia. El hilo

argumental fue la vinculación del primer “Estado” peninsular que recogen los textos clásicos con la presencia

colonial en general, y fenicia en particular. En el ámbito internacional diversas muestras posteriores ofrecie-

ron una imagen de una cultura a la vez unificada, pero diversa. Nos referimos a las muestras Hannibal ad portas

(Museo de Karlsruhe, 2004) y Le Mediterranée des Phéniciens (Instituto del Mundo Árabe, París, 2008).

En 2008 las entidades bancarias Cajasol y Sa Nostra propusieron al Museo de Cádiz y al Museo Arqueológico

de Ibiza la organización conjunta de una exposición sobre los fenicios. Por diferentes motivos, Sa Nostra se

desvinculó del proyecto y, con ella, el Museo de Ibiza. En 2010 Cajasol decide retomar el tema y propone al

Museo de Cádiz y al Museo de Huelva llevar a cabo dicha exposición, aunque con menor extensión y coste más

reducido a tenor de la coyuntura económica existente en la actualidad. Del acuerdo surgido entre la entidad

bancaria y las dos instituciones museísticas andaluzas surge la idea de montar la exposición Cádiz y Huelva.

Puertos fenicios del Atlántico. Con ello, pensamos se produce una continuidad con la reciente muestra del

Museo Arqueológico de Sevilla El Carambolo, 50 años de un tesoro, en el sentido de potenciar lo que supone

la Protohistoria para el Patrimonio de nuestra Comunidad Autónoma, unos orígenes que enlazan con el mito

fundacional de Tartessos.

El título elegido por ambos Museos creemos que sintetiza el contenido global de la exposición y a la vez suena

como algo muy conocido, la cultura fenicia, pero también sugiere novedades, lo que esperamos provoque expec-

tación y anime a ser visitada. Esa novedad radica en el contexto atlántico a que hace referencia. El hecho de

que la antigua Fenicia se ubique en el Mediterráneo y en este misma zona geográfica se encuentren Cerdeña,

Cartago, Ibiza y otros puntos de primera importancia ha motivado que las exposiciones se hayan ceñido prin-

cipalmente a los fenicios y su presencia en el Mare Nostrum.

La exposición se ha dividido en cinco ámbitos: La aventura fenicia, El pueblo de la púrpura, Ciudades, puertos y

aldeas, Bajo la protección de los dioses y El último viaje. Estos ámbitos se han subdividido a su vez en otros más

específicos. Esta estructura de los conceptos permite distribuir los objetos expuestos en conjuntos, para una

más fácil comprensión para los que visiten la muestra. Los diversos espacios en que se divide la exposición

PáGinA siGuiEntE. Carta de la Ría de Huelva a finales del siglo XIX.

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LA AVENTURA FENICIA

El Atlántico, la última frontera Eduardo García Alfonso

La aventura fenicia Ana Delgado Hervás

La escritura María Dolores López de la Orden

Fichas

EL PUEBLO DE LA PÚRPURA

El pueblo de la púrpura Eduardo García Alfonso

Gadir Eduardo García Alfonso

Doña Blanca Francisco Alarcón Castellano

Onoba María Belén

Restos de textiles y producción de púrpura Carmen Alfaro

Producción orfebre en los puertos fenicios de Occidente Alicia Perea

El vidrio fenicio y púnico María Dolores López de la Orden

Fichas

CIUDADES, PUERTOS Y ALDEAS

La marina mercante fenicia Víctor M. Guerrero Ayuso

Agricultura, ganadería y pesca Enrique García vargas

Estado actual de la investigación y perspectivas de estudio

Ánforas fenicio-púnicas Ángel Muñoz Vicente

Numismática fenicio-púnica María Dolores López de la Orden

Fichas

BAJO LA PROTECCIÓN DE LOS DIOSES

El panteón fenicio Mª. Cruz Marín Ceballos

Los ritos fenicios Mª. Cruz Marín Ceballos

Los santuarios fenicios José Luis Escacena Carrasco

Fichas

EL ÚLTIMO VIAJE

El mundo funerario Ana María Jiménez Flores

Fichas

BIBLIOGRAFÍA

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La aventura fenicia

< Necrópolis de Cádiz. Tumbas encontradas a principios del siglo XX. FOtO MusEO DE CÁDiz.

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21La aventura fenicia

eL atLántico, La úLtima frontera

Eduardo García AlfonsoJunta de Andalucía

Delegación Provincial de Cultura n Málaga

La expansión fenicia en el Mediterráneo convirtió a todas las tierras que se asomaban a este mar en litorales

plenamente accesibles a los estados orientales. Pero la navegación fenicia no se conformó con esto. Prosiguió

más allá del Estrecho de Gibraltar, permitiendo un acceso sistemático al mar Exterior para aprovechar las

posibilidades que ofrecían estas remotas regiones, límite occidental del mundo entonces conocido. La llegada

de los fenicios a estas aguas tuvo como consecuencia la confirmación empírica de un modelo geográfico ela-

borado en los templos de la baja Mesopotamia en el III milenio a.C. y que fue aceptado como válido por todas

las cosmografías del Próximo Oriente y del mundo griego: la tierra como un disco plano rodeado de agua por

todas partes.

Sin embargo, para los fenicios, la llegada al Atlántico no fue ninguna sorpresa, ningún descubrimiento. Es

bastante probable, aunque carecemos de datos escritos al respecto, que el contorno general de las costas

mediterráneas fuese ya conocido por los estados marítimos orientales desde mediados del II milenio a.C., al igual

que la existencia de un mar Exterior. En este sentido, se consideraba que los mares que bañaban el Próximo

Oriente no eran sino senos de este gran mar que “rodeaba” la tierra, concepto derivado de las navegaciones

sumerias desde el III milenio a.C. a Dilmun (Bahrein), Makkan (Omán) y Meluhha (desembocadura del Indo), a

traves del Golfo Pérsico y la salida al océano Índico por el estrecho de Ormuz. En la ruta occidental hacia el

mar Exterior, sin embargo, hay que atribuir a los micénicos el grueso de la exploración, al menos por lo que

sabemos actualmente. Sin este conocimiento, no se podrían explicar las sistemáticas travesías micénicas

hasta la isla de Cerdeña o más allá. Menos posibilidades tenemos, en cambio, de atribuir un protagonismo en

la consolidación de la navegación hacia el Mediterráneo centro-occidental a los estados marítimos cananeos

del II milenio a.C., con el reino de Ugarit a la cabeza, pues parece que su esfera de intereses no rebasaba el

ámbito del Egeo. No obstante, resulta muy plausible que estos activos puertos levantinos fueran el escenario

de intercambios de conocimientos sobre rutas, vientos y fondeaderos entre las gentes de la mar, al confluir

aquí micénicos, chipriotas y cananeos. Mucha de esta experiencia adquirió pronto una dimensión mítica

cuando se incorporó a un acervo escrito controlado por la clase sacerdotal, mientras que para los navegantes

era un saber puramente práctico.

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22 La aventura fenicia 23La aventura fenicia

del Mediterráneo occidental, los conocidos nombres en –oussa, atribuido tradicionalmente a la expansión

focense del siglo VI a.C., podría ser explicado como indicio de unas navegaciones eubeas preliterarias.

Lo cierto es que la denominación “Atlántico” no sabemos a ciencia cierta cuándo aparece. La cita más antigua es-

taría en la Gerioneida del siciliano Estesícoro de Hímera, fechada en la primera mitad del siglo VI a.C., pero que

sólo conocemos por un escolio a Apolonio de Rodas (1, 211). En textos de primera mano, la mención más anti-

gua hay que buscarla en Epicarmo, cómico siciliano del siglo V, conservada en uno de los papiros de Oxyrrinco

(2429.7), que reproduce parte de su obra Odiseo náufrago u Odiseo desertor. Igualmente, Eurípides menciona

el Atlántico en Hipólito (3 y 1053), y en Andrómeda (frag. 145). La conexión con el gigante Atlas es evidente.

Personaje inequívocamente vinculado con el Extremo Occidente, Atlas aparece ya en la Odisea como padre de

Calipso y vigilante de las columnas que sostienen el cielo (I, 52 y VIII, 245). En la Teogonía (510-521) se detalla

esta misión como el destino que le reservo Zeus y se “ubica” el lugar en los confines de la tierra, mientras que

en otra obra fragmentaria de Hesíodo, el Catálogo de las Mujeres (frag. 150), se habla de la montaña de Atlas.

La desmitificación de esta geografía llegará en el siglo V, cuando Heródoto señala que Atlas es la montaña

situada en el norte de África (IV, 184), aunque su descripción sea bastante inexacta.

El caso es que el Atlántico se va a convertir en una “zona económica exclusiva” fenicia, seguramente bajo la

hegemonía de Gadir (Fig. 3). Esto explica la ocupación sistemática del litoral portugués, con asentamientos fe-

nicios en el Algarve y en las desembocaduras del Tajo y del Sado. El modelo es el habitual del mundo fenicio:

asentamientos en estuarios, con buenas conexiones terrestres o fluviales hacia un hinterland rico en recursos

agro-pecuarios, forestales y mineros y cercanos a lugares destacados indígenas.

El colapso de la civilización micénica hacia 1200 y, poco después, la repentina destrucción de Ugarit convierte

a unos vecinos menores, como eran las ciudades cananeas situadas en la costa libanesa, en los depositarios de

las tradiciones marítimas. Muchas han sido las discusiones sobre la cronología de la expansión fenicia, pero

cada vez es más evidente que, superada la fase de inestabilidad que sucedió al derrumbe de las economías

palaciales de finales de la Edad del Bronce, la llegada al mar Exterior fue el objetivo primordial. Mientras Sidón

parece concentrar sus intereses comerciales en las tierras interiores de Siria, Anatolia y el ámbito egeo, lo que

explica que los sidonios sean los únicos fenicios que conoce Homero; Tiro aspirará a hacer suya la ruta hacia el

Atlántico. De este modo, los textos atribuyen a Cádiz y Lixus, las dos colonias tirias más alejadas, la fecha de

fundación más antigua: respectivamente 1104 y 1100 a.C. Sabemos perfectamente que estas cronografías son

elaboraciones eruditas que se realizan en época helenística y romana; aunque su fiabilidad es escasa, sí sirven

para marcar una serie de hitos admitidos por toda la erudición de la Antigüedad. La arqueología en esto se ha

mostrado taxativa: por el momento no confirma una presencia fenicia en aguas atlánticas a fines del siglo XII a.C.,

pero lo que sí ha revelado es que, hoy por hoy, la presencia fenicia en el litoral atlántico andaluz es más antigua

que en cualquier punto del Mediterráneo occidental. Mucho es todavía lo que hay que aclarar en este sentido.

Esta premura por llegar hasta el Atlántico no debe extrañarnos, dado el potente foco metalúrgico que se había crea-

do en toda la fachada oeste de Europa a lo largo del Bronce Final (Fig. 1). Las ocultaciones y depósitos de armas

y otros objetos de bronce nos indican hasta qué punto se demandaba metal, de ahí la necesidad de atesorarlo

o de intercambiarlo. Este movimiento de metal alcanza desde las islas Británicas hasta la Ría de Huelva,

muchas veces con cronologías difíciles de precisar entre los siglos XI y VIII a.C., con prolongaciones más allá,

que llegan en el caso del ámbito que nos ocupa hasta la desembocadura de río Lukkos. Este tráfico penetraba

también en el Mediterráneo occidental, con testimonios que llegan a Cerdeña, sur de Francia y Formentera,

aunque no sabemos si la extensión de esta red se debió a los fenicios, a los sardos o a los propios navegantes

de la Europa atlántica. Probablemente debe existir una interacción muy temprana, sobre todo por parte de gentes

mediterráneas. Esto podría explicar diferentes hallazgos como la tumba de Roça de Casal do Meio, cerca de la boca

del Sado, atribuida a comerciantes sardos, o los hallazgos chipriotas que se vinculan al litoral gaditano, ya

sea a la localidad de Paterna de Rivera o al Cerro Paterna de Barbate (Fig. 2), por no alargar la lista. En cualquier

caso, los fenicios, conocedores de este trasiego de metal procedente del Atlántico, quisieron introducirse en

esta red comercial como un socio más, convirtiéndose en los grandes beneficiarios de la misma.

La afluencia de plata y otros recursos del Extremo Occidente a Tiro no debió pasar desapercibida. Muy pronto

otros quisieron participar en el negocio, ya fuera como socios o como competidores. Las empresas navales

de las ciudades de Eubea previas a la fundación de la primera colonia griega en Pitecusa (hacia el 770

a.C.) no fueron recogidas por los textos literarios, de manera que ha sido una aportación de la investigación

arqueológica. Los eubeos están navegando por el Mediterráneo oriental en los siglos IX y VIII, coincidiendo

con la expansión fenicia. La presencia de cerámicas eubeas en lugares donde hay una importante implanta-

ción fenicia, casos de Huelva, la bahía de Málaga y Cartago, puede interpretarse como síntoma de un sistema

abierto, con empresas comunes. Esto mismo es lo que vemos en la necrópolis de Pitecusa, donde junto a los

griegos se entierran también extranjeros orientales. Igualmente, el sustrato toponímico griego más antiguo > Fig. 1. Hallazgos de metal correspondientes al Bronce Final Atlántico.

y Fig. 2. Hallazgos chipriotas de fines del siglo X-primera mitad del IX a.C. Paterna de Rivera o Cerro Paterna de Barbate (sEGún J.L. EsCACEnA CArrAsCO, 2008, A

PArtir DE M. PELLiCEr).

Page 14: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

24 La aventura fenicia 25La aventura fenicia

La presencia fenicia en el litoral atlántico de Marruecos se explica también por el sistema del hinterland. Lixus

se emplaza en la desembocadura del río homónimo (el actual Lukkos) y es un enclave simétrico en su posi-

ción geográfica con respecto a Gadir, actuando como llave del acceso meridional al Estrecho. La larga banda

arenosa hacia el sur se encuentra solo interrumpida por las desembocaduras de los ríos que nacen en el Atlas

(Sebú, Bou Regreg, Oum er Rbia). Aquí no encontramos fundaciones fenicias arcaicas, aunque los niveles más

antiguos de lugares como Banasa o Sala no se han explorado. Una vez más la arqueología del mundo fenicio

resalta los extremos y para encontrar ocupaciones del siglo VIII tenemos que descender más de 500 km. hacia

el sur, para llegar a la isla de Mogador. Este pequeño enclave, separado del continente por un pequeño estrecho

de 800 m., viene a ser uno de los escasísimos islotes del litoral marroquí. Su función no puede ser la misma que

otros asentamientos fenicios, primero por su carácter a todas luces estacional y después por su aislamiento.

Sin embargo, Mogador es el punto de acceso a las riquezas del alto Atlas y valle del río Sous, además de un

importante punto de paso en la migración del atún. No se acaba aquí el interés de Mogador para los fenicios,

ya que viene a ser el punto más septentrional de conexión con las rutas del oro sahariano y sudanés.

Más al sur, la navegación resulta mucho más complicada, especialmente cuando se rebasa el cabo Juby. La

presencia de la fuerte corriente de Canarias empuja a las naves hacia el sur, siendo prácticamente imposible

remontar de regreso a Mogador con la tecnología naval antigua. Solo internándose en el Atlántico es posible

aprovechar la deriva anticiclónica y recuperar los vientos del oeste, para regresar a la fachada atlántica de la

Península. Es la llamada volta pelo largo, descubierta

por los portugueses en el siglo XIV y que no tenía

más remedio que tocar en las Azores. El conocimiento

empírico que cualquier navegante de la antigüedad

tenía de los vientos y las corrientes le indicaba que

Mogador era el punto más meridional desde el que

podía volver a Gadir con relativa facilidad. Rebasarlo

era pasar el punto de “no retorno”. Esto explica que,

incluso en época medieval, Mogador fuera el puerto

marítimo del valle del Sous, lo que implicaba atra-

vesar el Alto Atlas por el puerto del Tizi Maachou

(a más de 2000 m. de altitud) o los abruptos acan-

tilados del cabo Ghir, mientras que no se utilizaban

los fondeaderos naturales existentes al sur de este

promontorio o la propia desembocadura del Sous.

Esta circunstancia explica que las singladuras por el

litoral africano que recogen algunos textos clásicos

hayan sido calificadas de puras ficciones literarias.

Son los casos del periplo de Eutímenes de Marsella

(¿segunda mitad del siglo VI a.C.?) o del cartaginés

Hannón (siglo IV) y que una parte considerable de la investigación moderna considera poco más de recrea-

ciones librescas. No obstante, la mera noticia de estos viajes ya indica el interés que tenían otras potencias

cercanas al Extremo Occidente en conocer el Atlántico. Cartago porque tenía unos vínculos evidentes con los

fenicios de la Península Ibérica, mientras que Massalía, por su proximidad geográfica, siempre quisó ser ple-

namente partícipe de las riquezas atlánticas. En este contexto se explicaría el controvertido viaje de Piteas

hacia las aguas del norte de Europa en el siglo IV, aunque no sabemos si se hizo circunnavegando la Península

o bien atravesando por tierra el istmo aquitano. Fuertes vínculos masaliotas parecen existir también en el

problemático texto de la Ora Marítima de Avieno, que serían muy largos de relatar aquí. El eco de estos viajes

atlánticos llegaría hasta el siglo II a.C., con los dos intentos de circunnavegar África por parte de Eudoxo de

Cícico. El primero partió desde Alejandría y pasó por Marsella y Cádiz. Viéndose obligado a regresar, realizó

una segunda expedición desde la Península. Lo que ocurrió con él, es posible que lo sepan los de Gadira e Iberia, a

decir de Estrabón (II, 3, 4-5), quien muestra su escepticismo sobre las informaciones que circulaban sobre este

personaje. No obstante, pese a que estos viajes resultaran muy difíciles técnicamente, no quiere decir que fue-

ran imposibles. Indicios en este sentido no faltan, aunque por desgracia, los que conocemos por el momento

no son demasiado precisos y no están exentos de polémica, tales como el tesorillo de monedas cartaginesas

y cireneas aparecido en la isla de Corvo (Azores) en 1749 o un ánfora fenicia anunciada no hace mucho como

procedente de la desembocadura del río Senegal. Más certeza parece haber sobre la frecuentación fenicia de

Canarias, todavía conocida solo de forma muy preliminar y más a nivel de indicios sobre la cultura material

aborigen. La incorporación plena de Canarias a la geografía del mundo antiguo quizás haya que atribuirla a la

iniciativa del rey mauritano Juba II, posiblemente el último epígono del mundo helenístico bajo la protección

de Augusto. El caso es que Plinio ya conoce plenamente la existencia de las Fortunatae Insulae, describién-

donos brevemente las siete islas principales del archipiélago y algunas menores, cada una con su topónimo

perfectamente individualizado (Naturalis Historia, VI, 202-205) (Fig. 4).

Por ello, la presencia fenicia en el Atlántico no fue un acontecimiento secundario ni un simple apéndice de la

expansión mediterránea, sino una contribución decisiva al conocimiento del mundo. Desgraciadamente, este

conocimiento geográfico no nos ha llegado por la vida directa de sus protagonistas, sino que lo conocemos

exclusivamente a través de lo conservado en los autores griegos y latinos. Perdido casi todo el rastro lite-

rario de las navegaciones eubeas en el Extremo Occidente, la literatura griega anterior al siglo VI a.C. solo

recogió el acervo mítico. Durante el siglo VI los autores jonios van a incorporar lo que cuentan del mundo

atlántico los navegantes microasiáticos, especialmente los foceos, y las informaciones que circulaban por el

Mediterráneo oriental aportadas por los fenicios, en un grado que no somos capaces de precisar. Pasamos así

de la geografía mítica que observamos en Homero y Hesíodo a la geografía universal empírica, cuyos primeros

resultados prácticos serán la redacción de la Descripción de la Tierra por Hecateo de Mileto y la elaboración del

Mapamundi de Anaximandro de Mileto, que convierte al mundo en algo mensurable.

No obstante, el caudal de datos transmitidos por los fenicios no será inocente, sino que ofrece la visión del

mundo que convenía a la casa real tiria, que solo podemos intuir en las escasas fuentes conservadas que nos

permiten aproximarnos a ella. El apócrifo Libro de los Jubileos, conservado en versiones griega y etiópica muy

> Fig. 3. La presencia fenicia en el Atlántico.

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26 La aventura fenicia 27La aventura fenicia

es muy difícil de los sacerdotes de Jerusalén hubieran tenido a su disposición tal caudal de datos, que, sorpren-

dentemente, coincide con la esfera de intereses tirios. Fue el alemán A. Herrmann, quien en 1931, siguiendo

las indicaciones del apócrifo, llevó sobre un mapa las indicaciones del texto (Fig. 5). Así, vemos una concepción

del mundo como un círculo rodeado de agua, idéntica que la elaborada en los templos mesopotámicos y en

las ciudades de Jonia. Cada uno de los puntos cardinales aparecen señalados por una montaña. La montaña

del oeste podría identificarse con el Atlas o bien con Gibraltar. La descripción de las costas mediterráneas

resulta bastante cercana a la realidad, aunque lógicamente es muy general. Las cuatro montañas situadas

en los cuatro puntos cardinales resultan muy significativas, ya que configuran un esquema cruciforme, cuyo

centro es la propia ciudad de Tiro. En el extremo de la línea que conecta Tiro con la montaña de Occidente se

encuentra Gadir, citada expresamente en el Libro de los Jubileos, algo excepcional en la literatura oriental para

un sitio tan alejado y ubicado imprecisamente en Occidente. No en vano, el redactor o redactores de este

compendio toman Gadir como límite entre la descendencia de Noé, a la hora de repartirse el mundo tras el

Diluvio Universal narrado en el Génesis:

“Y para Ham salió la segunda parte (África)… Y llega por el norte al límite desde Gadir… Y para Jafet salió como

tercera parte… hasta el mar Ma’uk (el Océano) y va hacia el este del Gadir hasta la orilla de las aguas del mar…Y

como sexta parte salió para Mesech toda la costa del otro lado de la tercera lengua (la Península Ibérica) hasta

que alcanza al este de Gadir”.

Cádiz simboliza así uno de los cuatro extremos del mundo conocido, siendo el más accesible para los feni-

cios y para todos los pueblos mediterráneos. Esta imagen que convirtió en un tópico durante la época romana.

tardías, recoge una parte sustancial de este legado. La datación del texto no deja de ser problemática, pro-

poniéndose desde una cronología muy alta, en torno al siglo X a.C., hasta una fecha ya de época herodiana. No

parece probable que este texto fuera compuesto antes del fin del reino de Judá, por lo que parece prudente

adoptar una data postexílica. Precisamente, es la adaptación a las necesidades del clero de Jerusalén, que

pone a su templo como punto geográfico central de esta elaboración, lo que viene a confirmar esta crono-

logía baja. En cualquier caso, la visión que ofrece el Libro de los Jubileos refleja un conocimiento amplio del

Mediterráneo y del “Mar Exterior” occidental, mientras que hay una visión menos certera del interior del

Próximo Oriente, especialmente más allá del Éufrates. Sin el concurso de los fenicios y especialmente de Tiro

< Fig. 4. La exploración fenicia del mar Exterior.

> Fig. 5. El “planisferio” del Libro de los Jubileos según A. Herrmann (tOMADO DE A.

GArCíA y BELLiDO, 1952).

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28 La aventura fenicia 29La aventura fenicia

La aventura fenicia

Ana Delgado Hervásuniversitat Pompeu Fabra

Barcelona

Así lo reconoció la política viaria de Augusto, cuando la ruta que conectaba Gades con Roma recibió la denomina-

ción de Via Augusta. Para conmemorar esta llegada al límite del mar Exterior muchos miliarios de esta ruta llevan

inscrita la expresión ad Oceanum (hasta el Océano). En aquellos momentos se dio por finalizada oficialmente

la exploración de aquella porción de la oikoumene que limita con el mar Exterior, ahora sometida a Roma, más

allá se acababa la civilización. Esta idea se plasmará en la primera cartografía “oficial” del mundo, el mapa

del Imperio Romano derivado de las inquietudes geográficas de Marco Vipsanio Agripa y conocido como Orbis

Pictus. A la muerte de su directo colaborador (12 a.C.) fue el propio Augusto quien ordenó colocar este mapa en

el Pórtico que Agripa había construido en honor de su hermana Vipsania en el Campo de Marte. Nada queda de

este atlas universal ni de las copias que inmediatamente se enviaron a todas las provincias del Imperio, pero

de esta fuente bebieron en abundancia Estrabón y Plinio. Se cerró así un círculo que había sido iniciado por

aquellos primeros fenicios que habían dado carta de naturaleza al Atlántico, lo habían navegado, explotado y

convertido en la última frontera de su mundo. Sin embargo, ni el poder absoluto de Roma pudo ampliar este

límite y habrá que esperar quince siglos para que la divisa Plus Vltra fuese una realidad. Y de nuevo, los que

fueron en su día puertos fenicios del Atlántico estarán en primera línea.

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En los albores del I milenio a.C. navegantes orientales llegaron a las tierras oceánicas que se extienden más

allá de las Columnas de Hércules. La mayoría de estos marinos eran descendientes de los antiguos cananeos,

conocidos por los griegos como fenicios, nombre con el que han llegado hasta nosotros. Fenicios es una iden-

tidad que se les daba a estas gentes en tierras extranjeras, pero ellos preferían identificarse a si mismos con

el nombre de su ciudad –gentes de Tiro, de Sidón, de Biblos, de Beirut, de Arvad–. Estos centros eran pequeñas

ciudades-estado, con un peso político y económico desigual y con una fuerte tradición en el comercio interre-

gional. De todas estas ciudades, Tiro, un centro secundario en el mundo de los grandes imperios del II milenio

a.C., tras la estrepitosa crisis que azotó a este sistema, se convirtió en un punto de referencia excepcional

para el comercio internacional, posiblemente, a partir de finales del siglo XI, pero muy especialmente a partir

del siglo X y sobre todo del siglo IX a.C. En ese periodo Tiro pasó a ser el principal centro mercantil del área

sirio-palestina, el “fondeadero de los pueblos de muchas regiones”, como lo denominó el profeta Ezequiel (Ez

27, 3), eclipsando a otras ciudades fenicias que habían tenido una larga tradición en el comercio interregional

(Liverani 1991; Aubet 1994; Aubet 2000).

Gentes de Tiro fueron las protagonistas de excepción –aunque no las únicas– de la gran aventura fenicia en

Occidente, una aventura que, tras décadas de tímidos y puntuales contactos, adquirió en el siglo VIII a.C. un

carácter totalmente diferente. A lo largo de esa centuria se produjo una diáspora de grandes dimensiones que

conllevó la migración de un numeroso grupo de gentes de origen oriental que se establecieron en una enorme

diversidad de tierras situadas principalmente en las orillas mediterráneas: Chipre, Creta, el Delta del Nilo,

Malta, el Norte de África, Sicilia, Cerdeña o la Península Ibérica (Fig. 1). Estos inmigrantes de origen levantino

se instalaron en antiguos puertos o en importantes centros de intercambio locales, al mismo tiempo que

fundaron sus propias estaciones mercantiles y nuevos asentamientos, algunos de los cuales se transformaron

con el tiempo en auténticas ciudades, las primeras ciudades del Occidente mediterráneo.

La llegada de estas nuevas gentes supuso el nacimiento de nuevas formas de vida en Occidente. Muchos de

estos colonos fundaron en “las nuevas” tierras comunidades que buscaron distinguirse de las gentes locales,

manteniendo, recreando y compartiendo memorias de sus tierras de origen. Pero, al mismo tiempo, incor-

poraron algunas de las formas de vida, de los hábitos y de los gustos de las gentes de origen local con las

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30 La aventura fenicia 31La aventura fenicia

Nuevas estrategias, nuevos horizontes

Hasta la segunda mitad del siglo IX a.C. son pocos los navegantes que se atrevieron a embarcarse en esa

arriesgada aventura, pero a partir de ese momento el comercio fenicio en el Mediterráneo se transforma. A

mediados de esa centuria algunos fenicios se asientan en la isla de Chipre, donde tienen importantes intereses

comerciales. En Kition, un activo centro comercial chipriota, los fenicios edifican, sobre los restos de un

antiguo santuario local, un majestuoso templo dedicado a la principal diosa tiria, Astarté, así como otras

instalaciones para la navegación y el comercio (Karageorghis 1976; 2005). En Kition, en el siglo IX a.C., los

mercaderes fenicios inauguran en un escenario mediterráneo una estrategia comercial puesta ya en práctica

por el mercantilismo fenicio en otras áreas comerciales (Aubet 2000). El establecimiento permanente de una

pequeña comunidad levantina en este importante puerto parece marcar así el inicio del comercio fenicio de

tipo diaspórico en el Mediterráneo, una estrategia que permitirá aumentar de forma exponencial la escala, la

intensidad y la regularidad de los tráficos e intercambios protagonizados por navegantes y agentes fenicios.

También a finales del siglo IX a.C. tiene lugar el asentamiento de un pequeño grupo de fenicios en Kommos,

un importante puerto situado al sur de Creta, donde también erigen un pequeño santuario (Shaw y Shaw

2000). En Creta los navegantes levantinos siguen estrategias similares a las que hemos visto en Chipre y que

reproducirán en otros espacios occidentales durante los siglos IX y VIII a.C. Áreas sagradas o ceremoniales,

situadas en lugares estratégicos para el comercio y la navegación, con importantes connotaciones sacras para

las gentes locales, son en estos mundos antiguos escenarios principales de intercambio y de negociación

entre gentes de orígenes y de culturas distintas. En estos lugares, donde comerciantes y marinos fenicios co-

mercian, practican asimismo sus propios cultos e incluso erigen templos y santuarios, en los que nacen cultos

y prácticas híbridas que mezclan elementos orientales y nativos.

Kommos es el puerto más importante del sur de Creta, un punto de encuentro de distintas rutas de navegación

y de comercio, conectado con Chipre y otros ámbitos egeos y situado, asimismo, en plena ruta hacia el Delta

del Nilo y hacia el occidente mediterráneo, dos escenarios también visitados por gentes fenicias a finales

del siglo IX a.C. (véase, para el Delta del Nilo, Padró 1991 y, principalmente, Oggiano 2000; González de

Canales, et al. 2004; Fernández y Rodríguez 2007, para las áreas occidentales). En el siglo IX a.C. marinos

y mercaderes fenicios, posiblemente acompañados de gentes de origen chipriota, eubeo o sardo, visitan

regularmente las costas atlánticas del sur de la Península Ibérica. En las bocas del río Tinto y Odiel, en Huelva,

que comerciaban, trabajaban o vivían, creando en la cuenca mediterránea distintas culturas diaspóricas o

coloniales, todas ellas de claro sabor mestizo. Los grupos fenicios, allí donde se asentaron o allí donde se

acercaron para comerciar, provocaron una transformación y, en ocasiones, una auténtica revolución de los

antiguos escenarios sociales, económicos y culturales de Occidente. A través de la convivencia o simplemente

del comercio entraron en contacto y también en conflicto distintos modos de entender el mundo, distintas

formas de hacer las cosas, distintas simbologías, estilos y culturas materiales, y, al mismo tiempo, nuevas

oportunidades sociales, económicas y políticas, tanto para colonos, como para gentes de origen nativo, radi-

calmente distintas a las que imperaban en sus “antiguos mundos”.

La aventura fenicia es principalmente una historia de migración, de interconexión, de contacto y de intercam-

bio, no sólo económico, sino principalmente social y cultural y constituye uno de los principales puntos de

inflexión en la historia de las comunidades humanas y de los paisajes mediterráneos. Tras la aventura fenicia,

el Mediterráneo y sus gentes nunca volvieron a ser lo mismo.

Mercaderes, héroes y metales

La aventura fenicia nace en un Mediterráneo en plena transformación. En el este, a finales del II a.C. milenio los

viejos sistemas de autoridad caen de forma estrepitosa y con ellos muchas de las rutas comerciales, puntos

de abastecimientos, agentes de comercio y modos de intercambio que habían caracterizado al mundo de la

Edad del Bronce desaparecen o quedan profundamente afectados. El “caos” y el vacío de poder que se produce

tras este colapso beneficia a ciertos escenarios y a ciertos actores sociales que antes habían sido totalmente

secundarios o incluso inexistentes (Artzy 2007). Prácticas de intercambio antes aparentemente secundarias,

como el mercadeo o el pirateo, adquieren un marcado protagonismo, como también el intercambio lucrativo de

carácter privado y emprendedor (entre otros, Sherratt 2003). Las antiguas ciudades del área sirio-palestina se

liberan del yugo y de las presiones ejercidas por los imperios que habían dominado la región en el II milenio

a.C. A partir del siglo el XI a.C. centros cananeos como Sidón, Tiro y Sarepta, ahora conocidos en la literatura

arqueológica como fenicios, reanudan sus actividades comerciales (Aubet 2000; Sherrat 2003).

A finales de esa centuria algunas gentes fenicias mercadean regularmente en algunos puertos de las grandes

islas del Mediterráneo Oriental, como Chipre (Karageorghis 2005: 31; Gilboa 2005) o Creta (Bikai 2000). Es

muy probable que en el siglo X o en los inicios del siglo IX a.C. algunas naves orientales se aventurasen ya en

las aguas tirrénicas y en las aguas atlánticas de Iberia, como sugieren los escasísimos productos chipriotas

o levantinos que se han recuperado en estas tierras occidentales (Nijboer 2005: 543; González de Canales,

et al. 2004; Vilaça 2006; Escacena, et al. 2007: 7). Naves fenicias o quizá chipriotas o quizá barcos tripulados

por gentes de diversos orígenes pudieron aventurarse en estas lejanas aguas, siguiendo antiguos derroteros

abiertos centurias antes por navegantes egeos, chipriotas y levantinos, buscando principalmente metales en

bruto o chatarras para reciclar, unos productos que alcanzaban un enorme valor en los puertos del Mediterráneo

oriental, que compensaba, en caso de llegar a buen puerto, los seguros peligros de esta travesía.

> Fig. 1. Expansión de las comunidades fenicias.

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32 La aventura fenicia 33La aventura fenicia

diáspora de gentes que buscan mejores lugares para vivir se produce bajo las fuertes presiones que están viviendo

las poblaciones del área sirio-palestina sometida a guerras, asedios, deportaciones o, en el mejor de los casos,

a gravosas tributaciones impuestas por la terrible maquinaria de guerra imperial exhibida por los asirios.

Los inmigrantes orientales se establecen a lo largo de las rutas de navegación y de comercio frecuentadas en

las décadas precedentes por mercaderes fenicios. La diáspora fenicia se asienta sobre una geografía ya conocida

y en la que incluso pequeños grupos de origen oriental disponen ya de una red de contactos e incluso de algunas

instalaciones propias creadas algunos años antes. Cuando llegan a las tierras de Occidente erigen asentamien-

tos ex novo en escenarios no ocupados anteriormente de forma permanente por poblaciones locales. En un

inicio fundan pequeñas colonias o incluso simples estaciones comerciales, cerca prácticamente siempre de buenos

fondeaderos, situados estratégicamente en las rutas de navegación que unen los dos extremos del Mediterráneo,

así como en las inmediaciones de las grandes vías de comunicación entre el litoral y los territorios interiores.

Estos pequeños centros fenicios los encontramos a lo largo de las costas del Norte de África –donde fundan

asentamientos como Cartago, Útica, Ceuta o Lixus–, de las islas de Malta, Sicilia y Cerdeña –donde erigen es-

tablecimientos como Motya, Nora, Sulcis o Tharros– y de las costas de la Península Ibérica –La Fonteta, Adra,

Almuñécar, Morro de Mezquitilla, Cerro del Villar o Cádiz (Fig. 1). Junto a estos establecimientos coloniales, otras

gentes orientales se instalan en centros indígenas o incluso en emporios que grupos de origen griego fundan

en Occidente de forma paralela. En estos establecimientos no fenicios gentes orientales o de descendencia

oriental pudieron formar incluso comunidades diferenciadas, con barrios e instalaciones propias. En su ma-

yoría son centros que se encuentran cerca de recursos de gran interés comercial o en nodos de comunicación

e intercambio y en los que en estos tiempos se registra una importante actividad comercial. Es el caso de de

Pitecusa, un emporio eubeo en el Golfo de Nápoles (Ridgway 1997)), de algunas ciudades etruscas, como Caere

o de la propia Roma (Bunnens 1979: 307), de centros tartésicos como Huelva y Carmona (Belén y Escacena

1995; Belén 2007) o de algunos enclaves conocidos en el área portuguesa (Arruda 1999-2000; 2005).

A lo largo del siglo VIII a.C. nace un nuevo paisaje en el Mediterráneo, ahora salpicado de pequeñas islas

de población fenicia diseminadas en una enorme diversidad de territorios. Estas poblaciones orientales en

Occidente mantuvieron entre ellas importantes lazos sociales, culturales y económicos, así como también con

su tierra de origen. Los grupos orientales inmigrados y sus descendientes –o al menos buena parte de ellos–

conservaron y recrearon la memoria de sus lugares de origen, de su lengua, de su escritura, de sus hábitos, de

sus ritos y cosmologías o de su cultura material, que rápidamente se modificaron por el contacto con nuevas

tierras y con nuevas gentes.

Los fenicios de Occidente

En los primeros tiempos de la diáspora, el comercio fue la principal actividad que desempeñaron las gentes

orientales llegadas a Occidente. Puertos y fondeaderos ubicados en espacios estratégicos para la navegación

y el comercio a lo largo del Mediterráneo y parte del Atlántico fueron los principales focos de las vida y de los

negocios de los fenicios instalados en Occidente.

y en las proximidades de la antigua desembocadura del Guadalquivir, en El Carambolo, se han descubierto evi-

dencias de un temprano comercio fenicio. Las dos áreas cuentan con un fácil acceso a un territorio muy rico en

recursos minerales, principalmente cobre y plata, metales muy codiciados por los navegantes orientales. En

El Carambolo, en un antiguo escenario de ceremonias y rituales, gentes fenicias construyen en el siglo IX a.C.

un espectacular recinto ceremonial, posiblemente centro de cultos, de reuniones y de banquetes, pero también

de transacciones y de intercambios en los que participaban poblaciones nativas del sudoeste de Iberia y gentes

fenicias que visitaban regularmente este espacio. En Huelva, mercaderes, marinos y artesanos fenicios se asen-

taron junto a la población local estableciendo allí el emporio más antiguo hoy conocido en todo Occidente.

Estas primeras aventuras fenicias en el Mediterráneo y en las orillas atlánticas de Iberia tienen un claro ob-

jetivo lucrativo y, a juzgar por los territorios que seleccionan en sus visitas, los mercaderes orientales están

principalmente interesados en conseguir metales –estaño, cobre, plata, hierro…– para dirigirlos a los puertos

del Mediterráneo oriental. A cambio de los metales parecen estar comerciando con vinos y, en menor medida,

con vajillas para beberlos, así como con otros productos de lujo. En este temprano periodo en el que todavía

las actividades mercantiles fenicias tienen una baja intensidad, sus mejores clientes parecen ser las nuevas

élites que nacen ahora en áreas como Italia, el Egeo, Chipre y en algunas zonas de Iberia y que adquieren a

estos mercaderes no sólo productos de lujo, sino también cosmologías, hábitos y estilos orientales que rein-

terpretan y reelaboran en cada una de estas zonas.

Hasta donde llega la evidencia hoy disponible, las actividades fenicias en Occidente en el siglo IX a.C. y en los

inicios del siglo VIII a.C. parecen limitarse a operaciones de tipo comercial, que no conllevan la fundación de

auténticos centros coloniales, sino simplemente de pequeñas estaciones o instalaciones para el comercio. No

hay indicios arqueológicos que permitan contrastar la veracidad de las fechas transmitidas por algunas fuentes

escritas para la fundación de colonias como Útica, Lixus, Cádiz o Cartago. En Cartago o en Cádiz se han encontra-

do materiales arqueológicos que pueden datarse en los inicios del siglo VIII a.C. o incluso en el siglo IX a.C., pero

los contextos en los que han aparecido no permiten relacionarlos con desechos de actividades creados en una

colonia en pleno funcionamiento. Sin embargo, los nuevos datos arqueológicos demuestran que en el siglo IX

y en los inicios del VIII a.C. las áreas donde después se levantan Cádiz o Cartago eran espacios frecuentados

por los navegantes fenicios, y en el caso de Cádiz habitados por gentes orientales durante largos periodos de

tiempo (Córdoba y Ruiz Mata 2005; García Alfonso 2005; Docter, et al. 2005). Habrá que esperar los resultados

de las nuevas investigaciones antes de concluir esta vieja polémica.

Tiempo de diáspora

La fundación de establecimientos coloniales fenicios en Occidente parece producirse poco antes de mediados

del siglo VIII a.C., extendiéndose este proceso a lo largo de toda la centuria. Durante esas décadas se produce

un fenómeno de migración de gran envergadura de poblaciones orientales, principalmente fenicias, que se

desplazan de su tierra de origen y se establecen en una enorme diversidad de territorios de la cuenca mediterrá-

nea, alcanzando incluso algunas regiones atlánticas del actual Portugal y el norte de Marruecos. Esta auténtica

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34 La aventura fenicia 35La aventura fenicia

coloniales y también para el comercio, como prueban algunas ánforas y recipientes cerámicos en los que se

han encontrado residuos de pescado, vino, aceitunas o miel. La vida en pequeñas granjas en estos espacios

coloniales se inicia en momentos muy tempranos, quizá a finales del siglo VIII a.C., pero no es hasta un siglo

más tarde cuando esa forma de vida experimenta una enorme expansión anunciando el nacimiento los gran-

des centros urbanos que pocas décadas después emergerán en algunos de los viejos establecimientos fenicios

mediterráneos, como Cartago o Malaka (López Castro 2003).

La heterogeneidad social de las comunidades fenicias occidentales se refleja en las casas de los asentamien-

tos excavados, pero especialmente en sus tumbas. En Cartago o en el sur de la Península Ibérica las poblacio-

nes fenicias se empiezan a enterrar desde el inicio del asentamiento colonial en estas tierras, desde el siglo

VIII a.C. Muchas de las tumbas de estos cementerios parecen haber estado reservadas a las élites coloniales

(Aubet 1994: 281-288; López Castro 2006). En algunos casos se han excavado auténticos hipogeos, en otros

tumbas acompañadas de ricos ajuares con joyas áureas y vasos de alabastro reservados en Oriente a la aris-

tocracia y a la realeza. Las tumbas coloniales nos muestran que la desigualdad social en las colonias nace en

momentos muy tempranos, como también sugiere el propio mito de fundación de Cartago, que vincula a los

primeros habitantes de esta ciudad y a los promotores de su fundación con la realeza y la aristocracia tiria.

La muerte en las colonias es, asimismo, una ocasión para celebrar memorias compartidas con los lugares de

origen, como demuestra la continuidad de ciertos hábitos funerarios orientales, y, al mismo tiempo, para cons-

truir memorias y vínculos con las áreas de acogida, al hacer de las tierras coloniales la casa de los ancestros

familiares. Los cementerios coloniales expresan así la voluntad y el proyecto de esos inmigrantes orientales

y de sus descendientes de convertirse en una importante comunidad del occidente Mediterráneo y de ser

recordados como parte fundamental de la historia de estas tierras.

Algunos de estos establecimientos portuarios se dotaron pronto de instalaciones que favorecieron la actividad

comercial. Las orillas de algunos fondeaderos se enguijarraron para facilitar la carga y descarga de mercan-

cías, se construyeron tiendas en áreas de mercado, se instalaron herrerías y otros talleres que se dedicaron a la

fabricación de cerámicas o de piezas de ebanistería y de eboraria, a la joyería, a la siderurgia y a la metalurgia

del plomo, de la plata o el bronce. En algunos asentamientos se edificaron almacenes, tanto de arquitecturas

sencillas como monumentales, destinados a depositar mercancías y, quizá también, tal y como se conoce en

Oriente (Shahack-Gross, et al. 2005), al procesamiento o envasado de productos para su comercialización. En

los principales escenarios fenicios en Occidente se levantaron grandes templos, como en Cádiz o en Cartago,

algunos de los cuales también tuvieron una activa participación en los negocios comerciales fenicios en

Occidente. Los relatos literarios nos narran esas implicaciones y también los hallazgos arqueológicos nos ha-

blan de ellas. Esos templos disponían de almacenes, o como el excavado en Cartago, de grandes archivos que

atesoraban miles o centenares de documentos, de los cuales nos quedan sólo los sellos de arcilla que cerraban

y lacraban los rollos de papiro (Berges 1998).

A lo largo del siglo VIII y especialmente durante el siglo VII a.C. los comerciantes orientales asentados en

Occidente consolidaron y ampliaron la antigua red comercial que tímidamente habían empezado a construir

a finales del siglo X y durante el siglo IX a.C. A partir de estos momentos el destino de las mercancías que

obtenían de sus intercambios con las gentes locales ya no se destinaba prioritariamente a los puertos de las

ciudades orientales, sino que tenían otros destinos occidentales. A lo largo de los siglos VIII y VII a.C. habían

construido una enorme red que conectaba comercialmente una multitud de grupos y de comunidades occi-

dentales (Delgado 2008a). Las nuevas áreas de intercambio estimularon la creación de nuevas colonias en

nuevas tierras o nuevos puertos, una diáspora protagonizada ahora por fenicios occidentales, descendientes

de los antiguos inmigrantes orientales. Es ahora cuando, en la isla de Ibiza, cerca de un antiguo fondeadero

frecuentado por naves fenicias en el siglo VIII a.C., poblaciones fenicias procedentes del sur de la península

se asientan de forma permanente, fundando el primer establecimiento fenicio en la isla. Aquí, como en otros

puertos atlánticos y mediterráneos, los fenicios occidentales levantaron sus blancas casas encaladas, de te-

chos planos, con sus banquetas adosadas, sus patios y sus cisternas y sus hornos de arcilla para cocer el pan

(Ramon 1991; 2007; Delgado 2008b).

Las comunidades fenicias occidentales eran muy heterogéneas desde el punto de vista de su composición

social. Estaban integradas por comerciantes y agentes mercantiles, por marinos y administradores y por una

enorme diversidad de gentes que trabajaban en la manufactura de artesanías o en la elaboración de otros

productos secundarios. En estas actividades, junto a los hombres, también debieron participar mujeres y

niños, un grupo tradicionalmente olvidado pero demográficamente importante en estas colonias. En muchos

establecimientos fenicios algunos talleres artesanales se encuentran en las mismas áreas domésticas o en

recintos situados junto a las propias casas. Desde un inicio en las colonias también habitaron pescadores

y marisqueadores –como prueban los abundantes restos de pescado que encontramos entre las basuras de

estas poblaciones y que incluyen desde dentones y atunes, hasta sardinas y salmonetes–, así como agricul-

tores y criadores de ganado. Éstos producían alimentos para las gentes que vivían en estos establecimientos

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Page 20: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

36 La aventura fenicia 37La aventura fenicia

Para abordar el tema de la escritura fenicia es preciso hablar antes de la invención del alfabeto. Aunque la

palabra alfabeto está formada por las dos primeras letras griegas, alfa y beta, y la palabra se traduce al latín

como alphabetum, ni los griegos ni los romanos inventaron el alfabeto. Su origen no se conoce con certeza,

pero se sabe que fue en la región de Siria-Palestina y en el segundo milenio antes de Cristo. Se podría situar

la invención del alfabeto entre 1800 y 1500 a.C. Y los dos primeros alfabetos serían el cuneiforme de Ugarit y

el lineal de Fenicia (Cunchillos s/f, 7).

A finales del siglo XI a.C. se utilizó en la región de Fenicia, el Líbano actual, un alfabeto lineal de 22 signos.

Estos signos lineales se dibujaban sobre papiro u óstracon, que eran los soportes más comunes para la escritura.

Precisamente el papiro es el causante de que desaparecieran la gran mayoría de las inscripciones fenicias, ya

que es biodegradable en un clima húmedo como el del Líbano. Esto no ocurrió con el óstracon, la piedra y los

metales.

El alfabeto se expandió con la actividad comercial de los fenicios, y en él se inspiraron los griegos y los romanos.

El alfabeto, además de un gran progreso para la humanidad, fue un instrumento de democratización del saber,

ya que memorizar 22 ó 30 signos, que tenían el lineal y el cuneiforme ugarítico, es más fácil que 350, con

múltiples valores cada uno, exclusivo de una élite, como ocurría con los jeroglíficos (Cunchillos s/f, 14).

La difusión del alfabeto se llevó a cabo, además de por el comercio, por las guerras, las relaciones diplomáticas

y, según algunos investigadores lo más importante, de la religión (Diringer 1968, 34ss).

La escritura fenicia se escribe de derecha a izquierda. Solo tiene consonantes y cada signo o letra (grafema)

representa un sonido (fonema), por lo que hay varias h, varias s y varias t, porque los sonidos son distintos

(Garbini 1988, 95). Esta escritura se desarrolla durante los siglos XI al IV aproximadamente. Uno de los ejemplos

más antiguos de la escritura fenicia lo constituyen las puntas de flecha de finales del s. XI a.C.

La escritura púnica es una forma más evolucionada que se da en Occidente. La forma de las letras púnicas

no difieren esencialmente de las fenicias, aunque se modifica el modo de trazarlas. Comienza la necesidad

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escritura fenicia y púnica

María Dolores López de la OrdenJunta de Andalucía n Consejería de Cultura n Museo de Cádiz

Page 21: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

38 La aventura fenicia 39La aventura fenicia

de intercalar vocales entre las consonantes, lo que se soluciona usando consonantes guturales (alef, he, het y

ayin), y las llamadas matres lectionis (yod y wau), que hacen las veces de vocales. Una fuente importante para

conocer cómo vocalizaban los púnicos es el Poenulus de Plauto, obra en la que un cartaginés pronuncia frases

que aparecen transcritas en latín, como debían oirlas los romanos. Asímismo también hay textos bilingües que

son de gran ayuda. Así el cipo de Malta del siglo II a.C., escrito en fenicio y griego, o el cipo de Sulcis (Cagliari),

del siglo I a.C., escrito en neopúnico y latín. La escritura púnica se caracteriza por las letras con asta alargada

de forma notable, y el trazado más oblicuo que en la escritura fenicia. Es característico el engrosamiento de

dicha asta vertical, lo que produce un efecto de claroscuro. Esta escritura se usó desde el s. IV a.C. hasta la

destrucción de Cartago, en el año 147 a.C.

La escritura neopúnica debió ser en origen un tipo de escritura cursiva de uso común. Los signos o letras son

muy esquemáticos, y algunas letras parecen idénticas y se confunden en su lectura, como las beth, daleth y

resh. Esto se aprecia, por ejemplo, en las leyendas de las monedas de Abdera (Alfaro 1991, 124). Se completa

el proceso de vocalización y se usan con más frecuencia las consonantes guturales aleph, he, heth y ayin, y

las matres lectionis o guías de lectura, yod y waw. Esta escritura se utilizó desde la fecha de la destrucción de

Cartago hasta fines del s. I d.C.

Los ejemplos de escritura fenicia y púnica son muy numerosos y no es este el lugar apropiado para exten-

dernos sobre ellos, por motivos de espacio principalmente. Me remito a la bibliografía especializada y a la

publicación de los últimos hallazgos, donde se puede encontrar la información adecuada sobre ellos.

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Page 22: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

1. Copa bicónica del Bronce Final de Huelva del tipo B1F

2. Objetos del hallazgo de la ría de Huelva

3. Copa bruñida de san Bartolomé de Almonte, Huelva

4. Grafito tartéssico sobre borde exterior de cazuela A2a. Cabezo de san Pedro, Huelva

5. inscripciones fenicias de Huelva

6. Fragmentos de cerámica con grafitos fenicios. Doña Blanca, Puerto de santa María, Cádiz

7. Fragmento de cuenco con signos fenicios. Doña Blanca

8. Fragmento fenicio con inscripción. Doña Blanca

9. Cuenco con inscripción. Cabezo de san Pedro

10. Fragmento de copa con inscripción griega. Huelva

11. inscripción griega sobre cuenco de cerámica gris. Cabezo de san Pedro, Huelva

12. Píxida cananea. Playa de santa María del Mar, Cádiz

13. Jarro askoide de origen sardo. Cádiz

14. Fragmentos de dos cántaros áticos. Huelva

15. Fragmento de plato eubeo-cicládico. Huelva

16. Cuenco y plato fenicios. Huelva

17. Lucernas fenicias. Huelva

18. Vaso zoomorfo para libaciones. Huelva

41La aventura fenicia

Page 23: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

42 La aventura fenicia 43La aventura fenicia

Vaso de pequeñas dimensiones fabricado a mano, de forma prácticamente globular conformado por dos partes cóni-cas, una cerrada en casquete esférico que sería la base y otra abierta para insertar el borde o labio, unidas ambas por una carena central redondeada en el hombro, que se termina con borde estrecho saliente, de superficie plana al exterior y redondeada al interior, estando esta última bruñida como el resto de la superficie exterior. La zona inferior del vaso, aunque redondeada, presenta como solero un pequeño umbo rehundido, una característica normal en los vasos de mejor calidad de los Horizontes Formativo y Clásico del Bronce Final.

Su aparición fortuita en labores agrícolas que se reali-zaban en la margen derecha del río Nicoba, imposibilita contar con suficientes datos para estimar tanto el con-texto arqueológico general de las tres tumbas desarti-culadas como la localización específica de la copa en su correspondiente tumba. De acuerdo con las explicaciones orales de la situación de hallazgo y los datos menciona-dos en el informe de entrega redactado en su día por J. Castiñeira Sánchez, la necrópolis contaba con tres tum-bas excavadas en el subsuelo de la llanura de inunda-ción de la margen derecha del río, tres fosas irregulares donde se depositaron tres cuerpos y el correspondiente ajuar, que a su vez se encontraban cubiertas por un con-glomerado de cantos de río, tal vez un pequeño túmulo marcador o individualizador sobre la superficie arenosa. Con estos datos publicamos una primera referencia en el marco del estudio de la Tierra Llana de Huelva (Gómez et al., 1994), aunque a partir de una primera revisión de los materiales tal como se hallaban en el Museo Provincial permitió asumir que en realidad se trataba de una ne-crópolis de inhumación individual, sin más datos de la situación de los inhumados en relación con su tumba, y como ajuar, en cada una de ellas se depositó una cazuela bicónica (A1f), muy fragmentada por la extracción atípica del conjunto. Como la copa se encontró en perfectas con-

diciones prontamente se separó a ésta de su tumba y en la actualidad no hay datos suficientes para relacionarla particularmente con una de las tres. Entre los materiales conservados en el Museo también existe un fragmento de borde de cuenco simple a mano, y un colgante de caliza marmórea pulimentado. También es posible que entre la tierra que llenaba las cazuelas exista cualquier elemento de pequeñas dimensiones.

Esta necrópolis fue difundida por primera vez como de la Edad del Bronce con rito de incineración (Gómez et al., 1994), toda vez que parecía que los elementos óseos de las tres tumbas, muy fragmentados, se habían encontrado en el interior de las tres cazuelas, que podían ser las urnas donde se hubiesen de-positado las eventuales cenizas y el escaso ajuar. Con posterio-ridad, una vez analizadas en el museo, pudo comprobarse que se trataba de inhumaciones y las cazuelas formaban parte de las ofrendas depositadas junto al difunto (Gómez, 1998; Cam-pos y Gómez, 2001). La necrópolis fue recogida en un estudio general del mundo funerario tartésico (Torres, 1999). En la línea de contextualizar la copa y la necrópolis en general, en relación con la hipotética inexistencia de tumbas del Bronce Final en el Suroeste, deducida únicamente como argumento ex silentio en los inicios de la década de los años noventa, tanto la necró-polis de La Arboleda como otras conocidas en la provincia de Huelva, refutan la validación de esa hipótesis. En primer lugar la tumba de inhumación reconocida en la Peña de Arias Mon-tano en Alájar contiene formas carenadas bruñidas del Bronce Final y, como elemento determinante de su cronología relativa, un cuenco carenado decorado con esquemas pertenecientes al Horizonte Cogotas I (Gómez, 1998: 163-170). De otra necrópolis desconocida, aunque procedente de trabajos realizados también sin metodología arqueológica en Las Peñas de Aroche, procedía de una tumba delimitada por un círculo de piedras, que fue esti-mada como tumba de incineración por la pequeñez de los restos óseos aunque no haya la suficiente seguridad para ello, pero que en relación con su cronología relativa contenía también ce-rámicas típicas del Bronce Final, y otro cuenco del Horizonte de Cogotas I, además de un puñal en bronce del tipo Porto de Mos con paralelos en la Ría de Huelva (Gómez, 1998: 149-152). De esta forma, la Necrópolis de la Arboleda y las otras reseñadas, indican que al menos en la provincia de Huelva en el Horizonte más antiguo del Bronce Final, nuestro Horizonte Formativo (Gómez, 2007), hubo una forma de enterramiento en necrópolis de in-humación con tumbas individualizadas con elementos pétreos,

túmulo y círculo, que podrían ser los precedentes de otras más recientes, ya de incineración, como las conocidas en Doña Blan-ca o la propia Necrópolis de la Joya. En la línea de estimar la cronología que aquí se propone para la copa B1f de La Arbole-da, parece necesario recordar las nuevas cronologías que deben aplicarse a los tres Horizontes del Bronce Final de Huelva, toda vez que los bronces de la Ría de Huelva deben ser fechados ahora entre los años 1050 y 950 a.C. (Torres, 2008), y las espadas no representan ya la fase final del Complejo ‘Lengua de Carpa’ de tipo atlántico (Brandherm, 2007).

F.G.t.

Nº 1. Copa bicónica del bronce final de Huelva del tipo B1F

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 6539/1. n necrópolis de la Arboleda, san Juan del Puerto (Huelva).

Esta necrópolis fue localizada en actividades agrícolas y por ello los materiales se extrajeron sin metodología

arqueológica. Horizonte Formativo del Bronce Final de Huelva (ca. 1250-1000 a.C.). n Diám. 10,5 cm; alt. 6,9 cm.

n Cerámica fabricada a mano con el exterior bruñido y el interior en reserva.

Page 24: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

44 La aventura fenicia 45La aventura fenicia

Las espadas corresponden al tipo de lengua de carpa, ca-racterizada por su hoja ancha con escotaduras (ricassi) poco perceptibles que nacen en la guarda, filos paralelos y nervio central, rematada en punta aguzada. Las em-puñaduras se terminan en cola de pez, pomo con tres calados irregulares y guarda triangular con dos calados. La fíbula corresponde al tipo denominado “de codo”, con un solo resorte.

El depósito de la Ría de Huelva fue un hallazgo casual, producto del dragado del río Odiel. El conjunto estaba compuesto por 90 puntas de lanza, 78 espadas de len-gua de carpa, 62 regatones y 29 puñales, además de un centenar de piezas más, entre las que había fíbulas de codo, puntas de flecha y botones, todo ello hoy repar-tido entre el Museo de Huelva y el Museo Arqueológico Nacional. Las espadas constituyen un grupo bastante homogéneo. Corresponden al tipo denominado “lengua de carpa”, cuyas características formales quedan bien resu-midas en los ejemplares aquí mostrados. Estas piezas constituyen una de las principales producciones de la metalurgia atlántica y se extendieron por la fachada oc-cidental de Europa desde la Península Ibérica hasta las islas Británicas. Precisamente, las espadas aparecidas en el depósito onubense constituyen la fase más antigua de la metalurgia en lengua de carpa, que ha recibido preci-samente la denominación “tipo Huelva”. Esta espadas se han venido fechando en el siglo IX y principios del VIII a.C. y fueron derivando hacia otros tipos más tardíos (Vénat y Ronda/Sa Idda), que perduraron hasta finales del Hierro Antiguo. Para el depósito de la Ría de Huelva, la fecha de C-14 que ha proporcionado la madera de los astiles de algunas puntas de lanza sitúa su uso entre 880 y 850 a.C., que remontan hasta la primera mitad del siglo X en cronología calibrada. El hallazgo se ha intentado ex-plicar de varias maneras, aunque la opinión más aceptada es que se trata del cargamento de un barco hundido en la Ría, que transportaba “chatarra” para reciclar, también

se ha barajado la posibilidad de que fuese producto de las ofrendas arrojadas a la Ría en honor de alguna divinidad acuática. La idea de un naufragio tiene su conexión con la importancia que tuvo Huelva como foco metalúrgico, mientras que la explicación votiva encuentra apoyos en la aparición de este tipo de espadas vinculadas a va-dos o estuarios desde el Guadalete hasta el Támesis. En cualquier caso, el depósito es elocuente respecto al tipo de sociedad que existía en Occidente durante el Bronce Final, con la que se van a encontrar los fenicios. Desde luego, existía un grupo de guerreros que podía disponer de este tipo de armas, tanto arrojadizas como para el combate singular, lo que nos remite a una mentalidad típicamente aristocrática.

El depósito de la Ría de Huelva cuenta con una abundante bi-bliografía y con numerosas referencias en la literatura arqueo-lógica. Como trabajos clásicos: Terrero (1944) y Almagro Basch (1940 y 1958). Una monografía más cercana a nosotros es Ruiz Gálvez (1995), que aporta hipótesis novedosas. Para un contexto más amplio del hallazgo, vid. Fernández Miranda (1986: 233-236) y Ruiz Mata (1989 a: 217). Una breve síntesis reciente en Mederos Martín (2008: 77-79).

E.G.A.

Nº 2. Objetos del hallazgo de la Ría de Huelva

Museo de Huelva. nº. inv. Espadas A/CE3566; A/CE 3571; Puñal A/CE 3.585; Fíbula A/CE 3588a n Depósito

de la ría de Huelva, aparecido casualmente en el muelle de tharsis, en el río Odiel, en 1923 n siglos X-iX

a.C. n Espadas: long. 68,2 cm. y 73,8 cm. Puñal: 25,5 cm. Fíbula de codo: long. 5,5 cm. n Bronce.

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46 La aventura fenicia 47La aventura fenicia

Pieza de arcilla grisácea, con la superficie exterior bien bruñida, de color castaño-grisáceo. En el interior el borde está bien bruñido y el galbo está decorado mediante una retícula irregular realizada con líneas dispuesta en cua-drantes. La decoración está realizada con líneas bruñidas sobre fondo alisado mate. Esta pieza se caracteriza por tener el borde muy anguloso y de tendencia vertical; el fondo está ligeramente rehundido.

Corresponde esta pieza del fondo XXXII-XXXIII de Almonte al tipo denominado como B.I de las clasificadas por el Dr. Ruiz Mata en su tipología realizada en base a los mate-riales de la excavación del cabezo de San Pedro (Huelva) en 1977. Estas piezas se enmarcan tanto en la fase I de San Pedro y en la fase I de San Bartolomé de Almonte (Huelva), siendo de los materiales más antiguos encon-trados en estas excavaciones, donde se sitúan cronológi-camente en el período anterior a la llegada de los fenicios al ámbito tartésico, dado que se encuentran en fondos de cabañas en los que no hay presencia de materiales rela-cionados con aquéllos, aunque existieran ya relaciones comerciales con dichos pueblos. Es también el caso del yacimiento de Peñalosa (Escacena del Campo, Huelva), donde es abundante la presencia de este tipo de copas en los fondos excavados, en los que sí hay ya elementos fenicios.

En cuanto a la decoración, el reticulado es muy habitual en los niveles tartésicos y así ocurre en todos los fondos de Almonte. Son pocas las variaciones que presentan y tan sólo en este caso se caracteriza por la amplitud de la malla y la separación de los mismos por líneas en cruz que dejan apenas una fina línea en reserva. En los fondos más antiguos de Almonte sólo se encuentran motivos re-ticulados. La pieza es similar a las cazuelas de la fase I pero con dimensiones reducidas, siendo habituales en el entorno del Valle del Guadalquivir, en el que se enmarca el yacimiento almonteño.

Ruiz Mata y Fernández Jurado (1987: vol. 1 pp. 171-173, 187-189; vol. 2 lám. VI: 82); Blázquez, Ruiz, Remesal, Ramírez, Clauss (1979: 133; 156-160); Ruiz Mata (1995: 269, fig. 7); Aubet (1983 a: fig. 29, 123); García Sanz, Fernández Jurado (2000).

J.F.J.

Nº 3. Copa bruñida

Museo de Huelva. nº. inv. A/CE 6078/1 n Excavación en san Bartolomé de Almonte (Huelva), dirigida por los

Dres. D. ruiz Mata y J. Fernández Jurado, entre 1979 y 1983. servicio de Arqueología de la Excma. Diputación

de Huelva n 900 a.C.-800 a.C. n Diám. 10,5 cm; alt. 4,5 cm; gr. 0,45 cm. n Cerámica decorada.

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48 La aventura fenicia 49La aventura fenicia

Fragmento de borde y parte de la carena y galbo de una cazuela (A2a) bruñida del Horizonte Clásico del Bronce Final de Huelva, que presenta decoración bruñida con fi-nos trazos bruñidos sobre el galbo interior alisado, que se integraría en un esquema decorativo con cuatro sec-tores reticulados alternados con otros cuatro espacios en reservada que configuraban un motivo en cruz de Malta exento entre los cuatro espacios tramados. Sobre el labio exterior, ocupando toda la superficie conservada, apare-cen cuatro signos incisos y los inicios de un quinto con formas muy aguzadas cuyos trazos bien no se unen en un mismo signo o bien se superponen al siguiente. Según la primera propuesta (Hoz, 1969), y de acuerdo con la escri-tura del Algarve la lectura sería ]k.lkos.[

Desde su aparición este grafito llamaría poderosamen-te la atención al conjunto de investigadores, filólogos y arqueólogos en general, tanto por su antigüedad relati-va, la cual revisaremos más adelante, como al hecho de que se trataba del fragmento de escritura más antiguo localizado en la Península Ibérica en esos momentos, el cual no respondía a la grafía alfabética esperada en un asentamiento donde ya existían pruebas de una muy antigua presencia fenicia, sino que sus paralelos más cercanos estaban tanto en las inscripciones del Algarve como en otras más recientes pero ya muy generalizadas en el resto de la Península Ibérica. Desde nuestro punto de vista, la primera adscripción y lectura realizadas por Javier de Hoz nos parecen ahora muy apropiadas. Los pa-ralelos con los signos del Algarve, por la cronología que en esos momentos se les suponía, así como al conjunto de la escritura hispánica prelatina, hacía imposible intuir un origen ajeno a la presencia de los fenicios históricos, que en esos momentos se estimaba no sería anterior al 700 a.C. A pesar de ello, para J. de Hoz resultaba claro que los signos silábico-alfabéticos del grafito debían tener su origen en otras formas de escritura silábico-alfabética de la Edad del Bronce, como las que en la costa siropalestina

auspiciarían la aparición del primer alfabeto. A partir de la década de los setenta las excavaciones que se realiza-ron en el conjunto más meridional de la Península pusie-ron de manifiesto la complejidad del proceso de orienta-lización, y se generalizó la aparición de textos fenicios de diferentes características y procedencia, especialmente grafitos incisos en cerámicas, ocupando la interpretación del texto un lugar relativo y redundante a la hora de ex-plicar la escritura conocida en la Protohistoria, junto a otros fenicios y griegos que se irán documentando. En esta línea, el grafito ha sido interpretado incluso como un texto fenicio por Mederos y Ruiz (2001), que conside-rando la cazuela una tapadera hacen una lectura diferen-te. Fundamentalmente, el debate en relación o en contra de una posible transmisión de la escritura en momentos prefenicios, se enmarca en la sólo aparente contundencia del conocimiento actual acerca de la presencia fenicia en Occidente, que incluso redundantemente desestima la existencia de cualquier signo o elemento importante en la sociedad del Bronce Final. Sin embargo, tal vez por-que con la investigación de las relaciones fenicias con el Occidente se había abandonado la del Bronce Final, e incluso mantenido en la actualidad las cronologías que hipotéticamente se establecieron en los años finales de los sesenta, nuevas interpretaciones del proceso históri-co occidental, entre fines del II milenio y los inicios del I a.C. (Gómez, 2007; 2009), pueden dar lugar a razonamien-tos más adecuados, que realmente no son nuevos pues-to que ya habían sido las planteados por Gómez Moreno en relación con la posible adquisición de la escritura del Suroeste, por supuesto entre la crisis generalizada que afectó al Oriente mediterráneo y la presencia histórica de los fenicios en Occidente.

La existencia de la pieza fue dada a conocer por Javier de Hoz en 1969, integrándola en el contexto arqueológico del Cabezo de San Pedro (Blázquez et al., 1970), y desde entonces se ha con-vertido en un referente obligado en cualquier estudio acerca de los inicios de la escritura en Occidente, por lo que una relación exhaustiva de cada una de las citas bibliográficas de la pieza y sus diferentes interpretaciones sobrepasan la intención de esta ficha. En este sentido remitimos a las contribuciones de Hoz (1995), Correa (1995), Untermann (2000) o Mederos-Ruiz (2001).

F.G.t.

Nº 4. Grafito tartésico sobre borde exterior de cazuela A2a.

Museo de Huelva. nº. inv. A/CE 3507/3 n Huelva, Cabezo de san Pedro. Fue hallada en los desmontes de la

ladera occidental del Cabezo y entregada en el Museo de Huelva por K. Clauss n siglos Xi-iX a.C. n Altura

3,9 cm. por 8 cm. de anchura n Cerámica bruñida fabricada a mano y decorada con motivos bruñidos.

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50 La aventura fenicia 51LA AVENTURA FENICIA 51

Nº 5. Inscripciones fenicias de Huelva

Museo de Huelva.

A) Cuenco de cerámica gris orientalizante, nº. inv. A/DJ 10497 n Vacies de calle Botica 5-9, Huelva n Quizás

siglo Vi a.C. considerando soporte y datación epigráfica n long. 7,5 cm.

B) Fragmento de ánfora fenicia: nº. inv. A/DJ 10188 n Calle Méndez núñez, 7-13 / Plaza de las Monjas, 12,

Huelva n Finales siglo iX a.C. – inicios del siglo Viii a.C. por el análisis paleográfico n long. 8,5 cm.

C) Vértebra de Bos taurum: nº. inv. A/DJ 10194 n Calle Méndez núñez, 7-13 / Plaza de las Monjas, 12,

Huelva n segunda mitad del siglo X a.C. – inicios del siglo Viii a.C. por cronología cerámica tradicional del

contexto; siglos iX-X por radiocarbónica n long. 4 cm.

A: Fragmento de galbo de cuenco gris orientalizante que conserva una epigrafía completa constituida por cinco letras. El profesor Heltzer informa que la lectura es de derecha a izquierda y puede leerse el antropónimo teofó-rico grtnn: “el cliente, el protegido de tnn”.B: Fragmento de hombro y galbo de un ánfora fenicia ca-renada que porta una inscripción postcochura de la que sólo se conservan algunas letras. Al profesor Heltzer (2004: 134) debemos el siguiente análisis paleográfico: ] ḥʼ (ḥet, ʼalef, yod). El signo ḥ es discutible.C: Tanto el epígrafe, como la cabeza de vértebra de Bos taurus sobre el que ha sido inciso, se conservan comple-tos. El profesor Heltzer (2004: 135) emitió el siguiente in-forme: Posiblemente algunas líneas incisas innecesarias, pero claramente, Iṣḥ (“para”, “por”, “de”) 2 (medida).

La primera inscripción (A/DJ 9917) fue realizada postco-chura, lo que unido a la producción local del soporte y lugar de aparición asegura un origen en la propia Huelva. Considerando que tnn no se halla atestiguado en fenicio hasta la fecha, aunque sí en hebreo bíblico y ugarítico, pero no asociado a antropónimos, sino para designar un monstruo marino mitológico, y sería inapropiado que al-guien otorgase a su hijo el nombre de esta monstruosi-dad, Heltzer sugiere la posibilidad de corregir tnn por tnt, con lo que resultaría Tanit, la diosa de Cartago. En cual-quier caso, Tanit también se encuentra atestiguada en el Líbano. Las otras dos inscripciones (A/DJ 10188 y A/DJ 10194) proceden, junto a otras nueve, del nivel subfreáti-co de la calle Méndez Núñez 7-13 / plaza de Las Monjas 12 de Huelva. En un caso (A/DJ 10188) el soporte lo cons-tituye un ánfora cuyo contenido no es posible determi-nar a partir del fragmento conservado. No obstante, en la misma intervención fueron documentadas ánforas fe-nicias orientales de base bulbosa (tipo 20 de Tiro) y otras con acanaladuras en el hombro (“tipo Commos”) para el transporte de vino. La atribución se fundamenta en la apreciación de un tratamiento interior mediante una

substancia soluble en disolventes orgánicos, calificada de “brea”, que, por análisis realizados en otros ámbitos, plausiblemente corresponda a una resina vegetal utiliza-da para dicho fin. También parece razonable relacionar con el transporte de vino una serie de ánforas nurágicas del mismo contexto, si bien razones históricas y arqueo-lógicas y el hallazgo de una inscripción fenicia en un ejemplar vinculan este hipotético comercio de vino sardo a los fenicios. Por último, no faltan referencias al vino en-tre las inscripciones referidas y es prácticamente seguro que en el propio hábitat debió elaborarse vino a juzgar por la presencia de abundantes semillas de vid y por la detección en áreas colindantes, que podrían ser contem-pladas como el ager de la ciudad, de huellas atribuidas a cultivos planificados de viñedos. Aunque los vasos ce-rámicos suponen con mucho los soportes para escritura más frecuentes conservados, la tercera inscripción (A/DJ 10194) se realizó sobre un hueso de bóvido. Otra inscrip-ción fenicia mostraba como soporte una pieza de marfil, que debe relacionarse con el taller de eboraria documen-tado. Podemos concluir asociando estas muestras de es-critura fenicia, a las que sumar otras griegas y locales (“tartésicas”) sobre soportes de diversa procedencia, a las necesidades comerciales de un emporio que precedió a la colonización fenicia occidental propiamente dicha, al tiempo que reafirman el carácter multinacional y mul-tirracial de Tartesos. En último lugar, es bien conocida la amplia difusión y adopción del alfabeto fenicio como modelo para escribir otras lenguas tanto en Oriente como en Occidente.

Sobre la primera inscripción (A/DJ 10497), González de Canales y Serrano Pichardo (1995: 12), incluyendo el informe paleográfi-co de Heltzer; sobre gr en fenicio y púnico, Benz (1972: 103-107 y 298) y Heltzer (1987: 309-314); para la constatación en Fenicia de la diosa Tanit, Pritchard (1982); para las otras dos inscripcio-nes y en general todo lo referido al contexto subfreático preco-lonial de Huelva, González de Canales y otros (2004); sobre la posible comercialización de vino sardo por los fenicios, Ibídem

(e.p.); sobre la identificación analítica de las ánforas que contu-vieron vino, Botto (2006); sobre los restos de vid y otras plantas alimenticias en el hábitat de Huelva, Sánchez Hernando (2004: 233-234); sobre los primitivos cultivos planificados de viñedos en el entorno de Huelva, Echevarría Sánchez (2009).

F.G.C.C., L.s.P. y J.L.G.

A

B

C

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52 La aventura fenicia 53La aventura fenicia

A: Cerámica fenicia, de factura occidental. En un lateral del fragmento, en la que sería la cara exterior de la pátera (la parte alta de la cara menos visible, a la que alcan-za todavía el engobe) se aprecian dos grafemas fenicios, incisos con gran profundidad y grosor en el engobe ya horneado. Se trata del inicio de una secuencia probable-mente más larga, dispuesta en línea más o menos paralela al borde del recipiente. B: Fragmento de plato fenicio, de posible factura local, en cuyo fondo, por la parte exte-rior, se incidió post-cocción, con cierta tosquedad pero con trazo fino, un signo aislado. C: Hombro de un ánfora de al-macenamiento y transporte de factura oriental. Presenta tres grafemas fenicios incisos en la arcilla fresca durante la fabricación de la pieza.

Dos de estas tres piezas (A y B) pertenecen a recipientes típicamente fenicios de uso doméstico y fueron hallados en una zona residencial. Debieron de usarse como vajilla de mesa de cierta calidad. Ambos objetos recibieron signos después de su fabricación (que se llevó a cabo en la zona, al menos en el caso del primero) y antes de su rotura, en lugares que no interferían con su normal uso. Uno de los grafitos indicaba muy probablemente quién era su pro-pietario (yH[ … ], con toda probabilidad un nombre per-sonal del tipo YeHimilk, p. ej.). Quizá también lo hacía el segundo, a través de un único grafema (un aleph) que podría ser la inicial de un nuevo antropónimo, aunque el signo no presenta un trazado demasiado ortodoxo y pudo ser en realidad una marca no grafemática. La función de esta marca quizá fue, como en el caso anterior, la dis-tinción del plato como perteneciente a su propietario, si bien pudo también servir para distinguir la pieza o el lote al que pertenecía durante su fabricación o su comercio (algo acorde con su posición en el fondo del recipiente, emplazamiento común de este tipo de marcas). Si la pri-mera inscripción prueba la presencia en Doña Blanca de gentes de nombre, lengua y cultura fenicias que sabían hacer uso del alfabeto lineal, la segunda sirve de ejemplo

a un tipo de práctica que, aunque no implica un cono-cimiento necesario de la escritura, responde de manera simple a necesidades de distinción y control propias de contextos relativamente complejos de fabricación, comer-cio y uso. En éstos no es extraño que grafemas y signos no grafemáticos convivan.

El tercer fragmento inscrito (C) muestra lo común de este tipo de inscripciones sobre recipientes en el mundo fe-nicio del Oriente mediterráneo, donde el ánfora original fue fabricada. La incisión de los grafemas sobre la arci-lla fresca en el alfar oriental permite saber que fue allí, durante su fabricación, y no en un momento posterior de su uso comercial (uso que terminó por hacerla llegar al yacimiento de Doña Blanca) donde recibió su grafito. Dañado, sin que pueda decirse si está o no completo en su inicio ([ … ]<#ky), el epígrafe pudo remitir a la localidad de Akko, aunque quizá no directamente, sino a través de un nombre personal (basado en un gentilicio). Si los restos de ánforas orientales prueban el flujo material de bienes que llegaban a Occidente desde el otro extremo del Mediterráneo, la presencia de inscripciones sobre ellos recuerda el no menos importante fluir paralelo de novedades culturales (como la propia escritura, la lengua que sostiene y las ideas que ésta vehicula).

Sobre las piezas, véase Cunchillos (1992: 78-83). Acerca del ya-cimiento, Ruiz Mata y Pérez (1995). Sobre los hallazgos epigráfi-cos y su importancia, Cunchillos y Zamora (2004); Zamora (2005). Sobre la antroponimia fenicia, Benz (1972), Israel (1995).

J.A.z.

Nº 6. Fragmentos de cerámica con grafitos fenicios

A: Borde de cuenco o pátera carenada, con engobe rojo; B: Fondo de plato, con engobe rojo. C: Fragmento de

hombro de ánfora n Museo de Cádiz. nº. inv. A: DJ 23934 B: DJ 23931 C: DJ 23933 n Castillo de Doña Blanca

n segunda mitad del s. Viii a. C. (B: muy a finales, quizá comienzos del s. Vii) n A: 7,6 por 4 cm.; B: 6 por 5,2

cm; C: 9 por 6,2 cm. n Cerámica.

A

B

C

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54 La aventura fenicia 55La aventura fenicia

Fragmento de cuenco de pasta cerámica gris, forma abierta de factura local. En la zona superior, en la que sería la cara exterior de la pieza, se aprecia una secuencia de 4 grafemas fenicios, más o menos en paralelo con el borde del recipiente, incisos con posterioridad a su cocción y con anterioridad a su rotura. El primer signo se halla in-completo; antes y después del texto conservado pudieron existir más grafemas.

Se trata de un recipiente común, doméstico (hallado sig-nificativamente en el relleno de una zona residencial), sobre el que se incidió un pequeño texto, por desgracia fragmentario: […]>r/bgd[…]. Aunque se propuso entender en él una mención a Cádiz (bgd[r], “en Gadir”), tal in-terpretación no es satisfactoria. Probablemente, se trata en cambio de una inscripción de propiedad, un tipo muy común de epígrafe sobre cerámica por el que el dueño del recipiente lo marcaba con su nombre. La sucesión de signos legible es de hecho compatible con algún nom-bre fenicio (Abigad) al que pudo incluso anteponerse una preposición de pertenencia l-, perdida al fragmentarse el cuenco. Con éste u otro contenido, una inscripción de propiedad es el tipo de epígrafe más acorde a la pieza y a su contexto, prueba redundante de la presencia en el interior de la bahía de Cádiz de fenicios que conocían y utilizaban con propósitos comunes su propia escritura.

El hecho de que los grafemas conservados puedan coincidir con el inicio de la secuencia alfabética fenicia (aleph, beth, gimmel, daleth…) obliga a preguntarse si la inscrip-ción no corresponde a un “alfabetario”, un ejercicio de escriba o de aprendiz mediante el que se memorizaban los signos de escritura en un orden fijo. De tratarse de un ejercicio de aprendizaje, habría que suponer que se realizó tras una primera rotura del cuenco original (pues, como ejercicio, este tipo de inscripción no se realizaría sobre el recipiente en uso, sino sobre un fragmento cerá-mico reutilizado como soporte improvisado u ocasional)

y antes de una segunda rotura (que interrumpió casual-mente sólo el primer signo de lo trazado), lo que es poco probable. Tampoco es demasiado probable una función mágico-religiosa del hipotético alfabetario, pues este tipo de usos, poco comunes en el mundo fenicio, se da normalmente en otros contextos y en épocas muy pos-teriores.

Sobre la pieza, véase Cunchillos 1991; Cunchillos y Vita 1998: 31-38; acerca del yacimiento, Ruiz Mata y Pérez 1995; sobre los hallazgos epigráficos y su importancia, Cunchillos y Zamora 2004; Zamora 2005; sobre la antroponimia fenicia, Benz 1972; Israel 1995; sobre los escribas fenicios, Bonnet 2003.

J.A.z.

Nº 7. Fragmento de cuenco con signos fenicios

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 23926. nº epigráfico: tDB 86001 n Castillo de Doña Blanca, zona sudeste, área

llamada del “espolón” o “espigón”, en su vertiente norte; estrato de relleno, de material bastante uniforme,

sobre viviendas fenicias del s. Viii a.C. n Ca. finales del siglo Viii-principios del Vii a.C. n 5,4 por 4,7 cm. n

Cerámica.

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56 La aventura fenicia 57La aventura fenicia

Fragmento de un cuenco o pátera fenicia, de factura occi-dental. En la zona central, en la que sería la cara exterior, se halla finamente incisa una secuencia completa de 6 grafemas fenicios, en línea más o menos paralela al borde del recipiente.

Se trata de un recipiente típicamente fenicio, doméstico (en coherencia con la zona de viviendas en la que se en-contró), pero de calidad. Su función se relaciona con la presentación e ingestión de alimentos, que podían ser in-cluso líquidos, dada la profundidad del recipiente con sus paredes verticales, que distinguen a este tipo de cuencos de los platos, que son menos profundos y más planos. La inscripción fenicia, realizada después de la cocción de la pieza y antes de su rotura, indicaba muy probablemente quién era su propietario (mejor que, con sentido votivo, su destinatario divino, interpretación más problemática): l>Xmnh/y, “de Eshmunh(illes)” o de Eshmunâ” (con menos probabilidad, “de Eshmunî”). El nombre de este individuo, o bien está abreviado, o bien es un hipocorístico (una forma reducida, familiar). Se trata de un nombre personal caracte-rísticamente fenicio (haciendo por tanto de la inscripción una interesante confirmación de la presencia de fenicios en el interior de la bahía gaditana, conocedores además de la escritura), un antropómimo teóforo del dios Eshmún que revela la importancia de esta divinidad para la familia del citado. Este testimonio indirecto del dios no sólo es el más temprano de los hallados en Occidente, si no uno de los más antiguos conocidos en absoluto. Eshmún, identi-ficado en las fuentes clásicas con Asclepios / Esculapio por su especial carácter (un dios sanador de origen huma-no que había sufrido una peripecia de muerte y resurrec-ción), fue sobre todo el principal de la ciudad fenicia de Sidón (con la que quizá pudo tener relación el propietario del cuenco o sus antepasados), aunque se le rendía tam-bién culto en otros lugares del universo fenicio y púnico (entre ellos en Cartago).

Sobre la pieza, véase Cunchillos (1993); Cunchillos y Zamora (1997; 2000: 135-140). Acerca del yacimiento, Ruiz Mata y Pérez (1995). Sobre los hallazgos epigráficos y su importancia, Cun-chillos y Zamora (2004); Zamora (2005). Sobre la antroponimia fenicia, Benz (1972); Israel (1995). Sobre el dios Eshmún, p. ej. Ribichini (1999). En la interpretación clásica, Ribichini (1985: 55-60); en Cartago, Xella (1990).

J.A.z.

Nº 8. Fragmento de cuenco fenicio con inscripción

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 23927; sigla epigráfica tDB 91001 n Castillo de Doña Blanca; extremo occidental

de la zona sudeste (zona del “espolón” o “espigón”), corte 2.2, estrato BH (rellenos sobre viviendas fenicias

del siglo Viii a. C.). Primera mitad del s. Vii a. C. (probablemente principios) n 10 por 8 cm. n Cerámica.

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58 La aventura fenicia 59La aventura fenicia

Se trata de un fragmento del borde de un plato o cuenco de cerámica gris, elaborado a torno, considerado por sus excavadores como correspondiente a la última época de su producción debido a la ausencia de un refuerzo en el borde que se dobla hacia el interior, que es considerado indicio de antigüedad.

El objeto no apareció en una intervención arqueológica científica sino que, junto con un copioso lote de materia-les, se encontró durante las labores de adecuación de la ladera occidental del Cabezo de San Pedro en 1969, que fue seguida por el equipo de arqueólogos a fin de delimitar e interpretar los materiales arqueológicos que iban apa-reciendo; a pesar de ello, los investigadores reconocen que “la mayor parte del material recogido apareció en circunstancias que no podemos precisar”. Los arqueólogos ubicaron el fragmento en el nivel 4, al que calificaron de “oriental” y que datan entre finales del s. VIII y finales del s. VI a.C. y ya observaron la existencia de “un grafito con dos letras ibéricas y trazas de una tercera que no nos atrevemos a identificar”.

En efecto, el pequeño fragmento del borde de este cuenco cuenta, en su lado interno, con dos signos cuya lectura, en principio, no plantea demasiados problemas, aunque sobre su significado y adscripción sí ha habido cierto de-bate. Los dos signos parecen ser o derivar, de derecha a izquierda, que parece ser la dirección de la escritura, de los signos fenicios. Desde un primer momento, una mayoría de investigadores aceptó, sin embargo, que esta-ban transcribiendo una lengua local por cuanto que estos signos también aparecen en diversos sistemas de escri-tura peninsulares, lo que hace que su lectura sea más insegura, y porque no se encontraron posibilidades de interpretación en lengua fenicia. Al aceptarse su carácter de grafitos indígenas se sugirió en un primer momento que su lectura podría ser tee o ete, según la dirección de la escritura que se adoptase; se aceptó también, básica-

mente, su relación con la llamada escritura del Suroeste, conocida sobre todo a partir de epígrafes sobre estelas de piedra, aunque no parece tratarse del mismo sistema. Por otro lado, otros autores consideraban que éste y otros grafitos eran fenicios. En concreto para éste se ha suge-rido que puede tratarse de una abreviatura de “cetro”, o de un nombre compuesto por “clemente” o por “vivir” y un antropónimo. No queda claro, en cualquier caso, cuál podría haber el sentido de la inscripción de haber estado escrita en lengua fenicia.

Naturalmente, es difícil saber sólo a partir de dos signos si estamos ante un grafito fenicio o indígena, pero hallazgos ulteriores en Huelva y en otros lugares certifican la existen-cia de grafitos sobre cerámicas de indudable adscripción lo-cal durante, al menos, los siglos VII y VI a.C., a pesar de las objeciones de algunos autores. Por último, y aunque esta opción es descartada de forma unánime por los investi-gadores, esos signos son también semejantes a la theta y a la eta griegas (o al signo de la aspiración) presentes en epígrafes arcaicos de esta procedencia, lo que no es de extrañar dado el origen fenicio del alfabeto griego.

La pieza fue publicada por Blázquez et al. (1970: 11-12; lám. XV c); la primera publicación del grafito en De Hoz (1969: 114) seguida poco después por una presentación más detallada que analiza incluso la dirección de la escritura de los signos (De Hoz, 1976: 277-278, lám. 8, figs. 8 y 8a). Sobre la consideración de este y otros grafitos como fenicios, Untermann (1990: 123, n. 82); este mismo grafito es considerado explícitamente fenicio por Id. (2000: 249). Esta idea ha sido desarrollada con más de-talle en Mederos y Ruiz Cabrero (2001: 104-105) y contestada, para seguir defendiendo su carácter paleohispánico, por De Hoz (2007: 31, n. 12). Sobre otros grafitos sobre cerámica hallados en Huelva, Fernández y Correa (1988-89: 121-142). Sobre algunas formas semejantes de letras griegas arcaicas, Jeffery (1990: table of letters).

A.J.D.M.

Nº 9. Cuenco con inscripción

Museo de Huelva. nº. inv. A/CE 3507/7 n Cabezo de san Pedro, Huelva n 700-600 a.C.? n Alt. 3,9 cm.; anch.

4,1 cm. n Cerámica.

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60 La aventura fenicia 61La aventura fenicia

Se trata de un fragmento de copa griega que conserva parte del galbo. En el anillo de la base, apenas marcado, se realizó un grafito con un punzón fino, en lengua y es-critura griegas.

El grafito griego se lee de izquierda a derecha como muestra claramente la orientación de letras significativas como la kappa, la epsilon o la sigma. Salvo la primera letra de la izquierda, rota parcialmente, la lectura no presenta dificultades y puede transcribirse como: Ρ̣ΑΚΛΕΟΣΗΜΙ, que puede desarrollarse como [Ἡ]ρ̣̣ακλέος ἠμί. Desde el punto de vista paleográfico el grafito presenta algunas peculiaridades que pueden permitir identificar el origen del que lo escribió: por un parte, la ómicron representada en forma de semicírculo más o menos abierto y, por otra, la eta representada en forma de rectángulo. Es intere-sante que en el mismo texto encontremos estos dos ras-gos que son propios del alfabeto usado en Cnido. Todos los paralelos recogidos por Jeffery para epígrafes cnidios que presentan estas características apuntan a una fecha anterior a mediados del s. VI y alguno de ellos procede del emporion de Náucratis. La forma verbal ἠμί por ἐιμί es frecuente en algunos dialectos y está atestiguada, en la misma época que atribuimos a este grafito, tanto en Cnido como en inscripciones de Rodas, donde se hablaba el mismo dialecto que en Cnido. La presencia de un cnidio en un punto tan occidental, aunque de momento única, tampoco debe sorprender demasiado. Cnido, además de ser una de las ciudades que participan en el emporion de Náucratis (Hdt., II, 178) muestra sus intereses occidentales tanto en el área adriática como en Sicilia, y fundará en torno al 580 la polis de Lipara en las islas Eolias.

La letra que interpretamos como rho y de la que se con-serva sólo un trazo vertical podría ser también, even-tualmente, una gamma, en cuyo caso podríamos sugerir la presencia de un nombre personal como Megacles o Agacles; esta fórmula de propiedad aplicada a individuos

está también bien atestiguada. Preferimos, sin embargo, la restitución propuesta por varias razones. La primera de ellas porque este tipo de inscripción con “nombre de divinidad más el verbo ἐιμί” tiene amplios paralelos en el mundo griego para indicar la ofrenda a la divinidad en la que es el propio objeto ofrecido el que declara su pertenencia (por ejemplo, en Náucratis y en Gravisca). En este caso la traducción sería “soy de Heracles”; del mis-mo modo en la propia Huelva también se conoce otro grafito con una fórmula semejante.

Por otro lado, y aunque no se han publicado con detalle las circunstancias del hallazgo, el mismo se produjo en el número 7 de la calle Palacio. Durante la intervención arqueológica en el solar colindante, correspondiente al número 9 de la misma calle, se detectó una ocupación correspondiente a los siglos VIII-VI a.C. entre la que des-tacaba un pozo rectangular con brocal de pizarras escua-dradas que la excavadora sugiere poner en relación con “la escalinata que pudo formar parte del graderío de un edificio público en época orientalizante, localizado en el solar anexo nº 7, intervenido con anterioridad”. Este he-cho, así como la proximidad (unos 150 m.) con respecto al santuario excavado en la calle Méndez Núñez 7-13, nos indica que estamos en la misma zona de la ciudad en la que ya se han detectado espacios culturales.

De aceptarse esta restitución, sería la primera (y de mo-mento única) dedicatoria griega a Heracles conocida en la Península Ibérica. Estrabón menciona una isla consa-grada a Heracles junto a Onoba de Iberia (Str. III, 5, 5), y sin duda está refiriéndose a Melqart, que suele ser la interpretatio griega de ese dios fenicio, cuyo culto en la zona parece también atestiguado por el hallazgo de estatuillas de bronce similares a las halladas en Sancti Petri en la zona de la barra de Huelva próxima a la isla de Saltés. No sería improbable, pues, que los fenicios residentes en Huelva hubiesen erigido también en la

ciudad un santuario dedicado a Melqart en el que un griego, eventual residente o visitante de la misma en la primera mitad del s. VI, hiciese una ofrenda empleando para ello el nombre con el que los griegos identificaban al dios tirio, Heracles.

Sobre la excavación del solar aledaño, con algunos datos sobre el solar de calle Palacios nº 7, vid. Mora (2010: 521). Sobre ins-cripciones de Cnido con formas de letras significativas (ómicron y eta) que sirven de paralelo para el presente grafito, vid. Je-ffery (1990: 357.32 b; 357.33; 357.34). Sobre el uso de la forma ἠμί por ἐιμί pueden verse, como muestra, Ibid.: 357.32 b (Cnido)

y 357.19; 357.21 (Rodas). Acerca de la presencia de cnidios en Occidente puede verse Domínguez Monedero (1988: 84-100). La fórmula nombre de divinidad más ἐιμί aparece atestiguada en numerosos grafitos de Náucratis y estaría presente también en Gravisca (Petrie, 1886: 60-62; láms. XXXII-XXXIII; Johnston y Pandolfini, 2000: 23). Sobre el epígrafe onubense con una fór-mula similar Domínguez (en prensa) y también en esta misma publicación. Sobre el área cúltica hallada en la calle Méndez Núñez, núms. 7-13, vid. Osuna, Bedia y Domínguez (2001: 177-188). La asimilación de Heracles y Melqart ha sido estudiada desde la perspectiva griega y la fenicia, respectivamente, por Jourdain-Annequin (1989) y por Bonnet (1988).

A.J.D.M.

Nº 10. Fragmento de copa con inscripción griega

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 8108/1 n Calle Palacios, 7. Huelva (excavación 2004) n Primera mitad del

siglo Vi a.C. n 9,5 por 5,1 cm. n Cerámica.

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62 La aventura fenicia 63La aventura fenicia

Fragmento de borde y galbo de un cuenco de cerámica gris orientalizante utilizado como soporte para una ins-cripción que se localiza hacia la mitad del galbo, justo en una línea de fractura antigua.

El hallazgo procede de una intervención arqueológica dirigida por García Jiménez en la ladera suroeste del Cabezo de San Pedro en 2007. En el mismo contexto fue-ron exhumadas cerámicas de tradición autóctona, feni-cias y un vaso de Grecia del Este que proporcionó una data de la primera mitad del siglo VI a.C. La inscripción fue realizada mediante incisión postcochura, lo que uni-do a la producción local del vaso y el lugar del hallazgo asegura la presencia en Huelva de alguien que sabía es-cribir en griego. El profesor Domínguez Monedero apre-cia que la dirección del texto es de izquierda a derecha. Las letras están bien grabadas, con trazos seguros. El uso del signo H entre consonantes descarta que se trate de un diacrítico que marque una aspiración, por lo que no cabe duda de que se trata de la letra eta, que denota la e larga frecuente en los dialectos greco-orientales. De la primera letra (si es que es tal) sólo se conserva un trazo horizontal. El resto de las letras tiene una lectura relativamente fácil: NIKHΣEI. En cuanto a la interpreta-ción, cree factibles dos. En primer lugar, la palabra νική-σει tiene perfecto sentido en griego. Puede ser la tercera persona del singular del futuro de indicativo del verbo νικάω (en su versión jonia): “vencerá”; puede ser también la tercera persona del singular del aoristo de subjuntivo del mismo verbo: que (él) venza. Por fin, puede ser la segun-da persona del singular del futuro de indicativo en voz media del mismo verbo: me vencerás. Una segunda línea de interpretación viene dada por la posibilidad de que no tengamos una forma verbal sino, al menos, dos palabras, una de ellas incompleta. En este caso podríamos leer: “soy de Nike”. Este tipo de inscripción dedicatoria donde es el propio vaso el que habla e indica (en genitivo) qué divinidad es su propietario es bastante frecuente en las

fórmulas dedicatorias griegas, con abundantes paralelos. Nike es una figura enigmática. Quizá haya permanecido más como una abstracción que como una divinidad con culto propio hasta, al menos, el siglo VI a.C. Sin duda es en Atenas donde, gracias a su asociación con Atenea, alcanzará una mayor relevancia. Sea cual sea la inter-pretación correcta de las dos que aquí proponemos, ambas encajan bien, aunque de distinta forma, con el ambiente empórico onubense. Si se trata de una forma verbal sería un testimonio de la realización de prácticas simposiastas en las que se hallarían involucrados grie-gos y donde una inscripción augurando la victoria en un vaso, dentro de la celebración de un banquete y un ko-mos, tendría pleno sentido; la presencia de vasos griegos con representaciones de comastas hallados en diversos lugares de la ciudad, llevados allí por griegos, muestran el conocimiento y eventual práctica de tales actividades. Si, por el contrario, se trata de una dedicatoria a Nike, indicaría la popularización de ese culto entre los visitan-tes o residentes griegos en el emporio onubense. Cabe también la posibilidad de que, más que a la Nike griega, la dedicatoria pueda estar refiriéndose a alguna divinidad local o, incluso, fenicia, quizás alada, asimilable por los griegos a su idea de Nike.

Paralelos formales del cuenco en Lorrio (1988-1989: 290 y fig. 6.1E1), Caro (1989: 168 y 172-173) y Mancebo (1994: 353 y fig. 1). Un estudio paleográfico detallado de la inscripción será dado a conocer por Domínguez Monedero en próxima publicación.

F.G.C.C., L.s.P. y J.L.G. Lectura epigráfica: A.J.D.M.

Nº 11. Inscripción griega sobre cuenco de cerámica gris

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 8836/1 n Cabezo de san Pedro, Huelva n siglo Vi a.C. n Long. 9,3 cm. Anch.

7,1 cm. Grosor 1,1 cm. n Cerámica.

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64 La aventura fenicia 65La aventura fenicia

La pieza está completa. La base es parabólica, con cuerpo de tendencia cilíndrica. Presenta carena en la parte supe-rior del galbo, donde se emplazan las asas, que consisten en un pellizco de barro con perforación. El cuello es muy corto, mientras que la boca es ligeramente exvasada, con labio vertical. Decoración pintada con líneas verticales, oblicuas y horizontales en color rojizo oscuro.

Esta pieza deriva de las píxidas micénicas que comenza-ron a llegar a la costa sirio-palestina a partir del Heládico Final IIIA (1400-1325 a.C.), donde pronto fueron imitadas por los alfares locales, que sustituyeron su decoración ve-getal o marina por temas geométricos y lineales. Aunque no resulta desconocida en contextos domésticos, la píxi-da tiene un uso fundamentalmente funerario, consti-tuyendo un elemento habitual de los ajuares cananeos de la última etapa del Bronce Final y de principios de la Edad del Hierro, debiendo servir como contenedor de perfumes o cosméticos. Los ejemplares abundan en toda Palestina, pero se concentran especialmente en el norte, en el entorno de la llanura de Jezrael (Galilea). Como ejem-plo cabe citar la tumba 1 de la necrópolis de Tell Dothan, que proporcionó nada menos de 567 piezas entre los si-glos XIV y XII. La eclosión de esta forma corresponde al Hierro Antiguo I (siglos XII-XI a.C.), conociéndose muy pocos ejemplares posteriores al año 800 a.C., ya muy de-cadentes y sin decoración pintada. La reciente revisión del stratum III de Tell Abu Hawam, lugar situado en plena bahía de Haifa y directamente conectado con los intere-ses de Tiro desde el siglo X, ha venido a aportar una serie de datos de interés. En dicho estrato han aparecido varias píxidas adscribibles a un contexto de ocupación, que, de acuerdo con la cronología general de esta fase, se situa-rían entre finales del siglo XI y la primera mitad del siglo VIII. La píxida de la playa de Santa María del Mar debe verse en conjunción con otros hallazgos recientes que permiten hacer una serie de consideraciones sobre los primeros tiempos de la presencia fenicia en Occidente.

Por un lado, es el único ejemplar de su clase que conoce-mos por el momento en la Península Ibérica. Por otro, la píxida señala un vínculo entre Gadir y la bahía de Haifa, posible punto de salida de estos recipientes típicamente cananeos. Para finalizar, señalar que es posible que la pieza pueda proceder de un enterramiento, dado que la zona donde fue hallada corresponde a la necrópolis ga-ditana.

La existencia de la pieza fue dada a conocer por Muñoz Vicente, 1995-96: 81; 1998:135-136; 2002: 27 y 31, nº. 1. Para el estudio monográfico de la misma, vid. García Alfonso, 2005. Para los pre-cedentes micénicos de la forma puede consultarse a Mountjoy, 2001: 33, que denomina esta forma como “alabastrón”, frente a la tradicional denominación de “pyxis” (forma 96 de Furumark, 1941). Respecto a la evolución de la forma, puede verse Amiran, 1960: 186, además del estudio de Cooley y Pratico,1994. Sobre la nueva cronología final del stratum III de Tell Abu Hawan, vid. Herrera y Gómez, 2004: 115-117 y 168-178. Sobre la importancia de la bahía de Haifa para Tiro, puede consultarse Aubet, 1994: 50-51, 68-69 y 76-77.

E.G.A.

Nº 12 Píxida cananea

Museo de Cádiz. nº. inv. 22.035 n Playa de santa María del Mar, casco urbano de Cádiz. Fue hallada en los

desmontes de los antiguos acantilados aquí existentes por D. Juan Cerpa y entregada al Museo de Cádiz en

1994 n siglo iX-principios del siglo Viii a.C. n Alt. 10 cm.; diám. máx. sin asas 9 cm. n Cerámica pintada.

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66 La aventura fenicia 67La aventura fenicia

Vaso cerrado con forma de tendencia piriforme, de cuerpo ovoidal, base cóncava siguiendo la curvatura de la pared, cuello alto y estrecho, situado a un lado del eje vertical de la pieza. La boca no se conserva, aunque probable-mente fuese trilobulada y cortada oblicuamente (Córdoba y Ruiz Mata 2005: 1300). Del asa únicamente quedan sus arranques y sería vertical, uniendo cuerpo y cuello. Está decorada en la base del cuello y del asa con motivos de círculos concéntricos estampillados. Está reintegrado en parte.

Este jarro, junto a otros materiales cerámicos diversos (trípode, ánforas, platos, etc.), proceden en origen de la isla centromediterránea de Cerdeña (Córdoba y Ruiz Mata, 2005: 1297-1300, 1303-1304, 1312). Constituye una forma muy característica de la cerámica nurágica sarda y su uso se relaciona con fines ceremoniales y rituales o bien con su circulación como bienes de prestigio (Campus y Leonelli, 2000: 392). En el caso del solar gaditano, para este jarro y el conjunto de los materiales asociados se propone una cronología en torno al 800 a.C. (Córdoba y Ruiz Mata, 2005: 1303, 1311-1316). El hallazgo de ejem-plares de brocca askoide fuera del territorio sardo es escaso y enormemente significativo (cfr. Córdoba y Ruiz Mata, 2005: 1303; Torres, 2004: 46). Informa, en primer lugar, de la existencia de contactos anteriores a la plena ex-pansión fenicia por el Mediterráneo Central y Occidental a partir del siglo VIII a.C., que en todo caso no parecen remontarse más allá de fines del IX a.C. (Córdoba y Ruiz Mata, 2005: 1312; cfr. Torres, 2004). Por otro lado, su-braya el papel del Mediterráneo Central en la coloni-zación fenicia de Occidente. Las diferencias entre los materiales hallados en esta excavación –vinculados a la cultura sarda– con los documentados en el vecino po-blado de Torre de Doña Blanca –más cercano a la tradición cerámica tiria– invitan a pensar en grupos de colonizado-res que no procederían directamente de la costa sirio-pa-lestina (Córdoba y Ruiz Mata, 2005: 1312). Cerdeña pudo

constituir zona de origen de expediciones fenicias, más o menos sistemáticas y frecuentes, con el área occidental del Mediterráneo.

Alonso de la Sierra Fernández, García Alfonso, López de la Orden, Muñoz Vicente y Perdigones Moreno (2003: págs. 11-12). Córdoba Alonso y Ruiz Mata (2005: págs. 1269-1322). Garbarino Gaínza, Álvarez Rojas, Cavilla Sánchez-Molero, López de la Orden, Claver Cabrero, García Alfonso y Toscano San Gil (2004: 35-36).

J.i.V.s.

Nº 13. Jarro askoide de origen sardo

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 26348 n Calle Cánovas del Castillo, 38 (Cádiz). u.E.2b. Excavación Arqueológica

de urgencia (2002) n siglo Viii a.C. n Alt. 16 cm. n Arcilla gris-castaño.

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68 La aventura fenicia 69La aventura fenicia

Ambos recipientes corresponden a la forma griega “cán-taro” (kántharos). Durante la época geométrica estos vasos presentan galbo de tendencia ovoide. El labio suele ser vertical o algo inclinado al interior. Tienen dos asas altas enfrentadas, con un característico perfil de lazo y sección aplanada. Los cántaros presentan decoración pintada al exterior y barniz negro al interior. La arcilla de estos cántaros onubenses es muy similar, de color marrón pá-lido y bastante depurada. Los dos muestran decoración geométrica pintada en negro. En el primero, A/CE 9290, la decoración consiste en una metopa central rectangu-lar con una trama de ganchos de meandro dispuestos en una línea (hatched meander hooks de J.N. Coldstream). Mientras que el segundo, A/CE 9291, el motivo central es una metopa con un esteliforme de ocho puntas, flan-queada, seguramente a ambos lados, por dos ganchos de meandro.

Estos fragmentos cerámicos fueron hallados en pleno centro de Huelva, en una zona baja de la ciudad, próxima a la línea de pleamar del inmediato estuario del río Odiel, que hoy se encuentra a 700 m. de distancia. Además de las cerámicas a mano del Bronce Final y los materiales fenicios, en número superior a 7.000 fragmentos, se han recuperado en este solar cerámicas griegas, sardas, chi-priotas y villanovianas, ya en número muy inferior. Hay también presencia de marfil, madera, elementos vincula-dos con la metalurgia y numerosos restos óseos de ani-males. Los fragmentos griegos ascienden a un total de 33 ejemplares. Dentro del conjunto hallado en este solar se observan claramente dos grupos con diferentes lapsos cronológicos. Por una parte, hay un grupo de vasos que corresponden al Subprotogeométrico eubeo-cicládico, con una horquilla cronológica más amplia que puede arrancar de los inicios del siglo IX; mientras, los vasos del Geométrico Medio II ático tienen con un horizonte de uti-lización más estrecho, entre 800 y 760 a.C., que permiten afinar las dataciones. El Geométrico Medio II es la primera

expansión importante de las cerámicas áticas fuera del Egeo. Significativamente, hay una presencia importante de estos vasos en Chipre y en la costa sirio-palestina, incluyendo Tiro. Aquí, estos productos confluyen con los materiales eubeo-cicládicos, aunque las exportaciones áticas destacan por su mayor variedad de formas, inclu-yendo cráteras para los centros palaciales de Oriente. En Huelva (calle Palos) coetáneamente conocemos también un fragmento de píxida ática de la misma época que estos cántaros que comentamos, que hasta ahora era el hallazgo griego más antiguo conocido en la Península Ibérica. La presencia de estos cántaros en Huelva, acompañados en el mismo estrato por platos eubeos (ver ficha nº. 15 del Catálogo) plantea una serie de cuestiones de enorme in-terés, por ahora de difícil resolución: desde un transpor-te por los fenicios para uso propio o comercialización en el mercado local, hasta la posible presencia de eubeos en la ciudad en estos momentos, en operaciones co-merciales conjuntas con sus socios orientales. A ello se añade también la documentación reciente de materiales de este tipo en La Rebanadilla, dentro de las obras de ampliación del Aeropuerto de Málaga.

La monografía que recoge el catálogo completo del vaciado del solar escenario del hallazgo y su estudio se debe a González de Canales, Serrano Pichardo y Llompart Gómez (2004: 82-83, 184-185 y 200-205). Para resumen y conclusiones más recientes (Ibid., 2008 a). Para estas producciones griegas geométricas vid. Coldstream (2008: 21-28, 330 y 495). Aportaciones recientes de estos fragmentos en Celestino Pérez (2008 a: 167-176) y Delgado Hervás (2008: 355-360). Sobre el fragmento geométrico de calle Palos (Shefton, 1982: 342, nota 11; Cabrera Bonet, 1988-89: 44).

E.G.A.

Nº 14. Fragmentos de dos cántaros áticos

Museo de Huelva. nº. inv. A/CE 9290 (tres fragmentos) y A/CE 9291 (1 fragmento) n Vaciado mecánico

controlado del solar calle Méndez núñez, nº. 7-13 / Plaza de las Monjas, nº. 12. Huelva n Geométrico Medio

ii (800-760 a.C.) n El vaso A/CE 9290 tendría un diámetro de 13 cm. de boca. Por su parte, el vaso A/CE 9291

debió medir en torno a 10,5 cm. de diámetro en su boca n Cerámica pintada.

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70 La aventura fenicia 71La aventura fenicia

Conserva parte del borde, carena y galbo. El borde pre-senta una acanaladura exterior. El interior es cóncavo, de curva continua. La zona superior del labio se presenta en reserva con varios trazos transversales en negro, mientras que la zona exterior de éste se pinta en el mismo tono. El galbo presenta semicírculos concéntricos en rojo oscuro, trazados a compas (se conservan ocho), que “cuelgan” del labio, con los más exteriores secantes a otra banda más baja en negro. El interior presenta el mismo barniz negro continuo en todo el receptáculo.

Dentro del repertorio cerámico eubeo-cicládico, los platos son una forma escasa. En las tumbas de Lefkandí (Eubea) sólo aparecen nueve ejemplares, entre cerca de mil vasos, todos del siglo IX a.C. Por el momento, este tipo de pla-tos no se conocen al oeste del Egeo, con la excepción de Huelva, con 15 piezas, aunque solo documentadas a nivel de fragmentos. Mientras, los escifos de semicír-culos colgantes, recipientes muy emparentados con los referidos, sí se documentan en Sicilia, Cerdeña y costa etrusca, aunque no dejan de ser ejemplares aislados. No aparecen en Pitecusa, lo cual tiene su interés respecto a la cronología onubense, ya que marca un momento claramente anterior a la primera colonia griega estable en Occidente, fundada hacia 770 a.C. Lo mismo pasa en Eretria, donde aparecen platos más tardíos, pero con una decoración que muestra influencia ática, fechados como muy pronto en el Geométrico Medio II. Pensamos que esta circunstancia tiene mucho que ver con la fe-cha de fundación y consolidación del núcleo de Eretria y la decadencia de Lefkandí. En Chipre, Cilicia y costa sirio-palestina sí se conocen con cierta abundancia es-tas piezas, especialmente en Tiro. Pensamos que este tipo de platos hacían servicio de mesa con los escifos de semicírculos colgantes: los primeros para comer y los segundos para beber. La forma no existe en la tradición griega protogeométrica, sino que se inspira en los platos fenicios, siendo adaptados por alfares eubeo-cicládicos,

combinándolos con los elementos decorativos de semi-círculos de los escifos, que aparecen con anterioridad. Esto puede interpretarse como la adopción de costum-bres orientales a la hora de servir la comida por parte de sectores aristocráticos de núcleos como Lefkandí o bien la traslación de decoraciones eubeo-cicládicas a formas del gusto levantino. Una vez más se refleja aquí las espe-ciales relaciones que los fenicios mantenían las ciudades de Eubea. La producción de estos platos se insertaría en la tradición subprotogeométrica de este grupo de talleres, ajena a la influencia ática que vemos en las primeras pro-ducciones geométricas conocidas en Eretria, ya de finales del Geométrico Medio II.

González de Canales, Serrano Pichardo y Llompart Gómez (2004: 88-89, nº. XIX.6, foto LVII.5). Estos autores defienden una co-nexión fenicia para explicar la presencia de estos platos –y otras cerámicas griegas geométricas– en Huelva (Ibid., págs. 200-205), al igual que González de Canales, ahora en solitario (2004: 150-159). Sobre la vajilla de mesa en la colonia eubea de Pitecusa, ver Coldstream (1998). El taller geométrico de Eretria puede con-sultarse en Verdan, Kenzelmann Pfyffer y Léderrey (2008). Un mapa de dispersión de los platos y escifos eubeos puede verse en Popham (1994: fig. 2.12).

E.G.A.

Nº 15. Fragmento de plato eubeo-cicládico

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 9705 n Vaciado mecánico controlado del solar calle Méndez núñez, nº. 7-13

/ Plaza de las Monjas, nº. 12. Huelva n subprotogeométrico iii (800-770 a.C.) n Diám. completo 22 cm. n

Arcilla pajiza, con la superficie engobada y pintada. El barniz está perdido en algunas zonas.

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72 La aventura fenicia 73La aventura fenicia

Plato y cuenco fenicios a torno de excelente factura. En ambos casos las superficies aparecen engobadas y bru-ñidas, pero el color rojo original ha sido modificado por el medio subfreático fuertemente reductor en que se ha-llaron. El plato presenta un borde ligeramente vuelto al exterior y marcado por el interior y una base rehundida. El cuenco, profundo, muestra un galbo de perfil convexo y una base plana.

En el mismo contexto se documentaron otros 36 platos que compartían características con el expuesto y 12 frag-mentos de base. Aunque la base no es plana, fue conside-rado como una variedad de gran calidad del tipo 7 de la excavación de Bikai en Tiro, que aparece por primera vez en el estrato VI para constatarse hasta el I. De este tipo 7 de Tiro se individualizaron en Huelva 380 ejemplares, además de 289 fragmentos de bases planas comunes a los platos 7, 8 y 9 de la metrópolis fenicia. Algunos ejemplares similares también figuran entre las primeras aportaciones fenicias a las colonias, caso de Cádiz, y asentamientos indígenas. Plausiblemente puede ser considerado el pre-cedente del plato fenicio de borde vuelto y engobado en rojo de producción occidental. Respecto al cuenco, cons-tituye una muestra de un conjunto de 238 ejemplares, incluyendo las bases. Al igual que el plato, se encuen-tra profusamente documentado en el ámbito fenicio. En Tiro encuentra una correspondencia formal en el plato/cuenco tipo 4a de “Fine Ware” y en la mayoría de los ejemplares del tipo 8 de la excavación de Bikai. El tipo 4a se encuentra representado en los estratos IV-I, mientras que el tipo 8 aparece por primera vez en el XIII-2 para disminuir bruscamente a partir del V. También ha sido documentado en los estratos más antiguos de algunas

colonias occidentales. Con calidades desiguales, plato y cuenco presentan una cronología dilatada, aunque en el caso de Huelva pueden adscribirse por el contexto a un momento anterior a la colonización propiamente dicha. Por lo demás, forman parte destacada de la vajilla de mesa: los fenicios comían en platos y bebían agua, vino y otros alimentos líquidos en cuencos, si bien esta segunda forma de recipiente permite múltiples usos.

Sobre las alteraciones del color de las cerámicas de Huelva (Gon-zález de Canales y otros, 2004: 33-34); sobre el cuenco expuesto y otros similares de Huelva (González de Canales et al., 2004: 42-43 y láms. VI.7-30 y XLVI.20-22); de Tiro (Bikai, 1978: tabla 4A). Sobre el plato expuesto y similares y platos tipo 7 de Tiro docu-mentados en Huelva (González de Canales et al., 2004: 35-36 y láms. I, XLIV.1-3 y XLV.7-14), en Tiro (Bikai, 1978:23-25 y Tablas 3A y 11A). Sobre algún ejemplar próximo de Cádiz (Córdoba y Ruiz Mata, 2005: fig. 5.3).

J.L.G., F.G.C.C. y L.s.P.

Lucernas de un solo pico formalmente similares pero con la particularidad de que una ha sido facturada a torno y otra a mano. Ambos ejemplares presentan trazas de los efectos del fuego.

Entre varios cientos de fragmentos de lucernas atesti-guados en el contexto subfreático precolonial de Huelva, todos los diagnósticos pertenecían a lucernas de un pico, ninguno a las más recientes de dos picos. Las lucernas a torno de un pico se encuentran ampliamente documenta-das en el área fenicio-levantina, aunque con diferencias

en las bases. Los ejemplares de Huelva como el expuesto pueden adscribirse al tipo 1 de la excavación de Bikai en Tiro, único presente con anterioridad al estrato V. A los fragmentos documentados en esta metrópolis fenicia no se les concedió valor como guía cronológica por la similitud entre los adscritos a las edades del Bronce y del Hierro. También se conocen ejemplares de bronce, como uno de Tel Jatt de circa 1000 a.C. En cuanto a la lucernas a mano de Huelva, mientras análisis de pasta no indiquen lo contrario, impresionan como copias locales de las pro-ducciones orientales a torno.

Sobre las lucernas a torno de un solo pico de Huelva (González de Canales et al., 2004: 80-81, 184 y láms. XV.29-34 y LIV.12-17); de Tiro (Bikai, 1978: 18-20); sobre el ejemplar de bronce de Tel Jatt (Artzy, 2006: fig. 2.5.7 y lám. 6.4). Sobre la datación del contexto de Huelva, (González de Canales et al., 2004: 196-199; 2008 a-b; 2010: 649; Nijboer y van der Plicht, 2006: 32).

J.L.G., F.G.C.C. y L.s.P.

Nº 16. Cuenco y plato fenicios

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 9306 y A/DJ 9136 n Calle Méndez núñez 7-13 / Plaza de Las Monjas 12,

Huelva n segunda mitad del siglo X a.C. - circa 770 a.C. por cronología cerámica tradicional del contexto.

siglos X-iX a.C. por datación radiocarbónica n Cuenco: diám. 15,1 cm. Plato: diám. 18,5 cm. n Cerámica.

Nº 17. Lucernas fenicias

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 9678 y A/DJ 9683 n Calle Méndez núñez 7-13 / plaza de Las Monjas 12,

Huelva n segunda mitad del siglo X a.C. – circa 770 a.C. por cronología cerámica tradicional del contexto.

siglos X-iX a.C. por datación radiocarbónica n Long. 11,9 cm. y 11,2 cm. respectivamente n Cerámica.

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74 La aventura fenicia 75La aventura fenicia

Fragmentos de vaso zoomorfo para libaciones elaborado a torno y mano. El primer fragmento (A) conserva la repre-sentación de la cabeza y cuello de un animal con la boca perforada a modo de pitorro para verter líquidos; los ojos, ligeramente ovalados, han sido moldurados mediante dos botones de arcilla; las orejas aparecen tiesas y pro-yectadas hacia atrás. Otros dos fragmentos que casan (B) comprenden parte del tronco del animal con función de recipiente. El vaso se llenaba por una estructura en for-ma de boca y cuello de jarro en el dorso del animal y se sujetaba por un asa inserta inmediatamente por debajo de la boca de la estructura y por delante de una protube-rancia semiesférica en el lugar correspondiente a la cola. Esta protuberancia parece responder a una idealización tendente a armonizar estilísticamente la simetría del vaso. El animal que se pretendió representar no aparece claramente definido. La forma de la cabeza y las orejas elevadas y dirigidas hacia atrás podrían corresponder a un perro, sin descartar un équido o, quizás, una cierva u otro animal.

Los vasos zoomorfos para libaciones se vinculan con fre-cuencia a prácticas religiosas. En los santuarios eran uti-lizados para verter líquidos en actos rituales: acaso sobre las llamas de un altar en ofrenda a los dioses celestes o directamente sobre la tierra para honrar a los dioses del inframundo o, en las necrópolis, a los difuntos. En cuanto al contenido, considerando la alta representación de bó-vidos, cabría pensar en algún caso en la sangre del ani-mal sacrificado. También pudieron contener productos de-rivados de las actividades agrícolas, como vino o aceite, o elaborados aceites perfumados que resultasen gratos a los dioses. Aunque los vasos zoomorfos para libaciones eran comunes en todo el ámbito egeo-oriental, en el caso que nos ocupa debe estimarse el predominio de cerámi-cas fenicias en el contexto y la existencia de un paralelo algo más reciente en el estrato II-III Tiro. En niveles de los siglos VII-VI a.C. superpuestos al de aparición de la

pieza fue documentado un santuario fenicio, en parte eri-gido con sillares.

La pieza fue dada a conocer por González de Canales et al. (2004: 53 y láms. X.3 y XLIX.5); para el ejemplar de Tiro, Bikai (1978, lám. VI.1); para el santuario fenicio de Méndez Núñez, Osuna, Bedia y Domínguez (2001).

J.L.G., F.G.C.C. y L.s.P.

Nº 18. Vaso zoomorfo para libaciones

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 9428A y A/DJ 9828B (dos fragmentos) n Calle Méndez núñez 7-13 / plaza de

Las Monjas 12, Huelva n segunda mitad del siglo X a.C.–circa 770 a.C. por cronología cerámica tradicional

del contexto. siglos X-iX a.C. por datación radiocarbónica n A: Altura 4,5 cm; Anchura Máxima 4,1 cm. B:

Altura 8,3 cm; Anchura Máxima 7,7 cm. n Cerámica.

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< Sarcófago femenino de Cádiz, con el rostro recién excavado en 1988. foto Museo de cádiz.

El puEblo dE la púrpura

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79El puEblo dE la púrpura

El puEblo dE la púrpura

Eduardo García AlfonsoJunta de Andalucía

Delegación Provincial de Cultura n Málaga

Los fenicios jamás se dieron a sí mismos este nombre. Políticamente divididos entre diversas ciudades-estado,

no tuvieron conciencia de su unidad como pueblo hasta un momento muy tardío de su historia, cuando su

civilización experimentaba una fuerte influencia griega y estaba sometida a la autoridad del Imperio Persa.

Hasta entonces, los fenicios se identificaban exclusivamente con sus ciudades, tal y como aparece en las

inscripciones. Fueron los griegos, a partir de la presencia fenicia en el Egeo, quienes comenzaron a denominar

a estos navegantes y comerciantes orientales por el producto más apreciado que ofrecían: la púrpura (phoinix).

Con toda seguridad, no era el tinte lo que comercializaban, sino las telas teñidas con él, tal y como se indica

en un pasaje de la Ilíada (VI, 288-292):

“Por su parte, ella [Hécuba] descendió al profundo tálamo,

donde estaban sus mantos, abigarradas labores de las mujeres

sidonias, que el propio deiforme Alejandro

había llevado de Sidón cuando surcó el ancho ponto

en el viaje en el que condujo a Helena, de nobles padres”.

Es muy posible que la mercancía pasara a identificar al comerciante que la suministraba. Igualmente, el tér-

mino phoinix designaba también a la palmera, árbol propio de Siria-Palestina y de Egipto, con lo que la palabra

quedaba también asociada a una zona geográfica concreta. Por su parte, las denominaciones latinas poenus

y punicus derivan claramente del calificativo griego. Los romanos las usaron para referirse a los cartagineses.

De esta utilización deriva su empleo por parte de los historiadores modernos. Esto ha ocasionado frecuentes

problemas terminológicos. En síntesis, para el Mediterráneo occidental hablamos de un periodo fenicio arcaico

anterior a mediados del siglo VI a.C. y de una etapa posterior que se iniciaría en la segunda mitad de dicha

centuria, cuya denominación tradicional de época púnica ha suscitado un encendido debate. Las novedades

que surgen en este segundo momento fueron sintetizadas por M.E. Aubet en un artículo ya clásico, publicado

en 1986. Desde entonces, los investigadores se han dividido entre los que han otorgado un papel destacado a

Cartago en el mundo fenicio occidental, a partir de finales del siglo VI, y los que han minimizado esta inter-

vención hasta la época bárquida, ya en el último tercio del siglo III a.C. Los cartagineses eran, ante todo, fe-

nicios venidos a más. Cartago fue una ciudad que, en un momento concreto de su historia, decidió emprender

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80 El puEblo dE la púrpura 81El puEblo dE la púrpura

diferentes centros políticos. Por tanto, el debilitamiento de los estados cananeos favoreció la migración de

nuevos grupos étnicos, tanto los Pueblos del Mar como los arameos y los hebreos, que comienzan a instalarse

en el territorio y a sedentarizarse. Los principales centros de poder fueron los que sufrieron una destrucción

más intensa, especialmente Ugarit, que no volvió a ser habitada; mientras, los lugares de menor importancia

situados más al sur, como Tiro y Sidón, se vieron poco afectados. De este modo, las circunstancias históricas

van a favorecer a las ciudades de la costa libanesa, que mantendrán vigentes durante la Edad del Hierro las

tradiciones culturales cananeas: régimen monárquico a la antigua usanza, economía centralizada en el palacio y

relaciones comerciales a distancia. Por tanto, será en los inicios de la Edad del Hierro cuando podamos empezar

y Fig. 1. Fenicia y otros focos culturales de Siria-Palestina entre el III y I milenio a.C.

< Fig. 2. El reino de Tiro y su esfera de intereses directos.

la vía de la expansión imperialista. Es el alcance de esta política, absolutamente nueva en el mundo fenicio,

así como sus implicaciones culturales, la cuestión central respecto a la conveniencia de llamar época púnica

al periodo de tiempo comprendido entre el siglo VI y la conquista romana de Hispania.

Los fenicios en Oriente

La organización económica de las ciudades fenicias del primer milenio a.C. derivó directamente del modelo

palacial que se implantó en la Siria-Palestina de la Edad del Bronce. Este sistema se colapsó en torno al 1200

a.C. con la crisis que, desde la óptica tradicional, se ha intentado explicar como consecuencia de la invasión

de los Pueblos del Mar, siguiendo la denominación de las fuentes textuales egipcias. En este sentido, los

fenicios fueron una auténtica “reliquia” en el panorama de la Edad del Hierro del Levante mediterráneo, los

herederos de un modelo de organización política y económica ya desaparecido en gran parte y que había sido

sustituido por estructuras más simples, de base nómada, que serán absorbidas a lo largo del tiempo por los

sucesivos imperios que van a surgir en la región. En este agitado panorama, los fenicios mostrarán una vez

más su carácter de auténticos “supervivientes”.

La región de Siria-Palestina, denominada Canaán por sus propios habitantes, conoció desde el tercer milenio

a.C. el desarrollo de focos culturales importantes, como Ebla y Biblos (Fig. 1). No obstante, el esplendor de la

cultura cananea tiene lugar en el Bronce Final, entre los siglos XV y XIII a.C., cuando la región es escenario de las

disputas entre el Egipto del Imperio Nuevo y las potencias asiáticas de Hatti y Mitanni. En estas circunstancias

se desarrollaron una serie pequeños reinos independientes, los cuales prestaban vasallaje según las circunstan-

cias, mientras que mantenían sus propias dinastías locales y unas economías fuertemente centralizadas en los

palacios, donde el comercio a larga distancia jugaba un papel importante, no solo como mecanismo de aprovisio-

namiento de determinadas mercancías, sino también como fuente de prestigio para las diferentes casas reales.

El caso paradigmático es Ugarit, ciudad situada en el extremo septentrional de la costa siria, que se convirtió en

el principal puerto del Mediterráneo oriental. Las excavaciones de la ciudad han mostrado el esplendor de la cul-

tura cananea del momento y su carácter cosmopolita, abierto a las influencias egipcias, egeas, mesopotámicas y

anatólicas. Sus soberanos mantuvieron relaciones diplomáticas y comerciales con los monarcas de los diferentes

reinos cananeos, caso de Arwad, Biblos, Sidón y Tiro, al igual que con los faraones egipcios y con los reyes hititas.

Todos los rasgos propios de la organización económica fenicia posterior los encontramos ya en Ugarit.

Este esplendor cananeo terminará con una fuerte crisis, que se reveló con toda su crudeza hacia el año 1200

a.C. Superando la explicación que atribuye a los Pueblos del Mar el derrumbe de las ciudades marítimas de

Siria-Palestina, en los últimos años se ha ido abriendo paso el planteamiento de que el final de la Edad del

Bronce en el Mediterráneo Oriental hay que imputarlo a otras causas primarias. Se han señalado, entre otras,

la presión excesiva que ejercían los palacios reales y una serie de alteraciones climáticas, en el sentido de

una disminución de la pluviosidad, que dejó inservibles para la agricultura amplias zonas de la región, favo-

reciendo la extensión de las zonas esteparias y del desierto, especialmente en el interior. Esta reducción de

las tierras agrícolamente útiles propició la expansión del nomadismo y el retraimiento del comercio entre los

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82 El puEblo dE la púrpura 83El puEblo dE la púrpura

lucha por ampliar y conservar éste. De hecho Tiro era una dípolis, esto es, una ciudad doble, dividida entre

la isla y el núcleo continental, localizado en el gran montículo artificial de Tell Rachidiye, a 4 km. al sur.

Muchas son las incógnitas que plantea esta naturaleza dual, que todavía distan mucho de ser aclaradas ante

la escasez de excavaciones arqueológicas en ambos enclaves. Todas las fuentes antiguas coinciden en atribuir

a la Tiro insular la primacía política y religiosa durante la Edad del Hierro, ya que aquí se ubicaban el templo

de Melqart, dios tutelar de la ciudad, y el palacio real. Esta imagen institucional de isla fortificada es la que

representa a Tiro en uno de los relieves de las puertas de Balawat (Fig. 3). Por su parte, Tell Rachidiye jugaba un

papel eminentemente estratégico y económico. Desde aquí se abastecía Tiro de agua potable, procedente de

las fuentes de Ras el-Ain, que era transportada hasta la isla en botes. Al mismo tiempo, constituía la cabeza

de puente hacia el interior, ya que Rachidiye es muy posiblemente el fuerte costero de Tiro mencionado en el

libro segundo de Samuel (24, 7) y la ciudad de Usu que aparece en las cartas de Amarna (EA 148: 20-47; 149:

40-54) y que los griegos denominaron Paleotiro (Estrabón, XV, 2, 2).

Los recursos

El déficit agrario se ha puesto siempre en relación con la presencia fenicia en Occidente, junto con el acceso

a los metales. En el caso de las colonias de Andalucía mediterránea y de la isla de Ibiza observamos un fuerte

componente agrario. Mucho se ha hablado de la introducción por parte de los fenicios de nuevas especies

de plantas y animales domésticos, pero de lo que no cabe duda es que ponen en marcha un nuevo concepto

de explotación agraria, que contaba con una tradición de siglos en la región sirio-palestina. Por una parte, el

instrumental de hierro va a permitir la puesta en cultivo de nuevas áreas y, por otra, la técnica del abancala-

miento, imprescindible en las estrechas vegas penibéticas, va a aumentar la superficie cultivada allí donde

escasea. Igualmente, la introducción de la vivienda de planta cuadrangular y compartimentada permite una

especialización de cada habitación en una función específica, con el objeto de aumentar la productividad.

Este modelo agrario se va a implantar también muy rápido en el mundo autóctono, lo que generará un creci-

miento de los recursos alimenticios y potenciará tanto la demografía como la jerarquización social. Nuestro

conocimiento de la agricultura fenicia y sus transformaciones en el sur peninsular deriva fundamentalmente

de las excavaciones efectuadas en el Cerro del Villar (Málaga), en el Castillo de Doña Blanca (Cádiz) y, más

recientemente, en Villaricos (Almería). Básicamente nos encontramos ante una agricultura cerealista basada

en el trigo y la cebada, con porcentajes en la mayoría de los enclaves que rondan o superan el 50% de las

muestras analizadas. Después de los cereales, fue la vid el cultivo más extendido. La producción de vino está

documentada fehacientemente a partir del siglo VI a.C., ya que conocemos la existencia de lagares en encla-

ves indígenas como L’Alt de Benimaquia (Denia, Alicante) (Fig. 4) y en el poblado de la Sierra de San Cristóbal,

próximo al Castillo de Doña Blanca. Mucho más compleja se revela la elaboración de aceite durante el periodo

fenicio arcaico en la Península. En cualquier caso, era un producto demandado, lo que explica la presencia de

ánforas griegas tipo SOS en las colonias occidentales (Fig. 5).

Además de su riqueza en moluscos del género murex, básicos para obtener púrpura, lo que no dejo de llamar la

atención de los fenicios, y posteriormente de los autores griegos y romanos, fue la abundancia y variedad de

recursos pesqueros de las aguas occidentales, tanto del Mediterráneo como del Atlántico. Todavía se discute

a hablar propiamente de la Fenicia histórica, ocupadas muchas partes del antiguo territorio de Canaán por

nuevas gentes.

La ciudad denominada por los griegos Tiro (Sor en fenicio) se ubicó sobre un islote rocoso y llano, de 53 has.

de superficie. La isla se encontraba separada de tierra firme por un brazo de mar de unos 800 m. de anchura,

posición que le aseguraba una eficaz defensa, siempre y cuando su flota de guerra dominara las aguas circun-

dantes. Hacia el año 1000 a.C. Tiro comienza a destacar en el conjunto de las ciudades marítimas. La tradición

escrita atribuye al rey Hiram I el nacimiento del poderío naval y comercial tirio, mediante ventajosos acuerdos

con la vecina monarquía israelita, que se iniciaron bajo David, pero que alcanzaron su eclosión con Salomón

(I Reyes, 5, 24-25; 9: 11-14). Estos acuerdos muestran el interés tirio fundamentalmente en dos asuntos: usar

el territorio israelita como plataforma para el comercio a larga distancia y paliar el déficit alimentario de la

ciudad. Por un lado, Tiro tiene interés en el envío de expediciones comerciales al mar Rojo, usando el puerto

hebreo de Ezion Geber, bien conectado con el Mediterráneo a través de la ruta caravanera que llegaba hasta

Gaza. El objetivo era la búsqueda de productos exóticos, que siempre alcanzaban un alto valor. Por otro, Hiram

se asegura el suministro regular de trigo y aceite, así como la cesión de territorio agrícola en Galilea, segura-

mente en el entorno de la bahía de Haifa, como confirma la arqueología (Fig. 2). De acuerdo con el texto bíblico,

las contrapartidas ofrecidas por los tirios consistían en asistencia técnica, mediante la cesión de especialistas,

madera de cedro y 120 talentos de oro.

Los largos asedios a la que fue sometida la isla por enemigos mucho más poderosos que controlaban la franja

continental dan idea de la posición de fuerza que podía ejercer Tiro: cinco años por el rey asirio Salmanasar

V (724-720 a.C.), trece años por Nabuconodonor II de Babilonia (585-573) y, finalmente, el sitio de Alejandro

Magno en 332, quien se entretuvo aquí entre siete y ocho meses, según las diversas fuentes, antes de su mar-

cha triunfal hacia Egipto. El rey macedonio, decidido a acabar con la actitud arrogante de los tirios, ordenó la

construcción de un malecón para unir la ciudad al continente, para que sirviera de plataforma de ataque para

sus tropas. Este hecho marcó para siempre la topografía de Tiro, ya que la isla quedo al poco tiempo convertida

en una península debido a la arena acumulada junto a la citada obra, al alterarse el régimen de las corrientes

costeras. Al tiempo que fuente de su seguridad, la ubicación de Tiro en el islote era también la causa de su

debilidad. La ciudad siempre necesitó contar con un hinterland en tierra firme, por lo que su historia es la

y Fig. 3. Puertas de Balawat, siglo IX. Placa de bronce con la representación de Tiro y sus tributos para el rey de Asiria (sEGún AubEt, 1994).

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84 El puEblo dE la púrpura 85El puEblo dE la púrpura

de Sexi (Almuñécar). La popularización de su consumo explica la creación por parte de los alfares de Atenas de

un recipiente para servirlo: el llamado “plato de pescado”, generalmente decorado con motivos alusivos a su

uso, con la técnica de figuras rojas. Esta forma tiene su origen en los platos fenicios de borde ancho del siglo VI

a.C. y, despojada de la vistosa decoración griega, tuvo un notable éxito en los talleres púnicos, siendo la bahía

de Cádiz uno de los principales centros de producción de estos recipientes, dentro de la llamada cerámica de

Kouass, en el siglo III a.C. Igualmente, el auge de las salazones no solo impulsó la fabricación de vajilla para

su consumo, sino principalmente de envases para su transporte, almacenaje y comercialización. A partir del

siglo V aparecen ánforas dedicadas exclusivamente a estos productos, que dejan obsoleto al contenedor mul-

tiuso típico del periodo fenicio arcaico: el ánfora denominada R-1 en la nomenclatura tradicional.

Los recursos que ofrecía el interior de la tierra también fueron explotados sistemáticamente por los fenicios.

La búsqueda de metales fue uno de los principales motivos para explicar la colonización. En este sentido,

resulta muy significativo que las cronologías más altas de la presencia fenicia en Occidente correspondan a

lugares situados en el Atlántico, caso de Huelva. Es evidente que fue la riqueza minera lo que movió a los feni-

cios en estos primeros viajes. Sin embargo, que estos testimonios tan antiguos aparezcan precisamente en los

puntos finales de la ruta que parte de Tiro no deja de ser problemático. ¿Vinieron los fenicios a un destino ya

conocido de antemano? ¿Existió una primera oleada de viajes orientales a puntos del Mediterráneo occidental

y central que no se han detectado hasta ahora? Cuestiones como la denominada “precolonización” se vuelven

a poner de actualidad conforme van avanzando las investigaciones.

Los fenicios son los transmisores de nuevas técnicas metalúrgicas a las poblaciones de la Península. Introducen

el uso del hierro, siendo el Morro de Mezquitilla el lugar que presenta los vestigios más antiguos de siderurgia

en Europa occidental, fechados en la primera mitad del siglo VIII a.C. y poco después encontramos ya un horno

para estas labores en Toscanos (Fig. 6). El nuevo metal, relativamente abundante en toda la cuenca mediterránea,

se trabajó muy pronto en el mundo autóctono del sur peninsular y posiblemente fue la transmisión de esta

tecnología lo que permitió a los fenicios establecer relaciones fluidas con los poderes locales. De este modo,

encontramos trabajo del hierro en contextos indígenas en momentos de la segunda mitad del siglo VIII, caso

del Castellar de Librilla (Murcia).

La plata fue un metal en el que los fenicios tuvieron un especial interés. Se trataba de la medida de valor

en un sistema económico que, aunque funcionó sin moneda acuñada hasta momentos muy tardíos, tenía

unos patrones de cambio estables. Los minerales argentíferos alcanzan una gran dispersión en todo el sur

peninsular, pero la atención fenicia se concentró fundamentalmente en los puntos donde las leyes eran más

altas y la facilidad de extracción mayor: por una parte, Sierra Morena occidental, con los cotos de Riotinto y

Aznalcóllar; y por otra, las sierras almerienses, principalmente Gádor y Almagrera. Posteriormente, a partir

de los siglos V-IV a.C., y especialmente, en la época Bárquida, tomaron auge las minas de plata del entorno

de Cástulo (Linares, Jaén) y las de Cartagena-La Unión. Los fenicios no sólo aprovechaban la plata nativa, como

era característico de la metalurgia peninsular de la Edad del Bronce, sino que trajeron el procedimiento para

extraerla de la galena: la copelación. Se trata de separar el plomo de la plata convirtiendo el primero en litargirio

la primacía fenicia o griega en el desarrollo de los métodos de elaboración de salsas de pescado y salazones,

pero en la Península Ibérica el testimonio más antiguo que tenemos de la comercialización de estos productos

se encuentra en el poblado indígena de Acinipo (Ronda, Málaga). Se trata de un ánfora fenicia de tipo R-1, que

conservaba porciones de atún y que se fecha en el siglo VIII. No faltan hallazgos de artes de pesca en las colo-

nias fenicias peninsulares, destacando a este respecto los aparecidos en la vivienda del sector 2 del Cerro del

Villar, pero, por ahora, no conocemos nada que supere un nivel artesanal y de autoconsumo durante el periodo

fenicio arcaico. Las factorías más antiguas de las que tenemos noticia se encuentra en la bahía de Cádiz, con-

cretamente en el litoral del Puerto de Santa María, y corresponden ya al siglo V a.C., momento de auge salazo-

nero en Gadir. Estos productos alcanzaron justa fama en el mundo griego y fueron citados en varias en las comedias

áticas como tárichos Gadeirikón (salazón de los gaditanos): Éupolis (1, 310) y Antífanes (2, 43). Seguramente bajo

esta denominación se incluía todo el salazón ibérico, aunque también se distinguía en ocasiones el procedente

< Fig. 4. L’Alt de Benimaquia (Alicante). Plano del recinto fortificado y ubicación del lagar (sEGún C. GóMEz bEllArD Et

Alii, 1993).

x Fig. 5. Cerro del Villar (Málaga). Ánfora griega de posible procedencia eubea (fotoGrAfíA: ConsEJEríA DE CulturA, JuntA DE

AnDAluCíA).

< Fig. 6. Toscanos (Málaga). Recreación de los hornos para producción de hierro (sEGún i. KEEsMAnn y H.G. niEMEyEr, 1989).

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86 El puEblo dE la púrpura 87El puEblo dE la púrpura

una auténtica calle comercial, donde las mercancías se exponían a la vista de los transeúntes en pequeñas

estructuras a modo de tiendas (Fig. 9). Incluso, en el mismo lugar han aparecido varias pesas de plomo para usar

en la balanza, que llevan incisas sus correspondientes marcas de valor. El sistema metrológico usado por estas

piezas se basa en el siclo babilónico, que los fenicios introdujeron en Occidente.

La decadencia de este modelo comercial del periodo fenicio arcaico comenzó en los inicios del siglo VI a.C.,

cuando cambiaron las condiciones sociales y políticas del mundo mediterráneo. La crisis de las viejas aris-

tocracias y la aparición de estructuras de dominio territorial dieron paso a un mundo mucho más inestable, con

el recurso frecuente a la guerra. En este contexto se inserta la política cartaginesa de anexión de territorios en

Cerdeña, Sicilia y el norte de África. Ahora el conflicto se convertirá en el medio para asegurarse los recursos

y las ventajas comerciales. Esta situación tuvo también su repercusión en Occidente, lo que implicó una reor-

ganización de las antiguas colonias fenicias: algunas tuvieron que ser abandonadas y otras se convierten en

< Fig. 7. Circulación de la plata en el ámbito tartésico del suroeste peninsular.

<x Fig. 8. Franjas comerciales de Tiro (sEGún M. livErAni, 1995).

x Fig. 9. Calle comercial en el Cerro del Villar (sEGún M.E.

AubEt, 1997).

(óxido de plomo). Esta tecnología permitió a los fenicios aumentar enormemente la producción de plata, lo que

dio lugar a la proverbial riqueza de Tartessos que recoge la literatura griega (Fig. 7).

El sistema comercial fenicio

Si algo caracterizó a los fenicios fue la actividad comercial. La literatura clásica, impregnada del espíritu de la

nobleza terrateniente y guerrera, nos ofrece una visión negativa del mercader, cuyos estereotipos se incremen-

tan si éste, además, es extranjero. Las empresas comerciales fenicias se presentan en los textos como iniciativas

individuales, tal y como aparecen en el conocido pasaje de la Odisea (XIV, 285-290), donde Ulises entra en nego-

ciaciones con un fenicio que, casualmente, se encontró con el errante rey de Ítaca en Egipto. Sin duda, entre los

fenicios existieron este tipo de negocios particulares, especialmente en zonas próximas a su país de origen; pero

la infraestructura del comercio a larga distancia y del proceso colonial que se implantó en Occidente se asentaba

sobre bases mucho más amplias y complejas, que sólo en los últimos años estamos empezando a comprender.

El comercio fenicio combina factores sociales y económicos. Los primeros se caracterizan por el don, es decir,

el intercambio de regalos entre sectores aristocráticos y la creación de un vínculo que obliga a una contra-

partida. Este es un modelo muy típico de los inicios de la Edad del Hierro y propio de sociedades distintas

que entran en contacto. Esto no quiere decir no se buscasen beneficios, ya que la contrapartida se valora en

una cantidad concreta. Este sistema funcionó muy bien entre las casas reales del Mediterráneo oriental y del

Próximo Oriente, donde el patrón de cambio se basaba en los pesos de la plata en el sistema babilónico. Por

tanto, el comercio fenicio de época arcaica se basó en una red de contactos con las élites locales y en una re-

lación de mutua confianza, garantizada muchas veces por los cultos religiosos. Conforme más amplia fuese la

capacidad de establecer vínculos con territorios diversos, mayores oportunidades de acceder a nuevos recur-

sos de interés. Los fenicios actuarán como bisagra entre ámbitos geográficos distantes y canalizan una serie

de riquezas de no fácil acceso hacia su metrópoli, de manera que los beneficios pudieran ser cuantificados en

patrón plata. Este es el modelo del hinterland. Tiro es el ejemplo más paradigmático de economía sostenida

por territorios muy diversos, que M. Liverani denominó “franjas comerciales”, bien reflejadas en los célebres

oráculos del libro de Ezequiel (27, 4-25) y que abarcan tanto el Próximo Oriente como el Mediterráneo (Fig. 8).

Esta red permitía el aprovisionamiento de subsistencias básicas, así como de metales y productos de lujo de

alto precio. Esta capacidad de absorber recursos desde áreas distantes, explica el poder económico de la casa

real de Tiro y su capacidad para resistir las presiones de vecinos mucho más poderosos militarmente. En el

Extremo Occidente la estrategia del hinterland es bastante evidente en la articulación de la presencia fenicia.

Gadir viene a reproducir el modelo de Tiro no solo en su situación geográfica, sino también en la creación de

un “territorio económico”: bajo Guadalquivir, Sierra Morena occidental, Extremadura, centro y sur de Portugal,

costa atlántica de Marruecos... Evidentemente, Cádiz no controló políticamente estas regiones alejadas, pero

con este sistema no era necesaria la existencia de un territorio político, sino la colaboración de los poderes lo-

cales. Esto evitaba el enfrentamiento y proporcionaba importantes beneficios a las élites. Por tanto, las clases

dirigentes fenicias buscaban socios, no enemigos, al menos durante el periodo arcaico. Por lo que sabemos, la

actividad mercantil era cotidiana en las colonias fenicias de Occidente. Así, en el Cerro del Villar conocemos

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88 El puEblo dE la púrpura 89El puEblo dE la púrpura

Gadir

Eduardo García AlfonsoJunta de Andalucía

Delegación Provincial de Cultura n Málaga

Gadir fue la fundación fenicia de Iberia a la que prestaron más atención los escritores clásicos. Sin embargo, la

Cádiz fenicia sigue siendo un enigma difícil de desentrañar, ya que nuestro conocimiento se centra principal-

mente en el mundo funerario. A lo largo del primer milenio a.C. Gadir se convirtió no sólo en el eje de la im-

plantación fenicia en el Atlántico, sino también en el centro económico y religioso del extremo occidental del

mundo conocido. Este papel hay que atribuirlo en gran parte a su privilegiada situación geográfica: la posición

central de la colonia en el golfo de su nombre convirtió al antiguo archipiélago gaditano en un cruce de rutas

marítimas, con fácil acceso tanto a la costa marroquí como a la fachada oeste peninsular, además de constituir un

punto cercano al estuario del Guadalquivir, beneficiándose de esta importante vía navegable (Fig. 1).

La topografía actual de la bahía de Cádiz poco tiene que ver con lo que encontraron aquí los fenicios en el pri-

mer milenio a.C. Donde hoy vemos marismas, salinas y el laberíntico trazado de los caños mareales, existían

aguas abiertas. Este lento proceso de colmatación, provocado tanto por los aluviones de los ríos Guadalete e

Iro como el constante aporte de arena de la deriva costera y la propia acción antrópica, ha terminado soldando

el antiguo archipiélago a tierra firme. Las fuentes clásicas transmiten diversos topónimos relacionados con las

islas gaditanas: Erytheia, Aphrodisias, Cotinusa, Antipolis, Iunonia… Resulta complicado concretar con precisión

a cuáles de las que conocemos por la paleogeografía corresponden los mismos, aunque se han realizado nume-

rosas propuestas. Existieron tres islas principales, formadas por roca

ostionera y arenas, además de diversos islotes. De las primeras, la más

septentrional y de menor superficie era la que corresponde a una parte

considerable del casco antiguo de Cádiz. Ésta se encontraba separada

de la más meridional y extensa por un estrecho canal, hoy cegado, que

conectó la actual ensenada de La Caleta con las aguas interiores de

la “paleobahía” gaditana, puesto de manifiesto por F. Ponce en 1976.

Parece que cuando llegaron los fenicios este canal Bahía-Caleta se en-

contraba ya colmatado en su parte central, con lo cual permitía dispo-

ner de un fondeadero natural. La isla mayor, llamada Cotinusa a decir de

Plinio (IV, 120), se prolongaba durante unos 18 km. hasta la bocana del

caño de Sancti Petri. Finalmente, una tercera correspondería a la actual

> Fig. 1. La posición de Gadir en el Atlántico y los territorios vecinos.

plazas fuertes. Estamos en un momento de importantes transformaciones, también en el aspecto cultural. En

definitiva, una nueva época.

BIBLIOGRAFÍA

AUBET, M.E. (1986), “La necrópolis de Villaricos en el ámbito del mundo púnico peninsular”, Homenaje a Luis Siret (Cuevas de Almanzora, 1984), Sevilla, pp. 612-624.

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90 El puEblo dE la púrpura 91El puEblo dE la púrpura

alternativas. Así, D. Ruiz Mata plantea la localización de la Gadir fenicia en el Castillo de Doña Blanca, ya en

tierra firme; mientras que R. Corzo Sánchez apunta a una destrucción por el mar de la antigua colonia, a causa

del progresivo desmantelamiento del frente insular por la erosión del oleaje.

Solo confrontando los textos clásicos con las informaciones arqueológicas podemos hacernos una idea de lo

que fue la Cádiz fenicia, siempre teniendo en cuenta que los autores antiguos nos transmiten una imagen

de la ciudad que corresponde a la época romana republicana y a los primeros tiempos del Imperio. Es muy

posible que el patrón de asentamiento fenicio en el antiguo archipiélago hubiese estado sometido a los

mismos cambios que vemos en otros lugares, es decir, abandonando determinados asentamientos cuando

las circunstancias así lo aconsejaban y trasladando a la población a lugares más adecuados, generalmente

a poca distancia de la anterior ubicación. Esto puede explicar la presencia de este hábitat fenicio disperso

que observa en el subsuelo de Cádiz, con ocupaciones relativamente breves. A este respecto, hay que señalar

que la principal referencia de Gadir en la literatura antigua es su templo de Melqart, dios tutelar de Tiro. En

la ubicación de este importante santuario hay una coincidencia entre textos y hallazgos arqueológicos que

señalan su emplazamiento en el extremo sur de la isla mayor. Dado el conservadurismo en la localización de

los lugares sagrados y la estrategia fenicia en los primeros momentos de la colonización, es muy posible que

el primer asentamiento de los fenicios se ubicase muy próximo al templo, aunque ningún resto material avala

esta hipótesis. Pero, por las circunstancias que fueran, los recién llegados debieron interesarse muy pronto

por la zona norte del archipiélago. Sin duda, un factor esencial fueron las buenas condiciones portuarias del

canal Bahía-Caleta, que debió actuar como eje del poblamiento fenicio arcaico.

En su día, J.L. Escacena y M.E. Aubet señalaron una posible ubicación de Gadir en pleno casco antiguo de la

ciudad (Figs. 3-4), concretamente en el entorno de la Torre Tavira. Esta zona se sitúa en la isla más septentrional

isla de León, solar de San Fernando y donde se encuentra el cerro de los Mártires, que, con sus 35 m., constituye

la cota máxima del antiguo archipiélago. La existencia de estas islas explica que los autores griegos y latinos

se refieran siempre a Cádiz en plural: ta Gadeira y Gades (Fig. 2).

Cádiz tiene fama de ser la ciudad más antigua de Occidente. Veleyo Patérculo afirma en su Historia Romana

(I, 2-3) que Cádiz había sido fundada por los fenicios de Tiro ochenta años después de acabada la Guerra de

Troya, lo que situaría el origen de la ciudad en torno al año 1104 a.C., de acuerdo con los cronógrafos de la

Antigüedad. Estrabón (I, 3, 2) y Mela (II, 6) dan la misma fecha. Por tanto, estamos en un momento algo anterior

al nacimiento de Útica (hacia 1101 a.C.) y mucho antes que el de Cartago (814 a.C.). La investigación se ha

dividido tradicionalmente entre los partidarios de aceptar la cronología dada por las fuentes y aquéllos que

defendían una datación acorde con la realidad arqueológica, que, hasta hace poco, señalaba que la llegada de

los fenicios a la bahía de Cádiz se produjo en la primera mitad del siglo VIII a.C.

Pero, además, Gadir plantea otros problemas de no fácil resolución. Entre ellos hay que destacar su misma

ubicación concreta dentro de lo que fue el antiguo archipiélago, todavía sometida a debate. En lo que hoy es

el casco antiguo de Cádiz encontramos niveles de asentamiento fenicio fechados entre finales del siglo IX/ini-

cios del VIII y el siglo VI a.C., pero se trata de ocupaciones puntuales, de poca duración, y que presentan una

dispersión espacial importante. Para momentos posteriores al siglo VI aún disponemos de menos información

en lo que respecta a estructuras de habitación. En contraste, la presencia de enterramientos es importante

en una gran parte de la ciudad. Estas circunstancias han movido a algunos investigadores a buscar hipótesis

< Fig. 2. El antiguo archipiélago gaditano.

x Fig. 3. Vista del casco antiguo de Cádiz.

>Fig. 4. Restos fenicios del periodo arcaico en el casco antiguo de Cádiz.

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92 El puEblo dE la púrpura 93El puEblo dE la púrpura

A un momento correspondiente a la segunda mitad del siglo VIII y de la centuria siguiente, corresponden

las estructuras excavadas la década de 1990 en las calles Concepción Arenal y Botica, en el barrio de Santa

María. Esta zona se ubica en la cota más alta del casco antiguo de Cádiz, en lo que fue la isla de Cotinusa.

Desde este altozano se dominaría tanto el canal Bahía-Caleta como la zona del asentamiento más antiguo,

situada en la orilla opuesta del fondeadero. Las estructuras en este lugar se encuentran muy alteradas, pero

se pudo documentar una serie de habitaciones cuadrangulares agregadas y pavimentos de arcilla, guijarros y

cerámica. Esta ocupación desapareció a fines del siglo VII o en los inicios del VI a.C.

Precisamente, son los primeros decenios del siglo VI el momento en que la necrópolis fenicia de Cádiz des-

pliega los signos de su riqueza. La necrópolis gaditana destaca por su gran extensión, ya que abarca, por lo

que sabemos, desde el barrio de Santa María hasta el de San José, la mayor parte en la zona de Extramuros.

Para las primeras etapas de utilización de la necrópolis sólo contamos con hallazgos aislados y descontextua-

lizados, tales como la píxida cananea de la playa de Santa María del Mar, el anillo de Naam’el aparecido en la

Puerta de Tierra y los diferentes vasos de alabastro de fabricación egipcia reutilizados en sepulturas de época

romana. Será el siglo VI a.C. cuando la necrópolis se manifieste como plenamente consolidada, al menos en

lo que sabemos actualmente. De este momento cabe destacar la abundancia de joyería y de objetos de ajuar

cerámico. En esta etapa coexisten los rituales de incineración e inhumación, pero poco después será este

último el que prevalezca hasta los inicios de la época romana. Cada vez más se va imponiendo la costumbre

de edificar tumbas con grandes sillares de piedra ostionera, que, en algunos casos, van superponiendo unos

enterramientos encima de otros. Al siglo V a.C. corresponden los sarcófagos antropoides masculino y feme-

nino, testimonio del poder económico de la élite fenicia gaditana, que encarga este tipo de piezas a talleres

del Mediterráneo oriental. En momentos posteriores, la necrópolis gaditana muestra elementos de origen

cartaginés, tales como la aparición de amuletos zoomorfos de tipo egiptizante, en joyería y en esteatita, así

como algún cipo o estela funeraria de piedra, que se remata en pirámide y muestra un típico “ídolo-botella”.

Estos rasgos importados se mezclan con las tradiciones más conservadoras de la ciudad, indicando la fuerte

personalidad de Gadir en el mundo fenicio.

Coincidiendo con este auge de la necrópolis en los siglos VI y V a.C., hay un despegue de la actividad econó-

mica en todo el archipiélago gaditano. Así, frente a nuestro desconocimiento de lugares de hábitat en estos

momentos, encontramos ahora una serie de zonas industriales que giran en torno a la producción de sala-

zones. En el casco urbano de la ciudad se han localizado vestigios de este tipo en la plaza de Asdrúbal y en

la avenida de Andalucía, esquina a la calle Ciudad de Santander. A éstos hay que sumar los conocidos en el

litoral del Puerto de Santa María. Complemento ineludible de la industria pesquera es la producción de ánforas

para envasar un producto destinado a la exportación. Cabe señalar la importante presencia de alfares en el

entorno de la actual San Fernando: Camposoto (Fig. 6), Torre Alta y Villa Maruja, aunque también se conocen

vestigios de talleres en la misma Cádiz, concretamente en la calle Tolosa Latour. Algunos de estos centros de

producción se mantuvieron en activo hasta el siglo III a.C.

del archipiélago, ocupando un ligero declive hacia el sur, que acabaría en la orilla del canal Bahía-Caleta. En

este entorno son varias las intervenciones arqueológicas que han aportado información del periodo arcaico

en los últimos años. De gran interés resulta la excavación realizada en la calle Cánovas del Castillo por I.

Córdoba. Aquí han aparecido una serie de pavimentos de arcilla apisonada, con restos de peces y fauna te-

rrestre, acompañado de un lote de material cerámico bastante arcaico, que podemos situar entre el siglo IX

y la primera mitad del siguiente (Fig. 5). De este lote destaca un jarro askoide sardo, revelador respecto a las

relaciones de estos primeros fenicios que se asentaron en Cádiz. La función de este lugar es discutida: un

área de trabajo vinculada a la actividad pesquera para el autor de la excavación o una zona de almacenaje

doméstico para G. de Frutos y A. Muñoz Vicente. Independientemente de su función, estas estructuras se

abandonaron antes de acabar el siglo VIII. Muy cerca, en la calle San Miguel, concretamente en el solar del

antiguo Cine Cómico, la intervención arqueológica a cargo de J.M. Gener y J.M. Pajuelo documentó una serie

de pavimentos y material cerámico datado entre la primera mitad del siglo VIII y mediados del VI, como muy

tarde. La continuación de las excavaciones en 2008 ha añadido a esta secuencia la aparición de un horno de

pan, fechado en el siglo VII a.C. Como en el caso anterior, el lugar fue finalmente abandonado. Finalmente,

otra excavación en la calle Ancha, realizada por el recientemente desaparecido F. Sibón, documentó una serie

de pavimentos y muros derribados realizados con sillarejo de piedra ostionera, bajo los cuales se encontraba

un pozo colmatado por materiales cerámicos bastante arcaicos, que parecen fechados en la segunda mitad

del siglo IX a.C. Es necesario destacar que este excavación se realizó justo enfrente del solar donde en 1928

apareció la estatuilla del “Sacerdote de Cádiz”. En todas las intervenciones señaladas, los niveles fenicios

arcaicos aparecen colmatados por un importante aporte de arena eólica que parece cesar en el siglo III a.C. y

sobre el que se asientan los niveles tardopúnicos y romanorrepublicanos.

> Fig. 5. Excavación de la calle Cánovas del Castillo. Pequeña ánfora tipo R-1 (sEGún i. CórDobA y D. ruiz MAtA, 2005).

y Fig. 6. Horno de Camposoto (fotoGrAfíA: J. rAMón torrEs, A. sáEz

EsPliGArEs, A.M. sáEz roMEro y A. Muñoz viCEntE, 2007).

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94 El puEblo dE la púrpura 95El puEblo dE la púrpura

muy difícil y a buscar un cambio de su posición. La partida de los cartagineses hacia Baleares, abandonando

Gadir a su suerte, movió a los gaditanos a abrir sus puertas a los romanos, convirtiéndose en civitas foederata.

Esta maniobra fue rápidamente imitada por el resto de las ciudades fenicias de la Península. No obstante,

Cádiz conservó un fuerte carácter fenicio hasta momentos muy avanzados, como ocurrió en otros lugares del

sur de Hispania. Esto es lo que indica Cicerón (Pro Balbo, 43) al referirse a la barbarie de sus costumbres, en el

sentido de que eran más propias de extranjeros que de ciudadanos romanos.

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Un rasgo que destacan los textos clásicos de Gadir es la importancia de sus templos, que mantenían un ca-

rácter totalmente fenicio incluso en época imperial romana. Este rasgo llamó mucho la atención de diversos

autores, por lo que conocemos algunos detalles de los edificios y del ceremonial que se practicaba en ellos,

que resultaba totalmente ajeno al mundo clásico. A nivel arqueológico estamos muy mal informados sobre

estos santuarios, ya que los cambios en la configuración de la costa y las destrucciones acaecidas a fines de

la Antigüedad han terminado ocultando sus vestigios. Sólo tenemos una serie de hallazgos aislados que deben

proceder de los mismos y no faltan dudas incluso en lo referido a su ubicación exacta.

Con diferencia, el más famoso de todos fue el templo de Melqart, situado en el área de Sancti Petri. Este tem-

plo, vinculado directamente a la casa real de Tiro, debió jugar un importante papel en la posición preeminente

de Gadir en Occidente y quizás fue el primer punto de implantación de los fenicios en la bahía. Los hallazgos

casuales de época fenicia y romana que aparecen periódicamente en el área que ocupó el antiguo santua-

rio nos dan una pálida idea de su riqueza. Entre estos cabe descartar la serie de bronces que representan a

Melqart en diversas iconografías de tipo egiptizante y cananeo. Muy pronto, el dios tirio fue identificado con

Heracles-Hércules, lo que permitió al templo gozar de la devoción de griegos y romanos.

Más próximos a la ciudad y prácticamente integrados en la misma se encontraban el templo de Kronos

(Estrabón, III, 5, 3) y el dedicado a la Venus Marina (Avieno, Ora Maritima, 315-316). El primero ha sido conside-

rado como una interpretación griega de Baal Hammon, mientras que el segundo santuario debe corresponder

a Astarté. La ubicación más comúnmente aceptada los sitúa en los dos promontorios que cierran la Caleta: el

de Baal Hammon en la punta del Sur, próximo al actual Castillo de San Sebastián y el de Astarté en la punta

del Nao. En la primera ubicación se halló casualmente el capitel protoeólico conservado en el Museo de Cádiz;

mientras, las aguas de la punta del Nao han proporcionado numerosos hallazgos votivos de terracota. Otra

ubicación propuesta para el templo de Baal Hammon es el entorno de la Catedral. Defendida ya en su día por A.

García y Bellido, ha sido puesta otra vez de actualidad debido a las excavaciones de la Casa del Obispo, donde

entre los materiales encontramos un alto porcentaje de vasos relacionados con actividades ceremoniales, de

acuerdo con G. de Frutos y A. Muñoz. Vinculado a algún culto hay que señalar el hallazgo de cinco terracotas

femeninas en la calle Juan Ramón Jiménez en 1992, en lo que parece ser el vertedero de un taller alfarero.

Son piezas con fuerte influencia de la coroplastia griega del sur de Italia y Sicilia, pero adaptada a los gustos

fenicios, y que deben fecharse en el siglo V a.C. Finalmente, hay que destacar el hallazgo de una escultura

incompleta de piedra ostionera con detalles en estuco, aparecida en un pozo en la plaza de Asdrúbal, que

representa a un personaje masculino con indumentaria típicamente fenicia en actitud de alancear a un opo-

nente, ya fuera humano o animal. Esta pieza encuentra su explicación como elemento ornamental o de culto

en algún santuario gaditano y puede corresponder a un ciclo mítico, tal vez el de Melqart-Heracles.

En los momentos de la Segunda Guerra Púnica, el importante papel de Cádiz en el mundo fenicio de Occidente

queda reflejado por las fuentes con cierto detalle. Gadir es el puntal atlántico de Cartago, pero en calidad de

aliada, no de sometida. La victoria romana en Ilipa en la primavera de 206 a.C. y las tensas relaciones con el

almirante cartaginés Magón, cuya flota se encontraba anclada en la bahía, llevó a la ciudad a una situación

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96 El puEblo dE la púrpura 97El puEblo dE la púrpura

Conocemos en una extensión de unos 600 m2 parte de las viviendas pertenecientes a esta fase más antigua,

muy bien conservadas en el sector sudeste del yacimiento al no existir sobre ellas construcciones posteriores. Se

disponen adaptándose a la pendiente natural del terreno, de forma aterrazada. Están compuestas por tres o

cuatro habitaciones, construidas con paredes de mampostería revestidas de arcillas y posteriormente enca-

lada y con suelos de arcillas rojas apisonada. En algunas partes, fundamentalmente jambas y esquinas se

utilizaron sillares bien escuadrados. La mayoría de las viviendas poseían su propio horno de pan, consistente

en una estructura abovedada de arcilla de poco más de 1 metro de diámetro. Las habitaciones se cubrían con

cubierta vegetal con caída a un agua (Fig. 2).

A estas fechas pertenece también el denominado Túmulo 1 de la necrópolis de las Cumbres que albergó un

total de 63 enterramientos de incineración. El espacio central del túmulo estuvo ocupado por un ustrinum

excavado en el firme natural y revestido de adobe y tapial en el que se fueron realizando las distintas crema-

ciones. Alrededor de este se fueron depositando las cenizas de los distintos enterramientos, bien en urnas o

sobre pequeñas oquedades del terreno. En los sepelios más antiguos los recipientes están realizados a mano

y entre los ajuares no se observan diferencias y prácticamente no aparecen elementos relacionados con la

cultura fenicia, mientras en los más modernos las urnas realizadas a torno, portan una decoración pintada a

bandas, y entre los ajuares son más frecuentes los elementos exóticos. El área de enterramientos estuvo en

uso hasta finales del siglo VIII a.n.e. Todas las tumbas fueron cubiertas mediante un montículo de tierra de 22 m.

de diámetro y 1’80 m. de altura.

La trama urbana de los siglos VII-V a.n.e. es la peor conocida, aunque sabemos que al final de este período se

levanta una nueva muralla en parte reaprovechando el trazado de la antigua. Las cerámicas pertenecientes a

estos momentos evidencian una constante evolución en formas y acabados, siendo frecuente el hallazgo de

importaciones áticas en contextos de estas dos últimas centurias.

x Fig. 1. Vista área del tell del Castillo de Doña Blanca, al fondo puede verse la marisma desecada y el curso del Guadalete (foto: JuntA DE AnDAluCíA. ConsEJEríA DE CulturA).

x Fig. 2. Vista de dos zonas excavadas en el tell del Castillo de Doña Blanca. Arriba: viviendas del siglo VIII a.C. Abajo: barrio del siglo IV-III a.C. (foto: JuntA DE AnDAluCíA. ConsEJEríA DE

CulturA).

El territorio cercano a la ciudad de Doña Blanca estuvo ocupado desde fines del calcolítico por grupos que

habitaban pequeños poblados de cabañas circulares realizadas con materiales vegetales. En zonas cercanas

al yacimiento hay testimonios arqueológicos de ocupación en el Bronce Pleno y Bronce Final momento en el

que el incremento de la productividad agrícola y la acumulación de excedentes permitió la concentración de

la población anteriormente dispersa y atomizada y el inicio de actividades secundarias y terciarias, sobrepa-

sándose el nivel de la pura subsistencia y alcanzando las bases para dar el paso a la civilización urbana.

En este panorama juega un papel extremadamente importante la llegada de los colonos fenicios que habrían

propiciado, por sinecismo, el nacimiento de esta nueva ciudad y por lo tanto el abandono de los antiguos

asentamientos del Bronce.

La ciudad de época fenicia del Castillo de Doña Blanca ocupó un importante lugar estratégico al interior de la

Bahía de Cádiz, colocada junto a la desembocadura del Río Guadalete y en un punto por el que transcurre un

camino natural que, por la falda de la Sierra de San Cristóbal, pone en comunicación la zona costera con las

tierras del interior. Esta peculiar situación, que controla tres importantes vías de comunicación; marítima, flu-

vial y terrestre, le permitió convertirse en un importante centro de comercio y de distribución de mercancías,

entre las que debió jugar un importante papel el metal. El emplazamiento elegido para su ubicación responde

a un nuevo modelo que prima la función fundamentalmente comercial que va a desarrollar la nueva ciudad,

frente a los patrones de asentamientos anteriores que atendían prioritariamente al control del territorio y la

inexpugnabilidad (Fig. 1).

El dinamismo de la nueva ciudad queda patente desde sus inicios. En pocos años la ciudad va a alcanzar su

máxima extensión, unas 6 ha., y se va a permitir la construcción de una alta muralla, de mampuestos irregu-

lares trabados con barro, flanqueada por bastiones circulares, construidos con la misma técnica, que permane-

cerán en uso hasta el siglo V a.n.e. El complejo sistema defensivo se complementa con la construcción de un

gran foso de sección en “V” de 10 m. de anchura y 3 de profundidad a escasos metros del frente amurallado.

doña blanca

francisco Alarcón CastellanoJunta de Andalucía

Delegación Provincial de Cultura n Cádiz

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98 El puEblo dE la púrpura 99El puEblo dE la púrpura

La tradición antigua sobre la fundación de Gadir transmitida por Estrabón (III, 5, 5), sitúa la Ría de Huelva en

el punto de mira de los intereses de la ciudad de Tiro a fines del siglo XII a.C., pues si bien alude al intento

fallido de fundación de una colonia fenicia en este entorno, también menciona la existencia junto a Onoba, la

Huelva actual, de una isla consagrada a Heracles, que no es otro que el dios semita Melqart en versión griega.

El trasfondo histórico que se vislumbra en el relato literario hace pensar en una primera fase de la actividad

comercial tiria gestionada desde una pequeña base de operaciones situada en el espacio neutral de una isla

–la de Saltés–, próxima pero a cierta distancia de un poblado indígena situado en la otra orilla del estuario,

sobre los cabezos que contornean el extremo suroeste de una península ceñida por los ríos Tinto y Odiel (Figs. 1-2). Un

santuario dedicado a Melqart, divinidad tutelar de la ciudad de Tiro y patrón de sus proyectos ultramarinos, velaría

por la seguridad de los que llegaban a tierra extraña, a la vez que sería para los autóctonos una garantía de

fiabilidad en los tratos con los comerciantes fenicios.

De momento no hay pruebas de la ocupación de Saltés antes del siglo VII a.C., pero en los últimos años se han

producido importantes novedades arqueológicas en el casco antiguo de Huelva que obligan a abandonar los

paradigmas asumidos hasta ahora sobre los tiempos, ritmos y mecanismos de la expansión fenicia y confirman

la práctica de un comercio de carácter regular desde, al menos, principios del siglo IX a.C., mucho antes de

que se fundaran las numerosas colonias que jalonan el litoral peninsular desde el sur de la costa alicantina

< Fig. 1. Situación de Huelva en las desembocaduras del Tinto y el Odiel.

y Fig. 2. Huelva desde la otra orilla de la Ría.

onoba

María belénuniversidad de sevilla

Del siglo IV-III a.n.e. conocemos igualmente una amplia extensión excavada del caserío. Desgraciadamente

la intensa ocupación a la que fue sometido este sector durante los siglos XI-XII n.e. y la excavación de gran

cantidad de silos-basureros ha supuesto la destrucción y pérdida de gran parte de la documentación arqueo-

lógica de los siglos IV-III a.n.e y dificultan enormemente la interpretación y reconstrucción de los espacios de

habitación y la consiguiente definición de cada una de las viviendas. Las habitaciones de planta rectangular

configuran manzanas rectangulares definidas por calles de trazado rectilíneo y perpendiculares entre sí. Los

muros de las casas están construidos como en los momentos precedentes con sillarejos trabados con arcilla,

los pavimentos son generalmente de arcilla aunque algunas estancias presentan un empedrado. La aparición

en una habitación de tres piletas interpretadas como un lagar y en otra un horno, relacionado con el proceso

productivo del vino, evidencian la importancia industrial de esta actividad.

Este sector de viviendas se halla limitado al sur por una nueva muralla de casamatas de 6 m. de anchura. En

este caso la muralla presenta un aspecto muy diferente a las anteriores al estar contruida con sillares de cal-

carenita perfectamente trabados y encajados entre sí. Por su aparejo se le puede relacionar con otras murallas

púnicas como la de Cartagena y Carteia (San Roque), datadas también en época barquida.

A finales del siglo III a.n.e. la ciudad se abandonó y tan solo conoció una ocupación puntual en los siglos XI

y XII n.e. Las causas que motivaron su abandono están en relación con el nuevo marco económico que surgió

con la llegada de los romanos, aunque también se han esgrimido causas naturales, como la perdida de sus

posibilidades portuarias, para justificar su decadencia y desaparición.

BIBLIOGRAFÍA

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Page 52: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

100 El puEblo dE la púrpura 101El puEblo dE la púrpura

cerámica importada incluye envases para aceite, vino y salazón, vasos de lujo asociados al consumo de vino y

pequeños frascos para perfumes, junto a una alfarería más corriente destinada al servicio doméstico. Además

de la cerámica se hallaron abundantes desechos de la fabricación de objetos de madera, hueso y marfil; es-

corias de fundición de cobre, hierro y plata; crisoles y moldes para la producción de objetos metálicos; pesas,

útiles de escritura, documentos epigráficos y una buena cantidad de restos vegetales y faunísticos.

La recogida de los materiales fuera de su contexto arqueológico plantea dudas sobre la cronología inicial de

los intercambios, pero se dan como probables fechas comprendidas entre el 900 y 770 a.C. La mayor parte de

las importaciones son de entre fines del siglo IX a.C. y las primeras décadas del siguiente y revelan la existen-

cia de un activo puerto de comercio, un emporio en terminología griega, abierto a un tráfico de carácter regular

y de ámbito internacional. Los emporios fueron la estructura comercial más característica en el Mediterráneo

antiguo. Generalmente eran enclaves portuarios apartados del centro indígena que los regía y tenían una

población multiétnica que solía vivir en barrios separados. Del volumen que representa la cerámica de tradi-

ción local en el conjunto, podemos deducir la importancia demográfica del componente tartesio. Los fenicios

de Tiro fueron sin duda los promotores del emporio onubense, pero el diverso origen de las mercancías hace

pensar que pudieron operar en él comerciantes eubeos, chipriotas o sardos que pudieron compartir intereses,

rutas e infraestructura con aquellos. El depósito de la marisma ofrece también pruebas claras de la presencia

de una colonia de artesanos orientales y otros grupos implicados de una u otra forma en la trama comercial,

así como del uso en las transacciones de sistemas de peso reglados y de documentos escritos que estimularon

la creación de la más antigua de las escrituras paleohispánicas.

Cualquier establecimiento en tierra extraña implicaba la autorización del poder local y la concesión de terre-

nos en los que los extranjeros pudieran construir viviendas, almacenes y, sobre todo, edificios para el culto.

Entre el material reseñado no hay evidencias claras de la existencia de un santuario en la fase más antigua

de la presencia fenicia en Huelva, pero es algo muy probable. Santuarios y comercio son indisociables en el

colonialismo antiguo. Las instituciones religiosas eran garantes de los acuerdos y transacciones entre las

distintas partes, pero para las comunidades extranjeras sus templos eran también un espacio propio en el que

la relación con las divinidades nacionales reafirmaba su identidad frente a los otros grupos étnicos. Por otra

parte, la excavación realizada previamente permitió comprobar que el solar de la calle Méndez Núñez había

sido un espacio portuario en el que la actividad artesanal y comercial se desarrollaba junto a un recinto sacro

en el que se sucedieron tres edificios de culto construidos entre los siglos VII a V a.C. El hallazgo de una pesa

de plomo que reproduce un pequeño altar en forma de piel de toro, es un signo del papel que la religión tenía

en los intercambios. Ningún dato permite afirmar que los santuarios excavados dieran continuidad a cultos

más antiguos, pero tampoco debemos descartarlo.

Próximo a este espacio sacro y comercial, en la misma zona baja, se desarrolló durante los siglos VII y VI a.C.

un núcleo urbano de aspecto oriental que M. Pellicer identifica con un barrio fenicio, para el que calcula 10

hectáreas y unos 2.000 habitantes. Era un urbanismo de callejas estrechas, poco ordenado, con viviendas,

almacenes y hornos para la fabricación del pan y para la fundición de plata. Las casas tenían varias dependencias

al norte del Atlántico portugués. Sin duda, los fenicios sacaron partido de una larga experiencia de contactos

previos entre los dos extremos del Mediterráneo cuyos testimonios más seguros son algunos fragmentos

de cerámica micénica que llegaron por el Guadalquivir hasta Montoro (Córdoba) por los siglos XIV-XIII a. C.

Durante el siglo X a.C. los intercambios se intensificaron de forma notoria; vasos de cerámica y objetos de

bronce de origen griego continental, sirio-palestino, chipriota y sardo, dispersos por una geografía peninsular

amplia, señalan la confluencia de intereses y rutas que conectaban el Mediterráneo oriental y la isla de

Cerdeña con las costas atlánticas de la Península Ibérica.

El depósito de armas recuperado del fondo de la Ría en 1923, sea o no el cargamento de chatarra de un barco

hundido, es indicativo de la importancia estratégica del puerto de Huelva en esas fechas de comienzos del I

milenio, en el doble aspecto de centro minero-metalúrgico y de cabeza de puente en las rutas que en busca

de metales unían los dos mares. Aparte de sus condiciones portuarias y de su proximidad a las minas del

Andévalo, el lugar reunía un rico potencial de recursos, tanto marinos como terrestres, que aseguraban las

condiciones necesarias para la existencia de un asentamiento estable. Las suaves alturas de los cabezos

permitían evitar las insalubres marismas que los rodeaban y tener control visual sobre la navegación por el

estuario. Sin embargo, no podemos trazar un cuadro más preciso del asentamiento que se sitúa en el Cabezo

de San Pedro en esos momentos de fines de la Edad del Bronce (Fig. 3). La falta de referentes cronológicos que

permitan ordenar de forma segura los datos arqueológicos en una secuencia temporal, ha llevado a interpre-

taciones dispares sobre la organización socio-económica y sobre los rasgos que definen la cultura de unas

comunidades que podemos llamar tartesias sin reparos si admitimos que ya entonces estas tierras del sur

peninsular, desde el Estrecho al Guadiana, se conocían en el exterior con el nombre de Tarsis, que no es más

que la adaptación semita del término local que designaba a la región y por derivación a sus naturales.

En 2004 se publicaba el estudio de un impresionante conjunto de materiales recuperados en un vertedero de

la marisma del Tinto. Procedían del vaciado con máquinas de un solar de la calle Méndez Núñez 7-13 en el

que se habían realizado excavaciones preventivas que se interrumpieron al llegar al nivel freático, sin poder

documentar las capas del relleno arqueológico subyacente. El conjunto se compone de unos 8.000 fragmentos

cerámicos de los que más de la mitad corresponden a ollas y platos fabricados a mano de tradición local. El

resto es, sobre todo, cerámica fenicia y en menor cantidad eubea, ática, chipriota y sarda. Este último lote de

< Fig. 3. El cabezo de San Pedro con la Ría al fondo.

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102 El puEblo dE la púrpura 103El puEblo dE la púrpura

De los dos sectores de enterramiento que se conocen, el mejor documentado es el que ocupa la parte superior

del cabezo de La Joya, a menos de 500 metros al noreste del hábitat de San Pedro. En las 19 tumbas descu-

biertas, encontramos diferencias en el ritual de enterramiento, en su estructura y en la composición de los

ajuares. Son en su mayor parte enterramientos de cremación individuales, pero hay también inhumaciones,

simples o colectivas, y tumbas en las que se practicaron los dos ritos. El capital económico y simbólico acu-

mulado en algunas de ellas destaca la preeminencia de los grupos aristocráticos en la sociedad de la época.

La más rica de estas tumbas es sin duda la nº 17. Estaba aislada en el extremo norte de la plataforma superior

del cerro, a cierta distancia de otras sepulturas que se distribuyen a ambos lados de la que parece una zona

de paso que conduce hasta ella, y probablemente se cubría con una colina tumular. La cámara de 4,30 por

2,45 m, la mayor de toda la necrópolis, contenía un equipo compuesto de quemaperfumes, jarro y pátera de

bronce, con una decoración a juego de flores de loto; restos de un carro de dos ruedas con tapacubos en forma

de cabeza de felino, adornos y atalajes de bronce; una arqueta de marfil con bisagras de plata y otras piezas

igualmente valiosas, pero la vajilla del banquete de despedida, depositada sobre la caja del carro, era de cerá-

mica corriente, en su mayor parte hecha a mano, como si con ello se quisiera reivindicar la cultura autóctona

como signo de identidad étnica. Se considera la tumba de un varón de rango real, pero hay indicios de que

en ella se enterraron dos personas, una quemada y otra inhumada, aunque el mal estado de conservación de

los restos no permite asegurarlo. La asociación de jarro y pátera de bronce se repite también en otras muchas

tumbas de la elite tartesia, entre otras la de El Palmarón de Niebla. No hay duda de que se trata de un equipo

ritual, relacionado con libaciones para implorar la protección de las divinidades del inframundo sobre el difunto,

o bien con el uso de agua en ritos de purificación, igualmente pertinentes en el ceremonial funerario. Un

símbolo de estatus más exclusivo es el carro. Es un vehículo de dos ruedas tirado por una yunta de caballos,

pero no está claro si es un carro ligero como los de los jefes guerreros de las estelas de piedra de tiempos

precedentes, muy del gusto también de las realezas orientales, o es un carruaje de caja rectangular que se usó

en el transporte del cadáver. Elementos de otro carro se encontraron también en la tumba 18, próxima a la

anterior, con un ajuar que contiene los mismos emblemas de rango que la que acabamos de describir y, como

aquella, un doble enterramiento de inhumación y cremación (Fig. 5). La coincidencia de ajuares ricos y posibles

tumbas de pareja, que se da también en otros cementerios coetáneos, nos hace sospechar de la práctica de

sacrificios de mujeres, esposas legales o concubinas, a la muerte de un varón de alto estatus, como sabemos

que ocurría en otras sociedades mediterráneas.

> Fig. 4. Edificios de arquitectura oriental (siglos VIII-VII a.C.), en calle Puerto, 12 (foto

DiPutACión DE HuElvA, sErviCio DE ArquEoloGíA).

de planta rectangular, paredes de adobe sobre zócalo de piedra y suelos de tierra batida pintados de rojo. En

el centro de algunas habitaciones había pequeñas placas de arcilla con restos de combustión que debieron

usarse para reducir la humedad y templar el ambiente (Fig. 4). Fuera de este barrio bajo, la ciudad se extendía

hasta las laderas altas de los cabezos, algunos ya desaparecidos, en una superficie de entre 35 y 40 hectáreas.

No conocemos la estructura urbanística que pudo tener este otro sector ocupado por la población autóctona

desde fines de la Edad del Bronce, aunque se supone que la acrópolis, defendida por un potente muro de

mampostería y sillares, estaba situada sobre la cima del cabezo de San Pedro. Tampoco sabemos si el hábitat

tradicional de cabañas de planta circular u ovalada con superestructura de materiales ligeros, coexistió en el

área urbana con las casas de muros rectos hechas al modo oriental, o quedó relegado al medio rural, siempre

más conservador. En los últimos años se han excavado varios grupos de chozas dispersos en una amplia zona

del cinturón noreste de la ciudad, desde el Seminario hasta el Campus universitario del Carmen. Son las vi-

viendas de los que trabajaban el campo para abastecer a la ciudad de productos agropecuarios.

Como apuntábamos más arriba, es probable que mercaderes griegos concurrieran junto a los fenicios en el

emporio de Huelva desde principios del siglo VIII a.C. y que dispusieran de pequeñas bases fijas. Más tarde,

ya a partir de fines del siglo VII y, sobre todo, durante el VI a. C., el comercio griego, a cargo principalmente

de samios y foceos, debió requerir también infraestructura estable y personas que sirvieran a sus intereses.

Miles de fragmentos cerámicos hallados en las excavaciones de la zona próxima a la línea intermareal (calles

Palacio, Puerto, Méndez Núñez y Botica), hacen del puerto de Huelva el principal mercado receptor de artícu-

los ultramarinos: aceite, vino, cerámica de calidad y otros que por su carácter perecedero resultan arqueoló-

gicamente invisibles.

La oferta de tierras a los foceos por parte de Argantonio (Heródoto I, 163), refleja una política favorable al asenta-

miento de comunidades extranjeras en Tartessos, que es la forma griega del nombre del país. Aunque los foceos

del relato rechazaron la oferta del monarca tartesio, muchos historiadores están convencidos de que hubo una

colonia de griegos en Huelva. Rituales religiosos y vasos griegos amortizados en pozos votivos apuntan a que

el ya referido recinto cultual de Méndez Núñez pudo reunir santuarios griegos y fenicios al menos en el siglo VI

a.C., algo que no debe extrañar dado que la relación comercial y la convivencia entre unos y otros fue frecuente

en el Mediterráneo arcaico. Más expresivas son las dedicatorias a Heracles y Hestia, escritas en griego sobre

fragmentos cerámicos, que dan testimonio de la devoción de los helenos por sus dioses patrios.

Las tumbas excavadas por J. P. Garrido y E. Mª Orta en la necrópolis de La Joya son el mejor exponente de

los efectos de la economía colonial y de la apertura a otros mundos en la sociedad tartesia. Se fechan entre

los siglos VIII y VI a.C. y justifican que llamemos Orientalizante a esa etapa histórica. En realidad, son las

sepulturas de una minoría que convirtió sus funerales en una exhibición de riqueza y poder. La composición

multiétnica de la población de la época, confirmada por documentos lingüísticos, y la mezcla cultural que

traducen los rituales y equipos fúnebres, hace pensar que pudo ser un cementerio en el que se enterraran tar-

tesios y orientales, algunos nacidos ya aquí, quizá hijos de matrimonios mixtos, pero la falta de inscripciones

que garanticen la identidad de los difuntos, no permite zanjar el debate.

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104 El puEblo dE la púrpura 105El puEblo dE la púrpura

Textiles

El estudio de los textiles y colorantes antiguos es un tema que está adquiriendo un gran auge en la actual inves-

tigación histórica. De entre los primeros, pocos ejemplares pueden ser considerados fenicios. En la Península

Ibérica contamos, sin embargo, con varias piezas que podríamos relacionar con la presencia fenicia y púnica

en las costas de Andalucía y el Levante. En primer lugar podemos hablar de los restos textiles carbonizados pro-

cedentes de Carmona (Sevilla), que conservan tres diferentes instituciones: el Museo Arqueológico de Sevilla,

la Colección Bonsor en Mairena del Alcor y la Hispanic Society de Nueva York. Por otra parte, encontrados en

el interior del conocido como sarcófago antropomorfo femenino de Cádiz, se descubrieron una serie de pequeñas

piezas de tejido mineralizado que son algo más tardías que las anteriores. También, adheridas a una gruesa

piedra procedente del yacimiento fenicio de La Fonteta (Alicante), se encontraron escasísimos fragmentos de

fibras que no se pudieron llegar a publicar por lo reducidísimo de la muestra conservada.

Por esa misma escasez de restos textiles fenicios, cobran mayor interés los apenas dos centímetros cuadrados

de fina tela conservada sobre la parte interna de una hebilla de cinturón procedente de la necrópolis orienta-

lizante de las “Angorillas”, Alcalá del Río (cerca de Carmona precisamente).

La breve descripción de las características técnicas de estos tejidos nos permitirá poner de manifiesto que esta-

mos ante un depurado sistema de hilado y de tejido que nos permite hablar de productos de alta calidad textil

para el mundo fenicio. Empezaremos por la última pieza mencionada. Los restos de tela de las Angorrillas, que

seguramente formarían parte de la túnica que el difunto llevara sujeta con este cinturón, se nos muestran

con carácter discontinuo sobre su base metálica. Son de fina factura, de lino muy probablemente (es difícil de

distinguirlo del cáñamo en el estado de mineralización en que se encuentran). Presentan un entramado liso

o tafetán a la plana (1/1), compuesto por hilos simples, con torsión en s 1 y con un ángulo de hilado de 40º de

inclinación. Sus grosores son bastante equilibrados (0.2 – 0.3 mm en una dirección que podría ser la urdimbre

y 0.3 – 0.4 mm para la que parece ser la trama. Dado que se observan algunos hilos más gruesos que otros en

la orilla de la pieza metálica, podríamos pensar en un desgaste del tejido que habría provocado esa imagen

de desigualdad aparente.

rEstos dE tExtilEs y producción dE púrpura

Carmen Alfarouniversidad de valencia

El final de los enterramientos en La Joya y una recesión importante en el volumen de las importaciones grie-

gas a partir del 530 a.C., son signos del cambio hacia una nueva etapa histórica –la turdetana– caracterizada,

por la continuidad en términos poblacionales, la invisibilidad de la arqueología funeraria y la intensificación

de los pilares económicos tradicionales, basados en la explotación de los recursos del mar y de la tierra.

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< Fig. 5. Tumba 18 de la Necrópolis de La Joya (s. VII a.C.) (sEGún GArriDo y

ortA, 1978, fiG. 78).

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106 El puEblo dE la púrpura 107El puEblo dE la púrpura

de una gran aceptación entre las clases menos pudientes, por su menor precio. El tinte con púrpura marina

ofrecía unos resultados de mucha mayor belleza. Aunque los animales utilizados eran de tres tipos diferentes,

el color con ellos obtenido, cuando era especialmente azulado y profundo era denominado como púrpura de

Tiro o púrpura real, como se le ha llamado desde la Antigüedad.

Documentado desde finales de la Edad del Bronce entre griegos y fenicios, el uso de muricídae (el murex

brandaris, el murex trunculus y la purpura haemastoma) se extendió por el Mediterráneo del norte y del sur con

estas dos culturas. Se consideraba a Melkart/Hércules como el mítico inventor de la técnica de extracción

del tinte que producen estos tres gasterópodos marinos. Este producto de lujo fue tratado muy pronto como

uno de los elementos básicos de un importante comercio controlado por ciudades, estados e imperios. Su uso

llegó a convertirse en un verdadero símbolo de status social. Las vestimentas de los grandes dignatarios, de los

ciudadanos de alto nivel social, y de la familia imperial en época romano-tardía, eran tintadas con este tipo

específico de sustancia. Con precedentes importantes en la reciente historiografía, falta el estudio sistemático

de una gran mayoría de los centros de producción en donde esta valiosa materia se obtenía.

En los últimos 8 ó 10 años se vienen llevando a cabo por parte de algunos colegas estudios de este tipo en

Djerba (Túnez), Euespérides (Libia), Magna Grecia y zona del Véneto (Italia), costas de Croacia, Sur de Francia,

Cartagena y la bahía de Cádiz principalmente. Nuestros trabajos en las costas de Ibiza, isla de marcado carácter

fenicio-púnico, han abierto un nuevo camino y metodología que puede venir a relanzar los estudios que otros

ya comenzaron hace tiempo. En este sentido, lo más interesante sería el ir desarrollando un programa conjunto

de varios grupos de trabajo que pudieran ofrecer en un futuro cercano una más clara idea de la importancia de

la producción de este producto y del comercio ligado a él.

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Los tejidos carbonizados de Carmona (de la Colección Bonsor) conservan, pese a la merma producida por el

fuego de la cremación del cadáver, una estructura perfecta y con detalles de una gran maestría en los que no

podemos entrar aquí. Desgraciadamente en ninguna de las tres sedes donde están depositados estos tejidos

se permite sacarlos del marco de cristales (peligrosísimo material para tejidos, por cierto) en donde los puso

Bonsor tras el descubrimiento. El resultado es un estado de conservación muy deteriorado, sobre todo porque,

al estar comprimidos por los cristales, los hilos aparecen chafados completamente y no pueden recuperar su

posición original ni ser analizados para determinar el tipo de fibra o el posible colorante empleado. En cual-

quier caso sí podemos hablar de un grupo de fragmentos de un tejido relativamente grueso (entramado liso

1/1; hilo doble con torsión en S a partir de dos hilos simples con torsión en z); grosores de los hilos en torno

a los 0.3-0.6 mm y cantidades de hilos que alcanzan los 9 y 34 de ellos por cm en sentido urdimbre y trama

respectivamente). Junto a ellos contamos con otros fragmentos de tejido más fino (igualmente confeccionados

en forma de entramado liso 1/1; hilo simple en torsión z, grosores que oscilan entre los 0.1 y 0.3 mm y can-

tidades de hilos por centímetro cuadrado entre los 26 y los 40 hilos). En algunos fragmentos de este segundo

tipo más sutil, encontramos un plisado delicadísimo que ofrece a la tela un aspecto muy peculiar. La torsión

de los hilos es bastante fuerte aunque desigual (entre 35º y 60º de inclinación de las fibras que componen los

hilos); la dirección de hilado es en z para urdimbre y trama. Las cantidades de hilos por centímetro cuadrado

(la forma de medir lo tupido o laxo de un tejido) alcanzan en urdimbre y trama la cantidad de 14 hilos dentro

de cada cm.

Los restos de tela, muy mineralizados, conservados en el sarcófago de Cádiz son únicos por su interés, pero

muy escasos. Solo prestando mucha atención podemos identificar dos tipos de tela, ambos con entramado liso

1/1: una es más fina y tupida y su perfección hace que parezca salida de un taller de tejeduría mecánica de

nuestra época; la otra, confeccionada con hilo más grueso, presenta un entramado muy abierto. Tal vez podríamos

pensar en una túnica y un tipo de chal o manto ligero para cubrir la cabeza y la parte alta del cuerpo.

Tinturas

Todas estas telas pudieron estar teñidas y mostrar bellos colores en su día. Muy probablemente debió de ser

así. Las técnicas de identificación de colorantes de que disponemos hoy son excelentes. Para el caso de los

tejidos de las Angorrillas o de Cádiz, la mineralización hace difícil la tarea; en el caso de los restos de Carmona

el caso es bien diferente. Resulta imposible de determinar la presencia de color solamente por la cerrazón

de los responsables de su conservación. Desgraciadamente tampoco es posible determinar, en tejidos tan

singulares, si estaban hechos con fibra de lino, de cáñamo o, como sugería Bonsor, ¿de algodón? Conocer estos

datos sería de crucial importancia, una auténtica noticia de enorme resonancia en un campo en el que es tan

difícil avanzar.

Pero si los fenicios pudieron utilizar colorantes vegetales para sus finas y transparentes telas, lo que ellos do-

minaron desde muchos años atrás fue la técnica del tinte con caracoles marinos, presentes en el Mediterráneo.

Se ha dicho que por esa razón los griegos les llamaron foinikei (los rojos). Los colorantes vegetales disfrutaron

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108 El puEblo dE la púrpura 109El puEblo dE la púrpura

el cuerpo con hilos moldurados imitando granulado. Por el contrario, estan ausentes en Cádiz o en cualquier

otro asentamiento fenicio peninsular.

No podían faltar, sin embargo, ejemplares únicos y extraordinarios, como el llamado “Anillo del Obispo”, en-

contrado en una tumba monumental, fechada en el siglo VI a.C., dentro del complejo arqueológico de la Casa

del Obispo, en las inmediaciones de la catedral de Cádiz (Perea et al. 2004). Su estado de conservación impide

apreciar a simple vista la complejidad de su técnica ornamental en granulado. En efecto, la deformación y el

desgaste por el roce continuo han actuado como una goma de borrar sobre la superficie del noble pero blando

metal. Con dos delfines –o esturiones– cincelados en el chatón, debió tratarse del emblema perteneciente a

una magistratura político-religiosa, que se transmitió de generación en generación hasta ser depositado en la

tumba de su último titular.

El taller de Cádiz del siglo IV a.C.

Conocemos las características del taller de Cádiz del siglo IV a.C. porque una buena parte de su producción

se recuperó en las excavaciones de las distintas áreas de la necrópolis durante el primer tercio del siglo pa-

sado, a pesar del gran expolio que las acompañó. Aunque fueron excavaciones sin método científico, hemos

recuperado algunos contextos clave para la interpretación de la producción, distribución y consumo de oro en

la ciudad (Perea 2000), gracias a las campañas dirigidas por F. Cervera entre 1922 y 1923 en Casa del Pino y

Playa de los Números.

Desde el punto de vista técnológico, el taller recurrió generalmente el chapado en oro sobre núcleo de bronce

como base para los distintos tipos de objetos, así pendientes y anillos, aunque existen numerosos nezem

rituales que se fabricaron en oro macizo. La ornamentación se basaba en la combinación de hilos de filigrana

y granulado. Estos hilos, trabajados por torsión y deformación plástica con herramientas especiales, alcanzan

una complejidad que es exclusiva de los orfebres gaditanos de este momento. También utilizaron el color,

en forma de pasta vítrea, para rellenar espacios delimitados por la filigrana, por ejemplo en los medallones

x Fig. 1. Imagen de microscopio electrónico de medallón floral. MusEo DE CáDiz (foto: ArCHivo Au, A. PErEA).

x Fig. 2. Imagen de microscopio electrónico de medallón astral. MusEo DE CáDiz (foto: ArCHivo Au, A. PErEA).

Gadir, Ebusus, Malaca... y otros puertos fenicios

En alguna ocasión apunté que el intercambio es la base de las relaciones humanas (Perea 2003), y debería

haber añadido que el intercambio fundamentó el estilo de vida de algunos pueblos, como el fenicio. Famosos

marinos, con su negro bajel, portadores de mil baratijas (Odisea XV, 415-416), así fueron descritos por Homero,

de forma tendenciosa porque su comportamiento mercantilista era la antítesis del estilo de vida tradicional

griego. No se trataba ciertamente de baratijas con lo que comerciaban, sino de productos metálicos de lujo,

fabricados en bronce, plata y oro con gran maestría, que ofertaban en los mercados de los principales puertos

del Mediterráneo, y más allá, hacia Oriente. La vajilla metálica fenicia estaba en todas las mesas de príncipes

y aristócratas de los siglos IX al VII a.C., desde Nimrud, la capital Asiria, hasta el extremo occidente. Eran, no

cabe duda, unos expertos orfebres.

La producción orfebre fenicio-púnica tiene unas afinidades técnicas, tipológicas e iconográficas que la identi-

fican como tal en todo el Mediterráneo, sea en Cartago, Tharros, Ibiza o en Cádiz. Por ejemplo, en todos estos

centros se fabricaron, en un momento u otro, pendientes naviformes, medallones con entalladura triangular

inferior, anillos de sello en forma de cartela, los imprescindibles anillos giratorios y el pendiente ritual o ne-

zem. Dicho de otro modo, desde el punto de vista estrictamente tipológico, Cádiz y Cartago comparten el 74%

de los morfotipos, mientras que entre Carthago y Tharros la afinidad alcanza el 84% (Perea 1997). Esta parti-

cularidad no se debe a una especial carencia de impulso innovador por parte de fabricantes o consumidores,

como algunas veces se ha argumentado, sino a que cada tipo, forma o imagen tiene un significado y función

precisa, dentro del ámbito social, individual o religioso. La joya no es un adorno más de la indumentaria mas-

culina o femenina, aunque se aprecie por ello, es un lenguaje que nos comunica con los demás, nos relaciona

con la divinidad o nos protege de peligros y enfermedades, en este mundo y en el más allá. De este modo, la

producción se ritualiza y el cambio sólo se produce excepcional y lentamente.

A pesar del rito y del significado, los distintos centros productores fueron capaces de mostrar rasgos y prefe-

rencias que los diferencian entre sí. Los pendientes con cruz en forma de tau son comunes a Cartago (Quillard

1987), Tharros (Quattrocchi 1974) e Ibiza, pero es en esta última isla donde los ejemplares conocidos decoran

producción orfEbrE En los puErtos fEnicios dE occidEntE

Alicia PereaGrupo Arqueometal

Centro de Ciencias Humanas y sociales n Consejo superior de investigaciones Científicas n Madrid

Page 57: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

110 El puEblo dE la púrpura 111El puEblo dE la púrpura

Para el conocimiento del vidrio de época fenicio-púnica contamos con unos documentos esenciales, las tablillas

de arcilla de Tell Umar, del siglo XVII a.C., y las halladas en la Biblioteca de Asurbanipal en Nínive, del siglo VII

a.C. Ambos documentos describen cómo se obtiene el vidrio, los moldes, hornos y herramientas (Barthelemy

1992, 30; Castelo 2001, 109).

En lo que respecta a la técnica de obtención, para ello se usaba la sílice en forma de arena, cuarzo y cuarcita.

Los vidrios hechos con cuarzo eran transparentes y los realizados con arena eran opacos, a los que se les ha

llamado erróneamente pasta vítrea (Barthelemy 1992, 29). El análisis de una cuenta de collar hallada en Cádiz,

con microsonda EDX muestra al silicio como componente mayoritario de la misma, destacando la presencia de

otros elementos habituales, como el potasio (López de la Orden y zambrano Valdivia 2006, 7).

Se conocen varias formas de fabricación, el moldeado, el tallado y el núcleo de arena. Esta última es el método

más antiguo de obtener recipientes de vidrio, y se utilizó para pequeños contenedores como los ungüentarios.

Se fabrica un núcleo con la forma del interior de la vasija, se aplica vidrio fundido sobre el núcleo, que está

sujeto a una varilla de metal, por inmersión o rodeándolo de hebras de vidrio con movimientos de rotación. Se

raspa y extrae el núcleo. Hasta la aparición del vidrio soplado (Ortiz 2001, 35).

Para obtener los varios colores que presentan se les añadía agentes

colorantes, ya que el color natural del vidrio es azulado. La decoración

se hacía con zig-zag, festones, plumas… Destaca la técnica decora-

tiva del millefiori, aplicación de hilos o gotas de vidrio, pintura o,

incluso, aplicación de hilos y láminas de oro (Barthelemy 1992, 31).

Los objetos de vidrio tenían una utilidad muy concreta, principalmente

se usaban para cosmética y adorno personal. Tanto en la Península

Ibérica como en Baleares se documentan numerosos ungüentarios,

cuentas de collar y colgantes o amuletos, procedentes de las diversos

yacimientos fenicios y púnicos.

El vidrio fEnicio y púnico

María Dolores lópez de la ordenJunta de Andalucía n Consejería de Cultura n Museo de Cádiz

> Fig. 1. Cabeza masculina. Pasta vítrea. Cartago. Siglo IV-III a.C. Altura: 6 cm. Museo Nacional de Cartago.(FOTOGRAFÍA: S. MOSCATI, 1988, LOS FENICIOS, BARCELONA).

con roseta inscrita. Igualmente que se utilizaron gemas pulidas de diferente origen engastadas en anillos

giratorios mediante una lámina dentada muy característica, que se abate sobre la piedra, dibujando una forma

estrellada.

El sistema productivo es muy adelantado para la época pues se trata de una producción de series y en serie, es

decir, existía un alto grado de normalización y el trabajo se organizaba en fases, que realizaban varios artesa-

nos, hasta llegar al montaje final de la joya. Conocemos muy bien las series de los aros de desarrollo en espiral

y la de los pendientes cilíndricos. También tenemos algunos datos de la clientela, que era muy diversificada

desde el punto de vista de la capacidad adquisitiva. Por ejemplo, tanto los aros de desarrollo en espiral, como

los pendientes cilíndricos se fabricaban, al menos, en tres variantes según el tamaño y la complejidad de la

ornamentación, de donde deducimos que había precios diferenciados.

Todas estas características de producción y consumo nos podrían llevar a pensar que estamos ante un merca-

do con libre juego de oferta y demanda, puesto que la producción parece orientarse hacia la diversificación de

precios. Pero nada más alejado de la realidad. En primer lugar, la producción orfebre gaditana del siglo IV a.C.

era para uso exclusivo de sus ciudadanos y no se ha encontrado ninguna joya salida de su taller fuera de la

ciudad. En segundo lugar, la producción estaba condicionada por normas sociales e identitarias; se fabricaba

aquello que estaba permitido fabricar, aunque efectivamente existió alguna alternativa en función del precio.

En estas condiciones, la oferta y la demanda no definían el mercado, porque el consumo dependía de estrictas

normas sociales y no existió nunca la libre competencia.

La producción orfebre gaditana actúa como marcador identitario, y probablemente étnico, de aquellos ciuda-

danos con derecho a llevar joyas, durante su vida o en la muerte. Pero la dirección de la producción ya estaba

marcada, y se dirigía hacia un mercantilismo que ha culminado en nuestros días.

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112 El puEblo dE la púrpura 113El puEblo dE la púrpura

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Entre los objetos de adorno y amuletos, las cuentas de collar y colgantes de vidrio fueron objeto de un im-

portante intercambio cultural, eran bienes de alto prestigio, y con un significado mágico y simbólico además

de ornamental. Eran usadas como adorno personal tanto por hombres como por mujeres, se incluían en los

ajuares funerarios para proteger la tumba y al difunto, y se ofrecían como exvotos en los santuarios.

El sentido mágico de estas cuentas se aprecia especialmente en las oculadas, que tenían un valor apotropaico

contra el mal de ojo (Vázquez Hoys 2000, 58). Los amuletos son colgantes con formas diversas, racimos de

uvas, bellotas, falos, anforitas, la figura del dios Bes y escarabeos (López de la Orden 1990, 33). La mayoría

estaban realizados a molde, aunque las cabecitas y máscaras podrían haber sido talladas en frío o usando la

técnica del núcleo de arena.

Los hallazgos son numerosos, tanto en tumbas como en santuarios y en lugares de hábitat. En nuestro en-

torno destacan los procedentes de Ibiza y Cádiz. Pudieron ser realizadas en talleres locales de la Península y

Baleares o importadas del Mediterráneo.

Sobre el origen del vidrio fenicio, Barthelemy señala que en un principio su invención se atribuyó a los fenicios,

pero esta creencia sólo se basaba en las noticias de Plinio (NH XXXVI, 191), que así lo creía por el auge que

alcanzó este material con el comercio fenicio. Su origen es en verdad, algo oscuro y no puede alejarse de la

costa sirio-palestina, pero a partir del último tercio del siglo IX a.C. la industria del vidrio se hizo cada vez

más pujante y se crearon objetos de lujo, hasta la aparición del vidrio soplado en época romana, que lo aba-

rata y masifica (Barthelemy 1992, 29, 31). Los fenicios fueron muy hábiles con la técnica del vidrio, tomando

prestado estilos de los pueblos con los que tenían contactos pero a la vez desarrollando su propia tecnología.

Luego distribuían sus productos con el comercio.

En torno al 800 a.C. Cartago se convirtió en un lugar de fama en la producción de cuentas y colgantes de

vidrio, y los distribuían por todo el Mediterráneo, hasta el siglo II a.C. Los objetos realizados con vidrio eran

básicamente pequeños recipientes o ungüentarios, objetos de adorno y amuletos.

Los recipientes son en su mayoría ungüentarios de pequeño tamaño y se hacían con la técnica del núcleo.

Contenían perfumes y esencias de gran valor, tanto el continente como el contenido. El vidrio también en sí

mismo era de gran valor. Suelen medir entre 10 y 15 centímetros. Su decoración es polícroma, realizada con

hilos de vidrio de diversos colores, en forma de ondas, de zig-zag, espinas de pez o lisos.

La técnica fue tomada de Mesopotamia, y los fenicios la expandieron a gran escala a partir del siglo VI por el

Mediterráneo central y occidental. Ibiza fue uno de los puntos desde donde se comercializaron a la Península

(Castelo 2001, 110).

< Fig. 2. Oinochoe. Pasta vítrea. Tharros. Siglo VII-VI a.C. Altura: 8,20 cm. MusEo nAzionAlE G. A. sAnnA, sAssAri

(fotoGrAfíA: s. MosCAti, 1988, los fEniCios, bArCElonA).

x Fig. 3. Alabastrón. Pasta vítrea. Ibiza. Siglo V a.C. Altura: 6,90 cm. MusEo ArquEolóGiCo nACionAl, MADriD

(fotoGrAfíA: s. MosCAti, 1988, los fEniCios, bArCElonA).

> Fig. 4. Collar con abalorios esféricos y cilíndricos. Pasta vítrea. Ibiza. Siglo V-IV a.C. Diámetro de los abalorios: 3,10 cm. MusEo ArquEolóGiCo DE ibizA y forMEntErA (fotoGrAfíA: s. MosCAti, 1988, Los fenicios, bArCElonA).

Page 59: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

19. Jarro fenicio de boca de seta. Doña blanca

20. Collar. Cádiz

21. Collar. Cádiz

22. Pendientes naviformes con colgantes de cestillo. Cádiz

23. Anillos giratorios. Cádiz

24. fragmento de placa decorativa. Doña blanca

25. fragmento de una arqueta o caja de marfil. Huelva

26. Cuenta de collar. Cabezo de san Pedro, Huelva

27. Anillo decorado con figuras humanas. niebla, Huelva

115El puEblo dE la púrpura

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116 El puEblo dE la púrpura 117El puEblo dE la púrpura

Descripción: Recipiente compuesto formado por un cue-llo alto y estrecho, cilíndrico, de paredes verticales, se-ñalado en el centro por una moldurita apuntada; borde exvasado, horizontal, que forma un ala amplia que da nombre al tipo de jarro (boca de seta). El cuerpo es globu-lar y presenta dos acanaladuras horizontales y paralelas a la altura del hombro. La base presenta pie indicado y fondo convexo, con el centro resaltado. Justo debajo de la moldura del cuello parte un asa vertical semicircular y geminada que descansa sobre el hombro de la vasija. Todas las superficies exteriores y el borde estaban recu-biertas de un espeso engobe rojo.

El uso y consumo de este peculiar jarro y sus contenidos se vincula directamente a las poblaciones semitas (Peserico 1996). Su origen se remonta a inicios del siglo VIII a.C., cuando ya es conocido en los enclaves del Mediterráneo Oriental (Lehmann 1996: 269-270, 404, tf. 40). Los ejem-plares tempranos documentados en la Península Ibérica se relacionan con los momentos iniciales de la presen-cia fenicia en Occidente. Así, en la segunda mitad de la centuria se fechan los jarros de Torre Doña Blanca, Morro de Mezquitilla o Castillejos de Teba, entre otros (García Alfonso 2007: 325-326). Estas vasijas arcaicas aparecen siempre recubiertas en toda su superficie externa de en-gobe rojo, rasgo que perdurará a lo largo del siglo VII a.C. Aunque predominan los jarros hallados en contextos fu-nerarios, son cada vez más frecuentes los procedentes de áreas de hábitat, como el que tratamos en estas líneas.

Estos jarritos se relacionan con el comercio y uso de acei-tes perfumados, activo al menos desde el siglo VIII a.C. (Torres Ortiz 1999: 155-156; López Rosendo 2005). El per-fume consistía en la mezcla de aromas esenciales con aceite de oliva de extremada calidad. La particular forma de la boca de este recipiente permitiría el vertido paula-tino y controlado del contenido oleaginoso. Al contrario de lo que sucede hoy día, en la Antigüedad el perfume

no pertenecía al ámbito de la higiene y cuidado perso-nales, sino que tenía una clara funcionalidad sagrada. Se empleaban en los rituales funerarios y religiosos, simbo-lizando la invocación de la fuerza vital de la divinidad y la regeneración de la vida, tanto del difunto (en las exe-quias) como de las vidas venideras (ritos de fecundidad) (López Rosendo 2005; Ramos 1991).

Ruiz Mata, D. y C. J. Pérez Pérez (1995: 56, lám. 4c). Alonso de la Sierra Fernández, García Alfonso, López de la Orden, Muñoz Vicente y Perdigones Moreno (2003:14, fig. 4).

J.i.v.s.

Nº 19. Jarro fenicio de boca de seta

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 20993 n Doña blanca (El Puerto de santa María, Cádiz). Excavación Arqueológica,

1987 (ruiz Mata y Pérez 1995: 56, fig. 18.2) n siglo viii a.C. n Alt. (reconstruida) 22 cm; diám. boca

(reconstruida) 7 cm; diám. base 5.3 cm. n Arcilla beige, compacta. Engobe rojo espeso.

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118 El puEblo dE la púrpura 119El puEblo dE la púrpura

Reconstrucción moderna en forma de collar a partir de los siguientes elementos encontrados en la misma tumba:

a) Doce cuentas de oro de perfil curvo convexo, esféricas y lisas, con remate de hilo en los extremos. Dos cuentas de oro de perfil curvo convexo, alargadas y estriadas, con re-mates igual a las anteriores. Las 20 cuentas de cornalina reproducen la forma de las de oro en diversos tamaños.

b) Medallón circular rematado en el borde con moldura entre hilos trabajados. En el espacio así delimitado se inscribió una roseta de 12 pétalos realizada con hilo de cinta moldurado en la parte superior, preparado para con-tener esmalte del que quedan algunos restos muy de-gradados. El sistema de suspensión es un largo carrete estriado con topes laterales lisos.

c) Colgante laminar, hueco, en forma de pequeña anfori-ta con cuerpo estriado. Sistema de suspensión en doble anilla.

d) Colgante en forma de prótomo de carnero que se ador-na con un motivo de escamas en la frente. Sistema de suspensión en doble anilla.

Buena conservación de todo el conjunto, con ligeras de-formaciones en las cuentas, y degradación de los restos de esmalte del medallón.

Los elementos que constituyen este collar formaban par-te del riquísimo ajuar de la tumba D de Playa de los Números, un sector de la necrópolis reservado a perso-najes de un nivel social y económico muy alto (ver ficha del aro nº 4257). El medallón y los colgantes se atienen a la tipología habitual, pero se diferencian en la calidad de su fabricación, que incluye técnicas, como la del es-malte, que no es muy frecuente en el taller de orfebre-ría de Cádiz del siglo IV a.C. Aunque la reconstrucción

es especulativa, puesto que no existen datos sobre la disposicón de las distintas piezas en la tumba, es muy probable que este tipo de cuentas y colgantes-amuleto se ensartaran en hilo para ser colgados sobre el pecho, no precisamente de una mujer, en determinadas circuns-tancias o ceremonias, bien visible para hacer patente el alto estatus de su dueño.

Sobre esta pieza y su contexto arqueológico, ver Perea (1986). El contexto económico y social en Perea (2000).

A.P.C.

Nº 20. Collar

Museo de Cádiz. nº. inv. CE 4254 n necrópolis fenicio-púnica de Cádiz. Excavaciones de f. Cervera en 1922.

tumba D, de inhumación en cista de sillería, perteneciente al grupo de Playa de los números n siglo iv a.C.

n long. total 34,5 cm. n oro, cornalina y esmalte.

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120 El puEblo dE la púrpura 121El puEblo dE la púrpura

Nº 21. Collar

Museo de Cádiz. nº. inv. 4979 n necrópolis fenicio-púnica de Cádiz. Excavaciones de P. quintero Atauri en

las distintas zonas de Puerta de tierra y Punta de la vaca entre 1912 y 1934 n siglo iv a.C. n oro, cornalina,

esmalte.

Reconstrucción moderna, que no responde a ninguna aso-ciación de piezas conocida, con los siguientes elementos:

a) Veintiocho cuentas de cornalina, que repiten genéri-camente forma y tamaño de las anteriores, excepto las alargadas.

b) Un medallón que presenta una roseta en filigrana ins-crita en la lámina de base, que remata sus bordes con un cordón de hilo. El esmalte que coloreaba los doce pétalos prácticamente ha desaparecido. El sistema de suspensión es un carrete estriado con topes laterales lisos.

c) Tres cartuchos en forma de piezas laminares, huecas, que presentan una ligera curvatura en su perfil, de base rectangular, como si estuvieran preparadas para dispo-nerse en círculo. Se ornamentan con moldura entre hilos en el borde, y una roseta de diez pétalos de filigrana en el anverso.

d) Tres espirales de dos vueltas y están fabricadas a partir de un vástago de cobre chapado en oro.

e) Un aro que presenta unas características muy sencillas, al estar formado por dos hilos torsionados conjuntamente.

Buena conservación, con ligeras deformaciones en las cuentas y degradación de los restos de esmalte del me-dallón.

A diferencia del collar de la ficha nº. 20 de este catálogo (nº. inv. CE 4254), cuya reconstrucción se ha basado en argumentos funcionales y en el hecho de su asociación en la misma tumba, el montaje que nos ocupa fue reali-zado poco después de la excavación pero no está basado en ninguna documentación arqueológica, ya que incluso ni siquiera tenemos constancia de que todas las piezas procedan del ismo ajuar. La incongruencia tiene su origen

en el desconocimiento que se tenía en la época sobre la función de algunas de las joyas que se iban encontrando, y nos referimos, fundamentalmente, a las tres espirales que aparece ensartadas en los tres cartuchos laminares. Las espirales son joyas cuya morfología es tan antigua como la propia técnica del trabajo del oro. En el ámbito de la orfebrería fenicio-púnica, estas joyas han sido con-sideradas como adorno para el cabello o el tocado, pero no se ha documentado su uso en collares.

Las cuentas y el medallón podrían estar efectivamente asociadas en forma de collar, incluidos los cartuchos que presentan una peculiar curvatura de su perfil. Más difícil es la asociación a un aro formado por un cordón de hilos de oro que debió pertenecer a un atuendo muy diferente.

Sobre esta pieza y su contexto arqueológico, ver Perea (1986). El contexto económico y social en Perea (2000).

A.P.C.

Page 63: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

122 El puEblo dE la púrpura 123El puEblo dE la púrpura

Estos pendientes naviformes se componen de un cuerpo hueco en forma de palmeta con decoración granulada, cu-yos extremos se prolongan en sendas protomes de halcón. Sobre la cabeza de cada ave se sitúa un cono de hilo enro-llado, de donde surge el sistema de suspensión en forma de arco. En la parte inferior del cuerpo naviforme se soldó una gruesa anilla de donde pende un sistema complejo de colgantes. En primer lugar un pasador en forma de protome antropomorfo, en doble lámina estampada, con los rasgos de la diosa Hathor; de su parte inferior pende una cadena tipo loop-in-loop que se divide en tres tramos y en cuyos extremos cuelgan, a su vez, tres cestillos cú-bicos que alojan una pirámide de gránulos. El segundo pendiente, más simple, tiene solo un único cestillo.

Los pendientes naviformes son relativamente frecuentes en toda la cuenca del Mediterráneo, y aunque presentan una gran variabilidad regional, se atienen siempre al esquema que les dota de ciertos signficados rituales o religiosos. En este caso vemos asociados tres importan-tes iconos: las protomes de halcón, el rostro de la diosa Hathor, y los cestillos con pirámide de gránulos, temas habituales en la producción orfebre fenicia. Pero los para-lelos más próximos para este naviforme lo encontramos en la necrópolis de Tharros, donde se fechan entre los siglos VII y VI a.C. Sin embargo, la asociación de elementos icó-nicos que vemos aquí es exclusiva de la ciudad de Cádiz. En cuanto a la simbología de los cestillos es ambigua y ha sido muy debatida; la pirámide de gránulos se ha inte-pretado como una pila de grano dentro de una medida de cereal, que simbolizaría la fecundidad y la riqueza.

Sobre esta pieza y las excavaciones que la sacaron a la luz, Per-digones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990). La iconografía y los paralelos más próximos en Quattrocchi Pisano (1974). Para los colgantes en forma de cestillo, Quillard (1979).

A.P.C

Nº 22. Pendientes naviformes con colgantes de cestillo

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 17046 y DJ 17047 n necrópolis fenicio-púnica de Cádiz. Excavaciones de

urgencia en la calle Ciudad de santander esquina a Avenida de Andalucía en 1986. tumba 2: cremación en

fosa doble n siglo vi a.C. n Alt. 13,2 cm, anch. 1,6 cm. Cestillos: alt. 3,4 cm., anch. 1,6 cm. n oro.

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124 El puEblo dE la púrpura 125El puEblo dE la púrpura

La producción orfebre gaditana del siglo IV a.C. se puede ver en Perea (1986, 1989, 1992). Para conocer el contexto mediterrá-neo consultar Perea (1997). Las cuestiones artesanales en Perea (1991 y 1992). El contexto económico en Perea (2000).

A.P.C.

Estos anillos constan de un aro abierto, en muchas oca-siones de cobre chapado en oro y sección romboidal en disminución hacia los extremos para encajar en el marco del chatón, permitiendo el giro de éste. La unión se suele ocultar con un cilindro de lámina lisa. El chatón engasta un escarabeo que estas piezas es mayoritariamente de cornalina, aunque en la nº. de inv. 4176 es de ágata. Para el engaste se utilizan diferentes acabados: marco de lá-mina dentada que se abate sobre la piedra para sujetarla, hilo torsionado, molduras inferiores e hilos superiores... El crecimiento de óxidos procedentes del alma de cobre ha hecho estallar en algunos ejemplares la lámina de oro que recubre el aro. Este tipo de anillo tiene un origen egipcio y los ejempla-res más antiguos engastaban un escarabeo, es decir la imagen del dios escarabajo Khepri, asociado a la idea de resurrección del difunto. En Cádiz, la producción de ani-llos giratorios durante los siglos IV-III a.C. presenta unas características peculiares y únicas. Salvo escasas excep-ciones, como la del ejemplar nº 16688 algo más antiguo que el resto de los que aquí se muestran, es una produc-ción destinada a un uso exclusivamente funerario, pues sus características técnicas no habrían permitido una utilización prolongada. Por otra parte, han perdido parte de su simbología original; son muy pocos los ejempla-res que conservan los rasgos anatómicos del escarabeo, que se sustituye por un simple chatón de piedra ovalada y lisa. La pérdida de significados simbólicos llega a su máxima expresión en el ejemplar nº 4153 cuyo chatón está entallado por el reverso con la figura de un guerrero armado, al estilo griego. Sin embargo, el anillo giratorio sigue siendo objeto imprescindible del ajuar funerario de los ricos gaditanos: el 25% del total de joyas de la necró-polis púnica, son anillos giratorios; dicho de otro modo, todos los ajuares que contenían oro, llevaban al menos uno de estos anillos.

Nº 23. Anillos Giratorios

Museo de Cádiz. nº. inv. CE 4139, CE 4140, CE 4153, CE 4176 y CE 4215 n necrópolis fenicio-púnica de Cádiz.

Excavaciones de P. quintero Atauri en las distinas zonas de Puerta de tierra y Punta de la vaca entre 1912

y 1934 n siglo iv a.C. n Diámetros máximos de las distintas piezas entre 4,1 cm. y 2,7 cm. n oro, cobre,

cornalina y ágata.

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126 El puEblo dE la púrpura 127El puEblo dE la púrpura

Esquina de una caja decorada mediante la disposición en vertical de palmetas de cuenco fenicias realizadas me-diante un trabajo delicado de rebaje. Esta pieza se realizó sobre un prisma de base cuadrada en la que una de sus caras es más corta para apoyar, con toda probabilidad, la tapa de la caja. Las dos caras decoradas, de las que una de ellas se encuentra rota, presentan en el canto y lon-gitudinalmente dos mortajas de profundidad irregular, en las que se introducirían las placas que formasen la caja. En cuanto a la decoración van alternando las palmetas enteras con medias palmetas que al unirse en la esquina forman una entera. En una de las caras se disponen cinco palmetas enteras y en la otra hay seis, al tener mayor altura.

Esta pieza pertenece por su posición estratigráfica al ni-vel Vb del solar de Méndez Núñez 4 (Huelva) y su paralelo más cercano lo encontramos en la tumba 17 de La Joya , donde apareció una cinta metálica perteneciente al carro allí encontrado, que se decoraba también con palmetas y medias palmetas de cuenco alternándose dispuestas de forma sucesiva (ver ficha nº 91 de este Catálogo). Se trata éste de uno de los trabajos en marfil que tanto desarrollo tuvo en el ámbito fenicio, destacando su producción en los siglos VII y VI a.C. en Occidente. En el caso de esta pieza de Huelva, hay que reseñar su aparición en zona de hábitat y no de necrópolis, y en un ambiente en el que la presencia de objetos de importación es abundante. La técnica de decoración en bajorrelieve parece inspirarse en el trabajo del metal de ahí que encontremos similitu-des con la pieza metálica de La Joya.

Fernández Jurado (1990: 242-247), Garrido y Orta (1978: figs. 44-45), Aubet (1969; 1980; 1983 b: 8 y 10).

J.f.J.

Nº 25. Fragmento de una arqueta o caja de marfil

Museo de Huelva nº. inv. A/DJ 8994 n Excavación en el solar nº 4 de la calle Méndez núñez de Huelva,

realizada en 1984, con la dirección de D. Jesús fernández Jurado, Jefe del servicio de Arqueología de la

Excma. Diputación de Huelva, y las arqueólogas Carmen García sanz y Pilar rufete tomico n Primera mitad

siglo vii a.C. n Alt. 9 cm. Anch. 1,5 cm. Gr. 0,7 cm n Marfil.

Nº 24. Fragmento de placa decorativa

Museo de Cádiz. nº. inv. DJ 28121 n Doña blanca (El Puerto de santa María, Cádiz). Procede del extremo

sureste del yacimiento, conocido en un primer momento como “barrio fenicio”. Apareció entre los materiales

de relleno depositados sobre una de las estructuras habitacionales diferenciadas en esta zona, fechada en

la segunda mitad del siglo viii a.C. y colmatada entre finales del viii y comienzos del vii a.C. (ruiz Mata y

Pérez 1995: 62-63) n 3,4 por 2,6 cm. n Hueso.

Mitad de una placa rectangular de hueso, de perfil curvo. En el dorso presenta una decoración en relieve de dos rectángulos concéntricos, unidos en sus vértices por lí-neas rectas.

El trabajo del marfil y el hueso tiene una arraigada tradi-ción en la cultura fenicia y orientalizante y contamos con magníficos ejemplos de sus productos en el Mediterráneo Occidental. Placas como éstas eran, quizás, las más sen-cillas en decoración y ejecución. Son frecuentes en los yacimientos protohistóricos peninsulares desde finales del VIII y sobre todo los siglos VII y VI a.C. (cfr. Almagro-Gorbea 2008: 469-470). Las placas de hueso y marfil servían como recubrimiento decorativo y funcional a ob-jetos más complejos: cajas, arcas, muebles, armas, etc. (cfr. Martín Ruiz 2006). De ellos, muchos construidos en materiales perecederos como la madera, sólo nos quedan restos de sus exornos óseos. Estas placas rectangulares simples se tallaban a partir de huesos largos de anima-les, cortados transversalmente para generar anillos. De los cortes longitudinales de éstos se obtenían las placas lisas prontas para el tallado y acabado finales. Una vez preparadas se encajaban en las partes pertinentes del ob-jeto a recubrir y decorar, generalmente de madera. Para ello se realizarían rebajes, empleándose quizás conjunta y puntualmente sustancias adhesivas (resinas vegetales o colas de origen animal).

Pieza inédita. Para el contexto, vid. Ruiz Mata, D. y Pérez Pérez, C. (1995: 62-63) Sobre el trabajo del marfil y del hueso, Almagro-Gorbea, M. (2008), también Martín Ruiz (2006).

J.i.v.s.

Page 66: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

128 El puEblo dE la púrpura 129El puEblo dE la púrpura

La pieza, incompleta, es una cuenta de collar esférica con decoración de “ojos estratificados”.

La artesanía del vidrio antes de la invención del vidrio soplado (siglo I a.C.) estuvo destinada a la elaboración de piezas de adorno personal (cuentas de collar, perlas, esca-rabeos, amuletos, etc.), ungüentarios y vajilla de lujo. Las fuentes literarias y epigráficas antiguas (asirias, babilo-nias, bíblicas, griegas) son insistentes en el carácter sun-tuario del vidrio, empleado en la decoración de edificios sagrados, de palacios y en el menaje de las mesas mejor servidas, así como en la consideración de los artesanos vidrieros como joyeros, comparando el vidrio con el oro, el lapislázuli y el coral. De hecho los vidrios y esmaltes imitan piedras preciosas y semipreciosas, pero compar-tiendo el mismo estatus que ellas. Por tanto, los vidrios que se distribuyen por el Mediterráneo en el I milenio a.C. no deben ser considerados baratijas ni pacotilla, sino productos de alto valor que curiosamente acompañan a la cerámica ática en su distribución mediterránea desde el mar Negro hasta el Extremo Occidente.

El valor del producto estuvo en parte determinado por la dificultad en el abastecimiento de uno de los componen-tes del vidrio, los alcaloides (sosa y potasa), extraídos de una sal carbónica natural, el natrum, o de cenizas de planta. Por ello, la elaboración del vidrio estuvo muy limitada al Mediterráneo oriental, aunque el comercio de lingotes de vidrio y el empleo de otras sustancias sustitutivas pudo favorecer la dispersión de la producción hacia otras áreas antes de la invención del vidrio soplado. La fabricación del vidrio era muy compleja. Requiere una alta cualificación técnica y el suministro de componentes que implican la movilidad de productos y de artesanos. Las cuentas “de ojos estratificados” se elaboraban incrustando una gota de vidrio en una matriz en estado pastoso, y otra sucesiva so-bre la primera, de forma que el producto final estaba deco-rado con círculos concéntricos con el centro más oscuro.

En la Península Ibérica los objetos de vidrio y de pasta vítrea hacen su aparición con la colonización fenicia en forma de escarabeos, amuletos, cuentas de collar, un-güentarios y algunos recipientes (jarro de La Aliseda). A partir del siglo IV a.C. se documenta un incremento en la importación de las manufacturas vítreas que se expanden desde Portugal hasta la Meseta sur, con especial inci-dencia en las necrópolis púnicas e ibéricas del Sureste. Según E. Ruano, las cuentas halladas en El Cigarralero (Mula, Murcia) son de fabricación ibicenca, excepto una que podría proceder de Cartago, lo que implica el esta-blecimiento de un taller insular y la distribución de las cuentas desde Ibiza hacia Iberia.

Más allá del mero adorno y del valor como joya o como contenedor de esencias de los objetos de vidrio, el ha-llazgo habitual de escarabeos, amuletos y cuentas de co-llar “oculadas” en las tumbas púnicas e ibéricas parece indicar que desempeñaron un papel no sólo relacionado con la ostentación de riqueza sino también con la pro-tección del difunto. De hecho, E. Ruano (1995) propone el carácter apotropaico de las cuentas “de ojos”, su carác-ter protector del difunto y su posible uso contra el “mal de ojo”. En la necrópolis de El Cigarralero (Mula, Murcia) fueron utilizadas sin distinción de sexo ni edad.

El contexto en el que fue hallada la cuenta de collar en Ruiz Mata et alii (1981). Los estudios sobre tecnología del vidrio an-tiguo son numerosos; entre ellos destacamos Forbes (1966), Har-den (1981), Sternini (1995), McCray (1998) y Cummings (2002). Sobre el vidrio fenicio-púnico en la Península Ibérica y en Si-cilia, vid. Barthelemy (1992) y Spanò Giammellaro (2008). Los trabajos generales sobre las cuentas “oculadas” se pueden con-sultar en Eisen (1916), Sleen (1973), Seefried (1979), Venclová (1983) y Spaer (1985). Ruano (1995, 1996 a-b) se ha dedicado específicamente a los ejemplares peninsulares y de las Baleares. Los análisis químicos en cuentas de este tipo en Ruano et alii (1995 y 1998).

E.f.A.

Nº 26. Cuenta de collar

Museo de Huelva A/CE 4555/10 n Cabezo de san Pedro, casco urbano de Huelva. fue hallada en el corte

A.2.2 (campaña 1977) n siglo iv a.C. n long. 1,2 cm. Anch. 1,2 cm. n vidrio.

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130 El puEblo dE la púrpura 131El puEblo dE la púrpura

Anillo fabricado en oro con aro en chapa plana y cabeza oblonga en la que se dispuso una decoración formada por dos figuras femeninas centrales circundada por elemen-tos florales a derecha e izquierda de la composición prin-cipal y orla de zig-zags apretados que desaparece en el arco exterior superior derecho y en el inferior izquierdo.

Desde su aparición en las excavaciones realizadas en el entorno de la Puerta de Sevilla, en el reborde exterior de sus murallas, ocupa un puesto resaltado entre las jo-yas protohistóricas del Museo de Huelva, tanto por sus características formales como por la sin duda excelente calidad estética que presenta, tanto por la cuidada téc-nica de su ejecución como por el arcaísmo impuesto en la exposición del tema mítico que presenta. Por diversas razones todavía no se ha realizado un estudio exhaustivo de la composición y del anillo en sí mismo. Por su hallaz-go en relación con depósitos de génesis postdeposicional que rellenaban las casamatas de la muralla turdetana, debemos descartar su presencia en el lugar en relación con rituales conocidos en otras zonas del Mediterráneo, realizados siempre en momentos fundacionales de una construcción comunal tan especial como la propia mu-ralla de la ciudad, que así podrían explicar la calidad del anillo, la escena grabada y el espacio puntual de la loca-lización del hallazgo, aunque la idea de ocultación en ce-remonias fundacionales no puede abandonarse, al tener únicamente en contra del ritual fundacional el contexto de rellenos tal vez de génesis natural que trasegó una pérdida casual, y que esta ceremonia procede el mundo egeo y, en principio, esa última relación tan sólo está presente en el posible lugar de origen de la joya. Las fi-guras centrales pueden ser dos personajes míticos, ma-dre e hija, o madre e hijo, o dos divinidades específicas, aunque no pude abandonarse la idea de que la escena represente simplemente un intercambio de dones entre una persona adulta y un adolescente, un fruto o un don especial, un rito de iniciación en el que se representa la

transmisión del más adulto al de menor edad, del inicia-do que se asoma a la adolescencia. Esta última posibili-dad nos parece la más oportuna, toda vez que en la mano derecha del personaje de mayor edad y altura aparece un elemento muy pequeño, diminuto, difícil de averiguar incluso con lentes de aproximación, un fruto que también se repite en la mano derecha del adolescente, aunque en diferente posición.

El anillo actualmente se mantiene inédito, aunque fue presen-tado por nosotros en la memoria científica de la actividad ar-queológica, como es preceptivo en la Comunidad Andaluza, y en obra de conjunto donde se detallan las actividades realizadas en Niebla por el Área de Arqueología de la Universidad de Huelva (Campos Carrasco, Gómez Toscano y Pérez Macias, 2006).

f.G.t.

Nº 27. Anillo decorado con figuras humanas

Museo de Huelva. nº. inv. A/DJ 7385 n zona nordeste de las murallas protohistóricas de niebla (Huelva). se

localizó en excavación sistemática de apoyo a la restauración de las murallas almohades de la ciudad, en un

contexto de los siglos v-iv a.C. n Período Clásico, siglo v a.C. n Diám. 1,9 cm. Peso 3 gr. n oro.

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< Necrópolis de La Joya, Huelva. Vista del área excavada en 1967. Foto j.p. garrido roiz.

Ciudades, puertos y aldeas

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135Ciudades, puertos y aldeas

la marina merCante feniCia

Víctor M. Guerrero AyusoUniversidad de las Islas Baleares

Los antecedentes directos de la marina fenicia la encontramos la marina cananea, que ya estaba perfectamente de-

sarrollada para llevar a cabo grandes empresas comerciales ultramarinas. De la misma tenemos relativa buena

información, tanto de las fuentes iconográficas egipcias como en el registro arqueológico directo a partir de las

excavaciones de los pecios Uluburun y Gelidonia, ambos hundidos en la costa sur de Turquía (Fig. 1). También

en las fuentes escritas de Ugarit tenemos interesantes referencias sobre estos grandes mercantes.

Remitiéndonos de nuevo a los textos de Ugarit, tres cartas permiten asegurar la existencia de barcos de gran

registro. Una de ellas, aunque muy fragmentada, parece referirse a treinta grandes barcos. Otra, enviada desde

la corte hitita al rey de Ugarit y referida a un importante transporte de grano, menciona en la línea 21 un “barco

grande” (MA GAL). El cargamento se cifraba en 2.000 medidas de grano, que podría ser el equivalente a 500

Tm., y que debía realizarse en uno o dos viajes. Quizás se trate del tipo de barco conocido en ugarítico como

ANYT YM, que algunos autores traducen por “barco grande” o “barco de ultramar”. Sólo un texto administrativo

nos da algunas pistas sobre elementos de la estructura de los navios cananeos. Enumera componentes de un

barco ugarítico que estaban fabricando unos HRS ANYT, “carpinteros de barcos”. La traducción propuesta es la

siguiente: 1) Lista de equipamientos de la flota; 2) Nueve remos; 3) Como nueva entrega; 4) Y una cofa de rejilla;

5) Un mástil, amarras; 6) y una pasarela…

> Fig. 1. El Mediterráneo oriental con los pecios de Uluburun y Cabo Gelidonia.

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136 Ciudades, puertos y aldeas 137Ciudades, puertos y aldeas

de Uluburun. Antes de entrar a describir los pequeños mercantes de propulsión mixta que conocemos como

hippoi, no debemos olvidar que conocemos la existencia de mercantes intermedios que hacían igualmente

rutas para la redistribución de mercancías hasta Egipto y Occidente. Afortunadamente la arqueología nos ha

permitido conocer dos de estos mercantes de registro mediano hundidos cuando, formando parte de la misma

flotilla, estaban a punto de alcanzar el puerto egipcio al que se dirigían. Se trata de los pecios denominados

Tanit y Elisa que naufragaron juntos hacia el 750 a.C., transportando unas 385 ánforas de vino de la costa

fenicia. La gran profundidad a que se hundieron no permite una excavación regular, pero ha podido hacerse un

estudio fotogramétrico muy detallado y se ha recuperado una parte del cargamento.

Las fuentes identifican los hippoi con los barcos fenicios que tenían un akroterion en forma de cabeza de caballo.

En la Antigüedad la nacionalidad de los navíos se identificaba por determinadas figuras, en origen tal vez

signos totémicos de diversos clanes, que se colocaban en los lugares más visibles de la nave, principalmente

en el akroterion, que era el remate de la roda (akrostolion) en forma de mascarón. Sin embargo, el término

hippos ha terminado por definir una categoría de nave ligera muy eficaz para el comercio de cabotaje y gran

cabotaje.

La versatilidad y capacidad marinera de los hippoi puede deducirse de las navegaciones que los gaditanos

llevaban a cabo por la costa africana, hasta el sur de Agadir, por lo menos. Fijemos las características náu-

ticas del hippos, independientemente de su akroterion. Un cálculo exacto es difícil; no obstante, teniendo

en cuenta todos los datos disponibles, pensamos que podemos estar frente a una nave de unos 8 ó 10 m. de

eslora, sin bodega cubierta de carga, aunque con sentina. La propulsión era siempre mixta, mediante vela

cuadra y remeros en número harto discutible, aunque debía depender mucho del tipo de empresa marinera.

Los remos debían fijarse a los toletes y chumaceras con correas hechas de cuero.

Uno de los mejores documentos iconográficos, donde precisamente se refleja dicha versatilidad, la encontra-

mos en los relieves de Khorsabad, que nos muestran dos hippoi transportando madera de cedro. Unas veces

navegando con el mástil izado, otras arriado y siempre con la presencia de remeros (Fig. 3).

Sin embargo, estas someras descripciones no nos permiten visualizar cómo era un mercante cananeo o fenicio;

para ello debemos acudir a las fuentes iconográficas egipcias y a las terracotas chipriotas. La mejor documen-

tación la tenemos en las pinturas sepulcrales de la necrópolis de Tebas, especialmente en la tumba 162 de

Tebas, perteneciente a Kenamón, un alto dignatario de la XVIII dinastía. El primer registro, que ocupa un tercio

aproximado de toda la secuencia, es una escena que nos presenta tres naves: dos grandes mercantes idénticos y

otras dos de menor porte y casco algo más plano situadas detrás, que seguramente se trata de naves de apoyo a

la flota, o de mercantes ligeros, tal vez próximos al modelo náutico que conocemos como hippos. Toda la escena

tiene un gran interés, pues no solo nos informa sobre la categoría de las naves y sus aparejos, sino también

de todas las actividades que rodeaban estas acciones de comercio arcaico; entre las que vemos las siguientes:

rituales relacionados con la feliz llegada a puerto, los cuales incluyen un rito de libación en la cubierta de uno

de los mercantes y la bajada de un tripulante que entrega sus credenciales al funcionario egipcio (Fig. 2).

Chipre ha proporcionado un interesante conjunto de terracotas, especialmente las procedentes de la necró-

polis de Amanthus que nos permiten visualizar los grandes mercantes fenicios, herederos directos de los

cananeos.

La documentación arqueológica nos ha permitido conocer con detalle el cargamento de dos grandes mercantes

cananeos, Gelidonya y Uluburun, y podemos hacernos una idea cabal de la capacidad de carga, así como de

sus derroteros más frecuentados. Sin embargo, los restos de las naves no se han conservado bien. Solo el

de Uluburun nos permite reconocer la quilla y parte de las tracas, así como su sistema de ensamblaje, que

era el de mortajas, lengüetas y pasadores, sistema que se generalizará con el tiempo en todo el Mediterráneo,

aunque no desaparecerán los barcos de tablas cosidas.

Este tipo de mercantes seguramente seguían la ruta habitual que, partiendo desde Biblos y/o Ugarit, tocaría

puertos chipriotas como Enkomi. Ascendiendo hacia el Norte, navegaría por la costa de Turquía, donde se

encuentra Mersin, que a la sazón era un importante centro costero de la región de Arzawa, controlada por los

hititas. En la costa de esta región se produjo el naufragio. Otros mercantes con mejor suerte debieron completar

el periplo comercial que, en dirección al Oeste, unía Rodas y Creta, para acabar en dirección Sur en Mersa-

Matruh, en la costa africana. Desde aquí se alcanzaba en navegación de cabotaje el delta del Nilo y los puertos

cananeos de Ascalon, Akko, Tiro, Biblos y Ugarit, que cerraba así el círculo comercial documentado en la nave

< Fig. 2. Pinturas de la tumba tebana de Kenamón.

> Fig. 3. Relieve asirio del palacio de Khorsabad.

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138 Ciudades, puertos y aldeas 139Ciudades, puertos y aldeas

Introducción

La explotación de los recursos de la tierra y del mar constituyó siempre una parte importante de la actividad

económica de los fenicios, tanto en el área cananea (Hopkins 1985) como en las colonias del Mediterráneo

central y occidental (Costa y Fernández, eds. 2000; Gómez Bellard 1996, 2003), a pesar de lo cual la inves-

tigación moderna ha enfatizado siempre el papel de los fenicios como distribuidores de metales preciosos.

Aunque la insistencia en los aspectos “metálicos” de la economía colonial fenicia (Aubet 1987, Frankestein

1997; Chic García y García Vargas 2006) no sea en el fondo tan injusta como se ha señalado (González Wagner

2005 a), lo cierto es que la investigación reciente descubre un complejo mundo agropecuario y pesquero,

en cierto sentido esperable (Tarradell 1968: 97, Isserlin 1983, López Castro 1995: 33-40) y tan exuberante

como olvidado (Gómez Bellard 2007). Las líneas que siguen están dedicadas a explorar ese mundo. Primero,

mediante una visión analítica que señale los avances en el estudio de cada campo de actividad (agrícola,

ganadera y pesquera) y luego mediante una visión integrada de los aspectos ecológicos, sociales y territoriales

que permita establecer tanto los puntos fuertes como los interrogantes formulados y aún no respondidos por

la investigación. Los segundos son con mucho más abundantes que los primeros.

Agricultura

“Coge también trigo, cebada, habas, lentejas, mijo y farro y ponlo todo en una misma vasija…”

(Ezequiel. 4.9)

El modelo agrícola fenicio oriental (Hopkins 1985) incluye la tradicional triada mediterránea (cereal –cebada

y trigo–, olivo y vid), con huertos y cultivos intensivos en terrazas irrigadas en el entorno de las ciudades. El

registro colonial repite el esquema oriental (Kislev 1980), con especial protagonismo en Occidente de la cebada

vestida frente al trigo desnudo, complementados con leguminosas y con escasa documentación de panizos.

Los establecimientos coloniales muestran casi siempre (la excepción es el Cerro del Villar: Aubet y Buxó 1999:

336; Aubet y Díaz 2003) evidencias de tratamiento in situ de las cosechas de cereal (trilla, aventado), gracias

al registro de malas hierbas en altas proporciones. Los cultivos arbustivos (especialmente olivo y vid) están

agriCultura, ganadería y pesCa

estado aCtual de la investigaCión y perspeCtivas de estudio

Enrique García VargasUniversidad de Sevilla

BIBLIOGRAFÍA

Basch, L. (1987), Le musée imaginaire de la marine antique, Institut Héllénique pour la Préservation de la Tradition Nautique, Atenas.

Costa, B. y Fernández, J. –eds.– (1998), Rutas, navíos y puertos fenicios fenicio-púnicos, XI Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica (Eivissa, 1996).

Guerrero Ayuso, V.M. (1998), “Los mercantes fenicio-púnicos en la documentación literaria, iconográfica y arqueológica”, III Jornadas de Arqueología Subacuática (Valencia, 1997), págs. 197-228.

– (2003), “La navegación en la protohistoria del Mediterráneo. Las marinas palaciegas entre Oriente y Occidente”, XXI Semana de Estudios del Mar, Melilla, págs. 55-126.

Medas, S. (2000), La marinería cartaginese, le navi, gli uomini, la navigazione, Sardegna Archaeologica, 2, Sassari.

Xella, P. (1982), “Die Ausrüstung eines kanaanäischen Schiffes (KTU 4.689)”, Die Welt des Orients, 13, págs. 31-35.

< Fig. 4. Pecio fenicio Marrazón 2. foto: MUSEo NAcIoNAl dE

ArqUEoloGíA SUBAcUátIcA, cArtAGENA.

Una corta información literaria recogida en la Biblia, aunque bastante idealizada, nos proporciona la siguiente

descripción de un hippos:

“… Tiro tú te decías: yo soy un [navío] de perfecta hermosura. En el corazón de los mares están tus confines; los que

te edificaron te hicieron perfectamente hermosa; de cipreses de Sanir hicieron tus quillas, de cedros del Líbano tus

mástiles; tus remos de encinas de Basán; tus bancos, de boj incrustado de marfil, traídos de las islas de Kittim. De

lino recamado de Egipto, eran tus velas para servir de enseña; de jacinto y púrpura de las islas de Elisa tus toldos.

Los habitantes de Sidón y Arvad eran tus remeros, y los más expertos entre ti, ¡oh! Tiro, tus pilotos. Ancianos de

Guebal, con sus más hábiles obreros, calafateaban tus junturas…” (Ezequiel XXVII, 3-9).

Una evidencia arqueológica directa de excepcional importancia de esta categoría de barco la tenemos en los

navíos fenicios de Mazarrón (Fig. 4). Seguramente se trata de dos naves del tipo hippos ya que tienen una eslora

aproximada de unos 8 m. El segundo de estos barcos, cuyo casco se encuentra en un excepcional estado de

conservación, ya que conserva hasta la tapa de la regala, va completamente cargado hasta la borda con galena

y entre la cerámica y grandes contenedores para la tripulación aparece cerámica fenicia occidental y ánforas.

De momento los barcos de Mazarrón parecen confirmarnos la extraordinaria capacidad marinera de estos pequeños

mercantes que, reunidos en flotillas, se aventuraban desde el Occidente del Estrecho hasta, por lo menos, las

Baleares, dada la exacta coincidencia entre el cargamento de estas naves y los materiales de Sa Caleta en Ibiza.

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140 Ciudades, puertos y aldeas 141Ciudades, puertos y aldeas

Pesca

“Y era tal la cantidad de pescado que ya no podían sacar la red.”

(Juan 21.6)

El tipo de pesca que ha atraído tradicionalmente la atención de los investigadores del mundo fenicio-púnico

ha sido la gran pesca pelágica (García Bellido 1942: 82-93, López Castro 1993, García Vargas 2001, García

Vargas y Ferrer Albelda 2001, 2006), pero la escasa evidencia arqueológica para momentos antiguos de la

actividad (Bartoloni 1996: 480) muestra más bien un panorama en el que la pesca “industrial” no parece

fundamental entre los fenicios orientales y centromediterráneos, excepto en el caso de la púrpura (Fernández

Uriel 2001). Los establecimientos coloniales de Iberia ofrecen datos (Roselló Izquierdo y Morales Muñiz 1988,

Aubet 1993, Rodríguez Santana 1999) de una pesca abundante durante la primera Edad del Hierro. Los patro-

nes de distribución de especies a ambos lados del Estrecho indican además una especialización del litoral

del Estrecho en túnidos y escualos y de la costa mediterránea en especies menores (boquerones y sardinas).

El edificio “pesquero” del Cerro del Villar y el registro ictioarqueológico del establecimiento hablan tal vez a

favor de una pesca de autoconsumo o de distribución a corto radio. Los restos de atún rojo de Acinipo (Ronda,

Málaga: Aguayo et alii 1991) y de diversos contextos gaditanos (Cobos et alii 1995-1996; Gago et alii 2000;

Morales y Roselló 1994) indican por el contrario el surgimiento de una “industria” salazonera cuyo “despegue”

no se verifica hasta fines del siglo VI (García Vargas y Ferrer Albelda 2001).

Discusión

Los datos expuestos en los apartados anteriores indican un progreso evidente de los estudios paleoambien-

tales en las últimas décadas. La evidencia es, con todo, aún exigua y cualquier reconstrucción está sujeta

siempre a correcciones en función de investigaciones más amplias y sistemáticas, quizás más necesarias

hoy que nunca, que necesitarán incluir modelos de reconstrucción climática. Los aspectos socioeconómicos

son mucho más controvertidos. Las interpretaciones (cf. Morel 2000) oscilan entre los partidarios de una

amplia colonización agrícola y de una territorialización temprana en torno a los enclaves coloniales (Alvar

y González Wagner 1988) y quienes retrasan estos fenómeno en el tiempo hasta momentos posteriores a la

“crisis” del siglo VI a. C. (Ferrer Albelda 2007). Algunos apuntan fenómenos de conflictividad social asociados

al movimiento colonial mismo (González Wagner 2005b), otros suponen una cierta colaboración indígena en

el abastecimiento alimenticio de las colonias y una cierta complementariedad en la explotación agropecuaria

entre ambos ámbitos (López Pardo y Suárez padilla 2003). Todos apoyan sus propuestas en modelos orientales

y africanos que justifican tanto la expansión agresiva como la colaboración productiva. Casi nadie (excepto

Tarradell 1968 y Arruda 2003) plantea un estudio demográfico como base de una interpretación plausible que,

de cualquier forma, presenta demasiadas dificultades metodológicas al basarse en estimaciones sobre el nú-

mero de habitantes por hectárea “urbana”, el aporte calórico del cereal o la productividad media por hectárea,

siendo los dos últimos aspectos diversos en función del tipo de cereal. Es probable además que la presencia

constatada de las leguminosas, la cultura promiscua, la explotación de colmenas en bosques y olivares (Just.

presentes desde los inicios de la colonización, pero, al ser las especies silvestres endémicas en toda la cuenca

del Mediterráneo (Aubet y Buxó 1999: 337, Buxó 2008), la aportación colonial debió consistir en su cultivo

sistemático mediante injertos y en la introducción de nuevas técnicas de cultivo (Escacena Carrasco 2007). En

las campiñas del Guadalquivir (Gómez Zamorano et alii 2007, Rodríguez Ariza y Esquivel 2004), donde se su-

pone la existencia temprana de contingentes orientales (Belén Deamos 2007: 181), se documentan ambientes

vegetales correspondientes a áreas de cultivo de cereal, olivares y degradación del bosque mediterráneo en

el entorno de los yacimientos por el avance de dehesas y ruderales próximos a campos de cultivo y asenta-

mientos. En la costa se evidencia la deforestación progresiva y el crecimiento de áreas marismeñas (Roselló

Izquierdo y Morales Muñiz 1994, Ros y Burjachs 1999).

Ganadería

“Toma uno de los carneros (…). Lo degollarás, tomarás su sangre y la derramarás alrededor del altar.”

(Levítico, 6.21)

En el imaginario antiguo la sangre del sacrificio se concibe como idéntica y contraria a la del vino ritual, que

representa la vida eterna (Jiménez Flores et alii. 2005: 686). Del mismo modo, el pastoreo puede considerarse

en el ámbito fenicio, y en general en el mediterráneo, como un complemento y también como una traba para

la agricultura. Aunque el Génesis muestra al pastor Abel como más grato a los ojos de Dios que su hermano

agricultor Caín, lo cierto es que la compleja sociedad oriental parece haber encontrado pronto la manera de

conciliar las necesidades de ambas clases de explotación. En ello jugó su papel el ramoneo, una práctica

alimenticia de ovicápridos y bóvidos que contribuye a despojar a los arbustos de sus ramas más bajas y a

proporcionarles forma de árbol (Escacena 2007: 282). En la ganadería no estabulada los rebaños viven tanto

del ramoneo y la explotación de la cobertura vegetal silvestre como de los rastrojos y malas hierbas de las

explotaciones agrícolas, lo que provoca el desbroce del bosque y contribuye a limpiar los entreliños de los

olivares. Es por ello seguramente que los análisis de polen, semillas, madera y fauna muestran en las colonias

occidentales y las campiñas interiores del valle del Guadalquivir tanto un panorama dominado por el olivo y

por el bosque en progresión a dehesa antropizada (Grau et alii 2007: 305) como un predominio claro de ovi-

cápridos y bóvidos (Riquelme Cantal 2001: 115). Es probable que el incremento a fines del período de la cría

del cerdo en todo el territorio peninsular se relacione, al menos parcialmente, con la expansión de los campos

de cereal, el aumento demográfico y la consiguiente restricción de la libertad de movimiento del ganado

(Pérez Jordá et alii 2007: 365; Iborra et alii 2003: 49). La introducción del burro como bestia de carga e incluso

de trabajo agrícola (arado: Col. R. r., 7.1.3.) es temprana, aunque no se generaliza, como el caballo, hasta la

segunda Edad del Hierro. Las edades de sacrificio de bóvidos: joven, subadulta y adulta (Guardamar de Segura:

Pérez Jordá 2007: 355) pueden indicar una estrategia que pondera el papel de las vacas como recurso cárnico

por encima de su papel de abastecimiento lácteo o de su eficacia reproductiva.

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44.4.1., Chic García 1997) y el recurso a las salazones obligue a replantear los cálculos basados en el aporte

calórico del cereal (Gallo 1983: 450). Por otra parte, la efectiva territorialización e integración de sectores

económicos diversos y complementarios en un territorio político definido sólo parece cristalizar a fines del

siglo VI a. C. (Gómez Bellard 2007), tanto en el Mediterráneo central (Cerdeña, Cartago) como occidental

(Ibiza, Iberia). Ello no excluye, porque la Historia no es lineal, fenómenos puntuales (incluso generalizados) de

colonización agrícola, como los documentados en el siglo VII a. C. para un mundo tartésico (Ferrer Albelda y

de la Bandera Romero 2005, Ferrer Albelda 2007) en el que el carácter y la importancia de la presencia fenicia

es difícil de valorar.

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144 Ciudades, puertos y aldeas 145Ciudades, puertos y aldeas

Las ánforas constituyen un material arqueológico de primer orden para el estudio del comercio y de las re-

laciones económicas entre los diversos pueblos del Mediterráneo durante el primer milenio antes de Cristo.

Valor que se acrecienta si recordamos la parquedad de las fuentes literarias al respecto, sobre todo para

la época arcaica. Otros usos las vinculan tanto a ofrendas y ceremonias fúnebres como a recipientes para

enterramientos.

Las ánforas fenicio-púnicas abarcan un periodo cronológico muy amplio y su producción, un marco geográfico

muy extenso, de ahí la problemática de su estudio.

Igualmente el empleo de los conceptos “fenicio” y “púnico”, no dejan de ser imprecisos y ambiguos, por lo que

a veces asistimos a una utilización mixta de ambos (fenicio-púnico) o por el contrario asimilamos el concepto

“fenicio” a las producciones del Mediterráneo central y occidental anteriores a la mitad del siglo VI a.C., mientras

que el de “púnico”, se aplica a los materiales fechados por debajo de ese momento cronológico.

Resulta evidente que en los primeros viajes de los fenicios hacia las costas del centro y occidente mediterrá-

neos, se harían acompañar de envases industriales fabricados en los talleres de la zona del Líbano, Palestina

o Chipre. Sin embargo, la arqueología demuestra como a partir de la mitad del siglo VIII a.C., la mayoría de las

ánforas localizadas en las costas norteafricana, italiana o española, responden a producciones locales donde

se deja ver la herencia morfológica de esos envases del área levantina.

En Occidente esa herencia se hace muy patente en los primeros envases fabricados, uno de los cuales el cono-

cido por su forma de “saco” alcanzó gran popularidad y desarrollo. Tanto es así que toda la producción anfórica

posterior, por un lado la de los talleres de los centros fenicios occidentales y, por otro, la de los enclaves

indígenas, deriva de este recipiente caracterizado por sus hombros carenados.

En el Mediterráneo central por el contrario, en los primeros momentos (siglos VIII-VII a.C.), predomina un tipo

ovoide de ánfora, que aunque se aleja de esa herencia morfológica oriental, si puede considerarse como una

evolución o reinterpretación de aquellas.

Ánforas feniCio-púniCas

ángel Muñoz VicenteJunta de Andalucía

consejería de cultura n conjunto Arqueológico de Baelo claudia (tarifa, cádiz)

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146 147Ciudades, puertos y aldeas

Torre Alta, gracias al hallazgo de un variado conjunto de marcas impresas, o en Camposoto (San Fernando)

con numerosos recipientes repletos de vértebras de atunes y otros peces han posibilitado el avance de la

investigación acerca de los orígenes y desarrollo comercial de unas actividades industriales tan importantes

y preciadas en la Antigüedad como eran la elaboración de productos derivados de la pesca y la producción

anfórica de los envases destinados a su transporte. Parece evidente, a raíz de los últimos trabajos publica-

dos que el surgimiento del interés por los productos pesqueros, responde a una reorientación económica

ocurrida en el siglo VI a.C. Su origen, entre otros factores, reside en el colapso del comercio de la plata, que

trae como consecuencia una reestructuración del sistema de organización socioeconómico en el ámbito del

Mediterráneo occidental.

Esto no debe resultarnos ajeno, ya que con anterioridad, hacia finales del siglo VIII a.C., sucedió algo parecido,

cuando entra en crisis el comercio atlántico de armas y objetos de bronce, motivado por la introducción de la

metalurgia del hierro y el inicio de la explotación de la plata. Está documentado arqueológicamente como a

partir del último cuarto del siglo VI a.C. surgen en las costas gaditanas y onubenses los primeros centros de

producción especializados para la salazón del pescado.

Este proceso de reorientación comercial tuvo que garantizar desde sus inicios la obtención de la materia pri-

ma, de manera que la explotación de los recursos del mar adquirirían mayor intensidad, al mismo tiempo que

se abrirían nuevas áreas de explotación, utilizando zonas donde la presencia de la materia prima necesaria

para el funcionamiento de estas industrias (atunes principalmente), superase el periodo de captura restringido

a los meses de junio y julio principalmente, propio del área del Estrecho de Gibraltar.

En este sentido parece lógico pensar, que si los fenicios de Gadir, ya desde finales del siglo VIII a.C. estaban

asentados en Mogador (enclave de la costa atlántica marroquí), no les supondría dificultad mayor alcanzar y

explotar, en estos momentos de cambio, los importantes caladeros de pesca de la costa atlántica africana que

rodean las Canarias. En esta zona, durante los doce meses del año, se dan toda clase de atunes, que llegan a

medir más de dos metros. La presencia de los gaditanos en estas aguas no debe resultarnos tampoco extraña

si tenemos en cuenta además, tanto el famoso viaje de Hannón como las noticias de Posidonio, transmitidas

por Estrabón, cuando narra como Eudoxo de Cyzico, localizó un mascarón de un “hippos” (embarcación ca-

racterística de los fenicios de Gadir) en la costa africana del Indico, que fue identificado por los marinos de

Alejandría como gaditano.

Estos envases evolucionaron a lo largo de los siglos, y lo hicieron de una forma lenta, consecuencia de su

carácter utilitario como contenedores industriales. A lo largo del tiempo se adaptaron tanto a los distintos

contenidos como a la dinámica comercial de cada momento. De esta manera asistimos al nacimiento de

alfarerías especializadas para la fabricación de envases para contener un determinado producto. Este es el

caso, por ejemplo, del complejo alfarero de Camposoto en San Fernando (Cádiz), de finales del siglo VI-primera

mitad del V a.C., o del taller de Torre Alta, también en San Fernando, en funcionamiento desde el último tercio

del siglo III a.C. hasta aproximadamente mediados de la siguiente centuria. Centros en los que aunque la

producción vascular es muy amplia y variada, en el caso de las ánforas, se centran en tipos específicos vincu-

lados al comercio de salazones y salsas de pescado, representados principalmente por las conocidas ánforas

Mañá-Pascual A4.

Las ánforas son por otro lado uno de los pocos testimonios que nos ha legado el pasado de aquel tráfico de

mercancías (vino, aceite, conservas de pescado etc.). La identificación del contenido de los envases fenicio-

púnicos constituye, aún en nuestros días, una de las cuestiones más difíciles de resolver, problema, en gran

parte debido a la escasez de los elementos epigráficos o de estampillas. De hecho es muy escasa o casi nula

la información que poseemos en este sentido de los primeros envases localizados en el Mediterráneo. No

obstante las investigaciones más recientes, efectuadas en los últimos quince años, han deparado importantes

datos que nos están permitiendo conocer algunos de estos aspectos, sobre todo para la producción posterior

al siglo V a.C.

Entre estos trabajos merece especial mención las notables investigaciones llevadas a cabo por el Dr. J. Ramon

Torres en la isla de Ibiza, gracias a las cuales podemos hoy día disponer de una completa clasificación de

ánforas elaboradas en los talleres púnico-ebusitanos, así como conocer las diversas importaciones llegadas

a ese estratégico enclave fenicio-púnico. La publicación en 1995 de su Tesis doctoral nos brinda además el

conocimiento de toda la producción anfórica en el resto del Mediterráneo central y occidental, ofreciéndonos

no sólo una completísima relación de materiales ordenados tipológicamente y agrupados por regiones, sino

además una amplia visión de las circunstancias histórico-económicas y socio-culturales que rodearon la pro-

ducción, comercialización y dispersión de estos envases comerciales.

En el área de Gadir, las investigaciones acerca de los materiales anfóricos de la ciudad de Cádiz y sobre todo

las excavaciones en factorías y alfarerías con la identificación del contenido de los envases, en el caso de

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148 Ciudades, puertos y aldeas 149Ciudades, puertos y aldeas

La moneda fue de gran importancia en la actividad comercial de los pueblos que se dedicaban a ésta, entre los

que destacaron los fenicios. Por ello no es extraño que a finales del siglo V a.C., por influencia griega, acuñaran

monedas para sus transacciones comerciales, y no solo lo hizo Fenicia sino también las colonias de Occidente.

Estas monedas semitas llevaban leyendas y tipos característicos y peculiares. Los enclaves que primero emi-

tieron moneda fueron Tiro, Sidón, Biblos, Marathos y Arados, tratándose al principio de unidades y fracciones

de plata. El bronce fue incorporado en el siglo IV a.C., conviviendo ambos metales en sus emisiones.

Los tipos presentes en las monedas fenicias son naves, hipocampos, escenas del rey, montado en un carro, y

retratos masculinos. Las leyendas están realizadas usando el alfabeto fenicio.

A fines del siglo V a.C. comienzan las primeras emisiones cartaginesas de Sicilia, con monedas muy influidas

por las griegas de la isla (Fig. 1). Estas emisiones se propagarán paulatinamente por el Norte de áfrica, Cerdeña,

la Península Ibérica, Cerdeña y sur de Italia (Marot 1993, 12).

Respecto a las emisiones cartaginesas, los cartagineses acuñaron movidos por la necesidad de financiar las

campañas militares, ya que necesitaban moneda para sufragar los gastos de la guerra y pagar a los soldados

mercenarios (Figs. 2-3). Por ello el auge de sus emisiones coincide con sus mayores empresas bélicas, y con-

secuentemente sus cecas no estaban fijas en un sitio, eran provisionales y efímeras, localizadas en lugares

cercanos a donde se desarrollaba la guerra (Marot 1993, 13).

En cuanto a las emisiones fenicio-púnicas, hay que tener en cuenta que las colonias fundadas por los fenicios

en el Mediterráneo occidental fueron importantes centros comerciales y por ello pronto emitieron moneda. Gadir

y Ebusus tienen cierto paralelismo en sus emisiones. Comienzan las acuñaciones alrededor del 300 a.C., con

monedas anepígrafas de bronce. Más adelante ponen una leyenda púnica con el topónimo de la ciudad, y durante

la Segunda Guerra Púnica emiten plata para apoyar al ejército cartaginés. Posteriormente vuelven a acuñar solo

bronce hasta el gobierno de Tiberio en el caso de Gadir y el de Claudio I en el de Ebusus (Alfaro 1994, 59, 64).

numismÁtiCa feniCio-púniCa

María dolores lópez de la ordenJunta de Andalucía n consejería de cultura n Museo de cádiz

La importancia y expansión de estos productos por todo el Mediterráneo, transportados y comercializados en

las ánforas Mañá-Pascual A4, mereció las numerosas citas de los autores grecolatinos, que ponen de manifies-

to un comercio de salazones de amplio radio que incluso generó actividades de contrabando, que nos permiten

intuir que eran productos caros y difíciles de adquirir, pues como escribía Nicóstratos hacia el 380 a.C. “... que

se abandone al placer del filete de pescado de Bizancio y que se introduzca furtivamente hipogastrio de Gadira”.

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x Fig. 4. Moneda de la ceca de Málaka. Bronce. Cabeza de Chusor-Vulcano con tenazas y leyenda neopúnica. Estrella en reverso. Siglo I a.C. Gabinete Numismático de Cataluña, Barcelona (M.E. AUBEt y G. dEl olMo lEtE, Los fenicios en La

penínsuLa ibérica, SABAdEll, 1986).

Cuando comienza la romanización, Gadir la aceptó sin resistirse, y Roma le permitió continuar con algunas

costumbres muy enraizadas, entre ellas las relacionadas con sus monedas, los tipos y leyendas (López de la

Orden 2005, 31).

En las monedas aún se mantenían las leyendas escritas con el alfabeto fenicio, aunque con signos púnicos

evolucionados. Esta etapa de buenas relaciones con los romanos representa el período de mayor acuñación de

Gades, con los mismos tipos, aunque de estilo más cuidado, y la cabeza de Melqart más proporcionada y de

rasgos más suaves, aunque el estilo baja en calidad a mitad del siglo II a.C. Estas acuñaciones acaban entre

los años 49 y 19 a.C., cuando Gades adquiere la categoría de municipio.

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Otras colonias que acuñan moneda son Seks (Almuñécar, Granada), Abdera (Adra, Almería) y Málaka (Málaga) en

la costa, y Olontigi (Aznalcazar, Sevilla) e Ituci (Tejada la Nueva, Huelva) en el interior (Alfaro 1994, 57) (Fig. 4).

Sus emisiones son de bronce con leyenda púnica y comienzan a finales del siglo III a.C.

En el Norte de Africa Lixus, Tingis y Tamuda, entre otras, emiten monedas de bronce, y tras la caída de Cartago

y el dominio romano lo siguen haciendo pero manteniendo unos tipos y leyendas propios, usando un alfabeto

neo-púnico (Marot 1993, 15).

Este tipo de escritura llamada neo-púnica, que es una degeneración de la púnica, es también usada en la

Península en la segunda mitad del siglo II a.C. y primera mitad del siglo I a.C. Estas emisiones han sido

llamadas libio-fenicias, desde que Zóbel les dió esta denominación en 1863. Se trata de monedas de bronce,

con tipos variados y de tosca factura. Están fabricadas en cecas del sur, como Asido, Bailo, Iptuci, Arsa, Oba,

Lascuta y Turiregina (Alfaro 1994, 58).

Esta ocasión no nos permite extendernos en las diversas cecas púnicas, por lo que solamente veremos de

forma somera las de Gadir, por su relación con esta exposición.

Gadir inició sus acuñaciones a comienzos del siglo III a.C., emitiendo monedas anepígrafas de bronce. Más

tarde incorporó la leyenda con el topónimo de la colonia en escritura púnica. Estas primeras emisiones se

produjeron en un momento económicamente floreciente de la ciudad, gracias al comercio del estaño y la

industria del pescado y las salazones. Circulaban solo por la ciudad, en transacciones locales, y en localidades

próximas. En el anverso se representa la cabeza de Melqart y en el reverso se alude a la realidad económica,

dos atunes paralelos entre sí. Algunas no tienen leyenda y otras las letras del alfabeto fenicio beth, lamed,

mem, peh y resh, aludiendo a Gadir (López de la Orden 2005, 30-31).

Con motivo de la Segunda Guerra Púnica (218-202 a.C.) Gadir se plantea la necesidad de emitir monedas con

mayor valor adquisitivo, y apoya a los cartagineses acuñando monedas de plata, sin dejar de acuñar las de

cobre. Las primeras tienen un gran valor artístico, de cuidada acuñación y repiten los mismos tipos y leyendas.

Entre las de cobre aparece un tipo nuevo, la cabeza de Melqart de frente y posteriormente de perfil con la clava

delante.

x Fig. 1. Tetradracma cartaginesa, de ceca siciliana. Plata, Cabeza de Heracles-Melqart y cabeza de caballo con palmera y leyenda. Siglo IV a.C. Staatliche Museum, Berlín (cAt. Exp.

HannibaL ad portas. MacHt und reicHtuM KartHagos, StUttGArt,

2004).

x Fig. 2. Moneda de Cartago. Electro. Cabeza de Koré y caballo con uraeus. 255-241 a.C. Museo del Bardo, Túnez (fotoGrAfíA:

S. MoScAtI, Los fenicios, BArcEloNA, 1988).

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152 Ciudades, puertos y aldeas

28. capitel protoeólico fenicio. cádiz

29. Elementos indeterminados de marfil y hueso. Huelva

30. ánfora fenicia t.10.1.1.1. doña Blanca

31. plato de engobe rojo. doña Blanca

32. cuchillo de hierro con mango de hueso. doña Blanca

33. placa de arcilla cocida con reticulado inciso. doña Blanca

34. Ancla fenicia. ría de Huelva

35. yunque o tas de orfebre. Huelva

36. colgante en hueso pulimentado. Huelva

37. tobera. San Bartolomé de Almonte

38. fragmento de copa-escifo eubeo. Huelva

39. fragmento de dinos ático de figuras negras. Huelva

40. Aríbalo corintio. Huelva

41. cerámicas de la Grecia del Este. Huelva

42. fragmento de olpe ático atribuido a clitias. Huelva

43. fragmentos de copa ática tipo Gordion y de copa laconia. Huelva

44. plato etrusco-corintio. Huelva

45. copa samia y fragmento de vaso ático de figuras negras. Huelva

46. fragmento de copa de Siana. Huelva

47. copa masaliota. Huelva

48. olla a mano. Huelva

49. cerámicas a mano y a torno. El castañuelo, Aracena, Huelva

50. Materiales de tejada la Vieja, Escacena del campo, Huelva

51. plato de pescado ático. cabezo de San pedro. Huelva

52. copa ática de figuras rojas. Huelva

53. ánfora cartaginesa t.3.2.1.2 (Merlin-drappier 3). doña Blanca

54. tesorillo de 56 monedas cartaginesas. doña Blanca

55. Monedas de la ceca de Gadir. Siglo III a.c.

56. Monedas de la ceca de Gadir. Siglo II a.c.

153Ciudades, puertos y aldeas

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154 Ciudades, puertos y aldeas 155Ciudades, puertos y aldeas

Nº 28. Capitel protoeólico fenicio

Museo de cádiz. Nº. inv. cE 7123 n Entorno del castillo de San Sebastián, playa de la caleta, cádiz. Hallado

en 1958 (pemán, 1959: 59; cfr. ramírez, 1982: 112) n finales del siglo VIII a.c.–siglo VII a.c. n Alt. Máx. 28

cm. diám. base 18,5 cm. Anch. máx. 35,5 cm. n caliza blanca.

Capitel monolítico tallado en sus cuatro caras. La base, de sección circular y conservada parcialmente, se uniría directamente con el fuste, que sería de sección análoga. Consta de una moldura anular –el collarino– del que parten cuatro volutas espirales, dispuestas en diagonal, ocupando cada una un ángulo del volumen del capitel, siendo visibles de este modo dos por cada cara. El estado de conservación del capitel, seriamente castigado por la erosión, mantiene únicamente una de las caras com-pleta. En los espacios inferiores entre volutas, se cincelan líneas que dibujan tres molduras de poco volumen, dis-puestas en triángulos concéntricos. En los espacios libres superiores se inciden una serie de líneas en abanico, convergentes respecto al punto central de cada cara, representaciones estilizadas de una palmeta de cinco hojas. La parte superior del capitel sobre la que des-cansan es abombada, de superficie convexa levemente apuntada. En la cúspide de este coronamiento se aprecia una ligera incisión circular, muy desgastada. Se aprecian, así mismo, restos de lo que podría ser pintura roja, aspecto aún sin confirmar.

La denominación de proto-eólico que designa este capitel hace referencia al orden documentado en la Eólide, aun-que no implica una relación directa con aquél, más allá de la analogía formal (Mezzolani 2005; cfr. Betancourt 1977). Este ejemplar no tiene parangón directo en el Mediterráneo. Los prototipos de capiteles de estas carac-terísticas los encontramos en los capiteles florales egip-cios, aunque sus referentes iconográficos más próximos se sitúan en las áreas sirio-palestina y chipriota (Ciasca 1962: 15-18; Pemán 1959: 60-65). A juzgar por diversos testimonios iconográficos –como el modelo de terracota de Idalion, Chipre, entre otros (Pemán 1959: 67)– y tex-tuales (II Crónicas 3, 17) este tipo de capiteles coronaban las columnas exentas que flanqueaban la puerta de deter-minados edificios sagrados, santuarios posiblemente. Este uso sagrado de columnas de carácter decorativo, flan-

queando los accesos a edificios o construcciones rituales perdura en época púnica, como parece vislumbrarse en su arquitectura funeraria (cfr. Prados Martínez 2008: 215-217; Mezzolani 2005). Este capitel debió responder a esta finalidad decorativa, pues la forma en que se culmina el ábaco, en casquete semiesférico apuntado, descarta la idea de que cumpliese una función tectónica de enverga-dura. No obstante, se ha barajado la posibilidad de que sirviera para sostener algún tipo de cubierta ligera (como se aprecia en el citado modelo chipriota) (Pemán 1959: 58), lo que explicaría la leve incisión circular que parece apreciarse en la cúspide del coronamiento del capitel. La relación con elementos arquitectónicos cultuales sirve de base para suponer la existencia de algún edificio de estas características en el entorno de la playa de La Caleta, donde fue hallado el capitel.

Pemán, C. (1959); Blanco Freijeiro (1960)

J.I.V.S.

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156 Ciudades, puertos y aldeas 157Ciudades, puertos y aldeas

A B

Sobre los restos documentados en el contexto subfreático de Huelva, con las dos piezas comentadas, González de Canales et al. (2004: 137-176 y láms. XXXVI-XLIII y LXII-LXXII). Sobre su relación con la estabilidad del emporio, ya que prueban la permanente estancia de artesanos y comerciantes, Belén (2007: 163). Sobre la propuesta de identificación con Tarsis, González de Canales et al. (2008 b). Sobre la tablilla de escritura de Ulu Burun, Bass et al. (1989: 10, fig. 19). Sobre los marfiles de la necrópolis de La Joya, Garrido (1970: 70-71 y lám. XLI) y Garrido y Orta (1978: 26-28, 43-45, 91, 106-110, 143, fig. 60 y láms.

LXIV y LXXI). Sobre la relación entre los marfiles de Samos y los del Bajo Guadalquivir, Freyer-Schauenburg (1966), Aubet (1979: 55-59) y Tiverios (1998: 66 y 68). Sobre los centros relacionados con el comercio de marfil y las escuelas orientales de eboraria, Barnett (1982: 15 y 46-47). Sobre el grifo inciso de San Pedro, Blázquez et al. (1979: 171-2, fig. 66 y lám. Ia) y ficha nº 69 de este Catálogo.

l.S.p., f.G.c.c. y J.l.G.

A) A/dJ 10334. long. 4 cm. Anch. máx. 1,6 cm. n

Hueso.Pieza cilíndrica-bitroncónica con una perforación longi-tudinal en cada extremo que no la atraviesa y dos perfo-raciones transversales que sí la atraviesan. Esta pieza fue considerada de marfil, pero en una posterior observación, cuando los cambios ocasionados por el medio disminu-yeron, pudo apreciarse una estructura interna ósea es-ponjosa.

B) A/dJ 10335. long. 5,05 cm. Anch. 1,55 cm. n

Marfil.Pieza cilíndrica de marfil con una perforación a lo largo de su eje longitudinal, en el que aloja un vástago también de marfil.

Estas piezas, de difícil adscripción funcional, fueron re-cuperadas junto a otros vestigios que evidenciaban acti-vidades metalúrgicas de plata, cobre, bronce e hierro, de eboraria, carpintería, quizás de glíptica, agropecuarias, pesqueras y una posible industria de púrpura. Si la primera pieza (A/DJ 10334) responde a un instrumento musical, lo que no es seguro, podría relacionarse con prácticas lúdico-festivas vinculadas al banquete o, acaso, mágico-religiosas, ambas bien atestiguadas en Huelva. Otras op-ciones a considerar serían una pieza de taracea o de un telar. Sobre la pieza de marfil (A/DJ 10335) se apreció la similitud con algunos aplicadores de cosméticos y sus estuches. Aunque esta hipotética función no pierde vi-gencia, presenta también semejanzas con las bisagras de algunas tablillas de escritura como las del pecio de Uluburun (Turquía). Esta asignación no resultaría extraña pues entre los materiales del mismo contexto figura una tablilla de madera que bien podría ser de escritura y al-gunos punzones adecuados para escribir. Los numerosos objetos y restos de talla de marfil documentados informan que, más allá de lo que Barnett contempla como un centro secundario, un lugar donde no existiendo elefantes podía

ser abastecido fácilmente de marfil para ser reexpedido, preferentemente por mar, en Huelva se habían establecido y ejercido su actividad especialistas en eboraria, lo que adquiere un notable significado por las dificultades de la localización de estos talleres. El taller sirio de Hama ha sido identificado, como el de Huelva, por los restos de desbaste y la presencia de piezas inacabadas. De haber continuado la actividad de este taller, quizás habría que considerarlo no sólo en relación con los objetos de marfil de la necrópolis de La Joya, sino también con los ofren-dados por Coleo en el Hereo de Samos, equiparados a los del Bajo Guadalquivir. Esta sugerencia encuentra algún apoyo en el hallazgo en el Cabezo de San Pedro de un cuenco gris de producción local decorado con un grifo es-grafiado que, por su actitud y esquematismo general, fue equiparado a los motivos de los marfiles de Bencarrón.

dibujo: f. González de canales, l. Serrano pichardo y J. llompart Gómez.

Nº 29. Elementos indeterminados de marfil y hueso

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 10334 y 10335 n calle Méndez Núñez 7–13 / plaza de las Monjas 12,

Huelva n Segunda mitad del siglo x a.c.–circa 770 a.c. por cronología cerámica tradicional del contexto.

Siglos x–Ix a.c. por datación radiocarbónica.

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158 Ciudades, puertos y aldeas 159Ciudades, puertos y aldeas

ánfora con borde alto exvasado con la cara interior con-vexa. Espalda hemiesférica alta con carena de donde parten dos asas ligeramente acodadas de sección re-dondeada. Cuerpo ovoide con diámetro máximo en la parte baja del tercio central. Fondo ojival redondeado.Fragmentada, pero casi completa y restaurada.

Este tipo anfórico es la primera forma de recipientes ela-borados en los talleres fenicios del área del Estrecho de Gibraltar desde aproximadamente la segunda mitad del siglo VIII a.C. La evolución de este tipo, el 10.1.2.1., viene a representar la popularización de la forma y diversifi-cación de talleres en el ámbito del extremo occidental. Desde finales del siglo VII a.C. encontramos produccio-nes en ámbitos indígenas bajo influencia fenicia, como el caso del yacimiento de Pinos Puente (Granada).

El ánfora de Doña Blanca corresponde a los niveles de fundación del poblado fenicio. En estos momentos este enclave alcanzó un amplia extensión, en torno a 5 ha., por lo que tenemos que considerar que nos encontramos no ante un establecimiento del tipo factoría como los de las costas malagueña y granadina, sino ante una verdadera ciudad fortificada que constituiría un centro comercial estratégico en la Bahía de Cádiz receptor de mercancías procedentes del Mediterráneo y de redistribución por las rutas terrestres de la Campiña hacia el interior y otras zonas costeras del Atlántico. La excavación en estos mo-mentos de estructuras urbanas fenicias arcaicas en la ciudad de Cádiz atestiguan un posible carácter dual de la fundación de Gadir, en la isla (Cádiz) y en el continente (Doña Blanca), siguiendo el patrón de asentamiento de la propia metrópolis tiria.

El área de dispersión de estas ánforas abarca el sur penin-sular desde Huelva a Almería, el Levante, parte de la costa catalana, la fachada atlántica marroquí, la costa sur por-tuguesa hasta el estuario del Tajo y algunos puntos del

Mediterráneo Central. Su presencia en la ciudad de Cádiz ha estado ligada hasta hace pocos años principalmente a depósitos arqueológicos de necrópolis (Avda. Ana de Viya, Plaza de Asdrúbal, Avda. de Andalucía, Playa Santa María del Mar), aunque se conocían algunos fragmentos de áreas próximas a la zona portuaria (calle Paraguay) o de funcionalidad no funeraria, como por ejemplo de las dependencias de una pequeña factoría de la calle Concepción Arenal. Las excavaciones que desde el año 2002 se han realizado en las calles Cánovas del Castillo y Ancha y sobre todo las actualmente en curso de la calle San Miguel, están permitiendo conocer numerosos ejem-plares de estas primeras producciones fenicias.

Sobre esta pieza, véase Ruiz y Pérez (1995: 57, 58, fig. 19 nº 2, lám 5.b). Sobre su área de producción y dispersión, Ramon (1995: 229-230, fig. 195, mapa 108).

A.M.V.

Nº 30. ánfora fenicia T. 10.1.1.1.

Museo de cádiz. Nº. inv. dJ 20998 n doña Blanca (El puerto de Santa María, cádiz) n Segunda mitad siglo

VIII a.c. n Alt. máx. 76 cm. diám. máx. 28 cm. diám. boca 10,4 cms n Arcilla color marrón claro (Munsell 10

yr 7/3; cailleux: M 75) n conservación: fragmentada, pero casi completa. restaurada.

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160 Ciudades, puertos y aldeas 161Ciudades, puertos y aldeas

Recipiente abierto, bajo y ancho, con cuerpo en forma de segmento de esfera, borde muy ancho, horizontal, en ala, ligeramente caído en su extremo, diferenciado respecto a la pared interior y exterior del vaso mediante sendas carenas altas, más acusada la primera y suave la segunda. La pared del cuerpo traza una suave curvatura. La base presenta pie apenas apuntado y fondo convexo. Las su-perficies interior y exterior –hasta la mitad– del plato están recubiertas de un espeso engobe rojo, posterior-mente bruñido. Reintegrado en buena parte.

Las cerámicas recubiertas de engobe rojo, más o menos bruñidas y de calidades diversas, constituyen la vajilla de lujo fenicia. Los platos son una de las formas más usuales, presentes en todos los yacimientos fenicios peninsulares, tanto en contextos domésticos como funerarios. El es-tudio sistemático que llevara a cabo H. Schubart (1976) sentó las bases para establecer un criterio de datación que aún hoy sigue vigente en líneas generales. A partir de la relación entre la anchura del borde y el diámetro del plato, definió un coeficiente que le permitió establecer una seriación de estas producciones en las colonias feni-cias del sur peninsular. Así, cuanto más estrecho fuese el borde y mayor el coeficiente, los platos eran más antiguos. A medida que la relación se invertía, la cronología de los recipientes era más reciente. El plato que nos ocupa se encuadraría en el horizonte de Toscanos IV, fechándose entre finales del siglo VIII a.C. y finales del VII a.C.

Ruiz Mata, D. y C. J. Pérez Pérez (1995); Alonso de la Sierra Fer-nández, García Alfonso, López de la Orden, Muñoz Vicente y Per-digones Moreno (2003); Cádiz (2008: 34-35)

J.I.V.S.

Nº 31. Plato de engobe rojo

Museo de cádiz. Nº. inv. dJ 20938 n doña Blanca (El puerto de Santa María, cádiz). Excavación Arqueológica,

1987 n finales del siglo VIII a.c. n diám. 29,7 cm. Anch. borde 4,2 cm. n Arcilla beige, compacta. Engobe

rojo espeso.

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162 Ciudades, puertos y aldeas 163Ciudades, puertos y aldeas

Cuchillo con hoja de hierro, posiblemente curva, de un filo, con empuñadura confeccionada en hueso, de una sola pieza. El extremo proximal de la hoja se engasta en el interior del mango, que presenta en sus lados menores sendas ranuras abiertas para alojar los cantos de la hoja, mejorando el anclaje de la misma. éste se completa con tres remaches de hierro por cada lado. Aunque el mango sólo conserva la mitad de su parte ósea, los restos adhe-ridos de hueso al metal y el negativo que forma la con-creción de la corrosión del hierro, permiten completar la longitud total de la empuñadura. Falta la mitad del mango de hueso y gran parte de la hoja.

Este tipo de cuchillos es relativamente frecuente en el Mediterráneo occidental desde la segunda mitad del si-glo VIII a.C. hasta el VI a.C., aunque no faltan ejemplares posteriores en distintas áreas peninsulares. Los datos a los que hemos tenido acceso no permiten delimitar con precisión una propuesta cronológica. Las dataciones ge-nerales planteadas para estos útiles y la presencia de un ejemplar análogo en la vecina necrópolis de Las Cumbres –túmulo 1–, sugieren, no sin prudencia, proponer una datación entre finales del VIII a.C. y el siglo VII a.C. Su origen se asocia a los fenicios y a la introducción de nuevas costumbres, sobre todo en el ámbito funerario, donde se relacionan con la práctica de banquetes en ho-nor del difunto y de rituales sacrificiales. Los encontra-mos también en contextos de hábitat, como es el caso del ejemplar que nos ocupa. Por ello cabe pensar que estos instrumentos tenían un uso personal más allá del funerario, vinculado al hecho de que su posesión tenía connotaciones de prestigio, por ser el hierro metal de uso limitado en estas fechas.

Inédito. Sobre la zona de aparición de la pieza, véase Ruiz Mata y Pérez (1995: 41). Sobre estas piezas en general, ver Quesa-da Sanz (1997: 167-168), Mancebo Dávalos (2000), Lorrio (2008: 569-571). Sobre ejemplar análogo en la necrópolis de Las Cum-bres, Ruiz Mata y Pérez Pérez (1989: 291).

J.I.V.S.

Nº 32. Cuchillo de hierro con mango de hueso

Museo de cádiz. Nº. inv. dJ 28151 n doña Blanca (El puerto de Santa María, cádiz). Zona sureste, área c.1,

campaña de 1983. En esta zona se documentaron estructuras de los siglos V–III a.c., aunque diversos cortes

ofrecieron una secuencia de los siglos VIII–VI a.c. n Siglos VII–VI a.c. n long. conservada 9,5 cm. Anch.

máx. del mango: 1,8 cm. Anch. estimada de hoja 1,4 cm. n Hierro y hueso.

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164 Ciudades, puertos y aldeas 165Ciudades, puertos y aldeas

Pastilla ovalada de arcilla cocida, de perfil plano convexo y que en su cara plana presenta un reticulado trazado con profundas incisiones.

La aproximación a la funcionalidad y sentido de esta pieza es, desde el principio, una tarea difícil. Los datos contextuales de los que disponemos hasta el momento sólo permiten situarla en un entorno considerado de há-bitat. Por otro lado, la comparación de este objeto con otros similares en un área geográfica y cronológicamente cercana apenas ayuda. Hasta el momento, sólo hemos hallado piezas semejantes a ésta en Los Alcores, asocia-dos a contextos funerarios (Bonsor 1899: 109, 111) y en El Carambolo, tanto en el poblado bajo (Carriazo 1973: 290, 573; fig. 209, 429) como en el fondo de cabaña (Ib.: 215, 228; fig. 153), en estructuras de habitación.

El único elemento en común entre todos ellos, además de la morfología, es la fecha en la que se datan: en torno al siglo VIII a.C. Carriazo consideró estas piezas de tradición calcolítica, aunque con bases poco sólidas (cfr. Carriazo 1973: 554, 672). El motivo en retícula “sandaliforme” del interior de una vasija de la necrópolis del Bronce de Los Algarbes (Tarifa, Cádiz) (Posac 1975) se esgrimió como ar-gumento de apoyo –aunque muy débil– a esta hipótesis y en relación a placas de arcilla incisas de otra naturaleza (cfr. Sáez Uribarri 2006: 260; Fernández Gómez, Chasco y Oliva 1979: 59-60).

A falta de estudios más detallados y de análisis futuros más completos de la información contextual, nos queda aventurar posibles usos y funciones para este peculiar objeto. Podríamos pensar en un mero ejercicio de alfarero, o en la plasmación de algún sistema codificado de nota-ción (cfr. Sáez Uribarri 2006) o en un elemento decorativo o de representación iconográfica o incluso un objeto lú-dico. Sin embargo, nada permite hasta ahora respaldar estas hipotéticas interpretaciones. Podría haber servido

como matriz o sello para la aplicación de decoraciones pintadas sobre textiles, paredes o cerámicas, similar a las llamadas “pintaderas” canarias. No obstante, la ausencia de restos de pigmentos y las características del dibujo –poco nítido y alejado de los motivos reticulados apare-cidos en vasos cerámicos (pintados o bruñidos)– tampoco apoyan esta sugerencia.

Si pensamos en el objeto como medio para otro uso, sería interesante observar la superficie potencialmente abra-siva que crearía el reticulado. Si se creó para ser frotado contra determinados elementos, éstos serían más bien blandos, pues ni se aprecian huellas de desgaste (¿o qui-zás nunca se usó?) ni, en caso contrario, tendría una vida de uso muy breve frente a un deterioro muy acelerado. Su tamaño y ergonomía hacen que la pieza se adapte per-fectamente a la palma de la mano, lo que permite ade-más sujetar el objeto y aplicarlo sobre otros, en su caso, para provocar una fricción determinada y de fácil con-trol. Podríamos pensar en usos domésticos, artesanales o incluso culinarios, que no desentonaría con el contexto general del hallazgo. La fricción repetida del objeto aso-ciada a una presión calculada podría haber servido para extraer jugos de determinados frutos o condimentos ali-menticios, desmenuzado sustancias de textura arenosa y no muy consistente.

Estas ideas sugeridas no son más que conjeturas. Quizás la investigación futura arroje alguna luz sobre qué era y para qué servía este peculiar y enigmático objeto.

Inédita. Sobre el contexto, ver Ruiz Mata y Pérez (1995: 62-63).

J.I.V.S.

Nº 33. Placa de arcilla cocida con reticulado inciso

Museo de cádiz. Nº. inv. dJ 28123 n doña Blanca (El puerto de Santa María, cádiz). procede del extremo

sureste del poblado, el área conocida inicialmente como “barrio fenicio”. Apareció durante la campaña

de 1987 en una de las zanjas –ESp.01.1– practicadas en las estructuras de habitación de este área, de la

segunda mitad del siglo VIII a.c. y los estratos que las colmataban, depositados entre finales del VIII y el VII

a.c. los niveles en los que apareció esta pieza (KA y dt) se situaban sobre las unidades de habitación del

siglo VIII a.c. (H. II y HE. III) n Segunda mitad del siglo VIII a.c. n 12,5 por 7,5 cm.

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166 Ciudades, puertos y aldeas 167Ciudades, puertos y aldeas

Nº 34. Ancla fenicia

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 6999 n Hallazgo casual subacuático. ría de Huelva. Entregada al Museo por

d. Alberto casas Vázquez, práctico del puerto de Huelva, en 1999 n Siglo Ix–VII a.c. n long. 57 cm. Anch.

36 cm. Gr. 0,17 cm. n piedra arenisca.

La pieza está labrada en un bloque único. Tiene forma ovalada y presenta desgaste. En su parte superior tiene un orificio ex-profeso para el cabo.

Desde las primeras naves de cierto porte, las anclas se convirtieron en un utensilio imprescindible para las ope-raciones de fondeo. Desde la Edad de Bronce conocemos anclas de tipología similar a ésta de la Ría de Huelva en todo el Mediterráneo oriental, propias de la tradición cananea y egea, como las aparecidas en los pecios de Uluburun (h. 1300 a.C.), Cabo Gelidonia y Akra Iria (h. 1200 a.C.). La forma habitual de estas anclas era una losa plana que adoptaba un perfil trapezoidal, en ocasiones de una longitud de casi un metro, con una agujero en su par-te superior que hacía las veces de arganeo. Los fenicios, herederos de los prósperos reinos marítimos del Bronce cananeo, continuaron utilizando este tipo de anclas, cuanto menos, hasta el siglo VII a.C., como confirma su aparición en el pecio de Bajo de la Campana, frente a la costa del mar Menor. En esa época ya comenzaban a ser sustituidas por las de brazo y cepo fabricadas con madera y plomo, siendo la más antigua conocida de este tipo la aparecida en el pecio Mazarrón 2. No obstante, las anclas de piedra debieron perdurar todavía durante un tiempo.

Las anclas de bloque único de piedra solo eran apropiadas para los fondos rocosos, al quedarse trabadas entre blo-ques, mientras que en los fondeaderos de arena garrea-ban con facilidad. Para evitar esto, en ocasiones, además del orificio para el cabo de fondeo, disponían de dos más donde se encajaban travesaños de madera, que a manera de uñas, araban el lecho marino, fijando la embarcación. Este problema fue solucionado con las posteriores an-clas de brazos y cepo, cuyo origen fenicio o griego queda abierto. Las naves llevaban varias anclas a proa y popa. En la reconstrucción que se ha ofrecido del barco de Akra Iria encontramos cuatro, mientras que en el pecio de Uluburun han aparecido una veintena. Seguramente, en

este caso algunas de las anclas servían también como lastre de la embarcación.

La aparición de anclas aisladas no indica necesariamente la existencia de un pecio cercano, ya que era muy fre-cuente que se perdieran bien a causa de los temporales o en una maniobra de fondeo mal realizada; una vez perdi-da el ancla, su recuperación era generalmente imposible. En este sentido, tenemos el conocido relato del viaje de San Pedro a Roma y el temporal que le sorprendió nave-gando en aguas entre el sur de Creta y Malta (Act. 27, 9-40). Igualmente, para una época más cercana a esta pieza de la Ría de Huelva, tenemos el pecio de Cala Sant Vicenç (Mallorca) del que no ha aparecido ninguna de sus anclas, posiblemente a causa de la rotura de los cabos de fondeo por la fuerza del temporal que acabo por estrellar la nave contra los escollos. De ahí que el ancla fuese considerada como una suerte de talismán para prevenir naufragios y en ocasiones se entregase como exvoto en los santuarios, tal y como vemos en las Argonáuticas de Apolodoro de Rodas (I, 954-960), haciendo incluso refe-rencia expresa a un ancla de piedra.

Inédita. Sobre las anclas de piedra puede verse Tusa (1972) y Guerrero Ayuso (1998: 81-82). Para el ancla del pecio Mazarrón 2, consular Negueruela et alii (2001-02: 478)

E.G.A.

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168 Ciudades, puertos y aldeas 169Ciudades, puertos y aldeas

Pieza completa, con gruesa capa de oxidación. yunque de estrías con mesa de trabajo rectangular y vástago infe-rior de sección rectangular, para sujetar a una base de madera. La mesa se estructura en superficies de trabajo diferenciadas: en la zona de la izquierda cuatro ranuras de distinto grosor para trabajar hilos o láminas; en la zona de la derecha tres depresiones circulares para estampar láminas con un motivo triangular, y en el extremo otra ranura para hilo más grueso.

Los yunques de estrías son herramientas multiuso para la deformación plástica de pequeños elementos metálicos, como láminas o hilos de oro, plata y cobre. En Europa se conocen algunos ejemplares fechados a finales de la Edad del Bronce, como el procedente del depósito de Génelard (Saône-et-Loire, Francia) que contenía uno de los conjun-tos de herramientas más completos para el trabajo fino del metal. Estas primeras herramientas son pesados blo-ques prismáticos de bronce con las caras pequeñas traba-jadas con ranuras de diferente forma y grosor, actuando las caras grandes como superficie de martillado. En la Península ibérica conocemos un yunque de estrías del Bronce final procedente del castro de la Mazada (Zamora), que presenta una mesa rectangular estriada y un bigornio lateral (espigo cónico) para trabajar formas curvas o ce-rradas. El ejemplar de Huelva pertenece a un tipo algo diferente, que se acerca más a los diseños actuales por el mayor desarrollo del vástago inferior de anclaje, para insertar en un bloque de madera.

El contexto del hallazgo, según sus excavadores, es un espacio sacro o santuario situado en el entorno del anti-guo puerto del que se sacaron a la luz varias habitaciones y un número considerable de hallazgos, entre ofrendas y restos de actividad metalúrgica, con tres fases de ocu-pación entre el siglo VIII y el VI a.C. La existencia de talleres en los santuarios, y en particular un taller de or-febre, no debe extrañarnos puesto que en estos entornos

se centralizaban actividades artesanales y mercantiles controladas por un poder que la propia divinidad sancio-naba.

El contexto arqueológico del hallazgo fue publicado por Osuna, Bedia y Domínguez (2001). Un estudio de conjunto sobre herra-mientas para la deformación plástica en la Península ibérica que recoge todos los yunques de la Edad del Bronce conocidos hasta la fecha, se puede encontrar en Armbruster y otros (2003). So-bre el depósito de Génelard se puede consultar Thevenot (1998). Finalmente, otras herramientas multiuso y yunques de estrías de época posterior en Grau, Olmos y Perea (2008) y Perea y Arm-bruster (2009).

A.p.c.

Nº 35. yunque o tas de orfebre

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7108 n Excavaciones de la calle Méndez Núñez nº. 7–13, Huelva. 1998.

Siglo VI a.c. n long. 7,3 cm. Alt. 4,0 cm. n Bronce.

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170 Ciudades, puertos y aldeas 171Ciudades, puertos y aldeas

Pieza realizada a mano con arcilla de color anaranjada y desgrasantes medios y gruesos. Se trata de un objeto alargado, en puridad es un tubo, que permite insuflar el aire necesario para mantener la temperatura en un horno metalúrgico para la obtención de metales, fundamental-mente plata. Su sección es circular y la superficie exterior, aunque está alisada, tiene un aspecto tosco; el canal in-terior está ennegrecido por la acción del fuego.

La riqueza de la zona minera de la provincia de Huelva era conocida desde antiguo, pero fue en el periodo tarte-sio cuando se produce la explotación de la zona de forma masiva para la obtención de metales, fundamentalmente plata. Aunque aún sean desconocidos muchos aspectos

referidos a estas explotaciones, la tobera es uno de los elementos esenciales que permiten afirmar que se están llevando a cabo procesos metalúrgicos en los yacimientos donde se encuentra. Para ello se utilizaban hornos en los que era necesario alcanzar altas temperaturas, en torno a los 1000 grados centígrados para llegar a fundir el mi-neral, para lo cual se insuflaba el aire mediante un fuelle que se conectaba a la tobera.

Fernández Jurado y Ruiz Mata (1986: 23-44). Fernández Jurado (1986 a; 1990: 177-214; 1995: 53-78; 1993: 131-166).

J.f.J.

Nº 37. Tobera

Museo de Huelva. Nº. inv. A/cE 6078/5 n Excavaciones de San Bartolomé de Almonte (Huelva) realizadas

entre 1979 y 1983 y dirigidas por los dres. d. ruiz Mata y J. fernández Jurado n 800 a.c.–600 a.c. n long.

15,4 cm. Anch. 8,3 cm. n Arcilla cocida.

Colgante realizado en hueso por pulimento que conserva pátina brillante de color marrón claro. Presenta forma rectangular con los lados más cortos redondeados que le presta apariencia de óvalo más o menos regular. El anverso muestra la superficie combada al exterior y el reverso convexa siguiendo prácticamente el grosor de la anterior, ambas obtenidas a partir de un hueso grande por limado y pulimentado posterior. También se dispuso una perforación, rota en su día, en la zona superior, tal vez para colocar un aro metálico del que no quedan huellas, o directamente un hilo vegetal de sujeción posiblemente al cuello.

Por sus características morfológicas, tanto funcionales como por el material en que se fabricó, corresponde a un simple colgante, dije o relicario, que pudo servir de pieza decorativa, tanto en el período estimado por los excava-dores como en cualquier otro momento de la Protohistoria occidental. Al no presentar cualquier tipo de motivo de-corativo concreto no es posible estimar una vinculación espacio-temporal específica, o relacionarlo con alguna de las tres sociedades que en esos momentos del Período Orientalizante convivieron en el puerto de Huelva.

Tan sólo existe Memoria preceptiva de las excavaciones reali-zadas en ese solar de la Calle Méndez Núñez depositada en la Delegación Provincial de Cultura de Huelva, y un artículo espe-cífico en relación con el santuario local documentado (Osuna, Bedia y Domínguez, 2001).

f.G.t.

Nº 36. Colgante en hueso pulimentado

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7116 n Excavación realizada en calle Méndez Núñez nº 7–13, Huelva. 1998

período orientalizante, cronología estimada entre los años 575 y 565 a.c. n long. 5,3 cm. Anch. 3,5 cm. Gr.

0,3 cm. n Hueso pulido.

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172 Ciudades, puertos y aldeas 173Ciudades, puertos y aldeas

Corresponde esta pieza al fragmento de una copa abierta de pasta amarillenta, decorada en el exterior con una capa de engobe color crema, sobre el que se ha pintado en ma-rrón oscuro, casi negro, un pájaro con el cuerpo rayado, del que no tenemos la cabeza. El ave se encuentra encua-drada en una metopa formada por líneas verticales del mismo color. La zona inferior de la copa está decorada con barniz marrón oscuro diluido, del mismo modo que se ha cubierto todo el interior de la misma.

En base al engobe, al tipo y al color de la pasta se iden-tifica como un escifo procedente de Eubea. Por sus redu-cidas dimensiones no podemos confirmar si se trata de un escifo de una o dos metopas y al no poseer borde se hace más difícil concretar su cronología. Si la decoración se centra en una sola metopa, Coldstream los fecha en el Geométrico Medio II, lo cual se relaciona con otro frag-mento hallado en Huelva en los vacies de obras, perte-neciente a una pyxide ática; sin embargo hay otros ejem-plares en el Mediterráneo, como es en el caso de Kition, donde se fechan con posterioridad en el Geométrico Tardío. En cualquier caso, estamos reduciendo el ámbito cronoló-gico a la segunda mitad del siglo VIII a.C., siendo éste uno de los primeros ejemplos del comercio de prestigio griego de los que tenemos conocimiento en la Península Ibérica. La escasez de materiales griegos asimilables a esa cro-nología nos hace pensar en que no sean producto de re-laciones comerciales directas entre griegos y tartesios, sino que lleguen a las costas peninsulares a través del comercio con los fenicios. En estas fechas sí hay colonias griegas establecidas en el Mediterráneo Central, pero pa-rece que no sobrepasaron este ámbito en su actividad económica directa, aunque sus productos sí podían tener otros intermediarios para su colocación en los puertos occidentales controlados por los fenicios.

Fernández Jurado (1984: 34-36; 1990: 222-223). Cabrera Bonet (1986: 575-576; 1989: 45). Coldstream (1968: 191; 1981: lám. XVI, 7 y 8).

J.f.J.

Nº 38. Fragmento de copa-escifo eubeo

Museo de Huelva. Nº. inv. A/cE 5010 n Excavación en calle puerto, 9. Huelva (1983), con la dirección

de d. Jesús fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma. diputación de Huelva, y las

arqueólogas carmen García Sanz y pilar rufete tomico n 750 a.c.–700 a.c. n Alt. 4,5 cm. Anch. 5,8 cm. Gr.

0,3 cm. n cerámica decorada.

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174 Ciudades, puertos y aldeas 175Ciudades, puertos y aldeas

La pared exterior del fragmento muestra tres frisos super-puestos de tema animalístico. En el superior se aprecian las patas de un ave, posiblemente una sirena. En el centro vemos los cuartos traseros respectivamente de un felino y de un équido, con un ave más pequeña revoloteando. Finalmente, en el friso inferior encontramos una sirena o esfinge, conservada sólo parcialmente. Los motivos, en negro, muestran leves toques rojizos y finas incisiones sobre su superficie para dar volumen. El interior del dinos se presenta cubierto de barniz negro.

El dinos se utiliza para la función de mezclar vino y agua en el ritual griego del simposio. Fue una forma que co-noció un gran éxito en las primeras décadas del siglo VI a.C., para ir desapareciendo posteriormente en favor de la crátera. En esta pieza onubense, la colocación de la pro-cesión de animales en tres frisos superpuestos, el uso de la incisión, la claridad de la línea y su ajuste a las zonas de color nos hacen considerar, a la espera de un estudio más en profundidad, que pudiéramos estar ante una obra salida del taller de Sófilos o de alguno de los pintores de su círculo.

Sófilos es el primer ceramógrafo ático conocido que firma con su nombre, en tres ocasiones como pintor y en una como alfarero. Debió formarse en el taller del Pintor de la Gorgona (600-580 a.C.), por lo que corresponde a la se-gunda generación de pintores áticos de figuras negras. Su estilo se distancia progresivamente de las producciones corintizantes que se seguían realizado coetáneamente en Atenas. Las innovaciones de Sófilos darán paso poco des-pués a la eclosión de los vasos de figuras negras, iniciada por Clitias, algo más joven y con un estilo más avanzado (ver fichas nº. 42 y 43 de este Catálogo).

Los vasos pintados y/o modelados por Sófilos van a cono-cer una expansión importante fuera de Atenas. En esta cir-cunstancia, el maestro continúa la tendencia del Pintor

de la Gorgona y del Grupo de los Comastas, dedicando una parte de su producción al mercado exterior. Además de la propia Atenas y otros lugares próximos, como Maratón, Fársalos y Egina, encontramos piezas atribuibles a Sófilos y su círculo en Kérkyra (Corfú), Náucratis, Veyes y otros enclaves de Etruria, además de la costa siria (Tell Sukas). En este sentido, nos parece especialmente importante para nosotros la presencia de vasos de Sófilos en ciudades de la costa minorasiática, como Esmirna y Focea. En esta última se conocen dos ejemplares.

Aquí pensamos que puede estar la conexión con Huelva. Sintomáticamente, la datación de la pieza coincide con el inicio de la fase II de las importaciones griegas en la ciudad, que señaló P. Cabrera, canalizadas a través del comercio foceo, en torno al 590/580 a.C., etapa en la que aparecen también en Huelva (calle Puerto, 9) piezas de otro taller ático relacionado con Sófilos, concretamente dos fragmentos del círculo del Pintor de la Gorgona, además de productos que continúan la tradición corintizante, como el pintor Ky (vid. ficha 71 de este Catálogo). Por tanto, este elenco de hallazgos serían los primeros testimonios de la gran importancia que Focea dio a sus relaciones con Huelva, aportando objetos de “gran lujo” producidos por los talleres cerámicos más innovadores del mundo griego en aquellos momentos.

Inédito. Sobre Sófilos y su círculo, vid. Bakir (1981), Boardman (1991: 18-19). El inicio del comercio foceo en Huelva, en Cabrera Bonet (1988-89: 48-69).

E.G.A.

Nº 39. Fragmento de dinos ático de figuras negras

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 8613/1 n plaza de las Monjas. Huelva. Intervención preventiva de r. pérez

pujazón en 2006. la pieza apareció en las zanjas para el saneamiento y no se pudo asociar a ninguna

estructura n 580–570 a.c. n En lo conservado mide 11,5 cm. por 8,5 cm. diám. máx. calculado: unos 43 cm.

cerámica. pasta anaranjada y bien depurada, con barnices de calidad y bien conservados.

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176 Ciudades, puertos y aldeas 177Ciudades, puertos y aldeas

Pieza muy completa realizada con arcilla amarillenta po-rosa, que ha perdido casi completamente la decoración quedando prácticamente la huella de la misma, realizada con barniz entre castaño y negro. La boca es plana, en forma de disco, y está decorada con círculos concéntricos realizados con barniz negro poco espeso y mate, tanto en la superficie superior como en el borde exterior de la misma. El cuerpo globular del aríbalo está ocupado con una escena zoomorfa ocupando toda la superficie; re-presentan dos aves confrontadas con las alas replegadas cuyas cabezas se disponen de derecha a izquierda. Sobre la superficie barnizada se han realizado unas finas inci-siones que definen el plumaje de las aves. El espacio en reserva entre las figuras lo decoran con rosetas hechas con el mismo tipo de barniz y de forma muy esquemática mediante incisiones que se entrecruzan formando los pé-talos de la misma, también se disponen puntos sueltos del mismo barniz rellenando los espacios vacíos. El mo-tivo representado está realizado con poco detalle y de forma tosca.

Corresponde esta pieza al periodo denominado Corintio Reciente, ya que aunque el motivo decorativo es similar a otros del Corintio Medio, en este caso la escena repre-sentada no va enmarcada por líneas horizontales como ocurre en los más antiguos. Se trata de una de las es-casas producciones corintias que aparecen en Huelva, entre las que destacan las ánforas de transporte y estos recipientes para perfumes. En el conjunto de las impor-taciones griegas encontradas en Huelva destacan por su escasa calidad, a pesar de tratarse de un elemento de lujo, diferenciándose de otros encontrados en el sur de Francia.

Shefton (1982: 348 y 352). Cabrera Bonet (1990: 56-57). Fernán-dez Jurado, Rufete Tomico y García Sanz (1994: 75). Boardman (1966: 276-279)

c.G.S.

Nº 40. Aríbalo corintio

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 6392/2 n Excavación en calle Méndez Núñez, 5. Huelva (1985), con la

dirección de d. Jesús fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma. diputación de Huelva,

y las arqueólogas carmen García Sanz y pilar rufete tomico n 590–560 a.c. n Alt. 5,6 cm. diám. máx. 6,6

cm. Gr. 0,4 cm. n cerámica decorada.

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178 Ciudades, puertos y aldeas 179Ciudades, puertos y aldeas

lucerna jonia. Nº. inv. A/dJ 6294/4. Alt. 3 cm. diám.

boca 10 cm. n Excavación en el solar nº 5 de la calle

Méndez Núñez de Huelva, realizada en 1985, con

la dirección de d. Jesús fernández Jurado, Jefe del

Servicio de Arqueología de la Excma. diputación

de Huelva, y las arqueólogas carmen García Sanz y

pilar rufete tomico.Lucerna con base plana y perfil carenado. El borde es estrecho, circular, inclinado, por debajo se aprecia el arranque del mechero, incompleto y ennegrecido por la combustión. En el centro tiene una protuberancia cónica con un pequeño hueco sin perforar. La arcilla marfil, algo verdosa, depurada y compacta. Sobre el borde trazos obli-cuos de barniz marrón oscuro diluido.

Jarro samio. Nº. inv. A/dJ 6294/4 n Excavación en el

solar nº 9 de la calle puerto de Huelva, realizada en

1983, con la dirección de d. Jesús fernández Jurado,

Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma.

diputación de Huelva, y las arqueólogas carmen

García Sanz y pilar rufete tomico n Alt. 25 cm.

diám. del pie 10 cm. diám. máx. 20,4 cm.Oinochoe con el cuerpo globular, pie anular, cuello corto y cilíndrico y el borde pequeño y exvasado. En el hombro tiene una pequeña asa geminada. Arcilla muy fina de color rosa oscuro con mucha mica dorada. La superficie está decorada con finas bandas de barniz diluido con to-nalidades del rojizo al castaño claro.

Estas piezas proceden de excavaciones realizadas en el casco antiguo de la ciudad en niveles correspondientes al Tartésico Final II y al estar estratificadas han podido ser ajustadas en su cronología. Estas piezas se encuadran en el conjunto de cerámicas griegas arcaicas que llegaron a Huelva a través del comercio griego desde fines del siglo VII, en el que además de piezas de lujo, la gran

mayoría eran para un uso cotidiano. La mayor parte de estas piezas procedían de la Grecia del Este y en gene-ral son mediocres, de escasa calidad, si las comparamos con los productos procedentes de centros como Corinto o Atenas cuyas piezas llegaron en un número mucho me-nor. El repertorio es muy variado: cuencos, jarritas, olpes, cántaros, lucernas, pero son las copas en sus el producto más comercializado. Entre estos productos sólo los sa-mios o los de Quíos suelen ser de mejor calidad.

Para el estudio de las importaciones de la Calle Méndez Núñez, 5, puede verse Fernández Jurado, Rufete Tomico, y García Sanz (1994). Para el marco crono-estratigráfico de estas producciones en Huelva y su papel en la definición del período Tartésico Final consultar Fernández Jurado (1990). Para el comercio griego ver Cabrera Bonet (1990). Para la difusión de estas cerámicas en el Mediterráneo ver VVAA (1978). Para la clasificación de las lucer-nas y las copas jonias Villard y Vallet (1955).

p.r.t.

Nº 41. Cerámicas de la Grecia del Este

Museo de Huelva n 590–560 a.c.

Page 92: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

180 Ciudades, puertos y aldeas 181Ciudades, puertos y aldeas

Arcilla que presenta las características de la típica pasta ática: color anaranjado, buena cocción, con desgrasantes micáceos muy finos. En la pared exterior presenta un friso de lengüetas bajo el que aparece parte de una figura femenina con las carnaciones en blanco. Lleva la mano derecha levantada y va vestida con un peplo con varias metopas con incisiones y toques de color, que sugieren un bordado. Se conserva solo la parte inferior del rostro. Junto a ella aparece su nombre escrito (Α)ΘΕΝΑΙΑ, por lo que no hay duda de que nos encontramos ante la diosa Atenea. Junto a la mano conservada se observa parte de un objeto, que puede ser una vara o cetro, pero que no pertenece a Atenea, sino a otro personaje que se encon-traba al lado, hoy perdido.

Esta excavación se ubicó en la zona alta de la calle del Puerto, en lo que formaba parte del hoy desmantelado cabezo del Molino de Viento. Desgraciadamente, este fragmento apareció en uno de los pozos que alteraban la estratigrafía del solar. Los autores de la excavación señalan la presencia de almacenes vinculados con el comercio marítimo y algún otro edificio singular. En el solar destaca la abundancia de otras cerámicas fenicias y griegas.

El análisis de esta pieza por R. Olmos y P. Cabrera determi-nó que se trataba de una obra del pintor ateniense Clitias. La atribución a este maestro se evidencia por diversos detalles que encontramos en la célebre Crátera François, hallada en Chiusi y hoy en el Museo Arqueológico de Florencia. Entre éstos citaremos la concepción del ves-tido, del brazo y de la mano, la inscripción que presenta la pieza de Huelva, el uso del blanco en carnaciones o la procesión de personajes que presumiblemente mostraba el vaso. Para los autores citados, este olpe contenía la escena del Juicio de París, siendo Hermes el propietario del cetro o vara que vemos delante de Atenea, que sería entonces un caduceo. Esto explicaría que Atenea fuera

desarmada, sin su lanza ni su casco, ya que éste saldría del espacio delimitado por el friso de lengüetas superior de llevarlo puesto. Así, la diosa mostraría su belleza al improvisado juez.

El tema del Juicio de Paris se vincula al ciclo de las bodas de Tetis y Peleo, argumento central del Vaso François. En este sentido hay que señalar también la presencia del al-farero Ergótimos en el olpe de Huelva, pues ambos artistas trabajan juntos. Así pues, este fragmento amplía nuestro conocimiento sobre dicho taller ático, tanto que ni la forma ni el asunto se habían documentado hasta ahora en él. La llegada a Huelva de productos de los princi-pales artistas áticos la interpretamos como una estra-tegia de los foceos para abrir mercado en el Suroeste peninsular (ver fichas nº. 39 y 43 de este Catálogo). Estas cerámicas fueron apreciadas por las sociedades del Mediterráneo occidental abiertas al comercio marí-timo, aunque su nivel de demanda fue muy dispar según qué zonas. Posiblemente, la principal mercancía de esta corriente comercial fue el vino, siendo los vasos áticos para consumirlo un producto exclusivo sólo al alcance de unos pocos en el Suroeste peninsular, al menos durante el siglo VI a.C.

El estudio monográfico de este fragmento en Olmos y Cabre-ra (1980). También breves referencias en Cabrera Bonet (1986: 579, como ánfora), Olmos (1989: 590) y Sevilla (2000: 230, ficha: Aranegui Gascó), Sobre la excavación de calle Puerto 10 y su problemática, vid. Gómez Toscano y Campos Carrasco (2000: 90 y 210-211).

E.G.A.

Nº 42. Fragmento de olpe ático atribuido a Clitias

Museo de Huelva. Nº. inv. A/cE 7410 n calle puerto, 10. Huelva. Excavaciones de J.p. Garrido roiz en 1980.

Hacia 570 a.c. n Alt. 4,6 cm. Anch. 3,2 cm. n cerámica.

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182 Ciudades, puertos y aldeas 183Ciudades, puertos y aldeas

A

B

A) fragmento de copa Gordion. Nº. inv. A/cE 5014 n

Alt. 2,6 cm. Anch. 3,6 cm. Gr. 0,4 cm. n 570-560 a.c.

n cerámica decorada.Fragmento de galbo de una copa griega perteneciente a la banda circular decorada del fondo de la misma. La pasta es anaranjada y el exterior está completamente cu-bierto de barniz negro brillante y espeso. La decoración está formada por dos finas líneas negras concéntricas se-guidas de una banda en la que se disponen dos series de gotas dispuestas de forma alternada separadas por una línea muy fina de tono dorado. La otra banda decorada está formada por una sucesión de aspas realizadas con barniz negro que tienen puntos en los vértices y están separadas entre sí por líneas de color rojo. Por encima y separada por una fina línea hay otra banda de gotas similar a la ya descrita. Procedente del ática, dada su calidad y técnica depurada pudo ser realizada por el alfa-rero Ergótimos y decorada por Clitias, dado que el motivo de aspas y puntos fue muy usado por este pintor en los peplos de las figuras femeninas.

B) copa laconia n Nº. inv. A/cE 5007 n Alt. 4,4 cm.

Anch. 5,8 cm. Gr. 0,3 cm. diám. máx. 19,5 cm. n

565/560 a.c.Se trata de un fragmento del labio y de la carena de una copa cuya pasta es de color rosado, muy bien depurada y con desgrasantes muy finos. En el exterior la superficie aparece cubierta por un engobe espeso de color marfil, sobre el que se ha dispuesto el motivo decorativo floral realizado con barniz negro metálico. En aquellas zonas donde el barniz se ha desprendido, también lo ha hecho el engobe quedando visible la huella dejada por el mo-tivo decorativo. La decoración está formada por varias líneas de barniz negro seguidas de dos más finas y di-luidas que enmarcan arriba y abajo la franja decorada con hojas lanceoladas de forma simétrica y orientadas de izquierda a derecha. En la carena la disposición del

motivo decorativo es una línea gruesa de barniz espeso negro que enmarca la banda ocupada por capullos muy esquemáticos separados por puntos espesos y realizados con el mismo barniz. El interior se decora con bandas de distinta anchura de barniz negro espeso metálico. Por sus características decorativas parece obra del Pintor de Náucratis.

Ambas piezas pertenecen al conjunto de cerámicas griegas del nivel II de la excavación de Puerto 9 (Huelva) encua-drado en la fase del Tartésico Final II de la periodización establecida por el Dr. Fernández Jurado para el yacimiento tartésico de Huelva (590-560 a.C.). Ambas piezas son re-flejo del afianzamiento de las relaciones comerciales que Tartessos mantuvo con los griegos desde la segunda mi-tad del siglo VII a.C y sobre todo en el VI a.C., como evi-dencia la diversidad de talleres cerámicos que exportaron sus producciones a Huelva, así como la gran calidad de los materiales hallados.

Fernández Jurado (1984: 18-22; 1990: 248-251). Cabrera Bonet (1990: 53-69). Olmos y Cabrera (1980: 5-14). Beazley (1951: 79, nº 1). Stibbe (1972: 55) Robertson (1951: 144).

c.G.S.

Nº 43. Fragmentos de copa ática tipo Gordion y de copa laconia

Museo de Huelva n Excavación en el solar nº 9 de la calle puerto de Huelva, realizada en 1983, con la

dirección de d. Jesús fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma. diputación de Huelva,

y las arqueólogas carmen García Sanz y pilar rufete tomico.

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184 Ciudades, puertos y aldeas 185Ciudades, puertos y aldeas

El labio y el galbo del plato se encuentran separados por una carena suave, sobre la que se emplazan dos pequeñas asas afrontadas. El fondo es plano y con pie anular. Correspondería a la forma 1.b.1 en la clasificación de estos recipientes en Gravisca. El labio se pinta en rojo oscuro, enmarcando un friso circular zoomorfo formado por dos felinos y dos anátidas (¿cisnes?), dispuestos al-ternativamente, junto con motivos florales. El centro del receptáculo lo ocupan cuatro círculos concéntricos. Todo está elaborado con una ejecución muy sumaria, sin ma-tices ni volumen.

Esta pieza se encuadra en la producción del taller del Pintor sin Incisiones (Pittore senza Graffito), activo en Tarquinia hacia 580-570 a.C., cuyos platos son bien co-nocidos en el santuario griego del inmediato puerto de Gravisca. El origen de las cerámicas etrusco-corintias hay que buscarlo en la demanda de productos corintios en el centro de Italia desde los inicios del siglo VII a.C., que llevará aparejada muy pronto la imitación de los mis-mos y la instalación de alfareros y pintores de Corinto en la Etruria meridional. En torno al 580 a.C. la cerámi-ca etrusco-corintia producida en Vulci y Caere conoce una fuerte expansión en toda la costa itálica del Tirreno, Marsella, centros fenicios de Cerdeña, Cartago e incluso Chipre, según algunos autores llevada por barcos etruscos. Entre estas exportaciones se intercalan los productos del Pintor sin Incisiones, que, en principio, estaban destinados al mercado local tarquiniense. Esta salida al exterior de unos productos de calidad muy mediana debe explicarse por el tráfico comercial del puerto de Gravisca, utilizado principalmente por griegos jonios. Mientras, los circuitos del mar Tirreno más vinculados al mundo fenicio se centralizaban a través de Caere, mediante dos de sus tres emporia costeros: Pyrgi y el significativamente lla-mado Punicum (Santa Marinella). La presencia de platos del Pintor sin Incisiones en Populonia, la isla de Elba, Marsella, Saint Blaise y Sant Martí d’Empúries nos hace

considerar un circuito septentrional, posiblemente en manos de los foceos, y es tentador prolongar esta ruta hasta Huelva. No obstante, alguno de estos platos lle-gan también a Cartago y Cerdeña, por lo que la conexión púnica no debe olvidarse, en relación con algunas de las importaciones etruscas que aparecen en el sur peninsu-lar, casos de la bahía de Málaga o La Algaida (ver ficha 73 de este Catálogo). Aquí, la procedencia vulcense y ce-retana de algunos materiales así parece indicarlo. Lo que resulta más improbable es que estos productos llegasen en naves etruscas.

Noticias breves sobre esta pieza en Colonna (2006: 13, fig. 1); Botto y Vives-Ferrándiz (2006: 122, fig. 8). Un resumen de la excavación y sus materiales en Medina Rosales (2007). Sobre los platos del Pintor sin Incisión en Gravisca puede consultarse Bruni (2009: 128). Para la cerámica etrusco-corintia, vid. Martelli (1987) y Szylágyi (1992, 1998) Sobre los materiales etruscos en el sur de la Península Ibérica, Casadevall et alii (1991); Fernán-dez Jurado (1988-89 a; 1991); Blázquez Martínez (1991); Gran Aymerich (1991 a; 1991 b:128-139); también una síntesis actua-lizada sobre el tema en Botto y Vives-Ferrándiz (2006).

E.G.A.

Nº 44. Plato etrusco-corintio

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7409 n calle concepción, 5, Huelva. Intervención preventiva de N. Medina

rosales en 2000. la pieza se asocia a un posible edificio portuario, sólo excavado muy parcialmente, que

ha proporcionado mayoritariamente cerámicas griegas n 580–570 a.c. n diám. borde 17,4 cm. n cerámica.

Arcilla castaña clara.

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186 Ciudades, puertos y aldeas 187Ciudades, puertos y aldeas

Sobre el contexto arqueológico, Osuna, Bedia y Domínguez (2001). Para estas dos piezas griegas, vid. Madrid (2000: 247 y 252, ficha Cabrera Bonet). Sobre las copas jonias y el comercio empórico (Domínguez Monedero, 2001: 35-37). Para los vasos de figuras negras de este momento, Boardman (1991: 35-36).

E.G.A.

La copa presenta arcilla anaranjada, bien cocida, con desgrasantes finos y abundante mica; pertenece al tipo B2. Se decora al exterior con bandas negras que alter-nan con zonas en reserva, mientras que al interior está enteramente recubierta de barniz negro. El fragmento de vaso ático parece pertenecer a una forma cerrada, posi-blemente un ánfora o una hidria; presenta parte de un friso animalístico con un felino y una cabra, además de un adorno floral.

El contexto de estas dos piezas es un santuario situa-do en la zona baja de la ciudad de Huelva, próximo a la zona portuaria. Este lugar de culto debió fundarse en el siglo VIII y tras, al menos, una destrucción, volvió a ser reedificado en la segunda mitad del siglo VI a.C. Sobre la divinidad a la que estuvo dedicado poco se puede decir, pero la aparición de elementos que han sido interpreta-dos como betilos, nos hacen pensar que se trató de un culto de tipo fenicio. En este lugar hay testimonios feha-cientes de actividades metalúrgicas, tales como un horno de copelación y acumulaciones de escorias de plata y blo-ques de galena y plomo. Entre los materiales aparecidos vinculados a estas tareas cabe señalar un pequeño yunque de platero y un lingote de plomo en forma de altar (ver fichas nº. 35 y 70 de este Catálogo). Estos datos ponen de manifiesto la conexión que existe entre santuarios y producción de metal.

Estas dos cerámicas griegas se vinculan a los momentos iniciales de la fase III del santuario. Según P. Cabrera, la copa es samia, mientras que el vaso ático corresponde a una generación posterior a Sófilos. En este último caso habría que considerar que estamos en un producto un tanto “arcaizante”, ya que en esos momentos se había impuesto el estilo de Clítias. Sin poder identificar al pintor, debido sobre todo a la escasa superficie con-servada, P. Cabrera sugiere los nombres del Pintor de Camtar o el Pintor de Ptoon, activos hacia 575-565 a.C.

La vinculación de ambos objetos al comercio foceo pa-rece obvia. Sobre la función concreta de estas dos piezas, pensamos que su presencia en un contexto de culto es determinante. Pudieron llegar como keimelia, esto es, objetos destinados a establecer vínculos ligados a la eco-nomía del don. Pero cambiaron muy pronto de destino. La recurrencia con que aparecen en santuarios de carácter empórico hace considerar que se vinculen a prácticas vo-tivas. Así, los encontramos en lugares como Gravisca y Náucratis. Independientemente de esto, hay que conside-rar que muchos de estos objetos se vinculan al consumo de vino a la manera griega, que no deja de ser un ritual, social en este caso. Posiblemente, son griegos los que introducen la costumbre, sin que eso impida que otros grupos la adopten en el siglo VI, entre ellos los fenicios y las élites indígenas más implicadas en relaciones a larga distancia. Lo importante no es quizás el vino en sí, sino la forma de beberlo, que permite establecer los lazos de pertenencia al sector social dominante y de identifica-ción entre iguales, dentro de un orden aristocrático.

Nº 45. Copa samia y fragmento de vaso ático de figuras negras

Museo de Huelva n copa samia. Nº. inv. A/dJ 7121. diam. 17,8 cm. Alt. 8,2 cm. n fragmento de vaso ático

de figuras negras. Nº. inv. A/dJ 7127. Alt. 6,2 cm. Anch. 8,5 cm. n calle Méndez Núñez, nº. 7–13, Huelva.

Excavaciones de M. osuna, J. Bedia y A.M. domínguez en 1998 n Segundo cuarto del siglo VI a.c.

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188 Ciudades, puertos y aldeas 189Ciudades, puertos y aldeas

Sobre la excavación arqueológica, vid. Castilla Reyes, Haro Or-dóñez y López Domínguez (2004). Sobre las copas de Siana, con-sultar la completa obra de Bridjer (1983), para una breve sínte-sis, vid. Boardman (1991: 31-33). El grupo Band and Ivy en Brijder (1993). Sobre la presencia de copas de Siana en Huelva con cro-

nologías del segundo cuarto del siglo VI: Cabrera Bonet (1986: 579; 1988-89: 55-56); Fernandez Jurado (1988-89 b: 167 y169).

E.G.A.

Arcilla rosácea pálida, muy buena cocción y desgrasantes muy finos. El fragmento (dividido en varios trozos) co-rresponde al borde de una copa de Siana, que conserva el labio y parte del galbo. El exterior está cubierto de barniz negro, mientras que al interior muestra en la parte supe-rior del labio un friso con dos hileras de hojas de hiedra afrontadas en púrpura y negro, enmarcadas por dos finos trazos. Las superficies presentan un cuidado bruñido y los acabados son de excelente calidad.

La excavación se sitúa en la zona baja de Huelva, cerca de la presumible línea de mareas en época protohistórica. Las estructuras más antiguas detectadas consisten en nive-les de ocupación de finales del siglo VII a.C. y centuria siguiente, sin llegar a agotar secuencia por aparición del nivel freático. En la breve publicación sobre esta ex-cavación no se hace referencia al contexto concreto de aparición de esta copa.

Las copas de Siana reciben este nombre por el yacimiento epónimo, situado en Rodas. Se caracterizan por tener un pie algo más alto que las copas de Comastas y labio ex-vasado que se separa del galbo mediante una suave pero marcada inflexión. La decoración determina la existencia de variantes: desde aquellas que sólo presentan escenas en la zona del galbo entre las asas y muestran el labio en reserva (Doubledecker en la denominación de Boardman, “en dos pisos”) hasta las que las escenas ocupan ambas zonas (Overlap, “superposición”). El interior se cubre de barniz negro y muestra un tondo con algunas escena

en el centro, aunque hay ejemplares sin él (Black Siana Cups).

La producción de copas de Siana se inicia en Atenas ha-cia 575 a.C., distanciándose del estilo corintizante de las copas de Comastas (ver ficha nº. 71 de este Catálogo), al tiempo que toman motivos de Grecia del Este, entre ellos las guirnaldas de hiedra, símbolo dionisiaco y que será muy frecuente. H.A.G. Brijder individualizó un conjunto que él denominó Band and Ivy Group (Grupo Banda y Hiedra) cuya única decoración es una guirnalda de hiedra en el galbo, entre las dos asas, a veces con un friso de lengüetas por debajo. Conocemos una docena de vasos de este tipo, que se agrupan en torno al pintor de Taras y deben fecharse hacia 550 a.C.

El fragmento de Huelva no entra exactamente en este conjunto, ya que la zona decorada es el interior del labio, mientras que el exterior está totalmente cubierto de bar-niz negro. Por ello, pese a la escasa superficie conservada del vaso, entendemos esta peculiaridad como vinculada al Band and Ivy Group. Estaríamos ante el intento de renovar un producto ya conocido por parte algún taller ático que seguía produciendo copas de Siana en un mo-mento en que éstas habían sido prácticamente sustitui-das por otras tipologías como las copas Gordion, las de Pequeños Maestros o las del tipo Droop. Al estar un tanto “anticuados” en el entorno del centro de producción, es-tos recipientes se destinarán al mercado exterior.

Nº 46. Fragmento de copa de Siana

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7786/1 n calle Vázquez lópez, 8. Huelva. Excavación preventiva de E.

castillo reyes, J. de Haro ordóñez y M.A. lópez domínguez en 2001 n Hacia 550 a.c. n long. 8 cm. Anch. 3,6

cm. en lo conservado. diám. probable 23 cm. n cerámica.

dibujo: E. castillo reyes, J. de Haro or-dóñez y M.A. lópez domínguez (2004)

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190 Ciudades, puertos y aldeas 191Ciudades, puertos y aldeas

Fragmento de copa de tipología jonia, que conserva casi un 50% del vaso, estando reintegrado el resto. Arcilla de color amarillento claro, característica de Marsella (pasta clara masaliota). Presenta la forma de una copa jonia del tipo B2: pie troncocónico, asa afrontadas bajo la inflexión que separa borde y galbo, al tiempo que muestra barni-ces diferentes a las producciones que imita y de inferior calidad. En el interior muestra toda la superficie cubierta con un barniz rojo oscuro, a excepción de un pequeño filete en el labio. Al exterior observamos una sucesión de bandas horizontales en un tono muy similar.

Esta copa se incluiría en la fase III (560-540/530 a.C.) establecida por P. Cabrera para la importación de pro-ductos griegos en Huelva, cuando se produce un cambio en la llegada de materiales griegos a Huelva. Se observa un descenso tanto en la cantidad y como en la calidad de los vasos importados. Al mismo tiempo, desaparecen algunos talleres (Laconia), disminuye la presencia de otros (Grecia del Este) y aumentan el número de vasos fabricados en otros centros de producción (ática, Corinto y Massalía). Esta circunstancia ha sido atribuida a la cri-sis que supone la caída de Focea en manos persas (545 a.C.) y el consiguiente traslado de los intereses foceos al Mediterráneo occidental. Se produciría una desvincula-ción de los talleres de Asia Menor y una mayor implica-ción en los circuitos de suministro del margen occidental del mundo griego, centralizados en Marsella. Al tiempo, los productos cerámicos de amplia circulación en todo el Mediterráneo, tales como los áticos, corintios y también los greco-orientales, son obviamente captados por esta red. Ello sin olvidar el interés de algunas polis griegas por introducirse en el mercado tartésico, caso de Corinto o Kérkyra (Corfú), antigua colonia de la primera y en estos momentos competidora de su metrópoli.

Clasificada primeramente como pieza procedente de un de taller indeterminado de Grecia del Este por su evidente

vinculación con las copas jonias, fue identificada como producción masaliota por P. Cabrera. Las cerámicas de este origen se detectan en Huelva desde 590/580 a.C. (Fase II de P. Cabrera). El producto principal de este co-mercio es el vino, en cuya producción y distribución se especializa la colonia focea, llegando su expansión por el norte hasta el corazón de la Galia, mediante la vía del Ródano, y por el sur hasta la costa del mediodía ibérico, testimoniada por la presencia de sus características án-foras.

Durante los primeros años de fundación de Marsella (c. 600 a.C.) conocemos una serie de cálices de Quíos que se utilizan como los vasos preferidos para beber, que muy pronto serán sustituidos por estas copas “jonias” de fa-bricación local en pasta clara. A este respecto no faltan desechos de cocción de estos recipientes en la ciudad (sector de La Bourse), aunque ya fechados en el tercer cuarto del siglo VI a.C. Significativamente la producción de copas masaliotas va a disminuir a partir de la segunda mitad de esa centuria cuando se importan masivamente a la ciudad ejemplares áticos y “jonios” de fabricación suritálica o siciliana, tal y como se observa en el car-gamento del pecio de Punta Lequin 1A, fechado en el último cuarto del siglo VI.

Sobre la excavación en Méndez Núñez, nº. 5 y su contexto, ver Fernández Jurado, Rufete Tomico y García Sanz (1994), la pieza en cuestión en la fig. 5, nº. 2. También breve resumen de la inter-vención en Gómez Toscano y Campos Carrasco (2001: 217). Para ficha monográfica de esta copa de Huelva, ver Madrid (2000: 254, P. Cabrera Bonet). Sobre Marsella y sus niveles más anti-guos, consultar Hermary, Hesnard y Tréziny (1999: 41-59). Sobre la cerámica masaliota de pasta clara, consultar Gantès (2001). Para el taller de copas “jonias” de Massalía, véase Bertucchi, Gantès y Tréziny (1995).

E.G.A.

Nº 47. Copa masaliota

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 6292/6 n calle Méndez Núñez, nº. 5. Huelva. Excavaciones de J. fernández

Jurado, c. García Sanz y p. rufete tomico en 1985–1986. Servicio de Arqueología de la diputación de Huelva.

n tercer cuarto del siglo VI a.c. n diám. borde 22 cm. Alt. 7,8 cm. n cerámica.

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192 Ciudades, puertos y aldeas 193Ciudades, puertos y aldeas

Pieza completa, realizada a mano con arcilla poco depu-rada de color castaño. Cocción reducida de forma irregular con zonas de color castaño casi negruzcas y otras marro-nes rojizas. El cuerpo es ovoide con el diámetro máximo a la altura de los hombros, cuello corto y estrangulado, borde ligeramente exvasado y fondo grueso y plano. El cuerpo muestra un acabado tosco, mientras que el cuello está alisado, decorándose con impresiones digitadas la zona de unión de ambas partes.

La olla fue hallada en el nivel inferior del cuadro B-2 de la excavación de Méndez Núñez 4 apoyada en un muro de pizarras y guijarros. Estas ollas se corresponden con el tipo G.II, que en Huelva aparecen en la segunda mitad del s. VIII a.C., en los niveles correspondiente al Tartésico Medio II junto con las primeras cerámicas a torno, que abundan en el Tartésico Medio III, y comienzan a descender en el Tartésico Final. Además de en la propia Huelva, esta ollas son muy frecuentes en yacimientos tartésicos onubenses como San Bartolomé de Almonte, Tejada la Vieja (Escacena del Campo), Cerro Salomón (Riotinto), pero son casi inexis-tentes en otros asentamientos cercanos de la misma época, como El Carambolo, o los localizados en la bahía gaditana. La presencia de esta cerámicas en algunas factorías de la costa malagueña han sugerido un origen fenicio, pero su número es tan escaso que hace difícil su aceptación, por lo que parece que son producciones locales, aunque hay que tener en cuenta que su aparición coincide con la llegada de las primeras cerámicas torneadas.

Para el hallazgo de la pieza y su contexto arqueológico ver J. Fer-nández Jurado (1990: vol. I, p. 180). Para la tipificación de las ollas a mano ver D. Ruiz Mata (1995:278). Para la periodización de Huelva y el posible origen de las cerámicas digitadas consultar J. Fernández Jurado (1990: vol. I, 219 ss.). Para otros yacimientos con estas cerámicas ver D. Ruiz Mata y J. Fernández Jurado (1987) y J.M.ª Blázquez Martínez, D. Ruiz Mata y otros (1979).

p.r.t.

Nº 48. Olla a mano

Museo de Huelva. Nº. inv. A/DJ 5167 n Excavación en el solar nº 4 de la calle Méndez Núñez de Huelva, realizada en 1984, con la dirección de D. Jesús Fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma. Diputación de Huelva, y las arqueólogas Carmen García Sanz y Pilar Rufete Tomico n 725/700–650 a.C. n Alt. 23 cm. Diám. pie 7,6 cm. Diám. máx. 22 cm. n Cerámica.

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194 Ciudades, puertos y aldeas 195Ciudades, puertos y aldeas

de Cádiz tuvieron que buscar otras alternativas, y entre ellas cobró fuerza la producción de salsas y salazones de pescado, cuya calidad alcanzó precios desorbitados en los mercados mediterráneos y cuya fama se prolongó hasta época romana, en la que se extiende por todas las costas

hispanas. Es muy probable que estas ánforas trajeran a estas comarcas serranas esas salazones de pescado tan necesarias para completar la dieta. Pero también traerían vino, con el que están relacionadas las copas Cástulo y el ciathus de bronce, y es posible que también sal, un

Relativamente alejado de los ámbitos costeros, en los que la ciudad de Huelva es la bocana del comercio fenicio, el asentamiento prerromano de El Castañuelo se sitúa en plena Sierra Morena, en un paisaje escarpado y escondido entre barrancos junto a la aldea de El Castañuelo, que le da nombre, en el término municipal de Aracena. Es por ahora el lugar más alejado de la costa en el que han aparecido elementos de comercio fenicio en la provincia de Huelva. A lo largo de los siglos VIII-VI a.C. los pro-ductos fenicios habían penetrado sin dificultad en todos los asentamientos tartésicos de la campiña y en las mi-nas dedicadas a la producción de plata (Riotinto, Tharsis, Monte Romero…), pero las zonas serranas, de economías más cerradas de tipo ganadero, no habían entrado en los circuitos de intercambio semita. Después de la crisis de la producción de plata y la diversificación de la economía en las colonias fenicias occidentales, que impulsa nuevos productos, como las salazones, a partir del siglo V a.C. se amplía el radio de acción comercial hacia territorios que hasta ese momento no habían sido atractivos. El comer-cio fenicio no ofrece ya sólo productos de lujo y encuen-tra en estas poblaciones serranas nuevas posibilidades de comercio que suplanta a la búsqueda de metales.

Con el descubrimiento y excavaciones en este yacimiento M. del Amo apuntó a la entrada de poblaciones de rai-gambre céltica desde la Meseta, cuyo registro material contrastaba netamente con las poblaciones turdetanas de la costa. A primera vista, la abundancia de cerámicas a mano, que habían desaparecido del elenco tartésico y cerámicas a torno sin decoración, era un buen argumento de esa conclusión. Además, ciertas especies cerámicas, como las cerámicas a mano con decoración de grafito, desconocidas en el mundo turdetano, marcaban una clara línea de separación. Alejado de este enfoque, J. Jiménez ávila ha propuesto últimamente que El Castañuelo no es un asentamiento céltico, pues estas singularidades se explican en el mundo post-orientalizante extremeño,

donde también se encuentran presentes, como evolución de las poblaciones locales del período Orientalizante. No obstante, la ausencia de asentamientos de época Orientalizante en toda la Sierra de Huelva es un inconve-niente para descartar totalmente el aporte de contingen-tes foráneos, de tierras extremeñas y de la Meseta.

La cerámica a torno ha permitido definir con mayor pre-cisión la cronología del asentamiento y la red de inter-cambios comerciales que jugaron a favor de su inserción en las culturas mediterráneas. Los carbones de algunos hogares del poblado ofrecieron una cronología de fines del siglo III a.C., pero el ambiente del conjunto cerámico no corresponde a ese momento, sino al siglo V a.C., el que definen las cerámicas a torno de importación, sobre todo las copas griegas tipo Cástulo y las ánforas gadi-tanas de salazones de los tipos Maña A-3 y Maña A-4. Igualmente representativas son otras cerámicas de am-bientes Orientalizantes, como las grises de Occidente, que aparecen en forma de ollas y platos de una variada tipología, con paralelos muy cercanos en la fase III de la necrópolis Orientalizante de Medellín (Badajoz).

Estas cerámicas son el testimonio de un intenso comercio con la zona fenicia del Círculo del Estrecho, que por prime-ra vez lleva sus productos hacia unas tierras que se man-tuvieron alejadas del comercio de época Orientalizante. No sabemos a qué obedecen estas nuevas relaciones, ya que hasta ese momento el comercio fenicio sólo se había interesado por la producción de plata de las minas del Andévalo (Faja Pirítica Ibérica) y en su camino hacia las tierras extremeñas había dejado de lado esta zona de la Sierra de Huelva. Aunque existen algunas minas en la co-marca de Aracena (Cinturón Zincífero de Aracena), no hay constancia de su explotación en época protohistórica, por lo que hay que buscar en otra dirección la causa de es-tos contactos. Es evidente que después de la crisis de la minería de la plata las poblaciones fenicias de la Bahía

Nº 49. Cerámicas a mano y a torno. El Castañuelo

Museo de Huelva n Siglo V a.c.

ánfora. Nº. inv. A/cE 4143 n Alt. 65 cm. Anch.máx. 50 cm.

olla simple. Nº. inv. A/cE 4011 n Alt. 19 cm. diám. boca 11,4 cm.

plato. Nº. inv. A/cE 4045 n diám. máx. 18 cm. Alt. 5,8 cm.

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196 Ciudades, puertos y aldeas 197Ciudades, puertos y aldeas

elemento indispensable para la conservación de ciertos alimentos. Desconocemos qué productos eran la base de las relaciones que están detrás de esos contenedores, pero van a marcar un camino de aculturación que hará participar a estas poblaciones de la cultura mediterrá-nea. Los cambios más cercanos son los que nos trasmiten las nuevas modas, como el uso de pendientes de bronce o de oro para el adorno de orejas y nariz, muy corrientes en el mundo semita y en sus áreas de influencia.

Amo (1978). Pérez Macías (1991). Jiménez ávila (2009).

J.A.p.M.

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198 Ciudades, puertos y aldeas 199Ciudades, puertos y aldeas

Nº 50. Materiales de Tejada la Vieja

Museo de Huelva. Nº. inv. pithos A/cE 10496, fíbula anular A/dJ 7059.

fíbula anular: 500–400 a.c. n pithos: 400–300 a.c. n fíbula anular: alt. 1,7 cm. diám. máx. 3,2 cm. Bronce n

pithos: alt. 44,2 cm. diám. máx. 39,3 cm; diám. boca 16,8 cm. cerámica pintada.

La fíbula anular procede de la excavación en Tejada la Vieja (Escacena del Campo, Huelva) realizada en 1986, con la dirección de D. Jesús Fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la Excma. Diputación de Huelva, y las arqueólogas Carmen García Sanz y Pilar Rufete Tomico.

El pithos fue hallado también en Tejada la Vieja, en las excavaciones realizadas en 1974-75 por D. Antonio Blanco Freijeiro y D. Beno Rothenberg.

La fíbula anular presenta broche formado por un anillo circular y a su vez de sección también circular, y un puente o arco peraltado de sección rectangular que se vuelve sobre sí mismo para unirse al anillo. El resorte forma una única pieza con la aguja.

El pithos tiene tres asas verticales entre el borde y la carena. Lleva como decoración una banda pintada en el borde y tres grupos de siete bandas dispuestos en el galbo, siendo las bandas centrales de estos grupos más anchas que el resto. La pintura utilizada es de color rojo mate.

Las dos piezas corresponden cronológicamente a la úl-tima fase de ocupación de Tejada la Vieja, aunque la am-plitud cronológica de ambas se sitúa entre el siglo VI y fines del V a.C.

Pellicer Catalán, Escacena Carrasco y Bendala Galán (1983:53); Blanco Freijeiro y Rothenberg, (1981: 262 y 272); Fernández Ju-rado (1989: 168-169).

c.G.S.

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200 Ciudades, puertos y aldeas 201Ciudades, puertos y aldeas

Sobre el contexto del plato Belén y otros (1977: fig. 63: 4). En esa misma ocasión Olmos (1977: 377-393) realizó un estudio de las cerámicas griegas halladas en dicha campaña de excavación. Otros estudios sobre cerámica ática de Huelva pueden consultar-se en Fernández Jurado (1987: 315-326) y J. Fernández Jurado y P. Cabrera (1987: 149-159). La cerámica ática del Algarve, con evidentes concomitancias con las de Huelva, en P. Barros (2005). Es fundamental el trabajo de Sparkes y Talkott (1970) sobre la

cerámica del ágora de Atenas. Un estudio específico sobre los platos de pescado áticos en García i Martín (1999). Estudios ge-nerales sobre griegos y cerámica griega en la Península Ibérica: P. Cabrera (1988-89), A.J. Domínguez Monedero (1996), J. Fer-nández Jurado (1986 b), J.-P. Morel (1983 y 1994), J.F. Murillo (1994), R. Olmos (1988), P. Rouillard (1991), C. Sánchez (1992) y G. Trías (1967-68).

E.f.A.

La producción de este tipo de platos de barniz negro en los talleres áticos se data en el siglo IV a.C. Los ejem-plares con pie sin molduras se datan en 375-325 a.C., momento en que se reciben estas importaciones en la Península Ibérica. La datación del estrato en el que se halló (VII) corresponde a la fase Huelva IVa (siglo IV a.C.).

Conocido como plato de pescado por su característica de-presión central o pocillo, se trata de un recipiente abierto de paredes rectas con borde exvasado y labio colgante casi vertical. Posee un pie ancho sin molduras y fondo rehundido. En el interior se disponen dos acanaladuras, una al inicio del borde y una segunda que marca la se-paración entre las paredes y la cazoleta. El pie no está moldurado, posee una acanaladura en la base y un fondo rehundido. En cuanto a la decoración, el barniz negro no cubre la superficie total del plato sino que se distribuye homogéneamente en el interior excepto en una ancha banda en reserva que ocupa el centro, incluida la cazo-leta. En la parte exterior la superficie sin barniz negro se limita a la base del pie y al fondo rehundido.

Con posterioridad al “horizonte foceo”, en el que se im-portaban cerámicas griegas del Este, corintias, áticas y etruscas, las importaciones griegas en las colonias fenicias decrecen hasta casi desaparecer al final del siglo VI a.C. No obstante, a fines del siglo V y hasta c. 325 a.C. se reanuda la importación de cerámicas griegas, aunque procedentes exclusivamente de los talleres áticos. R. Olmos ha con-textualizado esta fase de auge de las importaciones áti-cas en la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso y en la búsqueda de nuevos mercados, al tiempo que Cartago aseguraba su hegemonía. Este mismo autor ha propuesto también la selección por parte de comerciantes púnicos de los temas representados en los recipientes de figuras rojas con una doble lectura, púnica e ibérica, y la participación de comerciantes púnicos en la comerciali-

zación de estos productos en el Mediterráneo occidental (Olmos 1988: 315).

Lo que parece claro es que hay diferencias en la selección de formas y decoraciones entre los asentamientos ibéricos y los de tradición fenicia, de forma que en estos últimos se prefiere el barniz negro a las figuras rojas, y los reci-pientes abiertos como copas, cuencos, bolsales, platos, cálices y escifos, a los grandes contenedores cerrados de-corados como cráteras. En esta selección se intuye una adecuación formal y funcional de los recipientes griegos a los gustos púnicos, especialmente evidente en los platos de pescado y cuencos. Otro rasgo diferenciador del uso de la cerámica griega entre los púnicos es puramente contextual: con la excepción de las lucernas, la cerámica griega no suele registrase en los enterramientos ni en los santuarios, mientras que lo hace con relativa frecuencia en los hábitats y en las factorías de salazón. Sin embargo, entre oretanos, bastetanos y contestanos, la cerámica griega se constituyó en un vehículo de distinción social y de simbología funeraria.

En cuanto a los platos de pescado, suele aceptarse que la génesis morfológica del tipo en las colonias fenicias se produce por el progresivo ensanchamiento del borde hasta constituir un pocillo central, fenómeno que puede comprobarse en Doña Blanca y Morro de Mezquitilla a lo largo del siglo VI a.C. Semejante evolución morfológica sería paralela a la introducción de las salazones y salsas de pescado en la dieta de estas poblaciones. Este tipo de plato, de paredes rectas y gruesas, heredero de los platos fenicios de engobe rojo, constituyó un recipiente imprescindible en la vajilla púnica y perduró hasta época romana. A partir del siglo IV a.C., con la introducción de la vajilla de barniz negro ático, continúa la producción tradicional, pero se imitan localmente los platos de pes-cado áticos en el característico labio colgante vertical y en el pie desarrollado, aunque sin aplicación del barniz.

Nº 51. Plato de pescado ático

Museo de Huelva. Nº. inv. A/cE 3734 n cabezo de San pedro, Huelva n diám. borde 22,5 cm. diám. base 13

cm. Alt. 3,7 cm.

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202 Ciudades, puertos y aldeas 203Ciudades, puertos y aldeas

Copa poco profunda, de paredes finas, con el labio marcado por el interior con una fina arista y el exterior describe una curva continua desde el borde hasta la base. Las asas están insertas a media altura del cuerpo. Las originales, que adoptarían la forma cuadrada típica de este periodo, han desaparecido. De pie moldurado cubierto con barniz, deja en reserva la zona de apoyo y algunos círculos con-céntricos en la parte externa de la base. El interior está barnizado excepto dos bandas concéntricas que delimi-tan el tondo central, que se decora con la figura de un joven de pie, vuelto hacia la derecha y cubierto con un manto. El labio, sobrepintado en blanco, se adorna con tallos y hojas de hiedra y racimos de frutos. El exterior se decora con figuras rojas que guardan simetría: una pal-meta abierta debajo de cada asa y a ambos lados una voluta enroscada hacia fuera y, entre ellas, dos jóvenes afrontados cubiertos con manto.

Esta copa se halló estratificada en la excavación de Puerto 12. Su forma deriva de las “Stemless cup” o co-pas sin peana que empiezan a popularizarse a partir de mediados del siglo V a.C. La pieza, por su decoración per-tenece al conjunto definido por J. D. Beazley como Grupo del Pintor de Viena 116, que se caracterizan por ser unas copas muy estandarizadas, con escenas repetitivas, cuyo tema principal se limita a jóvenes desnudos o ataviados con manto, cabezas femeninas o prótomos de grifo, rea-lizados con un trazado poco preciso debido a la rapidez en su ejecución. Estas se destinaron sobre todo al comer-cio y se hallan dispersas por todo el arco mediterráneo desde el mar Negro hasta el extremo occidental. En la Península Ibérica no sólo las encontramos en yacimientos costeros sino también en tierras del interior levantino y, sobre todo, en Andalucía. éstas últimas han sido estu-diadas por P. Rouillard que les otorga una cronología del segundo cuarto del siglo IV a.C.

Para su descripción y contexto estratigráfico ver Rufete Tomico (2002: 185, lám. 70, 1) en el estudio del período turdetano de Huelva. Para la evolución de las “stemless cup” ver Sparkes y Talcott (1970: 98-105). Para la definición de estas copas Beazley (1968: 1526-27). Para el estudio de estas copas en Andalucía ver Rouillard (1975: 25-39). Para el análisis de estas copas en un conjunto cerrado, Trias (1987:72-75).

p.r.t.

Nota de los editores: la restauración actual de las asas de esta pieza no corresponde a una copa de figuras rojas del siglo IV a.C. sino que han sido incorrectamente reintegradas siguiendo un modelo de copa griega arcaica del siglo VI a.C.

Nº 52. Copa ática de Figuras Rojas

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7056/10 n Excavación en el solar nº 12 de la calle del puerto, Huelva,

realizada en 1989, con la dirección de d. Jesús fernández Jurado, Jefe del Servicio de Arqueología de la

Excma. diputación de Huelva, y las arqueólogas carmen García Sanz y pilar rufete tomico n Alt. 4,5 cm.

diám. pie 7,6 cm. diám. máx. sin asas 15 cm. n 375–350 a.c. n cerámica barnizada.

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204 Ciudades, puertos y aldeas 205Ciudades, puertos y aldeas

ánfora con borde alto exvasado de sección triangular con la cara exterior separada de la espalda por una suave es-tría. Espalda ligeramente convexa que se une al cuerpo con una ruptura de curva acusada, de donde parte el arranque superior de las asas, siendo éstas de 2/3 de círculo de sección ovalada. Cuerpo de tendencia ovoide con diámetro máximo a la altura del arranque inferior de las asas. Fondo redondeado. Presenta restos de deco-ración pintada en la panza, a base de dos líneas finas horizontales rojizas. Esta fragmentada e incompleta en parte, pero reintegrada.

Este ánfora tiene sus centros de producción en los ta-lleres púnicos del Mediterráneo Central (Cartago princi-palmente, Sicilia y, probablemente, Malta). Su cronología general se centra en el siglo III a.C. sin que puedan pre-cisarse sus topes temporales exactos. Esta cronología se corrobora por el contexto de su hallazgo en los niveles de la última fase de ocupación del poblado del Castillo de Doña Blanca, que se abandona en los últimos años de dicha centuria tras un episodio bélico vinculado a la Segunda Guerra Púnica. Esta ánfora es un testimonio de las relaciones del poblado de Doña Blanca con la gran metrópoli norteafricana en los últimos tiempos de su ocupación a finales del siglo III a.C.

Este tipo anforico fue dado a conocer por A. Merlin y L. Drappier en 1909, en base a los ejemplares localizados en tumbas de la necrópolis cartaginesa de Ard el-Khéraïb. Es un ánfora abundante en el área tunecina, donde ade-más de los ejemplares citados conocemos algunos de la necrópolis de Santa Mónica, Dermech, Byrsa, Gigthi y Hadrumentum. Del área siciliana conocemos sobre todos los ejemplares de Lilibeo, además de algunos de Selinunte.

Su dispersión por el área mediterránea es muy escasa. Tan sólo conocemos ejemplos en las Baleares en el pecio

Cabrera 2 y litoral de las Pitiusas, algunos bordes proce-dentes de Ampurias y en la Bahía de Cádiz el ejemplar completo de Doña Blanca, además del fragmento de Las Cumbres, enclave industrial destinado a la producción del vino ubicado en la Sierra de San Cristóbal, en las in-mediaciones de Doña Blanca, y el fragmento de la Fase II de la factoría de salazones de Las Redes, también en El Puerto de Santa María.

Sobre esta pieza, véase Alonso de la Sierra, García Alfonso, Ló-pez de la Orden, Muñoz Vicente y Perdigones Moreno (2003: 17-18, fig.15). Sobre su área de producción y dispersión Ruiz Mata (1988: 36-48); Ruiz Mata y Pérez (1995, 95, fig.31 nº 5); Ramon (1986-1989: 230-232); Ramon (1995: 183, figs. 156 y 157, mapa 33).

A.M.V.

Nº 53. ánfora cartaginesa T.3.2.1.2 (Merlin-Drappier 3)

Museo de cádiz. Nº. inv. dJ 20999 n doña Blanca (El puerto de Santa María, cádiz) n Siglo III a.c. n Alt. 57

cm. diám. máx. 33,4 cm. diám. boca 12,8 cm. n Arcilla color rosa (Munsell: 2,5 yr 8/4; cailleux: K 29).

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206 Ciudades, puertos y aldeas 207Ciudades, puertos y aldeas

Estas monedas son siclos/shekels de cobre aleados con mucho plomo. Formado por seis grupos diferentes. Anverso: Cabeza de Tanit a la izquierda con espigas en el pelo, presenta variantes según los cuños empleados. reverso: Caballo a la derecha al paso o parado con la cabeza vuelta o de frente sobre línea de exergo. Acompañado por diferentes símbolos y ocasionalmente letras púnicas que diferencian las emisiones. Buena conservación en general.

La importancia del tesorillo radica en que, la cronología de las monedas y la estrecha relación con el nivel de incendio y destrucción donde se encontraron, nos propor-ciona con exactitud la fecha final del yacimiento, hacia finales del siglo III a.C., coincidiendo con la expulsión cartaginesa de la Península tras la derrota en Ilipa. Son monedas “de necesidad”, probablemente acuñadas en Cartago durante la Segunda Guerra Púnica y distribuidas en momentos de escasez monetaria para las tropas carta-ginesas que ocupaban los distintos frentes bélicos.

Se trata de un conjunto de monedas encuadradas dentro de las llamadas “pérdidas accidentales”, ya que apare-cieron pegadas unas a otras con aspecto de cilindro me-tálico que debieron estar metidas en una bolsita, traída probablemente por un soldado recién venido del Norte de áfrica, que perdió posiblemente en la precipitación de su huida.

Son varios los lugares donde aparecen tesorillos de este tipo: Bujía (Argelia), Saldae (Túnez), isla de Pantelleria, Costura y Wadi Sofeggin (Libia). Otros hallazgos en Cartago, Túnez, Constantina, Cherchel, Argel, Trípoli y Sabrata. No faltan en la Península Ibérica, con hallazgos en Garcíaz (Cáceres), Doña Blanca e inmediato poblado de las Cumbres, en la Sierra de San Cristóbal. Otros ejemplares se conocen en Cádiz, Carteia, en diversos campamentos militares cartagineses de Andalucía Oriental (provincia de

Jaén), Cerro del Mar (Vélez-Málaga), Alicante, Albacete, Macastre-Alborache (Valencia), Universidad de Valencia, Grau Vell (Sagunto), Ampurias, Mahón, Ibiza y Melilla.

f.J.B.J.

Nº 54. Tesorillo de 56 monedas cartaginesas

Museo de cádiz. Nº. inv. comprendidos entre el dJ 22648 y el dJ 22703 n doña Blanca (puerto de Santa

María, cádiz). Halladas en la zona denominada “Espigón”, en una de las habitaciones o almacén que

determinan la muralla n 221–210 a.c. n Módulos entre 17 y 29 mm.; peso medio 7,15 grs. n plomo (90%),

estaño y cobre.

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208 Ciudades, puertos y aldeas 209Ciudades, puertos y aldeas

Nº. inv. cE 5122 n la caleta. cádiz n Valor: Mitad n

finales del siglo III a.c. n Módulo 16 mm. peso: 2,02

gr. n plata.

Anverso: Cabeza de Melqart con piel de león a la izquier-da, clava en el hombro derecho. reverso: Atún a la de-recha. Leyenda: encima MP´L, debajo ´GDR. Gráfila de puntos. tipos: Alfaro C. II.B.2.1. Corresponde a la serie II de las emisiones en plata ga-ditanas de patrón reducido. Como en el caso anterior, pudieron emitirse para hacer el pago de los mercena-rios reclutados durante el periodo de la Segunda Guerra Púnica. Igualmente, se conocen también en el Santuario de la Algaida. Esta moneda forma parte de un conjunto de doce piezas de plata aparecidas el año 1916 al extraer unas piedras al pie del castillo de Santa Catalina, al pa-recer dentro de una caja de hierro. En esta moneda caso aparece leyenda en caracteres epigráficos púnicos, con el nombre de la ceca.

f.J.B.J.

Nº. inv. dJ 26845 n Santuario de la Algaida (Sanlúcar

de Barrameda, cádiz) n Valor: divisor n finales del

siglo III a.c. n Módulo: 9 mm. peso: 0,37 gr. n plata.

Anverso: Cabeza de Melqart con piel de león a la izquier-da, clava en el hombro derecho. reverso: Atún a la dere-cha. Gráfila de cuentas y discos. Anepígrafa. tipos: Alfaro C. II.A.3.; Vives A. IX–1; Guadán A. 26; Villaronga L. 189.Corresponde a la serie II de las emisiones en plata gadi-tanas de patrón pesado.

f.J.B.J.

Nº. inv. cE 14516 n Santuario de la Algaida

(Sanlúcar de Barrameda – cádiz) n Valor: cuarto n

principios del siglo III a.c. n Módulo: 15 mm. peso

2,88 gr. n Bronce.

Anverso: Cabeza de Helios de frente. reverso: Dos atunes a la derecha. Anepígrafa. tipos: Alfaro C. 1.2.; Vives A. IX–7; Guadán A. 5-9; Villaronga L. 190.

Esta moneda como otras de las muchas de las encontra-das en el Santuario de la Algaida, formaban parte de las ofrendas votivas depositadas a la Lux dubiae, el Lucero del Alba. Corresponde a la primera serie de las acuñacio-nes emitidas por la ciudad de Gadir. Caracterizada por el tipo en el que aparece una cara de frente que representa a Helios, como símbolo solar religioso de Hércules. En el reverso los atunes hacen referencia a la riqueza pesquera y a su industria de salazones. Los atunes suelen ser repre-sentados en realizaciones artísticas púnicas. En Hispania son frecuentes en las cecas de origen fenicio, adoptando este tipo por influencia de las monedas gaditanas con un claro sentido económico común en todas ellas. Algunas de estas cecas son: Abdera, Seks, Aibora, Baesuri, Balsa, Salacia, Asido y Cumbaria.

Nº. inv. cE 12245 n procedencia desconocida n

Valor: divisor n finales del siglo III a.c. n Módulo

8,5 mm. peso: 0,34 gr. n plata.

Anverso: Cabeza de Melqart con piel de león a la izquier-da, clava en el hombro derecho. reverso: Atún a la dere-cha. Gráfila de puntos. Anepígrafa. tipos: Alfaro C. II.A.3.; Vives A. IX – 1; Guadán A. 26; Villaronga L. 189.

Aunque su procedencia es incierta, corresponde a la serie II de las emisiones en plata gaditanas de patrón pesa-do. Su explicación estaría motivada para hacer el pago de los mercenarios reclutados por el ejército cartaginés durante el periodo de la Segunda Guerra Púnica. El he-cho que bastante de éstos apareciesen en el Santuario de la Algaida (Sanlúcar de Barrameda-Cádiz), dedicado a la lux dubiae, nos hace pensar que en ese caso tuviesen un significado de ofrenda votiva y no tuviesen utilidad para realizar pagos.

Como en la mayor parte de las emisiones gaditanas apa-rece en el anverso Melqart (“rey de la ciudad”) y en el reverso el atún, símbolo de la ciudad como riqueza pes-quera e industrial dedicada a las salazones.

Nº 55. Monedas de la ceca de Gadir. Siglo III a.C.

Museo de cádiz.

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210 Ciudades, puertos y aldeas 211Ciudades, puertos y aldeas

Nº. inv. cE 5150 n Santuario de la Algaida (Sanlúcar

de Barrameda, cádiz) n Valor: Unidad n principios

del siglo II a.c. n Módulo: 26 mm. peso: 14,03 gr. n

Bronce.

Anverso: Cabeza de Melqart cubierta con piel de león a la izquierda, clava en el hombro izquierdo. Gráfila de pun-tos. reverso: Dos atunes a la izquierda, entre las cabezas creciente externo y punto, entre las colas aleph tendido y punto central. Gráfila de puntos. Leyenda: encima MP´L, debajo aparece la ceca, ´GDR. tipos: Alfaro C. VI.A.1.; Guadán A. 52-54; Villaronga L. 413.

Corresponde a la serie VI de las emisiones gaditanas, con unas características que la diferencian de las monedas anteriores, ahora que la ciudad está bajo control romano. Se adaptan al patrón metrológico 10/11. Relieves más planos y tipos con otros cánones artísticos. La tipología juega un papel diferenciador. Las monedas siguen unas normas oficiales más acusadas, perduran los tipos con abundantes emisiones durante dos siglos con leves dife-rencias artísticas y metrológicas. Según el arte, diferen-ciamos tres tipos: Estilo Clásico, Estilo Barroco y Estilo Decadente. En esta serie se incorporan variantes: tridente, estrella, caduceo... También aparecen contramarcas: delfín, letra B, nexo MA, SVLAM o punzón, entre otras.

f.J.B.J.

Nº 56. Monedas de la ceca de Gadir. Siglo II a.C.

Museo de cádiz.

Nº. inv. dJ 26667 n procedencia desconocida n

Valor: mitad n finales del siglo III a.c. o principios

del siglo II a.c. n Módulo: 11 mm. peso: 4,04 gr. n

Bronce.

Anverso: Cabeza de Melqart con piel de león a la izquierda, clava delante. Gráfila de puntos. reverso: Dos atunes a la izquierda, entre las cabezas creciente sin punto. Entre las colas, signo aleph, punto central. Leyenda: encima MP´L, debajo ´GDR. tipos: Alfaro C. V.1.1.C. (Estilo Decadente); Guadán A. 92, 94-99; Villaronga L. 409.

Corresponde a la serie V en la que delante de Melqart apa-rece la clava. Es una serie de abundantes acuñaciones. Según la calidad estilística, se ha dividido en tres tipos: Estilo Clásico, Estilo Punteado y Estilo Decadente.

Nº. inv. cE 14532 n Santuario de la Algaida

(Sanlúcar de Barrameda, cádiz) n Valor: mitad n

principios del siglo II a.c. n Módulo: 20 mm. peso:

6,65 gr. n Bronce.

Anverso: Cabeza de Melqart cubierta con piel de león a la izquierda, clava en el hombro izquierdo. Gráfila de puntos. reverso: Atún a la izquierda. Gráfila de puntos. Leyenda: encima MP´L, debajo aparece la ceca, ´GDR. tipos: Alfaro C. VI.A.2.; Guadán A. 52-54; Villaronga L. 413.

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Bajo la protección de los dioses

< El sarcófago femenino de Cádiz sin tapadera y en curso de excavación, 1980. foto Museo de cádiz.

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215Bajo la protección de los dioses

el panteón fenicio

Mª. Cruz Marín CeballosUniversidad de Sevilla

A comienzos de la Edad del Hierro, encontramos en todas las ciudades-estado fenicias panteones politeístas

de perfiles bien definidos, lo que implica un sistema orgánico y jerarquizado de fuerzas y poderes que abarca

totalmente el funcionamiento de lo social, económico y político. Dicha estructura suele estar presidida por

una pareja de dioses constituida por una deidad masculina, heredera del Baal del II milenio, divinidad del

rayo y la tormenta, bien documentado en Ugarit (Ras Shamra), que presenta distintos nombres y matices

según las ciudades, y otra femenina que lleva generalmente el nombre de Ashtart, más conocida por su forma

helenizada Astarté, divinidad en la que parecen haberse concentrado rasgos que en el segundo milenio eran

propios de otras diosas como Athirat o Anat. Las diferencias entre los diversos panteones ciudadanos esconden

no obstante una unidad de fondo, común a otros aspectos de la cultura de la región siro-palestina.

Al ser Tiro, o quizá mejor la confederación de estados por ella presidida, la protagonista de la colonización,

es lógico esperar que sean las divinidades patronas de su panteón, es decir, Melqart y Astarté, las que van a

tener un papel más destacado en la misma. La figura de Melqart, cuyo nombre significa “Rey de la ciudad”,

se presenta como una deidad benéfica y protectora, con un avatar de muerte y resurrección, que entronca

claramente con el culto a los reyes muertos, característico de la región en épocas pasadas. Pero además,

como patrón de una ciudad que vive del comercio marítimo, muestra una clara acepción de protector de la

navegación. Su paredra, la diosa Astarté, reúne en su figura conceptos como la vida, y por tanto el amor y la

fecundidad, la guerra –como diosa protectora de su pueblo–, el carácter celeste y/o astral así como, al igual

que Melqart, la navegación.

Como primera y sin duda la más importante colonia fenicia en la Península Ibérica, es Cádiz, la antigua Gadir,

la ciudad que ofrece mayor cantidad de información, de carácter textual y arqueológico, sobre la religión de

sus habitantes. Parece lógico que encontremos allí a las dos divinidades políadas de Tiro: Melqart y Astarté.

El santuario gaditano de Melqart, en el actual islote de Sancti Petri, se va a convertir en símbolo del poder

tirio en aguas del Atlántico, y su culto imitará en sus más importantes rasgos al de la metrópoli. No obstante,

el dios se adapta a las nuevas circunstancias, potenciando su carácter de protector de la navegación y el co-

mercio, y muy especialmente de las demás colonias fenicias de la Península y de la zona del Estrecho. Entre

esos rasgos heredados del culto está su carácter anicónico, constituyendo elementos esenciales del mismo

Page 110: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

216 Bajo la protección de los dioses 217Bajo la protección de los dioses

deriva fundamentalmente de la inscripción en el cubo que le sirve de escabel, gracias a la cual sabemos que

se trata de esta diosa y podemos esclarecer su cronología: el s. VII a.C. La reciente excavación del cerro de

El Carambolo y el hallazgo de un posible templo ofrece una nueva dimensión a esta pieza. Junto a ella no

podemos por menos que citar la figura de alabastro conocida como Dama o Astarté de Galera (Granada), en

realidad un vaso plástico que evocaría la función nutricia de la diosa y que apareció en una tumba ibérica

del s. V, seguramente conservada como un objeto antiguo y venerable (Fig. 3). Aparte de estos dos objetos, se

quiere ver a Astarté en una serie de imágenes que aparecen como piezas decorativas, ya en objetos litúrgicos

(quemadores de perfumes, vasos y recipientes para libaciones de bronce), arreos de caballo, placas de marfil,

joyas, escarabeos, monedas, etc.

Muy pronto, especialmente a partir del s. VI, se observa que las viejas colonias han evolucionado por sí mis-

mas, y asistimos a un proceso en el que deidades que en Oriente tenían un papel relativamente secundario,

adquieren un protagonismo excepcional. Es lo que ocurre en Cartago con Baal Hammon y Tanit, que a partir de

este siglo se convierten en las deidades políadas del Estado cartaginés. Su influencia se hará notar especial-

mente en la isla de Ibiza, la Ebusus púnica, donde tenemos constancia clara del culto a la diosa Tanit en una

cueva, llamada de Es Culleram, situada al Noreste de la isla, en la ladera de una montaña próxima a la Cala de

San Vicente. El epígrafe y los exvotos de terracota de un tipo específico allí encontrados, así lo avalan, Otras

posibles representaciones de la diosa se han querido ver en algunos de los pebeteros de terracota en forma de

cabeza femenina hallados en distintos lugares de la franja sur y oriental de la Península, así como en ciertas

imágenes de terracota y piedra, y en monedas, de diversos puntos de la mitad sur hispana. De su paredro Baal

Hammón contamos con la referencia a un posible templo en la ciudad de Gadir, el que Estrabón (III, 5, 3) llama

Kronion, así como de una colina que le estaba consagrada en la ciudad de Cartagena, la antigua Qarthadasht

de los Barca, ciudad en la que, nos cuenta Polibio (X 10, 7-10), había otra consagrada a Asclepios (Eshmun). De

este último se documentan varios teóforos, es decir, nombres de persona compuestos con el de la divinidad,

en diversos epígrafes hallados en las colonias fenicias.

Como epílogo, debemos hacer constar la pervivencia de algunos de estos cultos en época romana: Melqart/

Hércules y Tanit/Dea Caelestis son los mejor documentados.

< Fig. 1. Figuras de bronce de Sancti Petri. Cádiz.

> Fig. 2. Astarté del Carambolo.MUSeo ArqUeológiCo de SevillA.

>> Fig. 3. Vaso plástico de Galera. Alabastro. MUSeo ArqUeológiCo NACioNAl, MAdrid.

dos estelas o pilares, junto con un olivo sagrado. El antiguo sincretismo con el Heracles griego contribuirá

a la inserción de este espacio, y de su significación, en el universo mental griego, a través de los mitos que

hacen venir a Heracles hasta Eritía, identificada con una de las islas gaditanas (Fig. 1). Ya en época tardía (s. III

a.C.), encontramos a Melqart bajo la iconografía del Heracles griego en las monedas acuñadas por la ciudad

de Gadir, monedas que constituyen el único documento que nos permite seguir la probable expansión de este

culto por diversas ciudades de la costa y el interior hispano. Un culto relacionado con el de Melqart es el de

Milkashtart, documentado en un anillo signatario hallado en Cádiz (Hispania 10). Hemos de dejar constancia

aquí del hallazgo reciente en el centro de la actual ciudad de Ibiza de una inscripción, datada en el s. VII, en

la que se menciona a la divinidad doble Eshmun-Melqart, asociación cultual que probablemente implica la

veneración conjunta de las divinidades patronas de las dos principales ciudades fenicias.

En cuanto a la diosa Astarté, contamos con la información proporcionada en primer lugar por Plinio el Viejo,

quién nos habla de que cierta isla pequeña del archipiélago gaditano, donde se situaba el enclave fenicio

más antiguo, “era llamada Eritía por Éforo y Filistides, por Timeo y Sileno Afrodisias y por los naturales isla

de Iuno” (NH IV, 4, 119-120), nombres, Afrodita y Iuno, tras los que es posible ver la interpretatio graeca y

latina de la diosa Astarté. La consagración de la isla a esta diosa parece estar en relación con la existencia en

ella de un antiguo templo, con un penetral cavum (santuario cóncavo o profundo), probablemente una cueva,

y un oráculo, dedicado a Venus Marina, según nos dice Avieno (O.M. 314-316), que parece haber consultado

fuentes muy antiguas. Con este santuario, tan importante como para dar nombre a la isla, se han relacionado

los hallazgos que desde hace años se vienen realizando en los fondos marinos de la Punta del Nao, hipótesis

sin duda atractiva, aunque el material allí encontrado, sin duda de carácter votivo, no permite una atribución

clara a la diosa tiria. Aparte de estas referencias, se conocen otras posibles alusiones a lugares consagrados a

Astarté, bajo la interpretatio de Afrodita, Venus, Hera-Iuno o epíclesis como Phosphoros, en la costa sur y su-

deste peninsular; a manera de ejemplo mencionaremos el santuario de Afrodita en Baria (Villaricos, Almería:

Plutarco, Apohth Scip Maior 3).

Documento importante para el culto a Astarté es la figura de bronce, seguramente entronizada, conocida

como Astarté del Carambolo por haberse hallado en ese lugar, junto a la ciudad de Sevilla (Fig. 2). Su importancia

Page 111: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

218 Bajo la protección de los dioses 219Bajo la protección de los dioses

los ritos fenicios

Mª. Cruz Marín CeballosUniversidad de Sevilla

Como preámbulo indispensable, se ha de tener en cuenta que la documentación sobre la religión fenicia, ya

pobre de por sí, se muestra especialmente avara, tanto desde el punto de vista de las fuentes escritas como

de las arqueológicas, en lo que respecta a los ritos.

En toda cultura antigua el principio fundamental a tener en cuenta para entender la correspondencia entre el

hombre y la divinidad es el del do ut des. Se entiende que, para recibir el beneficio deseado hay que entregar

algo a cambio, y ahí se establece la necesidad del rito, que reviste formas muy variadas. Cualquier rito im-

plica pues la relación que se establece entre el plano divino y el humano, mediante la que el hombre intenta

asegurarse la protección y benevolencia de los dioses. Dada la dificultad que supone el conocimiento de las

normas que rigen en cualquier actividad de culto, muy frecuentemente se precisa de intermediarios, lo que

comúnmente denominamos sacerdotes, aunque en las civilizaciones orientales es el rey –o en su defecto los

más altos representantes del Estado– quién o quiénes desempeñan la función sacerdotal por antonomasia.

No obstante, existe una jerarquía de sacerdotes que se conoce fundamentalmente a través de la epigrafía,

ocupando funciones muy variadas, así como –dependiendo de la categoría del santuario– una red de personal

subalterno al servicio del culto. El término común para referirse al sacerdote es el de khn, vocalizado como

kohin, y su forma femenina khnt. A la cabeza del colegio sacerdotal se encontraría pues el rb khnm, o rab

kohanim, que traduciríamos por el gran sacerdote.

En Occidente, como era de esperar, la mayor cantidad de información sobre

los títulos, funciones y jerarquía sacerdotal procede de las inscripciones

de Cartago. En contrapartida son muy escasos los datos para el ámbito

hispano, resultando en ello favorecida una vez más la ciudad de Cádiz y

su santuario de Melqart. Dos textos, uno de Silio Itálico (Pun. III, 24-28) y

otro de Porfirio (De Abst I 25 4-8) nos ilustran sobre ello permitiéndonos

conocer que existía en el citado templo toda una jerarquía, presidida por

el rab kohanim, que desempeñaban diferentes funciones. La más desta-

cada sin duda era la de ofrecer el animal de sacrificio, que en el caso ga-

ditano documentado por Porfirio era un ave. Otra, la de quemar incienso,

> Fig. 1. Figura acampanada de la cueva d’Es Culleram, Ibiza. MUSeU ArqUeològiC d’eiviSSA i ForMeNterA.

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Page 112: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

220 Bajo la protección de los dioses 221Bajo la protección de los dioses

Otro santuario en el que podemos documentar la práctica de determinados ritos, en este caso a través de la

arqueología, es el de la cueva d’Es Culleram en Ibiza, consagrado a la diosa Tanit. Las excavaciones allí reali-

zadas no ofrecen demasiadas garantías por el momento temprano en que tuvieron lugar, no obstante lo cual

hay clara evidencia de la práctica de sacrificios, fundamentalmente ovicápridos, cuyas cenizas quizá fueron

enterradas en la parte exterior de la cueva, tras efectuarse el sacrificio y la comida ritual posterior al mismo.

Pero además, el rito debía de completarse con el depósito de un exvoto, generalmente una figura de terracota

que representaba a la divinidad misma allí venerada, y que podría adquirirse en algún tipo de establecimiento

ligado al santuario. La inmensa mayoría de estos exvotos revisten la forma de una diosa con manto de alas

y tocado en forma de kalathos o polos, mezclando elementos iconográficos propios del mundo egipcio y del

griego, como era común por parte tanto de los fenicios como de los cartagineses. La práctica de depositar

exvotos figurados era común entre ambos. La tenemos documentada también en Gadir: en las profundidades

marinas, cerca del islote de Sancti Petri, se han hallado en los últimos años un conjunto de figuras de bronce

masculinas que sin duda alguna representan a una deidad, cuyo nombre permanece impreciso, aunque sospe-

chamos que algunas de ellas efigiaran al propio Melqart. En el enclave púnico de Villaricos, la antigua Baria,

y en la proximidad de una cueva consagrada seguramente a Tanit, se halló un depósito votivo constituido en

su gran mayoría por pebeteros de terracota en forma de cabeza femenina, con gran probabilidad efigies de la

propia diosa. En este caso encontramos dos ritos compendiados en una sola acción: de un lado el exvoto que

representa la imagen de la divinidad, de otro, el quemaperfumes en el que se efectúa el rito de quemar incienso,

rito bien documentado en la Península Ibérica desde le época arcaica. Pero además de este tipo de objetos,

que sin duda exigirían cierto nivel adquisitivo, se depositaron como ofrendas tiestos cerámicos, conteniendo

quizá sustancias como vino, aceite o leche, con las que sin duda debieron realizarse libaciones.

Un ritual muy frecuente en el Mediterráneo Occidental es el del tofet, que comporta algún tipo de práctica

sacrificial en relación con niños. Sin embargo no aparece documentado en el territorio hispano.

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informa además sobre la forma en que se vestían, con túnicas de lino blanco, desceñidas en el caso de los tu-

riferarios, y bordeada de ancha banda de púrpura para sacrificar. Es Porfirio quien nos dice que no podía faltar

nunca la sangre en sus altares, de los que nos aclara Filóstrato (VA V, 5) que había varios, dos de bronce para

el Hércules “egipcio” –se entiende Melqart–, y otro en piedra para el tebano. ¿Acaso debemos deducir que se

sacrificaba de manera distinta a los dos dioses?, es posible que así fuera, pero sin embargo, distintos autores

nos recuerdan que en época romana aún se celebraban ceremonias al modo fenicio (Apiano Ib. I 2, Diodoro V,

20; Arriano An. II 16,4). El santuario contaba además con un oráculo, aunque la documentación que tenemos

sobre él es bastante tardía y nos informa exclusivamente sobre su carácter onírico. Por otra parte también en

el templo gaditano de Astarté había un oráculo (Avieno, OM 317), aunque en este caso ignoramos la forma en

que se vaticinaba. Hace años se halló en la necrópolis, reutilizada, una escultura entronizada femenina con un

probable mecanismo para mover el brazo, lo que podría convenir a una estatua oracular de la diosa.

La fiesta más importante de Melqart era sin duda la que conocemos a través de su denominación griega: egersis

(despertar), documentada en Tiro desde el s. X a. C. (Flavio Josefo, Contra Apionem I, 11; Ant. Jud. VIII V,3, 145-146);

Consistía en la muerte por fuego del dios y en su resurrección a los tres días. Sabemos que el sacerdote que

interviene en este ritual recibe el título de mqm ’lm vocalizado como miqim ’elim, literalmente “resucitador

de la divinidad”. La categoría social de estos personajes suele ser elevada, compartiendo el cargo sacerdotal

con funciones públicas del tipo sufeta o rab, especialmente en Cartago. No tenemos constancia de que esta

fiesta se celebrara en Gadir, aunque sería lógico esperarlo por la importancia que allí tuvo el culto a Melqart.

Hay ciertas alusiones a una tumba del dios (Mela III 46), y dice Filóstrato que los gaditanos cantaban himnos

a la muerte (VA V, 4), quizá con ocasión de la festividad de la égersis, y por otra parte sabemos que la escena

de la muerte y resurrección del dios estaba representada en las puertas del santuario (Silio Itálico III, 43-44).

En relación con la figura de Astarté se ha de mencionar la prostitución sagrada que se practicaba en algu-

nos de sus santuarios, especialmente aquellos situados en centros portuarios (Kition, Pafos y Amatonte en

Chipre; Afqa en el Líbano, Erice en Sicilia y Sicca Veneria en el Norte de África). La práctica, que hay que ver

en relación con el carácter propiciador de la fecundidad propio de la diosa, revestía diversas formas según los

centros. El único indicio de su más que proba-

ble existencia en Gadir es la referencia, ya en

época romana, a unas alegres jóvenes gadi-

tanas (puellae gaditanae) que se empleaban

como bailarinas –de danzas muchas veces

obscenas– y expertas instrumentistas, pero de

las que no se mencionan explícitamente otras

habilidades (Estrabón II, 3, 4; Mart. 3.63, 71,

78; Juv. Sat.11, 162 ss.; Estac. Silv. 1.6.70 ss.).

Quizá sea lo que queda de las antiguas siervas

de Astarté.

> Fig. 2. Parte superior de la estela de Yehawmilk de Biblos.

Page 113: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

222 Bajo la protección de los dioses 223Bajo la protección de los dioses

Nuestra información sobre los santuarios de Cádiz se ha incrementado gracias a la arqueología, aunque dicho

aumento de datos se limita aún a objetos sagrados de diversa índole (ajuar litúrgico, exvotos, ofrendas…),

sin que haya afectado a los edificios propiamente dichos. Así, de los alrededores submarinos del principal de

esos templos, el de Melqart en el actual islote de Sancti Petri, procede un conjunto de exvotos de bronce que

representan al dios masculino cananeo del primer milenio a.C. (Baal) en varias de sus advocaciones. Más al

norte, posiblemente en el actual promontorio del Castillo de San Sebastián, se ubicó el templo de Baal Kronos,

una de las principales acepciones del dios de los fenicios en tanto que señor del tiempo. Parece que en las

inmediaciones de ese sitio se halló un famoso capitel de mármol que tradicionalmente se ha relacionado con

ese templo en concreto. Frente a él, al otro lado de la pequeña playa gaditana de La Caleta, ha querido ubicar-

se el santuario consagrado a Astarté. Allí, en la denominada Punta del Nao, abundan los hallazgos cultuales,

entre los que se cuentan quemaperfumes, ánforas votivas, terracotas alusivas a divinidades y a oferentes,

etc. Sabemos desde la Antigüedad, también por la información suministrada por las fuentes escritas, que

la divinidad manifestaba aquí sobre todo su aspecto ctónico o infernal, porque recibía culto en una cripta o

capilla subterránea. Tal aspecto tenía que ver con la advocación funeraria de la diosa, tan asumida por los

cananeos.

En las últimas décadas, la arqueología ha sido responsable de lo mucho que ahora sabemos sobre los templos

fenicios hispanos. No obstante, algunos de esos enclaves sagrados están aún sometidos a fuertes discusiones

científicas acerca de su atribución étnica, siendo tal vez el caso más paradigmático el del Carambolo, en la

provincia de Sevilla. Un criterio que podría revelar la función sagrada de éste y de otros complejos parecidos

sería la presencia de altares (Fig. 1). De ser así, las aras de barro en forma de piel de toro, cada vez más abundan-

tes en el este y el sur de la Península Ibérica, estarían indicando la presencia de santuarios semitas, porque

el denominado “Dios del Lingote” chipriota se representó precisamente sobre un altar de este tipo, y porque

un altar semejante se pintó también en las paredes del palacio de Sargón en Khorsabad. Por otra parte, en

todo ese ámbito geográfico hispano en que se documentan tales mesas sagradas con forma de piel de toro,

ocupado a finales de la Edad del Bronce por grupos humanos con distintas tradiciones culturales y lingüísticas

de las que cabría esperar cierta diversidad de manifestaciones religiosas, el único denominador común fue la

presencia cananea durante gran parte del primer milenio a.C.

> Fig. 1. El Carambolo. Altar en forma de piel de toro.

La expansión fenicia por la Península Ibérica, como la de otras áreas del Mediterráneo, se plasmó en una serie

de fundaciones coloniales que acabaron por dibujar, a lo largo del primer milenio a.C., una tupida red de asen-

tamientos. Los trabajos arqueológicos llevados a cabo en esas zonas por las que se dispersaron las comunida-

des fenicias han descubierto las ciudades, los puertos y los cementerios de esas poblaciones, desplazadas más

o menos masivamente desde sus patrias de origen. Y en muchos casos también han sacado a la luz los templos

y santuarios. Últimamente, tanto el interés de los investigadores como el azar han contribuido sobremanera a

que podamos conocer en mayor profundidad estos lugares de culto, de forma que contamos hoy con un buen

repertorio de sitios sagrados y con una enorme cantidad de datos que nos hablan del culto llevado a cabo en

esos recintos, de aspectos concretos de los rituales y de los ajuares litúrgicos utilizados. Sin embargo, como

en muchas regiones en las que se asentaron estas gentes de origen cananeo se desconoce el sustrato religioso

de las poblaciones aborígenes, el incremento de la información arqueológica ha contribuido, paradójicamente,

a que la comunidad científica tenga menos claro qué cosas de este ámbito de las creencias pertenecían a los

colonos y qué otras a los grupos residentes. De ahí que sea una cuestión importante establecer los criterios

metodológicos que permitan discriminar qué construcciones eran realmente santuarios y cuáles de ellas per-

tenecieron a las comunidades fenicias. Este problema ha afectado en los últimos años de forma especial al sur

de la Península Ibérica, ámbito de profusa implantación fenicia desde fines del siglo IX a.C.

La historiografía de los santuarios fenicios usó primero para estudiarlos la información literaria legada por el mundo

grecorromano. Así se llevaron a cabo, por ejemplo, los primeros análisis de los templos gaditanos. Esa tradición es-

crita nos informó de muchas cuestiones relativas al culto que se llevó a cabo en ellos, de las divinidades adoradas

y de sus distintas advocaciones, y hasta hablaba en ciertas ocasiones de las características físicas de los edificios.

Igualmente, también por textos de la Antigüedad sabemos que los santuarios cumplían funciones económicas

como la de garantizar los pactos y contratos comerciales, ser garantes de la custodia de documentos públicos y

privados, etc. No faltan noticias de que en sus dependencias se llevaban a cabo observaciones astronómicas y de

algunos otros fenómenos de la naturaleza, como la medición de las mareas atlánticas en el santuario gadeirita de

Melqart. De tal hecho, tan importante a la hora de decidir la ubicación de los puertos, la marinería fenicia carecía

por completo de experiencia dada la práctica ausencia de éstas en el Mediterráneo. De ahí que los templos consti-

tuyesen también verdaderos centros de conocimiento que hoy podríamos denominar científico.

los santuarios fenicios

José luis escacena CarrascoUniversidad de Sevilla

Page 114: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

224 Bajo la protección de los dioses 225Bajo la protección de los dioses

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Con este baremo es lícito considerar de raíz fenicia el posible santuario alicantino del Oral, el recientemente

encontrado en Málaga, con dos estructuras de este tipo (Fig. 2), y los de Coria del Río, El Carambolo y Cancho

Roano, también con sendas aras de barro de igual forma. En todos estos enclaves se ha constatado una clara

intención de orientar los edificios y/o los altares a las posiciones solsticiales, cosa que puede relacionarse con

cultos astrales y con la fiesta de la égersis de Melqart, es decir con la creencia en la muerte y resurrección del

Baal cananeo. Precisamente en El Carambolo y en Cancho Rano existen además altares circulares –siempre

los que acompañan a la fundación del santuario- que imitan el disco solar sobre Sapanu, la montaña sagrada

de los fenicios. Es posible que en este grupo se pueda incluir algún día con claridad del santuario urbano de la

calle Méndez Núñez de Huelva, que ha entregado un exvotillo de altar elaborado en plomo con forma también

de piel de toro.

En paralelo con estas aras de diseño tan peculiar, otros altares de templos fenicios desarrollaron forma rec-

tangular, aunque mostraban en sus colores la herencia de haberse inspirado también en pieles. Esto permitiría

añadir a la lista ya señalada algunos santuarios costeros portugueses ubicados entre el Tajo y el Guadiana, así

como el de época púnica localizado no hace mucho en Carteia.

Pero la tradición semita de vincular a algunas de sus divinidades con el mundo subterráneo, principalmente a

Astarté como ya hemos indicado, encontró en las grutas un lugar idóneo para ubicar allí también sus lugares

de culto. Desde la provincia de Cádiz hasta las islas Baleares, seguramente fueron muchas más las cuevas

consagradas a la diosa de las que hoy conocemos como tales santuarios fenicios. Constituyen ejemplos para-

digmáticos de este patrón Es Cuieram, en Ibiza, y la Cueva de Gorham, en Gibraltar. Parece probable que en al-

gunos de estos lugares, al carácter ctónico del ambiente pueda unirse el hecho de ser sitios costeros, tan privi-

legiados por las comunidades fenicias a la hora de establecer sus emporios comerciales y sus correspondientes

santuarios. A este respecto, empezamos a intuir un modelo que parece característico al menos de las colonias

atlánticas estuarinas, la colocación en la desembocadura de los grandes ríos de un asentamiento importante

en una orilla y de un complejo sagrado en la opuesta (Sevilla-Carambolo, Huelva-Aljaraque?, Ayamonte-Castro

Marim). Un reflejo tardío y evolucionado de esta costumbre de ubicar centros ceremoniales en las bocas de los

ríos es el santuario de La Algaida, en Sanlúcar de Barrameda, en una época en la que la desembocadura del

Guadalquivir se había desplazado hacia el

sur en relación con la fase arcaica de la

colonización.

< Fig. 2. Málaga. Calle Císter. Altar de barro en forma de piel de toro (Foto: ANA ArANCibiA).

Page 115: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

57. estatuillas de Melqart. Sancti Petri, San Fernando, Cádiz

58. divinidades de la barra de Huelva

59. busto femenino de terracota. Cádiz

60. Nodriza sagrada. la Algaida, Sanlúcar de barrameda, Cádiz

61. Cabeza de osiris. Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz

62. Cabeza masculina negroide. Punta del Nao

63. Figura de porteadora. Punta del Nao

64. trébedes o thymiaterion piramidal. Punta del Nao

65. quemaperfumes de doble cazoleta. Punta del Nao

66. Anforita. Punta del Nao

67. Cuchara. Huelva

68. vaso ritual a mano. la Joya, Huelva

69. Cuenco decorado con un grifo. Cabezo de San Pedro

70. Altar en forma de lingote. Huelva

71. Copas áticas de comastas. Huelva

72. Fragmentos de huevos de avestruz. doña blanca

73. Conjunto de esculturas y objetos votivos. la Algaida

74. lámina grabada con divinidades egipcias. la Algaida

75. escarabeo. la Algaida

76. Cabeza de Heracles. isla de Saltés, Huelva

77. tapadera o rallador. el Castañuelo o alrededores

78. terracota antropomorfa. Cabezo de San Pedro

227Bajo la protección de los dioses

Page 116: Cadiz y Huelva. Puertos fenicios de Atantico.pdf

228 Bajo la protección de los dioses 229Bajo la protección de los dioses

La primera estatuilla representa a una figura masculina erguida, en pie, en actitud de marcha, vestida con un fal-dellín que le cubre hasta la rodilla, con una abertura al frente. Está tocada por la tiara osiriaca (atef, tiara del Alto Egipto flanqueada por plumas). El rostro, hierático, presenta rasgos bien dibujados: grandes ojos almendra-dos enmarcados bajo cejas amplias y una nariz ancha, boca cerrada de labios gruesos, barbilla redondeada y orejas grandes. El resto del cuerpo se resuelve con cierto detalle, dando volumen a los pectorales y apuntado la línea central de los abdominales. Los brazos se extienden rectos a lo largo de los costados con las manos cerradas y junto a la cadera. Se observa un detallado tratamiento anatómico de las piernas, resaltando las rodillas y los tobillos. Sólo se conserva el pie derecho, que termina en un soporte de forma rectangular que serviría para fijarla a una peana.

La segunda estatuilla representa una figura masculina en pie, con rasgos faciales bien trabajados, con larga barba troncocónica que cae en tres bucles sobre el pecho y to-cado con la lebbade (tiara alta y cónica). La figura está cubierta únicamente por un faldellín, sujeto por un cin-turón con decoración de líneas quebradas, que se ciñe al cuerpo. Presenta una abertura triangular sobre la pierna derecha, decorada con pliegues rectos verticales y para-lelos que caen desde la cintura, formando un tableado, resuelto con finas incisiones. En la parte inferior las lí-neas se disponen horizontalmente. La figura, de marcada frontalidad, estaría probablemente en actitud de marcha, con una pierna adelantada. Los brazos podrían estar pe-gados al cuerpo, como otras estatuillas del mismo lote, o en actitud de ataque, siguiendo la iconografía de los llamados Smiting-God. La ausencia de los brazos nos im-pide concluir sobre este aspecto. Como sus compañeras, la estatua fue realizada siguiendo la técnica de la cera perdida. Posiblemente, se trabajó a partir de cinco piezas: cuerpo, piernas, brazos –que encajarían en las oquedades

rectangulares dispuestas a tal efecto– y anclaje soldado al pie –una lámina de bronce unida a un pivote rectan-gular–. En la tiara presenta tres resellados, rellenos de cobre, de forma cuadrada los dos frontales y rectangular el que aparece en el lateral izquierdo.

Estas figurillas, junto con otras similares, aparecieron en las aguas que rodean el islote de Sancti Petri. Esta loca-lización en el medio marino ha ocasionado una atención especial sobre su conservación, al verse afectadas por se-veros procesos de corrosión. Así, en 1996 se llevó a cabo una restauración en el Museo de Cádiz, siendo preciso realizar una segunda intervención en el Centro Andaluz de Arqueología Subacuática al observarse la reactivación del proceso corrosivo en una de las piezas (CE 17004). En estas intervenciones se han encontrado evidencias claras sobre su proceso de fabricación, con empleo de un molde bivalvo al menos en la pieza referida. Por otro lado, las pequeñas reparaciones con apliques de metal en espa-cios cuadrangulares sobre otra pieza (CE 17005) pueden atribuirse a defectos de fundición o la huella de los ca-nales de respiración del molde. Estos bronces se vinculan al templo de Melkart, ubicado en el entorno de Sancti Petri. Serían ofrendas a dicho templo, quizás amortiza-das en pozos sagrados. Para la datación se puede recurrir sólo al análisis tipológico. De los pocos ejemplares bien contextualizados –Heraion de Samos– obtenemos una cronología entre el 710 y 640/630 a.C.

Blanco Freijeiro (1985). Perdigones Moreno, L. (1991: 1123, il. 2). Jiménez Ávila, J. (2002: 273, 274, 418; il. 207; LVII; nº cat. 160).

l.C.Z.v.

Nº 57. Estatuillas de Melkart

Museo de Cádiz n Sancti Petri (San Fernando, Cádiz). Hallazgo en 1984 n Siglo vii a.C. n bronce.A) Nº. inv. Ce 17004 n Alt. 36,5 cm. Anch. máx. 7,6 cm.

B) Nº. inv. Ce 17005 n Alt. 33,5 cm. Anch. 5,5 cm.

B A

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230 Bajo la protección de los dioses 231Bajo la protección de los dioses

Figuras masculina de carácter egiptizante realizadas en bronce mediante técnica de la cera perdida. Representan varón de cuerpo entero y pie izquierdo adelantado, en posición de marcha. Visten un corto faldellín egipcio de tipo shenti, con cinturón, sobre un torso desnudo. Su ca-beza está tocada por una mitra. La nº. 6874 presenta tiara de tipo osiriaco y conserva los dos brazos: el derecho en posición recta, mientras que el izquierdo se flexiona so-bre el cuerpo. La estatuilla nº. 6875 lleva corona del Alto Egipto y el brazo derecho no se conserva; por su parte, el izquierdo aparece doblado en ángulo recto, pegado al cuerpo, proyectado hacia delante, con el puño cerrado. En ambos casos, los pies se apoyan sobre unas delga-das láminas, que se fijarían a unas peanas actualmente desaparecidas.

Los rasgos y la postura de estas figuras son propios de representaciones comunes en la iconografía fenicia y ca-nanea. Formalmente se integran en un conjunto de figu-raciones que representan a un hombre con vestimenta y corona egiptizantes, en actitud guerrera o atacante que se manifiesta por la posición de sus brazos, normalmente en ángulo y proyectados hacia delante, portando armas en diversas ocasiones. Estas figuras se asocian a dioses guerreros conocidos como smiting gods. No existe una lectura unánime sobre la divinidad que representan. Pueden relacionarse con el dios sirio-cananeo Reshef y con el fenicio Melqart, así como con otros dioses guerre-ros como Baal o Hadad. Estas figuraciones se documen-tan en el área sirio-palestina desde el III milenio a.C., pero es a mediados del II milenio cuando se convierten en un exvoto muy popular en los santuarios cananeos, perdurando su uso durante el I milenio a.C. Entre fina-les del II milenio y los inicios del I milenio a.C. llegan a tierras occidentales donde las encontramos en espacios visitados desde tiempos muy tempranos por navegan-tes orientales. Es el caso de Cerdeña, donde se conocen dos estatuillas levantinas depositadas en espacios sa-

cros nurágicos. Las figuras de bronce fueron objetos que acompañaron a marinos y comerciantes fenicios en su diáspora por Occidente, que se inicia tímidamente en el siglo IX, perdurando durante las centurias siguientes. A esos tiempos pertenecen la mayoría de las figuras co-nocidas en tierras occidentales, entre las que destacan las representaciones de divinidades guerreras, como el smiting god de Selinunte, localizado en el fondo del mar, a varias millas de la costa de Sicilia. También los recu-perados en áreas atlánticas de la Península son mayori-tariamente hallazgos subacuáticos. Entre ellos destacan los seis gaditanos de Sancti Petri (ver ficha nº. 57 de este Catálogo). Las pautas deposicionales de estas figurillas en contextos occidentales parecen indicar que, en estos espacios, habrían actuado como objetos votivos utilizados en prácticas rituales, tanto en santuarios como en es-pacios naturales con connotaciones sacras. Huelva fue un enclave visitado por los fenicios en momentos quizá desde el siglo X a.C. y con toda seguridad a partir del siglo IX a.C. En este contexto empórico, estas figuras de bronce podrían interpretarse como un exvoto arrojado a las aguas, dedicado a divinidades protectoras del comer-cio y de la navegación.

Bisi (1980). Falsone (1988). Gamer-Wallert (1982). Jiménez Ávila (2002). Olmos (1992) Ruiz-Gálvez (1995). Seeden (1986).

A.d.H.

Nº 58. Divinidades de la barra de Huelva

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 6974 y A/dJ 6975 n recuperadas de forma casual en los años 70 en aguas de

la ría de Huelva n Siglos iX-vii a.C. n Alt. 30,6 cm. Anch. 7,7 cm. n bronce.

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232 Bajo la protección de los dioses 233Bajo la protección de los dioses

La descripción detallada de las terracotas y su interpretación en Álvarez Rojas y Corzo Sánchez (1993-94). La estratigrafía del lugar de hallazgo en Sibón Olano (1993-94). Sobre la coinciden-cia entre el barro de la cantera y el de las terracotas, vid. Giles Pacheco y Sampietro Alemán (1993-94). La interpretación de las terracotas en un contexto amplio del sur peninsular en Ferrer Albelda (2002:197-198).

e.g.A.

Terracota que forma parte de un conjunto de cinco piezas halladas juntas. Las piezas presentan una concepción si-milar, aunque con variantes. Ésta que comentamos es la de mayor tamaño y adopta la típica actitud de bendición en el mundo fenicio-púnico, levantando la mano derecha abierta mientras que sostiene una píxida con la izquierda. Otra da de beber a un animal (interpretado como un caba-llito o cervatillo). Las tres restantes presentan los brazos caídos y son mucho más sencillas. En todos los casos, presentan las cuencas de los ojos están vacías y posi-blemente se rellenarían con pasta vítrea o un material similar, una vez acabada la pieza. Todas visten un peplo con escotadura en “V” en el pecho y llevan diadema, co-locada sobre un cabello que se remata en trenzas. Todas presentan agujeros en los lóbulos de las orejas y debajo del cabello, seguramente para ser adornadas con joyas, al estilo de algunas que conocemos en Ibiza.

El conjunto de terracotas fue hallado en un agujero ex-cavado en el estrato de una cantera de barro rojo del Terciario, amortizado por arena amarilla de aporte eólico, que formó una duna a mediados del siglo IV a.C. Los análi-sis efectuados confirman que este barro fue el mismo que se usó para las terracotas, lo que implica la existencia en un lugar próximo de un taller alfarero que las produjo. Las cinco terracotas se agrietearon durante el proceso de cocción, por lo que fueron desechadas, pero no arrojadas sin más al vertedero, sino depositadas, lo que habla de alguna manera de su consideración de objeto sacro.

La terracota con el caballito u otro animal muestra bajo la diadema unas protuberancias serpentiformes, que se han interpretado como ofidios, de manera que la identi-ficación sería la gorgona Medusa. Al tiempo, la pieza ex-puesta aquí (nº. inv. DJ 21992) muestra dos alas afronta-das en la diadema. En el arte griego arcaico las gorgonas aparecen como personajes alados y terroríficos, atributos que fueron desapareciendo progresivamente. Un paso

intermedio de este proceso puede estar simbolizado por estas alas en miniatura y la expresión más benéfica de estas piezas gaditanas. La localización de las gorgonas en el Océano y la aparición de estas terracotas en Cádiz viene a significar una vez más el carácter de la ciudad como límite simbólico del mundo conocido y acceso a ese Occidente poblado de seres extraordinarios, terribles, vinculados a la noche y a la muerte en la concepción ar-caica griega. Igualmente, Medusa es la abuela de Gerión, por lo que la conexión local es evidente.

Entendemos que este culto a las gorgonas pudo estar in-serto dentro de un proceso de helenización de Gadir, al igual que la identificación de Melqart con Heracles. Sin embargo, estas transformaciones culturales no pueden desligarse del sincretismo que adopta la religión feni-cia a partir del siglo V a.C., lo que nos hace pensar que estas terracotas pueden responder a diversas epifanías de la diosa femenina por excelencia del panteón gadirita: Astarté. Artísticamente, el coroplasta que las modeló tenía presentes piezas similares de Sicilia y la Magna Grecia, pero les dio un aire de fusión muy acorde con el cosmopolitismo de la Cádiz fenicia.

Nº 59. Busto femenino de terracota

Museo de Cádiz. Nº. inv. dJ 21992 n Calle Juan ramón Jiménez, nº. 9 (Cádiz). excavaciones de José Francisco

Sibón en 1992 n Finales del siglo vi-primera mitad del v a.C. n Alt. 51 cm. Anch. 35 cm. n barro cocido de

color rojizo intenso.

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234 Bajo la protección de los dioses 235Bajo la protección de los dioses

Figura femenina en pie, con túnica larga ceñida, bajo la que asoma la punta del calzado, y manto que cubre tam-bién la cabeza; sostiene con el brazo izquierdo a un niño desnudo que inclina su cabeza hacia la de la mujer y ésta muestra un peinado de rizos sobre la frente y trenzas la-terales. En las excavaciones del santuario de La Algaida se han rescatado fragmentos de unas treinta figuras si-milares, algunas de moldes muy desgatados con ligeras variantes en la posición del niño. Con los fragmentos pro-cedentes de varios ejemplares se ha compuesto la pre-sente figura.

De este tipo de figuras femeninas en actitud maternal se conocen otras versiones en las provincias andaluzas de Jaén, Málaga y Granada, quizás copias más tardías del modelo sanluqueño, que es el más cercano a los proto-tipos helenísticos. Aparte de las figuras maternales grie-gas más antiguas, como las del santuario de Artemis en Brauron o las de Camirus, el modelo parece haber sido creado en los ambientes helenísticos del siglo III a.C., dentro del grupo de las “tanagras” que representan fi-guras tomadas de los personajes de obras teatrales muy difundidas; una terracota muy similar, con ejemplares en el Museo Británico y en el Museo Nacional de Atenas, se ha identificado como la nodriza de la obra La mujer samia, de Menandro, lo que se refuerza porque en ellas, los rasgos del rostro femenino indican una edad avanza-da; es el mismo caso de otra pieza del Museo del Louvre, de mayor ampulosidad en los ropajes pero con el niño en una posición idéntica a las piezas de La Algaida, y con el mismo modo de representación de la punta del calza-do que asoma bajo la túnica. A la vista de los paralelos formales y del contexto de los exvotos del santuario de La Algaida, puede deducirse que aquí se rendía culto a una divinidad relacionada con los momentos cruciales de la sexualidad femenina; las terracotas en forma de cabe-za de Perséfone, los anillos y las cuentas de collar son ofrendas de las jóvenes que alcanzan la adolescencia y

se encomiendan la “muchacha” o Kore, en el tránsito a la edad adulta. Estas figuras de una divinidad protecto-ra de la infancia puede recordar a la de Démeter como cuidadora de Triptólemo, la nodriza por excelencia de la mitología antigua, pero su asociación iconográfica con Artemis, con Iuno y con Aphrodite, revela que se reúnen en ella los caracteres de protectora también de los em-barazos y los alumbramientos, como divinidad astral re-lacionada con el planeta Venus, el lucero del amanecer y del crepúsculo, que es la advocación atribuida por las fuentes clásicas a este lugar de la desembocadura del Guadalquivir, consagrado a la Lux Dubia, la luz incierta del nacimiento del día.

Corzo Sánchez (2007).

R.C.S.

Nº 60. Nodriza sagrada

Museo de Cádiz. Nº. inv. dJ 17250 n Procedencia: Santuario de la Algaida (Sanlúcar de barrameda, Cádiz) n

Siglo iii a.C. n Alt. 12 cm. n Arcilla de color ocre claro.

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236 Bajo la protección de los dioses 237Bajo la protección de los dioses

Se trata de un personaje masculino, engalanado con una gran peluca de rizos que se extiende en dos voluminosos bucles detrás de las orejas. Lleva una larga barba de taco, hendida en el centro, que se curva alrededor de las me-jillas como un postizo; los ojos son rasgados con cejas curvas unidas en el centro y la boca pequeña. Su fisono-mía es un estereotipo de las facciones habituales en los dioses y los faraones egipcios, aunque no posee corona ni símbolo alguno más explícito de su personalidad. Tiene un orificio en el occipital que serviría para ventilar el interior de la cabeza durante la cocción y otras tres per-foraciones menores en la parte superior de la cabeza; el cuello era un muñón cilíndrico y hueco que se ha roto por el arranque.

Cabezas parecidas se conocen en Cerdeña y Sicilia, aun-que la de Cádiz es la que tiene un tratamiento más mi-nucioso y proporcionado; se llama “prótomos” a este tipo de cabezas para diferenciarlas de las “máscaras”, que sólo contienen la parte delantera del rostro, pero no deben considerarse un simple aplique, que es el sentido de “prótomo”, sino como la verdadera cabeza de una escul-tura hecha por partes articuladas. El conjunto de las te-rracotas encontradas en la Punta del Nao contiene todo el repertorio de los personajes que forman parte del mito isíaco, y se refieren a los episodios de la muerte de Osiris a manos de su hermano Seth, su descuartizamiento y el periplo de Isis para recomponer el cuerpo, durante el cual hizo que quedara interrumpida la navegación. La fiesta de la ploiaflesia o nauigium Isidis, que en época romana se aplicó a Venus Marina, celebraba la alegría de la diosa que permitía de nuevo el tránsito marítimo, tras recupe-rar a Osiris, y tenía lugar a comienzos del mes de marzo. La descripción de estas fiestas por Apuleyo en “El asno de oro”, permite saber que durante la procesión desde el templo hasta la orilla del mar se transportaban las imágenes de las divinidades en figuras animadas; como “los dioses que permiten ser llevados por pies humanos”

o, más adelante, “las imágenes, que parecían respirar”, las menciona Apuleyo para destacar que se trataba de figuras móviles. Los hallazgos gaditanos indican que las imágenes eran figuras articuladas y móviles con orificios de suspensión y articulaciones que les darían un vivo movimiento durante su transporte. Los rasgos de la barba y el peinado permiten reconocer en esta cabeza la de Osiris, que iría suspendida de los tres orificios superiores para poder ser incluso manipulada como la de un títere, insertada en el cuerpo por el muñón inferior.

Corzo Sánchez, 1999.

r.C.S.

Nº 61. Cabeza de Osiris

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 9545 n Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz n Siglo v a.C. n Alt. máx. 16 cm.

n Arcilla color castaño oscuro, bien cocida.

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238 Bajo la protección de los dioses 239Bajo la protección de los dioses

Cabeza masculina de terracota, en bulto redondo, hueca, que representa un individuo con rasgos de raza negra. Presenta una frente corta y estrecha, delimitada por una línea que representa en el cabello, como si fuese una especie de casquete sobre el cráneo. Los ojos, hundidos en cuencas muy marcadas, son de tendencia almendra-da, con el iris bien dibujado en relieve, enmarcados por dos cejas prominentes y rectas. La nariz es chata y an-cha, con grandes aletas nasales. La boca está cerrada y permanece inexpresiva, con labios muy gruesos, en es-pecial el inferior. La barbilla es pequeña y redondeada. Las orejas se moldean con cierto detalle. Son asimétricas en posición y tamaño. El cuello está constituido por un tronco de cono invertido, en cuyo interior se aprecia una perforación vertical de más de dos centímetros quizás destinada a encastrar o fijar la pieza. Cuatro orificios per-foran la cabeza en distintos puntos. El mayor de ellos se halla algo por encima de la línea frontal del cabello, es de tendencia semicircular y tiene casi un centímetro y medio de diámetro. Los otros tres orificios, de algo menos de un centímetro, se sitúan delante de la zona central de cada oreja, junto a ellas, y el tercero en el área occipital del cráneo.

Esta terracota fue hallada en el fondo de las aguas de la playa de La Caleta, en un área próxima a la Punta del Nao donde se localizaron diversos materiales en terracota y cerámica que se han puesto en relación con algún tipo de depósitos votivos. Éstos, a juzgar por dichos materiales recuperados, podrían haber tenido lugar entre los siglos VII a.C. hasta el II a.C. (Ferrer 1995-1996: 64). Algunas de las terracotas allí localizadas, como la que aquí nos ocupa, se datarían en la segunda mitad, incluso último tercio, del siglo VI a.C., siguiendo criterios iconográficos (Ib.: 64; Ferrer, Sibón y Mancheño 2000: 594). La repre-sentación de individuos de raza negra no es usual en la coroplastia púnica occidental. Se conocen ejemplos en el Mediterráneo oriental, aunque posiblemente estén más

relacionados con el mundo griego (Stampolidis 2003: 391; cfr. Ciasca 1988: 14). También se ha asociado con esta terracota las representaciones de figuras masculinas del timiaterio de la misma procedencia (ver ficha en este nº. 64 de este catálogo). El tipo, en todo caso, perdura en momentos posteriores –siglos IV-III a.C.-, como vemos en los ejemplos de máscaras con rasgos negroides hallados en la provincia de Cádiz (Quintero 1932; Ferrer, Sibón y Mancheño 2000: 596-597; cfr. Ciasca 1988: 361; Jiménez Díez 2008: 266, nota 15).

Ferrer Albelda (1995-96: 64-66; fig. 1.2). Ramírez Delgado y Ma-teos Alonso (1992) Siebenmorgen, H. (2004: 342, ficha cat. 20).

J.i.v.S.

Nº 62. Cabeza masculina negroide

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 12093 n Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz. Prospección Arqueológica

Subacuática, 1982 n Último tercio del siglo vi a.C. n Alt. 16,5 cm. Anch. 22,5 cm. n Arcilla ocre-rojiza.

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240 Bajo la protección de los dioses 241Bajo la protección de los dioses

Figura femenina en pie, con los brazos unidos y exten-didos hacia adelante y perforaciones verticales en los puños cerrados; se viste con una túnica muy ceñida de pliegues verticales y lleva un tocado voluminoso, como una peluca postiza en cuya parte superior se abren dos pequeñas mortajas en las que encajaría otro elemento; la parte inferior tiene un acabado irregular, como si es-tuviera destinado a empotrarse en una base perdida que le daría mayor estabilidad. Tiene pequeños desgastes por la erosión marina.

Pertenece a un grupo del que se conocen ya tres ejem-plares; las otras dos figuras tienen un brazo cruzado ante el pecho y el otro levantado junto a la cabeza con una perforación horizontal. El estilo de estas figuras es muy similar al de los porteadores situados en las esquinas del trébedes procesional, presente también en esta exposi-ción y de la misma procedencia (ver ficha nº 64 de este Catálogo). En este caso, puede comprenderse que se tra-ta de porteadoras de muebles, cajas o vasos del mismo mobiliario litúrgico, que formarían grupos para sostener otras piezas, insertadas en las perforaciones de las ma-nos o en las mortajas abiertas en la cabeza, y que se integrarían por grupos en un pedestal común, de los que también se ha conservado uno entre este conjunto de ha-llazgos; a las tres porteadoras conocidas podría añadirse una figura del mismo estilo que toca una flauta doble, que ingresó hace años en el Museo de Cádiz procedente de la requisa judicial a un excavador clandestino. En la descripción que hizo Apuleyo del cortejo de Isis que com-ponía la procesión festiva del inicio de la navegación, hay muchos indicios coincidentes con los gestos de estas figuras, de modo que puede deducirse que en Cádiz se realizaba ya en el siglo V a.C. una procesión similar y que en ella se llevaban grupos escultóricos que reproducían las figuras y los atributos de los propios fieles y acólitos. Sobre las vestiduras, dice Apuleyo que los iniciados se cubrían con ropas de lino blanco y que la de los sacerdo-

tes era “una vestidura blanca de lino, ajustada también a todo el cuerpo y larga hasta los pies”; las acompañantes femeninas eran: “mujeres vestidas de blanco, coronadas de guirnaldas primaverales, con aire alegre, portadoras de diversos atributos”, y dos de los gestos que les atribuye eran: “con brillantes espejos puestos al revés sobre sus espaldas, mostraban a la diosa el respeto de la multitud que seguía: algunas, llevando unos peines de marfil, con el movimiento de sus brazos y flexión de sus dedos, ha-cían ademanes de peinar y arreglar los cabellos de su rei-na”; quizás la terracota aquí analizada llevaba un espejo en las manos extendidas y las que tienen un brazo reco-gido junto a la cabeza realizaran el ademán de peinarse; la flautista ya aludida corresponde a los grupos que con “deliciosas sinfonías, zampoñas y flautas dejaban oir sus dulcísimos acordes”. El hallazgo de los testimonios ma-teriales de estas antiguas fiestas de acompañamiento a la nave sagrada de Isis, que recibían también el nombre de currus naualis, sirven para documentar el antecedente remoto de los carnavales gaditanos cuyo nombre tam-bién parece tener aquí su posible origen etimológico.

Corzo Sánchez, 1999.

r.C.S.

Nº 63. Figura de porteadora

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 9764 n Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz n Siglo v. a.C. n Alt. 22 cm. n

Arcilla color castaño oscuro, bien cocida.

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242 Bajo la protección de los dioses 243Bajo la protección de los dioses

Tiene forma de pirámide truncada, como los soportes de thymiateria en bronce similares, griegos y cartagineses, aunque su singular ejecución en cerámica obliga a que tenga mucho mayor tamaño y las paredes anchas y grue-sas, que permiten recibir una profusa decoración. La cara superior es una cazoleta con orificios en el borde para so-portar el recipiente del incienso o los perfumes. La base tiene tres patas exentas, entre las que se abren los ori-ficios que servirían para colocar entre ellas las brasas y proporcionarles ventilación; estas patas tienen, además, unos gruesos tacos salientes que se utilizarían para asir la trébedes durante su transporte. Cada una de las caras laterales se decora con una barca estilizada de extremos curvos que sostiene un astro radiante y se apoya en flo-res de lirio cuyos tallos parten de las cabezas de tres figuras masculinas situadas en las esquinas inferiores; debajo hay otras barcas solares de menor tamaño enla-zadas también con flores de lirio. Las figuras masculinas tienen la cabeza cubierta con un casquete liso, llevan un faldellín abierto egipcio y caminan en forma procesional con un brazo extendido sobre el costado y el otro doblado sobre el pecho como si sostuvieran una flor, que podría haber estado pintada sobre el barro. La pieza tiene algu-nas roturas en la base y los salientes inferiores que se han reintegrado.

Este mueble procesional es, hasta el momento, una pieza única en la arqueología mediterránea, tanto por su ma-teria y dimensiones como por la singular decoración que soporta. Las figuras de las esquinas, con su actitud de caminantes en procesión, parecen sugerir que se trata de los portadores de las barcas solares que decoran la parte central de cada una de las caras. Dado que todos los ob-jetos cerámicos aparecidos en la Punta del Nao forman parte del mobiliario procesional de las fiestas del inicio de la navegación, dedicadas a Isis, que adquirió en Cádiz, como en otros lugares, la advocación de “Venus Marina”, es posible identificar la ornamentación de esta trébedes

con las figuras de los sacerdotes que abrían la comitiva, tal y como se describen en el Asinus aureus de Apuleyo: “El primero portaba una lámpara de la más viva claridad, que en nada se parecía a las que iluminan nuestras ce-nas, sino que consistía en una naveta de oro, que de su centro arrojaba una llama grande e intensa.” (Apuleyo, El asno de oro, 10, II). También la indumentaria egipcia y la cabeza rasurada de los tres porteadores coinciden con el aspecto usual de los sacerdotes y acólitos del culto isíaco. El estilo y gusto egiptizante de la decoración revelan la existencia en Cádiz de un taller de coroplastas que eran buenos conocedores del arte del Próximo Oriente y de su iconografía, que supieron adaptarse a la producción de un mobiliario específico.

Blanco Mínguez (1970). Corzo Sánchez (1999).

r.C.S.

Nº 64. Trébedes o Thymiaterion piramidal

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 8786 n Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz n Siglo v. a.C. n Alt. 60 cm.

long. del lado de la base 18 cm. n Arcilla color castaño oscuro, bien cocida.

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244 Bajo la protección de los dioses 245Bajo la protección de los dioses

Forma cerámica compuesta de dos cuencos superpuestos unidos por un tronco cilíndrico hueco. La parte superior la constituye un pequeño recipiente de perfil carenado, con borde exvasado y labio redondeado. En la parte co-rrespondiente a la base se une a un tronco cilíndrico ver-tical, de paredes rectilíneas, que sirve de vástago y de unión entre las dos partes de la pieza. La parte inferior es otro recipiente, de menor diámetro que el superior, con borde engrosado al exterior, de sección triangular, pared vertical alta levemente convexa, que cambia de dirección radicalmente, mediante una suave carenación, para dar forma a la base troncocónica abierta, con pie desarrollado y fondo ligeramente convexo, que presenta al interior una perforación central.

Esta forma es otra de las que hallamos en el conjunto de materiales subacuáticos documentados en aguas de la playa de La Caleta a principios de los ochenta (Muñoz 1990-1991; Corzo 1999). Estos quemaperfumes se do-cumentan ampliamente en el Mediterráneo Central y Occidental, documentándose sus primeros prototipos en el área sirio-palestina en el siglo VIII a.C. (Muñoz 1990-91: nota 132). Su cronología se centra entre el siglo VI a.C. y el IV a.C. (Ib.: 323-324), aunque se conocen ejemplares ya a finales del siglo VIII a.C. (Ruiz Mata y Pérez 1989: 291). En líneas generales, parece ser que ambas cazoletas te-nían un tamaño similar hasta el siglo VI a.C. A partir del V a.C., el diámetro de la inferior se reduce paulatinamen-te. Esta forma estaba destinada a la combustión de perfu-mes y sustancias aromáticas con fines rituales, cultuales y funerarios. Su presencia está atestiguada en contextos funerarios y sacros, siendo más escasos en contextos de hábitat. Los depósitos de materiales protohistóricos hallados en La Caleta han sido interpretados, de hecho, como relacionados con actividades cultuales, concreta-mente, en honor a Astarté (Muñoz 1990-1991: 310, notas 122-124; cfr. Hormaeche 1990: 22). Por otro lado, el uso de perfumes en los rituales funerarios está atestiguado,

al menos, desde el siglo VIII a.C., como en el túmulo 1 de la necrópolis de Las Cumbres (Torres 1999: 155-156). Con fines también funerarios apareció otro ejemplar in situ, aún con los restos carbonizados de la ofrenda, junto a la tumba de sillares de la Casa del Obispo, en Cádiz (López Rosendo 2005: 671). El humo de estas sustancias sagradas –los perfumes- era fundamental en los actos de sacrificio. Como decía Detienne aplicado al mundo griego “El humo es principio y fundamento del acto sacrificial, establece una relación vertical entre los hombres y los dioses, supliendo el perfume al humo de las grasas que-madas en honor de los Olímpicos” (1996: 102).

Muñoz Vicente (1990-91). Pérez Hormaeche (1990).

J.i.v.S.

Nº 65. Quemaperfumes de doble cazoleta

Museo de Cádiz. Nº. inv. CE 9552 n Punta del Nao. Playa de La Caleta, Cádiz. Prospección arqueológica subacuática en 1982 n Siglos V-IV a.C. n Alt. 10 cm. Diám. borde cazoleta superior: 11,5 cm. n Arcilla ocre-rojiza.

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246 Bajo la protección de los dioses 247Bajo la protección de los dioses

Cuchara con morfología de cuarto trasero de ungulado a la que sólo falta un tercio del cuenco.

La pieza fue recuperada junto a otros elementos de ma-dera excepcionalmente conservados, gracias al medio subfreático anaeróbico reductor donde habían perma-necido, que vinieron a demostrar el temprano estableci-miento en Huelva de talleres de carpintería y ebanistería. Presenta evidentes semejanzas con cuatro ejemplares de marfil exhumados en la Casa-Palacio del Marqués de Saltillo (Carmona), para los que se indicó un paralelo en la necrópolis dés Rabs de Cartago. Otro paralelo en hueso se aprecia en una tumba del siglo VI a.C. de la necrópolis púnica de Dermech. Si las de Carmona se asociaron a un santuario, el ejemplar onubense, de cronología anterior, testimonia la sacralización del objeto desde antiguo. Es incluso posible que no mucho más tarde de la primera llegada de los fenicios se erigiese en el lugar un santua-rio que aglutinaría culto y prácticas comerciales, talleres especializados y conocimientos técnico-científicos. Con posterioridad, entre los siglos VII y VI a.C., sobre el nivel del que procedía la cuchara estuvo en uso un edificio, en parte erigido con sillares, interpretado como santuario. En cuanto a su función, aunque discutible, quizás podría utilizarse para añadir al fuego resinas o plantas aromáti-cas por el oficiante en algún momento de la celebración ritual.

La pieza fue dada a conocer por González de Canales et al. (2004: 160-161 y láms. XL.9 y LXVI.9). Para las cucharas de marfil de Carmona, Belén et al. (1995: 672 y fig. 7; 1997: 173-180, figs. 40-41 y foto 21). Para la cuchara de la necrópolis de Dermech, Khelifi (1999: 139, número 14 y lám. I.7). Sobre el santuario de la calle Méndez Núñez, Osuna, Bedia y Domínguez (2001).

l.S.P., F.g.C.C. y J.l.g.

Nº 67. Cuchara

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 9917 n Calle Méndez Núñez 7-13 / plaza de las Monjas 12, Huelva n

Segunda mitad del siglo X a.C.–circa 770 a.C. por cronología cerámica tradicional del contexto; siglos X-iX

a.C. por datación radiocarbónica n long. 12,3 cm. gr. 0,8 cm. n Madera.

Pequeña ánfora de borde vertical engrosado al interior con la cara exterior marcada por una leve incisión. El cuello, sin apenas solución de continuidad respecto al cuerpo, es troncocónico, de paredes suavemente convexas y con un leve punto de inflexión que marcaría mediante un engro-samiento el inicio del cuerpo. De este punto arrancan dos asas semicirculares de sección circular, dispuestas ver-ticalmente. El cuerpo presenta un primer tramo superior de tendencia cilíndrica y un segundo muy ensanchado y de perfil bitroncocónico, siendo el cono superior muy oblicuo, describiendo el inferior un perfil convexo-ojival que se cierra en la base formando el fondo.

Esta pequeña anforita, junto con otros ejemplares simi-lares, varios quemaperfumes de doble piso y diversas te-rracotas (prótomos, figurillas oferentes, discos, etc.) fue hallada en el fondo de las aguas de la playa de La Caleta, en un área próxima a la Punta del Nao (Muñoz Vicente 1990-1991; Corzo 1999). Los diversos depósitos votivos documentados se fechan, a juzgar por los materiales hallados, entre los siglos VII a.C. hasta el II a.C. (Ferrer 1995-1996: 64). Estas peculiares anforitas, modelos a es-cala de los tipos comerciales, son poco numerosas y los ejemplares conocidos se concentran en la costa gaditana (Muñoz 1990-1991; Guerrero y Roldán 1992: 10, nº. 5-6), halladas bajo el mar y puntualmente en tierra (Niveau de Villedary 1999: 134). Este ejemplar, concretamente, se aproxima a la forma Mañá-Pascual A4 (Muñoz 1990-1991: 293ss., 311), con una cronología que se inicia a mediados del siglo IV perdurando todo el siglo III a.C. y posiblemente el II a.C. (Ramon 1995: 237-238). Sobre su funcionalidad se han barajado diversas hipótesis. Se han relacionado con el comercio de conservas y produc-tos muy selectos (García-Bellido 1971). Su hallazgo en contextos submarinos y próximos a zonas rocosas sirvió de base para defender su pertenencia a un pecio antiguo (Hormaeche 1990: 22). Mucho más aceptada es la idea de su uso ritual, formando parte de depósitos de ofrendas

relacionadas con el culto a Astarté (Niveau de Villedary y Córdoba 2003: 141).

Alonso Villalobos, Florido Navarro y Muñoz Vicente, (1991). Ló-pez de la Orden y García Rivera (1985). Muñoz Vicente (1990-1991).

J.i.v.S.

Nº 66. Anforita

Museo de Cádiz. Núm. inv. Ce 9550 n Punta del Nao. Playa de la Caleta, Cádiz. Prospección arqueológica

subacuática en 1982 n Mediados del siglo iv a.C.-siglo iii a.C. n Alt. 27 cm. diám. boca: 4,5 cm. n Arcilla

ocre-rojiza.

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248 Bajo la protección de los dioses 249Bajo la protección de los dioses

Vasija de cerámica a mano (elaborada sin torno de alfa-rero) compuesta por un cuerpo de tendencia globular o esférica, base plana y cuello acampanado. El tipo se co-noce entre los arqueólogos como vaso à chardon, término francés propuesto en su día por tener forma parecida a la flor del cardo. Se elaboró con superficie no muy cuidada, siguiendo en esto también las tradiciones alfareras de la cerámica a mano de época tartésica. A la altura del hombro arrancan cuatro nervios verticales más o menos equidistantes y de sección subrectangular. Éstos sirven para reforzar el cuello a modo de pilastras y para sostener cuatro cuernecillos que sobresalen de la boca del reci-piente. Se desconoce aún si la zona quemada, en negro frente al tono crema del resto, se produjo en el momento de la cocción o es en parte la huella de su posterior uso como incensario, a modo de vaso-altar de perfumes.

En este singular recipiente de cerámica confluyen dos elementos de gran carga simbólica: por una parte la for-ma del recipiente visto de perfil, en su posición verti-cal de uso; por otra, el diseño de su boca, que hay que contemplar tanto de perfil como en vista cenital para su correcta comprensión.

A pesar de su nombre arqueológico, el vaso à chardon no imita la flor del cardo. Hoy sabemos que es en realidad una versión más, esta vez en barro cocido, de la flor de loto, símbolo vegetal de Astarté y manifestación misma de la diosa. Su silueta copia el cuerpo de tendencia esfé-rica de la flor, en su parte baja, y los pétalos abiertos en la zona abierta superior. Para reforzar esta idea, algunos ejemplares contaban con un cuerpo áspero para hacerse semejante al cáliz rugoso del loto, y con un gran cuello abocinado bruñido en vertical para mimetizar la atercio-pelada superficie de los pétalos de la flor. A la altura del hombro, ciertas piezas mostraban incluso una línea quebrada incisa que se refiere al zigzag de las hojas del cáliz. El plan general de la vasija cuenta, pues, con un

fuerte simbolismo. Es más, hoy sabemos que, por ser em-blema y representación de la diosa fenicia, se utilizó en algunas necrópolis para los enterramientos de mujeres, fuera para urna cineraria o para otros usos, porque la flor de loto constituía de hecho, tanto en el mundo egipcio como en el cananeo, una personificación de la divinidad femenina, materializada entre los fenicios del primer mi-lenio a.C. en Astarté. Que se eligiera esta flor y no otra se debe a la posibilidad que el loto ofrecía para referirse al carácter puro y virginal de la diosa, ya que el loto es la más limpia de las flores. Los estudios científicos han de-mostrado que la planta en general, y en particular la flor, está dotada de una superficie hiperhidrófoba que repele el agua y arrastra con ella cualquier mota de suciedad por pequeña que sea.

En su boca, esta vasija concentra el significado de los altares orientales en forma de piel de toro, bien refleja-do en el del santuario del Carambolo y en los frontiles de oro de ese yacimiento. Estas aras imitaban las pieles de los bóvidos extendidas, de las que sobresalían cuatro protuberancias más o menos radiales que aludían a las extremidades del animal. Su uso ocasionaba en su cen-tro una gran mancha negra circular correspondiente a la marca dejada por el fuego. Por eso, la perspectiva cenital de esta vasija es básicamente un círculo del que parten esas cuatro extensiones. Pero, vista de perfil, alude tam-bién a los altares de cuernos orientales. En éstos, las pro-tuberancias de piel correspondientes a las patas se han proyectado hacia arriba.

Amores y Escacena (2003). Aubet (1995). Belén (2000). Belén et alii (1997). Celestino (1994; 2008). Escacena (2000; 2001; 2002; e.p.).

J.l.e.C.

Nº 68. Vaso ritual a mano

Museo de Huelva. Nº. inv. A/Ce 10.100 n Necrópolis de la Joya, Huelva n Alt. 18,7 cm. diám. base 5,4 cm.

diám. boca 13,1 cm. n Siglo vii a.C.

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250 Bajo la protección de los dioses 251Bajo la protección de los dioses

Fragmento de un cuenco con forma de casquete esférico y borde engrosado hacia el interior. Tiene pasta de co-lor gris bien depurada y superficies bruñidas. En la pared externa conserva parte de un recuadro, trazado sobre el barro ya cocido, que enmarca la figura de un grifo. Es un animal de anatomía híbrida, con cabeza y pico de rapaz, ala izquierda desplegada y cuerpo de cuadrúpedo. Parece que está erguido y levanta la pata anterior derecha cuyo extremo anguloso simula una garra felina. Del ojo arran-ca una línea que curva en la base del cuello, trazando un rizo característico de la iconografía del ser imaginario que representa.

La pieza es producto de una alfarería que combinó las pastas oscuras y superficies bruñidas de la vajilla de tra-dición local, con la tecnología del torno que los fenicios trajeron a Occidente a principios del primer milenio a.C. Su forma es muy común y está bien documentada en los repertorios de cerámica gris de los siglos VII y VI a.C., tanto en los asentamientos tartesios, como en las colo-nias fenicias del sur peninsular. Distinto es el caso del motivo grabado sobre la pared exterior, pues si bien la iconografía del grifo con cabeza de rapaz y cuerpo de león es frecuente en la decoración de las manufacturas de lujo de época Orientalizante, sobre todo en la artesanía del marfil, su presencia sobre cerámica resulta excepcional. El esquema de motivo único enmarcado que se nos ofrece en esta representación está más cerca de los diseños pinta-dos en recipientes de época posterior (Blánquez y Belén, 2003), que de las composiciones escenográficas de su tiempo.

El grifo es un monstruo mítico de origen oriental cuya iconografía se difundió con el inicio de la expansión co-lonial fenicia. Animal de naturaleza sobrenatural y per-sonalidad contradictoria, a la vez temible y benefactor, su imagen estuvo vinculada tanto a esferas religiosas como políticas. Entre las aristocracias mediterráneas fue

un emblema de preeminencia social, pero quien la grabó con relativa pericia en este modesto cuenco, quizá sólo pretendía el favor del grifo en su calidad de genio pro-tector.

El contexto arqueológico de la pieza ha sido estudiado por Blázquez y colaboradores (1979). Vallejo (2005), entre otros, ha tratado de la cerámica horneada en atmósfera reductora. Sobre la iconografía y el simbolismo del grifo en las artesanías orien-talizantes, puede consultarse el trabajo ya clásico de Vidal de Brandt (1973) y el más reciente de Le Meaux (2002). Por último, las representaciones de grifos sobre cerámica, han sido comen-tadas por Blánquez y Belén (2003) y por Belén et al. (2004). Como lectura alternativa proponemos un relato de ficción, inspirado en un hallazgo arqueológico (Prados, 2007).

M.b.d.

Nº 69. Cuenco decorado con un grifo

Museo de Huelva. Nº. inv. A/Ce 4555/9 n Se halló en excavaciones arqueológicas realizadas en 1977 en la

ladera occidental del Cabezo de San Pedro de Huelva, bajo la dirección del dr. J. Mª blázquez n Siglos vii-vi

a.C. n Alt. 6,5 cm. Anch. 6,3 cm. n Arcilla cocida.

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252 Bajo la protección de los dioses 253Bajo la protección de los dioses

Nº 70. Altar en forma de lingote

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7113 n Calle Méndez Núñez, 7-13, Huelva. excavación de M. osuna, J. bedia

y J. domínguez en 2001 n Primera mitad del siglo vi a.C. n Alt. 3,7 cm. Anch. 5,2 cm. gr. 2.6 cm. Peso 422

gr. n Plomo.

Pequeño exvoto de plomo hallado en el santuario fenicio de la Calle Méndez Núñez de Huelva. Muestra el diseño típico de los altares taurodérmicos del mundo oriental, que imitaban una piel de toro extendida. Sus cuatro es-quinas aluden a las extremidades del animal. Por su peso y su composición, ha sido interpretado también como pesa de balanza. De hecho, su forma puede recordar los viejos lingotes de cobre chipriotas, de indudable cuantía económica y de gran prestigio en todo el Mediterráneo como signo de riqueza y poder; también el uso de la piel como valor de referencia para las operaciones comerciales. Al ser reflejo directo de un altar, muestra sobre su cara superior unas adherencias rugosas alusivas a las ascuas y/o la ofrenda.

En Tartessos, patria de los fenicios hispanos, se han docu-mentado ya muchos elementos con esta forma: altares de barro, marfiles, joyas, exvotos de cerámica, quemaperfu-mes, urnas cinerarias, pavimentos y cubiertas de tumbas, etc. Cuando algún objeto de éstos ha querido representar directamente el altar, como ocurre también en una pieza de cerámica de Setefilla (Lora del Río), se ha plasmado una parte fundamental del mismo para su correcto re-conocimiento: el hogar. Por eso esta pieza es, antes que nada, la imagen de un altar. Si a ello sumamos su com-posición, este exvoto puede considerarse una ofrenda de alto valor económico. El plomo era muy estimado en esos momentos por su vinculación con la metalurgia de la pla-na, pues intervenía en el proceso de refinado de este me-tal noble mediante la técnica de la copelación, tan bien constatada en toda la zona onubense.

La forma del altar representado es una variedad más de la silueta que mostraban las pieles de toros como se curtían en la época, mediante su diseño rectangular con los lados más o menos cóncavos. Es la misma imagen que exhiben los altares de barro de Cancho Roano, El Carambolo, Coria del Río, Málaga o Lorca, entre otros, que han dado la clave

para reinterpretar la figura chipriota denominada “dios del lingote” como “divinidad sobre ara taurodérmica”. Dichos altares pudieron servir para el culto tanto al dios mas-culino (Baal) como a su compañera (Astarté). De todas formas, el hecho de que muchos muestren orientación solsticial parece vincularlos a ritos solares, y por tanto más al dios que a la diosa. De ser así, estarían revelando la creencia en un dios que muere el día de comienzo del solsticio de verano y que resucita al acabar éste dos jor-nadas después.

Mediante la relación con el toro a través de su piel, se reafirmaba igualmente la creencia en un numen omnipo-tente. Manifestado como dicho animal –el de más fuerza de los ecosistemas mediterráneos–, el dios daba muestra en su propia imagen tanto de su gran ímpetu físico como de su inmenso poder fecundante. Se plasmaba así el ca-rácter todopoderoso de una divinidad que ofrecía a sus fieles la posibilidad de una salvación eterna por medio de su propia muerte redentora en el fuego del altar.

Este exvoto de plomo representa, junto con el altar portá-til de bronce de la necrópolis de La Joya y con las figuras del dios victorioso (Reshef) de la ría del Odiel, una de las evidencias más claras de la existencia en Huelva de una importante comunidad fenicia estable, colonia que dis-ponía por tanto de sus correspondientes templos y demás servicios religiosos.

Arancibia y Escalante (2006). Celestino (1994; 2008). Escacena (2002; 2007; 2009). Escacena y Amores (2010). Escacena e Iz-quierdo (2001; 2008). Marín (2006).

J.l.e.C.

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254 Bajo la protección de los dioses 255Bajo la protección de los dioses

La primera copa (A/DJ 7518) ha sido restituida a partir de una quincena de fragmentos; de la segunda (A/DJ 5959) se conservan diez que casan. Ambas muestran un labio corto y exvasado decorado con una banda de bar-niz en su extremo superior y rosetas con núcleo y péta-los diferenciados por incisiones. En los galbos, de perfil achatado, destacan escenas con danzarines que visten “quitón” corto. En el primer caso, la composición se en-cuentra enmarcada por dos bandas divisorias superiores y es asimétrica: dos jóvenes imberbes afrontan a un adul-to barbudo, conservándose en el lado opuesto el hombro izquierdo de otro danzarín. En el segundo ejemplar una banda superior enmarca la escena y el único danzarín conservado es un joven imberbe por delante de una roseta similar a las del labio. Una serie de incisiones resaltan determinados rasgos anatómicos del temprano arcaísmo (mirada frontal, sonrisa arcaica, cabellera recogida so-bre la nuca mediante cintas), acentuando partes de la anatomía y proporcionando volumen a las figuras. La li-beración de las extremidades superiores, con las manos abiertas y el pulgar separado, otorgan expresividad a la danza. Un fragmento de galbo de la primera copa con-serva parte del motivo radiado que delimita por debajo la escena principal: del motivo usual, loto-palmeta con tallos entrelazados rematados por volutas, se aprecia uno casi completo. En la segunda copa sólo puede observarse parte de una voluta. Salvo por una banda en reserva en el extremo superior del labio, el interior de las copas está barnizado de negro.

Las vistosas y expresivas decoraciones de estas copas en la temprana tradición de figuras negras fueron intro-ducidas en Atenas por el pintor KX. Los personajes repre-sentados derivan de los grotescos danzarines semisalva-jes de prominentes nalgas y vientres muy del gusto de las manufacturas corintias, al igual que los motivos fitomor-fos asociados. Los comastas participaban en el komos,

entendido como una expresión de sociabilidad donde, en un marco de ebriedad, se daba rienda suelta al deseo de frenesí dionisíaco en una atmósfera cargada de alusiones sexuales. Con los vasos de comastas, Atenas entró en franca competencia comercial con Corinto. Su extraordi-naria calidad les otorgaría un lugar destacado entre los bienes de lujo demandados por los mercados mediterrá-neos. Los dos ejemplares comentados fueron manufac-turados en el taller del pintor KY (“K” de komastai; “Y” para diferenciarlo de su antecesor KX en terminología de Beazley). Caracterizan a este pintor determinados moti-vos decorativos y estilísticos como la predilección por re-presentar jóvenes imberbes en sustitución de los adultos barbudos del KX. Las copas del pintor KY se exportaron, entre otros destinos, a Thasos, Lindos, Náucratis, Etruria, Sicilia y Tarteso.

La primera copa fue exhumada en una excavación de urgencia dirigida por Nieves Medina Rosales en 2006 y publicada dos años más tarde; sobre la segunda copa, cuyo primer fragmento fue ha-llado por Irene Serrano, González de Canales y Serrano (1991); sobre las copas de comastas del pintor KY, Beazley (1951: 19-21), Brijder (1983: 73-76 y láms. 64.a-b y 65.a), Boardman (1991: 18 y fig. 23), Olmos (1993: 90-92) y Domínguez Monedero (1995).

l.S.P., F.g.C.C. y J.l.g.

Nº 71. Copas áticas de comastas

Museo de HuelvaNº. inv. A/DJ 7518 n Calle Concepción, 5. Huelva n Circa 575-565 a.C. n Alt. 9,5 cm.; Diám. 27,5 cm.Nº. inv. A/DJ 5959 n Vacies de la calle Méndez Núñez, 4-8. Huelva n Circa 575-565 a.C. n Alt. 3,6 cm. Anch. 8,2 cm.

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256 Bajo la protección de los dioses 257Bajo la protección de los dioses

Fragmentos de huevos de avestruz, en los que se observan restos de pintura roja muy perdidos, aunque se puede apreciar de visu un motivo reticulado. Debido a la na-turaleza frágil de este material, su conservación como objeto íntegro es muy poco frecuente.

Hasta hace poco tiempo se consideraba que el huevo de avestruz tenía un sentido exclusivamente vinculado a lo funerario en el mundo fenicio y púnico. A este respecto, sólo queda recordar los hallazgos de Villaricos (Almería), Ibiza y Cartago, sin olvidarnos de que huevos de avestruz han aparecido también en sepulturas etruscas e ibéricas. Sin embargo, las excavaciones de Doña Blanca y del Cerro del Villar (Málaga) han puesto de manifiesto la presencia de este tipo de piezas en niveles de asentamiento. Dada la extrema fragilidad de este material, parece que pode-mos descartar su uso para las tareas cotidianas, como labores productivas, preparación de alimentos o servicio de mesa. Posiblemente, el huevo de avestruz en contex-tos domésticos deba vincularse a funciones de tipo ritual, consagración o relacionadas con las divinidades protecto-ras del hogar o del mundo ctónico. No era infrecuente la existencia de pequeños espacios sacros dentro de las vi-viendas, como el detectado en 2003 en el Cerro del Villar, utilizados para las ceremonias del grupo familiar y los actos vinculados a la religión doméstica. Otra cuestión interesante que plantean los huevos de avestruz, indife-rentemente de su finalidad última, es su red de comercia-lización, que necesariamente parte del norte de África. La zona de recolección de estos huevos hay que buscarla en la amplia franja situada entre la vertiente meridional del Atlas y la zona presahariana, incluyendo la región de las altas mesetas argelinas y los chotts de Túnez. Cartago debió ser el principal centro de distribución de huevos en la zona del Mediterráneo central, mientras que Gouraya (costa central de Argelia) se ha considerado como el punto de suministro para Villaricos e Ibiza, quizás con prolongaciones hasta Málaga. Los huevos que aparecen

en Doña Blanca quizás deban vincularse más a las re-des que parten de la costa atlántica marroquí, estrecha-mente vinculada al ámbito gaditano. En este circuito es muy posible que el enclave de Mogador jugase un papel importante. Esta misma distribución atlántica debe plan-tearse con respecto a los ejemplares aparecidos en las necrópolis de la Joya (Huelva) y Los Alcores de Carmona (Sevilla).

Inéditos. Sobre los huevos de avestruz en general puede con-sultarse San Nicolás Pedraz (1975); breve resumen para el caso andaluz en Martín Ruiz (1995: 167-170); síntesis de su uso fu-nerario en el mediodía peninsular García Alfonso, Martínez Ena-morado y Morgado Rodríguez (1999: 61-63). Monográfico sobre Villaricos, la necrópolis donde más ejemplares han aparecido, el trabajo de M. Astruc (1951). Finalmente el trabajo más amplio y reciente es el de S. Gigliola (2004), aunque se centra en los huevos de avestruz pintados.

e.g.A.

Nº 72. Fragmentos de huevos de avestruz

Museo de Cádiz. Nº. inv. dJ 28105 y dJ 28120 n doña blanca (Puerto de Santa María, Cádiz). excavaciones de

diego ruiz Mata n Siglos viii-vi a.C.

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258 Bajo la protección de los dioses 259Bajo la protección de los dioses

Entre los trozos de esculturas está el brazo derecho de una divinidad femenina con la palma de la mano abierta en actitud de protección, que debió pertenecer a una Astarté o Isis sedente, similar a la encontrada en el Cerro de El Carambolo (Camas, Sevilla), a la que, precisamente, le falta el brazo que se encastraba en el hombro con una mortaja similar. Hay también dos pies de esculturas, uno de los cuales es macizo y tiene la punta alzada como los bronces etruscos de estilo orientalizante y el otro es hueco con los orificios de los pernos para insertar la pier-na; ambas piezas corresponden a imágenes votivas que debieron ser arrancadas de sus peanas. De otra parte, per-tenecen a muebles litúrgicos: una garra de felino, curvada para servir de pata a una cista, y una pequeña cabeza de rasgos orientalizantes, unida al vástago que servía para enganchar el asa de una sítula. De la decoración de la ta-padera de otra cista se ha conservado una figura juvenil desnuda recostada sobre el brazo izquierdo, cuyo estilo es similar al de los bronces etruscos de la segunda mitad del siglo VI a.C. Esta pieza pertenece al rico repertorio de figuras ornamentales de atletas o guerreros, que los etruscos gustaban de incluir en posiciones heráldicas en los remates de los muebles y adquieren actitudes de gran vitalidad, como si hubieran sido captados en posiciones de danza. Por último, hay una figurita de cabra muy es-tilizada, en actitud de marcha, que también podría per-tenecer a la decoración de una cista o de un candelabro etrusco de la misma época; aquí, la simplicidad del ar-caísmo llega a un resultado de expresividad muy cercano al lenguaje de nuestro arte contemporáneo.

El santuario de La Algaida, situado en una isla de la desembocadura del Guadalquivir, era un espacio sagrado a cielo abierto rodeado de pequeñas edificaciones o “tesoros”, en los que se depositaban las ofrendas a la diosa del amane-cer (Lux dubia) y se guardaba el mobiliario utilizado en las ceremonias. El estilo de estas obras es orientalizante, como el arte tartésico, o claramente etrusco, de los siglos VII y

VI a.C. Su hallazgo en La Algaida no debe interpretarse como un testimonio de la presencia directa de los etrus-cos en el área tartésica, sino como la muestra del variado y rico conjunto de objetos preciosos que llegaban hasta aquí a través del comercio de los fenicios y los griegos orientales. Sin embargo, tienen un interés especial para comprender la forma en la que se creó el arte tartésico y, posteriormente, el ibérico, ya que el conocimiento de estas obras permitió a los artistas locales aprender la iconografía y el estilo de las mejores obras que se realizaban en todo el ámbito del Mediterráneo. Los exvotos figurados y los vasos de bronce se exhibían en las ceremonias y constituían un exponente de prestigio para los devotos que mantenían cada uno de los pequeños “tesoros” pertenecientes a familias o a gru-pos de las localidades cercanas. La situación del santuario, entre las dos bocas de la desembocadura del Guadalquivir, permite suponer que se realizarían procesiones en barcas desde las orillas inmediatas y que estas piezas estarían ex-puestas durante la noche, a la luz de las lámparas de aceite y entre los aromas de los perfumes, a la espera del amanecer en el que se manifestaba la presencia de la diosa como “Lucero de la mañana”: un ritual que aún mantiene pervivencias en los cultos que se desarrollan en el cercano santuario de El Rocío.

Corzo (1991)

r.C.S.

Nº 73. Conjunto de esculturas y objetos votivos

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 17043 y Ce 17251-17255 n Santuario de la Algaida (Sanlúcar de barrameda,

Cádiz) n Siglos vii-vi a.C. n long. entre 7 y 4 cms. n bronce.

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260 Bajo la protección de los dioses 261Bajo la protección de los dioses

En su base plana está representada la diosa Isis de perfil hacia la izquierda, sentada, sosteniendo en su falda a Horus niño, al que está amamantando. A sus pies un es-corpión con la cola levantada. Las figuras están realiza-das de forma muy esquemática. El tema está enmarcado por una orla.

La escena ilustra un pasaje del mito de Isis, cuando la diosa ocultó a su hijo en las marismas del Quemis en el delta del Nilo, para apartarlo de la ira de Seth, hermano y asesino de Osiris. Horus-Harpócrates fue criado por su madre Isis, quién le protegió además de otros peligros, y cuando se hizo mayor se convirtió en el vengador de su padre Osiris. Este mito se encuentra muy difundido por todo el Mediterráneo y ha sido muy representado en los es-carabeos. Se repite también en pequeños bronces saítas, en terracotas del Egipto greco-romano y en época clásica, así como en amuletos (López de la Orden 1990, 97).

En cuanto al material en que está realizado, la esteatita era uno de los preferidos por los egipcios para elaborar sus escarabeos, junto con la pasta de vidrio, y cuando los

fenicios y griegos los imitan los realizan en cornalina, jaspe verde y otras piedras semipreciosas. A partir de me-diados del siglo VI a.C. los talleres egipcios y sobre todo Náucratis, dejan de exportarlos, por lo que los artesanos orientales y griegos acaparan el mercado con sus imita-ciones (Padró 1992, 65).

El tema también es muy conocido, como ya hemos co-mentado, junto con representaciones de otras divinidades como Horus solo, sin Isis como en este caso, Osiris y Ptah, entre otros. Las creencias populares egipcias, de hecho, fueron adoptadas sin alteraciones, según Höbl, sobre todo las relacionadas con el poder protector del escarabeo para la fertilidad y salud de los niños, potenciada por la abundante representación del tema que vemos en nuestro escarabeo, Horus niño o Harpócrates, iconografía relaciona-da también con la fertilidad (Jiménez Flores 2007, 173).

López de la Orden (1990: 97). Padró (1992: 65). Jiménez Flores (2007: 173).

M.d.l.o.

Nº 75. Escarabeo

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 16676 n Santuario de la Algaida (Sanlúcar de barrameda, Cádiz) n Finales Siglo

vi a.C. n long. 3 cm. Anch.1,5 cm. Alt. 0,9 cm. n esteatita negra.

Lámina rectangular que presenta grabadas a buril o pun-zón una serie de figuras que corresponden a divinidades del panteón egipcio, en ocasiones de difícil interpreta-ción, debido a lo sumario de su ejecución y, especial-mente, a su mal estado de conservación. La mayoría son divinidades zoomorfas, entre las que podemos ver a Thot (babuino sentado), dios de la magia y de la escritura; un posible león o leona, que podemos identificar con Sejmet y, finalmente, a Horus como halcón. Vemos también una figura humana (parcialmente perdida) que lleva alas, pu-diendo ser Isis o su hermana Neftis. Otras figuras pueden corresponde a perros, chacales o cocodrilos, pero con las reservas. El reducido espesor de la lámina permitiría su enrollado, lo que explica el gran deterioro que presenta.

La presencia de divinidades egipcias en el mundo feni-cio era muy frecuente y especialmente en el ámbito de las prácticas mágicas, ya que las divinidades del país del Nilo tenían un poder talismánico irrefutable. El carácter secreto de estos rituales queda testimoniado por el en-rollado de la placa, de manera que solo el devoto y los dioses conocen la petición o el favor concedido. Era fre-cuente que este tipo de placas fuese introducido en algún amuleto hueco, como vemos en un hallazgo casual de Moraleda de Zafayona (Granada), hoy Real Academia de la Historia. En este último caso la pieza es de oro y junto a las divinidades egipcias de rigor, aparece una inscrip-ción en fenicio de difícil lectura, circunstancia que falta en La Algaida. Los metales preciosos con que estaban fa-bricados este tipo de placas nos hablan directamente de su pertenencia a los dioses: el oro es su carne y la plata, me-

tal escaso en el Egipto antiguo hasta las masivas impor-taciones fenicias del primer milenio a.C., era considerado como la materia de la que estaban hechos los huesos divinos. Por su pureza y color la plata se vinculaba con la luna, sin duda una de las manifestaciones astrales de la divinidad que se veneraba en La Algaida, posiblemente Astarté. La presencia de divinidades como Thot vincula a esta placa con rituales mágicos. Isis y Neftis corres-ponden generalmente al mundo funerario, al ser diosas de la resurrección y protectoras de los muertos. Además, ambas tienen una advocación salutífera importante, ya que conocen los secretos de la inmortalidad, de las plan-tas medicinales y de los ritos que propician la curación. Al estar en un ámbito no funerario, como es La Algaida, entendemos que el significado de la placa es de carácter votivo: hacer una petición a la divinidad para que evite la muerte de un ser querido o la sanación de una enfermedad, males que puedan estar representados por el conjunto de alimañas que se observan en la placa. Igualmente Sejmet es “la experta en magia”, como sanadora de enfermos y es hábil en curar heridas, al ser una divinidad de marcado ca-rácter guerrero. Por tanto, esta placa conecta plenamente con otros exvotos de carácter salutífero documentados en el santuario, que refleja el carácter polifacético de la divinidad que recibió culto en La Algaida.

Esta pieza está inédita. Sobre la placa de oro de Moraleda de Zafa-yona, vid. Almagro Gorbea (2001) y Maas-Lindemann y Maas (1994). Sobre la magia egipcia puede consultarse López Grande (2007).

e.g.A.

Nº 74. Lámina grabada con divinidades egipcias

Museo de Cádiz. Nº. inv. Ce 27752 n Santuario de la Algaida (Sanlúcar de barrameda). excavaciones de

ramón Corzo n Siglos vi-iv a.C. n long. 10,5 cm. Anch. 1,5 cm. aprox. n Plata.

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262 Bajo la protección de los dioses 263Bajo la protección de los dioses

Cabeza masculina con la parte anterior fabricada a molde y la posterior cerrada a mano y plana. Tiene pasta de color ocre mezclada con desgrasantes de grano fino, bien co-cida y compacta. Representa a un personaje imberbe, de rostro oval ancho, ojos y arcos superciliares llamativa-mente grandes, nariz fina, boca diminuta y mentón pro-nunciado. Una banda en relieve cubre la parte superior de la frente y termina en un pequeño rodete circular que sólo se conserva sobre la oreja izquierda. Esta banda se superpone a otra cuyos extremos en forma de pata con garras de felino en relieve, ciñen las sienes y las mejillas. De la policromía original que marcaba los detalles y des-tacaba los rasgos faciales: las pupilas en negro, los labios de rojo carmín, sólo quedan algunos restos de color sobre una fina pero espesa capa blanquecina.

La terracota, fabricada a fines de del siglo VI a.C., acusa influjos técnicos y estilísticos de origen diverso, pero conserva un estrecho parentesco con modelos orientales que los fenicios habían traído a Occidente siglos atrás. La función de la pieza, hecha para ser vista sólo por delante, no está clara, pero podría ser un elemento arquitectónico de carácter ornamental, quizá una antefija. Las garras fe-linas, claramente visibles a ambos lados de la cara, per-miten reconocer en el personaje a Heracles cubierto con la piel del terrible león de Nemea. Los rasgos comunes de su historia mítica y de su personalidad facilitaron un proceso de identificación entre el dios griego y el cana-neo Melqart. A partir del siglo VI a. C. ambos compar-tieron la leonté –la piel del león vencido– como atributo iconográfico. Dios principal de la ciudad de Tiro, Melqart abanderó las empresas coloniales de la metrópolis feni-cia, veló por sus intereses comerciales, patrocinó la fun-dación de ciudades que llevaron su nombre y protegió a los que emigraron a ultramar. Los fenicios le consagraron numerosos lugares de culto en el litoral sur peninsular. A la vez que espacios religiosos, eran puntos de apoyo en la navegación, centros de intercambio comercial y lu-

gares de encuentro entre gentes de lenguas y culturas diferentes. En el entorno de la Isla de Sancti Petri, cerca de Cádiz, estuvo el más poderoso e internacional de los templos semitas de Occidente y de acuerdo con el testi-monio del geógrafo Estrabón (III, 5, 5), también junto a Onoba, la Huelva antigua, había una isla consagrada a Heracles, que es como los griegos llamaban a Melkart. La terracota con la imagen del dios no prueba que existiera un santuario en Saltés durante el siglo VI a.C., pero es un dato más a su favor que viene a coincidir con el relato literario y con la constatación en excavaciones arqueo-lógicas de que el islote estaba poblado en esa época y probablemente antes. El santuario insular, asociado en la tradición legendaria a los primeros intentos de fundación por los tirios de una colonia en Occidente, pudo ser la base de operaciones en el inicio del comercio fenicio en el Atlántico. Más tarde continuaría siendo un referente identitario para la colonia semita que vivía en el emporio de la orilla opuesta del estuario. Sus casas, almacenes y talleres se vienen descubriendo desde hace años en el centro urbano de la capital onubense.

Sobre la figura de Melqart y la difusión de su culto en el Medite-rráneo con la expansión colonial fenicia, pueden consultarse los trabajos de Bonnet (1988) y Bonnet y Jourdain-Annequin (1992). Del templo del dios en Gadir trata García y Bellido (1963) en un artículo que es de referencia obligada en la historiografía sobre el tema. En Belén (2001) se comenta la posible existencia de un santuario consagrado a la divinidad semita en Saltés, donde se halló la terracota, publicada hace años por Garrido y Orta (1966) y estudiada recientemente por Truszkowski (2007).

M.b.d.

Nº 76. Cabeza de Heracles

Museo de Huelva n Nº. inv. A/dJ 7069 n Hallada de modo fortuito por d.l. Clauss en la isla de Saltés

(Huelva) hacia 1925 n Fines del siglo vi a.C. n Alt. 7,2 cm. Anch. 7,5 cm. gr. 4,4 cm. n terracota.

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264 Bajo la protección de los dioses 265Bajo la protección de los dioses

Placa rectangular de ángulos redondeados, con dos ar-gollas soldadas en uno de sus lados menores, en sentido transversal a la placa. Sobre una de las caras se dispone la imagen en bulto redondo de un ciervo acostado, con las cuernas hoy reducidas a muñones, fijado a la placa de base mediante un remache que atraviesa ambas piezas por el centro. La cara inferior de la placa está trabajada a punzón, en frío, levantando pequeñas rugosidades en toda la superficie formando un juego irregular de trián-gulos alternos, que afectan incluso al remache que fija la figura del ciervo.

Las figuras zoomorfas en bronce constituyen un elemento frecuente del repertorio orientalizante, especialmente en el área suroccidental de la Península Ibérica, dando a veces lugar a la representación de seres híbridos del acervo iconográfico mediterráneo. Las piezas del estilo de la que aquí se expone corresponden a un momento fi-nal del proceso, cada vez más comúnmente denominado post-orientalizante, constituyendo a menudo imágenes esquematizadas y de escasa calidad plástica, como en los conocidos ejemplares de Cancho Roano o Coruche, pero que mantienen una continuidad formal innegable con obras de cronología anterior.

Es quizás este peso de la representación figurada la razón por la cual la base de estas piezas ha sido prácticamente ignorada por la investigación, hasta el punto de suponer-se que se trata de objetos incompletos, meras partes de-corativas de conjuntos más complejos, como tapaderas de cajas o tiradores de muebles. Sin embargo, el profuso trabajo que presentan en la base no tiene explicación como simple medio de adherencia a otro soporte de ma-dera o similar, hasta el punto de que puede proponerse que se trata del elemento funcional de la pieza, y que la representación zoomorfa es principalmente un elemento de sujeción. Desde esta perspectiva consideramos una posibilidad razonable el que pudiera tratarse de ralladores,

empleados en contextos no meramente domésticos, sino simbólicos, de forma parecida a los existentes en el ám-bito griego, constituidos éstos por chapas caladas en las que falta sistemáticamente el elemento de agarre, del que sin embargo algunas fuentes nos dicen que pudo tratarse también de representaciones zoomorfas. Estos paralelos, documentados desde época homérica y con un amplio desarrollo posterior en el mundo etrusco y, en menor medida, en el ibérico, aparecen sistemáticamente formando parte del ajuar de ricos enterramientos o como ofrendas en santuarios, y se encuentran vinculados al consumo ritual de alimentos y bebidas alcohólicas, in-cluso quizás alucinógenas.

La pieza fue publicada originalmente por Romero (2003: 54), habiendo sido estudiada en detalle recientemente por Jiménez Ávila (2009: 14-17, figs. 10-12), relacionándola acertadamen-te con los ejemplares publicados de Coruche (Portugal), Cancho Roano y Cerro de la Barca, ambos en Badajoz (García y Bellido, 1958: 153-155, fig. 1; Maluquer, 1983: 72-75, figs. 24-25; Celes-tino y Jiménez, 1996: 69-71, fig. 17; Jiménez, 2001: 194, fig. 5), para los que se ha sugerido en general su interpretación como parte de objetos más complejos, como cajas, muebles y también como plataformas con ruedas (Celestino y Zulueta, 2003: 49-52, figs. 14-15). La identificación con ralladores, que aquí propone-mos, y su función como tal en contextos simbólicos, parte de los trabajos de Cristofani (1980), Ridgway (1997) o Sherratt (2004), entre otros.

e.g.d.

Nº 77. Tapadera o rallador

Museo de Huelva. Nº. inv. A/dJ 7139 n Poblado de el Castañuelo o alrededores, Aracena (Huelva). Fue

hallada hace algunos años sin control arqueológico, por lo que desconocemos su contexto concreto n Siglos

v-iv a.C. n Alt. 6,4 cm. long. 11 cm. Anch. 7,2 cm. gr. de la placa 0,2 cm. Peso total 289 gr. n bronce.

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266 Bajo la protección de los dioses 267Bajo la protección de los dioses

Estatuilla de cerámica fragmentada, de la que se conserva el óvalo de la cara y parte del tocado (birrete o pétaso) o velo. El cabello ondulado está distribuido en dos mecho-nes que enmarcan la faz. Es un rostro femenino o mascu-lino juvenil con los rasgos bien marcados de estilo griego helenístico. Fabricada en molde.

La figurilla no fue hallada en una excavación arqueoló-gica propiamente dicha sino durante unas obras en las que se pudieron tomar anotaciones, recoger materiales y establecer una estratigrafía aproximada (Blázquez et al. 1975). Se distinguió entonces un nivel III, donde se re-gistró la terracota, en el que había materiales con crono-logías diversas atribuibles grosso modo a los siglos IV-II a.C.: cerámicas áticas de barniz negro, fíbulas anulares, cerámicas pintadas y comunes de tradición local (platos de pescado, cuencos-lucerna, etc.), lucernas de tradición griega y cerámicas ibéricas pintadas.

Estas figuritas estaban destinadas normalmente a las ofrendas votivas en los santuarios, a la devoción familiar en capillas particulares y a la protección del difunto cuando eran depositadas en las tumbas.

Las ciudades fenicio-púnicas, y aquellas áreas de Iberia donde las transacciones mediterráneas eran habituales, absorbieron las principales corrientes estilísticas llegadas del Mediterráneo. Las figuritas votivas y de culto figuran entre los objetos de mayor difusión, y algunos de ellos –como los pebeteros en forma de cabeza femenina– tu-vieron un especial éxito en Iberia. La circulación de mol-des y de artesanos hizo que estos modelos fueran imitados rápidamente por talleres locales.

En las terracotas halladas en Iberia e Ibiza se pueden establecer tres fases en la recepción de los modelos me-diterráneos. Una primera, contextualizada en la colo-nización fenicia, se caracteriza por la absorción de los

cánones originados en Próximo Oriente, en Fenicia, Siria y Chipre; es el llamado estilo “egiptizante”. A fines del siglo VI a.C., este estilo deja paso a la estética helena procedente de los talleres rodios, samios y áticos; y en el siglo III a.C., en una tercera fase, se reciben los modelos magnogrecos y siciliotas, a los que probablemente res-ponda la terracota del Cabezo de San Pedro. Sin embargo, su fragmentación impide una correcta identificación y atribución a un modelo determinado.

La terracota fue hallada en el nivel III (“greco-púnico”) de la actividad realizada en el Cabezo de San Pedro por J.Mª. Blázquez et al. (1975). Ibiza, la isla donde hay más hallazgos de terracotas en el Mediterráneo occidental, dispone de dos catálogos útiles (Almagro Gorbea 1980 y San Nicolás 1987). Los estudios recien-tes sobre la fabricación de terracotas en Gadir pueden consul-tarse en Ferrer (1995); Ferrer et al. (2000); Niveau de Villedary (2003 a); Bernal et al. (2005). Sobre la fabricación y uso de las terracotas en el ámbito fenicio-púnico: Bisi (1985, 1988 y 1990), Ciasca (1991) y Chérif (1997). Para un análisis de las terracotas y su relación con la religión fenicia: Marín (1987) y Marín y Horn (2007). Los catálogos de terracotas griegas y helenísticas: Hig-gins (1969) y Mollard Besques (1972).

e.F.A.

Nº 78. Terracota antropomorfa

Museo de Huelva. Nº. Inv. A/CE 4555/10 n Cabezo de San Pedro, Huelva n Siglos IV-II a.C. n Alt. 3,5 cm. Anch. 4,6 cm. Gr. 5 cm. n Cerámica.

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< Necrópolis de La Joya, Huelva. Excavación de la tumba 9 en 1967. Foto j.p. garrido roiz.

El último viajE

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271El último viajE

El último viajE: El mundo funErario

Ana María Jiménez FloresUniversidad de Sevilla

Escatología

Quizás sea este último viaje el que más atención precisa, el más trascendente y definitivo, aquel que condu-

cirá hasta el reposo “en la eternidad”, b clm, espacio indefinido donde, según rezan los epígrafes, descansará

a partir de entonces el alma del difunto. La preparación de este tránsito, la ejecución de las ceremonias y

las creencias expresadas en ellas han quedado plasmadas casi exclusivamente en el registro arqueológico,

siendo escasos los testimonios literarios o epigráficos, en su mayoría inscripciones funerarias, y las imágenes

reproducidas en el ajuar funerario o la tumba. Pero, a pesar de su reducido número, ofrecen suficiente luz para

conocer las creencias fenicio-púnicas sobre la muerte y el Más Allá.

La nephesh o “alma” del difunto reposará en la eternidad tras emprender un largo viaje, para cuya reproduc-

ción se retoman con frecuencia imágenes del mundo egipcio, como la barca solar. El agua como elemento

liminal, de separación del mundo de los vivos y el de los muertos, ya está presente en la propia topografía de

las necrópolis, separadas normalmente del lugar de hábitat por un curso de agua, río, arroyo o el propio mar.

La superación de esta barrera implica penetrar en un espacio caótico y desconocido, de ahí que la nephesh

recurra a diversos psicopompos que le guiarán en la empresa. La iconografía reproducida en las tumbas o las

figuras de amuletos y joyas que acompañan al difunto nos presentan a algunos de estos seres: équidos, anima-

les marinos o aves. En la tumba VIII de Gebel Mlezza (Túnez), aunque se atisban elementos del substrato libio,

el gallo o ave que recorre las paredes es entendido como representación del difunto o su alma. Provisto de

enorme cresta y múltiples espolones, aparece junto a un mausoleo y un ara sacrificial con el fuego encendido

para luego dirigirse a una ciudad amurallada, quizás representación idealizada del mundo de los muertos, y

junto a ella una hornacina con el símbolo de Tanit.

Al final del periplo, el difunto alcanza un nuevo estado, próximo a la divinidad, “en la eternidad” (b clm). Del

carácter sacro de las sepulturas y la necrópolis sería reflejo la locución šd ‘lnm que encabeza la inscripción de

una urna cineraria de la necrópolis de Tebas (RES 1512), leída como “campo de los dioses”, expresión similar

al vocablo egipcio hrt netr, “necrópolis”, o al término hrt ‘ilm, “cementerio divino”, presente en la leyenda

ugarítica de Daniel y Aqhat.

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272 El último viajE 273El último viajE

La Muerte, Môt, no logra separar definitivamente al difunto de su familia. Su integración y participación en

el mundo de los vivos se realiza por la revalorización del papel de los antepasados como protectores, en cuyo

honor se realizan ceremonias periódicas para evitar su descontento y las posibles represalias y castigos.

Adquieren así un lugar destacado en la toma de decisiones importantes, la fertilidad o la guarda de la familia

y el hogar.

La relación de los difuntos con la fertilidad queda de manifiesto en la propia iconografía funeraria o la decora-

ción del ajuar, donde proliferan los elementos vegetales y los signos de fecundidad. El predominio de amuletos

egiptizantes alusivos a la regeneración (escarabeos) o a la fertilidad (placas con representación de Hathor,

diosas de la fecundidad), la decoración del ajuar con palmetas, árboles de la Vida, flores de loto, o el color rojo

casi dominante en los vasos aluden a la vida más que a la muerte, la nueva vida del difunto pero también la

vida que ha de propiciar éste desde el Más Allá para restablecer la pérdida sufrida por la familia.

Los difuntos velan, igualmente, por sus descendientes con los que pueden comunicarse a través del ejercicio

de la necromancia, testimoniado por las reiteradas condenas recogidas en el Antiguo Testamento (Dt. 18,

11-12; Lev. 20, 27) y la descripción de algunos episodios concretos (Sam. I 28: 3-25), derivados de antiguos

usos cananeos. Son normalmente mujeres, de cierta edad, las que desarrollan estas técnicas gracias a unas

habilidades personales innatas, por su especial sensibilidad, y su formación en prácticas mágicas. Emplazadas

en una situación marginal socialmente y frente a las instituciones religiosas, desarrollan su actividad en es-

pacios ajenos al culto oficial, en la necrópolis o el tofet. La reciente lectura de una estela cartaginesa, ilustra

esta práctica. En ella, una necromante ejecuta un rito de este tipo en el tofet por medio de una libación y

diversos elementos mágicos 2.

Rituales funerarios

Paso previo a la ejecución de los rituales funerarios será la erección de la tumba, cuya diversidad permite

reconocer la jerarquización de la sociedad fenicia así como su estructura. El análisis de los diferentes tipos

Es habitual que los difuntos sean citados como dioses o seres divinos. Con la muerte, el individuo ingresa en

el grupo de los rephaïm, los antiguos Rpum ugaríticos, los antepasados difuntos divinizados. La etimología del

término rephaïm es confusa. Algunas menciones le hacen derivar de la raíz rapa’, “guardar, velar”, por lo que

serían guardianes, figuras apotropaicas, en su calidad de difuntos; una segunda raíz, rapah, “ser débil”, aludiría

a la inconsistencia física o material de estos seres, sombras o reflejos de los difuntos. Estas lecturas inciden

en su carácter protector y sanador y señalan la práctica de un culto a los antepasados muertos. En la Siria del

Bronce Tardío son considerados divinidades de la fecundidad, ligados a los fundadores de las dinastías reales

de Ugarit; contaban con un dios epónimo, Baal Rpu, y estaban relacionados con el dios Malik, divinidad de

carácter ctonio y personificación simbólica del soberano difunto. Heredero de este dios sería el Milk`aštart

fenicio, ya en el I milenio a.C., fecha en la que culmina la paulatina identificación de los rephaïm, antes vin-

culados a la monarquía, con todos los difuntos, sin distinciones sociales ni privilegios.

Su bienestar y paz dependerá de las ceremonias y ritos rendidos por sus descendientes junto a la tumba.

De ahí que sea esencial conservar su memoria, normalmente con monumentos funerarios como las estelas

o cipos, en cuya superficie se tallan figuras divinas, la imagen simbólica del difunto o se graba su nombre.

La amenaza más reiterada en las inscripciones funerarias contra quienes alteren las sepulturas es no tener

“descendencia entre los vivos bajo el sol”, ni “morada de reposo entre los Rephaïm”. En el epígrafe de Ahiram

(KAI 1) ya se advierte de los castigos destinados a quien viole esta paz, aunque no se señala qué divinidad

o entidad llevará a cabo tal pena. Como diosa protectora es citada en ocasiones Astarté (KAI 13), Baal y los

“dioses santos” (KAI 14) o unos dioses indefinidos, ‘lnm, quizás los propios difuntos divinizados.

La presencia frecuente de iconografías relacionadas con la diosa Astarté –palmetas, flores de loto– y su apari-

ción en epígrafes funerarios otorgan a esta divinidad unas connotaciones funerarias marcadas. En Occidente, y

especialmente en el ámbito de influencia cartaginés, estas competencias son detentadas por la pareja divina

Tanit y Baal Hammón, dioses patronos del tofet, sobre todo la primera de ellas, cuya imagen, sintetizada en el

conocido signo de Tanit, es abundantemente reproducido en el paisaje funerario. A este conjunto de divinida-

des ctónicas se sumarán desde el s. V a.C., por influencia griega, Deméter y Koré, llamada ésta última “Señora

de los Infiernos” en una inscripción votiva (KAI 83).

El muerto puede contar además con figuras protectoras más cercanas dentro de sus sepulcros, genios y de-

mones que velan por su salvaguarda. Suelen ser reproducidos sobre distintos soportes: en las paredes de un

hipogeo sardo representaciones pintadas de ureos y cabezas de Gorgona, el signo de Tanit o figuras frontales

esculpidas en varios hipogeos de Sulcis y Monte Sirai 1; y directamente sobre el cuerpo del difunto las joyas y

amuletos, entre los que abundan los de origen egipcio, con ureos, Bes, patecos o genios grotescos. Elementos

como la frontalidad o la deformidad del rostro, rasgo común de muchos de estos genios orientales, está pre-

sente en las máscaras de terracota, que cumplirían una función similar, sin olvidar las propias imágenes de

dioses en terracota –Tanit, Baal Hammón y algunas representaciones metroacas–, presentes en la necrópolis

de Puig des Molins.

> Fig. 1. Decoración de la “tumba del Ureo”, Cagliari, Cerdeña

(S. MoScAti, Los fenicios. Milán, 1988).

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274 El último viajE 275El último viajE

Los monumentos más frecuentes son las estelas, cipos y altares, presentes en necrópolis de Cerdeña y Cartago,

y en la Península Ibérica en Cádiz, Villaricos e Ibiza a partir del s. VI a.C. 5. De época arcaica consta la exis-

tencia de un posible cipo en el pozo de la tumba 1E de Puente de Noy, necrópolis de la que también proceden

dos sillares zoomorfos representando leones, quizás pertenecientes a un monumento turriforme de fines del s.

VII y principios s. VI a.C. Otras piezas escultóricas, datadas entre los ss. V-IV a.C., proceden de la necrópolis de

Cádiz y de Villaricos. En ambos emplazamientos se localizaron sendas figuras entronizadas, aunque la pieza

gaditana había sido reutilizada en una tumba romana; además, en el yacimiento almeriense, se documentaron

restos de esculturas pertenecientes a posibles monumentos funerarios y un interesante cipo-estela, coronado

por un betilo y asociado a una figura masculina apotropaica y un árbol de la Vida 6.

Por lo que atañe a los rituales funerarios, aunque no podemos determinar el periodo de tiempo invertido en

ellos sí se puede avanzar una sipnosis de las ceremonias. Éstas daban inicio con la preparación y exposición

del cadáver. Según las descripciones del Antiguo Testamento se procedía a una purificación ritual, que incluía

el lavado, la rasuración y la posterior unción de perfumes y óleos del cuerpo y el lecho fúnebre, acompañados

de la combustión de resinas y esencias olorosas. Restos de estos elementos, como las resinas y perfumes

aplicados sobre el cuerpo del difunto, se documentan en algunos cadáveres de inhumados, mientras los un-

güentarios, tanto cerámicos como de vidrio, y los alabastrones se depositan en el ajuar; la presencia en el mismo

de navajas de afeitar responde a la práctica de rasuración ritual y los quemaperfumes ilustran el uso de resinas

olorosas.

El cuerpo era posteriormente amortajado con una túnica, o con varias túnicas de rico tejido, como se constató

en el sarcófago femenino de Cádiz, y adornado con sus joyas y amuletos más preciados. A continuación se pro-

cedía a su traslado hasta la necrópolis. Durante estas ceremonias de prothesis, traslado y posterior cremación,

o depósito en el caso de los inhumados, se realizarían lamentaciones y cantos fúnebres, de los que sólo que-

dan referencias en los textos bíblicos y algunos relieves escultóricos, como el del sarcófago del rey Ahiram.

En la necrópolis culminaban las ceremonias; allí el cuerpo era incinerado en un ustrinum o quemadero, situado

fuera del recinto funerario, o en la misma fosa, como se constata en Cerdeña o Cádiz durante el s. VI a.C. Los

restos óseos cremados en el ustrinum eran lavados, cribados y depositados junto con los fragmentos de amu-

letos o joyas en una urna cineraria o contenedor, luego alojado en el pozo o fosa. Los contenedores, sobre los

que nos detendremos más adelante, son de distinto tipo –urnas, ánforas, vasos de alabastro–, variando según

la región y su cronología. Cuando la cremación se realizaba en la misma fosa los restos permanecían in situ.

Desde fines del s. VII a.C. comienza a difundirse la práctica de la inhumación. El cadáver es depositado en

la cámara o fosa en posición decúbito supino, con ambos brazos extendidos a lo largo del cuerpo o con uno

de ellos plegado sobre el pecho o la pelvis. En las sepulturas más ricas el cadáver será introducido en un

sarcófago; los ejemplares de esta naturaleza varían desde los simples sarcófagos sin decorar, tallados en

grandes bloques de piedra y presentes en necrópolis como Puig des Molins, hasta los magníficos ejemplares de

mármol esculpidos en relieve de Cádiz o La Cannita, (Sicilia) de tradición sidonia, o los sarcófagos helenísticos

<< Fig. 2. Decoración de la tumba VIII de Djebel Mlezza, Túnez (Foto: S. MoScAti, Los fenicios. Milán, 1988).

< Fig. 3. Sarcófago femenino de Cádiz (Foto: MUSeo de cádiz).

de sepulturas, la complejidad o simplicidad de su construcción y la inversión económica realizada ilustra la

presencia de grupos sociales aristocráticos que, en determinados periodos, perpetúan en su última morada la

posición social de la que gozaron en vida. Asimismo, la asociación y agrupación de sepulturas y la existencia

de panteones familiares señalan el peso de las líneas de parentesco como base de la estructura social.

Se documenta una tipología de sepulturas heterogénea, integrada por estructuras tales como pozos, excava-

dos en la roca, habituales en las necrópolis arcaicas de Cartago o la Península Ibérica, de una profundidad muy

variable según regiones, y con vanos laterales; el pozo o el plano inclinado dan acceso igualmente a tumbas

de cámara subterránea de fábrica cuidada; fosas, destinadas habitualmente a inhumaciones y de cronología

más tardía, que pueden ser directamente excavadas en la roca, sin un tratamiento particular salvo la ejecu-

ción de las paredes o la incorporación de escalones, o bien de gran tamaño, con dromos de entrada; cistas de

sillares, también destinadas a inhumaciones, en cuyo interior se deposita el cuerpo o el sarcófago; y, final-

mente, imponentes hipogeos, que conocerán un desarrollo espectacular a partir del s. VII a.C., incorporando

cámaras de sillares y dromos. La forma más popular, que se perpetuará hasta época romana, será el hipogeo

excavado en la roca con pozo de acceso. Este tipo de estructuras está documentada en fechas más tempranas

en Puente de Noy, en el último cuarto del s. VII a.C.; en el s. VI a.C. y fechas posteriores hay algunos ejemplos

en Cádiz y Málaga y se generaliza su presencia en Villaricos y en Puig des Molins, Ibiza. En el Mediterráneo

central se documentan en necrópolis de Cerdeña y sobre todo en Cartago, donde adquiere un gran desarrollo

a lo largo de los ss. V-IV a.C. 3. La raigambre de la tradición púnica determinará su pervivencia en necrópolis

tardías, ya bajo dominación romana, como es el caso paradigmático de Carmona.

La sepultura no se reduce al espacio destinado a acoger al difunto y su ajuar; sobre ella se erige un monu-

mento funerario, destinado a indicar la ubicación de los restos, señalar el lugar donde se debían realizar las

ceremonias funerarias posteriores y, al mismo tiempo, representación del difunto, cuya nephesh o alma se alo-

jará allí. En la construcción exterior asociada a la tumba encontramos la misma diversidad que en las tumbas,

pudiendo reducirse a simples piedras o betilos hincados en el suelo, una estela, un altar o un monumento o

mausoleo de grandes dimensiones 4.

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276 El último viajE 277El último viajE

Elementos habituales en el ajuar son los amuletos y joyas que portaba en vida y le protegerán en este arduo

viaje. La confusión entre ambos apenas nos permite establecer una distinción, ya que las joyas por sí mismas

detentan poderes apotropaicos, cargadas en ocasiones con emblemas y símbolos, mientras los amuletos se

insertan y emplean como joyas. Pendientes, nezem o pendientes para la nariz, collares de cuentas con amu-

letos intercalados, medallones con símbolos astrales, animales o rosetas, estuches portamuletos, escarabeos,

anillos de diversas tipologías…. A pesar de sus reducidas dimensiones y, en muchos casos, su mal estado de

conservación estas pequeñas piezas aportan una valiosa información sobre las creencias y valores de sus

propietarios, quienes adoptaron un buen número de talismanes egipcios, que recrearon otorgándoles nuevos

valores.

Su conservación en el registro funerario depende en buena medida del tratamiento dado al cadáver. En el caso

de los difuntos inhumados es frecuente hallarlos sobre el mismo cadáver, a la altura del cuerpo (pecho, brazos,

cuello, cabeza) donde normalmente sería portado. Cuando los restos quedan reducidos a escasos huesos y ce-

nizas en las urnas cinerarias sólo excepcionalmente se recuperan algunas piezas, muy afectadas por el fuego.

La escasa presencia de fíbulas o broches de cinturón, unida a varias referencias literarias (Plauto, Poenulus vv.

975 ss.; Polibio, XII, 26a, 3-4) y la iconografía permiten pensar que las túnicas que envolvían al cuerpo estaban

sueltas, sin ceñir, como era tradicional entre los semitas, o al menos sólo ceñidas para la mortaja con tejidos

o materia orgánica ya desaparecida.

A este ajuar estrechamente unido a la personalidad del difunto, se sumaba otro más genérico, consistente en

un conjunto de piezas cerámicas relacionado con el ritual funerario, empleadas en las ceremonias y amortiza-

das en la tumba tras su ejecución. A través de éstas se reconstruye todo el ceremonial ya descrito. Piezas casi

universales son los enócoes o jarras; en los ajuares canónicos su número es de dos, un enócoe de boca de seta,

empleado como contenedor de aceites u óleos para la unción del cuerpo y la ofrenda de perfumes, y otro de

boca trilobulada, que contiene los líquidos ofrendados en libación. La decoración de engobe rojo, la pintura de

bandas o los signos astrales reproducidos en algunos ejemplares refuerzan su función litúrgica y simbólica.

de Cartago. Estos usos de influencia egipcia e importados directamente de Oriente favorecen la adopción de

prácticas de embalsamamiento o preparación de los cuerpos con resinas y otros productos 7.

En la última fase de las exequias, se disponían los distintos vasos y recipientes que habían participado en las

ceremonias anteriores, formando el tradicional ajuar funerario, alrededor del cuerpo o la urna, y se celebraban

ceremonias de comunión, libaciones u ofrendas de líquidos y banquetes fúnebres, donde participaba todo el

grupo familiar. Restos de esta actividad han quedado en el registro arqueológico: restos de alimentos, ánforas,

copas, vasos y platos, rotos intencionadamente y dispersos por la necrópolis o arrojados a pozos cercanos a las

tumbas como en la necrópolis de Cádiz 8. Tras estas ceremonias se procede a la clausura de la sepultura que,

en el caso de los panteones familiares, volverá a abrirse para el próximo sepelio 9.

Los ritos funerarios no concluyen aquí, ya que durante algún tiempo las ceremonias de comunión y los ban-

quetes se siguen practicando en el exterior de las sepulturas. Los monumentos funerarios y la presencia en

algunas sepulturas de Cádiz, Málaga y Cartago de orificios practicados en las losas de cierre sugieren la reali-

zación de libaciones y ofrendas derramadas directamente sobre los restos del difunto. Esta práctica se vincula

a una forma de culto a los antepasados que se remonta a tradiciones sirias de la Edad del Bronce, donde

existía la costumbre de reunirse para celebrar banquetes y simposios oficiales, en una atmósfera de sacralidad

relacionada con aspectos funerarios. La continuidad de estas prácticas en el mundo fenicio es atestiguada por

la tarifa sacrificial de Marsella (KAI 69), donde aparecen mencionados grupos o colectividades que realizan

ceremonias de culto, ofrendas o sacrificios, como el šph, grupo familiar que celebra sacrificios anuales, y el

marzēah, asociación religiosa de origen sirio. Una noticia, transmitida por Cicerón (Pro Scauro VI, 11), mencio-

na la celebración de las Parentalia en la ciudad fenicia de Nora (Cerdeña), que incluían una procesión hacia

la necrópolis, un banquete y sacrificios; noticia que coincide con las menciones de Apiano sobre ceremonias

realizadas en las propias tumbas (Historia Romana VIII, 84 y 89).

Ajuares

Tan importante como la tumba es el contenedor o recipiente que acogerá los restos del difunto, de ahí el

elevado valor simbólico que llega a adquirir. En las necrópolis fenicias de cremación los vasos cinerarios

pueden ser de distinta procedencia o factura. Aunque comparten rasgos comunes, tales como una apariencia y

ejecución cuidadas, en cerámica o materia rica, como la calcita o alabastro egipcio, con decoración de engobe

rojo o pintura y la presencia en algunos casos de epígrafes, responden a muy diversas tipologías.

Algunos contenedores de vino desempeñan secundariamente esta función, las ánforas, las cráteras y los vasos

de calcita, lo que da pie a pensar en un valor vivificador del vino como parte del imaginario funerario, ya

presente en otros momentos como el banquete y la libación; junto a éstas, otras formas cerámicas parecen

detentar una finalidad funeraria muy acusada como las urnas globulares de una o dos asas denominadas tipo

Cruz del Negro y tipo Frigiliana.

> Fig. 4. Divinidad entronizada (Puig des Molins, Ibiza) (Foto: S.

MoScAti, Los fenicios. Milán, 1988).

>> Fig. 5. Sarcófagos de mármol pintado de Cartago (Foto: S. MoScAti,

Los fenicios. Milán, 1988).

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278 El último viajE 279El último viajE

NOTAS

1 M. Canepa, “La tomba “dell’ureo” nella necropoli di Tuvixeddu-Cagliari”, DdA sér. 1/2, 1983: 131-135; P. Matazzi, “Sull’altorilievo funerario di Sulcis”, en Alle Soglie della Classicittà. Il Mediterraneo tra Tradizione e Innovazione. Studi in onore di S. Moscati II. Roma 1996: 863-864, fig. 1a; S. Moscati, “Un rilievo su pilastro a Monte Sirai”, RStFen XI, 1, 1983: 219-222.

2 H. Benichou-Safar, “Une stèle carthaginoise bien prolixe”, Etudes Magiques nº 2, 2008 : 1-30.

3 En Cartago los hipogeos de pozo diversifican su estructura al añadir cámaras a lo largo del pozo de acceso (H. Benichou-Safar, “Les enseignements tirés des fouilles de la nécropole punique voisine de Sainte-Monique à Carthage” en ACFP 1. Roma 1979. Roma 1983, vol. II: 717-724).

4 Los monumentos más espectaculares corresponden al periodo helenístico: los méghazil de Amrit o los monumentos del Norte de África, Libia y Argelia, donde sirven de mausoleo, templo de culto de los soberanos y cenotafio (E. Díes Cusí, “Architecture funéraire” en V. Krings, La Civilisation phénicienne et punique. Leiden 1995: 414 ss.).

5 C. Gómez, La colonización fenicia de la isla de Ibiza. EAE 157. Madrid 1990: 94 ss., figs. 82, 87 y 99.

6 A.M. Jiménez Flores, “Sobre algunos elementos de culto orientales: columnas y capiteles”, en A. González-G. Matila-A. Egea eds., Estudios Orientales 5-6. El mundo púnico. Religión, antropología y cultura material. Murcia 2004: 353 ss.

7 H. Benichou-Safar, “Les bains de resine dans les tombes puniques de Carthage”, Khartago 18, 1975-76: 133-138; una inscripción de Biblos señala que el difunto descansa “envuelto en la mirra y el bdelium” (J. Starcky, “Une inscription phénicienne de Byblos”, Mélanges de l’Université Saint-Joseph de Beyrouth XLV, 1969: 262-263).

8 Véase otra interpretación en J.A. Martín Ruiz, La crisis del siglo VI a.C. en los asentamientos fenicios de Andalucía. Málaga 2007: 90-91.

9 En la denominada “Tomba Regina” de Palermo, datada entre mediados del s. V a.C. y principios s. III a.C., fueron identificados 35 incinerados (A. Di Stefano y otros, Palermo Punica. Palermo 1998: 211 ss.).

Se suma a este ajuar cerámico un plato o pátera, para la libación o la ofrenda de alimento; y, con menos

frecuencia por su carácter excepcional, otra serie de vasos vinculados a estas prácticas como las copas de ce-

rámica griega o los quemaperfumes, para combustión de resinas olorosas, sustituidos en época tardía por pe-

beteros en forma de cabeza femenina, y los ungüentarios o alabastrones. Con el paso del tiempo, se incorporan

vasos griegos de similar funcionalidad: lecitos, ungüentarios. Mención aparte merecen los askoi zoomorfos

que, a su función en la liturgia como contenedores de líquidos para libación u ofrenda, deben sumar el valor

simbólico de la figura representada: psicopompo en el caso de aves o équidos, genios protectores cuando se

trata de cabecitas negroides.

Son más escasos los útiles empleados en el exorno y tratamiento del cadáver, como las navajas y pinzas. La

decoración de las navajas, con elementos vegetales, animales, aves y escenas de más difícil interpretación,

y su depósito en la tumba tras la ceremonia sugieren que su uso exclusivo era éste, de ahí la elevada carga

simbólica de su iconografía y de los epígrafes que, en contadas ocasiones, portan.

Funciones más simbólicas que prácticas debían cumplir objetos como las lucernas, los huevos de avestruz o

las terracotas y máscaras. Aunque la utilización de lucernas como fuente de iluminación parece incontestable

en el caso de los hipogeos o pozos, adquiere una dimensión simbólica añadida por su empleo generalizado en

todo tipo de sepulturas. Si bien se puede pensar en la celebración de ceremonias nocturnas, la asociación día

y noche, luz y tinieblas, no hace más que incidir en la relación vida-muerte presente en el ideario funerario.

En la línea de esta idea, los huevos de avestruz se convierten en ofrendas de vida, imagen de una vida que se

gesta en el interior de un objeto en apariencia inanimado, al que se rellena de ocre rojo, trasunto de la sangre

vivificadora, y se decora con motivos geométricos o escenas de una naturaleza exuberante –aves, plantas,

rosetas, palmetas–.

Más complejo resulta determinar la función de las terracotas depositadas en los ajuares; en el caso de las

máscaras o prótomos se puede pensar en algún ritual concreto donde se juegue con valores como la alteridad

del yo o el carácter apotropaico de la máscara, empleada para protección del difunto. Por otro lado, las figuras

zoomorfas se interpretan como ofrendas sustitutorias o animales psicopompos (aves, équidos), mientras las

representaciones humanas corresponderían bien al propio difunto o, lo que parece bastante probable en algunos

casos, imágenes de divinidades infernales.

ABREVIATURAS

KAI = H. Donner, W. Röllig, Kanaanaïsche und aramaïsche Inscriften, Wiesbaden 1971-1976 (3ª).

RES = Commission du Corpus Inscriptionum Semiticarum, Répertoire d’épigraphie sémitique. Paris 1900 ss.

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79. Vasos de manufactura egipcia. cádiz

80. Vasito para perfumes. las cumbres, Puerto de Santa María, cádiz

81. Vaso tipo cruz de negro. las cumbres, Puerto de Santa María, cádiz

82. Materiales de la tumba 1. Hoya de los Rastros, Ayamonte, Huelva

83. Materiales de la tumba 2. Hoya de los Rastros, Ayamonte, Huelva

84. “Braseros” rituales. la Joya, Huelva

85. escarabeos de la provincia de Huelva

86. Broches de cinturón y fíbula. la Joya, Huelva

87. orfebrería de la necrópolis de la Joya

88. Ungüentario y ánfora fenicia. la Joya

89. elementos de carro. la Joya, Huelva

90. Quemaperfumes y soportes de carrete. la Joya

91. Arqueta. la Joya, Huelva

92. Jarro. la Joya, Huelva

93. Recipientes de bronce. la Joya, Huelva

94. Plato fenicio. cádiz

95. Ajuar funerario de los chinchorros, cádiz

96. Medallones fenicios. Playa de Santa María del Mar, cádiz

97. Medallón con iconografía astral y colgante esférico. cádiz

98. Anillo cilíndrico. cádiz

99. Anillo giratorio. cádiz

100. Medallones fenicios. cádiz

101. Amuletos. cádiz

102. escarabeo del sarcófago antropoide femenino. cádiz

103. Aros cilíndricos con roseta añadida. cádiz

104. estuches portaamuletos colgantes. cádiz

105. collar con nudo hercúleo. cádiz

106. Plato de pescado barnizado tipo Kuass. casa del obispo, cádiz

107. Vaso cerámico aviforme. cádiz

108. conjunto de ungüentarios helenísticos. cádiz

109. Broche de cinturón tartésico de tipo Acebuchal. cádiz

110. Fíbula de bronce de tipo Acebuchal. cádiz

111. Broche de cinturón tartésico del tipo 2 de Setefilla. cádiz

281El último viajE

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282 El último viajE 283El último viajE

465 a.C.). En la Península Ibérica estas piezas aparecen como urna cineraria en las tumbas del periodo fenicio arcaico, tanto de pozo como de cámara. Tradicionalmente se apuntó la hipótesis de que estos vasos procedían de sepulcros egipcios que habían sido saqueados, siendo puestos en circulación por los fenicios y recalando final-mente en Occidente. A la luz de lo conocido actualmente, esta propuesta no tiene mucho sentido, pues no explica la especial concentración de estos vasos en la Península Ibérica, que es el territorio donde más abundan en todo el Mediterráneo, conjuntamente con Egipto. Está fuera de duda que hubo una importante producción egipcia de es-tos vasos destinada al consumo interior y la exportación, bien como contenedor de algún otro producto de lujo o bien como el vaso en sí mismo. Lo que sí es seguro es que existió una fuerte demanda de estos vasos en las colonias fenicias de las costas andaluzas, que debe vincularse a sectores de la aristocracia radicados en Occidente o bien a grupos muy enriquecidos que podían costearse un pro-ducto un tanto “exclusivo”. La presencia de estos vasos en Cádiz pone de relieve la presencia en la ciudad de enterramientos fenicios de los siglos VIII y VII a.C. simi-lares a los conocidos en lugares de la costa malagueña y en el Cerro de San Cristóbal (Almuñécar, Granada). Estos ejemplares gaditanos son muy similares a varios de la necrópolis sexitana, aunque éstos últimos son de mayor tamaño, de perfil más esbelto y algunos tienen inscrip-ciones jeroglíficas. Desgraciadamente no conocemos nin-guno de estos enterramientos en Cádiz, por el momento.

Lo que sí es seguro es que estos vasos fueron apreciados en época romana por determinados sectores de la sociedad gaditana, ya que algunos se depositaron en monumentos funerarios de este periodo, donde ya eran verdaderas “an-tigüedades”, como vemos en la calle Escalzo.

Estas piezas carecen todavía de un estudio monográfico. Diver-sos autores las han tratado parcialmente o han hecho referencia al nº. 23631. Cabe señalar a Muñoz Vicente (2002: 26-27); Frutos Reyes y Muñoz Vicente (2004: 16); Pellicer Catalán (2007: 48). Sobre la abundancia de los vasos de alabastro en una ciudad egipcia de tipo medio, puede verse el trabajo de Molinero Polo, 1995, que recoge los resultados al respecto de la misión arqueo-lógica española en Heracleópolis Magna.

e.G.A

Nº 79. Vasos de manufactura egipcia

Museo de cádiz.

nº. inv. 23631 n Pozo de la plaza de Asdrúbal, cádiz.

excavaciones de urgencia de F.J. Blanco Jiménez en

1998 n Siglos iX-Vii a.c., aunque apareció en un

contexto de época posterior n Alt. 28,8 cm. n Alabastro

de color amarillento, con vetas poco marcadas.

Presenta fondo casi plano, pero de tendencia ligeramente curva. El cuerpo es ovoide, con carena en la parte supe-rior que marca un pequeño hombro. El borde es ligera-mente exvasado y apuntado al exterior con una arista. En la parte superior del galbo tiene dos pequeñas asas “de orejeta” enfrentadas y perforadas. No presenta ningún vestigio de signo o inscripción.

nº. inv. dJ 29646 n necrópolis púnica de cádiz,

donación. Alt. 27 cm. n Alabastro de color

amarillento.Similar al anterior, aunque de cuerpo más esbelto y fondo más curvo. La boca está trabajada en una pieza indepen-diente del resto del vaso, encajando perfectamente.

Este tipo de vasos corresponden a un modelo egipcio que comenzó a fabricarse en talleres especializados a finales del Imperio Medio (c. 1600 a.C.), aunque la producción de vasos de esta forma alcanzó su mayor auge en tiem-pos de las dinastías XXII y XXIII (entre 945 y 715 a.C.), correspondiente a los faraones libios. El ejemplar más tardío que se conoce de un perfil similar corresponde a la época persa, pues lleva una inscripción de Jerjes (486-

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284 El último viajE 285El último viajE

El vaso está prácticamente completo, a falta de una pe-queña parte en el borde. La forma presenta perfil apuntado y cuerpo husiforme interrumpido bruscamente por un pe-queño hombro casi horizontal, del que parte la boca, con borde vertical.

La necrópolis de las Cumbres corresponde al gran poblado del Castillo de Doña Blanca. Dista de la muralla norte apenas 300 m., en dirección a la sierra de San Cristóbal, pequeña elevación que, con sus 125 m., constituye el principal otero sobre la bahía de Cádiz y las zonas lla-nas circundantes. Se calcula que dicha necrópolis tiene una superficie superior a las 100 has. y todavía hoy sigue siendo muy mal conocida a nivel arqueológico. Lo único excavado hasta el momento es el túmulo 1, que alber-gaba un total de 63 enterramientos de incineración. En el centro de este espacio se situó el ustrinum, construcción tallada en la roca natural y revestida de adobe y tapial, que sirvió para instalar las sucesivas piras funerarias a lo largo de casi un siglo. En torno a este quemadero se fueron depositando los sepelios. Las incineraciones más antiguas deben corresponder a la primera mitad del si-glo VIII, momento en que se apenas se observan dife-rencias entre los ajuares funerarios y prácticamente no aparecen elementos de carácter fenicio. En este periodo se utilizaron como contenedores cinerarios grandes va-sos acampanados hechos a mano, forma típica del Bronce Final de Andalucía occidental. Por el contrario, los ente-rramientos de la segunda mitad de la centuria muestran unas notables diferencias de tratamiento y la presencia de objetos típicamente fenicios, aunque combinados con otros de carácter autóctono. Ahora, como urna cineraria, se utilizan los vasos tipo “Cruz del Negro”.

En el flanco suroeste del túmulo se encontraba el enterra-miento principal, identificado como nº. 24. Se componía de dos cremaciones: una infantil y otra de una persona adulta. Entre el ajuar que acompañaba a ambas incinera-

ciones aparecieron varios objetos fenicios, entre los que hay que señalar éste vasito de alabastro y otro de mayor tamaño y de forma globular. La señal clara de una posi-ción social preeminente de estas dos incineraciones es la presencia de un muro de mampostería que las rodea, en torno al cual se distribuyeron trece cremaciones más en vasos a torno fenicios. El vasito de alabastro que nos ocupa encuentra un paralelo en su forma en el aparecido en la tumba 3 del Cerro de San Cristóbal de Almuñécar, aunque éste último mide 0,50 cm. de altura. En el caso gaditano, el vaso debió servir para contener perfumes o ungüentos para el ritual funerario, mientras que en Almuñécar la pieza de alabastro era la urna cineraria. Sin que sepamos cuál fue el motivo, el túmulo 1 de las Cumbres se clausuró a finales del siglo VIII a.C. Todos los enterramientos se cubrieron mediante un montículo de tierra y piedras que alcanzó los 22 m. de diámetro y una altura de 1,80 m. Tampoco se ha podido aclarar si los per-sonajes incinerados en el enterramiento 24 eran fenicios integrados en una comunidad indígena o bien autóctonos muy influidos por las costumbres funerarias fenicias.

Sobre el túmulo 1 de la necrópolis de Las Cumbres, véase Ruiz Mata (1989 b). Más general sobre el Castillo de Doña Blanca y su necrópolis, puede consultarse Ruiz Mata y Pérez (1995: 113-122).

e.G.A.

Nº 80. Vasito para perfumes

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 17031 n necrópolis de las cumbres (Puerto de Santa María, cádiz). túmulo 1,

tumba 24. excavaciones de diego Ruiz Mata en 1984 y 1985 n Segunda mitad del siglo Viii a.c. n Alt. 10 cm.

n Alabastro blanquecino.

Las Cumbres. Excavación del túmulo 1. 1984–1985.

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286 El último viajE 287El último viajE

Vaso cerrado de cuerpo globular, con el cuello cilíndrico, corto, con un resalte a media altura del que surgen dos asas verticales geminadas que descansan en el hombro de la pieza. El borde es redondeado y engrosado al exte-rior. La base es cóncava, con umbo. Parte de la superficie exterior del vaso está recubierta de engobe rojo: la zona próxima al borde, gran parte de la panza y la cara ex-terna de las asas. Por encima de este engobe se dibujan estrechas bandas en negro, horizontales y paralelas. Está reintegrado en parte.

Los vasos “tipo Cruz del Negro” deben su actual y acepta-da denominación a la publicación del estudio sistemático de Mª. E. Aubet (1976-78) sobre las cerámicas de aquel yacimiento sevillano. Se trata de una vasija de origen fe-nicio de amplia dispersión en el Bajo Guadalquivir. Desde esta área nuclear se extendió hacia Extremadura, el Alto Guadalquivir y el Levante, siguiendo sus propias evolu-ciones ibéricas y turdetanas. Los primeros ejemplares se remontan al siglo VIII a.C., documentándose a mediados de este siglo en Chorreras (Aubet 1983 c: fig. 3, b) y hacia finales en la necrópolis de Las Cumbres, con ejemplares como el aquí descrito (Ruiz Mata y Pérez 1989: 292). Su uso abarca los ámbitos doméstico y funerario, siendo en éste donde contamos con una información más exhaus-tiva gracias a su gran aceptación y difusión en ambientes fenicios e indígenas durante el siglo VII a.C., convirtién-dose en el recipiente funerario por excelencia del período Orientalizante (García Alfonso 2007: 338-343; Torres Ortiz 1999: 172). Originariamente, sin embargo, sirvió como contenedor para almacenamiento y conservación de pro-ductos de consumo.

Esta pieza apareció en el interior de la tumba número 24 delimitada por un pequeño murete circular de mam-puestos, formando parte de un túmulo secundario prac-ticado en el interior del que sería el túmulo 1 de Las Cumbres. A juicio de los excavadores, nos encontramos

ante un enterramiento fenicio dentro de un túmulo in-dígena (Ruiz Mata y Pérez 1989: 291-293), idea recien-temente cuestionada (cfr. Rodríguez Muñoz 2006: 101). Junto a este vaso apareció otro análogo que contenía un broche de cinturón de bronce, un pendiente de plata y cuenta de collar de pasta vítrea. Se documentaron, ade-más, un quemaperfumes y un soporte bitroncocónico de engobe rojo, un frasquito de cerámica, dos pequeños reci-pientes de alabastro para perfumes, dos cuentas de collar de oro y otras dos de alabastro, una cazuela a mano y varias conchas (Ver ficha nº 80 de este Catálogo).

Ruiz Mata y Pérez (1989 b).

J.i.V.S.

Nº 81. Vaso tipo Cruz del Negro

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 17024 n necrópolis de las cumbres (el Puerto de Santa María, cádiz). túmulo

1, tumba 24. excavación 1984-1985 n Finales del siglo Viii a.c. n diám. borde 9,8 cm. diám. base 6,5 cm.

diám. max. 23 cm. Alt. 24,3 cm. n cerámica. Pigmentos negro y rojo-castaño.

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288 El último viajE 289El último viajE

A

B

El vaso tipo Cruz del Negro presenta cuello cónico con nervio central, asa geminada, cuerpo globular y pie anular; mientras que su decoración es bícroma a base de líneas negras entre incisiones sobre una capa de engobe rojo bruñido al exterior. El jarro de boca de seta tiene cuerpo de tendencia globular, cuello cónico con resalte o baquetón central, asa geminada, pie anular y decoración de engobe rojo bruñido. Finalmente, el jarro de boca trilobulada muestra perfil de tendencia piriforme, asa geminada, pie anular y decoración de engobe rojo bruñido.

Ayamonte, en la desembocadura de uno de los ríos más importantes de la Península Ibérica, el Guadiana, reúne óptimas condiciones para una instalación fenicia: fon-deaderos utilizables tanto por la navegación marítima como la fluvial, salinas, agua dulce en abundancia y un hinterland rico, habitado por una población local muy de-sarrollada social, cultural, económica y tecnológicamente. Sin embargo, sólo desde hace tan sólo dos años se sabe que Ayamonte jugó un papel clave en el marco de este comercio arcaico fenicio occidental. La noticia llegó en 2008 con el descubrimiento de tumbas fenicias encontra-das en la zona norte de la ciudad. Se trata de cinco tumbas de incineración excavadas durante trabajos arqueológi-cos de urgencia. Cuatro son tumbas de pozo con nicho lateral y solo una es un simple hoyo. En esta exposición se muestran los ajuares de dos de ellas. Tal y como es ca-racterístico para las tumbas fenicias arcaicas, en el nicho se encuentra la urna cineraria que puede ser un ánfora u otro recipiente cerámico. Como tapadera pudo servir una simple piedra o bien un cuenco invertido. Al lado de la urna, se encuentran, entre otros, jarros de boca de seta y jarros con boca trilobulada. Se trata de dos formas ca-racterísticas del ámbito fenicio y seguramente cada una contenía un líquido que valía también para el Más Allá. Vasos de la misma forma se utilizaban también en el ri-tual funerario que, tras su utilización, eran rotos y arro-jados al pozo de la tumba. La cronología de estas tumbas

se sitúa entre la segunda mitad del siglo VIII a. C. y el siglo VII a. C. Los ritos funerarios empleados en Ayamonte por los colonos orientales siguen, hasta en los más mínimos detalles, la tradición de la madre patria. Lo muestra, por ejemplo, un paragón con la necrópolis fenicia de al-Bass, en Tiro, excavada recientemente bajo la dirección de la profesora M.E. Aubet.

e.G.t y d.M.

Nº 82. Materiales de la tumba 1 de Hoya de los Rastros. Ayamonte

Museo de Huelva n Hoya de los Rastros, Ayamonte (Huelva). excavación de urgencia de 2008 n Siglo Vii a.c.

A) Vaso tipo cruz del negro n nº. inv. A/dJ 10494 n Alt. 30,2 cm. diám. máx. 30 cm.

B) Jarro de boca de seta n nº. inv. A/dJ 10495 n Alt. 19 cm. diám. máx. galbo 13 cm.

C) Jarro de boca trilobulada n nº. inv. A/dJ 10493 n Alt. 14,5 cm. diám. máx. galbo 10 cm.

C

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290 El último viajE 291El último viajE

A

B

La marmita presenta cuerpo ovoide, asas redondeadas y decoración bícroma (rojo y negro sobre superficie en re-serva) a base de bandas horizontales y oblicuas. El cuenco o pátera carenada se caracteriza por una inflexión baja marcada, paredes rectas ligeramente reentrantes y pie anular; las superficies muestran engobe rojo bruñido al interior y al exterior hasta la carena. El jarro de boca tri-lobulada tiene cuerpo ovoide, cuello cónico con resalte central, asa geminada y pie anular, también lleva engobe rojo bruñido. Para terminar, el ánfora muestra cuerpo ovoide con carena alta, donde están colocadas las asas de sección circular. Junto con la necrópolis descubierta en 2008, al año si-guiente se pudo realizar en Ayamonte otro importante descubrimiento: se localizaron los indicios del asenta-miento contemporáneo a la necrópolis fenicia, localizado en un cerro cuya posición estratégica permitía el con-trol del territorio y las vías comerciales. Visualmente domina un amplio horizonte que abarca el Guadiana, la costa atlántica y los territorios a ambos lados del río. Este cerro corresponde a la parte más alta de Ayamonte, y enfrente, en la orilla derecha del Guadiana, se encuentra Castro Marim, lugar habitado también desde la antigüe-dad. Según las investigaciones actuales, sabemos que en ambos sitios había emplazamientos fenicios y parece que el de Ayamonte fue el más antiguo. Serán las investi-gaciones y excavaciones futuras las que permitirán re-construir con más detalle la historia de los asentamientos fenicios y autóctonos de esta región.

La tumba nº. 2 de Hoya de los Rastros es, como en el caso anterior, una sepultura de pozo con nicho lateral. El con-junto que ha proporcionado es característico de un ajuar fu-nerario fenicio arcaico, pero más tardío que en la tumba nº. 1 (ver ficha 82 de este Catálogo). Los materiales presentan numerosos paralelos en todo el mundo fenicio. La forma de la marmita con decoración bícroma es característica de

la zona de Cartago; mientras, el ánfora, que originalmente tuvo una función de transporte, podría proceder de una región del Mediterráneo central, posiblemente Cerdeña.

García Teyssandier y Cabaco Encinas (2009 y 2010). Cabaco En-cinas y García Teyssandier (e.p.).

e.G.t y d.M.

Nº 83. Materiales de la tumba 2 de Hoya de los Rastros. Ayamonte

Museo de Huelva n Hoya de los Rastros, Ayamonte (Huelva). excavación de urgencia de 2008 n Siglo Vii a.c.

A) Marmita n nº. inv.A/dJ 10490 (tapadera asociada nº. inv. A/dJ 10491) n Alt. 26,5 cm. diám. máx. 25,6 cm.

(tapadera asociada, diám. 11,8 cm.).

B) Jarro de boca trilobulada n A/dJ 10492 n Alt. 20 cm. diám. máx. 11,3 cm.

C) ánfora n nº. inv. A/dJ 10.510 n Alt. 48,4 cm. diám. máx. 28,6 cm.

C

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292 El último viajE 293El último viajE

TUMBA 5

TUMBA 18

Recipientes con un receptáculo central más o menos am-plio (copa) y borde plano. El sistema de aprehensión dis-pone de asas móviles que va remachadas o atornilladas a la parte inferior del borde, mediante una pletina rema-tada en sus extremos en forma de una mano abierta. Las asas se fijan a ésta mediante anillas –tumba 5– o vás-tagos perforados y perno –tumba 18–. Suelen presentar algunos detalles ornamentales, tales como el camuflaje de las tachuelas de fijación de las asas mediante rosetas y cabezas hathóricas –sepultura nº. 5– o el remate de las asas en este mismo tipo de prótomos, pero ahora en bulto redondo –nº. 18–.

Tradicionalmente, este tipo de piezas se ha dividido en dos grupos: el considerado que deriva de prototipos orien-tales, llamado “oriental” o “tartésico”, y aquel que se ha supuesto producto de la evolución de los anteriores, de-nominado “ibérico”. La diferencia estriba en la coloca-ción de los anclajes para las asas; en el primer grupo van dispuestas debajo del borde, mientras que en el segundo se emplazan en la pared inclinada de la copa. Los ejem-plares conocidos en la necrópolis de La Joya son todos del primer tipo. Estos recipientes cuentan con antecedentes en Egipto, Chipre y Mesopotamia en el Bronce Medio y Edad del Hierro, por lo que su origen próximo oriental no ofrece dudas. Sin embargo, paradójicamente las piezas de esta procedencia llevan las asas situadas en la pared lateral y carecen de borde horizontal, por lo que coinci-den con el tipo llamado “ibérico”. Por ello, la colocación de las asas bajo el borde, además de la horizontalidad del mismo, parece responder a una peculiaridad de los braseros hallados en la Península. La dispersión de estas piezas se concentra en Andalucía occidental y la zona sur de la cuenca del Duero, con alguna extensión hacia el centro de Portugal y la alta Andalucía, coincidiendo con los jarros de bronce (ver ficha nº 92 de este Catálogo). Por otro lado, el nombre “brasero” con que se conoce a estas piezas deriva de su semejanza formal con los uten-

silios domésticos tradicionales utilizados para contener brasas a fin de caldear las habitaciones en el invierno. Su verdadera función no tiene nada que ver con la mencio-nada, sino que formaban parte del mobiliario funerario con un papel en el ritual de enterramiento, sobre el que existen diversas propuestas. Una especialmente atractiva es que estas piezas podían hacer servicio con los jarros de bronce, a la manera de aguamanil y palangana, cuya función sería su uso para los rituales de purificación de cadáver, de sus restos incinerados o de los oficiantes del sepelio. Así, en cuatro de las tumbas de la necrópolis de La Joya que han proporcionado braseros, tres contienen también jarros (sepulturas nº. 5, 17 y 18), mientras que la restante (nº. 9) dispone de otros recipientes cerámicos que pueden hacer las veces de aguamanil. No obstante, como la mayoría de los braseros que se conocen en la Península carecen de contexto arqueológico, es bastante difícil determinar esta asociación en la mayoría de los casos.

Para estos dos braseros de La Joya y su contexto vid. Garrido Roiz (1970) -tumba 5- y Garrido Roiz y Orta García (1978) -tumba 18-. La primera sistematización de estas piezas en la Península se debe a E. Cuadrado (1966). Una visión actualizada de estas piezas y su función en Jimenez Ávila (2002: 105-138 y 391 -nº. 23 y 24-).

e.G.A.

Nº 84. “Braseros” rituales

Museo de Huelva. nº. inv. A/ce 2781 y A/ce 2930 - 2931 n necrópolis de la Joya, Huelva. tumba 5 y tumba

18. excavaciones de J.P. Garrido Roiz n Segunda mitad siglo Vii-principios del Vi a.c. n ejemplar de la tumba

5. diám. 40 cm. Alt. 6 cm. n ejemplar de la tumba 18. diám. 42 cm., Alt. 6,5 cm. n Bronce.

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294 El último viajE 295El último viajE

Pequeños amuletos que representan en su dorso, dibu-jado mediante líneas y relieves, la forma de un esca-rabajo: cabeza, tórax, élitros, patas. En su cara interior –plana– cuentan con un texto jeroglífico inciso, gene-ralmente una fórmula mágica protectora. Cuentan con una perforación longitudinal que permitiría engarzar el objeto bien como único colgante o como parte de otro con más elementos.

En la soledad de la muerte y en la incertidumbre del futuro en el día a día, el ser humano necesita y busca el apoyo de fuerzas mágico-religiosas, materializadas en peque-ños objetos condensadores o canalizadores de este poder: los amuletos. Uno de los más usuales entre los fenicios fue el escarabeo. Tomado de la iconografía y simbología egipcias –como tantos otros elementos-, compartía con ella sólo su estética y su valor mágico, sin participar en profundidad de la ideología y creencias subyacentes (cfr. Jiménez Flores 2004: 149-150).

Estos amuletos acompañaban a los individuos –con fre-cuencia niños y mujeres– tanto en la vida como en la muerte. De hecho, los escarabeos suelen formar parte de muchos ajuares de tradición fenicia de los siglos VII y VI (como los expuestos de La Joya), prolongándose su pre-sencia en ajuares posteriores incluso hasta el siglo III a.C. (cfr. Jiménez Flores 2004). Los escarabeos se asocia-ban a la idea de resurrección y regeneración de la vida tras la muerte, tomada directamente del ideario egipcio. A ello hacía referencia de un modo especialmente gráfi-co la propia forma del escarabajo, en cuyo ciclo vital y comportamiento veían los habitantes del país del Nilo un trasunto de la resurrección y de la vida en el más allá (Andrews 1997: 50-51).

De las piezas de la necrópolis de La Joya: Garrido y Orta (1978). Sobre la interpretación de los signos y su cronología: Torres (1999: nota 23), Gamer-Wallert (1973) y Padró (1976-1978: 492-493; 1982-1983: 223-225). Sobre el significado y uso de los es-carabeos, Jiménez Flores (2004). Sobre la simbología del escara-beo: Andrews (1997).

J.i.V.S.

Nº 85. Escarabeos de la provincia de Huelva

Museo de Huelva n Siglos Vii-Vi a.c. n Piedra.

nº. inv. A/ce 2724 n necrópolis de la Joya, Huelva, tumba 9. n 1,2 cm. por 0,9 cm.

nº. inv. A/ce 5208 n necrópolis de la Joya, Huelva, hallado en 1982 (inédito) n 1,2 cm. por 0,5 cm.

nº. inv. A/dJ 7117 n calle Méndez núñez, nº. 7-13. Huelva n 2 cm. por 1,5 cm.

nº inv. A/dJ 10488 n niebla (Huelva) n 1,5 cm. por 1,1 cm.

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296 El último viajE 297El último viajE

placas de ampliación, una función simbólica relacionada “con ritos de paso o con la adquisición de diversos grados de estatus social por parte de determinados individuos”. Igualmente, las intervenciones arqueológicas realiza-das en la necrópolis de Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén), Medellín (Badajoz) y Angorrilla (Alcalá del Río, Sevilla) parecen apuntar a la existencia de una relación entre este tipo de objetos y los enterramientos femeninos, donde se localizan de forma mayoritaria y en los que se asocian a otros elementos de adorno personal, como pen-dientes, anillos y colgantes. Esta asociación pudo darse

en la tumba 9 de La Joya, donde el individuo incinerado, cuyos restos parecen corresponder a una mujer, presenta como ajuar un broche de cinturón y diversos colgantes de oro.

Cerdeño Serrano (1981). Cuadrado (1961). Cuadrado y Ascençao (1970). Ferrer Albeada y Bandera Romero (e.p., a-b). Garrido Roíz (1970). Garrido Roíz y Orta García (1978). Garrido Roíz; Garralda; Muñoz y Orta García (1995). Jiménez Ávila (2002). Ruiz Delgado (1989). Torrecillas (1985).

e.P.P.

A

B

C

A) nº. inv. A/ce 2707 n tumba 19 n long. 12 cm.

Anch. 3 cm.Broche de cinturón formado por dos placas de bronce forja-das y cinceladas. La pieza macho consta de tres garfios y la hembra posee tres orificios de recepción, de los que parten tres pequeños ganchos para la unión al cuero. Ambas pie-zas se encuentran recubiertas por una lámina de plata que presenta decoración repujada a base de motivos vegetales, concretamente flores de loto y palmetas, que se disponen formando paneles en el espacio existente entre los garfios.

B) nº. inv. A/ce 2720 n tumba 14 n long. 8,5 cm.

Anch. 6 cm.Broche de cinturón de placa calada con decoración a base de dos series de líneas onduladas que se entrecruzan y la rellenan por completo. Esta decoración se encuentra enmarcada por un friso de semiesferas de oro o electrón que enlaza con sus dos extremos en sentido longitudinal. Se observan restos del cinto al que iría adherido, conser-vando, además, los clavos de oro o electrón con los que iba tachonado.

C) nº. inv. A/ce 2721 n tumba 10 n long. 7,1 cm.

Anch. 5,8 cm.Broche de cinturón compuesto por tres piezas, una macho y dos hembras. La pieza macho, formada por una placa romboidal cuyos apéndices aparecen rematados por vo-lutas, va unida a un cuerpo rectangular que posee cuatro clavos de cabeza redonda cuya función sería la de unirlo al resto del cinturón. Tiene un garfio y presenta decoración a base de una estrecha greca con líneas verticales parale-las que van contorneando la pieza rectangular y se alzan sobre las volutas. El centro de la placa presenta un círculo con esta misma decoración y debajo de éste, una serie de dobles triángulos. Alrededor de los cuatro clavos mues-tra líneas radiales. Las dos piezas hembras, realizadas en alambre, son serpentiformes y no presentan decoración.

El conocimiento de la necrópolis de La Joya se debe a un hallazgo casual acontecido en 1945, año en el que al realizarse un rebaje en la zona del cabezo se produjo un desplome que dejó al descubierto unos vasos cerá-micos y un vaso de bronce. En 1960, este lugar fue vi-sitado por Elena Orta y Juan Pedro Garrido, quienes aún pudieron recoger in situ parte del material y documentar la estructura funeraria y el ritual empleado. Desde esta fecha, se han realizado una serie de intervenciones ar-queológicas cuyos resultados han convertido a la necró-polis de La Joya en uno de los referentes fundamentales sobre el mundo funerario del periodo Orientalizante en la Península Ibérica no sólo por la riqueza y calidad de los ajuares en ella localizados, sino también, por la di-versidad en los rituales y tipologías de las estructuras funerarias documentadas. Entre los distintos elementos que forman parte del ajuar de estas sepulturas pueden destacarse los objetos relacionados con la indumentaria, y dentro de éstos, las fíbulas o broches para sujetar las vestimentas y los broches de cinturón.

Los denominados broches de cinturón “tartésicos” y de tipo “céltico” son conocidos en la literatura arqueológica desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX a raíz de los hallazgos realizados en la región de Carmona, Sevilla. No obstante, su sistematización, clasificación tipológica y encuadre cronológico no se acometerá has-ta la segunda mitad del siglo XX, periodo en el que E. Cuadrado y Ana María Ascençao abordarán su estudio, estableciendo una clasificación, cuya vigencia, salvo la adición de nuevos tipos y subtipos y algunas revisio-nes cronológicas, ha perdurado prácticamente hasta la actualidad, momento en el que los avances producidos en la investigación arqueológica están abriendo nuevas líneas y propuestas de estudios que afectan tanto al ori-gen o génesis de este tipo de piezas como a la interpreta-ción de las mismas. En este sentido, se ha propuesto para este tipo de objetos, concretamente para los que poseen

Nº 86. Broches de cinturón

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya, Huelva n Siglo Vii a.c.

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298 El último viajE 299El último viajE

La monumentalidad arquitectónica y la riqueza del ajuar funerario documentado en algunos de los enterramientos del periodo Orientalizante llevó a María Eugenia Aubet, en la década de los 80 del siglo pasado, a acuñar el tér-mino de tumbas principescas para referirse a algunas de las sepulturas de este periodo. El reconocimiento de este tipo de sepulturas lleva implícitamente añadida la idea de que existen otros enterramientos que no lo son, es decir, establece una diferencia social, ya sea debida a factores económicos, políticos, étnicos, culturales o ideo-lógicos entre distintos sectores de la población, siendo por tanto este tipo de sepulturas el reflejo de la existen-cia de unas élites que, a través del registro funerario, buscan separarse del resto de la población. En este sen-tido, M. Torres observa que en la necrópolis de La Joya existen estructuras que se pueden identificar claramente como pertenecientes a los enterramientos de las élites aristocráticas, del mismo modo que existen otros tipos de estructuras que no pueden ser englobadas en la termino-logía de Aubet. En el caso de la necrópolis de La Joya, los enterramientos calificados como principescos –Tumbas 5, 9, 17 y 18–, han sido caracterizados no tanto por su monumentalidad arquitectónica, cuya entidad se puede presuponer pero no afirmar, ya que nos faltan datos so-bre la organización espacial de la necrópolis y sobre el aspecto externo que ésta pudo tener, como por la riqueza y espectacularidad de sus ajuares. Entre éstos destacan la presencia de objetos o piezas realizadas en materiales exóticos, marfil y alabastro, en bronce, jarros, recipientes con asas de manos, quemaperfumes y en ámbar y oro, como

el anillo y colgante que se muestran en este catálogo. Con relación a éstos últimos objetos, al margen del valor crematístico inherente a este tipo de piezas y a su consi-deración como bienes de prestigio y de atesoramiento de riquezas, es necesario tener en cuenta el valor simbólico que muestran, valores que se vinculan con las creencias en el Más Allá. Estos valores, de difícil lectura para no-sotros, pero con suficiente significación para sus posee-dores, permiten la inclusión de determinados elementos con representaciones de animales, elementos vegetales, etc., en el ajuar funerario con el objeto de garantizar la protección y el reposo del difunto. Un ejemplo de los que comentamos lo encontramos por un lado, en los colgan-tes en forma de bellota de la tumba 9, cuya iconografía se enmarca en la tradición oriental y que se documenta en otros contextos funerarios como en las necrópolis de Cartago, Útica, Trayamar y Carmona y por otro, en el ani-llo de la tumba 5. En este último caso, la representación de un animal de carácter fantástico, el grifo, cuyos ante-cedentes iconográficos se remontan al II milenio a. C. en el Próximo Oriente, parece adquirir una funcionalidad de protección, finalidad que ya pudo poseer durante la vida de su poseedor, pero que sin duda, se refuerza tras su inclusión en el ajuar funerario.

Aubet, M. E. (1984). Bandera Romero y Molina Poyato (2001-02). Garrido Roiz (1970). Garrido Roiz y Orta García (1978; 1989). Perea (1991). Torres Ortiz (1999).Vidal de Brant (1975).

e.P.P.

A) nº. inv. A/ce 2717. tumba 5 n long. 0,9 cm.

diám. 1,1 cm.Anillo de oro macizo compuesto por un aro de sección circular y un sello o chatón de cuerpo rectangular, cuyos lados cortos muestran un perfil denticulado. Sobre el sello se observa la representación de un grifo que ha sido rea-lizado mediante la técnica del grabado. El animal, que aparece representado apoyado sobre los cuartos traseros, posee cuerpo y cola de felino y cabeza, probablemente, de ave. Las alas, que se encuentran desplegadas, muestran un plumaje realizado de forma esquemática.

B) nº. inv. A/ce 2711. tumba 9 n long. 1,3 cm.

diám. 1,9 cm.Dos colgantes lisos con forma de esfera que presentan un sistema de suspensión en forma de T mediante la unión de dos tubos, uno vertical y otro horizontal, realizados con láminas de oro y que se rematan con un hilo enro-llado. Uno de ellos conserva en su interior restos de un hilo de cobre.

C) nº. inv. A/ce 2722. tumba 9 n long. 1,9 cm.

diám. 0,8 cm.Tres colgantes de oro cuya forma y decoración recuerdan bellotas. Realizadas en oro laminado mediante la solda-dura de dos mitades simétricas en sentido vertical que han sido previamente embutidas. Tiene decoración repu-jada sobre troquel y posee un sistema de suspensión en forma de T. El reverso es plano.

D) nº. inv. A/ce 2725. tumba 9 n diám. 0,7 cm.Nueve cuentas de collar huecas y perfil bitroncocónico realizadas mediante la unión, por soldadura, de dos pie-zas simétricas que se rematan en sus extremos con un hilo o cordón de sección circular. Oro.

E) nº. inv. A/ce 2723. tumba 18 n diám. 2.5 cm.;

Grosor: 0.2 cm.Colgante de oro de forma troncocónica con pieza de ámbar en la zona inferior. Su sistema de suspensión está com-puesto por un carrete formado por un hilo enrollado en espiral que configura un pequeño tubo. La pieza presenta decoración en filigrana con motivos de ovas.

Nº 87. Orfebrería de la necrópolis de La Joya

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya, Huelva n Siglo Vii a.c.

A E

B C

D

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300 El último viajE 301El último viajE

secuencia, su aparición en un contexto funerario quizás pueda estar reflejando la realización de libaciones o de alguna ceremonia relacionada con el consumo del vino o bien, con algún tipo de ofrenda alimenticia.

Garrido Roiz (1970). Garrido Roiz y Orta García (1978). Jiménez Flores, García Fernández y Camacho Moreno, M. (2005). López Rosendo (2005). Torres Ortiz, M.

e.P.P.

A) Ungüentario n nº. inv. A/ce 2763. tumba 9 n

Alt. 23 cm. diám. máx. 6 cm. diám. boca 3,6 cm. n

Alabastro.Vaso de alabastro de forma elipsoidal y alargada, base convexa, cuello estrecho y perfil curvo, borde redondeado y exvasado. Posee un tosco tapón realizado en cuarzo y dos asitas o mamelones dispuestas verticalmente y si-tuadas, aproximadamente, hacia la mitad del cuerpo.

Uno de los objetos más comunes en las necrópolis del periodo Orientalizante son los alabastra, envases des-tinados al transporte y contención de perfumes. En el caso de la necrópolis de La Joya se han documentado seis ejemplares, todos ellos realizados en piedra, dos pro-ceden de la tumba 17 y cuatro de la tumba 9. El origen del perfume, que en la Antigüedad estaba compuesto por una combinación de esencias naturales de origen prin-cipalmente vegetal que se diluían en aceite de oliva, se ha documentado en el Próximo Oriente y Egipto. No obs-tante su difusión por el Mediterráneo se debe a fenicios y griegos principalmente, siendo frecuente su aparición en contextos sacros y funerarios donde se asocian, aunque no en todos los casos conocidos, a los recipientes necesa-rios para su uso ritual, quemaperfumes de doble cazoleta y los thymiateria de bronce.

B) ánfora fenicia n nº. inv. A/ce 2780. tumba 17 n

Alt. 61,5 cm. diám. máx. 40 cm. diám. boca 12 cm.

n cerámica a torno. Ánfora de cuerpo ovoidal, labio de tendencia vertical y asas en posición vertical de sección circular. Presenta una carena en la zona de la espalda de la que arrancan las asas cuyo extremo inferior se encuentra en la zona alta del cuerpo. Su superficie exterior presenta adheren-cias de cal. El color de la pasta es de color ocre claro. Pertenece al Tipo 10.1.2.1. de la clasificación establecida por Juan Ramon Torres.

Se trata de un envase comercial cuya función prima-ria parece estar relacionada con el transporte y comer-cialización del vino, aunque este extremo no se puede precisar, ya que en este tipo de ánforas también se han documentado restos de fauna, cereales y aceite. En con-

Nº 88. Ungüentario y ánfora fenicia

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya. Huelva n Siglo Vii a.c.

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302 El último viajE 303El último viajE

tapacubos. nº. inv. A/ce 2734 y 2735 n diám. 12,2

cm. y 11,9 cm.Constan de una placa plana circular sobre la que se emplaza una cabeza de felino con las fauces abiertas. Algunos autores utilizan el término “bocín” para estas piezas; nosotros preferimos el de tapacubos, ya que su misión era impedir que las ruedas se saliesen del eje -que sería de madera-, para lo que llevan un pasador de bron-ce.

Placa calada. nº. inv. A/ce 2737 n long. 27 cm.

Anch. 3,2 cm.Ofrece un motivo calado con una sucesión de palmetas que se asimilan a una barca y el sol naciente, con las di-ferentes secciones unidas mediante remaches; está pieza iría sobre la misma caja del carro, formando conjunto con otras similares.

Bocado de caballo.nº. inv. A/ce 2740 y 2741 n

camas: 12,2 por 6,4 cm. long. filete 23 cm. long.

suplemento 15,7 cm.Consta de varias piezas móviles, entre camas y filetes, estos últimos torsionados. Se colocaba en la boca del ca-ballo y su función era frenar al animal con las riendas.

El carro aparecido en la tumba 17 de La Joya es un ha-llazgo único en la Península Ibérica. La contigua tumba 18 albergó también otro carro, del que apenas quedan restos. Los elementos de bronce que conservamos del ve-hículo muestran una conexión plena con las corrientes orientalizantes, tanto por la iconografía como por la téc-nica de fabricación. Los tapacubos con cabeza de felino encuentran sus antecedentes en la escultura neohitita de Siria del Norte (siglos XI-VIII a.C.), pero hoy por hoy siguen siendo un unicum. Su concepción recuerda mucho a otros prótomos de felinos que aparecen en los jarros de bronce peninsulares. Por ello, es muy posible que su

producción fuese realizada en un taller de Occidente. Al igual que los tapacubos, tampoco las placas caladas del carro encuentran paralelos exactos en otros puntos del Mediterráneo y Próximo Oriente. Finalmente, el bocado de caballo presenta una enorme sofisticación en su fabri-cación, lo que unido a la presencia de cinc y a un elevado porcentaje de estaño, ha planteado la posibilidad de que sea una importación. El carro de la tumba 17 es un vehí-culo de dos ruedas, que debe vincularse no a funciones de transporte, sino representativas. Entre éstas podemos señalar la guerra, la caza y el ceremonial. Su aparición en la sepultura, posiblemente desmontado, solo se ex-plicaría al tratarse de un personaje muy principal perte-neciente a la élite social de Onoba, lo que conecta con el resto del ajuar aparecido en esta tumba (ver fichas nº. 90–92 de este Catálogo). Sobre la filiación del difunto pensamos que el enterramiento se vincula más a la tra-dición indígena que a la fenicia, pues pocos elementos de los documentados en la tumba 17 -como en otras de La Joya- encuentran su correspondencia en el ritual fu-nerario fenicio. A este respecto, la presencia de carros de dos ruedas en bastantes estelas del Suroeste nos hace considerar que estos vehículos eran un elemento esen-cial de la imagen del aristócrata local. Igualmente, otros elementos de carro que han aparecido en el ámbito del sur penínsular, aunque más tardíos, remiten también a grupos de poder autóctonos.

La excavación de la tumba 17 puede verse en Garrido y Orta (1978: 63-124). Para un estudio actualizado de todos los elemen-tos de bronce del carro, consultar Jiménez Ávila (2002:212-233 y 406-410). Sobre el carro en las estelas, vid. Celestino Pérez (2001: 211-232).

e.G.A.

dibujo: J. Jiménez ávila (2002)

Nº 89. Elementos de carro

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya, Huelva. tumba 17. excavaciones de J.P. Garrido Roiz y M.e. orta n

Principios del siglo Vii a.c. n Bronce.

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304 El último viajE 305El último viajE

Quemaperfumes. nº. inv. A/ce 2716 n Alt. 60,6 cm.

diám. platillos 22 cm.Este quemaperfumes o thymiaterion está formado por varias piezas metálicas que se unen mediante tornillos y remaches. Consta de un trípode de apoyo en forma pirami-dal, con las patas rematadas en forma de garra de felino. La barra central es hueca y va adornada con tres flores de loto superpuestas. La parte superior tiene dos plati-llos circulares para quemar los perfumes. La verdadera columna vertebral del thymiaterion es una barra interior que lo recorre longitudinalmente y atraviesa las dos ca-zoletas, aprisionándolas con un sistema de remachado.

Soportes. nº. inv. A/ce 2774 y 2775 n Alt. 12 y 12,7 cm.

diám. máx. 13,7 cm.Ambos soportes son gemelos. Presentan perfil bitronco-cónico y son huecos en su interior; en su parte central presentan cuatro baquetones de refuerzo.

Estas tres piezas están formadas por bronce binario, pero, mientras que el thymiaterion es cobre casi en su totalidad (97%), los soportes tienen un porcentaje de estaño del 11,5 y 9,8% respectivamente. Casi todo ha sido fabricado por el procedimiento de la cera perdida, a excepción de los pla-tillos del thymiaterion que han sido moldeados mediante forjado.

Por el momento, no conocemos ninguna pieza en bronce similar al thymiaterion de la tumba 17 de La Joya, aunque en el mundo fenicio abundan las representaciones de este tipo de quemaperfumes en estelas, relieves y escarabeos. Esto indica que estos objetos eran mucho más frecuentes de lo que ha llegado a nosotros, pérdidas que se deben a la continua cadena de reciclaje del bronce. Igualmente los quemaperfumes de doble cazoleta en cerámica resultan muy abundantes, sin salir siquiera de la Península Ibérica. Por otro lado, la presencia de flores de loto es un elemento típico de la metalistería chipriota, apareciendo también en

otros tipos de objetos. Por ello, este thymiaterion sería un ejemplo muy gráfico de lo que es el artesanado orientali-zante, que aglutina elementos muy diversos.

Los soportes de carrete están insertos en la tradición indígena del Suroeste peninsular, ya que conocemos la forma en cerámica a mano prácticamente desde el Calcolítico, con una fuerte eclosión en el Bronce Final y Hierro Antiguo. La función de estos objetos es sujetar va-sos que carezcan de una base estable, como se ha podido comprobar en los ejemplares de cerámica. Parece lógico pensar que a soportes de bronce debían corresponder tam-bién recipientes de bronce. Sin embargo, en la tumba 17 no ha aparecido ninguno que pudiera hacer servicio con los soportes, por lo que J. Jimenez Ávila piensa que estas dos piezas eran sencillamente una propiedad del difunto, quizás especialmente apreciada. Sin duda, esto tendría una explicación en la rareza de unos soportes fabricados en metal, como símbolo de una riqueza evidente, coinci-dente con su escasez, ya que solo conocemos otros dos fragmentarios en El Carambolo y Setefilla (Sevilla).

Sobre la filiación, origen y función de estos objetos, un amplio estu-dio es el de Jiménez Ávila (2002:160-161 y 165-212, también, aun-que de forma más breve, puede verse Torres Ortiz (2002: 184-189)

e.G.A.

Nº 90. Quemaperfumes y soportes de carrete

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya, Huelva. tumba 17. excavaciones de J.P. Garrido Roiz y M.e. orta n

Principios del siglo Vii a.c. n Bronce.

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306 El último viajE 307El último viajE

La arqueta tiene un estado de conservación deficiente. Sólo han llegado a nosotros los tirantes de la estructura general, parte de uno de los soportes antropomorfos, la tapadera y algunos de los herrajes, entre ellos las bisagras. El conjunto completo adoptaba la forma de una caja con tapadera móvil, en cada una de las cuatro esquinas se colocó una figura humana egiptizante, vestidas en la cin-tura con šenti y la cabeza cubierta con nemes, en actitud de transportar la arqueta.

La tumba 17 de la necrópolis de La Joya es la más rica que conocemos en este conjunto funerario. Se trata de un paralelogramo excavado en el sustrato geológico del cabezo homónimo, con unas dimensiones de 4,30 por 2,45 m. excavado en el suelo natural del cabezo, alcan-zando una profundidad media de 1 m. En el momento de su excavación, la tumba estaba rellena con bloques de pizarra, piedra caliza y cal, además de margas. Resulta difícil precisar el ritual de enterramiento de esta sepul-tura. Sus excavadores apuntaron hacia la inhumación, pero tampoco descartaron la incineración. En cualquier caso la cremación del cadáver debió realizarse en otro lugar. A un conocimiento deficiente del ceremonial han contribuido tanto un posible intento de saqueo que sufrió la tumba a poco de su cierre, así como el arrojo de cal al interior, que contribuyó a aumentar la acidez natural del suelo, destruyendo la mayor parte de la materia orgánica. La hipótesis del saqueo parte de que todos los objetos de ajuar están arrinconados hacia el lateral oeste. En cual-quier caso, el personaje aquí sepultado ocupaba un lugar muy alto en la jerarquía social de la Onoba de principios del siglo VII a.C., cuando la ciudad estaba en su gran mo-mento de auge metalúrgico y comercial.

Testimonio elocuente de esta riqueza es la arqueta de marfil. Aunque se conocen otras piezas de eboraria que responden al mismo uso, tales como las cajas de Cancho Roano, Trayamar 4 o las halladas en Los Alcores

de Carmona, entre otras, además de la esquina de otra arqueta de Huelva (ver ficha nº. 25 de este Catálogo), no alcanzan el nivel de esta pieza de la tumba 17 de La Joya. La arqueta debe vincularse a la idea de gran lujo existente en los ambientes palaciales del Próximo Oriente, aunque no conocemos ningún objeto similar. Cajas con tapadera se encuentran en Egipto desde fechas del Imperio Antiguo, aunque en madera con incrustaciones de marfil y esmalte, como vemos en una tumba de Gebelein (Museo Egipcio de Turín) o en los hallazgos de la tumba de Tutankamón. En este espléndido tesoro encontramos la idea de una caja flanqueada por cuatro figuras humanas en sus esquinas, correspondientes en este caso a divinidades, pero con una concepción totalmente diferente. Por ello no puede descartarse que la arqueta de la tumba 17 pudiera ser in-cluso una producción fenicia peninsular. A este respecto, los hallazgos de la calle Méndez Núñez, 7-13/Plaza de las Monjas 12 indican que, de momento, el único lugar de Occidente en que se puede ubicar un taller de eboraria es la misma Huelva (ver ficha nº 29 de este Catálogo).

Sobre la arqueta de la tumba 17 de La Joya, ver Garrido y Orta (1978: 106-110), Jiménez Ávila (2002: 416-417) y Martín Ruiz (2006: 126). La existencia de un taller de eboraria en Huelva, al menos en el siglo VIII a.C., es planteada por González de Canales Cerisola, Serrano Pichardo y Llompart Gómez (2004: 208-209).

e.G.A.

Nº 91. Arqueta

Museo de Huelva. nº. inv. A/ce 2772 n necrópolis de la Joya, Huelva. tumba 17. excavaciones de J.P.

Garrido Roiz y M.e. orta n Principios del siglo Vii a.c. n long. 65 cm. Alt. 30 cm. n los tirantes y la tapadera

son de marfil, mientras que la armadura debió ser de madera. las bisagras son de plata.

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308 El último viajE 309El último viajE

Jarro de perfil piriforme, que presenta boca abocinada con cuello decorado con una flor invertida de ocho pétalos. El asa es geminada con dos piezas tubulares que en la parte superior se convierten en cabezas de serpiente, mientras que en la inferior se decoran con una palmeta. Un ba-quetón grueso separa la zona del cuello del cuerpo del recipiente.

Este jarro forma parte de una numerosa serie aparecida en la Península Ibérica, que alcanza en torno a la vein-tena de ejemplares. En la misma necrópolis de La Joya conocemos otros en las tumbas 5 y 18 (vid. ficha nº. 93 de este Catálogo). Sin salir de la provincia de Huelva hay que citar también el ejemplar de Niebla (Museo del Instituto Valencia de Don Juan, Madrid), hallado en 1933 en el túmu-lo del Palmarón. El jarro de la tumba 17 corresponde a la se-rie de cuerpo “piriforme”, que es el más abundante en la Península. Estas piezas responden a prototipos fenicios. Mientras, la otra serie corresponde al denominado tipo “rodio”, identificados como productos griegos. El origen del primer grupo hay que buscarlo en los jarros cerámicos denominados “piriformes” o de boca trilobulada, cubier-tos frecuentemente de engobe rojo. Se trata, por tanto, de trasuntos en metal de un recipiente bastante habitual en el mundo fenicio. En la mayor parte de los casos en que se conoce su contexto arqueológico proceden de tumbas. Esto no significa que no se usaran en vida del difunto, ya que el circuito de reciclaje de metal ha podido interferir en su escasa conservación en los asentamientos. A este respecto hay que señalar el oinochoe de Valdelagamas (Badajoz), que parece proceder de un poblado. A partir del siglo V a.C. sí tenemos pruebas fehacientes de un uso ajeno al funerario en el mundo ibérico, con ejemplares derivados de estos recipientes.

Chipre fue el lugar donde se comenzaron a realizar este tipo de jarros en metal ya desde el siglo VIII a.C. Rápidamente el modelo se extendió a Italia, donde co-

nocemos mucho mejor los contextos arqueológicos, todos funerarios y del siglo VII. En la Península Ibérica, en cambio, solo los ejemplares hallados en la necrópolis de La Joya corresponden a excavaciones científicas, siendo todos los demás hallazgos casuales o insuficientemente documentados. Otra diferencia importante entre los ha-llazgos hispanos y los de otros puntos del Mediterráneo es la materia prima. Mientras que aquí todos los ejem-plares conocidos son de bronce, en Italia predominan con mucho los jarros fabricados en plata con añadidos de oro y en Chipre encontramos tanto piezas de plata como de bronce. Esta circunstancia pueda deberse a la presencia de unas aristocracias mucho más consolidadas en esas áreas, donde existen no sólo importantes ciudades-estado, sino también auténticos reinos. Respecto a los talleres de procedencia de los jarros peninsulares, se baraja la posibilidad de una fabricación hispana de la mayoría de ellos, posiblemente con la existencia de varios centros de producción debido a las diferencias técnicas y estilísticas que se observan entre las piezas. Con bastante seguridad, uno o varios de éstos se ubicaron en el Suroeste penin-sular.

Además de la excavación de la tumba 17 en Garrido y Orta (1978). En Jimenez Ávila (2002: 37-104 y 387) hay un amplio estudio de estas piezas. Los trabajos clásicos sobre los jarros “orientalizantes” son García y Bellido (1960; 1964).

e.G.A.

Nº 92. Jarro

Museo de Huelva. nº. inv. A/ce 2776 n necrópolis de la Joya, Huelva. tumba 17. excavaciones de J.P.

Garrido Roiz y M.e. orta n Principios del siglo Vii a.c. n Alt. 25,3 cm. diám. máx. 11,4 cm. n Bronce.

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310 El último viajE 311El último viajE

A

B

C

Urna. nº. inv. A/ce 2778 n Hallazgo casual en la

década de 1940. luego llamada tumba 1 n Alt. 32 cm.

diám. máx. 27 cm.Urna de bronce de cuerpo globular, cuello cilíndrico con baquetón central y dos asas que se apoyan en los hom-bros de la pieza, decoradas en sus extremos inferiores con palmetas. En gran parte reconstruida.

Vasija de perfil escalonado. nº. inv. A/ce 2758 n

tumba 14. campaña de 1971. inhumación en fosa.

el vaso apareció a los pies del difunto junto a una

paleta de marfil, un broche de cinturón de plata y

una cuenta de ámbar n Alt. 6,4 cm. diám. borde

25,5 cm. Peso 362 gr.Vasija de boca circular y perfil quebrado en tres escalones que decrecen hacia una base de tendencia plana. El borde presenta dos pequeñas perforaciones.

Jarro. nº. inv. A/ce 2766 n tumba 18. campaña

1971. la sepultura estaba parcialmente destruida

y constaba de dos pozos. en uno de ellos –el

A– apareció este jarro junto a restos de una

inhumación, una urna con posibles vestigios de una

incineración, un brasero y un aro de bronce, un cetro

de marfil y otras piezas n Alt. 25 cm. diám. máx.

12,5 cm. capacidad 1.300 cc. Peso, 1.428 gr.Jarro piriforme con boca en forma de cabeza de ciervo. Presenta a un lado un asa vertical que inicia en una pal-meta y toma al final forma de cuello y cabeza de caballo.

La vajilla de bronce no formaba parte de los objetos co-tidianos de las sociedades fenicias occidentales del si-glo VII a.C. Su posesión y su uso estaban restringidos a determinados grupos sociales dominantes y a contextos rituales muy concretos. Este uso ceremonial, su signifi-cación como símbolo de un estatus social elevado y la

propia circulación restringida de esta vajilla confluyen en la amortización funeraria de la misma. Así, muchos de estos objetos de bronce aparecieron en enterramientos, formando parte de sus ajuares e indicando la celebración de ceremoniales en honor de los difuntos.

Las piezas que aquí contemplamos se encuadran en una producción característica del extremo mediterráneo oc-cidental. Aunque bebe de fuentes orientales y existen productos similares en otras áreas mediterráneas y en momentos posteriores en la propia Península Ibérica (cfr. Jiménez Ávila 2006), estos recipientes parecen producir-se en talleres locales occidentales con una actividad cen-trada en el siglo VII a.C. A favor de este carácter regional estaría, entre otras cuestiones, la asimilación de formas en bronce usuales en la cerámica fenicia occidental. Así ocurre con la urna de la tumba 1 de La Joya, análoga en forma y función a las llamadas “urnas Cruz del Negro”.

Para la urna de la tumba 1, Jiménez Ávila (2002: 147ss, 396, nº. 49); su primer estudio en Orta y Garrido (1963). La vasija de perfil escalonado en Jiménez Ávila (2002: 397, nº. 55). Garrido y Orta (1978: 42, fig. 19) con su contexto arqueológico. El jarro ha sido estudiado por Jiménez Ávila (2002: 388, nº. 12). Su excava-ción en Garrido y Orta (1978: 131-135). Sobre la vajilla de bronce fenicia y orientalizante en la Península Ibérica, sus técnicas e implicaciones socioeconómicas y culturales, ver Jiménez Ávila (2002; 2006) y Torres (2002).

J.i.V.S.

Nº 93. Recipientes de bronce

Museo de Huelva n necrópolis de la Joya. Huelva n Siglo Vii a.c.

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312 El último viajE 313El último viajE

Plato de bordes anchos y depresión central, con restos de barniz rojo en sus superficies.

Los platos son una de las formas más características del repertorio cerámico fenicio-púnico y uno de los elemen-tos más fiables a la hora de datar contextos cronológicos, ya que su evolución es bien conocida a través de las se-cuencias estratigráficas de muchos de los sitios fenicios del Mediterráneo centro-occidental (Morro de Mezquitilla en Málaga, Castillo de Doña Blanca en la costa gaditana, Kuass en el litoral atlántico de Marruecos, Monte Sirai en Cerdeña, por citar sólo unos cuantos). A partir de los ejemplares arcaicos propios del s. VIII a.C. caracterizados por presentar bordes estrechos y una relativa profundi-dad, la forma sufre una evolución que lleva a una gradual reducción de la cavidad central y a una ampliación del borde, originándose un pocillo central, rasgo que carac-terizará de aquí en adelante a la forma hasta el punto de que será esta característica la que definirá a los “platos de pescado” de momentos púnicos y helenísticos. Estas transformaciones formales se han interpretado como consecuencia de la adopción de nuevas costumbres ali-menticias, en relación sobre todo a la introducción del pescado en la dieta cotidiana de la población, al menos en las zonas más próximas a la costa.

En la necrópolis gaditana los platos forman parte de los ajuares de los enterramientos más antiguos, que han sido datados a lo largo del s. VI a.C. Se trata, en todos los casos, de incineraciones primarias en fosas, dobles en la primera mitad de la centuria y simples a partir de me-diados del siglo. Junto a elementos de joyería y adorno personal, que son los elementos que suelen acompañar al difunto habitualmente en las tumbas fenicias de Cádiz, en ocasiones aparecen algunos vasos cerámicos: cuencos carenados, lucernas, ampollas, ollitas y platos.

Sobre esta pieza, véase Muñoz Vicente (2002). Respecto al origen de la forma: Ruiz Mata (1987). En relación a la necrópolis arcai-ca, véase Perdigones, Muñoz y Pisano (1990) y Córdoba (1999). Un análisis de la evolución y funcionalidad de estos recipientes en Niveau de Villedary y Campanella (2006).

A.n.V.M.

Nº 94. Plato fenicio

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 25199 n necrópolis fenicia de cádiz. c/ concepción Arenal esquina a c/ Botica

31-33 (1998) n Hacia 570-550 a.c. n diám. 20,02 cm. n cerámica.

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314 El último viajE 315El último viajE

El ajuar procedente de la denominada “tumba-joya” del solar de Los Chinchorros en Cádiz se compone de un ex-traordinario conjunto, tanto por el número de piezas que contenía, variedad de las materias primas utilizadas, así como por la múltiple y completísima iconografía y sim-bología de los objetos. Todas las piezas proceden de una fosa simple con orientación norte sur, que mide 1,90 m. de largo por 0,46/0,40 m. de ancho y entre 0,18/0,20m de profundidad. Esta estructura se documentó a una cota de 3,27 m. de la rasante actual de la calle. Es un enterramiento de incineración cuya tipología es bien conocida en esta época en la ciudad de Cádiz. La mayor parte del ajuar que componía esta tumba se ha localizado en el tercio corres-pondiente a la parte superior del cuerpo, otras piezas en la parte de los pies. El resto ha sido fruto de un minucioso trabajo de cribado que ha durado más de un mes.

Los elementos de joyería que contenía esta tumba eran los siguientes:

A) Un pendiente de oro, formado por un enganche de oro rígido para la oreja, al que se le une una argolla lisa de la que parte una cadena finamente trenzada, que se bifurca en cuatro cadenas rematadas sucesivamente por un disco solar, un creciente lunar, un cestillo cuadrado, y una be-llota lisa. B) Dos portacartuchos cilíndricos de plata calcinados por la cremación, que contienen en su interior restos del ma-terial original (lámina de plata).C) Dieciocho cuentas cilíndricas de oro granuladas. D) Un colgante de oro con la representación del disco solar con umbo central.E) Cuatro cuentas circulares de plata o pasta vítrea lisas con orificio central. F) Una cuenta circular de plata fragmentada sin orificio. G) Laminas de plata con decoración de círculos concén-tricos y rosetas. H) Fragmentos de una redecilla de oro.

I) Una cuenta de oro gallonada y once de plata (una de ellas adherida a una placa de marfil).

Además se documentaron también elementos de tejido, cuentas de cornalina y hueso, anillos y amuletos de bronce, y restos de cajitas de marfil con decoración (figura humana y esfinge).

La suntuosidad del conjunto evidencia que el personaje enterrado seria de un alto rango en la sociedad gaditana. No solo hay estatus elevado sino ostentación y riqueza. Por otro lado, lo interesante de esta tumba es que, hasta la fecha, los marfiles solamente han aparecido en contex-tos indígenas. Éstos serian los primeros aparecidos en un ambiente plenamente fenicio.

M.l.l.F.

Nº 95. Ajuar funerario de Los Chinchorros. Cádiz

Museo de cádiz. nº inv. dJ 30286-30303 n excavación arqueológica preventiva en la Ue-eX - 21 (los

chinchorros) cádiz n desde el punto de vista técnico e iconográfico el conjunto se puede fechar el siglo Vii

a.c., con paralelos en la necrópolis del Mediterráneo oriental y central (tharros y cagliari) n long. pendiente

7,5 cm. long. portacartuchos 2,3 cm. n oro, plata, marfil, hueso y piedras semipreciosas.

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316 El último viajE 317El último viajE

Medallón con iconografía astral n nº. inv. dJ 16698

n Altura 1,9 cm.Pieza circular fabricada sobre una lámina, con moldura de remate en el borde que dibuja una entalladura trian-gular inferior. En el interior del círculo se dispuso una simbología astral consistente en un umbo (ombligo) cen-tral coronado por el astro solar, que es rodeado por la luna. Los motivos recortados sobre lámina y soldados a la base se delimitaron mediante línea de gránulos. El sis-tema de suspensión es un carrete muy corto, formado por un cilindro de hilo enrollado con los topes laterales lisos y ligeramente engrosados en la parte superior.

Este tipo de medallones con entalladura triangular infe-rior son relativamente frecuentes en el mundo funerario de los asentamientos fenicios: Cartago, Cerdeña, Sicilia, Marruecos, Argelia y Próximo Oriente. Mantienen siste-máticamente el rasgo de su peculiar perfil, cuyo signi-ficado se nos escapa, aunque presentan una gran varia-bilidad en cuanto al motivo iconográfico que alojan en el centro. Aquí aparece un umbo coronado por el disco solar y el creciente, simbología relacionada con la repre-sentación del orden cósmico.

colgante esférico n nº. inv. dJ 16698/4 n Alt. 1,2 cm.Colgante en forma de esfera, fabricado a partir de dos semiesferas laminares soldadas por el ecuador. La orna-mentación a base de rombos contrapeados, alineados si-métricamente en los polos y en el ecuador, se ha resuelto mediante granulado que muestra huellas de deformación debido al rozamiento por uso. El sistema de suspensión, soldado en uno de los polos, está realizado a partir de una lámina enrollada en cilindro y perforada en uno de sus extremos, para formar la anilla.

La esfera es un motivo que se repite en la orfebrería de toda la cuenca del Mediterráneo con cierta frecuencia des-de el siglo VII a.C. Su significado es difícil de determinar

pero podría asimilarse al umbo, u ombligo central, de los medallones y de otras composiciones de carácter cósmico. A pesar de su aparente simplicidad, las esferas de oro están siempre ricamente ornamentadas con las técnicas más complejas, en este caso un granulado dispuesto en rombos y triángulos.

Sobre estas piezas y las excavaciones que las sacaron a la luz, ver Perdigones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990).

A.P.c.

Nº 97. Medallón con iconografía astral y colgante esférico

Museo de cádiz n calle ciudad de Santander esquina a calle Brunete, cádiz. tumba 1: cremación en fosa

doble. excavación de urgencia en 1985 n Siglo Vi a.c. n oro.

El medallón nº. inv. 10509 es la pieza más notable del grupo. Está formado por un círculo laminar, rematado en los bordes mediante una moldura con entalladura trian-gular inferior, y un sistema de suspensión en carrete, compuesto por un cilindro de hilo enrollado con topes la-terales granulados. El círculo central aloja una iconogra-fía compleja de simbología egiptizante: sobre un sacrum, o montaña flanqueada por dos ureos (cobra sagrada egip-cia), descansa el astro lunar, y coronando la escena, apa-rece la imagen del sol alado. Los ureos, el arco lunar y las alas solares son de lámina recortada y trabajada, mientras que el resto de los detalles se resolvió con granulado, que presenta un gran desgaste por rozamiento de uso.

La compleja iconografía que aloja este medallón es una composición relativamente normalizada en el mundo de la orfebrería fenicia de Ibiza, Cartago, Cerdeña, Sicilia, Malta, Chipre y Próximo Oriente. En la Península Ibérica se conocen al menos dos ejemplares, además del de Cádiz, uno procedente de Extremadura y un ejemplar de

extraordinaria calidad que formaba parte del ajuar fune-rario de una tumba en la necrópolis fenicia de Trayamar. El tipo se fecha entre el siglo VII y el V a.C. En cuanto al significado, sólo podemos especular con los distintos iconos que se repiten en todos los ejemplares. El disco solar alado es un motivo que se mantuvo inmutable a lo largo de toda la historia del Egipto faraónico; lo mismo que el disco solar enmarcado por el creciente y el sacrum lo hace en el mundo fenicio. Todos ellos son temas de origen oriental que van siendo reinterpretados a lo largo de la historia, en función del substrato simbólico regio-nal en el que se inscriben, y siempre en relación con las fuerzas cósmicas que rigen el universo.

Sobre esta pieza y las otras que la acompañaban, ver Perdigones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990). Un estudio comparativo en Quillard (1979).

A.P.c.

Nº 96. Medallones fenicios

Museo de cádiz n nº. inv. ce 10509 y dJ 17054 n Playa de Santa María del Mar, cádiz. Hallazgo casual en

1983 del ajuar correspondiente a una tumba de cremación en fosa, posteriormente excavada n Siglo Vi a.c. n

Alt. entre 1,8 y 1,2 cm. n oro.

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318 El último viajE 319El último viajE

Anillo giratorio de factura especialmente cuidada, for-mado por un aro abierto de sección circular cuyos extre-mos encajan en el marco del chatón; la unión se oculta mediante un segmento esférico. El chatón engasta un óvalo de pasta vítrea mediante una cápsula con mol-dura inferior y ornamentación de cordón de filigrana; por el reverso se repujó una flor de loto, esquematizada en dos volutas que enmarcan un triángulo central. El crecimiento de óxidos procedentes del alma de plata ha hecho estallar la lámina de oro que recubre el anillo, separándolo del chatón.

Sobre esta pieza y las excavaciones que la sacaron a la luz, Per-digones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990). Una visión de conjunto sobre la producción orfebre gaditana en Perea (1986; 1989; 2000). Para cuestiones de técnicas de fabricación y meto-dología de estudio véase Perea (1991; 1992). El contexto medite-rráneo de la producción gaditana en, Perea (1997).

A.P.c.

Nº 99. Anillo giratorio

Museo de cádiz. nº. inv. 16688 n calle tolosa latour, cádiz. tumba 1 de inhumación en cista de sillería,

perteneciente al conjunto c, compuesto por tres tumbas que se encontraban ya expoliadas desde época

romana. excavación de urgencia en 1985 n Siglo V-iV a.c. n diám. 2,5 cm. n oro, plata y pasta vítrea.

Anillo formado por un ancho cilindro de gruesa lámina ahuecada hacia el exterior para darle volumen. Sobre ella se soldó una ornamentación dispuesta en dos bandas que repiten el motivo de una palmeta alojando una flor de loto de tres pétalos, interpretada también como crisálida o mosca. La técnica utilizada es la de sobreponer a la base una laminita estampada y recortada con la figura de la flor; por su parte las palmetas se delinean con filigrana de hilo moldurado imitando granulado, que actualmente se encuentra muy desgastado debido al roce de un uso prolongado.

Este peculiar anillo no responde a ninguna tipología co-nocida en los repertorios orfebres de las colonias fenicias del Mediterráneo. Estamos ante un diseño exclusivo para

un cliente concreto, muy probablemente el emblema o símbolo de un cargo o una magistratura político religiosa de la ciudad, a juzgar por las huellas de desgaste que ponen de manifiesto un uso continuo y prolongado. El motivo iconográfico que aparece enmarcado por la pal-meta es ambiguo y de difícil interpretación: como mosca o crisálida, estaría en relación con el icono egipcio de la mosca, asociado al poder político y militar; si lo interpre-tamos como una flor de loto invertida, de ella surge la renovación de la naturaleza y la justificación del poder.

Sobre esta pieza y las excavaciones que la sacaron a la luz, Per-digones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990).

A.P.c.

Nº 98. Anillo cilíndrico

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 17066 n calle ciudad de Santander esquina a Avenida de Andalucía, cádiz.

tumba 18. cremación en fosa simple. excavaciones de urgencia en 1986 n Siglo Vi a.c. n diám. máx. 2,3 cm.

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320 El último viajE 321El último viajE

Medallón con roseta inscrita n Altura 1,7 cm.Medallón formado por una lámina circular con moldura de remate en el borde que delimita un espacio donde se soldaron hilos de filigrana lisos delineando una roseta de ocho pétalos con gránulo central. Los pétalos debieron contener esmalte de color, del que quedan restos muy degradados. El sistema de suspensión es un carrete for-mado por un cilindro de hilo enrollado con topes latera-les lisos ligeramente engrosados en la parte superior.

La roseta es uno de los iconos más frecuentes del taller de orfebrería de Cádiz del siglo IV a.C. Se utiliza como motivo central, en el caso de los medallones, y como mo-tivo ornamental añadido en el caso de otras joyas como los aros cilíndricos y los de desarrollo en espiral. El motivo se remonta en el tiempo hasta la llamada época orientali-zante (siglos VIII-VI a.C.), pero es en este momento cuan-do las corrientes técnicas e iconográficas grequizantes se ponen de moda en todo el Mediterráneo. No en vano coincide con la fase de mayor expansión de productos manufacturados griegos, sobre todo la cerámica ática que llega a todos los rincones del mar interior. En última instancia, la roseta es el símbolo de la fecundidad.

Medallón con entalladura triangular inferior y botón

central n Alt. 1,7 cm.Medallón circular fabricado a partir de una lámina de base con moldura de remate en el borde que dibuja una entalladura triangular inferior. En el centro del círculo se soldó un gránulo rodeado de hilo. El sistema de suspen-sión en carrete se compone de un cilindro de hilo enrolla-do con topes laterales de sección circular que se engrosa en la zona superior.

Sobre esta pieza y las excavaciones que la sacaron a la luz, Per-digones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990).

A.P.c.

Nº 100. Medallones fenicios

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 17053 (las dos piezas) n Avenida de Andalucía esquina a calle condesa

Villafuente Bermeja, cádiz. tumba 17. cremación en fosa simple n Siglo Vi a.c. n oro.

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322 El último viajE 323El último viajE

Amuleto de fayenza. nº. inv. dJ 17081 n Alt. 1,9 cm.

Anch. 0,6 cm.

Representa bidimensionalmente la corona roja del Bajo Egipto, definida por los contornos de la pieza y los bajos volúmenes del interior. Presenta una perforación circular entre los apéndices verticales que conforman el remate de la base cilíndrica de la corona. Se trata de un símbolo de la realeza. En el Primer Período Intermedio en Egipto (dinastías VII-XI, 2181-2044 a.C.) se constatan amuletos que representan en miniatura símbolos propios de la realeza, coronas, cetros y otros emblemas que aluden a la figura del rey y a la institución que representa. Se do-cumentan en tumbas privadas, siendo piezas muy comu-nes, pues se creía que con aquellos símbolos el difunto disfrutaría de los beneficios protectores de la realeza y de las propiedades mágicas que aquellos objetos sagrados personificaban. Este amuleto formaba parte de un nutrido grupo de estos objetos, de diverso tipo, formando parte de un ajuar que acompañaba al difunto inhumado en una tumba de cista hecha con sillares de piedra ostionera. Amuletos de este tipo son frecuentes en la Península Ibérica, sobre todo durante el siglo IV a.C.

Culican (1972: 114-115). Fernández y Padró Parcerisa (1986). Jiménez Flores (2004: 145-146). López Grande (2007: 67 y 72). Perdigones Moreno y Muñoz Vicente (1990). Perdigones Moreno, Muñoz Vicente y Pisano (1990).

M.d.l.o.

Amuleto de esteatita. nº. inv. dJ 17077 n Alt. 1,8

cm. Anch. 1,1 cm. Gr. 1 cm.

Pateco panteo, representando un conjunto de figuras apoyado sobre una peana cuadrangular. Está presidido por dos enanos desnudos, en pie, en posición frontal, uni-dos por la espalda. Presentan grandes cabezas desnudas y desproporcionadas, con ojos almendrados desmesura-dos, nariz ancha y chata y boca con sonrisa esbozada. Las piernas son cortas y arqueadas, y los brazos se recogen sobre el torso sujetando dos serpientes que apenas se perfilan. Los costados están flanqueados por dos repre-sentaciones femeninas con un tocado escalonado, que podrían ser Neftis e Isis. En la cara inferior de la peana aparece incisa una figura humana sentada y varias líneas que podrían ser motivos jeroglíficos.

Este amuleto formaba parte de un nutrido grupo de es-tos objetos, de diverso tipo, formando parte de un ajuar que acompañaba al difunto inhumado en una tumba de cista, hecha con sillares de la llamada en Cádiz piedra ostionera. Amuletos de este tipo son frecuentes en la Península Ibérica, sobre todo durante el siglo IV a.C. La figura de Bes y Ptah Pateco adquirieron una iconografía propia durante el Tercer Período Intermedio egipcio (di-nastías XXI-XXV, 1069-656 a.C.), etapa en la que los ha-llazgos de amuletos se van generalizando en tumbas de condición social cada vez más sencilla. Bes es la figura apotropaica por excelencia, era una divinidad muy popular del que se esperaba protección contra los males como la picadura de serpiente. El amuleto era portado por muje-res embarazadas y niños, y su popularidad condujo a la reproducción de su imagen en los escarabeos, luego des-tinados a la tumba y depositados en cuevas o santuarios como ofrenda votiva tras un largo viaje, como los hallados en la cueva de Gorham’s Cave en Gibraltar Asociados a la figura de Bes, tanto morfológica como funcionalmente, se encuentran estos patecos, reproducidos con mayor pro-

fusión en el tipo de Pateco Panteo. En dicha imagen el enano pateco aparece como en nuestro amuleto, que al sumar los poderes de las varias figuras le convierte en uno de los amuletos más poderosos.

Nº 101. Amuletos

Museo de cádiz n calle tolosa latour, cádiz. tumba 41-B n Siglos V-Vi a.c.

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324 El último viajE 325El último viajE

Aro cilíndrico abierto compuesto por dos vástagos de cobre chapados en oro, de sección ovalada, que sustentan en-tre sí una cinta laminar con decoración de filigrana. En cada extremo se soldaron dos charnelas opuestas que forman el sistema de sujeción y cierre. Como elemento ornamental añadido, una roseta de tres pisos de pétalos, sujeta al cuerpo del cilindro mediante un gancho de oro. Los pétalos que forman la base de la flor probable-mente contuvieron en su momento esmalte del que ya no quedan restos. La conservación es excelente.

Si hay una joya que pudiera sintetizar la producción del taller de Cádiz del siglo IV a.C. habría que elegir la serie de aros cilíndricos y aros de desarrollo en espiral, y den-tro de ella hay una pareja de ejemplares de extraordinaria calidad y tamaño que formaban parte del ajuar funerario de la tumba D de Playa de los Números. Este pequeño sector de la necrópolis gaditana estaba reservado a per-sonas de un alto nivel económico, y con toda seguridad

también social, que enterraron a sus muertos en cistas rectangulares de sillería trabajada con especial cuidado. Las trece tumbas excavadas por Cervera en este sector contenían ricos ajuares con objetos de oro, pero el de la tumba D superaba en buena medida al resto: dos anillos giratorios, cuatro aros, cuatro pendientes, 14 cuentas de oro, además de otras de cornalina, y cinco colgantes. Con los colgantes y las cuentas de este ajuar se compuso el collar de la ficha nº 20 de este Catálogo. La pareja de aros que aquí se expone destaca entre todos los de su serie por el tamaño, mayor del habitual, por la calidad de su fabricación, y por la riqueza de la ornamentación, en la que sobresale el protagonismo de una magnífica roseta de tres pisos, al gusto grequizante de la época.

Sobre esta pieza y su contexto arqueológico, ver Perea (1986). El contexto económico y social en Perea (2000).

A.P.c.

Nº 103. Aros cilíndricos con roseta añadida

Museo de cádiz. nº. inv. ce 4257 y ce 4258 n necrópolis fenicio-púnica de cádiz. Grupo Playa de los

números. tumba d. inhumación en cista de sillería. excavaciones de F. cervera en 1922 n Siglo iV a.c.

diám. máx. 3,39 cm n oro y cobre.

Escarabeo con perforación longitudinal, en cuya cara pla-na se representa a un hondero desnudo de perfil hacia la izquierda y el torso en posición tres cuartos. Tiene la rodilla izquierda apoyada en tierra y la pierna derecha flexionada. Está disparando una honda a una gran más-cara de Sileno situada frente a él. Alrededor una orla imi-tando un sogueado. Las representaciones de sagitarios son frecuentes en los escarabeos fenicios, pero no las de honderos. Además de este sólo conocemos otro ejemplar en el Museo de Ginebra.

Los escarabeos aparecen en las tumbas gaditanas como colgantes únicos o formando parte de anillos basculantes. Su incorporación como parte de los ajuares fenicios se remonta a inicios del I milenio a.C., desde la costa pa-lestina hasta el Extremo Occidente (Jiménez Flores 2004, 144). Esta pieza estaba acompañada por cinco ureos. Los fenicios transportaron objetos egipcios a la Península Ibérica, siendo Gadir uno de los centros desde donde se distribuirían. Entre las manufacturas egipcias los escara-beos ocupaban un lugar de primer orden. Su populariza-ción facilitó el acceso a su potencial mágico a un mayor número de personas. La revitalización de su producción, especialmente del taller de Náucratis desde el s.VI a.C., y el inicio de la actividad en los centros de Tharros, Cartago y los talleres etruscos influirá en el aumento de su pre-sencia y diversificación en todo el Occidente, antes limita-da a las importaciones egipcias. Los motivos más usuales son guerreros, jinetes, arqueros, honderos y atletas, figu-ras humanas en diversas actitudes. Además de persona-jes mitológicos y animales luchando con humanos.

Esta pieza es un ejemplar de gran calidad, cuyo estilo está determinado por el uso de un taladro giratorio para su grabación. Se han usado cortes planos y lineales, su-brayando las líneas del contorno, y se ha usado para la terminación un taladro redondo. El tallado es griego y los temas son también de inspiración helénica.

Blanco Freijeiro y Corzo Sánchez (1981). Corzo Sánchez, R. (1981). Jiménez Flores (2004: 144). López de la Orden, (1990: 45-46; 2007).

M.d.l.o.

Nº 102. Escarabeo del sarcófago antropoide femenino

Museo de cádiz. nº. inv. ce9773a n Fue hallado bajo el omóplato derecho del esqueleto del sarcófago

antropoide femenino hallado en cádiz en 1980 en la actual calle Parlamento (entonces Ruiz de Alda) n

Segunda mitad s. V a.c. n Alt. 1,6 cm. Anch. 1,1 cm. Gr. 0,35 cm. n Jaspe verde.

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326 El último viajE 327El último viajE

colgante rematado en pirámide. nº. inv. ce 00041 n

Alt. 2,4 cm. Anch. 0,7 cm.Colgante formado por una base escalonada de oro, un prisma rectangular a modo de plinto seguido de dos es-calones prismáticos más bajos y decrecientes, un cuerpo prismático rectangular alto de bronce y con inscripción en una de sus caras, y un remate en forma de pirámide al que se le adosa el sistema de suspensión, una doble anilla circular adornada con un hilo de filigrana moldu-rado. Este amuleto en forma de obelisco, con tapadera en forma de pirámide, como figura betílica adquiere valores simbólicos añadidos en contexto púnico.

Estas cuatro piezas, realizadas en un taller local, consis-ten en pequeños cilindros o prismas y están destinados a albergar una laminilla, normalmente de plata, con fór-mulas de protección (ver ficha nº 74 de este Catálogo). Poco a poco van perdiendo gradualmente su carácter fun-cional de recipiente de amuletos, para convertirse en ta-lismanes por sí mismos cuando durante el siglo VI a.C. su tapadera se convierte en imagen de animales o símbolos sagrados, que aumentan su carga mágica. Son una pro-ducción específica del mundo púnico aunque originaria de Egipto, donde aparecen en el Reino Medio (dinastías XII-XIII, 1985-1650 a.C.). Piezas de estas características se han encontrado en el Mediterráneo central y occiden-tal, originarias de Cartago, a lo largo del siglo IV a.C. Los ejemplares hallados en Cádiz tienen en común la icono-grafía egipcia, además de una elaboración esmerada y la ausencia de huellas de uso.

Alonso de la Sierra, García Alfonso, López de la Orden, Muñoz Vi-cente y Perdigones Moreno (2003). Corzo Sánchez (1989; 1991). Belén y Marín Ceballos (2002), López Grande (2007), Perea Ca-veda (1986; 1989; 1991). Quillard (1973; 1987), Quintero Atauri (1914; 1915).

M.d.l.o.

colgante con cabeza de leona. nº. inv. ce 00038 n

Alt. 3,2 cm. diám. 0,5 cm.

Colgante formado por una base cilíndrica de oro, hueca, de superficie lisa, decorada en su parte superior por dos boceles horizontales y paralelos, moldurados, que en-marcan otra moldura lisa de perfil convexo. El cuerpo es cilíndrico, de bronce y hueco, y un remate superior de oro en forma de cabeza de leona. La cabeza es de bulto re-dondo, hierática y frontal, minuciosamente tratada. Está rematada en un disco solar con uraeus, cobras reales er-guidas y coronadas con el disco solar. En la parte posterior tiene una argolla para colgar formada por un doble anillo con un hilo de filigrana entre ellos. La cabeza de leona se identifica con la diosa Sekhmet que, junto con Bes, protegía a las mujeres embarazadas. En Egipto fue muy abundante su representación como amuleto en el Tercer Período Intermedio entre otras divinidades con forma hí-brida como Bastet (López Grande 2007, 7). La imagen de Sekhmet es bien conocida en Cartago desde época ar-caica, como se constata en los amuletos, escarabeos y porta-amuletos, dando forma iconográfica a una divini-dad que va adquiriendo caracteres nuevos, la figura de Tanit. Esta nueva deidad leontocéfala se convierte en el símbolo parlante de la nueva provincia romana de Africa (Belén-Marín 2002, 175). En el Próximo Oriente numero-sos documentos arqueológicos atestiguan una estrecha relación entre divinidades femeninas y leones. Durante el I milenio a.C. Astarté se asimila con las egipcias Hathor y Sekhmet, tomando del león su naturaleza irascible y guerrera, de ahí que se muestre a veces con su imagen felina (Belén-Marín 2002, 169). Piezas de estas caracte-rísticas se han encontrado en el Mediterráneo central y occidental, originarias de Cartago, a lo largo del siglo IV a.C. Los ejemplares hallados en Cádiz tienen en común la iconografía egipcia, además de una elaboración esmera-da y la ausencia de huellas de uso.

Porta-amuleto colgante con cabeza de carnero. nº.

inv. ce 00039 n Alt. 3,3 cm. diám. 0,5 cmColgante formado por una base cilíndrica de oro, hue-ca, de superficie lisa, decorada en su parte superior por dos boceles horizontales y paralelos, moldurados, que enmarcan otra moldura lisa de perfil convexo. El cuerpo es cilíndrico, de bronce y hueco, y un remate superior de oro en forma de cabeza de carnero. La cabeza es de bul-to redondo, hierática y frontal, minuciosamente tratada. Está rematada por una corona hemhem. En la parte pos-terior una argolla para colgar formada por un doble anillo con un hilo de filigrana entre ellos. La corona egipcia hemhem está formada por una triple corona atef, coro-nas blancas flanqueadas por plumas y tocadas por discos solares, apoyadas sobre cuernos retorcidos que se abren desde el centro y horizontalmente, definiendo una línea de base. Todo el conjunto se flanquea en los extremos laterales por sendos uraeus, cobras reales erguidas y co-ronadas con el disco solar. Esta iconografía asociada a los porta-amuletos con cabeza de carnero parece propia de Occidente. No se atestiguan ejemplares con esta corona en Cartago (Quillard 1987, 96).

colgante con cabeza de halcón. nº. inv. ce 00040 n

Alt. 3,3 cm. diám. 0,5 cm.Colgante formado por una base cilíndrica de oro, hue-ca, de superficie lisa, decorada en su parte superior por dos boceles horizontales y paralelos, moldurados, que enmarcan otra moldura lisa de perfil convexo. El cuerpo es cilíndrico, de bronce y hueco, y un remate superior de oro en forma de cabeza de halcón, Horus. La cabeza es de bulto redondo, hierática y frontal, minuciosamente trata-da con plumas que contornean el rostro, cubren el cuello y la parte posterior de la cabeza. Está rematada por un disco solar con uraeus. En la parte posterior una argolla para colgar formada por un doble anillo con un hilo de filigrana entre ellos.

Nº 104. Estuches porta-amuletos colgantes

Museo de cádiz n Punta de la Vaca (actual área de Astilleros), cádiz. Hallados en 1891 n Siglo iV a.c. n oro,

bronce y plata.

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Collar formado por un broche, 16 cuentas cilíndricas de cornalina, ocho de oro esféricas, cuatro ahusadas dobles de oro, seis ahusadas simples de oro. El número de cuentas que tiene actualmente en collar es aleatorio, pues las circunstancias de su hallazgo y depósito en el Museo de Cádiz impiden saber cuántas cuentas tenía originaria-mente, pero con las que portaba y algunas aparecidas en su entorno se ha hecho una posible restitución. El broche tiene dos caras, una de ellas con tres cuerpos circulares, el central con una cuenta semicircular de ámbar, des-pegada pero conservada. La otra cara del broche tiene forma de nudo hercúleo.

Formaba parte del ajuar de una tumba de inhumación en fosa simple de lajas de piedra caliza, junto a un pen-diente de oro en forma de arete amorcillado. Otro collar exactamente igual fue hallado en la tumba 70 de la Plaza Asdrúbal en 1998. Las cuentas tanto de oro como de cor-nalina son del tipo muy común en los hallazgos llevados a cabo en tumbas de la necrópolis gaditana: esféricas y ahusadas de oro, y cilíndricas de cornalina. El broche, sin embargo, es más singular. Son dos los aparecidos hasta la fecha, como hemos indicado más arriba. La cara anterior está formada por tres cuerpos circulares, el central con hueco para engastar una pieza semiesférica de ámbar.

El nudo hercúleo que forma la cara posterior tiene una fuerte carga simbólica. Las más antiguas representaciones del nudo hercúleo en ámbito femenino las encontramos en Egipto. En Grecia también son muy numerosas las re-presentaciones de este nudo, y su iconografía penetra en el mundo romano donde la vemos en numerosas repre-sentaciones. Como pieza de joyería aparece con gran pro-fusión en objetos de adorno personal, en collares, bandas para el pecho, broches, pendientes, diademas, brazaletes, cinturones, anillos, fíbulas e incluso espejos. Pero además el nudo hercúleo tiene un simbolismo, un significado. Cuando en la antigüedad una joven se ponía este nudo lo

llevaba como elemento religioso o como amuleto. Su uso iba más allá del mero adorno. Plinio (N.H. XXVIII, 17,63) cuenta que era un nudo maravilloso, en un sentido mágico, y que las heridas se curaban mucho antes si los vendajes se hacían con forma del nudo de Hércules. Su carácter apotropaico se refuerza en la representación de Medusa, en que bajo el Gorgoneion aparecen dos serpientes entre-lazadas con este nudo, combinándose en estos casos el carácter profiláctico el nudo con el de la Gorgona. Paulo Diácono (Ep. de Festio 63, 18M, s.v. cíngulo) dice que ju-gaba un papel muy importante en relación con la fertili-dad. Por otra parte, el hecho de que las vírgenes Vestales y Atenea lo llevaran en la cintura, Deidamía en la cabeza cuando es raptada por el centauro, y que el novio tuviera que deshacer el nudo de la novia hace pensar en una po-sible relación con la virginidad.

Inédito

M.d.l.o

Nº 105. Collar con nudo hercúleo

Museo de Cádiz. Nº. inv. DJ 28436-28444 n Solar de la Ciudad de la Justicia, Cádiz. Ajuar de la tumba nº, 65. Excavación de 2006 n Siglo III a.C. n Broche: 3 cm.por 1,5 cm. n Oro, cornalina y ámbar.

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330 El último viajE 331El último viajE

Nº 107. Vaso cerámico aviforme

Museo de cádiz. nº. inv. ce 05522 n Glacis de Puerta de tierra, hacia el baluarte de San Roque, cádiz.

excavación de 1924-1925 n Siglos iii-ii a.c. n Alt. 15,2 cm. long. 20,2 cm. Anch. 9 cm. n Arcilla amarillenta,

compacta, desgrasante fino. Pigmentos en rojo y negro.

Vaso aviforme, con cuerpo ovoidal alargado, con su eje mayor dispuesto horizontalmente, siendo más ancho en su parte superior y decreciendo a medida que se acerca a la base. Ésta es de fondo plano, ovalado en planta. La vasija cuenta con dos aberturas. La primera está en la parte superior del cuerpo, en uno de los extremos, consti-tuida por un corto y estrecho cuello, tras el cual el cuerpo se prolonga en una pequeña protuberancia apuntada, a modo de cola. La segunda, situada en el extremo opues-to del mismo eje, tiene forma de cabeza de gallina, con una pequeña cresta de arcilla, con restos de pintura roja y donde el pico servía de orificio vertedor. La primera abertura correspondería a la destinada a la entrada de líquidos en el recipiente; la segunda, a su salida. Sobre el lomo de la vasija hay un asa horizontal, dispuesta lon-gitudinalmente, de sección oval y con pequeños trazos perpendiculares pintados. En los laterales del cuerpo de la vasija se representan las alas del ave, visible con clari-dad sólo por uno de los lados, con trazos en negro y rojo, verticales y ondulados, insertados dentro de un contorno ovoidal.

Las vasijas zoomorfas son relativamente habituales du-rante la Protohistoria del Mediterráneo encontrándonos ejemplos que se remontan al II Milenio a.C. En el Cádiz de tradición púnica aparecen vasos, frecuentemente avi-formes, en contextos funerarios, durante los siglos IV y I a.C. Debieron tener un uso ritual importante, asociado a la iconografía del objeto. En líneas generales, en el mun-do fenicio-púnico, el gallo se relaciona con la muerte y el paso a la otra vida, asimilando el alma y/o espíritu del difunto con el ave. Así se han interpretado las diversas representaciones pintadas de Argelia y Túnez. En ellas el gallo aparece asociado a monumentos funerarios y otros elementos como navíos o ciudades amuralladas, esceno-grafía que posiblemente represente el momento del tras-lado del alma del mundo terreno a su destino celeste. Esta simbología del gallo trasciende el mundo. Este sim-

bolismo y usos funerarios iban más allá de lo meramente representativo, abarcando también al ave real. Así, se han hallado puntualmente ofrendas de gallináceas (adultos y huevos) en diversos contextos funerarios mediterráneos.

Quintero Atauri (1926). Fantar (1970). Muñoz Vicente (1992). Castaños (1994). Riquelme (2001: 113, 116). Iborra (2004: 127-133). Niveau de Villedary (2006: 56-57).

J.i.V.S.

Nº 106. Plato de pescado barnizado tipo Kuass

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 25198 n Yacimiento de la “casa del obispo”, cádiz. Fosa ritual excavada en la

arena. Hallado en 2002 n Segunda mitad del siglo iii a.c. n diám. 20 cm. n Arcilla color rojo-anaranjada.

Recubierto de un barniz castaño-rojizo de muy mala calidad que apenas se conserva.

Plato de pescado de perfil helenístico (Forma “Kuass” II). Forma abierta, baja y ancha, con paredes de tendencia horizontal. El borde sigue la inclinación de la pared hasta que se incurva bruscamente formando una pestaña col-gante. El fondo presenta una cazoleta central al interior que al igual que el borde se rodea de una acanaladura. El pie es anular, ancho y macizo.

Se trata de una de las formas más difundidas en el Mediterráneo en época helenística que copian y reprodu-cen prácticamente todos los talleres regionales, incluidos los púnicos. Su origen se ha explicado como resultado de la convergencia entre los platos áticos de barniz negro y los de tradición fenicio-púnica, cuya secuencia evolutiva es posible rastrear desde los ejemplares arcaicos. Con el

tiempo la cavidad central de éstos se reduce y los bor-des se amplían, posibilitando el apoyo de los alimentos. Finalmente, en época helenística se incorporan algunos elementos formales propios de la vajilla ática, como el pie anular y la pestaña colgante; también a imitación de ésta se barnizan las superficies.

La forma recibe el nombre de las representaciones de pe-ces y otra fauna marina que suelen decorar el fondo in-terno de los platos griegos y de la Magna Grecia y Sicilia, fabricados con la técnica de las figuras rojas en los siglos V-IV a.C., que junto al hallazgo en contextos funerarios de ejemplares conteniendo restos de peces ha llevado a plantear que esta forma fuera concebida como recipiente para servir y consumir el pescado. En la depresión central se recogería el jugo sobrante de la cocción o bien serviría para contener las salsas que acompañaban al pescado, de acuerdo a las nuevas modas que se imponen en la mesa.

Su presencia en contextos funerarios y rituales se expli-ca por la presentación de ofrendas alimenticias a los di-funtos como demuestran algunos hallazgos de Sicilia y Túnez, o bien forman parte del menaje utilizado en los banquetes funerarios y otras ceremonias. Junto al uso original la forma se utilizó también en estos ambientes sacros como patera de libaciones. En este caso concreto, su hallazgo en una fosa ritual, junto a otros materiales excepcionales, nos permite considerar que formase parte de una ofrenda.

Sobre esta pieza, véase Muñoz (2002; 2004). Sobre la forma genérica: Niveau de Villedary (2003 b). Un análisis del origen y funcionalidad de estos recipientes en Niveau de Villedary y Campanella (2006). En relación a su presencia y uso en ambien-tes funerarios y cultuales: (Niveau de Villedary 2003 c).

A.n.V.M.

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332 El último viajE 333El último viajE

Sobre estas piezas: Muñoz (2002). Sobre la tipología de los un-güentarios helenísticos en la necrópolis de Cádiz, véase Muñoz (1987). Algunas precisiones cronológicas en Sáez (2008). En re-lación a algunos contextos recientes, véase Niveau de Villedary (2007).

A.n.V.M.

Nº 108. Conjunto de ungüentarios helenísticos

Museo de cádiz. nº. inv. ce 2212-2214 n Plaza de Asdrúbal, cádiz n Alt. 10,8-14,3 cm. n Siglos iii-ii a.c. n

Arcilla.

Ungüentarios helenísticos de los Tipos A (ungüentarios de cuerpo globular), B (ungüentarios fusiformes de extre-mos cortos) y C (ungüentarios fusiformes de cuello largo) definidos por Á. Muñoz para la necrópolis gaditana. Las piezas se conservan completas.

Una de las características que singularizan a la necrópo-lis de Cádiz respecto a otros cementerios púnicos es la casi total ausencia de ajuar cerámico en el interior de los enterramientos. En época helenística esta situación cam-bia y a partir de estos momentos se vuelve una costum-bre depositar ungüentarios cerámicos junto al difunto, siguiendo una moda rastreable en todo el Mediterráneo. Según la interpretación más generalizada, en estos re-cipientes se envasaban y transportaban los perfumes y ungüentos utilizados en la preparación y purificación de los difuntos durante el transcurso de las exequias, puesto que la mayor parte han aparecido en contextos funerarios. En un principio, su presencia en la necrópolis gaditana se fechó entre los siglos IV y I a.C. de acuerdo a los paralelos que ofrecían otros puntos de la Península Ibérica y del Mediterráneo, si bien en la actualidad se tiende a elevar hasta la segunda mitad del s. III a.C. el comienzo de su utilización, pues no parece que ni su fabricación en los vecinos alfares isleños, ni su presencia en el interior de las tumbas gaditanas pueda retrotraerse más allá de esta fecha. Esta circunstancia, junto a otros cambios obser-vados en la necrópolis de estos momentos como la apa-rición de nuevas tipologías tumbales y de otros objetos litúrgicos formando parte de los ajuares (sobre todo askoi zoomorfos y pebeteros en “forma de cabeza femenina”) ha llevado a proponer que a raíz del desembarco bárcida en la ciudad tuvieran lugar ciertas transformaciones de las costumbres funerarias gaditanas, que se relacionan con modas mediterráneas más amplias y que aquí llega-rían por mediación de los cartagineses.

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334 El último viajE 335El último viajE

Fíbula compuesta por arco, resorte y aguja.

Estas fíbulas se documentan por primera vez a finales del siglo XIX. En lo referente a su origen, la opinión preva-lente a principios del siglo XX es que son una derivación de las fíbulas hallstátticas centroeuropeas de resorte bi-lateral (Déchelette 1927: 170). Desde esta zona alcanza-rían la Península, tanto en función de los movimientos poblacionales célticos como del comercio greco-focense, lo que explicaría también su presencia en la necrópolis Douimès de Cartago. Bosch Gimpera (1921: 27-28) señala que derivan de las de Hallstatt D centroeuropeo, a donde habían llegado desde el norte de Italia como evolución de las piezas del tipo de La Certosa. Su presencia en la Península Ibérica se relacionaría únicamente con los movimientos célticos. La primera atribución peninsular de este tipo se debe a Schüle (1961: 38-39), ya que con-sidera que los contextos hispanos en los que aparecen fíbulas del tipo Acebuchal Túmulo G de la Necrópolis de Carmona (Acebuchal) son más antiguos que los de Europa Central. En el mismo sentido se manifiesta Ruiz Delgado (1989: 145, 148), que considera que este tipo de fíbula

pudo crearse en la baja Andalucía. De acuerdo con esta última hipótesis, parece que el resorte bilateral se genera a partir del perfeccionamiento de los resortes de las fíbu-las de tipo Alcores o de doble resorte, aunque adaptando las formas del puente y del pie de las fíbulas italianas del siglo VII a.C.

Para fijar su cronología, no existen muchos ejempla-res hallados en contexto arqueológico: sólo los de El Acebuchal y Frigiliana. En el caso de la fíbula del túmulo G del Acebuchal, puede utilizarse la atribuida al broche de cinturón de placa romboidal de un solo garfio encon-trada en la misma sepultura, bien fechado en el túmulo de Magdalenenberg entre finales del siglo VII y primer tercio del VI a.C. Entre sus lugares de dispersión en el sur peninsular, además de los ya mencionados, señalamos Utrera, La Cruz del Negro, Osuna, Ecija, Villanueva de la Reina (Mengíbar), Jardín, El Macalón y Celti-Peñaflor.

Torres Ortiz (2002: 199-200).

F.J.B.J.

Nº 110. Fíbula de bronce de tipo Acebuchal

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 30563 n excavación arqueológica preventiva en la calle Mirador 12-16 / calle

Santo domingo 25-27 (Barrio de Santa María-cádiz). Referencia dJ/09/38-40. Sector de necrópolis fenicia de

incineración: enterramiento 1, Sector iV, U.e. 30-31 n Siglo Vi a.c. n long. 9,5 cm. Anch. 4 cm. n Bronce.

Tipo cruciforme, placa romboidal con un solo garfio, esco-tadura abierta, círculos concéntricos en la parte central de la placa, decoración de líneas en resalte a molde ro-deando los bordes y talón de la pieza.

Este tipo de bronches son conocidos en el bajo Guadalquivir desde finales del siglo XIX, con el hallazgo de un ejemplar en el Túmulo G del Acebuchal de Carmona por G. Bonsor (1899: 26-27, fig. 91), quien lo creyó procedente del ám-bito posthallsttático meseteño. Posteriormente Cuadrado realiza un estudio detallado de estas piezas, defendiendo que proceden de los broches de placa romboidal de la cultura hallsttática centroeuropea. Cerdeño (1978) es-tudia diferentes ejemplares del territorio tartésico para ver su origen y cronología. Cree que el origen se pro-duce en la Meseta suroriental irradiándose hacia regio-nes peninsulares y extrapeninsulares, hoy día superado. Posteriormente, Lorrio (1997: 214-223) ha elaborado un estudio de conjunto llevando a cabo una nueva tipología y cronología.

Este tipo Acebuchal (Cerdeño CII-Lorrio BIDI) son broches de placa triangular con escotadura abierta, un solo garfio y decoración de líneas en resalte a molde rodeando los bordes y el talón de las piezas. Igualmente, presentan decoración de círculos concéntricos en el centro de la placa, y a veces, alrededor de los orificios del talón en la que se fijan los remaches que sujetan los broches al cin-turón (Cerdeño 1978: 284; Lorrio 1997: 217 fig. 89).

En lo referente a su cronología, estas piezas de El Acebuchal y Castro Tavanade han sido atribuidas por Schüle (1951: 6, 35-36) a finales del siglo VII y primera mitad del VI a.C. Su área de concentración está en la Celtiberia, aunque se conocen en toda la fachada occidental de la Península. En el mediodía peninsular, conocemos piezas, entre otros lu-gares en la necrópolis de La Joya, Túmulo G del Acebuchal, Córdoba, Medellín, La Fonteta y Peña Negra.

Torres Ortiz (2002: 212-214).

F.J.B.J.

Nº 109. Broche de cinturón tartésico de tipo Acebuchal

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 30562 n excavación arqueológica preventiva en la calle Mirador 12-16 / calle

Santo domingo 25-27 (Barrio de Santa María-cádiz). Referencia dJ/09/38-40. Sector de necrópolis fenicia

de incineración: enterramiento 1, Sector iV, U.e. 30-31 n 620-570/560 a.c. n long. 6,3 cm. Anch. 5 cm. n

Bronce.

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336 El último viajE 337El último viajE

Pequeña placa de bronce rectangular a la que va soldado un vástago de sección cuadrangular acabado en garfio.

Estos objetos se conocen desde las primeras excavacio-nes realizadas en los Alcores de Carmona a finales del siglo XIX. Concretamente, esta pieza es semejante a la obtenida por G. Bonsor y R. Thouvenot durante las exca-vaciones realizadas en Setefilla (Lora del Río, Sevilla) en 1928. Cabré en 1944 realizó el primer estudio de conjun-to de estos materiales, dándoles una cronología de los siglos V y IV a.C., diciendo que los broches pertenecen a un proceso artístico industrial de abolengo fenicio-púnico, cuya autoría debía de atribuirse a poblaciones celtas establecidas en la provincia de Sevilla. Cuadrado y Ascençao opinan que este tipo 2 deriva del 1, forma-do por una placa rectangular en la que se fijan uno o más bastoncillos mediante remaches y cuyos extremos se doblan en forma de ganchos, uno corto para abrochar en la pieza hembra y otro largo para sujetarlo al cuero del cinturón.

Cronológicamente este tipo de broches se fechan a fina-les del VII a.C. y primera mitad del VI a.C. No obstante, en algunas necrópolis la cronología es más antigua, como en los túmulos A y B de Setefilla, que sugieren que ya estaban en uso en la segunda mitad del siglo VIII a.C. En la tumba 12 de La Joya puede fecharse a partir de los platos de barniz rojo entre finales del VIII a.C. y primera mitad del VII a.C. (Fernández Jurado, 1988-89 b: 226 y 264, cuadro 4). La gran concentración de estos broches se produce en el bajo Guadalquivir (Huelva, Sevilla y Cádiz) como zona del núcleo tartésico y se documentan en intervenciones arqueológicas realizadas en necrópolis orientalizantes como La Joya, Las Cumbres, El Acebuchal, La Cruz del Negro y Setefilla, lugares en los que parecen vincularse a un uso femenino.

Torres Ortiz (2002: 206-211).

F.J.B.J.

Nº 111. Broche de cinturón tartésico del tipo 2 de Setefilla

Museo de cádiz. nº. inv. dJ 30565 n excavación arqueológica preventiva en la calle Mirador 12-16 / calle

Santo domingo 25-27 (Barrio de Santa María-cádiz). Referencia dJ/09/38-40. Sector de necrópolis fenicia de

incineración: enterramiento 8, Sector Vii, U.e. 44-45 n Siglo Vi a.c. aproximadamente n Placa rectangular 4

por 2,9 cm. Vástago 7,5 cm. de long. n Bronce.

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PÁGINAS 356-357

Necrópolis de Cádiz. Hipogeos fenicios descubiertos en los glacis de Puerta de Tierra, a principios del siglo XX. FOTO MUSEO DE CÁDIZ.

PÁGINAS 358-359

Traslado del sarcófago femenino al Museo de Cádiz. FOTO MUSEO DE CÁDIZ.

PÁGINA 360

Necrópolis de La Joya, Huelva. Excavación del túmulo 1 en 1979. FOTO

J.P. GARRIDO ROIZ.

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