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DOSSIER 51 CONSTANTINO Emperador bajo el signo de la Cruz 52. El primer emperador cristiano José Manuel Roldán 60. Inglaterra romana Michael Alpert 66. La implantación del cristianismo Juan María Laboa Constantino el Grande, según un fresco del siglo XII, en una iglesia de Capadocia. Hace mil setecientos años, Constantino fue proclamado emperador por sus legiones en la localidad inglesa de York, que celebra el acontecimiento con una gran exposición. La extraordinaria difusión del cristianismo, y su vinculación al poder a partir del siglo IV, se deben en gran medida al decidido apoyo jurídico y político que él dio a esta religión, a la que se convirtió antes de morir

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DOSSIER

51

CONSTANTINOEmperador bajo el signo de la Cruz

52. El primer emperador

cristiano

José Manuel Roldán

60. Inglaterra romana

Michael Alpert

66. La implantación del

cristianismo

Juan María LaboaConstantino el Grande, según un fresco del siglo XII, en una iglesia de Capadocia.

Hace mil setecientos años,Constantino fue proclamadoemperador por sus legionesen la localidad inglesa deYork, que celebra elacontecimiento con unagran exposición. Laextraordinaria difusión delcristianismo, y suvinculación al poder a partirdel siglo IV, se deben engran medida al decididoapoyo jurídico y políticoque él dio a esta religión, ala que se convirtió antes demorir

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El primer emperador cristiano

CONSTANTINOMereció el calificativo de El Grande por la forma en que resolvió losgigantescos problemas del Imperio, sostiene JOSÉ MANUEL ROLDÁN,quien, sin dejar de reseñar sus excesos autoritarios, traza la semblanza delemperador que dio un formidable impulso al cristianismo

En el año 284, un militar de ori-gen ilirio, Lucio Domicio Dio-cleciano, intentó, con un inge-nioso sistema de gobierno –la

llamada tetrarquía–, devolver la estabili-dad institucional a un Imperio al bordedel colapso después de casi un siglo deanarquía. Desde la segunda mitad del si-glo II, pueblos exteriores presionaban so-bre las fronteras de un Imperio que, trasalcanzar con Trajano su máximo límite deexpansión, se veía obligado a replegarsea la defensiva, mientras se acumulaban ensu interior problemas económicos y so-ciales, que la inestabilidad en el poder nohacía más que agravar. Decidido a devol-ver al Imperio su antigua grandeza, Dio-cleciano emprendió una vasta reforma po-lítica y administrativa que se encuentra enlos orígenes de lo que se considera unnuevo período de la historia de Roma, elBajo Imperio o Antigüedad tardía.

Desde un régimen político que hizo dela monarquía absoluta una instituciónde derecho divino, el emperador llevó acabo una radical transformación de laspropias estructuras del Imperio, cuyasunidades administrativas, las provincias,aumentadas en número, fueron agrupa-das en doce diócesis, dependientesde unidades territoriales superiores, lasprefecturas. Además de emprenderuna completa reorganización del sistemafiscal y poner los fundamentos de una

nueva estructura del ejército, Dioclecia-no trató de remediar un mal crónico delEstado romano, que, desde la propia ins-tauración del sistema imperial con Au-gusto, sacudía intermitentemente sus ci-mientos: la inestabilidad política, agrava-da al afectar a una inmensa extensión te-rritorial. Por efecto de la ausencia de unosprincipios válidos de transmisión del po-der, resueltos en cada ocasión con so-luciones más o menos afortunadas y du-raderas –sucesión dinástica, adopciones,pronunciamientos, en muchos casos vio-lentos, de la guardia pretoriana o de

ejércitos provinciales–, los últimos cienaños habían visto la desaparición de mu-chos emperadores, víctimas de conjurasde palacio o de sangrientas disputas conotros pretendientes. Para prevenir posi-bles usurpaciones, Diocleciano asoció altrono a uno de sus compañeros de ar-mas, Maximiano, al que ofreció compar-tir el título de Augusto y el gobierno co-legiado del Imperio, bajo los fundamen-tos ideológicos de una nueva teología po-lítica, que proclamaba el origen divino deambos emperadores, como descendien-tes, respectivamente, de Júpiter, divini-dad suprema romana, y Hércules, un se-midiós, mostrando con ello implícita-mente el papel primordial de Dioclecia-no en el sistema de la tetrarquía. Y am-bos Augustos adoptaron a su vez, comoauxiliares, a dos Césares, elegidos exclu-sivamente por sus méritos personales.Diocleciano, en Nicomedia, nombró aGalerio; Maximiano, en Milán, a Cons-tancio Cloro.

Quedaba así establecido el sistema dela tetrarquía, cuya dimensión ideológicase reforzó con la asunción por parte deambos Césares de los respectivos títu-los de Jovianus y Herculinus, que debíatransmitir la idea de filiación espiritualcon sus correspondientes Augustos, ycon uniones matrimoniales: Galerio des-posó a la hija de Diocleciano; Constanciotomó por esposa a Teodora, una hijastrade Maximiano. La coparticipación en elpoder de los cuatro dinastas se materia-lizó en una distribución de los territorios

JOSÉ MANUEL ROLDÁN es catedrático deHistoria Antigua, U.C.M.

Fragmento de la estatua colosal deConstantino que se conserva en el MuseoCapitolino de Roma.

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CONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Cabeza de la estatua

colosal de Constantino,

proclamado emperador

por sus soldados, en el

año 306 (Roma, Museo

Capitolino).

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del Imperio donde habían de ejercerlo:Diocleciano se reservó el gobierno deOriente, con Egipto y Asia Menor, mien-tras su César, Galerio, administraba Gre-cia y las provincias danubianas; Maximia-no se responsabilizó del Occidente delImperio, cediendo a Constancio el go-bierno de las Galias, Britania y quizás His-pania.

En la mente de su fundador, la tetrar-quía debía asegurar un relevo pacíficodel poder, mediante la renuncia en unmomento determinado de los dos Au-gustos en favor de sus respectivos Cé-sares, quienes, a su vez, deberían nom-brar nuevos sucesores. Así, el 1 de ma-yo de 305, Diocleciano, después deveinte años de gobierno agotador, de-cidió renunciar al poder y convenció aMaximiano a una abdicación conjuntapara promover al rango de Augustosa Galerio y Constancio, que asocia-ron al trono, como Césares e hijosadoptivos, el primero, a su sobri-no Maximino Daya, y el segundo, aun amigo de Galerio, Severo. En reali-dad, fue Galerio el verdadero sucesor deDiocleciano, a quien debían su poder tan-to Daya como Severo, mientras Constan-cio, ocupado en la administración de losterritorios que le habían sido asignados,se mantenía al margen. Pero los nuevosnombramientos habían dejado de lado aMajencio, hijo de Maximiano, y a Cons-tantino, hijo de Constancio. La intenciónde Diocleciano de resolver los problemaspolíticos del Imperio mediante la garan-tía de un sistema ordenado de sucesiónse reveló como utópico y el relevo de po-der no pudo resistir siquiera la primeraprueba, ahogado en la sangre de las des-tructivas querellas, que el artificioso sis-

tema precisamente había tratado de evi-tar, de quienes se consideraban lesiona-dos en sus derechos sucesorios.

La crisis del sistema tetrárquicoFlavio Valerio Constantino había nacidohacia 280 en la localidad serbia de Naïssus(Nisch). Su madre, Elena, una moza depostas, había sido tomada como concubi-na por Constancio en los inicios de su ca-rrera militar. Y aunque se vio obligado a

abandonarla tras el arreglo matrimonialcon la hijastra de Maximiano, tomó a sucargo al hijo, que fue educado en Nico-media ante los vigilantes ojos de Diocle-ciano, bajo el que sirvió como tribuno mi-litar. Tras la abdicación de Diocleciano,continuó prestando servicios militares aGalerio, combatiendo a los sármatas, pe-ro su padre, Constancio Cloro, sintiendoque se aproximaba su fin, pidió a Gale-rio que se lo enviara a Britania, donde ala sazón se hallaba luchando contra lospictos. Constantino acompañó a su padreen la última campaña victoriosa contra losbárbaros escoceses. Cuando Constanciomurió, en el campamento de Eburacum(York), sus tropas le proclamaron Au-gusto, el 25 de julio del año 306. Para pre-venir la usurpación, Galerio se avino a

concederle a regañadientes la dignidadde César con autoridad sobre la Ga-lia y Britania, mientras Severo erapromovido al rango de Augusto. El

arreglo se demostró inútil, por la apa-rición de un nuevo protagonista en la

escena política. Se trataba de Majencio,el hijo del colega de Diocleciano, Maxi-miano, residente como simple particularen Roma y a quien la guardia pretorianacon el concurso de la plebe urbana pro-clamó emperador. Severo acudió a tapo-nar la brecha abierta en el sistema, pero laintervención del propio Maximiano le lle-vó a la derrota y poco después a la muer-te. Constantino fue reconocido como Au-gusto por Maximiano y selló con el viejoemperador una alianza matrimonial ca-sándose con su hija Fausta. Por su parte,Majencio olvidó pronto los servicios de supadre hasta el punto de obligarle a hu-ir al lado de Constantino, mientras unanueva rebelión desgajaba el occidente de

CRONOLOGÍA

55 a.C. Julio César cruza el Ca-nal y desembarca en Inglate-rra.43 d.C. Un siglo después, elemperador Claudio decideconquistar la isla de Britania,cuando un caudillo local lepide ayuda frente a sus riva-les.51. Claudio pasa 16 días enBritania, celebrando la victoriasobre las poblaciones ganadaspara el Imperio.61. Se suicida la reina Boadi-cea, que había liderado la re-sistencia contra los romanos.

77. Julio Agrícola comienza sumandato de seis años como go-bernador de Britania.117. Muerte de Trajano, bajocuyo reinado se abandonó Es-cocia. Años después, Adrianodecidió construir el Muro de sunombre, de 110 kilómetros deextensión, para contener a lossalvajes de Escocia.284. Diocleciano pone en mar-cha la tetrarquía para devolverestabilidad institucional al Im-perio.280. Constantino nace en la lo-calidad serbia de Naïssus.

305. El 1 de mayo, Dioclecianorenuncia al poder y convence a

Maximiano para que haga lomismo. Ambos promueven alrango de Augustos a Galerio yConstancio.306. El 25 de julio, las tropasproclaman emperador a Cons-tantino en el campamento deEburacum (York).311. Edicto de Tolerancia, pu-blicado en Sárdica.312. En primavera, el ejércitode Constantino atraviesa losAlpes y derrota en Turín y Vero-na a las tropas de Majencio.El 28 de octubre, tiene lugaruna batalla decisiva en el

Diocleciano, Maximiano, Galerio y

Constancio, los cuatro miembros de latetrarquía (Venecia, Basílica de San Marcos).

Moneda de Constantino con elanagrama de Cristo (Munich).

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África cuando el viejo Domicio Alejandrofue proclamado Augusto por sus tropas.

El caos que amenazaba de nuevo concolapsar el Imperio obligó a Diocleciano,retirado en su palacio de Salona, a re-gresar al poder y a presidir en el año 308un congreso de emperadores en la ciu-dad danubiana de Carnuntum, cerca deViena, para intentar reorganizar la cúpu-la del Imperio. Diocleciano convenció aMaximiano que abdicara con él, mientrasGalerio nombraba a otro Augusto, Lici-nio. Constantino y Maximino Daya fue-ron reconocidos Césares; Majencio y Ale-jandro, declarados rebeldes. El arreglo nofue satisfactorio: Constantino y Daya, des-contentos con el título de Césares, lo-graron finalmente de Galerio su recono-cimiento como Augustos. Seis Augustospresidían ahora el Imperio.

Tras la desaparición de Maximiano y Ga-lerio en los años siguientes, los dinastassupervivientes intentaron un juego dealianzas para reafirmar sus respectivas po-siciones: el acercamiento de Constantinoy Licinio fue contestado con una coaliciónde Daya y Majencio. Y en el Occidente,mientras Constantino se apoderaba deHispania, Majencio arrebataba África alusurpador Alejandro. La falta de enten-dimiento entre los dos Augustos de Oc-cidente no dejaba otra alternativa que laguerra y fue Constantino quien tomó lainiciativa. En la primavera de 312, el ejér-cito de Constantino atravesó los Alpes yderrotó en Turín y Verona a las tropas deMajencio. Abierto el camino hacia Roma,en sus cercanías esperaba Majencio conel grueso de sus fuerzas.

Fue durante esta campaña de 312 cuan-

do se produjo el acontecimiento capitalque iba a cambiar la faz del mundo anti-guo: la conversión de Constantino al cris-tianismo. Pocos hechos históricos han es-tado más cargados de consecuencias, po-cos han suscitado tantos comentarios ydiscusiones, pocos han provocado tantasleyendas. Según Lactancio, la víspera dela batalla decisiva, Constantino recibió ensueños la orden de pintar sobre los es-cudos de sus soldados un emblema ce-leste consistente en un monograma com-puesto de las letras chi (X) y rho (P), lasdos primeras letras de la palabra Christos.El propio Constantino confirmó a Euse-bio de Césarea en los últimos años de suvida y bajo juramento la realidad del he-cho, adornado con inverosímiles detalles:la aparición en el cielo por poniente deuna cruz luminosa con las palabras en

EL PRIMER EMPERADOR CRISTIANOCONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Puente Milvio, que acaba conla victoria de Constantino y lamuerte de Majencio.313. Maximino Daya se suicidatras su derrota en Hadrianópo-lis.Ese mismo año, Constantino yLicinio se reúnen en Milán pa-ra analizar la nueva situaciónpolítica y celebrar la boda deLicinio con una hermana deConstantino.Proclamación del Edicto deMilán.314. Concilio de Arlés.315. A partir de este año, las

monedas comienzan a exhibirsímbolos cristianos.321. Se promulga la ley domi-nical, que ordena el descansode los tribunales y el cese delos trabajos manuales en ese“día venerable”.324. Licinio es vencido en Crisó-polis, se rinde y es ajusticiado.325. Se celebra el Concilio deNicea, del 20 de mayo al 25de agosto, con la participaciónde 250 obispos.Constantino ordena al obispode Jerusalén, Macario, que elSanto Sepulcro se convierta en

el edificio más extraordinariodel todo el Imperio.

Ese mismo año, Eusebio deCesarea, consejero áulico deConstantino, elabora una teo-ría que relaciona de forma es-trecha el poder terrenal y el di-vino.330. Constantino decide re-construir Bizancio y llamarlacon su propio nombre: Cons-tantinopla, consagrada el 11de mayo.337. Constantino muere en es-ta ciudad.361-363. Fallida ofensiva deJuliano el Apóstata para resta-blecer el paganismo.

La Batalla de Puente Milvio, en la que Constantino derrotó a Majencio enarbolando el anagrama de Cristo, fresco de Giulio Romano, 1525.

Constantino, coronado por la

mano de Dios (Viena).

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toúto víka (in hoc signo vinces, “con es-te signo vencerás”) y, a la noche siguien-te, la del propio Cristo invitándole a ela-borar un estandarte, el labarum, con elcitado monograma.

El 28 de octubre de 312, en el PuenteMilvio, tuvo lugar la batalla decisiva, queacabó con la victoria de Constantino y lamuerte de Majencio. Unos años después,el arco de triunfo levantado por el Sena-do en el Foro romano para conmemorarla victoria, proclamaría que Constantino

había vencido gracias a una inspiracióndivina, instinctu divinitatis.

Por su parte, en Oriente, el suicidio deMaximino Daya en 313, tras su derrota enAdrianópolis, dejaba a Licinio único due-ño del poder. Poco antes se había pro-ducido un encuentro de Constantino yLicinio en Milán, en el que se acordaronmedidas para restablecer la paz religio-sa en el Imperio: el conocido como Edic-to de Milán proclamaba la libertad de con-

ciencia y devolvía sus propiedades a lascomunidades cristianas, fuertemente cas-tigadas en las últimas persecuciones.

El emperador y la IglesiaLos motivos y carácter de la conversiónde Constantino han sido objeto de múl-tiples controversias. Es difícil penetrar enlos sentimientos íntimos de las personasy todavía más hacerlo a través de una in-formación partidista y tendenciosa. Só-lo es posible seguir la actitud de Cons-

tantino ante el hecho religioso, que ex-perimenta una clara evolución. Comomiembro del sistema tetrárquico, parti-cipó, en su condición de Herculius, de laideología religiosa que lo sustentaba. Mástarde, fue ferviente devoto del culto alSol-Apolo y todavía durante algunos años,después de la victoria en el Puente Mil-vio, se siguieron emitiendo monedas enhonor del Sol invictus. Es muy posibleque el credo religioso del emperador hu-

biese evolucionado, a través de una fasede sincretismo en la que identificaba ladivinidad suprema de los cristianos conel Sol, hasta considerarse un fiel de la po-tencia divina venerada por la Iglesia cris-tiana. Sólo a partir de 315 y, sobre todo,en fechas posteriores, las monedas ofre-cen símbolos cristianos, como exponen-tes de su acercamiento al cristianismo.Después de 324, era ya realmente cris-tiano, como ponen de manifiesto sus de-cisiones políticas. Así se desprende de susexpresiones de gratitud al Dios de los cris-tianos que le había concedido la victoria,de sus recomendaciones a sus súbditospara que abrazasen la nueva fe, de sus re-proches a los soldados que aún realiza-ban sacrificios en honor de Júpiter Capi-tolino, de su prohibición a los funciona-rios de inmolar a los dioses. Pero sólo enel lecho de muerte abrazó la fe cristiana,de manos de un obispo arriano, Eusebiode Nicomedia.

Constantino favoreció claramente a lascomunidades cristianas, mientras su ac-titud hacia los paganos, que constituíanaún la gran mayoría de sus súbditos, sefue haciendo cada vez más rígida: orde-nó la demolición de algunos templos fa-mosos, la expoliación de sus tesoros y laconfiscación de sus tierras. En cambio,dispuso la restitución a la Iglesia católi-ca de todos los bienes confiscados du-rante las persecuciones, eximió de las car-gas públicas a todos los clérigos, reco-noció la validez de los tribunales ecle-siásticos y mandó edificar un númeroconsiderable de iglesias. Hasta entonces,los cristianos eran, en la mayor parte delImperio, una pequeña minoría, pertene-ciente sobre todo al estrato inferior de lasclases medias urbanas. Las iglesias, aun-que contaban con algunas propiedades,no eran ricas y el clero estaba constitui-do por gente humilde. La situación dioun vuelco con la conversión del empera-dor. La Iglesia se hizo rica y el número decristianos aumentó, especialmente en lasclases medias y altas. En poco tiempo, elcristianismo se convirtió en la religión do-minante del Imperio.

Tensión entre Dios y el CésarLa conversión del emperador produjouna revolución en el destino del cristia-nismo y de la Iglesia, pero también plan-tó las bases de un problema que iba a pe-sar sobre el Imperio durante el resto desu existencia, el de la relación entre un

Con Constantino, la Iglesia se hizo ricaen poco tiempo y aumentó el número decristianos en las clases medias y altas

Constantino es bautizado por el papa san Silvestre. Fresco románico de 1246 que se conservaen la Capilla de San Silvestre, en Roma.

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emperador cristiano y la Iglesia. El em-perador consideró como uno de sus mássagrados deberes proteger a la iglesia “ca-tólica”, es decir, universal en cuanto le-galmente reconocida por el Estado, jun-to con su patrimonio espiritual y doctri-nal. Este patrimonio, común a la mayorparte de las distintas iglesias locales, eraconsiderado como “ortodoxo”, esto es,el único que podía llamarse heredero di-recto de las enseñanzas de Cristo. SegúnEusebio de Cesarea, Constantino se de-nominaba epískopos ton ektós, “obispode aquellos de fuera”, una expresión queha sido objeto de diversas discusiones. Laexplicación más usual, dentro del cuadrode los conceptos ideológicos de Cons-tantino, es que esta expresión resultaba

muy útil para reforzar el papel del em-perador y establecer las diferencias conla tarea de la Iglesia: si los epískopoi eransupervisores de las iglesias, de los cléri-gos y de sus cometidos, el emperador eraepískopos, el “supervisor” que debía aten-der a las necesidades de la comunidad,incluidas las de “aquellos que están fue-ra” de la organización eclesiástica. Perodurante la evolución del cristianismo ha-bían surgido numerosos movimientos,marginales respecto a esta corriente ca-tólica, conocidos como “herejías”, queproponían distintas interpretaciones a losprincipios fundamentales de la fe. Du-rante el reinado de Constantino, el do-natismo y el arrianismo representaban losgrupos heréticos más importantes. El pri-

mero era un movimiento cristiano afri-cano, de fuerte contenido social y rigo-rista, que consideraba indigno de perte-necer a la Iglesia a todo clérigo que du-rante las persecuciones hubiese entre-gado, siguiendo el mandato de las auto-ridades, los libros sagrados. En cuantoal arrianismo, predicado por Arrio, un clé-rigo de Alejandría, atacaba el fundamen-tal principio de la Trinidad: frente a DiosPadre, uno y eterno, no engendrado, elHijo o Logos (Verbum, en latín, es decir,la Palabra) sería la primera de sus criatu-ras y en consecuencia hubo un tiempo enque no existió, mientras daba al EspírituSanto el carácter de primera de las cria-turas del Logos. En consecuencia, las tresPersonas eran desiguales y, sobre todo,

EL PRIMER EMPERADOR CRISTIANOCONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Impuestos recaudados a latigazos

Constantino continuó derrochando elproducto de los impuestos en largue-

zas, que otorgaba sin darse cuenta a indivi-duos indignos e inútiles, mostrándose odio-so cara a los contribuyentes y enriquecien-do, por el contrario, a aquellos que no ser-vían de nada; porque confundía prodigali-dad y liberalidad. Impuso, además, la con-tribución del oro y la plata a todos aquellosque transportaban las mercancías a travésdel mundo, lo mismo que a los comercian-tes establecidos en las ciudades, incluidos

los más modestos, sin permitir siquiera quelas desgraciadas cortesanas fueran exone-radas de este impuesto. Así, cuando se acer-caba cada cuatro años el momento de per-cibir este impuesto, se podía ver la ciudadllena de lamentaciones y quejas, y, cuandollegaba el vencimiento, el espectáculo de loslatigazos y las torturas infligidas a aquelloscuya extrema indigencia impedía pagar sudeuda; entonces las madres vendían a sushijos, los padres prostituían a sus hijas, y,de las ganancias que sacaban, tenían que

aportar el dinero a los preceptores delcrysargyrum... Además, hizo recensar los bie-nes de los clarísimos y les impuso una con-tribución, a la que dio el nombre de follis.Tales tasas agotaron completamente a lasciudades. En efecto, como se continuó exi-giéndolas todavía largo tiempo después deConstantino, y las riquezas de las ciudadesdisminuyeron poco a poco, la mayor partese vaciaron de habitantes.

Zósimo, Historia Nueva, 11, 38.

Tapa de sarcófago del siglo IV que representa un banquete en el que los comensales se disponen a compartir un pez, símbolo del cristianismo.

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se cuestionaba la naturaleza divina deCristo.

Si, en el caso del donatismo, Constan-tino se contentó con movilizar el aparatopolítico-administrativo de África e inten-tó una política de conciliación, la doctri-na arriana, considerada extremadamen-te peligrosa para la unidad de la fe, obli-gó al emperador, seguramente aconseja-do por el obispo hispano Osio de Cór-doba, a una medida sin precedentes enla historia del cristianismo: la convocato-ria de un concilio “ecuménico”, es decir,universal, en el palacio imperial de Nicea,que se celebró del 20 de mayo al 25 deagosto de 325, con la participación de 250obispos. En esa ocasión, los padres con-ciliares redactaron el Símbolo o Credo deNicea, sustancialmente idéntico al que to-davía hoy recitan los católicos de todoel mundo, que establecía doctrinalmen-te la misma naturaleza para Padre e Hi-jo. Pero no todos los obispos y fieles acep-taron esta doctrina y el arrianismo per-vivió en el tiempo, confrontado a la Igle-sia católica, especialmente entre los bár-baros visigodos, ganados a la fe arriana,más allá de la propia existencia del Im-perio.

La fundación de ConstantinoplaLa actitud de Constantino desde sus do-minios de Occidente con respecto a laIglesia, convertida en factor real de po-der, no encontró correspondencia enOriente, donde su colega Licinio resolvióromper con la política religiosa pactadaen Milán con una suerte de persecucióncontra los cristianos, que fueron alejadosde la Corte, del ejército y de la adminis-tración y, en ocasiones, víctimas de vio-lencias sangrientas. Si no como cruzada

religiosa, el ataque de Constantino a Li-cinio se emprendió bajo la protección dellábaro, el estandarte imperial con el mo-nograma de Cristo, frente a las insigniaspaganas de su oponente. Licinio, venci-do en Crisópolis, en el 324, se rindió y po-co después era ajusticiado; Constantinorestablecía en su favor de nuevo la uni-dad del Imperio.

Fue tras la derrota de Licinio cuandoConstantino materializó la idea de re-construir Bizancio, ocupada en la guerra,y darle su nombre. Constantinopla, con-sagrada el 11 de mayo del 330, nacía asícomo una “nueva Roma” cristiana, en unaextraordinaria posición estratégica, en elpunto de encuentro entre Europa y Asiay entre el mar Negro y el Mediterráneo.En la decisión concurrían un buen nú-mero de factores y, entre ellos, y no losmenos importantes, de índole religiosa.Frente a una Roma predominantemen-te pagana, con un Senado en su mayo-ría anclado a las viejas creencias y pocodispuesto a secundar la política filocris-tiana del emperador, Constantino con-vertiría la ciudad del Bósforo en residen-cia imperial con un nuevo Senado, cuyosmiembros, casi todos fieles cristianos, es-tarían dispuestos a colaborar con entu-siasmo en las iniciativas imperiales. Perotambién existían razones estratégicas yeconómicas. Hacía mucho tiempo queRoma se encontraba en una posición ex-céntrica respecto a los problemas de de-fensa del Imperio y su importancia eco-nómica había decaído frente a la rique-za y dinamismo de la zona oriental. La ciu-dad, engrandecida y embellecida con sun-tuosos edificios, sobre el modelo de Ro-ma, emprendió así una nueva etapa de sularga historia como capital de un Imperio

cristiano, al que sólo los turcos en 1453pondrían fin para convertirla en Estam-bul.

En Constantinopla pasaría el empera-dor los últimos años de su vida, hasta sumuerte en 337, absorbido en las arduascuestiones de orden eclesiástico y teo-lógico que planteaba el inquieto Oriente,mientras confiaba cada vez en mayor me-dida a sus hijos la administración y la de-fensa militar del Imperio. Con su desig-nación, uno tras otro, como Césares, elemperador dejó manifiesta su voluntaddinástica, que iba a mantener en el en-torno de su familia los destinos del Im-perio durante buena parte del siglo IV.

La reforma del ejércitoUn Imperio a cuyas puertas septentrio-nales hacía mucho tiempo que llamabancon violencia las tribus bárbaras: francosy alamanes en Occidente, godos y sárma-tas en Oriente exigieron la atención cons-tante de unas fuerzas militares, a las queConstantino, según unas líneas maestrasya dibujadas en el siglo III, adaptó a lasnuevas necesidades del Imperio. Frente alas tropas de limitanei, es decir, el ejér-cito acantonado en aldeas, fortines y cas-tillos a lo largo de las fronteras, Constan-tino desarrolló un nuevo ejército de ma-niobra –las tropas comitatenses–, a dis-posición inmediata del emperador, quepor su preparación, adiestramiento y mo-vilidad resultaban más eficientes y con-taban con mayor capacidad operativa alládonde hubiera que taponar brechas abier-tas por la presión de los bárbaros. Pero losbárbaros no eran sólo enemigos. Cons-tantino incorporó importantes contin-gentes de tropas auxiliares bárbaras y, co-mo en ocasiones se le achaca con exage-ración, “abrió el Imperio a los bárbaros”,permitiendo el establecimiento dentro desus fronteras de cientos de miles de re-fugiados, como colonos agrícolas.

Los ingentes costes de mantenimientode este ejército numeroso, pero tambiénlos privilegios fiscales dispensados a la Igle-sia y al clero, los cuantiosos gastos en laconstrucción de la nueva capital, las cre-cientes necesidades de la administracióny la propia prodigalidad del emperador yde su familia debían repercutir irremisi-blemente en el crecimiento desmesuradodel gasto público y en el consiguiente en-deudamiento del tesoro imperial.

Para intentar hacer frente a todos estosgastos, el Estado hubo de recurrir a la crea-

Medallón de cinco áureos de Constantino, que le representa como cónsul, portando un cetrocon cabeza de águila. En el reverso, ayuda a levantarse a la provincia de Britania (Londres).

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EL PRIMER EMPERADOR CRISTIANOCONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

ción de nuevos impuestos, que sólo agra-varon los males económicos que aqueja-ban al Imperio, en buena medida causa-dos por el sistema monetario, basado enuna conciliación imposible entre la mo-neda fraccionaria, utilizada en las peque-ñas transacciones, y la de oro. Constanti-no hizo acuñar una nueva pieza de oro, elsolidus, que se mantuvo constante en pe-so y ley, frente a la moneda corriente deplata y cobre, que, acuñada en gran can-tidad, fue abandonada a su suerte.

Estas medidas monetarias tuvieron unafuerte repercusión en la sociedad. El so-lidus, nuevo patrón del sistema mone-tario, contribuyó a facilitar las operacio-nes comerciales, pero favoreció econó-micamente sólo a aquellos que lo poseían–grandes propietarios y comerciantes, al-tos funcionarios y jerarquía militar y ecle-siástica–, mientras las clases humildes sevieron obligadas a soportar los inconve-nientes de una moneda divisional cadavez más depreciada. De este modo, elabismo económico social entre ricos y po-bres (honestiores y humiliores) se fueagrandando progresivamente.

El intervencionismo estatalConstantino se vio obligado a practicar unintervencionismo asfixiante para subvenira las crecientes necesidades del Estado. Pa-ra lograr un control eficaz que garantizarala recaudación de impuestos y la presta-ción de trabajos públicos gratuitos (losmunera), se aplicó un rígido sistema decenso y empadronamiento, cuya conse-cuencia fue la adscripción de la poblacióndel Imperio a su puesto de trabajo, a tra-vés de corporaciones artesanales y cole-gios profesionales, que incluso adquirie-ron carácter hereditario. Pero fue sobre to-do en el campo donde más cruelmente sehicieron sentir las nuevas circunstancias.El campesino, que como colono trabajabaen los latifundios de los poderosos, fueligado a la tierra por una legislación cadavez más rigurosa, que terminó convir-tiendo a estos agricultores libres en sier-vos de la gleba y creó las condiciones enlas que se asentaría la economía medieval.

Con Constantino se llevaron a términolas grandes transformaciones de las es-tructuras administrativas del Imperio, ini-ciadas con Diocleciano. Al término de es-ta compleja evolución, el Estado se con-figuró como una gigantesca burocracia,dominada por una vasta categoría de fun-cionarios al frente de la justicia, de la or-

ganización fiscal, de las estructuras polí-ticas y militares, en suma, del conjunto delaparato estatal, una categoría improducti-va, cuyo aumento creciente, impulsadopor las necesidades de un control cada vezmás rígido, se convirtió en un factor másde la crisis del Estado. Así quedó configu-rada la sociedad del Bajo Imperio. Una so-ciedad piramidal, en cuyo vértice se au-paban el emperador y las clases dirigentes–senadores, altos funcionarios y jerarquíaeclesiástica– y cuya base descansaba sobrelas masas populares, abrumadas por el pe-so de los tributos y la crisis económica.

Constantino el GrandeNo es fácil ofrecer un juicio ponderadosobre la figura del primer emperador cris-tiano. Desde sus comienzos dio pruebade su capacidad militar y de su sentido po-lítico en las difíciles condiciones del sis-tema tetrárquico. Puso al servicio de susambiciones una viva inteligencia y una vo-luntad tenaz. Pero incluso sus apologistasle reprochan graves defectos, como suprodigalidad y su gusto desmesurado porlas alabanzas. Poco cultivado, orgulloso

e impresionable, se sometió dócilmentea la influencia de su entorno y se dejóarrastrar por la cólera a cometer las peo-res violencias. Se le responsabiliza de lamuerte de muchos de sus parientes: susuegro Maximiano, su cuñado Licinio, suhijo Crispo, su esposa Fausta. Si sus de-fensores subrayan su equidad y su incan-sable búsqueda de la verdad, que le lle-vó finalmente a abrazar el cristianismo y asubordinar toda su conducta a las nuevascreencias, también hay detractores que leconsideran, ante todo, un político, que só-lo vio en la religión un medio de gobier-no, un astuto calculador, que abrazó elcristianismo sólo para utilizarlo. Pero másallá de indemostrables juicios sobre ca-rácter, sentimientos o motivaciones per-sonales, la directa influencia de Constan-tino sobre el Estado dio una nueva di-mensión al Imperio, le proporcionó lasestructuras que permitieron su existenciatodavía durante siglo y medio en Occi-dente y aseguró su pervivencia en Orien-te hasta el siglo XV. El calificativo de Gran-de con el que ha pasado a la Historia es-tá, pues, justificado. �

San Pablo y san Pedro visitan a Constantino en un sueño, durante su enfermedad, paraaconsejarle que recurra a san Silvestre (fresco de la Capilla de San Silvestre, Roma).

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Inglaterra

Cuatro años después de haberempezado la conquista de laGalia, Julio César contemplabaya, desde la costa del canal de

la Mancha (Oceanus Britannicus), losacantilados blancos de Dubris (Dover),en la costa sudeste de Britania. El jefe ro-mano tendría más éxito en conquistar Bri-tania que Napoleón Bonaparte en 1803o, en 1940, los entorchados generales ale-manes, a los que una célebre fotografíamuestra contemplando la costa inglesadesde una playa francesa.

A pesar de la persistente capa de nubesque la cubría, Britania estaba bien comu-nicada con el continente europeo. JulioCésar sabía que la isla, a cuyos habitantesllamaba britanni, poseía ricos yacimien-tos minerales, sobre todo el estaño quehacía siglos que los habitantes vendíana Cartago, el gran enemigo, ya vencido,de Roma. Quizás con mayor transcen-dencia, era preciso imponerles a las tri-bus de Britania respeto hacia Roma, paraque desistiesen de enviar a sus guerrerosa través del Canal para luchar junto a losgalos contra las legiones latinas.

En consecuencia, la noche del 25 deagosto del año 55 a.C., Julio César cruzóel Canal con diez mil soldados en ochen-ta barcos. Las tribus del sur de Britania,advertidas de la llegada de los romanos,se habían apostado en masa a lo largo delos acantilados. A cualquier enemigo, sal-

vo los romanos, los britanni, peludos,barbudos y pintados del azul que obte-nían de la hierba glasto, le hubieran ins-pirado horror y espanto semejantes a loque hoy inspira la invasión de una hor-da de hinchas futbolísticos, emitiendo gri-

tos incomprensibles y amenazadores,acompañados de gestos obscenos. In-cluso los legionarios romanos temblaronhasta que uno, más atrevido que sus com-pañeros, se lanzó al mar. El espíritu decuerpo y la disciplina militar triunfaron.Después de conseguir subir a la cima delos acantilados, los romanos establecie-ron una cabeza de puente y avanzaron tie-rra adentro. La invasión, sin embargo, norepresentaba más que una expedición ex-ploratoria. Julio César resolvió volver elverano siguiente, mejor pertrechado, pa-ra efectuar la conquista.

La llegada de Julio CésarEn julio de 54 a.C., cargados con cincuentamil soldados de infantería y dos mil de ca-ballería, los barcos romanos volvieron aaparecer de entre las brumas matinales.Julio César desembarcó, esta vez en unaparte menos accidentada de la costa, yavanzó en dirección norte hasta vadear elrío Támesis, en Brentford (la palabra in-glesa ford significa vado), hoy barrio deloeste de Londres. Unos cuarenta kilóme-tros más al norte, derrotó a los catuve-llauni, la tribu más poderosa del sur deBritania. Tomando prisionero al jefe, Cas-sivellaunus, el general romano regresó asu base para pacificar a los galos que, ensu ausencia, se habían sublevado.

Las expediciones romanas a Britania de55 y 54 a.C. sólo se justificaban por las am-biciones políticas de Julio César. Conellas, el futuro dictador aumentaba suprestigio político, reteniendo el mando

ROMANALas huellas de la presencia romana en Inglaterra, como la estructura de la redde carreteras y el Muro de Adriano, siguen visibles hoy. MICHAEL ALPERT

recuerda la conquista y colonización de la isla, la gira triunfal de Claudio y,sobre todo, la proclamación de Constantino como emperador en York

MICHAEL ALPERT es historiador, Universidadde Westminster.

Mosaico con un toro marino que se conservaen York. Los romanos pisaron Britania porprimera vez en 55 a.C.

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CONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Torre poliédrica en la esquina suroccidental de las defensas de la fortaleza romana de York, la ciudad donde Constantino fue proclamado emperador.

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militar otros cinco años. Ahora bien, pa-ra el año 43 d.C., los catuvellauni, ya es-tablecidos en su nueva capital de Camu-lodunum (Colchester, a unos sesenta ki-lómetros al este de Londres), dominabanla mayor parte del sur de Britania. Unode los reyezuelos británicos, privado desu reino por los hijos de Cassivellaunus,pidió ayuda a Roma, lo que ofreció al em-

perador Claudio un pretexto para la con-quista de Britania.

Cuatro legiones, más un número igualde tropas auxiliares, bajo el mando de Au-lo Plautio, desembarcaron en la costa delcondado de Kent, derrotando al enemi-go en el río Medway. Los britanni se re-tiraron al norte del Támesis, encerrán-dose en Camulodunum. Las fuerzas pri-

mitivas de los britanni no podían com-batir contra un ejército moderno comoel romano. Las legiones se hicieron conel sureste (Cantium, hoy condado deKent), Londres (Londinium, lugar del quelos romanos hicieron su capital) y Ca-muludomun. Aulo Plautio invitó enton-ces al emperador Claudio a efectuar undesfile triunfal a la cabeza de sus legiones,montado en un elefante para impresio-nar a los britanni. El último rey de los Ca-tuvellauni, Caractacus, huyó al oeste, ha-cia las regiones salvajes del país de Gales,pero para el año 51 fue hecho prisioneroy exhibido en Roma. En el arco triunfalde Claudio, en Roma, se inscribió que elemperador había obligado a siete reyesbritanni a rendirse, aunque el historia-dor Suetonio sugiere que fue sólo su pro-pia vanidad lo que llevó a Claudio a or-denar la expedición a Britania.

Lujo para los funcionariosClaudio, cuyo triunfo le animó a llamarBritannicus a su hijo, pasó dieciséis díasen Britania antes de regresar a Roma. Laslegiones marcharon luego en diferentesdirecciones. Una llegó hasta Lindum (Lin-coln), desde donde la carretera llamadaFosse Way, que todavía da su nombre a di-versas calles y carreteras en diferentes si-tios, se había construido para estableceruna ruta directa a los campamentos deCalleva Atrebatum (Cirencester ) y a Lin-dinis (Ilchester). Desde Lincoln, las le-giones avanzaron a Eboracum (York). Enel noroeste, se estableció el campamen-to de Deva (Chester), y desde Glevum(Gloucester, en el sureste), las legionesinvadieron el País de Gales, construyen-do Venta Silurem (Caerwent) y Verula-mium –Saint Albans, pequeña ciudadmuy rica en restos romanos, a veinticin-co millas al norte de Londres–, mientrasAqua Sulis (Bath, es decir, baño), de cu-yas fuentes todavía mana agua caliente,ofrecía cómodo sitio de descanso para losfuncionarios imperiales.

El dominio romano fue duro y cruel.Los fuertes impuestos, administrados porfuncionarios despóticos, provocaban le-vantamientos, de los cuales el más cono-cido es el de Bodicca o Boadicea, reinade los iceni, tribu del este del país. Ellamisma había sido flagelada por los ro-manos y había presenciado la violaciónde sus hijas. En su sublevación –la le-yenda cuenta que la reina conducía su

Espectáculos y molicie

Constantino Ilevó también a efecto otramedida que proporcionó a los bárba-

ros vía libre a los territorios sometidos aldominio romano. Diocleciano, ciertamen-te, en su previsión, conforme al modo quehemos expuesto antes, había dotado de ciu-dades, de castillos y de torres todas las fron-teras del Imperio y todo ejército estabaacuartelado en ellas. De esta forma, se im-pedía el paso a los bárbaros, dado que entodos los lugares había fuerzas preparadaspara rechazar sus asaltos. Constantino, su-primiendo esta garantía y retirando de las

fronteras la mayor parte de los soldados,que acabaron siendo instalados en ciuda-des que no tenían necesidad de protección,privó de protección a aquellos otros y so-metió al azote de la soldadesca a las ciu-dades que vivían en paz. Por esta causa,la mayor parte llegó a estar desierta en ade-lante y los soldados, entregados a los es-pectáculos y a la vida cómoda, cayeron enla molicie. En una palabra, fue (Constan-tino) el origen y el germen de la ruina delEstado, que todavía hoy nos golpea.

Zósimo, Historia Nueva, Il, 34.

Dibujo central con alegoría del cristianismo de un mosaico conservado en Hinton Saint Mary,Dorset, realizado a mediados del siglo IV, Londres, Museo Británico.

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INGLATERRA ROMANACONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

propia cuadriga, flotando al viento sus ro-jas guedejas–, Boadicea destruyó Verula-mium, Camulodunum y Londinium, prin-cipales ciudades romanas del sur delpaís, masacrando a sus habitantes y, casi,aniquilando una legión entera. La ven-ganza del mando romano Paulino Sueto-nio fue terrible y Boadicea terminó sui-cidándose en el año 61 d.C.

Inversión en las élitesEn el año 77, Julio Agrícola, que ambi-cionaba subyugar toda la isla, inició susseis años como gobernador de Britania.Al principio, se dedicaba a una políticade moderación y conciliación. Gastógrandes cantidades en la obra civiliza-dora, erigiendo tribunales de justicia, vi-viendas y templos, y persuadiendo a losjefes de las tribus a entregar a sus hijospara que recibieran una formación ro-mana culta. Sin embargo, Agrícola esta-ba también resuelto a establecer unasfronteras firmes en el norte y en el oes-te, penetrando hasta la isla de Angleseyen la costa noroeste del País de Gales. Alnorte de York, tierra de los Brigantes sin

conquistar, Agrícola construyó puntosfuertes y carreteras militares. Desde elaño 79, Agrícola puso en marcha su cam-paña de conquista de Escocia. Salieronlas águilas legionarias desde el gran cam-pamento de Deva (hoy Chester) caminode Caledonia, es decir, Escocia, país queconquistó en una serie de campañas re-lámpago. El historiador romano Tácito

no tiene pelos en la lengua, a pesar deque escribía con referencia a Agrícola, supropio suegro. De Tácito, en una espe-luznante descripción de la crueldad dela conquista romana, son estas palabras:[…] ubi solitudinem faciunt pacemappellant (“allí donde crean un desiertolo llaman paz”).

Durante las décadas siguientes al de-sembarco de Aulo Plautio en Britania, losejércitos de Roma llegaron a las extre-midades de Escocia y del País de Gales,

pero Britania seguía siendo una provin-cia fronteriza, débilmente guarnecida, porlo cual no pocas veces un desastre mili-tar o una rebelión como la de Boadiceaamenazó con acabar con el dominio ro-mano. Escocia tuvo que ser abandonadabajo el reinado del emperador Trajano,muerto en el año 117. Unos años des-pués, su sucesor Adriano visitó Britania

donde, para defenderla de las tribus sal-vajes de Escocia, ordenó la construccióndel mayor monumento romano existen-te en las Islas Británicas, el Muro que lle-va su nombre, que se extiende por unos110 km, del mar del Norte al mar de Ir-landa, provisto de torres de señalización,blocaos a cada milla y fortalezas en pun-tos importantes.

Es decir, un siglo aproximadamentedespués de la invasión, Britania eraya provincia parcialmente pacificada del

Constantino en una carroza tirada por centauros, con el rayo de Júpiter en su mano y miembros de su familia. Camafeo conservado en Utrecht.

Un siglo después de la invasión romana,Britania ya constituía una provinciaparcialmente pacificada del Imperio

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Imperio, aunque necesitaba una granguarnición, que contaba con tres legio-nes, destacadas estratégicamente: la II enCaerleon (Isca) en el sur de Gales, laXX en Chester (Deva) y la VI en York(Eboracum), apoyadas por unos setentaregimientos de auxiliares, reclutados entodo el Imperio.

Más tarde se produjeron cambios en laadministración de Britania. Los empera-dores Severo (h. 200), Diocleciano(h. 296) y Constantino (proclamado en

York en 306) dividieron Britania en dife-rentes provincias. Bajo Constantino, unvicario o delegado imperial con cuatro te-nientes controlaba el gobierno civil, mien-tras el Dux Britaniae, el “conde de la ori-lla sajona” y el Comes Britaniarum eranrespectivamente los títulos de los man-dos supremos en tierra, mar y del ejér-cito en campaña.

Mantener dominado este territorio exi-gía la construcción de carreteras. En elprimer siglo de la ocupación romana, se

estableció la red de carreteras principa-les, que todavía existe. La A1, por ejem-plo, une Londres con York, la A2 lleva des-de la capital hasta Dover, la A5 se dirigecomo una flecha hasta Verulamium, nom-brado así por encontrarse en el río Ver,y luego bautizado Saint Albans en re-cuerdo de Albanus, legionario cristianomártir, y de allí hasta Chester –las termi-naciones en chester o caster, tales comoLancaster o Winchester, significan cas-trum o campamento–. En Britania, los ro-

manos construyeron una red de unos tre-ce mil kilómetros de carreteras y esta-blecieron fortalezas y campamentos a dis-tancias de aproximadamente 24 km en-tre ellos, la etapa de marcha diaria de unaunidad militar romana.

La civilización romana era esencialmen-te urbana, de modo que, al ir construyén-dose ciudades por toda Britania, se creóuna población de funcionarios urbanos, al-gunos de los cuales eran romanos o deotras partes del Imperio, mientras otros

pertenecían a la nobleza de las tribus bri-tánicas sometidas. Fue produciéndose tam-bién un mercado para el pequeño agricul-tor, que se beneficiaba de las carreteras quele permitían acercarse a la ciudad vecina,con su mercado organizado y controlado.Los romanos conocían la rotación de co-sechas y los métodos de crianza de ani-males. Enseñaron el cultivo de diferentesvegetales, nuevos para los britanni –comorábanos, guisantes, habas y apio– y frutas–cerezas, higos y moras–, de modo que elcampesino indígena vio mejorado su nivelde vida. Las casas de piedra construidas poresos agricultores iban asemejándose a losde los funcionarios romanos y, conformeaumentaba la riqueza de sus dueños, seadornaban de yeso pintado y se amuebla-ban al estilo romano. Por eso la arqueolo-gía –tema en Inglaterra de programas te-levisados de enorme popularidad– ha en-contrado en la isla hasta doscientas villasen el campo, con magníficos mosaicos ysistemas de calefacción central (hipocaus-tos), cuartos de baño, jardines, patios y de-pendencias destinados a los criados y es-clavos. Se sitúan sobre todo en el sur de In-glaterra, la tierra baja y fértil donde la agri-cultura se sumaba el pastoreo.

Termas y gladiadoresEn cada ciudad se construyeron bañospúblicos, elemento integral de la civiliza-ción romana, al igual que los espectácu-los teatrales y las luchas de gladiadores.La ciudad de St. Alban posee un anfitea-tro construido en el siglo II, en forma deherradura de caballo, y hay otros ya ex-cavados en Caerleon y Chester.

Este año se celebra el 1700 aniversa-rio de la proclamación como emperadorde Constantino, que posteriormente ha-ría del cristianismo la religión oficial delImperio. Anteriormente, los romanos, alconquistar los diversos pueblos, acepta-ron sus dioses como si fueran manifesta-ciones de su propio panteón, con tal deque sus fieles no fuesen elementos sub-versivos, como eran los primeros cristia-nos o los sacerdotes druidas. Éstos for-maban la espina dorsal religiosa de las tri-bus celtas de Britania y habían alentadola sangrienta sublevación de Boadicea,por lo que los romanos les masacraron.Los legionarios preferían adorar a Mitra,dios persa de la luz, uno de cuyos tem-plos excavados puede visitarse en los só-tanos de un edificio comercial de Lon-dres. Las obras realizadas en Londres en

Los romanos masacraron a los druidas,que alentaban la sublevación. Loslegionarios preferían adorar a Mitra

El sol en un relieve en piedraarenisca en Northumberland.La representación es similar

a la de Cristo, en el siglo IV,cuando se sustituyeron losrayos por el anagrama X-P.

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las últimas décadas han revelado impor-tantes restos de época romana. El Táme-sis ha sido también fuente fructífera dehallazgos, ya que Londres era por enton-ces un puerto importante. Las más avan-zadas técnicas de la geofísica se empleanhoy para revelar cada año nuevos ha-llazgos, que indican el alto nivel de co-lonización que se alcanzó en el sur deInglaterra.

Ataques del norteAl ir retirándose las legiones para hacerfrente a las constantes amenazas en lasfronteras del Imperio, las tribus sajonasestablecidas en las costas de Holanda yde Escandinavia empezaron a realizar in-cursiones en las costas orientales de lasIslas Británicas. Las tribus de Escocia y delnorte de Irlanda organizaron asaltos que

los romanos a duras penas lograban re-sistir. Sin embargo, el año 410, el últimosoldado romano y el último administra-dor se habían marchado. El emperadorHonorio envió un mensaje según el cual,en adelante, los britanni tendrían ellosmismos que defender sus hogares contralos bárbaros. Era el final de la Britania ro-mana.

No era, por supuesto, el final de la in-fluencia de Roma. Quedaban las carrete-ras, los nuevos productos agrícolas y,mientras había voluntad y agricultores, lar-gas extensiones cultivables. Cincuenta ciu-dades amuralladas permanecían como le-gados de la presencia romana. La Iglesiacristiana, establecida en Inglaterra porsan Agustín a finales del siglo V, mantu-vo vivas la lengua y la literatura latinas.Incluso hasta mediados del siglo XX, el

programa normal de estudios de los fu-turos dirigentes del país eran las lenguasy filosofía grecorromanas, y la célebre His-toria de la decadencia y caída del Im-perio Romano, fue escrito entre 1736 y1796 por el historiador inglés EdwardGibbon.

Y, por último, antes de que se constru-yeran los primeros ferrocarriles en In-glaterra, se empleaban ya raíles en las mi-nas de carbón, con un ancho de vía de145 cm, siguiendo los surcos hechos porlos carros empleados por los romanosdos milenios antes. La combinación de lamáquina de vapor con los carros sobreraíles creó en efecto el primer ferrocarril,cuyo ancho de vía sería igualmentede 145 cm en todo el mundo, excepto enEspaña y Rusia. �

INGLATERRA ROMANACONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Exposición: el emperador romano de York

York, a 300 kilómetros de Londres, essede del segundo arzobispado de la

Iglesia anglicana. Fue en esa localidad, don-de se encuentran por doquier restos roma-nos, donde Constantino fue proclamado em-perador en el año 306. El nuevo mandata-rio había llegado, acompañando a su padre,el emperador Constancio, para reprimir unasublevación. Padre e hijo se detuvieron enEboracum, nombre romano de York. AllíConstancio murió de repente, tras lo cuallos legionarios de la VI Legión aclamaron asu hijo como sucesor.

Años más tarde, Constantino vio apare-cer en el cielo las letras griegas chi y rho,símbolo de Jesucristo. El emperador se so-metió al bautismo y en adelante cesaron laspersecuciones a las que los cristianos del Im-perio estaban sujetos. Un fragmento de pa-piro que contiene unas líneas en las queConstantino describe su visión, se preservóen el desierto casi dos mil años. En la ac-tualidad es propiedad de la British Library,que lo ha prestado al Yorkshire Museum,donde se han reunido centenares de objetosprocedentes de 36 museos y colecciones par-ticulares de toda Europa para una exposi-ción sobre el emperador y el pasado roma-no de Gran Bretaña. Del mismo York pro-cede una cota de malla, perteneciente a unsoldado auxiliar de la guarnición romanade la ciudad, encontrada cuando se exca-vó un cuartel. También se encontró en unafosa, un maltratado busto, que representa

al emperador Constantino, junto con unmojón de carretera de la misma época, cu-ya inscripción reza: “Para el emperador Cae-sar Flavius Valerius Constantinus…”.

La belleza de un tesoro encontrado cer-ca de Edimburgo y exhibido en esta mues-tra refleja el alto nivel de civilización y cul-tura de estos primeros cristianos legales quehabitaban una región –Escocia– normal-mente no asociada con la colonización ro-mana. Delicados objetos de plata, joyas, mo-nedas, pinturas murales y mosaicos dan fede una vida de lujo y a la vez cristiana, yaque muchos de estos objetos llevan el mo-nograma chi-rho.

Años más tarde, en 325, Constantinoconvocó el célebre Concilio de Nicea, don-de los obispos acordaron establecer la ver-sión del credo llamada “el símbolo niceno”.

La historia de Constantino y el cristia-nismo es bien conocida, pero es importan-te resaltar, como hace esta exposición, la ca-sualidad de que Constantino se encontraraen York cuando murió su padre. Por ello,en el 1700 aniversario de su proclamación,se rezará un oficio de acción de gracias en lacatedral de la ciudad.

M. A.

Constantino el Grande,Emperador proclamado en York

Yorkshire Museum, York(www.constantinethegreat.org.uk).

Abierta hasta 29 de octubre.

Constantino con la Cruz, en una ilustraciónde la Synopsis Historiarum Constantinopoleos,de 1574 (Londres, Museo Británico).

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CRISTIANISMO

En el monumentalatrio de la Basílica deSan Pedro de Romase encuentra un im-

ponente Constantino a caba-llo que recuerda su vincu-lación con la primitiva Iglesiay su participación en el desa-rrollo del cristianismo. De he-cho, en no pocas historias delcristianismo, su periodizacióntiene en cuenta el antes y eldespués del reinado de Cons-tantino el Grande.

La sangrienta persecución deDiocleciano no cumplió lospropósitos del emperador, por-que el cristianismo había con-seguido ya una fuerza social su-ficientemente importante ysu persecución sólo debilitabaun Imperio que, precisamente,Diocleciano pretendía recomponer y for-talecer con su organización de la tetrar-quía. El cristianismo había adquirido pres-tigio y el número de sus seguidores au-mentaba imparablemente gracias a la ge-nerosidad y coherencia de sus vidas, a susentido fraternal y comunitario, al arrojode sus mártires y a la fascinación de su doc-trina. Además, el hecho de la persecuciónsometía a los candidatos a una seleccióninexorable, que daba a las comunidadescristianas un porcentaje de miembros de

alta calidad, como acaso no se ha vueltoa dar en la historia de la Iglesia.

Fue Galerio, uno de los que había ini-ciado la persecución, quien con el Edictode Tolerancia de 311, publicado en Sárdi-ca, decidió iniciar un nuevo orden en lasituación religiosa de todo el Imperio, pa-ra que la paz religiosa así lograda redun-dara en bien del Estado y de la tetrarquíaque, todavía, lo gobernaba. En realidad,influyó también el convencimiento de queresultaba imprescindible, en aquella si-tuación de división del Imperio, conseguirel apoyo de los cristianos.

Constantino se adhirió a esta política de

reconocimiento del cristianis-mo bien por la tradición tole-rante de su familia, bien a cau-sa de un sueño anterior a la ba-talla, en el que se le anunciabala victoria sobre Majencio si co-locaba el monograma de Cris-to en los escudos de los solda-dos y en el lábaro imperial, bienpor el convencimiento de queel paganismo se encontrabaprofundamente debilitado y de-gradado. En cualquier caso, sustropas victoriosas, al entrar enRoma, no visitaron el capitolioni ofreció el tradicional sacrifi-cio a Júpiter, dando a entender,así, que debía su victoria a undios distinto.

En febrero de 313, Constan-tino y Licinio se reunieron enMilán para deliberar sobre la

nueva situación política creada por la vic-toria del primero, a la vez que se celebra-ba la boda del segundo con Constancia,hermana de Constantino. Decidieron am-bos césares que todos los ciudadanos, in-cluso los cristianos, tendrían entera liber-tad de seguir la religión que quisieran, pe-ro, a continuación, aprobaron una serie dedisposiciones particulares en favor de laIglesia cristiana que superaba con muchola mera tolerancia. Se reconocía por pri-mera vez su capacidad jurídica y se deter-minaba que todos los edificios en los queantes de la persecución los cristianos ce-lebraban sus reuniones, es decir, templos

Aunque no se bautizó hasta su muerte y mantuvo la tolerancia religiosa,Constantino apoyó progresivamente al cristianismo, que tuvo un desarrolloespectacular y comenzó a influir en todos los ámbitos de la vida delImperio. JUAN MARÍA LABOA explica el acercamiento entre trono y altar

Constantino y la implantación del

JUAN MARÍA LABOA es historiador, autor dela Historia del Papado.

Constantino confiere la supremacía de la Iglesia y el Gobierno deOccidente al papa Silvestre.

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CONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Constantino y su madre, santa Elena, en un fresco de estilo bizantino del Monasterio de Sucevita, Moldavia, Rumania.

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y cementerios, así como las propiedadesde la comunidad, debían serles devueltossin indemnización. A este conjunto de de-terminaciones se le conoce en la Historiacon el inexacto nombre de Edicto de Mi-lán, pues, aunque su aprobación se pro-dujo en Milán, su primera puesta en prác-tica se dio en dos edictos que Licinio pu-blicó después de su victoria sobre Maxi-mino Daya y que estaban destinados a laparte oriental del Imperio.

Fin del desencuentroTerminaba así un largo período de desen-cuentro y de persecución entre el Estadoy la nueva religión, entre unos empera-dores con formas de poder cada día más

agudamente orientales, divinizados y pro-fundamente celosos de sus atribuciones,y un Dios encarnado, profundamente cer-cano a los hombres, que, aparentemente,parecían excluirse, a pesar de que Jesúshabía afirmado que tanto el César comoDios tenían sus ámbitos delimitados.

Constantino mantuvo, a lo largo de sureinado, la tolerancia para con todas lasreligiones, pero, al mismo tiempo, apoyóprogresivamente de tal manera al cristia-nismo que su desarrollo resultó especta-cular y su influjo social se afianzó en to-dos los ámbitos. No cabe duda de que to-do el proceso se debió a un cambio aní-mico y a una intuición política del empe-rador. Por lo que sabemos, la evolución

personal de Constantino hacia el cristia-nismo fue genuina, aunque resulte másdifícil afirmar que se tratase de una con-versión en el sentido más propiamentecristiano. Sólo se bautizó en la cercanía desu muerte, pero todo hace pensar que fuesincero en su aceptación de la divinidadde Cristo y de su mensaje evangélico. Almismo tiempo, su intuición sobre la crea-tividad, la generosidad y la capacidad delos cristianos le hizo ver que el paganis-mo ya no podía ser por más tiempo la ar-gamasa del Imperio, sino que sería el cris-tianismo la religión que ventajosamentepodía ocupar su lugar. El objetivo, pues,de Constantino fue asirse a un nuevo prin-cipio de integración política.

Dos visiones de la conversiónVersión cristiana

La lucha se inició y los soldados de Ma-jencio tuvieron ventaja hasta que Cons-

tantino, con renovado coraje y dispuesto atodo, acercó sus tropas a la Ciudad (Roma)y se situó en las proximidades del PuenteMilvio. Se acercaba la fecha del aniversa-rio de la ascensión de Majencio al poder,el 27 de octubre, y sus fiestas quinquenalestocaban a su fin. Constantino fue adverti-do, durante un sueño, de que marcase en losescudos el signo celeste de Dios y se lan-zara de esta manera al combate. Obedece elmandato y marca el nombre de Cristo en losescudos con una X atravesada por una ra-ya perpendicular, curvada en circulo en suparte superior. Protegido, por este signo, elejército toma las armas. El enemigo sale asu encuentro sin la presencia del emperadory cruza el puente. Los dos ejércitos carganuno contra otro; por ambas partes se peleacon enorme violencia: ni a los unos ni a losotros se les ve huir.

Un motín estalló en la ciudad donde secalifica al emperador de desertor y de trai-dor a la salvación nacional. Cuando apare-ció en público, pues estaba dando juegos decirco en honor de su aniversario, el pueblode inmediato gritó al unísono que Cons-tantino no podía ser vencido. Enfadado poresos gritos, deja el lugar, llama a algunossenadores y manda consultar los libros Si-bilinos y se encuentra que en aquel día mo-rirá el enemigo de los romanos. Este orácu-lo despierta en él la esperanza en el triunfo.Se pone en camino y alcanza el campo debatalla. El puente es cortado a su espalda.

La batalla se recrudece con esta visión y lamano de Dios se extiende sobre el comba-te. El ejército de Majencio es presa del mie-do; él mismo emprende la huida corrien-do hacia el puente que estaba cortado. Em-pujado por la masa de fugitivos se preci-pita en el Tíber. Al fin se terminó esta gue-rra atroz. Tuvo lugar el 28 de octubre de312 y no el día 27.

Lactancio, De mortibus persecutorum, 44.

Versión pagana

Una vez que el Imperio entero estuvobajo su único dominio, Constantino

ya no ocultó el fondo malo de su naturale-za, sino que se puso a actuar sin contenciónen todos los dominios. Utilizaba todavía lasprácticas religiosas tradicionales menos porpiedad que por interés, y, así, se fiaba de losadivinos porque se había dado cuenta deque habían predicho con exactitud todoslos sucesos que le habían ocurrido, pero,cuando volvió a Roma, henchido de arro-gancia, decidió que su propio hogar fueseel primer teatro de su impiedad. Su propiohijo, honrado, como se ha dicho antes, conel titulo de César, fue en efecto acusado demantener relaciones culpables con su ma-drastra Fausta y se le hizo perecer sin teneren cuenta las leyes de la naturaleza. Ade-más, como la madre de Constantino, Ele-na, estaba desolada por esa desgracia tangrande y era incapaz de soportar la muer-te del muchacho, Constantino, a modo deconsuelo, curó el mal con un mal mayor: ha-biendo hecho preparar un baño más calien-te de la cuenta y habiendo introducido en

él a Fausta, la sacó de allí muerta. Íntima-mente consciente de sus crímenes, así co-mo de su desprecio por los juramentos, con-sultó a los sacerdotes sobre los medios ade-cuados para expiar sus felonías. Ahora bien,mientras que éstos le habían respondido queninguna suerte de purificación podía borrartales impiedades, un egipcio llegado a Ro-ma desde Hispania y que se hacía escucharpor las mujeres hasta en la Corte, se entre-vistó con Constantino y le afirmó que ladoctrina de los cristianos estipulaba el per-dón de todo pecado y prometía a los impíosque la adoptaban la absolución inmediatade toda falta. Constantino prestó un oídocomplaciente a este discurso y rechazó lascreencias de los antepasados; luego, adhi-riéndose a las que el egipcio le había reve-lado, cometió un primer acto de impiedad,manifestando su desconfianza con respectoa la adivinación. Porque, como le había pre-dicho un éxito grande que los aconteci-mientos habían confirmado, temía que elporvenir fuera igualmente revelado a los de-más que se afanaban en perjudicarle. Es es-te punto de vista el que le determinó a abo-lir estas prácticas. Cuando llegó el día de lafiesta tradicional, en el curso de la cual elejército debía subir al Capitolio y cumplirallí los ritos habituales, Constantino tomóparte en ellos por temor a los soldados; pe-ro, como el egipcio le había enviado un sig-no que le reprochaba duramente el subir alCapitolio, abandonó la ceremonia sagra-da, provocando así el odio del Senado y delpueblo.

Zósimo, Historia Nueva, 11, 29.

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LA IMPLANTACIÓN DEL CRISTIANISMOCONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

Se multiplicaron las conversiones, perose relajaron las exigencias para el bautis-mo. Aumentó el número, pero la masacristiana resultó más mediocre, pues mu-chos de los nuevos cristianos lo fueron porlas ventajas sociales y profesionales queello conllevaba. El catecumenado, impor-tante barrera que filtraba los candidatosy los dotaba de una formación doctrinaly moral admirable, se redujo en tiempo ybajó su listón de exigencia. No obstante,aumentaron, también, los candidatos in-teresantes, santos, intelectuales, capacesde enriquecer una institución con pre-tensión de universalidad y de influjo.

El relieve social del cristianismo au-mentó porque cristianos de ingenio y ca-pacidad estuvieron presentes en todos losámbitos, porque eran bien vistos por elpoder y por el pueblo, pues los empera-dores fueron cristianos. El poder políticoreconoció la importancia del oficio epis-copal, hasta el punto de que un laudo oarbitrio del obispo tenía también valor ci-vil. De decisiva importancia fue la Ley Do-minical de 321, que ordenaba el descan-so de los tribunales y de obras manuales“en este día venerable”. La legislaciónconstantiniana reconoció un estatuto y unrol particular a la Iglesia en el ámbito pú-blico y otorgó al “cuerpo de los cristianos”la capacidad de recibir donaciones y he-rencias. En general, no pocas nuevas le-yes señalaban un espíritu nuevo que pue-de ser considerado como un parcial in-flujo de las disposiciones evangélicas.

El clero se benefició de un tratamientode favor, con exención de cargas públi-cas, con inmunidades y privilegios que, sibien, compartía con los sacerdotes pa-ganos, adquirían mayor relevancia dado

el número, la dedicación y el espíritu decuerpo del clero cristiano.

Constantino levantó cuatro basílicas em-blemáticas para la historia del cristianis-mo: la del Santo Sepulcro en Jerusalén ylas de San Juan de Letrán, San Pedro y SanPablo en Roma. Se trataba de edificios sun-tuosos que rivalizaban con los grandesmonumentos romanos, ofreciendo al cris-tianismo una presencia relevante tambiénen el horizonte estético y artístico de lasciudades del Imperio. En el año 325,Constantino ordenó al obispo de Jerusa-lén, Macario, que se preocupara porque elconjunto monumental del Santo Sepulcro

fuera el edificio más extraordinario de to-do el Imperio. Para conseguirlo no repa-ró en gastos ni dudó en arrasar el impor-tante templo de Afrodita.

Poder y arquitecturaLa construcción de éstas y otras muchasiglesias, consecuencia del culto mani-fiesto de una religión tolerada y públicatuvo su efecto en la liturgia cristiana, au-mentando su complejidad, solemnidad,elaboración y riqueza. Expresaba la per-manente devoción de la comunidad pe-ro, también, su nueva situación.

Aunque no puede afirmarse que el cris-tianismo fuera religión de Estado en tiem-pos de Constantino y de sus hijos, no ca-be duda de que, ya en 325, las relacionesentre cristianismo y emperador eran ín-timas e intrincadas. Eusebio de Cesarea,consejero áulico de Constantino, elabo-ró una construcción conceptual que re-laciona ambas instituciones íntimamen-te: “Donde existe la poliarquía, es decir,la situación anterior a Augusto, allí existepoliteísmo y, por consiguiente, supersti-ción; pero, donde domina la monarquía,el señorío único del emperador romanosobre la ecumene, allí encontramos unsolo Dios que está sobre todo y allí en-contramos la verdadera piedad”.

Poco a poco, los que hoy llamamos teó-logos elaboraron una idea del Imperio.

Arco de Constantino en Roma. El emperador construyó también cuatro basílicas: SantoSepulcro de Jerusalén, San Juan de Letrán, San Pedro y San Pablo, en Roma.

Paneles hallados en un enterramiento cristiano en Egipto, que representan una figuramasculina y una femenina, probablemente Adonis y Afrodita, que anticipan el estilo copto.

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Para situarnos, deberíamos imaginar laenorme impresión que los cristianos ex-perimentaron al contemplar un empe-rador cristiano pocos años después deuna sangrienta persecución. Surgió asíuna nueva interpretación teológica de larealidad del Imperio, diseñada, sobre to-do, por Eusebio de Cesarea. Según estaelaboración, que indudablemente cono-ció Constantino, el emperador debía imi-tar al Logos en su gobierno de los asun-tos terrenales. Así como Cristo venció alos demonios, el emperador debía ven-cer a los enemigos de la verdad. El em-perador, imitando a Cristo, debía ser elpregonero del verdadero conocimientode Dios y del reino de Dios. Cristo intro-duce a los hombres en el reino del Padrey el emperador, a su imitación, purifi-cando el mundo de su error primitivo, in-troduce a los hombres en la Iglesia, preo-cupándose de su salvación. El emperadorprepara el Imperio para entregarlo a Cris-to, quien, a su vez, lo entregará al Padre.

Una variante, que en realidad, no re-sultaba tan novedosa, pero que influiríapeligrosamente a lo largo del tiempo, se-

ñalaba que el emperador era el vicario deDios Padre en la tierra, así como Cristo loera en el cielo. En esta visión, el empe-rador se convertía en una parte del plande la salvación y en un instrumento de-la misma. En una ocasión solemne, diri-giéndose a los obispos, Constantino lesseñaló que él era el “obispo de los asun-tos exteriores”.

Es decir, por una parte, no parece quepodamos encontrar en Constantino gran-des cambios en relación a la idea de Im-perio propia de sus predecesores. Comoellos, estaba firmemente convencido dehaber sido señalado por una designacióndivina que sustentaba su autoridad y detener el deber de llevar a Dios a los hom-bres y, probablemente, por esta razón noquiso formar parte de la Iglesia mientrasgobernaba, ya que en tal caso se hubieraconvertido en un fiel más, quedando so-metido a los obispos en la disciplina ecle-siástica. Pero la revolución que él desa-rrolló –con tacto, con cautela, muy al tan-to de la situación concreta– consistió enreforzar la unidad del Imperio universalcon otra ideología, también ecuménica,

por definición católica, es decir, la cris-tiana, que respondía mejor que cualquierotra de las entonces existentes a las exi-gencias de la cultura político-religiosa deun estado carismático, capaz de convo-car concilios y de legislar en materia mo-ral, y que concebía al soberano como unceleste mensajero de Dios.

El problema de la desuniónSin embargo, el emperador se encontrócon una dificultad inesperada que pudodesestabilizar su pretensión. Los cristia-nos no se encontraban tan unidos comopodía suponerse; por el contrario, se en-frentaban a una situación de desconcier-to y fuertes enfrentamientos doctrinalesy organizativos. Por una parte, el cismadonatista surgido en Cartago se había ex-tendido por el norte africano con rami-ficaciones en Europa, implicando en unalucha sin cuartel a buena parte de la po-blación. Por otra, en las escuelas teoló-gicas se debatía a golpe de argumentoscómo podía conciliarse la absoluta unici-dad de Dios con el hecho de ser tres per-sonas y, también, cómo se integraban enCristo sin confundirse su divinidad y suhumanidad.

Constantino no estaba dispuesto a de-bilitar más el Imperio ni a perder su con-fianza en un cristianismo capaz de cohe-sionarlo, de forma que puso todos susmedios para salvar la situación. Organizódos concilios célebres, el de Arlés (314),en Galia, y el decisivo de Nicea (325), jun-to a su palacio asiático de verano, con elfin de debatir y solucionar los problemas.El emperador no entendía ni valoraba lassutilezas teológicas y llegó a calificar de“fruslerías, de necia, fútil disputa sobrepalabras” a los problemas teológicos im-plicados en el debate.

Los obispos reunidos en Nicea dieron unpaso decisivo en la elaboración del credoque todavía hoy todos los cristianos reci-tan en la liturgia, y Constantino consideró,con optimismo infundado, que el escollohabía sido superado. En el banquete finalque el emperador ofreció a los obispos, al-gunos de éstos, marcados por los sufri-mientos de la persecución, consideraronque el reino de los cielos comenzaba a ins-taurarse en la tierra. En realidad, no pare-cía que el reino de los cielos pudiera ins-talarse con obispos reclinados en tricliniosdel palacio imperial, pero no cabía duda deque el hecho señalaba una nueva épocacultural y religiosa en el Imperio.

El Concilio de Nicea, convocado en el palacio de verano de Constantino el año 325, condenó ladoctrina arriana. Fresco del siglo XVI conservado en la iglesia de San Martino in Mon, Roma.

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Sin embargo, no respondería a los he-chos históricos la consideración de queel cristianismo se impuso gracias al apo-yo constantiniano. Por importante queéste fuese, la expansión cristiana era im-parable, tal como lo demostró la contra-ofensiva fracasada de Juliano el Apósta-ta (361-363). Orígenes, Tertuliano, Ci-priano, Lactancio, Atanasio, Hilario, Am-brosio, Agustín y tantos otros fueron losnuevos representantes de la romanitascultural tradicional, aunque con nueva sa-bia y presupuestos. El paganismo fue di-luyéndose por decrépito y los nuevos ri-tos orientales, que hubieran podido sus-tituirlo, no consiguieron la fuerza sufi-ciente. Sólo el cristianismo manifestó lacreatividad, la pasión, la suficiente entre-ga al ideal y la universalidad, factores sin-gularmente eficaces para su triunfo final.

La conversión de Constantino y su apo-yo consiguiente favorecieron, cierta-mente, este ímpetu, pero, en realidad, altolerar primero y dar luego la preferen-cia al cristianismo, no hizo sino com-prender la victoria lograda ya de hechopor el cristianismo.

Otro tema debatido y complejo es elque no pocos han pensado a lo largo delos siglos: la afirmación de que este apo-yo imperial acabó desfigurando algunosrasgos típicamente cristianos, al conver-tir al cristianismo en religión estatal, esdecir, al compaginarlo con el mundo,mezclando la autoridad profana y la ecle-siástica y utilizando el poder terreno enel cumplimiento de su mandato misional.En cualquier caso, en el estudio de estetema, conviene tener en cuenta que, yadesde los primeros decenios del siglo III,los frecuentes contactos entre adeptosde la religión cristiana y representan-tes del poder romano permiten recono-cer claramente una evolución que con-ducirá al mutuo reconocimiento y cola-boración de ambas comunidades.

Es verdad que el nacimiento de los so-litarios del desierto y la formación de lasorganizaciones monásticas en Egipto y Si-ria pueden ser consideradas como una si-lenciosa protesta por un cristianismo me-nos exigente y más frívolo, pero resultadifícil imaginar un cristianismo masivocon el mismo nivel de exigencia y cohe-

rencia del vivido en los dos primeros si-glos. El número de santos y genios siem-pre ha sido pequeño y toda masificacióncomporta mediocridad y mayores dosisde incoherencia.

La tentación del poderEl problema más grave de los planteadosdurante la nueva época de apoyo y de“confesionalización” de la sociedad fue elde la necesidad de buscar una posturaequilibrada con respecto a la nueva re-lación entre la Iglesia y el Estado. Para mu-chos obispos, sobre todo de Oriente, des-pués de tan larga opresión, hubo de seruna tentación arrimarse al sol imperial yperder así su libertad. Más peligrosa erala tendencia imperial de no tratar a la Igle-sia como parte sui generis, sino de po-nerla al servicio de los intereses del Es-tado y ahogar así su libertad y necesariaindependencia en su propia vida interna.Las ambigüedades del cristianismo cons-tantiniano pueden ser atribuidas no a unperverso deseo de manipulación sino ala enorme dificultad de romper con elpernicioso hábito de la vida y del pensa-miento clásico, de entromisión y mani-pulación de la religión. Se daba, además,el deseo natural, por parte de los ecle-siásticos, de transigir en todo lo posiblecon los deseos de su poderoso patroci-nador. Es decir, a pesar del cambio de cir-cunstancias, permanecía vigente la cues-tión, de vital importancia, acerca del en-tendimiento y aplicación del principio deCristo de dar al César cuanto le corres-ponde y a Dios, lo que es de Dios. �

BAJO, F., Constantino y sus sucesores. Laconversión del Imperio, Madrid, Akal, 1990.BLÁZQUEZ, J. M., “Constantino el Grande y laIglesia”, Jano, 109, 1974.GIBBON, E., Historia de la decadencia y ruina delImperio Romano, II. Desde la renuncia deDiocleciano a la conversión de Constantino,Madrid, Turner, 1984.RÉMONDON, R., La crisis del Imperio romano. DeMarco Aurelio a Anastasio, Madrid, Labor, 1967.SAYAS ABENGOECHEA, J. J., “Constantino y ladinastía constantiniana”, en J. M. ROLDÁN,Historia de Roma, Salamanca, EdicionesUniversidad, 1995.VOGT, J., La decadencia de Roma. Metamorfosis dela cultura antigua (200-500), Madrid, EdicionesGuadarrama, 1968.http://es.wikipedia.org/wiki/Constantino_I_el_GrandeFilmografía: Constantino el Grande, 1962. Dirigidapor Lionello de Felice. Interpretada por CornellWilde, Belinda Lee, M. Serato y Ch. Kaufmann.

PARA SABER MÁS

LA IMPLANTACIÓN DEL CRISTIANISMOCONSTANTINO, BAJO EL IMPERIO DE LA CRUZ

San Gregorio escribe ante la tumba de Constantino. La herencia religiosa del emperador resistióal ataque politeísta de Juliano el Apóstata (Manuscrito medieval, Biblioteca de El Escorial).