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* Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura, Quito, Ecuador ([email protected]). CONSTRUCCIONES DE LA ALTERIDAD EN LA CAUTIVA DE ESTEBAN ECHEVERRÍA CONSTRUCTIONS OF ALTERITY EN LA CAUTIVA FROM ESTEBAN ECHEVERRÍA Myriam Merchán Barros *

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* Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura,Quito, Ecuador ([email protected]).

CONSTRUCCIONES DE LA ALTERIDAD EN LA CAUTIVA DE ESTEBAN

ECHEVERRÍA

CONSTRUCTIONS OF ALTERITY EN LA CAUTIVA FROM ESTEBAN ECHEVERRÍA

Myriam Merchán Barros*

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Revista PUCE.ISSN 1390-7719.Núm. 103. 3 de mayo de 2016-3 de noviembre de 2016. Myriam Merchán Barros PP. 519-543

CONSTRUCCIONES DE LA ALTERIDAD EN LA CAUTIVA DE ESTEBAN

ECHEVERRÍA

CONSTRUCTIONS OF ALTERITY EN LA CAUTIVA FROM ESTEBAN ECHEVERRÍA

Myriam Merchán Barros

PALABRAS CLAVE: Alteridad, sensorium, conocimiento, identidad, paisaje social y simbólico.

KEY WORDS: Alterity, sensorium, knowledge, identity, social and symbolic landscape.

RESUMENLas expresiones culturales y ar-

tísticas del s. XIX son importantes para entender el desarrollo de temas y pro-blemas que serían reescritos en las le-tras de los siglos XX y XXI; entre ellos, el tema de la identidad de las naciones latinoamericanas continúa pertinente. La función política de las letras del s. XIX formó y cimentó afectividades que se manifestarían en la organización y esta-bilización de la vida civil conociéndola y comprendiéndola para organizarla en los ámbitos sociopolíticos y culturales,

desde los preceptos de la “civilización”; en la etapa de la organización de los Estados nacionales donde interactúan el liberalismo ideológico en el ámbito político y el romanticismo en el arte se escribe La cautiva, poema de Esteban Echeverría.

Proponemos reflexionar sobre las temáticas de cómo y a quién represen-tar: el desierto, los indios y la mujer, rela-cionados con el dilema civilizatorio que nos invita a discernir sobre dónde sitúa la barbarie el poema La cautiva.

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ABSTRACTCultural and artistic expressions

of the XIXth century are important for understanding the development of is-sues and problems that would be re-written in the literature of the XX and XXI centuries; including the issue of identity of Latin American nations that remains relevant. The political function of litera-ture from the XIXth century formed and established affectivities that manifest themselves in the organization and sta-bilization of civilian life by knowing and understanding it to be organized in so-cio-political and cultural fields, from the precepts of “civilization”; at the stage of the organization of national states where ideological liberalism interacts in poli-tics and romanticism in art in which was written the poem La cautiva by Esteban Echeverria.

We propose to analyze the issues of how and who to represent: the desert, the Indians, and the women, related to the civilizing dilemma that invites us to discern where barbarism is found in the poem La cautiva.

La literatura no surge en el vacío, sino en el seno de un conjunto de  discursos vivos con los que comparte muchas características. No es casualidad que a lo largo de la historia sus fronteras hayan sido cambiantes. (Todorov, 2007: 16).

La expresión “política de la lite-ratura” implica que la literatura hace política en tanto literatura. Supone que no hay que pregun-tarse si los escritores deben hacer política o dedicarse en cambio a la pureza de su arte, sino que dicha pureza misma tiene que ver con la política. Supone que hay un lazo esencial entre la política como for-ma práctica definida del arte de escribir. (Rancière, 2011: 15)

Todo acto de conocer trae un mundo a la mano. (Matura-na, 2003: 13)

Narrar y poetizar la nación entre la memoria y el olvido

Las propuestas actuales sobre el análisis de las letras en el s. XIX nos recuer-dan la necesidad de considerar el paisaje social y simbólico en el cual se conforma-ron los Estados nacionales en América La-tina; este trabajo se propone analizar las relaciones de alteridad que confrontan ci-vilización y barbarie que se desarrollan en

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el poema La cautiva de Esteban Echeve-rría. Hemos elegido reflexionar sobre las temáticas de cómo y a quién representar: el desierto, los indios y la mujer, relacio-nados con el dilema civilizatorio que nos invita a discernir sobre dónde se sitúa la barbarie en el poema La cautiva.

En América Latina, las repúblicas –en su proceso de configuración– ne-cesitaron ser narradas o poetizadas para identificarse como una nación: “Después de ganar la independencia, los criollos volcaron sus esperanzas hacia conquis-tas internas” (Sommer, 2004: 31), que les permitieran pasar a reconocerse a sí mismos y diferenciar-se de los “otros”, en un ámbito cargado de un “Romanticis-mo heroico que […] se caracteriza por su desconocimiento a lo aborigen, su negación a la etapa colonial y una con-cepción de lo nacional acorde con el surgimiento de los Estados Nacionales.” (García Yépez y Rodríguez Rojas, sf.) Los escritores intervenían activamente en la vida pública y se comprometían con la acción política, necesitaban comprender y organizar la sociedad civil; la literatura configuró imaginarios en el proceso de formación del ciudadano como agente de civilización -para ciertas élites-, esta-bleció acciones fundacionales donde la imaginación tenía como objetivo con-ferir forma y sentido a una subjetividad “nacional” desde el autoconocimiento que demandaba la construcción de la

identidad: …el fenómeno nacional no puede ser correctamente analizado sin tomar en cuenta y con mucho cuidado, la invención de la tradición. …lo esencial de una nación se encuentra en el hecho que todos sus individuos comparten su patrimonio común, pero también en el hecho que todos hayan olvidado mu-chas otras cosas:

El olvido y yo diría que, hasta el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación, de modo que el pro-greso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en efecto, proyecta luz sobre hechos de violencia que ocurrieron en los orígenes de todas las formaciones políticas, incluso aquellas cuyas conse-cuencias han sido más beneficio-sas. La unidad se hace siempre de modo brutal. [Ernest Renan. ¿Qué es una nación?] (Pecchi-nenda, 2000: 60)

La función política de las letras del s. XIX formó y cimentó afectividades que se manifestarían en la organización y es-tabilización de la vida civil conociéndola y comprendiéndola para organizarla en los ámbitos sociopolíticos y culturales, desde los preceptos de la “civilización”:

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…formar al ciudadano, al agen-te civil y civilizado de las nue-vas repúblicas…Es así como el hombre de letras, además de estar creando una incipiente li-teratura nacional, reflexionaba y participaba activamente en la formulación de ideas y proyec-tos constitucionales, legislativos, educacionales, etc., como otra manera de contribuir a la cons-trucción de las nuevas repúbli-cas. (Osorio, 2000: 43)

Estudiar las expresiones cultura-les y artísticas del s. XIX es importante para entender el desarrollo de temas y problemas que serían reescritos en las letras de los siglos XX y XXI, especial-mente si consideramos que la reflexión sobre el tema de la identidad de las na-ciones latinoamericanas continúa sien-do pertinente:

A través de la idea de la nación, que en el fondo es una innova-ción histórica bastante nueva, se puede comprender mejor la importancia crucial de la relación entre “memorias” y “tradiciones inventadas” en el proceso de construcción de los Estados mo-dernos, sobre todo por lo que se refiere a los más jóvenes, como son seguramente todos los que

pertenecen a la región latinoame-ricana. (Pecchinenda, 2000: 59)

Echeverría se involucró con el desarrollo de la idea fundamental de nación; con el proyecto de la formación de una conciencia nacional, fue el líder de la “Joven Generación”, planteó un li-beralismo moderno, fue un visionario y consiguió transformar el sensorium de su época desde algunas líneas de fuga: introducción del romanticismo europeo en Hispanoamérica, inauguración de la literatura nacional moderna al incorporar temas locales, aunque no haya alcanzado a asumir su realidad en toda su compleji-dad : “…con la incorporación del paisaje de la pampa que llama <<el desierto>>-, el enfrentamiento entre criollos e indios y la naturaleza salvaje, la temática na-cional se hace centro de la obra.[…]En Echeverría se ilustra con bastante pro-piedad la manera nacional específica en que el romanticismo se manifiesta en América… (Osorio 2000, 42) como lo propone Osorio-, donde interactúan el liberalismo ideológico en el ámbito polí-tico y el romanticismo en el arte, estuvo acentuada por el interés de los valores propios, pues los proyectos de integra-ción continental se habían disuelto en guerras civiles, enfrentamientos entre caudillos, que dieron como resultado el desgobierno que señalaba el camino hacia la anarquía y que produjo como

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resultado luchas caudillistas, guerras in-ternas, (Osorio 2000, 40) y descontento manifiesto contra el despotismo.

La cautiva, calificada como un relato en verso, aparece en un contexto socio-político complejo: en 1833, Rosas había emprendido la Campaña, su expe-dición al desierto para eliminar el “pro-blema del indio” y con ello, la barbarie; se había propuesto imponer la “civilización”; el dictador afirmaba que había conse-guido su objetivo, pero, aunque murie-ron miles de indios pampas, “el proble-ma” persistía:

El concepto de “civilización”, es de data reciente, fue utilizado por los franceses en el siglo XVI-II para oponerlo al de “barbarie”; tal como lo define Huntington (1997): “la civilización es el agru-pamiento cultural más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que tienen las personas […] son el nosotros más gran-de…”(García Yépez and Rodrí-guez Rojas, sf: 48).

Este poema es el primero de la antología Rimas, donde además de La cautiva, encontramos Himno al dolor, Al corazón y Canciones. (Echeverría, Rimas 1984) La edición cuenta con una adver-tencia, paratexto que devela la poética romántica de Echeverría, una clave de

lectura esencialmente referida a su poe-ma protagónico inicial además de poner bajo la consideración de la opinión pú-blica en general el grado de su conoci-miento certificado –todas las referencias que utiliza, las relaciones de transtextua-lidad que desarrolla para evidenciar la episteme que fundamentaba su posición frente al arte: su designio es “pintar algu-nos rasgos de la fisonomía poética del Desierto” –sería importante recordar que “…en el siglo XIX lo que estaba más allá de la frontera suponía una amenaza pero también encerraba un deseo de apropia-ción, de incorporación, era una zona ci-vilizable” (Rodríguez 2010)-; se propuso situar en el Desierto a “dos almas ideales” unidas por el vínculo del amor infortu-nado; declaró que la poesía entraba en el dominio de lo posible, presentaba la energía de la pasión: “Para los primeros románticos: […] el arte sigue siendo conocimiento del mundo. La única no-vedad, de haberla, es su juicio de valor sobre los diferentes modos de conoci-miento. Aquel al que se accede por la vía del arte les parece superior al de la cien-cia”. (Todorov, 2007: 67) Echeverría critica la poesía “facticia” de ideas altisonantes y follaje pomposo, las voces “campanudas” que se usan para referirse a “nimiedades”; es contrario a los oradores “gerundios” y a las poetas sin alma, pues la función de la verdadera poesía es representar lo bello“<<La finalidad del verdadero

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arte no es imitar la naturaleza, sino crear belleza>>” señalaba Winckelman (Todo-rov, 2007: 72)-; propone imágenes que relacionan al poeta con las prácticas –la techne- de otros campos artísticos que tiene como fin conseguir lo bello: “La be-lleza se define como aquello que, en el plano funcional, no tiene un fin práctico, y a la vez como aquello que, en el plano estructural, se organiza con el rigor de un cosmos.” (Todorov, 2007: 50) Reivindica la originalidad en la poesía: no se limitará a adecuarse a un patrón dado, no cree en la poesía como acción mecánica que demuestra la carencia de la “facultad ge-neratriz”, ya que así solo produciría una poesía falsa, destinada exclusivamente para los sentidos; pedestre, pues adole-ce de sencillez prosaica, copia lo vulgar y no puede ver lo poético esencial, hace gala en verso y rima, pero se vacía de significado; esto da pie a la convicción que la poesía miente y exagera; Echeve-rría declara su aversión a las preceptivas neoclásicas que pretenden catalogar: no hay que seguir moldes conocidos ni imi-tar modelos, la poesía real ni miente, ni exagera, es lo más íntimo que produce la inteligencia, está asida al pensamien-to, no necesita de calificaciones arbitra-rias: “Preciso es que (la poesía) aparezca revestida de un carácter propio y origi-nal, que reflejando los colores de la na-turaleza, física que nos rodea, sea a la vez un cuadro vivo de nuestras costumbres,

y la expresión más elevada de nuestras ideas dominantes… sentimientos, pasio-nes e intereses sociales.” (Jitrik 1967, 23) Declara también que el verdadero poeta idealiza, busca sustituir las imperfeccio-nes de la realidad, tratar sobre la belleza física y moral que interrelaciona ideas, afectos y acciones: “La belleza en sí no es un concepto ni objetivo (que pueda establecerse gracias a indicios materia-les) ni subjetivo, es decir, que dependa del juicio arbitrario de cada quien; es in-tersubjetiva y por lo tanto, pertenece a la comunidad humana.” (Todorov, 2007: 70-71) No le interesa “cuadrar la forma normal”, se propone buscar la realización de su pensamiento, arrebatar y mover con sus palabras; reivindica lo romántico en lo estético, en la libertad, se empeña en dejar rastro en el corazón y el en-tendimiento; elige los octosílabos pues lo apasionan; sostiene que la poesía se completa únicamente con el ritmo pues armoniza la inspiración que ayuda a ajus-tarse a los movimientos de los afectos:

El metro, o mejor, el ritmo es la música por medio de la cual la poesía cautiva los sentidos y obra con más eficacia en el alma. Ora vago, pausado, remeda el reposo o las cavilaciones de la melanco-lía; ya sonoro y veloz, la tormenta de los afectos; con una disonan-cia hiere, con una armonía hechi-

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za; y hace, como dice Schlegel, fluctuar el ánimo entre el recuer-do y la esperanza, pareando o al-ternando sus rimas. El diestro ta-ñedor modula con él en todos los tonos del sentimiento, y se eleva al sublime concierto del entusias-mo y de la pasión. (Echeverría, El matadero. La cautiva. 1990, 120)

El poeta tiene consciencia de su poder y al mismo tiempo, de su respon-sabilidad; “el conocimiento del conoci-miento obliga”, nos recuerdan Maturana y Varela (Maturana 2003, 163), “todo ha-cer es conocer y todo conocer es hacer”:

...predomina en La cautiva la energía de la pasión manifiesta por actos; y por otra, el interno afán de su propia actividad, que poco a poco consume, y al cabo aniquila de un golpe, como el rayo, su débil existencia.

La marcha y término de todas las pasiones intensas, se realicen o no, es idéntica. ...porque el estado verdaderamente apasionado es estado febril y anormal, en el cual no puede nuestra frágil naturale-za permanecer mucho tiempo, y que debe necesariamente hacer crisis. (Echeverría, El matadero. La cautiva. 1990, 117-118)

Es importante mantenernos atentos para no caer en la tentación de las certidumbres que limitan nuestra aprehensión -lecturabilidad– del mun-do, pues nuestras certidumbres impe-dirían que nos percatemos de su com-plejidad, que no puede ser únicamente nuestro mundo construido desde los prejuicios que producen las certidum-bres absolutas.

El escritor es el arqueólogo  o el teólogo que hace hablar a los tes-tigos mudos de la historia común. ...Es el de desplegar un nuevo régimen de adecuación entre el significante de las palabras y la visibilidad de las cosas, el de ha-cer aparecer el universo de la rea-lidad prosaica como un inmenso tejido de signos que lleva escrita la historia de una era, de una civi-lización o de una sociedad. (Ran-cière. 2011: 32).

La mujer, subalterna en un espacio “otro”

Henríquez Ureña señala que La cautiva tiene versos con sonidos opa-cos, que no hay magia en las imágenes, que es simple, pero con limpieza de trato, representa el espíritu del tiempo -Zeitgeist- y considera las voces de los pueblos –Stimmen der Völker- (Ureña, 2014: 174) Nuestra lectura se ha fijado

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también en el trabajo minucioso para conformar el poema: Echeverría ha cons-truido hipálages, metonimias, metáforas, símiles, enumeraciones con gradación, hipérboles, oxímora, utiliza el hipérba-ton, las preguntas retóricas, apóstrofes líricos, diálogos transtextuales para es-tructurar el poema en 9 “partes” o cantos y un epílogo -cada uno con un título y epígrafes que pueden conformar otra historia por sí mismos, pues nos remiten a la formación que define las elecciones estéticas que ha asumido el poeta sobre el romanticismo europeo, pero también sobre el renacimiento y sus referente clásicos –recupera a Platón en la ideali-zación de la Belleza, en la búsqueda de lo esencial; a Aristóteles y su propuesta de mímesis que incorpora el carácter ana-gógico del arte-:

1.ª parte, El desierto, el epígrafe de Hugo alude al espacio natural y a la determinación de emprender un camino inicial, el motivo del viaje implica el mo-tivo del conocimiento externo y el auto-conocimiento, el encuentro e interacción en las relaciones de alteridad, las pruebas, los peligros, el desarrollo de la perseve-rancia y por supuesto, el regreso al punto de partida como punto de llegada que descubrimos en la madurez sensata.

2.ª El festín, su epígrafe es de Dan-te y remite al tumulto altisonante, la ira, las palabras de dolor, la transformación deshumanizadora desde el alcohol que

las mujeres de la “tribu aleve” no pueden controlar en sus compañeros y que forta-lece los rasgos de inhumanidad.

3.ª El puñal, con un epígrafe de Calderón, anuncia muerte a manos de crueles bárbaros, pero también la her-mosura y la valentía que salva, María nos recordará la dignidad de Lucrecia frente al último rey etrusco, incluso la posibili-dad del suicidio si el destino se vuelve contrario y no le permite salvarse junto a su esposo.

4.ª La alborada presenta un epí-grafe de Manzoni que relaciona los muer-tos y la sangre que cubre la planicie, los protagonistas de la matanza son ahora los cristianos, cuyos “fieros cuchillos/ de-güellan, degüellan, sin sentir horror”, una venganza inexorable que se transforma en perfidia, en miasma para la naturaleza que tiñe la hierba con sangre hedionda y recuerda la hybris de los criollos.

5.ª El pajonal, nuevamente el epí-grafe corresponde a Dante quien nos recuerda que el ánimo cansado nutre y conforta: María salva a Brian, el dolor está presente, se focaliza en los héroes, pero cuentan con el piadoso cielo como alia-do que alivia sus tormentos.

6.ª La espera, con un epígrafe de Moreto, anuncia la extensión de las horas del deseo, la fuerza del amor que es fe inspirada, religión, esperanza, fuente in-agotable que confía en el nuevo día y en su salvación.

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7.ª La quemazón, con un epígrafe de Lamartine invita a contemplar cómo se extiende la llama que reduce los “pas-tales”, los cardos, los pajonales y animales a ceniza como si el día del juicio final hu-biese llegado.

8.ª Brian, con un epígrafe de An-tar alude a la victoria y la fama que se han logrado gracias a la espada, representa el héroe paradigmático, que aunque debi-litado en su confrontación con los indios, añora el kalós thánatos, la bella muerte que le permitiría morir defendiendo a su patria, envuelto en su bandera, haciendo sagrada su muerte.

9.ª María, con dos epígrafes, uno anónimo que enfatiza la extinción de la esperanza y el crecimiento del tormento, y el segundo de Petrarca que refiere la belleza de la muerte en un rostro bello, estos nos remiten también al motivo del kalós thánatos para María, ideal propio de los héroes que han conseguido cum-plir su areté guerrera, … y ella lo merece, es la recompensa a su perseverante es-fuerzo y renuncia para salvar la vida de su esposo, para asumir la acción y el es-pacio público como su espacio natural, siempre y cuando tuviese una razón para vivir, alguien a quien amar.

El epílogo tiene un epígrafe en el que Lamartine interrelaciona la luz y el alma de quienes murieron, la voz poéti-ca asegura la trascendencia de la pareja criolla, incorpora un mito etiológico: en

el lugar de la muerte de María crece un ombú cuya sombra espanta a los indios, refresca a los caminantes, constituye el lugar de encuentro de dos luces que eternizan el amor de los esposos, que nos recuerdan su trascendencia por me-dio de la poesía y en apariencia, la cruz que está en su base, se constituye en un signo apotropaico frente a los “bárbaros infieles”. Finalmente encontramos las notas que contienen la explicación de las palabras “autóctonas”, siete, que se han utilizado en el poema, y que la voz poética considera que necesita explicar, porque las conoce.

Echeverría elige a Byron para el epígrafe inicial que contextualiza y engloba el poema, califica el corazón de la mujer como suelo genial, fértil para generar los sentimientos más amables, siempre dispuesta –como la Samarita-na- a ofrecer vino y aceite; nos encontra-mos frente a la afirmación de un poeta romántico que rompió esquemas, no únicamente formales en su propuesta poética. Curiosamente, la Samaritana nos remite al Nuevo Testamento, la mu-jer a quien Cristo pide agua y a quien Él se le revela como agua de vida. El vino y el aceite nos remiten al amor, a la co-munión y a la unción, a la interacción entre lo espiritual y la alegría propia de la sensatez, pero también se abre la posibi-lidad de considerarlos como dones otor-gados a los seres humanos: Dionisos, la

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euforia y el consuelo del vino y Atenea, el olivo que recuerda la perseverante y paciente sensatez reflexiva. El poema menciona varias cautivas, pero nomina únicamente a María, que se libera del cautiverio de los indios gracias a su deci-sión, su esfuerzo y su voluntad; pero no del cautiverio de su amor, que señala sus responsabilidades, le permite descubrir su fortaleza, y por supuesto, su incapaci-dad de vivir sin él. En el epílogo de Elvira o la novia del Plata, Echeverría ha citado a Wordsworth: This said that some have died for love. (Jitrik, 1967) Pero, ¿María es acaso asumida como una subalterna en el sentido que propone Gramsci?: “[un grupo no simplemente oprimido] sino carente de autonomía, sujeto a la influencia o hegemonía de otro grupo social, que no posee su propia posición hegemónica.” (Bhabba, 2002: 81) Loayza advierte que ni los hombres ni las mu-jeres de La cautiva subvierten el orden, pues sostiene que la intencionalidad de Echeverría era “representar un tipo de mujer distinta a los modelos clásicos y socialmente aceptados; redefiniendo al sujeto femenino en función a los reque-rimientos que precisa la nueva nación argentina en su proceso de imaginación, delimitación y construcción. (Loayza, 2006: 924). Menciona –utilizando el con-cepto propuesto por Carole Pateman- que, para las mujeres el contrato sexual es la base del contrato social: “Es recién

por el contrato sexual en el que se defini-rían las relaciones de hombres y mujeres, de nuevo, a través de sus cuerpos, pero en una relación de subordinación de los primeros sobre las segundas.” (Loayza 2006, 931) Sommer refiere el sensorium del siglo XIX sobre las mujeres:

Alberdi hizo más que inventar lemas; los explicó y los comentó hasta la saciedad en programas prácticos destinados a incremen-tar hasta la saciedad la población, no solo por medio de una política de inmigración por la que pasa-ría a la posteridad, sino mediante matrimonios entre los industrio-sos anglosajones y el “ejército” de hermosas mujeres argentinas, eminentemente equipado para la campaña eugenésica de “me-jorar” la estirpe local e “ineficiente” de los españoles. … Esto contri-buyó a resolver la problemática legitimidad del hombre blanco en el Nuevo Mundo, ahora que los ilegítimos conquistadores habían sido expulsados, Sin una genealogía apropiada para arrai-garlos en la Tierra, los criollos se veían obligados a sentar los de-rechos conyugales y después paternos, estableciendo así una pertenencia más generativa que genealógica. Debían ganarse el

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corazón y el cuerpo de Améri-ca para fundarla y reproducirse como hombres cultivados. Para ser legítimo, su amor debía ser correspondido; si los padres da-ban el primer paso, las madres debían recibirlo de manera favo-rable. (Sommer, 2004: 32).

En la cautiva encontramos a Ma-ría, la única mujer que es nominada y ¿tal vez por ello?- con derecho a hacer escuchar su voz, es un personaje femeni-no dispuesto al crimen para defender su honor; al suicidio desde la dignidad que caracteriza sus acciones y decisiones, al sacrificio -hacer sagrada– su vida por su esposo, su hijo, su patria, pero no está dispuesta a sufrir la indignidad, ni la falta de sentido en su vida, ni la aceptación pa-siva de la inexorable confrontación entre las dos etnias que no se reconocen como “otros legítimos”. Conservando las distan-cias pertinentes, hacemos referencia a las valerosas elecciones de Antígona, a la so-lemne dignidad de Ifigenia, posiblemen-te a la perspicacia y recursos de Medea que le permitían medir las situaciones adversas y encontrar metis a inteligencia recursiva- para resolverlas. Pero, cómo leemos las palabras de María, si perde-mos las alusiones a las mujeres trágicas helenas: posiblemente no alcanzaríamos a leer las elecciones, las reflexiones, los te-mores, las acciones y las palabras de Ma-

ría en toda su magnitud -incluso la que supera la concepción de su autor-crea-dor–; podríamos recurrir a Showalter, quien nos remite a este cuestionamien-to de Shosana Feldman: ¿es suficiente ser una mujer para hablar como mujer? ¿”Hablar como una mujer” está determi-nado por alguna condición biológica o por alguna posición estratégica o teórica, por la anatomía o por la cultura? (Culler, 1999: 48). La voz poética recuerda el do-lor de María, su heroísmo, su fortaleza “va-ronil” a pesar de su juventud y su belleza, insiste en su soledad: “Y no hubo humana criatura/ que te ayudase a sentir”, pero la poesía lo hará, consagrará su dolorosa muerte, la protegerá del olvido, se asegu-rará de mencionar la trascendencia de su alma, la virgen poesía le asegurará el kléos de Cypariso, le tejerá una corona de ci-prés y conseguirá que admiren y veneren su nombre; la poesía puede asegurar su memoria y trascender el olvido, María ha realizado ya una katábasis al inframundo -el desierto- donde ha debido eliminar a quienes atentaban contra su digni-dad. Habría que recordar que el viaje al inframundo es la máxima prueba a la que puede enfrentarse un héroe -en el Asno de oro de Apuleyo encontramos la ka-tábasis de Psyque y la superación de las pruebas que harían posible su reencuen-tro con Eros-, también podríamos no per-der la alusión a Alcestes, quien decidió morir voluntariamente por su esposo Ad-

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meto, dio su vida para que las moiras no tomaran aún la de él, pero fue restituida al mundo de los vivos por Heracles que descendió al Hades y rescató a Alcestes que representa la fortaleza, la entereza-.

Nosotros asumimos que es im-portante no conocer única y exclusiva-mente las dimensiones de subalteridad de María en una sociedad en la que “la mujer, que nos introduce en la situación humana y que al principio nos parece responsable de todas esas desventajas de esa situación, carga por todos noso-tros con un deber pre racional de res-ponsabilidad culpable ya para siempre después (sic).” (Dorothy Dinnerstein. The Mermaid and the Minotaur: 234.) (Culler, 1999: 529). Hemos intentado desarro-llar una lectura de mujer incluyendo las alusiones clásicas, para conseguir un sistema textual más amplio, que no esté limitado por la visión que producen los conceptos que ha producido la autori-dad del hombre:

Para una mujer leer como una mujer no es repetir una identidad o una experiencia ya dada sino representar un papel que cons-truye con referencia a su identi-dad como mujer, que también ha sido construida de manera que la serie puede continuar: una mujer leyendo como una mujer leyendo como una mujer. La no coinciden-

cia revela un intervalo, una divi-sión dentro de la mujer o de cual-quier sujeto lector y la experiencia de ese sujeto. (Culler, 1999: 61)

La literatura es indisolublemen-te una ciencia de la sociedad y la creación de una mitología nueva. A partir de eso se define la identidad de una poética y de una política. El nuevo régimen de significación que destituye de sus privilegios a la voluntad de signi-ficar y la palabra en acto define también una distancia por rela-ción a la escena político demo-crática. (Rancière, 2011: 39)

El Desierto, un espacio de encuentro con la subalteridad del otro

El desierto juega un papel prota-gónico en la parte primera del poema, 180 versos. El epígrafe elegido es de Víc-tor Hugo, de su poema Mazzepa (Eche-verría, Rimas 1984, 85), contiene una re-ferencia a la acción, a la determinación de ir y adentrarse en un gran espacio ignoto, tan grande, que se convierte en un reto, o se lo conquista o se sucumbe en él:

Alberdi y Sarmiento coincidieron, esta vez, en la necesidad de po-blar el desierto, de hacerlo desa-