cuentos (ellie)

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cuentos varios

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  • 2

    ndice

    El pequeo sobre amarillo 3

    En el Bosque de los Silencios 8

    Pedacitos de Vidas 14

    Cambio de Ritmo 17

    Verdad o Consecuencia 21

    Tren de Medianoche 31

    Una Brisa en el Horizonte 39

    Acertijo 45

  • 3

    El pequeo sobre amarillo

    ora se encontraba en medio de un saln lleno de

    personas y, extraamente, estaba ms sola que

    nunca. Todos a su alrededor se reunan en pequeos grupos,

    murmuraban palabras que ella no alcanzaba a entender, la observaban

    furtivamente con ojos que se escabullan ante una mirada directa.

    Una pequea y regordeta mujer estaba frente a ella, hablando de

    un hijo al que Nora no conoca, contndole una historia a la que no le

    prestaba atencin. Mientras sus labios se movan sin descanso, las

    gruesas gafas redondas se deslizaban por su corta nariz pecosa, su

    lento descenso facilitado por la grasitud de la manchada piel.

    Inconscientemente, Nora asenta y dejaba salir unos mmm

    espordicamente, pero en este punto dudaba que importara. La mujer

    no se callara en un futuro cercano.

    Quin era esta mujer, de todos modos? Quines eran todas estas

    personas? Por qu estaban ah? Ahh, s, estaban aqu por l, su esposo,

    el gran seor senador. Siempre el centro de atencin, siempre el

    anfitrin de las mejores fiestas para el ms exclusivo grupo de elite de

    la ciudad. Este gran nido de vboras, pensaba Nora, mientras vea cmo

    los anteojos de la pecosa se deslizaban un milmetro ms hacia la punta

    de la nariz, slo para ser empujados rpidamente hacia arriba.

    Cuntas fiestas haba organizado para su marido a lo largo de sus 31

    N

  • 4

    aos de casados? Cientos? Miles? Ella las haba disfrutado

    realmente? Acaso l se lo haba agradecido alguna vez? Nora en

    verdad no lo recordaba... aunque le resultaba difcil recordar algo

    anterior a esa maana.

    Esta maana, pens, mientras su mano derecha viajaba

    ausentemente hacia el bolsillo de la chaqueta de su traje Chanel, hasta

    tocar un extremo del pequeo sobre que all aguardaba, necesitando

    que sus dedos le confirmaran que era real. Haba sido esa maana?

    Era posible que lo hubiera abierto apenas unas horas antes? Cmo

    algo tan pequeo poda significar tanto? Cmo una simple carta poda

    arruinar su vida?

    Esa maana, ella haba despertado incluso antes de que el sol lo

    hiciera, y despus de tomar una ducha y decir sus oraciones del da, se

    dispuso a desayunar en la cocina, mientras lea el correo que acababa

    de recoger. Era abundante, pero eso no era de extraar, dadas las

    circunstancias. Un senador recibe mucha correspondencia

    normalmente: notificaciones, cdulas, documentos, ocasionales

    amenazas de muerte... No haba nada que pudiera sorprender a Nora

    despus de tantos aos. O eso es lo que crea. Ah, justo frente a ella,

    un pequeo sobre amarillo esperaba ansioso la oportunidad de

    demostrarle lo contrario. Su forma era perfectamente cuadrada, y el

    ordinario papel intentaba sin xito esconder la importancia de su

    contenido. No tena firma ni sello que delatara su procedencia.

    Extraada, Nora lo abri por un lado y tom la tarjeta que contena.

    Eran apenas unas lneas escritas a mano, con una letra muy prolija y

    ligeramente inclinada hacia un lado. Oyendo slo el dbil tic-tac del

    reloj de la cocina, comenz a leer:

  • 5

    Querida Nora:

    He escrito esta carta tantas veces, que siento que las

    palabras carecen de sentido. No me conoces, pero yo s a ti. Conozco tu

    vida, tu casa, tu cama... y especialmente a tu marido. He sido su

    amante durante los ltimos 12 aos.

    Lo lamento...

    R.

    Esa ltima letra haca eco en la mente de Nora, resonando una y

    otra vez. R. R...

    R?! La muy hija de puta si siquiera tuvo la decencia de firmar con su

    nombre completo! Romina? Rita? Rosa, quiz? Ay, mierda, pens Nora

    de pronto. Ni siquiera puedo estar segura de que es una mujer, verdad?

    Tragando el nudo que se haba formado en su garganta, Nora tuvo que

    entrelazar sus manos con fuerza para evitar tomar la carta y leerla justo

    ah, en medio de una sala llena de personas. No es que hiciera alguna

    diferencia... todos lo saban. Probablemente lo haban sabido durante

    aos.

    De pronto, los susurros a su alrededor se volvieron

    ensordecedores. Estaban hablando de ella? Por supuesto que s.

    Cuntos de ellos lo saban? Cuntas veces se haban redo de ella? En

    un intento por escapar de los murmullos, Nora balbuce una disculpa

    a la pequea mujer de los lentes escurridizos y se dirigi a la otra

    habitacin, slo para encontrarse con la ltima persona que quera ver:

    su esposo. Ah estaba, sereno e inmutable, disfrutando como siempre

    de ser el centro de atencin.

  • 6

    En apenas un parpadeo, toda la vergenza de Nora se convirti en

    ira. Ella le haba dedicado su vida, haba abandonado su profesin

    para apoyar la carrera de su esposo, le haba entregado su amor, su

    juventud, su completa lealtad durante ms de tres dcadas, y cmo se

    lo haba pagado l? Mintindole en la cara, apualndola por la

    espalda, y plantndole un par de cuernos ms grandes que el estpido

    auto importado que haba comprado el mes anterior sin siquiera

    consultarle. Ese hermoso auto que muy pronto descansar en el lecho del ro.

    A medida que se acercaba lentamente hacia l, se maldeca a s

    misma por haber sido tan ingenua, tan leal. Maldijo todas y cada una

    de las maanas en que se levant al amanecer para prepararle el

    desayuno. Se arrepinti de cada hora que pas en el saln de belleza,

    preocupada por mantenerse siempre perfecta para l. Se reproch cada

    minuto que pas planeando sus cumpleaos y aniversarios,

    desvivindose por que cada detalle fuera perfecto para l.

    Ahora, de pie frente a su esposo, Nora dese poder volver el

    tiempo atrs y hacerlo todo diferente. Dese no haber abandonado su

    carrera de abogada por un hombre que no mereca siquiera besar la

    punta de sus tacones. Dese haberse revolcado en la cama de cada

    hombre que alguna vez la mir con ojos lascivos. Dese haber

    conocido su secreto hace aos, y dese haber planeado su venganza

    cuidadosamente durante meses. Pero, por sobre todas las cosas, Nora

    deseaba que el muy bastardo no estuviera muerto. Deseaba que

    hubiera vivido slo un da ms, slo unas horas ms, para darle la

    oportunidad de gritarle todas las maldiciones que ahora se

    amontonaban hasta casi atragantarla.

  • 7

    Si l hubiera muerto un da despus, o si la maldita carta le

    hubiera llegado un da antes, Nora no estara ahora de pie frente a un

    atad abierto, planeando las mil y un venganzas que jams podra

    realizar. Mirando hacia abajo a su marido ahora, not por primera vez

    el indicio de una sonrisa en su glido rostro, y su mano pic con el

    deseo repentino de borrrsela de una bofetada. En lugar de eso, la

    buena esposa del senador estir sus manos temblorosas hacia l y le

    enderez el nudo de la corbata negra, apretando lo suficiente como

    para ahorcarlo con ella. Si slo un deseo le fuera concedido en ese

    momento, sera que l estuviera vivo el tiempo suficiente para poder

    matarlo ella misma.

    O, mejor an, encontrarlo con la vbora de su amante y poder...

    Justo ah, Nora tuvo una revelacin, un momento de claridad tan

    repentino que la sacudi como el golpe de un latigazo. Un extrao

    pensamiento cruz por su mente, y apenas si pudo contener una

    carcajada por su obvia simplicidad: La pequea carta amarilla en su

    bolsillo no era una maldicin, no haba sido escrita como castigo ni

    burla. Era su boleto a la libertad.

    Reprimiendo una sonrisa, Nora volvi a mirar el plido rostro de

    su difunto esposo, slo para encontrar que la sonrisa que crey ver ya

    no estaba ah. Ella no lo necesitaba vivo, no necesitaba una venganza.

    Ella no estaba muerta, ya no era la esposa de un senador, y no era

    tampoco la viuda doliente que fue al despertar esa maana. Nora

    estaba viva y, por primera vez desde que tena memoria, era

    completamente libre.

    Ayer, Nora perdi a su marido. Hoy, ella recuper su vida.

  • 8

    En El Bosque de los

    Silencios

    ucedi hace 20 aos, temprano una maana de

    enero. La familia haba empacado para unas

    muy necesitadas vacaciones, dirigindose ciegamente hacia el sur,

    hacia un destino incierto que reconoceran al llegar ah. Y as lo

    hicieron. Cuando una ruta olvidada los llev hasta el lmite del

    inmenso bosque, con todo su verde esplendor dndoles la bienvenida,

    sus padres supieron que ese era el lugar. Nada de comodidades, nada

    de televisores, nada de quejas.

    A Celeste, de apenas 7 aos, la idea le fascin; despus de todo,

    nada le gustara ms que tener los derechos exclusivos de juego con su

    hermano mayor, su ejemplo a seguir, su hroe. Por otro lado, a Juan, de

    11, la idea no le agrad demasiado. Se perdera del cumpleaos de su

    mejor amigo, de muchas calurosas tardes en la pileta del club de su

    barrio, y de incontables partidos de ftbol en la canchita de la esquina;

    y todo para qu?, para internarse en el medio de la nada con unos

    padres que pretendan llevarse bien a pesar de que discutan cada

    S

  • 9

    noche en su cuarto, y con una molesta hermanita que al parecer se

    haba propuesto convertirse en su nueva sombra.

    Por todo esto, la sorpresa fue grande para Juan cuando al poco

    tiempo se encontr en realidad divirtindose. Su pap le ense a

    armar las carpas y a encender una fogata, su mam le mostraba qu

    plantas y frutos se pueden comer y cules no; y a su vez l le pasaba

    algo de su sabidura a la pequea Cele, ensendole a subirse a los

    rboles, a armar una hamaca con las gruesas lianas, y a reconocer a los

    pjaros por su canto (no es que en realidad tuviera la menor idea de

    qu aves eran, pero era divertido pretender que lo saba). En cuestin

    de das, todo pareca haber mejorado para la familia: l y su hermanita

    jugaban y se divertan como locos, hasta el punto que Juan se pregunt

    por qu no lo hacan as siempre; sus paps ya no discutan, y cuando

    l iba a su carpa temprano a la maana para despertarlos, sonrea al

    encontrarlos durmiendo abrazados el uno al otro.

    S, todo iba bien en las vacaciones familiares. Hasta la maana del

    quinto da, un da que comenz como de costumbre, con la siempre

    madrugadora hermana menor golpendolo con su osito de peluche

    para despertarlo. Luego de un rpido desayuno de t con galletitas de

    chocolate, los dos hermanos decidieron ir en busca de un buen rbol

    que trepar (para romper el rcord mundial que Juan haba establecido

    el da anterior), pero a los pocos minutos una liebre blanca llam la

    atencin de la pequea, y los invit a un nuevo juego que los llev, sin

    que se dieran cuenta, cada vez ms hacia el corazn del bosque. No

    saba cunto tiempo llevaban persiguiendo al escurridizo animal, pero

    de pronto Juan se dio cuenta que los frondosos rboles ya no le dejaban

    ver el cielo, y que no haba un camino a sus espaldas que los regresara

    a su campamento. Una extraa sensacin de malestar lo invadi, como

  • 10

    si estuviera siendo observado por ojos implacables. Y el completo

    silencio a su alrededor no hizo nada por tranquilizarlo. Era casi como

    si el bosque no se animara a hablar... y le implorara que l no lo hiciera

    tampoco.

    Vamos, Cele, tenemos que volver dijo calladamente,

    sobresaltndose ante el sonido de su propia voz.

    Su hermanita, de pie a un par de metros delante de l, se gir

    entonces, y la alegra que haba mostrado su rostro por el juego que

    jams le ganara a la liebre, fue rpidamente reemplazada por el

    horror. Todo pas en un segundo, y Juan ni siquiera tuvo la

    oportunidad de girarse para mirar a sus espaldas. Su hermana grit, su

    voz rasgando el bosque con un eco ensordecedor. Una sombra pas

    rpidamente a su lado, como una fuerte rfaga de aire que lo hizo caer

    al piso forrado de hojas.

    Y entonces... silencio. Silencio y resoplidos.

    Al mirar hacia arriba, Juan vio algo frente a l, algo grande y

    oscuro que le devolva la mirada framente. Un monstruo. Un

    monstruo aterrador con un cuerpo cubierto de cortezas de rbol y

    gruesos pelos negros como la noche. Era tres veces ms alto que l, y

    su cabeza era enorme, con una boca abierta llena de dientes que

    goteaban algo viscoso, y un par de cuernos que se inclinaban hacia

    delante, como apuntndolo. El monstruo resoplaba una y otra vez,

    completamente inmvil, dejando salir grandes bocanadas de humo por

    su nariz, un humo que se elevaba lentamente, ocultando parcialmente

    su cara. Juan vio todo esto en apenas un instante, porque no era su cara

    lo que le preocupaba, sino sus garras, en especial esa gran garra

  • 11

    derecha que sostena a su hermanita por el cuello, sus pies

    balancendose a ms de un metro del suelo.

    Juan quera gritar, de verdad quera hacerlo, pero para ello tendra

    que respirar, y sus pulmones parecan no estar funcionando en ese

    momento. Durante un par de latidos, Juan y el monstruo slo se

    miraron, mientras este resoplaba cada vez ms fuerte, como retndolo

    a intentar recuperar lo que le haba arrebatado.

    Co... corre... carraspe su hermanita, mientras intentaba sin

    xito liberarse de la garra que la ahogaba.

    Y, por Dios, as lo hizo. Antes de que pudiera entender lo que

    haca, Juan se encontr corriendo como nunca antes. No mir atrs, no

    grit, no se detuvo. Slo sigui corriendo y corriendo, abandonando a

    su hermana pequea en las garras de un monstruo, cometiendo el peor

    error de su vida.

    Nadie jams le crey, por supuesto. La buscaron durante meses,

    pero la pequea Cele simplemente desapareci. Despus de un tiempo,

    Juan dej de contar su historia, de asegurar que un monstruo se haba

    robado a su hermana, y muy pronto su silencio se transform en la

    nica respuesta posible: locura. En los aos que siguieron, intent

    superar la prdida como pudo, aislndose del mundo, pretendiendo

    que nada de eso haba pasado, e incluso sopesando la posibilidad de

    volverse alcohlico, pero el condenarse al mismo final de su padre no

    le pareca lo correcto.

    Ahora, dos dcadas despus, todo iba a terminar. De pie en los

    lmites del bosque que arruin su vida, Juan se prepar para

  • 12

    enfrentarse una vez ms a su peor pesadilla. Luego de cinco das de

    acampar, el repentino silencio del bosque le indic que el momento se

    acercaba.

    No grites, le susurr una voz en su mente. Cuando oblig a su

    cuerpo tembloroso a girarse, supo lo que iba a encontrar ah, pero el

    conocimiento no disminuy el horror. Ah estaba, mirndolo fijamente,

    resoplando ese humo del infierno, retndolo a correr, a probar su

    suerte de huir esta vez.

    No grites.

    Y Juan no lo hizo. En cambio, se impuls hacia delante, gruendo

    casi tan fuerte como la bestia que se abalanz sobre l. Al chocar con el

    monstruo, esper la muerte, y se sorprendi cuando esta no lleg. La

    criatura se detuvo, su boca abierta en una mueca extraa, con la mitad

    del gran machete de Juan sobresaliendo de su pecho.

    El monstruo resopl dos veces antes de sujetarle los brazos, no

    para apartarlos, sino para empujar el arma que empuaban an ms

    dentro de su inmenso cuerpo. Est... est sonriendo?, pens Juan con

    horror un momento antes de que la gran bestia se derrumbara en

    medio de un estruendo. Casi al instante, su deforme cuerpo comenz a

    desaparecer, ardiendo sin fuego, reducindose a cenizas.

    Lo haba hecho, lo haba matado, haba vengado la muerte de su

    inocente hermana tanto tiempo atrs, cuando haba sido apenas un

    nio incapaz de protegerla. Estaba hecho. Todo haba terminado.

    Poco dur el regocijo de la venganza, sin embargo, ya que un

    dolor inconcebible sacudi su pecho, ahogndolo en un grito mudo,

    hacindolo caer de rodillas en medio del bosque. Su cuerpo se

  • 13

    quemaba desde el interior, sus miembros se sacudan violentamente, y

    su corazn se detuvo al comprender lo que le suceda. Con horror, vio

    cmo sus manos cambiaban ante sus ojos, transformndose en garras

    hambrientas de sangre.

    No grites, haba escuchado en su mente, y ahora entenda el por

    qu.

    Mientras la oscuridad se incrementaba bajo su piel, mientras su

    cuerpo cambiaba para dar lugar a una aberracin, mientras los ltimos

    vestigios de su humanidad se perdan para siempre, Juan pens en

    aquel que se convertira en su sucesor, aquel inocente que no gritara al

    verlo, que no le dara el poder para asesinarlo, y que, ya fuera por

    miedo o venganza, lo matara algn da, condenndose a convertirse

    en aquello que ms odiaba.

    Sintiendo cmo la oscuridad aniquilaba al hombre que sola ser,

    Juan le dedic a esa desdichada persona su ltimo pensamiento. Fue

    un ruego, una plegaria que, irnicamente, fue la ms egosta de su

    vida: Por favor... no te tardes.

  • 14

    Pedacitos de Vidas

    o soy chusma, lo aclaro desde el principio para

    que no se me malentienda. Yo no ando por ah

    buscando chismes jugosos ni espiando a las personas para saber sus

    oscuros secretos. La gente viene y me los cuenta... qu se supone que

    haga? Hacer odos sordos?

    Si no quieren que nadie se entere, no deberan escribirlos. Pero la

    gente es medio estpida, viste? As que todos los das vienen y me

    cuentan sus vidas. Por ejemplo, hoy me enter que la nena del

    verdulero est embarazada, y la van a mandar a vivir al campo con sus

    abuelos hasta que tenga a la criatura. Bastante rapidita result ser la

    nena: menos de un mes de novia y ya tiene un pan en el horno. Pobre

    de la madre... o, mejor dicho, la abuela ahora. Treinta y cuatro aos y

    va a ser abuela. Y algo me dice que no va a querer aprender a tejer

    escarpines.

    Y ese novio que se mand la nena es un tema aparte, es un vago

    total! No estudia, no trabaja, no hace nada! Vive de los padres, y para

    colmo a ellos no se les dejan de acumular las deudas. Les han

    embargado el sueldo, tuvieron que vender el auto, y hasta amenazan

    con rematarles la casa. Con razn se la van a llevar a esa pobre

    criaturita; qu futuro va a tener con semejantes padres?

    N

  • 15

    Y hablando de padres, don Monzn, el de la esquina, es un padre

    ejemplar. No se le puede recriminar nada: se la pasa trabajando todo el

    da para darle a su mujer y a su hijo todo lo que necesiten... y para

    mantener a esa otra familia que tiene en Villa Libertador, tambin. Su

    familia de fin de semana, podra decirse. Les manda un cheque cada

    viernes, sin falta, y los visita cada dos semanas, a veces una vez al mes;

    no tan seguido para que la otra no sospeche. Padre ejemplar, si los hay.

    Yo no pude con mi genio y se lo dije a la mujer, le dije que no fuera tan

    ingenua, que abriera un poco los ojos, pero se hizo la que no me

    escuchaba.

    La gente no responde cuando no le conviene, pero yo s que me

    escuchan igual. A veces, cuando alguien se me acerca para dejarme

    una carta, para confiarme sus ms grandes secretos, le susurro algo al

    odo, algn chisme jugoso que me acabo de enterar. No me molesto en

    esperar una reaccin, nunca me la dan; tienen que aparentar que no les

    interesa, que no quieren ver los esqueletos en los armarios de los

    dems. Pero por supuesto que quieren. A m no me engaan.

    Ac viene uno, arrastrando los pies y mirando el piso como si la

    vereda se le escapara si no la estuviera mirando. Da lstima verlo.

    Todas sus ropas desgarbadas, el pelo sin peinar, la barba creciendo

    para todos lados. Cero esfuerzo por parecerse a un ser humano. Qu

    cosa tan importante tendr para decir en su carta, que sali de su cueva

    para drmela?

    A quien corresponda, empieza. Puff, ya arranc aburrida.

    Escrib esta carta hoy, 15 de abril de 1955 para decirte que en

    exactamente una semana me voy a quitar la vida. No s quin la leer,

    ya que el sobre no tiene destinatario, pero supongo que si el destino

  • 16

    quiere que viva, encontrar la manera de que alguien la reciba. Si la

    ests leyendo y el 22 de abril ya pas, ni te molestes... ya me suicid.

    Pero si ests a tiempo y te importa en lo ms mnimo mi vida, voy a

    pasar mis ltimos das en mi casa, en el 547 de la Avda. Moreno,

    esperando por alguien que toque a mi puerta y me d una razn para

    no morir. Si llegaste tarde, no te preocupes, el mundo no se pierde de

    mucho sin m.

    Atte, Ramn Gutirrez.

    Le la carta tres veces seguidas, sin poder creerlo. Quin era

    Ramn Gutirrez? Jams lo haba visto antes... y dentro de una

    semana, nadie lo volver a ver. Tengo que decrselo a alguien, tengo

    que hacer algo... pero cmo? No me puedo mover, no puedo avisarle

    a nadie, no puedo hacer nada. Soy slo un estpido buzn rojo

    plantado en una esquina! Y el cartero que toma mis cartas es un idiota!

    Jams se va a dar cuenta a tiempo!

    Qu puede estar tan mal en la vida de este hombre para que

    quiera terminarla? Cmo puede alguien desperdiciar tanto una vida

    que yo no tengo permitido vivir?

  • 17

    Cambio de Ritmo

    asaron casi dos aos desde el da que me compr.

    Seiscientos veinticuatro das, para ser exactos.

    Seiscientos siete de los cuales estuve metido en una pequea caja de

    cartn dentro de un oscuro y deprimente armario. Esperando. No lo

    entend al principio, me negaba a creerlo. Recordaba una y otra vez la

    expresin en su rostro en aquella tienda, y no entenda qu haba

    cambiado. Haba parecido tan feliz.

    Este modelo es cmodo y elegante a la vez, le haba dicho el

    vendedor, se adapta a cualquier ocasin.

    Esteban sonrea mientras caminaba de un lado al otro sobre el piso

    alfombrado, mirndome desde todos los ngulos posibles. Son muy

    cmodos, haba dicho, asintiendo. Yo estaba inflado de orgullo

    mientras haca todo lo posible para que sus largos pies se sintieran an

    ms a gusto. Me caa bien Esteban, y quera agradarle tambin, aunque

    saba que no debera hacerme ilusiones, despus de todo, cules eran

    las probabilidades de que l fuera el indicado?

    Pero de alguna manera se senta correcto. l se senta cmodo

    conmigo, y yo me adaptaba perfectamente a l. Entonces, por qu no?

    Cuando finalmente Esteban dijo las tres palabras m{gicas: me los

    llevo, sent que iba a estallar de alegra. Podra haber empezado a

    P

  • 18

    bailar justo ah, en medio de la tienda. Pero no lo hice, no an. Tena

    que guardar mis energas para despus, para cuando l las necesitara.

    A dnde me llevar Esteban ahora?, pensaba. Todava ms importante:

    a dnde lo llevar yo? Me sent inquieto todo el camino hasta la casa.

    Qu clase de persona sera Esteban? Deportista? Aventurero?

    Bailarn? Oh, por favor, que sea bailarn, rogaba por dentro. Que sea tan

    inquieto como yo, que busque siempre un nuevo lugar a donde ir, algn lugar

    donde no hayamos estado antes, un camino que no hayamos recorrido an.

    La primera vez que me us, fue para su cumpleaos. Su

    cumpleaos! Ah estaba yo, nuevo y reluciente, siendo nada menos que

    el centro de atencin. Y nos divertimos tanto esa noche... remos y

    disfrutamos con amigos, y hasta bailamos una cancin o dos. En un

    momento, Esteban me volc un poco de vino encima, pero slo era

    vino blanco, y de todos modos no importara si me dejaba una mancha.

    Fue la mejor fiesta del mundo.

    La prxima vez que estuvimos juntos fue para una reunin de

    trabajo. Estuvo bien, pero por supuesto no poda pretender que fuera

    tan divertido como la vez anterior. No importaba, ya vendran otras

    fiestas. An nos faltaba mucho por bailar.

    Despus de eso estuvimos juntos algunas veces ms, pero ya no

    tan seguido. Esteban tena muchos eventos a los que acudir, y no

    siempre era la ocasin apropiada para llevarme a m. Yo lo entenda.

    Lo entenda y esperaba.

    Y esperaba...

    Los das pasaban, acumulndose en semanas, y las semanas

    siempre tenan pretensiones por ser meses. Cuando menos lo esperaba,

  • 19

    llegaba el invierno, y Esteban no poda usarme entonces... Y yo lo

    entenda. Haba otros zapatos ms apropiados esperando servirle, pero

    ya llegara nuestro momento.

    Todo un ao vino y se fue, y otro cumpleaos lleg. Otro ao, otra

    velita en la torta, otra fiesta con amigos. Excepto que Esteban no me

    llev. Cre que lo hara, pero... supongo que se olvid. Una estpida

    camisa cay sobre mi caja un da, justo ah, en el rincn del armario, as

    que no debe de haberme visto. Seguro que me busc, pero no pudo

    encontrarme... hasta hace dos meses, cuando al fin me sac de mi

    claustrofbica caja otra vez. Dej salir un suspiro de alivio, sabiendo lo

    feliz que se sentira al verme.

    Pero no result ser Esteban quien se mostraba feliz, sino su primo

    Lucas. Su pobre primo Lucas, el del trabajo miserable y las cuatro

    bocas que alimentar. Est{s seguro?, le haba preguntado Lucas.

    Seh, no los uso m{s, respondi Esteban, son re cmodos, en serio,

    pero ya no son mi estilo

    Ya no son mi estilo... Las palabras hacan eco en m una y otra vez,

    como si de un persistente reloj se tratara. Eso era todo... tanto esperar

    para nada. Esteban ya no me quera, no quera saber nada de m. Era el

    fin.

    Empec el da siguiente sin nimos, esperando que terminara

    pronto. Los pies de Lucas eran ms rellenos que los de Esteban, por lo

    que tard unos das en acostumbrarse a m. Y yo no hice mucho que

    digamos por facilitrselo. Esperaba resignado a que me dejara

    abandonado en una caja. Excepto que no lo hizo... Lucas sigui

    usndome casi cada da. bamos juntos a buscar a los nenes al colegio,

  • 20

    a cenar de vez en cuando con su mujer, en esas noches en las que ella

    usaba esos tacos aguja que tanto me provocaban. Ya no dorma en una

    caja, sino debajo de la cama, donde haba ms espacio y no ola a

    naftalina. Y no dorma mucho tampoco... nada de esperar durante

    meses, no, seor. Al otro da salamos los dos otra vez. Nunca saba a

    dnde bamos a terminar, tal vez en el bar con unos amigos despus

    del trabajo, o quizs en la plaza, jugando a la pelota con sus hijos.

    Tena ms de una simple mancha de vino blanco ahora, pero qu

    importaba? Lucas no pareca notarlo, as que a m no me molestaba.

    Delgadas lneas marcaban mis costados por tanto andar, pero me

    quedaban bien, como si fueran esas arruguitas tempranas que le salen

    a alguien por sonrer demasiado. Cmo podra ser eso algo malo?

    Lucas y yo empezbamos cada da juntos, y lo terminbamos

    igual. S, probablemente voy a envejecer ms rpido de lo que lo hara

    si estuviera guardado en un armario, pero... quin me quita lo

    bailado? Ah, Lucas baila, lo mencion? Baila patticamente horrible,

    pero baila. Y se divierte mientras lo hace, los dos nos divertimos.

    Vamos a todos lados juntos.

    Al final result que el estpido vendedor saba de lo que hablaba.

    Este modelo es cmodo y elegante a la vez, haba dicho, y se adapta

    a cualquier ocasin.

  • 21

    Verdad o Consecuencia

    l viaje se haba pospuesto demasiadas veces ya, por

    mal clima, por falta de dinero, por alguna gripe

    oportuna o por el infaltable jefe cabrn que cambiaba la fecha de las

    vacaciones de su empleado a ltimo momento. Para cuando los seis

    amigos pudieron finalmente tomar la autopista, a finales de marzo, el

    comienzo del otoo ya amenazaba con cancelar su tan esperado viaje

    de verano. An as, muy temprano un sbado a la maana, las tres

    parejas dejaron atrs el ritmo estresante de la capital y se dirigieron a

    su remoto destino en la costa atlntica. Era una playa solitaria que no

    figuraba en ningn mapa turstico, y al cual no se poda llegar ms que

    por olvidadas calles de tierra que tenan la mala costumbre de

    inundarse cada tanto.

    La primera semana pas volando, y cada uno encontr algo con lo

    que matar el tiempo: los recin casados, Jorge y Natalia, se pasaban las

    noches encerrados en su carpa de amor, y los das provocndoles

    nuseas a sus amigos con sus incesantes demostraciones de afecto. El

    hermano de ella, Mauro, dorma todo el da, y no haba ocasin en que

    despertara de su siesta sin tener la cara pintada o el cuerpo enterrado

    en la arena. A su novia, Jennifer, no pareca importarle, sin embargo,

    ya que raramente estaba sola; siempre haba un Prometeo, un

    Principito o un pequeo Oliver que le hiciera compaa. Sus libros eran

    E

  • 22

    tan numerosos como variadas sus temticas, y los devoraba a una

    velocidad sorprendente.

    Por ltimo estaban Sol y Martn, una pareja que haba terminado y

    vuelto a reunirse tantas veces que ya nadie se molestaba en llevar la

    cuenta. Su estatus actualmente era de slo amigos, pero los

    exagerados gemidos de Sol que escapaban de su carpa por las noches

    contaban otra historia. l era un empresario que gastaba mucho ms

    dinero del que ganaba, y ella una aspirante a modelo de una belleza

    exuberante que casi compensaba su dficit de coeficiente intelectual.

    Casi...

    El clima se mantuvo calmo y agradable, y aunque las ms altas

    temperaturas del verano no hicieron su aparicin, el viento fro del mar

    no era nada que una manta y una buena fogata no pudiera manejar. El

    servicio meteorolgico local haba pronosticado una quincena sin

    lluvias, pero su grado de acierto general era tan bajo que a nadie le

    sorprendi la fuerte tormenta que azot la playa en la madrugada del

    sexto da. Los vientos eran tan intensos que les hicieron crecer alas a

    dos de las tres carpas, y las precipitaciones tan abundantes, que un

    inesperado ro de agua y lodo decidi separarlos de sus autos. Muy

    pronto, seis empapados amigos tuvieron que afrontar la decisin de

    pasar la noche en una apestosa carpa para dos, o aventurarse a pie

    hasta el pueblo ms cercano. Cuando el piso de su incmodo refugio se

    cubri de fango arenoso, la eleccin se volvi obvia.

    En medio de la tormenta, los seis amigos emprendieron el viaje

    hacia el pueblo sin poder ver ms all de un par de metros por delante.

    El implacable viento los llevaba hacia donde quera, mientras que el

    romper de las olas del ocano pareca venir de todas partes,

  • 23

    desorientndolos an ms. Despus de una hora de quejas de Sol por

    su pelo enredado, y de Martn por el hundimiento de su bote, las

    discusiones entre Mauro y Jorge acerca de qu direccin tomar slo se

    incrementaron, y minuto a minuto se haca ms claro que no tenan la

    menor idea dnde estaban. Natalia, la ama de casa dependiente de su

    marido, se la pas prendida de la mano de Jorge, recordndoles a

    todos que ella haba insistido en hospedarse en un hotel en la ciudad,

    mientras que Jennifer se mantuvo en silencio, lamentndose

    quedamente por sus amados libros perdidos.

    Despus de lo que se sinti como una eternidad, se encontraron

    con una precaria construccin de ladrillo en medio de la nada. No

    haba seales de que alguien estuviera all, o que lo hubiera estado en

    un buen tiempo. Pareca un depsito abandonado, un cuadrado

    imperturbable en medio de rboles sacudidos por el viento. Haba slo

    una entrada, una vieja puerta de madera cerrada con un candado

    oxidado que cedi ante la primera patada. En el interior, las tres

    parejas no encontraron ms que slidas paredes de ladrillo y piso de

    concreto, con una hoguera llena de viejas leas en medio de la

    habitacin, en la que no tardaron en prender un fuego esperanzador.

    Luego de asegurar la puerta, todos se sentaron alrededor del fuego, a

    esperar a que pasara la tormenta.

    No hay ventanas murmur Sol mientras se quitaba la ropa

    mojada. An cuando probablemente estaba muerta de fro, se sentaba

    junto al fuego en una pose de sesin fotogrfica, escondiendo la panza

    y arqueando un poco la espalda.

    Y? dijo Natalia, prendida del costado de Jorge como una

    garrapata, y obligndolo a mirar a cualquiera menos a Sol y a su figura

  • 24

    mucho ms esbelta que la de su esposa. Hay algo que quieras ver

    afuera?

    La rubia la mir durante un par de segundos antes de decir: No,

    slo deca... es raro.

    Es un viejo depsito, Sol murmur Martn. No necesita

    muchas ventanas.

    S, bueno, pero no podran haber guardado nada muy grande

    continu la modelo mientras se giraba para mirar a sus espaldas,

    despus de todo, la puerta no es muy... Se call de pronto, mientras

    el crepitar del fuego llenaba el silencio. Eeeh... y la puerta?

    Ay, amor... est justo ah... las palabras de Martn se

    desvanecieron mientras sealaba con una mano hacia una slida pared

    de ladrillos. Ok... estaba ah.

    En seguida, todos se pararon y empezaron a analizar las cuatro

    paredes, buscando desesperadamente las ventanas que no existan, y la

    puerta que al parecer haba decidido marcharse.

    Esto no puede ser dijo Mauro. Las puertas no desaparecen

    as como as. Adems, no estaba en esta pared, estaba en aquella

    agreg, sealando el lado opuesto a aquel por el que haban entrado.

    En ese momento, un leve temblor se sinti en el edificio vaco, que

    nada tena que ver con los rayos de la tormenta.

    Qu fue eso? dijo Jennifer, que hasta entonces no haba dicho

    una palabra. No se sinti como un trueno.

    Mi amor, tengo miedo... solloz Natalia.

  • 25

    No es nada, Nati le asegur su marido mientras la abrazaba,

    fue slo un rayo.

    Nuevamente, el extrao y breve temblor se hizo sentir en el

    edificio.

    La pared se movi murmur Jennifer.

    Es un terremoto! grit Sol.

    Un nuevo temblor se sinti.

    La pared se movi! grit ahora Jennifer.

    No seas exagerada, la pared no se movi se burl Martn.

    Otro temblor.

    S, se movi! chill Natalia con una voz muy aguda. Lo

    sent...

    Se produjo un largo silencio, el cual Mauro cort al preguntar:

    Soy yo, o el almacn parece ms chico?

    Pero no... no est ms chico asegur Martn, y sus palabras

    fueron seguidas de cerca por un nuevo temblor. Esta vez, todos

    pudieron ver cmo cada una de las cuatro paredes se cernieron un

    poco sobre ellos. Tan imposible como era, las paredes se movieron

    hacia adentro, mientras que el techo cay un poco ms sobre sus

    cabezas.

    Natalia dej salir un grito agudo que hizo zumbar los odos de los

    dems. Los tres hombres se quedaron mudos en su incredulidad,

    mientras que Sol lloraba y Jennifer pensaba en silencio. Nadie diga

    nada dijo esta ltima, voy a probar algo... Soy un hombre dijo

  • 26

    con voz fuerte y clara. Las paredes cerrndose ms alrededor del fuego

    comprobaron su teora. Son las mentiras... las paredes reaccionan

    ante las mentiras dijo finalmente, aunque ya todos se haban dado

    cuenta de ello.

    Esto no puede ser... no, no es real murmur Sol. El nuevo

    movimiento de las paredes hizo que se tapara la boca con las manos.

    Cllate, estpida! le grit Natalia. Tu boca de colgeno va

    a matarnos a todos!

    T cllate, gorda intil! le respondi la rubia. O haz algo

    til por una vez, y detn el techo con tus cuernos.

    El silencio que se form fue tan espeso que, a pesar de que las

    paredes no se movieron, la habitacin se sinti mucho ms pequea.

    Sol se arrepinti de sus palabras ni bien las dijo, pero ya era demasiado

    tarde.

    Ante la notoria rigidez de Jorge, Natalia se gir hacia l. Es

    verdad? le pregunt. Cuando su marido slo baj la mirada, le

    grit: Responde! Es verdad?

    Jorge dud un momento antes de murmurar: No. Entonces

    hizo una mueca de dolor cuando las paredes se cerraron a su

    alrededor.

    Maldito hijo de puta! le grit Natalia mientras se abalanzaba

    sobre l para golpearlo. Te voy a matar, hijo de puta!

    Su hermano, Mauro, la sostuvo mientras intentaba consolarla.

    Djalo, Nati, ya pas. Fue hace mucho, olvdalo...

  • 27

    Qu?? T lo sabas? grit mientras encaraba ahora a su

    hermano.

    No, no... minti l, achicando an ms el espacio en la

    habitacin. Juro que iba a decrtelo, Nati, pero no encontr el

    momento... Otro temblor apag sus palabras.

    Fue antes o despus de que nos casramos, Jorge?

    Antes, mucho antes dijo l, y las paredes lo desmintieron.

    No fue mucho antes dijo Sol, en una voz sorprendentemente

    tranquila. Fue dos semanas antes de que se casaran.

    Puta de mierda! la acus Martn. Nosotros todava

    estbamos juntos cuando ellos se casaron.

    Ah, y supongo t nunca me pusiste los cuernos, no? lo acus

    ella, y el silencio de Martn le dijo lo que sus palabras no quisieron.

    Cllense todos!! grit de pronto Jennifer, que se haba

    mantenido silenciosa en medio de las discusiones. El espacio era tan

    reducido ahora, que ninguno de los seis amigos poda mantenerse

    completamente de pie. El gran almacn vaco se haba convertido en

    una pequea habitacin de tres metros cuadrados, con una pequea

    fogata en el centro. De ahora en ms, nadie va a decir una palabra,

    porque todos son unos mentirosos! Desleales, traidores y estpidos

    mentirosos! Cuando todos guardaron silencio, Jennifer tom una

    profunda respiracin. Se gir hacia Natalia y dijo: Yo no lo saba,

    Nati. Si lo hubiera sabido, te lo habra dicho antes de tu boda. Pero la

    pregunta es: me habras credo? Cuando Natalia esquiv su mirada,

    Jennifer se gir hacia su novio. Jorge es tu amigo, Mauro, y lo

    entiendo... pero Natalia es tu hermana. Deberas habrselo dicho.

  • 28

    Iba a hacerlo murmur l. Se gir hacia su hermana y,

    mirndola con un gesto de disculpa, agreg: De verdad iba a

    decrtelo, Nati, pero estabas tan emocionada por la boda que... no

    pude.

    Ese no es el punto, amor continu Jennifer. Yo me acost

    con alguien ms el ao pasado, y te lo dije. Te mir directamente a los

    ojos y te lo dije. Y esa verdad te doli, y me lastim el decirla, pero

    tena que hacerlo. Todos se congelaron ante la confesin de Jennifer.

    Nadie jams habra imaginado una infidelidad de su parte. Mirando a

    su novio a los ojos, continu: En ese entonces, t me dijiste que me

    perdonabas. Era verdad, o an me guardas rencor?

    Sin responderle, Mauro desvi la mirada y se sent junto al fuego.

    Uno a uno, sus amigos lo imitaron. Slo Jennifer permaneci de pie.

    Esto tiene que parar dijo. Tenemos que dejar de mentirnos los

    unos a los otros. Yo siempre dije la verdad... no por temor a morir, sino

    porque era lo correcto. No les he mentido, aunque siempre supe sus

    engaos. S que no me perdonaste, Mauro. Y s que Natalia tiene tanto

    miedo de perderte, que va a perdonar tu infidelidad, Jorge. Y a m no

    me engaas, Martn... s los negocios turbios que manejas, y s que las

    apariencias lo son todo para ti, por eso ests con ella. Mirando a Sol,

    agreg: Y no, no me caes bien, Sol. Creo que eres la persona ms

    estpida que conoc en mi vida... y si no te dirijo mucho la palabra es

    porque prefiero guardar silencio antes que ser hipcrita. Jennifer

    hizo una pausa entonces, tom una profunda inspiracin y agreg:

    Todos tienen que quitarse las mscaras y empezar a decir la verdad...

    porque tal vez estn dispuestos a morir atrapados en sus redes de

    mentiras, pero yo no.

  • 29

    Nadie dijo nada por un buen rato, mientras slo poda escucharse

    el dbil chisporroteo del fuego y los fuertes gruidos de la tormenta en

    el exterior. Sorprendentemente, la primera en hablar fue Sol. De

    verdad lo lamento, Natalia. No pretenda lastimarte a ti ni a nadie.

    Levant la mirada hacia Jennifer y agreg: Y no soy estpida. Tal vez

    no lea tanto como t, pero me doy cuenta de las cosas, y puedo pensar

    por m misma. Es slo que... cuando durante toda tu vida tu propia

    familia te dice que eres una rubia estpida, les terminas creyendo.

    No renunci a mi trabajo en la Bolsa confes Martn un

    minuto despus. Me despidieron. Perd casi medio milln en un

    negocio que sali mal y...

    Los seis amigos continuaron hablando durante toda la noche. Tal

    vez fue el agotamiento de caminar bajo la tormenta, o quizs el alivio

    de que el peso de sus mentiras les fuera quitado de sus hombros, pero

    uno a uno fueron cayendo dormidos alrededor del fuego.

    Para el momento en que despertaron, la tormenta haba pasado y

    el sol se asomaba tmidamente por el horizonte. El almacn

    abandonado era ahora tan grande como lo haba sido cuando lo haban

    encontrado, y la pesada puerta de madera haba reaparecido y estaba

    ahora entreabierta, mostrndoles la salida con una sonrisa burlona.

    Nadie dijo nada en el camino de regreso al campamento. Casi no

    quedaba nada, y ninguno de los seis se esmer demasiado en buscar

    los objetos perdidos. De vuelta en el auto de su novio, Jennifer miraba

    por la ventana, preguntndose si lo que pas fue real o no. En el

    asiento trasero, Natalia viajaba tan silenciosa como su hermano lo

    estaba detrs del volante. Slo se escuchaba la radio, sintonizada en

  • 30

    una estacin al azar, donde el estribillo de una cancin ochentosa deca

    una y otra vez: And the truth will set us free.

    Y la verdad nos har libres...

  • 31

    Tren de Medianoche

    entada en un banco de la estacin de la capital,

    Lydia esperaba impaciente un tren que al

    parecer no tena apuros por llegar. No llevaba mucho tiempo ah, pero

    de alguna manera se senta como si hubieran pasado aos. El gran reloj

    a sus espaldas no funcionaba haca tiempo y, estpidamente, ella haba

    olvidado en suyo en la casa. El no saber la hora la pona nerviosa.

    La noche estaba fresca, pero su modesto abrigo haca un buen

    trabajo en mantenerla caliente. Ausentemente, se dispuso a remover

    con su ua la pintura azul del banco de madera, descubriendo que este

    sola ser celeste y rojo antes que eso. Lydia agudiz su odo con la

    esperanza de obtener seales del tren, pero era en vano. De hecho, casi

    todos los sonidos parecan haberse apagado a su alrededor, todos

    excepto los constantes pasos de la nica persona que esperaba con ella

    en la estacin.

    Era un hombre... un hombre algo extrao. No era joven, pero su

    cuerpo aparentaba ser fuerte, como si pudiera soportar un golpe

    fcilmente. No era hermoso, pero resultaba de alguna manera

    atrayente. Su cabello casi completamente encanecido le atribua una

    madurez que su rostro no mostraba, haciendo de su edad algo

    indescifrable. Lydia supona que deba de estar entre unos mediados

    cuarenta y unos tempranos sesenta, pero eso le dejaba un cmodo

    S

  • 32

    margen de error. El hombre no le haba hablado durante su mutua

    espera, y apenas si le haba dado un vistazo de reconocimiento, lo cual

    era algo insultante, ya que ella era muy bonita y cuidaba mucho de su

    figura.

    Por otro lado, sera mucho ms preocupante si l no le quitara los

    ojos de encima.

    Mientras que ella esperaba en silencio, el misterioso hombre se

    paseaba lentamente por todo el andn, detenindose frente a cualquier

    aviso o cartel que le ofreciera una breve distraccin. El ritmo de sus

    pasos era lento y constante, casi hipntico.

    Disculpe, podra decirme qu hora es? se aventur ella a

    preguntarle.

    El hombre se detuvo a su lado y la mir por un instante, su

    expresin en blanco. Medianoche respondi. Es exactamente la

    medianoche.

    Uhm... ni siquiera mir su reloj murmur Lydia.

    El hombre dej salir un largo suspiro antes de extender su brazo

    izquierdo hacia ella, dejndole ver que las dos agujas de su reloj

    apuntaban juntas hacia las doce. Siempre es medianoche aqu

    murmur mientras retomaba su camino hacia el mapa de lneas de

    trenes frente a l.

    Cmo? Qu significa eso? le pregunt ella, pero l no

    respondi.

    Varios minutos despus, el tren an no haca su aparicin. La

    ansiedad de Lydia creca ms y ms, y su cuerpo peg un salto cuando

  • 33

    la profunda voz del hombre reson a sus espaldas. A dnde se

    dirige, seorita?

    Ponindose de pie rpidamente, Lydia se gir hacia l, y lo

    encontr apoyado relajadamente contra una pared, con los brazos

    cruzados delante de su pecho. A mi casa... me dirijo a casa.

    Oh, ya veo murmur l. Y quin la espera ah? Su esposo?

    S, mi esposo me espera.

    Y sus hijos...? incit l.

    A pesar de que su mente le deca que dejara de hablar con ese

    hombre, que no era asunto suyo, por alguna razn no poda dejar de

    responderle. No tengo hijos dijo finalmente.

    Pero deseara tenerlos continu l.

    Aunque no fue una pregunta, ella no pudo evitar asentir en

    respuesta.

    Ambos se miraron en silencio durante un largo rato, y la falta total

    de sonidos de la estacin resultaba casi dolorosa.

    Qu est haciendo aqu, Lydia? Por qu vino a esta estacin?

    le pregunt l con una voz muy baja y tranquila.

    Vine para... para tomar el tren respondi ella

    instantneamente, justo antes de que un escalofriante pensamiento se

    le ocurriera. Yo no mencion mi nombre, verdad?

    No. No lo hizo dijo el hombre, an recostado contra la pared.

  • 34

    Una alarma de peligro comenz a sonar en la cabeza de Lydia,

    mientras se percataba de cun sola e indefensa se encontraba.

    Quin es usted? Qu quiere? pregunt temblorosamente mientras

    retroceda, alejndose de l.

    No tenemos tiempo para esto, Lydia. El hombre comenz a

    avanzar, con las palmas de sus manos levantadas hacia ella, como

    quien no quiere provocar a un animal atemorizado. No voy a

    lastimarte. Estoy aqu para ayudar...

    No! No se me acerque! le grit. Presa del pnico, corri hasta

    las puertas da salida, slo para encontrarlas cerradas. Se gir

    rpidamente, y ahog un grito al notar que el hombre continuaba

    acercndose. Le dio un rpido vistazo a las vas, su nico medio de

    escape, pero para llegar a ellas, tendra que pasar junto a l.

    Eso no har ningn bien dijo mientras avanzaba otro paso.

    Esas vas no llevan a ninguna parte, Lydia, y t lo sabes... ningn tren

    vendr a esta estacin.

    Q... qu? tartamude, presionando su espalda contra la

    puerta cerrada, como si eso fuera a crear mayor distancia entre ella y el

    desconocido que la acechaba.

    No vendr ningn tren. Cuando a ella se le escap un llanto

    de terror, l dej de avanzar, mantenindose de pie a unos dos metros

    de distancia. Lydia, escchame, trata de recordar: Cmo llegaste

    aqu? Quin te trajo a la estacin?

    Qu? No, no lo s...

    Dnde est tu cartera? Dnde est tu pasaje de tren? insisti

    el hombre.

  • 35

    No lo s. No lo s! grit ella.

    Lydia... qu tren ibas a tomar? Su voz era tan tranquila, tan

    suave...

    Cada msculo del cuerpo de la mujer se relaj un poco, mientras

    que su cerebro trabajaba en su bsqueda de respuestas. No lo s...

    Por qu ests esperando aqu si no sabes qu tren debes tomar?

    pregunt l, su voz casi un susurro. Dej caer sus manos a ambos

    lados de su cuerpo, y Lydia supo que no estaba ah para lastimarla.

    Cuando ella pudo finalmente controlar sus sollozos, l continu:

    Hay una razn por la que estamos aqu, Lydia. Hay algo que debes

    recordar... T viniste a esta estacin antes, a esperar por el tren de la

    medianoche. Lo recuerdas?

    No... murmur ella, a pesar de que su memoria comenzaba a

    remontarse hacia entonces. Era una noche fresca, igual a esta, pero la

    estacin no estaba desierta. Era una noche de sbado, y decenas de

    jvenes esperaban el tren que los llevara al club bailable elegido para

    la ocasin. Otras personas regresaban del trabajo, y aguardaban con

    impaciencia el viaje de regreso a sus familias.

    S, s lo recuerdas insisti el hombre. Piensa, Lydia, intenta

    recordar qu viniste a hacer esa noche. Cmo te sentas? Qu hiciste

    al llegar aqu?

    Ella se recordaba a s misma caminando entre la gente,

    dirigindose hacia las vas. Su mente estaba en blanco, demasiado

    aturdida por las emociones. Tena que terminar... tena que llegar a las

    vas.

  • 36

    Por qu lo hiciste Lydia? El hombre estaba ahora muy cerca,

    justo frente a ella, sosteniendo suavemente sus hombros. Ella ni

    siquiera lo vio acercndose. Por qu lo hiciste?

    Imgenes confusas se agolpaban en la mente de la mujer:

    imgenes de su trabajo, vaco y montono; imgenes de su hogar, triste

    y silencioso durante horas y horas; imgenes de su esposo, un hombre

    al que buscaba reconquistar, a pesar de que continuaba engandola

    sin remordimientos. Imgenes de un beb que no pudo nacer. Y las

    emociones... las emociones eran demasiado dolorosas.

    Lydia, por favor... No puedes seguir escapando. Tienes que

    recordar lo que sucedi, para eso estamos aqu. l la miraba a los

    ojos muy intensamente, y la compasin en ellos la hizo estremecer.

    No puedes seguir encerrndote aqu, debes dejar de castigarte a ti

    misma. Recurdalo... recurdalo y arrepintete. Slo as podrs

    continuar.

    No, no puedo... deca ella entre llantos. Duele, duele

    demasiado. Su mente estaba repleta de recuerdos olvidados, de

    imgenes desordenadas de una vida que no quera recordar. El dolor,

    la soledad, la desesperacin, llegaban a ella en olas que la desgarraban

    por dentro. La estacin repleta de personas, y Lydia completamente

    sola en medio de ellas. Voces, risas, el viento fro que secaba las

    lgrimas que caan por su rostro. El ruido del tren acercndose, ms y

    ms fuerte.

    Lydia, mrame le orden el hombre, sacudiendo un poco sus

    hombros. Djame ayudarte, ya no tienes que cargar con eso. No

    tienes que esperar sola en esta estacin. Yo puedo ayudarte, pero debes

  • 37

    permitrmelo, debes dejarme entrar! El tren no va a venir. Deja de

    torturarte a ti misma!

    Pero el hombre estaba equivocado, el tren vena, ella poda

    sentirlo. Todas esas personas en la estacin lo vieron, todos se giraron

    hacia las luces que se acercaban rpidamente. Ese era su tren, el tren

    que la liberara de su dolor. Ella tena que hacerlo.

    Mrame! Lydia, mrame! deca una voz, pero ya casi no poda

    escucharla, se alejaba ms y ms. Todo lo que ella poda or ahora era

    el tren, todo lo que poda ver eran sus luces. Cerr con fuerza sus ojos

    y salt.

    Y entonces... silencio.

    Rehael mir profundamente en los ojos de Lydia, y supo el

    instante exacto en que la perdi. l haba fallado... una vez ms. Ella no

    le permiti ayudarla, y comenzaba a dudar que alguna vez lo hara. La

    muchacha no poda perdonarse a s misma, y no encontrara la manera

    de salir de la estacin hasta que no lo hiciera.

    l la dej ir, y la observ mientras caminaba ausentemente hacia el

    banco en el que antes haba estado sentada, aquel en el que siempre se

    sentaba. No lo vea ahora, y no lo hara hasta no estar lista. Slo

    entonces Rehael podra hablarle nuevamente, comenzar todo el

    proceso una vez ms.

    Cuntas veces lo haban hecho ya? Cuntas veces haba

    intentado ayudarla a superar su muerte? Eran ms de las que poda

  • 38

    contar. Y en cada una de ellas, l haba fallado. Pero, an as, no se

    dara por vencido.

    Tena toda la eternidad para intentarlo.

    Disculpe, podra decirme qu hora es? le pregunt Lydia

    tmidamente un tiempo despus, notando su presencia nuevamente.

    Medianoche respondi l sin atreverse a mirarla an.

    Siempre es medianoche aqu.

  • 39

    Una Brisa en el

    Horizonte

    omenzaba el otoo de 1945, y aunque algunas hojas

    amarillas ya le daban la bienvenida, las altas

    temperaturas del verano an no hacan su retirada. En un pequeo

    pero pintoresco pueblo, una nia correteaba por la plaza central, bajo

    la atenta mirada de su madre. Su piel era de porcelana, y tena unos

    enormes ojos del azul ms intenso; lo nico bueno que su padre le

    haba dejado, segn opinaba su mam. Su cabello, por otro lado, lo

    haba heredado de ella: una tupida melena de rizos rubios que

    rebotaban sin cesar, siempre adornada con una cinta de seda color

    rosa.

    Su nombre era Brisa, y con apenas 5 aos, ya se haba asegurado el

    puesto de la futura rompecorazones del pueblo. Estaba siempre

    jugando y riendo, persiguiendo cosas que slo su imaginacin podra

    ver, provocando sonrisas en quienes fueran testigos de sus ocurrencias.

    Mira, mami, mira! exclam desde las hamacas, mientras

    sealaba con una mano hacia el cielo.

    C

  • 40

    Ay, qu hermoso arco iris... dijo su madre con falso

    entusiasmo, apenas levantando la mirada de su novela de misterio

    para darle un vistazo a la colorida aparicin a sus espaldas.

    Quin lo pint, mami? preguntaba la nia mientras corra

    por la plaza hacia ella.

    No est pintado, Brisa, est hecho de luz explic la mujer.

    Los arco iris aparecen cuando llueve mientras alumbra el sol.

    Recuerdas esa llovizna de hace unos minutos; esa por la que no

    quisiste dejar de jugar y volver a casa...? agreg en tono de

    reprimenda.

    Pero de dnde vino? Quin lo puso ah? insisti la nia.

    Nadie lo puso ah, simplemente apareci.

    Brisa lo consider por un momento, mientras miraba el arco iris

    que muy lentamente comenzaba a desaparecer. Su madre la conoca lo

    suficientemente bien para saber que las preguntas no haban

    terminado, as que cerr su libro y se gir sobre el banco de madera

    para encarar a su hija, sonriendo al verla analizar el cielo con la cabeza

    ligeramente ladeada, como si fuera un cachorrito curioso.

    Y dnde termina el arco iris, mami? Podemos ir ah?

    pregunt, sus ojos chispeando de emocin.

    No, no podemos ir ah, amor. Nadie sabe dnde termina el arco

    iris... y an si lo supiramos, no podramos llegar a tiempo. Los arco

    iris se desvanecen muy rpido, no puedes atraparlos.

  • 41

    Brisa frunci el ceo en decepcin por un momento, pero entonces

    pareci tomar una decisin y dijo: Bueno, yo voy a atrapar uno

    algn da, mami, ya lo vers.

    Riendo, su madre le pregunt: Y qu vas a hacer con l cuando

    lo tengas?

    Mmm, no lo s respondi la nia. Entonces le dio una ltima

    mirada al cielo antes de correr hacia el tobogn diciendo: Lo sabr

    cuando lo atrape!

    Ese otoo lleg y se fue sin bombos ni platillos, pero el invierno

    que le precedi fue el ms crudo que ese pueblo pueda recordar... y no

    por sus bajas temperaturas. Era casi el medioda del 16 de agosto

    cuando Brisa fue al almacn de la esquina en busca de pan, y nunca

    regres.

    El pueblo tembl en conmocin, y sus casi tres mil habitantes

    salieron a las calles en busca de la nia que todos conocan, pero que

    nadie poda encontrar. De un minuto a otro, as como as, Brisa

    desapareci. La nia nunca lleg al almacn, y su desconsolada madre

    no poda explicarse cmo haba elegido quedarse a controlar la comida

    en el fuego en vez de acompaarla.

    Pero ese es el tema con los pueblos chicos: nadie tiene esas

    precauciones, porque nada malo sucede jams. Por lo menos no en ese

    pueblo. Todos se conocan los unos a los otros y se saludaban

    amablemente en la calle. Todos confiaban ciegamente en sus vecinos.

    Bueno... en todos excepto en Ernesto Montese. l era un hombre

    extrao, callado y retrado, un hombre que no se meta con nadie...

  • 42

    porque nadie quera meterse con l. Su aspecto desalineado combinaba

    con el exterior de su casa, y ambos desentonaban completamente con el

    resto del pueblo. Su oscura barba ensortijada esconda una boca que

    pocas veces pronunciaba palabra, ya que eran sus ojos los que

    hablaban por l; ojos que siempre estaban observando, y que jams

    eran los primeros en desviar la mirada.

    S, Ernesto Montese tena algo que ver con la desaparicin de

    Brisa; todos lo saban, pero nadie poda probarlo. Como tampoco

    haban podido probar que tuviera algo que ver con el gran nmero de

    mascotas desaparecidas a lo largo de los aos pero, an as, nadie

    dejaba a sus perros sin correa en esa parte del pueblo.

    Das y noches completos de bsqueda pasaron, hasta que

    finalmente el municipio decret un estado de emergencia y, con l, la

    orden de allanamiento de cada hogar en la zona norte del pueblo, y

    poco era de extraar que la primera casa a ser registrada resultara ser

    la de Ernesto Montese. El interior de la casa era sorprendentemente

    limpio y ordenado en contraste con su dueo, y nada pareca fuera

    de lugar, excepto por la pequea cinta de seda rosada que descansaba

    en la mesa de luz de la habitacin principal.

    Para todos en el pueblo, esa era prueba suficiente de su

    culpabilidad, y cuando Ernesto aleg haberla encontrado tirada en la

    plaza, nadie le crey. El interrogatorio se extendi durante horas, pero

    a pesar de las amenazas e incluso los golpes recibidos por la

    polica, el sospechoso jams cedi. Una y otra vez se lo acus de haber

    secuestrado y asesinado a la pequea Brisa, y cada vez, la respuesta del

    sospechoso era la misma; con una sonrisa oculta detrs de su

  • 43

    asquerosa barba, deca: prubenlo. Y, como todos lo teman, nadie

    pudo hacerlo.

    No haba evidencias que sostuvieran el caso en su contra, y

    aunque el acusado no poda probar haber hallado la cinta rosa en

    medio de la plaza, nadie poda probar lo contrario tampoco. Una

    semana despus de su arresto, la polica no tuvo otra opcin ms que

    dejarlo en libertad.

    El odio y la indignacin del pueblo crecan da a da, y en algn

    punto, las amenazas hipotticas se volvieron planes concretos. Es

    curioso ver cmo funciona la justicia... a veces llega de la mano de

    quien debe imponerla, mientras que en ocasiones es ejercida por

    aquellos que se cansan de esperarla.

    En la ltima noche de agosto, la casa de Ernesto Montese se

    incendi por completo... con l adentro. Nadie vio nada, nadie dijo

    nada, pero todos en el pueblo saban quines lo haban hecho. Haban

    sido unos pocos, con el apoyo de todos los dems.

    Hoy, 65 aos despus, los restos de la casa del monstruo Montese

    siguen ah, a orillas del pueblo. No son ms que unas ruinas

    ennegrecidas que se niegan a desaparecer, recordndoles a sus

    habitantes la maldad que una vez vivi entre ellos, y que todos juntos

    pudieron erradicar.

    Ernesto Montese jams admiti su crimen, y el cuerpo de Brisa

    nunca fue encontrado. Sin embargo, esa maana del 16 de agosto de

    1945 no fue la ltima vez que la nia fue vista. Una vez cada tantos

    aos, alguien asegura haberse cruzado con ella. Nunca en el mismo

    lugar, nunca por la misma persona, pero siempre bajo una misma

    circunstancia: cuando un arco iris aparece en el cielo, la sombra de una

  • 44

    pequea nia corretea por el pueblo. Dura apenas un instante, y no es

    ms que una imagen traslcida movindose rpidamente, pero es

    suficiente para darle fama a un pequeo y olvidado pueblo en medio

    de la nada.

    Cada ao, miles de personas lo visitan con la esperanza de ver a la

    pequea y fantasmal nia, a la hermosa y desdichada Brisa, con sus

    rubios rizos rebotando mientras corre hacia el horizonte en busca de su

    arco iris. Todos conocen su historia, pero pocos comprenden su misin.

    Muchos dicen haberla visto, y unos pocos afortunados incluso han

    escuchado su risa cuando pasa corriendo junto a ellos. No es ms que

    otro de sus juegos, y al parecer se divierte jugndolo.

    Ahora es Brisa, la cazadora de arco iris; la eterna perseguidora de

    esas apariciones en el cielo, casi tan enigmticas como ella misma. Esos

    arco iris que insisten en desvanecerse demasiado rpido, pero que tal

    vez, slo tal vez, algn da podr atrapar.

  • 45

    Acertijo

    ernn y Glenda son dos mellizos que suelen

    llevarse bien, siempre que no estn obligados a

    pasar demasiado tiempo juntos. Desafortunadamente, luego de dos

    horas de manejar a travs de viejas rutas zigzagueantes, ni siquiera se

    encontraban a mitad de camino de la ciudad a la que se dirigan, donde

    su nica prima hermana haba decidido irse a casar. La ceremonia sera

    al da siguiente, y toda la familia ya estaba all, pero Glenda no quiso

    perderse de una fiesta, por lo que termin convenciendo a Hernn para

    que retrasaran su partida hasta el da siguiente. Por supuesto, eso

    significaba que ahora deban hacer ellos solos el viaje, en medio de una

    tormenta de viento que no slo bloqueaba la seal de las estaciones de

    radio, sino tambin la de sus celulares. La nica seal que no haba

    sido obstruida era la del GPS de Hernn, que por algn milagro

    continuaba mostrndoles el camino que deban seguir.

    Ruega que no granice, Glenda, o juro que vas a pagarme cada

    centavo del arreglo. Y ruega que no se nos pare el auto en medio de

    esta tormenta. Todo por tu estpida fiesta y tus estpidos amigos

    grua Hernn a su hermana, aunque internamente slo estaba molesto

    porque l no haba sido invitado. Mientras tanto, Glenda pretenda no

    escucharlo, mirando fijamente por la ventana al aburrido paisaje, como

    si fuera lo ms interesante del mundo.

    H

  • 46

    Eso era lo que siempre hacan: Glenda pretenda que Hernn no

    exista cuando se pona demasiado pesado, y l encontraba algn otro

    lugar a dnde estar cuando la frivolidad de ella se volva insoportable.

    Era justamente as como los mellizos haban pasado sus 18 aos juntos

    sin matarse el uno al otro. Era casi como si esos nueve meses

    encerrados juntos en el tero les hubieran bastado para toda la vida.

    Hernn era tan estudioso y aplicado como Glenda era haragana y

    despreocupada. Lo que l tena de inteligencia, ella lo tena de

    simpata, y la increble belleza de Glenda era equiparable al aspecto

    pulcro y sofisticado de su mellizo. Ambos se complementaban a la

    perfeccin... lo cual era probablemente la razn por la que preferan

    estar separados. Se haban peleado incontables veces a lo largo de su

    vida, pero siempre volvan a amigarse porque Glenda tena un punto

    dbil: no poda rer y permanecer enojada, y Hernn siempre saba

    cmo hacerla rer.

    Casi una hora despus, los fuertes vientos amenazaron con

    sacarlos del camino, por lo que los hermanos decidieron detenerse a un

    lado de la ruta a esperar que pasara lo peor. El GPS les mostr un

    montn direcciones extraas antes de apagarse al igual que los

    celulares, y unos quince minutos despus, el sistema elctrico del coche

    decidi hacerles compaa. El motor simplemente muri, dejndolos a

    ambos varados en medio de Dios saba dnde.

    Mientras Hernn miraba el motor con detenimiento, como

    esperando que apareciera frente a l un cartel que dijera para que el

    motor vuelva a funcionar, cliquee aqu, Glenda se paseaba por la ruta

    con ambos telfonos celulares en alto, intentando intilmente hallar

    una seal.

  • 47

    Slo porque los sostengas arriba de tu cabeza, no va a hacer que

    anden, Glen se burlaba Hernn desde el frente del auto.

    Ah. Y slo porque te quedes mirando el motor como un idiota,

    no vas a saber por qu no anda respondi ella. Qu esperas hacer

    ah, si no entiendes nada de autos?

    Dame tiempo, lo voy a deducir dijo Hernn. Cuando su

    hermana buf en seal de burla, agreg: Despus de todo, de los

    dos, yo soy el del cerebro.

    Mientras Glenda le sacaba la lengua infantilmente, una voz grave

    les llev a travs del viento. Necesitan ayuda, nios?

    Glenda peg un grito, haciendo que Hernn se golpeara la cabeza

    contra el cap. Girndose hacia sus espaldas, encontraron a un hombre

    ah, parado en medio de la carretera, como si simplemente hubiera

    aparecido de la nada. No haba ninguna casa a la vista, y el hombre

    estaba de pie, solo, sin ninguna clase de vehculo que lo hubiera

    llevado hasta all.

    Quin es usted? pregunt Hernn, tocndose la cabeza

    donde se haba golpeado. De dnde sali?

    Parece que necesitan ayuda... dijo el hombre, ignorando sus

    preguntas.

    No, estamos bien, gracias dijo Glenda, que se encontraba a

    varios metros ms cerca del hombre, justo entre l y su hermano.

    Qu dijiste, nia? pregunt el hombre, tocndose la oreja.

    No pude escucharte por todo este viento. Espera... mir a su

    alrededor, y en un parpadeo el fuerte viento simplemente ces, como si

  • 48

    hubiera sido provocado por un inmenso ventilador al que acababan de

    desenchufar. Ah... mucho mejor.

    Hernn lo miraba con los ojos casi tan abiertos como su boca,

    mientras que su hermana se haba quedado muda, y comenzaba a

    retroceder hacia l con pasos temblorosos.

    A dnde vas, cario? le dijo el hombre, entonces chasque su

    lengua repetidas veces en seal de desaprobacin. Glenda dej de

    retroceder, pero no porque quisiera quedarse en ese lugar, sin porque

    su cuerpo se negaba a moverse.

    Ay, Dios grit ella, mientras que su hermano luchaba por

    moverse y maldeca al no poder lograrlo.

    Qu mierda es esto?! grit l, sus ojos casi salindose de sus

    cuencas.

    Esto, pequen, es un juego dijo el hombre. Vers, he estado

    aqu durante mucho tiempo, y como al parecer ya nadie usa estos

    viejos caminos para atravesar el pas, me pareci una buena idea el

    salir a saludar. No s si lo notaron, pero no hay muchas personas por

    aqu. Hizo un gesto de resignacin y agreg: En fin, les propongo

    que juguemos un juego.

    Qu? Qu clase de juego? Quin mierda eres?! le grit

    Hernn. El no poder moverse lo enfureca, mientras que a Glenda la

    aterrorizaba.

    No hay necesidad de maldecir, niito lo reprendi el

    hombre. Es un simple juego. Ms bien, es un acertijo. Yo les har una

    pregunta, y si la responden correctamente, los dejar ir. Les arreglar el

    auto y podrn seguir su camino como si nada.

  • 49

    Y... y si no respondemos bien? pregunt Glenda con voz

    temblorosa.

    El hombre gir su mirada hacia ella, mientras una lenta sonrisa se

    extenda por su rostro. Quien no responda bien, tendr que pagar un

    precio.

    Qu precio? pregunt rpidamente Hernn.

    Oh, nada importante respondi el hombre, ondeando una

    mano. Slo una pequea e insignificante partecita de su alma.

    Los hermanos permanecieron en silencio durante un largo rato,

    mirando al hombre con incredulidad. Ahora que el viento haba

    cesado, no poda escucharse absolutamente nada, casi como si

    cualquier vestigio de vida hubiera sido exiliado de ese lugar. El

    hombre los miraba sonriente, an parado en medio de la vieja ruta. No

    haba nada extrao en su apariencia ni en sus ropas ni en nada que

    pudiera observarse, pero algo en l se senta antiguo. Antiguo y

    poderoso. Y ese algo les dijo que no estaba bromeando.

    Si es tan insignificante murmur Glenda, para qu lo

    quieres?

    El hombre ri entonces, una spera y fuerte risa sin humor que los

    sobresalt a ambos. Y pensar que todos dicen que tu hermano es el

    inteligente dijo cuando finalmente dej de rer. Lo quiero por

    obvias razones, querida. Lo quiero porque no lo tengo. Cuando

    ninguno de los hermanos dijo nada, el hombre asinti y se acerc unos

    pasos. Ambos intentaron retroceder, pero sus cuerpos no se lo

    permitieron. Ahora, as es como funciona. Hagamos de cuenta que

    voy a matarlos a ambos...

  • 50

    No, por favor! rog Glenda entre llantos.

    El hombre la mir con gesto aburrido. Es un hipottico, querida.

    Y por favor intenta no gritar... no me obligues a matarte de verdad.

    La muchacha cerr los ojos con fuerza, y se mordi los labios para

    no sollozar. Si hubiera podido moverse, se habra tapado la boca con

    ambas manos.

    Muy bien dijo satisfecho el hombre. Hagamos de cuenta

    que voy a matarlos, pero les permito elegir cmo van a morir, diciendo

    una simple frase, la que ustedes elijan. Si me dicen una verdad

    absoluta, los matar rpidamente y sin dolor; pero si lo que me dicen

    es una mentira, los matar muy lentamente y en agona. Mi pregunta

    es: qu me diran para evitar que los mate?

    Un pesado silencio cay entre los tres, y mientras Glenda miraba

    nerviosamente a Hernn, el hombre esperaba pacientemente su

    respuesta. El joven pensaba frenticamente, buscando una respuesta

    imposible al acertijo, cuando finalmente lo entendi.

    Dira que vas a matarnos lentamente dijo el muchacho con

    conviccin. Cuando el hombre arque una ceja hacia l, explic: Mi

    respuesta sera que nos vas a matar lentamente. Si lo tomas como una

    verdad, entonces vamos a morir rpidamente y sin dolor, lo que

    significa que era mentira. Si lo consideras una mentira, entonces nos

    matars lentamente, lo que significa que lo dije era verdad. Ante la

    duda, no podras matarnos.

    El hombre le sonri lentamente sin decir nada. Entonces mir a

    Glenda y dijo: Sabes, tu hermano tena razn: de los dos, l es el del

    cerebro. Cuando comenz a caminar hacia ella, Glenda ya no pudo

  • 51

    contener sus sollozos, y mientras el hombre se acercaba ms y ms,

    Hernn grua, intentando sacudirse de la fuerza que lo mantena

    inmvil.

    Qu haces?? No la toques! le gritaba. Yo respond la

    pregunta, djala ir!

    No, no, no... dijo el hombre. Yo dije que quien no

    respondiera correctamente, debera pagar el precio. T respondiste...

    ella no.

    Hijo de puta! Si la tocas, te mato, hijo de puta! lo insultaba

    Hernn mientras luchaba intilmente por moverse. Mientras tanto, el

    hombre segua acercndose a su hermana, quien lloraba sin control.

    Shhh, no llores, nena murmur el hombre, ahora frente a

    ella. Esto no va a doler. Mientras ella lloraba y su hermano gritaba

    con todas sus fuerzas, el hombre le acarici una mejilla suavemente,

    limpindole las lgrimas que no dejaban de caer.

    Al instante, Glenda se congel. Sus sollozos se detuvieron, su

    respiracin se tranquiliz, y muy lentamente abri los ojos para

    encontrar los del hombre frente a ella.

    Tan hermosa... murmur l mientras continuaba acariciando

    su mejilla. Pero apuesto a que nunca antes envidaste tanto la

    inteligencia de tu hermano.

    Hernn observaba la escena sin poder creerlo, viendo a este

    hombre acariciar el rostro de su hermana mientras ella lo miraba con

    total tranquilidad. Era casi como si estuviera hipnotizada.

  • 52

    Unos segundos despus, Glenda se estremeci levemente y, as

    como as, el hombre alej su mano y dio un paso atrs.

    Bueno, ya pueden irse. Se gir y habl directamente a

    Hernn. Tu auto funciona perfectamente ahora, y ese aparatito tuyo

    les va a mostrar el camino. Sigan sus migajas de pan de regreso a casa.

    El hombre se ech a rer entonces, pero era una risa diferente a la

    anterior, ms natural, como la risa de un nio. Se gir y comenz a

    caminar por el medio de la carretera, alejndose de ellos. Cuando su

    silueta ya no poda verse a la distancia, Hernn y Glenda pudieron

    moverse nuevamente.

    De inmediato, Hernn corri hasta su hermana y la abraz con

    fuerza. Qu fue eso? Qu te hizo, Glen? Te lastim? Ests bien?

    Al notar que ella no reaccionaba, la tom del rostro para obligarla a

    encontrar su mirada. Glen, mrame, ests bien?

    S, estoy bien respondi ella. Se escabull de los brazos de su

    hermano y se gir hacia el auto. Vamos a casa, Hernn.

    El camino de regreso fue largo y silencioso, y la ausencia total de

    viento era an peor que estar en medio de la tormenta. Hernn no

    dejaba de preguntarle a su hermana si estaba bien, pero muy pronto

    desisti ante su falta de respuesta. Glenda se mantuvo en silencio

    durante todo el viaje, mirando ausentemente por la ventana. A pesar

    de sus intentos, Hernn, el nico que siempre saba cmo sacarle una

    sonrisa en cualquier situacin, no pudo lograrlo.

    De hecho, desde ese da, Glenda no volvi a rer.