cuentos serranos

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Recopilación de Vivencias, Sueños e Ilusiones.

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Page 1: Cuentos Serranos
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Tipacha...

La vida es como un juego de tipacha, cuando te toque tirar, debes saber

pegarle para contrarrestar la situación, y según la fuerza con que impactes,

obtendrás el resultado, puedes voltear la situación, revertirla o simplemente,

volverla más complicada.

Esta es una compilación de cuentos, probablemente te has encontrado en

alguna situación similar, o te vas a encontrar aun en una de ellas, recuerda que

la vida es cíclica, te sucede a ti, le sucedió a otros, y le sucederá a alguien

más.

Por eso a través de estas sencillas situaciones cotidianas que vivimos cada

uno de nosotros los que protagonizamos cada una de ellas, te invitamos a que

siempre reflexiones antes de hacer algo, pero si decides hacerlo, hazlo con

todas tus fuerzas, sin temores, sin miedos. Solo atreviéndote a golpear duro,

recio y bien apuntado podrás darle vuelta al disco, y habrás ganado esa simple,

complicada o gran batalla.

Tu eres el disco poderoso en este juego de tipachas llamado “vida”, el control lo

tienes en tus manos, direcciónalo con tu cabeza, y empújalo con el corazón,

solo así, podrás darle vuelta, revertir y ganar esta noble batalla.

Recuerda que en tu vida habrá oponentes más fuertes, pero también puedes

vencerlos, siempre y cuando, el control del juego lo tengas tú y no ellos.

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Se feliz en esta vida, disfrútala, como un juego de tipachas.

Cesar Iván López Esponda.

“He perdido muchas batallas, pero la guerra aún no termina.”

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El canto de la ardilla.

Hace muchos años

Cuando los cerros cubrían el valle de Motozintla,

Cuando el rio surgía en la montaña,

Cuentan los ancianos,

Los más grandes de estos rumbos, como el abuelo Saulo o el tío José,

Cuentan estos hombres que la ardilla cantaba,

Se podía oír no muy lejos, en el cerro,

Como a unas 10 cuerdas,

El canto de la ardilla,

Por las mañanas cuando el sol comenzaba a salir y las aves levantaban su

vuelo,

La ardilla cantaba,

Nadie conoce con exactitud su cantar,

Muy pocos lograron escucharla,

Algunos ya no viven, y los que viven, ya no se acuerdan,

Los años han hecho estragos en su mente,

Pero recuerdan vagamente que la ardilla cantaba,

Su canto era mágico,

Se confundía con el canto del cenzontle,

Y muchos decían que era una de sus tantas voces,

Pero no,

Era el canto de la ardilla,

La que dio origen a esta tierra,

La que volaba en los pinos buscando su comida,

La que rodaba en las laderas jugando con el viento,

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La que traía la lluvia,

La que nadaba en el río,

La que encontrabas a la orilla del camino, y no corría,

Parecía que quería jugar contigo,

Se metía entre tus patas

Y te arrojaba frutas de pino.

El canto ya no se escucha,

La ardilla ya no se ve;

¡Se perdió en la montaña!, piensan los hombres de hoy,

Pero no es cierto,

La ardilla se escondió,

Porque vio que en esta tierra la gente no ama la naturaleza,

No tienen gratitud,

Han corrido al rio y ya no se puede bañar,

Han arrancado los pinos y no tiene que comer,

Han contaminado el viento, y ya no tiene con quien jugar,

Está escondida esperando que regrese el viento,

Que el río brote en la montaña,

Que el pino le traiga su comida,

La ardilla está escondida y su canto también,

Está esperando cantar, ansiosa de hacerlo,

Y tú la tienes que ayudar.

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El zoropico...

Suspenderse por los aires no cualquiera logra hacerlo en estos tiempos, son

pocos, contados, entre ellos, el zoropico es de los pocos que logran hacerlo por

prolongado tiempo, es el rey de los aires, el domina la gravedad, la desafía, y

ya engrandecido, hace piruetas y juega con él.

Controlado siempre por las manos de un niño motozintleco, quien es el capitán

a bordo; su timón: un bollo de hilo en sus manos, suficientes para cruzar las

aventuradas alturas, para desafiar el cielo y su infinidad.

Comienzan a verse por los cielos, allá por la rivera hidalgo, por el batallón de

los soldados, o por los cerritos de las canoas, ahí se encuentran sus pistas

de despegue.

Por las tardes, después de haber llegado de la escuela, los pilotos corren a

desempacar el equipaje, donde guardan los instrumentos para realizar sus

aéreos recorridos, y después sacan al dueño de los aires, con sumo cuidado y

delicadeza, ya que su estructura de papel china y “chumo” lo hacen de frágil y

delicado.

Comienzan la travesía al cerrito, a la orilla del rio o en estos tiempos a la

azotea de la casa, siempre con el cálculo perfecto para que el objeto volador no

quede atorado en los cables, en algún árbol o simplemente una ráfaga de

viento lo haga perderse en la inmensidad.

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Sobre el vuelo, llega el momento de enfrentar extraordinarias batallas contra

otros ases del espacio, puede ser una reina, un sol, una paloma, pero acá, en

el pueblo, el zoropico es el rey de las alturas.

De aspecto no tan vistoso, no tan delicado ni con una arquitectura perfecta, el

secreto radica en su centro, en el corazón de su existencia, en la cualidad que

tiene de dejarse guiar y ser preparado por las manos inocentes de un niño,

quien realiza la labor perfecta de formar sus “frenesillos” a la perfección,

dándole la certeza, de que nada ni nadie los podrá vencer.

Así es el zoropico, no impresiona, pero siempre vence, no atrae pero siempre

sobresale.

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“Niché”

Y corrió el arroyo por el sendero de las mulas; "Niché", con la carga al hombro

atravesaba lentamente la montaña del Carrizal, para descender al valle de San

Francisco, a la fiesta grande del Patrón del Pueblo, trayendo sobre su espalda

el “pashte” sagrado para embellecer el Nacimiento decembrino, unos costales

de “juncia” para la fiesta de navidad, esa hoja encantadora que da brillo a los

pisos de tierra en cada festividad que se realiza, así descendía "Niché",

trotando lentamente para no resbalar por el camino húmedo que había

marcado el rocío de la mañana, haciendo malabares con las patas para no tirar

la carga logró asomarse a las orillas del Río Grande, ese que desciende de

Xelajú, que atraviesa la Hacienda de San Francisco, que alimenta los palos de

copal, los pachanes, la chilca, lo matorrales de órgano; se detuvo entre ellos

"Niché", y logró saborear nuevamente la fruta eterna, codiciable a los ojos al

detenerse frente a ella, casi prohibida, atractiva a la vista de cualquier errante,

"Niché" la saboreo, lentamente, se espino una que otra vez, pero la satisfacción

hizo valer la pena las pinchadas en las patas y trompa.

Retomó fuerzas, como si el órgano hubiese sido la vitamina para el camino,

con la carga en la espalda se dispuso a atravesar el Río, se mojó lentamente

las patas, las anclaba a las piedras fuertemente a modo de no ser arrastrado

por la fuerza del gigante y majestuoso Río Grande, el pashte y la juncia se

elevaron, cual si pareciera que no querían tocar la mínima porción de agua,

para no perder su encanto natural, ese que los hace venderse solos en el

mercado viejo de San Francisco Motozintla, cruzó el Río de manera heroica,

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como si no fuese su pan de cada día hacerlo, se limpió las patas, se arregló el

pelaje y se dispuso entrar a recorrer las calles de tierra y piedra del pueblo.

Jovial y airoso, comenzó su recorrido, ahora en otra postura, le temblaban las

patas, pero lo disimulaba muy bien, no quería que alguien se riera de él, mucho

menos encontrarse a un équido hembra y pensar ésta que era un completo

debilucho. Parecía el asno más fuerte de la región, cargaba sus costales de

una forma única y peculiar.

Movía las patas al compás de la cola, misma que hacía un péndulo entre ellas,

de una forma única que enamoraba y atraía a cualquiera.

Su andar lo llevó a las faldas del Cerrito de las Cotorras, ese, el de Guadalupe,

aligeró su carga, pues tenía que ser entregada en la plaza, los citadinos habían

abarrotado las inmediaciones para hacerse del pasthe y la juncia, ya que

estaba cerca, todo santo, y la navidad, y había que preparar los altares y el

nacimiento, a encontrarse con la muerte y con la vida en las celebraciones que

se avecinan.

Niché cumplió su objetivo del día, del domingo de mercado y plaza en la

ciudad, hoy fue pashte y juncia, pasaran 8 días y podrá ser leña, flores, caña,

copal o carbón, pero siempre airoso y esbelto regresará a casa, a la montaña,

a su misma vida.

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Allá en el establo, donde solo él sabe de sus limitantes, de que una pata

trasera la tiene casi inmóvil, de que el espinazo lo tiene desviado, y eso genera

dolores insoportables en su cuerpo, allá, alejado de la algarabía del pueblo,

donde el rebuznar para él se hace eterno, allá donde su vida no pasa de ser

más que un simple burro de montaña.

Aun así, a pesar de su discapacidad, a pesar de su situación en la que vive,

Niché es feliz, porque no espera a que lo amen, ama intensamente, a la

montaña, a los pinos, a uno que otro sapo, a la torcaza, y así, a todos sus

hermanos que rodean las laderas.

Moraleja:

Cumple con lo tuyo, como Niché, de lo demás, el Creador proveerá.

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Tarde de Osos Pandas.

Me tocó pasar una tarde de osos pandas, como a muchos niños de mi pueblo,

no vivo en china, ni mucho menos en el medio oriente, vivo en la sierra, en un

pequeño pueblo enclavado entre montañas y ríos, llamado Motozintla, la ladera

de las ardillas.

Pero muchos tuvimos el privilegio de jugar con los osos pandas, esa pareja

carismática, inmóvil, pero que cobraban vida a las cuatro de la tarde en la

pequeña plaza del parque infantil de nuestro bello pueblo, nos peleamos y

gritábamos por ser los portadores de la vida de esos dos plastificados osos,

que comenzaban a moverse al compás de los pies de quien estuviera dentro.

Era un lugar mágico que cobraba vida con la alegría de los niños, el sonar de

los columpios, y el esperanzador aire que generaba la casa de los duendes, el

predominante árbol que hasta hace poco lucía de manera impresionante en

una esquina del parque.

Era el único centro infantil que teníamos y que hemos tenido hasta la fecha,

quien no lo recuerda, ahí aprendimos grandes lecciones, a caernos y a

levantarnos, el que lograba cruzar la barda agarrado de las protecciones de

metal, era un as entre la plebe.

Fui a caminar el otro día, de noche, por las inmediaciones del parque, y

sentado en un columpio, sin mecerse, me encontré un duendecillo llorando, me

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acerqué y charlamos un rato, me dijo: que malos son ustedes los humanos,

que les hemos hecho: nada, se contestó así mismo, acá éramos felices, por

muchos años la alegría de los niños nos contagió de vida y salud, hace unos

años los niños dejaron de venir porque cerraron el parque y entendimos que la

alegría ya no regresaría, hicimos algunos intentos por rescatarlo pero fue

imposible, nos mantenía contentos la alegría del Jardín “Edgar Roblero” que lo

tenemos a un costado, nos asomábamos en las ventanas más altas de la casa

a verlos jugar, después como que acosados por nosotros, techaron el jardín y

ya no pudimos contemplarlos, y ayer, me dijo, rodando una lágrima en su

mejilla, ayer tiraron nuestra casa, que fue nuestro hogar por muchos años, que

malos son los humanos, lastiman a quien no les hace nada, que será de

aquellos que les hacen algo.

Se levantó, y camino hacia el portón, volteo a verme y me dijo, no les deseo

ningún mal, pero están cometiendo el peor error de su vida, se están olvidando

de los niños, de los pequeños, mañana no se quejen por tener una generación

insensible.

Me quedé sentado en el columpio, contemplando lo que en mi infancia fue mi

centro de diversiones y el de mis amigos de primaria y secundaria, camine por

un breve instante, y el silencio de ese breve espacio tocó la membrana más

sensible de mi corazón. ¿Qué estamos haciendo? A lo mejor el duende tiene

razón, nos hemos olvidado de lo más importante, los pequeños.

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Sueños de Niño Artillero

Cursaba el 6º. Grado de Educación Primaria, mi escuela: “Niño Artillero” había

plasmado en mi mente la imagen de un niño de mi edad al mando de un cañón

de guerra, Narciso Mendoza, ícono de la Independencia Mexicana, había

creado en mi cabeza, después de verla todos los días en la entrada de la

escuela por más de 5 años, la posibilidad de llegar a ser también un niño

artillero, iniciando un movimiento de resistencia en mi pueblo.

Con esa idea en mente me traslade a la ciudad de Tuxtla Gutiérrez a pasar la

navidad y año nuevo en casa de mis abuelos, era el invierno de 1993, en mi

inocente idea de niño revolucionario, llevaba en mi equipaje un arsenal de

revistas de proceso y un libro de historias que según yo, serían los

antecedentes perfectos para idear un gran movimiento guerrillero.

El embarcadero, las lanchas, el imponente rio Grijalva, la alberca en casa de

los abuelos, hicieron olvidarme rápidamente de mi gran plan para salvar a mi

gente.

Comíamos una rica sopa hecha con la sazón casera de la abuela, la plática era

amena, poniéndonos de acuerdo para ir a pasear o bien en lancha al cañón del

sumidero o a un balneario nuevo en Chiapa de Corzo llamado “nandaburé”, de

pronto alguien toco a la puerta de manera fuerte y con una firmeza en el golpe

poco común, era un soldado, equipado con traje de guerra, la metralleta lista

para ser usada bien sembrada entre los brazos, y con una voz firme y de

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mando dijo: “Desalojen este lugar a la voz de ya, se ha desatado un

enfrentamiento armado a escasos kilómetros de acá, y el objetivo es que

lleguen a la capital del Estado en pocas horas, así que señores por el bien de

ustedes y sobretodo de sus hijos, busquen refugio en otro lado donde estén

seguros”.

La seguridad del soldado y la preocupación de mis abuelos hicieron que el

terror se apoderará de mí, me invadió una inmensa preocupación de saber que

estábamos en medio de una guerra, y los sueños del niño artillero, se

convirtieron en una explosión de llanto a más no poder.

Me asomé a la calle y un pánico horrible se apoderó de mí que mató de golpe

toda aspiración revolucionaria, al verlas repletas de soldados armados que

avisaban de casa en casa que se desalojara la barra de Cahuaré, en Chiapa de

Corzo.

Mi abuela nos mandó a mí y al menor de mis tíos a avisarle a una tía lo que

estaba sucediendo, y en el caminar de un extremo a otro pude observar el

movimiento de soldados, comenzaron a volar por encima de nosotros avionetas

y helicópteros del ejército, y en la carretera la cantidad de elementos verdes

tirados en el piso era impresionante.

Es una guerra dije entre mí, y ahora que voy hacer, quien me va a cuidar, a

quien corro, si Papá y Mamá están en Motozintla, mi corazón comenzó a

acelerarse de nuevo.

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Entrada la noche yacíamos en el piso, “nadie se levante” dijo mi abuelo, así si

tiran balazos no nos alcanzan, pero al que se pare le pueden volar la cabeza.

Nos amaneció en vela, nos asomábamos a la ventana o al patio y podíamos

ver la movilización de soldados en dirección hacia Chiapa de Corzo, podíamos

oír los murmullos de ellos, las tácticas de Guerra según mi gran experiencia

infantil en eso, “no deben pasar el puente” decían, “si pasan estamos muertos”,

el río comenzó a ser recorrido por lanchas camuflajeadas, con elementos del

ejército y la marina sobre ellas.

Así nos amaneció, envueltos de repente en un ambiente de guerra,

encendimos la televisión y entonces dimos con la certeza de lo que estaba

sucediendo, “Ejército Zapatista de Liberación Nacional” “EZLN” por sus siglas,

los “Zapatistas” en el lenguaje común, un grupo de indígenas tzotziles y

tzeltales, en su mayoría, que habían decidido hacerle frente al monstruo que

los aplastaba: “El Gobierno”.

Estamos a punto de celebrar el vigésimo aniversario de ese gran movimiento,

ejemplar, donde gente indígena se organizó e hizo que los ojos del mundo

fueran puestos en Chiapas, donde hasta el día de hoy nos siguen dando

ejemplo de cómo vivir en comunidad, en orden, y que de manera organizada

los beneficios son colectivos y parejos para todos.

Hoy a 20 años de aquel sueño de “Niño Artillero” me doy cuenta que la sangre

derramada por los cientos o miles de personas logró cambiar los niveles de

vida de al menos una región, la región altos, paso de ser la región más olvidada

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de Chiapas, de México y del Mundo, a una región en desarrollo, a una región

donde aterrizan todos los programas de Gobierno Federal y del Estado, donde

las ONG´S invirtieron capital económico en cantidades impresionantes, donde

la ONU aterrizó programas de sustentabilidad y desarrollo social, donde la

Infraestructura carretera es una de las mejores, donde los servicios básicos de

educación y salud no faltan.

Hoy a 20 años de aquel sueño de “Niño Artillero” vuelve la idea a mi cabeza, de

retomarlo, y vuelvo a mis revistas, a mis libros, según yo, queriendo encontrar

el método que detone el despertar de nuestra región, ahora somos nosotros,

“los serranos”, los más abandonados, los olvidados, los conformistas.

Hoy a 20 años de aquel sueño de “Niño Artillero” veo la precaria situación que

vive la Sierra, nadie ha hecho nada por nosotros, ni lo hará, si nosotros no

iniciamos, la carretera (si así se le puede llamar) está en pésimas condiciones,

los desastres naturales nos han atacado y parece que la intención es que

suceda otro para desaparecernos, la roya ha matado la producción del café,

nuestro sustento, y no hay solución, le invirtieron al Soconusco, mas no a la

Sierra.

Hoy a 20 años de aquel sueño de “Niño Artillero” me pregunto ¿si los tzotziles y

tzeltales pudieron, porque nosotros no? No con armas, a lo mejor con ellas, no

con violencia, solo si fuera necesario, si no con la capacidad de la razón, con la

unidad de nuestra raza, con la toma de decisiones colectivas, con la voluntad

de los pueblos y la bendición de Dios.

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Hoy a 20 años el sueño resurge y podemos hacerlo realidad, no con un cañón

de pólvora en las manos, pero si con una bomba de razonamientos que

detonarían en breve el resurgir de los pueblos serranos.