decadencia y caída del imperio romano. edward gibbon

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ATALANTA EDWARD GIBBON DECADENCIA Y CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO VOLUMEN I

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Primer tomo de esta magistral obra. El siguiente tomo saldrá en octubre.

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Page 1: Decadencia y caída del Imperio romano. Edward Gibbon

A T A L A N T A

EDWARD GIBBON

DECADENCIAY CAÍDA

DEL IMPERIOROMANO

VOLUMEN I

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MEMOR IA MUND I

ATALANTA

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EDWARD GIBBON

DECADENCIA Y CAÍDA DEL

IMPERIO ROMANO

ATA L A N TA2017

TRADUCCIÓN Y PRÓLOGO

JOSÉ SÁNCHEZ DE LEÓN MENDUIÑA

1 Preliminares 4a edicion2.qxp_Memoria Mundi 19/1/17 22:58 Página V

Page 10: Decadencia y caída del Imperio romano. Edward Gibbon

Todos los derechos reservados.

Cuarta edición

Título original: The Decline and Fall of The Roman Empire© De la traducción y el prólogo: José Sánchez de León Menduiña

© EDICIONES ATALANTA, S. L.Mas Pou. Vilaür 17483. Girona. EspañaTeléfono: 972 79 58 05 Fax: 972 79 58 34

atalantaweb.com

ISBN: 978-84-939635-0-7Depósito Legal: B-36.323-2011

En cubierta y guardas: Le antichità romane, de Giovanni BattistaPiranesi (1720–1778)

Dirección y diseño: Jacobo Siruela.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públicao transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autor-

ización de sus titulares, salvo ex cepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Repro gráficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar

o escanear algún fragmento de esta obra.

1 Preliminares 4a edicion2.qxp_Memoria Mundi 19/1/17 22:58 Página VI

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PRÓLOGO DEL TRADUCTOR

Vida de Gibbon

El historiador inglés Edward Gibbon (1737-1794) era des-cendiente, nos dice en su autobiografía, de una familia de Kentmuy antigua. Su abuelo era un hombre hábil, comerciante em-prendedor de Londres y uno de los comisionados de aduanasbajo el ministerio conservador durante los últimos cuatro añosde la reina Ana; en opinión de lord Bolingbroke, estaba pro-fundamente versado en el «comercio y las finanzas de Inglate-rra», como cualquier hombre de su tiempo. Sin embargo, nosiempre fue sensato consigo mismo ni con su país, pues se vio in-volucrado de lleno en el proyecto Mar del Sur, en el colapso de-sastroso (1720) por el que perdió la gran riqueza que habíaamasado. Como director de la compañía, además, fue sospe-choso de complicidad fraudulenta, por lo que se le vigiló y se leconfiscó una gran parte de sus bienes; con todo, pudo salvarsedel naufragio de su patrimonio y, gracias a su pericia e inicia-tiva, pronto construyó una segunda fortuna. Murió en Putneyen 1736, dejando la mayor parte de su patrimonio a sus dos hijasy desheredando casi a su único hijo, padre del historiador, porhaberse casado contra sus deseos. Este hijo (de nombre Edward)era un gentilhombre, de la clase que llaman en Inglaterra de es-cuderos (algo parecido a los hidalgos de segunda o inferior je-rarquía), que disponía de medios independientes, aunque algo

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escasos. Era de temperamento cálido y social y tenía ideas polí-ticas conservadoras. Poseía una hacienda familiar en Hampshirey representaba a sus vecinos en el Parlamento. Se unió al par-tido contra sir Robert Walpole y (como confiesa su hijo) se le es-timuló a actuar «por venganza personal» contra el supuesto«opresor» de su familia en el asunto Mar del Sur. Si es así, comoalguna vez sucede, su venganza fue ciega, pues Walpole habíabuscado moderar más que inflamar los sentimientos públicoscontra los promotores.El historiador nació en Putney (condado de Surrey) el 27 de

abril de 1737, conforme al calendario juliano, pues Inglaterra loestaba usando entonces. Una vez que el calendario gregorianofue adoptado finalmente en 1752, celebraba su nacimiento el 8 demayo. Su madre, Judith Porten, era hija de un comerciante deLondres. Fue el mayor de una familia de seis hijos y una hija, yel único que sobrevivió a la infancia; su propia niñez pendía tansólo de un hilo, pues continuamente estuvo desahuciado. Sumadre, entre los cuidados domésticos y las continuas enferme-dades, poco hizo por él. La «verdadera madre de su mente ysalud» fue una tía soltera –de nombre Catherine Porten– a la quese refiere en un tono de máximo agradecimiento. «Muchos díasde ansiedad y soledad», dice Gibbon, «los pasó pacientementetratando de aliviarme y distraerme. Muchas noches en blanco sesentaba a mi lado con expectación temblorosa de que cada horasería la última». Cuando las circunstancias lo permitieron, ellaparece haberle enseñado a leer, a escribir y aritmética, conoci-mientos conseguidos con tan escaso esfuerzo recordado que «siel error no fuera corregido por la analogía», dice, «estaría ten-tado de considerarlos como innatos».En diciembre de 1747, murió su madre. Después de un corto

espacio de tiempo, su padre se trasladó a la «rústica soledad» deBuriton (Hampshire), pero el Gibbon adolescente vivió princi-palmente en la casa de su abuelo materno en Putney, donde, bajoel cuidado de su devota tía, desarrolló, nos dice, ese amor apa-sionado por la lectura «que no cambiaría por todos los teso-ros de la India» y donde su mente recibió los estímulos más de-cisivos.Hacia los quince años, nos dice, «la naturaleza me mostró

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sus misteriosas energías» y todas sus enfermedades desaparecie-ron de repente. A partir de entonces, aunque nunca abusó de lainsolencia de la salud, podía decir que «pocas personas han es-tado tan exentas de enfermedades reales o imaginarias». Su ines-perada recuperación reavivó las esperanzas de su padre por sueducación, hasta entonces demasiado descuidada si se comparacon los niveles ordinarios; por consiguiente, en enero de 1752se estableció en Esher, Surrey, bajo el cuidado del doctor Fran-cis, el bien conocido traductor de Horacio. Pero los amigos deGibbon descubrieron en unas pocas semanas que el nuevo tutorprefería los placeres de Londres a la instrucción de sus alumnos,así que, desconcertados, decidieron enviarle prematuramente aOxford, donde fue matriculado como caballero estudiante delcolegio de la Magdalena el 3 de abril de 1752.Según su propio testimonio, llegó a la universidad «con

un caudal de información que podría haber desconcertado a undoctor, pero con un grado de ignorancia del que un escolar po-dría sentirse avergonzado». Y de hecho su enorme cartera de co-nocimientos le fue de poca utilidad en los elegantes banquetes alos que era invitado en Oxford, pues los malos hábitos con losque la había llenado le inhabilitaban absolutamente para ser uncorrecto comensal. No tenía buena base en ninguna de las ramaselementales que son esenciales para los estudios universitariosy para conseguir el éxito. Por consiguiente, era natural que no legustara la universidad y era igualmente natural que la universi-dad le tuviera antipatía. Muchas de sus quejas hacia el sistemaeran ciertamente justas, pero ponemos en duda que algún sis-tema universitario le hubiera sido provechoso, considerando susantecedentes. Se queja especialmente de sus tutores y en un casoconcreto con gran razón, pero, según su propia confesión, se lepodía recriminar con justicia, ya que disfrutaba de alegre com-pañía y con frecuencia incumplía los horarios. Sin embargo, susobservaciones sobre los defectos del sistema universitario inglés,algunos de los cuales sólo recientemente han sido eliminados,son agudas y analizadas con acierto, aunque, en su caso, pocorelevantes. Permaneció en la Magdalena unos catorce meses. «Enla Universidad de Oxford», dice, «no reconozco ninguna obli-gación; ella me repudiará como hijo con la misma alegría con la

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que yo estoy deseando rechazarla como madre. Pasé catorcemeses en el colegio de la Magdalena; resultaron ser los catorcemeses más aburridos y desaprovechados de toda mi vida.» Peroincluso aunque pudo haber sido «un perezoso estudiante», yameditaba sobre la profesión de escritor.

[…]

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Decadencia y caída del Imperio Romano

La obra es de índole histórica y fue redactada siglos despuésde los acontecimientos que recoge. Sin embargo, el consenso crí-tico de Europa le ha prodigado durante más de doscientos añosel título de clásica. Las propias deficiencias o las abstencionesde Gibbon son favorables a la obra. Si hubiera sido escrita enfunción de tal o cual teoría, la aprobación o desaprobación dellector dependerían del juicio que la tesis pudiera merecerle. Perono era ése el caso de Gibbon y, en cierto modo, es el primer his-toriador europeo cuya obra se lee todavía tanto por placer comopor instrucción. Para elaborarla, tuvo que compulsar y resumircentenares de textos heterogéneos, que cita continuamente enuna batería interminable de notas a pie de página, a la mane-ra de hitos indicadores de las fuentes de donde ha obtenido eltestimonio. Es más agradable leer su compendio irónico queperderse en las fuentes originales de cronistas oscuros e inacce-sibles. Ninguna crítica ha sido capaz de hundirla en su conjunto;su contenido intelectual sigue siendo válido y moderno. Comen-tadores posteriores, aunque aprueban el contenido en términosgenerales, han podido encontrar algunos pequeños errores y de-ficiencias, corregiéndose los primeros y completándose las se-gundas gracias a los editores. Estos dos aspectos pueden seguirseen la edición de J. B. Bury, a través de las notas a pie de páginay entre corchetes de Oliphant Smeaton; sin entrar en discusio-nes de opinión, detectan los errores y amplían los detalles con-fusos.LaDecadencia y caída del Imperio Romano es tal vez la única

obra histórica occidental que continúa siendo leída frecuente-mente por el público educado no especializado y esto por dosmotivos. Primero, el carácter grandioso y trágico de la materiacapta la atención, despertando la imaginación y comprensión del

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lector, que se encuentra de golpe arrastrado a una época en quemuchos pueblos civilizados estaban unidos pacíficamente en «elperíodo de la historia del mundo durante el cual la condición dela raza humana era más feliz y próspera». Sin embargo, el hom-bre por alguna razón perdió esta gracia y hoy constantemente sepregunta el porqué. En un intento de averiguar la razón, la genteacude a Gibbon para ilustrarse. Segundo, para el hombre occi-dental en concreto, hay aquí una fascinación única: de las ceni-zas del Imperio Romano occidental nacieron las nacionesmodernas de Europa, mientras que de la tardía caída del Impe-rio Romano oriental surgieron los destellos que encendieron elfaro de Europa de humanismo y ciencia. Visto bajo este aspecto,aunque la Decadencia y caída del Imperio Romano se refiere aRoma, es realmente una historia antigua de Europa y de la civi-lización europea y, de este modo, cualquier lector occidental estáobligado a buscar en esta obra la iluminación recordando susorígenes y raíces.Compuesta de 71 capítulos, 2.136 apartados, un millón y

medio de palabras y cerca de ocho mil notas a pie de página, laDecadencia y caída del Imperio Romano abarca un milenio ymedio de historia, ya que domina no solamente el Imperio Ro-mano occidental, desde los días de los primeros emperadoreshasta su extinción en el 476 d.C., sino también el Imperio orien-tal (Bizantino), que duró otros mil años hasta que fue conquis-tado por los turcos en 1453. En cuanto a espacio, la obra recorretres continentes y extensiones que van desde los helados desier-tos de Siberia hasta las cataratas del Nilo, desde China y Mon-golia hasta el estrecho de Gibraltar.Inicialmente fue publicada entre 1776 y 1788 en seis volú-

menes. En vida de Gibbon apareció una primera edición revi-sada y cerca de su muerte se estaba preparando una segunda. Alo largo del siglo XIX, aparecieron varias ediciones anotadas.El arte literario de Gibbon, la excelencia continuada de su

estilo, sus epigramas picantes y brillante ironía quizá no asegu-rarían a su obra la inmortalidad de que verosímilmente parecegozar si no estuviera también marcada por el alcance ecuménico,la extraordinaria precisión y la sorprendente agudeza de juicio.Es innecesario decir que en muchos puntos sus afirmaciones y

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conclusiones tienen que ser hoy corregidas. Nunca se conten-taba con narraciones de segunda mano cuando las fuentes pri-marias eran accesibles; «siempre he procurado», dice, «extraerdel manantial; mi curiosidad y mi sentido del deber siempre mehan impulsado a estudiar los originales y, si algunas veces los heeludido en mi investigación, he señalado cuidadosamente el tes-timonio secundario en cuya fidelidad un pasaje o un hecho que-daban limitados a depender». Desde que escribió su obra, hansido descubiertas o hechas accesibles nuevas autoridades; se hanpublicado obras en griego, latín, eslavo, armenio, sirio, árabe yotros idiomas que Gibbon era incapaz de consultar. Muchas delas autoridades que utilizaba han sido editadas de nuevo en tex-tos superiores. El peso relativo de las fuentes ha sido determi-nado por la cuidada investigación crítica. La arqueología se haconvertido en una ciencia. En la inmensa región que Gibbon in-vestigó no hay apenas una parcela que no haya sido sometida alexamen microscópico de los especialistas.Pero, aparte de los inevitables avances realizados poste-

riormente, el lector de Gibbon tiene que estar advertido de undefecto capital. Al juzgar laDecadencia y caída del Imperio Ro-mano, debería observarse que se divide en dos partes que sonheterogéneas en el método de tratamiento. La primera parte, unpoco más de cinco octavos de la obra, suministra una historiamuy completa de cuatrocientos sesenta años (desde el 180 al 641d.C.); la segunda parte, más pequeña, es una historia resumida deunos ochocientos años (desde el 641 al 1453 d.C.) en que ciertosepisodios son seleccionados para un tratamiento más completoy, de este modo, se tornan en prominentes. La primera partepuede ser objeto de una alabanza sin límites; debe decirse que,con los materiales a disposición del autor, apenas admitiría me-joras, excepto en detalles insignificantes. Pero la segunda, a pesarde la brillantez de la narración y el arte magistral en la agrupa-ción de los acontecimientos, adolece de un defecto radical quela hace una guía engañosa. El autor señala la historia del impe-rio tardío de Constantinopla (después de Heraclio) como «unanarración uniforme de debilidad y miseria», juicio que es ente-ramente falso y, de acuerdo con esta doctrina, convierte al im-perio, que es su objetivo, meramente en un lazo para conectar

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grandes movimientos que le afectaban, tales como las conquis-tas sarracenas, las Cruzadas, las invasiones mogolas y las con-quistas turcas. Falló al resaltar el hecho trascendental de quehasta el siglo XII el imperio fue el baluarte de Europa contraOriente y no apreció su importancia en conservar la herencia dela civilización griega. Comprimió en un solo capítulo la historiainterna y la política de los emperadores desde el hijo de Hera-clio hasta Isaac Ángelo, y no hizo justicia a la admirable habili-dad y al esfuerzo infatigable mostrado en el servicio al Estadopor muchos de los soberanos desde León III hasta Basilio II.No penetró en las causas subyacentes más profundas de las re-voluciones e intrigas de palacio. Su mirada se posó únicamenteen las características superficiales que han servido para asociar elnombre «bizantino» con traición, crueldad, fanatismo y deca-dencia. Quedó reservado para Finley describir con mayor co-nocimiento y una percepción más justa las luces y sombras de lahistoria bizantina. De este modo, la parte posterior de la Deca-dencia y caída del Imperio Romano, aunque la narración de cier-tos episodios será siempre leída con provecho, no transmite unaverdadera idea de la historia del imperio o de su significado enla historia europea. Puede añadirse que las páginas sobre lospueblos eslavos y sus relaciones con el imperio son notable-mente deficientes, pero se ha de tener en cuenta que no fue hastamuchos años después de la muerte de Gibbon cuando la histo-ria eslava comenzó a recibir una verdadera atención, como con-secuencia del aumento de humanistas competentes entre losmismos eslavos.Escribe Borges que «Gibbon parece abandonarse a los he-

chos que narra y los refleja con una inconsciencia divina que loasemeja al ciego destino, al propio curso de la historia. Comoquien sueña y sabe que sueña, como quien condesciende a losazares y a las trivialidades de un sueño». La vivacidad de la na-rración hace que la obra, a pesar de su denso contenido, sea re-presentada en párrafos largos, lentos, elegantes y eruditos, conmuchos signos de puntuación que reclaman gran atención ensu lectura. Nada es superfluo ni repetitivo. El buen sentido y laironía le son propios. A las descripciones históricas, de granrealismo, suceden las reflexiones filosóficas sobre el hombre y la

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historia que han permitido a la obra sobrevivir al paso deltiempo sin perder la frescura primitiva. Por eso Borges afirma enotro lugar que «recorrer la Decadencia y caída es perderse enuna novela populosa, cuyos protagonistas son las generacioneshumanas, cuyo teatro es el mundo y cuyo enorme tiempo semide por dinastías, por conquistas, por descubrimientos y porla mutación de lenguas y de ídolos».Respecto a su erudición, y al hilo de las reflexiones del his-

toriador Hugh Redwal Trevor-Roper, tal vez sea suficiente citarlos comentarios de los historiadores modernos más expertos delsaber clásico, entre los cuales los católicos difícilmente estaríanpredispuestos a emitir un juicio favorable. La Decadencia ycaída del Imperio Romano, dice Rudolf Pfeiffer, es «una de lasobras más impresionantes jamás escritas sobre el mundo anti-guo». El poder narrativo de Gibbon recibió incluso un elogioreacio de Carlyle, que vio laDecadencia y caída del Imperio Ro-mano como un puente solitario que une la Antigüedad con elmundo moderno y «¡qué espléndidamente se vuela a través delabismo agitado de aquellos siglos oscuros!». Carlyle elogió in-cidentalmente la fuerza total del pensamiento de Gibbon cuandole consideró «el más resuelto de los historiadores», la lecturaatenta de cuya obra «constituye un hito en la historia de lo queuno piensa». De su caracterización, el mejor testimonio es el delcardenal Newman, otro escritor católico cuya filosofía era muydiferente de la suya: «El carácter de san Atanasio destaca de unmodo más grandioso en las páginas de Gibbon que en los his-toriadores de la Iglesia ortodoxa». Y admitió, con reticencia, que«el principal, tal vez el único, escritor inglés que tiene algún de-recho a ser considerado historiador eclesiástico es el incréduloGibbon». Un elogio similar fue realizado recientemente desdeotro punto de vista por un filósofo moderno: «No hace mucho»,escribe Bertrand Russell, «estuve leyendo sobre Zenobia en laHistoria antigua de Cambridge, pero lamento decir que carecíacompletamente de interés. Recordé vagamente una narraciónmucho más viva en Gibbon. La busqué e inmediatamente ladama autoritaria revivió… Gibbon expresa un sentido extraor-dinariamente intenso de la marcha de los acontecimientos a tra-vés de los siglos en los que se ocupa».

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La actitud de Gibbon con respecto al cristianismo y la Igle-sia debe ser observada dentro de un contexto general. No esta-ba interesado en la doctrina religiosa, aunque disfrutaba con susrefinamientos especulativos. Pero la religión y las iglesias, ad-mitiría, son una necesidad social y psicológica, y las formas par-ticulares que toman son importantes porque pueden influir en elprogreso o decadencia de la civilización. La cuestión históricaque se planteaba era la de si las ideas del cristianismo y la orga-nización de la Iglesia, adaptadas al Imperio Romano, generarono sofocaron el espíritu público, la libertad, el progreso del co-nocimiento y una sociedad plural. Gibbon creía en general quela Iglesia se había opuesto al progreso y había socavado la basesocial de la virtud pública, por su misma estructura, por su adap-tación al sistema centralizado y jerárquico del imperio de Cons-tantino. Si el cristianismo se hubiera establecido al principio enciudades-estado independientes como las de Grecia, tal vez ha-bría asumido una forma diferente y más útil. Pero el mismohecho de su establecimiento por el poder imperial, como soporteideológico de ese poder, lo hizo subordinarse a un sistema cen-tralizado y monopolístico cuya organización y absolutismo lolimitó y sustentó en su propio período de formación.Gibbon no era un incrédulo como sus enemigos sostenían.

Como muchos hombres de la Ilustración, era deísta. Para laortodoxia esto apenas constituía una diferencia. Juzgaban indis-tinguibles deísmo e incredulidad. Pero la diferencia es conside-rable y la confusión muy tomada a mal por los mismos deístas:incredulidad es ateísmo, materialismo; deísmo es creer en unafuerza divina cuya existencia y cualidades demuestran, por la re-gularidad y complejidad de la naturaleza, que no necesita niacepta ningún soporte desde una pretendida revelación.El deísmo de Gibbon, aunque nunca expresado formalmente,

está implícito en muchas de sus observaciones. En la Decaden-cia y caída del Imperio Romano expresa que el «Dios de la na-turaleza ha escrito su existencia en todas las obras y su ley en elcorazón de los hombres» y, además, que «la unidad de Dios esuna idea muy compatible con la naturaleza y la razón». Esto dejamuy poco espacio para las iglesias y la teología. Para Gibbon, lasiglesias son instituciones humanas que han de ser juzgadas bajo

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el criterio humano de utilidad; la teología es especulación ociosa,la más inofensiva en el peor oscurantismo.Los capítulos más famosos de la Decadencia y caída del Im-

perio Romano son el quince y el dieciséis, en los que el historia-dor traza el progreso inicial del cristianismo y la política delgobierno romano hacia él. El sabor de estos capítulos se debe ala ironía que Gibbon ha empleado con arte y expresión consu-mados. Había un motivo de orden práctico para usar este arma.Un ataque al cristianismo colocaba a un escritor en acusaciónabierta y bajo las penas de los estatutos de la realeza (9 y 10,Guillermo III, cap. 22, todavía no revocados). El artificio esti-lístico de Gibbon alejó el peligro de procesamiento e hizo el ata-que más eficaz. En su Autobiografía alega que aprendió de lasCartas provinciales de Pascal «a manejar el arma de la ironíagrave y templada, incluso en asuntos de seriedad eclesiástica».Sin embargo, no es fácil percibir mucha similitud entre el mé-todo de Pascal y el de Gibbon, aunque en pasajes concretossí podemos descubrir la influencia que Gibbon reconoce. Lospuntos principales de las conclusiones generales de estos capí-tulos han sido corroborados por la investigación posterior. Ladescripción de las causas de la expansión del cristianismo es cri-ticada sobre todo por sus omisiones. Había un número impor-tante de condiciones influyentes (enumeradas en Mission undAusbreitung des Christentums, de Harnack) que Gibbon notuvo en cuenta. Insistió correctamente en las facilidades de co-municación creadas por el Imperio Romano, pero no recalcó ladifusión del judaísmo. Y no reparó en la importancia de la afi-nidad entre la doctrina cristiana y el sincretismo helenístico, queayudó a promover la recepción del cristianismo. Ignoraba otrohecho de gran importancia, que solamente en años recientesha sido apreciado plenamente a través de las investigaciones deF. Cumont: la amplia difusión de la religión de Mitra y las ana-logías cercanas entre sus doctrinas y las del cristianismo. Conrespecto a la actitud del gobierno romano hacia la religión cris-tiana, hay cuestiones todavía sub judice, pero Gibbon tuvo elmérito de reducir el número de mártires dentro de unos límitesprobables.

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La repercusión de la obra magna de Gibbon en el ámbito dela lengua castellana ha sido bastante pobre, por motivos de tipocultural y censura religiosa que no vienen al caso. Ya de entrada,la primera traducción al castellano de la obra apareció en Bar-celona el año 1842, más de cincuenta años después de su publi-cación en Inglaterra, cuando el editor Antonio Bergnes de lasCasas publicó la de José Mor Fuentes en ocho tomos, basada enla edición inglesa de H. H. Milman y con las notas de éste y deGuizot. Los contenidos de esta traducción se ciñen fielmente ala obra de Gibbon; está realizada en un castellano arcaico, ba-rroco y castizo, muy propio del estilo del traductor, que pudogustar a las generaciones precedentes pero que es de compren-sión más que dudosa para las actuales. Por otro lado, el estilodel traductor oscurece, por no decir que evapora, la frescura delmodo de escribir ilustrado de Gibbon, que había creado escuelay tanto había influido y aún influye en el mundo literario an-glosajón. No obstante, es la primera y única traducción com-pleta que hasta hoy se ha publicado en castellano, porque lasediciones aparecidas posteriormente, como luego veremos, re-producen y revisan la ya existente o son la traducción de unresumen parcial.Pocas referencias literarias en castellano de la obra de Gib-

bon parecen existir a partir de la traducción de Mor Fuentes oal menos el que esto escribe no ha sido capaz de encontrarlas. Afinales del siglo XIX, nuestro historiador literario y polígrafoMarcelino Menéndez Pelayo, en su obra Historia de los hetero-doxos españoles, hace una referencia de pasada a Edward Gibboncuando escribe sobre la influencia de los enciclopedistas france-ses: «No sólo a Francia, no sólo a los países latinos, Italia y Es-paña, se extendió el contagio. La misma Inglaterra, que habíadado el primer impulso, se convirtió en humilde discípula de laimpiedad francesa y le dio discípulos que valían más que losmaestros. Así el escéptico David Hume, cuya filosofía tienemucha semejanza con lo que llaman ahora neokantismo, y el his-toriador Gibbon, ejemplo raro de erudición en un siglo frívolo.¡Lástima que quien tanto conoció los pormenores no penetrase

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nunca en el alto y verdadero sentido de la historia y que, adora-dor ciego de la fuerza bruta y de la monstruosa opulencia y delinmenso organismo del Imperio Romano, sólo tuviera para elcristianismo palabras de desdén, sequedad y mofa!». MenéndezPelayo era profundamente católico, por eso se entiende que letuviera antipatía a Gibbon, habida cuenta de las constantes an-danadas que éste lanza en las notas a pie de página de su magnaobra sobre el cristianismo y la Iglesia romana. Pero me parecemuy exagerado e injusto el juicio crítico enmarcado entre ad-miraciones sobre la obra de Gibbon. A poco que se lea la obracon una mentalidad más abierta, si bien se percibe cierta frialdady distanciamiento, los juicios de Gibbon son de respeto exqui-sito por el cristianismo. Y en cuanto a la adoración ciega, con-sidero que la conclusión es la contraria, pues Gibbon fustiga lafuerza bruta, la riqueza, la inmensa estructura y la supersticiónsobrevenida del Imperio Romano, considerándolas causas deci-sivas de su decadencia y caída.La existencia de la censura política y religiosa a lo largo de la

dictadura del general Franco en España influyó negativamenteen la publicación y circulación de una obra como la de Gibbon.La llegada de la democracia después de la muerte del dictadorsupuso abrir ventanas al exterior, nuevos aires culturales y li-bertad literaria. Ediciones Turner en 1984 lanzó al mercado li-terario laHistoria de la decadencia y ruina del Imperio Romanoen ocho tomos. Se trataba de una edición facsimilar de la ya re-ferida traducción de José Mor Fuentes. Para los amantes de lahistoria fue la gran oportunidad de conocer la obra de Gibbon.Pero los errores no corregidos y el estilo del traductor hacenque la obra sea difícil de entender para el lector actual en caste-llano. Creo que estos motivos debieron influir para que Turnerreeditara en el año 2006, en cuatro tomos, la misma obra con eltítuloHistoria de la decadencia y caída del Imperio Romano, re-visando los errores y haciendo más inteligible la de Mor Fuen-tes, despojándola de su estilo castizo y arcaizante, pero sinencarar seriamente una nueva traducción más acorde con el es-tilo literario de Gibbon.Ediciones Orbis publicó en castellano en 1987, bajo la co-

lección de la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, un libro

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tituladoHistoria de la decadencia y ruina del Imperio Romano,de Edward Gibbon. En esa edición se insertan los capítulos 1,17, 21, 36 y 44 de la traducción de José Mor Fuentes, es decir,una pequeña muestra de la obra (que se compone de 71 capítu-los), pero tiene de valor que la introducción está realizada por elpropio Jorge Luis Borges.Existe también una edición abreviada de laHistoria de la de-

cadencia y caída del Imperio Romano, a cargo de Dero A. Saun-ders y publicada por Editorial Alba, traducida del inglés alcastellano en el año 2000 por Carmen Francí Ventosa. Sin em-bargo, no es una edición completa, pues, por un lado, es una tra-ducción de un resumen, con un reflejo indirecto del estilo deGibbon, y, por otro, abarca sólo la primera mitad de la Deca-dencia y caída del Imperio Romano, desde la época de los An-toninos hasta el fin del Imperio de Occidente, dejando sin tratartodo lo referente al Imperio Bizantino.La misma Editorial Alba sacó en abril de 2003Memorias de

mi vida, de Edward Gibbon, traducción del inglés al castellanode Néstor Fraile, Rafael Gómez-Cabrero, Andrea Montero yJosep Marco. La obra inglesa había sido elaborada, basándoseen los borradores autobiográficos que dejó inéditos Gibbon asu muerte, por Georges Alfred Bonnard, catedrático de lenguay literatura inglesas en la Universidad de Lausana.La traducción al castellano, presentada aquí en dos tomos,

la he realizado siguiendo la edición en seis volúmenes de laBiblioteca Everyman de 1993-1994, procedente de la versiónmagistral editada por J. B. Bury entre 1896 y 1900. Bury cotejótres versiones de Gibbon para elaborar la que ha sido desde en-tonces considerada como texto definitivo. La edición de la Bi-blioteca Everyman de 1993-1994 incluye, además de las notasextensas y completas de Gibbon a pie de página, las brillantesanotaciones preparadas por Oliphant Smeaton (notas señaladasentre corchetes con las iniciales O.S. al final) para la primera edi-ción Everyman de 1910, revisada en 1936 por Christopher Daw-son. Las notas de Smeaton, que normalmente se ciñen a hechosconcretos, se inspiran en los comentarios de Bury, Milman,Smith y Guizot, en las fuentes consultadas por el propio Gib-bon, en textos antiguos descubiertos desde la época de Gibbon

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y en las obras de eruditos contemporáneos. Aunque la arqueo-logía y los acontecimientos han superado en algunos aspectos aSmeaton, su comentario ha resistido la prueba del tiempo nota-blemente bien. Es en gran parte lúcido, vigoroso y conciso.He procurado respetar hasta lo posible la sintaxis y la pun-

tuación de Gibbon, que, por su dominio del latín, son muysimilares a las del castellano. He separado, dentro de cada capí-tulo, la materia descrita, encabezándola con su título corres-pondiente en negrita para facilitar su consulta rápida, cosa queno es posible en la traducción de Mor Fuentes. También he bus-cado una redacción más actual y asequible al lector moderno,convirtiendo las cantidades de pesos y medidas de la versión in-glesa al sistema vigente en los países de lengua castellana.Respecto a las cuantiosas notas a pie de página, no he seguido

el criterio de la edición de la Biblioteca Everyman de 1993-1994.He preferido desecharlas y colocar únicamente las decisivas paraentender y aclarar el texto principal, así como las que han su-puesto modificaciones de errores cometidos por el propio Gib-bon y las debidas a descubrimientos posteriores.

José Sánchez de León Menduiña

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PRÓLOGO DEL AUTOR

No es mi intención detener al lector explayándome sobre lavariedad o la importancia del tema que he tratado de emprender,pues el mérito de la elección serviría para hacer la debilidad dela ejecución aún más aparente y menos excusable. Pero, comome he atrevido a poner ante el público un primer volumen sola-mente de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Ro-mano, quizá se espera que explique, en unas pocas palabras, lanaturaleza y los límites de mi plan general.La serie memorable de revoluciones que, en el curso de unos

trece siglos, minaron gradualmente y al final destruyeron la fá-brica sólida de grandeza humana puede, de algún modo, divi-dirse en los tres períodos siguientes:

I. El primero de estos períodos puede ser trazado desde laépoca de Trajano y los Antoninos, cuando la monarquía romana,habiendo alcanzado su plena fuerza y madurez, comenzó aorientarse hacia su decadencia, y se extenderá hasta la conquistadel Imperio Occidental por los bárbaros de Germania y Escitia,antepasados rudos de las naciones más refinadas de la Europamoderna. Esta revolución extraordinaria, que sometió Roma alpoder de un conquistador godo, se completó alrededor del co-mienzo del siglo VI.

II. El segundo período de la decadencia y caída de Romapuede suponerse que comienza con el reinado de Justiniano, que

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por sus leyes y por sus victorias restableció un esplendor tran-sitorio en el Imperio Oriental. Comprenderá la invasión de Ita-lia por los lombardos, la conquista de las provincias asiáticas yafricanas por los árabes, que abrazaron la religión de Mahoma;la rebelión del pueblo romano contra los príncipes débiles deConstantinopla y la elevación de Carlomagno, que, en el año800, estableció el segundo imperio o Imperio Germano de Oc-cidente.

III. El último y más largo de estos períodos incluye unos seissiglos y medio: desde el resurgimiento del Imperio Occidentalhasta la toma de Constantinopla por los turcos y la extinción deuna raza degenerada de príncipes, que continuaron asumiendolos títulos de césar y augusto después de que sus dominios seredujeran a los límites de una sola ciudad, en la que el idioma ylas costumbres de los antiguos romanos habían sido desde hacíamucho tiempo olvidados. El escritor que pretendiera referir losacontecimientos de este período se vería obligado a entrar enla historia general de las Cruzadas, pues contribuyeron a la ruinadel Imperio Griego y apenas sería capaz de contener su curio-sidad para realizar alguna investigación sobre el estado de la ciu-dad de Roma durante la oscuridad y la confusión de la EdadMedia.

Como me he aventurado, quizá con demasiada precipitación,a imprimir una obra, que, en toda la extensión de la palabra, me-rece el calificativo de imperfecta, me considero comprometido afinalizar, probablemente en un segundo volumen, el primero deestos períodos memorables y entregar al público la completaHistoria de la decadencia y caída del Imperio Romano, desde laépoca de los Antoninos hasta la conquista del Imperio Occi-dental. Con respecto a los períodos siguientes, aunque debomantener algunas esperanzas, no me atrevo a dar algunas garan-tías. La ejecución del extenso plan que he descrito conectaría lahistoria antigua con la moderna pero exigiría muchos años desalud, de ocio y de perseverancia.

Bentinck Street, 1 de febrero de 1776

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P. D. La historia completa que ahora se publica de la Deca-dencia y Caída del Imperio Romano en Occidente cumple concreces mis compromisos con el público. Quizá su favorable opi-nión pueda estimularme a proseguir una obra que, aunque puedeparecer laboriosa, es la ocupación más agradable de mis horasde ocio.

Bentinck Street, 1 de marzo de 1781

Este autor se persuade fácilmente de que la opinión públicaes todavía favorable a sus esfuerzos y ahora he adoptado la seriaresolución de proceder con el último período de mi plan origi-nal y del Imperio Romano: la toma de Constantinopla por losturcos en el año 1453. El lector más paciente, que sabe que tresvolúmenes laboriosos han sido ya empleados en los aconteci-mientos de cuatro siglos, puede, tal vez, alarmarse por la largaperspectiva de novecientos años. Pero no es mi intención expla-yarme con la misma minuciosidad en toda la serie de la historiabizantina. Al entrar en este período, el reinado de Justiniano ylas conquistas de los musulmanes merecerán y detendrán nues-tra atención y la última época de Constantinopla (las Cruzadasy los turcos) está conectada con las revoluciones de la Europamoderna. Desde el siglo VII al XI, el oscuro intervalo será su-plido por una narración concisa de tales hechos, que parecen to-davía interesantes e importantes.

Bentinck Street, 1 de marzo de 1782

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ESTA CUARTA EDICIÓN DE DECADENCIA Y CAÍDA DEL

IMPERIO ROMANO, DE EDWARD GIBBON,

SE ACABÓ DE IMPRIMIR Y ENCUADERNAR

EN BARCELONA EN LA IMPRENTA

ROTOCAYFO (IMPRESIA IBÉRICA)

EN FEBRERO DE

2017

Gibbon arreglo 1200-1471_2017.qxp_Gibbon 19/1/17 23:16 Página 1472

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«El libro de Gibbon es un texto profético, que encierra un diagnósticoperfectamente aplicable a lo que está ocurriendo hoy en mi país. Se po-dría titular Decadencia y caída del Imperio Americano.»

Harold Bloom

El británico Edward Gibbon es uno de los historiadores que mayorinflujo ha ejercido y, desde luego, el primero que puede considerarseauténticamente moderno. Su obra The History of the Decline and Fall ofthe Roman Empire, publicada en seis volúmenes entre 1776 y 1778, esun trabajo de proporciones colosales, cuya huella aún perdura. Abarcatrece siglos: desde Trajano hasta la caída de Constantinopla en manosde los turcos en 1453. Por sus páginas se suceden los más diversos per-sonajes y acontecimientos: Carlomagno, Atila, Mahoma, Tamerlán, lasguerras con los pueblos germánicos, el saqueo de Roma, las cruzadaso la difusión del islam. Pero la obra de Gibbon es también, como dijoBorges, un monumento de la literatura inglesa y del arte de narrar.

«Recorrer el Decline and Fall es internarse y venturosamente per-derse en una populosa novela, cuyos protagonistas son las generacio-nes humanas.»

Jorge Luis Borges

Edward Emily Gibbon (1737-1794) cursó estudios en la WestminsterSchool y en el Magdalen College de Oxford. En 1763 viajó a París, dondeestudió a Diderot y a D'Alembert, y luego a Roma para conocer in situlas ruinas del Imperio. En 1770 regresó a Londres y publicó su obra ca-pital, Decadencia y caída del Imperio Romano. Este vasto estudio lo haconvertido en el más importante historiador británico más allá de suépoca.

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