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Universidad Nacional Abierta y a Distancia VISAE-Bienestar Institucional Curso Proyecto de Vida Código: 80002 DIMENSIONES INTERPERSONALES 1. Dimensión Ética- Personal y Familiar La dimensión ética, como actividad humana, es la búsqueda de caminos de realización. En este sentido, usamos como sinónimos: realización personal, felicidad, llegar a ser uno mismo, autenticidad, humanización, etc. La condición de posibilidad del ejercicio de la dimensión ética es la libertad humana. Entendemos la libertad como la capacidad de la persona no sólo de tomar decisiones, sino de irse construyendo a sí mismo, a través de ellas. La libertad, desde el punto de vista ético, se concreta en el “acto” humano. Así pues, la dimensión ética tiene como punto de partida el descubrimiento de la propia libertad, es decir, de la capacidad que tiene la persona de ir Compiló: Sindy Johana Acevedo Velandia

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Curso Proyecto de VidaCódigo: 80002

DIMENSIONES INTERPERSONALES

1. Dimensión Ética- Personal y Familiar

La dimensión ética, como actividad humana, es la búsqueda de caminos de realización.  En este sentido, usamos como sinónimos: realización personal, felicidad, llegar a ser uno mismo, autenticidad, humanización, etc.

La condición de posibilidad del ejercicio de la dimensión ética es la libertad humana. Entendemos la libertad como la capacidad de la persona no sólo de tomar decisiones, sino de irse construyendo a sí mismo, a través de ellas. La libertad, desde el punto de vista ético, se concreta en el “acto” humano.

Así pues, la dimensión ética tiene como punto de partida el descubrimiento de la propia libertad, es decir, de la capacidad que tiene la persona de ir forjando su propia vida y su propio futuro, a través de sus actos y decisiones.  A su vez, esta dimensión tiene como finalidad el construirse a sí mismo tal como se quiere ser.

Entre ambos extremos (descubrir la propia libertad y construirse a sí mismo), en una tensión dialéctica permanente, se va realizando todo el proceso ético de la persona.  En síntesis, definimos la tarea ética de la

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persona como el “llegar a ser lo que se puede según su propio proyecto de sí, con lo que se es”.

El instrumento clave con que cuenta la persona en el desarrollo de esta dimensión es la conciencia, y el resultado de actuar siempre con “conciencia recta” es lo que le va permitiendo actuarse como ser en libertad. A ese actuar con conciencia recta le damos el nombre de “autenticidad”, por lo que afirmamos que el instrumento que construye de hecho la dimensión ética en la persona  es su ser auténtico.

La autenticidad y la autoexpresión del individuo se convierten en elementos centrales de la noción de persona plena, que funciona sobre la base de compromisos contractuales de la responsabilidad ciudadana libremente asumidos —y en el mejor de los casos, bien argumentados y basados en criterios de progreso humano.

Existen dos abordajes básicos de la realidad desde la perspectiva ética, ellos son: el abordaje subjetivo y el abordaje objetivo.

Objetividad

Entendemos por objetividad el juicio de valor que se realiza sobre el actuar humano más allá de  las intenciones del sujeto actuante.  Se trata de la búsqueda de actuar efectivamente, influyendo y modificando la realidad de una manera consistente, más allá de las meras intenciones.

En este sentido, el ser humano, como búsqueda de realización personal y colectiva, no se conforma con la intimidad de sus intenciones sino que necesita ir más allá de éstas a la realidad en sí misma. La realización personal no puede quedar encerrada en solas intenciones que no tienen su correlato efectivo en la realidad, ya que de lo contrario no sería posible la tal realización sino que se trataría una fantasía sobre ella.

La genuina búsqueda de la realización personal implica necesariamente tomar en cuenta las consecuencias objetivas, es decir, las consecuencias de los actos que se realizan en la realidad, más allá de las propias intenciones.

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De hecho, la persona vivirá las consecuencias reales de su propio actuar sea o no consciente de ellas. En este sentido decimos que, de hecho, la persona sufrirá la responsabilidad de sus actos.

Sólo en la medida en que la persona sea consciente de esos actos y sus consecuencias y, libre y deliberadamente, quiera asumir esas consecuencias, es que diremos que la persona se ha hecho éticamente responsable de sus actos.  “Ser” responsable no es lo mismo que “hacerse” responsable de los actos.

Desde la perspectiva ética, objetivamente, la persona es responsable por lo que hace de sí misma, en los límites de su propia libertad objetiva. 

Se hará responsable de sí misma (de su propio caminar, de su propio destino), en la medida en que tome conciencia de esa libertad con que cuenta, del ejercicio que realiza de ella y de la objetividad de los resultados de sus propias decisiones.

En este sentido, toda persona humana es ética en la medida en que ella será el resultado objetivo de sus propias decisiones, lo quiera o no lo quiera. De este modo es como se irá construyendo a sí misma, más allá de que esas decisiones hayan sido tomadas de manera ponderada y deliberada o que, por el contrario, hayan sido tomadas de manera totalmente inconsistente o irresponsable.

Se es ético porque se construye a sí mismo con sus actos.  Lo que se trata al desarrollar la dimensión ética desde la perspectiva de la objetividad, es que no solamente se sea ético y, por lo tanto, que se sea responsable de sus actos y sus consecuencias, sino que además las asuma y las integre consciente y deliberadamente en un camino de autoconstrucción.

Subjetividad

Por otro lado, la perspectiva subjetiva de la eticidad implica el nivel de conciencia de la persona. Se trata de la conciencia moral, por medio de la cual traduce en actos su voluntad acerca de cómo quiere que la realidad sea.

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La dimensión ética, también en su perspectiva subjetiva, parte no de una ilusión sino de la realidad, y busca con los actos humanos influir y modificar esa realidad.  La intención, entonces, sería esa búsqueda de transformar mediante los actos la realidad, para que ella llegue a ser tal como el sujeto quiere que sea.

Si bien en referencia a la realidad, en términos generales, los márgenes normales de capacidad de influencia del sujeto individual no son mayores, sí lo son hacia sí mismo, ya que en ese actuar buscando modificar la realidad, simultáneamente, la persona se va configurando a sí misma.

Desde la perspectiva subjetiva, solamente se desarrolla la dimensión ética en la persona en la medida en que ésta va desarrollando su capacidad de “intención”.

Cuando hablamos de intención nos estamos refiriendo a una realidad que sólo se da a nivel consciente (también se denomina “intención” a fenómenos que responden a otras dimensiones como la afectiva y la psicológica), y que por lo tanto, solamente existirá en la medida en que la persona la haya desarrollado.

En este sentido, la intención es el resultado de la decisión que toma el sujeto a partir del dictamen que su conciencia moral realiza como juicio de un acto a realizar. Si no se da ese proceso de discernimiento en conciencia, propiamente no hay intención ética.

Hablaremos de buena intención (intención humanizante, realizante, etc.) cuando la decisión sobre el actuar, por parte del sujeto, coincide con el dictamen que su conciencia moral realizó, y llamaremos mala intención (deshumanizante, frustrante, etc.) cuando la decisión del actuar del sujeto contravenga el juicio que la propia conciencia moral realizó.

Puede existir el caso de una persona que habiendo descubierto su dimensión ética y su capacidad de discernimiento, en determinadas ocasiones o en continuidad de vida no quiera ejercitar esta conciencia y de esa manera pretenda no tener responsabilidad ética sobre sus actos (por lo menos ante sí mismo ya que del punto de vista objetivo, como mencionamos anteriormente, la responsabilidad siempre existe).

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En este caso no se trataría de una persona con ingenuidad ética, sino de una persona que deliberadamente se niega al ejercicio de esta dimensión, lo cual de por sí ya está implicando la pérdida de su libertad en su propia autoconstrucción.

Podríamos decir que una actitud de este tipo (normalmente considerada como la de aquel que acalla o mata su propia conciencia moral) es la actitud radicalmente anti-ética, ya que significa para sí mismo la fractura definitiva, como intención, de la posibilidad de búsqueda de auténticos caminos de realización.

Trascender la realidad empírica

Finalmente, la dimensión ética tiene, como todas las demás, un modo de trascender la realidad empírica. Éticamente, no solamente se trata de discernir y resolver las actuaciones a realizar en cada momento, sino de conducir la globalidad de estas decisiones a la luz de un camino preestablecido que se considera como el más adecuado para alcanzar la propia realización.

Estamos hablando aquí del “proyecto de vida” de la persona. Este proyecto de vida se construye a partir y en tensión dialéctica permanente entre, por un lado, la realidad objetiva actual y, por el otro lado, los ideales que la propia persona tiene acerca de sí mismo y de la realidad global.

De este modo, la búsqueda de caminos de realización se ejercita a través de la autenticidad que incluye la búsqueda de actuar transformando la realidad efectivamente más allá de las propias intenciones; que incluye asimismo, la actuación con buena intención, es decir, con una conciencia moral desarrollada y sólida que permite discernir y ponderar cada una de las situaciones. Todo ello en el marco de un proyecto de sí, y concomitantemente de un proyecto de mundo, que es factible y acorde con los propios ideales. 

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La construcción de la dimensión ética sólida incluye al menos tres niveles diferenciados, que deben interactuar de modo permanente e integrado. Estos tres niveles serían:

1. El desarrollo de un fuerte “sentido de vida” (5). Esto implica la capacidad de dar respuesta personal y autónoma a la pregunta fundamental de la vida. Esta pregunta puede formularse de modos diversos según sea el marco socio-cultural y familiar de cada persona (p.ej. ¿Qué puedo esperar de la vida, o de mí mismo?, ¿Para qué existo? etc.). No obstante esa variedad de formulaciones, o inclusive, no obstante el hecho de que no esté tematizada por la persona, la pregunta siempre existe en cada ser humano.

2. El desarrollo de un “proyecto de vida” concreto y realizable. La construcción de un proyecto de vida supone el intento consciente y deliberado de procurar la mayor coherencia personal posible, como camino de realización, definiendo para ello las opciones históricas que, de cara al futuro, hagan posible la concreción real de los propios ideales y de la propia escala de valores.

3. El desarrollo de una “estructura ética personal”, capaz de viabilizar y sostener los contenidos éticos de la propia vida.

La dimensión ética social aborda, entonces, la comprensión, investigación y transformación de los individuos, en los planos de:

-- la interrelación funcional de procesos psicológicos autorreguladores, motivacionales y cognoscitivos que se hallan en la base de la integración armónica de pensamiento, emoción y acción ("plano de la personalidad").-- la construcción de una posición ante la vida y de una proyección y acción personal argumentada, creadora, sustentada en valores positivos en un contexto sociocultural concreto (plano de la "persona").

Por otro lado, se puede esquematizar los elementos integrantes del proceso de formación de la dimensión ética de la persona en torno a tres ejes fundamentales:

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1. Formación para la configuración de referentes éticos.

Para un dictamen cierto y verdadero de la conciencia moral es necesario desarrollar la búsqueda de certezas a nivel de contenido moral. Al ser humano le resulta imprescindible saber lo que objetivamente es “bueno” y lo que es “malo”, aunque se trate de una certeza en el nivel abstracto y necesite, posteriormente, ser aplicado al caso concreto.

De no ser posible esta certeza ética, la persona quedará desorientada y con incapacidad estructural para tomar resoluciones responsablemente. Proyectando esa situación a la globalidad de la vida, en última instancia, a la persona con incapacidad de certezas sobre lo objetivamente bueno o malo le resultaría imposible la coherencia, la autenticidad y, finalmente, el desarrollo de un proyecto de vida real.

En sociedades plurales, como las nuestras, la construcción de referentes éticos objetivos no puede darse en forma pacífica a nivel social general, ni debe dejarse librado al arbitrio de la autoridad, sea ésta del tipo que sea. En la sociedad, se tratará de construir mínimos éticos(6) para hacer posible una convivencia humanizante; pero, para hacer posible el desarrollo pleno de la persona, ésta necesita de máximos éticos de referencia objetiva, que necesariamente deberán ser construidos y asumidos por la propia persona.

Así, al hablar de la configuración de “referentes éticos” aludimos al proceso mediante el cual la persona va progresivamente construyendo certezas acerca de lo éticamente “bueno” y lo “malo”, en cuanto van más allá de la mera voluntad o sensibilidad propias, es decir, en cuanto no están sometidos a la pura arbitrariedad del sujeto. En términos generales, hablamos de hacer posible para el sujeto, la configuración de un marco de referencia de la objetividad ética.

En este proceso de construcción podemos apuntar algunas líneas de trabajo necesarias para el desarrollo del sujeto ético:

a) Aprender a clarificar lo que “cree”, lo que “siente”, lo que “puede”.

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Así, mediante el desarrollo de esta capacidad en la persona, entre otras consecuencias, se evitará en gran medida: la confusión entre deber y sentimiento (con toda la carga de culpabilizaciones no adecuadas que la persona psicológicamente puede desarrollar), el voluntarismo (con su secuela de frustración) y, sobre todo, la sensación de un relativismo subjetivista que paraliza desde el punto de vista ético y que termina generando des-moralización en el sujeto.

b) Aprender a no autojustificarse.

El ser humano normalmente necesita buscarle una justificación plausible a sus actos, tanto ante sí mismo como ante los demás. El problema radica en la objetividad y adecuación a la realidad de esas justificaciones, es decir, en que en realidad esos actos no sean justos (adecuados a la realidad) o que esa justificación no sea plausible.

Ciertamente, la decisión de enfrentar la verdad en toda circunstancia implica un coraje no fácil de adquirir. Pero, además del coraje, implica, entre otros elementos, el desarrollo de habilidades de autocrítica y de aceptación de niveles de incoherencia e inconsistencia de los propios actos.

c) Aprender a buscar la verdad.

La verdad no es autoevidente ni unívoca en la realidad histórica donde se desenvuelve el ser humano. Debe ser buscada trabajosamente, asumiendo el esfuerzo, las incertezas, las crisis personales y los momentos de claridad y obscuridad que el proceso implica. Buscar la verdad exige decisión, coraje, así como también instrumentos y habilidades que la hagan posible. Aprender a buscar la verdad supone el desarrollo de la capacidad real de diálogo, es decir, aprender a confrontar con otros las propias certezas y las propias dudas, mediante argumentaciones consistentes y con capacidad de interacción intelectiva,

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especialmente con aquellos que tienen perspectivas conceptuales distintas. La construcción de certezas sólo será abierta en la medida en que dichas certezas puedan ser confrontadas y sostenibles, a juicio del propio sujeto, ante otras posturas contradictorias con la suya.

d) Aprender a discernir entre las diferentes guías de valor en una sociedad plural.

Frente a los conflictos socio-morales que la persona debe afrontar, la sociedad ofrece una variedad de guías de valor o criterios morales, cada uno de los cuales supondrá previsiblemente diferencias en el resultado final respecto de las demás. La persona necesita aprender a calibrar las diferentes propuestas éticas que recibe, a efectos de discernir cuál o cuáles de esas guías de valor son las que más condicen con sus certezas fundamentales. Esto implicará que la persona sea capaz de distinguirlas, que sea capaz de inferir los elementos antropológicos fundamentales que subyacen a cada una, y finalmente, que sea capaz de proyectar sus resultados.

2. Formación para el discernimiento.

Para que el juicio ético pueda realizarse, la persona, además de tener claros los contenidos objetivos de referencia (normalmente abstractos y universales), necesita del desarrollo de habilidades que le permitan llegar a una certeza sobre cuál es el mayor bien posible “aquí y ahora”.

Dado que ello no es posible mediante la mera aplicación mecánica de certezas abstractas a situaciones concretas, además será necesario capacitar a la persona para que le sea posible:

a) Ubicar con claridad la situación ética planteada.

En los hechos históricos concretos, debido a su carácter complejo, no resulta autoevidente dónde está el núcleo del conflicto socio-moral, corriendo el sujeto el riesgo de perderse en lo anecdótico o de centrarse en aspectos que son secundarios para la resolución de la situación. Así, previo a la realización del juicio ético, la persona necesita poder clarificar

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exactamente qué es lo que debe juzgar y ello necesita de aprendizaje práxico.

b) Establecer los principios, criterios y valores morales en juego.

Una vez clarificada la pregunta ética a ser resuelta, la persona necesita establecer el marco concreto de principios, criterios y valores morales que necesita tener en cuenta específicamente para resolver ese conflicto socio-moral, ya que no puede manejar simultáneamente, ni de manera indistinta, todo el universo de guías de valor que conoce.

c) Establecer las circunstancias que condicionan.

Todo conflicto socio-moral se da siempre en circunstancias concretas, con algunos condicionamientos que favorecen y otros que limitan la situación misma, así como las posibles resoluciones. Es necesario que la persona pueda desentrañar, del contexto meramente anecdótico, aquellos elementos que influyen de manera importante en la situación, y que no pueden ser obviados al momento de realizar el juicio ético.

d) Llegar a juicios ciertos en un tiempo razonable.

La realización de un proceso de discernimiento ético necesita de un tiempo adecuado. Esto necesita, a su vez, que la persona aprenda a manejar los tiempos de discernimiento, poniéndose por un lado límites que eviten la abulia ética, y por otro sin apresuramientos innecesarios que impidan la prudencia imprescindible.

e) Aplicar el “transar ético” (7) donde es necesario.

Pocas veces los conflictos socio-morales se presentan con nitidez como opción entre “totalmente bueno” o “totalmente malo”. Normalmente el discernimiento debe darse en medio de los grises de la historia, es decir, que la persona debe decidir en un contexto de males, y debe decidir si el “mal menor” posible es éticamente válido. Para ello, la persona deberá decidir si corresponde o no el transar ético, y ello significa ser capaz de aplicar los cinco criterios que constituyen sus condiciones de validez.

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De la capacidad de manejar adecuadamente estos puntos dependerá la posibilidad real que tenga la persona de discernir en conciencia y con autonomía y, por ende, de realizar juicios éticos válidos sobre situaciones concretas.

3. Formación para la autenticidad.

Llegar a ser auténtico no es el resultado de un proceso espontáneo, sino que necesita, por parte del sujeto, de una decisión sostenida en el tiempo. A su vez, esa decisión sostenida en el tiempo exige de un convencimiento profundo acerca de la validez de perseguir la autenticidad, así como del desarrollo de ciertas habilidades específicas. Este actuar sistemático, en coherencia ética, es lo que permite a la persona una autoconstrucción genuina y autónoma, llegando así a ser él mismo.

La autenticidad sólo es posible en personas libres, pero la libertad humana es una libertad histórica y, por tanto, condicionada. La cuestión ética no radica, pues, en pretender una libertad sin condicionamientos, que no es posible, sino en buscar una libertad capaz de ir superando progresivamente los condicionamientos indebidos.

Consideramos condicionamientos “indebidos” aquellos que derivan del contexto externo o interno a la persona y que influyen limitando arbitrariamente su horizonte de libertad. En este sentido, podemos distinguir entre:

a) Aprender a rechazar todo condicionamiento externo indebido.

El medio ambiente, a nivel de relaciones interpersonales, grupales, o socioestructurales, ejerce explícita o implícitamente presiones sobre la persona para que ésta realice sus opciones de acuerdo con pautas heterónomas.

Para ir realizando un proceso que permita ir superando esos condicionamientos indebidos externos, la persona necesita:

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1) Del desarrollo de una autoestima psicológica y afectiva fuerte. De este modo podrá enfrentar los conflictos explícitos, así como no temer las puniciones de todo tipo que pueda sufrir por no cumplir con lo que se pretendía de él.

2) Del desarrollo de la capacidad de independencia y soledad. La no dependencia de otros de modo de crecer en autonomía, supone además del desarrollo de la autoestima, del desarrollo de la capacidad de vivir no angustiosamente el hecho de resultar aislado o marginado en ciertos momentos o de ciertos ámbitos.

b) Aprender a superar todo condicionamiento interior indebido.

En el interior del ser humano también se desarrollan diferentes tipos de elementos que pueden atentar contra la realización del mismo. Se trata de hábitos, actitudes y costumbres, que le dificultan o hasta le impiden mantener una decisión sostenida y actuante en el tiempo.

La constancia, la fidelidad al propio proyecto o a las propias convicciones, la perseverancia, aún en los fracasos parciales, el ser tesonero o aun testarudo en la persecución de los propios ideales, no son espontáneos ni sencillos para la persona, sino que necesitan de educación.

En este sentido, podemos observar:

1) El desarrollo de la capacidad de distinguir lo que son limitaciones personales de lo que son condicionamientos indebidos.

No es fácil diferenciarlos y con facilidad se cae en ambos extremos, inclusive, a veces, en forma simultánea. Este discernimiento supone desarrollar la capacidad de autoconocimiento, de autocrítica, de aplicación del “principio sospecha” al propio marco ideológico, etc.

2) El desarrollo del carácter, la autodisciplina, la fortaleza de ánimo.

No es suficiente con aprender a discernir los condicionamientos interiores indebidos, sino que también se necesita trabajar para su modificación. Para ello es necesario potenciar la capacidad de reforzamiento interior de

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la persona mediante el desarrollo del carácter (que permitirá afirmarse en la propia identidad más allá de los cambios que deba generar en sí mismo), la autodisciplina (que le permitirá ser consecuente y sistemático en la autoconstrucción), y la fortaleza de ánimo (que le permitirá enfrentar las pérdidas de sentido parciales, las dificultades imprevistas, los aparentes retornos al punto de partida).

Como se ve, los contenidos éticos no se pretenden universales, pero sí el modo de estructurar la personalidad moral, de modo de lograr seres humanos con conciencia moral autónoma y, por ende, con capacidad de autenticidad y desarrollo personal integral. A su vez, esto sólo será posible como parte de un aprendizaje sobre la propia vida, que al interior de la educación formal no puede ser soslayado, y que implicará la definición e implementación de estrategias pedagógicas consecuentes y continuas a lo largo de todo el ciclo educativo.

2. Dimensión Social – Política

Entender a los actores como sujetos en acción. Es en esta condición de actores que se movilizan y que constituyen sus proyectos de futuro con sus iniciativas actuales como se va constituyendo la identidad que los caracteriza. Bajo esta forma de entenderlos se pudiera cuestionar que haya actores sin proyecto o, incluso más allá, sin un discurso propio; sin embargo, el contenido que aquí se le da a la noción «sujetos en acción» alude a los sujetos sociales con un discurso en construcción.

Por el contrario, me parece más difícil reconocer la existencia de actores que constituyan un sujeto con un proyecto y un discurso acabado. Sugiero que, por el hecho de estar en permanente relación con otros, en tanto su propia condición social los ubica en posición identitaria con respecto a otros actores, se debe concebir al sujeto como un permanente de identificación, con una historia, un presente y un futuro que se puede reconocer desde nuestro propio posicionamiento e identidad.

Se puede hablar de tiempos históricos, periodos y coyunturas, en los que el sujeto social que se identifique tenga más o menos acción, menor o mayor relevancia con respecto a la construcción de su proyecto de futuro,

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mejor o peor ubicación en la correlación de fuerzas políticas, ser el generador de iniciativas o bien seguidor de otras, ser sujeto u objeto de la solidaridad de otros actores; pero, visto a la distancia, difícilmente encontraremos momentos «muertos» en la vida de los sujetos sociales.

La constitución del sujeto social se da desde y a partir del lugar que ocupa en lo social, lo político, lo cultural y en el espacio simbólico de otros sujetos. Específicamente en lo político no existen vacíos, ya que éstos son siempre ocupados por las acciones y posiciones manifiestas de los diferentes actores. Los sujetos siempre están adscritos a un proyecto o bien están procurando construir un proyecto. Los diferentes actores que constituyen un sujeto tampoco son homogéneos. Esto se puede observar, por ejemplo, en el caso del sujeto social que sostiene el proyecto zapatista, pues existen expresiones de la subjetividad que se adscriben al proyecto pero que no son ni constituyen todo el sujeto.

Es más que todo sujetos en potencia, y esto nos permite dinamizar la noción de constitución, ya que ésta, la constitución del sujeto, más que un conjunto de propiedades es una dinámica de transformación. Es la subjetividad del sujeto que se pone en movimiento a través de la acción y el pensar. Con todo, habrá que diferenciar entre la voluntad y la utopía para estar en condiciones de entender cómo es que el sujeto genera una acción política que correlaciona y conecta procesos políticos y sociales.

Verlo de esta manera nos permite no confundir actores con proyectos, ni proyectos con deseos e incertidumbres, utopías con deseo reprimido; esto es fundamental para entender la identidad del sujeto como proyecto. Se trata de la potencialidad del sujeto entendida como la dimensión de lo posible y que se da sobre la base de la capacidad del sujeto para insertar sus iniciativas en el contexto y la coyuntura, es decir, la práctica política que manifiesta la potencialidad del sujeto para construir su presente. En ello tiene que ver la apropiación del conocimiento y la experiencia de los actores. No es de otro modo como se confrontan los proyectos diferentes entre los actores que los sostienen. Dicho conocimiento se presenta como

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discurso articulador, lo mismo que en forma de una iniciativa política, pues por su contenido puede conectar a otros actores e impactar el contexto.

En la idea de identidad que aquí se maneja se podría incorporar la definición de Sciolla: «La capacidad compleja del ser humano de auto-reflexión y auto-observación que se desarrolla a través de la utilización de sistemas de símbolos significativos» y que, de acuerdo con Luckman, señala que «la identidad no es una propiedad intrínseca del sujeto, sino que tiene un carácter intersubjetivo relacional (Sciolla, 1983: 10). De tal manera que se puede afirmar que la constitución del actor se da a partir de las divergencias entre las perspectivas de los actores-autores y sus proyectos. La confrontación, el juego de la intersubjetividad entre actores, el uno con respecto al otro son el escenario donde se manifiesta la com-plejidad de la identidad y sus dimensiones.

Con todo, la identidad como proyecto tiene que ver con la utopía, pero también con la voluntad colectiva; es decir, la posibilidad de constituir agrupamientos colectivos para la acción política y la proposición de un programa. Se trata de ver cómo la realidad social es constituida por los sujetos, por la relación entre sujetos y actores y sus proyectos. Una rela-ción entre memorias, colectivas e individuales, y visiones de futuro. Sin embargo, los sujetos tampoco deben ser concebidos en razón de un proyecto o de un solo proyecto, pues existen antecedentes que contienen otros proyectos.

En este sentido, todo tipo de actores están identificados con algún tipo de proyecto y todos los actores intervienen generando iniciativas o asumiendo otras en procesos políticos que se interrelacionan. Por eso, con Luis Villoro se puede sostener la idea de que la identidad sería un proyecto en donde el reconocimiento de los otros y las posibilidades de sus diferentes pro-yectos implica renunciar a toda idea previa de dominio, «la identidad se refiere a una representación que tiene el sujeto... aquello con lo que el sujeto se identifica a sí mismo... la construcción de una representación de sí que establezca coherencia y armonía entre sus distintas imágenes (Villoro, 1998: 64). Así, la idea de identidad como proyecto, como representación imaginaria, es la expresión, de manera concreta, de las

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necesidades y deseos. El proyecto de identidad manifiesto contiene las necesidades y deseos de los sujetos. Así la construcción del sujeto es la de su propia identidad y su manifestación política es, al mismo tiempo y desde un principio, su «política de identidad», para utilizar el concepto de Hobsbawm

3. Dimensión Profesional y laboral

La conceptualización de la Dimensión Profesional Creador (DPC), que se aborda como marco conceptual se fundamenta, en sentido general, en el enfoque de Proyecto de Vida y en el enfoque de desarrollo de la persona crítico-reflexiva y creativa.

No obstante, la conceptualización del DPC ha requerido una elaboración renovada y complementaria para abordar el campo de la actividad científica.Las corrientes humanista, histórico-culturales, constructivistas, de pensamiento crítico y liberadora, presentan un interés especial para la formación de un tipo de persona y de sociedad en la que los procesos de reflexión y creatividad se unen íntimamente al desarrollo de valores éticos que crean la posibilidad de establecer modos de relaciones humanas y racionales entre las personas, sobre la base del alto valor del respeto mutuo y la consideración recíproca.

En base a estas fuentes, fuimos perfilando un enfoque integrativo de la persona reflexiva y creativa, que se basa en los siguientes principios teóricos:

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Interrelación funcional de competencias humanas sobre la base del pensamiento de más alto orden, la creatividad, las disposiciones afectivo-motivacionales y los procesos de autodirección de la persona.

Unidad esencial de la experiencia cotidiana de los individuos en situación de interacción reflexiva y cooperada en torno a temas de sentido vital., en su contexto profesional y social.

Consistentemente con este enfoque de la persona reflexivo-creativa, la noción de profesional reflexivo, amplía su comprensión al ámbito de la realización de las profesiones, con una perspectiva social.

El concepto de ¨profesional reflexivo¨, supone una persona que desarrolla un trabajo, dentro de la profesión que corresponda, y que lo realiza con relativa independencia de dictados externos, bajo su responsabilidad y apoyada en sus conocimientos y experiencia personal. (Schön, Donald, citado por J. Guash-1999).

Con relación a las bases que sustentan el nuevo modelo de formación profesional desde la concepción histórico-cultural, reflexiva-creativa y de desarrollo integral humano, aparecen en el mundo una serie de propuestas bastante generalizadas que ponderan la práctica reflexiva como compromiso a favor de la reflexión en cuanto práctica social y profesional, lo que constituye un importante valor estratégico para crear las condiciones que permitan la transformación institucional y social.

Por otra parte, esta práctica reflexiva del profesional tiende al cambio de las condiciones sociales que pueden ser deformantes o limitantes de su auto comprensión y obstaculizar el desarrollo de su trabajo.

El profesional reflexivo centra su atención hacia su propia práctica -hacia el interior- y hacia las condiciones sociales en las que ejerce -hacia el exterior-. (Schön, citado en Guach J.-1999).

Para Schön, la reflexión en la acción supone que los profesionales reflexivos ¨examinen su desempeño, tanto sobre, como en la acción¨. Los conceptos de ¨reflexión sobre¨ y ¨reflexión en la acción¨, sustentan una concepción del conocimiento, de la teoría y la práctica, completamente diferente a la del desempaño profesional tradicional.

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La práctica del profesional reflexivo es un proceso que se lleva a cabo antes y después de la acción (lo que Donald Schön ha denominado reflexión sobre la acción) y también durante la acción, cuando el profesional mantiene una postura crítica y reflexiva en situaciones en las que desarrolla su actividad, descubriendo, enfrentando y resolviendo problemas sobre la marcha. Es decir, la reflexión del profesional se desarrolla desde antes de la acción, durante la acción y finalmente, después de la acción sobre el contexto a la que se aplica. (Citado en Guach J.-1999).

También Dewey, planteó que los profesionales reflexivos dirigen sus acciones, previéndolas y planeándolas de acuerdo con los fines que tienen en perspectiva. Esto les permite tomar conciencia de sí mismos en su propia acción...Cuando esos profesionales investigan, reflexionan y proponen acciones y decisiones informadas, no están sino expresando su poder para reconstruir la vida social, para participar en la comunicación, en la toma de decisiones y en la acción social. (Kemnis S., 1985) (Citados en J. Guach, 1999).

Elliott (1993) señala que se trata de una empresa, a la vez, «crítica y creativa»; crítica porque, en ocasiones, supone poner en duda nuestras creencias...a la luz del análisis de la práctica; creativa porque, al situarnos frente a problemas y dilemas, nos obliga a desarrollar nuevos modos de entender la relación entre ideas y realidad, nos obliga a lanzar hipótesis, experimentar y elaborar nuevo conocimiento. (Citado en J. Guach, 1999).

El principio que rige es el de partir de la interrogación y el cuestionamiento de la experiencia vital cotidiana, propio de todos los enfoques crítico-reflexivos, lo que ilustra este carácter problematizador, constructivo, que le confieren las personas reflexivas a su entorno profesional y social.

Como reseña la propia J. Guach, 1999:

Del pensamiento de Dewey recogemos que el proceso de análisis, desde un pensador reflexivo, comienza por considerar una situación problemática. En este sentido se argumenta que ellos se enfrentan a procesos reflexivos ante los dilemas, situaciones indeterminadas, novedosas, etc., que se les presentan como profesionales y que intentan

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darle un sentido y analizar o establecer ciertas estrategias para cambiar cualitativamente esa realidad.

La actitud de responsabilidad, señalada por Dewey, tiene que llevar también consigo la reflexión sobre los resultados inesperados de la actividad pues, aún en las mejores condiciones se produce siempre, además de resultados previstos, otros imprevistos. Si bien resulta habitual que una situación determinada que se presente indefinida, o que provoque alguna preocupación, se tome como problema a considerar para reflexionar, es menos habitual que se tome como problema la práctica cotidiana, aunque se esté satisfecho con sus resultados.

Como puede apreciarse, estos autores destacan aspectos importantes del ejercicio del pensar y actuar crítica, reflexiva y creativamente. La disposición a percibir la realidad como problemática, sujeta a imprevistos ocasionalmente, supone cuestionar nuestras creencias sobre las cosas y situaciones cotidianas, prever cursos alternativos, imaginar y anticipar nuevos modos de enfrentamiento, experimentar y elaborar nuevos fines.

Nuestra concepción de la persona reflexiva y creativa sintoniza perfectamente con la noción elaborada por estos enfoques acerca de las características y del papel del profesional reflexivo en su entorno institucional y social.

Cuando nos referimos al Desarrollo Personal (Profesional) Creador (DPC), estamos ubicando al individuo en el contexto de sus relaciones sociales cotidianas como ente transformador y, por tanto, crítico, reflexivo, problematizador y proactivo, capaz de dar nueva forma y encontrar nuevo sentido a las situaciones interactivas de su entorno, actividad profesional y vida personal.

La posibilidad de un desempeño de esa naturaleza requiere de la movilización del potencial individual y grupal en el que se comprometen todos los recursos cognitivos, afectivos, valorativos, instrumentales. En la más actual visión del asunto, se trata de la formación de competencias humanas y profesionales en las que se integran todos esos procesos con vistas al logro de un desempeño exitoso de acuerdo a los requisitos actuales de complejidad y cambio de la actividad profesional.

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Referentes

Galdona J. (2002). Reflexión acerca de la interacción entre la dimensión ética y otras dimensiones del ser humano. Programa de educación en valores. Universidad Católica del Uruguay.

Sandoval R. ().La dimensión política en la constitución de la identidad del sujeto. Espiral, vol. VI, núm. 17, abril, 2000, pp. 71-83, Universidad de Guadalajara. México.

D’Angelo, O.- Las tendencias orientadoras de la personalidad y los Proyectos de Vida futura del individuo. En: Algunas cuestiones teóricas y metodológicas sobre el estudio de la personalidad. Edit. Pueblo Educación. La Habana, 1982.

---- ------------- Descubrir, Proyectar tu propia vida. Próvida, La Habana, Cuba, 1989.

----------------Modelo integrativo de los proyectos de vida. Próvida. La Habana, 1994.

---------------- PROVIDA. Autorrealización de la personalidad. Edit. Academia,

La Habana, Cuba.1993.

--------------------- (1996): El desarrollo personal y su dimensión ética. Fundamentos y programas de educación renovadoras. PRYCREA III. [Inédito] CIPS, La Habana.

------------------ (1998): Desarrollo Integral de los Proyectos de Vida en la Institución Educativa. [inédito] CIPS, La Habana

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