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DIPLOMADO EN INTELIGENCIA EMOCIONAL
LECTURAS DE PROFUNDIZACIÓN MÓDULO V
ÍNDICE
INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA
MELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B. (2000). EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL.
EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO
PÉRSICO, L. (2003). INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: LIBSA.
FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA
MÄRTIN, D. Y BOECK K. (2000). EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: EDAF.
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
ORIZA, J. (2000). LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. MÉXICO: ÉTOILE.
EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
TORRABADELLA, P. (2001). CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA
ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B. (2000). EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL.
MÉXICO: PLAZA & JANÉS., PÁGINAS 21 A 45
INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA FAMILIA
Trate a sus hijos como le gustaría que los trataran los demás
¿Conoce usted la regla de oro? La mayoría de gente sí. Normalmente se
expresa así: «Trate a los demás como le gustaría que los demás lo trataran a
usted.» La llamamos la «regla de oro de 14 quilates». ¿Por qué? Pues porque existe
una mejor, la regla de 24 quilates, una que refleja lo que llamamos educación
emocionalmente inteligente:
Insistimos en que los demás honren y respeten a sus hijos, que se dirijan a
ellos con cortesía y consideración, y en que no les causen daño físico alguno.
¿Cómo ha reaccionado usted cuando alguien le ha faltado al respeto a sus hijos?
Quizá se tratara de un profesor, o del dependiente de una tienda, o del padre de otro
niño. Estamos seguros de que usted se sintió molesto y preguntó, entre otras cosas,
cómo se atrevían a hacerlo. Pero un instante de honesta reflexión podría revelar
ocasiones en que hemos dicho o hecho cosas a nuestros propios hijos por las que,
de intentarlas un extraño, desearíamos verle arrestado y encarcelado.
La diferencia entre las reglas de oro de 14 y 24 quilates reside en una
educación emocionalmente inteligente. La regla de 24 quilates requiere que
conozcamos bien nuestros propios sentimientos, que asumamos la perspectiva de
nuestro hijo con empatía, que controlemos nuestros propios impulsos, que
observemos con cautela nuestra actitud como padres, que nos dediquemos con
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esfuerzo a mejorar la educación de nuestros hijos y que utilicemos nuestras dotes
sociales para llevar a cabo las ideas.
La regla de 14 quilates no es lo bastante firme para servir de guía para la
educación actual. Los tiempos han cambiado. La vida es frenética, complicada,
excitante, desafiante y agotadora. Tenemos una sobrecarga de información siempre
en aumento. Ha llegado el momento de un nuevo paradigma de la educación de los
niños: la educación emocionalmente inteligente.
SON TIEMPOS DIFÍCILES PARA SER PADRES... O NIÑOS
¿Qué puede hacer por su familia una educación emocionalmente inteligente?
En primer lugar, ayudará a que haya más paz y menos estrés. Se trata de un modo
de restablecer una sensación de equilibrio cuando el estrés les afecta y los niños
empiezan a pelearse, la cooperación se convierte en conflicto, los adolescentes se
rebelan, y los miembros de la familia se sienten frustrados con todo aquello que
parece precisar hacerse de inmediato. Un poco de estrés puede resultar motivante,
pero un exceso de el nos impide dar lo mejor de nosotros mismos. A los individuos
sometidos a estrés les resulta difícil hacer aquello que, en circunstancias más
calmadas, saben que es lo correcto.
Ésta es una época muy exigente para ser padres. Tal vez lo único más difícil
que eso sea ser niño. Existen más influencias que nunca sobre los niños, y más
fuentes de distracción. James Comer, profesor de psiquiatría infantil, señaló en una
entrevista que nunca antes en la historia de la humanidad ha habido tanta
información dirigida directamente a los niños sin ser filtrada por los adultos que
estén a su cargo.
Existe una profusión de modas pasajeras concernientes a la educación. Y
cada una de esas ideas que surgen acaba por ser clonada, normalmente sin
autenticidad o esperanza alguna de que se cumplan las promesas realizadas. El
estrés no parece disminuir. Los padres no saben a dónde recurrir. Lo que no
debemos perder de vista, sin embargo, es que los conceptos base de la biología
humana, la crianza de niños y las relaciones padres-hijos no han cambiado. El libro
de Daniel Goleman, La inteligencia emocional señala que hemos rechazado la
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biología de nuestros sentimientos como adultos y como progenitores, y que hemos
rechazado el papel de los sentimientos en el crecimiento saludable de nuestros
hijos. Ahora estamos pagando el precio, como familias y como sociedad, con una
mayor incidencia de violencia y conducta poco respetuosa. Estamos pagando por
ello cuando somos testigos de adolescentes en apariencia sensibles que se
convienen en padres, para deshacerse entonces de los recién nacidos como si de
artículos no deseados del supermercado se trataran. Pagamos por ello cuando
ponemos énfasis en el intelecto de los estudiantes pero olvidamos sus corazones.
Y, por supuesto, también nuestros hijos pagan, pues su infelicidad y sus conductas
problemáticas continúan aumentando.
CÓMO TRASLADAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL A LA CRIANZA DE TODOS LOS DÍAS
Una educación emocionalmente inteligente debe mostrar respeto hacia las
presiones diarias que esa crianza conlleva y tratar el tiempo de forma realista. El
tiempo de los padres es muy valioso; no pueden permitirse perder tiempo y energía
emocional en el caos del hogar, en relaciones insatisfactorias con los niños, o en
niños fuera de control y carentes de responsabilidad, autodisciplina y de la habilidad
de discernir lo que les interesa genuinamente de los valores dictados por la presión
de sus iguales y de los medios de comunicación.
La educación emocionalmente inteligente utiliza técnicas específicas,
simples e importantes que pueden ofrecer una gran contribución a la paz y armonía
del hogar. El concepto se basa en que padres y madres trabajen con sus propias
emociones y las de sus hijos de una forma inteligente, constructiva, positiva y
creativa, respetando las realidades biológicas y el papel de los sentimientos en la
naturaleza humana. Extrae su fuerza de pequeños cambios, repetidos día tras día,
en las relaciones con nuestros hijos. La crianza emocionalmente inteligente es tanto
un nuevo paradigma para la crianza de nuestros hijos como un enfoque altamente
realista y práctico de la misma. Y una parte importante de la educación
emocionalmente inteligente es la de reducir un poco el estrés y aumentar la
diversión en nuestras familias y en las relaciones con nuestros hijos.
EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL. ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B.
OBJETIVOS FAMILIARES Y LOS PRINCIPIOS DE 24 QUILATES
Aprender nuevas aptitudes para la crianza y enseñar nuevas dotes
emocionales y sociales a su hijo, las aptitudes de la inteligencia emocional, puede
resultar excitante, porque puede mejorar la calidad de vida en su hogar y preparar
mejor a sus hijos para el futuro. Y, aunque no culpamos a nadie, hacemos recaer la
responsabilidad de hacer algo al respecto en los progenitores. Ser padre o madre
significa asumir la responsabilidad de actuar de guía en el hogar, de ayudar a los
niños a crecer para ser emocionalmente inteligentes. Es labor de los padres utilizar
y transmitir las aptitudes que permitirán a los niños alcanzar los objetivos que los
progenitores han fijado para ellos.
Los progenitores no son perfectos. Eso no es precisamente una noticia de
primera plana. ¿Cómo hacerlo lo mejor que podamos dado lo complejo de nuestras
vidas y las de nuestros hijos? Como hemos dicho al presentar la regla de oro de 24
quilates es en este punto que una educación emocionalmente inteligente puede ser
de ayuda. Tal regla contiene cinco principios fundamentales que sirven de objetivos
para padres e hijos. Esforzarse en alcanzar esos objetivos lleva a una familia
armoniosa, y lograrlo permite a los niños convertirse en adultos autodisciplinados y
responsables. Un «secreto» de la crianza emocionalmente inteligente es que lo que
es bueno para los progenitores es bueno para los hijos. Los progresos realizados
por los padres dan como resultado progresos realizados por sus hijos.
Comenzaremos por presentar los cinco principios de la crianza emocionalmente
inteligente.
1. Sea consciente de sus propios sentimientos y de los de los
demás. Resulta difícil ser consciente de algo como los sentimientos. ¿Qué son
exactamente los sentimientos? Poetas, filósofos y científicos han tratado de
definirlos, incluso aunque todos sepamos qué son. ¿Cómo sabemos qué estamos
sintiendo? La gente pregunta constantemente: «¿Cómo está usted?», y usted
responde: «Muy bien, ¿y usted?», y le contestan: «Muy bien», aunque es probable
que no sea cierto para ninguno de los dos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien le
preguntó cómo estaba y usted le respondió sinceramente? «¿Cómo está usted?»
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«Bueno, pues estoy bastante mal. Me siento agobiado de trabajo, y mi esposa y yo
no nos comunicamos mucho últimamente, lo cual provoca que me sienta aún más
solo, aislado y frustrado.» (Si usted respondiera a menudo de semejante forma lo
más probable sería que la gente dejara de preguntarle.) La próxima vez que alguien
le pregunte casualmente cómo está, concédase un instante para pensar y dar una
respuesta real. Quizá su respuesta sea ignorada porque la persona en cuestión no
quería saberla en realidad, pero también puede llevar a un valioso intercambio
interpersonal.
«¿Cómo está usted?» es una pregunta importante, tanto si nos la hacemos a
nosotros mismos como si nos la formulan otros. «¿Cómo está usted?» nos pide que
seamos capaces de describir nuestros sentimientos con palabras, que les
coloquemos unas etiquetas que reflejen su variedad. Muchos niños que tienen
problemas de conducta también los tienen a la hora de calificar adecuadamente sus
sentimientos. Confunden enfadado con furioso, irritado con triste, orgulloso con
satisfecho, y muchos otros. Una vez que somos capaces de reconocer nuestros
diferentes sentimientos, nuestra posibilidad de controlarlos es mucho mayor. ¿Por
qué es tan importante hacerlo? Pues, porque la forma de ser de usted influencia en
gran medida lo que usted haga. Cuando usted está triste, se mostrará retraído.
Cuando está contento, derrochará buen humor. Pero si usted no sabe cómo está,
entonces tampoco sabe cuál es su forma de actuar más probable y, por tanto, no
estará seguro de cómo ponerla en práctica.
De modo similar, ser consciente de los sentimientos de los demás resulta
crucial. Si le pregunta usted a un adolescente qué siente algún otro, él o ella
responderán en ciertos casos: «No lo sé, y ¿por qué debería importarme?» Pues sí
debería importarles, pues si saben cómo sienten los demás, su oportunidad de
mantener una interacción positiva con ellos será mayor, lo que incluye, en
ocasiones, obtener lo que deseen. Para citar un ejemplo adulto: ¿y si usted deseara
que su jefa le aumentara el sueldo? Podría resultar de ayuda ser capaz de
interpretar su estado de ánimo y saber cuándo abordarla o cuándo evitarla. El
adolescente que es capaz de interpretar los sentimientos de su maestro tiene más
probabilidades de obtener un plazo más relajado para un trabajo que lleva con
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retraso, o un poco de ayuda extra, e incluso tal vez mejor nota que un estudiante con
el mismo CI, pero con menor grado de inteligencia emocional.
2. Muestre empatía y comprenda los puntos de vista de los demás. La
empatía es la capacidad de compartir los sentimientos de otro. Para hacerlo,
primero uno debe ser consciente tanto de los sentimientos propios como de los de la
otra persona. Resulta interesante el hecho de que cuanto mejor conozca usted sus
propios sentimientos mejor podrá conocer los de otro.
Conocer los sentimientos de otros supone una parte importante del
desarrollo de su sensibilidad frente a los demás. Eso es lo que significa ser
«considerado» hacia los demás, un concepto que dista de ser nuevo. Muchos
sabios han ofrecido ese consejo a través de los siglos; quizá quien más
prominentemente lo haya hecho haya sido Hillel dice: «No juzgue a los demás hasta
haberse calzado sus zapatos.» Sólo haciéndolo así podrá usted comprender sus
puntos de vista y sus sentimientos sobre lo que sucede. Tal combinación resulta
esencial y ayuda a definirnos como plenos seres humanos.
Conocer los sentimientos de los demás y establecer lazos de empatía con
ellos requiere que uno sea capaz de interpretar tales sentimientos. Ello incluye tanto
una escucha cautelosa como la interpretación de pistas no verbales. A menudo el
lenguaje corporal y el tono de voz transmiten nuestras emociones de modo más
efectivo que las palabras. Consideramos la empatía como la comprensión
emocional no verbal de los demás. La habilidad de establecer lazos de empatía
resulta crucial para los progenitores a la hora de tratar con sus hijos, y para los niños
es vital el aprendizaje de la empatía como una aptitud social positiva.
Comprender los puntos de vista de los demás nos permite el acceso a lo que
puedan estar pensando, a cómo consideran y definen una situación, y a lo que
planeen hacer al respecto. Esa clase de comprensión, por supuesto, se desarrolla
cada vez más con el tiempo. Depende del propio nivel de crecimiento cognitivo, y
también ayuda a lograrla el tener una amplia variedad de experiencias vitales.
Los niños de corta edad (y los adultos inmaduros) tienden a considerar el
mundo en términos de sus propios deseos y necesidades. A medida que crecen, en
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torno a los siete u ocho años, se vuelven más capaces de negociar, transigir y ser
tolerantes. Pero ese proceso atraviesa altibajos a lo largo de la adolescencia, como
los progenitores saben. Aún así, todos los días los padres pueden enseñar a los
niños a asumir diferentes perspectivas. Como los medios de comunicación, Internet
y la importante influencia de los compañeros ofrecen tantos mensajes confusos,
creemos que para los progenitores es más importante que nunca jugar un papel
decisivo a la hora de guiar a sus hijos en la toma de perspectiva.
3. Haga frente de forma positiva a los impulsos emocionales y de conducta y regúlelos. El hecho de ser capaces de esperar se relaciona con un
grado determinado de mejores resultados psicológicos y de conducta.
Sin la habilidad de retardar la gratificación, normalmente acabamos por
obtener menos de lo que podríamos haber obtenido. Si uno trabaja duro para
conseguir algo, tiende a lograr más y cuenta además con la satisfacción de haber
luchado por ello. Los niños inseguros pasan un especial mal rato con la espera
porque no están seguros de que la satisfacción llegue alguna vez.
Otro aspecto del autocontrol lo constituye la habilidad de moderar la propia
reacción emocional a una situación, ya sea esa reacción positiva o negativa. Por
ejemplo, ¿acaso los niños no se enfadan y pierden el control con rapidez? ¿Acaso
no se tornan excitados y sobreestimulados y resultan difíciles de calmar? Desde
luego existen ocasiones en que sienta bien «dejar que todo salga», pero muchas
veces ésa no es la actitud más sabia. Después de que los niños hayan expresado
de forma inapropiada sus sentimientos, como en el caso de gritar y desafiar a uno
de sus progenitores, pueden desatarse reacciones negativas. Ello hace que, en
ocasiones, los padres (o profesores) se vean envueltos en lo que llamamos «espiral
de gritos». Cuando un niño se encuentra fuera de control, lo normal es que el
progenitor desee que se detenga, lo que a veces lleva a un comentario en
voz muy alta por parte del adulto. Para algunos niños, tal hecho eleva su ansiedad y
su nivel de actividad en lugar de hacerlos descender, de modo que su pérdida de
control es aún mayor. Cuando a esto siguen reacciones del adulto en tono cada vez
más subido, nos encontramos con una verdadera «espiral de gritos». Inculcar y
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practicar el autocontrol puede resultar difícil, pero si uno se empeña en hacerlo
puede ayudar a resolver muchos problemas familiares.
Hacer frente a los impulsos de conducta resulta importante por razones
obvias. Nuestras respuestas instintivas de conducta al conflicto a menudo son poco
efectivas a la hora de enfrentarse a los problemas. Como seres humanos, estamos
diseñados para reaccionar a situaciones problemáticas con una respuesta de lucha
o de huida. Debemos utilizar cuanto sabemos acerca de las perspectivas y
sentimientos propios y ajenos para ayudarnos a controlar mejor nuestros impulsos.
Y entonces tenemos que empezar a pensar con miras más amplias.
4. Plantéese objetivos positivos y trace planes para alcanzarlos. Una de
las características más importantes de los seres humanos es que podemos fijarnos
objetivos y trazar planes para alcanzarlos. Eso significa que, en general, todo
cuanto hacen padres e hijos está orientado a alcanzar un objetivo. La teoría de la
inteligencia emocional nos dice que tal hecho tiene importantes consecuencias.
En primer lugar debemos reconocer el gran poder del optimismo y la
esperanza. Cuando nos hallamos en un estado de ánimo positivo o esperanzado, lo
estamos tanto en nuestra mente como en los sentimientos y el cuerpo. Existe una
bioquímica especial para los estados de esperanza y buen humor, que incluye un
mayor flujo sanguíneo, rendimiento cardiovascular y aeróbico, actividad del sistema
inmunológico y reducción del nivel de estrés.
En segundo lugar, sabemos que al esforzarnos por conseguir nuestros
objetivos hay ocasiones en que lo hacemos de modo más o menos efectivo. ¿Tiene
momentos «mejores» que otros para hacer las cosas? Una parte de la educación
emocionalmente inteligente la constituye reconocer esos momentos en nosotros
mismos —y en nuestros niños— y en trabajar a favor de esos ritmos, y no en su
contra, en la medida de lo posible.
Finalmente, como progenitores y como personas, sería recomendable que
mejorásemos a la hora de fijar y planear nuestros objetivos, sobre todo porque
esperamos que así lo hagan nuestros hijos. El mejor modo de lograrlo es a través de
la observación de nuestras propias reacciones, mediante un seguimiento de aquello
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que hemos intentado hacer, de los resultados de esos intentos, y de qué podemos
hacer por mejorarlos, lodo ello a través de una variedad de situaciones. En nuestras
ajetreadas vidas existe un peligro real de que nos perdamos las oportunidades de
extraer las lecciones que nuestras propias reacciones nos procuran. Los padres (y
los hijos) estamos tan ocupados la mayor parte del tiempo que la autorreflexión nos
parece improductiva y no merecedora de nuestro tiempo. Afirmamos que se trata de
un error tremendo, basándonos en cuanto sabemos acerca de la crianza
emocionalmente inteligente.
Debemos ayudar a los niños a comprender el significado de la pa-
labra objetivo. Algunos niños lo relacionan con la idea de un blanco; a otros les
ayuda la imagen de un timón o un volante o una brújula; e incluso hay otros que
prefieren analogías deportivas. Sea como fuere que se visualice, ser consciente de
los propios objetivos será de ayuda a la hora de desarrollar un plan apropiado, y son
los planes los que nos ayudan a lograr nuestros objetivos.
5. Utilice las dotes sociales positivas a la hora de manejar sus
relaciones. Además de ser consciente de los sentimientos y hacer gala de
autocontrol, de orientación hacia un objetivo y de empatía, es importante saber
tratar de forma efectiva con los demás. Ello implica dotes sociales tales como la
comunicación y la resolución de problemas. Con vistas a comunicarse, uno no debe
sólo ser capaz de expresarse de un modo claro, sino también de saber escuchar y
aportar respuestas constructivas. De nuevo se trata de aptitudes importantes que
tanto padres como hijos deben dominar.
Otra serie de aptitudes consiste en formar parte de un grupo. Los
progenitores desean que su familia funcione bien como grupo. También quieren que
sus hijos desarrollen aptitudes para contribuir en grupos en la escuela, el trabajo o la
vida de comunidad. Aprender a escuchar a los demás con cautela y exactitud, a
actuar por turno, a sintonizar diferentes sentimientos, a llegar a un acuerdo, a crear
consenso y a declarar las propias ideas con claridad se hallan entre las muchas
dotes sociales que nos ayudan a desenvolver mejor en un grupo. Y, por supuesto,
EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL. ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B.
cuando los miembros de los grupos utilizan tales aptitudes los grupos funcionan
mejor, incluidas las familias.
LO QUE ES... Y LO QUE NO ES LA EDUCACIÓN EMOCIONALMENTE INTELIGENTE
Otras aptitudes sociales incluyen la habilidad de resolver problemas
interpersonales y hacer elecciones sensatas, serias y responsables en la vida diaria,
así como la habilidad de «recuperarse» de forma constructiva cuando topamos con
inevitables mojones y obstáculos en el camino de nuestro trato con los demás.
La educación emocionalmente inteligente no constituye una crianza paso a
paso. Esa clase de enfoques detallados, como «Cinco semanas para conseguir un
nuevo hogar», «Siete pasos para conseguir niños angelicales» o «Cómo convertirse
en el padre o la madre modelo», pueden tener buen aspecto sobre el papel y sonar
tentadores cuando los autores y los expertos hablan acerca de ellos. Pero esa clase
de enfoques rara vez parece funcionar en el hogar de usted en particular. Queremos
poner un énfasis especial en que no es culpa de usted.
Como todas las cosas gratificantes y significativas que hacemos en la vida, la
educación de los niños cuenta con muchas capas y niveles de desafío y riqueza. La
educación emocionalmente inteligente reconoce que es la suma total de cuanto
hacemos, día tras día, lo que puede crear un equilibrio más sano en los hogares y
en las relaciones con los niños. Debemos actuar de formas que hagan hincapié en
la importancia de los sentimientos y que nos ayuden a nosotros y a nuestros niños a
manejar toda una gama de emociones con cierto grado de autocontrol, en oposición
a la actuación impulsiva o a dejarnos llevar por nuestros sentimientos.
Para algunos niños, la vida es dura y poco segura; para otros, está repleta de
tensión. En ambos casos, una pérdida de control por su parte puede suponer
pérdida de privilegios, de actividades extraescolares, de oportunidades laborales, o
incluso su ubicación en escuelas o viviendas especiales. Los niños necesitan contar
con las aptitudes que les permitan crecer en un entorno positivo, educativo y rico en
oportunidades. La educación emocionalmente inteligente ayuda a esto último.
EDUCAR CON INTELIGENCIA EMOCIONAL. ELIAS, M., TOBIAS, S. Y FRIEDLANDER, B.
A causa de que las emociones, los pensamientos y las acciones se
entrelazan, nuestras estrategias para forjar una educación emocionalmente
inteligente deben hacer uso de varios principios a la vez. No se trata de un
procedimiento simplista ni demasiado complejo, sino meramente realista y práctico.
Además, permite a los progenitores escoger entre varias sugerencias. Es mejor
utilizar unos cuantos principios de forma consistente que quedar abrumado por el
intento de aplicarlos todos a la vez.
EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO
PÉRSICO, L. (2003). INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: LIBSA.
PÁGINAS 258 A 268
EMOCIONES BÁSICAS EN EL NIÑO
A partir de su nacimiento, el niño pasa por diferentes etapas en las cuales va
aprendiendo a utilizar tanto su cuerpo como su mente. Entre los psicólogos que
más se han abocado a la psicología evolutiva destacan J. Piaget, H. Wallon y E.
Erikson. Ellos han dividido la evolución infantil en diferentes estadios partiendo de
la observación de características precisas. J. Piaget, por ejemplo, estableció su
clasificación basándose en el aspecto cognitivo del comportamiento, en tanto que
H. Wallon basó la suya en el contacto que establece el niño con la realidad, con el
entorno. El sistema de clasificación del desarrollo propuesto por E. Erikson, tomó
como punto de partida los aspectos psicosociales del proceso evolutivo humano.
Para él, la personalidad del individuo surge de la relación entre lo que espera y las
limitaciones que encuentra en el ambiente.
Independientemente del sistema de clasificación que se utilice, se puede
afirmar que en cada una de las etapas evolutivas el niño adquiere diferentes
herramientas que le permiten manejarse con su entorno, conocerse a sí mismo y
conocer lo que le rodea.
En la primera etapa del desarrollo su relación psicológica es con la madre,
con la persona que le alimenta y que le procura bienestar. La ausencia de la figura
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
materna o, en su defecto, de quien cumpla con la función maternal, puede
acarrearle gravísimas consecuencias.
Según como sean las relaciones del bebé en este período evolutivo,
surgirán dos actitudes básicas: la confianza y la desconfianza, que estarán
determinadas por el hecho de que reciba la atención que necesita o suceda que
ésta le sea negada. Si el niño está bien atendido, el sentimiento que predominará
será el de confianza; si, por el contrario, no se le cambia, se deja pasar la hora en
que debe alimentarse o no recibe el suficiente contacto físico, el sentimiento de
desconfianza será lo que más tiempo esté presente.
A partir de los seis meses y hasta el año, el niño es un ser básicamente
emocional. Su contacto con las personas que le rodean está teñido por las
emociones de alegría, placer y enfado. Es capaz de concretar sus necesidades
mediante la expresión de estos sentimientos y, al mismo tiempo, captar las de los
demás, sobre todo las de la madre, a través del contacto físico, de la forma en que
lo cargue, el tono de voz que utilice o la atención que le dedique.
En la etapa siguiente, sus relaciones se amplían incluyendo al padre. En
esos momentos empieza a dar sus primeros pasos, a controlar mejor sus
músculos. Según como sea la relación con quienes constituyen el centro de
atención y cómo reciban ellos sus actitudes, adquirirá una sensación de autonomía
o de inseguridad, por un lado, y de dominio de sí mismo o de conformismo por el
otro. En esta etapa comienza a explorar el mundo exterior, a identificar y localizar
los objetos que le rodean.
Las emociones secundarias
El lenguaje aparece alrededor de los 12 o 14 meses y, a través de él, su
comunicación con los demás se enriquece. Hasta este momento ha sido
exclusivamente emocional, a partir de esta edad puede hacerse también verbal.
Como hemos visto, el niño aprende, a partir de los seis meses, su primer
lenguaje: el lenguaje emocional. A través del llanto, de las sonrisas, de los
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
vigorosos pataleos de alegría comunica lo que está sintiendo. Al mismo tiempo, a
través de las palabras de sus padres, de sus tonos, de sus caricias o de sus
gestos, percibe el estado de ánimo de ellos.
Obviamente el bebé no tiene control sobre estas emociones básicas; se
siente solo y llora, le bañan y sonríe de placer, se demora el biberón y expresa su
furia con gritos y pataleos y otro tanto sucede cuando tiene algún dolor. Aún no
tiene ningún rudimento de lenguaje que le permita elaborar esas emociones.
Como no tiene sentido del tiempo, cuando su madre está presente se siente
feliz, pero si ésta desaparece un momento para ir a la cocina, por ejemplo, él
interpreta esa ausencia como un vacío, como una pérdida; no sabe que en un
momento volverá. Más adelante aprenderá que las cosas «aparecen y
desaparecen». Por esto se comprende que uno de los juegos favoritos de los
pequeños es taparse los ojos o cubrirse la cabeza con una manta. Mientras no ven,
su madre desaparece pero cuando los destapan, vuelve a estar presente. Estos
juegos le ayudan a comprender poco a poco cómo funciona la realidad, a la vez
que le tranquilizan.
La aparición de emociones secundarias como la culpa y la vergüenza es un
fenómeno que ocurre alrededor de los dos años, aunque al no ser capaces de
explicarla no habrá un reconocimiento consciente hasta los 5 o 6 años.
Desde una edad muy temprana los niños aprenden a distinguir lo que
agrada a los adultos o a otros niños y a actuar en consecuencia. Esto supone un
temprano desarrollo de la empatía, ya que para actuar de esta manera deben
tomar en cuenta las reacciones emocionales de los demás. Algo así se puede ver
claramente al observar las reacciones que tiene un niño pequeño ante otro que
llora. A menudo le ceden un juguete, se acercan y le acarician e, incluso, rompen a
llorar. Es habitual que muestren hacia el que llora una actitud similar a la que los
adultos muestran con él en un caso similar.
Es evidente que la relación que el niño tenga con su entorno desde el
momento del nacimiento fomentará el cultivo de unas emociones más que de otras.
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
En el sistema límbico, no sólo se graban los hechos, como el dolor físico causado
por hambre, sino también las emociones que lo acompañan, es decir la ira,
frustración, etc. Dado que en los primeros meses el bebé no tiene otro lenguaje que
no sea el emocional, es incapaz de comprender o de revisar posteriormente esas
emociones, con lo cual quedan profundamente grabadas en su mente emocional.
La importancia de la educación emocional
La actitud de aceptación o rechazo que muestre la madre en estos primeros
estadios evolutivos, será crucial para el desarrollo emocional del niño. Sin
embargo, es necesario destacar que la inteligencia emocional es algo que, a
diferencia del cociente intelectual, puede aprenderse a lo largo de la vida con un
entrenamiento adecuado.
Hasta hace pocos años, la educación de los niños tenía dos finalidades
básicas: la adquisición de conocimientos de tipo académico y la aceptación de
normas sociales como responsabilidad, honestidad, etc. La forma en que esta
educación se impartía, y en la mayoría de los casos aún se sigue impartiendo, era
mediante sistemas de premio-castigo: «si haces lo que se te ordena, tendrás una
recompensa» que puede ser la aceptación de los demás, un regalo, una sonrisa;
«si no haces lo que se te manda, tendrás un castigo», reprobación, enfado, etc.
A partir de investigaciones realizadas sobre las emociones, ha surgido un
nuevo concepto: Inteligencia Emocional y hoy son muchos los educadores y padres
que se entrenan en la adquisición de habilidades emocionales y que ven la
educación desde un punto de vista totalmente diferente.
El exigir que un niño estudie, el amenazarlo con castigos o el hacerle sentir
inútil, inadecuado, no es la mejor manera para que responda a los requerimientos
de los padres. La motivación es un arma mucho más efectiva para conseguirlo y,
más aún, la posibilidad de entrenar al niño desde pequeño de modo que aprenda a
motivarse por sí mismo.
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
A las generaciones anteriores se les enseñó a reprimir los sentimientos
negativos. Mostrar enfado, miedo en caso de los varones, e incluso el afecto de
una manera poco discreta, no se consideraba de buena educación y merecía la
reprobación del medio. Pero tragarse las emociones, tal y como hoy sabemos, no
sirve más que para crear en el cuerpo serios desequilibrios.
A menudo los niños viven situaciones de injusticia, hechos que aún cuando
no estén realizados a propósito por los adultos no por ello dejan de resultarles
menos dolorosos. Sin embargo no tienen la opción de mostrar su enojo, ya que eso
sería considerado, por parte del adulto, como una imperdonable impertinencia. La
acumulación de esas emociones que quedan profundamente grabadas en la mente
infantil, producen en la edad adulta conductas que les traen infelicidad o
enfermedades tanto psicológicas como físicas.
Afortunadamente, con el auge de la inteligencia emocional, esto ha
cambiado, ya que se les da a los padres las pautas precisas para que enseñen a
sus hijos a exteriorizar sus emociones en un contexto aceptable y sano.
Es función de los padres el poner límites a sus hijos; decirles qué pueden
hacer y qué no. Muchos piensan que dejar que el niño haga lo que quiera, es decir,
dejarlo lo más libre posible, favorece su desarrollo; sin embargo, parecen olvidar
que la autoridad tiene dos funciones específicas:
Poner límites, o sea, establecer normas que permitan la convivencia.
Proteger.
Si a un niño se le deja hacer lo que quiere, se siente desprotegido,
abandonado. Una madre o un padre que, haciéndose cargo de cuidar al niño, tenga
por costumbre sentarse a hablar por teléfono, a leer o a realizar cualquier actividad
dejándole al pequeño hacer lo que le venga en gana, lo que probablemente
consiga es que al rato el niño se ponga a hacer todo lo que tiene prohibido; no por
aprovechar su distracción sino para comprobar los límites. A veces montan
verdaderos escándalos y pataletas, desesperados porque no les hacen caso o, a lo
sumo, les dicen al pasar: «basta ya... está bien». Si en un primer momento, ante el
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
menor indicio de esa búsqueda de límites se dice claramente «no» el niño no
sufrirá ningún ataque o explosión emocional; puede protestar, sí, pero sin la tensión
interna que genera la actitud excesivamente permisiva.
Padres emocionalmente inteligentes
El hecho de enseñar al niño a reconocer sus propias emociones y a
controlarlas, le evitará sufrimientos, ya que podrá desembarazarse de sus
sentimientos negativos, al tiempo que le permitirá una mejor adaptación al medio
social y una mayor confianza en sí mismo.
No se puede enseñar lo que no se sabe y no se puede demostrar
fehacientemente lo que no se experimenta.
Actualmente se está instando a los padres a que eduquen a sus hijos
partiendo de las premisas de la inteligencia emocional, lo cual está muy bien y, sin
duda, creará generaciones de personas empáticas, con un buen manejo social,
altruistas, etc. Sin embargo, si recordamos que los primeros meses de vida son
sumamente importantes para el desarrollo de las emociones del bebé y que éstas
están estrechamente vinculadas con el contacto con su madre, la mejor manera de
empezar una buena educación emocional es educarse uno mismo.
Ser padres, sobre todo primerizos, es algo hermoso y a la vez difícil. Por
mucho que hayamos leído, preguntado, investigado, sabemos la teoría pero no la
práctica. Con el primer hijo nos estrenamos y aprendemos, por lo tanto es bastante
frecuente que aparezcan miedos e inseguridades acerca de lo bien o mal que lo
estamos haciendo.
Si tenemos un buen control sobre las propias emociones, podremos
enseñarle al niño a experimentarlas y los sentimientos positivos que se graben en
su mente serán un buen bagaje con el cual enfrentarse a la vida.
Dentro de lo posible, y sin por ello dejar de atender al bebé cuando lo
necesita, sería recomendable que antes de cogerlo en brazos nos
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
desembaracemos de los sentimientos de enfado o de miedo. Si disfrutamos el
estrecho contacto con el bebé, sin duda él lo notará y se sentirá feliz.
Una creencia errónea es que los niños muy pequeños lloran «porque sí»,
para estar en brazos, para divertirse. El llanto del bebé indica que o bien tiene
alguna molestia, como el hecho de que le pique una zona del cuerpo y no sepa ni
pueda calmarse el escozor, o un dolor o una emoción desagradable. Es probable
que necesite sentirse seguro, en proximidad a su madre o a su padre.
La forma sana de preocuparse por los hijos
Si en estas circunstancias nos acercamos a él enfadados por habernos
interrumpido la velada con unos amigos o una película en televisión, el bebé
percibirá que algo no va bien y no se relajará sino, más bien, todo lo contrario.
La preocupación sana incluye la previsión, el análisis de un problema a fin
de encontrarle solución, cosa que no hay que confundir con el ciclo de la
preocupación. Los padres se preocupan por sus hijos ya que éstos, en su
constante evolución, presentan cada día problemas distintos a los que hay que dar
respuesta. Los niños, en su proceso de crecimiento, se enfrentan a nuevas
dificultades que tienen que aprender a resolver y a menudo ante estos intentos
viven frustraciones.
Es probable que si le preguntaran a una madre o un padre si sería capaz de
ahorrarle cualquier dolor físico o emocional a su hijo dijera inmediatamente que sí,
ya que por empatía, el sufrimiento del niño provoca dolor en quienes tanto le aman.
Sin embargo, está claro que ahorrarle todos los sinsabores, todas las frustraciones
en la infancia, es la peor manera de prepararle para la vida adulta. Crecer es difícil,
a veces muy doloroso, pero necesario.
El hecho de que al niño haya que consentirle todo lo que quiera para que
siempre esté feliz y contento no es una actitud positiva. Tampoco el desentenderse
y dejarle que haga lo que buenamente pueda con la frustración, el desencanto, el
dolor o la rabia. La mejor actitud que pueden tomar los padres es enseñarle a
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
controlar esas emociones, a saber reconocerlas primero y manejarlas después, de
modo que no se hagan crónicas impidiéndole vivir otros sentimientos positivos.
La mayoría de las veces, el dar un beso o hacerle un gesto de ternura
cuando acaba de tener un contratiempo importante, no sólo le calma sino también
es una forma de enseñarle a expresar las emociones positivas. Sin embargo, si el
niño llora por un capricho, porque no puede comer el postre antes de la comida, por
ejemplo, y la madre corre a cogerlo en brazos, acariciarlo y consolarlo, pronto
aprenderá que para obtener muestras de afecto debe llorar o buscarse algún
problema. Esta actitud por parte de sus padres también hará que se sienta
desvalido y dependiente. Lo preferible en estos casos es que se le invite a
calmarse, a dejar de llorar y, una vez que se ha serenado, que ha dejado el
capricho de lado, tener hacia él el gesto afectuoso.
Preocuparse sanamente por su hijo significa estar con él, tener un
intercambio emocional rico y sano y una de las formas más adecuadas para
conseguirlo es el juego.
Los adultos consideran el juego como diversión, distracción y algo que no es
claramente productivo. Para el niño, sin embargo, el juego es básicamente
aprendizaje; un entrenamiento que apunta a desarrollar las más diversas
capacidades. Si los padres participan en estas actividades, no sólo podrán conocer
mucho mejor a sus hijos sino que, además, podrán orientarles e imprimirles las
normas morales que les serán imprescindibles para moverse en el entorno social.
El juego es, tal vez, uno de los mejores escenarios para reforzar las
conductas positivas:
Elogiar todo aquello que haga particularmente bien. Si es hábil
armando un rompecabezas, por ejemplo, hacerle sentir que se
reconoce esa habilidad; si tiene destreza en el manejo del balón,
elogiarle una jugada. No es necesario que la adulación sea excesiva
ya que tiene que aprender la diferencia entre lo malo, lo regular y lo
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
bueno; si todo fuera maravilloso, corre el riesgo de no saber hacer
frente a las frustraciones.
Háblele de lo que él expresa. «iSe ve que te gusta cómo has
construido ese castillo!» o «parece que te ha molestado que el coche
se haya salido de la pista, por tu cara pareces un poco enfadado».
En el juego, el niño es el que manda. No tiene que darle órdenes ni
decirle cómo lo tiene que hacer; limítese a observar y a participar
pero siempre con su permiso, con su aceptación. Incluso puede
preguntarle qué es lo que quiere él que represente o que haga.
Qué debemos enseñar a nuestros hijos
Los padres rígidos o tímidos, pueden aprender mucho jugando con los
niños; seguramente sentirán menos temor al ridículo ante ellos, de modo que el
juego será una excelente oportunidad para conocer y aprender a manejar el
sentido del humor que todos llevamos dentro y el espíritu lúdico, tan olvidado en
esta sociedad de prisas y tensiones.
La labor de los padres es dar a sus hijos los elementos necesarios para que
puedan crecer sanos y felices, desarrollando sus potenciales habilidades y
adquiriendo los valores éticos imprescindibles para vivir en sociedad.
No hay que pretender que un hijo haga en nuestro nombre todo aquello que,
por una razón o por otra, no hemos podido llevar a cabo; son seres independientes,
que tienen gustos e inclinaciones propios, habilidades y capacidades a menudo
diferentes de las nuestras.
Además de brindarle todo nuestro afecto, es nuestra responsabilidad
preparar al niño para su entrada en sociedad, para el momento en que empiece a
jugar con otros niños o se escolarice y la formación de los pequeños en este
sentido incluye tres temas:
Conocimientos. Un niño que no haya disfrutado de un contacto verbal rico
con sus padres, tendrá un lenguaje pobre, por lo tanto le costará más aprovechar
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
los conocimientos que reciba en el colegio. Los pequeños disfrutan investigando,
explorando el mundo que les rodea, porque gracias a ello adquieren habilidades,
conocen la realidad. Si no se les deja ver, tocar, oler todo aquello que no sean sus
pertenencias, su experiencia del mundo será limitada y esto incidirá negativamente
en su posterior desarrollo y en su aprendizaje académico. En edades más
avanzadas, las explicaciones que dan los padres sobre diferentes fenómenos a
menudo quedan mucho más grabadas en su mente que aquellas que reciben de
sus maestros. No es necesario ni recomendable sentar al niño de seis años para
darle una larga charla sobre física, por ejemplo, pero si jugando con él se le enseña
cómo actúa una palanca, él experimentará por sí mismo y eso le abrirá nuevas vías
de investigación. Hay que tener en cuenta que para un niño pequeño el aprendizaje
no es una tarea tediosa sino un juego, que se siente orgulloso con cada conquista,
con cada habilidad que adquiere. Por eso es importante que los padres los
estimulen y les permitan investigar y hacer.
Educación emocional. Si a un adulto le cuesta reconocer sus emociones
en el momento en que éstas aparecen, el niño tiene aún más dificultades para
lograrlo. Son los padres quienes deben enseñarle a percibirlas y a controlarlas, a
expresarlas de la manera adecuada. El egocentrismo propio de la infancia hace
que, a menudo, no tengan la empatía lo suficientemente desarrollada. La
automotivación, la solidaridad, la resolución de problemas y todas las habilidades
que constituyen la inteligencia emocional, se adquieren más fácilmente en la
infancia que en ninguna otra época de la vida y se aprenden básicamente en la
relación con los padres.
Normas morales y sociales. El respeto es la primera norma que debemos
enseñar; el no hacer a los demás aquello que no nos gusta que nos hagan a
nosotros. Entre estas habilidades, se pueden citar el participar, dar y seguir
instrucciones, hablar en público, la generosidad, la responsabilidad y todo lo que
nos permite vivir en el medio social sin conflictos.
Este conjunto de enseñanzas constituyen la base sobre la cual se moldeará
su personalidad y se estructurarán los conocimientos. Como dijo Holding Cárter:
INTELIGENCIA EMOCIONAL PÉRSICO, L.
«Solamente dos legados duraderos podemos aspirar a dejar a nuestros hijos: uno,
raíces; el otro, alas».
FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA
MÄRTIN, D. Y BOECK K. (2000). EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL. ESPAÑA: EDAF.
PÁGINAS 165 A 185
FORMACIÓN EMOCIONAL EN LA FAMILIA
Lo que no se aprende de pequeño, ya no se aprende de mayor. Por suerte,
esto no es válido en todo cuanto hace referencia a las capacidades de la inteligencia
emocional. También en la edad adulta podemos todavía aprender a manejarnos de
forma inteligente con nuestras propias emociones y con las de los demás.
A pesar de todo, en los primeros años de vida se forma de manera decisiva el
mundo emocional: la confianza en uno mismo, el autocontrol, la actitud abierta
frente a lo nuevo, la capacidad de empatía, el saber disfrutar del contacto con otras
personas son capacidades elementales que los niños van construyendo ya en el
seno de su familia. Son la base del posterior desarrollo emocional. El grado de
estabilidad de estas bases depende, sobre todo, de lo bien que los mismos padres
sepan manejar sus propias emociones; por lo general, los padres inteligentes desde
el punto de vista emocional también son eficaces educadores emocionales.
La formación emocional vale la pena: los niños que han aprendido muy
pronto a manejar bien sus emociones obtienen mejores resultados en el colegio que
otros niños con parecidas capacidades intelectuales pero menos diestros desde el
punto de vista emocional. Hacen amigos con más facilidad, tienen una relación
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. relajada y franca con sus padres y son menos susceptibles a los trastornos de
comportamiento y a los problemas escolares.
Las primeras experiencias emocionales
Las raíces de la indefensión
En los primeros cuatro años de vida, el cerebro humano crece hasta alcanzar
dos tercios de su volumen definitivo. Durante esta fase, las conexiones neuronales
se forman con mucha más rapidez que durante el resto de la vida. Por lo tanto, los
procesos de aprendizaje durante los primeros años de vida se producen con mayor
facilidad que en cualquier otro momento posterior. La primera infancia ofrece una
oportunidad única de poner en marcha el desarrollo de las capacidades latentes.
Esto es válido también para el desarrollo del mundo emocional.
Si tiene algún hijo, ya conocerá el típico consejo bien intencionado: «Deja
que el bebé llore un rato.» Seguir este consejo es cualquier otra cosa menos pro-
vechoso para el desarrollo emocional de un bebé. Cuando los bebés no se sienten
bien, tan sólo tienen una única posibilidad de ayudarse a sí mismos: gritar para que
alguien acuda en su ayuda. No pueden hacer otra cosa para calmar su hambre o
poner remedio a sus dolores de barriga. Para el desarrollo emocional de un bebé es
importante saber que los padres reaccionan a su llanto. Se da cuenta de que puede
conseguir ayuda e influir y modificar esas situaciones de emergencia. Esta
posibilidad de control le da una sensación de seguridad en sí mismo.
Cualquier persona que repetidas veces haga la experiencia de no poder
provocar ningún cambio en las circunstancias que lo rodean, estará cada vez menos
motivada para tratar de influir en su entorno. Las posibles consecuencias a largo
plazo —esto lo demuestran los estudios de Martin Seligman— son el miedo, la
depresión, la indefensión.
Es natural que los padres se pregunten si no reprimen otras capacidades
emocionales importantes —por ejemplo, el control de los impulsos— si acuden de
inmediato en cuanto el bebé llora. No deje que eso le cree inseguridad: en los
primeros meses de vida, por lo general, los bebés sólo lloran cuando se encuentran
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. en una situación que ellos perciben como una situación de emergencia. Sólo los
niños más mayores utilizan el llanto de forma consciente para llamar la atención y
conseguir la dedicación de los padres. Cuanto mayor se hace el niño, los padres
deberán aprender a distinguir con mayor exactitud entre las necesidades agudas y
las que pueden aplazarse.
El desarrollo de la empatía
La disposición natural a la empatía la manifiestan los bebés muy pronto:
bebés de tres meses reaccionan alterándose ante el llanto de otro niño y empiezan
ellos mismos a llorar. ¿Por qué se pierde en algunas personas la capacidad innata
de ponerse en lugar de los demás?
Según la opinión del psiquiatra estadounidense Daniel Stern, el desarrollo de
la empatía depende de si los padres consiguen sintonizar con las emociones del
niño. Las reacciones de los padres frente a las manifestaciones emocionales del
niño, tanto si son demasiado débiles como si son demasiado intensas,
desencadenan en éste confusión y aflicción:
Si emociones como, por ejemplo, la necesidad de caricias se ignoran
de forma permanente, el niño, poco a poco, deja de manifestarlas:
porque no tiene ningún sentido hacerlo.
Pero es igual de incorrecto que los padres exageren el «cuidado»
emocional del niño —por ejemplo, reclamándole «un besito más»,
cuando el niño ya hace rato que muestra interés por otras cosas—. A
la corta o a la larga, esto hace que el niño relacione los mimos con
vivencias desagradables y deje de manifestar su necesidad de
ternura.
La atención emocional excesiva o demasiado escasa puede incluso provocar
que, en un momento dado, el niño sencillamente deje de percibir las emociones ante
las que con frecuencia los padres reaccionan de forma demasiado débil o
demasiado intensa. Su mundo emocional se empobrece.
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K.
Los errores más frecuentes
Las emociones que se encuentran fuera de nuestro propio repertorio
emocional tampoco podemos percibirlas en los demás. En resumen: por lo general,
los hijos de padres capaces de percibir las emociones ajenas desarrollan también
una buena capacidad de percepción frente a las emociones ajenas; la mayoría de
los hijos de padres menos empáticos tendrán en el futuro menos sensibilidad para
percibir las emociones de los demás.
Un estudio estadounidense publicado en 1994 sobre las emociones en el
seno de la familia, describe comportamientos de los padres que producen un efecto
negativo en el desarrollo emocional de los hijos. Entre los errores más frecuentes se
encuentran el hecho de ignorar las emociones infantiles, una exagerada tolerancia y
un escaso respeto por las emociones del niño.
Ignorar las emociones. Algunos padres ignoran los movimientos
emocionales de su hijo que a ellos, desde la perspectiva del adulto, les parecen
triviales. No se dan cuenta de lo importantes que esas experiencias emocionales, en
apariencia insignificantes, tienen para el desarrollo ulterior del niño. Con ello pierden
la oportunidad de profundizar en la relación con su hijo. Y cometen el error de no
apoyar su desarrollo emocional. Si un padre reacciona con frecuencia con tanta
indiferencia frente a sus pequeños éxitos, las perspectivas del niño de poder
construir una sana autoestima disminuyen.
Tolerancia exagerada. Los padres tolerantes en exceso dejan que el niño
se las arregle por su cuenta con sus emociones. En algunos casos, detrás de este
comportamiento de los padres se encuentra un concepto particularmente liberal de
la educación; otros se limitan a adoptar la postura de la mínima resistencia. Los
padres que por principio se lo permiten todo a su hijo pierden la ocasión de
enseñarles estrategias para manejarse con las emociones.
Escaso respeto por las emociones del niño. Los padres con principios y
concepciones de la vida muy claros no toleran en sus hijos ninguna manifestación
emocional que vaya en otra dirección que la deseada. «¡No te pongas así!» suelen
decir, por ejemplo, los padres que dan mucha importancia a que el niño aprenda a
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. dominarse. A la larga, el niño dejará de manifestar las emociones de las que sabe
que provocan en sus padres una reacción de rechazo. Se quedará solo con sus
miedos y preocupaciones.
Tranquilizarse uno mismo
Bastían está orgulloso de dormir solo en su habitación. Sólo cuando hay
tormenta le entra un miedo bastante considerable y corre al dormitorio de sus
padres. Un día que vuelve a haber tormenta, los padres de Bastían no están en
casa. Y él no quiere correr a refugiarse al lado de la canguro. Mientras en él todavía
luchan el orgullo y el miedo, coge a su osito en brazos, lo acaricia y le habla,
diciéndole de que no debe tener miedo. Su propio miedo, al hacer esto, se hace
cada vez menor.
Bastían se ha comportado como suelen hacerlo sus padres cuando él tiene
miedo: tomarlo en brazos, acariciarlo y darle ánimos. Utilizando el rodeo del «osito»,
se ha tranquilizado a sí mismo, copiando el comportamiento de sus padres. Bastían
ha aprendido cómo puede tranquilizarse a sí mismo cuando se siente invadido por el
miedo.
Miedo aprendido
Los padres que perciben las emociones de sus hijos, las admiten y las
suavizan, de manera indirecto les están mostrando las posibilidades que tienen de
poderse tranquilizar a sí mismos cuando están alterados.
Sabrina juega con su madre en el jardín. De pronto, la madre de Sabrina grita
y aparta a la niña: una araña se está descolgando por su hilo, justo a su lado. Desde
entonces Sabrina tiene miedo de las arañas. Observando el miedo de su madre,
Sabrina ha aprendido a tener miedo ella misma.
También miedos más sutiles de los padres se transmiten a los hijos, incluso
cuando los padres creen no haber mostrado nunca esas emociones a sus hijos.
Muchos niños tienen percepciones muy sensibles para los cambios en el ambiente y
captan con exactitud cuándo la madre o el padre están inquietos. La inquietud de los
padres se transmite al niño. Por ejemplo, es muy probable que los niños cuyas
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. madres están muy preocupadas por cómo le irán las cosas a su hijo en el kinder
reaccionen ante esa nueva situación con más miedo que otros.
Agresividad aprendida
Andreas, durante el recreo, ha empujado a un compañero. La maestra le
comenta el incidente a la madre. Cuando por la noche el padre se entera de lo
sucedido, se enfurece. Le da una bofetada a su hijo y le grita: «¿Cuántas veces
tengo que decirte que dejes en paz a tus compañeros?»
Pesimismo aprendido
Es de suponer que Andreas ya ha pasado a menudo por la experiencia de
que su padre utilice la violencia cuando está furioso con él. Observando a su padre
ha hecho su aprendizaje: cuando está furioso —por ejemplo, a causa de las burlas
de un compañero—, aplica las mismas estrategias que el padre: reacciona con
agresividad. El mensaje verbal del padre («¡Debes dejar a tus compañeros en
paz!») no tiene el menor efecto, ya que está en contradicción con su propio
comportamiento.
En el último examen de matemáticas, Julia sacó: insuficiente. Para el
siguiente examen se prepara muy bien, estudiando con ahínco en compañía de una
amiga. El mismo día del examen, por la mañana, la madre de Julia le dice: «Seguro
que volverás a sacar una mala nota. Ya de pequeña, en los primeros cursos, tuviste
siempre dificultades con las matemáticas.» Esta vez Julia saca un Bien. El
comentario de su madre: «Qué suerte has tenido.»
La madre de Julia está programada para resignarse ante los fracasos y
considerar los éxitos una mera cuestión de suerte. Con el tiempo, lo más seguro es
que Julia aprenda que uno mismo, haga lo que haga, no puede influir —o muy
poco— sobre los acontecimientos de la vida. Los éxitos son casuales, los fracasos
no son controlables. No tiene ningún sentido adoptar una postura activa.
Es muy posible que el afán de estudiar de Julia pronto disminuya y que en el
siguiente examen vuelva a obtener, efectivamente, malos resultados. En definitiva,
así se confirmaría el mensaje de la madre. Aunque Julia sufre bajo el punto de vista
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. pesimista de su madre, es probable que, a la larga, acabe adoptándolo. Es de temer
que, como su madre, se convertirá en una persona insegura, pasiva y depresiva.
Hablar de las emociones
Por el contrario, los hijos de padres optimistas tienen grandes posibilidades
de desarrollar a su vez un mundo emocional marcado por la confianza. Los padres
optimistas les transmiten con su ejemplo el siguiente mensaje: los éxitos son —por
lo menos en parte— atribuibles al propio esfuerzo, y los fracasos son una
oportunidad de mejoran Una madre optimista habría atribuido el éxito de Julia a su
buena preparación y la habría animado a seguir estudiando con ahínco.
«¡No hay que dejar que el corazón se salga por la boca!» Podríamos suponer
que en las familias en las que rige esta máxima, las emociones no son ningún tema
a considerar. Pero, para poder manejarnos con nuestras propias emociones y con
las de los demás, debemos, por lo menos, poder darles un nombre. Debemos tener
palabras para aquello que pasa en nosotros en el plano de las emociones. Cuanto
más reducido sea nuestro vocabulario emocional, no sólo nos quedaremos mudos
en lo que se refiere a las emociones, sino también sordos y ciegos: mudos, porque
no podremos hablar acerca de nuestros sentimientos; sordos, porque no podremos
prestar oídos a nuestro mundo emocional; ciegos, porque no percibiremos las
emociones de los demás.
Llamar a las emociones por su nombre. Florián tiene un año. Está
construyendo una torre con cubos de madera. Cuando la torre se derrumba, el
pequeño se echa a llorar. Su madre lo toma en brazos y le dice: «Ya sé que ahora
estás muy enfadado.» Al hacerlo, adopta la misma expresión del rostro de su hijo.
La madre da un nombre a la emoción de su hijo mucho antes de que éste ni
siquiera sepa hablar. De esta manera, va aportándole conceptos que el niño puede
relacionar con la experiencia emocional que está sintiendo. Mientras lo hace,
también ella adopta una expresión facial que manifiesta enojo. En el rostro de la
madre, Florián puede comprobar qué aspecto tiene el enojo. Cuando estos
procesos se repiten, el niño aprende poco a poco que el enfado siempre produce la
misma emoción y tiene el mismo aspecto: puede relacionar la palabra con una
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. determinada imagen: se pone una «etiqueta» a la emoción, se le da un nombre. Si la
madre (o el padre) no verbalizara las emociones del niño y no le comunicara
también —siempre que fuera posible— sus propias emociones, el vocabulario del
niño, tanto activo como pasivo, tendrá considerables lagunas emocionales.
Historias con emoción. Los cuentos ilustrados adecuados amplían el
vocabulario emocional: una determinada mímica se relaciona con determinadas
palabras, como la alegría, el miedo, la rabia, etc. Puesto que los niños pueden
identificarse fácilmente con personajes, están bien predispuestos a hablar de
emociones parecidas que ellos mismos sienten Las experiencias emocionales del
personaje animan al niño a hablar abiertamente de sus propias y parecidas
emociones. Para los padres es una buena oportunidad de descubrir los miedos,
decepciones y deseos de su hijo y de ayudarlo a aclararse mejor con ellas. Para el
niño es una buena ocasión de aprender el lenguaje de las emociones.
Mediante historias que ellos mismos inventen, los padres pueden iniciar
conversaciones en torno a problemas sobre los que su hijo guarda silencio.
Supongamos que a su hijo, en el parque y de forma habitual, los otros niños le
quitan los juguetes y usted ve cómo sufre por ello en silencio. Cuéntele una historia
en la que niños, animales o usted mismo de pequeño tengan que enfrentarse al
mismo problema. Utilizando este rodeo, al niño le resultará más fácil abrir su alma y
hablar de sus emociones.
Atención pasiva. Los niños pueden hablar con mayor facilidad sobre sus
experiencias y las emociones ligadas a ellas cuando los padres escuchan con
atención y no manifiestan de inmediato su propia opinión. Hay muchas posibilidades
de dar señales —también sin emplear palabras— de que de verdad se está
escuchando con toda atención: a través de contacto visual, con una postura del
cuerpo atenta y abierta, y un asentimiento de vez en cuando, los padres pueden
manifestar con claridad la atención que están prestando a su hijo. Thomas Gordon,
en su libro La asamblea familiar, llama a este método «atención pasiva».
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K.
Escuchar en silencio pero con atención permite al niño desahogar su
frustración y su rabia. Con ello se crea una atmósfera en la que se siente acogido y
al mismo tiempo puede encontrar una especie de solución al problema.
Muchos padres habrían reaccionado a las confidencias de su hijo de forma
muy diferente: «¡Seguro que te has vuelto a pasar la clase charlando!; «¡Tú te lo has
buscado!; «¡Ojalá sea para ti una lección!» Este tipo de reacciones habrían
bloqueado otras confidencias del hijo: difícilmente habría llegado a encontrar por sí
mismo una posible solución al problema.
Atención activa. Otra técnica muy adecuada para iniciar una conversación
con niños y jóvenes y poder mantenerla es escuchar de forma activa.
La timidez no es mi destino inevitable
Exige de los
padres que sean capaces de ponerse en el lugar del otro para poder descifrar de
manera correcta los mensajes emocionales que hay detrás de las confidencias de
sus hijos.
El miedo ante los contactos sociales está muy extendido. A causa de estos
miedos, se evitan siempre, en la medida de lo posible, encontrarse en situaciones
en las que se vieran expuestos a la atención de los demás.
A las personas tímidas, la sensación de tener que presentarse de forma
óptima las paraliza. En situaciones sociales se observan a sí mismos con un
excesivo espíritu crítico. Por su mente pasan preguntas inquietantes: ¿Qué efecto
causo en los demás? ¿Se dan cuenta de que estoy nervioso? ¿Estoy vestido de
forma correcta? ¿Me he reído demasiado fuerte? ¿Qué digo si se produce un
silencio en la conversación? Esta coercitiva observación de uno mismo
desencadena estrés: aumento de la presión arterial, taquicardia, sudoración,
sonrojos. A los tímidos les cuesta un enorme esfuerzo ocultar, ante los demás, su
inseguridad. Y justo a causa de sus esfuerzos convulsivos por causar una buena
impresión, tienden a cometer torpezas. Su miedo a ser mal acogidos por los demás
los hace guardar silencio en las conversaciones. Los tímidos se ponen trabas a sí
mismos.
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. El tímido, ¿nace o se hace?
«Yo era tímida ya de niña. Cuando mis padres me llevaban con ellos a algún
sitio, me pasaba lodo el tiempo llorando.» Esto lo dice Bettina. Ahora es ya una
mujer adulta. Cuando tiene que participar en fiestas a las que asistirá un amplio
círculo de personas, suele buscar un pretexto para no ir.
Marietta, la madre de Daniel, un niño de ocho años, informa: «De niño todo
despertaba su curiosidad. Se lanzaba a explorar de inmediato cualquier nuevo
entorno con que se encontrara.» En la actualidad, Daniel se cuenta entre los niños
de su clase que son tan tímidos que ni siquiera se atreven a proponer un juego a sus
otros compañeros.
¿La timidez es congénita o sólo la adquirimos, en forma de miedo ante los
demás, a través de determinadas experiencias? Ambas cosas son posibles.
Timidez congénita Jerome Kagan, el investigador estadounidense del
temperamento, llegó a la siguiente conclusión: en un tercio de los adultos tímidos la
timidez forma parte del programa biológico. Ya en el vientre materno tienen una
frecuencia cardíaca superior a la de otros fetos. A los cuatro meses presentan
reacciones motrices más intensas que otros niños frente a sus percepciones
sensoriales (objetos, ruidos, olores). En un entorno desconocido lloran más que
otros bebés. A los catorce meses siguen mostrando una frecuencia cardíaca
superior a la media cuando se ven confrontados con una nueva situación.
Kagan califica a estos niños como muy reactivos. Los datos obtenidos a partir
de electroencefalogramas manifiestan un claro incremento de la actividad del
hemisferio derecho y del sistema nervioso vegetativo cuando los niños son
confrontados con algo nuevo. Es de suponer que la amígdala, responsable de la
primera reacción emocional, reacciona con mucha más intensidad de lo que sería
adecuado a la situación. Manda mensajes de advertencia al sistema nervioso
vegetativo y produce así reacciones de miedo, como el aumento de la presión
arterial y de la frecuencia cardíaca. El niño que experimenta estas reacciones
corporales las vive como algo desagradable, tiene miedo y se siente a disgusto e
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. inseguro. Los bebés manifiestan su malestar llorando. Los niños más mayores
evitan las situaciones que los alteran y se retraen.
Otros científicos estadounidenses han comprobado que los niños que han
sido engendrados en agosto o septiembre tienen una probabilidad mucho mayor de
nacer siendo niños tímidos. Se supone que la causa es la hormona melatonina,
conocida por su actividad neuronal. Durante los meses de invierno, en los que el
feto madura en el vientre materno, la melatonina se produce en mayor cantidad. La
hormona llega al feto a través de la placenta y puede provocar una elevada
excitabilidad congénita.
Timidez adquirida, dos tercios de la totalidad de las personas tímidas no
nacen con esta predisposición; su timidez se desarrolla a causa de influencias
externas. Los estudios comparativos sobre diversas culturas realizados por el
sociopsicólogo estadounidense Philip Zimbardo, aportan interesantes datos sobre
estas influencias externas. Por lo tanto, es evidente que el hecho de que una
persona llegue a ser tímida o no depende de si ha podido edificar un sentimiento de
autoestima estable o no.
Lo que pueden hacer los padres. las tres recetas contra la timidez son:
calor de hogar, reconocimiento e infundir ánimos.
Calor de hogar. Las personas para quienes la timidez es una palabra
desconocida es muy probable que durante su infancia disfrutaran de mucha calidez,
protección, seguridad y estabilidad. Sobre estas experiencias primarias pudieron
edificar un sentimiento de autoestima estable. La relación con nuestros padres es
nuestra primera relación interpersonal. Las experiencias con los padres se
generalizan y se trasladan a la relación con otras personas: los niños que se sienten
amados por sus padres confían con mayor facilidad en ser queridos por los demás.
Por el contrario, los niños que han recibido poco amor de sus padres temen,
también en el trato con los demás, la indiferencia o el rechazo.
Reconocimiento. Las personas tímidas se valoran poco a sí mismas: se
consideran carentes de interés, incapaces, torpes, nada atractivas. Observación:
ellos se perciben así. La realidad puede ser muy diferente. Todos nosotros
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. conocemos a personas que se relacionan con los demás con una absoluta
seguridad en sí mismos, aunque no son particularmente listos, ni atractivos, ni
dotados. Y también conocemos a otras personas que tienen muy buen aspecto, son
inteligentes y realizan con éxito su trabajo, pero que cuando están con otra gente
dan la impresión de inseguridad y retraimiento.
El hecho de tener una imagen negativa o positiva de uno mismo no sólo
guarda relación con las cualidades objetivas de una persona. Los niños se hacen
una imagen de sí mismos, ante todo, en función de las reacciones que perciben en
sus personas de referencia más próximas. Para cuando empezamos a definirnos a
nosotros mismos por comparación con otros, ya están marcadas las pautas: los
niños que obtienen mucho reconocimiento por parte de sus padres creen en sus
capacidades y parten de la base de que pueden compararse sin problema con los
demás. Los niños a los que sus padres alaban pocas veces, dudan de sus propias
cualidades y perciben a los otros niños como superiores a ellos. Se avergüenzan,
tienen miedo de que se rían de ellos y se retraen.
Pero cuidado: cuando las alabanzas no corresponden a un auténtico
rendimiento, a un verdadero progreso del niño, son más perjudiciales que
provechosas. Algunos padres cubren a su hijo de alabanzas, independientemente
de si en realidad el niño ha dado motivo para ello. La consecuencia: los niños
tienden a sobrevalorarse a sí mismos. No ven sus propias cualidades de forma
realista y, por lo tanto, a menudo no son tomados en serio por otros niños de su
edad. Su comportamiento activo se ve perjudicado: al fin y al cabo, ya lo saben todo.
A ello hay que añadir que, en un momento dado, la mayoría de los niños se dan
cuenta de cuando detrás de una alabanza no hay un auténtico reconocimiento. A la
larga, esas alabanzas injustificadas ni producen orgullo, ni fortalecen la seguridad
en uno mismo. En este sentido es válido decir que lo poco (aunque dicho en serio)
es, a veces, mucho.
Infundir ánimos. Los niños tímidos tienen a menudo padres proteccionistas
en exceso. Es difícil contestar a la pregunta sobre la causa y el efecto. ¿Es el niño
tímido porque los padres le evitan cualquier dificultad?, o ¿quitan los padres a su
EQ QUÉ ES INTELIGENCIA EMOCIONAL MÄRTIN, D. Y BOECK K. hijo todas las piedras del camino porque es tímido y quieren ahorrarle toda
inquietud? Sea como fuere, sobreprotegerlo no le ayuda. La timidez es una forma de
miedo. Y los miedos no se pueden superar evitando las situaciones que los
desencadenan.
Para librarse de los miedos hay que llegar a experimentar que se es capaz de
dominar las situaciones que nos causan temor: la persona que tenga miedo a volar
sólo podrá superarlo a medida que vaya sobreviviendo sano y salvo a un vuelo tras
otro. Por lo tanto, los padres sólo pueden ayudar a su hijo tímido infundiéndole
ánimos para que se vaya enfrentando a nuevas situaciones.
Pero lanzarlo de golpe al agua fría sería un error: si el niño no está a la altura
de la situación y fracasa, sólo se consigue reafirmar el miedo. Lo bueno es encontrar
o crear situaciones que previsiblemente el niño pueda superar.
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
ORIZA, J. (2000). LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. MÉXICO: ÉTOILE.
PÁGINAS 165 A 184
LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
Vuestros hijos no son vuestros, son hijos del anhelo de la vida, son concebidos a través de
vosotros, mas no de vosotros.
Y no obstante vivan con vosotros, no os pertenecen. Podréis darles vuestro amor, más no
vuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos propios.
Podréis albergar sus cuerpos, más no sus almas, porque sus almas moran en la casa del
mañana, casa que no podréis visitar ni aún en sueños.
Sois el arco del cual vuestros hijos son disparados, cual saetas vivientes. El arquero ve el
arco sobre el camino del infinito, y él os encorvará con su fuerza, de suerte que sus saetas puedan
volar veloces a gran distancia.
GIBRAN JALIL GIBRAN
En los hijos, los esposos ven la misma realización de su amor, de su entrega,
de su vida en común, en el cual se sustenta la familia. Sin embargo, siendo el fruto
del amor conyugal, siendo la misma realización de los esposos, la vida nos enseña
que los hijos no nos pertenecen; son más bien una grande y hermosa
responsabilidad para la cual debemos prepararnos, pues en su momento, los
entregaremos a la sociedad, ya que ésa es nuestra misión.
Nuestra gran responsabilidad entonces, consiste en darles la mejor
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. preparación, la mejor educación sustentada en valores, enseñarlos a amar,
formarles un recio carácter y ayudarles a desarrollar la inteligencia
emocional, para que con esas bases, puedan enfrentar de la mejor forma la
vida. Y en nuestra época, en los inicios del tercer milenio, esa gran
responsabilidad se vuelve cada día más difícil. Tenemos una responsabilidad
básica hacia ellos, hacia nuestros propios hijos, pues desde su nacimiento
hasta que son mayores, son altamente dependientes de nosotros.
Y tenemos una responsabilidad importante hacia la sociedad, pues la
sociedad demanda cambios, demanda individuos cada vez mejor preparados;
individuos que hayan aprendido a vivirlos valores cuya ausencia ya ha hecho
crisis en nuestro mundo. A nuestros hijos les tendremos que responder de
nuestros aciertos y fracasos en su educación. A la sociedad le debemos
entregar los individuos que demanda para el tercer milenio.
No obstante lo trascendente de esta gran misión para los esposos,
desafortunadamente no existen muchas escuelas que nos enseñen a ser
padres. La vida es nuestra escuela; nuestros antecesores también, con sus
aciertos y errores.
El primer reto para aspirar a ser un buen padre o una buena madre, es
ser una persona madura, una persona que sepa actuar con inteligencia
emocional; una persona que en su comportamiento cotidiano, muestre los
valores fundamentales que necesita nuestra sociedad para renovarse. El
segundo reto, una vez superado el primero, será el ser buenos esposos; un
matrimonio que con su ejemplo, de a conocer a sus hijos los valores
fundamentales de su amor conyugal y los enseñen con su propia conducta y
su relación de esposos, a actuar con inteligencia emocional. El tercer reto
será entonces, procurar la mejor educación posible para sus hijos; preparar
individuos maduros e íntegros, con inteligencia emocional para enfrentar los
diversos problemas de la vida, que sepan conocer y entender sus emociones;
que desarrollen un buen control de sus emociones y sepan encausarlas para
automotivarse ante las depresiones, ante situaciones complejas, adversas o
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. conflictivas. Que sepan serenarse, ser prudentes y pacientes, y en su
momento controlar sus emociones para tomar racionalmente,
inteligentemente, las mejores decisiones; es decir, pensamiento inteligente y
voluntad por encima de la emoción. Que sepan ser empáticos, entender los
sentimientos y las razones de los demás; que sepan escucharlos, para poder
trabajar en equipo o tener siempre las mejores relaciones interpersonales. En
pocas palabras, que sepan desenvolverse y adaptarse en los diferentes
medios en los que la vida los lleve a superarse, para en su momento propiciar
los cambios que nos esperan en el tercer milenio.
La educación en valores fundamentales
La importancia de los valores es fundamental en la conducta de los
individuos; en sus actitudes, en sus sentimientos, en sus hábitos y
costumbres, entre otros aspectos. Actuar con inteligencia emocional es entre
otras cosas, poner a nuestros valores por delante de nuestras respuestas
emocionales, en nuestro trato con todos nuestros semejantes. Desde la lógica
de este planteamiento, es entonces fácilmente deducible el porqué es
fundamental la formación de valores en los hijos.
Inculcar valores fundamentales en los hijos, desde pequeños, va
formando individuos con buenos sentimientos, con una conducta sustentada
en buenas actitudes y en hábitos y costumbres que seguramente los llevarán
a tener buenas relaciones interpersonales y a tener éxito en la vida. Formar
valores, es como decíamos, un verdadero reto en la conducta de los padres,
pues como hemos mencionado, los valores se aprenden más que con el
discurso, con el ejemplo.
Desde la temprana edad y sobre todo cuando los hijos son pequeños,
es de suma trascendencia que les enseñemos con el ejemplo cuales son
nuestros valores. Por supuesto el primer valor fundamental a enseñar a los
hijos, que los lleva a adquirir confianza en sí mismos y en los demás, es el
valor del amor; el valor del amor, mostrado a través de otros valores, como
decíamos, el respeto, el servicio, la lealtad, el perdón y la comprensión.
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. Valores que los hijos aprenderán, con el ejemplo de sus padres en la medida
que muestren vivencialmente su amor conyugal.
Que les enseñemos el valor de la justicia y les enseñemos a ser
honestos, honrados, a no mentir, a ser bondadosos y practicar el bien —los
niños y jóvenes le llaman ¡ser buena onda!—.Que les enseñemos también a
reconocer el valor del trabajo y a ser responsables y dedicados en todas las
actividades y tareas en las que participan; a dar siempre lo mejor de sí
mismos y a obtener los mejores resultados en todo lo que emprendan, siendo
para ello, prudentes, pacientes y perseverantes. También a ser humildes,
para reconocer sus limitaciones y tratar de superarlas, teniendo con esto
siempre la oportunidad de ser mejores y sin demérito de otros valores, que
aprendan con la práctica cotidiana, a aceptar el valor de la comunicación y el
diálogo, como sustento además de otros valores como la amistad y la verdad.
Unos padres amorosos, que muestran un gran autodominio y que
resaltan con su ejemplo el valor del amor, siendo cariñosos y serviciales,
dando afecto siempre que es posible, dando su tiempo para escuchar con
interés, con empatía, para comprender los sentimientos de sus hijos y en
general de sus seres queridos; unos padres que saben perdonar y ser
humildes, seguramente formarán en su hogar a niños que tendrán la
capacidad de amar, de dar y recibir amor.
El esfuerzo de congruencia de los padres, con su ejemplo cotidiano, es
entonces el primer reto trascendente de la paternidad que en la práctica,
busca la mejor educación de los hijos. Demanda inteligencia emocional;
demanda carácter e integridad. Ser congruente es realmente ser íntegro.
Dice Stephen Covey que tener integridad significa que las vidas de los
esposos y padres, estén integradas alrededor de una serie de principios que son
universales. La integridad incluye la veracidad, pero va más allá de ella. Covey
comenta que la integridad personal genera confianza, y los padres deben
trabajar con su congruencia cotidiana, para generar confianza en sus hijos;
para que sus hijos siempre recurran a ellos con los ojos cerrados, en busca
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. del consejo, del consuelo o de la comprensión; para que confíen en su
ejemplo y en sus enseñanzas. La confianza es uno de los valores del amor
conyugal y cómo podemos observar, es un elemento estructural para la
educación de los hijos.
La madurez y la inteligencia emocional nos llevarán a empeñarnos en
tratar de amar a nuestra esposa/o y nuestros hijos, con la mayor entrega
posible. La mejor forma de enseñarles el amor, es que nos vean amando en la
práctica. Los demás valores, también requerirán de un ejemplo congruente,
requerirán que nos esforcemos en ser padres íntegros. Abundemos a
continuación en algunos otros valores a inculcar en los hijos.
Otro de los valores que es fundamental en la práctica cotidiana del
mismo amor, y que es importante enseñar a los niños desde pequeños, es el
perdón. El perdón demanda de entrada, inteligencia emocional. No existe
incluso otro valor que demande más inteligencia emocional que el propio
perdón. El perdón nace de un proceso de dominio personal, de controlar
nuestras emociones de ira, enojo y agresividad; los sentimientos de rencor
que acumulamos cuando no controlamos el enojo y la ira hacia otra persona
y que nos conducen a sentimientos de venganza. Por eso es desde la
temprana edad que se deben inculcar en los hijos este tipo de valores, pues
favoreceremos con ello, el autodominio y con ello, un proceso de maduración
temprana. Hay que tratar de explicarles por todos los medios posibles, que el
perdón inicia con un proceso de reconciliación personal, que nos lleva a
sentirnos bien antes que otra cosa, con nosotros mismos. Perdonar no
significa que le otorguemos la razón al otro, o que seamos menos que el otro,
o que aceptemos una culpa que no nos corresponde. El pedir perdón es un
acto de humildad, que parte de reconocer que todos nos equivocamos y que
no es o fue nuestro deseo, lastimar a nadie; al enseñar a un niño a pedir
perdón, lo lleva además, a aprender a ser empático, pues estará
esforzándose en comprender que la otra persona se siente mal u ofendida por
alguna acción de él. Al enseñarles a otorgar perdón, les estaremos
enseñando también a asumir la misma actitud humilde de aceptar que todos
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. nos podemos equivocar; pero además, al otorgarlo, le enseñaremos a liberar
sus emociones negativas hacia la otra persona, a no generar malos
sentimientos; le enseñaremos a reconciliarse consigo mismo. Todos los
esfuerzos que hagan los padres en este sentido, en la vida cotidiana, serán la
mejor enseñanza para los hijos de la importancia del perdón, y de la grandeza
de las personas que aprenden a ser humildes y autocríticas y aprenden a
perdonar. Hay que enseñarles que el tamaño del hombre se mide a partir de
la cantidad de espíritu autocrítico que pueda desarrollar, para verse en su
exacta dimensión; pues solamente así, podrán tener la plataforma firme para
mejorar continuamente.
Otro valor fundamental es el respeto. El respeto, al igual que la
comprensión, son valores que generan actitudes indispensables para las
buenas relaciones humanas. Además, el ser respetuoso es también una
actitud que frecuentemente demanda inteligencia emocional. La inteligencia
emocional nos ayudará como padres de familia, a controlarnos, a ser
empáticos y con eso, nunca transgredir la frontera de respeto que siempre
debe prevalecer para resolver cualquier conflicto o problema.
El valor de la familia, es uno de los valores de más trascendencia que
podremos inculcar a nuestros hijos. Al igual que los demás valores, este valor
cobrará importancia en las creencias arraigadas de los niños, en la medida
que vean que en su casa, se le da un valor preponderante a la familia.
Cuando los padres respetan a su familia, le dan importancia a su familia por
encima de otros intereses y jerarquías personales, le dedican su tiempo y
luchan y se esfuerzan por preservar la integridad de su familia, ante los
diversos agentes externos que la amenazan, seguramente los hijos que
nacen de esa familia, creerán que la familia es un valor importante dentro de
su propia escala de valores y podrán hacer propia la idea de salvar este valor.
La importancia de la inteligencia emocional en los hijos
Siempre ha sido un reto importante en los padres, desarrollar el
carácter de sus hijos; un carácter de una persona que forma una gran fuerza
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. de voluntad para luchar y conseguir lo que se propone; que lleva una vida
virtuosa (es decir íntegra, congruente con sus valores) y se exige a sí mismo
para salir adelante siempre, para enfrentar los cambios y las adversidades,
que se cae pero se levanta fortalecido; esto es algo que realmente cualquier
padre desearía para sus hijos. Dice Goleman que el carácter se fundamenta
en el dominio de sí mismo y en la disciplina personal. Esto por supuesto no se
logra con facilidad en los hijos. Requiere de los padres de un gran esfuerzo
de madurez y de inteligencia emocional propia. Requiere que con esa
inteligencia emocional que van adquiriendo los padres, sean muy
comprensivos con la forma de ser, el temperamento y los sentimientos de sus
hijos, pues como es lógico, no todos los niños son iguales, y habrá
temperamentos en los que se dificulte mucho la enseñanza, la educación y la
formación del carácter. Por eso los padres deberán ser muy inteligentes,
emocionalmente y racionalmente, para intuir las mejores formas de educar a
sus hijos en valores, y con ello a desarrollar su inteligencia emocional.
Es importante tener la consciencia de que el contexto que vivimos en la
actualidad, y sobre todo, el que espera a nuestros hijos en el tercer milenio,
tiene demandas muy complejas. Los individuos del tercer milenio, estarán
sujetos a mayores presiones de cambio, de competencia, de calidad, que las
que se tuvieron en nuestra época de juventud. No nada más en los aspectos
tecnológicos y científicos, la sociedad tendrá cambios que ni siquiera
imaginamos. Los retos de supervivencia en un mundo cada vez más
globalizado y tecnificado, serán cada día más complejos. Se requerirán pues,
individuos con muchas y mejores capacidades y habilidades para lograr sus
metas personales. Trabajar en equipo, en condiciones de presión, de alta
competencia, pues las oportunidades de empleo siempre serán para los
mejores, los más preparados y capacitados; enfrentarse a cambios
continuos, a la incertidumbre, son situaciones que demandarán inteligencia
emocional, además de la inteligencia racional.
Los valores traducidos en la conducta de los hijos
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J.
Inculcar en los hijos, buenas actitudes ante la vida, ante los problemas,
en sus relaciones humanas. Las actitudes son de los elementos de mayor
importancia en la conducta de los individuos y como hemos visto, responden
por lo general a valores. Los valores del amor, conducen a conductas
afectuosas, amistosas, cariñosas y amables. Las personas que creen en el
valor del amor, también saben ser humildes, saben perdonar, saben otorgar
confianza y ser serviciales. Los valores del trabajo y la responsabilidad, se
traducen en conductas de alto desempeño, de dedicación y disciplina en el
trabajo, de calidad y de excelencia. Los valores del conocimiento, del estudio,
del aprendizaje, formarán en los hijos, individuos estudiosos, cultos y bien
preparados. Los valores de la comunicación y el diálogo, formarán personas
siempre abiertas a la comunicación y a la interacción social, al trabajo en
equipo y a la cooperación; siempre tendrán apertura a dialogar, para resolver
problemas y tomar las mejores decisiones.
Los valores también condicionan los sentimientos. Además, en el ámbito
de la inteligencia emocional, hemos visto la importancia de formar buenos
sentimientos, premiando los sentimientos derivados del amor, y castigando
inteligentemente, sentimientos como la venganza, el odio o el rencor. Los
malos sentimientos, se generan como consecuencia de la falta de control de
emociones negativas; enseñar a los niños a conocer y aceptar estas
emociones, es el primer paso para desarrollarles su inteligencia emocional;
pero un segundo paso obligado, será el ayudarles a impedir que esas
emociones les generen un daño tanto a ellos, como a las personas que los
rodean; esto lo debe aprender el niño desde pequeño. Partiendo de
comprender también las emociones de los demás, el niño aprenderá a que
sus propias emociones negativas deberán asimilarse y olvidarse, para evitar
un daño en sí mismo, y el surgimiento de sentimientos arraigados de rencor u
odio. En cambio, los padres deberán canalizar positivamente, las emociones
de afecto y comprensión; de compasión, de cooperación, para dejar
arraigadas esas conductas en los niños y con ello, formarles buenos
sentimientos. Manejar como decíamos, ciertas emociones de vergüenza y
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. pena, para generar sentimientos buenos; para formar en los hijos, personas
amables y afectuosas, compasivas del dolor ajeno, que nunca lastimen a sus
semejantes, que siempre actúen con honestidad e integridad, destacando
siempre los valores que sustentan esas conductas, son formas de
condicionar adecuadamente la conducta de los hijos desde la temprana edad.
Finalmente, además de formar buenas actitudes y sentimientos, con
base en valores fundamentales, es importante generar buenas costumbres y
buenos hábitos. Hábitos como la lectura, la puntualidad, el orden, el hacer
ejercicio, y otros hábitos de limpieza e higiene personal, en mucho forman
una conducta adecuada, y apoyan la superación del individuo. Esos hábitos,
se aprenden desde la temprana edad, y si se aprovecha esa edad para
inculcarlos, prevalecerán durante toda la vida del individuo.
Por lo que respecta a las costumbres, es importante fomentar buenas
costumbres en los niños. Desde lo que llamamos buenos modales, que
implican cortesía y atención, trato amable hacia los demás, hasta costumbres
como el gusto por las bellas artes, por la buena música, por el teatro, por las
actividades de sano esparcimiento y de convivencia en familia, serán
costumbres que reforzarán también el valor de la familia.
La apertura hacia la verdad
Si existe alguna actitud realmente difícil y compleja de desarrollar en
los hijos, es precisamente esta. La apertura a la verdad, se deriva
precisamente del valor de la verdad. Desafortunadamente nosotros mismos,
los padres, estamos con frecuencia limitados en este sentido, por nuestra
cultura, por nuestra formación dogmática; por una sociedad y una
humanidad, que frecuentemente se polariza o radicaliza y difícilmente sabe
encontrar los justos medios, los equilibrios.
Para estar abierto a la verdad, mencionamos que antes que nada se
debe de aceptar el principio de la provisionalidad, que dice que la información
que tenemos (sobre cualquier asunto o tema) es provisionalmente válida,
mientras no nos demuestren otra información que objetivamente la
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. modifique, la refute o la haga inválida. Este principio es también un requisito
del diálogo, pues si seguimos todos los atributos de un proceso de diálogo,
llegaremos dialécticamente a soluciones y respuestas consensuadas con
quienes dialogamos; habremos renunciado a verdades individuales,
provisionales, para llegar a una verdad compartida. Tener una apertura hacia
la verdad, se demuestra sabiendo dialogar, en toda la amplitud de lo que
dialogar significa. Tener apertura hacia la verdad, implica entonces, tener
una apertura permanente al diálogo, a saber escuchar y comprender los
puntos de vista de los otros.
La responsabilidad de los padres en esto, según mi propia experiencia,
es educar individuos que sepan cuestionar las cosas, que no se queden con
todo por definición, y que esto lo apoyen siendo racionales, objetivos y
apegados por supuesto a valores; que la razón esté siempre delante de ellos,
sin importar de donde venga. Reitero que también es indispensable y
fundamental que se apoyen en sólidos valores, pues la verdad nunca se
confronta con los valores; el apego a valores y la inteligencia emocional, evitará
que en su búsqueda de la verdad, atropellen a otros, o se vuelvan necios o
soberbios.
Creo conveniente aclarar que, los padres que adoptamos la posición
de educar a nuestros hijos con una actitud de apertura hacia la verdad,
seguramente estamos corriendo algunos riesgos, pues frecuentemente
caemos en contradicciones con nuestra propia conducta y limitaciones
personales, o cuando nuestros hijos están en la pubertad o son adolescentes,
ellos mismos nos discutirán la mayoría de nuestras posiciones, cuando estas
nos sean razonables. Mi experiencia me dice que vale la pena correr este
riesgo, pues si se da un desarrollo equilibrado con valores fundamentales, los
hijos con estas actitudes llegan a ser individuos ampliamente adaptables
para enfrentar los retos y los cambios que la vida les presenta.
Otros conceptos en la educación de los hijos
Como parte de esa apertura hacia la verdad, es de vital importancia
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. darles los medios para que tengan acceso a la información que los
enriquezca, en lo espiritual y moral, lo intelectual y lo material. Con la previa
educación en valores, con el desarrollo de carácter e inteligencia emocional,
los hijos van adquiriendo la suficiente madurez para juzgar por sí mismos la
importancia de las cosas, y de la múltiple información que la sociedad
moderna pone a su alcance, fundamentalmente a través de los medios de
comunicación.
Otro elemento importante que es necesario desterrar desde el seno
familiar, es la ignorancia. La sociedad del tercer milenio, exige individuos
altamente competentes y cultos. Esta es parte de las responsabilidades de la
familia; desterrar la ignorancia, fomentando valores y conductas como el
estudio, el trabajo, la responsabilidad, y la apertura a la verdad, a los nuevos
conocimientos. Hábitos como la lectura, seguramente desterrarán
gradualmente la ignorancia desde la propia familia. Fomentar el estudio
autodidacta, y procurar que todos los miembros de la familia, tengan la
educación escolar que los lleve más allá de la escuela secundaria y
preparatoria, al nivel de sus aspiraciones profesionales, es pues una
responsabilidad de las familias que ingresan a los cambios del tercer milenio.
Finalmente, como una consecuencia lógica de un planteamiento
centrado en los valores, el matrimonio y la familia del tercer milenio, son los
responsables fundamentales de acabar de una vez por todas, con la alta
corrupción que aqueja a nuestra sociedad. No es posible que en las familias,
los padres prediquen algunos valores, y sean los primeros en dar el ejemplo
de deshonestidad y corrupción a sus hijos.
La honestidad y la justicia; la equidad, la verdad y el respeto a la vida,
a la dignidad humana, son valores que además del amor, atacan en el fondo
a la corrupción en el seno del propio hogar; de hecho, la corrupción existe por
ausencia de esos valores en las familias. Para que estos valores realmente
queden en la estructura conductual de los niños y los jóvenes del tercer
milenio, realmente los padres tienen un gran reto por delante. Deberán
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN EL MATRIMONIO. ORIZA, J. renunciar a sus ambiciones de poder, de enriquecimiento a toda costa; a sus
costumbres de sobornar a quienes les exigen cumplir las leyes, a no robar o
a no explotar a otros con la justificación de hacer y hacer dinero; a no
participar en negocios ilícitos, incluso los relacionados con las drogas, el
contrabando y otros; y en un sentido de mayor sencillez, a respetar a sus
semejantes —esposa, amigos, vecinos, compañeros de trabajo— a ser
comprensivos, a evitar la violencia empezando por su casa y a poner al amor y
a sus valores, como pauta de su conducta cotidiana.
EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
TORRABADELLA, P. (2001). CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
ESPAÑA: OCÉANO., PÁGINAS 203 A 221
EDUCANDO A TUS HIJOS CON INTELIGENCIA EMOCIONAL
Cambiar el color de ojos de un hijo o su altura es imposible. Sin embargo, se
puede hacer mucho por desarrollar su IE. De ésta, así como de su capacidad para
comprender emociones propias y ajenas y actuar en consonancia, dependerá casi
todo lo importante que le pase, sus relaciones con los demás y que sea feliz.
Ser padre expone a multitud de dilemas. Ante cualquier conducta
negativa de un hijo o hija, los padres no pueden evitar preguntarse: ¿en qué estoy
fallando? Todos hacemos cosas mal; no existen los progenitores perfectos. Pero los
hay que, consciente o inconscientemente, no intentan mejorar. Son aquellos que
cuando surge un problema se evade o se enfadan para no afrontarlo. Y los hay que
sí lo intentan de verdad. Estos, sin ser perfectos, ya son lo bastante buenos.
A estos últimos habrá que empezar por decirles que sólo por el hecho de
plantearse si están haciéndolo bien y actuar en consonancia, le están dando un
buen modelo a su hijo. No hay que olvidar que para desarrollar su IE, el mejor
instrumento con el que cuentan es nuestro comportamiento. El ejemplo dado suele
ser el mejor maestro.
Los padres pueden hacer mucho más para desarrollar la IE de sus hijos. Es
más sencillo de lo que parece. Los cambios adecuados, por pequeños que sean,
CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. TORRABADELLA, P.
pueden afectar en gran medida a su educación, porque desencadenan una mejora
importante en habilidades que están relacionadas, que son interdependientes.
Responder a las preguntas que a continuación se plantean ayudará a los
padres a descubrir si están o no fomentando la IE de sus hijos y cómo ayudarles.
¿Lo quiero lo bastante para construir su autoestima? Todos los padres
afirman amar a sus hijos, pero no todos se sienten queridos. Y si un niño cree
desagradar a sus propios padres, ¿a quién más puede esperar gustarte?
Para que el niño se sienta amado, no basta con cuidarle: es preciso
intercambiar con él mensajes corporales de amor -un abrazo, un beso, una caricia-,
una comunicación cálida y real, así como demostrarle que se le quiere y acepta tal
como es, de manera incondicional, es decir, por encima de lo que haga o sienta.
Sólo si sabe que continuará siendo amado podrá reconocer lo que siente. De
lo contrario, sólo se permitirá sentir lo que cree que puede complacer a sus padres.
Si cada vez que el niño demuestra rabia sus padres le reprochan o le
demuestran que eso les hiere, el pequeño acabará evitando enfadarse y, en vez de
eso, expresará otro sentimiento permitido, como la culpa. Así, evitará el rechazo,
pero, a partir de entonces, instaurará una reacción falseada. Es decir, no se
permitirá ser sincero consigo mismo.
Existen también muchas formas de negar el afecto que suelen ser
consideradas «aceptables», como:
Ignorarte como si no estuviera o decirle: “No seas pesado, déjame en paz”
Compararte con otros: “Mira las notas de tu primo, debería darte vergüenza”
Culparte de sus carencias y limitaciones: “Eres un desastre”
Para construir su amor propio, el niño sólo cuenta con los signos de aprecio
que le llegan, y las desvalorizaciones, verbales o no, arrasan sus incipientes logros.
¿Soy sincero al cultivar nuestra comunicación? Los niños necesitan que
nuestras palabras y nuestra actitud coincidan, porque si no captan nuestra
incoherencia y esto les genera ansiedad. Cuando estamos irritados o tristes por un
CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. TORRABADELLA, P.
problema del cual no le queremos hacer partícipe, es mejor decírselo: «Estoy
furioso, pero no contigo, no quisiera que lo pagaras tú».
Los niños aceptan que somos humanos y son comprensivos si nos
mostramos vulnerables. «Has roto otra vez los pantalones arrastrándote por el
suelo, no quiero regañarte más, pero estoy enojado porque no paro de coserlos».
Aceptar nuestros sentimientos negativos es un buen ejemplo, ya que les
demostramos que todos tenemos derecho a reconocerlos y compartirlos.
¿Soy capaz de aceptar lo que siente? Es primordial respetar los
sentimientos del niño. ¿Cuántas veces los tratamos como cuestiones sin
importancia? A nosotros su muñeco roto nos puede parecer poca cosa, pero a él le
resulta su posesión más querida. Una forma de saber si estamos tratando
justamente sus sentimientos es preguntarse: ¿es ésta la reacción que tendría si
fuera un amigo de mi edad?
Si se le intenta demostrar que sus sentimientos son inadecuados («No se
llora») o cambiarlos («Mira a tus amiguitos, no lloran»), el niño, además de
incomprendido, se siente culpable. Intentar impedir sus sentimientos negativos es
inútil y transmite al hijo la idea de que «está mal» tenerlos, que comete un fallo al no
evitarlos. Hay dos confusiones típicas que impiden a muchos padres aceptar los
sentimientos de rabia, miedo o tristeza de su hijo:
«Son peligrosos». Los sienten como una amenaza, porque les hacen
revivir lo que ellos sintieron cuando de pequeños fueron reprimidos en la
expresión de esas mismas emociones.
«Si se lo consiento, aún se descompondrá más». No es cierto.
Desahogarse no implica generar emociones negativas, sino dejar salir las
que ya hay. Si se reprime la expresión de un sentimiento, éste acaba
surgiendo a presión, aunque a veces tarde años.
Lo adecuado es interesarse por comprenderle y animarle a expresar sus
sentimientos, incluso los negativos, naturalmente, cuando y donde sea adecuado.
CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. TORRABADELLA, P.
Pues, sólo cuando se haya desahogado, podrá razonar y optar por pensamientos y
sentimientos más positivos.
Más importante: al aceptar la expresión de sus emociones, le permitimos
darse cuenta de que se trata de reacciones que manifiestan hacia algo, no de un
problema en su forma de ser.
Es importante dejar hablar al niño con franqueza, incluso cuando dice cosas que
parecen inaceptables. Si teme sincerarse, interiorizará sus sentimientos y se alejará de
nosotros. Su confianza se consigue siendo tolerante, preguntándole su opinión y
escuchándola sin censurarla. Tratándole como a una persona se sientan las bases de una
comunicación sincera.
¿Le ayudo a entender sus propias emociones? Es importante enseñarles
a tomar conciencia de sus emociones y a comunicarlas, ya que cuando logran
hacerlo, éstas dejan de dominar su conducta.
Cuando pueden darse cuenta y pensar sobre lo que sienten, lo manejan de
forma inteligente y constructiva. Además, está demostrado que los niños que
aprenden a hablar de sus sentimientos mejoran su humor y su expresividad.
Existen numerosos trucos para enseñarles a tratar sus propios sentimientos.
Algunos de los más interesantes son:
Parafrasear: Consiste en repetir lo que ha dicho con otras
palabras, para luego preguntar algo más al respecto. Así puede hablar
de sus sentimientos más profundos, ayudándole a expresarse. Por
ejemplo: ante un «Luis ha vuelto a reírse de mí», se puede decir: «Veo
que continúa burlándose de ti ese niño. ¿Qué crees que pasa?».
Descripción empática: Demostrarle que te das cuenta de
cómo se siente y que eso te importa. Por ejemplo: «Los niños de la
clase de Juan son tontos.» A lo que se puede responder: «Así que te
han dado un disgusto. Explícame qué pasó para que te hayas
enfadado tanto».
CÓMO DESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL. TORRABADELLA, P.
-Fomentar el análisis de los sentimientos: Es necesario enseñarle a
ubicar sus sentimientos en el grupo de «cosas que considero importantes».
Teniéndolos en cuenta, pensando sobre ellos y hablando de ellos, el niño
podrá decidir de forma inteligente también en temas afectivos.
¿Le enseño a pensar de forma positiva? Un mismo hecho puede
convertirse en algo positivo o negativo, en función de cómo decida pensar y esto es
algo que podemos enseñar a nuestros hijos desde pequeños. Por ejemplo, si en
clase la profesora siempre le pregunta a él y piensa: «Debe estar en mi contra», se
sentirá rabioso e impotente. En cambio, si decide pensar positivamente, podría
concluir: «Qué bien, así, si estudio, seguro que se enterará», y se sentirá contento y
motivado.
Hay que demostrarle que al decidir lo que piensa, determina qué siente. Y esta es
una libertad que nadie nunca le podrá quitar.
¿Le enseño a controlarse? El aprecio no debe confundirse con una
aceptación total de cualquier cosa que el niño haga. Es necesario dejarle claro el
límite de lo aceptable para con otros y para consigo mismo. Debe aprender ciertas
cosas que no aprendería de forma espontánea, pero que le conviene saber (al igual
que le conviene leer o escribir).
Adecuar bien la disciplina implica tener en cuenta su edad: sabiendo de lo
que es capaz, se le puede exigir acorde a sus posibilidades, teniendo en cuenta que
hay un plazo límite para aprender cada cosa.
Algunas buenas ideas para disciplinarle son:
A la hora de imponer cierta disciplina, es necesario tener la certeza de que él
sabe por qué le riñen y evitar en lo posible hacerlo delante de los demás. Es mejor
llamarle aparte, porque tiene, como toda persona, su dignidad y derecho a no ser
humillado en público.
Estimular sus conductas correctas remitiéndose a motivos positivos, como el
propio orgullo o la autosatisfacción. Por ejemplo: «Estoy orgulloso de ti porque has
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colgado tu ropa en orden. Has aprendido a cuidarla, lo cual es útil para ti y
demuestra que eres más responsable de tus cosas. Felicidades.»
Nunca ceder a chantajes, ni dejarse presionar. Sólo hablar con él cuando
razona y aprovechar para explicarte los valores en que se asientan las normas.
Demostrarle que por la vía del diálogo se le escucha siempre y que, pase lo que
pase, el adulto no pierde los estribos.
Al proporcionarle al niño unas normas claras de lo permitido, se le capacita para
autodisciplinarse cada vez más por sí mismo.
¿Le animo a esforzarse en cultivar sus capacidades? Numerosos
estudios han demostrado que la motivación para triunfar en todo lo que uno hace en
la vida tiene que ver con haber tenido una madre/padre «moderadamente exigente»
durante la primera infancia. Es decir, que le haya pedido siempre al niño algo más
de lo que a éste le resultaba cómodo y natural a su edad. De esta forma, se le
acostumbra a sentir el placer y el orgullo por «lo que soy capaz de conseguir con
esfuerzo».
Otra forma práctica de favorecer el desarrollo de sus capacidades es lograr
que adquiera aficiones, ya que éstas se encuentran a medio camino entre la
diversión y el trabajo, y le pueden proporcionar la satisfacción de la labor bien hecha
gracias al esfuerzo.
Actividades como los deportes o el arte, siempre que se mantengan durante
unos meses, pueden ser medios excelentes para inculcarle esta idea: «Haciendo
algo que me sale bien puedo divertirme y sentirme útil».
La labor de los padres consiste en buscar actividades en las que el niño
pueda aprovechar sus capacidades más destacadas y usarlas, para así reconocer
sus aptitudes naturales y autorrealizarse con ellas.
¿Le animo a ser cada vez más independiente? Los padres pueden hacer
mucho por un hijo -criarle, cuidarle, amarle-, pero nunca convertirle en alguien
autónomo: valerse por sí mismo es algo que tendrá que lograr el niño por sí solo.
Las actitudes condescendientes le impiden enfrentarse a responsabilidades y ser
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autosuficiente. Por el contrario, al darle oportunidades para resolver cosas por su
cuenta se le permite demostrarse su propio poder.
Una forma de animar al niño a ser independiente consiste en elogiarle por logros
propios sin hacer referencia a los demás. En vez de decirle, por ejemplo: "Ganaste el
concurso de salto, te felicito; eres el mejor de tu curso", decirle: "Sé que te sientes orgulloso,
has saltado por encima de tu propio récord y has logrado lo que tanta ilusión te hacía: el
diploma". Si aprende a perseguir metas por sí mismo -no por los demás -, entiende que el
triunfo se vive frente a uno mismo, que él es protagonista de su vida sin necesidad de la
aprobación de los otros.
¿Cultivo su inteligencia moral? Además de la IE, no debemos olvidar que
también se debería educar a los hijos para que tengan una inteligencia moral.
Según explica el psiquiatra Robert Coles en su obra La inteligencia moral del
niño (Premio Pulitzer), el fallo general radica en que se acostumbra a pensar
solamente en lo que «se desea que el niño sea», dejando en el más absoluto olvido
lo que «se teme que llegue a ser».
Es imprescindible darles un sistema de valores sólido en que apoyar sus
decisiones y dar sentido a su vida. Y hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
Esto significa plantearse cuestiones morales y darse cuenta de que, por encima de
cualquier cosa que consiga, es básico que un niño sea una buena persona. Coles
afirma que hay que «intentar construir el carácter de nuestros hijos, con la
esperanza de que sean pacientes, amables, sensibles, receptivos a los demás,
honrados, respetuosos con la ley, aplicados, bondadosos y generosos del alma».
Pero, ¿cómo lograrlo? Coles apunta unas ideas:
Atender a las cuestiones morales: Por ejemplo, todos los padres quieren
que sus hijos saquen buenas notas, pero cuántos se plantean que puedan
haberlas logrado copiando. Detrás de las cuestiones cotidianas y muchos su-
puestos problemas emocionales, se esconden cuestiones morales que los
padres desatienden por desconocimiento, por estar demasiado ocupados o
por estar cegados por sus aspiraciones de lo que el niño tiene que conseguir.
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Explicar y razonar cuáles son los valores que rigen nuestra vida, y
orientarle hacia lo que a la larga realmente vale la pena. A esto puede ayudar
comentar experiencias que sirvan para hablar de estas cuestiones o utilizar
cuentos que les inspiren en dicha senda.
Ser coherentes en nuestra actitud día a día. Un padre médico que alardea
de ayudar a los enfermos y, sin embargo, conduce de forma temeraria no es
un buen ejemplo para su hijo. Vale la pena pensar ya en qué queremos que
crea el niño, pues éste ya está atento y consciente. Cultivar en él un yo
generoso, que comprenda a los demás y a sí mismo, depende de lo que le
estamos enseñando ahora sin darnos cuenta y sin que se dé cuenta.