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Page 1: LOS VIEJOS CARROS DE MULAS

pJARA los que sólo hemosvivido ayer —el ahoratiene desnudez de espe-

ra— la imagen nos duele, noshiere sin querer y, por parado-ja,, tiene la bondad del buenpan en la mesa, pues a muchostrae el alma fresca y blanca dela infancia.

En la imagen, los carros demuías que, desde hace muchosaños, ya no son en los caminosy carreteras de la isla. Ellos portierra —por la mar los veleros ylos vapores de cabotaje— die-ron vida, buena vida, al comer-cio tinerfeño. Eran los carrosdel basto bregar y el basto ga-nar. Eran los carros en que lasmuías -pobres muías— reza-ban la inacabable letanía delesfuerzo por las cuestas y veri-

Sobre los callaos que empedraban las calles, los carros ponían su quehacer constante- p ' ' • • ' ' • ' " . - - • • ' '

Santa Cruz de ayer y de hoy

Los viejos carros de muíascuetos de todos los caminos dela isla.

La estampa es como el re-cuerdo de un recuerdo; tiene

zado el punto en que comien-zan las nostalgias, la imagennos estremece con su grito mu-do. Ahí, los viejos carros de

atardeceres de lejana infancia, de muías, los que iban sobre la tie-cuando en las playas que ya'noson queríamos tomar el sol yoler la sal.

Santa Cruz que ya no es yque, por paradoja, aún tienecalles que vienen y viven delmar, de todas las tierras, de to-dos los idiomas.

Ahora, cuando hemos alean-

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rra estéril, cordilleras secas,llanuras y alturas peladas delas cordilleras.

En su «Historia de SantaCruz», don Alejandro Cioranes-cu escribe que «los transportesde mercancías o materiales sehacían antiguamente a lomosde peones o bestias de carga opor medio de corsas y carretas.Los borriqueros tenían su esta-ción en la entrada del muelle,en el espacio libre que media

entre la puerta y la alameda,donde estaban esperando a susclientes eventuales. Tambiénhabía camellos para las cargas,pero su número no ha sido nun-ca significativo.».

Las corsas y carretas dieronpaso a los carros de muías—primero de cuatro ruedas,luego de dos— que, como biendice el señor Cioranescu, con laintensificación y los arreglos enla carretera de La Laguna, fue-ron una verdadera revoluciónen el tráfico rodado. «Las calles—dice— no estaban previstaspara esta clase de circulación;muchas de ellas tenían atarjeas

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ZONA SANTA CRUZ (de 8 a 14 horas)E.T. Miramar I y II de Ofra.

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ga y Cañadas.ZONA LA LAGUNA (de 8 a 15 horas)

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Las líneas y cables se consideran en tensión du-rante el tiempo que está anunciada la suspensión desuministro.

Rogamos disculpen las molestias que puedanocasionar las interrupciones programadas para mejo-ra del servicio.

Santa Cruz de Tenerife, 20 de noviembre de1982.

LA DIRECCIÓN

en su misma superficie y suembaldosado o empedradoofrecía poca resistencia al pasode los carros cargados».

Viejos problemas de la ciu-dad que, poco a poco, iba au-mentando en todos los órdenes.Crecía el muelle y, con él, todala economía, todo el comerciotinerfeño. Y todo a base —añosdel pasado siglo— de carros demuías y lomos de pacientes yhumildes borricos sobre la tie-rra gastada y arrugada, sobrela soledad arenosa del Sur obajo los ramos de frescura delNorte.

Carros en la tierra y vaporesen la mar, ellos abrieron —enlabor larga y casi desconoci-da— muchas tierras isleñas alcomercio. Y todo fue bajo el ga-lopar cálido del sol o el tranqui-lo y frío de la luna. Los carrosde la Isla se han ido para siempre —nadie puede parar el aguaque huye— pero, mientras caeny mueren las vidas, crecen losrecuerdos, las evocaciones deestos hombres cuya ausencianos hiere, nos duele hondo en elcorazón.

Con la injusta manía de losolvidos, la justa manía de losrecuerdos, de las evocacionesde los hombres del basto bregary el basto ganar, de los qué, alcompás de las sufridas muías,rezaban la inacabable letaníadel esfuerzo por los caminos detoda la Isla.

Cuando el crepúsculo rodabay apagaba flores, bajo el carrolucía un triste farol de petróleoque, ya en la costa —con unamanecer de locomotoras em-penachadas y negros y espesospenachos de vapores fondeadosa la gira— apagaba su pequeñopuñal de luz. Hoy, en la lluviadel sueño sentimos de nuevoaquella débil luz cuando, por lavieja carretera —aquella de LaCuesta y Gracia— los carros su-bían a La Laguna en competen-cia con el tranvía de carga y al-gún que otro camión de ruedasmacizas y estampa desgarba-da.

Aquí, casi con la historia denuestra niñez —de nuestra pe-quenez— la antigua estampa delos carros de muías bajo la luzgastada, cuando sólo turbabala paz una campana, un pájaro,en las alegres claridades de loscampos isleños.

Y, de mano de la obra del se-ñor Cioranescu, volvemos a losproblemas de tráfico del siglopasado. «La verdadera soluciónera resignarse. Las carretas ylos carros acabaron bajandohasta el muelle; las calles se es-tropearon y se volvieron a arre-glar; las atarjeas sufrieron a suvez, pero con el tiempo se en-contrarían las fórmulas apro-piadas para protegerlas».

Carros por tierra y vaporesde cabotaje por la mar. Esa fuela solución de buena parte deltransporte isleño en los añosque bien refleja la imagen. Sil-bido de la tralla en el malestarfrío y verde de las madruga-das. Repique de férreas herra-duras y metálico sonar deacero sobre piedras llenas desiglos y de noches. Bajo los dar-dos del sol y la trasparenciaoblicua de los hilos de la lluvia.Así, hacia los montes y los sur-cos --hacia los amaneceres desiembras y las noches de bos-ques— iba el carrero que, decuando en cuando, se cruzabacon el pequeño río —lanudo,manso y balador— de las ove-jas.

La bruma de los olvidos seha llevado estampas de un an-taño casi reciente. Con ellas sefueron los hombres de corazónsencillo que trabajaban bajo losdardos del sol y con los besosde la lluvia. En ios carros, el te-soro de las cargas humildes ba-jo las tardes inmensas del oto-ño plateado y lloviznero. Can-taba el sol, lejos lo hacía el mary el carrero lanzaba al aire suvoz quebrada y cansada mien-tras, con esfuerzo, las muías ti-raban y tiraban agobiadas.

Todo se ha ido —incluso laciudad de la paz casera y dor-mida— y sólo nos quedan unasestampas, pocas, que nos ha-cen volver al ayer con dolor decorazones rotos, con clarosatardeceres de lejana infancia,como cuando nuestra vida erabuena y teníamos todo el sol en•nuestros ojos.— Juan A. PadrónAlbornoz.

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