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ERIK GUNDERSON, Declamation, Paternity and Roman Identity. Authority and the Rhetorical Self, Cambridge University Press, Cambridge 2003, xii + 285 pp. ISBN: 0-521-82005-7. Que la situación actual de los estudios clásicos en su contexto científico y académico es hoy en día mucho más compleja que hace unos decenios es algo de lo que tiene con- ciencia cualquier clasicista (bien por experiencia propia, bien por sus lecturas: depende de la edad). El peso de la filología más o menos tradicional y ‘desproblematizada’ en el amplio campo de lo que podemos llamar ‘humanidades’ se ha reajustado en los últimos tiempos, y el conocimiento de las lenguas clásicas va siendo algo cada vez más exótico entre quienes, no dedicándose a ellas, deberían entenderlas para ejercer cabalmente sus disciplinas. Por otro lado, y en directa relación con lo anterior, muchos estudiosos del mundo antiguo han abierto un diálogo fructífero con presupuestos teóricos y epis- temológicos propios de otros ámbitos (la teoría de la literatura, las modernas corrientes lingüísticas, la antropología, el psicoanálisis, los estudios de género, etc.), perseverando así en la tradicional interdisciplinariedad que siempre caracterizó a las Ciencias de la Antigüedad. Pues bien, esta obra de Erik Gunderson (actualmente profesor del Departamento de Griego y Latín de la Universidad del Estado de Ohio, según reza en la cubierta del libro) es un claro reflejo de esta situación a la que aludíamos, ya que estudia una serie de tex- tos latinos –declamatorios, en concreto– conjugando perspectivas ‘tradicionales’ con otras modernas o, más bien, ‘postmodernas’. En efecto, un vistazo a la bibliografía final (pp. 265-272) y el curioso lector encontrará a Winterbottom, a Leeman y a Fantham, e incluso a estudiosos de finales del XIX y principios del XX como Bornecque o Cucheval, junto con nombres tan conspicuos (y a veces ubicuos) como Foucault, Derrida o Lacan (que junto con Freud es el autor de quien más referencias aparecen). Ello tiene, sobre todo, dos consecuencias de las que querríamos advertir en las primeras líneas de esta re- seña: (a) que las preocupaciones de Gunderson en muchas ocasiones no son del todo ‘fi- lológicas’ (ni en el sentido amplio de la palabra), algo contra lo que nada hay que ob- jetar por parte de quien esto escribe pero que ha de ser tenido en cuenta por los potenciales lectores; y (b) que el tono en el que está redactada la obra se deja caer a me- nudo hacia el lado de la retórica (en el peor sentido de la palabra) foucaultiana o derri- diana con la que el lector se habrá irremediablemente encontrado y de la que se habrá formado un juicio; ello resulta, por supuesto, y según los puntos de vista, o bien en pro- ducir un discurso lo suficientemente complejo, sutil y autoconsciente para no engañar al lector sobre la inexistente univocidad o simplicidad de las realidades descritas, o bien en construir un texto moroso, repetitivo y, en sus peores momentos, irritante (ha de admi- tirse que la mera aparición de nombres de autores como los citados rara vez se acoge con frialdad). Así las cosas, el objetivo principal que se propone Gunderson (G. a partir de aquí) en esta obra es el de reivindicar el género de la declamación y subrayar la importancia que la práctica declamatoria tuvo en el mundo antiguo, en la idea de que su fuerte arraigo tanto en el sistema educativo como en la escena cultural del imperio hacen que las de- clamaciones que hemos conservado merezcan una lectura más detenida y deferencial que la que ha sido tradicionalmente la norma. Para ello G. estructura su estudio de la si- guiente manera: a un prefacio (pp. ix-xii) en el que se contiene la declaración de inten- ciones y una explicación sobre cómo surgió el libro en cuestión, le sigue una introduc- ción (pp. 1-25) que ya entra en materia, y tras ésta el grueso de la obra (pp. 27-226) se 234 Reseñas Revista de Estudios Latinos (RELat) 3, 2003, 207-269

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ERIK GUNDERSON, Declamation, Paternity and Roman Identity. Authority andthe Rhetorical Self, Cambridge University Press, Cambridge 2003, xii + 285 pp. ISBN: 0-521-82005-7.

Que la situación actual de los estudios clásicos en su contexto científico y académicoes hoy en día mucho más compleja que hace unos decenios es algo de lo que tiene con-ciencia cualquier clasicista (bien por experiencia propia, bien por sus lecturas: dependede la edad). El peso de la filología más o menos tradicional y ‘desproblematizada’ en elamplio campo de lo que podemos llamar ‘humanidades’ se ha reajustado en los últimostiempos, y el conocimiento de las lenguas clásicas va siendo algo cada vez más exóticoentre quienes, no dedicándose a ellas, deberían entenderlas para ejercer cabalmentesus disciplinas. Por otro lado, y en directa relación con lo anterior, muchos estudiososdel mundo antiguo han abierto un diálogo fructífero con presupuestos teóricos y epis-temológicos propios de otros ámbitos (la teoría de la literatura, las modernas corrienteslingüísticas, la antropología, el psicoanálisis, los estudios de género, etc.), perseverandoasí en la tradicional interdisciplinariedad que siempre caracterizó a las Ciencias de laAntigüedad.

Pues bien, esta obra de Erik Gunderson (actualmente profesor del Departamento deGriego y Latín de la Universidad del Estado de Ohio, según reza en la cubierta del libro)es un claro reflejo de esta situación a la que aludíamos, ya que estudia una serie de tex-tos latinos –declamatorios, en concreto– conjugando perspectivas ‘tradicionales’ conotras modernas o, más bien, ‘postmodernas’. En efecto, un vistazo a la bibliografía final(pp. 265-272) y el curioso lector encontrará a Winterbottom, a Leeman y a Fantham, eincluso a estudiosos de finales del XIX y principios del XX como Bornecque o Cucheval,junto con nombres tan conspicuos (y a veces ubicuos) como Foucault, Derrida o Lacan(que junto con Freud es el autor de quien más referencias aparecen). Ello tiene, sobretodo, dos consecuencias de las que querríamos advertir en las primeras líneas de esta re-seña: (a) que las preocupaciones de Gunderson en muchas ocasiones no son del todo ‘fi-lológicas’ (ni en el sentido amplio de la palabra), algo contra lo que nada hay que ob-jetar por parte de quien esto escribe pero que ha de ser tenido en cuenta por lospotenciales lectores; y (b) que el tono en el que está redactada la obra se deja caer a me-nudo hacia el lado de la retórica (en el peor sentido de la palabra) foucaultiana o derri-diana con la que el lector se habrá irremediablemente encontrado y de la que se habráformado un juicio; ello resulta, por supuesto, y según los puntos de vista, o bien en pro-ducir un discurso lo suficientemente complejo, sutil y autoconsciente para no engañar allector sobre la inexistente univocidad o simplicidad de las realidades descritas, o bien enconstruir un texto moroso, repetitivo y, en sus peores momentos, irritante (ha de admi-tirse que la mera aparición de nombres de autores como los citados rara vez se acogecon frialdad).

Así las cosas, el objetivo principal que se propone Gunderson (G. a partir de aquí) enesta obra es el de reivindicar el género de la declamación y subrayar la importancia quela práctica declamatoria tuvo en el mundo antiguo, en la idea de que su fuerte arraigotanto en el sistema educativo como en la escena cultural del imperio hacen que las de-clamaciones que hemos conservado merezcan una lectura más detenida y deferencialque la que ha sido tradicionalmente la norma. Para ello G. estructura su estudio de la si-guiente manera: a un prefacio (pp. ix-xii) en el que se contiene la declaración de inten-ciones y una explicación sobre cómo surgió el libro en cuestión, le sigue una introduc-ción (pp. 1-25) que ya entra en materia, y tras ésta el grueso de la obra (pp. 27-226) se

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divide en dos partes (pp. 27-149 y 151-226), tituladas «Where ego was...» y «Let id be»(lo que deja claro, con las referencias al ‘yo’ y al ‘ello’, el peso de la perspectiva psi-coanalítica que adopta G. y es, también, una muestra más de la hoy frecuente preferen-cia por el juego de palabras y el ingenio sobre la función informativa en los títulos de es-tudios y capítulos). La primera de estas dos partes contiene cuatro capítulos y la segundaotros dos, numerados todos de manera correlativa del 1 al 6. Una conclusión declara-damente sui generis da fin a la parte expositiva del libro (pp. 227-237) y una serie deapartados completan el volumen: en primer lugar, una breve pero acertada selección bi-bliográfica sobre la declamación, que incluye referencias tanto de textos y traduccionesal inglés como de estudios («Appendix 1: Further reading», pp. 238-239); en segundo lu-gar, la traducción de varias muestras de declamaciones procedentes de las distintas co-lecciones conservadas («Appendix II: Sample Declamations», pp. 240-264); y, por úl-timo, las habituales secciones de bibliografía citada (pp. 265-272) y dos índices, uno deloci citati (pp. 273-277) y otro onomástico y de conceptos clave (pp. 278-285).

El texto que sirve de prefacio a esta obra lleva el título de «Acheron» (esto es,‘Aqueronte’), y comienza argumentando, como anunciábamos, que algún interés hubode tener la declamación cuando disfrutó de tanto vigor en la Antigüedad. G. es cons-ciente de la atención relativamente escasa que estos textos han atraído entre la crítica, ylo es aún más de la connotación casi exclusivamente negativa que rodea todo lo rela-cionado con la declamación. Por eso propone en sus párrafos iniciales que sumergirse enel mundo de la declamación no es tanto una tarea condenada a resultados inútiles o cen-trada en la retórica más vacía posible como una exploración que equivale a (p. x) «des-cender al submundo retórico» (y de ahí, por supuesto, el «Aqueronte» del título).

Tras esta sugerente entrada, y tras explicar en qué consiste una declamación y aclararla tradicional división del género en suasoriae y controuersiae, pasa G. a su introducciónpropiamente dicha, titulada «A praise of folly» (‘Elogio de la locura’), con lo que anti-cipa su valoración positiva (por eso lo de «elogio») de los textos declamatorios, habi-tualmente asociados a lo retorcido, a lo extravagante (por eso lo de «locura»). En ella seocupa G. de subrayar muy convincentemente varios aspectos que dan cuenta de la rele-vancia de su objeto de estudio. Así, en primer lugar (pp. 1 y 2-4), señala que tan im-portante o más que el aspecto educativo de esta práctica (que es el que más generalmenterecibía censuras como la de Quintiliano en 2, 10, 5) era su presencia en entornos ‘adul-tos’, en los que quien actuaba como declamador hacía gala de virtuosismo verbal antecírculos de amigos o, incluso, delante de un público más amplio. En segundo lugar (p.2), G. recuerda los límites espaciales y temporales de la práctica declamatoria, que, bajouna u otra forma, disfrutó de una vigencia estrechamente unida a la existencia de la re-tórica, por lo que la declamación fue un fenómeno extendido tanto en Grecia como enRoma y duró desde la época de Platón hasta después de la Edad Media: en palabras deG. (p. 2), «declamation was a durable player on the rhetorical scene» (‘la declamaciónfue un actor constantemente presente en la escena retórica’).

A pesar de ello, la crítica no ha prestado demasiada atención a estos textos y, cuandolo hace, señala G., se dedica con frecuencia a poner de relieve los defectos y la supues-ta falta de interés de los mismos, hasta el punto de que podría hablarse de (p. 4) «de-clamation-hating scholarship on declamation» (esto es, ‘estudios sobre la declamaciónque odian la declamación’), destacados ejemplos de lo cual serían ilustres latinistascomo E. Fantham y M. Winterbottom, de los que G. aporta citas que efectivamentemuestran el poco aprecio, por decirlo de manera suave, que estos críticos sienten por lasdeclamaciones y su mundo.

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Por todo ello, las declamaciones están pidiendo casi a gritos, según G., una nueva lec-tura que les haga justicia, que no las examine ni como resultados de imaginaciones ca-lenturientas, ni como ejercicios escolares necesarios para alcanzar resultados ‘adul-tos’, ni como intentos fracasados de aproximarse a ideales oratorios cual el de,pongamos, Cicerón. La lectura que propone G. no continuaría las sendas ya emprendi-das por estudios clásicos centrados en aspectos como los vínculos del mundo declama-torio con la teoría retórica, el derecho o la educación, ni se adscribe a otra línea de in-vestigación más reciente centrada en la sociología de la retórica (gracias a la cual, porejemplo, resulta claro que el ejercicio de la declamación era uno de los elementos de jui-cio que se valoraban para conceder ascenso social a ciudadanos ‘periféricos’): en más deuna ocasión afirma G. que su lectura es eminentemente ‘literaria’, en el sentido de queparte fundamentalmente del texto y de que quiere dedicarse al estudio de temas, moti-vos, alusiones, etc. (esto es efectivamente así y aquí reside el enfoque más ‘filólogico’ deesta obra del que hablábamos más arriba). Los textos declamatorios serían así, entreotras cosas, testigos especialmente relevantes de un buen número de factores relacio-nados con la construcción de la identidad romana, ya que el marco lúdico y la circuns-tancia irreal en los que se sitúan las declamaciones permiten abordar cuestiones que enotro contexto serían consideradas tabú.

Acierta G. en estas páginas introductorias en que hay, por parte de los lectores mo-dernos, un exceso de confianza en el discurso crítico de la propia Antigüedad hacia ladeclamación (que en realidad es más bien un meta-discurso declamatorio, con lo quetendría que ser parte del objeto de estudio de quien se interese por la declamación, no unelemento más de juicio que el crítico moderno interiorice y asuma sin cuestionarlo lomás mínimo, como ocurre habitualmente). Los términos de G., especialmente lúcidos yen los que sigue al influyente y recientemente desaparecido sociólogo francés PierreBourdieu, son los siguientes (p. 14): «Declamatory criticism participated in the contestfor symbolic domination and the imposition of legitimate language of which the decla-mations themselves were but special instances.» Además, deja claro G. que buena par-te de estos ataques que recibe la declamación en la Antigüedad son, formalmente, bas-tante declamatorios (en algunos casos conscientemente y en otros quizá no tanto).Habría que señalar aquí que lo mismo puede decirse del estilo del propio G.: hay pasa-jes casi vehementemente apologéticos (más frecuentes en esta introducción en la que sedefiende la importancia del género) y, por ejemplo, a menudo introduce preguntas re-tóricas (que él mismo acaba respondiendo la mayoría de las veces); con todo, el autoracaba admitiendo en su conclusión que utiliza conscientemente este tono, según veremosmás abajo.

Ya hacia el final de la introducción (p. 19) propone G. una comparación especial-mente ilustrativa, a saber, la de la declamación antigua con los zoológicos de las ciuda-des modernas: en ambos casos se trataría de crear una especie de ‘naturaleza salvaje’ ar-tificial en la que encerrar animales que pueden visitarse y que responden a la imagen quenos hacemos de ellos más que a su realidad en la ‘naturaleza salvaje natural’; todas lascaracterísticas de ese zoológico, además, son altamente informativas sobre sus cons-tructores (como lo son las declamaciones sobre la sociedad que las produce). Tras estaanalogía, formula G. (p. 19) una caracterización de la declamación que, en su contenido,recoge varias de las obsesiones centrales postmodernas (la ironía, la auto-conciencia, lolúdico, lo evocador), y por su forma parece un eslógan publicitario (¿quién no sentiríainterés por la declamación si lee lo siguiente?: «Declamation is playful; declamation isironic; it is self-aware; it is evocative»).

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A continuación, prosigue G. estableciendo equivalencias entre la declamación yotros elementos, ahora dentro de la propia cultura antigua, y así se acoge a la idea de M.Beard de que la declamación desempeña en Roma un papel afín al de los mitos en Gre-cia, ya que se trataría del lugar en el que (p. 22) «Romans construct and reconstruct forthemselves questions of their Romanness from the rough and ready conceptual tools theyfind to hand.» G. sigue tirando de este hilo y equipara también la declamación con otrasinstancias mentales relacionadas con lo inconsciente: el sueño y el chiste (p. 22).

Por último, G. anuncia el contenido y la organización generales de la obra. Así,como ejemplares de declamación completa G. declara haber elegido tres de las maioresdel Pseudo-Quintiliano, las cuales, por su tema (p. 24) «involve the speaking of the uns-peakable» (‘implican hablar de lo inefable’), a saber, violación homosexual e incesto. Nose trata, por supuesto, de que estas declamaciones sean un testimonio de lo que se pen-saba en Roma sobre ambos asuntos, sino que son una muestra de que la declamación se-ría un instrumento especialmente adecuado para explorar estos temas acerca de losque no había, ni podía haber, dice G., una única y clara posición autorizada.

Tras esta introducción, bien argumentada y que, a nuestro juicio, tiene los méritos depresentar puntos de vista novedosos sobre el mundo declamatorio y de despertar el in-terés en el lector por el mismo, viene el primer capítulo («Recalling declamation», pp.29-58), dedicado a la obra de Séneca el Viejo. Comienza G. subrayando la importanciaque la memoria tiene en esta obra, algo generalmente puesto de manifiesto por la críti-ca, para resaltar después cómo el término tiene una doble acepción: designa tanto la ope-ración, la facultad mental del recuerdo, como el resultado de la misma; memoria es elproceso de recordar y la ‘lista’ que da como resultado. El hecho de que la memoria estéestrechamente relacionada con la construcción interesada de un pasado (algo que tam-bién se aplica a la historia de la retórica, pero que, apunta G., en general remite a unmundo dominado por el ideal de la uirtus masculina), y la invocación de Catón y su ide-al uir bonus dicendi peritus en el prefacio de Séneca, le hacen a G. (p. 31) formular laparadoja que así se da: ¿cómo es posible que la declamación, tan denostada como ejer-cicio frívolo y con contenido ‘heterodoxo’ o tabú, aparezca en este contexto de ortodo-xia, de construcción de una historia –de la retórica pero no únicamente– que tienecomo referentes a Cicerón, a Catón y al mos maiorum? La respuesta de G. es que, pre-cisamente por tratarse de un contexto ficticio, ‘fantástico’, en el que abundan los asun-tos de dudosa abordabilidad en condiciones normales, la declamación es también unmarco apropiado para explorar la construcción de ‘la buena romanidad’, ya que se tra-baja constantemente con los límites de la misma.

G. concede especial importancia al hecho de que, en su prefacio, Séneca se está diri-giendo a sus tres hijos, que supuestamente le habrían solicitado una obra como la queofrece a continuación. Haya cuanto haya de lugar común o de realidad en esta afirma-ción, señala G. (p. 32) que, con está formulación, Séneca coloca a sus lectores en una es-pecie de situación filial: superpone la relación padre-hijo a la de autor-lector. El prefacio,además, con su tono apologético de defensa de una causa y su declarada función de re-paración de heridas infligidas por el tiempo a los oradores que él recuerda, se conecta entono y contenido con el mundo de la declamación, esto es, con el contenido de la anto-logía posterior que constituye la obra de Séneca el Viejo.

Se detiene G. en un pasaje de este prefacio en el que, dentro de la crítica tradicionalde la romanidad más romana hacia la decadencia, hacia el declive que ha causado la co-modidad material en todas las buenas costumbres, incluida la oratoria, Séneca calificaesta oratoria degenerada como ‘afeminada’. Partiendo de ahí, insiste G. en que el único

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auctor concebible como orator, el único orador legítimo es el uir bonus (p. 39); de he-cho, de los tres elementos del uir bonus dicendi peritus, es el uir, esto es, la condiciónmasculina, la virilidad, lo que más subrayaría Séneca en su prefacio, frente a, por ejem-plo, la importancia prestada a la técnica –la peritia– por los manuales más teóricos o a lapreocupación moral –el bonus– que preside obras como la de Quintiliano. Así, tras su re-corrido por el texto liminar de Séneca, una de las conclusiones principales de G. es quela reflexión sobre la retórica en Roma expresa casi permanentemente cierto desagradocon respecto a la situación presente de cada momento en nombre de un «pasado superiory más viril» (p. 55).

El capítulo segundo («Fathers and sons; bodies and pieces», pp. 59-89) se abre conuna consideración acerca de lo frecuentes que en el corpus de declamaciones que tene-mos son los temas de la mutilación y los daños físicos (p. 59). Y, en efecto, los textos alos que acude G. en este capítulo son varias de las Declamationes minores y de las Con-trouersiae de Séneca el Viejo en las que se presentan diversos casos construidos alre-dedor de una ley según la cual se castigaba con la amputación de las manos a los hijosque golpeaban a sus padres (ley, por otra parte, completamente ajena al sistema legal ro-mano y que nos sitúa claramente en el mundo ficcional en el que se desarrollan buenaparte de las declamaciones). Estaríamos aquí para G. ante una vía más de reafirmar la fi-gura del padre y de trasladar al mundo retórico la relación paterno-filial canónica: delmismo modo que los padres, genéticos o adoptivos, forman a sus hijos y les llevan a lavida adulta, los rétores que adiestran a sus estudiantes en la práctica declamatoria lesbrindarían el acceso a la oratoria ‘real’, adulta. Por ello los discursos puestos en boca delpersonaje ‘hijo’ en las declamaciones seleccionadas se caracterizan siempre, como de-talladamente analiza G., con los rasgos de debilidad, inacabamiento e incluso mutilación:la imagen del hijo con las manos amputadas representaría así la incapacidad de comu-nicación plena que padece el declamador principiante, la insuficiencia de su retórica.

Acaba G. este segundo capítulo repasando los textos declamatorios que giran entorno a la figura de Cicerón, dado que, según una tradición que mezcla elementos pro-cedentes de la historia y de la declamación en dosis difíciles de determinar, la cabeza ylas manos del arpinate se habrían expuesto en público tras su asesinato (todos los textosse ambientan precisamente en los momentos previos a la muerte del orador). Se trata deun hecho que G. pone en relación con los casos anteriores, con los que coincidiría en lasimbología comunicativa de las manos: los restos humanos de Cicerón que se exponenson aquellos que más claramente representan las facultades retóricas.

De lo que se trataría en conjunto, recapitula G. (pp. 88-89), es de poner en escena através de la actividad declamatoria una serie de elementos cruciales para lo que él llamala «vida psíquica romana», que estaría dotada de una estructura muy marcada por la re-tórica. Es aquí donde G. recurre por primera vez a Lacan y a su idea de la construcciónpor parte del individuo de una identidad social: el juego fragmentario de las declama-ciones (que se presentan en colecciones de fragmentos, que nunca son equivalentes adiscursos ‘reales’ enteros) sería un equivalente de las imágenes fragmentarias que cadaindividuo recibe de sí mismo, y la sumisión a unas cuantas ideas-guía constantementepredicadas, de manera más a menudo indirecta que explícita (entre ellas la de la pater-nidad dominante y proporcionadora de vida), lo que se requiere para que el individuoasuma esa identidad social colectivamente construida, algo a lo que la práctica decla-matoria contribuye de forma muy activa.

Establecido ya, y comenzado a analizar, el papel relevante de las declamaciones en elmundo romano, el tercer capítulo de esta obra arranca con la siguiente pregunta: «¿Qué

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querría decir tomarse en serio las declamaciones?» G. se contesta diciendo, en primer lu-gar, que ése es precisamente uno de los principales fines de su libro, y que tomarse enserio las declamaciones implica leer un género menospreciado como si mereciese nues-tra atención o, «peor todavía» (dice G. con ironía), nuestra admiración (p. 90).

La preocupación central de G. en este capítulo es establecer las conexiones existentesentre el mundo de la declamación y el mundo ‘real’, tanto en lo que se refiere al ámbitoy las ocasiones en los que se pronunciaban las declamaciones como en lo que concierneel rico juego de relaciones entre el contenido más o menos ficticio o irreal de estas pie-zas oratorias y diversos elementos de la vida ‘real’.

Parte para ello G. de uno de los casos recopilados por Séneca, el del pintor atenien-se Parrasio, que compró un esclavo olintiano y lo torturó con el fin de utilizarlo comomodelo para pintar un cuadro que representase a Prometeo; el esclavo acabó muriendoy se acusa a Parrasio de atentar contra el estado al colgar un cuadro con esos antece-dentes en el templo de Atenea. Lo que a G. le parece aquí especialmente digno de co-mentario es que, aunque Parrasio es efectivamente un pintor sobre el que hemos con-servado buena cantidad de noticias, la anécdota del cuadro de Prometeo no la transmiteningún texto que no pertenezca al mundo declamatorio, con lo que estaríamos ante unamás de las ficciones propias de este ámbito. Intenta después G. establecer cuáles son losparalelos entre este caso y uno de los ejemplos recopilados por Séneca en este mismoapartado, que no tiene que ver con la historia de Parrasio, sino que recoge otra prota-gonizada por Timágenes, un liberto de lengua especialmente mordaz que gozaba del fa-vor del emperador y que, al ser expulsado de la corte imperial quemó su obra acerca delas hazañas del César. Es aquí (pp. 95-96) donde G. demuestra su capacidad para, comoél dice, leer a Séneca con la sutileza que se merece, pues consigue justificar qué rela-ción tiene el episodio de Timágenes con el contiguo de Parrasio, y así señala la doblecondición de libertad y esclavitud que comparten Timágenes y el esclavo olintiano,compara el cuadro de Parrasio con el retrato que hace Séneca de Timágenes, llama laatención sobre el papel de Prometeo con respecto a una especie de divinidad que de-sempeñan tanto Timágenes como el esclavo, y apunta varias semejanzas y equivalen-cias más.

Lo que a G. le parece más relevante de estos puntos en común es el salto que se daentre los distintos niveles de ficción y de ‘vida real’, pues el cuadro de Parrasio sería unarepresentación dentro de la ficción declamatoria, mientras que su equivalente, el retratode Timágenes, cargado del gusto por lo retorcido propio de la declamación (como seocupa G. de demostrar), pertenecería a un nivel más cercano a la ‘vida real’, ya que esun recuerdo de Séneca. Es este juego de diversos niveles de representación y su relaciónambigua con una ‘realidad’ de difícil identificación lo que G. quiere subrayar. Para ellorecurre al conocido cuadro del pintor surrealista belga René Magritte titulado «Ceci n’estpas une pipe», en el que se figura precisamente una pipa a la que se suscribe la frase encuestión, para indicar, por supuesto, que se está ante la representación de una pipa, noante una pipa ‘en sí’. El hecho de que el cuadro incluya la declaración explícita sobre sucarácter representacional ha sido objeto de abundante exégesis, y es, además, el título deuna obra de M. Foucault que G. cita aquí para dejar clara su tesis: por su carácter a me-dio camino entre lo real y lo ficticio, y por los ricos juegos de relaciones que originan lasdeclamaciones entre los diferentes niveles de representación que implican, estos textosserían un caso análogo al de la pintura de Magritte, ya que en ambas instancias hay uninterés especial en explorar de manera consciente y a veces lúdica los lazos entre el artey la vida, entre la representación y el referente, entre ficción y realidad.

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El capítulo cuarto, «Raving among the insane» (pp. 115-149), repasa unos cuantosejemplos de textos declamatorios que giran en torno a la locura (dementia). Todosellos, señala G., nos remiten una vez más a la relación paterno-filial recurrente en el gé-nero, pues en todos es un hijo quien acusa a su padre de locura, de dementia. Del análi-sis de G. surgirían dos grupos de casos dentro de este apartado: aquellos en los que unpadre ha cometido algún tipo de ultraje, y por ello su hijo pretende arrebatarle legal-mente la autoridad que habría perdido por su acto innoble; y aquellos en los que la con-ducta supuestamente demencial del padre esconde, tras la explicación pertinente, unaprofunda sabiduría, con lo que se reforzaría la autoridad del rol paterno.

Para G., queda claro aquí también que la práctica declamatoria sirve para explorar losaspectos contradictorios de la romanidad en general y de las leyes en particular, perosiempre con el fin último de reforzar las posturas tradicionales y canónicas al respecto;sin embargo, el juego declamatorio sería necesario para que el orador ‘adulto’ fuese unorador plenamente capaz y revestido de la autoridad necesaria, pues (p. 148) «only tho-se who know how to play comfortably within the contradictions of the law will be en-titled to speak authoritatively».

El quinto y penúltimo capítulo («An Cimbrice loquendum sit. Speaking and unspea-king the language of homosexual desire», pp. 153-190) se centra en torno a la tercera delas declamaciones ‘mayores’ atribuidas a Quintiliano, que plantea el caso de un legio-nario que, durante la guerra contra los cimbrios dirigida por Mario, dio muerte a su tri-buno, a la sazón pariente de Mario, ante el intento de éste de violarle. La declamación esel discurso en defensa del legionario (y es traducida íntegramente al inglés en el Apén-dice 2 de la obra).

Con razón señala G. que ésta es una de las pocas declamaciones que se sitúan en unmarco histórico claramente identificado, y que en este caso distaría al menos unos dos-cientos años con respecto al momento de su composición. Según G., dado lo especial-mente nefando del tema, se trataría de que el discurso ficticio se pusiera en boca de unpersonaje del pasado, no en el del declamador intemporal habitual. Además, se trataríatambién de aludir a la idea de que el problema de la violación homosexual es algo delpasado: algo que, gracias precisamente a que ya ha sido superado, nos permite ser en elpresente quienes somos. Pero hay que añadir algo más: nos consta por otras fuentes, queG. consigna debidamente, que el episodio tuvo realidad histórica y que el soldado ven-ció en la disputa judicial; G. deduce de ello la idea de que tan importante en el nivel sim-bólico fue la victoria de Mario sobre el enemigo externo, esto es, la tribu germánica delos cimbrios, como sobre el interno, esto es, el tribuno degenerado que, en una situaciónlímite, decide ejercer violentamente el deseo sobre el que más tabúes se imponían.

Esta declamación exploraría así uno de los fantasmas de la identidad romana: el deseohomosexual de un hombre hacia otro ha de concebirse íntimamente relacionado a la ideade un ataque violento que, a su vez, requiere una respuesta violenta en el más alto grado.La función de una declamación como ésta sería, así, poner en escena el momento psi-cológico en el que el hombre romano, para construir su virilidad y, consecuentemente, suromanidad, ahoga, mata el deseo homosexual.

El sexto y último capítulo («Paterni nominis religio», pp. 191-226) está dedicado alas dos últimas declamaciones ‘mayores’ del Pseudo-Quintiliano, que resultan ser el úni-co par que conservamos de discursos a favor y en contra del mismo caso. G. se muestra,además, decididamente proclive a detenerse en los textos que exploran los aspectos másconflictivos del inconsciente romano, ya que el asunto de estas dos declamaciones es elde un padre que, sospechando que hay una relación incestuosa entre su hijo y su esposa,

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interroga a aquél y, al aplicarle tormento, acaba por darle muerte. En el enunciado delcaso, sin embargo, no se dice explícitamente si durante el interrogatorio el hijo recono-ció o no el incesto. Buena parte del tratamiento de G. se centra en el discurso del padre,que tampoco llega a aludir explícitamente a la relación incestuosa de madre e hijo. G.analiza detalladamente los silencios e insuficiencias verbales que aparecen cuando el dis-curso se acerca peligrosamente al quid de la cuestión, e incluso llega a detectar en laconstrucción de esta defensa paterna varios rasgos ‘psicóticos’: ante una realidad que nopuede admitir, que no puede formularse a sí mismo conscientemente (el incesto), actúaviolentamente contra los agentes que la originan, y así tortura a su hijo, con lo que aten-ta contra la belleza física que desencadena el incesto y, además, al terminar matando aéste, pone fin también a su propia condición de padre, que es el prerrequisito para quepueda ser la víctima de un adulterio incestuoso.

La conclusión de G. («By way of conclusion», pp. 227-237) sólo llega, según sus pro-pias palabras, obligada por la práctica académica de incluir un final recapitulatorio. Elpropio título ya indica que se trata de una conclusión sui generis, y, así, advierte G. (p.227) de que su peroratio adoptará más bien la forma de un exordium. Y en efecto, bue-na parte de este texto conclusivo tiene como misión ganar la actitud favorable del pú-blico, ya que G. prevé, con razón, cierta hostilidad hacia la materia de su apología. Así,se esfuerza G. en demostrar que su asunto no es tan turpe como podría pensarse en unprincipio y que las acusaciones que ha recibido su defendido –el género declamatorio–son, en gran medida, infundadas.

Una de las ideas principales de G. aquí es que la concepción del mundo de la decla-mación como una especie de escape social, de lugar en el que se aprovecha para tratar lointratable es, en parte, acertada, pero que, por otro lado, su función última es la de rea-firmar la autoridad tradicional. La declamación sería, así, una práctica dirigida en bue-na medida a pre-adultos, en el sentido de que es un ejercicio en el que los adolescentesse convierten en ‘padres’, en portadores de autoridad: la práctica habitual de argumen-tar un caso en ambos sentidos es un síntoma de una situación previa en la que no hay au-toridad preestablecida que alcanzar; lo que la declamación supone, por eso mismo, es elejercicio constante de afirmación de la propia autoridad, pero sin objeto ‘real’. Porello la perspectiva paterna preside casi todos los casos que G. analiza: en el proemio asus Controuersiae y Suasoriae Séneca adopta la postura de un padre dirigiéndose a sushijos y son pleitos ficticios en los que intervienen padres e hijos las situaciones que su-ponen la mayoría de las declamaciones estudiadas en la obra.

Otro de los intereses de G. en su ‘conclusión’ es desmentir la idea de que las decla-maciones no eran ‘oratoria seria’ (p. 230), para lo que va rebatiendo las ideas habitualesal respecto. En primer lugar, frente a la concepción según la cual las declamaciones se-rían criticables por introducir un ingrediente lúdico en un contexto, el de la responsabi-lidad retórica, que reclamaría seriedad moral, G. aduce que la estructura argumentativade las declamaciones es tanto o más elaborada que la de los discursos ‘reales’. En se-gundo lugar, si a las declamaciones se les regatearía su ‘seriedad’ porque no estaban des-tinadas a crear ejemplares duraderos del género, a proponer un canon de declamacioneso a establecer sus propios ‘clásicos’, sin embargo, dice G., muchas de las declamationesmaiores (las únicas, como se sabe, que conservamos enteras) muestran un considerableesfuerzo de elaboración literaria, y G. señala además el hecho de que las respuestas a losdiscursos de Cicerón que escribió Cestio llegaron a ser apreciadas por algunos lectoresmás que los originales. En tercer y último lugar, la falta de ‘seriedad’ de las declama-ciones derivaría de la circunstancia social a la que estaban destinadas, esto es, no a las si-

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tuaciones ‘oratorias’ por excelencia que eran el juicio o la asamblea. La réplica de G. aesta extendida percepción es que las circunstancias políticas y judiciales relativamenteexcepcionales en las que podían lucirse los oradores consumados no eran muchas, y queel ámbito de la declamación era el único en el que podía ejercitarse una mayoría, no ne-cesariamente dotada de menor talento que otras figuras. Por último, considera G. si es elcontenido habitual de las declamaciones lo que origina su menosprecio, para concluirque tampoco es así, ya que los casos más extremos coinciden, por ejemplo, con los decualquier tragedia griega (tiranicidio, incesto, violación) y los que son realmente habi-tuales se centran en dos relaciones de poder asimétricas: la de la tensión entre ciudada-nos ricos y pobres y la relación paterno-filial.

La portada del libro de G. reproduce un cuadro de René Magritte, al que ya había re-currido en el capítulo tercero. Pues bien, el tramo final de esta conclusión-exordioarranca precisamente recordando otra vez la imagen de la pipa con la leyenda ‘ceci n’estpas une pipe’. Y así, afirma G., «If Magritte’s pipe was not a pipe, then a declamatoryspeech is also clearly not a speech» (p. 233). Y en ello radicaría precisamente lo inte-resante: al ser más bien una parodia, un doble deformado, de los discursos ‘reales’, la de-clamación pone de manifiesto varios de los rasgos centrales y, a la vez, paradójicos, dela oratoria ‘real’.

De hecho, buena parte del sentido que tiene el mundo de la declamación queda,sostiene G., en una zona en la que no podemos esperar mucha ayuda por parte de lospropios declamadores, por lo que además de entender literalmente el significado de esostextos escritos en un latín a menudo complejo, la lectura de G. propone comprender lalógica que subyace bajo muchas de las ideas que se articulan en las declamaciones. Se-gún G. ése era su objetivo: poner de manifiesto unos cuantos ejemplos en los que lostextos declamatorios abordan cuestiones de la ‘psique romana’ que no eran abordadas enel discurso abierto. En efecto, como con razón dice G. (p. 236), para entender a los ro-manos hay que escuchar también aquello que no quieren decir explícitamente, y los mi-tos, los chistes, los sueños y la declamación son buenas fuentes para ello.

La imagen con la que G. pone fin a su conclusión-exordio insiste en el papel revela-dor sobre la romanidad que tienen las declamaciones, y combina el recurso retórico de laalegoría con la casi-obsesión postmoderna por la enfermedad mental: una concepción dela Latinitas en la que no se presta la atención debida al mundo de la declamación sería,dice G., el equivalente a una Latinitas lobotomizada: «el paciente sale de la clínica de lacrítica más dócil, pero menos ‘romano’ que cuando entró» (p. 237).

El estudio de G. es, en buena parte, una defensa de la declamación y, como tal, con-tiene, según hemos señalado, buenas dosis de retórica apologética. Es, además, una obraclaramente post-moderna, en la que las preocupaciones por el discurso propias de au-tores como Foucault, Derrida, Lacan o Bourdieu están más que presentes. El corpus deestudio delimitado por G., además, se presta especialmente a ello: en la mayoría de loscasos no tenemos a un ‘autor’ claramente identificable como tal, los testimonios con-servados son casi todos fragmentarios y sin datar precisamente, y se trata de textos conun alto grado de auto-conciencia (por lo que tienen de ejercicio y por estar destinados aun público técnicamente preparado). G. asume también el rechazo propio de la post-modernidad contra una visión de la cultura en términos de progreso y decadencia (en laque las declamaciones, según el relato canónico, serían un síntoma de ‘decadencia’).

A nuestro juicio, es ésa una virtud del trabajo de G.: justamente por lo que implica suorientación ‘postmoderna’, trata su objeto de estudio con más respeto que otros histo-riadores anteriores, le deja hablar más y hace que el discurso resultante sea más signi-

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ficativo. El estudio de G. consigue que las declamaciones nos digan mucho de lo quenos pueden decir y no habíamos oído hasta ahora, e ilustra en qué medida constituyeronun campo de juego fundamental para que generaciones y generaciones de romanoseducados se ejercitaran en la exploración de conflictos cruciales para la construcción desu identidad individual y colectiva.

Universidad de la Rioja Jorge FERNÁNDEZ LÓPEZ

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DULCE ESTEFANÍA, MANUELA DOMÍNGUEZ, M.a TERESA AMADO (eds.), El finaldel Mundo Antiguo como preludio de la Europa Moderna. Cuadernos de Li-teratura griega y latina, IV, Alcalá de Henares-Santiago de Compostela 2003,280 pp. ISBN: 84-8138-578-6.

El trabajo que reseñamos constituye la cuarta entrega de la colección Cuadernos deLiteratura griega y latina, publicada por la Delegación Gallega de la Sociedad de Es-tudios Clásicos y la Universidad de Santiago de Compostela. Los anteriores volúmenes,de similares características al reseñado (especialmente a partir de la segunda entrega), sededicaron a trabajos sobre Literatura y Tradición Clásica (vol. I), Géneros literarios po-éticos grecolatinos (vol. II) y Literatura, política y sociedad en el mundo grecolatino:antecedentes y relaciones con la actualidad (vol. III). En todos los casos se trata de re-copilaciones de trabajos, basados en exposiciones orales previas, cuyo contenido guar-da una relación más o menos estrecha (según los volúmenes y los trabajos particulares)con el título general del volumen. El punto de encuentro de todas las aportaciones pue-de ser temático, como, por ejemplo, en el citado volumen II, o cronológico como en elIV. En este segundo caso es posible entender tal enfoque cronológico en dos sentidos,sincrónico y diacrónico, pues no sólo se estudia en el volumen IV el período tardoanti-guo, sino que se realiza una alusión o se pretende establecer un nexo con un período pos-terior, la Europa moderna (de la misma manera en el vol. III la relación se establecía conla actualidad). Este último aspecto resulta quizá menos evidente en la mayoría de los tra-bajos del volumen reseñado y, por otra parte, no queda muy claro cuál es el sentidoexacto que poseen las expresiones «preludio» y «Europa moderna», aunque suponemosque lo que se pretende es simplemente utilizar una expresión que abarque todo el ámbitogeográfico y cultural grecolatino en sus diversas cronologías, incluyendo también el pe-ríodo bizantino. Los trabajos de esta última entrega provienen de especialistas en dis-tintas materias y pueden encuadrarse en la Historia Antigua, la Didáctica, la Historia dela lengua, la Historia de la lectura y la Literatura tardoantigua y bizantina. Se trata de unplanteamiento interdisciplinar, por tanto, con trabajos de planteamientos más estricta-mente literarios y otros que, sin serlo, resultan de gran utilidad para el estudioso de la Li-teratura. Dado este carácter misceláneo, lo que la obra de conjunto pierde en homoge-neidad respecto, por ejemplo, al volumen II (dedicado a los géneros poéticos), lo gana enamplitud de campo. Ello permite al lector refrescar y aumentar sus conocimientos en di-versos terrenos y direcciones. Muy adecuada me parece la combinación de lo griego y lolatino, pues el estudioso de la Literatura antigua no puede casi nunca limitarse a una deellas, si pretende un conocimiento completo y contextualizado de las obras en todas susfacetas. El ponderado trabajo que J. Signes aporta a este mismo volumen demuestra de

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