edelweiss de nume 2. Último destino
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La continuación de la novela de Melina Vázquez Delgado, trilogía ganadora del premio "Esperanza Literaria" de novela fantástica. Sinopsis: «Finalmente el ozono te consumirá… y tú también serás una Quimera: no existe otra salida para ti. Pero una vez que el ozono te controle, descubrirás que es agradable… no tendrás que pensar, y todo tu anhelo y regocijo será servir a tu único amo». Tras los intensos acontecimientos vividos en el primer libro, los protagonistas están al fin juntos... aunque en el caso de Sombra, el narrador, no sea de una forma tan literal, ya que sigue consciente al margen de su propio cuerpo, vagando errante y difuso, aferrado a las mentes y emociones de los protagonistas para así continuar experimentando cierta sensación de estar vivo. Más en: edelweissdenume.blogspot.comTRANSCRIPT
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Copyright © Melina Vázquez Delgado
Ilustraciones, montaje, portada e interior: Melina Vázquez Delgado
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Índice:
Prólogo………………………………………………………………………………… 6
Capítulo 1: La escalera de caracol……………………………………………………7
Capítulo 2: Sangre de tirano………………………………………………………....11
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Prólogo.
Habían sido muchos los momentos límites vividos en un solo día: La hasta ahora victoriosa
incursión en Terráqueo; una proeza nunca narrada en toda su historia. El sometimiento del
sistema de los Subdragones, aquellas máquinas tiradas por Dragones cuya voluntad había sido
suprimida entre el ozono. La incursión en el laboratorio de Terráqueo, en el propio edificio
Presidencial. Enfrentamientos a muerte con Quimeras, soldados a los que Magno, el líder de las
entrañas de la tierra, había dejado sin su propia voluntad hasta el punto de poder manipularles
plenamente. Títeres huecos: tal y como yo había sido manipulado en cuerpo y alma una vez.
Justo antes de que Draga me rescatase milagrosamente de las garras de Magno, con la fuerza
más poderosa que jamás había conocido: El amor.
El grupo había podido pisar el Cielo, los más secretos dominios de Magno, y escapar
para contarlo… al menos por el momento. Y en todo este trayecto, Draga había sido la guía y
espada que los había salvado.
Todavía no podía creer que hubiese sido ella quien les había acompañado en toda su
odisea, oculta bajo aquella capa verdosa. Disfrazada de Nepa, la infame Quimera escorpión;
enfrentándose a los monstruos más poderosos conocidos bajo tierra, manipulando los sistemas
de seguridad de Terráqueo con la misma facilidad que si moldease arcilla, y al mismo tiempo
engañando con su actuación al propio amo de las Quimeras.
Gracias a ella habían podido escapar de la muerte, el sometimiento, la tortura y la
prisión. Y ahora les guiaba hacia fuera de los dominios en los que poco antes habían penetrado.
Según había averiguado Draga gracias a sus facultades psíquicas, Terráqueo no podría
ser destruido desde allí, ya que una explosión en el subsuelo sería expandida hacia el resto del
planeta a través de los conductos de ozono. Terráqueo no sería dañado por esa destrucción; tan
solo transformado en el amo del resultante mundo de las cenizas.
Draga tenía un plan: Pero para cumplirlo, primero debían escapar precisamente de
donde con tanto trabajo habían conseguido llegar.
Por mi parte, una vez más yo no podría formar parte en tan heroica gesta: tan solo era
un espectador inerte, un pensamiento sin boca para pronunciarse. Un mero parasito que necesita
de las mentes de otros para existir; y era precisamente a través de estas desde las que en cierto
modo seguía conectado a la vida: observando el mundo a través de ojos que no me pertenecían.
Mi nombre, Sombra, era fiel reflejo de mi actual estado. Aquel repudiado por la luz: una simple
proyección diáfana de la existencia.
Mi cuerpo se había perdido hacía ya seis años, y durante ese tiempo tan solo había
tenido fuerzas para buscar a Draga. La mujer que cuando yo era una inerte Quimera, supo
encontrar la forma de devolverme mi humanidad. La heroína a la que siempre amaría; el único
pensamiento sólido en mi atormentada mente, que hundida entre el ozono y la desesperación,
amenazaba con perder su poca cordura.
Mis pensamientos me hacían olvidar, rememorar… Y no siempre sabía si las ideas que
a veces me reconfortaban o atormentaban eran mías. Desde que había vuelto a verla, mi media
vida entre tinieblas había retomado su sentido: pero al parecer, el momento en el que nos
habíamos separado en el pasado, había sido tremendamente traumático. Yo no recordaba donde
me hallaba entonces, y la actitud de la ahora amargada y herida Draga, me hacía intuir que mi
triste existencia quizás había tenido algo que ver con la tragedia de Último Destino: Su hogar,
que había sido anegado en llamas el mismo día en que yo había perdido el contacto con mi
propia vida.
Deseaba averiguar qué había pasado, pero al mismo tiempo temía la verdad: ¿Acaso si
mis peores temores fuesen ciertos podría dejar de existir? ¿Podría desvanecerme como la nube
inerte que era, si el pesar se hacía demasiado insoportable como para desear seguir consciente?
Lo dudaba mucho: Fuese cual fuese mi suerte, lo único que sabía con certeza era que seguiría al
lado de Draga. Solido o gaseoso: No importaba el modo. Mi amor por ella era una ciencia
exacta, tan precisa como la gravedad que te impulsa al vacío en un precipicio.
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Capítulo 1. La escalera de caracol.
Mi mente era cuanto poseía, y a falta de todo lo demás, mi único contacto con la vida.
Estaba deseoso de conocer el paradero del resto del grupo, especialmente de Draga, por
lo que finalmente, y no sin condolerme con mi actual contacto, decidí abandonar a Lara.
Ella era una humana muy impulsiva, que primero solía dejarse llevar por sus
emociones, y si acaso, después se las planteaba. Tras hacer acopio de un valor y una
fuerza dignos de una gran Icaria, había rescatado a su gran amor de las mismísimas
fauces del líder de los Necrófagos; los árboles carnívoros de Terráqueo. Derec, aquel a
quien yo solía llamar Furia en sus tiempos de aprendiz, había pagado la gesta de la
joven con su indiferencia, simplemente dejándola allí, a solas con su propio dolor;
traicionándola con palabras pronunciadas al mismo tiempo que sus pupilas se
oscurecían: factor que indicaba su pérdida de humanidad bajo los mandos de su
personalidad oscura.
Seguíamos allí, bajo Terráqueo, aguardando el cumplimiento de un milagro más
difícil que el que había sido entrar en el mismísimo núcleo del mal y vivir para contarlo:
escapar. Pero en lugar de huir despavoridos hacia la salida, lo que habría hecho incluso
cualquier ejército sensato, el grupo se había detenido a remendar sus propias vidas.
Precisamente por eso, en este instante contemplaba a Lara mientras lloraba
descorazonada: todo debido a que Furia, insensible y frío cada vez que sus ojos
apagaban su brillo, se había limitado a abandonarla siguiendo los pasos de su
reencontrada amiga Mina.
Quien sabe que oscura fuerza era la que me permitía saltar entre las mentes, y
visualizar el mundo tras pupilas ajenas, inmerso en pensamientos que a veces sonaban
más lejanos, y otras tan próximos que parecían pertenecerme. Esa fuerza me permitió
abandonar a la herida joven y atravesar las mismísimas entrañas fortificadas de
Terráqueo, con la misma facilidad que una nube flota en el cielo.
Tras recorrer el espacio con la misma ligereza que si fuese un átomo de aire, me
interné en la mente de la joven psíquica conocida como Selva. Una muchacha de
complexión delgada, piel pálida y cabellos rubios, con los ojos tan azules y vivos como
si contuviesen la esencia del mar. Ella estaba en el pasillo secreto, el punto en el que
todos habían acordado encontrarse tras el descenso.
A su lado estaba Manos, el inventor chiflado del grupo; un hombre de gran
estatura y complexión fuerte, apodado así por sus extremidades mecánicas, y su talento
innato al manejarlas en sus proyectos. En ese momento, el gigante estaba apoyado
contra una pared, con los ojos cerrados, y cabeceando continuamente en su lucha contra
el sueño. ¿Cómo podía dormir en una situación así?
Vislumbré a Gabriel a lo lejos, pero no vi a Draga por ninguna parte.
Nuevamente traté de adentrarme en la mente del misterioso hombre que vestía de gris y
escarlata, pero esta vez no dejé que sus habilidades psíquicas me intimidasen. Quería
volver a verla; necesitaba hacerlo para convencerme de que no había soñado que seguía
viva.
Mis plegarias obtuvieron respuesta tan pronto como observé el mundo tras los
ojos de Gabriel. Draga estaba a pocos pasos de él, examinando el techo del ascendente
pasillo.
Suspiré… aunque de alguna forma misteriosa para alguien que bien podría ser
simplemente eso: un suspiro que mece el viento. Tomando prestadas las pupilas de
Gabriel, observé sus ojos negros, como dibujados sobre su rostro de porcelana, aunque
con tal tristeza que se me hacía difícil asociarlos a la Draga que había conocido antaño
en último Destino. Y aquella cicatriz, traspasando de arriba a abajo el lado izquierdo de
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su cara, justo como si saltase sobre su ojo, emitiendo aquel brillo peculiar que solo deja
una herida infligida por un arma de ozono.
De pronto, Draga abandonó su calma y dio un salto, alargando su puño al cielo
para golpear el techo. Una trampilla se abrió bruscamente, quedando enganchada en
algún lugar allá arriba, con la mala… o buena fortuna de golpear alguna válvula
reguladora de la presión del agua en las tuberías. El azar quiso que la llave impulsase el
agua por estas hasta desembocar justo sobre la cabeza de Manos, empapándole sin
previo aviso, y haciéndole despertar sobresaltado.
Manos gruñó. Su rostro se congestionó mientras buscaba a su alrededor al
responsable de su húmedo despertar. Pero pronto desistió: su expresión de sumo enfado
acabó contagiándose con la risa de la joven, y comenzó a hacer toda serie de cómicas
muecas a la vez que sus pies se movían ridículamente, intentando seguir algún extraño
ritmo que resonaba tan solo en su cabeza. Por el contrario, en aquel infinito pasillo todo
era silencio y oscuridad, por lo que cualquier ritmo o risa allí abajo provenía de una
mente con alta capacidad imaginativa.
Gabriel se aproximó a Draga. Ambos observaron aquella oscura estancia, donde
entre las tinieblas se apreciaba lo que parecía una inmensa escalera de caracol bastante
estrecha e inestable, consistente en peldaños de madera podrida.
Gabriel llamó la atención de Draga tocándole el hombro. Ella le miró.
—Si no me equivoco —Le dijo—, son las escaleras de emergencia que Magno hizo
construir en varios lugares estratégicos de Terráqueo, para escapar en caso de que
alguna catástrofe anulase la electricidad o demás fuentes de energía.
—No te equivocas —Afirmó Draga mirando a lo alto—. Quizás por aquí encuentre a
eses dos.
—Qué extraño —Pensó Gabriel en voz alta mientras contemplaba la madera
desgastada—. Nunca imaginé que fuesen tan cutres.
—Eso solo confirma algo sobre Magno —Rió Draga—: Cuando las construyó, estaba
muy seguro de que jamás las utilizaría. Debe de ser la única estructura de madera de
todo el subsuelo. Aunque no me sorprendería que hubiese truco.
Draga elevó su mano derecha hacia arriba con la intención de asirse de algún
saliente para adentrarse en el hueco del techo.
—Voy contigo —Afirmó tajantemente Gabriel, alargando su mano para subir primero.
Pero Draga le reprendió agarrándole el brazo y frustrando su intento.
—Me sentiría más tranquila —Dijo—, si te quedases con ellos.
La mirada de Draga se dirigió hacia Manos y Selva, al fondo del pasillo.
—¡Que vengan también! —Insistió Gabriel agarrando la mano de Draga para evitarle
encaramarse sola al techo—. Si seguimos separándonos unos de otros nunca saldremos
de aquí.
Gabriel, al igual que Draga, era capaz de decidir por sí mismo sin aguardar el
consentimiento de los demás, por lo que no esperó la aprobación de Draga y llamó por
señas a Selva y Manos para que se aproximasen a ellos.
—Dime, Gabriel —Inquirió Draga—. Cuando entraste aquí ¿Realmente tenias intención
de volver a salir?
Gabriel la observó anonadado. Los hipnóticos ojos negros de Draga estaban
clavados en los suyos, como solía hacer a menudo, dando la sensación de que podía leer
hasta las entrañas más recónditas del ser al que examinase. Luego rió levemente.
—No puedo engañar a una Icaria de tu nivel —Susurró para que Selva y Manos, que
estaban acercándose, no oyesen sus palabras—. Lo cierto es que era un viaje sin retorno.
La única manera que encontré de…
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Gabriel se quedó sin habla para contener la emoción. Un Icario psíquico no
puede llorar, ni exteriorizar sus sentimientos con facilidad. Era por ello que Gabriel me
resultaba extraño: parecía llevar su dolor demasiado a flor de piel para tratarse de un
psíquico.
—Veo en ti demasiados sentimientos de culpa —Susurró ella —. Y venganza.
Draga suspiró profundamente, como queriendo hacer un punto y aparte.
—Esa escalera no aguantará el peso de los cuatro —Señaló—. ¡Quedaos aquí!
—¡No! –Protestó nuevamente Gabriel, volviendo a la normalidad por la proximidad de
los demás —. No podemos quedarnos más tiempo en este pasillo. Podrían volver.
Draga se encaramó de un salto al techo sin dar tiempo a Gabriel a reaccionar. Manos
y Selva estaban ya a pocos metros de ellos. En el último instante Gabriel tomó a Draga
de la mano. Podría haberse zafado fácilmente, pero fue como si con el contacto, esta
hubiese percibido nuevos pensamientos en Gabriel, capaces de hacerle replantearse los
suyos.
—Está bien —Accedió Draga—. Pero esperareis abajo.
Los otros tres también subieron al techo ayudados por Draga. Esta les indicó que
permaneciesen ocultos entre las sombras de aquel diminuto rellano, sin más iluminación
que la escasa claridad que se colaba por las rendijas de los bordes de la trampilla.
En cuanto Draga puso el pie sobre la primera escalera, este se coló por su centro hasta
llegar al suelo, atravesando la madera podrida. No parecía una buena idea, pero Draga
sabía que no había otra forma. Las escaleras ocupaban prácticamente toda la habitación,
por lo que sus alas no tendrían sitio para desplegarse. Pero siempre tenía algún recurso
de emergencia preparado.
Gabriel, por supuesto, no sabía esto, por lo que cuando ella aún estaba pensando
en la manera de subir, este volvió a acercársele, ofreciendo de nuevo su ayuda sin
preguntar. Él también parecía un hombre lleno de recursos. Primero extrajo el escaso
ozono que encontró en la estancia, camuflado entre el aire, y después recubrió con este
algunos de los peldaños, semejando una nube grisácea en medio de un oscuro cielo
nocturno. Draga comenzó a ascender por las escaleras, ahora sólidas como rocas.
Gabriel había conseguido su objetivo, ya que debía acompañarla en su ascenso para
asegurarse de colocar el escaso ozono en los lugares concretos.
Avanzaron sincronizadamente. Ninguno dijo nada, pero podía percibirse más
deletéreo que ozono en el ambiente.
Tras un buen trecho ascendiendo, la curiosidad de Gabriel hizo mella en él. Su
concentración era tal, que le permitía manipular el ozono y hablar al mismo tiempo.
—¿Realmente eres una Psíquica? —Preguntó a Draga mientras observaba la espada que
llevaba en su espalda, cuyo filo resplandecía en la oscuridad con su característico color
azul plateado—. ¿O en realidad una Física?
—¿Tú qué crees? —Respondió ella, como si la pregunta le divirtiese.
—¡No tengo ni idea! —Aseguró Gabriel—. Manejas ambos poderes con asombrosa
habilidad. Pero eso no es posible. Un Icario solo puede dominar uno de estos dos
campos, nadie ha controlado jamás…
—¿No te has parado a pensar que hoy hemos acabado con varios imposibles?
Gabriel meditó un instante, tras lo que se echó a reír.
—Es cierto… —Reconoció—. Pero permíteme decirte que eres realmente interesante.
Dime: ¿De dónde has salido? ¿Cuál es tu relación particular con Terráqueo?
—Te lo diré si me contestas algo —Aseguró Draga. Gabriel sonrió confiado, pero en
cambió yo percibí rápidamente que en sus palabras había trampa—. ¿Cuál es tu motivo
personal para acabar con Caos?
Gabriel calló. Luego volvió a reír.
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—Interesante —Añadió finalmente, volviendo a su habitual seriedad—. También sabes
manejar las palabras para…
La voz de Gabriel fue interrumpida por el sonido de unos pasos sigilosos
descendiendo en silencio las escaleras. Ambos frenaron la ascensión en seco,
quedándose quietos en el sitio, intentando percibir alguna pista de lo que se les
aproximaba.
A partir de ese tramo, los escalones parecían más seguros, pero no demasiado.
Fuese lo que fuese lo que avanzaba hacia ellos, apenas se oían sus pisadas, ligeras como
el viento y suaves como el rocío, y mucho menos alguna voz o señal de que se tratase de
algo humano.
Draga se acercó cuanto pudo al borde de las escaleras, apoyando su espalda
contra la pared. Gabriel le siguió al instante, colocándose a su lado en sigilo. Los
sonidos de aquellos pies que caminaban casi de puntillas en la oscuridad, pasaron ante
ellos sin detenerse, sin apreciar su presencia. Draga se movió con rapidez hacia los
desconocidos, agarrando al primero con gran facilidad, rodeándolo con sus brazos y
tapando su boca con la mano para así evitar que gritase.
El intruso se quejó y pataleo. El segundo aceleró sus pisadas hasta acabar entre
los brazos de Gabriel, quien le amenazó aproximando su cuchillo a lo que parecía un
cuello humano, y no uno de los monstruos que era común encontrar en Terráqueo.
Draga notó que su presa era bastante delgaducha y endeble, y aunque esta
empleó sus escasas fuerzas para tratar de librarse de los brazos de su captora, no
consiguió oponer demasiada resistencia. Finalmente, Draga retiró la mano con la que le
impedía hablar.
—¿Qué creéis que estáis haciendo? —Protestó lo que parecía una niña de vocecilla
frágil—. ¿Con que derecho nos retenéis?
—¿Quiénes sois? —Preguntó Draga soltándola al instante—. ¿Qué estáis haciendo
aquí?
—¡Draga! —Exclamó el prisionero de Gabriel. Era la voz de Furia —. Menos mal.
Furia se libró con facilidad de los sorprendidos brazos de Gabriel.
—¿Furia? —Se sobresaltó Draga— ¿Quién es ella? ¿Dónde está Caro?
—No te lo vas a creer —Furia caminó hacia Draga a tientas hasta que sus manos
palparon su cuerpo—, hemos pasado de todo desde que…
—¡Me llamo Mina! —Le interrumpió la chica—. Les he ayudado a salir de la sala de la
gran depuradora de agua. ¿Eres la chica de las alas? ¡Fue impresionante! ¿Quién eres en
reali…?
—No tan rápido… —Pidió Draga interrumpiendo bruscamente a la niña—. Derec,
¿Dónde está Caro?
La respuesta no llegó a salir de los labios de Furia, ya que fue silenciada por un
sonido muchos metros más arriba, quizás en lo más alto de la habitación, cosa que no
podía asegurar por la oscuridad casi total de la estancia.
Todos se quedaron en silencio. El ruido volvió a repetirse nuevamente, y
después otra vez más. Más rápido a cada instante; más intenso y más preocupante.
—¿Qué ocurre allá arriba? —Gritó Selva desde abajo, llegando su voz débil por la
distancia, como un susurro repetido por el eco—. ¿Estáis bien?
La sucesión de lo que parecían bramidos de ultratumba dio paso a un fuerte
crujido que cada vez se oía más cerca, por lo que percibieron que avanzaba hacia ellos.
Parecían las escaleras haciéndose pedazos.
—¿Caro? —Gritó Furia alarmado mientras sus ojos brillaban en la oscuridad, como si
acabase de despertar de un sueño muy profundo—. ¿Dónde está Caro?
¿Furia realmente había olvidado a Caro? ¿La había dejado atrás?
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Capítulo 2: Sangre de tirano.
Furia estaba tan perplejo como si acabase de despertar de un sueño muy profundo: y no
hay peor lugar en el que despertar, que en una pesadilla.
Lo primero que vio cuando recuperó su consciencia, fueron los ardientes ojos de
Draga sobre él. Entonces ella lo agarró por los brazos y comenzó a zarandearlo.
—¿Has dejado atrás a Caro… en Terráqueo? —Gritó furiosa—. ¡Maldito idiota! ¡No se
puede confiar en ti!
El crujido esta vez sonó justo sobre sus cabezas. Gabriel intentó reunir todo el
ozono bajo ellos pero este no era lo suficiente como para cubrir toda la anchura de la
habitación.
Entonces el sonido provino bajo sus pies, lo que complicaba aún más las cosas.
Las escaleras que los sustentaban se partieron en mil pedazos, dejándolos a merced de la
gravedad, que no aguardó a exigir sus derechos.
Comenzaron a caer sin control. Mina gritaba histéricamente, sustituyendo a la
desaparecida Caro. Gabriel intentaba vez tras vez amortiguar su caída con el ozono,
pero era tan escaso en esa sala que lograba pocos resultados.
Fue tal el caos y la impotencia que Draga finalmente desplegó sus alas en la
oscuridad de la sala, batiendo contra los muros y haciendo a todos caer sobre las
mullidas plumas, blancas y suaves como el algodón.
La rápida reacción de Draga frenó sus caídas, pero no resistiría mucho tiempo en
esas condiciones. Ella no podría salvarlos a todos. Si utilizaba cualquier tipo de nefelio
el deletéreo volvería a afectarla de nuevo, y esta vez Gabriel no podría envolverlo en el
ozono casi inexistente de la estrecha sala.
Aunque hasta ese instante todo habían sido una serie de momentos inesperados,
nuevamente volvió ocurrir. Algo con lo que no se contaba, tras lo que no estaba el
ozono de Gabriel o la fuerza de Furia, ni siquiera las habilidades de Draga.
Los muros de la sala se transformaron de abajo a arriba, convirtiéndose en una
especie de rampa que descendía en espiral. Las alas de Draga, al límite de sus fuerzas,
volvieron a cerrarse. Los cuatro se deslizaron velozmente por la pendiente resbaladiza
que descendía por la sala, cuya anchura había aumentado notablemente tras
desprenderse las paredes que ahora la formaban.
Tras un buen rato deslizándose en espiral, recorriendo todo el acho de la sala en
círculos descendentes, llegaron de nuevo al fondo de esta hasta quedar a los pies de los
asombrados Selva y Manos.
—¡Por todos los alados! —Gritó Manos al comprobar que estos habían llegado ilesos a
sus pies—.¡No volváis a darme semejante susto, majaderos!
—Ni que lo hubiésemos hecho a posta —Protestó Mina—. ¿Acaso has oído que alguien
quiera repetir el paseo?
—¿Quién eres tú? —Preguntó Selva a la niña.
La joven Icaria se arrodilló hasta quedar las cabezas de ambas a la misma altura,
tras lo que miró a la recién llegada fijamente a los ojos.
—¿Qué? —Protestó Mina levantándose de un salto—. Oh… ya entiendo —Mina se
llevó la mano a su corta melena y despeino sus cabellos hacia atrás mientras cerraba los
ojos y abría la boca mostrando coquetería—. Es normal que envidies mi estampa.
Selva rió con fuerza, secundada por Manos. Que chica más rara.
Por su parte, Furia aun no se había levantado del suelo. Continuaba sentado
sobre con los ojos fijos en las alturas, que ahora podían escudriñarse con más claridad.
Draga también las examinaba, caminando de un lado a otro de la habitación iluminada
por los pequeños ventanales ensartados en la pared que había aparecido tras la principal.
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En medio de su desesperación, una voz familiar que parecía provenir de la parte
más alta resonó por toda la habitación, entrecortada por interferencias.
—¡Es Caro! —Anunció Selva con entusiasmo.
La voz provenía de algún tipo de megafonía. En cuanto la oyó, Furia se levantó
del suelo de un salto, escudriñando las alturas como todos los demás. Lara volvió a
hablar, y esta vez se le escuchó con claridad.
—¿Estáis todos bien?
—Caro ¿Dónde estás? —Preguntó Draga adelantándose a todos los demás.
—No os preocupéis por mí —Río Caro—. Sé cuidar de mi misma.
—¿Dónde estás? —Volvió a preguntar Furia, ahora con los ojos resplandecientes.
Su voz parecía más preocupada de lo que suele ser habitual en él. Como si la
conciencia le remordiese intensamente, y la culpabilidad se adueñase de su garganta.
—Draga —Volvió a hablar Caro ignorando la llamada de Furia—. Me alegro de haber
sido útil por una vez. Ahora mismo estoy con vosotros.
La comunicación concluyó. Caro se había alejado del micrófono desde el que
hablaba. Draga miró hacia Furia con dureza, pero cambió sus intenciones tras
encontrarse con sus ojos hundidos, con su mirada perdida en la nada y su semblante
triste.
Draga caminó hacia Furia con determinación. Este ni se inmutó con su presencia
tan próxima, de hecho estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera la miró.
Ella se quedó un rato a su lado, observándole en silencio. Su mirada ahora no
mostraba enfado, sino comprensión. En la de Furia, por encima de su tristeza, resaltaba
aquel extraño brillo.
—Sé que es difícil —Le dijo Draga.
Furia no se inmutó, por lo que avanzó otro paso más hasta agarrarle por los
hombros. Cuando finalmente llevo su mirada hacia ella, advirtió que sus ojos brillaban
con una claridad extraña.
—No te culpo —Continuó Draga —. Sé que el autentico Derec no haría algo así.
—Si no soy el autentico —Musitó Furia—, ¿Entonces quién soy? A veces no lo sé…
¿Acaso soy solo una mala copia de mi mismo?
Draga llevó su mano derecha a la temblorosa barbilla de Furia.
—Desde aquel día —continuó—, yo también lucho contra eso. Sé que es difícil, pero
debes dominar tu dolor. Debes encontrar algo por lo que pelear.
—¡Draga! —Se quejó Furia—. ¡No soy yo! –Sus ojos se incendiaron, su corazón se
aceleró—. ¡Yo nunca dejaría atrás a Caro! ¡Yo nunca le diría…!
—Debí suponerlo —Draga rió, sus ojos penetrantes enfocados en los de Furia la hacían
conocedora de algo más de lo que podía oírse—. Solo hiriéndola hasta lo más hondo
podrías hacerla más fuerte. No hay de qué preocuparse…
—¿No hay de qué preocuparse? —Repitió Furia, asombrado. Sus ojos volvieron a
apagarse, pero ese extraño brillo continuaba.
—No. Caro está bien —Le tranquilizó Draga—. Eres tu quien me preocupa: el dolor te
está consumiendo. La sombra de lo que un día fuiste cada vez es más difusa. Si sigues
así llegará un momento en que tu marca te consuma de todo… si eso ocurre…
Furia bajó la cabeza. ¿A que marca se estaba refiriendo Draga?
—Si no consigo controlarlo acabare siendo como él... cómo todos ellos. —Dijo en tono
muy bajo, como si estuviese comentando un secreto que solo ellos dos compartían.
Draga volvió a agarrarle con fuerza por los hombros. Como si este fuese a
marcharse y ella quisiese retenerle a su lado.
—¡No quiero acabar así! —Su gritó sonó desesperado, todos interrumpieron sus
conversaciones u ocupaciones y le miraron expectantes—. Ayúdame…
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—No puedo ayudarte —Admitió Draga con tristeza—. A penas puedo ayudarme a mí
misma. Has de luchar tú solo esta batalla.
—¡Solo no podré! —Volvió a quejarse—. Finalmente acabaré… Dile a Lara…
—¿No la has herido ya bastante? —Añadió Draga cruzando sus brazos.
—Tienes razón —Respondió Furia, bajando la cabeza con pesar—, mejor dile que lo
siento. Que se olvide de mí. Perdóname tú también, Draga. Por todo lo que hice y lo que
sin duda haré…
—¡No te vayas! —Pidió Draga, inquieta—No se te ocurra despedirte.
A lo lejos se oyó el sonido de otra persona deslizándose por la resbaladiza
espiral. Tras un breve instante resonó otro ruido más, pero este no era agradable.
De lo alto de la estancia, acompañado por un resplandor cegador que de pronto
les hizo percibir hasta el último rincón del lugar, surgió otra creación heráldica, fruto del
ozono, y de experimentos fallidos, como todos los monstruos.
Tenía el cuerpo deforme de un león, con exageradas fauces de tiburón, y el
tamaño de un elefante. Estaba sustentado por sus cuatro fuertes patas, cada una llena de
afiladas garras. Todo él estaba cubierto por una espesa capa de pelo oscuro, mientras
que de su boca salía una nube verdosa de pestilente aliento fétido.
Se decía de estos seres, conocidos como Halitos, que no mostraban obediencia ni
al mismísimo Magno. Tras su accidental creación en los laboratorios eráldicos habían
arrasado con todo a su paso; a saber, Erales y todo tipo de estructuras del edificio del
Laboratorio, hasta encontrar su hogar en los lugares más recónditos de Terráqueo.
Parajes tan ocultos que ni siquiera figuraban en los mapas.
Tras olfatear la carne fresca, el propio peso del monstruo lo precipitó al vacío
con rapidez. Sin miramientos, se lanzó por el hueco del medio de la rampa que
descendía en espiral.
Entonces, Draga sacó a Dragón de la vaina que portaba a su espalda, dispuesta a
partirlo en dos de un solo golpe. Pero alguien se le adelantó.
Caro, que descendía por la espiral más lentamente debido al gran recorrido que
esta hacia abarcando el ancho de toda la sala, saltó desde donde estaba, también por el
hueco que esta dejaba libre en el medio. A pesar de la considerable distancia que la
separaba del suelo, esta no se lo pensó dos veces antes de lanzarse tras el monstruo. Era
como si en lugar de ser una frágil humana, Caro se tratase de una hábil Quimera que
esgrimía en su mano derecha un afilado cortex.
La valiente muchacha llegó hasta el Halito antes de que este tocase el suelo. El
monstruo la miró de refilón, dispuesto a destrozarla, para lo que tan solo necesitaría uno
de los movimientos de sus devastadoras garras.
Todos gritaron llevándose las manos a la cabeza. Todos excepto Caro… lo que
hubiese sido normal en ella. ¿Es que esa chica había perdido las ganas de vivir… o es
realmente estaba empezando a hacerlo tras liberar las restricciones de sí misma?
Con una serenidad y fuerza que no la caracterizaban, alargó su mano derecha en
la que empuñaba el cortex, adelantándose a la garra del Halito. Tras un certero
movimiento vertical, atravesó al monstruo por la mitad, justo hasta donde la hoja del
cortex permitía, y con otro aún más veloz y potente en el mismo sentido, corto su pata
izquierda cuando estaba a punto de impactar contra su cara, evitando así que la criatura
le clavase sus afiladas garras.
El Hálito rugió y pataleo en el aire mientras continuaba precipitándose al vacío
tras haber perdido el control por el dolor y la ira.
Caro volvió a arremeter contra la criatura. Esta vez movió su arma
horizontalmente, decapitando su gigantesca faz deforme. Entonces Draga abrió sus alas
y emprendió el vuelo, recogiendo a Caro en sus brazos y amparándola de la caída.
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El monstruo impactó contra el suelo, derrumbando parte del techo del pasillo
secreto de los retiros con el peso de su gigantesco cuerpo. Su cabeza calló poco después,
precipitándose por el hueco que su cuerpo había creado, hasta finalmente impactar sobre
el suelo de los retiros, en el boquete causado anteriormente.
Draga descendió con Caro en brazos. Por suerte, los demás se habían refugiado a
tiempo para evitar ser aplastados por los pedazos del halito. Pese a que todos estaban
bien, tal alboroto llamaría la atención de las Quimeras; tenían que salir de ahí, hasta el
más tonto se daría cuenta
Draga observó con atención a Caro en cuanto los pies de ambas tocaron el suelo.
Parecía feliz.
—Oh Draga… —Dijo la joven, visiblemente excitada—. ¡Ha sido genial!
—¿Quién eres tú, y que has hecho con Lara? —Bromeó Draga muy seria, provocando la
risa de todos. Pero ahora era Furia quien no reía.
Draga le miró. Sus ojos dejaron de brillar pocos segundos después.
—¡Salgamos de aquí! —Ordenó Gabriel sensatamente—. ¡Las Quimeras habrán oído
tal alboroto!
—Un momento —Dijo Draga soltando a Caro y dirigiéndose a Mina—. ¿Quién eres tú?
—Soy… —Dijo la chica disponiéndose a presentarse de nuevo.
—Ella es Mina, la hija de Magno —Se adelantó Furia, ahora sereno y serio. Había
vuelto a ser el de antes.
Draga clavó sus ojos en Furia para luego mirar a Mina con sorpresa. Justo antes
de que volviese a abrir la boca, Derec se interpuso entre ambas.
—Ella tiene mi confianza —Añadió en su defensa—. De pequeños jugábamos juntos.
Su padre siempre la ha ignorado, ella ha intentado escaparse vez tras vez sin
conseguirlo. Allí arriba nos ha salvado la vida. ¡Le prometí que la sacaríamos de aquí!
Draga cerró la boca ante las palabras de Furia, que volvió a apartarse de Mina,
dejándola de nuevo frente a Draga para que examinase a la chica de arriba abajo hasta
que finalmente volvió a hablarle.
—¿Qué es lo que quieres? —Le preguntó—. Una vez consigas salir… ¿Qué harás?
—Siempre he soñado con ver el sol —Dijo la niña llevando la vista a lo alto de la
sala—. No el que mi padre nos muestra en las ventanas virtuales: El de verdad.
Draga se quedo muda mientras examinaba sus ojos con atención, preguntándose
si realmente podía confiar en ella.
—Mi padre no me deja marcharme. ¡Pero tampoco esta nunca a mi lado! ¡Jamás me ha
tocado! —Exclamó con los ojos llorosos—. El protocolo que el mismo estableció exige
que nunca estemos juntos en la misma habitación. Dime… ¿Querrías quedarte tu aquí
en mi situación?
Sus ojos miraban a Draga fijamente, buscando su compasión. Pero ella no
sucumbió a la emoción de sus palabras, mirándola a cada momento con desconfianza.
Como si por el hecho de llevar la misma sangre de aquel tirano fuese semejante. No, el
resentimiento de Draga era comprensible: había sido demasiado daño el causado por
esos mismos genes como para ahora mostrar compasión.
Draga la miraba con dureza incluso cuando los ojos de Mina comenzaron a
llenarse de lágrimas.
—¡No podemos dejarla aquí! —Exclamó Furia—. Ella no es…
—Está bien —Accedió Draga—. Estará a tu cargo.
Mina dio dos saltos y finalmente se abrazó a Furia con fuerza. Este sonrió.
Caro pasó por su lado sin reparar en él, sin que este se inmutase, hasta
finalmente llegar a Draga, quien le esperaba ya en el pasillo de los retiros, tendiéndole
el brazo para bajar junto a Selva y Manos, que ya estaban a su lado allí abajo.
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Edelweiss de Nume 2. Último Destino.
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