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SANTOS HERMANOS MARTIRES DE TURON

Testigos de la Escuela Cristiana

LA SALLE - CHILE

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

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Registro de Propiedad Intelectual

Inscripción nº xxxxx

ISBN nº ccccc

Hermanos de las Escuelas Cristianas

HH.EE.CC.

Editorial La Salle

Chile

Esta edición está autorizada para reproducirse, indicando su origen e informando al Distrito de

Chile. www.lasalle.cl

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BREVE BIOGRAFÍA DE LOS

HERMANOS MÁRTIRES DE TURÓN1

El 29 de abril de 1990, el Papa Juan Pablo II beatifica en Roma a ocho Hermanos de La Salle

que han muerto martirizados en Turón, durante la revolución de Asturias, y al Hermano Jaime Hilario,

martirizado en Tarragona.

Lo sorprendente es que ese mismo día de la

beatificación, a miles de kilómetros de distancia, en Nicaragua,

se realiza un hecho prodigioso, por la intercesión de nuestros

Hermanos Mártires.

Los Hermanos y alumnos del Colegio La Salle, de León,

Nicaragua, piden al Señor, por la intercesión de los Mártires de

Turón y del Hermano Jaime Hilario, la curación de Rafaela

Bravo Jirón, que está en la UTI desahuciada por los médicos.

El mismo 29 de abril, terminan la segunda novena de

oraciones y, a la hora de la beatificación, Rafaela queda

repentinamente curada de una "adenocarcinoma de

endometrio", un tipo de cáncer al útero muy violento.

La curación no deja ninguna traza de dolencia y Rafaela

recupera su salud. Este hecho ha sido declarado milagro por el

Papa Juan Pablo II y nuestros Hermanos han sido proclamados

santos.

Pero volvamos atrás en el tiempo, a esa región minera de Asturias, donde los Hermanos han

dado su vida manteniéndose fieles a Cristo hasta el fin.

* * * * *

Se anuncia una revolución... La España de los años treinta sufre una inestabilidad social e ideológica, mezclada con un

anticlericalismo que causará millares de víctimas entre obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

El 12 de abril de 1931 hay elecciones municipales para elegir alcaldes y concejales.

Monárquicos y republicanos lucha por el poder. La victoria en conjunto es de la derecha pero en las

grandes ciudades gana la izquierda.

Ante esta situación y para evitar un enfrentamiento entre los dos grupos sociales, el rey Alfonso

XIII sale para el destierro. La caída de la Monarquía es un gran acontecimiento político.

Laboralmente hablando, España está enferma. La esperanza de un cambio social alimenta a

miles de corazones angustiados por la pobreza.

1 Preparado por el Hno. Santiago Eizaguirre G.. HERMANOS DE LAS ESCUELAS CRISTIANAS (HH.EE.CC.)- Editorial

La Salle - Chile.

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Los políticos se refugian en las cámaras de los gobiernos central, regional y municipal, dejando

que los acontecimientos sigan su curso, resignados ante su propia incapacidad de gobierno.

Hay una ruptura entre el poder político y la masa obrera. No queda otro camino que la

confrontación violenta. Se vive una etapa de odio, preámbulo de una revolución comunista.

Crecen las dificultades... Asturias es una región minera con muchos inmigrantes que viven un régimen de vida muy duro.

La campaña contra la burguesía y contra la Iglesia

encuentra allí un terreno favorable.

Los Hermanos de las Escuelas Cristianas,

fundados por San Juan Bautista De La Salle,

dirigen en Turón, valle asturiano de unos 15.000

habitantes, la escuela "Nuestra Señora de

Covadonga", propiedad de la empresa "Hulleras de

Turón".

El "educar cristianamente a los niños y

jóvenes", como señaló su Fundador, se hace cada

día más difícil. La negligencia en el cumplimiento

religioso y la atrofia de las creencias son moneda corriente. Cierto sentido de moralidad y orden

inspiran a los padres el deseo de que sus hijos se formen en mejores condiciones que ellos. Por eso, los

Hermanos han adquirido un merecido prestigio.

El 6 de mayo, el Ministro de Educación firma un decreto en que declara: "La instrucción

religiosa no será obligatoria en las escuelas primarias ni en los demás centros dependientes del

Ministerio. Los maestros quedan exentos de procurar tal instrucción a los alumnos que la soliciten".

Tamanes escribe que "el proyecto de educación laica implica la supresión de las escuelas de la Iglesia,

que cuentan con más de 350.000 alumnos".

Caída la Monarquía se instaura la República y se realizan elecciones generales, el 28 de junio,

ganando la izquierda. El nuevo Parlamento elabora una nueva Constitución, que es aprobada el 9 de

diciembre. En ella hay propuestas que atacan directamente todo lo religioso, particularmente a la

Iglesia, que se traducen en leyes.

El 6 de enero de 1932 el Ministerio de Educación ordena retirar todos los signos religiosos

(cruces, cuadros, imágenes,...) de las escuelas en que no todos los alumnos pidan la enseñanza de la

religión cristiana.

En Turón se origina una profunda confrontación entre el alcalde Silverio Castañón y los

religiosos. Castañón, obrero de pocos estudios, tiene pretensiones de dirigente eficaz. Le molesta que

los Hermanos no retiren las cruces y cuadros religiosos de las clases tal como se ha ordenado. Además,

explican el catecismo todos los días y llevan a los alumnos a misa en filas por las calles los domingos y

fiestas.

El 24 de enero queda disuelta la Compañía de Jesús (Jesuitas).

El 2 de febrero se secularizan los cementerios y se aprueba el divorcio.

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El 11 de marzo se suprime la enseñanza religiosa en las escuelas.

Surgen alarmantes vejaciones contra los católicos: manifestaciones violentas promovidas por

grupos republicanos con asaltos, saqueos e incendios de iglesias, monasterios, conventos y escuelas

totalmente destruidos. Lo llamativo es que las fuerzas del orden no impiden estos desmanes.

En abril de 1933, el Boletín Oficial del Gran Oriente Español de la masonería insiste: "La

enseñanza no tiene que ser teóricamente laica sino prácticamente atea".

El Alcalde envía un inspector a visitar la escuela y exige que se quiten los símbolos religiosos y

se cambien los libros de texto, dando un plazo de quince días para su ejecución.

El Hno. Isidoro, director, le pregunta con cierta picardía: "¿También hemos de cambiar el libro

de Matemáticas?"

El inspector le responde malhumorado: "También, pues ustedes catequizan con todo".

Tres semanas después vuelve el inspector con una orden escrita del gobernador. En ella se

prohíbe enseñar religión en las horas de clase y llevar a los alumnos a la misa parroquial.

Esta visita no hace cambiar la actitud de los Hermanos.

Irritado por la desobediencia, el alcalde va un domingo a Mieres y vuelve con el teniente de la

policía quien detiene al Hno. Director a la salida de la misa, por "rebeldía a la orden recibida de la

autoridad".

Le someten a un interrogatorio. El Hno. Director responde que seguirá llevando a los alumnos a

Misa. Lo detienen por unas horas y luego lo dejan en libertad.

"Si me han perseguido a Mí, también les perseguirán a ustedes" (Jn 15,10)

En Asturias se han constituido comités revolucionarios en todas las localidades. Se reparten

clandestinamente numerosas armas entre los afiliados a dichas organizaciones.

Los 36.000 sacerdotes y 76.400 religiosos que hay en España son vistos por los comunistas

como un poderoso rival que hay que eliminar.

El 3 de junio se publica la Ley sobre las Congregaciones y Asociaciones religiosas, quedando

sometido el ejercicio del culto religioso al arbitrio personal de los poderes municipales. Además, se

prohíbe a las Órdenes y Congregaciones religiosas dedicarse al ejercicio de la enseñanza y se pide al

Estado que las vigile para que no abran ni sostengan centros educativos.

Esta nueva legislación provoca desorden y turbación en los espíritus. La gente de izquierda

considera estas medidas como un triunfo y exige su cumplimiento.

Los Hermanos, obedeciendo las consignas recibidas, se despiden de los alumnos y de sus padres

manifestándoles que en cuanto religiosos no pueden seguir dando clase a sus hijos. Otros profesores les

enseñarán el próximo año.

Las congregaciones docentes optan con gran pena por dejar el hábito religioso, al menos en el

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exterior de la casa, y aparecen ante la gente como maestros seglares, volviendo a tomar su nombre civil

sin el apelativo de Hermano.

Los superiores organizan la "Operación Balmes": cambian a los Hermanos de lugar apareciendo

como maestros seglares. Ante las autoridades toman la estructura de cooperativas de profesores

seglares, haciéndose cargo de los mismos centros que tenían anteriormente. En general, el resultado es

positivo.

Don Rafael del Riego, director de la empresa "Hulleras de Turón", hombre adicto a la Iglesia,

tiene la facultad de contratar a los profesores que él quiera para la escuela. Acepta la situación de

camuflaje de los Hermanos y contrata a otros Hermanos, vestidos de seglar, suscitando la rabia de quie-

nes se consideran burlados por el hábil juego realizado.

"Les envío como corderos en medio de lobos" (Lc 10,3)

Comienza el nuevo año escolar con un grupo de profesores "seglares" que viven juntos, en la

misma casa que los antiguos Hermanos.

Lo más desafiante es que rezan la oración de la mañana al entrar a clases y tres decenas del

rosario al salir por la tarde. A las horas dan tres toques de campana y en cada clase un encargado dice:

"Acordémonos de que estamos en la santa presencia de Dios". Se suspende el trabajo durante un

minuto, todos responden: "Adorémosle" y recitan un avemaría.

Los tres primeros días del año escolar organizan charlas y reflexiones espirituales. Celebran las

fiestas de Navidad, Semana Santa, Pascua, y los tiempos litúrgicos de Adviento, Cuaresma,... En la

novena de la Inmaculada colocan un altar en cada clase. Enseñan el catecismo todos los días y preparan

con mucho entusiasmo a la Primera Comunión y a la Confirmación. Organizan semanalmente la

confesión de los alumnos. Les animan a llevar el escapulario. No siguen llevando a los alumnos en filas

por la calle para la misa pero les invitan a que se junten con ellos el domingo en la puerta de la Iglesia.

No se llaman Hermanos pero siguen animando los grupos de pastoral y catequesis. Nada se puede

hacer contra estos maestros.

El 10 de octubre se disuelve el Parlamento, autor de la nueva Constitución, y el 19 de

noviembre se elige uno nuevo, resultando una victoria para la derecha.

Continúan las tensiones económicas, familiares, sociales y sindicales, generando un ambiente

de descontento y violencia. Se utiliza la huelga como la panacea para resolver los conflictos sociales.

En síntesis, en 1933 se suman 1.200 huelgas movilizando a 420.000 obreros y perdiéndose 5.100.000

jornadas de trabajo. El marxismo plantea la lucha de clases e insiste en la supresión de todo culto, la

persecución de todo símbolo religioso y una educación antirreligiosa.

El 4 de octubre de 1934 hay una huelga general en toda España que sólo tiene duración en

Asturias y Cataluña. Según Gregorio Marañón: "La rebelión de Asturias fue un intento de ejecución del

plan comunista de conquistar España". Según algunos historiadores, existía un plan para convertir a

España en satélite de Rusia.

*******

Pero ¿quiénes eran nuestros Hermanos de Turón? El Hno. Cirilo Bertrán (José Sanz Tejedor), director de la comunidad, nace en Lerma, Burgos,

el 20 de Marzo de 1888. Desde niño se muestra reflexivo y piadoso. Con sus padres, humildes

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trabajadores, aprende la austeridad y el espíritu de sacrificio.

En la escuela escucha a un Hermano una reflexión sobre la vocación religiosa. La semilla

fructifica y a los 17 años, con la autorización de sus padres, ingresa en el Postulantado de los

Hermanos, en Bujedo. Durante los años de formación religiosa y pedagógica se manifiesta esforzado y

animoso.

En 1909, es destinado a la comunidad de Deusto, Vizcaya; una comunidad muy sencilla,

desprovista de toda comodidad. Allí emite sus primeros votos religiosos. Encuentra algunas

dificultades al iniciar su trabajo con los más pequeños. Le cuesta conseguir la disciplina entre ellos, a

causa de su carácter tímido y al gran número de alumnos que llenan la sala de clase.

Al año siguiente lo destinan al Asilo de Huérfanos de Madrid. Esos centenares de niños

abandonados por sus padres necesitan corazones generosos. El Hno. Cirilo es uno de ellos.

En 1925 le confían la dirección de la Escuela San José, en Santander: es el período más fecundo

de su vida apostólica. Cuando descubre alumnos con signos de vocación religiosa o sacerdotal, les

anima a comprometerse enteramente con Cristo.

Un Hermano testimonia refiriéndose a la vida de la comunidad: "Era un verdadero Nazaret; sus

características hacían que la vida en ella fuera muy feliz".

A causa de la secularización impuesta por las circunstancias políticas, pasa a dirigir en agosto

de 1933 la Escuela "Nuestra Señora de Covadonga", en Turón. Allí se encuentra con una comunidad de

ocho Hermanos, todos nuevos como él en la localidad. Su labor callada y serena es una gran ayuda

para los Hermanos en las difíciles jornadas que preceden a la revolución.

Hace de todo. Tan pronto ora en la capilla como barre las habitaciones, quita el polvo, ayuda al

cocinero, etc. A pesar de no tener una autoridad excepcional, mantiene el orden y una disciplina natural

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consiguiendo el respeto y aprecio de padres y alumnos por su buen corazón y buena voluntad.

Dos meses antes de su muerte, como para prepararse a su holocausto, los Superiores le envían a

hacer un retiro de 30 días. Su actitud es tan edificante que un compañero de retiro, al oír la noticia de su

martirio, comenta: "Nadie mejor que él estaba preparado para el martirio. Parecía como si lo estuviera

esperando".

* * * * * *

El Hno. Marciano José (Filomeno López y López), encargado de la cocina y del mantenimien-

to de la escuela, nace en El Pedregal, Guadalajara, el 17 de noviembre de 1900.

Sus padres, de condición modesta, le enseñan a trabajar con esfuerzo y a enfrentar valiente-

mente las adversidades de la vida.

Es una familia rica en vocaciones: su hermano Julio ingresa con los Padres Escolapios y va de

misionero a Argentina; su hermano Hermenegildo tiene un hijo sacerdote, y su hermana Angela tiene

dos hijos sacerdotes. Su tío Benito, al quedar viudo, pide ser admitido en la Trapa pero no lo consigue

pues le hacen ver que debe cuidar a su hijo Santiago. Un día, padre e hijo deciden ingresar a la

comunidad de los Hermanos y así lo hacen. Esto llama la atención de Filomeno, quien desde los 12

años estaba diciendo a sus padres que él ingresaría con los Hermanos.

Benito recibe el nombre de Hno. Gumersindo y le encargan de la enfermería de la casa de

Bujedo, muriendo con fama de santidad. En tanto que Santiago recibe el nombre de Hno. Ambrosio,

asumiendo la dirección del colegio de Mieres, cercano a Turón, durante los sucesos revolucionarios. El

será el primero en confirmar la muerte de su primo y de los demás Hermanos de Turón.

Filomeno, al poco tiempo de ingresar en el Postulantado, tiene una afección a los oídos, debido

a una lenteja que un compañero jugando le introduce en uno de ellos. Esto le disminuye notablemente

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la audición, por lo que regresa a su casa, imposibilitado de hacer clase. Mas, insistiendo en su deseo de

consagrarse a Dios como Hermano, es readmitido sabiendo que se dedicará a trabajos manuales ("lo

que quiero es ser religioso y ayudar en alguna manera a educar a los niños").

El 4 de noviembre de 1916 recibe el hábito religioso y el nombre de Hno. Marciano José.

Manifiesta un gran amor a María rezando diariamente quince decenas del rosario. Coleccionar

estampas y poesías sobre la Santísima Virgen. Le gusta leer sobre la vida de los santos. Lee varias

veces un folleto sobre el martirio de los jóvenes mejicanos Melchor y Villarejo. ¿Habrá visto en él un

preámbulo de lo que le depara el futuro?

Consciente de no poder enseñar, no pierde su ilusión apostólica y da muestras de un gran

espíritu de servicio a pesar de sus limitaciones auditivas. Además, tiene dolores en la columna, origina-

dos por una escoliosis que va en aumento: su desviación de la columna le exige mucho cuidado y

paciencia.

Terminado el noviciado se le encarga de la ropería: lavado y costura de toda la ropa de la casa.

Se muestra tan hábil en el manejo de la aguja como antes lo había sido con el estudio. Luego le añaden

la sacristía.

Se afana por el incremento de las vocaciones religiosas. Escribe a numerosos jóvenes

animándoles a consagrarse a Dios como Hermanos de La Salle y ayuda a dos primas a ser religiosas.

Lleva al Postulantado a cuatro muchachos de El Pedregal.

Está obsesionado por la salvación de las almas. En una carta a sus familiares les dice: "Si

salvamos nuestra alma, no sólo seremos felices cien años sino siempre. Siempre quiere decir toda la

eternidad... y la eternidad es más que millones y millones de años... Fíjense los millones y millones de

años que tendrían que pasar para que el mar quedara sin agua, si un pájaro tuviera la posibilidad de

llevar cada millón de años una gota en su pico... Pues pasaría eso y todavía la eternidad no habría

empezado; es algo que ni podemos imaginar..."

En la Navidad de 1933, va a Bujedo a reparar unos motores de la casa pues se han quedado sin

mecánico. Con su habilidad arregla rápidamente los desperfectos.

Por esos días escribe con espíritu profético: "Si, para satisfacer a la justicia de Dios, es

necesario que algunos de nosotros derramen su sangre, estoy listo a hacerlo".

En abril de 1934, reemplaza al Hno. Joaquín, cocinero de Turón, enfermo a causa de la tensión

ambiental y enviado a Ujo. Junto con el trabajo de la cocina, realiza la limpieza, algunos arreglos de la

casa y cultiva la huerta. Dios lo señala para el supremo sacrificio.

Cuando los miembros del comité revolucionario intentan dilucidar si es Hermano o no, no

disimula su condición de religioso. El hecho de ser cocinero de la Comunidad ha suscitado en ellos

serias dudas sobre su identidad religiosa. Resueltamente declara que es miembro de la comunidad. Une

su destino al de sus Hermanos, a los que siempre ha servido con simpatía y bondad.

******

El Hno. Benjamín Julián, (Vicente Alonso Andrés), nace en Jaramillo de la Fuente, Burgos, el

27 de octubre de 1908.

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En este pueblo de sufridos labradores recibe la energía de carácter y la sinceridad de espíritu

que tanto admiran cuantos lo conocen. Su madre le acostumbra a ir a Misa y comulgar los primeros

viernes de mes y días de fiesta.

Por la escuela pasa el Hno. Ludovico, promotor de vocaciones, invitándoles a ir al Postulantado

de Bujedo, donde los jóvenes se preparan a ser Hermanos.

Vicente es muy pequeño para ser aceptado, busca el apoyo del párroco: "Quiero ser religioso.

Haga lo posible para que sea admitido en Bujedo".

El párroco le responde: "Eres joven; no tienes edad para ser admitido".

Al llegar las vacaciones de fin de curso, le repite: "Padre, quiero ser religioso. Dígale al Hno.

Ludovico que me lleve a Bujedo".

Hay un inconveniente: Vicente cumple los doce años el 27 de octubre y la fecha de ingreso del

nuevo grupo está fijada para fines de septiembre. Una carta del párroco al Hno. Ludovico allana las

dificultades y es aceptado junto a los cuatro jóvenes del pueblo que van ese año al postulantado.

Cuando al fin del noviciado sus compañeros de promoción hacen los primeros votos, a él le

prolongan el tiempo de preparación a este compromiso: Le cuesta hacer bien la oración. Pasados seis

meses es admitido a los votos.

Años más tarde, cuando un joven le hace partícipe de sus dudas y vacilaciones vocacionales, le

dice: "Yo me decidí a consagrarme para siempre al terminar el noviciado".

Su primera comunidad de trabajo es la escuela "La Inmaculada" de Santiago de Compostela,

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donde permanece seis años. A pesar de tener 70 alumnos en clase, logra orden y se hace querer por

ellos. Les inculca la devoción a la Santísima Virgen, se preocupa de que lleven el escapulario y les

invita a rezar el rosario en familia, pero a juicio de los superiores no da plena satisfacción.

El primer informe del Hno. Visitador no es muy positivo: "Tiene poca piedad... Da la clase con

poco acierto, prepara el catecismo a su modo. Cumple como religioso pero será uno de tantos". El

interesado lo reconoce con humildad y se compromete: "Haré todo lo que pueda para mejorar".

Pasan los meses, toma en cuenta las observaciones y el tono del siguiente informe cambia

totalmente: "Es un Hermano que se esmera cada vez más y llegará a ser un buen religioso. Trabaja

bien en clase. Bastante bueno como religioso..."

Los alumnos de la Escuela Normal piden visitar la escuela de los Hermanos. Quedan

impresionados por el ambiente de disciplina y la amenidad de las clases del Hno. Benjamín. Uno de

ellos pregunta al Hno. Director: "¿Cómo es posible que un profesor tan joven y de poca estatura

consiga tanta atención de sus alumnos?".

El Hno. Director responde: "Los alumnos no se fijan en la edad ni en la estatura sino en el

corazón, y este profesor los ama. Su secreto es quererlos a todos y cada uno de sus alumnos,

preocuparse por ellos y animarles en el trabajo”.

Al ir un día por la calle con otro Hermano, pasan junto a unos trabajadores quienes dicen

algunas palabras injuriosas contra la sotana. El otro Hermano se molesta, pero el Hno. Benjamín le

replica: "No te enojes. El hábito que llevamos les reprocha algo malo que han hecho en su vida, por

eso nos insultan. Si fuéramos como ellos no nos dirían nada. Acuérdate que Jesús dijo que teníamos

que sufrir las injurias con paciencia".

En 1933 es destinado a Turón. Alumnos y apoderados se lamentan y pretenden impedir el

cambio pero, con generosa disponibilidad aunque no sin nostalgia, el Hno. Benjamín Julián se traslada

a Turón.

Quienes pasan por Turón siempre recordarán su alegría y hospitalidad. Tanta sencillez y fortale-

za sólo puede proceder de un corazón lleno de Dios.

Apenas comenzado el año escolar estalla la revolución y nuestro Hermano ofrece su vida el 9 de

octubre.

********

El Hno. Augusto Andrés (Román Martínez Fernández) nace en Santander el 6

de mayo de 1910.

Desde niño su espíritu está orientado a Dios. Se muestra muy amigable

y generoso. Su padre, militar, le forma en el orden y el respeto.

Yendo un día por la calle con otros dos compañeros, uno de ellos insulta a una

señora. Al ser perseguidos, los otros dos huyen. Román, seguro de su inocencia,

no escapa. Lo toman y lo llevan a su madre; ésta hace más caso a la persona

insultada que a su hijo y le castiga. Román dice que él no ha sido y aguanta el

dolor.

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Desde que hace la primera comunión con ocho años, comulga diariamente en la misa del

colegio antes de clase. Un día se desmaya a causa del ayuno eucarístico que debía guardarse desde la

medianoche precedente para poder comulgar. Juega a hacer altares repitiendo las oraciones de la misa y

hace que sus hermanas hagan de acólitas.

En la Escuela San José, que dirigen los Hermanos en Santander, admira a sus profesores y

aprende a estimar la vocación de los Hermanos. Con solo 11 años, le nace el deseo de ser Hermano.

Su madre, la Sra. Teresa, se opone rotundamente a que Román vaya al postulantado.

Recientemente ha fallecido el papá y Román es el hijo mayor y único varón que queda en la casa. Es

mucho sacrificio para ella sostener la familia.

Román es débil de contextura física: Cae gravemente enfermo, su vida corre peligro. En la

escuela, sus compañeros de clase inician una novena a Santa Teresita del Niño Jesús pidiendo su

curación. Ponen la imagen de la santa en su cabecera. El médico aconseja darle el Viático y la Unción

de los Enfermos, dice: "Señora, aunque sea partiéndoseme el corazón, debo cumplir mi deber y decirle

que llamen al sacerdote para que le prepare. No tiene curación".

La Sra. Teresa, ante la posibilidad de perder definitivamente a su hijo, promete autorizarle el

ingreso al postulantado de los Hermanos si sale bien de la enfermedad. Durante la noche, que parece

ser la última, Román supera la crisis, mientras duerme bajo la mirada acongojada de su madre.

Repentinamente se despierta sintiéndose tan bien que, al ver a su madre, le dice: "Mamá,

¿verdad que me dejarás ser Hermano de La Salle?". Ella, desconcertada, le contesta: "Claro que sí,

hijo mío".

Desde ese momento comienza la mejoría y semanas después, ya repuesto, ingresa en el

Postulantado de Bujedo. Es muy querido por sus compañeros y se muestra muy trabajador y amable.

Uno de ellos dice: "Ponía mucho interés en el trabajo y en el estudio. Se distinguía por su seriedad y

por su piedad". Otro agrega: "Su conversación estaba siempre salpicada de humor. La alegría era algo

natural en él. Era muy atento en el trato con los demás"

A los dieciséis años comienza el noviciado tomando el hábito religioso y el nombre de Hno.

Augusto Andrés. Al fin de éste hace sus primeros votos anuales.

A pesar de la fe cristiana de su madre, ésta continua reclamándole volver a casa. El le responde:

"¡Mamá!, voy a seguir mi vocación y no voy a hacer otra cosa. Pide a Dios que me conceda un fervor

muy grande".

Una afección pulmonar lo mantiene varias semanas en cama. Aprovecha el tiempo de reposo

para estudiar y no atrasarse. Reza y con su buen humor levanta el ánimo de ancianos y enfermos.

Después le envían a trabajar al Colegio Nuestra Señora de Lourdes, de Valladolid. Se muestra

muy cordial en el trato con todos y prepara con entusiasmo las clases. Al llegar los alumnos,

encuentran en la pizarra un cuadro sinóptico o un gráfico que ayuda a entender mejor la explicación.

Su rico talento para el estudio, el deporte, la música, la poesía, la pintura y la simpatía de su

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carácter lo llevan un poco a la vanidad contra la cual lucha lealmente. Se esfuerza por atribuirlo todo a

Dios, tal como insistía San Juan Bautista de La Salle en la Regla para los Hermanos.

Se traslada a Palencia para cumplir el servicio militar. Allí encuentra al Hno. Victoriano Pío,

con quien traba una sincera amistad. Ambos serán compañeros de martirio. Pernoctan en la comunidad

que los Hermanos tienen en esta ciudad, salvo cuando les toca la guardia. La vulgaridad de algunos

compañeros de cuartel no le impide tener un alegre ascendiente apostólico sobre ellos.

Terminado el servicio militar, permanece en esta comunidad hasta que la prohibición de enseñar

a las congregaciones religiosas, le obliga a vestir de seglar y a cambiar de lugar para poder seguir

enseñando. En estas circunstancias es enviado a Turón.

En medio de la persecución, escribe a los Hermanos y a su familia animándoles con su buen

humor. Así actúa incluso con sus propios verdugos, manifestado una gran entereza y aceptando el

martirio por Cristo.

* * * * * *

El Hno. Victoriano Pío (Claudio Bernabé Cano), nace en San Millán de Lara, Burgos, el 7 de julio de

1905.

Sus padres, esforzados y cristianos labradores, le inculcan el espíritu religioso y de servicio,

surgiendo en él la vocación religiosa. Pero ellos tienen otros planes para su hijo, no quieren que sea

religioso.

Al paso de los días cambian de actitud y le ayudan a realizar su sueño de consagrarse a Dios,

autorizándole a ingresar en el Postulantado de Bujedo. Su padre le acompaña en el viaje, mientras su

madre queda en casa rezando para que su hijo llegue a ser un buen religioso.

Se muestra ordenado, con buena memoria y excelentes dotes artísticas. Llama la atención su

serenidad. Cuando tiene algún movimiento de impaciencia o palabras poco amables, pide perdón con

sencillez. "Si no reconozco mis faltas, dice, es que no soy buen religioso".

Destinado al Colegio La Salle de Palencia, aprovecha bien el tiempo y se dedica plenamente a

sus alumnos. Siente escrúpulos cuando emplea mucho tiempo en la lectura del diario.

Se le encarga del coro del colegio esforzándose por animar los actos religiosos, educativos y

otras actuaciones particularmente de la catedral.

En 1926 trabaja en la Escuela de Huérfanos de la Santa Espina, en Valladolid, regresando al fin

del mismo a Palencia, donde emite votos perpetuos en 1930.

El 9 de Septiembre de 1934 es enviado a Turón. Acepta con sencillez el inesperado sacrificio.

Al bajar del tren en Ujo, le sorprende la cantidad de militares que custodian la estación y las carreteras.

Llega a su destino, Turón, acompañado de algunos Hermanos.

Le encargan de la clase de los mayores. A los 25 días de vivir en esta nueva comunidad Dios le

reclama un holocausto inmensamente mayor.

"Era un alma sencilla, amaba mucho a sus alumnos y se preocupaba de que rezaran

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frecuentemente", recuerda el Hno. Cesáreo, Visitador.

* * * * * * *

Hno. Benito de Jesús (Héctor Valdivielso Sáenz).

Héctor nace en Buenos Aires (Argentina) el 31 de octubre de 1910 y es bautizado en la iglesia

de San Nicolás de Bari. Sus padres Benigno y Aurora, naturales de Burgos, España, habían llegado en

busca de mejor fortuna.

Es muy pequeño cuando regresa con sus padres a España, la tierra de sus antepasados. En

Briviesca, recibe el Sacramento de la Confirmación a la edad de cuatro años.

Un día pasa un Hermano de La Salle por su sala de clase hablando de la necesidad de "jóvenes

valientes que quieran ser educadores cristianos". Héctor conversa con su hermano José Alfredo, dos

años mayor que él, y ambos resuelven responder positivamente a la invitación.

Los Hermanos tienen el postulantado en el cercano pueblo de Bujedo. Don Benigno, que ha

emigrado a México, da con gusto el asentimiento a la proposición de sus hijos de ingresar en el

postulantado, al igual que la mamá. Primero ingresa José Alfredo y luego Héctor.

Pasados algunos meses, Héctor acepta contento la invitación que le hacen los superiores para

trabajar como misionero en otros países. Escribe a su padre, a México, y a su madre, a Briviesca,

solicitando de ambos la autorización para ofrecerse como misionero, tanto él como su hermano José

Alfredo.

Es enviado a prepararse en Bélgica, junto con otros jóvenes franceses, italianos, alemanes,

ingleses, americanos, checos y españoles. Un año después hace el noviciado, recibiendo el nombre de

Hno. Benito de Jesús.

En 1929 es destinado a Astorga, en León, para reemplazar a su hermano carnal, Hno. José

Alfredo. Durante 4 años realiza una labor muy fecunda. Fomenta la piedad entre sus alumnos; les

organiza varios días de ejercicios espirituales al comenzar el curso. Es un ambiente muy sencillo pero

lleno de conflictos sociales, políticos y religiosos.

Pasados algunos años emite sus primeros votos y continúa en Bujedo su formación pedagógica.

Un hermano de comunidad recuerda de él: "Tenía tres cualidades especiales: amor a su vocación,

amor al martirio, amor a las almas".

Mantiene una nutrida correspondencia con sus padres, que nos permite conocer los sentimientos

del futuro mártir. A su padre, que está en México durante la persecución religiosa, le escribe: "Me

consideraría dichoso si pudiera estar como usted, en medio de una persecución que me deparara la

gracia del martirio. Papá, sea valiente y, si Dios le da la gracia del martirio, sepa que este hijo le

envidia".

A su madre le escribe: "Quiero seguir siendo por encima de todo lo que soy: religioso. Si

sucediera algo, me quedaría hasta el fin cumpliendo con mi deber".

En otra, dirigida a su padre: "El religioso podrá ser siempre perseguido, odiado, insultado,

expulsado de la sociedad... Sin embargo, prefiero ser lo que soy a todas las ventajas del mundo. Jamás

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

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me retiraré de la Congregación. Si se nos expulsa, me iré lejos de España. No importa dónde se me

envíe. Ustedes tienen un hijo que siempre les ama como si estuviera a su lado".

Y a su madre: "No tenemos que tener miedo, pues nadie puede contra Dios. Si tenemos que

sufrir cárcel, destierro, persecución, nada importa, pues al que tiene a Dios consigo, nada puede

dañarle".

Se le ve contento y muy entregado a la formación cristiana de los alumnos. "¡Tengo 96 niños en

clase!", dice. "¡Qué feliz me siento en su compañía!. Todos están contentos conmigo y también yo con

ellos".

Anima el grupo de la Cruzada Eucarística y escribe con frecuencia en el periódico local "La

Luz de Astorga" y en revistas de alcance nacional.

En Septiembre de 1933 es enviado a Turón. Se muestra plenamente entregado a las clases y a la

pastoral. Anima con entusiasmo a un numeroso grupo de jóvenes católicos. Eso exacerba a los

enemigos de la Iglesia y lo convierte en candidato predilecto para el martirio.

"Si leen en los periódicos, escribe a su madre, algo de aquí sobre huelgas, atentados y otras

cosas por el estilo, no se lleven mal rato, ya les he dicho que somos prudentes para ponernos a salvo y

defendernos"

En otra, cuenta: "En estos momentos hay una huelga en la región minera de Asturias que afecta

a unos 30.000 hombres. Los mineros no van al trabajo, pasean y visitan cafés y tabernas. Algunos hace

tiempo que no tienen ni una moneda pues, gastando y no ganando, no se puede ahorrar mucho".

Días más tarde añade: "Las circunstancias por las que pasamos no me harán cambiar mis

ideales. En estos días en que se persigue a la Religión, a la Iglesia y a Cristo, aquí tienen a su hijo y a

su hermano que no ha dejado de trabajar y de defender a la Religión ni un solo día. Estoy contento,

absorto en mis estudios y trabajos apostólicos".

"Si Dios me lo pide, estoy dispuesto a sufrir la prisión, el destierro, incluso la muerte. Estoy

muy contento esperando la recompensa que Dios me tiene reservada en el cielo. La tuya, mamá, será

magnífica por haber ofrecido dos hijos a Dios".

"En estos días en que los malos quieren quitarnos la religión, debemos ser más cristianos que

nunca. Trabajemos para el cielo ya que esta vida se pasa y, lo que hayamos hecho para ganar dinero o

cosas de la tierra, es trabajo perdido".

"Si amáramos a nuestro Señor, nos gustaría que llegara el día en que pudiéramos dar nuestra

vida por El" (carta a su madre y hermanas).

Entre sus últimas cartas a su madre: "Si hay que morir, se muere. No sufran por mí, que no

tengo nada malo. Si no fuera lo que soy, me moriría de pena".

Día a día responde "presente" a la llamada del Señor. A los 23 años el Señor le llama a ser

testigo de la fe que él proclama con tanto entusiasmo.

* * * * * *

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

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El Hno. Julián Alfredo (Vilfrido Fernández Zapico), nace en Cifuentes de Rueda, León, el 24

de diciembre de 1903, a las cuatro de la tarde, como regalo de Navidad.

"Viyo", como le llaman en casa, es un desde niño silencioso y humilde. Los consejos de sus

padres, labradores, y la influencia de su tío Manuel, sacerdote y párroco de un pueblo cercano, con

quien vive unos meses después de la muerte prematura de su madre, desarrollan su piedad y lo inclinan

hacia la vida religiosa desde muy joven.

Don Manuel dice: "Viyo era un muchacho muy obediente y respetuoso. Vivió conmigo de seis a

siete meses. Era muy piadoso y recibía con frecuencia la Eucaristía".

Ayudado por su tío entra en el convento de los capuchinos, pero Dios que tiene secretos

designios, se sirve de una enfermedad para mostrarle otro camino. A causa de la enfermedad vuelve a

casa para recuperarse, hasta que los capuchinos le dicen que se quede en casa ayudando a su padre.

Dios coloca en su camino al Hno. Julián, orientador vocacional, y con él encuentra la dirección

adecuada para servir al Señor: ser Hermano de La Salle.

Al cumplir los 22 años, ingresa en el Noviciado de Bujedo recibiendo el nombre de Hno. Julián

Alfredo. Allí se gana el aprecio de todos gracias a su serenidad y madurez. Se le ve contento en su

vocación educadora y abnegado con sus Hermanos. Al fin de este período de formación hace sus

primeros votos.

Durante cuatro años trabaja en la Escuela de Caborana, en Asturias. Disfruta con la catequesis

preparando a los niños para la primera comunión; en ello pone todo su corazón. Uno de esos alumnos

comenta: "Nos encantaban sus lecciones de catecismo porque las explicaba de manera interesante.

Nos decía que teníamos que rezar con mucha atención porque era la acción más importante del día".

El Hno. Director da el siguiente testimonio: "El Hno. Julián antes de ir a clase, entraba en la

capilla y se ponía de rodillas ante el sagrario y oraba allí unos momentos por sus alumnos".

Ante la inquietud de sus familiares por los riesgos que se presentan a los religiosos, él les

manifiesta: "En cuanto a los temores que tienen por mi porvenir, no se preocupen más de lo que yo me

preocupo. Hasta ahora no me han quitado ni un minuto de sueño. Lo único que pudiera suceder es que

tuviéramos que cumplir el Evangelio: que si en una parte no somos recibidos sacudamos el polvo de

nuestro calzado en testimonio contra ellos, y nos vayamos a otra parte con la bendición de Dios" (carta

del 26 de febrero de 1933).

En septiembre es trasladado a la comunidad de Turón. De inmediato se da cuenta de que allí

hay más zozobra y peligro. Sin embargo, su vida se mantiene animosa.

Escribe a su padre: "No se preocupe por mí. Creo que no va a pasar nada. Más me preocupa su

falta de salud que los acontecimientos del futuro".

Sobresale su amor a la oración, su actitud de respeto y obediencia y su serenidad ante las

dificultades. En sus apuntes escribe: "Señor, voy a sembrar. Me pongo en tus manos como instrumento

dócil. Haz que fructifiquen las semillas que voy a poner en la mente y el corazón de los niños".

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Cuando, el 5 de octubre de 1934, Dios lo llama al vía crucis de su martirio, está preparado para

responder sin vacilación ni reservas.

* * * * * *

El Hno. Aniceto Adolfo (Manuel Seco Gutiérrez), el más joven de la comunidad, nace en

Celada Marlantes, Santander, el 4 de Octubre de 1912.

Sus padres don Pío y doña Catalina forman un encantador matrimonio. Tienen cinco hijos a

quienes educan cristianamente pero la felicidad del hogar dura poco, pues doña Catalina muere dejando

a los niños al amparo del papá y de los abuelos.

La piedad de don Pío sabe sacar adelante a sus hijos. Reza con ellos al levantarse, al acostarse y

antes de las comidas; les enseña el catecismo todas las tardes y recitan el rosario. A veces don Pío

corrige a Manuel por su genio irreflexivo y éste le promete corregirse, pero no lo logra fácilmente.

No es extraño que en este hogar resulten tres hijos con vocación lasallista: Maximino, Manuel y

Florencio. Maximino es el primero que parte al Postulantado de Bujedo. Después, aprovechando una

visita del Hno. Ludovico, promotor vocacional, Manuel le manifiesta el deseo de seguir los pasos de su

hermano.

Don Pío, que está enfermo, anima a su hijo a que realice sus deseos, si en ellos ve la mano de

Dios. Una prima, religiosa dominica claustrada, al enterarse que Manuel va al noviciado, exclama:

"Ese, con el genio que tiene, no durará ni un mes en el convento".

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La despedida es tan corta como emotiva. Un abrazo silencioso a su padre y un enorme esfuerzo

por contener las lágrimas. La frase entrecortada de "¡Adiós, papá!" le queda rondando en la cabeza

mientras se dirige a Bujedo.

En el noviciado, recibe el hábito religioso y el nombre de Hno. Aniceto Adolfo. Se distingue

por la piedad, amor a la vocación y a la Santísima Virgen. Cada hora recuerda la presencia de Dios y

visita frecuentemente al Señor en la Eucaristía. Llama la atención la delicadeza de sus sentimientos, el

sentido de orden y limpieza y la pureza que resplandece en su mirada.

Al mes y medio de partir, muere don Pío, quedando los hijos al cuidado de los abuelos.

Alguien escribió de él: "Sus palabras siempre amables, llevan la paz a los espíritus turbados.

Su conversación impregnada de caridad, su compostura digna, su rostro sonriente y pacífico son

imanes que atraen a quienes conviven con él".

Se alegra por el ingreso de su hermano Florencio al Postulantado de Bujedo y le aconseja.

Después de su martirio, Florencio recordaba: "En una ocasión me exhortó a que hiciera el voto

perpetuo de castidad porque era muy amante de esta virtud pero no quiso decir si él ya lo había hecho".

Lleva con seriedad su formación docente, aprobando brillantemente los exámenes. La piedad es

para él un regalo divino innato. Cultiva su vida espiritual y ayuda a quienes lo rodean.

En 1932 es destinado al Colegio de Nuestra Señora de Lourdes, Valladolid. Le encargan de la

clase de los chicos. En una carta a uno de sus hermanos manifiesta la alegría que siente en el trabajo:

"No te puedes imaginar lo contento que estoy de poder enseñar el catecismo a los niños, tan queridos

por Jesús y María".

En 1933 reemplaza en Turón a su hermano Maximino, el cual tiene que salir a causa de la

dispersión. La sonrisa serena que permanentemente adorna su rostro, atrae la simpatía de los alumnos y

sus padres.

Escribe: "Casi todos los días me despiertan hacia las cinco de la mañana los ruidos y

blasfemias de hombres que van al trabajo. Como ya no puedo dormir, rezo el rosario por esa gente

que no sabe lo que dice".

Después del retiro espiritual del verano de 1934 visita a sus familiares. Desde que había salido

de casa camino del postulantado, nueve años antes, no había tenido ocasión de visitarlos. Todos quedan

encantados de su cordialidad y espíritu religioso. Visita la tumba de sus padres. De seguro no se le pasa

por la mente que dos meses más tarde estaría con ellos en el Cielo. Es la despedida final.

Tenemos el testimonio de Florencio sobre un último gesto del Hno. Aniceto para con su

hermano Maximino y él: "Antes de salir camino del cementerio para ser fusilado, entregó su rosario a

don Tomás, capellán del colegio y sacerdote de la parroquia, que por influencias de familiares y

amistades había sido liberado de la muerte. Le pidió: "Entregue este rosario a mis hermanos Maximino

y Florencio". Era el mayor tesoro que podía dejarnos pero a causa del nerviosismo del momento, el

sacerdote lo extravió y nunca llegó a nuestras manos".

El Hno. Aniceto da su vida por Cristo teniendo tan solo 22 años.

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* * * * * *

El Padre Inocencio De La Inmaculada (Manuel Canoura Arnau), viene al mundo el 10 de marzo

de 1887 en el Valle de Oro, cerca de Lugo.

Nace débil. Sus padres, temiendo por su muerte, a los dos días le bautizan de urgencia y se le

administra la Unción de los Enfermos, pero los planes de Dios

son otros.

Se entusiasma con los Padres Pasionistas cuando éstos

dan una misión en la parroquia. Pide a su madre que hable con

ellos. Los misioneros le dicen que envíe al niño a confesarse a

una parroquia nueve días seguidos para ver si se cansa.

Manuel cumple con esta prueba y pide a sus padres que lo

lleven al convento de los Pasionistas, en Mondoñedo. Los

sacerdotes le hacen algunas preguntas y le envían de vuelta a casa

para que prepare su ropa. Manuel, que tiene 14 años, insiste en

quedarse, temiendo que luego no le admitan. El superior acepta y

Manuel se queda, enviándole sus padres la ropa más tarde.

Es enviado al seminario menor de Peñafiel, cerca de

Valladolid. Luego hace el noviciado en Deusto, Vizcaya;

terminando el cual, vuelve a Mondoñedo para cursar Filosofía y

Teología.

El 2 de octubre de 1910 recibe el subdiaconado en Mieres, en junio de 1912 el diaconado y en

septiembre de 1913 la ordenación sacerdotal.

Comienza una vida de intenso apostolado, destacándose su devoción a la Santísima Virgen. Se

dedica a la enseñanza de filosofía, teología y literatura y a la predicación en Daimiel, Corella, Peña-

randa, Mieres, Ponferrada y Santander.

En septiembre de 1934 vuelve a Mieres. Ejerce un gran influjo por su erudición, su

clarividencia en el acompañamiento espiritual y entrega cuando se le presenta alguna necesidad.

Es de notar su predilección por la educación. Dios le espera en un trabajo con los jóvenes. Por

eso, se halla con los Hermanos en Turón, administrando el sacramento de la confesión el 4 de octubre

de 1934, víspera del primer viernes de mes, en que estalla la revolución.

Este día queda constituido el nuevo gobierno en Madrid, ingresando ministros de derecha. La

izquierda reacciona convocando una huelga general en todo el país.

La situación en Turón es grave. Se trata de un levantamiento general en toda la cuenca minera,

que amenaza con extenderse a otras zonas.

En la escuela de Turón desde la mañana comienzan las confesiones de los alumnos; son

numerosas. El P. Inocencio viene de Mieres para ayudar a los sacerdotes de Turón. En la tarde continúa

confesando en la iglesia parroquial. Piensa volver a su convento, pero el Hno. Director le aconseja que

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se quede en la comunidad para pasar la noche y así celebrar la Misa para la comunidad en la mañana si-

guiente.

Es su perdición... perdición para la vida terrena, que Dios aprovecha para ganarlo para la

eternidad.

* * * * * *

Bienaventurados los que son perseguidos por mi causa El 5 de Octubre experimentan un sobresalto: a las dos y media de la madrugada se oye una gran

explosión de dinamita en una ladera de los montes cercanos; es la señal convenida por los revoluciona-

rios para ponerse en acción.

El primer objetivo es tomar el Cuartel General de la Guardia Civil, confiscar las armas, tomar

los edificios principales, asumir el mando de la población y del abastecimiento... y encarcelar a todas

las personas peligrosas, entre las cuales contaban a los sacerdotes, religiosos y católicos más

representativos.

Desde el amanecer en diversos puntos se cumple este objetivo, cayendo 23 cuarteles a lo largo

del día. En Turón crean un comité presidido por el alcalde Silverio Castañón o "Don Silverio", que

actúa con plenos poderes, como Comisario de Guerra.

Entre las cuatro y cinco de la mañana son detenidos el director de la empresa "Hulleras de

Turón" y los dos sacerdotes de la parroquia.

Los Hermanos se levantan como todos los días a las cuatro y media. El Hno. Aniceto se

adelanta en ir a la Iglesia y prepara lo necesario para la misa de los alumnos. Alguien golpea

insistentemente a la puerta: es la cuñada de don Tomás, sacerdote de la parroquia, quien con palabras

entrecortadas le dice:

"Ha estallado la revolución. Los milicianos han detenido a los dos sacerdotes de la parroquia.

Huyan antes que vengan a detenerlos a ustedes. Huyan, todavía están a tiempo".

El Hno. Aniceto cierra la puerta y va a comunicar a los demás Hermanos lo que pasa. Avisan al

P. Inocencio e inician la Misa de la comunidad, en previsión de lo que pueda suceder.

Al llegar al ofertorio se oyen gritos y groserías que vienen del exterior. Hay un momento de

vacilación y de silencio. Después golpean fuertemente la puerta principal de la Escuela, ordenando que

abran. Son las seis de la mañana.

El P. Inocencio comprende que se trata de continuar el ofertorio con la ofrenda de la vida. Abre

el sagrario y entre todos, llenos de emoción y un poco tensos, consumen todas las hostias consagradas

para evitar posibles profanaciones. Los gritos y los golpes aumentan de intensidad.

El Hno. Marciano, que está menos asustado, quizás debido a su sordera, baja a abrir la puerta,

pero se encuentra con un grupo de 30 personas que ya está dentro y lo amenazan con sus armas. Han

derribado las tablas que tapaban un agujero en el muro del patio que está en reparación y han entrado

por él.

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Uno de los asaltantes dispara un tiro de fusil atemorizando a los pacíficos moradores de la casa,

para hacer más efectiva la operación. Les amenazan y exigen la entrega inmediata de las armas que,

según ellos, "guarda el grupo fascista Juventudes Católicas en el Colegio".

"No tenemos ningún arma", responde el Hno. Marciano.

Nuevas amenazas, seguidas de una rápida invasión a las salas de clase y demás dependencias,

iniciando un minucioso allanamiento.

Los Hermanos salen a su encuentro y quedan impresionados por la furia de los invasores. El

Hno. Cirilo, director, pregunta cuál es el motivo de ese atropello. Queda desconcertado ante el tumulto

y al escuchar las amenazas que algunos le dirigen apuntándole con las armas. Numerosos objetos son

arrojados por los suelos, pisoteados y destrozados.

Celebran el hallazgo de la lista de los miembros del grupo "Juventudes Católicas" en la

biblioteca. Continúan el registro destrozando cuanto encuentran y desparramando todo por los suelos,

sin resultado alguno acerca de las armas.

Detienen a los Hermanos y al capellán y los llevan a la cárcel instalada en la Casa del Pueblo,

sin dejarlos recoger ropa ni provisiones.

Quien los mate creerá que hace un bien (Lc 6,22) Son las 7 de la mañana cuando llegan a la prisión. Allí encuentran a otros 14 detenidos, entre

ellos, los sacerdotes de la parroquia y el director técnico de la Empresa Hulleras de Turón, don Rafael

del Riego. Allí permanecen cuatro días en medio de vituperios y zozobras.

El primer día, nadie se acuerda de traerles comida; tampoco ellos reclaman. Ocupan el tiempo

rezando y reflexionando. Al llegar la noche tratan de dormir: unos, acurrucados en el suelo; otros sobre

mesas y otros, en las sillas.

Los carceleros tienen humor desigual. Mientras unos les amenazan con matarles, otros les

anuncian que pronto les dejarán en libertad. Uno de ellos, Fermín, con camiseta roja e insignia del

llamado Ejército Rojo, les mira con una cruel sonrisa y dice en voz alta, acariciando la pistola:

"Mañana trabajarás, no te impacientes".

El sábado 6 ingresa uno de los milicianos. Quiere saber si el Hno. Marciano, cocinero, es

realmente religioso o un simple empleado de la escuela, pues no da clase ni enseña religión. Al saber

por testimonio del propio interesado y del Hno. Director que también es religioso se va muy contento.

Los mismos guardias declaran meses después: "Los detenidos se mantenían tranquilos.

Recitaban el rosario en grupo, invitando a los demás presos a que se unieran a ellos en la oración".

El 7 de octubre, viendo cómo se ponen las cosas y aprovechando que hay tres sacerdotes entre

ellos, los diecisiete detenidos se confiesan preparándose a una posible muerte. Primero se confiesa el P.

Inocencio con el párroco, luego se pone a confesar a los demás. Al confesar al sobrino de don Tomás,

entran los guardias a buscarlo. Interrumpe su confesión y el sacerdote le absuelve mientras abandona la

cárcel.

Terminadas las confesiones, una alegría del cielo invade los semblantes; no temen la muerte.

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Toman lo que les sucede como voluntad de Dios.

El comité revolucionario, habiendo instalado su sede en la escuela de los Hermanos, discute

acaloradamente sobre la conveniencia de fusilar a los detenidos. El alcalde es el más empeñado en que

mueran, "dando así a todo el país una lección de coraje y valentía revolucionaria".

Pero otro replica: "Somos revolucionarios y no asesinos. Si triunfamos, ya diremos a ésos lo

que han de hacer. Si perdemos, no podrán acusarnos de derramar sangre de ningún prisionero". Pero

el odio y la venganza se apodera del comité, y algunos tienen prisa por derramar sangre.

Turón se convierte en foco de violencia, arbitrariedad y muerte. Los detenidos serán

sacrificados por ser religiosos y por la educación cristiana que imparten. Los mismos verdugos

manifiestan: "Como maestros son excelentes y podrían ser perdonados, pero enseñan el catecismo".

El lunes 8 se habla de fusilar a los detenidos. Ellos se exhortan mutuamente a padecer por

Cristo, convencidos de que su muerte sería un verdadero martirio.

Padres de los alumnos y otras personalidades del pueblo han hecho oír su voz en defensa de los

Hermanos, pero no logran superar la decisión tomada por el comité que hierve sediento de sangre.

Una mujer se presenta ante el Comité. Le preguntan:

- ¿Qué quieres?

- Que dejen ir libres a los Hermanos.

- Vete de aquí.

- El pueblo los quiere. Ellos no se han metido con nadie. Son inocentes, no tienen armas. Si los

matan serían crueles, ingratos, cobardes.

- ¿Quién eres tú para decir estas cosas?

- Una madre que quiere la felicidad de sus hijos. Una madre agradecida. Una madre de

corazón, como son todas las madres. Si resucitaran las de ustedes y les vieran condenar a estos

Hermanos, llorarían lágrimas de sangre y les maldecirían. Yo, en nombre de todas las madres,

les maldigo.

Casi de noche, con el mayor sigilo posible, el comité revolucionario manda cavar en el

cementerio una zanja de nueve metros de largo por medio de ancho.

Es poco más de la una de la madrugada del 9 de octubre. Se abre la puerta de la habitación.

Entran el alcalde Castañón y otro conocido por el apodo de "El Casín" empuñando sendas pistolas. Les

acompañan otros dos armados de fusiles.

Testimonio de uno que fue liberado, el párroco. Este relato ha sido tomado de la declaración escrita por el párroco 39 días después de realizados

los acontecimientos. Dejemos que sea el propio párroco quien nos lo narre:

"El Hno. Director estaba conversando conmigo; decía que había dado a cada Hermano algo

de dinero en previsión de que se vieran obligados a separarse. Los demás estaban durmiendo.

De repente entran dos del comité. Al vernos hablar, dicen: "¡Aquí hay dos!". Ordenan al Hno.

Director despojarse del abrigo y entregar lo que tiene en los bolsillos, y así hacen con todos los

Hermanos.

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El P. Inocencio sigue durmiendo en una silla, tiene la cabeza tapada con una frazada.

- ¿Quién es éste?, pregunta Castañón.

- Un pasionista de Mieres que vino la víspera de estallar el Movimiento y lleva en Astu-

rias sólo un mes.

Castañón da la orden de despertarlo. El P. Inocencio entrega igualmente cuanto tiene, incluso

la cartera donde conservaba unas notas que la tarde anterior había escrito (su última volun-

tad) y un relicario de la Virgen que siempre llevaba consigo.

Nos agrupan en un extremo de la sala; separándonos de los demás que no han sido requeridos.

Somos los ocho Hermanos, el P. Inocencio y los sacerdotes de la parroquia. Nos preguntan:

"¿Qué armas saben ustedes manejar?"

- Ninguna.

- ¿No han hecho el servicio militar?

Algunos responden que sí pero, en cuanto religiosos, lo han hecho dando clase en las acade-

mias militares. El Hno. Augusto responde que él ha seguido la instrucción y sabe manejar el

mosquetón. A esto, irónicamente uno de ellos comenta: "¡Buen arma!, ¡buen arma!".

Nos ordenan formarnos de tres en tres y añaden: "¡Esto lo sabrán hacer ustedes muy bien!"

(Alusión irónica al hecho de llevar a los alumnos del colegio a la iglesia para participar en la

Eucaristía).

Antes de partir al lugar de la ejecución, Castañón les pregunta: "¿Saben adónde van?"

El Hno. Augusto responde con serenidad: "Adonde ustedes quieran. Ya nada nos importa;

estamos preparados para todo". Aunque nuestros labios dicen que no, nuestro corazón sabe

que vamos a dar la vida en aras de nuestra fe.

Ante nuestra respuesta, El Casín precisa: "Van a la línea de fuego a ver si, al reconocerles

nuestros enemigos, cesan de disparar".

Yo pido permiso para hablar, permiso que me es concedido, y pregunto: "¡Entonces, ¿nos

permitirán vestir sotana? Pues de seglar no seremos reconocidos y no se cumplirían sus de-

seos."

No sin pensarlo antes, responde El Casín: "No, eso no, pues creerían que estamos en una mo-

narquía, siendo que estamos en una república de trabajadores".

Castañón puntualiza: "¡Pues van a la muerte!". Oímos en silencio la sentencia. Nuestros temo-

res se confirman. Llevamos preparándonos varios días para este momento. Nadie vacila.

Los del comité se apartan intercambiando algunas palabras en voz baja y nos cuentan: "once y

los dos policías son trece... y éstos no pueden quedar pues irán a lo más recio de la pelea. Aquí

sobran dos. La camioneta no tiene capacidad para tantos y tienen que acompañarles algunos

de los nuestros".

Entonces nos dicen: "Salgan de aquí los curas de la parroquia".

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Obedecemos. Nos preguntan nuestros nombres, qué tiempo llevamos detenidos, etc., y añaden:

"Bueno, ustedes quédense". Luego añaden: "Tomen nota de lo que les quitamos para devolvér-

selo".

Luego, dirigiéndose a los Hermanos y al P. Inocencio, les ordenan: "¡En marcha!". Es la inmo-

lación de una Comunidad entera, casi todos los Hermanos son jóvenes que comienzan la vida

religiosa. Saben que el hecho de ser religiosos y de educar cristianamente a los niños y jóvenes

es el motivo de su sacrificio.

Los milicianos añaden al grupo al teniente coronel y al comandante de policía. Nuestras dies-

tras se alzan y nuestros labios pronuncian la absolución mientras trazamos una cruz. ¡Está

claro que son conducidos al martirio!"

* * * * *

Dios los probó y los halló dignos de El (Sab. 3,5) Por el testimonio de los guardias que han participado en la ejecución sabemos que a la una de la

madrugada, sin que nadie en el pueblo se dé cuenta, parte el grupo hacia el cementerio, lugar del

martirio. Es la procesión de la ofrenda de la vida para el sacrificio. Cuatro de los Hermanos tienen

menos de 26 años y el de más edad es el director que tiene 46 años.

Subiendo por una pequeña cuesta en menos de diez minutos llegan al lugar de la inmolación.

Desde allí se divisa la Escuela, las luces están encendidas; es la primera vez que la ven desde su

detención.

Las puertas del cementerio están cerradas. El pelotón de fusilamiento ha sido reclutado en

pueblos vecinos. En Turón no han encontrado voluntarios para perpetrar semejante crimen.

Castañón envía a uno de los milicianos en busca del enterrador. A los diez minutos está de

vuelta con él. Abre la puerta y se queda fuera mientras a las víctimas se les ordena avanzar. Castañón

grita: "¡Adelante, más adelante!"

Son conscientes del momento supremo que están viviendo; rezan con emoción contenida. A sus

pies está la zanja y, entre las veinte cabezas que integran el pelotón que les apunta con sus armas, se ve

de fondo la escuela.

El martirio cruento, con derramamiento de sangre, no se improvisa, sino que se prepara con el

martirio cotidiano de la vida ordinaria, vivida generosamente al servicio de Dios y de los demás. La

vida de nuestros mártires ha sido una preparación para aceptar el martirio cruento. Cuando llega el

momento, van al suplicio y a la ejecución, no con la resignación del condenado, sino con el gozo de

quien va al encuentro del Señor.

Castañón grita: "¡Fuego!"

Dos descargas, realizadas a pocos metros de las víctimas, las derriban por el suelo. "Eran

magníficos, eran unos santos que no hicieron mal a nadie", confiesa uno de los que dispararon.

Castañón y "El Casín" los rematan a pistoletazos. Otro con una maza golpea en las cabezas de

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algunas víctimas que aún no han muerto. De un golpe separan la cabeza del Hno. Cirilo. Se ha

consumado el crimen.

Quince minutos ha durado la masacre. Castañón ordena al enterrador que tape la zanja con

tierra y se retire a su casa lo más pronto posible.

Las descargas han resonado fuertemente. Los más aterrados por los disparos son los presos que

aún quedan en la Casa del Pueblo. Entre ellos, los dos sacerdotes de la parroquia, que se han salvado de

morir a causa de su amistad con Leoncio Villanueva, jefe de la logia masónica. Este había pedido su

liberación.

En el valle corre la noticia de que los Hermanos de la escuela han sido fusilados por la noche en

el cementerio. El rechazo es unánime; incluso quienes simpatizan con la revolución lo califican como

"un hecho de repugnante crueldad, un acto inútil".

Pasados estos días, los espíritus se calman. El jueves 18, tres Hermanos (uno es el Hno.

Florencio, hermano carnal del Hno. Aniceto) recorren el camino seguido por los mártires desde la

cárcel al cementerio. Lo hacen en silencio, pensando en los sufrimientos de los mártires. Se arrodillan

en el cementerio. Terminado el viacrucis, besan con emoción y respeto la maza del martirio.

Se da vuelta a la página El 18 de octubre, los jefes de la revolución escapan como pueden, al ver que todo está perdido.

El viernes 19 los militares toman Turón sin disparar un solo tiro y la noticia del drama se extiende por

los alrededores. La sorpresa, la indignación y consternación aumentan a medida que se conocen los

hechos.

En los quince días que dura la "Revolución de Asturias" han sido asesinados 33 sacerdotes y

religiosos, entre ellos los ocho Hermanos de la comunidad de Turón, han sido destruidas 17 iglesias,

bombardeada la catedral y quemados el seminario y la casa del obispo.

La mayor parte de estas muertes se realizaron de forma premeditada y, en algunos casos, de

manera increíblemente cruel. Muchos otros sacerdotes y religiosos se salvaron escondiéndose en casas

de familias conocidas o huyendo a través de los montes.

El Hno. Visitador recorre las comunidades de Hermanos de la zona de Asturias recon-

fortándoles en momentos tan difíciles.

El 21 de octubre presencia el reconocimiento de los cadáveres, realizado por un grupo de

soldados con orden judicial. Los rostros de las víctimas parecen molidos a golpes de maza, incluso en

algún caso la cabeza está separada. "Era un espectáculo desolador", dirá posteriormente el párroco de

Turón, que asistió a la operación fúnebre.

Se les identifica por las iniciales de la ropa interior, pues los rostros están irreconocibles. La

descomposición de los cadáveres está muy avanzada, es necesario proceder con mucha precaución. Se

les coloca en cajas de madera y son sepultados en fosas individuales cavadas en otro lugar.

El Hno. Visitador escribe el 22 de octubre al Hno. Superior de la Congregación que reside en

Bélgica: "Los ocho Hermanos de Turón fueron fusilados el día nueve a la una de la mañana. Ayer se

hizo el reconocimiento de los cadáveres; cosa horrorosa. La comunidad y la escuela desaparecerán.

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

26

Con dificultad habrá Hermanos que quieran quedarse aquí. Ya le daré más detalles...".

Pero el Hno. Visitador se equivoca. Ha escrito profundamente impresionado por la muerte de

los Hermanos. La Escuela de Turón no se cierra. El mismo se quedará maravillado por las numerosas

cartas de Hermanos que le llegan de toda España pidiéndole que no se cierre la escuela y ofreciéndose

para ser enviados a Turón y ocupar los puestos de los que han sido asesinados.

Una semana más tarde, él mismo dirige una carta a todas las comunidades de Hermanos de

España diciéndoles: "La Escuela de Turón volverá a abrirse".

Ha comprendido que las obras de Dios no se terminan porque caigan algunos en la brecha.

Recuerda que Juan Bautista de La Salle había escrito a los Hermanos: "El pago que deben esperar por

haber hecho el bien al prójimo es la incomprensión, los ultrajes y las calumnias. Todo el agradeci-

miento que hay que esperar por haber instruido a los niños son las injusticias e incluso las persecu-

ciones y la muerte".

El 27 de octubre se captura a Castañón, antiguo alcalde y comisario de guerra en los quince días

que duró la llamada Revolución de Asturias. El Hno. Director de la Escuela de Mieres lo visita en la

cárcel.

Castañón confiesa la sorpresa que le causó la tranquilidad del grupo: "Los Hermanos y el Padre

Inocencio escucharon tranquilamente la sentencia y, con paso firme y sereno, fueron hasta el

cementerio sin pronunciar una queja, tanto que yo me emocioné".

Al preguntarle por qué los habían matado, Castañón responde que se lo habían mandado y que

él, a pesar de su buen temple, se conmovió hondamente pues nunca pensaron hacer lo que hicieron ni

llegar a tales extremos. Y mientras lo cuenta se le saltan las lágrimas.

Otro integrante del piquete de ejecución confiesa mientras está en la cárcel de Mieres seis

meses después: "La sentencia fue obra de unos cuantos desalmados, pues el pueblo nunca hubiera

consentido que asesinaran a los Hermanos, maestros de sus hijos. Por eso lo hicieron de noche y

forzaron a los que iban a ejecutarlos".

En los acontecimientos de la Escuela de Turón no se combate la escuela, en cuanto tal, sino su

orientación cristiana. No se quiere anular un instrumento de cultura popular sino una plataforma de

evangelización. Son asesinados por el solo delito de dedicarse a enseñar la religión.

Poco a poco se hace luz sobre los hechos. En los diarios se reemplaza el término "revolución"

por el de "persecución". La expresión "asesinato" se cambia por la de "martirio". Esto crea en la Iglesia

la conciencia de que los quince días revolucionarios han sido una gesta martirial.

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

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Se hacen las gestiones legales para trasladar los restos venerables a la casa donde habían dado

los primeros pasos en su seguimiento al Señor.

El 26 de febrero de 1935 se trasladan los despojos en un furgón funerario al cementerio del

noviciado de Bujedo, casa donde habían iniciado su vida religiosa.

Este sencillo traslado se convierte en un grandioso homenaje. La comitiva se detiene en varios

lugares del trayecto, aprovechando grupos de fieles para rezar al paso de los mártires. Acompañan el

traslado el Hno. Visitador y los 46 Hermanos de las comunidades de Asturias.

Al día siguiente se celebra una Misa en su memoria y se depositan los restos en el mausoleo

preparado aceleradamente en las semanas anteriores.

La escuela vuelve a abrirse en septiembre de 1935, normalizándose las clases y actividades

apostólicas. Los Hermanos siguen fieles en hacer la clase de religión todos los días e invitan a los

alumnos a ir a la Misa dominical de la parroquia.

Uno de los mártires, el Hno. Aniceto, es reemplazado por su propio hermano menor, también

Hermano de La Salle, el Hno. Florencio.

El 18 de julio de 1936 comienza la guerra civil en toda España. Otros Hermanos siguen los

pasos de los Mártires de Turón. 165 Hermanos de La Salle son asesinados en esos años de violencia y

enfrentamiento. Centenares de Hermanos son injuriados, azotados, vejados indignamente, llevando en

sus cuerpos las huellas del hambre y de los malos tratos de las cárceles y centros de tortura. Cincuenta

y cinco colegios dirigidos por los Hermanos son saqueados y otros seis incendiados.

El 29 de abril de 1990 el Papa Juan Pablo II declara beatos a los mártires de Turón, junto al

Hno. Jaime Hilario, quien obtiene la palma del martirio en Tarragona el 18 de enero de 1937.

* * * * * * *

Un milagro el día de la beatificación El 29 de abril de 1990, mientras el Papa Juan Pablo II beatifica a nuestros Hermanos Mártires,

un hecho prodigioso se realiza en Nicaragua por su intercesión, que posteriormente es declarado

milagro por el Papa.

Los hechos se desarrollan de la siguiente manera:

El 20 de febrero de 1989, el Departamento de Patología del Hospital de León, Nicaragua, revela

que Rafaela Bravo Jirón ("Payita") tiene un carcinoma adeno-escamoso muy avanzado en el útero.

Le informan a Payita que tiene cáncer y que le quedan sólo tres meses de vida. Un tratamiento

de rayos puede dilatar el final, pero este tipo de cáncer no se detiene en esta área sino que se extiende a

los riñones, intestino, vesícula y frecuentemente el paciente muere al invadir el tumor las vías urinarias.

El 13 de febrero de 1990 Payita es examinada de nuevo y se le da el diagnóstico de cáncer

cérvico uterino avanzado, inclasificable. Se le envía al Centro de Radioterapia, en Managua, para

efectuarle una sesión de 72 horas de radiaciones. Payita no la soporta por claustrofobia y pide que

suspendan la sesión a las 48 horas de iniciada.

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

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En abril, estando haciendo clase el Hno. Alejandro Zepeda, director del Colegio La Salle, se le

presenta un ex-alumno lloroso y le pide que visite a su novia, que está desahuciada por los médicos y le

han pronosticado una o dos semanas de vida solamente.

El joven le dice: "Hermano, usted no le conoce pero ella le conoce desde un día que usted visitó

a unos enfermos en el Hospital. Quiere hablar con usted y con la Hna. Mireyita, religiosa de la

Asunción".

El Hno. Alejandro toma la Eucaristía, unas estampas de los Hermanos Mártires de Turón, agua

bendita y una medalla de la Santísima Virgen. Van a buscar a la Hna. Mireyita y luego se encaminan a

la casa de Payita. Le encuentran muy angustiada.

Ella les dice: "Hno Alex, Hna. Mireyita... no quiero morir. Tengo cáncer, pero no quiero

morir... por favor ayúdenme espiritualmente".

Entonces, le ayudan a que se arrepienta de sus pecados y acepte la voluntad de Dios. Le

prometen llevarle un sacerdote para que reciba el sacramento del perdón. Le dan la comunión y se

calma, pero sigue llorando.

La Hermana sale a conversar con los familiares, mientras Payita le repite al Hno. Alejandro que

no quiere morir. Este le pregunta: "¿Crees en Dios? ¿Crees que Él te ama? ¿Crees en la Virgen María,

nuestra Madre?" A todas las preguntas responde: "¡Sí!".

Prosigue: "¿Crees en Jesús? ¿Crees que El murió por amor a nosotros?" Responde: "¡Sí!".

Le dice: "Por la fe que tienes y porque sabes que Dios te ama y nos manda pruebas para

fortalecernos, pero sobre todo por su infinito amor, sé que te devolverá la salud. Vamos a pedírselo

por intercesión de los ocho Hermanos Mártires de Turón y del Hermano Jaime Hilario que van a

beatificar el próximo 29 de abril. Tienes que rezar diariamente el rosario a intención de los Hermanos

Mártires, pidiéndoles que intercedan por ti ante Nuestro Señor. Reza una novena con tu familia y tus

amigos a las 7 de la tarde, pues a esa hora los Hermanos rezamos en la comunidad y haremos la

novena".

El Hno. Alejandro le entrega las estampas y un tríptico de la vida de los Mártires. Le pide que

siga tomando los medicamentos y asista a las sesiones de radioterapia, ya que la fe no descarta la

medicina.

Los Hermanos inician la novena el 11 de abril. Al tercer día el Hno. Alejandro vuelve a

visitarla, pero Payita ha ido a la iglesia. Al regresar le saluda muy contenta pues la dosis de morfina ha

bajado notablemente junto con los medicamentos y ha ido a la iglesia a darle gracias a Dios.

Como al concluir la primera novena faltan diez días para la beatificación, comienzan una

segunda novena. Cada día le encomiendan a un mártir distinto, rezando el rosario y la oración que nos

ofrece la Iglesia.

Payita sigue yendo a Managua a las sesiones de radioterapia y le encuentran mucho mejor.

Nueve Hermanos son proclamados Santos

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Hermanos Lasallistas Mártires de Turón- España

29

El Hno. Alejandro declara: “El lunes 30 de abril, a las 9 a.m. Payita me llama por teléfono

para decirme que el día anterior (domingo 29) se había sentido muy mal, creyó que se moriría. En

toda su enfermedad nunca había sentido un dolor tan agudo como el de ese día. Rezó con devoción la

oración a los Mártires.”

De repente sintió como si un cuerpo extraño saliera de su vagina y se desmayó. Me llamaba

para contarme lo sucedido y manifestarme que se sentía mejor.

Le dije: "Payita, ayer fue la Beatificación de los Mártires de Turón y del Hno. Jaime Hilario".

Ella emocionada exclamó: "Entonces, ese dolor fue el milagro" y lloró.

El Dr. Claudio Silva me comenta: "Es curioso que esta joven se haya salvado. A estas alturas

debería estar muerta; todas las que ingresaron con ella ya han fallecido".

Su hermana Cony atestigua: "Sintió un fuerte dolor y un gran deseo de ir a defecar. Creyó

morir y como pudo, ayudada por las enfermeras, fue al servicio higiénico y allí sintió que salía de ella

una especie de cuerpo extraño y se desmayó. Las enfermeras le ayudaron y, cuando volvió en sí, ya no

sangraba y sintió una mejoría. Era el 29 de abril, día en que terminaba la novena. Unos días después

se sintió mucho mejor".

El 9 de noviembre de 1995 la Consulta Médica de la Congregación para las Causas de los

Santos declaró que la curación de Rafaela era inexplicable en el estado actual de la ciencia. Lo cual

significaba, en la práctica, reconocer la curación como milagro.

El 20 de marzo de 1998, los teólogos reconocieron milagrosa la curación de Rafaela, teniendo

por intercesores a los Hermanos Mártires de Turón y al Hno. Jaime Hilario, mártir en Tarragona.

El Papa Juan Pablo II canonizó a nuestros Hermanos Mártires el domingo 21 de noviembre de

1999, declarándolos santos ante la Iglesia Universal.

SANTOS HERMANOS MÁRTIRES DE TURÓN

RUEGUEN POR NOSOTROS