el árbol tutifruti

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Texto e ilustraciones Eva Iranzo

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Llegó el verano y los árboles del Señor Pérez están revolucionados al ver sus primeros frutos. Pero hay uno que está triste por que no hay ni rastro de ellos y es normal, puesto que se trata de un sauce. Pronto empezarán las burlas, pero con ayuda de sus amigos vivirá una experiencia que no podrá olvidar jamás.

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Page 1: El árbol tutifruti

Texto e ilustraciones

Eva Iranzo

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EL ÁRBOL TUTIFRUTI

TEXTO E ILUSTRACIONES

EVA IRANZO

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La primavera había llegado y el señor Pérez miraba orgulloso sus tierras. Los campos, sembrados de verduras y hortalizas, em-pezaban a teñirse de diferen-tes tonos verdosos. En el aire comenzaban a oírse los primeros cantos de pájaro.

Un conejo sacaba su hocico de la madriguera y respiraba profun-damente mientras se frotaba con energía los ojos, como despertando de un largo sueño. Un poco más allá, había un grupo de árboles frutales que empeza-ban a mirar asombrados sus ramas pobladas de flores de diferentes colores. Todo era nuevo para ellos.

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Pasaron tres meses y llegó el verano. Un sol abrasa-dor caía sobre los campos del señor Pérez. Los animales que por allí vivían buscaban desesperados algo de sombra, pues el calor era

insoportable. En la zona de los árboles había un gran estrépito. Unos pequeños frutos asomaban en el lugar donde antes habían aparecido sus prime-ras flores. Un manzano lucía orgulloso sus ramas abarrotadas de pequeñas manzanas.

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Pasaron tres meses y llegó el verano. Un sol abrasa-dor caía sobre los campos del señor Pérez. Los animales que por allí vivían buscaban desesperados algo de sombra, pues el calor era

insoportable. En la zona de los árboles había un gran estrépito. Unos pequeños frutos asomaban en el lugar donde antes habían aparecido sus prime-ras flores. Un manzano lucía orgulloso sus ramas abarrotadas de pequeñas manzanas.

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El peral y el ciruelo compara-ban sus frutos y apostaban cuál de ellos era más grande.

El cerezo miraba sus frutos con asombro, pues era el único en el que brotaban de dos en dos.

Justo al lado de ellos había otro árbol. Era, con diferencia, más grande y her-moso que los demás. Lucía una copa majestuosa y unas ramas largas y elegantes, con hojas que parecían hilos de agua como si de una fuente se tratase. Pero a pesar de todo estaba triste, y eso se debía a que en sus ramas no había ni rastro de frutos. Y era normal, puesto que se trataba de un sauce.

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Los demás árboles, después del júbilo que armaron al descubrir sus frutos, se dieron cuenta de que su vecino carecía de ellos. En seguida empezaron las burlas.–¡Mirad ese árbol chicos!–dijo el joven manzano apuntando al sauce de manera acusadora con una de sus ramas.

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–¡Vaya!–exclamó el pequeño ciruelo con un aire burlón-¿De qué sirve un árbol tan grande si no da frutos?

–¿No os lo imagináis?-preguntó el peral.

–¡Pues claro!–respondió el cerezo–el señor Pérez lo convertirá en leña para calentar su hogar durante el invierno.

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–¡Oh qué miedo!–exclamó el manzano cubriéndose los ojos con sus ramas– ¡vendrá a por mí cuando esté durmiendo, sacará su hacha y me cortará por la mitad–dijo mientras se cubría los ojos aparentando una enorme barraquera.

Los demás árboles estallaron en carcajadas. Y así, el joven sauce empezó a sentirse triste y solo.

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Pasaron tres meses y llegó el verano. Un sol abrasa-dor caía sobre los campos del señor Pérez. Los animales que por allí vivían buscaban desesperados algo de sombra, pues el calor era

insoportable. En la zona de los árboles había un gran estrépito. Unos pequeños frutos asomaban en el lugar donde antes habían aparecido sus prime-ras flores. Un manzano lucía orgulloso sus ramas abarrotadas de pequeñas manzanas.

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Pasaron los días y los frutos crecían cada vez más, hasta que se hicieron frescos y ju-gosos. Por otra parte, las burlas no cesaban. Poco a poco habían lo-grado aislar al joven sauce. Se en-contraba sin amigos, aburrido y

cansado de las burlas de los demás árboles. Pero lo que más temía por fin llegó: la visita del señor Pérez. Era un hombre robusto y con semblante bonachón. Una a una miraba las frutas que colgaban de las ramas de los árboles:

–¡Buenos chicos!–decía mientras daba unos golpecitos a los troncos-un par de días más y todo estará listo para la recolecta.

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Pasaron tres meses y llegó el verano. Un sol abrasa-dor caía sobre los campos del señor Pérez. Los animales que por allí vivían buscaban desesperados algo de sombra, pues el calor era

insoportable. En la zona de los árboles había un gran estrépito. Unos pequeños frutos asomaban en el lugar donde antes habían aparecido sus prime-ras flores. Un manzano lucía orgulloso sus ramas abarrotadas de pequeñas manzanas.

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–Pero tu...eres...¿un sauce?–dijo mientras observaba al árbol por todos los costados.

Pero su rostro cambió de expresión cuando dirigió su mirada hacia el sauce.

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Después de analizarlo detenidamente por fin se convenció de que en efecto era un sauce. Pero, ¿qué hacía allí?, ¿no había plan-tado en aquella parcela solo árboles frutales? Seguramente se le habría pasado por alto cuando los compró en la tienda.

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Al rato de meditar un poco tomó una terri-ble decisión:

–Cuando crezcas un poco más me servirás de leña para el invierno.

Esas palabras se clavaron en el sauce como si fueran diminutos cristales. Tenían razón los demás árboles, no servía para nada, solo para proporcionar leña. Tal vez fuera lo mejor, ya que allí no tenía amigos ni a nadie con quien com-partir los días calurosos del verano.

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Pero estaba equivocado. Los pájaros, ardillas y conejos que por allí pasaban en busca de un poco de sombra, vieron al enorme sauce. Poco a poco los pajarillos se fueron po-sando en las ramas del árbol. Los conejos y ardillas se iban sentando cerca del tronco para resguardarse del terrible calor que caía sobre los campos. El sauce estaba encantado, por fin tenía compañía, por fin podía compartir los inter-minables días del verano. Rápidamente los animales se hicieron sus amigos. Ellos le con-taban historias que ocurrían más allá de las montañas que el sauce veía desde su campo y él, a cambio, les proporcionaba una agradable sombra.

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Pero alrededor de él los ánimos no eran los mismos. Los demás árboles estaban indignados, pro-testaban constantemente e intentaban agarrar con sus ramas a los animales que pretendían coger sus frutos. Y es que hacía mucho calor y los animales tenían sed.

¿Había algo mejor que coger los frutos jugosos y sabrosos y comerlos bajo la agradable sombra del sauce? A pesar de las amenazas de los árboles, de los zarpa-zos y demás intentos por atraparlos, los animales lo-graban darse auténticos manjares.

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En seguida, a los pies del sauce se podían ver infini-dad de huesos de cerezas, ciruelas y semillas de manzanas y peras.

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Y así pasó el verano. Llegó el día en el que todas las frutas ya estaban lo suficientemente maduras y el señor Pérez fue a recolectarlas.

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Pronto llegó el otoño y con él la caída de las hojas.

Los conejos volvían a sus madrigueras, los pájaros emigraban a otros lugares más cálidos y las ardillas se alejaban a no se sabe qué lugar.

Con la caída de la hoja llegaron las lluvias y con ellas el viento. Los huesos y semillas que los animales habían dejado en los pies del sauce, poco a poco se fueron enterrando.

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En seguida llegó el invierno. Los árboles sentían en sus ramas que el aire cada vez se hacía más denso y frío. Por ello, se preparaban para su llegada ya que ese año se preveía un largo y helado invierno.

Y así fue. Aunque los árboles no lo apreciaron ya que se sumieron en una especie de letargo, hasta que los primeros rayos de sol que trajo la primavera del año si-guiente los despertó de su largo sueño.

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Los árboles empezaron a lucir orgullosos sus flores. Se reían del sauce por que éste no las tenía. Pero estaban equivocados. El sauce tenía las ramas llenas de flores, de varios tamaños y colores, pero ellos no las podían ver debido a que se camuflaban debajo de sus pobladas ramas. El verano llegó igual de

caluroso que el pasado. Los pájaros, conejos y ardillas vol-vieron a saludar al sauce, Pero los animales se quedaron asombrados al ver sus ramas pobladas de toda clase de frutos: manzanas rojas y jugo-sas, peras repletas de agua en su interior, ciruelas carnosas y cerezas tan brillantes que pa-recían caramelos. 25

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Los animales no eran los únicos que estaban asombrados. Los demás árboles frutales no podían explicarse cómo había sucedido tal hecho.

Pero en realidad no había nada extraño. La cosa estaba bien clara; durante el verano pasado los animales comían los frutos en las ramas y alrededor del sauce, y éstos tiraban huesos y semillas a sus pies. En el otoño, a causa del aire y las lluvias, los huesos se fueron enterrando y durante el in-vierno las semillas se fueron preparado para así germinar a la llegada de la primavera. Por eso el sauce había dado toda clase de frutos.

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Cuando el señor Pérez hizo su aparición quedó asombrado al ver al árbol repleto de frutas variadas. Permaneció un buen rato observándolo y de repente dirigiéndose a los demás les dijo:

–Creo que ya no os voy a necesitar, con el sauce tendré todas vuestras frutas en un solo árbol. Ya pensaré luego qué hacer con vosotros.

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Los árboles frutales miraban con resignación al sauce, pues se había convertido en un majes-tuoso árbol, con el añadi-do de las frutas, que le proporcionaban un gran abanico de colores, ha-ciéndolo todavía más bello.

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Y así, el sauce pasó sus veranos acompañado de sus amigos los animales y nunca más volvió a sentirse triste y solo.

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Texto e ilustracionesEva Iranzo

Texto e ilustraciones

Eva Iranzo