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307 El boxeador, el encordado, la derrota Gabriel Bernal Granados Lorenzo García Vega El oficio de perder Ediciones Espuela de Plata Sevilla, 2005, 559 pp. ISBN: 84-96133-47-8 E n EL LIBRO PERDIDO DE LOS ORIGENISTAS , Antonio José Ponte dedica uno de los capítulos de la historia de Orígenes a Lorenzo García Vega. La razón principal de este aparente desvío del canon origenista, que tiene en Lezama Lima, Virgilio Piñera, Eliseo Diego y Cintio Vitier a sus evange- listas principales, acaso se encuentre en el terreno de las deudas. Ponte, en efecto, confiesa deber parte fundamental de su comprensión de Orígenes a un libro de Lorenzo García Vega en que el autor demuestra la imposibilidad de historiar un fenómeno que cae fuera de la historia. No tanto porque Orígenes fuese el brote autén- ticamente insular dentro de una fantasma- górica vanguardia latinoamericana, sino por algo mucho peor que esto. Lorenzo García Vega, en su libro Los años de Orígenes, «se encarga de devastar el grupo de gestos que Lezama y otros origenistas, él mismo entre ellos, ordenaran». Esto significó derribar un mito dominado por la envoltura de lo sublime y, por los años inmediatos a la publicación del libro (1979), una traición imperdonable a la patria origenista. Antes, hacia fines de los 60, García Vega había partido al exilio y, con el tiempo, para algunos escritores de la siguiente promoción cubana, se convertiría en el modelo del escritor exiliado. A decir verdad, García Vega se convertiría en algo más que eso. Más allá de las figuras encarnadas por Eliseo Diego y Gastón Baquero, origenistas que murieron en el exilio, Lorenzo García Vega se convirtió en el estigma del escritor cubano, no sólo desengañado del mito sino hacedor de la contraparte del mito que esa actitud genera. Ponte, haciendo eco de la nomenclatura del propio Lorenzo, lo propone no-escritor, y razona sus motivos: «El no-escritor escribe pero borra, hace borrando, afirma en una oración lo que negará en la siguiente, tiende a un cero de escritura. Evita así la fama, la famita, esa suma de malentendidos». Aunque esas líneas se refieren a Los años de Orígenes, un libro que le valió a García Vega esa suerte de ostracismo con que se castiga a quienes infringen el protocolo de las repúblicas letradas latinoamericanas, la forma en que desmontan la poética y la ética de García Vega se aplica a las mil mara- villas a una continuación ancilar de esa pri- mera novela de memorias que su autor, fiel a la tradición del No a la que pertenece, ha titulado El oficio de perder. Como muchos otros libros de escritores cubanos en el exilio, éste ha sido publicado en México. Sus 570 páginas representan un desafío a la perseverancia de sus lectores hipotéticos y, por otro lado, una decepción para quienes presuman encontrar en él las páginas que faltaban al desfile origenista. Al reseñar su infancia, su adolescencia y su «juventud» —que Lorenzo traduce a una Cabeza de Oro, a sus Hombros y sus Brazos de Plata y a su Torso de Cobre, en un cuadro de correspondencias gigantescas entresacado de la imaginación de Giorgio de Chirico—, el autor nos entrega una gramática: un manual adjunto para leer entre las líneas de su estilo repetitivo y adverso. Pero, ¿adverso a qué? En primer lugar, a la propia persona; en segundo, a la escritura misma. Los recuerdos circulares que hilvanan la espiral del libro, las digresiones, los retornos, la pulsación del obseso que recuerda y a un tiempo anula sus recuerdos, las citas mismas y la ausencia de un hilo conductor definido constituyen los argumentos que tiene Lorenzo García Vega para descreer de la linealidad de la prosa. Su negación de la posibilidad del relato, y de los subgéneros que el relato subordina, no buena letra encuentro buena letra

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El boxeador, el encordado,la derrotaGabriel Bernal Granados

Lorenzo García VegaEl oficio de perderEdiciones Espuela de PlataSevilla, 2005, 559 pp.ISBN: 84-96133-47-8

En EL LIBRO PERDIDO DE LOS ORIGENISTAS,Antonio José Ponte dedica uno de los

capítulos de la historia de Orígenes aLorenzo García Vega. La razón principal deeste aparente desvío del canon origenista,que tiene en Lezama Lima, Virgilio Piñera,Eliseo Diego y Cintio Vitier a sus evange-listas principales, acaso se encuentre en elterreno de las deudas. Ponte, en efecto,confiesa deber parte fundamental de sucomprensión de Orígenes a un libro deLorenzo García Vega en que el autordemuestra la imposibilidad de historiar unfenómeno que cae fuera de la historia. Notanto porque Orígenes fuese el brote autén-ticamente insular dentro de una fantasma-górica vanguardia latinoamericana, sino poralgo mucho peor que esto. Lorenzo GarcíaVega, en su libro Los años de Orígenes, «seencarga de devastar el grupo de gestos queLezama y otros origenistas, él mismo entreellos, ordenaran». Esto significó derribar unmito dominado por la envoltura de losublime y, por los años inmediatos a lapublicación del libro (1979), una traiciónimperdonable a la patria origenista.

Antes, hacia fines de los 60, García Vegahabía partido al exilio y, con el tiempo, paraalgunos escritores de la siguiente promocióncubana, se convertiría en el modelo delescritor exiliado. A decir verdad, García Vegase convertiría en algo más que eso. Más alláde las figuras encarnadas por Eliseo Diego yGastón Baquero, origenistas que murieron

en el exilio, Lorenzo García Vega se convirtióen el estigma del escritor cubano, no sólodesengañado del mito sino hacedor de lacontraparte del mito que esa actitud genera.Ponte, haciendo eco de la nomenclatura delpropio Lorenzo, lo propone no-escritor, yrazona sus motivos: «El no-escritor escribe peroborra, hace borrando, afirma en una oraciónlo que negará en la siguiente, tiende a uncero de escritura. Evita así la fama, la famita,esa suma de malentendidos».

Aunque esas líneas se refieren a Los añosde Orígenes, un libro que le valió a GarcíaVega esa suerte de ostracismo con que secastiga a quienes infringen el protocolo delas repúblicas letradas latinoamericanas, laforma en que desmontan la poética y laética de García Vega se aplica a las mil mara-villas a una continuación ancilar de esa pri-mera novela de memorias que su autor, fiela la tradición del No a la que pertenece, hatitulado El oficio de perder.

Como muchos otros libros de escritorescubanos en el exilio, éste ha sido publicadoen México. Sus 570 páginas representan undesafío a la perseverancia de sus lectoreshipotéticos y, por otro lado, una decepciónpara quienes presuman encontrar en él laspáginas que faltaban al desfile origenista. Alreseñar su infancia, su adolescencia y su«juventud» —que Lorenzo traduce a unaCabeza de Oro, a sus Hombros y sus Brazosde Plata y a su Torso de Cobre, en un cuadrode correspondencias gigantescas entresacadode la imaginación de Giorgio de Chirico—, elautor nos entrega una gramática: un manualadjunto para leer entre las líneas de su estilorepetitivo y adverso. Pero, ¿adverso a qué? Enprimer lugar, a la propia persona; ensegundo, a la escritura misma. Los recuerdoscirculares que hilvanan la espiral del libro,las digresiones, los retornos, la pulsación delobseso que recuerda y a un tiempo anula susrecuerdos, las citas mismas y la ausencia deun hilo conductor definido constituyen losargumentos que tiene Lorenzo García Vegapara descreer de la linealidad de la prosa. Sunegación de la posibilidad del relato, y delos subgéneros que el relato subordina, no

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es nueva, sino una constante de la literaturaa partir de los primeros años del siglo xx.Sin embargo, la novedad no es el propósitoque persigue García Vega. En su manera depresentar los hechos, o, como diría Ponte,los no-hechos de su vida, hay una afirmaciónde lo único que le es dable afirmar alescritor que escribe: la realidad de la escri-tura, como fenómeno autónomo separadoinclusive de la realidad de la que se escribe,sea ésta la realidad de la Playa Albina o larealidad de los acontecimientos mentalesque se presentan por la mañana, o por lanoche, en calidad de pesadillas, recuerdoso simplemente ideas. Una de las intuicionesnotables de El oficio de perder gira precisa-mente en torno a la materialidad de lanada, a la sustancia literaria de algo tananodino y cotidiano como el cadáver de calde las paredes de la propia casa. «Mirar lasparedes, sentado, es una de las cosas quemás me ha gustado hacer durante casitodas las partes de mi estatua», dice. «Mirarsentado, como si oyera la música de JohnCage. Y volviendo a la posible influencia delos jesuitas, me vuelvo a esta cita de ClariceLispector, que tanto me gusta: «Voy a crearlo que sucedió. Sólo porque vivir no esnarrable. Vivir no es vivible. Tendré quecrear sobre la vida». Nadie mejor queGarcía Vega para suscribir esas frases.

Su curriculum vitae subyace en lasrazones de este largo monólogo. El exilio,para García Vega, comenzó en España en el68; continuó en Nueva York, donde fueportero de la tienda Gucci, y perdura enMiami, donde el otrora iniciado en el ritualorigenista trabaja como bag boy en unatienda de la cadena Publix. La disidenciade García Vega, su negación a ultranza, esuna de las razones que lo han vuelto tanatractivo a la nueva generación de escri-tores y poetas cubanos. Ven en él uneslabón con una tradición suya inimagi-nable ahora —la de Lezama Lima y VirgilioPiñera, que es a su vez una continuación dela tradición de Martí y Julián del Casal, esdecir, una tradición que reúne a losopuestos— y al mismo tiempo la posibi-lidad de la crítica a la tradición desde la tra-dición misma. Si Virgilio Piñera, con tanta

sorna como sordina, había denunciado elridículo en que incurrían con no poca fre-cuencia sus compañeros de aventura,García Vega desveló en su momento lasmiserias y la hipocresía que se escondendetrás de toda apostura literaria. El hechode que se haya concebido a sí mismo comouna estatua de varios metales es demasiadosignificativo para pasarlo por alto. Él mismoestá hecho de los materiales que aborrece;él mismo, no-escritor escritor, escribe, y sesobrepone con ello a la falta de sentido deque habla Clarice Lispector. Su verdaderafiliación intelectual y estilística se encuentraen los proyectos abolidos de MacedonioFernández y en las reiteraciones obsesivasde las no-novelas de Thomas Bernhard.

El no-libro de Lorenzo García Vega, portanto, tiene un tema. Las centenares depáginas de prosa de su Oficio están marcadaspor algo que aquí no semeja tanto unestigma vital como una cifra poética: el fra-caso. La palabra acaso sea demasiadorotunda. El habitante de Playa Albina pre-fiere, para nombrar su oficio, un verbomucho más simple que aquel sustantivo:perder. El «oficio de perder» al que serefiere, con sarcasmo, Lorenzo, se pareceríaal de un boxeador de la vieja guardia, deesos que se ganaban la vida aceptandosoborno para dejarse caer. ¿No es el escritorel eterno contrincante que muerde el polvouna y otra vez, pese a encontrarse en condi-ciones óptimas para alzarse con el triunfo?García Vega, como el argentino MacedonioFernández o el peruano Julio RamónRibeyro, hacen de su oficio de escritoresuna profesión de pérdida. Profesión per-dida o condenada, pues la presa, en la escri-tura, parece situarse siempre por encima desus posibilidades de aprehenderla. Los tres,sin embargo, son escritores enamorados dela línea quebrada y de la recta. Su prosa sefragmenta o se acumula, según la necesidady el caso. Viven bajo el imperio de la sorna yel títere. Y el Dios que mueve sus hilos es eldescreimiento. Después de Nietzsche, ahídonde los demás ven ideales, ellos ven lascosas «humanas, demasiado humanas».

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pierde sale por la puerta trasera con susavíos en una petaca, dolor de puños y untajo sobre la ceja. Al que gana, en cambio,le espera la fama, «la famita, una suma demalentendidos». Uno y otro, sin embargo,son necesarios para la continuidad delespectáculo. Lorenzo, total descreído,hace tiempo que ha declinado ser ven-cedor o vencido. Con este libro, que esante todo una declaración de principios,ha abolido no sólo a los contrincantes,sino al referee, a los espectadores y al encor-dado mismo. Con su l ibro vacío, enausencia de la Obra, ha planteado losmotivos de su caminar autista, postergán-dose a cada paso, sin darse alcance nunca.Ponte no lo dice en su ensayo, porque lapresa se le hurta. Lorenzo es un escritor,una persona escurridiza. Para hablar de élhay que hablar de Orígenes; pero tambiénhay que olvidarse de eso. Su signo es el dela ausencia —de los diccionarios, de lasfotos, de las memorias de la Isla—. Perotambién es el exilio. Quien se exilia comose exilió García Vega a finales de los 60, esporque prefiere no-estar, no querer serparte de esto ni de aquello. Es una actitudcrítica tan natural como requerir de oxí-geno para seguir respirando, en unaatmósfera de por sí irrespirable. Hemosromantizado en demasía la voluntad deexilio, tanto, que hemos perdido de vistasu lado necesario y bienhechor. No habríaliteratura moderna en lengua inglesa sinlos destierros premeditados de Joyce, Ger-trude Stein, Ezra Pound, T. S. Eliot,Wyndham Lewis y Joseph Conrad. No habríatampoco literatura cubana actual —almenos no una parte sustantiva de ella— sinla diáspora prefigurada por el destierro deGarcía Vega. ¿Será que el transtierro se haconvertido en un género, en una formacomplementaria e inconsciente de diseñarla propia escritura? Tal vez.

El oficio de perder es uno de esos libros quefueron escritos para ser leídos únicamentepor sus autores, en el momento extraño,arquitectónico, de su composición. Estacontrariedad aparente —que proviene de lamente inobjetable de Valéry— confirmaaquí los reales de su procedencia. ■

Para una historiade la Historia dela literatura cubanaJorge Luis Arcos

Instituto de Literatura y Lingüística«José Antonio Portuondo Valdor»Ministerio de Ciencia, Tecnologíay Medio AmbienteHistoria de la literatura cubanaTomo I. La Colonia: desde los orígenes hasta 1898601 pp., ISBN: 959-10-0779-5.

Tomo II. La Literatura cubanaentre 1988 y 1958. La República832 pp., ISBN: 959-10-0869-4.Editorial Letras CubanasLa Habana, 2002 y 2003, respectivamente

En los años 2002 y 2003 aparecieronlos dos primeros tomos de la Historia de

la literatura cubana: La Colonia: desde los orí-genes hasta 1898 y La literatura cubana entre1899 y 1958. La República. Y es de esperarque muy pronto aparezca el tercer y últimotomo de la época de la Revolución. Loslibros han sido finalmente editados por elacucioso y paciente editor de LetrasCubanas, Rinaldo Acosta, y tienen ambosun hermoso diseño de Alfredo Montoto,lástima que la calidad del papel gaceta —como el de las antiguas edicionesHuracán— deje mucho que desear parauna empresa de esta naturaleza y, másinconcebible aún, se hayan hecho unastiradas casi simbólicas; todo ello para unlibro que se supone que deba ser consul-tado masivamente e integrado a todos losniveles de la educación. Es curioso que enun país donde se proclama que existe unabatalla de ideas y un alto nivel educacional ycultural, se publique una Historia de la litera-tura cubana casi diez años después de serconcluida, con un papel perecedero ytiradas casi clandestinas.

Esta Historia… fue realizada en el Insti-tuto de Literatura y Lingüística de la antigua

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Academia de Ciencias de Cuba, hoy Ministeriode Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, porun amplio colectivo de investigadores, ycontó con algunos valiosos consultantes,entre ellos uno que fue muy útil, Rine Leal.Como tuve el privilegio de participar enesta ambiciosa empresa, quisiera hacer enparte su historia , a la vez que realizaralgunas valoraciones de sus límites y obje-tivos fundamentales.

Lo primero que debe destacarse es sudirección por parte de José Antonio Por-tuondo, conocido crítico marxista, quehabía brevemente incursionado en unaempresa similar con su nada loable Bos-quejo histórico de las letras cubanas (1960),aunque sí con algunos valiosos ensayosrecogidos en su Capítulos de literaturacubana (1981). Otra empresa semejante,acometida también en el Instituto de Lite-ratura y Lingüística, fue Perfil histórico delas letras cubanas desde los orígenes hasta1898 (1983), dirigida por Mirta Aguirre,quien también tuvo la dudosa responsabi-lidad de llevar a cabo los dos tomos delDiccionario de Literatura cubana (1980,1984) concebidos por Portuondo. Digo«dudosa» porque a ella se debe la lamen-table y escandalosa exclusión de nume-rosos autores que se habían marchado delpaís o disentían de la política de la Revolu-ción. Pero, en la edición interna de lasfichas para el diccionario no se habíaexcluido a nadie, de tal forma que al rein-corporarse Portuondo a la dirección delInstituto, a su regreso del Vaticano y yamuerta Mirta Aguirre, el autor de Heroísmointelectual lamentó lo sucedido, y tanto lapresente Historia… como un diccionariode autores de la época de la Revolución —ya concluido aunque no publicado— nocometen el mismo pecado. Sin embargo,aunque en la presentación del primertomo se destaca la dirección del críticoaludido, esto no pasa de ser una universaly usual cortesanía. Sí decidió, digamos, susuperobjetivo: realizar una historia de laliteratura desde la perspectiva del procesogradual de revelación de una concienciade nacionalidad, objetivo que puede sercuestionado pero no negado del todo en

un pueblo joven como es Cuba. Creo que esjusto reconocer que fueron Cira Romero,entonces subdirectora del Instituto, y,sobre todo, Ricardo Hernández Otero,entonces jefe del Departamento de Litera-tura, los que diseñaron y coordinaron laobra, con la ayuda de los directores decada tomo: Colonia, Salvador Arias; Repú-blica, Enrique Saínz, y Revolución, SergioChaple. Como participante de este pro-yecto puedo dar fe del rigor con que seacometió esta importante empresa queduró alrededor de cinco años (1988-1993),tiempo fatal si lo hubo, porque coincidiócon el segmento temporal más desastrosodel llamado Período Especial.

Sin embargo, un hecho vino a mediardecisivamente la concepción y la realizaciónde esta Historia…, por parte de la direcciónde la Academia de Ciencias de Cuba. Inicial-mente, la Historia… había sido concebidacomo un proyecto de investigación a largoplazo, de manera que, a la vez que se reto-marían las historias precedentes y el conoci-miento ya establecido por ensayos e investi-gaciones anteriores, se irían llenando lasnumerosas lagunas que prevalecían en elconocimiento de diversas zonas de nuestroproceso literario. Fue entonces cuando,desde la dirección de la Academia, sedecidió que la Historia… debía ser realizadaen cinco años para su inmediata publica-ción. Esta imposición burocrática, queaceptó Portuondo, le dio un vuelco total alproyecto. Al constreñirse a un período decinco años, se impedía que se realizara unaverdadera y necesaria labor investigativa, ala vez que se obligaba también a que la obrafuera redactada por una mayor cantidad deautores, algunos muy jóvenes y sin ningunaexperiencia en estos menesteres, lo quetraería consigo desniveles de contenido yuna diversidad de estilos. Esto último setrató de disminuir al realizarse un trabajode equipo: cada texto debía ser leído y dis-cutido por todos los investigadores de cadatomo, por lo que la Historia… arrojó unbeneficioso resultado colateral que redundóen la formación profesional de muchosjóvenes investigadores. No obstante, lasuerte estaba echada… Es comprensible310

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que, acaso siguiendo el universal principiode la entropía, la calidad vaya disminu-yendo paulatinamente desde el primero altercer tomo. Sin duda, el más logrado es elprimero. En el segundo, se alcanzó almenos una loable acumulación de infor-mación, no realizada hasta entonces en laRevolución por el controversial olvido delvalioso período republicano de nuestrasletras. Y el tercero es francamente caótico,explicable ello en parte por la demasiadacercanía temporal de los sucesos histo-riados. Ello se acrecentó al no publicarsela obra concluida en 1993 hasta casi ¡diezaños después! Si se piensa que la informa-ción cerraba alrededor de 1989, pues,entonces el tercer tomo tendría, si sepublicara este año, casi quince años deretraso y, para colmo, se perdería toda laimportante labor de recuperación delconocimiento que ha tenido lugar en losúltimos años. Además, de haberse reali-zado la labor de investigación prevista ini-cialmente, hoy día ésta ya habría concluidoy se hubiera podido publicar una His-toria… más perdurable.

No obstante todo lo anterior, la publica-ción de estos dos primeros tomos de la His-toria de la literatura cubana supera concreces todo lo realizado anteriormente. Niel importante Panorama histórico de la litera-tura cubana (1967), de Max HenríquezUreña, ni las escolares historias de SalvadorBueno, Historia de la literatura cubana (1963),o Raimundo Lazo, La literatura cubana.Esquema histórico (desde sus orígenes hasta1966) (1967), por ejemplo, pueden nisiquiera aproximarse al valor cognoscitivoalcanzado por la actual. Las contribucionesgenerales más valiosas habían sido las reali-zadas por Rine Leal, con sus dos tomos deLa selva oscura (1975, 1982) y el ya clásicoLo cubano en la poesía (1958, 1970), deCintio Vitier, además de aportes monográ-ficos y diversos ensayos preexistentes. Dadolo costoso que resulta en cualquier partedel mundo la realización de empresas deesta naturaleza, es muy difícil que en unfuturo cercano puedan retomarse estostomos y retrabajarse. Pero, para ese futurodesconocido estos tres tomos de la Historia

de la literatura cubana pueden constituir unbuen punto de partida.

Decía que el primer tomo era el máslogrado. Recuerdo que, por ejemplo, parala redacción del epígrafe «1. Primera etapa:1790-1820. La Literatura en la etapa del pro-ceso de institucionalización literaria (predo-minio del neoclasicismo)», traté de realizaruna investigación lo más exhaustiva posiblede la poesía de ese momento tan neblinoso.La paciente lectura del Diccionario biográficocubano, de Francisco Calcagno, arrojó por sísola muchos nombres de poetas práctica-mente desconocidos. Otro problema fasci-nante era el de los pseudónimos, algunos delos cuales pude descifrar. Para el enfoquecosmovisivo fue imprescindible la lectura deEl ingenio, de Manuel Moreno Fraginals.También muy útil fue la consulta de Floroculta de poesía cubana, de Cintio Vitier yFina García Marruz. Pero, acaso la sorpresamayor fue la relectura que realicé deManuel de Zequeira, uno de los textos queme ha complacido más escribir. Creo queidentificar, sin más, a Zequeria sólo como elautor de «Oda a la piña» reduce muchísimola interesante imagen de este extrañoespañol de ultramar. En textos posteriores hellegado a sugerir que a partir precisamentede una nueva lectura de Zequeira pudierarealizarse, incluso, una historia de la litera-tura cubana, diferente. Ah, sí, el autor deese poema surrealista, onírico, freu-diano…,«La ronda» —que serviría él solopara iniciar una mirada sobre la (des)iden-tidad, la invisibilidad, la marginalidad, laotredad en nuestra literatura—; de la her-mosa prosa poética «El reloj de LaHabana»; el siempre regañado (por Buena-ventura Pascual Ferrer) —problema de lacrítica llamada negadora—; nuestro primerloco poético («ponerse el sombrero deZequeira» para volverse invisible), quien secreía depositario de las joyas de los bor-bones, como un curioso antecedente denuestro Caballero de París; incluso pudieraser considerado como un escritor reaccio-nario o francamente conservador, en fin,todo un conjunto de factores que lo hacenmuy interesante para pensar e imaginar unanueva historia de la literatura cubana. ■

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Amar en alguna parteMiguel Cossío Woodward

Eliseo AlbertoEsther en alguna parteEspasa-CalpeMadrid, 2005, 200 pp.ISBN: 8467017597

En alguna parte, y en cualquier lugar,está, escondida en un caracol, la posibi-

lidad de amar y emprender otra vez la aven-tura de ser. Eso nos dice Eliseo Alberto Diego(Lichi) en su última obra, Esther en algunaparte o El romance de Lino y Larry Pó, finalistade la IX edición del Premio Primavera deNovela, otorgado recientemente en Españapor la Editorial Espasa Calpe y Ámbito Cul-tural/El Corte Inglés.

Este galardón, que se une al Premio Inter-nacional Alfaguara de Novela en 1998 y a otrosimportantes reconocimientos, muestra la con-solidación de un escritor que vive el exiliocomo un canto de amor a su tierra natal.

Desde su primera novela juvenil, La fogataroja, que mereció el Premio Nacional de laCrítica (Cuba, 1983), y especialmente apartir de La eternidad por fin comienza un lunes,de 1992, Lichi Diego se ha ido convirtiendoen una de las voces más frescas, auténticas ysólidas de la literatura hispanoamericanaactual; un autor cuyo registro esencial decubanía es un rasgo de universal vocaciónpor la vida, más allá de la miseria humana,con independencia de esa especie de holo-causto espiritual que generan las dictaduras.

Esther en alguna parte… es una novela degran originalidad, ubicada en el territoriopoco frecuentado de la ciudad de LaHabana, donde la tragedia revolucionariaes sólo un telón de fondo, un escenario porel que deambulan los duendes de lamemoria y la ensoñación. Allí se conservan,sugiere el autor, las ilusiones sencillas deunos personajes que se niegan a desapa-recer, a pesar del irremediable paso deltiempo y el tormentoso devenir de las cir-cunstancias sociales.

Escrita con excelente dominio del len-guaje literario, el texto fluye con agilidad yacertado balance entre la metáfora novedosay la expresión popular, en el difícil equilibrioentre la poesía y el habla cotidiana de loscubanos, al filo de la elaboración casi filosó-fica y el juego de la oralidad. La obra seaparta de la cuestión política, a veces mani-quea, que marca buena parte de la literaturacubana de los últimos tiempos, aunque en eltrasfondo se advierte, como sombra chi-nesca, la situación actual de la Isla.

No hay aquí un discurso anti o procas-trista, sino un magnífico cuadro de la vidaelemental, y al mismo tiempo trágica, dedos hombres viejos que se encuentran yentablan una amistad verdadera, unromance viril que momentáneamente lesune en el recuerdo y el ansia infatigable devolver a empezar.

Armada sobre las líneas generales de unapieza teatral, la novela rinde homenaje aVirgilio Piñera, uno de los grandes drama-turgos y narradores cubanos contemporá-neos. Se trata, en realidad, de una historiade amor, del amor que pudo ser y nuncafue, el que se perdió en la historia cotidianade la pareja de Lino Catalá y Maruja Sán-chez, o el que se quedó en el recuerdo vagoque Larry Pó guardó de Esther, su primeramor, en alguna parte, en el hueco infinitode su corazón.

Hay en esta obra un planteamiento másprofundo, y nostálgico, un afán de recu-perar y enaltecer el derecho a la ilusión y aldesencanto amoroso en la absurdamentellamada tercera edad. Maruja muere en unaúltima noche de amor y, veinticinco añosdespués, Lino Catalá se encuentra a LarryPó, un viejo estrafalario que cree en laamistad a primera vista. Larry es sólo una delas máscaras que usa Arístides Antúnez —enrealidad un actor mediocre, sin suerte—, ocualquiera de sus otras representaciones,encarnadas siempre por una especie dedonjuán criollo que ha tenido numerosasamantes, conquistadas bajo diversos nom-bres. «Lino, la vida es un simulacro. Laverdad es que he amado de cuerpo presentea 68 mujeres, sin contar a Esther. La mitadde ellas se murió y en paz descansa, la mitad312

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de la mitad se fue del país, y la mitad de lamitad de la mitad restante andan perdidas osé que no quieren verme ni en pintura…».

Con singular maestría, Lichi Diego leecha también una mirada irónica almachismo tropical, al que se dedican, entreotras, dos páginas verdaderamente antoló-gicas: «Hombre-hombre no baja al pozo.Hombre-hombre no come corazón ni tomasopa (si no tiene pólvora). Hombre-hombreno llora. Hombre-hombre no tiembla.Hombre-hombre no suda de manos.Hombre-hombre no se baña con esponja.Hombre-hombre no echa para atrás,hombre-hombre no se arrepiente de nada.Hombre-hombre no se muerde las uñas.Hombre-hombre no le tiene miedo a lacárcel. Hombre-hombre no compra flores nilas recibe. Hombre-hombre no se unta per-fume. Hombre-hombre no es chiva.Hombre-hombre no traiciona. Hombre-hombre pega tarros y qué…».

De igual forma, en la novela se juzgaduramente al machismo que apenas puedeocultar la necesidad de sentir intensamentela vida: «¡Idiotas! ¿Por qué detestan la sua-vidad de ese sentimiento glorioso que teablanda el esqueleto, ese temblor agridulceque te eriza la piel y te hace padecer unataquicardia ligerita?».

Larry Pó quiere volver a encontrarse conlas seis damas que todavía podrían estar dis-ponibles, abrigando la esperanza vana derehacer su vida con alguna de ellas. En ciertomodo, aunque no es el único fin de la novela,la obra es una metáfora del tiempo perdido yel ansia del ser humano por volver a empezaren el mismo punto difuso del ayer que nuncamás volverá. No falta, sin embargo, la refe-rencia necesaria al tema político, en parti-cular cuando Lino Catalá y Larry Pó cruzansus biografías respectivas y se dan cuenta deque ninguno de los dos ha tenido una partici-pación directa en los hechos fundamentalesdel llamado proceso revolucionario.

Son, en ese sentido, «dos cubanos insigni-ficantes, un extra de la televisión y un oscurolinotipista de imprenta, [que] habían transi-tado cuarenta y cuatro años por la orilla de laepopeya, postura que no respondía necesaria-mente a un juicio ideológico, en apariencia

contestatario o de agria indiferencia, sino acausales mucho menos sacralizadas: la His-toria nunca los tuvo en cuenta. Ellos tam-poco a Ella, justo es decirlo».

En este punto es interesante señalar quela literatura de Lichi rescata y celebra la vidaaparentemente común o intrascendente delser humano frente a los grandes aconteci-mientos de su tiempo. Los personajes deesta novela no son los héroes de una épicarevolucionaria, escasos y muchas veces ficti-cios, sino los seres contingentes, específicosy reales que, en definitiva, integran elmundo verdadero de la Historia, quienesexisten y hacen lo que Unamuno llamó laintra-historia, la trama subyacente de losacontecimientos.

La novela es un extraordinario homenajea la amistad, una virtud que, como lasombra vespertina, se ensancha en el ocasode la vida. En aras de esa forma genuina delamor, Lino Catalá se propone reencontrarpara Larry a la Esther de quien éste se ena-moró en la adolescencia y que está enalguna parte, tal vez en el perdido pueblode Arroyo Naranjo, adonde viajan un día yen el que Larry descubre que están muertossus muertos.

También él ha muerto varias veces, enpaz con su viejo corazón, y ahora deambulajunto a Lino Catalá, buscando en las tumbasdel ayer las semillas del renacimiento,porque el hombre es potencia, deseo,pasión por lo etéreo, esperanza de hallar auna Esther que le espera en alguna parte; ala vuelta, quizás, de una esquina cualquiera.Tal vez a estos viejos les quedan ocho meses,cuatro semanas, dos martes o unas horas devida, quién sabe; pero allí están, en LaHabana, caminando del brazo, de sombreroy con tenis, en la noble hermandad de loshombres sencillos. Y habrá que seguirloshasta las últimas líneas, porque el futuro essorpresa y el escritor es demiurgo querevuelve el destino.

La Esther… de Lichi Diego llega para colo-carse, sin duda, a la vanguardia de una pro-ducción literaria que trasciende los durostraumas de una revolución fracasada; la des-cripción superficial de una situación socialmarcada por la corrupción, el engaño y la

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prostitución vinculada al turismo, esa suerte depicaresca tropical que ha viciado algún sectorde la novelística cubana contemporánea.

En esta novela, Lichi nos habla de lasrazones más hondas de la existencia, lasúnicas que perduran en la estirpe humana,que son el amor, la compasión, el encuentroentre quienes fundan y crean el hilván deltiempo, de todo el tiempo, ese legadodichoso que nos dejó Eliseo Diego.

«Éste no es un libro. Quien lo toca estátocando a un hombre», escribió Whitman.Ésta no es una novela. Es un cubano, unamigo. ■

Transiciones que se bifurcanLaura García Freyre

Velia Cecilia Bobes y Rafael Rojas(coordinadores)La transición invisible.Sociedad y cambio político en CubaEd. Océano, México, 2004, 296 pp. ISBN: 970651905X

La publicación en méxico —donde,desgraciadamente, los imaginarios

sociales sobre la Revolución Cubana sitúansu crítica sobre la base de las imperfeccionesde las democracias y la eterna lucha de Davidcontra Goliat— de La Transición Invisible.Sociedad y cambio político en Cuba, coordinadopor Velia Cecilia Bobes y Rafael Rojas, nodebe pasar inadvertida, puesto que Cuba hasido escaso tema de investigación en lostextos clásicos sobre transiciones, inclusocuando el objeto de estudio es AméricaLatina. Los autores, desde diversas disciplinasy orillas, traen a la mesa de debates unanueva arista de las múltiples Cubas; sinembargo, la Cuba oficial sigue dominando yafecta la difusión de aquellas obras que,como La Transición Invisible, cumplen concreces los requisitos de calidad académica.

El libro subraya su interés por precisarlos conceptos, invita a llamar a las cosas por

su nombre, a distinguir los diferentesmomentos de un proceso y, con ello, clarificarel futuro y conducirlo hacia mayores probabi-lidades de éxito. Ciertamente, en opinión demuchos de nosotros, el debate cubano estásumamente empobrecido —salvo valiosísimasexcepciones en personas y espacios comoéste—, dando paso a protagonismos, gritos ymuy largos monólogos que desestiman losgrandes aportes de los científicos socialessobre los conflictos de su sociedad.

Desde la introducción se observa unsólido sostén teórico que se conserva a lolargo de toda la obra. Se establece la dife-renciación entre «cambio político» y «transi-ción a la democracia», subrayando que«cambio político» no implica, ni muchomenos, una «transición a la democracia».Para Bobes y para Rojas esta última consti-tuye una modificación tal en las reglas deljuego, que deviene en un nuevo orden polí-tico; por tanto, no consiste en el desplomede un sistema, ni mucho menos en lamuerte de su jefe máximo. La TransiciónInvisible se sustenta en un sólido basamentoteórico y en el análisis del dato duro, no enla fácil construcción ideológica. No se res-tringe a lo descriptivo, al pasaje rápido, a lafuturología fácil.

El libro comienza con «El sistema polí-tico cubano en los años noventa», de JorgeI. Domínguez, y «¿Mucho ruido y pocasnueces? El cambio de régimen político enCuba», de Eusebio Mujal-León y Joshua W.Busby. La clara exposición de estos autorescomprueba que el análisis de los conceptos«régimen político» y «sistema político» nosremite a dos vertientes del castrismo. Jorge I.Domínguez se refiere al «conjunto de institu-ciones, de grupos y de procesos políticoscaracterizados por un cierto grado de inter-dependencia recíproca» (Bobbio, Norberto;Diccionario de Política, Siglo XXI, México, p.1.464), así como a las principales caracterís-ticas de la política cubana en los 90, caracteri-zada por la búsqueda de un soporte políticopara que la élite en el poder siguiera gober-nando, y por una lenta transición políticaconstruida por los ciudadanos, lo que trajoconsigo su alejamiento del control del Estadoy del pcc, y, por último, la redefinición de la314

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política exterior para ganar adeptos yresistir las presiones de Estados Unidos, yasin el contexto que propiciaba la GuerraFría; de modo que los funcionarios del pcc,del Estado, del gobierno y de las organiza-ciones de masas, tienen, por lo regular,menos poder. La segunda cara del poder, laverdadera, es intensamente personal, per-mite pasar por encima de los marcos institu-cionales, y se obtiene por medio de la heroi-cidad y la influencia en los orígenes de laRevolución. El autor concluye, sin embargo,que ya hay una circulación de las élites y, entanto que las instituciones se han debilitado,un ciclón político se avecina.

Por su parte, Eusebio Mujal-León yJoshua W. Busby caracterizan al régimencubano como «un conjunto de institucionesque regulan la lucha por el poder y el ejer-cicio de éste» (Bobbio, Norberto; ob. cit.,pp. 1.362-1.363), y establecen para Cuba unrégimen postotalitario carismático tem-prano: autoridad carismática de FidelCastro; disminución de la capacidad delEstado en la esfera económica; reformaseconómicas limitadas y débilmente institu-cionalizadas; ampliación de los actores eco-nómicos y creciente estratificación social (p.101 y anexas). A partir de ello, establecen,de forma académica y responsable, cuatroescenarios posibles en caso de muerte oincapacidad de Fidel Castro: [1] volver alpasado totalitario; [2] colapso del régimencon «transición desde abajo»; [3] estabiliza-ción del postotalitarismo y [4] transición ala democracia.

Marifeli Pérez Stable, en su excelente tra-bajo «Democracia y soberanía: la nuevaCuba a la luz de su pasado», publicado conanterioridad en las páginas de Encuentro,nos da un anticipo de la historiografíacubana poscastrista. En lugar de armar undiscurso teleológico en función de losmomentos de vida democrática en el pasadocubano, ella contribuye a llenar los «espa-cios en blanco», o «momentos de paz» enlos cuales la historiografía isleña ha tenidoescaso o nulo interés.

En «La dictadura (ir)revocable», JosepColomer, utilizando el método comparativo,examina un escenario posible: la reforma

política democratizadora, por iniciativa depolíticos cubanos reformistas, para evitar elcolapso futuro. Apunta Colomer que lareforma del verano de 2002 (socialismo irre-vocable), al proponerse impedir una futurareforma del actual sistema político cubano,aumenta las posibilidades de ese colapso.Para él, las reformas constitucionalescubanas están perfectamente diferenciadas:la de 1992, aperturista, puede ser un prece-dente para los cambios futuros, y la de 2002,continuista, es un obstáculo que requerirágran esmero jurídico y político para des-trabar los candados constitucionales.

Otros trabajos que enriquecen La Transi-ción Invisible son «Cuba: el curso de unatransición incierta», de Haroldo DillaAlfonso, quien analiza la precomposiciónsocioclasista que ha sufrido la sociedadcubana, y que afecta principalmente a lossectores populares, en función de lo que elautor llama un bloque tecnocrático-empre-sarial emergente. En «La reforma de laconstitución socialista de 1976», el fallecidoacadémico Hugo Azcuy hace un análisis delos «núcleos duros» de la constitución, y dela reforma de 1992. Los coordinadores,Velia Cecilia Bobes y Rafael Rojas, dedicandos trabajos a lo que acertadamente cali-fican como «la esfera simbólica del poder».Rafael, con el discurso crítico y certero alque nos tiene acostumbrados, parte de ana-lizar los cambios constitucionales de 1992 yde ahí a hacer una valoración de su trascen-dencia e influencia en la esfera cultural.Velia Cecilia, estricta y hábil en el manejoconceptual de la sociedad civil, analiza lasnarrativas, códigos y prácticas que ésta hahecho desde la fundación de la Repúblicahasta los primeros 90.

Cabe preguntar a autores y compila-dores: ¿a qué se debe la escasa atención quemerece la oposición política a lo largo detoda la obra? ¿Será acaso un reflejo del pocoespacio que la oposición ocupa en la vidapolítica cubana? ¿O será, como diceHaroldo Dilla, que los disidentes son gruposinsignificantes «con quienes el sistema haaprendido a convivir sin grandes molestias»?(p. 201). Aunque no sean los que estén a lacabeza y en la conducción del nuevo régimen

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y sistema político cubanos, son quienes hanpropiciado cambios en las agendas, y elcaldo de cultivo de futuras organizacionesciviles y partidarias.

Dice Eric Hobsbawn que investigar elfuturo es una actividad arriesgada, pero nece-saria, que se apoya sobre la relación pasado-presente-futuro. Aplaudo el riesgo corridopor Velia Cecilia y Rafael al coordinar estostextos de referencia futura, sin duda. ■

Diario de TiresiasGermán Guerra

Carlos VictoriaEl salón del ciegoEdiciones Universal, Colección CaniquíMiami, 2004, 193 pp. ISBN: 1-59388-031-6

Conocí a carlos victoria hace ya diezlargos años. En aquel mes de abril de

1995, publicaba mis primeras pretensionescomo crítico literario de Exito!, un sema-nario sobre temas culturales de y en Miami,donde el azar recurrente, la insistencia enun par de palabras y un palancazo de Arquí-medes, me habían hecho ganar un espacio—una columna— donde podía publicaropiniones críticas sobre las literaturas (pre-feriblemente locales) y reseñar libros.

El segundo trabajo encomendado por larevista fue reseñar la novela La travesíasecreta (1994), de Victoria, que justo acababade salir impresa bajo el sello de EdicionesUniversal. En una semana tuve que leermetodo lo publicado por Carlos Victoria hastaese momento: su libro de cuentos Las som-bras en la playa (1992), su novela Puente en laoscuridad (1994, Premio Letras de Oro en1993) y la novela recién publicada —unmamotreto de 477 páginas—. Además, paracerrar el caso que me ocupaba el tiempo derespirar en esos siete días, logré robarle alautor una noche de sus vacaciones en un

hotel de Miami Beach, adonde se había idocon su madre a contemplar el mar; acor-damos una entrevista que culminó en unaespléndida conversación de intimidades ymemorias, y sentados a una mesa de un res-taurante italiano —pastas, ensaladas, vinoen mi copa y nada de alcohol en la suya—,pactamos tácitamente la promesa de unaamistad que hasta hoy perdura y nos anima.

La reseña de la novela fue escrita en unahora, en el séptimo día, y entregada unahora antes del cierre de la edición, quellegó a los estanquillos de la prensa el 12 deabril de aquel año 95. Cobré noventa ycinco dólares por el texto publicado y ganéla certeza —priceless— de haber estrechadola mano de un hombre honesto, con la olvi-dada virtud de hablar pausadamente sus ver-dades y, al mismo tiempo, mirar fijamente alos ojos, un raro privilegio para quien tengala suerte de ser su amigo, la suerte de escu-charlo, de leerlo.

Han pasado diez años durante los cualesCarlos Victoria ha publicado otros treslibros, El resbaloso y otros cuentos, la novela Laruta del mago, ambos en 1997, y El salón delciego, un volumen de narraciones impreso afinales de 2004. Han pasado también losquince minutos de fama (editorial) de Vic-toria cuando, coincidiendo con la fecha depublicación de El salón del ciego, aparecieronotros dos volúmenes suyos: la traducción alinglés de su primera novela publicada,ahora con el título de A Bridge in Darkness,editada en Los Angeles por Pureplay Press, yen Cádiz, España, por la editorial AduanaVieja, el volumen Cuentos 1992-2004, en elcual se recopilaron todos sus relatos publi-cados hasta la fecha. Entonces, a raíz deltriple suceso editorial, cayó un aguacero deopiniones memoriosas, comentarios,reseñas y otros textos de alabanzas, ejercidosla mayoría de las veces, gracias a las musasde la razón, desde un conocimiento decausa y de obra —la otra fama, la páginaperfecta en la memoria de los hombres, labiblioteca que arma el tiempo, la poste-ridad, para la que un escritor obra desdetodo sufrimiento humano, ya Victoria latiene ganada con creces, en el panorama dela literatura cubana.316

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Tuve el privilegio de leer, de hacercomentarios y correcciones en la última ver-sión de los cuentos, antes que el libro fueraa la imprenta. Han tenido que pasar seismeses, con sus días y sus noches, desde queasumí la responsabilidad de reseñar estelibro que me quema en las manos, hasta elmomento, ahora, en que ha vuelto la calmay reconcilio al fin la sequía en que mesumió el hecho de conocer demasiado aCarlos, de compartir con él horas infinitasbajo el mismo techo del Ministerio de laVerdad donde nos ganamos el pan y per-demos la memoria, de conspirar en los des-velos que regala la asunción de este oficiode escrituras y voces y silencios. Ahora con-juro y balbuceo unas palabras que poco apoco irán ganando terreno al desierto de lapágina en blanco.

El salón del ciego es, como los libros ante-riores de Carlos Victoria, un libro oscuro,hermético, duro, que rezuma por todos suscostados los rostros más crudos de la condi-ción humana. En un soneto memorable deFélix Lizárraga, un poeta cubano de entresi-glos —uno de los textos de El salón… estádedicado a Félix—, el versador nos recuerdaque «la dicha no se escribe, nos basta condanzarla», y Victoria hace gala y homenaje aesta línea de Lizárraga para darnos —denuevo— un libro por donde transitan todaslas desesperaciones del hombre, el hombreque es una nación, la nación cubana, mar-cada —ya para siempre— por las políticasque imponen los semejantes que detentan alpoder y se perpetúan en él, el hombre mar-cado por el peso del tiempo, el hombre mar-cado por la muerte, por la división de lafamilia, por el éxodo y el exilio, por los queperecen en las aguas del Estrecho y los queviven el duro exilio interior. Un libro que des-grana un rosario interminable de soledades,errancias, hastíos, ruinas, dependencias, mar-ginalidad, angustia, demencia y decadencia,agresiones, vacuidad y cansancio clásico.

Conforman la obra seis piezas, trescuentos y tres noveletas, pareadas por suextensión —siempre una pieza extensaacompaña la brevedad de un cuento— y porla geografía donde se desarrollan las tramas—siempre una primera pieza que se des-

arrolla en el exilio alterna con la más pró-xima, que acontece en la Isla— para dar allibro la perfecta simetría de una esfera.«Una faja de mar» y «Siesta», «Un llamadoen Manila» e «Hijos», «Tres citas en el sur» y«El salón del ciego» arman una estructurapolifónica total, unidas entre sí por la pre-sencia del mar y el desarraigo de un pueblodesmembrado, unidas por la presenciafebril del eros en todas sus dimensiones, porlos amagos de esperanza y la desilusión quecargan como pesados fardos los personajes,minuciosamente trabajados, cincelados conla maestría de un orfebre. Solamente en«Siesta» no aparece el mar y en «Hijos» —eltexto más atípico del conjunto, y uno de losmás oscuros, desde esa oscuridad que regalala demencia— tampoco aparece el mar ni setoca el tema del exilio.

La simetría esférica de «El salón delCiego», su polifonía sinfónica, se completa ycomplementa en el balance entre los temasque van siendo narrados —temas oscuros,herméticos, duros—, y la claridad cortante dela lengua, del idioma, de las palabras, de laprosa limpia, descarnada y libre de amanera-mientos y arabescos. En la sencillez, nadasimple, en las sugerencias y ausencias quepueblan cada página, en la voz con que vacontándonos las heridas abiertas de los perso-najes y las situaciones que habitan, está defi-nitivamente la columna vertebral del artenarrativo de Carlos Victoria. Con este librode madurez se cumple la vieja profecía deLiliane Hasson: «Esto [¡ya!] es puro Victoria».

Bástenos por ahora un ejemplo de esebalance perfecto entre lo negro que secuenta y la blanca prosa que lo dice. El capí-tulo IV de «Una faja de mar» es una cartaque Félix Bernal le escribe a su hermanaFelicia, donde le dice: «Parece ser que algopasó en Cuba, que algo nos pasó a loscubanos, a todos (…) ¿Qué fue? ¿De dóndesalieron todo el rencor y toda la bajeza quedividieron a nuestro país, a nuestra gente, yque persisten hasta el día de hoy? (…) yo séque tú has sufrido. Pero no eres la dueña detodo el sufrimiento. Tú perdiste a papá,pero yo no sólo lo perdí a él, sino también ami hijo y mi madre. Si el sufrimiento puedemedirse por cantidad de muertes, te gané».

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En un artículo reciente —«Siete razonesy una coda», publicado en Encuentro en laRed— en torno a la obra narrativa de CarlosVictoria, Luis Manuel García dijo que «laverdadera autenticidad de un escritorocurre cuando juega limpio sobre el tablerode la literatura con el destino de sus perso-najes. Cuando es leal con ellos». Victoria,que es un hombre auténtico y de lealtadextrema, traduce sus virtudes y defectos enla piel de sus personajes; ellos son, en mayoro en menor medida, un reflejo de la cir-cunstancia biográfica del autor. Existe unafrontera entre ficción y realidad —realidadalimentada por la autobiografía— que setransgrede aquí muy a menudo. En cadapárrafo, en la evolución sicológica demuchos de los actores, en las sinuosidadesde las tramas que alientan por todo el libro,está latente la vida y el carácter de quienvida les ha dado; en «Siesta», por ejemplo,el personaje-narrador del cuento, agobiadopor el letargo que impone el tórridomediodía de Camagüey, se llama Carlos V.Quienes lean estos cuentos y conozcan per-sonalmente al autor, siempre lo harán escu-chando el tono de la voz de Victoria marti-llando en ese deleitoso extrañamiento quees toda lectura; quienes no le conozcandeberán estar advertidos de que leeránautorretratos.

«Y ahora de pronto José Julio habíamuerto. Y no es que hubiera muerto, lo quepodía entenderse: es que se había matado. Ypor supuesto Marcos terminaría escribiendoalgún cuento: era su forma de esquivar elgolpe. O de ir tirando. O de virar la espalda.Ya lo había hecho, sin escrúpulos ni culpabi-lidad, con otras amistades, otras muertes.Una más no importaba». Así comienza eltercer y último capitulillo de «Tres citas enel sur», un cuento donde Marcos (Victoria)da rienda suelta a una de las armas quemejor domina en su arsenal narrativo: irmás allá de la intimidad autobiográfica,para también adueñarse y homenajear labiografía del otro, contar vidas reales y para-lelas que terminan resucitadas para siempreen la literatura. José Julio, el suicida delcuento, retrata y tributa la corta e intensavida del poeta pinareño Juan Francisco

Pulido, tal vez el más joven de los escritoressuicidas en la extensa lista que ha engen-drado la Revolución de 1959.

La estrecha relación que late entre lapoesía y la fotografía tiene su par en elbinomio de la novela y el cine. Carlos Vic-toria, hipnotizado también por los miste-rios del cine y conocedor de cuanta pelí-cula ruinosa haya sido filmada, no puedeescapar a esa forma muy suya de contarutilizando recursos de la cinematografía.Su discurso, que parte de un ritmo inte-rior y desde la clara musicalidad de laspalabras, convierte pasajes en escenas ytermina en un intenso movimiento desuperposición de planos, narrando sucesosparalelos y saltos temporales que fluyencon la misma fuerza que cualquier clásicodel cine, ya sea Griffith, Welles, Fellini,Tarkovski o Tarantino.

Quedarán siempre en el tintero razonesy argumentos para defender este libro quetiene ya su lugar en los anaqueles de cual-quier biblioteca cubana, latinoamericana ouniversal. Mil y una razones, tantas comolectores que se adentren en los blancos mis-terios de estas páginas sencillas y rotundas.

Julián, el negro ciego que puede intuirel rostro de los hombres en las paredes deldesvencijado salón de los espejos que es suvida y la vida, va terminando y ganándoselos días con una venta clandestina de cer-veza en el patio de su casa, la vieja casonaseñorial, la quinta de los patriotas. Julián elciego, ese cubano de a pie, es Tiresias queescribe su diario en cada línea de estelibro. Tiresias, mortal que fue obligado avender y cambiar sexo por un par dejabones o un litro de leche para el des-ayuno de los muchachos, que fue empu-jado a olvidar la historia y a vivir lo coti-diano entre la ilegalidad y la delación, en la«vivencia oblicua» de Lezama. Tiresias, queha preferido sacarse los ojos con un clavopara no ver tanta miseria, y ahora, quepuede mirar en el futuro, está parado en elcentro de ese enorme salón que ya hacobrado las dimensiones de una isla, mien-tras barre lentamente sus cenizas, lascenizas de todos los imperios, y vuelve apredecir un trozo de esperanza. ■318

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Memorias: la búsqueda del público perdidoJorge Ignacio Pérez

Abilio EstévezInventario secreto de La HabanaEditorial TusquetsBarcelona, 2004, 343 pp.ISBN: 8483102870

Poco antes de que me encargaran elcomentario de este libro, leí en la publi-

cación digital Encuentro en la Red una entre-vista con el filósofo y ensayista cubanoVicente Echerri, en la que este autor asegu-raba no querer arriesgarse a leer nunca másuna novela en cuyo título aparecieran laspalabras «La Habana». Echerri se refería,deliberadamente, a un prejuicio personal,causado por malas lecturas verificadas en elexilio en los últimos tiempos, desde una pos-tura valiente e hipercrítica, a mi modo de ver.

Tomé nota y observé, sin sugestionarme,una segunda coincidencia: Me pedían unavaloración sobre el más reciente título deun autor asentado en Barcelona, hace apro-ximadamente cuatro años, que mucho hatenido que ver con el mundo de las tablascubanas; un escritor con el que sólo con-versé un par de minutos en el lobby de unteatro habanero y que ahora pernocta en lamisma ciudad que yo, en una calle muy cer-cana a la mía, según deja por escrito en sunarración. Era muy curioso, más queromántico, pensar en vidas paralelas, todavez que yo llevaba el mismo tiempo que élen esta ciudad (o sea, habíamos salido de LaHabana más o menos por la misma fecha),también tuve mucho que ver con el mundode las tablas, y, luego de leer los propósitosde su libro en declaraciones suyas a laprensa, comprobar que ambos estábamosmuriendo de nostalgia en el mismo sitio,escribiendo, como podíamos y lo que podí-amos, nuestras memorias en primera per-sona. Y que quizá nos hubiéramos trope-zado por la calle en estos cuatro años sin

reconocernos, porque, repito, nos vimossolamente una vez, como reza la canción.

De Abilio he visto en escena casi todo suteatro, y he leído menos su producciónnarrativa. Y pensé que en Inventario secreto deLa Habana iba a encontrar una trama nove-lesca con personajes ficticios, o realesenmascarados, desenvolviéndose entre eltelón de fondo de nuestra querida ciudad—tercera coincidencia: también soy haba-nero—, una vez más, como diría Echerri.Pero no, ha sido una trampa tanto el títulode este raro libro (de novelesco tiene, peroes más un compendio de memorias), comoel diseño de cubierta que utiliza bien des-plegada una fotografía de un patio interiorhabanero, uno de esos ambientes vetustos,resistentes al paso del tiempo, bien «fabri-cados», motivo de nostalgia por un lado y decuriosidad foránea por otro. Ya la fórmulagráfica del viejo automóvil norteamericanono da para más. Pues bien, la palabra«inventario» sugería eso, un recuento, peroal lado de la palabra «secreto» adquiría elvuelo de una trama dramática, probable-mente porque todos estamos cargados dereferencias y prejuicios, puesto que, en micaso, mencionar a Abilio Estévez es pensarautomáticamente en el dramaturgo. Y esinjusto, claro. En las piezas teatrales deAbilio uno siempre se queda más con lasatmósferas —históricas, surrealistas— quecon los personajes.

Debo confesar que la entrada de Inven-tario secreto de La Habana, el capítulo «En uncafé de El Molinar», se me hizo pesado,demasiado intimista y poco atractivo paracomenzar un volumen de 343 páginas de lacolección Andanzas, de Tusquets Editores.Se remonta a la infancia del autor, a su árbolgenealógico y se deja llevar más por el ladosentimental que narrativo en sí mismo. Esválido aclarar que estamos ante un librocompendio de varios libros, de varias escri-turas independientes, si se quiere, aunque elresultado final nos deje una posibilidad dehilvanar. Tal vez el ánimo de abrir con «Enun café...» esté dado por el orden cronoló-gico de una vida real contada en retrospec-tiva, a partir de la visión del mar Medite-rráneo en una terraza de un bar de Mallorca.

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Cumplida la deuda desgarradora de los pri-meros años del autor, entra el interesantecapítulo «Largo muro junto al mar», en elque entendemos por qué tanto regodeo consu familia y sus primeros contactos con elmar. Es un lugar común hablar del Malecónde La Habana, como diría el filósofoEcherri, pero no por prejuicios vamos adejar de vivir. Abilio es un artesano de lapalabra, un labrador sudoroso que nopuede escribir un sintagma sin poesía. Estotambién es meritorio. A él no le va el estilocortado, la elipsis verbal y mucho menos laadjetiva. A mi modo de ver —sigo escri-biendo en primera persona porque las coin-cidencias me marcaron el recurso—, en estecapítulo se puede encontrar una de las des-cripciones más personales y a la vez máspoéticas sobre ese largo muro de siete kiló-metros que tanto ha marcado la existenciade los habaneros. Luego, en «Un sueño dela infancia», el tercer capítulo, entramos denuevo al árbol genealógico del narrador,pero mucho más interesados en la perspec-tiva de éste sobre nuestros lugares comunes,físicamente comunes. En este capítulo,Abilio describe un viaje en guagua desde laperiferia de la ciudad, La Lisa, más omenos, hasta La Habana Vieja, a bordo dela ruta 22. Pasando por el Cementerio deColón, el narrador cree ver el castillo de LaCabaña. «En cuanto divisaba el Castillo»,dice, «sabía que me hallaría de inmediatofrente a la Quinta de los Molinos...». Sinironía lo digo: ¿No sería el castillo del Prín-cipe que también fue una antigua fortaleza?Yo no recuerdo que se viera la Cabañadesde la calle Zapata, pero, en todo caso, setrata de pequeños lapsus calami en elrecuerdo de un autor ambicioso que noquiere pasar nada por alto. (Hay otra trai-ción de la memoria cuando menciona eledulcorado serial televisivo soviético Cuatrotanquistas y un perro, al referirse sólo a trestanquistas. No tanto por mi recuerdo delserial, sino más porque, nueva coincidencia,fui tanquista en el Servicio Militar, y sé queuna dotación de tanques de guerra sovié-ticos está compuesta por cuatro miembros).

En «El estanque del joyero japonés», elcapítulo siguiente, el autor entra en sus

recuerdos y valoraciones personales sobre elambiente intelectual de los años 60 y 70,girando sobre una figura real, rara, pococonocida: Emilio Ichikawa padre, el proge-nitor del filósofo de igual nombre que, esteúltimo, no sólo es de la generación deAbilio, sino, además, vecino de pueblo.Porque el libro está redactado desde lasiempre apacible mirada de un guajiro, quese desplazaba desde su Bauta natal enguagua hasta la ciudad metropolitana comosi se tratara de un viaje interprovincial.Siempre con un lenguaje absolutamenteelegante, culto pero no rebuscado, y con unestilo distendido que no se deja apabullarpor la prisa o la urgencia de hacer constar ycontar. Abilio Estévez ha tenido la posibi-lidad de conocer personalmente a grandesintelectuales cubanos, como Lezama y Vir-gilio Piñera, en el ocaso de sus vidas, y haguardado ese recuerdo para el momento enque fuera necesario narrarlo en el contextode una época, en el ámbito de antiguas reu-niones de amigos en las que se suelenobservar más detalles e incluso referenciarchismes que, ya lo verán los lectores, sonexcelentes y curiosas piezas de humanidad.¿Que ya hay sobrados recuerdos escritossobre Lezama y Piñera? ¿Y qué? Celebro alautor del libro su valentía para compartircon los lectores sus memorias, esas sem-blanzas contemporáneas expuestas un pocoprematuramente —Abilio nació en 1954—,pero que, de alguna manera, le han salvadoel presente existencial: «Cuando lleguésentí que no iba a escribir más. Fue una sen-sación de impotencia terrible. Uno la sienteun poco cuando termina un libro, peronunca la había sentido con tanta violencia.Sentí que había perdido al público, que lohabía perdido todo y que tenía que sobre-vivir. (...) Justamente por eso empecé aescribir Inventario secreto de La Habana. Y miexperiencia era que no lo estaba escri-biendo para un público europeo, sino queseguía escribiendo para un público de LaHabana», ha dicho el autor a la prensa.

Y se metió en camisa de once varas. Elvolumen está acompañado de una extensarecopilación de citas textuales (desde Ale-jandro de Humboltd hasta Fayad Jamís,320

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pasando por María Zambrano) acerca de lacapital cubana; reflexiones, recuerdos, ano-taciones de epistolarios, en fin, un trabajo,sinceramente, de abeja muy laboriosa.Además de que, en el cuerpo del texto cen-tral, encontraremos una infinidad de refe-rencias a la historia nacional, perfectamentedocumentadas y entreveradas en el discursoprogresivo. (Recomiendo la lectura de losexergos de manera independiente, porquese podría interrumpir el ritmo del libro). Seagradece sobremanera una lectura amena yreveladora a la vez, no exenta de buenhumor, fino, finísimo y de mucha since-ridad. Porque el narrador, entre otras ver-dades, confiesa su homosexualidad y la ini-ciación en ésta. Nos trasporta con bastantebuen oficio de ambientador a nuestraHabana de finales de los años 60, y él en elojo del huracán, marcando cada palabra,cada letra, con el dolor de su alma, con des-ahogo también, al final con alivio.

El quinto capítulo, «Inventario secreto»es una advertencia para descubrir unaciudad. Es una guía de lugares que se entre-lazan bajo la misma necesidad de recordar.De una manera muy personal, Abilio des-monta el recurrente estilo de las guías deviajes que, ya sabrán los que la utilizan, en lamayoría de los casos no son más queficheros comerciales. Este capítulo sería,digamos, el corazón del libro. Un corazónhallado más hacia la periferia que hacia elcentro del cuerpo, pero como pretexto detrescientas y tantas páginas es válido ysoporta toda la estructura. Todo dependede cómo enfoquemos la lectura y de lo tole-rantes que seamos a la hora de enfrentar losensamblajes. En cuanto al filósofo Echerri,le informamos que sí puede leer este títuloporque no se trata de una novela.

De no ser por el epílogo «El trompetistade Stuttgart», que no tiene mucho que vercon La Habana, pero sí con las memoriasdel autor, el libro hubiera cerrado cíclica-mente con el capítulo «De madrugada, en lacalle Valencia», en el que nos trae de vueltaal presente y el autor aprovecha para des-lizar, siempre con elegancia, algunas refle-xiones sobre la emigración. Pensé que, porlas coincidencias en el tiempo y el espacio,

Abilio iba a hablar con sus palabras un pocopor mí, que se iba a explayar un tanto másen este exilio barcelonés que compartimosde alguna manera, pero lo de la calleValencia es sólo un señuelo para retornar ala carga de sus memorias trasatlánticas. Yo,como él comenta en su libro, tambiénpadezco descargas oníricas en la noche ytambién veo la rareza de la Sagrada Familiadesde mi ventana, y este momento me hepuesto a escribir estas líneas de madrugada,en la calle Provença. Última coincidencia.Por la hora, quiero decir. ■

Cuba misteriosa y claraMario Parajón

Zoè ValdésLos misterios de La HabanaEditorial PlanetaBarcelona, 2004, 272 pp.ISBN: 84-08-05507-0

La memoria hace milagros. esto losabía Bergson y lo sabían los abuelos y

los nietos desde que se organizó el diluviouniversal. Cuenta la leyenda que antes decaer la última gota, cuando desaparecían losescombros y se hundían las nubes en elocéano de la Nada, ya se salvaba misteriosa-mente la familia de Noé, guardando en elarchivo húmedo de su memoria recuerdos ymás recuerdos destinados a transmitirse degeneración en generación.

Esta ímproba labor es la que realiza ZoèValdés en Los Misterios de La Habana. Seadentra en su ciudad, evoca las que fueron susidas y venidas de incógnito y color, se acerca alos incidentes y anécdotas que tuvieron sabory que se han prestado a una valerosa recons-trucción al estilo de los saltimbanquis, y detanto valor y tanta fuerza surge este libro quehabrá exigido tiempo para su escritura, peroque se lee de prisa porque tiene todo lo quees propiedad de lo apasionante.

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He dicho valor. Hace falta ser muyvaliente, no ya para despertar a los queduermen el sueño del que no se despierta,sino para verificar el ¡levántate y anda!, elciclo de historias que oculta muchosenredos. Y eso es lo que ha hecho Zoè: notanto una convocatoria a los difuntos, como ala trama en que se vieron envueltos. ¿Será lamano del destino la entrevista por nuestraautora? La literatura cubana se ha propasadoen lo concerniente al realismo. Ha faltado latercera dimensión de lo que traza sus coorde-nadas entre lo real y lo irreal, abriéndolepaso a lo amable o a lo aterrorizante.

Aquí da su primer paso de levitación laautora. Un libro escrito en la tradición delgénero «misterios de una ciudad»: se inclinahacia el costumbrismo sonriente y delicado, ymás a la descripción que a la narración. Zoè ledeja su presencia a las categorías de lo amable,pero las estiliza al máximo reduciéndolas. Elhorror es el protagonista de la mayoría deestos misterios, aunque si bien se aprecia lareminiscencia costumbrista, no pierde sulugar, lo cual crea un conjunto armonioso quesubsiste orquestando cada espanto.

Otra novedad en el aporte suyo a estaliteratura es el juego de lo lejano y lo cer-cano mezclándose con singular desenfado.Zoè no se olvida ni un instante de lo queestá ocurriendo en Cuba, hoy, ahora, y poreso nos fuerza a olvidar de pronto la atmós-fera de lirismo envolvente donde con sua-vidad nos ha sumergido antes la autora.

Además, lo irreal del género fue antes loque podríamos llamar el realismo de lo invi-sible, ejemplo de lo cual sería el cementeriodonde aparece el fantasma del Comen-dador, en uno de los últimos actos deldrama de Zorrilla. Lo irreal en la obra deZoè parece la irrupción repentina de un ele-mento de divina frescura que pone una notade verdadero encanto. El capítulo consa-grado a Luján, con la presencia más que natu-ralista de una dentadura postiza, constituyeen uno de los momentos más sorpresivos dellibro. Este fenómeno lo acoto por su enormeimportancia. Al cubano le ha interesadoentrar en la literatura partiendo de cero:declarar nulo lo anterior a él y seguir adelanteborrando lo realizado. Zoè rompe también

con esta costumbre. Sabe que existió el libroEstampas de San Cristóbal, de Jorge Mañach,aquel ensayista cubano, hijo de español y deitaliana, educado en Harvard, lector cons-tante de los clásicos españoles y que soñópara Cuba la posesión de una historia y unestilo. La historia como sucesión de tiemposvarios y el estilo como fijación de era históricaen esencias relampagueantes.

Luján es uno de los dos protagonista delas Estampas. En la página de Mañach es unviejo sabio a la manera estoica, y en la deZoè, un caballero elegante y atractivo. Suviajar de un libro a otro es algo profunda-mente conmovedor porque crea esa conti-nuidad formadora del estilo que comentá-bamos antes. De lo que Cuba tiene hambrees de contrastar lo que hay en su historia y ensu vida cotidiana, con lo que no se mueveentre menudencias, sino que alcanza en lafijeza del estilo cada realidad en su puesto.

Zoè cumple con el requisito de la tripleconstitución de toda realidad que aspira aser ella misma y que el filósofo nombró ensu riqueza, en su solidez y en su perma-nencia, que no es otra que su estar siendo. ■

Economistas cubanosal rescateEnrique Collazo

Joaquín P. Pujol (edición e introducción)Cuba: Políticas económicas para la transición Editorial VerbumMadrid, 2004, 292 pp.ISBN: 84-7962-282-2

Sin lugar a dudas, uno de los últimosaciertos de la editorial que dirige el

poeta y ensayista Pío E. Serrano ha sido lapublicación de este volumen. El mismoreúne una serie importante de ponenciassobre la crisis estructural de la economíacubana y las políticas económicas que hipo-téticamente cabría adoptar una vez superada

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la dictadura y en la difícil andadura haciauna economía de mercado, presentadas endiferentes reuniones que la Asociación parael Estudio de la Economía Cubana (asce, sussiglas en inglés) ha efectuado desde 1990.

El volumen incluye ponencias de econo-mistas cubanos de elevada acreditacióninternacional: entre otros, el fallecidodoctor Felipe Pazos, primer presidente delBanco Nacional de Cuba, desde 1950; eldoctor Jorge Sanguinetty, exitoso consultor yprofesor en temas de desarrollo económico;don Ernesto Hernández Catá, economistadel fmi y del Banco de la Reserva Federal deEstados Unidos; el doctor Jorge F. PérezLópez, reconocido académico, Martha Bea-triz Roque y Oscar Espinosa Chepe, econo-mistas independientes en la Isla.

Algunos de los problemas fundamentales alos que presumiblemente se enfrentaría laeconomía cubana en su etapa de transiciónhacia una de mercado son analizados aquí;incluso las lecciones que encierran las privati-zaciones en Europa oriental y en AméricaLatina. En su exposición, el doctor FelipePazos aludía a un problema de naturalezasubjetiva, y es la necesidad de que el país rein-corpore a su economía a los empresarios,administradores, ingenieros y profesionalesde todo tipo que están en el exilio; aunque talmovimiento, según él, deberá hacerse deforma gradual, porque de realizarse en formamasiva provocaría agudas fricciones de diversamagnitud con la población insular, graves obs-táculos a la reconciliación entre los cubanos.

Sanguinetty, por su parte, reflexiona afondo sobre el contexto democrático y derespeto a las instituciones; de cultura de laresponsabilidad individual, que debe gene-rarse para abandonar una economía esen-cialmente parasitaria con un desproporcio-nado grado de control estatal y moverseexitosmente hacia una economía de mer-cado pues, en resumen, la implantación deuna organización económica mercantilrepresenta sólo una pieza más en el largo ydifícil camino para la instauración de unademocracia en Cuba.

Sus vaticinios de cara a la transición noresultan muy optimistas, por cuanto el paísse encontrará profundamente endeudado,

con una economía ineficiente e incapaz decrecer rápidamente en los primeros años.De acuerdo con Sanguinetty, el gobierno dela transición «deberá actuar de manera aná-loga a una tripulación que debe abordaruna nave en mal estado, abandonada en altamar y cuya carga debe ser salvada». Su metá-fora resulta altamente ilustrativa cuandoexpresa que «lo primero que la nueva tripu-lación deberá hacer es aprender a conduciresa nave; por obsoleta que sea, pues ella esla que en ese momento lleva la carga quedebe ser salvada. Una vez asumido el con-trol de la nave, entonces, se podrá procedera designios más ambiciosos como el de tras-bordar la carga y llegar a destinos máslejanos». Pero, ante todo, evitar que se dete-riore aún más el ya muy precario sistema dedistribución de alimentos a la población, yno provocar una crisis alimentaria de pro-porciones incalculables. Sin embargo, elautor deja bien claro que la población debecomprender que una vez superado el pater-nalismo y el inmovilismo estatal, el ciuda-dano será quien se enfrente a determinadasincertidumbres, a cambio de la libertad.

Finalmente, el autor se refiere a un pro-blema de naturaleza subjetiva, pero deenorme importancia y es el de intensificar laeducación moral y cívica de los ciudadanoscubanos, así como la cultura del trabajo y laresponsabilidad individual y social, ya queconstituye uno de los pilares fundamentalessobre los que descansa la democracia.

En su ponencia, el acreditado economistaNicolás Rivero considera que la economíacubana ha sido y seguirá siendo una eco-nomía de exportación, y, frente a ese hecho,resulta indispensable que la política comer-cial deberá ser la fuerza motriz dentro de laeconomía nacional. La reconstrucción de labase industrial resulta entonces esencial,como parte de un proceso dinámico de rea-nimación y diversificación de las exporta-ciones, pues, según él, sólo así podrá lograrseuna tasa sostenible de crecimiento. Impor-tante potenciación dirigida fundamental-mente hacia el mercado norteamericano,sobre bases de reciprocidad. Con este fin, unprimer paso debería ser la negociación de unacuerdo general de comercio que conduzca324

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a un tratado de libre comercio o, incluso,integrarse al nafta (siglas en inglés del Tra-tado de Libre Comercio de América delNorte), insistiendo en conseguir la cláusulade nación más favorecida.

Otra de las ponencias, de Joseph M. Perry,Louis A. Woods y Jeffrey W. Steagall, se refiereal mercado laboral en Cuba, para concluirque «el mayor reto que enfrentará el nuevogobierno luego de la desaparición de Castroes la renovación del mercado laboral, libre yabierto, algo que no existe en Cuba desdehace cuatro décadas», inculcarle a los trabaja-dores y empleadores actitudes afines al libremercado. «Dos generaciones de cubanos sehan desarrollado bajo un sistema de entrena-miento y empleo controlados».

La ponencia de Antonio Gayoso tratasobre el papel de la pequeña y medianaempresa en el futuro de Cuba, examinandola situación de la pequeña empresa en Cubaen la actualidad y las perspectivas para elfuturo. La de Jorge F. Pérez-López se centraen la fundación de instituciones económicasy financieras que sostengan el mercado; laspremisas de carácter material indispensa-bles para la construcción de la infraestruc-tura institucional; instituciones legales, eco-nómicas, políticas y financieras. De acuerdocon él, para que surja y se consolide dichaestructura, la economía mercantil necesitade todo un entramado institucional especí-fico. Al concepto de gobernabilidad y elpapel que debe desempeñar el Estado enuna transición se refiere Ernesto Betan-court, incluyendo el marco jurídico, la orga-nización del sector público, la gestión de lapolítica macroeconómica, y el apoyo alsector privado y al desarrollo social. La pri-vatización de las empresas estatales y laexpansión rápida del empleo en el sectorprivado, única alternativa para absorber a lagran masa de empleados públicos despla-zados, potenciando las micro y pequeñasempresas, mientras que la mediana empresatendrá que ser reorganizada para competiren el mercado mundial. Al restablecerse lapreeminencia del individuo sobre el Estado,serán los ciudadanos —con libertad deexpresión y libertad de asociación— los quedeberán estar en el centro de la sociedad. El

imperio de la ley, no del hombre —inde-pendencia incuestionable del poder judi-cial—, deberá ser aceptado como el criteriobásico de operación de la sociedad y de sugobierno; acompañado por una voluntad dereconciliación nacional.

Martha Beatriz Roque aborda el puntode vista de los economistas disidentes resi-dentes en la Isla sobre el proceso de transi-ción, mientras que Espinosa Chepe ofreceuna visión crítica del estado de la economíacubana. Ambos documentos fueron presen-tados in absentia, en las reuniones de la ascede 2002 y de 2001, respectivamente.

Más allá de las diferencias de maticesentre algunos autores, desde la implementa-ción acelerada y radical de medidas de corteliberal, hasta una disminución gradual delpaternalismo estatal, el saldo es altamentepositivo y tales divergencias resultan inclusoalentadoras. Tras la lectura, queda la satisfac-ción de que la intelligentsia económica cubana,tanto la de extramuros como la que seencuentra en la Isla, tienen muy claros cuálesson los vicios del actual ordenamiento y laspolíticas para reconstruir el país. ■

Y sin embargo, se mueve:la antinovela de Juan AbreuRonaldo Menéndez

Juan AbreuCinco cervezasEd. PoliedroBarcelona, 2005, 235 pp.ISBN: 84-96071-25-1

¿Q ué especie de libro es CINCO CERVEZAS,de Juan Abreu? «El ser es y el no ser

no es», dijo Parménides. Con lo cual,además de dar materia prima para la verbo-rreica de los próximos 24 siglos de metafí-sica occidental, quedó zanjado el asunto dedefinir tal o cual objeto de análisis según un

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principio muy elemental: sobre lo que noalcanza un estatuto ontológico no hay nadaque decir, lo que no es, resulta lógica, física ymetafísicamente inefable.

El libro de Juan Abreu no es una novela.Este punto nos sitúa en la necesidad de rese-ñarlo única y exclusivamente en función delo que pudiera ser, o resulta ser, o simple-mente me parece que es, este libro. Si sus-traemos el rotundo componente de opiniónque gravita, atraviesa, rezuma, desborda,hace metástasis y es excretado desde estaspáginas, nos quedaría una trama tan ingrá-vida como la materia de la que está hecho elprotagonista: el odio. Este libro constituyeuna minuciosa causalidad del odio.

El personaje y narrador Gabriel Torresempieza y termina sentado a una mesa de loque él denomina su RepúblicaBar de la calleMallorca, en Barcelona. A través del «hiloconductor de la cerveza» elabora (el pensa-miento se forma en la boca, Tzara dixit) su

causalidad del odio. Excubano, como seautodenomina, su recorrido-alegato empiezapor Cuba, es decir: la uneac, las revistas cul-turales, Martí, Lezama, el ambientillo lite-rario y pictórico, casi todos y cada uno de losescritores cubanos con su correspondienteanatema, los orientales, el Servicio Militar, elMariel, el periódico Granma, Elián Gonzálezy todo lo demás, y luego pasa a Miami, esdecir: la Calle Ocho, las casas de cartón, lamacdonalización y excrementización espon-tánea de todo el que llega o nace allí congenes cubanos, el ambientillo literario y pic-tórico miamense, el periodicucho Times, elgobierno norteamericano, Hialeah, EliánGonzález y todo lo demás.

El espacio de salvación y podio del dis-curso es su llamada RepúblicaBar (¿idealiza-ción forzosa?, ¿cliché bolerístico: Gabriel+Juan=Juangabriel?). Desde ella, el protago-nista contempla a una vieja pordiosera querebusca profunda y superficialmente en los

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tachos de basura, mientras él la emprendesuperficial y profundamente en contra del«ser cubano» a lo largo de las cinco cervezasque dan título al libro. A la manera de Platón,de esta República(Bar) también el protago-nista expulsa a los poetas, pero, a diferenciadel filósofo, la causa no es que estos seanhábiles artistas, peligrosos para el poder ylos dioses, sino todo lo contrario, por hipó-critas, mediocres, y aduladores del poder ylos dioses del momento.

Nunca la frase ha sido más justa: no quedatítere con cabeza, incluido el propio autor.Cito: «En el periodicucho Times tambiénanidan los cobardes intelectuales y escritor-zuelos bilingües y biculturales llamados «delMariel». Capitaneados por Juan Abreu, unmierdecilla trepador y sumiso que si comopintor es malo, como escritor es muchopeor». La jugarreta con el estatuto del autorpuede funcionar para quien decide asumirque se trata de una novela, pero si partí afir-mando que este libro no era una novela, y sisu componente esencial es la minuciosa bilis-opinión ejercida por el protagonista, meter alautor en el saco es lo que podríamos llamarun acto honestidad simulada (o justicia poé-tica, que es lo mismo pero no suena igual).

Una curiosa nota editorial en la contra-portada puede resultar ilustrativa (además depatética): «Cuando se mencionan nombresde figuras públicas o empresas, esto reflejaexclusivamente una realidad metafórica quesiempre alude a personajes inventados ensituaciones inventadas» —o sea, que Miami yCuba entera, su historia y su maltrecho pre-sente, con todos sus nombres propios e insti-tuciones son ‘situaciones inventadas’—. «Enningún caso se pretende comunicar informa-ción sobre personas vivas o muertas, o sobreempresas o productos reales». Y he aquí lomás grotesco: «Los personajes de la novelason responsables de sus opiniones. El autorlas respeta, pero no siempre las comparte».Sólo les faltó agregar: Prueba de ello es queel protagonista también llama ‘mierdecilla ysumiso’ al autor, sin que este último decidaaniquilarlo y quedarse sin obra. O sea, JuanAbreu hace que su protagonista le dediquedos o tres escarnios. Pura ‘honestidad inte-lectual’, y para colmo —como diría algún crí-

tico cubano con indigestión posestructura-lista—, basado en un manejo lúdico de laperspectiva autoral. A otro lector con esehueso (untado de vaselina).

Este libro es lo que es, y poco importaque le digan novela o lo contrario, su valorestá en otra parte. Pero usar el lubricanteficcional por parte de los editores parapasarnos gato por liebre es, por decir lomenos, mediocre e insultante. ¿Qué es estelibro? Un perfil: el perfil real de un cubano(ex-cubano) que logra dos cosas a través del«hilo conductor de la cerveza» que es su dia-triba. Primero, vomitar copiosamente sobrelos carriles de lo políticamente correcto.Segundo, ser el engendro-prueba, el espejo,de la peor parte del ‘ser’ cubano aniquilado,vejado y castrado por la Historia.

Se nos está diciendo que lo que somos,en mayor o menor medida, tiene algo deGabriel Torres. Algunos contenemos unapequeña dosis, otros, un 50 por ciento, uotros estamos groseramente rellenos de laescatología insular que revuelve el protago-nista. Está clara la propuesta: el cubano quese considere desgabrielizado que lance laprimera piedra. O para ser más exacto: pre-cisamente porque todo cubano tiene sucuota de abyección gabrielera, se otorga elderecho de apedrear, intrigar, pisar y tri-turar al prójimo cubano. Poco importa queestemos dispuestos o no a aceptar este ana-tema ético. El protagonista y el libro sondesfachatados, y la única moral que puedeejercerse ante la desfachatez que nos escupees la del silencio solitario ante el espejo.

Se trata de una lectura de la náusea, queprovoca náuseas. Una lectura de la debilidadhumana que nos hace sentir débiles. Flan-nery O’Connor dijo: [En literatura] «no sepuede crear opinión con opinión». Y estelibro no sólo crea opinión con una hemo-rragia de opiniones, sino que zarandea, hacereír, indigna, asusta, desbasta. No voy a incu-rrir en la miopía (reminiscencia de la fábuladel traje del emperador desnudo) de apo-yarme en su deliberada desliteralización parareivindicar su bad painting del costumbrismoideológico insular. Su mala escritura, aunque«bien escrita», me estorba. De la mismamanera que su intrascendente protagonista,

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muy poroso para el olvido, me resulta para-dójicamente memorable.

¿Cómo no recordar a esta suerte de Fran-kestein del desarraigo, grosero y sincero?¿Cómo eludir sus alusiones? ¿Cómo evitar irlínea a línea dejándonos hamacar por la lonaáspera, el hule, el trapo sucio de sus palabras?Las Cinco cervezas de Juan Abreu, si hubierasido una novela, entroncaría con la oportu-nista tradición del neorrealismo-(anti)socia-lista-sucio-costumbrista-insular que permiteganar mucho dinero a algunos escritores yeditores. Pero se trata de un espécimenextremo, ciertamente novelado, pero, en sumayor parte, de panfletaria honestidad anti-novelística. Se trata de un escupitajo de másde doscientas páginas, que incurre en lostópicos, pero está en contra de los tópicos dela pornopolítica de la nueva literatura cubana.

Impone una lectura ética por encima desu componente estético. Más aun, a partir decierto punto muy al inicio, cualquier lectorcomprende que el foco de interés gira entorno a su necesidad de medirse en lid conlas opiniones del protagonista. Más que pres-cindibles son los poemas pegados al final dellibro, en un intento por estirar la perspectivadonde el protagonista critica al autor. Des-equilibrado y poco interesante resulta el des-enlace del personaje-fantasma de Rafaela,pues, como no hemos podido «sentirla» (nisiquiera mirarla) a lo largo de la lectura, poconos importa su tragedia y sí nos apabulla elpatetismo con que la narra el protagonista.

Estamos ante un libro que arriesga hasta ellímite la concurrencia del lector. Que lo digaBorges: «Víctor Hugo [Gabriel Torres], che,ese gallego insoportable, el lector ya se ha idoy él sigue hablando». Su apuesta y su triunfocuentan con una sola carta: el espejo del des-engaño a través del «hilo conductor de la cer-veza» que guía al protagonista. El resto de labaza, todas las cartas del juego del «ser nove-lable», han sido lanzadas alegre e insolente-mente por el aire. No obstante, si alguien lle-vara a su autor a ver las siniestras herramientasque una vez vio Galileo, estoy seguro de queJuan Abreu, tras salir del aprieto, podría mas-cullar con sonrisa socarrona: Eppur si muove. Ysí: el libro se salva porque, misteriosamente y apesar de todo, se mueve. ■

El corazón, toda su furiaLadislao Aguado

Raúl RiveroCorazón sin furiaAMG EditorLogroño, 2005, 52 pp.ISBN: 84-88261-61-6

Sus carceleros fueron terminantes:podía escribir, pero sólo poemas de amor.

El poeta cubano Raúl Rivero recibía entoncesla parte no escrita de su sentencia a veinteaños de cárcel. El régimen se mostraba mag-nánimo, podía escribir. Los designios totalita-rios del Gobierno le permitían ejercer su máscaro oficio, y, de paso, lo enviaban a una pri-sión sofisticada, al este de la Isla, donde encompañía de asesinos compulsos, mariconeshambrientos, soplones oficiales, tahúres sinsuerte y tarados mentales, el poeta habría deencontrar su sitio entre los hombres de latierra. La prisión de Canaleta se abría doloro-samente hospitalaria al imperioso ejerciciode la poesía.

Raúl Rivero (Morón, 1945) era juzgadopor el delito de escribir con la convicciónde quien hace lo único que le es lícito enun país repleto de abyecciones, desleal-tades y falsos abrazos: contar la verdad, o,al menos, la suya. Ambas variantes son difí-ciles de tolerar en un Estado que ha hechode la represión, la desconfianza y la doblezexcelentes cartas de presentación. Losespías y delatores brotaban festivos de losrincones más sucios, de las confianzas másíntimas y de las esquinas menos esperadas.Todas las jaurías del Rey salían a cazar alciervo y con el aullido de los perros, elrégimen de la Isla daba comienzo a unaordalía amarga, sin más jueces que lavoluntad artereoesclerótica de Fidel Castroy su demostrable repugnancia por las obrasde ternura, los ejercicios de fe y las razonesdel alma.

El poeta había cometido el peor detodos los pecados: había escrito patria,328

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dolor, desilusión, y caminado tristísimo,decepcionado, por las calles también muytristes de La Habana; pero si quería (que esuna manera esquiva de enunciar si le alcan-zaran las fuerzas, si la rabia, la furia, su furiabatiéndole el corazón, si tanta impotenciase lo permitía), ya en Canaleta, le dijeron,podía entretenerse con razones de amor,encargos de la nostalgia y repentinos des-afueros de añoranza. El resto quedaba fuerade los barrotes, en los dolores familiares, enla hombradía de dormir cada noche con elsusto de quien no saldrá vivo y aún escribe:Yo nunca me engañé. Mi muerte ha sido siempreel final de este cuento.

Como un presagio, o una línea de des-tino, volver a ejercer el libre ejercicio de lapalabra parecía entonces una empresa des-afortunada, un mal momento para mejoresprosas. Y el poeta escuchó la coda de su sen-tencia: podía escribir, pero sólo poemas deamor; sus carceleros habían hablado alto yclaro, pero no lo habían leído. O, ¿quéhabía escrito él desde que en 1969 publicarael poemario Papel de hombre, sino versos deamor? ¿Qué oscura suerte se les ocurría aaquellos hombres que cruzaba por el dolor,la entrega o la alegría de todos sus poemas?¿Dónde avizoraron que esa luz prístina, lace-rante, no era el amor habitando las estrofasmás convulsas, las más tiernas, entre sus másferoces epigramas?

Y en la prisión de Canaleta, envuelto enlos gritos de aquella concurrencia escogidapuntualmente para él, Raúl Rivero cumplióa pie juntillas, modélico, la segunda parteno escrita de su sentencia; escribiría, sí,pero sobre todo, poemas de amor: ¿estabancomplacidos?

Corazón sin furia es el libro que aúnaaquellos versos, todos versos de amor. Enél, Raúl Rivero declara su oposición perma-nente a cualquier acto de sometimiento.La furia de su corazón no es grito, sinotierna perseverancia, una manera más dela victoria. En la cárcel estaba él , sucuerpo lacerado por las encrucijadas, lasapiente voluntad de quien no cede. Ensus versos, el hombre que un día caminólibre por una acera donde una mujerpudo quererlo, el que la amó con todas las

bondades, aquel que creyó en la música yel mar y los ardores y se dijo feliz. El dolor,la ira, el grito trabado en el pecho eranasuntos demasiado íntimos, excesivamenteincómodos como para compartirlos consus celadores.

Una poesía reposada, crispada por elsuceso de alivio que provoca idear una rea-lidad más allá de la circunstancia que lorodea, marca la escritura de este libro. Pordemás, de una limpieza textual y unademostración de oficio, difíciles de conse-guir en la vida menos atribulada de cual-quier escritor; ya no digo, en la de alguienque sólo ha visto el sol cuarenta y cincominutos al día y por toda esperanza escribenada más que la memoria salva y procura son-reír a sus vigilantes.

Corazón sin furia es un libro humano,repleto de incertidumbres, desamores,enormes verdades. El amor no dirige lossueños/ —ellos son nuestra locura diaria—/pero necesita restauraciones/ teatralidad,renuncias/ para que la vigilia no pierda/ elsacramento de la neblina. Pero, también, unademostración de ética, un acto de hom-bría sin precedentes en la l i teraturanuestra. Asistimos no a la lectura de unpoemario hermoso, agrietado por losazares de la vida; sino más allá, a un gestode valor, la mejor respuesta, frente a laferocidad de los tiranos, el oprobio de susceldas de máximo rigor, y la vergüenza delos delatores.

Me fui esa mañana de la casa/ y sé que hasido/ uno de los días más felices de tu vida,escribe el poeta, el mejor poeta cubanovivo, con la certeza de que la Isla, lanuestra, es ya una franja de tierra ocupadapor el desaliento, sitiada en nombre de lapatria, hecha jirones bajo el pretexto detodos los imposibles. Raúl Rivero viveahora acá del mar. Frente a sus ojos, lanación, el tirano y sus secuaces respirancon alivio, aunque más bien, recelan.Saben que en cualquier momento el poetahabrá de sorprenderlos con la furia de sucorazón, es decir, con aquellos dolores, contoda la hombradía de las noches de terror,con la más certera de sus armas, otra vez, lapoesía. ■

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Amazonas, walkirias y sirenasCristóbal Díaz Ayala

Alicia Valdés Diccionario de mujeres notablesen la música cubana Ediciones Unión, La Habana, 2005344 pp. ISBN 959-209-577-9

Alicia valdés se graduó de musicólogaen La Habana en l985. Muy pronto

edita su primer libro, El músico en Cuba,basado en su tesis de graduación, un impor-tante trabajo sobre ubicación social y situa-ción laboral del músico en Cuba en elperíodo l939-l946. Ha tenido una activa tra-yectoria, participando en importantes dic-cionarios internacionales, y publicando artí-culos en revistas especializadas. Hacía añostrabajaba en esta obra que acaba depublicar: Con música, textos y presencia demujer. Diccionario de mujeres notables en lamúsica cubana.

Las féminas figuran en el Diccionario de lamúsica cubana, de Helio Orovio, pero, mien-tras allí son l80 las mujeres o grupos demujeres biografiados, frente a 97l hombres,Alicia incluye a 37l mujeres. No hay exclu-siones de cubanas residentes en el extran-jero, y, antes al contrario, la autora incor-pora a extranjeras que vivieron o viven granparte de su vida en Cuba. Nótese que eltítulo se refiere a «mujeres notables en lamúsica cubana» y no a «mujeres cubanasnotables en la música». El libro, además,desborda los límites usuales de un diccio-nario de este tipo, con unos importantesanexos, en el primero de los cuales nos traelas estadísticas de la presencia femenina enla música cubana, reflejada en los cincocensos de población realizados entre l899 al953, para demostrar la disminución de eseporcentaje, que era de 6,l por ciento enl899 al 0,03 por ciento en l953. Desgraciada-mente, no hay censos posteriores, pero, ajuzgar por el número de inclusiones en el

diccionario, es de esperar que ese porcen-taje haya subido.

Una característica interesante de estaobra es que cubre no sólo compositoras,cantantes e instrumentistas, sino tambiéninvestigadoras y pedagogas, y, sobre esabase, en el Anexo 2 hay una relaciónnominal de estas mujeres a lo largo de lossiglos xvi al xix, las que, por no disponerseen la mayoría de los casos información máscompleta, no se incluyen en el listado deldiccionario propiamente dicho. Son así, 234nombres adicionales para agregar al que-hacer musical femenino en Cuba, sin contarotras veinte que figuran aquí, pero que,además, sí tuvieron acceso al diccionario.

El anexo 3 contiene una relación nominalcon los datos esenciales de cantantes e instru-mentistas extranjeras que trabajaron en Cubadurante el siglo xix. Son l57 nombres adicio-nales, entre los que hay que destacar figurasimportantes como María Conesa, MariettaGazzañiga (en homenaje a la cual en Cuba secrea un dulce, la gaceñiga), Amalia Paoli,Adelina Patti, Teresa Carreño, etc. Y es queCuba era una importante plaza internacionalpara lo artístico en ese siglo. Recordemosque el Teatro Tacón estaba considerado eltercero del mundo en aquellos años. Elanexo 4 nos trae, detallado por provincias, eltotal de compositoras inscritas en Cuba en elCentro Nacional de Derechos de Autor en2002: 1.424. El anexo 5 es la relación de gra-duadas de musicología fuera de Cuba hasta2002, sólo cinco, mientras que el anexo 6contiene los nombres, año de graduación ytesis de las 7l graduadas de Musicología enCuba desde l98l a 2002. Los anexos 7 y 8traen la relación de investigadoras y peda-gogas que han recibido premios de la uneacy de Casa de las Américas por su trabajo. Y,por último, el 9 tiene una relación de pelí-culas y documentales que recogen a la mujeren la música a través del cine cubano.

Todos estos anexos, como el diccionariomismo, tienen un evidente propósito deestimular a la mujer cubana y también a lalatinoamericana, en general, a adentrarseen los distintos caminos que la músicaofrece. En el prólogo, que la autora titula«Mis razones», ella explica como llega a la330

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selección de estas mujeres notables, acla-rando que no es un censo, sino apenas unamuestra de la totalidad, imposible de cubriren una obra de este tipo. Cada ficha incluyelos datos concisos de la biografiada, y, en elcaso de las compositoras vivas, se incluye unaselección de sus obras, catalogadas porgéneros. En el caso de las fallecidas, el catá-logo es completo. De las intérpretes seincluye una selección de su discografía reali-zada hasta 2002. Y esto hace del diccionariouna obra excepcional. Orovio cubrió enalgunos casos en forma breve la selección deobras de algunos de los compositores, peroincorporar la discografía creo que es único, ycrea un precedente para toda América Latinaen la concepción de este tipo de trabajo.

En su reciente libro Cuba and its music:from the first drums to the mambo, Ned Sublettedice que la verdadera historia de la música,sobre todo de la popular y sus intérpretes,comienza con el disco. Y, sin embargo, gene-ralmente se omite la discografía. Se compren-derá que para toda la obra que hemos rese-ñado, que abarca desde el siglo xvi hasta2002, la autora ha tenido que efectuar uningente trabajo de investigación, acopio y eva-luación de datos. En el caso de las discogra-fías, cita el uso de la preparada por nosotros,Discografía de la música cubana, l925-l960 quellegó a ella en forma de cd, pero a la que hayacceso libre y gratuito en http://gislab.fiu.edu/SMC/discography.htm.

En cuanto a las musicólogas, sólo incluyólas que han recibido premios por sus tra-bajos, agregando, además, a otras investiga-doras y comunicadoras con trabajos impor-tantes sobre la música cubana. Hay tambiénen la mayoría de los casos referencias a otrasfuentes bibliográficas, y abundan las fotos delas incluidas. Como en las antologías,siempre se pueden señalar en estos casosnombres faltantes o sobrantes. Pero, visto ensu totalidad, me parece un trabajo de unaprofesionalidad, esmero y acierto indudables.Es un testimonio único en la historiografíade nuestra música, una herramienta de tra-bajo indispensable para investigadores yescritores, y, sobre todo, un homenaje y unmensaje de estímulo no sólo a la mujercubana, sino a la mujer. ■

Economía y sociedad enCuba: Debates del siglo XXI

Velia Cecilia Bobes

Domínguez, Jorge; Everleny Pérez Villanueva, Omar; y Barbería, Lorena (editores)The Cuban Economy at the Start of the Twenty-First CenturyDavid Rockefeller Center for LatinamericanStudies, Harvard University PressCambridge, Massachusetts, 2004456 pp. ISBN: 0-674-01798-6

Desde que en 1989 se produjo el desplomedel campo socialista y en Cuba se ins-

tauró, con el fin del subsidio soviético, elPeríodo Especial en Tiempos de Paz, losdebates sobre la economía cubana se hanconvertido en materia común para especia-listas y aficionados. Mucho se ha comentadosobre la finalidad de las reformas y sus con-secuencias, tanto para la sociedad comopara el futuro político del régimen cubano.

Este libro, sin embargo, tiene una caracte-rística que lo hace, al menos, especial en elcontexto general del debate: se trata de unesfuerzo conjuntamente emprendido, editadoy firmado por académicos de dentro y defuera de la Isla. Sorteando los múltiples obstá-culos para la colaboración académica entreambas comunidades, el Centro Rockefeller dela Universidad de Harvard y los editores deeste texto han logrado una publicación quelogra contener una discusión animada desdeintereses y perspectivas diferentes, con el obje-tivo de ofrecer información de primera manoque permita avanzar en la comprensión nosólo de la economía cubana sino, además, desus impactos sobre la sociedad y su lugar en elcontexto regional e internacional.

El libro comienza con una fuerte afirma-ción de Jorge Domínguez que abre la Intro-ducción: «El futuro de Cuba ha comenzadoya….», pero, a pesar de todos los cambiosocurridos, la más persistente característicaque vincula este futuro con el pasado deCuba es la «profunda dependencia de sueconomía con la economía internacional».

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Estructurado en cuatro partes, la primerase ocupa de establecer un balance generalsobre el desempeño de la economía cubanaa partir de la crisis; en este apartado, PérezVillanueva consigue hacer un análisis minu-cioso de los principales indicadores y su evo-lución hasta el año 2001, mientras que el tra-bajo de Domínguez incorpora, además, unavisión institucional y nos presenta una valora-ción de las diferentes políticas con susaciertos y limitaciones, desarrollando unaperspectiva comparada respecto de otrasexperiencias poscomunistas; de lo cual con-cluye que no sólo las reformas son insufi-cientes aún para el logro de un desempañoexitoso, sino que el análisis no puede estarcompleto si no adicionamos una reflexión entorno a los problemas generados por ellas.

La segunda parte, compuesta por las contri-buciones de Pérez, Monreal y Sánchez, más elcomentario de Perkins, coloca el tratamientode la economía cubana en el escenario másgeneral del contexto internacional. En todasellas se destaca el importante papel de la inver-sión extranjera en la (más que discreta) recu-peración económica del último lustro. Sólopor la abundante información que se ofreceen estas páginas estaría justificada la afirma-ción con la que Domínguez abre el texto,pero, más allá de ella, necesariamente obligana un lector informado a preguntarse cuálesserán las consecuencias de la tendencia que sepuede constatar a partir de las más recientesmedidas emprendidas por el régimen y que,sin dudas, apuntan hacia la recentralización yel regreso a viejas prácticas de control, tanto enel ámbito de la administración como en el delconsumo. ¿Cómo reaccionaría el país en uneventual escenario de retiro de las inversionesforáneas? ¿Será el nuevo contexto un esce-nario semejante al de los 70, pero con nuevosaliados (China y Venezuela), dispuestos a subsi-diar el experimento cubano? ¿Cómo reaccio-nará la sociedad cubana —profundamentetransformada por las medidas de ajuste— aestos retrocesos de las reformas?

Justamente, sobre los cambios socialesasociados al Ajuste Económico se concen-tran la tercera y la última parte del libro. Enlos trabajos de Espina y Togores y García seda cuenta de cuánto se ha transformado,

tanto la estructura socioclasista como losconsumos y los ingresos de la población.Revisando la política social y la fragmenta-ción de los mercados, estos textos demues-tran el aumento de la desigualdad, la apari-ción de franjas de pobreza y la crecientedisparidad entre zonas y territorios más ymenos favorecidos. Han resurgido tambiéncon inusitada vitalidad viejos fenómenosasociados con el pasado, como el creci-miento de la informalidad, la proliferaciónde conductas delictivas y la corrupción.

En estas circunstancias, un nuevo actorcontribuye a completar el cuadro de losgrandes cambios sociales: la comunidad deemigrados que, a través de sus remesas mone-tarias (pero no sólo de ellas), comienza a par-ticipar de algún modo de la vida en Cuba.Los artículos de Eckstein y Barbería intentanexplorar en esta dimensión transnacional; elprimero mediante un análisis de las redestransnacionales que se han establecido y, talcomo la autora demuestra a partir de trabajoempírico en Cuba, que han ido fortalecién-dose lenta pero sostenidamente; el segundo,analizando esta dimensión a partir de los obs-táculos, pero también los estímulos que laspolíticas de los gobiernos de Estados Unidos yCuba imponen a estas prácticas.

Se trata, entonces, de un libro necesario ybienvenido en muchos sentidos. En primerlugar, porque recoge un debate entre acadé-micos interesados por el mismo tema, peroque raramente se encuentran reunidos en elespacio de una publicación; en segundolugar, porque ofrece información y análisis deproblemas claves para el presente y el futurode Cuba. Pero es, sobre todo, importante ybienvenido, porque nos invita a pensar ennuestra propia responsabilidad por la calidadde ese futuro. Como dice uno de sus editores:«Los cubanos enfrentan una elección mien-tras se preparan para el futuro. Pueden conti-nuar dependiendo, como ha ocurrido en elpasado y todavía ocurre hoy, de la explota-ción intensiva de la tierra y del subsuelo; opueden construir sobre la gran inversiónhecha en el desarrollo de capital humano dela nación. Este trabajo que los cubanos hagancon sus cerebros (…) podría generar unfuturo de prosperidad». ■332

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Tremendo «revolú»por una artista cubanaTony Évora

Celia Cruz, en colaboracióncon Ana Cristina ReymundoCelia. Mi vida. Una autobiografíaHarperCollins Publishers,Nueva York, 2005304 pp. ISBN: 0060751509

E stas memorias, se basan en más de500 horas de entrevistas con una escri-

tora mexicana que, en un principio, se plan-tearon como un proyecto para publicar envida. En sus páginas, la indiscutible reina dela guaracha y el son cubano repasa su vida,desde sus humildes orígenes en Cuba, surelación con la política de Castro, el exilio y,por supuesto, su exitosa carrera profesionalhasta sus últimos días.

Aparte de las descripciones sobre supropia familia, en la primera mitad del libroCelia hace un recorrido detallado por laenorme farándula criolla de finales de losaños 40 y la década del 50: conjuntos, voca-listas, orquestas, arreglistas, coreógrafos,nadie se queda fuera, por lo que se hacedifícil decidir qué aspectos entresacar deentre ese desfile de figuras estelares. Quizácuando, aún adolescente, adoraba a PaulinaÁlvarez, la «Emperatriz del danzonete».«Nos sentábamos todos en primera fila, peroyo me pegaba al escenario para ver bien aPaulina. Con las claves —la base de lamúsica popular cubana— en las manos, ellacantaba con el conjunto de Neno González.En todas sus fotos, Paulina siempre se ve conun par de claves, y como yo quería ser igualque ella, me las regalaron. Es más, puedodecir que modelé mi forma de cantar enPaulina, por lo mucho que la admiraba».

De especial significación para cualquiermusicógrafo fueron sus comienzos con laSonora Matancera, antigua agrupación diri-gida por Rogelio Martínez, con la que Celiadebutó el 3 de agosto de 1950. En realidad,

su primer contrato no fue con la Sonorasino con Radio Progreso, para participar en«Cascabeles Candado». Fue precisamente enese programa radial donde Benny Morécantó por primera y única vez con la Sonora.

Más adelante menciona el primer discoque grabó acompañada de la Sonora Matan-cera, un sencillo con la guaracha «Cao, cao,maní picao», de José Carbó Menéndez, y elafro «Mata siguaraya», del pianista LinoFrías, su gran amigo. Fue en la Sonora dondeprimero trabó amistad con Pedro Knight,que tocaba segunda trompeta junto a CalixtoLeicea, y que años después sería su esposo.

La segunda parte del libro cubre el des-arrollo de la salsa neoyorquina y sus viajespor el mundo, la gente que conoció, home-najes, condecoraciones y títulos honoris causaque recibió. Por cierto, su testimonio revelapocos vestigios de sus posibles creencias afro-cubanas, aunque estimo que fue devota deOshún, Cachita, la Caridad del Cobre. Cada7 de septiembre, víspera de su día, en su casase celebraba a la bella patrona mulata deCuba. En los años 50 Celia llevaba pulserasde donde colgaban monedas de oro. Y está eldetalle de la flor amarilla que Pedro le poníaen la bandeja donde le llevaba cada mañanael desayuno a la cama.

Sin embargo, no todo le fue fácil en sulargo camino. «El final de los 60 y los pri-meros años de los 70 nos trajeron muchoscambios, no sólo en nuestra vida privada,sino también en nuestra música. A pesar delos esfuerzos de personas como Tito Puente,la juventud —que es la que compra discos ymantiene a los artistas vigentes— empezó adarle la espalda a nuestra música, porque laveían como algo de viejos».

Para Lola Flores, La Faraona, siempretuvo un agradecimiento especial. «A Lolala conocí a principios de los 50 en Cuba, ycuando empecé a viajar a España a finalesde esa década, nos volvimos a juntar. Lolatenía un restaurante que se llamabaCaripén, y cuando yo estaba de visita locerraba al público y me invitaba a cantarleexclusivamente a un grupito de personasimportantes invitadas por ella. Esas fiestasprivadas ayudaron a que mi música seempezara a propagar por toda España (…)

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En 1998, cuando grabé mi humilde home-naje a su memoria, «Canto a Lola Flores», enmi álbum Mi vida es cantar, se lo llevé, ycuando se lo puse en el panteón el viento lolevantó y cayó encima de la lápida que llevasu nombre. Parece que Dios Santo queríaque estuviera lo más cerca de ella posible».

En un mundillo muy inestable, la respon-sabilidad y puntualidad profesionales deCelia Cruz eran proverbiales. Además,siempre tuvo una palabra de aliento, tantopara los conocidos como para los nuevostalentos. Creo que la única persona de quiensiempre habló mal fue del dictador cubano.

Celia y la Sonora Matancera salieron deCuba el 15 de julio de 1960 para actuar enMéxico y no regresaron. Refiriéndose a lamuerte de su madre, Ollita, explica Celia: «Aldía siguiente, el 8 de abril de 1962, empecélos trámites para regresar a Cuba al entierrode mi mamá, pero Fidel y su gobierno nuncame perdonaron. Me castigaron por salir deCuba y no me dejaron regresar para enterrara mi mamá. El día que la sepultaron en elcementerio de Colón yo sentí una rabia yuna desesperación tan profundas que apenaspodía con ellas… y fue entonces que decidínunca pisar el suelo de Cuba mientrastuviera esa soga encima».

Mujer honesta y espontánea, su miopía detoda la vida no le impidió ver dentro de laspersonas con quienes trató. Refiriéndose alas parejas que se han mantenido unidas apesar de los vuelcos de la vida (Pedro Knighty ella misma, Emilio y Gloria Estefan, y otrosamigos), anota: «Somos la realeza de la farán-dula cubana porque nuestros matrimonioshan sido duraderos. Como parejas hemossabido cómo llevar el matrimonio por la víadel negocio y la intimidad. Ésa no es unatarea fácil, muy poca gente lo logra y por esocreo que tenemos la admiración de tantos».

En cuanto al origen de «¡Azúcar!», suconocido grito de alegría, lo tendrán queleer en el libro. Valga sólo señalar quesurgió durante un incidente en un restau-rante de Miami.

«Celia detestaba la desfachatez y la vulga-ridad», comenta Omar Pardillo, su represen-tante a partir de 1996, que la quería como auna madre. «Lo estrafalario y lo extravagante

siempre formaron parte de su espectáculo.Sin embargo, nunca se valió de eso más quede su arte, que consistía en su voz y su formade cantar y animar a los espectadores», paraluego agregar: «La prensa, como su público,era su aliada... Su filosofía saturaba cadapalabra y cada hecho».

Como corolario de esta autobiografía,Pedro Knight escribió unas palabras deagradecimiento, añadiendo: «De las cosasque Celia me dejó encomendadas piensoque este libro, la fundación The Celia CruzFoundation y la película con Whoopie Gold-berg son las más grandes». Dos días despuésdel 41 aniversario de su matrimonio (secasaron en 1962), Celia murió, a las 4:45 pmdel 16 de julio de 2003, de un tumor cance-roso que le invadió el cerebro.

En este volumen, la negra fabulosacuenta su propia historia. No es sólo unrelato de su interesante trayectoria artísticade más de medio siglo, ni es tampoco elrecuento cronológico y biográfico de unade las figuras más importantes en el mundode la música popular latinoamericana decualquier época. El último comentariosobre estas memorias se lo dejo a la entrevis-tadora Reymundo: «Es más bien un boleroinédito, el más importante de aquellos quesiempre quiso grabar. Aquí, en sus propiaspalabras, Celia nos canta a todos». ■

El infiel Elizabeth Burgos

Serge RaffyCastro El DeslealGrupo Aguilar S.A. de Ediciones Madrid, 2004, ISBN: 8403095082

E sta biografía se desmarca de lasanglosajonas, prolijas en detalles y en

fuentes referenciales. Tampoco es la biografíacomplaciente de Fidel Castro a la que son tandados los europeos. En la medida en que los334

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archivos cubanos están vedados, que sería laúnica garantía de escribir una obra decarácter rigurosamente histórico, Serge Raffyoptó por el género del gran reportaje decarácter histórico, y es allí donde radica sugran originalidad. Al sentirse libre de cánonesque lo limitaran, pudo deambular de un paísal otro, hurgando en los recuerdos de unos yde otros, pues, a falta de archivos, queda lafuente perecedera de los testigos: de allí laimportancia de recoger esa memoria.

No obstante, pese a esa carencia defuentes documentales, y de no estar en supropósito de realizar una obra de investiga-ción académica, Serge Raffy logró hacerse dedos documentos notariales inéditos y desuma importancia histórica: el certificado debautismo de Fidel Hyppolyte, nacido enBirán en 1926 y bautizado en 1935, hijo deLina Ruz, sin referencia paterna. (Teníanueve años al ser bautizado). El segundodocumento data de 1943, en el que se certi-fica que Ángel Castro, atendiendo a leyvotada en agosto de 1938, inscribe en elregistro de nacimientos a su hijo Fidel Ale-jandro. Fue reconocido por el padre cuandoya había cumplido diecisiete años. Doshechos que van a explicar la inestabilidad desu primera infancia y adolescencia y que seráel rasgo preponderante de su vida futura. Deahí que la parte más interesante de la obrasea la de la infancia y de la adolescencia.

El autor desecha las grandes gestas de lahistoriografía oficial, y penetra en la intimidadde los hechos. Indaga el aliciente que lo haguiado en su propósito de resarcirse de suorigen. Desde entonces, toda su vida se haorientado hacia una búsqueda sin tregua decompensación. Este proceso se ha convertidoen una verdadera vocación que lo ha llevadoa transformarse en escultor de su propiaestatua. Domador de su propia voluntad, ladirigirá exclusivamente a la realización de laidea única que lo habitó desde siempre: surealización personal en el horizonte delpoder. El poder absoluto es la materia sobrela cual ha modelado las formas de esa obra,con la que ha alcanzado, qué duda cabe, elgrado de excelencia. La suerte del mundo lotiene sin cuidado, los seres humanos sonfigurantes, necesarios como público, como

carne de cañón, como palmas para alaplauso. El goce del poder por el poder, y suproyección personal en la historia. Todocomenzó con él y terminará con él: es unamodalidad exacerbada de narcisismo.

En el empleo de la astucia en lugar de lainteligencia ha radicado la clave de su éxito:elemento bastante pobre como para asegu-rarle la perennidad en la memoria de lossiglos. Si hubiese optado por el teatro, talvez se hubiese convertido en un verdaderomonstruo sagrado. Desafortunadamenteescogió por escenario el mundo, y a loscubanos, como súbditos de su sed desme-dida de imponer su voluntad.

Para narrar la historia de este experto enemociones, y su uso de la seducción, serequieren herramientas históricas que seconfunden con la psicología y la ficción.Fue hurgando en lo que suele desechar lahistoria que Serge Raffy encontró hechosque ayudan a explicar el fenómeno de unapersonalidad orientada hacia un propósitodesmedido de legitimidad, dotándose deuna capacidad excepcional para la creaciónde imágenes. En ese sentido, debemos reco-nocer que Castro inauguró la era del vasa-llaje de la política ante la imagen.

¿Qué sueños de grandeza remotos ani-daban en una suerte de memoria anteriorde aquel niño, hijo de Lina Ruz, criadasobre la que el patrón ejerció el derecho depernada, que para alcanzar la certidumbrede sí mismo necesitó realizarse, no como serhumano, sino como ser único, excepcional,convirtiendo su ansia de poder en su sus-tancia vital? La joven sirvienta ambicionó parasus hijos lo que tenían los hijos mayores delmatrimonio. Y el niño asumió como destinodestruir las élites, no porque lo excluyeran,pues era blanco y poseía fortuna, sino por nohaber nacido como parte de ellas. Su padre,Ángel Castro, gallego, terrateniente, patrónimplacable y violento, se había casado conMaría Luisa Argota, la maestra que, por indi-cación de su amigo Fidel Pino Santos, lo ense-ñaba a leer y a escribir1. Dos hijos nacieron deesa unión. Y tres hijos más tuvo Castro conLina Ruz, de 14 años a su llegada, la mismaedad que su hija mayor. Harta de la situación,María Luisa Argota se marchó a Santiago de

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Page 30: El boxeador, el encordado, la derrota · 2006. 12. 17. · La función ha terminado, las luces se 308 extinguen una por una y el boxeador que buena letra ... pierde sale por la puerta

Cuba con sus dos hijos y Lina se convirtió enla señora de la casa. El pequeño Fidel, deapenas cuatro años, fue enviado a Santiago deCuba bajo la custodia (remunerada por ÁngelCastro) de Luis Hippolyte Alcides Hibbert,cónsul de Haití. Fidel vivió la humillación enel colegio La Salle, por ser un bastardo nobautizado hasta cumplir los 8 años, cuando lepusieron por nombre Fidel Hipólito, hijo deLina Ruz. Sólo a los 17 años, el 11 dediciembre de 1943, fue reconocido por Ángelcomo Fidel Alejandro. Ya por entonces, enBelén, el prestigioso colegio jesuita de LaHabana, Fidel revelaba sus ansias desmedidasde éxito e hizo amistad con el joven RafaelDíaz-Balart, con cuya hermana se casará.

Las modalidades de la irrupción del jovenFidel Castro en el panorama político de laIsla eran las que reinaban en la época: vio-lencia y gangsterismo político. Un hechoexcepcional que determinará el futuro polí-tico de Fidel Castro, según Serge Raffy, fue suencuentro con Fabio Grobart. Según el bió-grafo, la colaboración de Fidel Castro con elhorizonte soviético dataría de esa época.Corre el año 1948. Fabio Grobart, judíopolaco, cuyo nombre verdadero es AbrahamSemjovitch, como jefe de la «red del Caribe»suplente del Komintern, ha recibido deMoscú la orden de reclutar «hombres nues-tros», agitadores antimperialistas, cuya parti-cularidad es que no militen en los partidoscomunistas; antes, por el contrario, debenaparecer como anticomunistas. El kgb pre-cisa de hombres de acción y no de militantes.

Según Serge Raffy, la relación de FidelCastro con el mundo comunista fue precoz,pero es allí donde la falta de fuentes que locertifiquen se deja sentir. El autor afirma

que Castro corresponde al perfil requerido:«de reputación ‘gangsteril’, sus métodosbrutales, su activismo impetuoso, su aventu-rerismo», hacen de él el candidato perfecto.El encuentro se produce por intermedio deFlavio Bravo al regreso de Fidel Castro deBogotá, adonde había ido para participaren un encuentro latinoamericano de estu-diantes auspiciado por Perón. Existen testi-monios que afirman que cuando FidelCastro viajó a Bogotá, en compañía deRafael del Pino Siero2, iba con una misiónde la cia: la infiltración de los movimientosestudiantiles latinoamericanos. Esa condi-ción de «agente doble» era para el jovenCastro terreno conocido. No nos referimosa la práctica de la denegación, traición ovirajes, propios del juego político, sino auna verdadera estructura psicológica segu-ramente derivada de los avatares del origende su biografía: la propensión a ser simultá-neamente dos personas, a jugar en doscampos al mismo tiempo. El doble le fuedado como un sustrato de identidad desdesu nacimiento: doble hogar, doble nombre,doble identidad, doble pertenencia familiar.

Esa estructura de lo doble aparece entodas las acciones emprendidas por él, aca-rreando crisis que resultan incomprensibles,pues es una conducta que aplica el «doblebind» que, como se sabe, es el origen demuchas perturbaciones psíquicas. La incli-nación a crear situaciones dobles es unaconstante en él. Su capacidad de infidelidaden las relaciones políticas es un rasgo acu-sado de su personalidad. Su demostraciónen Castro El Desleal contribuye a despojar lafigura del caudillo cubano del aura míticaque la ha rodeado en Europa. ■

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1 Según el propio Fidel Castro, en una entrevista con

Ignacio Ramonet para la TV francesa (2004), Ángel Cas-

tro murió siendo analfabeto.

2 Ex miembro del ejército norteamericano, muy cercano

a Castro, con quien rompió en México en vísperas del des-

embarco del Granma. Rafael del Pino Siero fue detenido

en 1959 y, condenado a treinta años de cárcel, al cabo de

diecisiete apareció ahorcado en su celda.