el laberinto de las sirenas

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Pio Baroja; El Laberinto de Las Sirenas

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  • En el agitado Npoles de los aos veinte, el capitn Anda conoce a la ya anciana marquesade Roccanera, una dama napolitana cuyo pasado parece ocultar una serie de dolorososrecuerdos; Anda descubre asimismo la autobiografa manuscrita del marino vasco JuanGalardi, quien, tras sufrir una amarga decepcin sentimental, empieza a trabajar comoadministrador de una finca de la marquesa de Roccanera, un lugar cuyos labernticosrecovecos propician tanto los amores furtivos como las historias de aparecidos y fantasmas.Pero Galardi no tardar en verse arrastrado nuevamente al torbellino de la accin:embarcado en una alborotada singladura por el Mediterrneo, deber afrontar la mspeligrosa de sus aventuras, repleta de lances amorosos y arriesgadas peripecias. En una desus novelas fundamentales, Baroja nos introduce de lleno en la rica complejidad de su mundoliterario, poblado por infinidad de tipos raros y curiosos.

  • Po Baroja

    El laberinto de las sirenasEl mar - 2

    ePub r1.0Himali 23.04.14

  • Ttulo original: El laberinto de las sirenasPo Baroja, 1923Retoque de cubierta: HimaliIlustracin de cubierta: detalle de Sinfonia Azzurra, de Gennaro Villani

    Editor digital: HimaliePub base r1.1

  • La brjula del piloto Juan Galardi

    Escribir unas cuartillas sobre la novela de mi to Po El laberinto de las sirenas[*], para estaedicin, es recordar una juventud, cuando habamos tomado por bandera de nuestra accin y aventurala frase que calificaba al protagonista: Juanito Galardi era un vasco decidido y valiente. Estambin una de mis novelas preferidas, leda veinte veces, por el mundo que describe, la variedad desus personajes, sus amores, su accin moderna y antigua a la vez y por la nostalgia y la poesa de lavieja civilizacin mediterrnea.

    El laberinto de las sirenas es la segunda novela de la serie El mar. La primera fue Lasinquietudes de Shanti Anda, las otras dos Los pilotos de altura y La estrella del capitn Chimista,stas, unidas por el protagonista, las dos primeras, slo por las proas de los bergantines y las olas delmar. De todas ellas es la menos marinera, es ms la historia de un navegante por tierra, por puertos yaldeas, entre calles estrechas y palacios sombros, en la que slo aparece el mar al final y en unhorizonte de poesa, bajo el velamen de la goleta Argonauta.

    Est fechada en Rotterdam en septiembre de 1923, aunque su accin se desarrolla en latitudes desol y calor, escrita por un hombre fascinado ante los pueblos del viejo mundo clsico.

    La novela se inicia con un viaje que hace el propio don Po a Italia y la promesa ante una exigentedama que encuentra en el tren, de escribir algo ameno y a su gusto. El escritor despus aparececamuflado bajo el nombre de otro capitn de barco, el mismsimo Santiago Anda, que encarna aqu alpropio Baroja. Sigue con una magnfica descripcin novelesca de la vida de Npoles, llena deobservaciones y comentarios muy del gusto barojiano, con un desfile de tipos, de mujeres y ambienteshasta que surge y se estructura la novela en un flash-back, a raz de un dilogo entre dos personajescuriosos y la bsqueda de un manuscrito perdido del protagonista. Todo con un esquema novelesco.

    Las descripciones del puerto viejo de Marsella, de Marsella la focense, son realistas y a la vezpoticas, puerto en donde nuestro piloto, Juanito Galardi, pierde la aguja de marear a causa del amorde una argelina, Raquel, que le cambia la derrota.

    Derrotero que cambiar varias veces siempre guiado por la rosa de los vientos y el favor de lafortuna. Ser, despus, un accidente fortuito del prepotente seor Murano lo que le vuelva a cambiarel rumbo, ahora hacia una vestal deslumbrante que fascina al piloto vasco, tan arisco y solitario,amor de sueo que le ofrece una vida de lujo que rechaza y se limita a ser un fiel servidor sin otraaspiracin que llevar una vida casi humilde. Todava otra mujer intentar cambiar su ruta, Odilia, laRoja, hasta que la aguja de la brjula queda fija, en un amor sencillo, Santa. Esto en cuanto a laaccin principal del protagonista, siempre acompaada de personajes extraos en ambientescuriosos, reales o literarios.

    La descripcin de Npoles, la imagen y vida del pueblo de Roccanera un Gatopardo calabrs,y la creacin del laberinto, son muestras de ese poder descriptivo y de esa fascinacin que siente elautor por el Mediterrneo, que con su erudicin mezcla con el mundo clsico. La retina del novelista,

  • cargada de vida y sentimiento, observa ciudades y paisajes, calles, palacios, trabajos, sus contrastes,aristocracia y pueblo, con tal realismo que parece una vieja pelcula italiana, uno de aquellos dramasrurales de nuestra juventud.

    Porque la novela es un drama que al final se reduce a la accin de dos hombres completamentedistintos y extraamente reunidos por el amor de Laura Roccanera, mujer moderna en su vida social yantigua en su instinto amoroso. Personaje de la vieja aristocracia italiana sin prejuicios que enamoraa dos hombres antagnicos: Juanito Galardi, el vasco decidido y valiente y Roberto ONeil,hipersensible y delicado. Qu pelcula hubiera hecho Luchino Visconti!

    Habra que anotar que el nombre de mujer Laura lo usa frecuentemente don Po, y lo repite enobras de juventud como Camino de perfeccin o de madurez, incluso de senectud. Las Lauras de donPo son siempre esbeltas y morenas, es indudable que hubo una Laura en su juventud que le marcpara toda su vida.

    Con respecto a su protagonista, es un marino arrogante que la suerte y el amor le lleva por unextrao derrotero, y se asemeja en parte con el capitn Chimista, otro de los protagonistas de susnovelas marineras. Pero la personalidad de Galardi es compleja, porque junto al hombre de accinacostumbrado al mando y con un sentido prctico de navegante, tiene un fondo mstico, que don Pomarca cuando dice que quiso ser cura y entre sus libros se encontraba La Gua espiritual de Miguel deMolinos traducida al italiano junto a las Odas de Horacio. Quiz por eso el autor le da un finalreligioso, quiz por ese misticismo no extraa su simpata por Roberto ONeil, el hombre delicado,figura de estirpe bayroniana, al que don Po conceder el don de la muerte, privilegio de algunos desus personajes.

    La relacin de estos dos hombres es una mezcla de admiracin y respeto, a veces de asombro, porlo que el otro tiene y cada uno carece, y hasta de afecto, sintindose ligados por el viejo amor haciauna misma mujer, que marc parte de sus vidas y por el mar, siempre el mar.

    La contrafigura del vasco fuerte, solitario y honesto, la da Roberto ONeil, hombre dbil,contemplativo, caprichoso, romntico, que llega a un paraso de luz, fascinado por la lectura de losviejos gegrafos y de los poetas. Paraso que don Po construye como un sueo propio y despusdestruye para dar un adis final! a toda aquella exuberancia imaginativa, con aquel maravillosopoema El Gran Pan ha muerto.

    La construccin del laberinto, arrecifes y mar, espumas y prpura, murmullo de ocasos, viento ycenefas de cielo o de costa, y la del extenso parque con montaas, acantilados y cascadas, diseado yconstruido por Toscanelli, es un sueo del autor, un poema paisajstico inspirado en Salvatore Rosa,en El Bosco y en Patinir, en un momento de ensueo, que tiene el mismo fin que el despertar: unadestruccin sin dejar rastro de aquella locura.

    Junto a este sueo est la realidad dura y de color ocre, la historia del viejo minero y de sufortuna, otra pelcula aparte, esta vez americana, en donde aparece la mina, El Caimanito, el sueodel oro con clara vinculacin paterna. No en vano su padre, Serafn, fue ingeniero de minas y su hijole acompa por los montes a demarcarlas, y saba de bocaminas, filones, hornos y escombreras. Eneste origen no poda faltar el mdico, el padre de nuestro segundo protagonista, que queda tambindeslumbrado por la aparicin de Laura como una vestal sobre aquel decorado del laberinto, mientrasoye recitar las estancias del Tasso.

    Roberto ONeil no viene solo a su vida novelada, le acompaa una nave, la goleta Argonauta qu

  • bonito nombre! que navega hacia la Grecia clsica de Homero y Hesiodo. Y en una culminacinpotica con El viaje de los hijos de Aitor y el canto a Los viejos mascarones de proa don Po dasonido a su imaginacin y escribe sus cnticos de ondinas y tritones, de proas y constelaciones deestrellas y de la libertad del mar. Siempre la libertad!

    El laberinto de las sirenas es una de las novelas de don Po que encierra ms poesa, semejante aLa leyenda de Jaun de Alzate; en ambas el hlito potico cubre la accin, en la que muere algo msque los simples personajes.

    El canto El Gran Pan ha muerto tiene una extraa semejanza con el canto final de Urzi Thor deLa leyenda de Jaun de Alzate, en ambos muere lo mismo, el mundo antiguo, pagando, el culto a laNaturaleza. Muere tambin la juventud, como un ocaso en Las noches del Buen Retiro.

    De aquellos marinos que pilotaron naves airosas slo queda el recuerdo, sus arboladuras estnquebradas, sus cascos sin velamen yacen escorados con las proas cubiertas de lquenes, rotos ydescoloridos los viejos mascarones del romanticismo, de la fantasa, la ilusin y el ensueo. Y ya novive el torrero Juan Bautista Pica para que componga los cuernos de la Abundancia, las Pomonas ylos Neptunos. Don Po s, nos sigue haciendo soar con este laberinto donde aparece LauraRoccanera como una sirena en el ocaso crdeno sobre las olas, mientras recita los versos del Tasso.

    Juanito Galardi era un vasco decidido y valiente!Adis a Juanito Galardi, adis a Roberto ONeil, adis a Raquel la argelina, adis a Laura, adis

    a Odilia la Roja, adis a Santa, conocidos de nuestra juventud perdida! Adis ensueo, realismo ypoesa!

    A Don Po, al escribir la novela le sali la sangre vasca, pero por fortuna no le falt la sangreitaliana.

    Po Caro Baroja

  • Conversacin preliminar

    El tren marchaba por la campia romana en direccin al Norte. Era invierno, al caer de la tarde, yaoscuro. Llova. Despus de un largo recorrido por el pasillo del tren, al entrar en el vagn restaurantequed inmvil y perplejo al verlo completamente lleno.

    El seor tiene el ticket? me dijo inclinndose el camarero, hombre con un aspecto respetabley sombro de cannigo.

    S. Y le mostr un papelito de color.Aqu tiene usted su asiento. Y me mostr una silla, retirando de ella un libro y un bolso de

    mujer.No estar ocupado este sitio? le pregunt al camarero.No, no. Y para cerciorarse lanz una mirada a todo el mbito del vagn y cont los viajeros.Me sent en donde me indicaron. Enfrente de m haba una seora alta, decorativa, vestida de

    negro, a quien, sin duda, no haca gracia la idea de tener un comensal delante.Conoca yo a aquella dama de verla en Npoles, en el hotel en donde me haba hospedado, en

    compaa de una institutriz francesa y dos nios. Habamos coincidido varias veces en el comedor delhotel, a poca distancia, y me haba mirado siempre con tal desdn, que pens si le recordara a algunapersona antiptica de su conocimiento.

    No era la dama una mujer muy guapa, pero s muy arrogante y muy solemne. Vesta, en el tiempoque la vi en el hotel napolitano, una capa de pieles, de esas que, segn dicen los inteligentes, valencentenares de miles de francos y que llevan las seoras a los teatros y a las fiestas de caridad paraconsuelo de los desvalidos. En el tren usaba un abrigo negro.

    Tena sobre la mesa el libro y el bolso que haba retirado el camarero de mi asiento. El libro erauna novela francesa, de cubierta amarilla.

    Al sentarme yo, la seora me mir con una atencin desdeosa y glacial.Pasamos largo rato esperando la cena.Yo pensaba: Si yo conociera a esta dama y tuviera alguna benevolencia conmigo, el permanecer

    delante de ella tanto tiempo en silencio me perturbara y me parecera encontrarme en una situacinhumillante; pero no la conozco, me mira desdeosamente y no tengo obligacin de mostrarme amablecon ella.

    Nos trajeron la cena, que comenz con macarrones. Yo no comprendo cmo los italianos, con sueterna preocupacin esttica, pueden comer macarrones ante el pblico.

    DAnnunzio, en colaboracin con Mussolini, deba dar a sus fieles una pragmtica sobre la manerade comer macarrones, porque es lo cierto que no se sabe la forma de engullirlos con un poco deelegancia y de decoro; si se cortan con el tenedor o con el cuchillo, es muy difcil cogerlos; si no secortan y se hace una maniobra envolvente con el tenedor y la cuchara, maniobra muy extendida entrelos Daz y los Cardona del macarroni, el procedimiento estratgico no basta, y se est siempre medio

  • comiendo y medio sorbiendo, con los macarrones colgados de la boca, como si fueran lombricesblancas, cosa indudablemente poco ruskiniana, poco dannunziana y poco mussoliniana.

    Mi compaera de mesa no se arredr por el antiesttico espectculo, de aprehensin macarronilque tena que dar, y fue en parte mordiendo, y en parte sorbiendo, los tubos blancos, hasta hacerlosdesaparecer en su desdeoso y aristocrtico gaote.

    Yo com la mitad slo de lo que me pusieron en el plato, un poco avergonzado de tan feamaniobra.

    Quin habra de suponer una tan fuerte preocupacin esttica en un oscuro vasco!Con el movimiento del tren, que marchaba entonces a gran velocidad, inclinndose de cuando en

    cuando como un buque, la lmpara elctrica que nos alumbraba iba deslizndose hacia el centro de lamesa y nos aislaba un tanto a la seora y a m. Me pareci muy oportuno este movimiento espontneode nuestra luminosa compaera, y, disimuladamente, la empuj un poco ms, y quedamos asseparados y sin vernos las caras la dama desdeosa y yo.

    Nos trajeron el segundo plato, y la seora, poco despus, cogi la lmpara con energa y la retirhacia el lado de la ventanilla, con lo que quedamos de nuevo frente a frente.

    La lmpara, sin duda, no se hallaba del todo conforme con el sitio al que se la relegaba, porquecomenz de nuevo a agitarse y a deslizarse con el movimiento del tren hacia el centro de la mesa.Cualquiera hubiera dicho que tena la conciencia del lugar que la corresponda.

    Qu pesadez! dijo la seora, y puso el libro y el bolso delante de la lmpara para impedir quese moviera.

    El bolso tena, sin duda, billetes solamente la crisis monetaria; el libro era ligero ladecantada ligereza francesa, y ni una cosa ni otra bastaron a detener la lmpara, que avanzdecidida y valientemente, a colocarse en medio. Yo entonces me re sin querer, y la dama se ritambin.

    Me permite usted? la dije.Saqu un papel del bolsillo, lo arroll en varios dobleces y lo puse como una cua en el pie de la

    lmpara. Me pareci que haba resuelto el problema. Durante un momento se sostuvo bien, pero unaoscilacin brusca del tren ech fuera el papel doblado, y la lmpara comenz a marchar de nuevohacia el centro de la mesa.

    Es ms fuerte que nosotros dijo ella en italiano.S, es verdad repliqu yo en mal francs. Qu obstinacin en alumbrarnos! sta debe ser

    una lmpara pedaggica. Slo en los pedagogos he visto una perseverancia igual en iluminar a lagente.

    Al parecer se haba roto el hielo y podamos hablar ya con libertad.A qu hora se llega a Pisa? me pregunt la seora, de pronto.A Pisa? exclam yo, asombrado, mientras quitaba la corteza a un pedazo de Gruyre.No llega usted hasta Pisa?Yo voy a la frontera francesa.Ah! Va usted a Pars?No, voy a Marsella.En esto la institutriz de mi compaera de viaje entr en el vagn restaurante y dijo a su seora que

    uno de los chicos haba abierto un termo, lleno de caf con leche, y haba regado con l al hermanito.

  • La dama al or la relacin se incomod, dio sus instrucciones, y cuando se alej la institutriz,mirndola con enfado, murmur violentamente:

    Qu mujer ms estpida y ms bestia! Tiene una que estar en todo.Despus, volviendo con una gran agilidad de espritu a su aire amable, me pregunt:As que va usted a Marsella?S, seora.Es usted comerciante?Comerciante precisamente, no El gnero de comercio que uno fabrica no tiene mucha salida.Pero es usted francs?Francs? No. Soy espaol.Ah!, es usted espaol?S, seora.Ahora, en Espaa, son ustedes ricos.S, pasajeramente.Cree usted que slo pasajeramente?Me figuro que s.Es ms cara la vida en Espaa que en Italia?No s; quiz sea algo ms barata en Espaa.Entonces usted cree que con el mismo presupuesto se puede hoy vivir mejor en su pas que en

    Italia, teniendo en cuenta, naturalmente, el cambio?La verdad, no s.Los italianos y las italianas hablan de cuestiones de dinero con grandes conocimientos. No s si

    esto es mejor o peor que la petulancia de algunos espaoles que quieren dar a entender que su dineroes como un man cado del cielo. Bonito automvil tiene usted, le dijeron hace poco a un bilbanorico, y l contest: S, lo he encontrado en mi garaje; no s cundo lo han trado ni lo que vale.

    Mi compaera de mesa pareca sumida en graves reflexiones acerca de la caresta de lassubsistencias, mientras yo iba comiendo unos higos con una almendra dentro. De cuando en cuandome haca algunas preguntas acerca del valor de la tierra y de la propiedad en Espaa que yo no sabacontestar ms que con vaguedades.

    sta seora debe estar pensando que yo soy tonto, pens, y que mi nica habilidad es comerhigos.

    Luego, ya categricamente, me pregunt:Viene usted de Roma?No, de Npoles.Ha estado usted all de turista?S, a descansar un poco.Qu es usted?Mdico dije yo un poco sorprendido de este interrogatorio de presidente de Audiencia.Ah, mdico!S; tambin escribo algunos libros.De ciencia, claro es.

  • De ciencia y de literatura.Qu clase de literatura?Novelas.Qu tipo de novelas?As, de observacin de la vida.Realismo?S; realismo y algo de romanticismo tambin. Poco ms o menos, como todas las novelas.No me gustan esas novelas realistas.A m tampoco.Y entonces, para qu las escribe usted?El argumento me pareci que no tena rplica.Realmente no s para qu las escribo murmur.A m me gusta una literatura que haga olvidar un poco la vulgaridad de la vida cotidiana dijo

    ella, una literatura de fantasa, de imaginacinS, a m tambin; pero los meridionales tenemos tan poca imaginacin!Cmo? Cree usted que la gente del Norte tiene ms imaginacin que nosotros?Yo me inclino a pensar que s.No. Ca! No replic ella con gran energa y me mir como pensando: este seor ser un

    mixtificador o un pobre hombre?La verdad es agregu yo que no sabe uno exactamente si los hombres del Norte tienen ms

    imaginacin y fantasa que los del Medioda, o al contrario. Verdad es que tampoco sabemos a puntofijo lo que es la imaginacin.

    Cmo que no sabemos?Naturalmente que no; tenemos una idea aproximada que nos sirve para hablar; pero con

    exactitud, de una manera precisa, no sabemos qu es la imaginacin.Entonces no sabemos nada de nada.Por lo menos no sabemos mucho de mucho; pero, en fin, yo no pretendo convencer de una cosa

    de la que no estoy tampoco muy convencido. Respecto a los libros, yo tambin prefiero la obraliteraria inventada, que no la copiada de la realidad o de las obras antiguas. Todo lo que es sloimitacin tiene indudablemente poco valor.

    Otra cosa que me molesta indic ella es esa tendencia al anarquismo y a la pedagoga delos libros modernos. Hoy todo el mundo quiere cambiar el orden establecido de las cosas y ensear.Qu petulancia!

    As que a usted le gustara una obra de literatura fascista dije yo disimulando un poco lasorna.

    Oh, no, no! Qu tontera! Qu cosa ms desagradable y antiptica! Casi prefiero elanarquismo y la pedagoga al fascismo con sus cnticos, sus gritos y el aceite de ricino. A m me gustaalgo que sea como una meloda, una historia de amor con un fondo bonito, algo que distraiga, quedivierta, que haga olvidar las cosas feas de la vida vulgar. Usted sabe hacer algo as?

    Yo? No. Ca!Pero lo intentar usted alguna vez?

  • Qu quiere usted! La imaginacin de uno es tan pequea, tan escasa; pero probar.Si lo hace usted, me mandar usted ese libro?S, seora, con mucho gusto.La dama abri su bolso y sac una tarjeta.stas son mis seas; si hace usted ese libro mndemelo usted.Yo me registr los bolsillos, y como no encontr tarjeta ninguna dije:Quiere usted que le ponga mi nombre en un pedazo de papel?No, para qu? Mientras no llegue ese libro no pensar en su autor.Muy bien, yo har lo posible para envirselo lo ms pronto que pueda.Los mozos del vagn restaurante haban cobrado a los viajeros, que iban levantndose y

    marchndose a sus respectivos departamentos.La dama se levant tambin de la silla y me hizo una ligera inclinacin de cabeza. Yo la salud

    todo lo ceremonioso que se puede saludar en un vagn que baila y ante una mesa llena de botellas y deplatos que al menor movimiento se vienen al suelo.

    Me fui a mi sitio y le la tarjeta; pona:

    DEMETRIADUCHESSA DE S.

    Y debajo las seas.He aqu una dama exigente con la literatura, me dije a m mismo. Una seora que quiere un

    libro a la medida.Por otra parte, me halagaba el poder tener una lectora como aqulla, tan arrogante y tan solemne.An ahora quiero creer que la viajera se acuerda de m y de nuestra conversacin en el comedor

    del tren, en el intervalo entre el queso de Gruyre y los higos con una almendra dentro; y cuando acabede imprimir mi obra pienso envirsela, con una dedicatoria a la antigua, llena de frases conceptuosas,rebuscadas y rimbombantes.

  • PrlogoCasi una fantasa antropolgica

    1

    Escribir un viaje por Italia, poniendo de cuando en cuando palabras y nombres romanos,napolitanos o florentinos, es una vulgaridad dice el capitn Anda, autor de esta obra que no estdentro del crculo de las habituales vulgaridades en que uno puede caer.

    Aunque en mi relato el principio tenga cierto aire de libro de viajes, no lo es completamente,porque estas pginas primeras no indican ms que las vueltas y los zigzags que se van trazando hastaencontrar el hilo de una historia. Este prlogo es una fantasa antropolgica, ms que turstica oesttica.

    Yo no he hecho viajes importantes por el Mediterrneo. En el tiempo que fui marino y navegaba,no estaba abierto el Canal de Suez, y las rutas mediterrneas eran pequeas y sin importancia: paracapitanes de cabotaje, no para marinos de altura.

    El or contar al secretario del Ayuntamiento de Lzaro las impresiones de su peregrinacin aRoma y de su viaje a Venecia, Florencia y Npoles, por cierto bastante chabacanas, dignas de unbraquicfalo, hubiera dicho mi amigo Recalde, me produjo a m el sentimiento de no haber viajadopor el Mediterrneo, y en una ocasin en que mi mujer se hallaba en Francia, con unos parientesirlandeses que se encontraban de paso en Pars, decid dar una vuelta por Italia.

    Recalde, doa Rita y yo

    El doctor Recalde haba prometido acompaarme a Italia slo por diez das; no quera dejarhurfana de cuidados mdicos a su numerosa clientela luzarense. Marcharamos a Barcelona; de all, aGnova, y de aqu, a Npoles, embarcados.

    Era en el mes de diciembre.En Barcelona, el doctor Recalde y yo fuimos a un hotel de la Rambla, prximo al teatro del Liceo,

    donde solan parar muchos cantantes de pera, y all conocimos a una seora italiana, doa RitaGiovannini, suegra de un tenor napolitano.

    Encontr a doa Rita por primera vez en el saln de lectura de la fonda. Estaba en aquel momentosola, sentada en un divn, con un peridico en las rodillas y un pasador de cocina en la mano, en dondedesmenuzaba con los dedos tabaco y lo pasaba hecho polvo al papel.

    Era doa Rita ua mujer gruesa, pequea, de unos cincuenta aos; la cara, muy graciosa y demucha expresin. Vesta de negro, con un traje como de tafetn. Cuando la vi con su pasador en lamano, la mir un poco sorprendido, sin comprender qu ocupacin sera la suya.

    Estoy haciendo rap me dijo ella.Ah, rap! Es usted aficionada?Aficionada! No. Ah, signore! aadi con melancola, no tomo el rap por aficin.

  • Pues, por qu?Por necesidad.Ah!S, tengo muchos humores en la testa; el mdico me ha recomendado que tome rap, y en

    Espaa esto no se vende.No, eh?No.Qu diablo de inferioridad industrial la nuestra!Yo comprendo aadi ella que tomar rap es una cosa fea; pero en m no es un vicio, y yo

    no tengo vergoa de esta costumbre.Naturalmente, no; si el mdico le ha recomendado el rap, usted no debe tener vergenza de

    tomarlo.Doa Rita y yo nos encontramos despus varias veces en el comedor, y yo sola saludarla. Doa

    Rita me dijo que pensaba embarcarse uno de aquellos das para su pas. Yo la indiqu queprobablemente haramos el viaje juntos. Doa Rita hablaba por los codos en su chapurreadohispanoitaliano. Era muy arbitraria; tena una manera de razonar ingeniosa y pintoresca, siempre unpoco extraa. Atribua las cosas a los motivos ms lejanos y menos probables, como si un secretoinstinto la llevase a no aceptar las causas ms vulgares y corrientes.

    Al doctor Recalde le tom entreojos; le pareci un seor muy poco agradable y muy seco, y quedeba tener muy buena idea de s mismo.

    Por su parte, Recalde me pregunt:Quin es esa vieja ridcula que habla ms que una cotorra?Doa Rita se manifestaba arbitraria en todo: en sus amistades, en sus gustos y en sus costumbres.

    No poda beber vino en las comidas pero tomaba con el caf sus copas de coac y de benedictino.Aquellos dolores de la testuz la perturbaban. La testa! La testa! Era lo que a ella la volva loca.Despus de todo, en esto no se diferenciaba gran cosa de los dems mortales.

    Doa Rita pensaba ir a Gnova embarcada y bajar a Npoles a ver a su hija.

    Nos embarcamos

    Decidimos ir juntos doa Rita, Recalde y yo. Tomamos el barco una maana clara de diciembre yenderezamos el rumbo hacia Gnova.

    Yo llevaba mucho tiempo sin embarcarme y me mare, y me dur mucho tiempo el mareo. Eldoctor Recalde me consol en mi afliccin dicindome dogmticamente que no haba ningn remediopara el mareo. Doa Rita me trajo t y una medicina blanca que llevaba en un frasco, que yo hubiesejurado que era anisete.

    Cuando ya iba mejorando, como vea que Recalde me miraba con sorna, le dije:No irs a creer por esto que no me he embarcado nunca. Es uno viejo y, sin duda, no tengo la

    cabeza tan fuerte como antes.En Gnova fuimos a parar a un hotel de la plaza de la Acquaverde, adonde nos dirigi doa Rita.

    All estuvimos dos das, y luego fuimos a Roma, y despus, a Npoles, en tren.

  • El doctor Recalde quera llegar pronto a Npoles. Npoles le interesaba ms que los dems pueblositalianos, no por el mar, ni por el Vesubio, ni por Pompeya, ni por los monumentos, ni siquiera por lacancin de Santa Luca. Npoles le interesaba desde un punto de vista tnico, antropolgico.

    Yo haba pensado, antes de la experiencia realizada entre Barcelona y Gnova, el hacer algunasexcursiones en barco, pero el mareo pertinaz que padec me quit toda clase de esperanza acerca demis condiciones marineras.

    Llegamos a Npoles

    Llegamos a Npoles, Recalde y yo, con mala suerte, un da hmedo y gris. Al salir de la estacinnos sorprendi un magnfico chubasco. Tomamos un coche y fuimos, con un redoble de gotas de lluviasobre la capota del vetturino, a un gran hotel de la baha.

    Al pasar por las calles y mirar a derecha e izquierda, todo nos pareci un tanto abandonado, sucioy harapiento.

    El hotel estaba en la Ribera del Chiaja, y era un gran edificio cbico, con una fachada al mar y otraa los jardines de la villa Nazionale.

    Nos llevaron a Recalde y a m a dos cuartos que daban a una callejuela trasera, y que, adems, eranmuy caros.

    Slo de refiln se vea desde mi ventana la baha de Npoles y la isla de Capri.Aqu nos va a parecer que estamos en Ondrroa indiqu yo a Recalde, quien hizo un gesto de

    impaciencia.En mi cuarto, en la pared haba un tarjetn con un lazo azul que deca as:

    PAPALINI ET FILS(COIFEUR POUR DAMES ET MESSIEURS.DANS LHOTEL AVEC SALONS SEPARS)

    SHAMPOING ONDULACION APLICATION DETEINTURE AU HENN DECOLORATION POSTICHES

    DART MASSAGE DU VISSAGE. MANICURE

    Y seremos tan brbaros para no necesitar nada de esto? le dije yo a Recalde. T nonecesitas un poco de ondulation, antroplogo?

    No me venga usted con tonteras. La ondulation la puede usted emplear, si quiere.No hay que incomodarse repliqu yo. No hay que incomodarse.Nos fuimos a nuestros respectivos cuartos, y poco despus se present Recalde, muy limpio y

    escamondado, con el cuello de la camisa muy bajo y la corbata muy pequea.Almorzamos en el restaurante del hotel, un poco caro para nuestros pequeos medios de fortuna;

    salimos a la calle y fuimos por los jardines de la villa Nazionale hacia el centro del pueblo.Haba cesado de llover. El tiempo estaba an muy oscuro; el mar, de un color de hoja de lata. En el

    fondo se recortaba en gris plido la silueta de la isla de Capri.Pero, y el Vesubio? pregunt yo de pronto, dnde est?Pues no s.

  • Yo creo que desde Npoles se ve el Vesubio.Yo tambin.Alguno de estos montes cubiertos por las nubes debe ser.En nuestra desconfianza por las bellezas del pas, creo que llegamos a sospechar si el Vesubio

    sera una mixtificacin, alguna bambalina que se pona de cuando en cuando para engaar a losturistas.

    Recorrimos la Ribera del Chiaja; luego fuimos a la calle de Toledo, a la plaza de San Carlos y a ladel Municipio, y volvimos al hotel con un poco de cansancio y un tanto desilusionados.

    Yo estuve mirando desde la ventana de mi cuarto la baha oscura; el mar, triste, con nubarrones detinta; la isla de Capri, con el contorno de los acantilados y del monte Solaro, recortados en el cielo, y alo lejos, el promontorio de Sorrento bajo el horizonte sombro.

    Esto, con sol, debe ser muy distinto, pens.Me reun de nuevo con Recalde; bajamos al comedor a cenar e hicimos la imprudencia de pedir

    vino de buena marca, caf y copas.Sabe usted lo que nos cuesta la cena? me dijo Recalde al terminar y mirar la nota.Cunto?Ciento cincuenta liras; casi tanto como lo que me pagan a m al ao en Lzaro por la asistencia

    de las familias pobres.Un da es un da le dije yo. Qu diablo! Olvidemos la vida cotidiana.

    En el saln del hotel

    Dejamos el comedor y fuimos a sentarnos a un saln prximo.Era un saln blanco, con el suelo de mrmol y con un gran ventanal que daba a la terraza. Llova

    abundantemente, y en aquel momento se vean caer las gotas de agua en lneas paralelas torcidas ymojar el suelo, iluminado por los arcos voltaicos.

    Cerca de una chimenea haba varios sillones grandes y cmodos, y nos sentamos Recalde y yo enellos.

    En un pequeo gabinete prximo, con la puerta medio oculta por una cortina de color de tabacoclaro, haba una reunin de seoras y de jvenes que jugaban a las cartas. Tenan un quinqu elctrico,alto, dorado, que iluminaba la mesa, y varias butacas y sillas alrededor.

    Hombres y mujeres fumaban.Las seoras estaban muy vistosas; pero an me parecieron ms atildados y peripuestos aquellos

    jvenes, de movimientos fciles y elegantemente vestidos.Recalde no los encontr tan elegantes como yo, y hasta expuso la tesis atrevida de que los italianos

    eran un ejemplo palmario de cursilera.Pero, hombre!Qu quiere usted que yo le haga! me contest con rudeza. Me parecen perfectamente

    cursis.Para Recalde no haba ms que Alemania que fuera cientfica e Inglaterra que fuera elegante. l

    quiz pretenda la ciencia; pero seguramente no deba aspirar a la elegancia, a juzgar por su aspecto y

  • su indumentaria.El antroplogo de cuando en cuando se levantaba e iba a mirar la baha desde la ventana, como

    diciendo: Qu porquera de tiempo es ste?.Era chocante lo mal que cuadraban all los movimientos duros y esquinados de nuestro

    antroplogo; su traje negro, que pareca hecho de tabla de atad, su cuello, bajo y pequeo, y sucorbata, minscula.

    Debemos de parecer algunos comerciantes de bacalao o de anchoas que se han equivocado dehotel, pens yo.

    Definiciones arbitrarias

    Estaba embebido en estos pensamientos un poco cmicos, Recalde miraba llover, cuando omosmsica, y fuimos los dos al saln de baile, donde tocaban un vals de tzganos.

    Me segua preocupando el traje de nuestro antroplogo y lo comparaba con el de aquellos jveneselegantes del hotel. Nunca se me haba ocurrido hacer tales comparaciones de sastrera.

    Es que nuestros fabricantes de pao mezclarn el cemento con la lana?, pensaba yo. O es queharn nuestras telas con alguna sustancia ptrea?

    Fueron llegando parejas al saln de baile; primero, una yanqui, vestida un tanto fantsticamente alo Carmen, con una gran peineta de concha y una falda de faralaes, en compaa de un americano unpoco amulatado; dos italianas, una de blanco y otra de negro, con dos militares, uno de ellos tan bonitoy tan retocado, que pareca que acababa de darse colorete en el cuartel; una inglesa, casi desnuda, conun vestido de grana y un tipo de loro, acompaada de un hombre alto, con dientes de caballo, y unafrancesa, con traje de terciopelo oscuro y una gran rosa roja en la falda, que iba con un judo petulantey ceremonioso.

    Haba varios grupos de distintas nacionalidades, y Recalde y yo estuvimos comentando losdiferentes estilos de cada pas en la vida social. Los ingleses, fros, correctos, tendiendo a lo sencillo ya lo cmodo; los franceses, afectados y amables; los italianos, dados con preferencia a la esttica,hablando a cada paso de la bellezza, del ideale; los yanquis, con una tendencia marcada a lanaturalidad y a la barbarie.

    Mientras bailaban las damas y los caballeros, yo le pregunt a Recalde:Qu diran las seoras de nuestra tierra si vieran estos hoteles, dnde las viejas damas se

    dedican a fumar y a jugar a las cartas como si fueran soldados; las seoras jvenes andan mediodesnudas bailando bailes de negro, y las nias, con el cigarrillo en la boca, juegan en los rincones conlos muchachos?

    Esta gente no tiene sentido contest Recalde categricamente.Crees t?Ninguno.Lo que quiz les pasa a estas personas desocupadas es que sienten la vida un poco vaca, y para

    llenarla hacen ruido y tonteras.Recalde no replic, pero poco despus me dijo:ste es un pueblo corrompido, y el Mediterrneo es una cloaca meftica.

  • Eso ser desde un punto de vista moral? advert yo.Desde todos los puntos de vista me contest l.Despus de esta declaracin tan rotunda de nuestro antroplogo, salimos del saln de baile del

    hotel y nos fuimos a la cama.

    Nuestros reproches al Vesubio

    Dormir en un lugar corrompido, a orillas de una cloaca meftica, no es muy agradable, sobre todopara el que tiene buen olfato; pero haba que reconocer que la corrupcin y el mefitismo no se sentanen el cuarto de nuestro hotel.

    Es ms: poda sospecharse, con ciertos visos de verosimilitud, que el doctor Recalde, a pesar deldesprecio que senta por la metfora, la empleaba con demasiada frecuencia y de la peor manera quese puede emplear sta y las dems figuras retricas, sin saber que se emplean.

    A la maana siguiente, al levantarme, me asom a la ventana. El mar apareca brumoso bajo elcielo nublado, con esa luz blanquecina y difusa bastante frecuente en el Mediterrneo y que no es parami gusto agradable. La niebla es bonita en el Norte, y el sol, hermoso en el Medioda. Esto pareceabsurdo, pero as es.

    Me vino a buscar Recalde y salimos. El tiempo segua gris, brillante, sin llover. El golfo deNpoles se presentaba con su curva completa, bordeado por el Posilipo, el castillo del Ovo, el Vesubioy el promontorio de Sorrento. En medio de la baha brotaba la isla azulada de Capri.

    Al Vesubio le encontramos Recalde y yo varias faltas: primeramente, no tena la forma de un conoperfecto, ni acababa en punta, como era su obligacin de volcn clsico; luego, no echaba el humo deuna manera solemne y majestuosa como habamos visto siempre en las estampas. En vez de subir enuna columna recta y decorativa, se desparramaba por los lados, a impulsos de las corrientes de aire.

    Era un humo vulgar, un humo de chimenea de fbrica o de horno de carbonero.Otra cosa que nos pareci mal fue que el volcn no se hallara perfectamente aislado, como

    nosotros creamos que deba estarlo. Cerca, se destacaba otro pico, la punta del Nasone del monteSomma, completamente impertinente, innecesaria e inoportuna.

    Fuimos Recalde y yo muy severos con el Vesubio y despreciativos y desdeosos con la punta delNasone.

    Nuestros entusiasmos por lo clsico

    Por otra parte, ni Recalde ni yo tenamos grandes motivos para sentir entusiasmo por el paisaje ylos recuerdos clsicos. Creo que ni l ni yo llegamos en nuestra infancia ms que a saludar desde lejoslas primeras nociones de latn; en la historia antigua no estbamos ms adelantados.

    A m todos los recuerdos clsicos y las alusiones a la Antigedad griega y romana me aburrendijo Recalde.

    La verdad es que a m me pasa lo mismo. Cuando en un libro novelesco stos y los de viajes sonlos nicos que ltimamente he ledo sale a relucir el Partenn, el Coliseo, el Parnaso o el Pindo,

  • cierro el libro en seguida, porque tengo la experiencia de que todos esos recuerdos vienen envueltos enla ms manoseada y trivial de las literaturas. Es posible que esto sea una monstruosidad o unaenfermedad, pero todo eso me aburre desesperadamente.

    Esos recuerdos y evocaciones dijo Recalde no son ms que lugares comunes usados,bambalinas demasiado tradas y llevadas que ya no hacen efecto.

    Estuvimos Recalde y yo vacilando en si nos decidiramos a sentir alguna admiracin o no; y sinresolver este punto, seguimos adelante, y al llegar a los jardines de la villa Nazionale, vimos que en elmismo paseo sacaban el copo dos filas de desharrapados andrajosos, unos con las piernas aldescubierto, otros en calzoncillos, y algunas mujeres harapientas, desgarradas y despeinadas.

    Cmo se consiente esto? me pregunt Recalde severamente, como si yo tuviera la culpa dellamentable espectculo.

    No s. Es raro una cosa as en un pueblo de turismo.

    Antropologa de aficionados

    Fuimos por la Ribera del Chiaja a la calle de Toledo, y vagabundeando hasta salir cerca de laestacin central.

    Como la comida del hotel era muy cara para nosotros, decidimos ir a almorzar a un restaurantecualquiera. A Recalde se le ocurri entrar en la fonda de la estacin, cosa que a m al principio mepareci casi bien; pero luego, pensando que una fonda ferroviaria es un lugar un poco triste querecuerda bales, despedidas, mozos de cuerda, lgrimas y cosas desagradables, buscamos por losalrededores y encontramos un pequeo restaurante titulado la trattoria de la Fortuna.

    Nos instalamos en una mesa y estudiamos el men. Enfrente de nosotros haba un hombre alto, decabeza cuadrada y ojos claros, que beba vino abundantemente.

    ste es un extranjero me dijo Recalde; no hay ms que verlo. Ese tipo, esa manera de bebervino, esa braquicefalia no son de un mediterrneo.

    Le omos hablar al braquicfalo no mediterrneo y buen bebedor, y a m me pareci que seexpresaba con el mismo acento que los dems.

    Cuando el hombre se levant y sali de la fonda, preguntamos al mozo, sealando al braquicfalo:Es un napolitano?El mozo no comprendi bien lo que le queramos decir.Si ese seor que acaba de salir es un napolitano le repet yo en francs.S contest el mozo sonriendo, y debi de pensar: Qu torpes son estos extranjeros, que no

    comprenden que los de Npoles son napolitanos!.Ser hijo de algn italiano del Norte aadi Recalde para legitimar su error.Poco despus entr una muchacha rubia, con los ojos claros, la tez sonrosada, hablando

    exageradamente y gesticulando a estilo napolitano.No le preguntes al mozo si es de aqu, porque se va a rer de nosotros le dije al antroplogo.S, esto es el caos tnico repuso Recalde; y como si tal idea le molestara en lo ms hondo y la

    considerara como una ofensa hecha a la buena clasificacin etnogrfica, asegur que una mezcla asno poda conducir a nada bueno.

  • Indudablemente, desde un punto de vista antropolgico, deba de ser aquello un abuso, unatransgresin inmoral del orden cientfico.

    Recalde segua empleando la metfora sin sospechar que la empleaba.Salimos de la fonda y tomamos por la calle de los Tribunales, llena de gente.Es curioso me dijo Recalde; aqu no hay cabezas verdaderamente mediterrneas, sino

    cabezas de portugus o de gallego, anchas y cortas. Esto es ridculo.Yo encuentro tambin mucho tipo germnico.S, resultado de las invasiones gticas; quiz la influencia ms moderna de los normandos.

    Recalde se incomoda

    El no ver cabezas interesantes de dolicocfalos puros, el tropezar con la gente que bulla como enun hormiguero en la estrecha calle, la suciedad, el desorden consentido y admitido iban irritando aRecalde profundamente. Recordaba, para compararla con Npoles, a Jena, la ciudad alemana dondehaba vivido algn tiempo, de estudiante, y encontraba el desorden napolitano una cosa ofensiva.

    Estos pueblos, en donde hay muchos mendigos, muchos jorobados y muchas mujeres gordas, medan vergenza, como si yo tuviera alguna culpa en ello me dijo Recalde con voz siniestra.

    Salimos a la calle de Toledo y bajamos hacia la Ribera del Chiaja, y llegamos al hotel. El tiempoestaba mejorando.

    Saldremos por la noche? le pregunt a Recalde.Bueno; como usted quiera.Cenamos y nos dispusimos a salir.Este Npoles, de noche, debe ser un antro de toda clase de vicios dije yo; t, antroplogo,

    defindete como puedas; yo soy viejo y no le tengo miedo a las seducciones.Y me puse a recitar unos versos de Zorrilla:

    Npoles, rico vergelde amor y placer emporio.

    Salimos despus de cenar; fuimos por la calle de Toledo, arriba y abajo, y por las adyacentes, yentramos en un caf cantante, poco concurrido.

    Se nos acerc una muchacha y nos dijo en un mal francs:Estn ustedes solos?Vale ms estar solo que mal acompaado contest Recalde con una exquisita finura y en un

    francs de la misma categora que el de la muchacha.A pesar de esta acogida, la chica se sent en nuestra mesa y Recalde comenz a someterla a un

    interrogatorio tnico-antropolgico.Quiso descubrir la raza de aquella pequea hetaira por sus caracteres craneanos; pero no acert en

    nada, y la chica, tambin braquicfala!, desprecindonos completamente, se march a otra mesa,huyendo del interrogatorio etnogrfico.

    Salimos del caf y volvimos en un cochecillo al hotel. La noche estaba estrellada, y la luna, entrenubarrones oscuros y dramticos, iluminaba el mar.

  • Al despedirse de m para ir a su cuarto, Recalde dijo:Maana me voy.Pero, hombre! Por qu te vas tan pronto? Espera.Para qu?Maana, probablemente, har un buen tiempo. Adems, nos van a cambiar de cuarto. A m me

    van a llevar a una habitacin que da a la baha.Yo creo que esto no tiene ningn inters me dijo l desdeosamente.Sus pifias antropolgicas, y quiz la cantidad de braquicfalos de Npoles, le tenan irritado. A

    medida que l se haba ido incomodando yo estaba ms optimista.Le trat de convencer de que los pueblos de mucho sol, con tiempo oscuro y gris, suelen aparecer

    feos, desastrados, harapientos y sin ninguna de sus bellezas. Estuve casi por defender la tesis de quecon los tiempos lluviosos y grises haba en las calles ms braquicfalos, como hay en los bosques mshongos.

    Debes quedarte otro da conclu diciendo.Bueno, me quedar otro da.

    La fauna abisal

    Al da siguiente tampoco tuvimos suerte. Por la maana soplaba un viento fro. El Vesubio se vealleno de estras de nieve; el cielo, nublado; el mar, gris; la pequea pennsula del castillo del Ovo, queavanza en la baha con sus murallas viejas y sus manchones verdes de hierbas parsitas, estabaribeteada por la espuma de las olas. Las gaviotas revoloteaban sobre la costa o jugueteabanbalancendose sobre el agua.

    Comenzaba a llover.El mar se mostraba de un color de perla y de mbar; a lo lejos, la isla de Capri apareca azulada.

    Por la va Caracciolo pasaba una tropa de bersaglieri, con unos capotes grises, del mismo color deltiempo, y con las plumas de gallo de los sombreros completamente mojadas.

    Recalde y yo fuimos al acuario, que se hallaba bastante cerca del hotel. Era lo ms lgico que sepoda hacer aquel da.

    Nos entretuvimos mirando los peces, casi todos muy feos y raros. Encontramos entre ellos muchascaras de mal humor, de impertinencia, de estupidez y de clera. Se conoce que no es muy cordial lavida en los abismos lquidos.

    Con un poco de esfuerzo se les hubiera tomado por personas; naturalmente, por braquicfalos. Aveces me pareca el acuario un paseo de capital de provincia espaola, de esas capitales petulantes enque el juez, el coronel y el profesor se creen de la aristocracia y miran por encima del hombro y con laboca fruncida.

    En este desfile de caras antipticas haba un pez que pareca que silbaba y otro que estaba riendo.Entre los de aire malhumorado vi uno que me record a un profesor cataln de matemticas,

    braquicfalo impenitente, y me pareci que me miraba con severidad, para decirme: Seor Anda: albanco de los desaplicados. Otro pez que se present de pronto nos hizo rer por su cara redonda y susojos abultados y estpidos.

  • Estuvimos tambin contemplando los pulpos, que, vistos de cerca, tenan algo de infernal, pues noparecan animales, sino una masa de tentculos y de ventosas, sin color apenas, que se revolva de unamanera frentica y vergonzosa alrededor de unos ojos brillantes y siniestros.

    El guardin del acuario nos cont las aventuras de uno de ellos, que era el Don Juan Tenorio de lospulpos, pues desafiaba y mataba a todo bicho que se le pona por delante.

    Como el antroplogo se eternizaba en el acuario, y a m no me gustaba pasar tanto tiempo enaquella oscuridad, le dije que tena que escribir unas cartas y que le esperaba en el hotel.

    Vistas al mar

    Al llegar al hotel me dijeron que me haban cambiado de habitacin. El cuarto nuevo daba sobre elmar. La vista desde el balcn era esplndida. Me sent a contemplarla. El da se mostraba inseguro; aveces llova, a veces sala el sol; las gaviotas volaban sobre la costa y el horizonte comenzaba aaclararse.

    Recalde vino poco despus, y me dijo que iba a ir a la Escuela de Medicina. Como supona que lavisita no me entretendra, me dejaba en mi cuarto.

    Estuve leyendo peridicos en el saln de lectura. Por la tarde me sent en mi cuarto, delante de loscristales.

    El crepsculo fue admirable. El gris perla del mar se oscureci y se convirti en un color de mica;el horizonte ms claro pas del amarillo plido al rosa, y en el momento de ponerse el sol brillaron unmomento las olas con reflejos sangrientos, como las escamas de un dragn fabuloso. Luego, el cieloqued verde y azul y comenzaron a aparecer las estrellas.

    Maana vamos a tener buen tiempo, me dije.Al volver Recalde le pregunt:Qu tal la excursin cientfica?Pse! No hay crneos en ninguna parte me contest con sarcasmo; no s qu hacen.

    El violinista, tambin abisal

    Salimos con la idea de cenar fuera de casa. Vimos un caf restaurante prximo, en la calle dePiedrigotta, y entramos en l; nos sentamos y pedimos unas copas de Marsala.

    Haba un gran cuerno en el mostrador, sobre un bloque de mrmol.Qu aficin al cuerno tiene esta gente! exclam con irona Recalde.Sin duda, es una aficin de braquicfalos dije yo.Desde el caf donde estbamos se vea el saln del restaurante y se oa tocar un violn y una

    guitarra.Qu tocan? pregunt Recalde. Esto es muy conocido. Ah, s! Es la Bohemia, de Puccini.

    Qu lata! Qu cosa ms repugnante! Me parece un pastel endulzado con sacarina.Despus de la Bohemia vino Cavalleria rusticana, La Traviata, Rigoletto, el Toreador de Carmen y

    otras cosas que a Recalde, wagnerista acrrimo, le parecan desagradables y ofensivas. Yo no quise

  • contradecirle. Qu se le va a hacer!A m me gusta Rigoletto, el Toreador de Carmen, Cavalleria rusticana, y hasta La Traviata, a

    pesar de estar un poco vieja; pero no me gustan hasta el punto de salir a su defensa.No veamos a los msicos. Luego, salieron del restaurante al caf y los pudimos contemplar.El violinista era alto, gordo, rubio, afeitado, con la cara redonda, completamente braquicfalo, con

    unos ojos abultados como huevos, de cristal azul, y un pelo escaso, peinado con una raya que le cogatoda la cabeza, hasta la nuca.

    Sabes a quin se parece? le dije yo a Recalde.A quin?Al pez aquel de la cara redonda y de los ojos abultados que hemos visto esta maana.Es verdad.Al guitarrista, flaco, torcido, de bigote largo y lacio, con aire de tsico y que no haca ms que

    escupir, le encontramos tambin cierto aire de pez de acuario, a pesar de su dolicocefalia.El violinista preguntaba a los parroquianos si deseaban or alguna cosa especial; recoga la

    indicacin con un saludo magnfico y ceremonioso, y se pona a tocar.El hombre quera demostrar, con sus gestos ms que con su aparato, que saba hacer brotar de las

    cuerdas de su instrumento una meloda celeste. Yo le contemplaba admirado. Qu abdomen! Qumirada! Qu sonrisa triunfante la de aquel braquicfalo!

    Algunos parroquianos del caf le felicitaban y le daban la mano al concluir sus ejercicios, y luegose burlaban de l irnicamente.

    Vmonos de aqu me dijo Recalde. Ese hombre, engordado con macarrones y con esa carade c, me irrita. No lo puedo soportar.

    Llam al mozo, un seor con aire de sabio y gran bigote, con los pantalones agujereados por lapolilla y unas botas de mendigo; le pagu, y Recalde y yo salimos a la calle.

    Entramos en un fonducho prximo que tena la cocina en el mismo comedor, un sitio pintoresco ybonito.

    Pedimos una fritura de peces, y nos trajeron una fuente, en la que haba unos pececitos que todoeran espinas, y unos trozos de jibia o de pulpo que parecan anillos de caucho completamenteincomestibles.

    Esto es muy pintoresco dije yo, pero poco nutritivo.A m todo me parece preferible a verle a aquel hombre de la cara de c con su violn

    exclam Recalde.Yo, menos dogmtico y menos etnogrfico que mi amigo, hubiera preferido ver al violinista

    gordo, que me recordaba al pez rechoncho del acuario, y comer algo ms blando; pero el antroplogoera intransigente.

    Al volver a casa nos acercamos a la baha. El cielo estaba lleno de estrellas, y la luna apareca porencima del promontorio de Sorrento e iluminaba el mar.

    Maana har buen tiempo dije yo,Me es igual repuso Recalde; maana me voy.Yo, como t, si hiciera buen tiempo me quedara.Recalde no contest.

  • 2Al da siguiente, al despertarme, mi primera idea fue contemplar el mar. Salt de la cama, descorrla cortina y mir por los cristales.

    An no haba amanecido; era el momento intermedio entre la noche que acaba y la aurora quecomienza su iniciacin.

    El cielo, azul, no tena ni una nube; el mar brillaba con pequeas olas grises, como si fuera dencar. Unas barcas negras se deslizaban como fantasmas y se iban alejando por esta superficie decolor de perla y desvanecindose en la ligera bruma. Se vea la silueta de los tripulantes a pie.

    El horizonte fue tomando un tono de palo por encima del promontorio de Sorrento.De pronto, el sol comenz a subir en el cielo con una rapidez de sol de teatro. Su cuerpo luminoso

    iba apareciendo como un ojo de fuego por encima de las rocas del promontorio. Estos rayos dorados,que partan en haces, recordaban las espadas flamgeras de los grandes altares barrocos de las iglesias.

    Un momento despus, un torrente de luz de oro se derramaba por el mar y lo llenaba deresplandores y de reflejos.

    Qu admirable escenografa!, pens; y me acord de mis das, ya lejanos, de marino. Tuve quereconocer que en el ocano, y sobre todo en las zonas tropicales, el cielo nunca es tan puro como enestas costas del Mediterrneo, ni el amanecer tan soberbio, ni tan magnfico.

    Me volv de nuevo a la cama, y me dije:Este Recalde habr sido tan majadero para marcharse con un tiempo as!.A las nueve me levant, y le pregunt al mozo si haba partido Recalde. Me contest que s.Es un hombre terco y arbitrario, pens. Ya se nota que es un braquicfalo. No ha salido el

    sol en los tres das que ha estado aqu! Pues tengo la seguridad de que para l Npoles es un pueblodonde no habr sol nunca.

    Esplendores

    Sal a la calle y me qued maravillado.Cmo se transforma un pueblo as con la luz! exclam. Una ciudad sucia, sarnosa, se

    convierte de pronto en una urbe esplndida en donde todas las casas parecen magnficos palacios.Esto no ocurre en los pueblos de la costa del Atlntico. All el sol es siempre un poco agrio y

    chilln.Ver Npoles con lluvia y tiempo gris es como ver otro pueblo que no es el Npoles habitual. Es

    como ver un braquicfalo moreno que, de pronto, se transforma en un dolicocfalo rubio.Pase un poco por la maana; almorc fuera, y al caer de la tarde me volv al hotel. Tena la gran

    ventaja de poder contemplar a todas horas la baha desde mi balcn, lo que me bastaba paraencontrarme satisfecho.

    Recalde no senta este entusiasmo por el mar, que yo tengo tan acentuado desde la infancia. Erademasiado impulsivo, demasiado braquicfalo para contentarse con la contemplacin.

    Todos los das que pas solo en Npoles, el mirar la baha desde mi cuarto era uno de mis

  • espectculos favoritos.Por la maana tena el sol delante, enfrente de Sorrento. Haca destacarse a contraluz el castillo del

    Ovo, con su silueta medieval, e iluminaba con su resplandor de oro las villas del Posilipo.A esta hora las barcas pescadoras marchaban despacio, a remo, por el mar, blanco y brillante como

    la plata, tendiendo sus redes; algunas velas latinas aparecan como fantasmas; el humo de los vaporesmanchaba el cielo, y la isla de Capri se recortaba como una joya de lapislzuli o de esmeralda en elhorizonte azul.

    Al volver al hotel, por la tarde, el sol brillaba en el otro extremo de la baha, sobre la masa depinos y cipreses de las villas del Posilipo, y llenaba de luz roja, crepuscular, la Ribera de la Marinella,el Vesubio y el promontorio de Sorrento.

    Muchas veces el sol se hunda, rodeado de cmulos blancos y rojos, y sus rayos salan por losagujeros de las nubes, iluminando sus diversas espesuras con distintos colores.

    En el crepsculo, el mar tomaba una entonacin de metal fundido, de grana, de rosa, de violeta; elhorizonte pasaba del azul intenso a las llamas de fuego, al rojo oscuro y al color de naranja; luego, yapalideca ms, y venan los tonos cenicientos, y la isla de Capri apareca gris en el cielo de palo

    Qu aire de serenidad, de paz, de reposo! Entre la hora de brillar el sol en Sorrento y la de brillaren el Posilipo, yo haca como que viva en la ciudad, andaba entre la multitud y me mezclaba con lagente

    Las calles de Npoles

    Sala temprano por la maana. A esta hora por la calle pasaban vacas y rebaos de cabras. En losGradoni di Chiaja los floristas hacan altares de rosas. De la Strada del Chiaja, estrechsima y con unacirculacin enorme, sala a la va Toledo. Me finga a m mismo que tena algo importante que hacer,y suba y bajaba por esta calle y por las de los alrededores, parndome en los escaparates.

    Npoles, indudablemente, es un pueblo curioso. Yo, al principio, crea que los naturales habrandejado parte de la antigua ciudad en su abandono y su confusin para atractivo de forasteros; perocomprend que no, que el abandono y la confusin reinan todava con fuerza en el pueblo napolitano.Las calles de Npoles siguen siendo algo caracterstico y nico.

    La va Toledo es una de las ms ruidosas del mundo. Los coches que all circulan parece que loshan elegido a propsito los ms alborotadores; los cocheros hacen restallar el ltigo con un ruido depetardo; todo el mundo habla a gritos.

    Esta calle de Toledo es, sin duda, una de las ms animadas de Europa: coches destartalados, cocheselegantes; carros pintados, con las lanzas labradas, el caballo con una collera con adornos de metal ycampanillas; gente que corre, gente que discute, mendigos insinuantes, mujeres viejas que marchanencorvadas, con la cabeza sin peinar; algunas con el pelo como una bola de estopa; pordioseras, conharapos de varios colores, que van arrastrando unas zapatillas de madera; seores que gesticulan deuna manera melodramtica; abates, frailes, monjas

    Uno se pregunta de dnde sale esta multitud; pero, si se mira a derecha e izquierda, se ve una decallejones y de casas con patios negros de los que brotan enjambres de personas.

  • Gesticulantes

    El pueblo napolitano es un mundo curioso y original en donde abunda la gente con carcter. Lacalle es muy divertida. Unos hablan con gran solemnidad; otros se insinan, gesticulan y accionan noslo con las manos, sino hasta con cada dedo. Al observar estas multitudes se impone la idea de queNpoles es un pueblo un poco monstruoso, un pueblo de grandes contrastes.

    Al mismo tiempo que las bellas damas y los jvenes peripuestos, se ven unos pordioserosfantsticos y una porcin de enanos y de jorobados.

    Otro personaje abundante y pintoresco de las calles napolitanas es el abate. Hay una nube de ellos.Qu fauna ms curiosa y, en general, ms derrotada y famlica!

    Qu galera de tipos! Gordos, flacos, sucios, limpios, rojos, plidos, con pellicas de terciopelo ocon una bufanda rada, con los pantalones como madamitas. Qu perfiles! Unos, redondos y de caraancha, los malditos braquicfalos!; otros, flacos, con aire de espectros; muchos, con la nariz corva yel tipo de polichinela; pero todos interesantes a su modo y con una personalidad acusada y fuerte.

    Algunos llevan todava el hbito legendario de don Basilio: un capote, con dos o tres esclavinas,que deja al descubierto los pantalones destrozados. Se trasluce la miseria negra de este proletariadoclerical que lucha speramente por la vida.

    Los domingos, en la calle de Toledo y en las adyacentes, tocan los sacristanes las campanillas enel atrio de las iglesias para anunciar la misa, y los campanillazos contribuyen al mayor alborotocallejero.

    Por todas partes, en las plazas, en las rinconadas, en los pasadizos, se ven iglesias, iglesiasbarrocas, tan gesticulantes como las personas; algunas, con estatuas en lo alto.

    Para m, que no entiendo nada de arqueologa, estos santos en las alturas, en posturas dramticas,es lo que ms caracteriza a los pueblos romanos. Esa poblacin area, destacndose en el espacio enactitud oratoria, me da una impresin extraa y, al mismo tiempo, intranquilizadora.

    Al pasar en el tren por delante de Roma se ve una iglesia as, con grandes figurones teatrales en loalto.

    Esto simboliza para m, Roma y el papado, esas estatuas de piedra, aparatosas y terribles, tronandodesde los tejados.

    Reflexiones y comparaciones

    Npoles me ha ido produciendo curiosidad e inters, lo que yo atribuyo principalmente a que es unpueblo vivo, no una ciudad de museos y de piedras viejas, conservada para los pequeos cretinos, hijosespirituales de la mam Esttica y de Ruskin.

    Me inclino a pensar que, as como Londres es la concrecin de la Europa del Norte, este pueblo esla sntesis del Medioda.

    Algunos dicen que Npoles es una ciudad espaola, lo que me parece resultado de una observacinsuperficial, de una observacin de escritor americano.

    Hay la semejanza de las casas con balcones y poco alero, hay la luz brillante; pero en lo dems, ensu moral, en sus costumbres, en sus ideas, en su braquicefalia, Npoles no tiene nada de espaol.

  • Nuestras ciudades son todas austeras, algo secas y montonas; figuras speras, de poca carne;Npoles es una gran ciudad, un poco grasienta, un poco cochambrosa, un poco matrona, con una morallaxa que ha sido siempre cosmopolita.

    Es un pueblo oriental, con grandes bellezas, con grandes miserias, con enormes contrastes y con unfondo de gracia y de confusin.

    Los napolitanos encuentran a los hombres de las dems ciudades de Italia un tanto provincianos.Los romanos mismos son menos cosmopolitas, ms patriotas y quiz ms mezquinos y ms

    entonados. Estos napolitanos se sienten, quiz como ninguna otra gente de ningn otro pueblo,ciudadanos del mundo.

    Nos han invadido y nos han conquistado, dir muchas veces el napolitano; pero lo dir sinmolestia, y hasta con cierto desprecio por el conquistador.

    El napolitano es hombre que ha vivido, y vive, en medio de los ms extraordinarios contrastes:entre lo ms bueno y lo ms malo, entre lo ms respetable y lo ms envilecido.

    Se comprende que un hombre de un pueblo as sea ms inteligente, ms universal que unciudadano de otros pueblos del Mediterrneo, y mucho ms que las gentes del interior.

    Tienen estos napolitanos la muerte al lado, en el Vesubio, en el posible terremoto; tienen lafertilidad de la tierra, la dulzura del clima y la suavidad del mar.

    Este rincn del mundo es un muestrario de todas las razas. Ha visto las mayores virtudes y los msignominiosos vicios. Ha pasado por la tirana de reyes extraos, desde el ms sombro al mssonriente; ha sido regido por el despotismo de la aristocracia ms encanallada y del populacho msvil. Ha dado el cetro a reyes grotescos, verdaderos lazarones del trono, que han llegado a ser payasos,bufones y vendedores de pescado. Se ha entusiasmado al mismo tiempo con los ms altos poetas y losms grandes pensadores.

    El hombre de genio de Npoles ha podido ver en el microcosmos de su ciudad todos loscomponentes de la vida y de la tragedia humana, ha podido pasear su mirada desde lo ms alto a loms bajo, desde lo ms puro y noble a lo ms miserable y a lo ms abyecto.

    Calles campamentos

    A medida que voy conociendo este pueblo siento ms aficin por l, y penetro en los barriospopulares para contemplar su manera de vivir. Me aventuro a meterme en los callejones abiertos a unlado y a otro de las vas importantes, callejones estrechsimos llenos de trapos puestos a secar encuerdas, con toda clase de pequeo comercio: barberos, fruteros, castaeros; msicos ambulantes,charlatanes y memorialistas. Las casas, en las angostas rendijas, son un hormiguero humano,gusaneras donde pululan viejos, mujeres y chicos.

    Algunos de los oscuros callejones, como el de los Gradoni di Chiaja, que est en cuesta y tieneescaleras, parece conservado exclusivamente para contemplacin de los artistas amigos de loconvencional, pintoresco; de estos artistas, en general, tan amanerados y tan poco comprensivos.

    Las ropas, puestas a secar en cuerdas de balcn a balcn; los harapos de todos colores, lasbanderas, los puestos de los floristas y fruteros, los tiestos con plantas en los balcones, las cortinasgrandes que se mueven con el viento, las cestas que suben y bajan de la calle a los ltimos pisos,

  • forman la decoracin de estas callejas.Quiz para el artista artista no nos parece hoy la cumbre de la inteligencia y de la comprensin,

    sino ms bien un hombre de amaneramiento y de rutina estos rincones tienen mucho atractivo; parael que no siente grandes preocupaciones estticas, estas grandes viviendas, con patios infectos, contiendas siniestras, en donde vive un mundo de gente harapienta, es algo hrrido y angustioso.

    En algunos barrios populares la calle es un campamento de todos y de cada uno: se guisa en ella,se come, se duerme, se juega, se peina, se matan los piojos y se ensucian los chicos.

    El puerto

    Cuando me he cansado de pasear por la parte alta de la ciudad, he comenzado a ir al puerto.Ya no me gustan tanto como antes los espectculos de un gran puerto.Me dan la impresin de algo triste y desgarrado.Suelo pasear por los muelles. Los marineros de Npoles, por su aspecto, no resultan decorativos.

    Desastrados, harapientos, sin una indumentaria tpica, con bigote, con gorras o sombreros, por sustrazas podran ser oficinistas o zapateros de viejo mejor que marinos.

    Lo que s tiene carcter en ellos es su hablar constante y burln y su gesto expresivo. Hoy mientras paseaba por el muelle, vea un enorme transatlntico que se preparaba para la

    marcha. Tena un armazn de tres puentes sobre la cubierta. Lo estaban limpiando y pintando.Los pasajeros tomaban una lancha para ir al barco, y al llegar a su costado suban por la escala.En el muelle se amontonaban cajas, bales y maletas de los emigrantes. En los bales, casi todos

    pobres, se lea en un papel pegado una direccin de Montevideo o de Buenos Aires.En un grupo hablaban varios aldeanos calabreses; los hombres, con sombreros puntiagudos; las

    mujeres, con mantones de color. Se despedan los que iban de los que se quedaban, y unas viejas,flacas y tostadas por el sol, con las manos como sarmientos, lloraban amargamente.

    En cambio, en otro grupo, una muchacha de aire alegre y juvenil se despeda de sus amigas, muycontenta porque iba a Amrica a casarse, donde la esperaba su novio.

    Todos los emigrantes, los alegres y los tristes, pasaron del muelle a la barca; subieron la escala ylos fue tragando el transatlntico con sus enormes chimeneas. Quin sabe los que volvern y los quese quedarn all!, pens yo. Qu aire de Destino ciego tiene un gran barco de stos que se preparapara la marcha! Como digo, stos espectculos de los puertos me parecen ahora algo triste ydesgarrador.

    He seguido andando por el muelle.En un rincn, al lado de una gra, entre varios fardos, tres marineros jugaban a las cartas, poniendo

    el dinero y la baraja sobre un pauelo de colores.Uno de ellos, un muchacho joven, con la cara tiznada por el carbn, sonriente, con los dientes muy

    blancos, fumaba un gran puro; el otro, un marinero con el cuerpo desnudo desde la cintura arriba,curtido, de color de corteza de pan, llevaba en el pecho un escapulario y una chaqueta sobre loshombros; el tercero mostraba sus brazos fornidos, con un tatuaje azul de varias anclas y barcos.

    Jugaban los tres, billetes y monedas de plata; probablemente, lo ganado por ellos en varios mesesde penoso trabajo. Qu absurdo! Tanto esfuerzo, tanta fatiga, para exponerlo en unos minutos!

  • Los dej, y segu mi paseo.Un barco francs, de Nantes, estaba descargando. Algunos marineros y el contramaestre, echados

    sobre la barandilla, fumaban y contemplaban la maniobra.Cerca del barco francs haba otro japons con sus hombres pequeos y siniestros, vestidos de

    blanco, de aire indiferente y desagradable. El nombre del buque apareca en la popa con letras latinasy japonesas.

    Los barcos de vela

    Tras del muelle de los vapores venan en fila los barcos de vela. Bergantines gruesos, con la proalevantada y el bauprs medio cubierto, por las telas de los foques; goletas blancas, con el velamenrecogido y envuelto en hule verde; fragatas de tres y cuatro palos; pailebotes cargados de escobas,sacos de trigo y de maz.

    Todava podan verse entonces algunos viejos mascarones de proa, adornados y pintados, yalgunos castillos de popa ornamentados de barcos sicilianos, tunecinos y griegos, que recordaban lasformas caprichosas y llenas de gracia de las embarcaciones antiguas.

    Al final de mi paseo llegu a una casa pequea, barroca y de ladrillos rojos, con unos figuronesblancos en lo alto, y en medio de ellos la imagen de una virgen.

    Al lado de la casa corra un muelle, donde desembarcaban los vapores de Ischia y de Capri.Acababa de llegar un barco, y los marineros se dedicaban a arrollar las maromas sobre cubierta. Habaall gran movimiento, y todo el mundo gritaba y discuta con el canto lacrimoso y burln propio de losnapolitanos.

    Los alrededores del puerto

    Despus de vagabundear por el muelle, me fui a sentar en un cafetn de la Strada del Piliero.A mi lado, un marinero de un barco de guerra copiaba unos versos con una lacrimosa letra, y la

    chica del mostrador, mientras limpiaba los vasos, cantaba a media voz una cancin en donde aparecaun angelo, el mare y la bianca luna.

    Sal del cafetn. El barrio prximo del puerto me pareci tambin muy curioso. Haba unas plazasllenas de carros, con unos caserones grandes, con los cristales sucios y rotos.

    Qu callejuelas estrechas! Qu casas! Qu oscuridad!Cada una de esas casas enormes debe ser un mundo misterioso e insondable. En la planta baja de

    muchas de ellas hay cinco o seis tenduchos, un almacn, una taberna, una tienda de comestibles. Haypatios lbregos, llenos de inmundicias, que huelen que apestan; cuartos como cuevas, en donde vivetoda una familia: el padre, la madre, los viejos, los chicos y el burro. Es la confusin msextraordinaria; por todas partes se ven gallinas, conejos, gatos, perros.

    Asomndose a una de estas casas: es una de voces, de ruidos, de cnticos, de fardos puestos en losrincones, de montones de trapos y de gente que duerme en un rellano de la escalera, que se queda unoatnito.

  • En los patios, en donde hay un olor especial a fermentacin, las cestas, atadas con cuerdas, suben ybajan de la calle hasta los ltimos pisos, y se entablan conversaciones desde los stanos hasta lasguardillas, a travs de las colgaduras de ropas que cruzan el aire.

    Y luego, qu posadas! El Albergo della Luna, o el Albergo della Primavera, son para amedrentaral ms pintado. Quiz los huspedes de estos mesones no sean ms que desdichados emigrantes, peroparece que han de ser profesionales del bandidaje.

    Desde el momento que sale el sol, toda esta pobre humanidad miserable que vive en los sucioscaserones se derrama por las calles y las plazas, se sienta en las aceras o delante de los portales acalentarse como lagartijas en las tapias.

    Unos duermen, otros charlan, algunos trabajan. Hay viejos de aire de garibaldinos, con sus barbas,su melena, su sombrero y su capa gris, que componen asientos de rejilla y cestas, viejas que hacenmedia con agujas corvas, mujeres que zurcen sus harapos o que peinan a sus nios.

    Las mujeres y los viejos todava tienen un aspecto regular; los chicos vagabundos que correteanpor all son una vergenza humana: desnudos, tiosos, piojosos; un verdadero horror.

    De estos chicos, unos duermen al sol, y otros juegan a las chapas, a las cartas o a la morra. Unainfancia as descuidada parece que no puede dar ms que un fruto de granujas, de ladrones y deasesinos; sin embargo, parece que estos chicos vagabundos, miserables y abandonados, se conviertencon el tiempo la mayora en buenos trabajadores.

    Toda esta gente msera, cuando tiene algn dinero, va con los cargadores del muelle a las tabernas,donde compran unos pedazos de pan cocido en un caldo azafranado, o unas tortas amarillas, redondaso largas. En el invierno muchos se alimentan de castaas asadas.

    En los figones y freiduras las multitudes haraposas comen en platos hondos, rpidamente, en lacalle, sin sentarse, como perros hambrientos.

    De noche

    De noche deben tener una vida curiosa estos barrios; pero no me decido a visitarlos despus deoscurecer, porque ya no soy ni muy gil ni muy fuerte para evitar una sorpresa o una encerrona.

    En las primeras horas de la noche paseo por las calles del centro de la ciudad. Me gusta mirar lastiendas, que an estn abiertas, y ver desde fuera lo que hacen en el interior.

    En una tienda de bordados veo unas mujeres que trabajan con la aguja en sus bastidores; en unasastrera pequea, el sastre cose sentado encima del mostrador, a estilo moruno, con la cabeza casitocando el techo; en la tahona, los mozos, medio desnudos y con gorros blancos, preparan la masa; enel fign, el cocinero guisa; en una lechera, el lechero filtra la leche; en una paera hay una tertulia;en una botica, con su bola verde, qu simpticas estas bolas verdes que van desapareciendo!, elpracticante lee una receta; en una tienda de antigedades, un viejo, de gorro negro y melenas, sueleestar barnizando unos muebles.

    En las esquinas de las calles veo carros con fruta iluminados con faroles grandes, lo que les da unaire de paso de procesin.

  • 3Llevaba unas semanas en Npoles, y pensaba que ya pronto tendra que volver a Espaa.Un da, en la calle de Toledo, me encontr a mi amiga doa Rita Giovannini, que vino a saludarme

    efusivamente.Me pregunt por Recalde, y cuando le dije que se haba marchado, me dijo que se alegraba mucho,

    porque crea que mi amigo, el antroplogo, le daba la jettatura.No creo que se dedique a eso Recalde le repliqu en broma.Doa Rita se alojaba en casa de una francesa amiga suya, antigua cantante, que regentaba una

    pensin de viajeros. En esta pensin viva tambin un espaol, un seor solo, de alguna edad, hombresimptico, ya retirado.

    Estar molto contento si usted va a verle. El povero signore se encuentra muy solo, un pocotriste me dijo doa Rita en su chapurreado.

    Me dio las seas suyas, y fui a la pensin.Estaba en muy buen sitio, en la va Partnope, en una casa nueva, a orillas del mar, en un piso bajo.Sub, y me pasaron a un saln con una gran ventana a la baha.El saln se hallaba atestado de trofeos artsticos de la ama de la casa. Aqu haba una corona, all,

    una fotografa de la duea, vestida de Favorita, de Africana o de Aida; en otro lado, una placa con unadedicatoria. Estaba, adems, la sala plagada de barmetros en forma de columnas, termmetros conforma de pual y otras chucheras que se acostumbra a regalar a los cmicos, y que pasannormalmente, con un movimiento uniformemente acelerado, a las prenderas y a las casas deprstamos.

    Salud a la seora de la casa, la antigua Favorita, Africana o Aida en ruinas, quien mand avisar adon Luis Duarte.

    Este seor era nacido en Espaa y de familia espaola, radicada ya de haca tiempo en Npoles.Don Luis haba vivido en su juventud en Cdiz y en Barcelona, donde tuvo negocios de barcos, yconservaba con cierto romanticismo exaltado la idea de ser espaol.

    Duarte, descendiente de una familia rica y linajuda, se convirti al final de su vida en un modestoempleado de una compaa de navegacin, y con el sueldo y una pequea renta viva apaciblemente,con cierto desahogo.

    Don Luis y yo charlamos mucho; l hablaba el castellano italianizado.Presenciamos despus cmo jugaban a las cartas la francesa, duea de la pensin, doa Rita y otras

    dos seoras amigas suyas.Era muy divertido verlas en el juego, porque se provocaban, se insultaban, se hacan muecas, se

    acusaban unas a otras de tramposas. A veces pareca que iban a reir de veras, pero no pasaban de lasbromas.

    Al da siguiente don Luis vino a mi hotel y le convid a cenar. Despus presenciamos el baile, y lehabl de las inclinaciones de mi amigo Recalde.

    S; la aristocracia napolitana no tiene moral, ni sabe lo que es eso me dijo Duarte.Quiz en todas partes, entre la gente rica, ocurra lo mismo indiqu yo.Es que aqu el pueblo tampoco la tiene. La burguesa napolitana tendra quiz cierto sentido

  • tico si tuviera dinero; pero, dnde est el dinero? La moral de Npoles es la moral de los pueblosvencidos.

    Don Luis Duarte era muy severo para los napolitanos. Yo no estaba del todo conforme con l.Los pueblos que se han dejado influir y hasta conquistar fcilmente han sido, al mismo tiempo, los

    que ms han influido, porque han impuesto sus costumbres y sus ideas al invasor. Respecto al parecercompletamente corrompidos, yo creo que no lo son tanto como se supone a primera vista.

    Don Luis Duarte viva bien, aunque modestamente; tena amistades entre la aristocracia napolitanay sola visitar a un descendiente del virrey de Npoles, don Pedro de Toledo, que habitaba en el ltimopiso de una casa modesta.

    Esta casa en donde viva, por lo que me dijo Duarte, era una de las antiguas caballerizas delpalacio de sus ascendientes, luego convertido en museo.

    Un ptico

    El seor Duarte me convid a comer en una fonda que l conoca, de la calle de los Tribunales; unafonda clsica, en donde se guisaba al estilo del pas, sin mixtificaciones culinarias, ni influenciasextranjerizantes.

    Comenzamos nuestra comida por una sopa de pescado.Estas sopas de pescado antes me gustaban mucho le dije yo; ahora me parece que tienen

    ms espinas.No seremos nosotros los que tenemos ms aos y menos apetito? me replic l. Quiz las

    sopas no han variado; los que hemos variado somos nosotros.Es verdad; tiene usted razn.Charlamos mucho de sobremesa; nos contamos nuestras respectivas vidas, y hablamos de las

    condiciones de Espaa para un porvenir mejor.Salimos de la fonda, y Duarte me llev a casa de un ptico amigo suyo, del Corso Garibaldi.Era el ptico un viejo de nariz aguilea, pelo blanco y cejas como dos pinceles, que caan sobre

    unos ojos grises. Este viejo hablaba el espaol, que haba aprendido en Amrica.He conocido muchos vascos all, en la Argentina y en Chile me dijo. Buena gente. Aqu

    tambin tuvimos uno; no recuerda usted, seor Duarte?De vasco; cmo se llamaba?Galardi, Juan Galardi.No recuerdo.Pues, s; fue administrador de una finca de la marquesa de Roccanera, en Calabria; pero hace ya

    muchos aos. Era todava en la poca en que el tren no llegaba a Calabria.Y muri ese Galardi? pregunt yo.No s contest el ptico. Desde que se march ya no tuve noticias de l.Al salir a la calle me dijo Duarte:Si le interesa a usted ese vasco, nos enteraremos de su vida. Yo conozco a la marquesa de

    Roccanera, que en su tiempo era una mujer muy guapa, y a un sobrino suyo, el conde de Villarrosa. Siquiere usted, le presentar a ellos.

  • No quiero perturbarle en sus costumbres apacibles, amigo Duarte.No me perturba usted; al contrario. Por otra parte, hace mucho tiempo que no he visto a esas

    personas y tengo que hacerles una visita.Si es as, no digo nada.Le parece a usted bien que maana vayamos a ver a esa gente?Muy bien; yo no tengo ocupacin ninguna.Pues entonces vaya usted a mi casa a las cuatro.

    Palacio napolitano

    Fui a buscar a Duarte, y los dos marchamos a casa del conde de Villarrosa.Viva ste en un antiguo palacio, enorme, un tanto destartalado, que tena en el piso principal

    oficinas de bancos y de empresas comerciales.Subimos la gran escalera de piedra, y un criado nos pas a las habitaciones del conde. Eran salas

    espaciosas, con los techos altsimos, ornamentados, con grandes cuadros, araas y tapices.El saln adonde nos hicieron pasar tena tres balcones que daban a la baha.La casa se hallaba muy caldeada, a pesar de que no haca mucho fro.Se present el conde, que acogi con grandes extremos a don Luis Duarte y me dio a m la

    bienvenida.Era un seor todava joven, rubio, muy calvo, con el aire decado y la voz lnguida. Se sent en un

    silln, se puso una manta a los pies y una bolsa de agua caliente sobre las rodillas para calentarse lasmanos y nos hizo una serie de preguntas a Duarte y a m.

    Hablaba el aristcrata lnguidamente, y, de cuando en cuando, se exaltaba y se expresaba conmucho fuego. Tena tambin momentos de depresin, acompaados de unos gestos de acabamiento.De pronto, se callaba y miraba con inquietud.

    Vino luego la condesa, su seora; una mujer de unos treinta y cinco aos, con aire de matrona; losojos, negros y brillantes; la nariz, aguilea, y el aire, amable.

    No conoca usted Npoles? me pregunt a m.No, seora.Qu le ha parecido a usted?Es un mundo.S, es cierto; tan ruidoso, tan inquieto, tan sucio, verdad?Vinieron ms tarde de visita varias seoras y algunos muchachos jvenes muy elegantes y finos.Los italianos han formado un conjunto de simpatas bien organizado, cosa que nosotros, los

    espaoles, no hemos podido constituir an. Ellos siguen la trayectoria antigua y consideran el mundoclsico como un mundo de eterno porvenir; el Mediterrneo, Roma, la raza latina, son sus tpicos. Encambio, nosotros, los espaoles, no hemos podido llegar a nada parecido, quiz porque nuestro pas esms heterogneo, o porque nuestra cultura es ms deficiente. Lo cierto es que cada uno de nosotrostiene sus simpatas, la mayora de las veces no slo distintas a las del vecino, sino contradictoriasentre s.

    Hablaron los contertulios del conde de los paisajes napolitanos, por los que manifestaron gran

  • entusiasmo.El referirse a la suciedad y al abandono urbano no les haca mella, ni les importaban gran cosa;

    pero creo que si alguien hubiera dicho que los alrededores de su pueblo o el golfo de Npoles no sontan bellos como se asegura, les hubiese ofendido profundamente.

    Conversaciones atrevidas

    En la conversacin se refirieron a la isla de Capri, donde, segn parece, se perpetan los viciosnefandos y las costumbres diarias del Satiricn de Petronio.

    Luego se sirvi el t.Una seora joven habl de las nuevas canciones napolitanas que se haban cantado en la fiesta de

    la Virgen de Piedigrotta y las compar con las de los aos anteriores. Casi todos las saban y lasdiscutieron y las cantaron a media voz.

    Otra seora dijo que cuando iba a Francia, y hasta las ciudades del norte de Italia, donde la gentees distinta, la insultaba con gusto, porque para ella el insulto era un placer.

    Las dems seoras y los jvenes reconocieron que para el napolitano el insulto es unavoluptuosidad. Es, sin duda, una voluptuosidad de oriental.

    Una dama vieja y esqueltica, y con muchas joyas, nos cont la tragicomedia de una amiga suya,que abandon a su marido por un amante, y despus al amante por el marido, porque habacomprobado que ste se hallaba mejor dotado fsicamente. Este fsicamente, dicho varias veces de unamanera entonada y con retintn, hizo rer a todo el mundo.

    Nos iremos ya? le pregunt a Duarte.Nos preparamos para marcharnos.No se vayan dijo la condesa; la Roccanera va a venir.Creo que mi amigo el espaol est un poco escandalizado de lo que hablan ustedes indic

    Duarte en voz baja.De veras? Oh, no! replic ella riendo.No, no asegur yo.A ver si en su pueblo va usted a decir que somos muy malos en Npoles.Por lo menos, no asegurar que sean ustedes poco amables.

    La Roccanera

    La condesa me pregunt por mi vida y le habl de mis viajes. A poco rato me dijo:Aqu est la Roccanera.Nos levantamos todos. Entr una seora anciana, todava derecha, muy plida, con la expresin

    dolorosa y triste, los ojos brillantes an y el pelo blanco. Vesta de negro y llevaba una magnfica capade piel. Me presentaron a ella; me dio la mano, y yo se la estrech, a pesar de que vi que los dems sela besaban respetuosamente.

    Es usted espaol? me pregunt, en francs, la Roccanera.

  • S, seora.Y vasco?S, seora.Y marino?Y marino.Yo tuve hace tiempo un administrador vasco y marino, como usted. Era un hombre muy fiel,

    muy honrado.S, me han hablado de l. Y vive an?No; muri en Calabria.La Roccanera me hizo varias preguntas acerca de mi pas y de la vida ma; luego, me habl de su

    antiguo administrador, y me dijo que, al morir, haba dejado un paquete de libros y de papeles, y queme los enviara al hotel por si acaso como vasco me interesaban.

    Hablamos de otras cosas, y nos despedimos.La marquesa me alarg las dos manos, dos manos suaves y tibias.Adis! Adis! me dijo. Me parece que le conozco a usted hace tiempo.

    Los libros de Galardi

    A los tres o cuatro das vino un criado de la Roccanera con un paquete de los libros que habanpertenecido a Juan Galardi. Estos libros eran la Historia de Guipzcoa, de Iztueta, en vascuence; undiccionario en latn; otro vasco-latino-espaol, de Larramendi; una traduccin de la Gua Espiritual alitaliano, del padre Molinos, y un tomo bastante grueso, manuscrito y empastado.

    Cog estos libros y me puse a hojearlos.Los tomos impresos que pertenecieron a Galardi estaban llenos de notas escritas con lpiz, con

    observaciones acerca de la sintaxis vasca y latina, cosa que para m no tena el menor inters. Luegohoje el tomo manuscrito y encuadernado. Comenzaba con un estudio sobre los abonos que se puedeemplear en la Calabria; segua un reglamento de pesca, y luego vertan una serie de prescripcionespara evitar las fiebres paldicas.

    Tras de esto se hallaba lo ms interesante para m. Era una relacin en vascuence de la vida deGalardi. Este relato tena como lema la divisa que el caballero de Bela, escritor vasco francs yprotestante acrrimo, puso en su castillo:

    Lehen hala.Orai onla.Guero ez daquit nola.

    (Antes, as, as; ahora, lo mismo; luego, no s cmo ser).Esta divisa de resignacin y de conformidad con las cosas, sin duda haba agradado a Galardi.Poco despus de comenzada se interrumpa la relacin. Haba una copia en castellano de un

    estudio sobre los terrenos volcnicos, y, concluida sta, segua de nuevo el relato de la vida del vasco.Galardi escriba as, sin duda, temiendo que algn curioso se enterase de sus amores y aventuras.

    En el volumen aquel no acababa la relacin de la vida de Galardi, y me fij despus que en la

  • primera pgina pona en nmero romano un I indicando que era el primer tomo.

    En busca de Procopio Lanzetta

    Me pic la curiosidad de ver cmo segua la relacin de la vida de mi paisano, y me lanc a casade la Roccanera. Averig cmo se llamaba el criado que estuvo en mi hotel con los libros, y lepregunt si no haba quedado algn otro volumen de los de Galardi, porque le dije que un tomo estabaincompleto y que me interesaba.

    El criado prometi mirar en las guardillas, y dos das despus me indic que no quedaba nada.El resto de los papeles aadi se los llev un librero de viejo.No sabe usted de dnde es, o cmo se llama?A punto fijo, no s; pero tengo idea de que se llama Lanzetta, y que tiene un puesto pequeo en

    la Strada Foria.Fui a la Strada Foria, y pregunt en varias libreras de viejo y adquir noticias, y me enter de que

    el tal Lanzetta, Procopio Lanzetta, era un vagabundo del gremio de libreros ambulantes, a vecestrapero, a veces papelero, en ocasiones mozo de cuerda, y siempre borracho.

    Ahora suele poner un puesto pequeo, con libros y papeles, en la plaza de la Puerta Capuana me indic uno de los libreros. Ah le encontrar usted.

    Bueno; iremos all, me dije.

    El barullo de la Puerta Capuana

    Cuatro o cinco das seguidos fui, por las maanas, a la Puerta Capuana, sitio muy interesante, en elque no me haba fijado hasta entonces.

    Hay en la Puerta Capuana y en sus alrededores, maana y tarde, gran mercado; barracas fijas detoda clase de gnero y puestos movibles de memorialistas, charlatanes, vendedores de baratijas quealternan con los cantores, los guitarristas, los organilleros, los zampoeros, y con el pblico, formadopor compradores de todas las clases sociales: campesinos, mozos de cuerda, mujeres, soldados y,segn se dice, ladrones asociados a la Camorra.

    Es la plaza de la Puerta Capuana algo como un Rastro de Madrid, sin la cuesta de la Ribera deCurtidores y sin el fro que vierte del Guadarrama en invierno.

    A esta plaza sola ir por las maanas en busca de mi librero de viejo. A pesar de que me habandicho que se instalaba all, yo no lo encontraba.

    Iba pasando revista a los puestos uno por uno.Qu cosas ms raras vi vender! Cartas, pergaminos de iglesia, colillas, canciones usadas y rotas

    que nuevas valan cinco cntimos, platos guisados de carne y de pescado y trozos de queso de segundamano. Vi tambin una acera llena de cabellos de mujer, la mayora de vieja, pequeos, canos y grises.Es extrao, me dije; quin puede comprar un gnero de comercio tan miserable y tan averiado por lavida? Se comprende que en la antigua fbula de Esopo, el cuervo, queriendo hacerse rey de todas lasaves, se adornara con plumas ajenas; pero, por mucho que sea el afn de embellecerse de un pjaro o

  • de un animal racional, es raro que vaya a tomar un producto, como las canas, tan estropeado por losaos y que indica decadencia y vetustez.

    En mis paseos me detena a escuchar a los charlatanes, porque Npoles es, sin disputa, la ciudad delos mejores charlatanes del mundo. Qu bien lo hacan! Qu gesticulacin ms grfica y expresiva!

    Las mujeres gordas y las mujeres flacas

    El pblico que vagabundeaba por all tena tambin gran inters.Haba muchachitas, unas muy morenas y otras muy rubias, de ojos azules y de ojos negros, que

    corran descalzas entre la gente, y chiquillos andrajosos que gateaban por las aceras.Las mujeres de ms de treinta aos eran, muchas de ellas, elefantinas, enormes, de un cuerpo

    deforme. Iban algunas con un peinado muy complicado, con mantones de colores, y hasta con pielesricas; otras aparecan despeinadas y con trajes rados.

    Encontraba yo gran diferencia entre las muchachitas y las viejas; parecan unas y otras de distintaraza. Sin duda, las mujeres del pueblo, desde los treinta aos para arriba, adquieren una corpulenciaterrible y luego se achican, se avellanan y toman un aire de brujas.

    Las viejas andrajosas eran trgicas y casi monstruosas; llevaban muchas el pelo sin peinar, comouna bola de estopa; tenan con frecuencia la nariz ganchuda, la cara amarillenta y siniestra, y unasospecha, cuando no una realidad fenomenal de bigote. Algunas se me figuraba que deban ser de lamisma familia de Napolen, a juzgar por su nariz y su color de aceituna.

    Entre estas mujeres, abandonadas y monstruosas, vea muchas con los dientes orificados, lo querepresentaba, sin duda, un pasado mejor, con preocupaciones de cuidados y de belleza.

    Toda la gusanera humana, en la que abundaban los jorobados, gritaba, discuta, charlaba,accionaba exageradamente, hablaba como si estuviera llorando o quejndose, y sincopaba losnombres, y se llamaban unos a otros Enr, Feder, Margar, para hacerlos ms breves.

    En un rincn, un grupo se calentaba al fuego ante una hoguera hecha de palos; en otro, hablabandos frailes de mirada viva y aire inteligente; aqu, un viejo requebraba a una chiquilla, y all, unamatronaza de las del peinado alto y complicado, despus de atarse la liga en la calle, a la vista detodos, echaba piropos a un muchacho joven.

    Yo paseaba y paseaba por la Puerta Capuana, pero mi