el viaje de tino

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de Lucía Tejedor y Marta Herguedas Ganadoras del I Concurso Nacional de Cuento Ilustrado "Anabel Méndez"

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Primera edición: Abril 2013Maquetación cedida por:D.L. TO-371-2013Editado y publicado:

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Es un placer poder escribir estas líneas en el primer Cuento Ilustrado que el Ayuntamiento de Mora publica en homenaje a Anabel Méndez.

El Concurso Nacional de Cuentos Ilustrados, nace para perdurar en el tiempo, estoy segura que este es el primero de una larga lista de cuentos que esperamos poder publicar en homenaje a Anabel. Y lo hacemos porque a nuestra bibliotecaria había dos cosas que le encantaban, los niños y los libros, especialmente los cuentos ilustrados que tanto gustan a los peques.

Este Concurso a través de sus publicaciones pretende mantener a Anabel, dentro de la biblioteca municipal de Mora, cerca de los niños a los que tanto quería a través de estos cuentos ilustrados, de sus cuentos ilustrados, que reposarán en las estanterías deseosos de que los ojos de un niño se fijen en ellos para posteriormente sumergirse en sus historias y sus magnificas ilustraciones.

Desde la Concejalía de Educación y Cultura de nuestro Ayuntamiento, seguiremos promoviendo y promocionando este concurso nacional año tras año, con el animo de poder contribuir desde esta concejalía a mantener viva la memoria de Anabel, al tiempo que promovemos la lectura y la diversión entre los niños.

Raquel Villarrubia DíazConcejal de Educación y Cultura

Ilmo. Ayuntamiento de Mora

I Concurso Nacional de Cuento Ilustrado

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AutorasMarta Herguedas nació en Segovia en 1983. Licenciada en Bellas Artes en 2006. Diploma de Estudios Avanzados en Dibujo y Grabado en 2009, ambos por la Universidad Complutense de Madrid. En 2011 ganó el concurso de ilustración To be continued, proyecto de novela ilustrada, que dio lugar a la publicación de Voces para un blues negro (Editorial Roca). Su último proyecto es Airhadas, un libro de relatos cortos ilustrados publicado a finales de 2012 en la editorial Ópera Prima.

Lucía Tejedor del Real nació en Segovia en 1983. Licenciada en Periodismo en 2006, ha dedicado gran parte de su carrera a la creación de publicaciones de entretenimiento dirigidas a un público infantil y juvenil. Con El viaje de Tino da el salto a la literatura, cumpliendo uno de sus objetivos personales.

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Tino, ¿Tino?,

¡¡¡Tinooooooo!!!Otra vez la plasta de su hermana-. ¿Es que no entiende que no debe interrumpirle cuando está meditando? Y todo para poner la mesa, ¡ni que sólo pudiera hacerlo él en todo el pueblo!

Eso que Tino llama meditar, es realmente soñar. O como dice su padre, estar en Babia (esté donde esté ese lugar). Soñar es la actividad preferida de Tino, le encanta hacerlo a todas horas: mientras se baña, haciendo los recados, en clase… Su madre se empeña en decirle que los sueños son sólo para cuando uno está dormido, con la esperanza de que su hijo pise con las patas en la selva, pero él no está de acuerdo. Y es que, cuando él se despierta no siempre se acuerda de lo que sueña y eso le da tanta rabia…

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A regañadientes, el protagonista de nuestro cuento se levanta de su confortable lecho de margaritas para hacer lo que le han pedido. Él es de los camaleones más pequeños de la comunidad. Tiene aproximadamente ocho años, aunque nadie sabe decírselo con seguridad. Para la gente de su pueblo la edad no es algo importante. Hace años, no sabemos cuántos, sus padres, la plasta de su hermana, las pijas de sus primas, los chulos de sus primos y otros tantos camaleones que nada tienen que ver con los Sabuini, que así se apellida Tino, hicieron las maletas y se instalaron en ese privilegiado rincón de la selva africana.

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Él no conoce otra cosa, pero cuando a su padre le da por contar batallitas le habla de la crisis, de globalización, de recortes, de huelgas, de corrupción, de paro… Palabras que le suenan fatal pero que, de tanto oírlas, han perdido su sentido. Por lo visto, los que ahora viven en su comuna estaban tan hartos como él de escucharlas y decidieron montárselo por su cuenta, lejos de la gran ciudad. Eran los hippies del reino animal.

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Ese mundo sin televisión, sin atascos, sin contaminación, sin móviles ¡sin Internet!, molaba bastante. Tenía un montón de cosas buenas pero, aunque los Sabuini y sus vecinos no se daban cuenta, también se estaban perdiendo un montón de cosas geniales. Entre otras cosas, habían perdido el contacto con el resto de animales, hasta tal punto que Tino no recordaba haber visto en su vida otro animal que no fuera un camaleón. Bueno, había visto camaleones y también insectos que era lo que comían…

Hablando de comida…. -Tino, la mesaaaaa- ¡la plasta de su hermana otra vez!-. Fue tan deprisa como pudo a ayudar a Stella, Bruno, Maruchi y el Lupas. Poner la mesa para 37 camaleones no era tarea fácil y perdía la cuenta de los viajes que echaba de la húmeda despensa al patio y del patio a la despensa. Ellos eran los cinco pringados que tenían que hacerlo día tras día. Y que no encontraba la forma de escaquearse...

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La vida de Tino allí era muy tranquila y agradable, pero su imaginación iba mucho más deprisa, como en una autopista sin fin.

Un día soleado de marzo, se fue por el sendero del final del pueblo a recoger los frutos rojos para el postre que le había mandado su madre.

Como de costumbre, en su cabeza no dejaban de volar millones de ideas e historias divertidas. Cuanto mejor se lo pasaba con su imaginación, más pequeño se hacía el encargo y más se alejaba del pueblo. Tenía por delante nuevos escenarios, mucho más emocionantes que su reducida aldea.

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Así de distraído iba cuando, ¡zas!, un choque frontal le sacó de su ensimismamiento. Se había dado de morros contra un tronco más fino que el de los árboles de su pueblo. No sólo eso, además tenía una textura diferente y un color amarillento. En eso estaba observándolo cuando de repente el árbol comenzó a moverse ¿No estaría esto también dentro de su cabeza?

Siguiendo su espíritu aventurero corrió y corrió detrás de ese árbol…. Ahora había otros tres árboles cerca, cuatro, cinco… ¡un bosque entero a la carrera! ¿Era posible eso? Minutos después el extraño bosque le dio una tregua y se detuvo. Tino, exhausto, intentaba recuperar la respiración mientras seguía explorando su hallazgo. Levantó la vista y se encontró con que esos árboles eran moteados por arriba, con manchas marrones y con… ¿ojos y boca? ¿Y con un cuello larguísimo? ¡Ni en sus mejores sueños habría creado un ser como ese!

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Tino estaba, ni más ni menos, ante una familia de simpáticas jirafas que comían las jugosas hojas de los árboles tropicales. Se quedó dando vueltas y vueltas alrededor de ellas, que parecían no darse cuenta de su presencia. Como el tiempo pasa volando cuando uno está entretenido, se les echó la noche encima. Tino, angustiado, se dio cuenta de que no tenía ni idea de volver a casa y lo cierto es que los seres moteados y cuellilargos le daban más confianza que la oscuridad... Por suerte para él, una jirafa de más o menos su edad, se dio cuenta de que estaba muerto de miedo.

- Eres nuevo en la familia?-le preguntó atrevida-.

- ¿Familia? No. La mía es normal- contestó Tino desconfiado-.

- Pues te pareces bastante a nosotros, solo que te has quedado pequeño- contestó resabiada-.

- ¡Qué va! Yo no tengo ese cuello ni, por supuesto, ¡esas manchas!- se defendió.

- ¿A no?- preguntó triunfante ella-.

La jirafa empujó con el morro a Tino hasta un lago que había allí cerca y le hizo asomarse en él. Tino siguió sus indicaciones de mala gana y, asombrado, descubrió que tenía el mismo color y las mismas manchas que su nueva amiga. ¿Qué le había pasado? ¿Sería así desde siempre y no se había dado cuenta? ¿Sería cierto que esa manada de animales era su familia real? Pensándolo un poco, le parecía que en la otra no encajaba demasiado, siempre peleándose con la plasta de su hermana, discutiendo con sus padres… Además, si no sabía volver a casa, ¿esa era ahora su comuna?

El cansancio se adueñaba de él y el día había sido muy duro. ¡Nadie dijo que ser un aventurero fuera fácil! Satisfecho con el giro tan emocionante que había tomado su vida, se acurrucó al lado de Lisa, su nueva amiga, y dejó que los sueños, los que le gustaban a su anterior madre, se hicieran con el control.

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Cuando el inmenso sol de la sabana se asomó a lo lejos, Tino se levantó de un brinco ansioso por descubrir cómo sería ahora su día. Pero, por desgracia para él, su primera misión fue arrancar las malas hierbas había alrededor y despejar el terreno para que la familia pudiera reunirse. ¡Menudo rollo! Él quería luchar contra monstruos, liberar a princesas, viajar al espacio… ¡cualquier cosa que no se le hubiera ocurrido a una madre!

Lisa y Tino se convirtieron en uña y carne, y el resto de los cuellilargos animales le aceptaron con total naturalidad. Al menos con la naturalidad que permite que un animal tan pequeño como un camaleón viviera con uno de los animales más grandes de la selva…

Ni corto ni perezoso, Tino dio un par de pasos para atrás para coger carrerilla y se lanzó con todas sus fuerzas contra la peluda pata de su enemigo. ¡Pumba! Con las mismas rebotó contra el suelo desconcertado. Sus rivales, lejos de estar abatidos como esperaba, se echaron a reír a carcajadas.

Lisa ayudaba a Tino a beber del lago sin caerse dentro, le llevaba en el lomo cuando se cansaba de andar, le defendía de los malotes de la manada… Ella le ayudaba en todo hasta que, un día, mientras comían las hojas de los árboles, le dejó caer repentinamente de su cabeza, donde siempre le subía para que pudiera alcanzarlas.

Pero, ¿qué pasaba? ¡Menudo golpe se acababa de pegar! Cuando Tino quiso recordar, Lisa y todos los demás eran una nube de polvo a lo lejos. Se habían ido corriendo, ¿por qué? En estos pensamientos estaba Tino cuando unas sombras desconocidas aparecieron dibujadas en el suelo. Rápidamente se dio la vuelta y descubrió a tres animales súper grandes, enormes, ¡gigantescos! Ni su imaginación habría creado unas fieras de tal tamaño, con unos dientes enormes, y unas zarpas… Se trataba nada menos que de uno de los animales más temidos: el tigre… ¿Era su nueva misión luchar contra ellos?

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En ese momento el camaleón no sabía si sentirse enfadado o aliviado, aunque lo cierto es que así, revolcándose por el suelo de la risa, no parecían tan fieros. Para ser sinceros, a Tino le encantó su suave piel, sus largos bigotes, esa cola de movimientos elegantes… Se acercó a ellos esta vez para acariciarles y, al levantar la pata, ¡vio que era exactamente igual que la de los tigres!

Le había vuelto a pasar. Nuevo cambio de familia, nuevas normas… ¿nuevos recados? Aunque le daba pena que Lisa se hubiera ido sin despedirse, en el fondo sabía que no encajaba con las jirafas: por mucho que se empinaba estaba muy lejos de llegar a las hojas de los árboles que tenía que comer y que, por cierto, ¡estaban malísimas! Se le revolvían las tripas sólo de pensar en ellas. Esperaba que a partir de ahora el menú fuera más apetecible porque si no…

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Risco, Eddy y Morgan veían a Tino como una mascota. Les hacía mucha gracia que imitara constantemente lo que ellos hacían, que les siguiera a todas partes, que abriera la boca enseñando los dientes que no tenía… Aunque no era más grande que una sola de sus pezuñas, le acabaron cogiendo cariño.

Una vez aceptado en la familia, y cuando el pequeño camaleón pensaba que su barriga iba a estallar del hambre que tenía, sus nuevos hermanos le anunciaron que se iban a buscar comida. Morgan, el mayor, el más sensato y el más parecido a un padre, le dijo que él no podía ir con ellos, que era peligroso y que era mejor que les esperara allí.

-Pero Morgan, ¡yo quiero ir!- protestó Tino-.-He dicho que no, eres muy pequeño- dijo Morgan frunciendo el ceño-.-Pero es que…- Tino no pudo terminar la frase porque un feroz gruñido le despeinó-.

Obviamente, no le quedó más remedio que dar la discusión por terminada, de momento, y se quedó sentado viendo como los tres se alejaban relamiéndose el hocico. Tino era muy testarudo y, ante todo, un valiente. Él, que soñaba con ser un héroe, no podía quedarse fuera de esa aventura tan peligrosa que no querían compartir con él.

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Él sabía que no podía quedarse fuera de esa aventura así que, sin que le vieran, se echó a correr siguiendo las pisadas de Risco, Eddy y Morgan. ¡Allí estaban! Avanzaban muy despacio, medio agachados y de puntillas, como si quisieran darle una sorpresa a alguien que estaba al otro lado de los arbustos. Tino, detrás de una hoja, debajo de un tronco, entre unas hierbas altas… iba camuflándose unos cuantos pasos por detrás de ellos.

Los tigres se detuvieron y él hizo lo mismo, imitándoles del mismo modo que llevaba haciendo días. Segundos después saltaron al otro lado de la maleza emitiendo un grave rugido y les perdió de vista.

Sin hacer caso al miedo que no quería admitir, corrió hasta el punto donde habían desaparecido. Desde allí, pudo ver una carrera entre sus nuevos hermanos y otros animales algo más pequeños y menos fieros que ellos, también a rayas, pero esta vez blancas y negras. ¿Serían primos lejanos?

Sólo tuvo que observar la escena unos minutos más para darse cuenta del papel que tenían los tigres en esa pelea. Y es que, era algo mucho peor que una carrera. Ese alboroto de animales, los unos huyendo despavoridos de los otros, se fue alejando del lugar dejando a Tino petrificado en el sitio, descolocado. ¡Él no podría hacer eso!, pensaba mientras se miraba la lengua, el único arma que tenía para conseguir alimento.

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Ahora entendía Tino por qué la jirafa Lisa y los demás se habían ido corriendo cuando los tigres aparecieron. ¡Tenían miedo! Y pensar que había vivido con ellos tan tranquilamente… Un intenso escalofrío le recorrió su cuerpecito cuando se dio cuenta de que a su lado, tan petrificado y descolocado como él, se agazapaba una cría de cebra. Cebra, ese era el primo lejano de los tigres que pensaba el inocente de Tino.

-¿Cómo te llamas?- rompió el hielo Tino dándose cuenta de que el pobre estaba muerto de miedo-. La cebra, que apenas tendría unos meses, se lo pensó mucho antes de contestar. Finalmente se decidió convencido de que, aunque se lo propusiera, Tino no podría hacerle daño.

-Tom… Tom… Tom… Tomás. Me llamo Tomás- atinó a decir tartamudeando-.

Poco a poco, Tino consiguió que el pequeño se relajara y volviera a sonreír. Cuando se tranquilizó, y ante las incesantes preguntas de Tino sobre lo que había sucedido hacía unos momentos, Tomás le explicó que la ley de la selva era así. Que los animales como los tigres se alimentaban de otros más débiles como su familia.

El camaleón escuchaba atento con los ojos muy abiertos. ¡Lo contaba como la cosa más normal del mundo! No necesitó saber mucho más para saber que él no estaba precisamente entre el grupo de los animales poderosos. Risco, Morgan y Eddy no parecían mala gente, pero era del todo imposible que fueran su familia. En estos razonamientos estaba cuando su intuición le dijo que su piel ya no sería como la de los felinos y… ¡tachán! Ahí estaba el nuevo Tino con sus rayas blancas y negras.

Nueva oportunidad para encontrar a su verdadera familia. Uf, empezaba a cansarse de no pertenecer a ninguna manada, pero Tomás le caía bien y le daba pena dejarle solito, así que decidió acompañarle hasta su casa.

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En el camino, cruzaron un bosque y Tino pudo ver cómo su piel se volvía del marrón de los árboles que le rodeaban. Cruzaron un lago y al pasar al lado de unos hipopótamos su cuerpo se transformó en gris. Jugando a espantar un grupo de pájaros, él se tornaba de colores tan vivos como sus plumas. Cuando iba a solas con Tomás, de nuevo aparecían las rayas de su amigo…

¿Qué estaba pasando? Cada vez entendía menos todo aquello porque él no podía volar, ni nadar y tenía claro que no era un árbol, y algo le decía que tampoco encajaría con la familia de Tomás.

Entonces decidió que cuando dejara a salvo al pequeño con su madre, seguiría por su cuenta, su alma de valiente aventurero le impedía dejarle solo. Y así lo hizo. En cuanto Tomás atisbó a lo lejos a los suyos y echó a correr a su encuentro, Tino se fue para otro lado sin despedirse.

Así, solo, confundido e intentando ordenar los pensamientos que desbordaban su cabeza, caminaba abatido Tino. Poco a poco la imaginación volvió a su cabeza. Con tanto ajetreo llevaba mucho tiempo sin dedicarse a las aventuras que más le gustaban, ¡las de su imaginación! No tardó en animarse y en volver a ser el camaleón distraído y soñador que era desde que nació, no se sabe muy bien en qué año.

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-Chaval, ¿chaval?, ¡¡¡¡chavaaaaal!!!- esos gritos le recordaban a algo-. ¿Pero estaban en su cabeza o los oía de verdad? Delante de él apareció algo que le era lo suficientemente familiar como para ser creado por su imaginación. Su misma cola, unos ojos muy parecidos, más o menos de su tamaño… Rápidamente se miró la pata para observar la transformación de color, pero esta vez no pasó nada. Su piel no necesitaba cambiar, ya era como la suya. ¡Era un camaleón! Bueno, camaleona, y estaba alucinando con los gestos tan raros que hacía ese ‘chaval’.

-¿De qué planeta vienes?- le preguntó-.-¡¡Pues eso me gustaría saber a mí!!- respondió Tino con tanta gracia que la camaleona empezó a reír. - No, tonto. Que en qué pensabas tan ensimismado. Parecía que no tenías las patas en esta selva- le explicó entre carcajadas.

La mente de Tino empezó a atar cabos, a acordarse de la comuna de los Sabuini en la que tan poco le parecía que encajaba. En la plasta de su hermana, en Maruchi y el Lupas, en los recados, en su lecho de margaritas, en…

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-Eres un poco raro, ¿no chaval?- dijo la camaleona que no salía de su asombro-.-Jajaja, ¡no sabes cuánto! Me llamo Tino y no entiendo nada, pero nada de nada- le dijo más relajado-.

Ella era Mara, vivía con su familia un par de setas más allá y gracias a ella los misterios de Tino se fueron resolviendo. Resulta que no era un bicho raro, o no del todo. Que lo de cambiar de color es una facultad que tienen todos los camaleones, capaces de camuflarse con lo que les rodea volviéndose como su entorno para huir de los peligros. Dicho así… ¡molaba mucho! Digamos que era como un súper poder, ¡un súper poder de verdad!

Mara se lo llevó a cenar con los suyos y se pasaron hablando horas y horas. Le explicó todo lo que Tino habría sabido de no haber nacido en una comuna aislada del resto del mundo. Le habló de la ley de la selva, de por qué ellos comen insectos, las jirafas hojas (asquerosas) y los tigres carne, de por qué ellos no pueden volar y los pájaros sí… ¡Qué aliviado se sentía Tino! Esa noche durmió genial sabiendo que nunca más tendría que fingir ser lo que no era porque ser como él era muuuuy guay…

A la mañana siguiente vio a la familia de Mara en todo su esplendor. Ajetreados de acá para allá, cada cual a sus tareas, los pequeños haciendo los deberes… Y una extraña sensación se le agarró al estómago. No sabía expresar lo que era, pero en esos momentos deseaba con todas sus fuerzas hacer algo que pensó que no ocurriría jamás: ir a recoger frutos rojos para el postre. ¿Sería posible? ¡Con lo que los odiaba!

Aunque Mara le había invitado a vivir con ellos, ese nuevo sentimiento de su estómago le empujaba a buscar a su aislada y rara familia. Pero, ¿cómo? Las semanas vagando por su cuenta le habían servido para darse cuenta de que la selva era mucho más grande de lo que pensaba. Encontrarles sí sería propio de un héroe…

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Empezó por contárselo a Mara, ella era ahora su nueva mejor amiga. Juntos fueron a preguntarle a su padre. Su padre se lo consultó a su mujer, que se lo dijo a sus amigas, y estas a sus maridos, y sus maridos a sus compañeros de trabajo, y estos a sus familias… Mira por donde, Tino no tardó ni un día en comprobar una nueva cualidad de los camaleones: son unos cotillas. Gracias a ello le vino la solución, ¿por qué no pedían ayuda a los animales más grandes de la selva?

Esa era una idea genial porque Tino conocía a un montón, había tenido tantas familias… Él y Mara fueron en busca de Tomás que, por supuesto, estaba encantado con la idea de poder devolverle el favor. Mara y Tino galoparon encima de la cebra corriendo la voz entre todos los animales de la selva, se encontraron con Risco, Morgan y Eddy, y también con Lisa y su familia de jirafas. Todos, grandes y pequeños, decidieron dejar atrás sus rivalidades por unos días y colaborar entre todos para que el camaleón, al fin, encontrara a su familia.

La tarea no fue fácil ya que, aparte de ser unos animales muy pequeños, los Sabuini, recordemos, vivían aislados del resto de la selva. Los pájaros se peinaron la sabana sobrevolando cada rincón, las jirafas otearon por encima de los árboles más altos, los hipopótamos cruzaron el lago de orilla a orilla…

No había manera. Ni rastro de los Sabuini.

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El pobre Tino ya había tirado la toalla y se había intentado conformar con la vida de Mara y su familia, cuando un agotado Tomás les interrumpió:

-Entrado encomos la sabuna de los comuini- dijo jadeante-. -Qué dices Tomás, ¿en qué idioma hablas?- preguntó la listilla de Mara-.-¡¡¡Que hemos encontrado la comuna de los Sabuini!!!”- por fin logró pronunciar-.

Un topo despistado había abierto un túnel en el mismísimo centro del pueblo y, aunque ver no veía ni un pimiento, oír sí que había oído que andaban todos como locos buscándoles.

Tomás subió a sus amigos Tino y Mara a su lomo y galopó hacia el lugar que le habían indicado. Mientras atravesaban la selva, se iban uniendo a su carrera distintos animales que, por qué no decirlo, se morían de ganas por ver cómo eran los enigmáticos Sabuini.

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De repente, Tino empezó a reconocer algunos de los sitios por los que pasaban. Eso significaba que estaban muy cerca y su corazoncito empezó a latir más rápido que nunca. ¿Y si se habían olvidado de él?

Pero no. En cuanto Tino apareció por allí, sus padres, sus amigos Maruchi, Stella, el Lupas, Bruno, sus primos y hasta la plasta de su hermana, se abalanzaron sobre él emocionados. Ellos también le habían buscado como locos y casi, casi habían perdido la esperanza de volver a verle.

Mientras Tino relataba a su familia sus aventuras durante ese tiempo, cebras, tigres, hipopótamos, jirafas, topos, pájaros y un montón de animales observaban a una distancia prudencial. Al ver a Tino más sano que una lechuga, sus padres y los demás vecinos de su pueblo comprendieron que no todo lo que es diferente a ellos es malo. Y como Tino, además, aseguraba que todos esos enormes animales eran ya parte de su familia, se dieron cuenta de lo que se estaban perdiendo.

A partir de ese momento, en la comuna de los Sabuini no fue difícil encontrar a jirafas, monos y hasta temibles leones. La vida allí siguió siendo extrañamente peculiar pero todo fue mucho más emocionante, lo que no impidió que Tino siguiera en Babia como siempre. Por eso, y porque las madres lo saben todo, la suya nunca más le mandó solo a buscar frutos rojos…

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