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Historia y Grafía ISSN: 1405-0927 [email protected] Universidad Iberoamericana, Ciudad de México México Chinchilla Pawling, Perla El estilo y la obra de O'Gorman: el ensayo Historia y Grafía, núm. 25, 2005, pp. 13-44 Universidad Iberoamericana, Ciudad de México Distrito Federal, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922832002 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Historia y Grafía

ISSN: 1405-0927

[email protected]

Universidad Iberoamericana, Ciudad de

México

México

Chinchilla Pawling, Perla

El estilo y la obra de O'Gorman: el ensayo

Historia y Grafía, núm. 25, 2005, pp. 13-44

Universidad Iberoamericana, Ciudad de México

Distrito Federal, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=58922832002

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Preliminares / 13

ResumenEn el siguiente artículo se propone abrir una reflexión para abundar en la comprensión y ubicación historiográfica de la obra de Edmundo O’Gorman, tanto en términos de la obra que produjo como de la forma en que fue recibida, a partir del “estilo”, pensando en el problema del “contenido de la forma”. Concretamente, se aborda la forma del ensayo, que este historiador eligió al escribir la mayor parte de sus textos más importantes. Desde los límites y posibilidades de esta “forma estilística”, se pretende ofrecer una hipótesis sobre el modo en que los historiadores reaccionaron ante la obra o’gormaniana desde su momento hasta nues-tros días. En este texto intento presentar una hipótesis de trabajo desde la cual se pueda contribuir a comprender mejor tanto la elaboración como la recepción de la historiografía o’gormaniana en su momento y hoy.

Historia y Grafía, UIA, núm. 25, 2005

El estilo y la obra de O’Gorman:el ensayoPerla ChinChilla Pawling*Departamento de Historia / uia

*Quiero agradecer a Olga Cecilia Méndez González su acuciosa e inteligente ayuda en la recuperación de textos y documentos. Asímismo, quiero agradecer los agudos comentarios y recomendaciones de José Luis Barrios y de Alfonso Mendiola, amigos y compañeros de la Universidad Iberoamericana.

14 / Perla Chinchilla Pawling

O’GOrman’s “style” and WOrk: the essay

This article is proposing to open a discussion so as to elaborate on the under-standing and historiographic location of the work of Edmundo O ́ Gorman, both in terms of his production as well as of the reception given to his works, starting from the “style”, thinking of the problem of the “content of the form”. Specifically, the approach that is being used is the essay in which this historian wrote most of the most important texts in his production. Starting from the limits and possibilities of the “form of style”, we are trying to offer a hypoth-esis for the type of receptions that the ogormanian work has received among historians, starting from its own times until these current days.

El contenido de la forma

partir de mi propio trabajo en el campo de la predicación, estoy persuadida de que el “género” en que se inscribe un dis-

curso es determinante para su producción y recepción: se trata del contenido de la forma, y creo que, cada vez más, los historiadores no podremos dejar de considerar esto al leer, escribir y ofrecer con-textos de inteligibilidad situados a los lectores contemporáneos.

En 1987, Hayden White publicó justamente El contenido de la forma, y señalaba al respecto: “Pues, sea lo que sea una ciencia, es también una práctica que debe ser tan crítica sobre la forma de describir sus objetos de estudio como sobre la forma en que explica sus estructuras y procesos”.1 Me parece que a partir de este aspecto podemos explicar ciertas características de la producción científica de Edmundo O’Gorman, así como parte del enigmático halo que envuelve la recepción de esta obra, y poner en duda la afirmación de que lo que distingue a un discurso histórico de otro que no lo es es su contenido y no su forma.2

1 Hyden White, “La cuestión de la narrativa en la teoría historiográfica actual”, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992, p. 41.2 “...En el ámbito de los estudios históricos, la narrativa no ha solido ser considerada

A

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 15

Él mismo inscribía su trabajo en la disciplina de la historia:

Desde 1940, cuando me fue encomendada la tarea de reeditar la gran obra histórica del padre José de Acosta, percibí vagamente que la aparición de América en el seno de la Cultura Occidental no se explicaba de un modo satisfactorio pensando que había sido “descu-bierta” un buen día de octubre de 1492 […] La solución a la duda que así había surgido respecto a la manera tradicional de entender el primero y justamente famoso viaje de Cristóbal Colón, requería, sin embargo, una meditación previa acerca del valor y sentido de la verdad que elabora la ciencia histórica, y a tal exigencia se debe que haya publicado en 1947 un libro donde examiné, desde el punto de vista de mi preocupación, tan decisivo problema.3

Y ciertamente en su tiempo fue reconocido como uno de los historiadores más importantes; sin embargo, en términos de su recepción no se percibe, entre los historiadores contemporáneos a su obra, ni seguidores ni críticos en sentido estricto. ¿Cómo explicar esto? Con seguridad es un complejo de condiciones y motivos lo que está detrás de tal fenómeno. Sólo quisiera destacar un aspecto que puede parecer trivial, pero que a mi juicio no lo es: justamente, el género en que está escrita la mayor parte de la obra ogormaniana, o por lo menos su texto más novedoso: el ensayo. En el género ensayístico se encuentran dos aspectos que pueden analizarse como antagónicos a las expectativas que los historiadores de los cincuentas y sesentas tenían de un texto histórico, no sólo en nuestro medio historiográfico, sino entre la mayor parte de los colegas de entonces.

ni como producto de una teoría ni como la base de un método, sino más bien como una forma de discurso que puede o no utilizarse para la representación de los acontecimientos históricos, en función de si el objeto primario es describir una situación, analizar un proceso histórico o bien contar una historia”. Ibid., p. 42.3 Edmundo O’Gorman, La invención de América, 2ª ed., México, fce, 1977 (1958), pp. 11-2.

16 / Perla Chinchilla Pawling

Por una parte está la concepción del género en que debía escri-birse la historia, y aquí nos topamos con que ésta se ha escrito en el género “historia”, asunto en sí mismo problemático, como ya magistralmente lo ha señalado Reinhart Koselleck.4 En lo que sí quiero hacer hincapié es en el presupuesto de que una parte cons-titutiva del género historia la ha representado hasta recientemente su carácter narrativo,5 si bien, como adelante veremos, desde el siglo xix hay autores que ya rechazaban la narrativa y, con ello, la suposición de que, mientras más narrativa y más “fiel” sea la des-cripción narrativa, más es historia. Aquí intento contraponer este tipo de historiografía a lo “no-narrativo” del trabajo o’gormaniano, así como adscribir a otro género discursivo su obra: el ensayo. Al respecto dice el propio White: “Los historiadores no tienen que relatar sus verdades sobre el mundo real en forma narrativa. Pueden optar por otras formas de representación, no narrativas o incluso antinarrativas, como la meditación, la anatomía o el epítome”.6 Propongo sumar el ensayo a esas tres formas.

El ensayo como forma

Es un lugar común que el género del ensayo es hijo del mundo moderno que emerge con la Ilustración; sin embargo, definir o demarcar el ensayo resulta bastante problemático, por lo menos hasta donde he podido ver.

Lo que parece definirlo es justamente su indefinición, curiosa-mente sintomática, que puede provenir de su origen. Enfrentado al

4 Reinhart Koselleck, “Historia Magistra Vitae”, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, pp. 41-66.5 En la época de O’Gorman el impacto de la “Revolución de Annales” todavía era muy limitado, amén de que incluso en este espacio los cuestionamientos iban más en la línea de la historia social, y todavía se postergarían los problemas de la “historia de las mentalidades”, y aun más los de la “historia cultural”.6 White, “El valor de la narrativa en la representación de la realidad”, El contenido de la…, op. cit., p. 18. No abordo aquí el problema de la diferencia entre “ficción” y “realidad” que está en el centro de la obra de White.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 17

“arte del bien decir”, representa la liberación del mundo perfecta-mente estructurado desde antaño de la retórica. Así, su constitución genérica sería la de la oposición: el ensayo es “no-retórica”.

Esta forma “ilustrada” le da contenido a una gran cantidad de textos durante más de dos siglos, comenzando con Montaigne, a quien se considera el padre del ensayo moderno, y que al respecto señalaba:

El juicio es un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos Ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado de muy lejos; luego, si lo encuentro demasiado profundo para mis alcances, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras mis reflexiones pasan a un asunto noble y discutido en que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas.7

O’Gorman, desde su postura historicista, podía haber suscrito buena parte de estas afirmaciones.

En esta forma escribieron Kant, Locke, Bacon, etcétera; sin embargo, al entrar al siglo xx, el ensayo concurre en un nuevo juego de oposiciones, ahora ante el “positivismo”.

7 Michel de Montaigne, Ensayos, Lib. I, Cap. L, José Luis Martínez, El ensayo mexicano moderno, 2ª ed., México, fce, 1984 (1958), p. 8.

18 / Perla Chinchilla Pawling

Una serie de características lo colocan en este nuevo frente como “anti-positivista”, según lo dibuja Theodor W. Adorno en un texto de 1974: “El ensayo como forma”, hoy ya clásico y al parecer referencia obligada sobre el tema. El autor inicia su propio ensayo con la siguiente afirmación: “...el ensayo no permite que se le prescriba su jurisdicción”,8 lo cual confirma el asunto de su acotamiento.

En el marco de un verdadero caleidoscopio por el que mira el ensayo, me gustaría resaltar dos distinciones especialmente rele-vantes para la recepción que propongo de la obra o’gormaniana. En primer término está el “carácter situado” que se considera característico del ensayo:

Aun hoy en día, el elogio del écrivain es suficiente para marginar académicamente al destinatario. A pesar de toda la grávida com-prensión que Simmel y el joven Lukács, Kassner y Benjamin han confiado al ensayo, a la especulación sobre objetos específicos, culturalmente ya preformados, el gremio sólo tolera como filosofía lo que se reviste con la dignidad de lo universal, de lo permanente, hoy en día si es posible de lo originario, y no se ocupa de una obra espiritual particular más que en la medida en que en ella se ejem-plifiquen las categorías universales; en que al menos lo particular se haga transparente en ella.9

Así, la forma ensayo como tal denota no sólo el carácter contextual de su objeto, sino de su propia escritura, de su propio punto de vista. Adorno dota al ensayo de una radical historicidad en todas direcciones:

el ensayo denuncia sin palabras –cursivas mías– la ilusión de que el pensamiento pueda escapar de lo que es thesei, cultura, a lo que es

8 Theodor W. Adorno, Notas sobre literatura, Madrid, Akal, 2003, p. 12.9 Ibid., pp. 11-2.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 19

physei por naturaleza. Proscrito por lo fijo, por lo reconocidamente derivado, por los artefactos honra a la naturaleza al confirmar que ésta ya no es para los hombres [y en otro lugar señala] éste tiene en cuenta la conciencia de la no identidad, aun sin expresarla siquiera; es radical en el no radicalismo, a la abstención de toda reducción a un principio, en la acentuación de lo parcial frente a lo total, en fragmentario.10

Pero además –y en ello quiero hacer especial hincapié– esta carac-terística proviene de su peculiar modo de aproximarse a la “verdad científica”, y no en cuanto a su relación con el arte, pensado como espacio de lo único, lo fragmentario y lo situado, al que él denomina “autonomía estética”. Del arte se distingue –señala Adorno– por su relación con los conceptos y con la verdad “despojada de apariencia estética”. En este sentido, “El ensayo como forma” representaría más bien una crítica de la ciencia, de la ciencia positivista, y en ese tenor expresa la propia empresa de la Escuela de Frankfurt, de la que Adorno es uno de los representantes más importantes.

En este punto entro en la segunda distinción que Adorno for-mula y que me parece muy iluminadora para situar la recepción de la obra historiográfica de O’Gorman: el ensayo como ciencia, que se distingue del arte. Por un lado, “la separación de ciencia y arte es irreversible”, “la ciencia y el arte se han escindido”, afirma Adorno, pero, por otro, se trata de una postura científica antiposi-tivista, que se resiste al reduccionismo de esta visión de la ciencia. Se contrapone a una teoría y una ciencia organizadas, según las que el “orden de las cosas es el mismo que el de las ideas”, y que asienta que lo cambiante, lo efímero, es indigno de la filosofía, de la ciencia, las que deben ocuparse de lo objetivo y alejarse de lo subjetivo, lo cualitativo y lo temporal. Desde esta perspectiva, el ensayo introduce la temporalidad de los conceptos y con ello a la historia. “La referencia a la experiencia –y el ensayo le confiere

10 Ibid., pp. 21 y 19.

20 / Perla Chinchilla Pawling

tanta sustancia como la teoría tradicional a las meras categorías– es la referencia a toda la historia”.11

Así, según lo que llevamos apuntado, el ensayo queda colocado en una interesante tensión, de la que sin embargo deriva su fertilidad, entre una “verdad retórica”, persuasiva y estilizada12 –el espacio de la oralidad–, y una “verdad científica”, abstracta y universal –filosofía de la conciencia y positivismo–. Desde este intersticio, la forma ensayo permite el surgimiento de la “verdad histórica”, situada y reveladora de lo contingente, lo subjetivo y lo particular.

El ensayo en la obra de O’Gorman

En términos de géneros discursivos, las obras más importantes de Edmundo O’Gorman se dividen del siguiente modo (los textos aparecen en orden cronológico):

11 Ibid., p. 20.12 El concepto de verdad persuasiva (amplificatio) lo trabajo en Perla Chinchilla Pawling, De la compositio loci a la república de las letras, México, Universidad Iberoamericana, 2004.

Bibliografía

O’Gorman, Edmundo. Santo Tomás Moro y la Utopía de Tomás Moro en la Nueva España, México, Alcancía, 1937.

O’Gorman, Edmundo. Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la Ciudad de México, México, agn- Cultura, 1938. O’Gorman, Edmundo. La historia natural y moral de las Indias del P. José de Acosta. Estudio que se publicara como prólogo de la nueva edición de la dicha obra. Contribución al IV Congreso Nacional de Historia, Méxi-co, fce, 1940.

Género discursivo

Ensayo sin aparato crítico.

Publicación crítica de docu-mentos.

Publicación crítica de docu-mentos.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 21

O’Gorman, Edmundo. La conciencia his-tórica en la Edad Media (separata del tomo Trabajos de historia filosófica, literaria y artística del cristianismo en la Edad Media), México, El Colegio de México, 1942.

O’Gorman, Edmundo. Crisis y porvenir de la ciencia histórica, México, Imprenta Universitaria, 1945.

O’Gorman, Edmundo. La idea del des-cubrimiento de América. Historia de esa interpretación y crítica de sus fundamentos, México, unam-Centro de Estudios Filo-sóficos, 1951.

O’Gorman, Edmundo y Salvador Novo. Guía de las Actas de Cabildo de la ciudad de México, siglo xvi, México, fce, 1952.

Bataillon, Marcel y Edmundo O’Gorman. Dos concepciones de la tarea historiográfica con motivo de la ‘Idea del descubrimiento de América’, México, unam-Imprenta Univer-sitaria, 1955, pp. 61-114.

O’Gorman, Edmundo. Documentos para la historia de la litografía en México, México, Imprenta Universitaria, 1955.

O’Gorman, Edmundo. La invención de América. El universalismo de la cultura de Occidente, México, fce, 1958.

Ensayo sin aparato crítico.

Ensayo sin aparato crítico.

Ensayo con aparato crítico.

Índice de Actas del Cabildo de la Ciudad de México.

Ensayo sin aparato crítico (parte de un debate).

Publicación crítica de docu-mentos.

Ensayo con aparato crítico.

Bibliografía Género discursivo

22 / Perla Chinchilla Pawling

O’Gorman, Edmundo. Seis estudios históri-cos de tema mexicano, Xalapa, Universidad Veracruzana-Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, 1960.

O’Gorman, Edmundo. “América”, en Es-tudios de historia de la filosofía en México, México, unam, 1963, pp. 73-108.

O’Gorman, Edmundo. Historia de las divisiones territoriales de México, 3ª ed., México, Porrúa, 1937 (1966).

O’Gorman, Edmundo. La Catedral de México. Renovación o reparación. Análisis del debate por Edmundo O’Gorman, 1967.

O’Gorman, Edmundo. Guía bibliográfica de Carlos María de Bustamante, México, Centro de Estudios Históricos de México Condumex, 1967. O’Gorman, Edmundo. “Introduction”, en Justo Sierra, The Political Evolution of the Mexican People, Austin, University of Texas Press, 1969.

Consta de los siguientes en-sayos: “El arte o de la mons-truosidad”, “Precedentes y sentido de la Revolución de Ayutla” y “Justo Sierra y los orígenes de la Universidad de México, 1910”. Consta delos siguientes estudios crí-ticos: “Reflexión sobre la distribución urbana colo-nial de la ciudad de Méxi-co”, “Fray Servando Teresa de Mier” y “La Revolu-ción mexicana y la histo-riografía”.

Ensayo sin aparato crítico.

Publicación crítica de do-cumentos y cartas geográ-ficas.

Ensayo sin aparato crítico (parte de un debate).

Índice bibliográfico.

Ensayo sin aparato crítico (introducción).

Bibliografía Género discursivo

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 23

O’Gorman, Edmundo, Justino Fernández, Luis Cardoza, et al., Cuarenta siglos de plástica mexicana. Arte moderno y contem-poráneo, México, Herrero, 1971, vol. 3, pp. 9-24. O’Gorman, Edmundo. Cuatro historiadores de Indias, México, Secretaría de Educación Pública, 1972. O’Gorman, Edmundo. Nezahualcóyotl Acolmiztli (1402-1472). Selección de textos, México, Gobierno del Estado de México, 1972. O’Gorman, Edmundo. Del amor del histo-riador a su patria –palabras pronunciadas al recibir el Premio Nacional de Letras 1974–, México, Centro de Estudios Históricos de México Condumex, 1974. Discurso.

O’Gorman, Edmundo. “Historia y vida”, Álvaro Matute, La teoría de la historia de México (1940-1973), México, Secretaría de Educación Pública, 1974, pp. 121-51.

O’Gorman, Edmundo. “México colo-nial”, Alfredo López Austin, Edmundo O’Gorman y Josefina Zoraida Vázquez, Un recorrido por la historia de México, 2ª ed., Secretaría de Educación Pública, 1975 (1981), pp. 107-58.

O’Gorman, Edmundo. Palabras pronun-ciadas al recibir el Premio de Historia Rafael Heliodoro Valle 1981, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 1984.

Ensayo sin aparato crítico.

Narrativa.

Prólogo en forma de ensayo.

Discurso.

Ensayo sin aparato crítico.

Ensayo sin aparato crítico.

Discurso.

Bibliografía Género discursivo

24 / Perla Chinchilla Pawling

O’Gorman, Edmundo. Homenaje al fun-dador de la Universidad Nacional de México Don Justo Sierra (Septiembre 13 de 1985), México, Centro de Estudios de Historia de México Condumex, 1986. O’Gorman, Edmundo. La supervivencia política novohispana. Reflexiones sobre el monarquismo mexicano, México, Univer-sidad Iberoamericana-Departamento de Historia, 1986.

O’Gorman, Edmundo. Destierro de som-bras. Luz en el origen de la imagen y culto de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac, México, unam, 1986. O’Gorman, Edmundo. México: el trauma de su historia. Ducit amor patriae, México, Conaculta, 2002 (1997).

Bibliografía Género discursivo

Discurso.

Ensayo sin aparato crítico.

Ensayo sin aparato crítico.

Ensayo sin aparato crítico.

Como puede observarse, su trabajo más importante y original está escrito en la forma del ensayo y, según lo que hemos venido planteando, ello lo coloca dentro de ciertos límites y posibilidades en términos del contenido de esta forma, tanto en cuanto a la escritura de sus textos como a las expectativas de los lectores de su obra.

En relación con el primer aspecto, el ensayo le permite generar una nueva posibilidad de escribir historia, rompiendo con la na-rrativa simple, por un lado, y enfrentando el “objetivismo” de la verdad por correspondencia del positivismo, por otro.

¿Cómo se desarrolla esta posibilidad? Esta forma tiene como propósito general, si no resolver, sí tematizar algún determinado problema o tema que el autor elige como algo relevante sin más. Sabe que lo tematizado se inscribe en un espacio más amplio y

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 25

complejo, ya sea en términos disciplinarios, temáticos, problemá-ticos, autorales o históricos, pero, a la vez, autonomiza su asunto de todo lo que lo precede y lo rodea en términos metódicos, para iniciar su reflexión y análisis por el punto en que libremente lo decide como autor. Al respecto asienta Adorno: “Con ello [el ensayo rechaza la idea tradicional de verdad] suspende al mismo tiempo el concepto tradicional de método. La profundidad del pensamiento se mide por la profundidad con que penetra en el asunto, no por la profundidad con la que lo reduce a otro”.13

Justamente en la introducción de La invención de América, sin duda la obra más importante y polémica de O’Gorman, él inicia su ensayo enunciando un problema: “No será difícil convenir en que el problema fundamental de la historia americana estriba en explicar satisfactoriamente la aparición de América en el seno de la Cultura Occidental, porque esa cuestión involucra, ni más ni menos, la manera en que se conciba el ser de América y el sentido que ha de concederse a su historia”.14

Así, el ensayo recorta sus propios límites, dentro de los que habrá de desarrollar su propuesta sin acudir a “protodatos”, como les llama Adorno, ni a una definición externa de sus conceptos; éstos se sostienen –o no– dentro del propio espacio del texto, estableciendo una red que lo dota de una lógica interna, dentro de la que habrá de quedar resuelto o al menos explicado el asunto a tratar. Su peso de “verdad” se delimita dentro de las referencias de su marco: “La interpretación no puede extraer nada que la in-

13 Adorno, Notas sobre literatura, op. cit., pp. 20-1.14 O’Gorman, La invención de América, op. cit., p. 15. El concepto de “historicidad” en O’Gorman puede de algún modo considerarse un último reducto “ontológi-co”, pues, desde una perspectiva radicalmente constructivista, tal “historicidad está también situada”. A ese aspecto se refiere puntualmente el texto de Alfonso Mendiola en el presente número. Por otra parte, y desde tal enfoque, si asimilamos la postura ogormaniana a la hermenéutica gadameriana, cabría la crítica que hace Jürgen Habermas a las pretensiones de universalidad de la hermenéutica. Cfr. Jürgen Habermas, Cono-cimiento e interés, Madrid, Taurus, 1986.

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terpretación no haya al mismo tiempo introducido. Los criterios para ello son la compatibilidad de la interpretación con el texto y consigo misma, y su capacidad para hacer hablar a todos los elementos del objeto juntos”.15

Veamos un ejemplo de cómo O’Gorman realiza magistralmente este presupuesto:

Hechas las anteriores explicaciones es pertinente repetir algo de lo expuesto en el prólogo de la primera edición, porque se trata de unas consideraciones también aplicables a ésta. Dije entonces que este trabajo puede entenderse en un sentido muy literal, como una comunicación de índole científica en cuanto que en ningún mo-mento se pretende en ella involucrar los problemas de las primeras causas y de las últimas metas del fenómeno que en él se estudia. Quiero decir que en modo alguno se trata de una investigación orientada por una idea previa acerca de la finalidad trascendente o inmanente del devenir histórico. Aquí no campea ni un providen-cialismo religioso, ni una teleología idealista, porque no en vano nos ha enseñado la experiencia que tales sabidurías exceden los límites del entendimiento humano. Esto no impide, sin embargo, que quien así lo quiera, pueda leer detrás de nuestras descripciones una intención divina o unos propósitos cósmicos. Aquí campea, en todo caso, la noción del devenir histórico como un proceso que cumple a su modo las finalidades de la vida, lo que es decir bien poco, porque ello no hace sino remitirlo a fondos que se hunden en el misterio. Se trata, por consiguiente, de unas descripciones, y hasta eso, harto esquemáticas, como podrían ser las de un biólogo que, asomado al microscopio, se conforma con comunicar sus observaciones acerca de la manera en que se reproduce, pongamos por caso, la célula de un tejido vivo. Si se me permite la imagen, quisiera que se viera en este libro algo así como una investigación de la fisiología de la historia; pero de la historia entendida, no

15 Adorno, Notas sobre literatura, op. cit., p. 13.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 27

ya como un acontecer que le “pasa” al hombre y que así como le sucedió pudo haberle no ocurrido, mera contingencia y accidente que en nada lo afecta, sino como algo que lo va constituyendo en su ser espiritual; la historia, por lo tanto, como una modalidad de lo que llamamos la vida.16

Me interesa resaltar esta característica en particular, ya que, a partir de esa consciente circunscripción, se puede comprender mejor la relación con la historicidad que confiere Adorno a esta forma discursiva, y que para el caso del “ensayo histórico” es aun más relevante, aunque ambigua todavía en el caso de O’Gorman, como en seguida espero mostrar. Al respecto, el primero afirma –cito en extenso por el peso que tiene para el argumento–:

Del mismo modo que algo meramente fáctico no puede pensarse sin concepto, pues pensarlo siempre significa ya concebirlo, así tam-poco se puede pensar el más puro concepto sin ninguna referencia a la facticidad. Incluso los productos de la fantasía presuntamente liberados del espacio y el tiempo remiten, por más que de manera derivada, a la existencia individual. Por eso el ensayo no se deja intimidar por la depravada profundidad de que verdad e historia se oponen irreconciliables. Si la verdad tiene en efecto un núcleo temporal, todo el contenido histórico se convierte en momento integrante de ella; lo a posteriori se convierte concretamente en lo a priori, como exigían Fichte y sus seguidores sólo en general. La referencia a la experiencia –y el ensayo le confiere tanta sustancia como la teoría tradicional a las meras categorías– es la referencia a toda la historia; la experiencia meramente individual, con la que la conciencia comienza como con lo que le es más próximo, está ella misma mediada por la comprehensiva de la humanidad histórica; que en cambio ésta sea mediata y la de cada cual lo inmediato es mero autoengaño de la sociedad y la ideología individualista. Por eso

16 O’Gorman, La invención de América, op. cit., pp. 11-2.

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el ensayo revisa el menosprecio de lo producido históricamente en cuanto un objeto de la teoría. La distinción entre una filosofía primera y una mera filosofía de la cultura que presupone a aquélla y construye sobre ella, distinción con la que se racionaliza teóricamente el tabú que pesa sobre el ensayo, resulta insostenible.17

En este punto es importante empezar a distinguir entre los diversos tipos de ensayo, ya que me parece que de ello depende –aunque sea con matices– la relación con “la verdad” que Adorno propone, como ya se anotó. Él se refiere en particular al ensayo filosófico, y por ello su insistencia en la tensión entre lo abstracto y lo concreto –lo histórico, para Adorno–; sin embargo, cuando pensamos en el ensayo histórico, del cual por cierto no encontré ningún estudio en particular, el problema se invierte. En este caso el concepto cum-ple la función de situar, historizar la observación del historiador, y cortar la narrativa simple, que parece tomar directamente de la realidad la secuencia de los acontecimientos. En el caso del ensayo histórico, lo a priori es esta “secuencia de acontecimientos” que está ahí afuera, en la realidad, como la América de O’Gorman,18 esperando a que un investigador venga a descubrirla; es, para el ensayo histórico, lo que el concepto para el ensayo filosófico. Pa-radójicamente, una concepción positivista del devenir lo historiza, en cuanto que niega la intervención del historiador como quien, desde su propia cultura, construye esa secuencia.

Así, aventurándome a caracterizar el ensayo histórico, creo que comparte los rasgos generales que hemos enumerado respecto al ensayo filosófico moderno.19

17 Adorno, Notas sobre literatura, op. cit., p. 20. cursivas mías.18 Epígrafe O’Gorman.19 Obsérvese en el espacio de la filosofía el camino ya trazado hacia el “historicismo” de la verdad científica y de la ciencia histórica en particular. Desde el ensayo de Kant, “Disciplina de la razón pura en el uso dogmático”: “El conocimiento filosófico es el conocimiento racional por conceptos, y el conocimiento matemático es un conocimiento racional por construcción de

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 29

En tal caracterización del ensayo histórico, podemos descubrir interesantes analogías con el ensayo de las ciencias naturales, de origen ilustrado, por su relación con los “datos”: en un caso, en cuanto al devenir de la naturaleza y, en el otro, en cuanto al devenir de la humanidad.

Veamos un par de ejemplos muy interesantes al respecto:“De los altos cargos”, de Francis Bacon:

Los hombres que ocupan cargos elevados son siempre esclavos del soberano o de la nación, de la opinión pública y de los negocios; de suerte que no son dueños de su persona, ni de sus acciones ni de su tiempo. ¿No es en efecto una rara manía la de querer mandar perdiendo la propia libertad, y adquirir un gran poder sobre los extraños renunciando a tenerlo sobre nosotros mismos? Los altos puestos se logran con grandes sacrificios, con rudos y penosos trabajos, todavía mayores si para alcanzar las dignidades hay que someterse a grandes indignidades.20

conceptos. Mas, construir un concepto es representar a priori la intuición que le corresponde. Así, pues, la construcción de un concepto exige una intuición no empírica, que, por consiguiente, sea en cuanto intuición un objeto singular, pero que, no obstante, como construcción de un concepto (de una representación general) debe expresar en la representación alguna cosa universal que se aplica a todas las intuiciones posibles, perteneciendo a ese concepto.” (Emmanuel Kant, “Disciplina de la razón pura en el uso dogmático”, Crítica de la razón pura, trad. F.L. Álvarez, Buenos Aires, Sopena Argentina, 1943, t. ii, p. 159). Hasta el texto del ensayo de Bertrand Russell: “Pero si los documentos son, en tantos sentidos, superiores a cualquier historia reflexionada, ¿qué función le queda al historiador? Está, para empezar, la tarea de selección. Es fácil que todos estén de acuerdo en este punto, pues los materiales son tan abundantes que resulta imposible presentarlos todos de manera exhaus-tiva. Sin embargo, lo que no siempre se comprende es que la selección supone un patrón de valor entre los hechos e implica, consiguientemente, que la verdad no es el único objetivo que la acción de registrar el pasado se propone. Todos los hechos son igualmente verdaderos y hacer una selección entre ellos solamente es posible mediante un criterio distinto al de su verdad”. (Bertrand Russell, “Sobre la historia”, Ensayos filosóficos, 8ª ed., trad. Juan Ramón Capella, Madrid, Alianza, 1991 (1968), p. 73).20 Francis Bacon, “De los altos cargos”, Ensayos sobre moral y política, México, unam, 1974, p. 41.

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“El miedo instintivo” de Charles Darwin:

Ya he tratado la mansedumbre hereditaria de nuestros animales domésticos: de ello se sigue que no tengo duda alguna de que el miedo al hombre siempre se ha adquirido, en primer lugar, en un estado de naturaleza, y que sólo bajo la domesticación se pierde de nuevo. En los pocos archipiélagos e islas no habitados por el hom-bre, de los que he podido encontrar una primera información, los animales nativos carecían completamente de miedo al hombre: he averiguado eso en seis casos y en las partes más distantes del mundo, con pájaros y con animales de los tipos más diferentes.21

Sin embargo, es un anacronismo situar el “ensayo histórico” en el espacio de la Ilustración; este género –en el que O’Gorman es pio-nero– no sería utilizado por los historiadores sino hasta la segunda mitad del siglo xx, ya que el carácter narrativo de la historiografía no se presta en principio para ello.

El ensayo histórico y la historia narrativa

Llegamos a una distinción que se vuelve en especial relevante para lo que aquí tratamos. Trabajar la obra ogormaniana desde el contenido que permite la forma ensayo frente al contenido que permite la forma “historia” –Historiae–22 puede arrojar luz sobre el problema de la factura y recepción de ésta en el momento en que O’Gorman la escribió.

No pretendo analizar el complejo asunto de la narrativa; sólo intento colocar ésta en la contraparte del ensayo o’gormaniano,

21 Charles Darwin, “El miedo instintivo”, Ensayo sobre el instinto, Madrid, Tecnos, 1983, p. 25.22 “La palabra Historie, extranjera y nacionalizada, que se refería preferiblemente al informe o narración de lo sucedido, especialmente las ciencias históricas, fue desplazada visiblemente en el curso del siglo xviii por la palabra historia [Geschi-chte]”. Koselleck, “Historia Magistra Vitae”, op. cit., p. 50.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 31

para desde ahí argumentar que, según sus contemporáneos, aquél no era “historia” y, sin embargo, tampoco era “filosofía”.

Hasta hace sólo unas décadas, era un lugar común, repetido por la mayoría de los historiadores, decir que la historia era un género necesariamente narrativo. Esto es, que se trata de narrar hechos o acontecimientos; o, mejor aún, de “narrativizar”, tal como lo explica Hayden White; cabe hacer la distinción, señala éste, “entre un discurso histórico que narra y un discurso que narrativiza, entre un discurso que adopta abiertamente una perspectiva que mira al mundo y lo relata y un discurso que finge hacer hablar al propio mundo y hablar como relato”,23 y, en el caso de los historiadores contemporáneos a O’Gorman, pienso ciertamente en discursos que “narrativizan”, y a ellos me refiero más arriba con la expresión “narrativa simple”, a la cual opondría otra “compleja” o “concep-tual”, que será la cultivada por nuestro autor, y la que, además, permite la forma del ensayo, donde –por las características que hemos descrito– no tendría cabida el contenido de un discurso narrativizado –que no parte de problemas, no se sitúa a sí mismo, no hace explícito el punto de vista del narrador ni tampoco los conceptos utilizados, etcétera.

Ahora habría que formular ciertas precisiones a propósito de lo que entiendo como “narrativa compleja”. El propio White señala:

Tocqueville, Burckhardt, Huizinga y Braudel, por citar sólo a los maestros más señalados de la historiografía moderna, rechazaron la narrativa en algunas de sus obras historiográficas, presumiblemente a partir de la suposición de que el significado de los acontecimientos que deseaban relatar no era susceptible de representación en modo narrativo. Se negaron a contar una historia del pasado o, más bien, no contaron una historia con etapas inicial, intermedia y final bien

23 White, El contenido de la..., op. cit., p. 18.

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delimitadas; no impusieron a los procesos que les interesaban la forma que normalmente asociamos a la narración histórica. Si bien es cierto que narraban la realidad que percibían, o que pensaban que percibían, como existente en o detrás de la evidencia que ha-bían examinado, no narrativizaban esa realidad, no le imponían la forma de un relato.24

En este grupo cabría el trabajo pionero de O’Gorman, aunque ciertamente hay un sinfín de diferencias entre la aproximación de un Burckhardt y la de un Braudel, que no he de tratar, pues el camino que he elegido para distinguir un paradigma historiográfico de otro es el del contenido de la forma de la escritura histórica y, aquí, el de las posibilidades y los límites del ensayo, por lo que desde ahora destaco el carácter conceptuoso del ensayo frente a la narrativa histórica tradicional.

¿A qué hago referencia con “conceptuoso”? Explica White que para que un relato se considere histórico no basta que los hechos se registren en un orden cronológico determinado, sino que justamen-te se consignen de otro modo, mediante una narrativa diferente, posibilidad que le confiere su “historicidad”, su “realidad”. “Para poder ser considerado histórico, un hecho debe ser susceptible de, al menos, dos narraciones que registren su existencia. Si no pueden imaginarse al menos dos versiones del mismo grupo de hechos, no hay razón para que el historiador reclame para sí la autoridad de ofrecer el verdadero relato de lo que sucedió realmente. La autoridad de la narrativa histórica es la autoridad de la propia realidad”.25 Sin embargo, en el ensayo histórico esta “autoridad” se hace explícita cuando se muestra el andamiaje conceptual que sostiene la versión de la trama de los hechos o, mejor aún, los conceptos a priori a partir de los cuales se construye la trama de los acontecimientos. Ésta es justamente la propuesta de O’Gorman:

24 Idem. 25 Ibid., p. 34.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 33

Pues bien, como la idea de que Colón descubrió a América cuando aportó a una isla que creyó cercana al Japón no describe el suceso histórico según aparece en los testimonios, es obvio que la exigen-cia que generó aquella interpretación no procede del fundamento empírico del hecho interpretado, es decir, es obvio que no se trata de una interpretación apoyada de los hechos (a posteriori), sino de una interpretación fundada en una idea previa acerca de los hechos (a priori). Pero si eso es así, ¿qué es lo que debemos examinar para averiguar en qué consiste esa idea previa para poder comprobar si conduce o no a un absurdo? La respuesta no ofrece duda: puesto que en nada aprovecha examinar el hecho interpretado, porque de él no depende la idea, es claro que debemos examinar el hecho mismo de la interpretación, que es un hecho tan histórico como el otro. En una palabra, que para saber a qué se debe la idea de que Colón descubrió a América a pesar de que se sabe que él ejecutó un acto muy distinto, es necesario averiguar cuándo, cómo y por qué se pensó eso por primera vez y por qué se sigue aceptando. Es decir, será necesario reconstruir la historia, no del descubrimiento de América, sino la de la idea de que América fue descubierta, que no es lo mismo.26

Cabe hacer una última aclaración al respecto, de acuerdo con el propio White: desde el siglo xix, hay narrativa histórica que incor-pora argumentos, en forma de explicación de los sucesos, pero es importante distinguir este caso del ensayo histórico, como puede observarse en el párrafo anterior de la Invención de América. Los “argumentos” a los que él se refiere se incorporan como alocuciones que interpelan al lector desde la primera persona del autor, y así se hace evidente. Se hace claro al lector que existe un “referente secundario”, discernible del referente fundamental que es el de los acontecimientos; o sea, éste identifica la historia que se cuenta con un relato específico, comprende la forma narrativa.27 Y ya hemos 26 O’Gorman, La invención de América, op. cit., p. 17.27 White, El contenido de la..., op. cit., p. 61.

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visto que hasta la fecha tal es la expectativa general del que lee el género “historia”.

Veamos un par de ejemplos de esta índole:“Problemas apostólicos y políticos de la penetración”, de Silvio

Zavala:

Anteriormente hemos explicado que los primeros títulos invocados para justificar la penetración europea en las Indias (el dominio temporal del Papa y la soberanía universal del emperador) fueron objeto de crítica por parte de los autores que pertenecían a la escuela más exigente de las dos que, fundamentalmente, se ocuparon del problema jurídico de América. A pesar del estado de infidelidad de los indios, se resolvió que debían considerarse vigentes sus derechos políticos y de dominio, porque nacían de la razón natural y del dere-cho humano, no de la gracia ni del derecho divino. De esta manera se llegó a un planteamiento doctrinal más riguroso del problema americano, pero se hizo más difícil el hallazgo de títulos válidos que pudieran unir a Europa con las Indias Occidentales.28

“La hispanización”, de Alfonso Reyes:

El injerto de la cultura española en cepa mexicana supone un in-cidente previo: la comunicación de la lengua, mutuo aprendizaje entre las dos personas del diálogo, cuyo símbolo sería la Malinche, traductora de Hernán Cortés. Tal paso era primero en tiempo, si no en derecho. Tenía que preceder a la misma cristianización, con ser ésta la meta ideal de aquella Cruzada y, desde luego, el objeto por excelencia de la instrucción que recibieron los indios al día siguiente de la conquista. Los ministros de la religión –frailes y misioneros–, más bravos que la gente de letras y más obligados al sacrificio, alzaron tienda entre los escombros y dieron comienzo a

28 Silvio Zavala, “Problemas apostólicos y políticos de la penetración”, Ensayos sobre la colonización española de América, Buenos Aires, Emecé, 1944, p. 62.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 35

la tarea […] Sin texto el maestro, sin letras los discípulos, el tra-bajo era verbal y se valía de mil subterfugios. Para ir adquiriendo su léxico, los frailes tenían que “volverse niños con los niños” y acompañarlos en sus juegos…29

Podemos observar cómo, a diferencia de este caso, en el texto o’gormaniano se invierte la referencialidad, y el argumento con-ceptual ocupa el primer lugar, en tanto que la “narración” de lo acontecido tiene el segundo, como sustento de lo argumentado, e incluso –como él mismo lo afirma– ni siquiera se refiere a la na-rración de los “hechos” acontecidos, sino a la narración histórica de la “idea” de cómo se ha construido la narración de los hechos, y quiero resaltar cómo esta inversión de referentes es propia del contenido de la forma ensayo.

En el siglo xix, al que hace alusión Hayden White, se acepta-ba que, después de elaborar la narración histórica, el historiador podía abandonar la forma narrativa e interpelar al lector desde su propia voz, interpretando –como autoridad en los temas trata-dos– los asuntos relativos a la naturaleza del periodo, las acciones o los procesos políticos, culturales, etc., presentes en su narración. Algunos, nos dice, llamaban a esto disertación, y la distinguían de la narrativa, por lo cual la valoración de ambos discursos debía hacerse en términos diferentes y diferenciados –lógica la primera, documental la segunda–. “La disertación del historiador era una interpretación de lo que consideraba la historia verdadera, mientras que su narración era una representación de lo que él consideraba la historia real” (cursivas mías).30 Ello, hasta el punto de que un discurso podía considerarse verdadero en su aspecto narrativo, e inválido o infundado en su parte disertativa.

Me parece muy importante distanciar el caso del ensayo o’gormaniano de esa concepción, ya que, como lo dice White en

29 Alfonso Reyes, “La hispanización”, Letras de la Nueva España, 4ª ed., México, fce, 1986 (1946), pp. 24-5.30 White, El contenido de la..., op. cit., p. 43.

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el párrafo arriba citado, “examinar el hecho mismo de la interpreta-ción es un hecho tan histórico como el otro” o, en otros términos, los hechos son construidos por las interpretaciones, y no van cada uno por su camino sin implicarse. Creo que esta conciencia es la que en especial vuelve el trabajo de O’Gorman hijo de las postri-merías del siglo xx.

Despejado el primer aspecto –el de la ruptura con la narrativa simple–, pasemos al segundo y último punto que deseo resaltar como característico de la forma ensayo contemporáneo en la que escribió nuestro autor.

El ensayo contemporáneo y el positivismo

Me parece que este aspecto reviste especial interés en el análisis del ensayo histórico o’gormaniano, e imprime a su planteamiento un carácter de gran actualidad: el haber enfrentado el “objetivismo” de la verdad por correspondencia propio del positivismo.

Al respecto el texto del Ensayo como forma de Theodor W. Adorno es muy incisivo, e incluso reiterativo, pues llega a consi-derar este género como la forma que puede oponerse a la ciencia positivista y su concepto de verdad ahistórico y objetivista: en este frente combatió O’Gorman toda su vida.

El ensayo surgió contra el esencialismo de la escolástica, y en esta línea llegó a nuestra época contra el esencialismo del conoci-miento científico que hemos identificado como “positivista”. Es por antonomasia el género de la crítica reflexiva –”la observación de segundo orden”, en términos luhmannianos– de la moder-nidad. Esta forma se autorizó a iniciar sus reflexiones desde su presente, sin insertarse en una cadena del conocimiento de la que su aportación fuese un eslabón, y cuyos fundamentos y orígenes se perdían en el principio de los tiempos. Adorno representa al género como una configuración desde donde parte una mirada que ve toda “obra espiritual” como un campo de fuerza y, así, los conceptos se prestan apoyo entre sí en el seno de la argumentación.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 37

En esta vinculación, la escolástica y el positivismo se tocan en su relación con la verdad, y de algún modo en cuanto a la filiación que establecen con su tradición, sus orígenes o su paradigma –en el caso de la ciencia positiva–.

¿Qué estamos entendiendo por “positivismo” en historia en cuanto a estos dos aspectos, y en qué forma o género se expresa este paradigma historiográfico? El historiador positivista es un “historiador narrativista”, para éste el “método histórico” consiste en realizar investigación documental para posteriormente narrar una historia verdadera; aquí, “la forma del discurso, la narrativa, no añade nada al contenido de la representación; más bien es un simulacro de la estructura y proceso de los acontecimientos rea-les. [...] es una mímesis de la historia vivida en alguna región de la realidad histórica”.31 Así, aún narrativizada –con un principio, una intriga y un final–, esta historia entra en una secuencia de narrativas históricas que constituyen la ciencia de la historia y que progresan hacia la construcción cada vez más acabada, y por tanto objetiva, de la verdad. En historia, esta verdad se conforma a partir de la correspondencia entre los hechos y su narración, así como del intento de eliminar hasta donde sea posible la interven-ción de la subjetividad del investigador. El texto de Adorno en su conjunto se dedica justamente a atacar el positivismo que predica una verdad ahistórica, y propone que la forma ensayo tiene este cometido. “El ensayo no tanto desdeña la certeza libre de dudas como denuncia su ideal”.32

Los trabajos de O’Gorman, en particular La invención de Amé-rica, son perfectos ejemplos de esta propuesta del contenido de la forma ensayo como crítica de un cientificismo esencialista, como puede apreciarse en este revelador fragmento:

De estas consideraciones se desprende que el resultado de nuestro análisis representa, por el lado negativo, la bancarrota y desmonte

31 Ibid., pp. 42-3.32 Adorno, Notas sobre literatura, op. cit., p. 23.

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de una vieja concepción esencialista de la historia americana; pero, por el lado positivo, significa la apertura de una vía para alcanzar una visión acerca de ella, dinámica y viva. Pero si esto es así, si ante nuestros ojos se despliega esa posibilidad, lo primero y lo que siempre hay que tener presente es que ya no contamos, ni debemos contar nunca con una idea a priori de lo que es América, puesto que esa noción es una resultante de la investigación histórica y no, como es habitual suponer, una premisa lógicamente anterior a ella. Esto quiere decir, entonces, que estamos abocados a intentar un proceso diametralmente inverso al tradicional si pretendemos abordar el gran problema histórico americano, o sea, aclarar cómo surgió la idea de América en la conciencia de la Cultura de occiden-te. En efecto, en lugar de partir de una idea preconcebida acerca de América para tratar de explicar –ya vimos a qué precio– cómo descubrió Colón el ser de ese ente, debemos partir de lo que hizo Colón para explicar cómo se llegó a concederle ese ser. Y si el lec-tor ha tenido la paciencia de seguirnos hasta aquí con suficiente atención, advertirá que, desde el punto de vista del proceso cuya historia hemos reconstruido, este nuevo camino no es sino el de aceptar planamente el sentido histórico de la empresa de Colón tal como se deduce de sus intenciones personales, en lugar de cance-lar su significado como se hizo en las dos últimas etapas de aquel proceso. Resulta, entonces, si se quiere, que nuestro intento puede considerarse como una etapa subsiguiente del mismo desarrollo, pero una etapa que, comprendiendo la crisis a que conduce el insen-sato empeño de mantener la idea del descubrimiento de América, lo abandona en busca de un nuevo concepto que aprehenda de un modo más adecuado la realidad de los hechos. Y ese concepto, podemos anticiparlo, es el de una América inventada, que no ya el de la vieja noción de una América descubierta.33

33 O’Gorman, La invención de América, op. cit., p. 54.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 39

Desde mi punto de vista, a partir de este maridaje entre ensayo y crítica de la verdad por correspondencia, O’Gorman ha sido uno de los inauguradores del camino de una verdad construida e histórica en el espacio de la escritura histórica, disciplina que paradójicamente ha sido muy renuente a reconocer la historicidad de su propia verdad.

Cómo se recibe la obra de O’Gorman: del positivismo a la historia cultural

¿Qué esperaba leer un historiador contemporáneo a O’Gorman cuando se le ofrecía un libro del género historia? Como hemos señalado, la mayoría de ellos, positivistas o aún cultivadores de la historia magistra, tenían la expectativa de toparse con una narración de acontecimientos “narrativizada”. Sin embargo, a medida que avanzamos hacia la segunda mitad del siglo xx, el incuestionado lugar de esta expectativa empezó a desvanecerse entre una parte del gremio de los historiadores. Desde otra trinchera y casi contempo-ráneo a nuestro autor, otro miembro del grupo de Frankfurt, Walter Benjamín,34 escribía ya en 1936 un ensayo titulado “El narrador”, que se inicia así: “El narrador –por muy familiar que nos parezca el nombre– no se nos presenta en toda su incidencia viva. Es algo que está alejado de nosotros y que continúa alejándose aún más. [...] Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias”.35 A su vez, años más tarde, y en refe-rencia a la historia maestra, Koselleck explicaba la imposibilidad de seguir pensando que la historia aporta ejemplos para el presente: “si la historia se convierte en la única manifestación de la educación del género humano, entonces naturalmente pierde fuerza todo

34 La adscripción de Benjamin a la escuela de Frankfurt es un asunto debatido, aunque es innegable la cercanía entre ambos.35 Walter Benjamín,”El narrador”, Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, Madrid, Taurus, 1991, pp. 111-2.

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ejemplo del pasado”.36 Justamente muestra cómo desde la Ilustra-ción la historia ya no tiene la función de proveernos experiencias ejemplares que sean guías de nuestra acción, y este proceso parece continuarse a medida que avanza la modernidad.

La obra de O’Gorman se coloca en el inicio de este camino de “desnarrativización” de la historiografía, pues él cultivó el ensayo histórico, en tanto que la mayoría de sus coetáneos seguían pen-sando en una historia que narrara acontecimientos, una Historie en términos de género. Desde el punto de vista que he expuesto, el extraño recibimiento que los historiadores de su época dieron a los ensayos o’gormanianos se debió en buena parte a que estos últimos no correspondían a la expectativa que de un libro de la disciplina se tenía en la época, por lo menos en México, aunque bien se podría generalizar esta afirmación. Para los historiadores, lo que don Edmundo escribía era filosofía de la historia, y él, sin embargo, se consideraba historiador, y no se dirigía a los filósofos; así, su obra caía en el terreno de nadie. Para ilustrar este punto haré referencia, a modo de ejemplo, a su libro más famoso: La invención de América.

Esta obra, muy admirada por algunos, fue escasamente analiza-da y prácticamente no se la usó como paradigma ni en el estudio de otros asuntos ni, peor aún, del mismo tema. Hasta donde he podido ver, hay algunos comentarios de la Invención en Estados Unidos. En 1958, en la revista American Quarterly, E.C. Rozwenc afirmaba: “Edmundo O’Gorman amerita nuestra atención especial por su comparación inicial de ideas históricas porque en los últimos quince años se ha establecido a sí mismo como el pensador histó-rico más independiente y excitante de México”.37 Sin embargo, en este país prácticamente no se encuentran reseñas o comentarios; conozco sólo un par de ellos, que le dedican apenas unos cuantos renglones:36 Koselleck, “Historia Magistra Vitae”, op. cit., pp. 59-60.37 Edwin C. Rozwenc, “Edmundo O’Gorman and the Idea of America”, American Quarterly, núm. 2, vol. 10, parte 1, verano de 1958, p. 102. Traducción mía.

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 41

Este libro es el antecedente de otro donde el autor deberá ampliar la parte que corresponde a la “invención histórica de América”. En el presente se trata de elucidar el ser del Continente en cuanto a lo geográfico sin aislarlo del ser histórico. Edmundo O’Gorman sostiene que la significación ontológica del acto verificado el 12 de octubre de 1492, es haber dado con “tierras” dotándolas de ser (asiático). Para el Imperio español ese ser era secundario puesto que para él lo que importaba era la posesión de las tierras descubiertas. “Aceptándolo como un hecho indubitable –afirma O’Gorman– sea ese nuestro punto de partida, se pasa del uno al otro ser –al americano– que en ese caso consiste en lo que hemos llamado la invención de América”. En otra parte del libro: Invención histórica, el autor señala que ser geográfico y ser histórico se interfieren, es decir, no pueden concebirse totalmente aislados; “el ser de América es un suceso dependiente de la forma de su aparición [...] una posibilidad de sentido dentro de un marco de significación social [...] América es y al mismo tiempo no es Europa, condición dramática de su existir histórico y clave de su destino”…38

Eso escribía Mauricio de la Selva.Entre sus detractores se recurre más a la simple descalificación

o, más frecuentemente, se ostenta la plena ignorancia. Veamos algunos ejemplos de los colegas estadounidenses, y de

un mexicano, Leopoldo Zea, que sin embargo escribe en el Journal of History of Ideas, y que no ofrece una reseña, sino el recuento de autores dedicados al tema de América y su cultura. Su texto es de 1959: “La invención de América (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica,1958) es el título del último trabajo de este pensador mexicano [cursivas mías, para resaltar que no lo llama historiador], que explora la idea [de] que desde el descubrimiento

38 Mauricio de la Selva, “Reseña de La invención de América”, Cuadernos Ameri-canos, núm. 3, vol. xcix, mayo-junio de 1958, p. 274.

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de América, ha aparecido el sentimiento [de] que este continente es la expresión universal de la cultura occidental”.39

Entre los pocos que lo siguen y analizan se cuenta su discípulo Juan Ortega y Medina, pero incluso éste no plantea propiamente una crítica del trabajo de O’Gorman, sino que lo inserta en la serie de autores que han formulado la idea colombina del descubrimien-to desde México, entre 1836-1986.40

No obstante, a medida que nos acercamos a las últimas décadas del siglo xx, la obra de O’Gorman parece más cercana y familiar a lo que un historiador escribe, y por tanto las expectativas de sus receptores coinciden con el lector implícito de nuestro autor. De hecho, considero un síntoma pionero el que, en 1993, José Rabasa, desde la crítica del discurso colonial, reconozca la brecha abierta por O’Gorman, al tiempo que analiza las limitaciones de su obra –que, por cierto, considero del todo explicables en el tiempo en que este autor escribía–.41

La cercanía se hace cada vez más evidente al aproximarnos a la llamada historia cultural, aunque, ya en la historia de la ideas y en algunas versiones de la historia de las mentalidades, una aproxima-ción como la ogormaniana tendría mejor cabida.42

39 Leopoldo Zea, “History of Ideas in Latin America: Recent Works”, Journal of the History of Ideas, núm. 4, vol. 20, octubre-diciembre de 1959, p. 600. Traducción mía.40 Juan A. Ortega y Medina, La idea colombina del descubrimiento desde México (1836-1936), México, unam, 1987.41 “Para O’Gorman, la idea del descubrimiento de América es en sí misma parte de un proceso de invención. Sin embargo, tan útil como pueda ser la crítica de O’Gorman, su distinción presupone definiciones y valores estables de los términos invención y descubrimiento”. José Rabasa, Inventing America. Spanish Historio-graphy and the Formation of Eurocentrism, Duncan (Oklahoma), University of Oklahoma Press, 1993, pp. 3-4.42 “Distinguir los efectos propios de los diferentes modos de representación, transmisión y recepción de los textos es una condición necesaria para evitar todo anacronismo en la comprensión de las obras. Para el historiador esto implica un problema de método particularmente difícil cuando procura reconstruir modalidades privativas de las apropiaciones orales de los textos antiguos que,

El estilo y la obra de O’Gorman: el ensayo / 43

Como aquí examino el asunto en términos de género, deseo mostrar cómo el ensayo se vuelve moneda corriente en la historio-grafía de enfoque culturalista. Me parece especialmente interesante mencionar el comentario del historiador Peter Burke, al que tuve el honor de entrevistar en diciembre de 2000. Al preguntarle si consideraba que sus textos iniciaban un “subgénero” de libros en el campo de la escritura de la historia, respondió lo siguiente:

...me colocaría a mí mismo en un género histórico que es el ensayo histórico [...] Me gusta del ensayo su carácter inconcluyente deli-berado. Pues nadie puede nunca vivir lo suficiente, o experimentar lo suficiente, o leer lo suficiente para dar carácter de definitivo a lo que se quiere publicar. Y la belleza del ensayo es que usted deja absolutamente claro para los lectores que usted y ellos tienen esas limitaciones. Y claro, alguien vendrá a criticarlo por ser superficial, porque usted escribió dos páginas en donde hubiera sido posible escribir un millar. Pero entonces, si usted escribe ese millar de pá-ginas, la mayoría no las lee, y escribimos para comunicarnos. Así que estoy muy contento de ver que otros historiadores a quienes admiro mucho, como Carlo Ginzburg, dicen también que les gusta practicar el género de ensayo histórico.43

por definición, no pueden ser para él sino oralidades para siempre mudas. La relación contemporánea con las obras y los géneros no puede ser, en efecto, considerada ni como invariable ni como universal”. Roger Chartier, “La pluma, el taller y la voz”, Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, México, Universidad Iberoamericana, 1997, p. 27. “La cuestión de cuándo terminó el Renacimiento es tan controvertida como la de cuándo se inició. La respuesta dada –con algunas puntualizaciones– en las páginas que siguen es que la desintegración de dicho sistema cultural ocurrió a inicios del siglo xvii, con la revolución científica y el surgimiento del Barroco, aunque en ciertos campos, desde los colegios de secundaria hasta las academias de arte, las prácticas renacentistas persistieron mucho más tiempo”. Peter Burke, “El Renacimiento después del Renacimiento”, El Renacimiento europeo. Centro y periferias, trad. Magdalena Chocano Mena, Barcelona, Crítica, 2000, p. 195.43 Perla Chinchilla Pawling, “Peter Burke, historiador cultural”, Secuencia, núm. 62, mayo-agosto de 2005, p. 214.

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O’Gorman’s “Style” and work: the essayEl estilo y la obra de O’Gorman: El ansayoPerla Chinchilla

Deconstructing historiography: Edmundo O’Gorman and the invention of AmericaDeconstruyendo la historiografía: Edmundo O’Gorman y La in-vención de AméricaRicardo Nava

Is it possible a dialogue between philosophy and History? O’Gorman’s example.¿Es posible el diálogo entre filosofía e historia? El caso O’GormanAlfonso Mendiola

Si recorremos la obra del mismo Peter Burke, la de Roger Chartier, la de Fernando Bouza, la de François Hartog, la de Carlo Ginz-burg o la de Reinhart Koselleck, tan sólo por poner unos cuantos ejemplos en diversas lenguas, podemos comprobar que se escribe en la forma ensayo.

Como lectores y profesionales de la historia, muchos de nosotros esperamos ya el ensayo cuando nos aproximamos a la Historiae.