evelyn waugh elena

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    EVELYN WAUGH

    ELENA

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    EVELYN WAUGH Novelista britnico (19031966), uno de los ms sobresalientes de nuestrosiglo, cuyo nombre completo es Evelvyn Arthur St. John Waugh.Licenciado en Historia por la Universidad de Oxford, sus primeras novelas analizan la decadenciadel Imperio britnico y algunas han sido llevadas al cine y a la televisin, como Un puado depolvo y Retorno o Brideshead. Waugh combati en la Marina durante la II Guerra Mundial y fue

    corresponsal de guerra en Etiopa. Fino satirista, se caracteriza por su cuidado estilo y su profundoconocimiento de la realidad britnica y del devenir de la Historia.

    La emperatriz Helena, madre de Constantino el Grande, llev a cabo el histrico peregrinaje aPalestina, encontr unos trozos de madera que podan haber sido parte de la cruz, y construy unpar de iglesias en Beln y Olivet. La vida deHelena coincide con uno de los grandes momentos crticos de la historia, el reconocimiento delcristianismo como religin de un Imperio romano devastado por la insensatez, la corrupcin y lasintrigas.

    EVELYN WAUGH

    A Penelope Betjeman

    ndice

    PrefacioI. .Recuerdos de la CorteII. La renuncia de la bella HelenaIII. Nadie ms que mi adversario ser mi guaIV. La carrera abierta al talentoV. El puesto de honor es un puesto privadoVI. Ancien rgimeVII. La segunda primavera

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    VIII. La gran fiesta de ConstantinoIX. RetiradaX. La inocencia del obispo MacarioXI. EpifanaXII. La invencin de Helena

    Prefacio

    Se dice (y yo, por mi parte, lo creo) que, hace unos aos, una dama eminente por su hostilidad a laIglesia volvi de un viaje a Palestina en un estado de alborozo. Al fin me he enterado de la verdaddijo a sus amigos. Todo lo que se cuenta de la crucifixin lo invent una inglesa llamada Fallen.El gua me mostr el mismsimo sitio donde ocurri. Hasta los curas lo admiten. Llaman a sucapilla la Invencin de la Cruz.No ha sido mi propsito fundamental el desilusionar a esa famosa dama, sino recontar un viejorelato.Esto es una novela.El novelista trata de las experiencias que le excitan la imaginacin. En este caso la experiencia fue

    mis desordenados estudios de historia y arqueologa. El libro resultante no es, claro est, ni historiani arqueologa. All donde las autoridades dudan, yo he elegido a menudo lo pintoresco antes que loplausible; una o dos veces, donde han callado, he inventado libremente; pero nada hay, creo yo,contrario a la autntica historia (salvo ciertos caprichosos y obvios anacronismos que he introducidocomo ardid literario), y poco que no est apoyado por la tradicin o por documentos antiguos.

    El lector puede preguntar con razn: cunto es cierto? La era de Constantino es extraamenteoscura. La mayora de datos y hechos que las enciclopedias dan confiadamente se ablandan ydisuelven al examinarlos. La vida de santa Helena empieza y termina en conjeturas y leyenda.Podemos aceptar como cierto que fue madre de Constantino, a quien tuvo con Constantino Cloro;que su hijo la proclam emperatriz; que estaba en Roma en 326 cuando Crispo, Licinianoy Faustafueron asesinados; que poco despus fue a Jerusaln y tuvo que ver con la construccin de iglesias

    en Beln y en el monte de los Olivos. Es casi seguro que dirigi las excavaciones en que seencontraron trozos de madera que ella y toda la cristiandad aceptaron al punto como la cruz en quemuri Nuestro Seor; que se llev algunos de esos trozos, con otras muchas reliquias, y dej otraparte en Jerusaln; que vivi parte de su vida en Naissus, Dalmacia, y Trveris. Algunoshagigrafos han imaginado que estuvo en Nicea en 325. Esto no lo sabemos.No sabemos dnde naci ni cundo. Es tan probable que naciera en Britania como en cualquieraotra parte, y los historiadores britnicos decan siempre que era nuestra. No sabemos si Constantinovisit Britania en 273, pues no tenemos detalles de los primeros anos de su vida. Su posicin ycapacidad lo hubieran calificado para ir de emisario ante Ttrico, pero el representrnoslo en talempleo es una mera conjetura. Helenpolis (Drepanum), lugar situado a orillas del Bsforo, alegabaser el lugar de nacimiento de Helena basndose en su nombre, pero Constantino era caprichoso enesos alardes de sentimiento familiar. El nombre de su madre se lo puso por lo menos a otra ciudad

    (en Espaa) y con el de su hermana Constancia renombr el puerto de Maiouma en Palestina, dondeno es concebible que naciera. Al preferir Colchester a York me ha guiado lo pintoresco. La fecha como todas en esta era es incierta. El panegrico de Helena cuenta que tena ms de ochenta aoscuando fue a Jerusaln, pero esto me ha parecido una exageracin piadosa.No sabemos si la madera que encontr Helena es la Verdadera Cruz. No hay por qu pensar en ladifcil posibilidad de su conservacin, pues el tiempo que media entre Helena y Nuestro Seor no esmayor que el que hay entre nosotros y el rey Carlos I, pero, si aceptamos su autenticidad, creo quedebemos admitir un elemento milagroso en su descubrimiento e identificacin. Sabemos que lamayora de las reliquias de la Verdadera Cruz que actualmente se veneran en diversos lugares tiene

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    una clara descendencia de la reliquia venerada en la primera mitad del siglo IV. El vulgo solaopinar que haba, de esta Verdadera Cruz, trozos suficientes para construir un acorazado. En elsiglo pasado un sabio francs, Charles Rohault de Fleury, se tom el gran trabajo de medirlos todos.Le result un total de cuatro millones de milmetros cbicos, mientras que la cruz en que sufriNuestro Seor se compondra probablemente de unos ciento setenta y ocho millones. En cuanto alvolumen se refiere, por lo tanto, la credulidad de los fieles no es exagerada...

    Son absolutamente ficticios los siguientes nombres. Marcias, Calpurnia, Carpicio y Emolfo.El Judo Errante no ha tenido hasta ahora relacin con Helena.Yo los he juntado a modo de ardid para conciliar dos relatos discrepantes de la invencin uno, queHelena fue llevada al lugar en un sueo; la segunda y menos creble versin, que la informacin sela sac a un rabino entrado en aos a quien puso en el fondo de un pozo y dej all una semana.De un modo un tanto parecido he dado a Constancio Cloro una amante, aunque tuvo fama de serdesusadamente casto. Un historiador hace de Helena una concubina, con bastantes aos, deDrepanum. He imaginado la ahogada de Britania como una insinuacin, para los enterados, de queno creo en la verosimilitud de ese cuento.Dispersos en las pginas siguientes hay otros ecos y reflexiones de ese gnero, pero sera tediososealarlos. Los encontrar cualquiera a quien le diviertan.El relato no es sino algo para ser ledo; en realidad es una leyenda.

    lo Recuerdos de la Corte

    Una vez, hace mucho tiempo, aun antes de que tuvieran nombre las flores que resistan y seagitaban al pie de las murallas barridas por la lluvia, cerca de una ventana del piso alto de una casaestaban sentados una princesa y un esclavo que le lea un cuento que ya entonces era viejo; o mejordicho, para ser enteramente prosaico, en la hmeda tarde de las Nonas de mayo del ao de NuestroSeor de 273 (como se computara ms tarde), en la ciudad de Colchester, Helena, pelirroja, hijamenor de Coel, jefe principal de los trinovantos, contemplaba la lluvia mientras su maestro le lea laIlada de Homero en una parfrasis latina. Refugiados en la fortaleza podan parecer una parejaincongruente. La princesa era ms alta y de tez ms clara que la requerida por el gusto general. Su

    cabello, a veces dorado a la luz del sol, tena ms a menudo, en su nubosa ciudad natal, un tonocobrizo mate. Sus ojos tenan una melancola de chico. Su estado de nimo resentido, abstrado ycon un vago tinte de asombro era el de una joven britana en contacto con los clsicos. En los sietesiglos siguientes habra dcadas en que se la hubiera tenido por hermosa; nacida demasiado pronto,su gente, all en Colchester, deca que era vulgar. Su maestro la miraba indudablemente conaversin porque era el smbolo de su baja condicin y de la tarea cotidiana que haca que aquellacondicin fuera fastidiosa. Se le conoca por el nombre de Marcias y estaba entonces en lo mejor delo que pareca su edad viril: su tez cetrina, su barba negra y sus ojos de nostalgia por su pasdenotaban su origen extico; en invierno y verano su tos reumtica protestaba contra su exilio. Losdas de caza eran su solaz, cuando la princesa se ausentaba desde el amanecer hasta la puesta del soly l, dueo absoluto del cuarto de lecciones, poda escribir sus cartas. Estas cartas eran su vida;elegantes, esotricas, especulativas, rapsdicas, recorran el mundo desde Espaa hasta Britania,

    desde el retrico libre hasta el poeta servil. Las cartas daban que hablar y haban trado a Coel msde una oferta para comprarlo. Marcias era un joven intelectual, pero el destino lo haba llevado aser, entre lloviznas y corrientes de aire, propiedad de un reyezuelo sociable y diaria compaa deuna adolescente. En su relacin con ella no haba la menor nota de falta de decoro, pues una precozy transitoria aficin de Marcias al ballet, siendo chico, lo haba llevado al mercado oriental y uncirujano lo haba podado convenientemente. Y Helena la de los blancos brazos, bella entre lasmujeres, derram una redonda lgrima y vel su rostro con un lienzo relumbrante; y Etra, hija dePiteo, y Clmene, la de los ojos de buey, la acompaaron a las puertas Esceas. Cree Su Alteza queleo esto para divertirme?

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    Lo creo.Un da ir a verlo todo yo misma, cuando termine mis estudios.Hija ma, nadie sabe adnde ir. En un tiempo yo esperaba ir a Alejandra. Tengo all un amigo aquien no he visto nunca, uno muy sofista. Tenemos que decirnos muchas cosas que no se puedenescribir. El Museo me iba a comprar. Pero me mandaron al Norte, me vendieron en Colonia alinmortal Ttrico y el inmortal Ttrico me mand aqu como regalo para el padre de Su Alteza.

    Acaso cuando yo termine mis estudios, pap te dar libertad.A veces habla de eso, despus de comer. Pero, qu es una libertad que se puede dar y quitar?Libertad para ser soldado y que le ordenen a uno ir aqu y all y al fin lo sieguen los brbaros enuna cinaga o en un bosque; libertad para amasar una fortuna tan grande que la codicie el inmortalemperador y mande al verdugo para apoderarse de ella? Yo tengo mi propia libertad secreta,Helena. Qu ms puede darme vuestro padre?Un viaje a Alejandra para ver a tu amigo el sofista.La mente del hombre no tiene estado legal. Quin puede decir quin es ms libre, yo o el inmortalemperador?A veces pienso dijo Helena dejando a su maestro expansionarse en el fro vaco en que se senta agusto que la condicin de inmortal era ms agradable en tiempos de Helena. Sabes lo que le haocurrido al inmortal Valeriano? Anoche me lo cont pap como algo de mucha gracia. Lo estn

    exhibiendo en Persia, relleno.Quiz todos seamos inmortales dijo el esclavo.Quiz todos seamos esclavos dijo la princesa.A veces, hija ma, hacis unas observaciones sorprendentes por lo inteligentes.Marcias: has visto al nuevo oficial de estado mayor que ha llegado de Galia? En su honor da papesta noche el banquete.Todos somos esclavos, de la tierra, la tierra que da vida.Ahora hablan de una manera y una palabra; una manera de purificarse, una palabra de ilustracin.He odo que no se habla de otra cosa en Antioqua, donde tienen ms de veinte autnticos sabiosindios dedicados a ensear una nueva manera de respirar.Est muy plido y serio. Estoy segura de que trae alguna misin muy secreta e importante.Entretanto, en la cmara de vapor, el comandante de distrito es taba ocupado, con menos

    complacencia, con el mismo pensamiento. Salvo donde numerosas cicatrices registraban susservicios en la frontera, el general tena rojo todo el cuerpo y sudaba sanamente. Era un cuerpo duroy viejo con muchos cortes, aqu le faltaba un dedo de una mano y all un dedo de un pie, y en otraparte el libre uso de un tendn, pero la cara bajo su cabeza calva y perlada de sudor conservaba laperpleja inocencia de su primera juventud. Frente a l en el trrido crepsculo, como un cadver enun depsito, yaca Constancio tan plido como cuando entr, hmedo, blanco y nervudo y sin cesarde hacer preguntas. Las haba hecho desde que lleg dos das antes, respetuosamente, comocorresponda a un oficial joven, pero con la insistencia de quien tena derecho a saber; preguntaspertinentes y delicadas sobre temas que, de plantearse entre un jefe superior y un subalterno, debahaber planteado el general.Muy desagradable lo del divino Valeriano dijo el comandante de distrito tratando de desviar laconversacin hacia temas ms generales.

    Muy desagradable, mi general.Primero montadero, despus pedestal, ahora mueco despellejado, curtido y relleno de paja, que secolumpia de las vigas para que se ran los persas. Hasta hace unos das no me lo haban contadotodo.S, ha repercutido de un modo desastroso en nuestro prestigio en Oriente dijo Constancio.Estuve en Persia el invierno pasado y encontr que la cosa iba mal. Cree usted que si la noticiacircula producir algn efecto en las legiones de la frontera, en la Segunda Augusta, por ejemplo?Qu tal anda de moral la Segunda Augusta?

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    Son unos hombres esplndidos. Ojal hubieran tenido que vrselas con los persas. Les hubierandado una leccin.sa es su opinin? Es muy interesante. De esa legin tenamos informes un tantointranquilizadores. No hubo dificultades en noviembre por sus cuarteles de invierno?No dijo el general.Bueno, los persas se los podemos encomendar con seguridad al inmortal Aurelio. Y levantndose

    de su bloque de mrmol Constancio aadi: Nos veremos en el cuarto tibio, mi general.El general se dio la vuelta para quedar tumbado de cara contento de librarse de aquel individuo,pero disgustado por su manera de irse. Cuando l inici su carrera bajo el divino Gordio, losoficiales jvenes tenan deferencias con los superiores o conocan las razones para tenerlas. Sepuede tener la seguridad pens el general, disgustado a aquella hora que por larga costumbre era lams feliz del da, cuando las molestias carnales se hinchaban y se las llevaba el agua, cuando losviejos msculos rgidos descansaban y muy dentro de si senta que fluan los jugos digestivosfrescos a la espera de la comida, se puede tener la seguridad de que ese individuo se trae algo entremanos. Los papeles de Constancio estaban en orden, estampados con el sello personal de Ttrico.Era un oficial de enlace en gira de rutina por la provincia. Lo de rutina es un cuento, pens elgeneral. Quin era este nos que sabia tanto y quera saber ms? No ser Ttrico, o yo soy unpicto. Cmo haba llegado nos a enterarse del desdichado asunto de la Segunda Augusta en

    Chester? El general dio unas palmadas y el esclavo le llev, ya preparada, la bebida que siempretomaba a aquella hora: cerveza celta fra sazonada con jengibre y canela, bebida que el general lehaba enseado a preparar y que tena la propiedad de dar sed y simultneamente saciarla. Elgeneral bebi un largo trago y se frot sus viejos flancos. Cuando al fin fue al cuarto tibio,Constancio, que haba terminado con el masaje, le dijo: Nos veremos en el cuarto fresco, migeneral. Y se lanz al agua fra, no, como el general, siseando y resoplando mucho, sinodescendiendo tranquila y parsimoniosamente los escalones uno a uno como en una ceremonia depurificacin religiosa, para emerger despus, envolverse en toallas calientes y proceder dignamentea caminar hacia su divn del vestbulo como si fuera vestido para un altar. El esclavo conoca cadapulgada del cuerpo del general, pero los frotes de la tarde rara vez acababan sin cierta cantidad depalabrotas. El general, que estaba de mal humor, pero callado, chapale brevemente en el agua fray despus, resuelto, busc el divn contiguo al de Constancio. Antes de que se instalara del todo le

    esperaba una pregunta: Ese Coel con quien vamos a comer esta noche, qu clase de sujeto es?Ya lo ver. No est mal. Quiz le falte gravedad.Es importante en la poltica local?Poltica... replic el general. Poltica... Y despus de una pausa dijo lo que se haba decidido adecir cuando estaba solo en el cuarto caliente: Ya ver usted que Britania goza de una situacinmuy prspera, ms, me atrevo a decir, que ninguna otra provincia del imperio, y la razn es queaqu no hacemos poltica. Dependemos de Galia y de all tomamos las rdenes siempre que no nosden demasiadas. Si nos dan demasiadas nos limitamos a olvidarlas. Pstumo, Lolliano, Victorino,Victoria, Mario, Ttrico..., todos son uno y el mismo para nosotros.Dira usted, mi general, que Ttrico tiene muchos partidarios entre...?Un minuto, joven; no he terminado lo que estaba diciendo. Toda mi vida, hasta que me retiraronaqu, he sido soldado de regimiento. Nunca me he metido en poltica ni en servicios de espionaje o

    misiones especiales. Desde hace dos das me est usted haciendo muchas preguntas y yo no le hehecho ninguna. No le he preguntado quin es ni qu quiere. Sus credenciales dicen que es miembrodel estado mayor de Ttrico y me bastan. Como le he dicho, nunca he prestado servicios secretos yahora es demasiado tarde, pero todava no estoy atontado del todo. Permtame que le d un pequeoconsejo. La prxima vez que quiera pasar por miembro del estado mayor de Ttrico no se jacte dehacer viajes a Persia, y si me quiere hacer creer que viene de Colonia no elija su guardia personal enuna legin que lleva quince aos sirviendo en el Danubio. Y ahora, si disculpa la flaqueza de unviejo, me propongo dormir. Y Afrodita atrap a Paris en una nube de oscuridad y se lo llev a supropia y fragante cmara de alto techo. Luego busc a Helena donde estaba entre las mujeres

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    encima de las puertas Esceas, y, dndole un tironcito de su perfumado vestido, le dijo: Ven; Paris,radiante, delicadamente vestido, como si descansara del baile, te espera en su cama tallada. YHelena, hija de Zeus, se escabull de entre las mujeres que la atendan y se plant en la cmara deParis envuelta en su velo brillante. Afrodita, amante de la risa, le puso una silla junto a la cama yHelena dijo: Ojal hubieras cado en la batalla. Pero Paris replic: Tambin nosotros tenemosaliados inmortales. Ven. Mi amor es dulce y clido como el da en que t y yo nos embarcamos en

    Esparta, como la noche de Crnae, rodeada de mar, en que te conoc. Y yacieron juntos en la camatallada mientras Menelao merodeaba detrs de la muralla como una fiera, en busca de Paris, sinpoder encontrarlo en el cuerpo de guardia. Ningn griego ni troyano hubieran ocultado a Paris, pueslo odiaban como a la muerte negra, y mientras yacan sin saber lo que ocurra, el rey Agamennproclam vencedor a Menelao y Paris haba perdido a la bella Helena.Qu gracia! Dijo la princesa Helena. Qu xito! Te imaginas a Menelao escandalizandofurioso mientras todos le daban palmaditas en la espalda y Agamenn lo declaraba pomposamenteganador? Y Helena, mientras tanto, bien arropadita con Paris. Qu tontos!Es un incidente que no concuerda con las virtudes heroicas dijo Marcias. Por eso el granLongino lo considera como una interpolacin introducida posteriormente por otra mano.Ah exclam Helena. El Gran Longino. Aquel estupendo sabio era el segundo mito heroico paraHelena, a quien le pareca medio ridculo, medio intimidante. El primer mito era el padre de su

    niera, un sargento de zapadores muerto por los pictos. En su niez Helena no se cansaba de orrelatos de su valor e integridad, y cuando la trasladaron desde el cuarto de nios al de las lecciones,Longino ocup inapropiadamente un lugar junto a aqul. Marcias le tributaba un homenaje ms quefilial y el nombre de Longino sonaba cada hora en cada leccin. Omnisciente, polgrafo,entronizado en los remotos esplendores de Palmira, Helena lo haba revestido en su mente con lasleyendas de su raza, lo haba identificado con aquellos hombres de la hoz y el murdago, envueltosen sus blancas togas, cuyas mutiladas leyendas se seguan comentando en voz baja en lasdependencias de la cocina. Aquellos dos modelos de perfeccin tan poco parecidos haban sidodivinidades gemelas en la adolescencia de Helena. Tuvo con ellos una hogarea y humorsticaintimidad, pero tambin la intimidaban.Los ronquidos del comandante de distrito seguan resonando en la cpula cuando Constancio sevisti minuciosamente y a travs de la lluvia y el barro se dirigi solo hacia las puertas de la ciudad.

    All va el hombre misterioso, el bello dijo Helena.Al llegar a su alojamiento, Constancio llam al jefe de su guardia:Cabo mayor: los hombres deben quitarse inmediatamente de la ropa el nmero del regimiento.Muy bien, seor.Y, cabo mayor: grbales bien la idea de que es necesaria una absoluta seguridad. Si les hacenpreguntas, que digan que vienen del Rin.Ya se les ha dicho, seor.Bien; repteselo. Si me entero de que alguien ha hablado, quedar arrestado en el cuartel.Constancio llam luego a su criado y a su peluquero y se puso, para ir a comer, todos los adornosque le eran posibles a un oficial en campaa que viajaba con poco equipaje y por asuntosconfidenciales.Las damas no comieron con los caballeros, pero s extraordinariamente bien. El saloncito ntimo

    quedaba entre el vestbulo y la cocina, y la ta de Helena, que gobernaba la casa, eligipersonalmente los manjares antes de que los sacaran de las brasas de carbn vegetal y vigil sutraslado sin perderlos de vista, suculentos y bien calentitos, mucho menos adornados que los queaparecan ante el rey, pero sin perder ninguno de sus puros aromas. Adems, en vez de repantigarsecomo los hombres entre los almohadones, las damas se sentaron a una mesa baja, se arremangaron ymetieron a gusto las manos en las cazuelas. La comida, sencilla, pero abundante, se compuso deostras cocidas con azafrn, cangrejos cocidos, lenguados fritos en manteca, lechn, capones asados,trocitos de cordero entre rodajas de cebolla, un sencillo dulce de miel, huevos y crema, y una honda

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    jarra de Samos llena de aguamiel hecho en casa. No era una comida como las de Italia o Egipto,pero era un festn para el gusto y las circunstancias de aquellas damas britanas.Cunto plato! Dijo Helena cuando se hart. Qu comilona!Las damas se arreglaron para el concierto. Helena, a quien el pelo le caa en espesas trenzascobrizas durante la leccin, lo tena ahora peinado y adornado como una persona mayor. Vesta unatnica de seda bordada que le haba llegado desde la lejana China a lomos de dromedario, en barco,

    en carro de mulas y sobre hombros humanos; sus estrechos zapatos brillaban de piedras e hilos deoro, y cuando se hubo lavado las manos y los blancos antebrazos con agua caliza, mientras pensabaen Helena la de los blancos brazos, bella entre las mujeres, se puso firmemente en sus frescos yfuertes dedos las diecisis variadas sortijas que le haban correspondido a la hermana ms joven enel joyero de su madre.Ests encantadora, hija ma le dijo su ta ajustndole la cinta en la frente. No entraremostodava. Los seores acaban de salir para vomitar. Poco despus hicieron su entrada las damas de lacasa real. Helena, bella entre las mujeres, hija del portaescudo Zeus, pens Helena mientras, laltima pero tambin la ms alta de la fila, detrs de su ta, de las tres amantes de su padre y de sustres hermanas casadas y dos solteras, salud a su padre. Coel les hizo un ademn carioso desde sudivn y las mujeres ocuparon sus puestos en un lado de la cmara y se sentaron en diez duras sillas.Entonces empez a tocar la orquesta tres instrumentos de cuerda y un indisciplinado instrumento

    de viento y se le unieron los cantores, primero uno y luego otro, al parecer al azar; y finalmenteentraron los ocho patriarcales bajos que cantaron a pleno pulmn la primera lamentacin.Me figuro que estar acostumbrado a esta clase de cosas dijo en voz baja el comandante dedistrito a Constancio.No he visto nada parecido.Aqu lo vemos siempre que Coel da una fiesta. Dura horas.Los primeros tristes sonidos llevaron al rey, que ya haba mostrado lo contento que estaba de lafiesta que ofreca, a evidentes transportes de satisfaccin.Es mi pieza favorita explic. La lamentacin por mis antepasados. Generalmente empezamoscon sa. Como todas las obras verdaderamente artsticas, tiene el mrito de su prodigiosa longitud.Claro est que, como es en nuestro idioma natal, se le escapar algo a usted. Yo le avisar cuando sediga algo especialmente hermoso. Por el momento tratan de la fundacin de mi familia en tiempos

    remotos, casi legendarios, tiempos de la irregular alianza del ro Escamandro con la ninfa Ida.Escuche: Altos, finos y exanges sonaron los violines y el cantor; con voz profunda, trgida ylacrimosa cantaron los barbudos coristas. Derrengados y en postura supina yacan los militares;rgidas y erectas estaban sentadas las mujeres reales. Suavemente camin el paje de divn en divncon el jarro de aguamiel; tambalendose fue una vez ms al vomitorio el comandante de distrito.Extraas, hipnticas, las voces llenaban el saln desde el techo artesonado hasta el suelo de mosaicoy llevaban lejos en la noche su relato de muerte.Bruto, bisnieto de Eneas, ha llegado ya a Britania dijo al fin Coel. Hemos llegado, se podradecir, a los tiempos modernos. l es el verdadero padre de nuestra raza. Encontr la isla muydesierta, ya lo sabe usted, sin contar unos cuantos gigantes viejos. Despus de Bruto la historia esmucho ms detallada.Ninguno de la familia del rey Coel haba muerto, al parecer, de muerte natural; pocos siquiera

    plausiblemente. Uno tom de manos de su hijastra un vino adulterado y se puso a correrenloquecido en el bosque, desnudo, destrozando rboles jvenes y espantando a los lobos y osos. Yno fue su caso, nada de eso, el ms alarmante de todos. Todas las aflicciones de aquella antigua einmelodiosa familia el mito clsico, el cuento de hadas cltico y la crnica negra se mezclaron ehincharon inarmnicamente entre los olores de cocina, los olores de lmparas y el fuerte olor delaguamiel.Constancio era un hombre de hbitos sobrios; ms de una vez haba visto cmo un oficial echaba aperder un brillante porvenir a causa de los excesos en la mesa en tiempos del divino Galieno; peroaquella noche haba bebido copiosamente, por lo que, suavizado lo penoso del entretenimiento,

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    fuera de si por los vapores de las bebidas, yaca abotargado mirando con desdn a sus propiascualidades, gemas talladas claramente desplegadas como en una bandeja de grabador, y se vea a smismo casi como era. Constancio tena poco amor propio; a otros, no a l, les haba consumido enlos dos ltimos siglos aquella pasin avasalladora; otros, ahora pares y compaeros de juego de losdioses, haban muerto de aquella enfermedad. A sus propios ojos, Constancio llegaba casi a laperfeccin. Sus cualidades abarcaban todo lo que se necesitaba, no ms; eran una coleccin

    representativa, no nica, pero adecuada, con la que llegara muy lejos. Lo que necesitaba erasimple; no hoy, no maana, pero pronto, antes de que fuera demasiado viejo para utilizarloadecuadamente, Constancio quera el mundo.Ahora cantan la flagelacin de Boadicea dijo Coel, tema un tanto delicado para nosotros losromanos, pero muy querido por mi sencillo pueblo.El recital le era a Helena apenas menos familiar que a su padre, por lo que se retir del desplieguede mortalidad y se entreg euppticamente a una fantasa que haba acariciado desde la niez. Quizcada una de las mujeres tena un pasatiempo secreto, interior, tan quietas estaban sentadas en susdiez severos tronos. Helena jugaba a caballos, juego que empez con su primer caballito; a unaemocionante y callada carrera de saltos a travs de infranqueables y superequinos obstculosesplndidamente salvados, y largos trechos de suave csped. Helena galopaba as en innumerableshoras de soledad, pero en los ltimos aos, cuando su feminidad floreci, el juego adquiri una

    excitacin ms profunda. Ahora jugaban dos. Haba la voluntad del jinete que hablaba a lo largo delas riendas desde la enguantada mano hasta la lengua, caliente y tierna bajo el freno; voluntadexpresiva, persuasiva, ordenadora, tan pronto apenas sensible, leve como un prpado, tan prontodura como el acero y dominadora, que hablaba en la pualada de la espuela y en el brusco y doblerestallido de la fusta. Y haba la voluntad del animal, a la que subyugar y despertar prescindiendo dela coercin de las riendas, la silla y las firmes piernas a horcajadas, para sacudir la confiadaecuanimidad equina despertndola a la vida intensa y a la voluntad de combatir que llevaba dentro,y, dejndole sin nada de lo que tomaba como si fuera la cosa ms natural, sacar ms de l hasta quese diera por entero a la lucha. Despus, en la culminacin del juego, entre sudores y espumassanguinolentas, vena el dulce momento de la entrega, la fusin, y los dos seguan la marcha siendouno solo sobre la tierra resonante, como haban corrido en la niez, cuando no se les opona msque el viento. A aquel tordo era necesario saber manejarlo. As galop Helena mientras en el aire

    hipocustico resonaba y gema la cancin mortuoria de sus antepasados.Ahora cantan a Cimbelino dijo el rey. Pronto la mano con las riendas contuvo a la yegua, laoblig suavemente a ir al paso y le acarici el cuello, y, en respuesta, la yegua sacudi los plateadosadornos del arns. Caminaron juntos, de la mano, por decirlo as, hasta que un leve cargar el peso,una presin de la pierna, un concentrar la atencin en el electrizante toque en el labio, la llev otravez a marchar a paso vivo en los claros de su espritu joven y lleno de vida. Termin la melopea ylas gargantas de los cantores gorgotearon con aguamiel; el gaitero sacudi la baba de la boquilla ylos violinistas aflojaron y estiraron cuerdas. El aplauso del rey despert momentneamente de susdiversas ensoaciones a los auditores. Momentneamente nada ms; hubo un intervalo ms o menosbreve de brindis y bebidas y empez de nuevo la msica.Esta es una cancin muy moderna dijo Coel. La compuso el bardo principal en el cumpleaosde mi abuelo, en conmemoracin de la aniquilacin de la Legin IX y en el fondo de su toga, que

    contra la moda metropolitana usaba siempre a la mesa, el viejo rey se estremeci de risa.Trotando a travs del lmpido aire de la altura de sus pensamientos, braceando alto y delicadamente,tascando el freno, sacudiendo las hebillas y los brillantes tachones de la brida, haciendo que lasriendas sonaran como una cuerda de arpa con una nota de asentimiento y exultacin, desplegandotierna y dulcemente ante el mundo la caballerosidad de su jinete; as iba Helena. Y Constanciocabalgaba tambin; no iba en su carroza entre el sudor y vaharadas de ajo de la ciudadana, nodetrs de subyugados soberanos y exticos animales, de limosneros y augures y titiriteros y tropasceremoniales, no en la pantomima del triunfo oficial; sino a la cabeza de victoriosas legionesfatigadas de batallar, en plena fuerza, al entrar a tomar posesin; cabalgaba entre multitudes en

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    parte hoscas, en parte tmidas, en parte encendidas de gratitud por su inmediata salvacin, todasatisbando en l, cuando pasaba, una seal de lo que les esperaba. se era el triunfo de Constanciocuando avanzaba lentamente, vistiendo su uniforme de servicio, hacia un mundo conquistado yangustiado. Mientras yaca mir a la fila de mujeres y, sin apenas observarlas, sus ojos se deslizaronde una absorta cara a otra hasta que en el sitio de menos categora, pero el ms alto, Helena levantlos suyos y sus miradas se encontraron. Sin saber, separados, se miraron y luego corrieron juntos

    como gotas de vapor condensado en el aguamanil, detenindose y empujndose uno a otro hasta quede pronto se hicieron uno solo y descendieron en una sola cascada diminuta. Helena sigui trotandoy Constancio la protegi triunfante. Constancio haba hecho algo sin precedentes e impremeditado,algo para lo que sus facultades no le haban preparado; se haba enamorado.

    La renuncia de la bella Helena

    A la maana siguiente al banquete, Constancio se despert temprano e indispuesto as era como labebida le afectaba siempre hasta en tierras de viedos y, como el oficial bien adiestrado que era,trat de descargar cuanto antes en sus subordinados la carga de su malestar. Haca ya varias

    semanas que haba encomendado a su cabo mayor la primera inspeccin de los establos; lasmaanas grises y de nuseas, como aqulla, se haban hecho para la disciplina. Como esperaba,todo estaba atrasado; lo vio en la mirada del cabo mayor al saludar; lo vio en los hombres cuando secuadraron, lo vio en los caballos a medio limpiar y en la paja desordenada. Ms an; en los establoshaba una chica. Por la puerta del cuarto de arneses vio la espalda de una pelirroja que, cosa rara,tena puesta una brida. La chica se volvi hacia l sacndose el bocado y sonri.Qu tarde viene! Dijo Helena. Espero que no le importar que haya dado un vistazo a su brida;el encargado pens que no le gustara, pero le he dicho que no se preocupara. No entiende nada decaballos. Cree que stos son galos.

    As son, seorita dijo el cabo mayor, al fin contento de pisar terreno firme. Todos somos deGalia, caballos y hombres.

    Lo dicen las rdenes.Apuesto a que no. Yo conocera a stos en cualquier parte.Proceden del sur, de los establos de Alecto. Una vez me mand a m uno. Son especiales, verdad?Pregunt Helena a Constancio.Est en lo cierto dijo Constancio. Remontamos en Silchester. Qu hace usted aqu?Oh, siempre doy una vuelta para ver los nuevos caballos.Y se prueba el arns?Si tengo ganas, s. Caramba, qu mala cara tiene usted!Bueno, cabo mayor, siga.Est verde.En cierto modo, usted y yo nos conocimos anoche.S.

    Qu hace usted aparte de andar por los establos?Todava estoy estudiando. Soy la hija del rey, sabe? Y nosotros los britanos damos muchaimportancia a la instruccin. Cmo se llama usted?Constancio, y usted?Helena. Constancio el de la cara verde.Helena la palafrenera.Y as los dos nombres, Clorus y Stabularia, empujados por un leve soplo, se alejaron en la auroray al fin se posaron entre las pginas de la historia.

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    Constancio no haba reservado tiempo para galanteos en su itinerario. Su visita a Britania erasupererogatoria, algo subsidiario en su misin principal; algo que, si se saba, iba a requerirexplicaciones. Le haba parecido fcil, una vez terminados rpidamente sus otros asuntos ycontando an con un mes, cruzar el canal, ver por s mismo aquella dependencia poco frecuentada,aumentar el conocimiento que pacientemente iba adquiriendo de la vasta estructura del gobierno

    imperial y aadir uno o dos nombres ms a los hombres importantes con quienes tena relacionespersonales. No haba contado con enamorarse. Pero como la cosa haba ocurrido, haba que zanjararpidamente. Hizo su peticin a Coel.S, muy bien dijo el rey enojado, pero yo no s nada de usted.Haba probado a Constancio sereno y borracho y no le haba gustado; le pareca soso y taimado;soso cuando estaba borracho y taimado cuando estaba sereno. No responda en absoluto al conceptoque Coel tena de un caballero, y el comandante de distrito, a quien consult en cuanto se plante lacuestin del casamiento de Helena, le dijo exactamente lo que Coel deca ahora: No s nada de eseindividuo. Constancio replic: Hay muy poco que saber..., por ahora.Su familia?En ese aspecto puede estar tranquilo.S?

    Tengo razones para permanecer incgnito.S?Le puedo asegurar que no necesita temer que la alianza que sugiero tenga, en ese aspecto, nada deindigno.Coel esper a que le informara un poco ms, pero la informacin no lleg. Al fin dijo: Es posibleque los britanos parezcamos un poco anticuados, pero todava damos mucha importancia a esascosas.S?Constancio dio vueltas en su mente a la cuestin que le llevaba importunando varios das y que yacrea resuelta. Haba tenido la intencin de guardar el secreto hasta salir de Britania, hasta estar alotro lado del Rin, pero era evidente que al rey no se le poda dejar de lado; segn la simple tradicinde Coel, el hombre con una genealoga de que enorgullecerse, alquilaba una orquesta y lo deca en

    msica.Constancio habl al fin: Tiene usted derecho a la informacin que pide, pero le ruego que respetemi confidencia. Cuando se lo diga comprender usted mis titubeos. Hubiera preferido que aceptarami palabra, pero ya que insiste... y al decirlo hizo una pausa para recalcar debidamente sudeclaracin le dir que pertenezco a la familia imperial.La declaracin no produjo ningn efecto.De veras? Dijo Coel. Es la primera vez que oigo que exista tal cosa.Soy sobrino nieto del divino Claudio... y tambin del divino Quintilio, cuyo reinado, aunque breve,fue enteramente constitucional.S replic Coel, y aparte de su divinidad, quines eran?De algunos de los emperadores que hemos tenido ltimamente no se puede cantar, ya lo sabe usted,absolutamente nada. Una cosa es quemarles incienso y otra muy distinta tenerlos en la familia. Eso

    debe usted comprenderlo.Por el lado de mi padre soy de la vieja nobleza danubiana dijo Constancio.Si, todos los danubianos que he conocido lo son replic Coel sin inters. De dnde procede?Las fincas de la familia son enormes, pero estn en manos de otra rama. Yo no tengo nada quevalga la pena mencionar.No asinti Coel, y se qued callado.Soy un soldado. Vivo all donde me mandan.S dijo Coel, y despus de una pausa, aadi: Bueno, hablar con mi hija. Aqu no se conciertanlas bodas como me figuro que las conciertan en el Danubio. Helena decidir.

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    Constancio, al or esto, se sonri leve pero confiadamente y se despidi del rey.Aguamiel y msica rugi Coel, y cuando los bardos aparecieron en tropel, aadi: No, vosotrosno. Nada ms que los tres violinistas y la gaita. Tengo que pensar.Poco despus, ya de mejor humor, hizo llamar a Helena.Siento interrumpir tus lecciones.Era el descanso, pap. Acabo de ir al establo a ver la distensin de Pylades. Para el martes estar

    bien.Helena: ese joven oficial de estado mayor de cara enfermiza acaba de hacerme una descaradapeticin. Quiere casarse contigo.S, pap.Es pariente del divino cmosellama, el espantoso individuo que fue emperador no hace muchotiempo. Dice que es oriundo de no s qu parte de los Balcanes. T no quieres realmente casarte conl, verdad?S, pap.Callad y largo de aqu dijo de pronto Coel a los msicos. Llevaos el aguamiel. La msica seextingui entre las vigas; hubo un arrastrar de zapatillas y la habitacin qued en silencio. Y tdeja de juguetear con eso dijo a Helena.Es una cadena de chimenea. Se le ha torcido el gancho.

    Djala en alguna parte. No ah dijo Coel al ver que Helena se la meta en su tnica.Ya est replic Helena, y despus mene los hombros para que le quedara ms cmodo el aceroentre los pechos y se irgui. Con las manos cruzadas detrs, sigui moviendo los dedos. Conalguien tena que casarme algn da, como puedes figurarte.No s por qu. Nunca he visto en ti una chica.Oh, pap.Con tus hermanas, chicas hermosas, rollizas, que saben cocinar y coser, es distinto. Pero de ti,Helena, nunca esper esto. T pareces un chico, cabalgas como un chico. Tu madre dice que tienesun espritu masculino, aunque no s lo que quiere decir con eso. Yo cre que al menos t tequedaras en casa con tu viejo padre. Y si tienes que casarte, por qu elegir un extranjero? Ah, s,ya s que todos somos ciudadanos romanos y todo eso; tambin lo son muchos judos y egipcios ygermanos repugnantes.

    Para m no son sino extranjeros. Ya vers cmo no te gusta vivir en el extranjero.Debo ir con Constancio, pap, dondequiera que vaya. Adems me ha prometido llevarme a laCiudad.A la Ciudad! Pregntaselo al comandante de distrito. Conoci a un individuo que estuvo all y selo cont todo. Es un sitio espantoso.Debo verla por mi misma, pap.Nunca llegars all. Hoy no va all nadie que pueda evitarlo, ni siquiera los divinos emperadores.Te vas a ver encerrada toda tu vida en algn cuartel de los Balcanes.Debo ir con Constancio. Despus de todo, pap, todos los troyanos estamos siempre en eldestierro. No somos los pobres hijos desterrados de Teucer?El rey Coel tuvo entonces un cambio de estado de nimo que en un hombre menos optimista sehubiera podido llamar desesperacin, y volvi su atencin a la celebracin de la boda.

    Constancio estaba ansioso por irse, por cruzar el mar para cumplir su tarea; no hubo tiempo paraque las costureras prepararan la ropa de la hija de un rey, no hubo tiempo para que los heraldosreunieran a los parientes; no lo hubo sino para que los augures fijaran un da afortunado, un da deviento fuerte y salado y con sol de vez en cuando. El buey fue sacrificado debidamente y lasprimaverales flores de su guirnalda yacieron con l en el patio del templo, aplastadas ysanguinolentas en el suelo enarenado; en el porche los novios cortaron la torta de trigo y, cuandoentraron en el santuario para quemar incienso a los dioses y al divino Aureliano, los bardos realescantaron el epitalamio que se haba transmitido de padres a hijos antes de que los dioses de Roma

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    fueran conocidos en la isla. Los novios estuvieron sentados en tronos en el saln hasta la puesta delsol mientras la corte y la guarnicin festejaban a su alrededor. A la luz del crepsculo los llevaron alaposento de Constancio, quien tom en sus brazos a Helena y franque el umbral del hogar que noera de l ni de ella, sino el campamento de un soldado. Su equipaje, preparado ya para el viaje,estaba amontonado junto a la cama. La msica y las voces del banquete les llegaron con todaclaridad.

    He dado permiso a la guardia hasta el toque de diana dijoConstancio. Espero que sabrn sacarle partido. Les espera un viaje duro.Poco despus los festejantes salieron fuera con antorchas y cantaron en torno de la casa. Helenaencontr, descalza por entre el equipaje, el camino a la ventana. Desde all no vio ms que losdorados globos de llama que se movan abajo en la neblina.Los trovadores, Cloro. Ven a verlos.Pero Constancio se qued quieto tras ella, invisible en la habitacin sin lmparas. La cancin lleg asu fin. Helena vio que las antorchas iban apagndose en la oscuridad hasta extinguirse oy que lasvoces moran en un murmullo y que al fin quedaban en silencio. La casa de la boda pareci depronto solitaria en la noche y la niebla.Es como estar solo en una isla, verdad? Como en Crnae rodeada de mar.Crnae? Exclam Cloro. Crnae? Me parece que no conozco ese sitio. Es una de las islas de

    Britania?Helena volvi al lado de su marido.Al da siguiente, mientras Constancio despachaba a la vanguardia y distribua la carga en lasbestias, Helena fue a cazar una vez ms, por ltima vez, en el campo que le era familiar. Alrededorde Colchester haban talado los rboles, primero por seguridad, ms tarde para combustible; desdelas murallas se extendan los matorrales y arbustos de reciente crecimiento que iban clareando, ensucesivos cinturones, hasta desaparecer a medida que se acercaban al bosque; tambin las carreteraslas haban despejado contra las emboscadas; hacia el mar haba grandes fincas de tierra labrada ycinagas que dejaban paso libre al gil juego, pero en las que se hundan el jinete y el caballo; allhaba que desviar del rastro a los podencos a latigazos. Era un terreno difcil que requera habilidady una larga experiencia con monteros y perros; a veces las piezas de caza caan bajo las jabalinas ensus guaridas; a veces los perros las sacaban y las empujaban al bosque; la habilidad del montero

    estaba en llevarlas al campo abierto. Era un da prometedor. La neblina se disip pronto dejando unterreno mojado y sin viento y con rastros claros.Es exactamente el da que estbamos pidiendo, seorita, debiera decir seora dijo el monteromayor.Helena, la fusta en una mano, las riendas en la otra, cabalgaba en Pylades a horcajadas y el arzn lealiviaba el dolor cuya causa era un hombre. El aire de su tierra natal tena para ella un dulce aroma.El olor de caza, mezcla de sudor de caballo y calor de arns y hojas nuevas y hojas viejas pisoteadasjuntas, el son del cuerno; la vida equina bajo ella, entre sus muslos, en la punta de sus dedos; todoen aquella punzante y britnica maana contenda con los recuerdos de la noche y en aquellasltimas horas de libertad pareca curarle su virginidad.La caza fue variada: dos viejos jabales grises que dieron saltos, se revolvieron, atacaron y cayeronante los jabalineros; un gamo a quien los perros siguieron lentamente, cerrndole muchas veces el

    paso, y que al fin los llev a una buena carrera hasta caer muerto en un terreno pelado; y, despusdel medioda, un ciervo, raro en aquella comarca, esplndido animal en su mejor momento, erguidosobre sus cuatro patas, que corri hacia el mar en un gran semicrculo y cay abatido por los perrosen la brillante arena de la orilla.La nica que permaneca con los monteros en el momento de rematar fue Helena. Los seguidoresromanos se haban perdido y quedaron olvidados. La pequea cabalgata se dirigi hacia casa a lapuesta del sol; dos de los perros renqueaban pero Pylades trot valientemente hacia su establo; ymientras trotaba por aquel paisaje querido en que iba oscureciendo, del alborozo de la maana no

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    quedaba nada. Era de noche cuando llegaron a la ciudad. Aquella noche Helena dijo a su padre: Me figuro que mi educacin ha terminado ya.S replic Coel, ha terminado.Qu va a ser de Marcias?En la cara del rey hubo una vaga y bondadosa expresin: Marcias? Siempre le he estimadomucho. Inteligente individuo. Desperdiciado como maestro de una chica.

    T solas decir que en cuanto terminara mi educacin le daras la libertad.De veras que dije eso? No creo que dijera nunca nada tan preciso. Adems, cmo iba yo a saberque tu educacin terminara tan pronto? Marcias puede an dar mucho de s.Creo que quiere ir a Alejandra, pap.Estoy seguro de que s. Pienso en lo malo que seria para l.De Alejandra me lo han contado todo. Es un sitio horrible; no hay ms que sofistas y estetas.Marcias me gusta. Tenemos obligaciones para con l. Yo lo retendra para m, pero no es exactaMe lo dars a m, pap?Querida ma, en una ciudad militar estara completamente fuera de su sitio. En Galia darn por lun buen precio, ya vers.

    Nadie ms que mi adversario ser mi gua

    Constancio Cloro, mal marino, yaci abajo arropado en su capote militar mientras Helena se pasetoda la noche por cubierta, vio cmo las estrellas brillando, apagndose y encendindose denuevo aparecan en el cielo encima de las velas inclinadas; vio cmo el cielo se iluminaba en todasu extensin y la lnea de arco de fuego se elevaba hasta que el sol entero se destac clara mentesobre el agua y se hizo de da; observ a los marineros afanados con las lonas, entr enconversacin con ellos, les ech una mano, se sent en el suelo con ellos en torno del brasero delcastillo de proa y comparti su pescado a la parrilla. Fue as se pregunt limpindose de escamaslos dedos en un balde de agua de mar y secndoselos despus en el regazo, fue as, quiz, comoParis trajo a Ilion a su reina raptada? Al medioda vieron tierra; Helena pudo distinguir pronto laresplandeciente ciudadela del puerto extranjero y un palio de humo sobre la orilla; pronto estaban

    junto al faro, y el barco, repentinamente silencioso en su crujiente arboladura, se desliz en lastranquilas aguas del puerto; una voz autoritaria les dirigi desde el muelle a su fondeadero;recogieron velas, largaron anda, y un enjambre de botes se les acerc; los mstiles se convirtieronen parte del bosquecillo de naves silenciosamente ancladas al sol de la tarde.Constancio Cloro sali a cubierta y mir al sol con ojos de entendido.Boulogne, al fin. Hemos tenido una buena travesa. Estos barcos deben de ser parte de la flota deCarausio, los ms veloces del canal. Ningn pirata los puede alcanzar. Esta noche tengo que buscara Carausio si est en la ciudad.Hemos estado hablando de l. Ben dice que en cualquier momento que quisiera podra apoderarsede toda Britania.Y quin es, por favor, el astuto Ben?El contramaestre. Dice que quien domina el Canal domina Britania.

    Helena, no quiero que empieces a hacer amigos al azar y a chismorrear.Por qu no? Siempre lo hago.Bueno, una de las razones es que no quiero que se sepa dnde he estado o de dnde eres tu.Todo el mundo sabe de dnde soy.No, Helena, aqu no, y menos an al otro lado del Rin. Tena intencin de decrtelo. En cuantocrucemos el Rin y entremos en Suabia no hay que hablar de Galia o Britania. Entiendes?Pero, no vamos a Roma?Todava no.T dijiste que...

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    Todava no. Ya llegar el da. Irs a Roma, pero todava no.Y dnde vamos ahora?T vas a Naissus.La palabra, inerte, pesada, amorfa, cay entre ellos.Naissus?Seguramente habrs odo hablar de Naissus.

    No, Constancio, nunca.All es donde el to Claudio combati en la batalla ms grande contra los godos.S.Una de las cinco victorias ms gloriosas, no hace todava cinco aos.Dices que yo voy a ese lugar. T no vienes?Pronto. Primero tengo unos asuntos en otra parte. T estars mejor en Naissus.Est lejos?Un mes o seis semanas. Los correos solan hacerlo en una quincena. Eso era en los viejos tiempos,cuando las postas estaban adecuadamente organizadas con los mejores caballos del imperio, queesperaban frescos cada veinte millas, y en las carreteras haba seguridad de noche. Las cosas noestn tan bien ahora, pero pronto las vamos a arreglar. T tardars un mes, o puedes esperar enRatisbona y seguir conmigo despus. Dentro de uno o dos das estar mejor informado.

    Y... Naissus est lejos de Roma?Est en el camino a Roma dijo Constancio. No directamente, tal vez. A Roma no se viajadirectamente.Dicen que todos los caminos llevan all.El mo lleva, pasando por Naissus.El cabo mayor se present a recibir rdenes. Constancio se apart de Helena, quien dio unos pasosy apoyndose contra la muralla contempl la vista tan parecida a la de la vspera cuando mir porltima vez la costa natal, las tabernas y almacenes del muelle, el humeante montn de chozasdetrs, los muros de piedra de la ciudadela y el templo de columnas que lo coronaba todo; todo tanextranjero, el portn a una nueva vida, el punto de partida de la tersa carretera, tan recta, tandesviada, que llevaba a Naissus, a Roma, y a dnde, ms lejos?

    Viajaron velozmente, cabalgando antes del amanecer, acampando al borde de la carretera paracomer al medioda, durmiendo en la posta ms prxima cuando los alcanzaba la oscuridad.Constancio evitaba las ciudades. La noche en que llegaron a Chlons la pasaron en una pequeaposada incmoda situada fuera de las murallas y al romper el alba, antes de que la ciudaddespertara, galopaban ya por el puente. En el castillo fronterizo de Estrasburgo, Constancio tenaamigos en la Legin VIII; se hospedaron en el alojamiento del comandante, pero a Helena lamandaron pronto a la cama y Constancio pas la noche conversando serenamente. A la maanasiguiente tena la cara ms plida y ms demacrada por la fatiga; apenas habl hasta que hubieroncruzado el Rin; entonces, de pronto, se le pas el mal humor. El cambio lo notaron los hombres y atravs de ellos los caballos, que trotaron casi alegremente al sol. Los soldados cantaban trozos decanciones obscenas; pronto hicieron alto, desensillaron, pusieron los caballos a pastar y se tendieron

    en el suelo mientras el humo de su fogata se elevaba derecho en el cielo sin viento.Voy contigo hasta Ratisbona dijo Constancio. Tengo tiempo. Despus tengo que volver aChlons. Me esperan all unos asuntos.Te llevarn mucho tiempo?No creo que sea mucho. Todo est preparado.Qu clase de asuntos?Algo que hay que arreglar.La carretera a Rabistona yaca a lo largo de la muralla de Suabia, tosco foso con una empalizada demadera, donde haba frecuentes blocaos de troncos.

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    Nuestra muralla britana es de piedra.sta ser de piedra algn da. Los planos estn ya trazados.Se ha ido demorando, primero por una cosa, luego por otra, una incursin aqu, un motn all, uncorrompido contratista de esclavos, un comandante demasiado viejo para su funcin, siempre algoms urgente que hacer, nunca con tiempo u hombres o dinero para nada excepto la tarea inmediata.A veces siento como si el imperio fuera un barco poco marinero; se le abre una brecha en un sitio,

    la calafateamos, achicamos el agua, y antes de estar en condiciones de navegar el agua irrumpe porotro sitio.

    As se sentan abatidos algunos das cuando encontraban a los caballos de posta con mataduras ymal alimentados y a los guardas mal vestidos; cuando en sus paradas se tropezaban con hombresquejosos y difundidores de rumores, con historias feas y desleales sobre los altos jefes, pero, engeneral, Constancio se fue animando a medida que penetraba en la zona militar, donde viajaron enetapas ms cmodas, se presentaron pundonorosamente en cada jefatura de zona y hablaron largo ytendido y confiadamente con todos los que encontraron. Para Helena la escena, invariable desde lamaana hasta la noche, careca de inters; la carretera de arcilla; a un lado vias y trigo yacantonamientos, al otro tierra fragosa, sin labrar, desperdiciada por generaciones de luchas

    fronterizas, asolada en todo lo que alcanzaba la vista, desnuda de trigo; y entre unos y otros el fosoy los terraplenes; pero Constancio estaba animado; la situacin de las casas de guardia, losproblemas de suministro de agua y vveres, las variadas amenidades de las guarniciones unagallera aqu, un tosco estadio all, la mayor o menor limpieza de los garitos y tabernas; lostempletes de las deidades regimentales, la chismorrera sobre ascensos y retiros en los refectorios;nuevos mtodos de instruccin militar, martingalas para alargar la vida de armas viejas, martingalaspara obtener nuevos suministros de los depsitos; todo lo que excitaba a Constancio y lo llevaba alborde del entusiasmo, dejaba a Helena completa mente indiferente; hasta los establos, instaladosnormalmente, uniformemente equipados, empezaron a dejar de tener inters; slo ac y all en lacarretera, cuando se encontraban con un grupo de germanos, arrogantes y desnudos que habancruzado la frontera para hacer trueques, y cuando de vez en cuando, en las paradas, laconversacin era de zorros y osos, se despertaba el inters de Helena. Una vez dijo: Siempre tiene

    que haber una muralla, Cloro?Qu quieres decir?Realmente, nada.Yo no soy sentimental dijo Constancio, pero me gusta la muralla. Piensa en que milla tras milla,desde la nieve hasta el desierto, forma un gran cinturn nico alrededor del mundo civilizado;dentro, paz, decencia, leyes, altares a los dioses, industria, artes, orden; fuera, bestias y salvajes,bosques y cinagas, un revoltijo sangriento, hombres como manadas de lobos; y a lo largo de lamuralla, velando sin dormir, defendiendo la frontera, el poder armado del imperio. No te hace verlo que significa la Ciudad?S dijo Helena, supongo que s.Qu quieres decir, entonces, con lo de siempre tiene que haber una muralla?Nada; pero a veces me pregunto si Roma ir alguna vez ms all de la muralla. Ms all de los

    germanos, ms all de los etopes, ms all de los pictos; quiz ms all del ocano puede haberms gente y aun ms, hasta que tal vez se pueda viajar a travs de todos ellos y encontrarse devuelta otra vez en la Ciudad. En vez de que penetren los brbaros, no podra un da irrumpir laCiudad hacia afuera?Has estado leyendo a Virgilio. Eso es lo que se pensaba en tiempos del divino Augusto. Peroqued en nada; de vez en cuando, en el pasado, empujamos un poco ms hacia el Este y nosapoderamos de una o dos provincias ms. Pero no dio resultado. En realidad tuvimos que abandonartoda la orilla izquierda del Danubio. Los godos se pusieron contentsimos y nos evitamos muchasdificultades. Parece haber una divisin de la especie humana justamente en donde corre la muralla

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    actual; ms all son incurablemente brbaros. No tenemos tiempo ms que para mantener la lneaactual.No me refera a eso. Me refera a si no es posible que la muralla est en el lmite del mundo ytodos los hombres, civilizados y brbaros, compartan la Ciudad. Estoy diciendo muchas tonteras?S, querida ma.S, me figuro que s.

    Al fin llegaron a Ratisbona, la ciudad ms grande que haba visto Helena; se hospedaron en la casade gobierno, la casa ms grande en que Helena haba entrado en su vida.Tengo que dejarte aqu una semana o dos dijo Constancio. Estars en buenas manos.Las manos fueron las de la mujer del gobernador, matrona de Italia, de Miln, patricia, que lellevaba a Helena media cabeza en estatura y la salud amablemente.Constancio es un gran amigo dijo la mujer del gobernador y espero que nos permitir usted serlode usted tambin.Tiene usted que adquirir ropa. Tiene que arreglarse el peinado y las uas. Ya veo que Constancio notiene ni idea de cmo cuidar a una recin casada.A primera hora de la maana mandaron a un criado al mercado y volvi con media docena decomerciantes y un tren de es clavos. Pronto el saln pareca un rincn de bazar con telas y cintasextendidas por todas partes, y todas las mujeres de los al tos jefes participaron en la adquisicin de

    la vestimenta de Helena.Despus se quedaron sentadas en la habitacin de Helena mientras el peluquero cumpla su tarea yel raro esplendor del cabello de Helena se realzaba y ondulaba y tomaba un aspecto extrao bajo susmanos.Querida, se muerde usted las uas.ltimamente; en m casa no me las morda.Nadie le pregunt de dnde vena, y, obediente a Constancio, lo call cuando se le presentdelicadamente la ocasin.Va a ser perfectamente presentable dijo la mujer del gobernador cuando las damas se reunierondespus de comer y pareca que Helena, entretenida con un perrito, no poda orlas.S. En dnde cree usted que la encontr Constancio?La dama que lo pregunt se haba casado bien, nadie saba dnde.

    Yo sigo la norma de no preguntar nunca el origen de las mujeres de los militares dijo la mujer delgobernador. Me contento con que se porten bien despus de casadas. Los jvenes sirven variosaos de un tirn en sitios muy apartados y no tienen oportunidad de conocer a chicas de su clase.No hay que reprocharles que a veces hagan bodas raras; hay que ser condescendientes y tratar deayudar.Cuando Constancio y Helena se quedaron solos aquella noche, Helena dijo:Constancio, por qu no les dices quin soy?Y quin eres?La hija de Coel.No les impresionara dijo Constancio. T eres mi mujer.Eso es todo lo que necesitan saber. Qu te has hecho en el pelo?Yo, nada. Me lo ha hecho el peluquero griego. Me ha obligado la mujer del gobernador. No te

    gusta?No muchoNi a m, Cloro; ni a m.

    La vspera de la partida de Constancio, varios funcionarios de Moesa, antiguos asociados suyos,comieron en la casa de gobierno y despus de comer lo acompaaron a su alojamiento. Helena losdej para irse a la cama, pero les oy hablar hasta altas horas de la noche en la habitacin contigua,tan pronto en latn como en su propio idioma, de chismes y recuerdos. Despus dormit un poco yal despertar seguan conversando, esta vez en latn.

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    Hemos odo que has recorrido toda Galia.No, no. No ha sido ms que un viaje de rutina hasta la muralla de Suabia.Bueno, pero en todo caso has trado una chica inconfundiblemente britana.Nada de eso dijo la voz de Constancio. Si queris saberlo, la encontr el invierno pasado enOriente, en una posada, cuando volva de Persia. No la pude traer entonces conmigo y dispuse quela mandaran a Trveris. Acabo de recogerla.

    No tiene cara de asitica.No. No tengo la menor idea de dnde la sacaron. Es una buena chica.Luego se pusieron a hablar en su propio idioma y Helena sigui despierta en la oscuridad. Era cercade la hora del canto de los gallos cuando Constancio los despidi y fue a la cama.

    Constancio parti al da siguiente en importante misin secreta y Helena se qued en Ratisbona. Elverano floreci deliciosamente a lo largo del Danubio; Helena languideci en salones demasiadolujosos para su gusto y en una compaa demasiado numerosa. Ninguna de las damas de Ratisbonapareca salir de casa ms que en encortinadas literas para hacer visitas de calle en calle, o, algunarara vez, para ir en coche cerrado a alguna de las casas de campo de la orilla del ro. Hablaban sincesar en un latn veloz y lleno de alusiones que pareca tener para ellas ms significado que para

    Helena; se rean sin cesar de chistes que a Helena se le escapaban. Las damas de Ratisbona, sobrequienes imperaba serena e indiferentemente la mujer del gobernador, estaban divididas en dosgrupos: las interesadas en asuntos amorosos y las religiosas. A Helena no le eran extraas las leyesdel deseo del hombre; en casa haba visto que los cambiantes y exuberantes caprichos de su padretraan cambio tras cambio en el orden de precedencia en el hogar; en sus lecturas haba seguido lasabsurdas transmutaciones del deseo, el incesto, los besosnubes, las galantes lluvias de monedas ylos cisnes y toros de la antigua poesa; pero aqu, en las confidencias susurradas bajo el prtico, noencontraba parte alguna de su firme y dolorida pasin. Tambin el grupo de damas religiosas laconfundan. En su pas se honraba a los dioses en sus estaciones; Helena haba orado ao tras aodevotamente y con el alma tranquila ante los altares de su casa y su gente, haba recibido consacrificios el retorno de la primavera, haba tratado de aplacar a los poderes de la muerte, habahonrado al sol y a la tierra y a la frtil semilla. Pero las damas religiosas de Ratisbona hablaban de

    citas secretas, consignas, iniciaciones, trances y extraordinarias sensaciones, de asiticos queflotaban en el aire en habitaciones a media luz, de voces enigmticas, de estar desnudas en un fosomientras un toro mora desangrndose sobre el enrejado techo.Todo eso es una bobada, verdad? Dijo a la mujer del gobernador.Es repugnante.S, pero tambin es una bobada, no?Nunca he preguntado nada.Helena haba llegado a estimar en su corazn, casi a querer, a aquella gran dama. A ella fue a quien,trmulamente, le confi el secreto de su parentesco real, de su origen troyano. Como lo vaticinaraConstancio, a la mujer del gobernador no le impresiono.Bueno, todo eso pas ya contest, como si Helena le hubiera confesado un pecado. Ahora tieneque aprender a adaptarse a ser la mujer de Constancio. Ya ver que eso le va a tener ocupada todo el

    da. Constancio es muy importante. A veces me pregunto si usted se da cuenta. El divino Aurelianotiene una gran opinin de l. Qu haca usted todo el da en Britania?Me estaba ilustrando. Lea poesas. Cazaba.Ya no podr hacer nada de eso. De ninguna dama se espera que cace, aunque yo misma sola cazarcuando estbamos destinados en Espaa, y me avergenza decir que me gustaba muchsimo.Cuntemelo.No, por cierto. Nunca tendr hijos si caza.Creo que ya tengo uno dijo Helena.

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    As es como debe ser. Espero que sea varn. Puede resultar alguien de la mayor importancia. Entoda la exuberante pompa de sus nuevas circunstancias, nada deprima a Helena tanto como esaspredicciones. No era la mujer del gobernador la nica que la asustaba de esa manera. Una mujerrica, a quien su vulgaridad fsica y mental exclua tanto del crculo religioso como del elegante deRatisbona, fue ms explcita. Desde el momento en que conoci a Helena se interes mucho porella; un da que Helena se neg a acompaarla a una fiesta particular, le dijo: Creo que hace bien al

    mantenerse distante.Yo distante? Replic Helena, sorprendida.Oh, madame Flavio, no he querido decir nada desagradable. Pero usted mantiene a la gente adistancia, no es verdad? Y tiene usted razn. En la primera juventud es un gran error atarse aamigos con los que quiz haya que dejar de tratar ms tarde.Por qu voy a tener que dejar de tratar? Si supiera cunto anso tener una amiga!Querida madame Flavio, no finja conmigo, por favor. Admiro mucho la forma en que varesolviendo la situacin. No finja que no sabe que ha hecho una boda brillantsima.Lo s; pero, qu tiene que ver eso con dejar de tratar con amigos?Es posible, madame Flavio, que no haya odo que a su marido le van a dar cualquier da el mandode todo el Oeste? No me diga que no lo sabia.No lo sabia, de veras que no lo saba. Pido a Dios que no sea cierto.

    Lo sabe todo el mundo. En Ratisbona todos hablan de eso.Y de pronto Helena comprendi que los silencios que se producan cuando ella entraba en unahabitacin, las miradas, que a veces interceptaba, para ver si estaba escuchando, no eran debidas,como haba supuesto, a su juventud y a que era una forastera, sino a aquella causa ms alarmante.Era como si se hubiera quedado dormida en su seguro cuarto de niez en Colchester aquellahabitacin de vigas bajas que haba sido la suya desde que empez a dormir sola, donde sentada enel bargueo poda tirar su camisa a la percha de la pared opuesta, donde al vestirse la habarecorrido incontables veces a lo largo y a lo ancho, dos pasos desde el bargueo hasta el espejo,cuatro pasos desde el espejo hasta la puerta y desde entonces viviera en una pesadilla en que lasparedes y el techo se alejaban constantemente y todo, menos ella misma, se hinchara hasta untamao monstruoso y en todos los remotos rincones la acecharan sombras oscuras.Los das y las noches se fueron haciendo pesados con el calor; las damas de Ratisbona agitaban

    abanicos de marfil y plumas, conversaban en voz baja y fisgaban, mientras Helena no haca ms queaguardar el regreso de Constancio. Lleg a principios de agosto con el polvo y el entumecimientodel camino y la delgadez de la vida del campamento. Fueron muchas las deferencias yfelicitaciones, pues le precedieron, muchos das antes, noticias de una decisiva batalla en Chlons,de la destruccin del ejrcito de Galia y de que Ttrico estaba encadenado. Se mostr discreto en eltriunfo, llen de elogios a los generales de Aureliano y se call sobre la parte que le corresponda enel asunto. Helena, para quien el verano haba llegado en vano a su plenitud, lo recibi como a laprimavera.Todo ha salido bien segn el plan. Ahora, a Naissus.Viajaron por el ro, pues Constancio se mostr muy solcito cuando se enter del embarazo deHelena, en una embarcacin del Estado, tallada y pintada, muy cargada de muebles y provisiones delos ricos mercados de Ratisbona. Los esclavos remaron con lentitud. Constancio no tena ya prisa, y

    Helena y l yacieron como prncipes de la India bajo un toldo de seda amarilla; ociosos todo el da,contemplaron cmo pasaban las orillas llenas de juncos, arrojaban golosinas a los desnudosgranujillas que nadaban para saludarlos, a los pjaros que les seguan y se posaban a veces en laproa dorada; a la noche eludan las ciudades y amarraban a orilla de islitas verdes, encendan unafogata en tierra y festejaban a los pueblerinos que a menudo se congregaban para bailar y cantar a laluz de la fogata. Los guardas y los remeros dorman en tierra, dejando que todo el esplndido barcofuera un lecho matrimonial para Helena y Constancio. A menudo, por la maana, al levar anda, susinvitados de la vs pera llegaban con guirnaldas de flores que moran al medioda y que Constancioy Helena tiraban al agua para que les siguieran lentamente hacia Naissus.

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    El amor de Helena, que haba brotado entre neblinas y lluvia, se fue haciendo tierno con unadulzura de verano mientras la nueva vida maduraba imperceptiblemente dentro de ella; en aquelloslnguidos das de vacaciones de Constancio, una luna de miel tarda, Helena gozaba de sentirseamada. Llegaron al remolino de Grein, donde, para divertir a Helena, Constancio orden al timonelque se dirigiera al centro del agua agitada; a los cachazudos esclavos les cogi de improviso y laembarcacin se inclin violentamente a un lado al pasar por el vrtice; durante un minuto hubo

    confusin a bordo, el timonel, el patrn y el piloto se gritaron mutuamente, los remeros despertaronde sus sueos de libertad y remaron con furia, y Helena se ri clara y sonoramente como sola rerseen Colchester. Por un minuto pareci que haban perdido el dominio de la nave y que se iban aponer a girar como las maderas que giraban a su al rededor; luego se restableci el orden, la navese enderez, sali y sigui su curso.Pronto llegaron a la sombra garganta de Semlin, donde, impresionados por los vastos precipicios,que momentneamente les hicieron recordar el ambiente de Ratisbona, Helena dijo: Cloro, esverdad lo que dicen en Ratisbona: que vas a ser Csar?Quin dice eso?La mujer del gobernador, la viuda de un banquero, todas las seoras.Quiz sea verdad. Aureliano y yo ya habamos hablado de eso. Despus de la batalla volvi ahablar de eso. Ahora tiene que ir a Siria a resolver unas dificultades. Despus volver a Roma para

    su triunfo. Entonces veremos.T quieres?No es lo que yo quiero, palafrenera, lo que importa, sino lo que quieren Aureliano, el ejrcito y elimperio. No hay que intimidarse, no ser ms que otro mando nuevo, grande: Galia, el Rin,Britania, posiblemente Espaa. El imperio es demasiado grande para un hombre; eso ya estdemostrado. Y necesitamos Una sucesin segura, un segundo jefe preparado para su tarea, que sepamover los hilos y que ocupe su puesto inmediatamente en cuanto el mando quede vacante, sin dejarque cada ejrcito se manifieste por su propio general y combata como ha hecho ltimamente.Aureliano va a hablar de eso a los senadores cuando hayamos a Roma.Ay, Cloro, qu va a ser de m entonces?De ti? La verdad es que no lo he pensado, querida. La mayora de las mujeres daran cualquiercosa por ser emperatrices.

    Yo no.No, no creo que t lo haras.Constancio le dirigi una larga mirada escrutadora. Helena segua llevando un peinado a la ltimamoda; con ese nico fin haban agregado a la comitiva un esclavo de Esmirna; todo lo que modistasy comerciantes podan hacer se haba hecho para transformarla; su habilidad haba descubiertonuevas bellezas, ocultado otras antiguas; pero Constancio, al mirarla, senta todava la fuerza de loslazos del hechizo britano, se senta seducido contra sus fras intenciones y transfigurado de nuevocomo en aquella misteriosa noche de la sala del banquete de Coel.No hay necesidad de preocuparse todava, palafrenera.Aureliano puede durar mucho.Ms tarde Helena le dijo:Hblame de la batalla. Corriste mucho peligro? En ningn momento he sentido ansiedad cuando

    estabas fuera. Deba haberla sentido?No haba necesidad. Todo estaba arreglado de antemano.Cuntame.Aquel da no tuvimos nada que hacer. Ttrico se present con su estado mayor y se entreg. Habacolocado su ejrcito donde nosotros queramos. Lo nico que tuvimos que hacer fue irrumpir ydestrozarlo cuando quisimos.Murieron muchos?De los nuestros no, aunque los galos pelearon sorprendentemente bien. Los tenamos cercados.Y Ttrico?

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    No le pasar nada. Cumpliremos nuestra palabra.Helena no hizo ms preguntas. Le bastaba, estando al sol, que Constancio estuviera con ella ycomplaciente; pero aquella noche, cuando el dorado toldo se volvi negro contra las estrellas y elagua lama plcidamente los costados de la nave; cuando el centinela en tierra caminaba de un ladopara otro a la luz de la fogata y Constancio yaca dormido, satisfecho despus de dejarlabruscamente como haca siempre, sin ternura o gratitud, helando el creciente ardor de Helena y

    dejndola a su lado tan sola como en el vaco dormitorio de Ratisbona; entonces, y a menudo mstarde en Naissus cuando haban cado las hojas y los guardas bajo la ventana pisaban fuerte y sefrotaban las manos ante los primeros vientos fros del invierno, entonces el sombro relato laobsesionaba. En su corazn haba muerto algo que viva en l desde sus primeros recuerdos. Elpadre de su niera, el temible sargento, haba muerto en vano, y su tumba haba sido deshonrada.Esa era la victoria de Cloro, se su misterio; para eso haba sido su viaje, sus furtivas entrevistas, suborrar pistas como un zorro, sus mentiras y silencios; para esa matanza de un ejrcito traicionado,para ese convenio con el traidor; eso y ella misma eran los premios para Cloro.

    Llegaron al confluente Morava y, doblando hacia el sur, navegaron contra corriente hacia lasmontaas. Al acercarse a su tierra Constancio se sinti otra vez impaciente, forz la velocidad, pas

    horas y horas a proa buscando los hitos familiares. Los hombres se esforzaban y sudaban, lossuboficiales se volvieron perentorios y Helena sinti regresar a su corazn el fro de la soledad.Del ramal principal se desviaron otra vez a otro secundario; las colinas fueron cercndoles hasta queun anochecer llegaron a la ciudad que iba a ser el hogar de Helena. Dignatarios, funcionarios y unamuchedumbre pobremente vestida se congregaron para recibirlos. Al salir de EstrasburgoConstancio haba prescindido de su supuesto y modesto rango; pero antes de desembarcar se adorncon todas las galas de su autoridad. No todo estaba preparado para su recepcin. Unos funcionariossubieron a bordo y conversaron obsequiosamente mientras en el muelle tendan una alfombra; llegla guardia de honor, resplandeciente, pero tarde; entre sus rgidas filas pusieron una silla de mano y,despus de una demora, otra silla. Hasta entonces, al son de trompetas, no llev a tierra Constancioa Helena.La luz disminua; la muchedumbre se acerc ms para fisgar por entre la guardia; Helena vio poco

    de Naissus en el camino desde la orilla. Pasaron bajo un arco; por las ventanas de su silla y porencima de los hombros de los portadores vislumbr una calle con soportales, las bases de muchascolumnas estriadas, una plaza llena de gente, estatuas oficiales; se senta un olor a ajo y aceite deoliva mezclado a la brisa, ms dulce, de las montaas; luego posaron la silla en tierra y Helena salide su cerrada cabina a la gran plaza pavimentada del cuartel, subi un poco asombrada losescalones entre filas de guardas y entr en su casa, donde ya ardan las lmparas.No creo que el recibimiento te haya parecido gran cosa le dijo Constancio.No he observado nada chocante.Los chocantes son los hombres; no hay sino reclutas y viejos extenuados. En los ltimos seismeses Aureliano nos ha desangrado para el ejrcito que se forma para la campaa de Siria,llevndose leva tras leva de nuestros mejores hombres, ms de diez mil. Les ha prometido quevolvern, pero nunca se sabe. Entre Naissus y Trveris no nos queda ahora ms que una fuerza

    simblica. Haramos el ridculo si los godos emprendieran algo. Pero no lo emprendern.ltimamente tambin ellos han tenido de qu acordarse. Si maana tengo tiempo te ensear elcampo de batalla del to Claudio.Le mostr con minuciosos detalles el campo de batalla, la lnea donde estaban las legiones y sedispersaron ante el ataque godo, la barranca donde el to Claudio ocult hbilmente los refuerzosque lanz contra la retaguardia enemiga, las laderas donde el to Claudio volvi a concentrar a sushombres dispersos, les hizo dar la vuelta y los gui a la victoria, el campo abierto donde al fincincuenta mil godos fueron esplndidamente destrozados. Se haba recuperado pacientemente lo

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    que se pudo recuperar y, entre los huesos a los que no se guardaba consideracin, las viaspisoteadas y replantadas eran ahora objeto de vendimia.La uva medra con la sangre dijo Constancio.Le ense tambin las principales bellezas de la ciudad; la estatua del to Claudio, de siete toneladasy media de mrmol con adornos de bronce, que estaba en el cruce en que todas las carreteras de laprovincia convergan y se unan a la gran carretera que iba del Rin al mar Euxino; el monumento al

    to Quintiho, ms modesto, un busto en la sala de refresco de los baos pblicos; el macizo templetey el altar domstico de la familia Flavia; el mercado de carne, a medio terminar, proyectado por elpropio Constancio la obra haba languidecido en su ausencia y ahora la reanudaban furiosamente;el juzgado donde Constancio dictaba sentencias; la silla en que se sentaba en tales ocasiones; supalco en el teatro.Constancio se senta en su casa en Naissus; all, en su propia jefatura, entre su propio pueblo, supreciso lenguaje revelaba el acento local; sus modales en la mesa eran ms groseros; se rea, sinalegra, pero con una especie de contento, con los chistes de sus subordinados a las horas de comer.Varios parientes bajaron de las colinas circundantes para visitarlos. Helena no entenda a veces sumediocre latn. Hacan groseros comentarios sobre el embarazo de Helena, ya evidente, y despusde sus cumplidos se ponan a hablar otra vez, con aire de satisfaccin, como un hombre que sesuelta un cinturn demasiado prieto, en su idioma materno. Helena no encontr entre ellos nadie a

    quien querer; eran una raza prosaica; algunos cultivaban sus fincas ancestrales; otros se habanaprovechado de sus parentescos para conseguir pequeos monopolios comerciales y sinecuras;muchos no se haban molestado an en adoptar el caprichoso y nuevo patronmico Flavio.Pisaron las uvas, se secaron y cayeron las hojas, la primera y prematura nieve se fundi al tocar elsuelo; despus, al cabo de varas semanas brumosas se afianz el invierno, duro y blanco, conhelados vientos de las montaas. Helena soport paciente mente su creciente carga, sali poco decasa, pidi prestados en la biblioteca del gerente del banco los pocos rollos de poesas que tena, yso con Britania y el son del cuerno de caza en los bosques desnudos.

    La carrera abierta al talento

    Antes de que mediara el invierno llegaron noticias del Este; primero por un correo, en una brevenotificacin oficial de la victoria; poco despus, con mucho detalle, por uno de los innumerablesprimos militares, un joven y jactancioso centurin de infantera que lleg del campo de batalla conlicencia especial.Todo sali conforme al plan. Hay que confiar en Aureliano. El peso de la batalla lo llevaronnuestros chicos, como de costumbre.Viste a Zenobia?Una vez, a distancia. En verdad es algo especial. Dicen que Aureliano no ser muy riguroso con

    ella.Por qu? Pregunt Constancio.Ya que lo preguntas, te dir que el viejo se est ablandando un poco. Dej Palmira casi intacta. Nohubo matanza. Ni saqueo privado. Eso no gust mucho a la tropa. Le cort el pescuezo a un viejollamado Longino.Quin era?No sera el gran Longino, el filsofo, eh? preguntHelena.

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    Filsofo o algo parecido. Segn Zenobia, fue el inspirador de todos los disturbios. Por qu me lopreguntas? T sabas algo de l?En un tiempo, s.Oye dijo el pariente a Constancio, me parece que has trado una intelectual a la familia.Qu puedes saber t de un filsofo? Pregunt Constancio a Helena.No mucho. En realidad, nada.

    Sin embargo, la muerte de aquel viejo lejano cuyos libros no haba ledo abri otra herida en elcorazn de Helena. Longino se una ahora al sargento de zapadores en la perdida Britania de sujuventud y le pareci que ahora era cuando su educacin haba llegado trgicamente a su fin.Y qu hay del triunfo? Pregunt Constancio.Todo est preparado para cuando se puedan mover las tropas. Es cuestin de transportes. T novas? Todos los personajes van a estar all.Todava no tengo ninguna noticia oficial.Aureliano se lleva todo el ejrcito a Roma. Eso no me gusta mucho. Los chicos nunca volvern aser los mismos.Me sorprende que no me hayan informado.Me figuro que alguien tiene que quedar detrs para hacer el trabajo sucio. Adems, t no estuvisteen la campaa,

    Verdad?No. No, supongo que no. De todos modos, crea que Aureliano me querra all.Constancio Cloro estuvo malhumorado varios das despus de esa visita. Luego lleg el correoimperial y se puso de mejor humor; iba a Roma. Era su primera visita.Cloro, tambin a m me gustara ir.De eso, ni hablar.Ya s que es imposible, pero siempre he querido ver un triunfo.Habr muchos ms dijo Constancio.Recordars todos los detalles y me los contars cuando vuelvas, eh?Si no me equivoco sobre Aureliano, habr mucho que recordar.Helena llor aquella noche y medio reproch al hijo de sus entraas su vida y su poder de tenerlaencarcelada. Llor de nuevo amargamente cuando Constancio y su reducida escolta se alejaron a

    caballo en la nieve; despus aguard el momento. Su hijo naci en el ao nuevo. Constancio habadejado rdenes de que lo llamaran Constancia s era hembra y Constan tino s era varn. Fue varn;un robusto nio aclamado como notablemente hermoso por todos los parientes de su padre.

    Las madres britanas de la clase superior seguan la costumbre gala e italiana y daban sus hijos acriar; no as los ilirios, como se apresuraron unnimemente a informar a Helena los parientes deConstancio. Helena se someti alegremente a aquella primitiva costumbre, dio de mamar al nio, lecant canciones y lo quiso entraablemente.Viva en la promesa del regreso de Constancio. As viva tambin la guarnicin y la regin vecina.Casi todas las familias tenan un hombre en el ejrcito; muchos eran veteranos de las guerras gticasque ya haban cumplido su tiempo y cuando los reclutaron para el Este estaban aguardando conansiedad su licencia y un trozo de tierra; otros eran jvenes, recin casados; el nio Constantino era

    uno de miles, de Naissus y sus alrededores, a quienes sus padres no haban visto todava.Constancio volvi en primavera, cuando la llanura estaba blanca de flor de ciruelo. Primero lleg uncorreo con rdenes para el recibimiento y preguntas por su hijo. Grupos de gente lo rodearon en elpatio y le pidieron noticias de amigos y parientes, pero el correo se volvi a las montaas sincontestarles. En la guarnicin se temi que algo malo hubiera ocurrido, que al ejrcito se lo llevaranotra vez a Oriente, que la columna estuviese azotada por una plaga. Ni una palabra de esos rumoreslleg a odos de Helena, que sigui criando al nio y repitindole en su cuna el mensaje de que dosdas despus vera a su padre. Cuando lleg el da cabalg a travs de las huertas en flor y de lasvias para recibir a Constancio, lo encontr a cinco millas de distancia y dio la vuelta y trot a su

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    No dijo Helena, nunca.Tuvimos fiestas todas las noches. Los senadores ms importantes nos abrieron sus palacios. Sontipos raros. Uno de ellos colecciona juguetes mecnicos que hacen para los harenes en Persia. No seles entenda ni la mitad de lo que decan. Yo tuve a veces la impresin de que nos trataban como sifuramos parte de los animales salvajes del desfile, pero nos dieron unas comidas copiosas. Todoestaba preparado para que pareciera algo distinto, perdices de azcar, melocotones de carne picada;

    uno no poda decir qu era lo que coma. Y qu tamao de ciudad! Se pone uno en la cumbre deuna de las colinas, mira alrededor y hasta donde alcanza la vista no se ven ms que tejados. Grandesbloques de seis y siete pisos de apartamentos; y hay gente de todas las razas y colores bajo el sol, ycasi no se ve ni un verdadero italiano. A mis hombres les produjo una tremenda impresin, te loaseguro.Al fin la conversacin volva inevitablemente a su curso natural, a la carrera de Constancio: Durante el primer mes apenas vi a Aureliano. Estaba constantemente con Probo, uno nuevo que hatenido suerte en el Este. Empec a pensar que me eluda. Despus de los festejos del triunfo mellam y tuvimos una larga conversacin. Todo se va a arreglar bien. Es un gran hombre, un segundoTrajano. Empez por plantear todas las objeciones: el Senado se estaba poniendo un poco nerviosoy opinaba que nosotros, los ilirios, estbamos tomando demasiada fuerza; el ejrcito del Este no meconoca, y as sucesivamente. Pens que se preparaba para decirme que haba cambiado de modo de

    pensar; pero me dijo: Te digo todo esto para que veas que tu nueva tarea no va a ser fcil. Nadams, pero lo dijo en el tono de otros tiempos, amistosamente. Tena preparada la proclama para mnombramiento y otra poniendo fuera de la ley a los cristianos. Despus, para que veas lo que son lascosas, cay un rayo en su jardn. Aureliano, hombre raro, supersticioso, se puso a consultar a variosadivinadores y a demorar la firma de documentos. Luego vino la horrible revuelta en la ciudad.Entonces decidi bruscamente partir para Persia. Dijo que iba a traer el cuerpo de Valeriano, pero,si quieres saber la verdad, te dir que teme al ejrcito. Tiene que mantenerlo en movimiento portemor a que se amotine. Yo esperaba que me llevara con l. Intent verlo una y otra vez. En elmomento de partir me mand un mensaje. Me deca que volviera a Naissus. Que no me preocupara.No me haba olvidado. De modo que es cuestin de esperar. Esta vez no pasar mucho tiempo.Pero el divino Aureliano no volvi. Apenas emprendi la marcha lo asesin su estado mayor en lacosta del Bsforo. La noticia del acontecimiento lleg pronto a Naissus y fue recibida con

    lamentaciones tan generales y amargas como las de la muerte de los parientes. Constancio se quedestupefacto y no dio un paso. Todo el ejrcito pareci perder momentneamente la confianza en smismo. Ningn general dio un paso adelante. Pas un mes tras otro y el imperio yaca inerte, sinemperador. Despus el Senado nombr a uno de sus miembros, un irreprochable noble de ciertaedad. Las nicas objeciones fueron las de l; saba muy bien lo que significaba el nombramiento.Pasaron unos pocos meses y un ilirio subi otra vez al trono. Aquella vez fue Probo. Constanciosirvi pacientemente y, ascendiendo lentamente un grado tras otro, fue al cabo de algn tiempo degobernador a Dalmacia, mientras sus rivales Caro, Diocleciano, Maximano y Galeno se disputabanenvidiosamente el poder supremo.

    Constantino acababa de cumplir tres aos cuando se trasladaron a Dalmacia; a veces, por una hora o

    cosa as, fue a caballo con su madre, a horcajadas delante de ella; otros trechos, en vuelto enpieles, en un canasto hecho especialmente para l, sobre un caballo llevado de la brida. Durmimucho, rara vez se quej, y contempl con un inters silencioso el cambiante paisaje. A causa de lanieve siguieron la ruta que daba una vuelta por el curso del Danubio y del Save, para cruzar lasmontaas por el paso del norte, ms fcil. Al entrar en el alto valle del Lika reorganizaron lacaravana, mudaron el equipaje de los pesados vagones militares a los carros ligeros y de ruedasaltas de la comarca, tomaron nuevos guas y exploradores y formaron un grupo de vanguardia queles despejara la carretera.

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    Helena sali de Naissus sin pena y viaj sin esperanza. Le trajeron un trineo, pero prefiri cabalgar.Da tras da siguieron los pardos surcos abiertos en la blanda superficie blanca. Al pie del pasoreunieron todos los trineos de las granjas cercanas. Los carros subieron vacos, los dejaron en lacumbre, y los caballos volvieron para arrastrar el equipaje, ocho por cada trineo y una docena dehombres a los lados, detrs y a la cabeza de los caballos, empujando, tirando y gritando hasta quetodo el equipaje lleg arriba. Entonces Constancio deshizo el campamento, desayunaron,

    emprendieron la marcha al amanecer, a la luz de antorchas, y siguieron cabalgando todo el da hastallegar a la primera ciudad fronteriza de su nuevo dominio.El placer de cabalgar aquel da sorprendi a Helena, que haca ya tiempo que no se lo esperaba.Toda la maana escalaron la montaa; los trenes del equipaje haban dejado pelada la carretera y loscaballos caminaron con paso firme y valiente. La carretera zigzagueaba por un bosque de pinos que,aun en aquella maana, el viento fro converta en hielo; cada rama estaba adornada con estalactitasque temblaban y brillaban al sol de la maana; cada aguja de pino estaba envuelta en brillante yvtrea envoltura, y cuando Helena golpeaba algn arbusto con su ltigo, produca una tintineanteducha de hojas de hielo en que se vea la venosa impresin de sus rgidos y verdes moldes. El solfue subiendo a la vez que ellos y poco despus del medioda llegaron a la cumbre del paso yConstancio tir de las riendas para inspeccionar los carros cargados. Helena cabalg hasta unpinculo de arcilla y se encontr con una vista inmensa y esplndida. El hielo terminaba

    bruscamente; seis pasos llevaron a Helena fuera de aquel invierno lunar sin ruidos y sin olores. Lospjaros cantaban a su alrededor; la ladera boscosa descenda hasta llegar a claros bancales deviedos, olivares y huertas. Al pie, ms lejos, se deslizaba un ro entre un fresco paisaje de casas decampo, templos y pequeas ciudades amuralladas. Al fondo se vea un resplandor de aguailuminada por el sol, una lnea de islas moradas y grises y, ms lejos, el arco azul del mar; y a travsdel balsmico olor de los bosques el olfato de Helena atrap el lejano y penetrante olor del mar desu patria. El nio estaba a su lado. Mira, Constantino, el mar. Y el nio, notando el placer de sumadre, palmote y repiti sin saber lo que deca: El mar. El mar.Ahora les daba el sol en la cara; a cada paso del descenso el aire era ms caliente y ms rico; amedio camino Helena se desabroch el corto saco de piel de oso de Dacia que haba usado en elviaje y lo tir alegremente a los carreros. Aquella noche se detuvieron en la fortaleza que guardabael paso y acudi la gente a recibirlos con jarros de vino dulce y cestas de higos, azucarados y

    puestos capa sobre capa separados por hojas de laurel. Al da siguiente llegaron al mar.La casa de gobierno estaba en una caleta resguardada del mar abierto por una boscosa islitadedicada a Pos