fotonovela 1

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Interior de una peluquería. Una ventana y una puerta de entrada. Un sillón giratorio de peluquero, una silla, una mesita con tijeras, peine, utensilios para afeitar. Un paño blanco, grande, y unos trapos sucios. Dos tachos en el suelo, uno grande, uno chico, con tapas. Una escoba y una pala. Un espejo movible de pie. En el suelo, a los pies del sillón, una gran cantidad de pelo cortado. El peluquero espera su último cliente del día, bojea una revista sentado en el sillón. Es un hombre grande, taciturno, de gestos lentos. Tiene una mirada cargada, pero inescrutable. No saber lo que hay detrás de esa mirada es lo que desconcierta. No levanta nunca la voz, que es triste, arrastrada. Entra Hombre, es de aspecto muy tímido e inseguro.

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TP realizado por alumnos de 3° año A de EAGB. Profesora Mariana I Couto

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Page 1: Fotonovela 1

Interior de una peluquería. Una ventana y una puerta de entrada. Un sillón giratorio de peluquero, una silla, una mesita con tijeras, peine, utensilios para afeitar. Un paño blanco, grande, y unos trapos sucios. Dos tachos en el suelo, uno grande, uno chico, con tapas. Una escoba y una pala. Un espejo movible de pie. En el suelo, a los pies del sillón, una gran cantidad de pelo cortado. El peluquero espera su último cliente del día, bojea una revista sentado en el sillón. Es un hombre grande, taciturno, de gestos lentos. Tiene una mirada cargada, pero inescrutable. No saber lo que hay detrás de esa mirada es lo que desconcierta. No levanta nunca la voz, que es triste, arrastrada. Entra Hombre, es de aspecto muy tímido e inseguro.

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El peluquero levanta los ojos de la revista, lo mira. El hombre intenta una sonrisa, que no obtiene la menor respuesta y mira su reloj furtivamente. Luego espera.

Buenas tardes

…Tardes…

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El Peluquero arroja la revista sobre la mesa y se levanta como con furia contenida. Pero en lugar de ocuparse de su cliente, se acerca a la ventana y dándole la espalda, mira hacia afuera.

El hombre se acerca al sillón y pone pie en el posapié. Mira al peluquero esperando el ofrecimiento. El Hombre no se atreve a sentarse y saca el pie. Luego toca el sillón tímidamente y le habla. Pero El Peluquero no contesta. Inclina la cabeza y mira fijamente al asiento del sillón. El Hombre le sigue la mirada del Peluquero. Ve pelos cortados sobre el asiento e impulsivamente los saca, sosteniéndolos en la mano.

Hace calor. ¿Se nubló?

¿Barba?

No, no… yo me afeito solo… Bueno, tal vez me haga la barba. Sí, sí, también la

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A mí no me molesta dar una mano. Para eso estamos, ¿no? Hoy me toca a mí, mañana a vos.

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El Peluquero no lo atiende porque está observando fijamente el suelo. El Hombre sigue su mirada y El Peluquero lo mira como esperando determinada actitud. Entonces, El Hombre recoge rápidamente la alusión. Toma la escoba y barre. Amontona los pelos cortados. Mira al Peluquero, contento. El Peluquero vuelve la cabeza hacia la pala, apenas sí señala un gesto de la mano. El Hombre reacciona velozmente. Toma la pala, recoge el cabello del suelo, se ayuda con la mano. Sopla para barrer los últimos, pero desparrama los de la pala. Turbado, mira fugazmente al Peluquero, y con la ayuda de un pañuelo que saca del bolsillo, termina de juntarlos sobre la pala. Se incorpora, sosteniendo la pala. Mira a su alrededor, ve los tachos, abre el más grande.

Usted debe estar cansado, ¿muchos clientes?

Bastantes

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El Peluquero se acerca al espejo y se mira. Se acerca y se aleja, como si no se viera bien. Mira después al Hombre, como si este fuera culpable. Éste, impulsivamente, toma el trapo con el que limpió el sillón y limpia el espejo. El Peluquero le saca el trapo de las manos y le da otro más chico. Limpia empeñosamente el espejo. Lo escupe y lo refriega.

Se mira en el espejo, se pasa la mano por las mejillas, apreciando si tiene barba. Se toca el pelo, que lleva largo, se estira los mechones. El Peluquero se sienta en el sillón y le señala los objetos para afeitar, Hombre mira los utensilios y luego al Peluquero. El Hombre recibe la insinuación.

¿Moscas? ¡¿Polvo?! Polvo. No, no,

empañado… por mi aliento.

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Le tiembla la mano, le mete la brocha enjabonada en la boca. Lentamente, el Peluquero toma un extremo del paño y se limpia. Después lo mira y le acerca la navaja a la cara. Observa la navaja. Es vieja y oxidada.

Anímese

Bueno, si usted quiere, ¿por qué no? Una vez, de chico, todos cruzaban un charco maloliente, verde y yo no quise. ¡Yo no!, dije. ¡Que lo crucen los imbéciles!

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Corta espantosamente. Quiere arreglar el asunto, pero lo empeora, cada vez más nervioso. Corta un gran mechón, pero se asusta de lo que ha hecho. Se separa unos pasos sosteniendo el mechón en la mano. Se lo quiere pegar en la cabeza al Peluquero,

Está oxidada, vieja… sin filo.

Impecable

Claro, usted tiene más experiencia que yo... Le creo.

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y para eso, moja el mechón con saliva. Insiste pero no puede, entonces sonríe falsamente risueño. El Hombre deja caer el mechón, lo aleja con el pie y vuelve a cor-tar. El Peluquero se va acercando al espejo y se da cuenta que es un mamarracho, pero no revela una furia ostensible.

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El Peluquero le señala el sillón. Y El Hombre, incrédulo, acepta el ofrecimiento.El Peluquero hace girar el sillón. Toma la navaja, sonríe. El Hombre levanta la cabeza.

¡Barba y pelo!

Córteme bien… parejito.

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El Peluquero le hunde la navaja, y el hombre grita. El paño blanco está empapado de sangre que escurre hacia el piso. El Peluquero seca delicadamente. Suspira largamente. Se decide por tomar la revista y sentarse. Se lleva la mano a la cabeza, tira y es una peluca la que se saca. La arroja sobre la cabeza del Hombre. Abre la revista, comienza a silbar dulcemente.

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