fundamentos psicológicos de la educación superior

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NOTA PARA LOS DIPLOMANTES: El Tema fue tomado del libro: La inteligencia emocional en la familia y la educación, Editorial TALIZ. De los autores: MSc. Lic. Elizabeth Rodas Salazar y Dr. Gustavo Hernández del Forn.

Para lo cual se cuenta con el permiso de los mismos.

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LA INTELIGENCIA.

Cuando se quiere analizar en qué consiste la inteligencia, la primera necesidad

que surge es definir el propio término. Entonces puede acudirse a Diccionarios

Especializados y autores diversos, que desde siempre, han intentado definiciones

precisas, de algo que resulta a veces un tanto medio místico y en otras ocasiones

adquiere la apariencia de un don congénito.

Por supuesto que el concepto de inteligencia ha variado a lo largo de la historia.

Tanto ha variado, que a veces entran dudas de si siempre se habló de lo mismo.

Cuando pequeños, el concepto de inteligencia típico en las escuelas era:

Inteligencia es la capacidad de aprender en un tiempo dado. Luego aquel que

aprendiera más cantidad en un período de tiempo, era considerado más

inteligente. Lo que el concepto no aclaraba, era en qué consistía el aprender. Se

trataba de que ¿Se respondiera bien en los exámenes o de que se recordara por

mucho tiempo lo aprendido o que esos conocimientos se emplearan bien o todo

eso?

Claro que ese concepto se adecuaba a lo que en aquel entonces se pretendía en

el proceso de enseñanza aprendizaje, ya que los que aprendieran “bien” en el

período de clases, eran más inteligentes que los que no lo hacían. Si alguien no

“aprendía” bien en ese período, entonces no era muy inteligente. Al igual que los

test de inteligencia, los exámenes eran una forma de descartar a quienes no eran

inteligentes, de esa forma se rendía tributo a los triunfadores, que supuestamente

alcanzarían los escaños más altos en la sociedad. La vida se encargaría de

demostrar que no era así.

A partir de exámenes y determinadas pruebas, se “demostró” que algunos grupos

sociales o hasta naciones, “no eran inteligentes”. Resultaba relativamente fácil

asociar con la pobreza y otros muchos prejuicios racistas y chovinistas, a la falta

de inteligencia. También la vida se encargó de mostrar tales falacias.

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Posteriormente se habló de la inteligencia como la capacidad para distinguir

elementos en cierto dominio y operar de manera efectiva en base a tales

distinciones. Por ejemplo, cuando alguien podía distinguir entre tasas de interés,

estados financieros, etc., se suponía que era financieramente más inteligente, que

quien no podía hacerlo. La inteligencia, supuestamente, le permitía al inteligente

llevar a cabo proyectos de corte financiero, en forma más efectiva. Ello no siempre

ocurría así.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la inteligencia es la

capacidad de entender o comprender, siendo también habilidad, destreza y

experiencia. Pero si nos fijamos con detenimiento, los términos resultan hasta

contrastantes, por no decir que pueden resultar contrapuestos. Habilidades y

experiencia, se puede ser hábil sin tener experiencia y hasta que punto no

necesariamente la experiencia proporciona las habilidades necesarias, aunque si

destrezas.

La realidad pone de manifiesto que cuando se habla de la inteligencia, a veces

parece como si fuese completamente obvio de qué se trata, sin embargo, para la

mayoría, no se está muy claro de qué es. Es que las definiciones son tantas, como

investigadores se han ocupado del asunto.

Parece sobreentenderse que la inteligencia implica el concepto de capacidad

intelectual y que está formada por un conjunto de variables como la atención, la

capacidad de observación, la memoria, el aprendizaje, las habilidades sociales,

etc., que le permiten y facilitan a los seres humanos enfrentarse al mundo y

sobrevivir diariamente y en la cual se destaca la concepción griega del hombre

como animal racional.

El ser humano a diferencia de otros animales no racionales, es capaz de inventar

soluciones nuevas y cada vez más perfectas siendo capaz no sólo de resolver

problemas, sino incluso de formulárselos. Mientras que un animal resuelve

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problemas con los que se encuentra en su vida diaria, los seres humanos poseen

la facultad de plantearse problemas nuevos o hasta medio en serio, medio en

broma: los seres humanos buscan problemas e incluso se meten en

problemas.

Otra definición de inteligencia muy interesante es la de quienes la consideran

como la capacidad de utilizar eficazmente los conocimientos: se trata de saber lo

que uno puede hacer, con lo que uno sabe.

Bien entendido que ese saber puede ir referido tanto al ámbito del pensamiento

abstracto como al de la actividad práctica, es decir, no sólo saber lo que uno

puede hacer con lo que uno sabe, sino también con lo que uno tiene y bien

entendido también, que eso que uno sabe puede ser mucho o poco, lo que cuenta

es que se sepa qué hacer con ello. Tal concepción de inteligencia tiene, al menos,

la virtud de desligarla de la cantidad de conocimientos. No es más inteligente

quien más sabe, ni quien más conocimientos tiene acumulados.

Lo anterior se pone en evidencia, cuando se conocen a tantos y tantos pseudos

inteligentes que andan sueltos por ahí, gozando a veces de una gran atención,

algo, por lo demás, enteramente comprensible, ya que, como es sabido, un tonto,

por tonto que sea, siempre encuentra otro más tonto que él y que, además, lo

admira. Sin embargo, la especie más sublime de ilustrado, es la del “especialista”:

aquel individuo que sabiendo todo lo que hay que saber de una determinada

disciplina, ciencia o tecnología, muestra, sin embargo, hacia aquello que queda

fuera de su esfera, una indiferencia y falta de sensibilidad, rayanas con el autismo.

Tampoco se halla la inteligencia directamente relacionada con el éxito, como se ha

postulado en numerosas oportunidades. Se trata ésta de una concepción

puramente mercantilista que olvida que la historia se halla llena de grandes

personalidades que no sólo no fueron apreciados en vida, sino que, incluso, fueron

objeto de denigración, haciendo bueno aquella expresión de que: “Cuando en el

mundo aparece un verdadero genio, lo reconoceréis por este indicio: que todos los

necios se conjuran contra él”.

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Tampoco existe una relación directa entre inteligencia y equilibrio emocional,

integración o adaptación al medio. Y aún podríamos proseguir rechazando otras

identificaciones que, en un momento u otro, han sido establecidas. Pero lo cierto

es que si resulta relativamente sencillo decir lo que no es la inteligencia, es

sumamente complejo, por el contrario, decir lo que es. Más fácil, en cambio,

resulta definir la necedad, acaso porque hay muchas formas de ser inteligente y

sólo una de ser estúpido.

Hay personas que se consideran inteligentes porque piensan las cosas de una

forma determinada y por lo tanto consideran que son tales como él las piensa, sin

lugar a dudas. Sin embargo, parece que el individuo inteligente es aquél que no

está convencido de que piensa las cosas tal como son y menos aún, que las

cosas son tal como él las piensa.

Ese es aproximadamente el concepto de inteligencia, que considera inteligente a

aquél que no admita idea sin analizar, ni proposición sin discutir, ni raciocinio sin

examinar, ni regla sin comprobar.

El rendimiento que obtenemos de nuestras actividades diarias, más que de

inteligencia, depende en gran medida de la atención que les prestemos, así como

de la capacidad de concentración que manifestemos en cada momento. Pero hay

que tener en cuenta que, para tener un rendimiento adecuado intervienen muchas

otras funciones como, por ejemplo, un estado emocional estable, una buena salud

psico-física o un nivel de activación normal.

La inteligencia parece tener que ver con la capacidad de asimilar, guardar,

elaborar información y utilizarla para resolver problemas, pero de ello también son

capaces los animales e incluso los ordenadores. La diferencia es que el ser

humano va más allá, desarrollando una capacidad de iniciar, dirigir y controlar las

operaciones mentales y todas las actividades en las que interviene información.

Aprendemos, reconocemos, relacionamos, mantenemos el equilibrio y muchas

cosas más sin saber generalmente cómo lo hacemos. Pero tenemos además la

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capacidad de integrar estas actividades mentales y de hacerlas voluntarias, en

definitiva de controlarlas, como ocurre con nuestra atención o con el aprendizaje,

que deja de ser automático como en los animales, para encaminarlo hacia

determinados objetivos deseados.

La teoría genética de Piaget1 plantea que la inteligencia es una estructura, no un

agregado de conexiones adquiridas. Pero esa estructura no es automática, ni

congénita, ni está preformada desde el nacimiento.

Es la forma final de un proceso que se elabora por etapas. Cada etapa tiene una

peculiar unidad estructural que, por interacción con el medio, se modifica hasta

originar la emergencia de una nueva estructura. El proceso fundamental es el

equilibrio progresivo de dos funciones básicas, la asimilación (incorporación del

medio al organismo) y la acomodación (modificación del organismo para ajustarse

al medio).

La tendencia de estas dos funciones al máximo equilibrio explica la evolución de

los organismos hacia formas de adaptación cada vez más inteligentes, orgánica

primero, sensomotora después, psíquica finalmente, hasta lograr en el

pensamiento lógico una cabal armonía entre la asimilación realista, que no

deforma lo asimilado y la acomodación significativa, que no altera ciegamente al

sujeto.

La actividad inteligente es, a la vez, índice de la personalidad y función de la

misma. No existe ninguna otra variable en la psicología científica que permita una

mayor riqueza de diagnósticos y pronósticos verificables. La inteligencia superior

es síntoma probable de personalidad superior. Al mismo tiempo, la comprensión

de la conducta inteligente de un sujeto exige el estudio de su personalidad, su

motivación, su historia y sus estilos personales y cognoscitivos.

1 Jean Piaget. (1896-1980) Psicólogo suizo. Desarrolló una teoría sobre la naturaleza del conocimiento, que tiene gran vigencia.

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El genio no es simplemente inteligencia superior, pero suelen distinguirse cuatro

fases en las grandes creaciones humanas:

o Larga preparación (Esfuerzo, experiencia, concentración).

o Etapa incubadora (Distensión, reorganización inconsciente).

o Iluminación (hallazgo, solución consciente o inconsciente).

o Aplicación y comprobación.

Se supone entonces que los sujetos creadores e inteligentes son los más

equilibrados y fecundos y los altos en creatividad y bajos de inteligencia,

desajustados e inconformistas, los dotados a la inversa, dóciles y ávidos de éxito,

pero no se ha probado que esta aptitud creadora tenga que ver con la invención

científica o artística, tampoco se conoce bien cómo apreciarla, ni si la felicidad

está incorporada.

Pero por lo anterior existen criterios diversos, desde quien entiende la inteligencia,

principalmente como la capacidad de pensar en términos abstractos, hasta quien

la concibe desde un punto de vista esencialmente práctico, como la capacidad

conjunta o global del individuo para actuar con una finalidad, para pensar

racionalmente y para relacionarse de forma efectiva con el ambiente.

En otros casos se la ha puesto en estrecha relación con la mayor o menor

disposición para el aprendizaje, hasta el punto de identificarla prácticamente con

éste o con la mayor o menor efectividad a la hora de poner el pensamiento al

servicio de las necesidades del presente.

Otras veces se incluyen en ella tal cantidad de aptitudes, que la inteligencia,

finalmente, parece acabar siendo todo (o nada).

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Clásica es, asimismo, la teoría de Thurstone2, en la que se señalan siete factores

o aptitudes que pueden ser medidos mediante los llamados tests de inteligencia:

Fluidez verbal, comprensión verbal, aptitud espacial, rapidez perceptiva,

razonamiento lógico, aptitud numérica y memoria.

Hasta llegar a la de Guilford3, en la que se recogen nada menos que 120 factores

distintos, es decir, que habría 120 formas diferentes de ser inteligente.

Otras teorías más que de factores, prefieren hablar de distintos tipos de

inteligencia. Ese es el caso de la teoría triádica, que distingue entre inteligencia

contextual: encargada de la resolución de problemas cotidianos, haciendo posible

la adaptación al ambiente, inteligencia intermedia: uso crítico de las distintas

aptitudes o habilidades y la inteligencia componencial: mecanismos mentales

que posibilitan el aprendizaje. Otra importante teoría es la de Gardner4 que

plantea las inteligencias múltiples, basada en que cada persona tiene, por lo

menos, ocho inteligencias u ocho habilidades cognoscitivas.

Así pues, en lo que se llama inteligencia, confluyen una serie de elementos que

tienen que ver con el aprendizaje, la adaptación, la solución de problemas, el

proponerse fines, la capacidad de valoración y autocrítica, etc., o si se quiere decir

de otro modo: que como se había planteado antes, no se está muy claro, de qué

se está hablando.

2 Louis Leon Thurstone. (1887-1955) Psicólogo norteamericano, Inventó una escala psicofísica para la medida de las actividades por el método de intervalos de aparición regular e introdujo nuevas técnicas en el campo del análisis de factores. Escribió Primary Mental Abilities (1938), A Factorial Study of Perception (1944) y Multiple Factor Analysis (1947).

3 Joy Paul Guilford. Psicólogo estadounidense. Llevó a cabo numerosos análisis factoriales sobre la personalidad y las aptitudes cognitivas y elaboró un modelo de la estructura de la inteligencia.

4 Howard Gardner presentó en 1983 su teoría en el libro Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences y en 1990, fue el primer norteamericano que recibió el Premio de Educación GRAWMEYER de la Universidad de Louisville. En 1993 publicó su gran obra La inteligencia múltiple, en 1997, Mentes extraordinarias. Además, ha escrito quince libros y centenares de artículos.

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Sin embargo, siempre se ha pretendido medir la inteligencia. Uno de los

principales investigadores en esta esfera fue Binet5 que establecía en su famoso

test, que la inteligencia del individuo vendría dada en función de su edad mental,

respecto a su edad cronológica. El test de Binet estaba diseñado inicialmente para

la detección de niños con diversos grados de retraso, según el test, el niño cuya

edad mental sea superior o inferior a la cronológica, presentará diversos niveles

de inteligencia superior o bien de retraso.

De ahí surge la celebre fórmula, para calcular el cociente o coeficiente intelectual

(CI): CI = Edad Mental / Edad Cronológica x 100.

El test de Binet sufrió posteriormente diferentes modificaciones y surgieron

además otras importantes pruebas para niños, así como para adultos.

Los problemas que plantean los tests de inteligencia son, como muchas veces se

ha señalado, múltiples y diversos. En primer lugar, ni siquiera está claro si lo que

miden, es la supuesta inteligencia del individuo (suponiendo que sepamos lo que

es) o sus conocimientos y cultura y su preparación intelectual, que acaban

confundiéndose con el CI.

Parece bastante claro que en aquellas pruebas en las que se miden diversas

aptitudes específicas (verbal, razonamiento, etc.), cabe esperar que el individuo

más culto obtenga también puntuaciones más altas. Pero incluso en aquéllas que

se presentan de forma no verbal y que consisten en establecer relaciones entre

distintos elementos, el adiestramiento del individuo puede tener una determinada

incidencia, ya que es posible afirmar que cualquier individuo, consumidor habitual

de revistas de pasatiempos y juegos lógicos, es probable que obtenga en los tests

de inteligencia, puntuaciones relativamente altas, aunque, por lo demás, pueda ser

considerado una persona común y corriente, por no decir por debajo.

5 Alfred Binet. Elaboró La escala métrica de la inteligencia, publicado en 1905 conjuntamente con Théodore Simon, por encargo del gobierno francés, una escala de tests de dificultad progresiva para medir el desarrollo de la inteligencia en los niños, adaptados a la capacidad de respuesta correspondiente a la edad.

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Howard Gardner hablaba de inteligencias para percibir analogías, para la música,

etc., lo que sin duda es un aporte extraordinariamente valioso, si se toma en

cuenta que rompe los esquemas aparentemente permanentes, de que la

inteligencia es un todo único, pero visto de esa forma, van a continuar apareciendo

inteligencias como: navegar entre planetas, viajar casi a la velocidad de la luz, etc.

Inteligencias que muchos supondrán sustituyendo a habilidades, capacidades o

competencias o tal vez implicando su dominio en un grado elevado.

Es por ello que los autores pensamos que la inteligencia es pluridimensional y

relativa, por lo que difícilmente se podría hablar de que alguien es 100 ó 90%

inteligente absolutamente en todo. De este modo cuando alguien plantea que

fulano es inteligente, cabría la pregunta: ¿Para qué es inteligente?

Daniel Goleman divide la Inteligencia Emocional en cinco áreas de habilidades:

1. AUTOCONOCIMIENTO EMOCIONAL

Mejora en el reconocimiento y la designación de las propias

emociones.

Mayor capacidad para entender las causas de los sentimientos.

Reconocimiento de la diferencia entre sentimientos y acciones.

2. CONTROL EMOCIONAL

Mayor tolerancia ante las frustraciones y control del enojo.

Menor cantidad de bromas, peleas e interrupciones de la clase.

Mayor capacidad para expresar adecuadamente el enojo, sin pelear.

Menos suspensiones y expulsiones.

Menos comportamiento agresivo o autodestructivo.

Más sentimientos positivos sobre ellos mismos, la escuela, y la

familia.

Mejor manejo del stress.

Menor soledad y ansiedad social.

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3. AUTOMOTIVACIÓN

Más responsabilidad.

Mayor capacidad de concentrarse en la tarea que se tiene entre

manos y de prestar atención.

Menor impulsividad, mayor autocontrol.

Mejores calificaciones en las pruebas de rendimiento escolar.

4. RECONOCIMIENTO DE LAS EMOCIONES AJENAS

Mayor capacidad para comprender el punto de vista de otra persona.

Mejora de la empatía y de la sensibilidad para percibir los

sentimientos de los otros.

Mejora de la capacidad de escuchar.

5. HABILIDAD PARA LAS RELACIONES INTERPERSONALES

Aumento de la habilidad para analizar y comprender las relaciones.

Mejora de la resolución de los conflictos y de la negociación en los

desacuerdos.

Mejora en la solución de problemas planteados en las relaciones.

Mayor habilidad y actitud positiva en la comunicación.

Más popularidad y sociabilidad: actitud amistosa e interesada con

sus pares.

Mayor preocupación y consideración.

Mayor solicitud por parte de sus pares.

Más actitud “pro-social” y armoniosa en grupo.

Mayor cooperación, ayuda y actitud de compartir.

Actitud más democrática en el trato con los otros.

Las tres primeras habilidades se refieren a la Inteligencia Intrapersonal. Las dos

últimas a la Inteligencia Interpersonal.

o Inteligencia Intrapersonal

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Es la habilidad de conocerse a sí mismo, la capacidad de formar un modelo

verdadero y preciso de sí mismo y usarlo de forma efectiva y constructiva.

o Inteligencia Interpersonal

Es la habilidad de entender a otras personas, lo que las motiva, cómo trabajan y

cómo trabajar cooperativamente con ellas.

Esta última tiene cuatro aspectos principales:

A. Organización de Grupos: Es la habilidad esencial del liderazgo que

involucra la iniciativa y la coordinación de esfuerzos de un grupo. No es el

poder inherente a los cargos formales, sino la habilidad de obtener de un

grupo el reconocimiento del liderazgo y la cooperación espontánea.

B. Negociación de Soluciones: El papel del mediador, previniendo y

resolviendo conflictos. Su característica es la diplomacia. Es aquel que

argumenta y busca entender los puntos de vista ajenos.

C. Empatía – Sintonía Personal: Es la capacidad identificar y entender los

deseos y sentimientos de los demás, y responder (reaccionar) en forma

apropiada para canalizarlos en pro del interés común. Capacidad de

motivar, de ayudar a las personas a liberar su talento. Las personas con

estas características son excelentes gerentes y vendedores.

D. Sensibilidad Social: Es la capacidad de detectar e identificar sentimientos

y motivos de las personas. El hecho de conocer cómo se sienten o son

motivados los individuos, ayuda a establecer la armonía interpersonal.