historia de la sangre y de la transfusiÓn sanguÍnea · historia de la sangre y de la transfusiÓn...

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1 HISTORIA DE LA SANGRE Y DE LA TRANSFUSIÓN SANGUÍNEA LA SANGRE. Elemento mágico y misterioso La fascinante historia del progresivo conocimiento de la sangre se inicia, tal vez, con la aparición del ser humano sobre la Tierra. ¿Qué significaría para nuestros primitivos antepasados ese líquido rojo brillante que veían correr cuando eran heridos, abatían un animal o, por ejemplo, asistían a la muerte de personas gravemente heridas?. Ignorándolo todo acerca de la naturaleza de la sangre, su composición y características biológicas, tendrían seguramente noción de su importancia para la conservación de la vida, ya que su pérdida excesiva dejaba a las personas pálidas y extremadamente enflaquecidas, cuando no provocaba incluso la muerte. La sangre adquiría así, el carácter de un elemento mágico, poderoso, inseparable del palpitar de la propia vida. Era un fluido misterioso de color rojo que, extrañamente, cambiaba de estado al abandonar el cuerpo, adquiriendo un aspecto semisólido, viscoso -se coagulaba- como si, de repente, el "espíritu mágico" que le permitía fluir y gotear la abandonase... Como nuestros antepasados que habitaban las cavernas eran cazadores (mataban a los animales para defenderse de sus ataques, utilizar sus pieles como vestido y la carne como alimento), cuando abrían los animales que abatían encontraban -a veces aun palpitante- el corazón. Este órgano aparecía así, tal como la sangre, ligado al propio palpitar de la vida. Intuitivamente, le atribuían gran importancia. Podemos ver pruebas de ello en pinturas de animales realizadas en las paredes de las cavernas y en las que el corazón era muchas veces representado de una forma particularmente minuciosa y detallada. Ignoraban, aun así, que este órgano era una especie de bomba que, al contraerse, aseguraba el movimiento, es decir, la circulación de la sangre a través del cuerpo. LOS ALBORES DE LA HISTORIA Los primeros registros médicos conocidos que hacen referencia a la sangre datan, aproximadamente de unos 5.500 años y corresponden a los sumerios, que, por aquel entonces, desarrollaron una importante civilización en Oriente, en las fértiles tierras de Asia que se extienden entre los ríos Tigris y Éufrates. En Sumeria, los antiguos físicos (que así se llamaba a los antepasados de los actuales médicos) también consideraban la sangre la fuente de la vida. Basándose en los estudios realizados en cadáveres, sabían que el hígado estaba cargado de sangre y pensaban que era este órgano, y no el corazón, el que controlaba el movimiento y producción de la sangre. Pertenecen a una fase posterior de la civilización sumeria algunos registros escritos en los que los físicos sacerdotes describían dos cualidades de la sangre: la diurna y la nocturna. Todo lleva a creer que con la primera identificaban la sangre de color rojo vivo, cargada de oxígeno (que hoy en día llamamos arterial), correspondiendo la sangre nocturna, más oscura, a la sangre rica en anhídrido carbónico que hoy en día llamamos sangre venosa.

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HISTORIA DE LA SANGRE Y DE LA TRANSFUSIÓN SANGUÍNEA

LA SANGRE. Elemento mágico y misterioso

La fascinante historia del progresivo conocimiento de la sangre se inicia, tal vez, con la

aparición del ser humano sobre la Tierra. ¿Qué significaría para nuestros primitivos antepasados ese líquido rojo brillante que veían correr cuando eran heridos, abatían un animal o, por ejemplo, asistían a la muerte de personas gravemente heridas?.

Ignorándolo todo acerca de la naturaleza de la sangre, su composición y características

biológicas, tendrían seguramente noción de su importancia para la conservación de la vida, ya que su pérdida excesiva dejaba a las personas pálidas y extremadamente enflaquecidas, cuando no provocaba incluso la muerte. La sangre adquiría así, el carácter de un elemento

mágico, poderoso, inseparable del palpitar de la propia vida. Era un fluido misterioso de color rojo que, extrañamente, cambiaba de estado al abandonar el cuerpo, adquiriendo un aspecto

semisólido, viscoso -se coagulaba- como si, de repente, el "espíritu mágico" que le permitía fluir y gotear la abandonase...

Como nuestros antepasados que habitaban las cavernas eran cazadores (mataban a los animales para defenderse de sus ataques, utilizar sus pieles como vestido y la carne como

alimento), cuando abrían los animales que abatían encontraban -a veces aun palpitante- el corazón. Este órgano aparecía así, tal como la sangre, ligado al propio palpitar de la vida. Intuitivamente, le atribuían gran importancia. Podemos ver pruebas de ello en pinturas de

animales realizadas en las paredes de las cavernas y en las que el corazón era muchas veces representado de una forma particularmente minuciosa y detallada. Ignoraban, aun

así, que este órgano era una especie de bomba que, al contraerse, aseguraba el movimiento, es decir, la circulación de la sangre a través del cuerpo.

LOS ALBORES DE LA HISTORIA

Los primeros registros médicos conocidos que hacen referencia a la sangre datan, aproximadamente de unos 5.500 años y corresponden a los sumerios, que, por aquel entonces, desarrollaron una importante civilización en Oriente, en las fértiles tierras de

Asia que se extienden entre los ríos Tigris y Éufrates. En Sumeria, los antiguos físicos (que así se llamaba a los antepasados de los actuales

médicos) también consideraban la sangre la fuente de la vida. Basándose en los estudios realizados en cadáveres, sabían que el hígado estaba cargado

de sangre y pensaban que era este órgano, y no el corazón, el que controlaba el movimiento y producción de la sangre.

Pertenecen a una fase posterior de la civilización sumeria algunos registros escritos en los que los físicos sacerdotes describían dos cualidades de la sangre: la diurna y la

nocturna. Todo lleva a creer que con la primera identificaban la sangre de color rojo vivo, cargada

de oxígeno (que hoy en día llamamos arterial), correspondiendo la sangre nocturna, más oscura, a la sangre rica en anhídrido carbónico que hoy en día llamamos sangre

venosa.

Y hace cerca de 4.500 años, en otra región del mundo, el emperador chino Hwang-Ti

nos dejó una sorprendente y detallada descripción de la circulación sanguínea y del papel desempeñado por la sangre en el transporte de los alimentos a todas las partes del cuerpo...

Muchos de estos primeros pensadores no eran como los médicos e investigadores actuales.

Eran, de hecho, más que meros médicos y asociaban la práctica de la medicina con los rituales mágicos y religiosos. Así sucedía, por ejemplo, en las civilizaciones de los indios americanos.

Por otro lado es de suponer que si no hubieran actuado de esta forma nadie les hubiera

escuchado, puesto que era en la magia y en la religión en lo que se apoyaban para encontrar una explicación a los misterios que les rodeaban y que no podían comprender, debido a la escasez de sus conocimientos científicos.

LA CIVILIZACIÓN GRIEGA - los filósofos y la medicina

En la época dorada de la civilización griega, hace cerca de 2.500 años, la gente escuchaba atentamente a los filósofos que discurrían acerca del mundo y la vida que se desarrollaba a

su alrededor. De esta forma, las ideas médicas de la época eran fácilmente integradas en la sabiduría popular que, a su vez, también las influenciaba. Algunas de estas ideas no

tenían ninguna fundamentación objetiva o científica, pero eran una forma de discutir y de intentar interpretar la realidad, dando lugar a la necesidad de progreso de la investigación.

Así, ya en siglo II. a.C., hace cerca 2.300 años, un físico llamado Erasístrato admitió, basándose en sus observaciones, que el corazón era una bomba que impulsaba la sangre a

través de canales que recorrían el cuerpo y de ello concluyó que las pulsaciones podían ser un indicador de la vitalidad de una persona. Los primitivos investigadores, como

Erasístrato, no poseían instrumentos médicos ni equipamiento científico de ningún tipo. No efectuaban experimentos con animales, ni tenían tampoco una idea clara de las similitudes o diferencias entre los animales y el ser humano. Esto explica que no tuviesen una noción

mínimamente correcta acerca de la estructura y el tipo de los vasos sanguíneos. Por ejemplo, cuando comenzaron a observar lo que sucedía con los cadáveres, llegaron a una

extraña conclusión: descubrieron que apenas la mitad de los vasos sanguíneos contenía sangre y el resto estaban vacíos. Hoy sabemos que su observación correspondía a las arterias que, al contraerse, se encuentran muchas veces desprovistas de sangre tras la

muerte...

Hace cerca de cinco mil años, en el antiguo Egipto, los físicos tenían más conocimientos acerca de la

circulación de la sangre.

En un documento de esta época ya se describían el corazón y el sistema circulatorio, aunque fuera aún de

manera esquemática y en cierto modo fantástica.

El mismo documento se refiere también por primera

vez a las pulsaciones (es decir, al impulso de las contracciones cardíacas sentido a nivel de las arterias): "si un físico coloca un dedo en la nariz, la cabeza, las

manos, los brazos, los pies o en el cuerpo, ahí encontrará el corazón; éste llega a todas las partes del

cuerpo y se comunica con ellas a través de los vasos sanguíneos".

Cuando hace cerca de dos mil años el poder del Imperio Romano sustituyó al de los griegos

en el mundo mediterráneo, la investigación médica continuaba aun en manos de los sabios griegos. Y era así porque los romanos, más prácticos, daban más importancia a los

resultados inmediatos que al desarrollo teórico y filosófico de las ideas, más dominados por su preocupación de expansión y de dominio territorial y militar que por los valores de la

cultura y el espíritu. La mayor parte de los estudios médicos de esta época nos fueron legados, por tanto, por

los sabios de las escuelas griegas de medicina. De entre ellos el nombre más celebrado fue, sin duda, el de Galeno, cuyo prestigio casi mitológico, se extendió durante siglos por el

mundo médico, como una estrella inextinguible.

EL GENIO DE GALENO (131-201)

Nicon, que tomaría el nombre de Galeno (de la palabra griega galenos que significa calma),

nació en el año 131 d.C., en la ciudad de Pérgamo. Su padre, que era arquitecto, lo destinó a la medicina. Dotado de gran inteligencia, emprendió aún joven, numerosos viajes y llegó a distinguirse por la multiplicidad de sus capacidades: era filósofo (pensador que reflexionó

sobre los conceptos fundamentales del ser humano y de la vida), sabio y físico de gran fama, habiendo devuelto la salud a innumerables enfermos.

Galeno dejó un amplía obra escrita, representada por cerca de cuatrocientos libros de los que existen referencias registradas. De entre ellos apenas cien han llegado a nuestro

conocimiento, siendo con todo suficientes para revelarnos su genio: tratan sobre todo de estudios anatómicos, conteniendo descripciones de músculos, órganos, vasos sanguíneos,

etc. Los escritos de Galeno sobre la sangre fueron de gran importancia para el progreso del

conocimiento médico. No teniendo una idea clara de la forma en que se realizaba la circulación, postulaba que existían dos sistemas sanguíneos, uno relacionado con la sangre

roja viva y el otro cargado de sangre oscura. Los antiguos sabios de Sumeria ya habían explicado una idea parecida y tanto éstos como

Galeno, apuntaban hacia la existencia, aún nebulosa en su conocimiento, de los sistemas arterial y venoso. También Galeno pensaba que la sangre era producida por el hígado,

donde los alimentos eran absorbidos, siendo después conducidos por la sangre al lado derecho del corazón. Algo de esta sangre pasaba al lado izquierdo donde se mezclaba con

el aire, siendo a continuación bombeada hacía los pulmones.... Para el sabio griego, el movimiento de la sangre era provocado por la acción propulsora de

los vasos sanguíneos, y ésta era suficiente para aspirar la sangre del corazón y enviarla hacia el cerebro que, a través del sistema nervioso, la haría llegar a todas las partes del

cuerpo... La sangre circulante acabaría por ser "absorbida" por el organismo, siendo sustituida por sangre nueva producida por el hígado...

Aunque lejos de los datos científicos que hoy conocemos, las ideas de Galeno representaron un gran esfuerzo de reflexión y de interpretación de los misterios de la

sangre y de la circulación, paso indispensable en la clarificación de un confuso desorden todavía hoy no completamente desentrañado, pues la investigación no cesa y lo que para nosotros hoy es cierto, mañana podrá no serlo tanto, o incluso erróneo...

Si no fuese por la extensión de su obra escrita y por su inusual erudición -revelándonos

todos los conocimientos de su época y asegurándoles la perennidad- Galeno acabaría por ser olvidado o considerado como un personaje sin importancia en la historia de la Medicina.

Pero sus ideas tuvieron amplia difusión y ejercieron una influencia determinante hasta el

siglo XVII. En realidad, permanecieron como indiscutibles hasta el Renacimiento y, durante 1400 años era sospechoso e incluso peligroso, dudar de algo que Galeno hubiera escrito.

Aun estaba viva en la memoria de todos la condena -mil años después de la muerte del sabio griego- de Pietro d'Abano, un famoso físico y profesor italiano, que se atrevió a dudar

de las doctrinas del maestro... Sucesivas generaciones de físicos tomaron las doctrinas de Galeno como dogmas y la

ciencia médica adoptó sus teorías sin discusión hasta 1616. La influencia paralizante que esta actitud tuvo sobre la Medicina fue de hecho negativa.

Pero si tenemos en cuenta los insuficientes y confusos conocimientos médicos y científicos existentes en su época, tendremos que considerar a Galeno como una de las grandes

figuras de la Medicina.

El famoso anatomista Andrea Vesalio (1514 -1564) nació en Bruselas (Bélgica). Con 23 años se estableció como profesor de anatomía en Padua (Italia).

Tuvo que resignarse a abandonar la enseñanza universitaria por haber tenido la osadía de contrariar las teorías de Galeno, basándose en los estudios anatómicos que había realizado

en cadáveres. Abandonó Padua y ejerció como médico en la corte de Carlos V durante quince años.

En el reinado de Felipe II, la Inquisición le acusó de haber practicado la disección de cadáveres humanos (método mal visto por la Iglesia) y le condenó a muerte. La pena le

fue conmutada por una peregrinación a Jerusalén. Regresando de Tierra Santa, murió en un naufragio.

Miguel Servet (1511 -1553), fue sin duda un hombre extraordinario para su tiempo; se rebeló con gran vehemencia en contra del saber tradicional (teológico, filosófico y científico)

de su época. Su inconformidad, manifestada fundamentalmente en lo teológico, se expresó en la escritura e impresión clandestina de su obra Christianismi Restitutio (1546). Fue condenado por el tribunal de la Inquisición de Lyon del que consiguió escapar, aunque en su

huida a Ginebra fue detenido y acusado de hereje por el propio Calvino. Fue procesado y condenado a morir en la hoguera.

Como médico se opuso a ideas de Galeno que se consideraban indiscutibles: descubrió la

circulación pulmonar de la sangre y la función de la respiración en la transformación de la sangre venosa en arterial.

Harvey (1578-1657). El pulso del corazón y de una nueva era de la medicina

El 17 de abril de 1616, un físico ingles llamado William Harvey puso término a la sumisión ciega de la medicina a las teorías de Galeno. En un célebre discurso expuesto a un grupo de atónitos y desconfiados médicos, Harvey expuso las conclusiones de sus investigaciones

acerca de la circulación de la sangre. Fue la primera descripción correcta, basada en la observación de lo que en realidad pasaba en nuestro organismo, de cómo la sangre circula

en el cuerpo humano. Desde la más tierna infancia Harvey quiso ser médico. Se interrogaba acerca de los

problemas de la vida de todos los animales que observaba. De muchacho, vagaba por las praderas cercanas a su casa y observaba los peces, los animales marinos y los insectos,

estudiando atentamente su comportamiento.

Se dio cuenta más tarde, en el curso de observaciones orientadas por su espíritu

investigador, de que todos los animales que estudiaba tenían un corazón del que salían vasos que transportaban sangre.

Las experiencias de juventud de William Harvey fueron proseguidas durante continuados

años de estudio, primero en Inglaterra y más tarde en Padua, Italia, donde fue discípulo de uno de los sabios más eminentes de su época, Fabricio d'Acquapendente.

En todas las Escuelas de Medicina por las que pasó, Harvey oía hablar de las viejas teorías acerca de la circulación sanguínea. Todo lo que él escuchaba no era más que la teoría de

Galeno, expresada de diferentes formas. ¡Nadie osaba discutir o dudar del viejo maestro griego!

Mientras fue estudiante, procuró no crear muchos problemas. En esa época, como hemos

dicho, dudar era sospechoso e incluso peligroso. De todas formas, en su interior, Harvey puso todo en causa, desde las teorías de Galeno hasta las formas de tratar la enfermedad.

En 1602 Harvey regresa a Inglaterra. Es reconocida su notable capacidad y los enfermos comienzan a reclamarlo cada vez en mayor número. Mientras tanto, no cesa su reflexión e

investigación sobre el cuerpo humano. Hacía mucho que se había dado cuenta de que, en realidad, no podía tratar a los enfermos si no sabía qué sucedía en el interior de su

cuerpo... Tras un largo período de investigación, Harvey llegó a la conclusión de que existía un único sistema circulatorio: probó que los latidos o contracciones de corazón impulsaban

la sangre de las arterias hacia las venas, regresando a través de ellas nuevamente al corazón.

Harvey concluyó que era la misma sangre la que circulaba de manera constante por el cuerpo, poniendo en cuestión el punto de vista de Galeno según el cual la sangre era

producida diariamente en el hígado a partir de los alimentos, desapareciendo después en el organismo.

Hasta tener pruebas de que sus conclusiones era correctas, tuvo cuidado de no difundir los resultados de sus estudios de una sola vez. Recelaba de una oposición demasiado fuerte.

Incluso así, se necesitaba tener gran coraje para decir, en 1616, lo que Harvey dijo acerca de la circulación de la sangre. Y tuvo que pagar un alto precio por tal osadía: muchos de sus enfermos lo abandonaron dejando de confiar en él, y cuando paseaba por las calles de

Londres, la gente le hacía burla y se reían de él.

Muchos lo consideraron un charlatán y otros loco. Pero algunos escucharon sus ideas y opiniones y muchos médicos prestaron una atención cada vez mayor a sus enseñanzas.

En el curso de su formación médica aprendió los métodos utilizados desde siempre en el tratamiento

de las personas enfermas. Algunos de ellos no tenían ningún sentido para Harvey.

Entre éstos se encontraba el tratamiento por sangría.

Por aquélla época, y durante aún largos años (hasta 1700 aproximadamente), las personas que estaban enfermas eran sistemáticamente sangradas: se les

seccionaba una vena en el brazo y la sangre corría por el corte y Harvey no conseguía comprender

cómo podían curarse los enfermos con sangrías.

Fue recuperando gradualmente su reputación, que culminó con su nombramiento en 1625

como médico de la corte, asistiendo al Rey de Inglaterra.

Sus ideas acabaron por triunfar, y dueño ya de un prestigio seguro y notoria autoridad, Harvey publicó en 1628, un libro célebre en el que revela y describe su concepción de la

circulación de la sangre. Entretanto, la osadía de afirmar que Galeno estaba equivocado, le valió durante largos

años la sospecha y el silencio del mundo científico europeo.

MALPIGHI (1628 - 1694). El descubrimiento de lo "invisible" maravilloso No todos desdeñaron las ideas y doctrinas de Harvey que, progresivamente, fueron ganando

más adeptos a despecho de la hostilidad de muchos. Secretamente, algunos anatomistas y médicos transmitían sus ideas a los jóvenes estudiantes de cuya formación eran

responsables. Uno de estos profesores fue Bartolomeu Massari, de Bolonia, Italia, y uno de sus discípulos fue Marcello Malpighi, nacido en 1628, año en que Harvey publicaba su histórica obra sobre la circulación sanguínea.

De joven, Marcello trabajó en la finca en que vivía con sus padres pero, en realidad, su gran

sueño era estudiar. Este deseo, tan insistentemente demostrado, llevó a su padre a enviarlo a frecuentar la escuela local, situada junto a la iglesia. Allí aprendió latín y matemáticas. A los 16 años, cuando la escuela local ya no pudo enseñarle nada más, regresó a la finca

donde trabajó durante todo el año siguiente al lado de su padre. Su deseo de proseguir los estudios se mantenía vivo y constantemente hablaba a su padre de ir a la Universidad de

Bolonia. Su padre no estaba de acuerdo viendo en Marcello su continuador al frente de la finca. "¿Para qué sirven los filósofos?" -le objetaba, incrédulo. Pero con el tiempo, acabó por dar su consentimiento y sintió un cierto orgullo por el hecho de ser el único agricultor de la

región que tenía un hijo en la Universidad.

El contacto con la Universidad de Bolonia deslumbró a Marcello. Aprendía con avidez y gran entusiasmo las ideas y conocimientos que le suministraban y se convirtió en un alumno distinguido. Pero la continuación de este sueño se vio turbada por un triste acontecimiento.

En Bolonia recibe la triste noticia de la muerte de sus padres, víctimas de la gran epidemia de neumonía que entonces se extendía por Italia. Marcello tuvo que regresar a la finca y

ocuparse no sólo de su administración sino también de la educación y cuidado de sus hermanos más jóvenes.

Hoy en día sabemos que la neumonía es una enfermedad pulmonar causada por un virus y que, adecuadamente tratada, normalmente se cura. Sin embargo, en 1640, todavía no se

sabía cómo tratarla. Mientras trabajaba en la finca, Marcello pensaba en las víctimas diezmadas por la terrible enfermedad y en la impotencia de los médicos de la época ante la

epidemia. Pensaba, con pesar, que ésta era la razón de la cruel muerte de sus padres. Este sentimiento hizo crecer en él la decisión de ser médico y de movilizar todo su esfuerzo e inteligencia para conseguir vencer el desafío de esa y de otras enfermedades.

En cuanto las circunstancias se lo permitieron, Marcello regresó a Bolonia para proseguir

sus estudios. Fue entonces cuando recurrió al Dr. Massari, pidiéndole ser alumno suyo. Durante tres años, instalado en la propia casa del Dr. Massari, Marcello estudió Medicina en secreto.

Junto con otros estudiantes estudió atentamente los descubrimientos de William Harvey,

dándose cuenta rápidamente de que revolucionaban todos los conceptos de la Medicina hasta entonces consagrados e indiscutibles. ¡Y qué fascinante era todo aquello!.

Cuando Marcello Malpighi recibió su diploma de Médico estaba ansioso por compartir con otros lo que había aprendido. Muy influenciado por las ideas de Harvey, se interesaba

especialmente por el sistema circulatorio. No dudó por tanto, en aceptar el puesto de profesor en la Universidad de Pisa, también en Italia.

En sus aulas hablaba abiertamente de los descubrimientos y conclusiones de Harvey. Esto fue suficiente para que la mayor parte de sus alumnos lo abandonaran. Imbuidos de las

ideas tradicionales de la medicina galénica, oír hablar de Harvey era para ellos un sacrilegio. Malpighi no se dejó impresionar por esta reacción de sus alumnos, con la que

además, ya contaba. Persistió en la difusión de las ideas que consideraba ciertas y progresistas y, poco a poco, un

número creciente de estudiantes y pensadores comenzó a frecuentar sus aulas. Uno de estos discípulos se llamaba Borelli y a través de él tuvo conocimiento de la existencia de un nuevo

instrumento científico que se había descubierto en Holanda. Se trataba del microscopio. Rápidamente Malpighi se dio cuenta de la importancia que este aparato podría tener para

intentar explicar cómo se unían las circulaciones arterial y venosa, esto es, para evidenciar la finísima red de vasos que, a través de los tejidos, reciben la sangre de las arterias y acaban

por conducirla a las venas. Como esta red no era visible a simple vista, nadie había podido comprobar hasta entonces su existencia.

Harvey conjeturó acerca de ese eslabón de unión, pero para él era pura suposición ya que nunca había podido observarlo y mucho menos demostrar su existencia, al no disponer de

microscopio. Malpighi consiguió obtener uno de estos instrumentos e inició la búsqueda de la verdad que le obsesionaba.

El microscopio le permitió observar, maravillado, los finos vasos sanguíneos en medio de los cuales la sangre de las arterias, cediendo el oxígeno y cargándose de anhídrido carbónico, se

transforma en sangre venosa que acababa siendo recogida por las venas. Malpighi dio a estos vasos, sólo visibles mediante el microscopio, el nombre de "capilares",

denominación que seguimos utilizando hoy y que tiene su origen en la palabra latina "capilaris" que significa cabello. Malpighi hizo este descubrimiento en 1661, exactamente

cuatro años después de morir Harvey.

Este descubrimiento permitió derivar la atención del sistema circulatorio hacia la propia sangre, posibilitando comprender mejor, interpretar -y consecuentemente estudiar, investigar y descubrir- las funciones que corresponden a la sangre en la intimidad de los

tejidos.

En fechas cercanas a aquéllas en las que Malpighi hacía su descubrimiento -aproximadamente en 1958-, y también mediante un microscopio, un naturalista holandés llamado Jan Swammerdam (1637 - 1680) observó por primera vez los glóbulos rojos,

comprobando que la sangre no era un simple fluido rojo, sino algo más complejo. No obstante, todavía tendría que pasar mucho tiempo antes de comprender la función de los

distintos componentes de la sangre. LA CONTRIBUCIÓN DE LOS QUÍMICOS AL CONOCIMIENTO DE LA SANGRE

En 1777, el químico francés Antoine Lavoisier (1743 - 1794) descubrió el oxígeno y que el

aire era una mezcla de este gas y de nitrógeno.

Puso de manifiesto la fundamental importancia del oxígeno en las combustiones. Identificó

la respiración como un proceso de combustión lenta y publicó un conjunto de notables trabajos sobre la clarificación de los fenómenos químicos de la respiración.

En el tiempo de Lavoisier se pensaba que la respiración ocurría únicamente en los

pulmones; es decir, que el oxígeno tomado del aire para quemar químicamente los alimentos operaba sólo en los pulmones. Unos 20 años más tarde el científico italiano Lazzaro Spallanzani (1729-1799) demostró que el oxígeno era absorbido por la sangre en

los pulmones y transportado a todos los tejidos del cuerpo. Con la ayuda del oxígeno, las células del cuerpo eran capaces de transformar los alimentos en calor y energía, a la vez

que producían dióxido de carbono. Las ideas de Spallanzani concordaban mejor con los conocimientos que se tenían sobre la

circulación de la sangre y el hallazgo de que la sangre contenía tanto oxígeno como dióxido de carbono.

LAÊNNEC (1781-1826). Una importante invención

A principios del siglo XIX se inicia una nueva etapa de la Medicina, gracias a una notable invención. En 1816 un médico francés, de nombre René Théophile Laênnec descubre, gracias

a un simple e imaginativo artificio, que es posible oír el corazón con más nitidez que simplemente apoyando el oído en el pecho del paciente, como habitualmente hacían los médicos hasta entonces. Para ello, Laênnec enrolló una hoja de papel en forma de tubo,

colocó una de las extremidades de este tubo junto al pecho del enfermo y acercó el oído a la extremidad opuesta. Verificó que con este simple artificio, conseguía oír el latir del corazón

con mucha mayor nitidez. Había descubierto el primer estetoscopio que, perfeccionado a través de los tiempos, acabó por tomar la forma y el aspecto del aparato con el cual los médicos, aun hoy en día, auscultan a los enfermos.

A partir del descubrimiento de Laênnec, fue posible a los médicos acumular una información

cada vez más rica sobre el corazón de sus enfermos. Les fue más fácil verificar que los sonidos producidos por un corazón sano eran distintos de los que se oían cuando se auscultaba un corazón enfermo. El simple análisis de los ruidos emitidos por el corazón

permite, muchas veces, al médico descubrir la causa del mal funcionamiento cardíaco. Esos ruidos, luego, comenzarán a ser clasificados, descritos y sistematizados, relacionándose con

los diferentes tipos de dolencias del corazón. Ahora, los médicos de todo el mundo podían ya comprender el significado de los sonidos cardíacos que oían cuando auscultaban el

corazón de un enfermo. El mejor conocimiento del funcionamiento del corazón -motor propulsor de la sangre-,

contribuyó a estimular la investigación acerca de la sangre que, un poco por todas partes, proseguía de manera imparable.

A medida que se iba progresando en el conocimiento de la sangre, los médicos comenzaron a pensar en la posibilidad de sustituir la sangre perdida -por ejemplo a consecuencia de

una herida grave- y, más tarde, en la hipótesis de dotar de sangre nueva a aquellos enfermos que careciesen de ella.

Por otra parte, desde hacía mucho se relacionaba la palidez con la pérdida o debilidad de la sangre, en los casos en que la pérdida no era evidente o conocida. La simple observación

de algunos enfermos llevaba a los médicos a considerar esa hipótesis de tratamiento.

LOS PRIMEROS INTENTOS DE TRANSFUSIÓN SANGUÍNEA

Sin beneficios claros y evidentes, las transfusiones, desprestigiadas por los accidentes que causaban y los peligros que entrañaban, fueron prohibidas por las autoridades de algunos países.

Así por ejemplo, en 1678, un decreto del parlamento francés prohibió la transfusión sanguínea en Francia y ese mismo año, en Londres, la Royal Society dictó la misma

prohibición.

Estas medidas supusieron paralizar y retrasar, unos 150 años, los avances en transfusión.

Se ignoraban las razones por las que los enfermos que recibían sangre humana presentaban reacciones tan violentas e incluso mortales cuando, en el fondo, la sangre era aparentemente idéntica.... Sin embargo, esto era, en realidad, simple apariencia....

Las primeras transfusiones con éxito de las que hay conocimiento datan de 1665 en Inglaterra, donde el médico londinense Richard

Lower (1631-91) consiguió hacer transfusiones de un perro a otro.

Al tener éxito esta primera experiencia, se realizó una transfusión de sangre de carnero a una joven criada.

El resultado no fue alentador y, tras una reacción adversa a la transfusión, el estado de la joven no registró mejora alguna. Lo

mismo pasó un poco por todos los sitios donde la misma operación fue realizada, verificándose accidentes mortales con relativa

frecuencia. Richard Lower

Cuando las transfusiones se retomaron de nuevo, esta vez de

sangre humana, de forma directa, de brazo a brazo, los resultados no fueron tan malos como los observados cuando

se hacía transfusión de sangre animal, pero los fracasos y las muertes eran frecuentes

El inglés James Blundell (1790-1878) realizó la primera transfusión exitosa de sangre humana en 1818. Blundell era un médico obstetra que decidió buscar soluciones

impresionado por las hemorragias que se producían en los

partos.

James Blundell

Transfusión brazo a brazo

Blundell siguió realizando transfusiones en casos de vida o muerte y llegó, incluso, a inventar una serie de aparatos para facilitar la

técnica transfusional. Su iniciativa no estuvo libre de dificultades y en 1838 fue excluido del cuerpo docente del hospital en el que

trabajaba donde era, además, profesor de obstetricia.

Hacia 1875, habían sido efectuadas en Europa Occidental cerca

de 350 transfusiones: era un acto médico de tipo heroico, sólo intentado en causas desesperadas, cuando parecía que nada más

podría mejorar o salvar la vida del paciente. En otras palabras, se

practicaba con la clara noción de su elevado riesgo.

UNA ETAPA DECISIVA. El descubrimiento de la individualidad de la sangre

Para Landois, eran estos agregados de glóbulos los que obstruían los capilares, especialmente a la altura de los riñones (en realidad uno de los aspectos conocidos de las reacciones a las transfusiones era una detención en la producción de orina por lesión

renal), con todas las consecuencias que de ahí podían resultar y que se traducían, en la práctica, en reacciones graves e incluso mortales de intolerancia a la administración de

sangre de origen animal, tal como se había descrito. Se observaban también reacciones semejantes, a veces incluso con mayor intensidad,

cuando la sangre humana era mezclada con otra sangre humana.

Nacían así los llamados grupos sanguíneos. Los tres tipos de glóbulos descubiertos

inicialmente por Landsteiner fueron designados por él como pertenecientes a los grupos A, B y 0 (cero). Pretendía con esto señalar que pertenecían al grupo A los glóbulos que

poseían la sustancia que llamó A, siendo idéntico el criterio relativo al grupo B y clasificando como 0 (cero) los glóbulos que no poseían sustancias A o B. Más tarde, se descubrió un cuarto grupo sanguíneo, el AB. Los glóbulos clasificados como pertenecientes

a este grupo poseían en su superficie las dos sustancias A y B.

Esta clasificación es válida todavía hoy en día, admitiéndose que los glóbulos rojos de cualquier persona pertenecen forzosamente a uno de estos grupos: A, B, AB o 0.

Landsteiner demostró además que las personas del grupo A sólo pueden dar sangre a personas del mismo grupo, o a las del grupo AB; que las del grupo B solo pueden donar

sangre a personas de los grupos B o AB; que el grupo AB solo puede ser utilizado para transfusiones a personas del mismo grupo, mientras que los que lo poseen pueden recibir todos los tipos de sangre; en cuanto a las personas del tipo 0 sólo pueden recibir sangre

Solo en 1875 llegaron a comprender los médicos qué sucedía

cuando la sangre de un animal era mezclada con la sangre humana.

Ese año, Leonardo Landois (1837-1902), un científico alemán, mezcló sangre humana con sangre animal y observó

el resultado al microscopio.

Verificó que algunas veces los glóbulos rojos aumentaban de volumen y acababan por reventar, desapareciendo; otras veces formaban agregados, aglutinándose casual y

mágicamente unos con otros. Leonardo Landois

Solo 25 años más tarde, en 1900, pudieron ser explicadas estas reacciones, muchas veces mortales.

Dicho año, un biólogo austríaco, Karl Landsteiner (1868-1943), anunciaba el descubrimiento de la existencia de sustancias

químicas características en la superficie de los glóbulos rojos. Estas sustancias eran las mismas para todos los glóbulos rojos

del mismo individuo, pero variaban de un individuo a otro.

Era posible, de esta forma, agrupar las personas que poseían

glóbulos con características idénticas y diferenciarlas del grupo o grupos de las que presentaban en sus glóbulos sustancias con

características distintas. Karl Landsteiner

del mismo grupo, pudiendo sin embargo donar sangre para transfusiones a individuos

pertenecientes a todos los grupos sanguíneos. Las razones de estas reglas, aparentemente caprichosas, se deben a la presencia de factores, llamados anticuerpos, de naturaleza

diferente en los diversos tipos de sangre.

Los grupos sanguíneos citados no aparecen al azar. Son condicionados por factores hereditarios. De esta forma, si un individuo es A, por ejemplo, por lo menos uno de sus progenitores tendrá que ser A o AB, de acuerdo con las leyes hereditarias de Mendel. Otro

factor hereditario existente en la superficie de los glóbulos rojos fue descubierto cerca de 40 años después del sistema AB0, en gran parte gracias al talento del mismo investigador-

Landsteiner-que verificó que la misma sustancia existía en los glóbulos rojos de un primate, el macaco Rhesus. Esa sustancia existente en los glóbulos rojos de un elevado número de personas fue llamada factor Rh (de las primeras letras de la palabra Rhesus). Landsteiner

verificó que cerca del 85% de personas son Rh positivas (poseen el factor Rh en sus glóbulos), siendo el restante 15% negativas, es decir, no lo poseen.

El conocimiento de los sistemas de grupos sanguíneos AB0 y Rh hizo posible la práctica segura de transfusiones sanguíneas. Y puede decirse que los descubrimientos de

Landsteiner dotaron a los médicos de una nueva arma de lucha contra la enfermedad y contra la muerte: la posibilidad de hacer transfusiones de sangre.

METCHNIKOFF (1845-1916). El misterio de la estrella de mar

Dotado de un espíritu ambicioso e inquieto, Metchnikoff desarrolló su actividad científica en diversos países de Europa, acabando por fijarse en Sicilia, cerca de Messina, donde instaló

su casa y un modesto laboratorio. Entusiasmado por las brillantes conclusiones de los trabajos de Pasteur y Koch, Metchnikoff resolvió, también él, dedicarse a la Bacteriología

que le parecía un campo prometedor para la ambición científica que lo dominaba.

En el año de 1883, en una bella tarde de verano, Metchnikoff se retiró a su laboratorio,

mientras su mujer y sus hijos salían para asistir a un espectáculo de circo. Retomó el trabajo sobre el proceso digestivo de la "estrella de mar" -que había interrumpido para

almorzar- y tuvo ocasión de hacer una observación inesperada: habiendo inyectado pequeñas partículas de un colorante llamado carmín en su extraño "enfermo", Metchnikoff se dio cuenta de que un gran número de células, conducidas por la sangre circulante,

acudían poco después de la inyección al lugar en que se había inyectado el carmín. Estas células, que exhibían movimientos ameboides (semejantes a los de la ameba), se

deformaban y atravesaban las paredes de los vasos en gran número, cercaban las partículas de carmín y las englobaban, es decir, las ingerían.

A comienzos del siglo XIX, algunos investigadores habían

descrito varios tipos de bacterias responsables de determinadas infecciones. La bacteriología -ciencia que estudia las bacterias y las enfermedades provocadas por

ellas- conocía entonces un notable período de desarrollo y estructuración, procurándose, sobre todo, comprender las

relaciones entre el microbio o agente responsable de determinadas infecciones y la reacción del organismo infectado. Fue, entonces, cuando los investigadores

plantearon una cuestión pertinente: ¿cuál es el papel desempeñado por la sangre frente a la invasión bacteriana

de un organismo? La respuesta o, por lo menos, el inicio de respuesta se nos sería proporcionado por Elie

Metchnikoff, un notable científico ruso natural de Odessa. Elie Metchnikoff

Para confirmar esta observación Metchnikoff decidió repetir la experiencia escogiendo esta vez como "paciente" la pulga de mar, que tiene la característica de ser tan transparente

que se puede observar fácilmente todo lo que sucede en su interior.

Metchnikoff introdujo en el cuerpo de la pulga una minúscula espina de rosal. Pasadas algunas horas y manteniendo la pulga bajo permanente observación microscópica, notó que una multitud de células había acudido al lugar en que la espina había sido introducida,

rodeando completamente el cuerpo extraño.

Para confirmar esta observación en el ser humano, Metchnikoff pidió a su jardinero que le dejara introducir, bajo la piel, una pequeña espina de rosal. Sorprendentemente, pasadas unas horas el lugar de introducción de la espina aparecía rojo y levemente hinchado,

revelando en la observación microscópica que un gran número de células se había acumulado junto a la espina. Esto era favorecido por la dilatación de los pequeños vasos

sanguíneos locales, proporcionando el flujo de una mayor cantidad de sangre y de células por ella transportadas.

Estas observaciones inspiraron rápidamente a Metchnikoff una teoría que le pareció prometedora: aquellas células errantes, oriundas de diferentes partes del organismo y

transportadas en la corriente sanguínea, tenían por misión atacar y destruir cualquier sustancia extraña que penetrase en el organismo, concluyendo que lo acontecido con el carmín y con la espina de rosal sucedería igualmente con los microbios.

Las células que Metchnikoff observó eran glóbulos blancos y la hipótesis de la importancia

de su papel en la lucha contra la invasión bacteriana del organismo sería largamente confirmada. Tales células constituyen, de hecho, una especie de ejército siempre preparado para intervenir e impedir que los microbios que penetran en el organismo se multipliquen

en él y ataquen los diversos órganos causando la muerte del enfermo. Era ésta la razón, hasta entonces desconocida, por la que nuestro organismo, en permanente contacto con

millones de microbios, se mantenía casi siempre libre de enfermedades, esto es, "inmune" a la mayor parte de las infecciones. Se había dado un paso más en el conocimiento de la sangre.

Metchnikoff fue el primer investigador que llamó la atención sobre el papel de los leucocitos

o glóbulos blancos en la lucha contra las infecciones, función de la sangre que todavía hoy en día es considerada como de enorme importancia.

El problema de la coagulación y la conservación de la sangre

En los primeros años del siglo XX., las transfusiones se hacían directamente de brazo a brazo. La sangre de un donante era introducida en la vena de un enfermo, o si no, recogida

con una jeringa y rápidamente administrada. El gran problema que se planteaba era la rapidez con la que la sangre coagulaba en la vena del paciente, lo que podía ser causa de accidentes.

En 1907, un cirujano francés, Alexis Carrel (1873-1944) inventó un modo de evitar la

coagulación uniendo la vena del receptor directamente a la vena del donante; lo que se conoce como método directo. Aunque el «vena a vena» fue utilizado por un gran número de médicos, éste no podía ser un método capaz de dar respuesta a demandas de sangre

masivas o urgentes resultado de catástrofes, guerras,... No bastaba con evitar la coagulación. La sangre extraída envejecía demasiado pronto y había que buscar una

manera de poder conservarla, almacenarla y tenerla en reserva.

En 1914, Albert Hustin en Bélgica y Luis Agote en Argentina comprobaron que el citrato

sódico se comportaba como un anticoagulante de la sangre que no dañaba sus propiedades. Los años siguientes asistieron al perfeccionamiento del método.

En 1915, Richard Lewisohn en el Mt. Sinaí Hospital de New York utilizó, con éxito, citrato

de sodio y en 1916, Francis Rous y J.R. Turner utilizaron, también con éxito, una solución de citrato de glucosa

La utilización de estos anticoagulantes abría las puertas a la transfusión indirecta: la sangre se podía almacenar en envases y ser transfundida varios días después de su extracción.

También en 1916, los británicos -por iniciativa de Oswald Robertson y en plena 1ª guerra mundial-establecen los primeros depósitos de sangre.

Los períodos de guerra son períodos de mucho sufrimiento. Lo fue la 1ª guerra mundial

(19141918), lo fue la 2ª guerra mundial (1939-1945) y, en medio de ambas guerras y más cerca, lo fue también la guerra española entre 1936 y 1939.

Sangre, muy pronto pasó a llamarse «banco de sangre», nombre que, a partir de entonces es el universalmente utilizado.

Por esos mismos años, mientras sigue la investigación de nuevas y mejores técnicas anticoagulantes y conservantes de la sangre, y se van extendiendo los bancos de sangre

por todo el mundo, el descubrimiento de un médico ruso, Serge Yurin, contribuyó a salvar la vida de millones de personas.

Serge Yurin trabajaba en Moscú en un inmenso complejo hospitalario destinado a la medicina y cirugía de urgencia. El 23 de marzo de 1930, ante un caso desesperado, de

«vida o muerte», decide poner en práctica un proyecto sobre el que venía reflexionando desde hacía tiempo: la utilización de sangre de cadáver.

Yurin utilizó sangre de una persona fallecida seis horas antes y logró salvar a su paciente. Antes de publicar sus resultados, repitió la experiencia varias veces, y siempre con éxito.

Aunque no sin reticencias, el método de Yurin fue adoptado en todo el País y la sangre de cadáver, para transfusiones, se siguió utilizando en Rusia hasta bastante después de

terminada la segunda guerra mundial.

LA HEMOTERAPIA MODERNA. Los avances más importantes. Uno de los campos en los que se sigue avanzando es en la conservación de la sangre. En

1943, Patrick L. Mollison consigue aumentar el período de conservación de la sangre

Las necesidades de sangre para realizar transfusiones a los heridos aumentan muchísimo. Así, durante la guerra española se desarrollaron programas para conseguir donantes y mientras

duró la contienda se realizaron más de 50.000 transfusiones a más de 20.000 heridos. La experiencia llevada a cabo por los

equipos de transfusión de los doctores Elósegi y Durán fue un trabajo pionero en el campo de la moderna hemoterapia.

En 1937, Bernard Fantus crea en el Cook County Hospital de Chicago (EEUU) la primera unidad de conservación de sangre.

Denominada inicialmente como Laboratorio de Conservación de

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utilizando una nueva sustancia conservante: el ACD -dextrosa citrato ácido-, que permite

conservar la sangre entera hasta 21 días después de su extracción.

Siete años después, en 1950, Carl Walter y W.P. Murphy comienzan a utilizar bolsas de plástico, en lugar de frascos de cristal, para la recolección, transporte y almacenamiento de

la sangre. Sus múltiples ventajas tendrán consecuencias importantes en el desarrollo de los bancos de sangre: las bolsas de plástico permiten extraer totalmente el aire con lo que mejora mucho la conservación de los glóbulos rojos, son ligeras, no se rompen...

Ese mismo año, Audrey Smith consigue congelar glóbulos rojos con éxito. Introdujo

hematíes en una solución de glicerina y logró congelarlos entre 80 y 120º bajo cero. Se trata de un procedimiento económicamente muy costoso y eso hace que sólo se utilice excepcionalmente (con niños prematuros, ancianos con grandes necesidades de oxígeno,

trasplantes de riñón...). No obstante, se trata de un gran avance ya que estos hematíes congelados se pueden mantener hasta dos años.

En 1960, A. Salomon y J.L. Fahwey presentan el primer procedimiento terapéutico por el que se fracciona la sangre en plasma y glóbulos rojos. El fraccionamiento es un

procedimiento que permite separar la sangre por componentes y suministrar a cada paciente sólo el componente o componentes que necesita. En la actualidad la mayor parte

de la sangre donada se fracciona. Un año después, en 1961, se logra separar plaquetas por fraccionamiento y se consigue

demostrar la acción antihemorrágica de la transfusión de plaquetas

Otro de los campos en los que se van produciendo importantes avances es en el control de la calidad de la sangre donada. Aunque se había avanzado mucho, las transfusiones no estaban libres de riesgos: se podían producir efectos secundarios, transmitir diversas

enfermedades... Esto fue obligando a mejorar los métodos de análisis de la sangre donada y a tener un control exhaustivo de la sangre de los donantes. Así, en 1971 se empiezan a

realizar análisis para detectar el virus de la hepatitis B. En 1972 se ponen en marcha programas de donación de un solo componente de la sangre -

p.e. plaquetas-. Esto quiere decir que a un donante se le extrae la sangre completa a una máquina que separa los distintos componentes de la sangre. La máquina almacena lo que

se necesita -p.e. plaquetas- y el resto de la sangre se devuelve al donante. A este procedimiento se le llama Aféresis.

En 1979 el descubrimiento de un nuevo anticoagulante -el CPDA-1, citrato fosfatoglucosa con adenina- ) permite ampliar la vida de la sangre donada de 21 a 35 días. Y en 1983,

pequeños cambios en este anticoagulante aumentan a 42 los días que puede conservarse la sangre donada.

En 1981 se informa del primer caso de Sida (AIDS). En 1984 se identifica el virus VIH como causante de la enfermedad. En 1985 se consigue la prueba para la detección de este

virus. Los bancos de sangre, interesados en el desarrollo de técnicas para el diagnostico rápido de enfermedades transmisibles por las transfusiones, empiezan a utilizar de

inmediato esta prueba para detectar posibles donantes afectados por el virus VIH. La aparición del HIV y la generalización de los viajes a otros países y otros continentes

desplazó la importancia del estudio de los grupos sanguíneos hacia el estudio de las enfermedades transmisibles por la transfusión => Hepatitis, SIDA, Sífilis, Paludismo,

Chagas...

En 1990 se descubre la prueba que detecta el virus de la hepatitis C.

Entre 1998 y 1999 una epidemia empieza a infectar la cabaña vacuna europea. Se trata de

una variedad de la enfermedad de Creutzfelt Jakob (conocida como la enfermedad de "las vacas locas"). No se sabe con total certeza si esta enfermedad se puede transmitir a los

seres humanos y, en concreto, si se puede transmitir mediante transfusión sanguínea. Pero como medida preventiva, en la actualidad se han realizado algunos cambios en la manera de procesar la sangre donada.

EPÍLOGO

La investigación sobre la sangre no cesa. A cada nuevo descubrimiento y a cada problema resuelto o misterio desvanecido, surgen nuevos problemas y misterios, a veces aun más

complicados...

El avance tecnológico y el progreso paralelo de muchas ciencias han proporcionado a los hematólogos medios de investigación impensables al principio de siglo. El resultado de todo ello es que algunas enfermedades, consideradas hace años como incurables, soy hoy en

día susceptibles de tratamiento y curación. Otras para las cuales de momento no existen soluciones terapéuticas, podrán beneficiarse de nuevos conocimientos y perspectivas

abiertas por las investigaciones en curso y por las que se desarrollarán en las próximas décadas.

Dentro de los avances de la medicina se espera que en un futuro se sea capaz de sintetizar mediante ingeniería genética sustancias que cumplan las mismas funciones que la sangre.

Este logro parece aún lejano. Mientras esas soluciones llegan, la medicina y millones y millones de ciudadanos de todo el mundo, que donan su sangre desinteresadamente, caminan juntos con el único objetivo de salvar vidas y paliar el sufrimiento de las personas

El viaje que acabamos de hacer a través de la historia, recordando los principales hitos en

la evolución de los conocimientos científicos sobre la circulación y la sangre, son una clara demostración de que el espíritu humano no descansa: ya no atribuimos a la sangre, como lo hicieran los primitivos sumerios, un poder mágico, pero nuestra emoción no es

ciertamente menor ante los misterios que la ciencia ha desvelado y va a seguir desvelando a lo largo de este siglo. La llave para este avance de la medicina la encontrarán los

investigadores que hoy en día prosiguen, sin descanso, el largo camino iniciado hace milenios por los sumerios

AGRADECIMIENTO

Al Dr. Sabin Urcelay del Centro Vasco de Transfusión y Tejidos Humanos y Presidente de la Asociación de Donantes de Sangre de Guipúzcoa, por cedernos

este material.