historia de la vida privada en la argentina i - fernando devoto y marta madero (dir.)

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    Historia de la vida privadaen la Argentina

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    Historia

    de la vida privadaen la ArgentinaBajo la direccin de Fernando Devoto y Marta Madero

    Coordinacin iconogrfica: Gabriela Braccio

    UNA EDITORIAL DEL GRUPOSANTILLANA QUE EDITA EN:

    ESPAAARGENTINACOLOMBIACHILEMXICOESTADOS UNIDOSPARAGUAYPER

    PORTUGALPUERTO RICOVENEZUELAECUADORCOSTA RICAREP. DOMINICANAGUATEMALAURUGUAY

    Tomo IPas antiguo. De la colonia a 1870

    taurus

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    De esta edicin:

    1999, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A.Beazley 3860 (1437) Buenos Aires

    Grupo Santillana de Ediciones S.A.Torrelaguna 60 28043, Madrid, Espaa

    Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V.Avda. Universidad 767, Col. del Valle, 03100, Mxico

    Ediciones Santillana S.A.Calle 80, 1023, Bogot, Colombia

    Aguilar Chilena de Ediciones Ltda.Dr. Anbal Arizta 1444, Providencia, Santiago de Chile, Chile

    Ediciones Santillana S.A.Javier de Viana 2350. 11200, Montevideo, Uruguay

    Santillana de Ediciones S.A.Avenida Arce 2333, Barrio de Salinas, La Paz, Bolivia

    Santillana S.A.Prcer Carlos Argello 288, Asuncin, Paraguay

    Santillana S.A.Avda. San Felipe 731 - Jess Mara, Lima, Per

    ISBN obra completa: 950-511-539-3ISBN tomo I: 950-511-538-5Hecho el depsito que indica la Ley 11.723

    Ilustracin de cubierta: Seoras por la maana, litografa coloreada

    de Moulin, 1833.Monumenta Iconographica

    Impreso en la Argentina.Printed in ArgentinaPrimera edicin: septiembre de 1999Primera reimpresin: octubre de 1999

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, en todoni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperacin einformacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, foto-qumico, electrnico, magntico, electroptico, por fotocopia o cualquierotro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

    Edicin digitalISBN: 950-511-538-5Hecho el depsito que indica la ley 11.723

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    IntroduccinFernando DevotoMarta Madero

    Los xitos editoriales, como los filmes de suceso, generan continua-

    ciones. Los editores en castellano de la edicin francesa de laHistoriade la vida privadaque no dej de impresionar por sus niveles de ven-ta en Francia y, no sin cierta sorpresa para muchos de los colaboradores,tambin en la Argentina han promovido, tras una igualmente difundidaversin uruguaya, esta obra que el lector tiene en sus manos. Si los pro-ductos y los medios crean su mercado o es ste el que orienta la selec-cin de los bienes a ofrecerse, es algo que puede largamente debatirse.En cualquier caso, aquellos xitos de venta nos sugieren nuevas sensibi-lidades en los lectores hacia obras de estas caractersticas. Existe, ade-ms de la necesidad de responder a una curiosidad cultural, si no una ne-

    cesidad, al menos una legitimidad historiogrfica? O se trata apenas deresponder a una moda, una de las ltimas de un medio siglo prolfico eninnovaciones ya olvidadas o en vas de olvidarse?

    En realidad, una historia de la vida privada no es, hablando con pro-piedad, una novedad de las ltimas dcadas. Como muchos otros temasde fin de siglo, es volver a proponer bajo una luz nueva temas ya anti-guamente explorados. Desde luego no se trata de remontarse hasta el si-

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    glo XVIII y aquel ensayo de Voltaire sobre las costumbres que era, all de los propsitos de su prlogo, sobre todo una forma de histpoltica sazonada con referencias a los hbitos mundanos de sus prgonistas, o a sus creencias religiosas, como mejor forma de criticarla travs de ellos, enjuiciar al Antiguo Rgimen. Se trata de volver

    cambio, a ese siglo XIX, arcano de tantos itinerarios historiogrficotenciales, incluido el de la vida privada.

    Un nombre emerge inmediatamente cuando se buscan las racejanas de las distintas formas de nueva historia: el de Jules Michelet.conocidas sus apelaciones a una historia que como la vida mismara verdaderamente total y a cuya curiosidad nada escapase; una rrreccin de la vida integral, deca en el Prefacio a suHistoria de Fcia, de 1869, no en la superficie sino en sus organismos interiores y fundos. Era la bsqueda de una historia a la vez ms material y mpiritual, que tuviera cuenta del clima, de las circunstancias fsicas

    siolgicas, de la alimentacin, de las costumbres.1 Enese contextdeba sorprender en su obra, por ejemplo, el uso por vez primera sentido histrico moderno) de un trmino y una categora analticamo la de sociabilidad, a travs de la cual se pudiese aspirar a pelos cambios de una poca a otra.2

    Pero si en Michelet lo que llamaramos las formas de la vida prda era uno de los mbitos hacia los que deba expandirse una histms cercana a la vida, en otro gran historiador del siglo XIX esos mos aspectos privados ocupaban un lugar de privilegio. Vase este fmento del libro clsico de Jacob Burckhardt: Un estudio profundo

    vado a cabo con espritu psicolgico, del vicio de golpear de los puegermnico y romano tendra, sin duda, mucho ms valor que numervolmenes de despachos y negociaciones. Cundo y por qu influese convirti en algo cotidianola costumbre de golpear a los hijos enfamilias alemanas?.3 Esta definicin forma parte de un libro que sterrogaba (con instrumentos distintos de los nuestros, pero con prepaciones no tan distantes) acerca de los lazos familiares, las relaciilcitas, la figura del cortesano, los juegos, el nacimiento del individla intimidad, el sentido del honor como modo de indagar la moralilas fiestas y las representaciones teatrales. He ah definidos, a la ve

    necesidad de una historia de la vida privada y muchos de sus objems all de modas y sensibilidades ocasionales.

    La construccin de una historiografa profesional, que coincidiel apogeo de la historia erudita y con las necesidades de las elites pticas de los Estados occidentales de hacer un uso sistemtico de la toria como pedagoga cvica para la constitucin de una religin patica, cercen muchas de aquellas curiosidades. La historia encontr

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    objeto a estudiar y a la vez a consagrar: la nacin. Era la historia de lopoltico, lo institucional, en suma, lo pblico. sa sera tambin la posi-cin de un historiador como Benedetto Croce, muy alejado de la falta deambiciones de los eruditos y que en sus aos juveniles haba dedicadosistemticos esfuerzos hacia una historia entre lo cotidiano y lo privado,

    proponindole al lector mirar con l desde la ventana de su estudioesengulo de Npoles del que emergan figuras y situaciones cuyas his-torias conjeturaba.4 Pero ese mismo Croce, volcado luego a definir el ob-jetode estudio de la historia, lo recort en una historia tico-polticaentendida como todo lo que concierne al Estado, incluido aquello queest fuera de l pero coopera con l o se esfuerza en modificarlo. Aun-que inclua en va de principio el estudio de costumbres y sentimientos,esa frontera, en los hechos, dejaba poco espacio para todo aquello queno fuera parte de las aristocracias de vario tipo y las elites polticas. Co-mo Croce dijera alguna vez, despectivamente, las biografas individua-

    les que se adentraban en la privacidad de los biografiados eran la his-toria desde el punto de vistadel camarero.5 No obstante, en esos aosde reinado indisputado de lahistoria erudita, otras voces se dejaban es-cuchar, aunque a veces desde territorios vecinos. He ah el caso de Nor-bert Elias, que en 1939 intenta comprender el proceso de la civilizacinotorgando un lugar central a las costumbres y a la privacidad. Los mo-dales en la mesa, la intimidad del dormitorio, de la cama, del vestirse,ocupan un lugar principal como modo de pensar la evolucin social dela modernidad.6

    Si la historia argentina no puede pensarse como una mera reproduc-

    cin de etapas sucesivas equivalentes aunque diferidas en el tiempo aaquellas europeas, su historiografa s puede, sin demasiada arbitrarie-dad, reconducirse a un esquema como el precedentemente descripto.Ah estn los padres fundadores, que, aunque preocupados por narrar elmito originario de la nueva nacin, encontraban que una forma de expli-car el destino de esa sociedad y de esa formacin poltica poda tambinbuscarse, si no en la privacidad, al menos en la sociabilidad. Vicente Fi-del Lpez dedic varias pginas a esbozar algo que llam una historiamoral del gaucho (es decir, de sus hbitos y costumbres) que l vea co-mo parte integrante y sostn de una historia poltica y Mitre crey

    oportuno agregar un prlogo a la tercera edicin de suHistoria de Bel-grano, que llam Ensayo sobre la sociabilidad argentina y que consis-tuy un intentode explicar la genialidad democrtica y el destino mani-fiesto argentinoa travs de los rasgos de esa sociedad igualitaria de loslejanos tiemposcoloniales.7

    Sin embargo, ser hacia fines de siglo cuando los temas que aquexploramos hicieron una autnoma, esforzada y no siempre lograda

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    irrupcin en el escenario historiogrfico. He ah a Jos Mara RaMeja tratando de explicar el comportamiento poltico de BernardMonteagudo por su erotismo y, ms afortunadamente, aspectos desismo desde la sociabilidad callejera. Para retratar desde lo cotidiutilizaba un grupo social que pareca, en forma rudimentaria, algo se

    jante a lo que otra tradicin ya igualmente antigua llamabapeqburguesa y que l denominaba guarangocracia.8 Consideremostama Juan Agustn Garca, que encontr en las transformaciones de lalaciones familiares del litoral argentino que pasaban de un modelotriarcal sin intimidad ni confidencia a lo que llam, siguiendoa Frric Le Play, la nueva familia jacobina el verdadero punto de pasajegativo) del mundo colonial a la sociedad revolucionaria.9 Aunque tpreocupaciones equivalentes, sus intereses no semejantes distinguGarca de Ramos Meja. Si el mdico alienista aspiraba (o deca aspa ver todos esos procesos con la impasibilidad de un entomlogo, al

    le interesaba encontrar all, en el largo plazo y fuera de la polticaclaves de la que ya tempranamente juzgaba como irremediable decacia argentina.

    Tambin en el Ro de la Plata los vientos de la historia erudita,sus intereses patriticos, su petulancia en torno del mtodo y su ideconocimiento verificable ligado al archivo (pblico) barrieron conveleidades de los historiadores que llamamos positivistas, en quipor caminos a veces estrafalarios perviva la bsqueda de una relade la historia con otras ciencias sociales y la exploracin de otros ttorios ciertos (como la historia de la familia) e inciertos (como la ex

    ta frenologa). Con esos eruditos nacera una perspectiva destinaperdurar ms all de ellos. Si en algo puede distinguirse la situacintoriogrfica argentina de la europea en este siglo XX, es en la larga tralidad otorgada al Estado, a lo pblico, a lo poltico, en la explicadel proceso histrico argentino. Una larga lista de opiniones prestisas (de Ravignani a Halperin Donghi) dej poco espacio para expmentos novedosos e incluso para admitir la legitimidad de stos.

    Las historiografas euroatlnticas, en cambio, expandieron msmemente en las ltimas dcadas el territorio del historiador hacia vos temas y nuevos problemas. A veces se tiene la impresin de que

    se orientaba hacia trivialidades y excentricidades, para mayor satiscin de un consumidor previamente saturado por dcadas de didascideolgicas o moralizantes. Otros historiadores, preocupados por cprender el pasado (quiz porque llegaron a l desde un compromisovico o tico o porque los apremiaban los dilemas de un inquietante sente), imprimieron a esa bsqueda la voluntad de brindar explicacipor vas que imaginaban ms prometedoras que las convencionales

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    los mbitos de lo privado, en el sentido de lo no pblico, tal vez se en-contraban las claves que podan dar cuenta de las resistencias de los ac-tores a comportarse segn el papel que les haban asignado las filosofasde la historia y las teoras de la evolucin social. Se redescubra que elobrero que no realizaba la revolucin que la Historia con mayscula le

    haba encomendado no era slo un trabajador en una fbrica, un ciuda-dano que votaba, un militante que frecuentaba mtines polticos, sinotambin una persona en la intimidad de su casa, un parroquiano en uncaf. Estaran all, en esos espacios ntimos, en esa sociabilidad no p-blica, las claves de los comportamientos?

    Seguramente, no todos podran reconocerse en esa problemtica de-masiado ajustada a las sucesivas ilusiones y desencantos de una genera-cin. Sin embargo, esa preocupacin por el presente y el desencanto quelleva a explicar por qu las cosas haban ocurrido de modo inesperadoson el punto de partida del gran renovador reciente de la problemtica

    de la historia de la vida privada: Philippe Aris. Nunca es innecesario re-cordar que el peso de una doble derrota la provisional de Francia en laSegunda Guerra y la definitiva de su grupo poltico de pertenencia lollev a una relectura de los caminos de la modernidad. En esa tarea con-secuentemente inspirada en una ideologa ms tradicionalista que la desus conmilitones, Aris aspiraba a eludir la influencia explicativa deaquellos dos monstruos creados y creadores de la modernidad, el Esta-do y la poltica, para buscar en otro lugar las claves de las continuidadeshistricas.10 Su itinerario personal hubiera sido un admirable ejemplo aagregar en la listaque corrobora la afirmacin de Reinhard Koselleck:

    los grandes aumentos de la comprensin histrica han salido de la crisisde los vencidos; stos siempre han tenido, ms que los vencedores, ne-cesidad de explicar por qu las cosas ocurrieron en un sentido diferentedel que esperaban o deseaban.

    Tal vez todo ello sea demasiado ambicioso para justificar la necesi-dad de una historia de la vida privada y simplemente debamos dejar allector seguir la sugerencia de Michelle Perrot de que lo privado, ms allde su utilidad para darnos grandes explicaciones del proceso histrico,se ha impuesto a nosotros por otras razones ms cotidianas. No slo hadejado de ser una zona vedada u oscura para el conocimiento sino que,

    al haberse impuesto como la experiencia de nuestro tiempo o, en otrostrminos, como la parte ms considerable de nuestra existencia cotidia-na, ha emergidopor s solo como centro de inters de historiadores yde lectores.11 Esnecesario decir, sin embargo, que, por inciertos quesean sus resultados, en esa voluntad de comprensin manifestada porBurckhardt y Michelet, por Agulhon y Aris, aspiran a inscribirse las in-tenciones de esta historia que el lector tiene entre manos?

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    Hemos usado hasta aqu una expresin,vida privada, equvocsus alcances y mudable en su significado y en su inclusividad. Detemonos en algunas breves consideraciones sobre ello. Desde luego,

    lando a las nociones coloquiales, cotidianas, parece fcilmente pertible delimitar aquello que pertenece al mbito de lo privado. Los blemas estn, como es habitual, en las fronteras. La distincin entque es privado y lo que no lo es le otorga sentido a aquello como cgora analtica o como simple instrumento descriptivo. En este senla idea de privado slo encuentra su significacin en contraposicinla nocin de pblico. Pero, en realidad, la oposicin pblico-privadogiere, en el lenguaje corriente, tanto una contraposicin entre n(privacidad) y visible (pblico) como otra entre aquello que pertenela esfera del Estado y lo que incumbe a la esfera de las personas.

    ltima, ms inclusiva del campo de lo privado que la primera, es, vez, susceptible de ser vista en un sentido aun ms abarcador si se sidera (como hacan los cdigos liberales del siglo XIX y, entre enuestra Constitucin de 1853) que pertenece a la esfera de las perstodo aquello que no es regulado desde el Estado.

    A este sentido responde Max Weber cuando, intentando delimitderecho privado, sugiere que ste puede ser visto como el sistemnormas que regulan la conducta no referida al instituto estatal,12 aunreconoce de dficil delimitacin uniforme, sobre todo para pocas pdas donde tal contraposicin poda faltar enteramente. As, por ejem

    cuando el poder poltico no presentaba diferencias de naturaleza copoder domstico (ambos con el patrimonialismo como rasgo comera problemtica la delimitacin de lo pblico. Inversamente, cuandtotalidad de las normas jurdicas posea carcter de reglamento y lotereses privados no eran pretensiones jurdicas garantizadas, sino apla probabilidad de proteccin derivada de aqulla como reflejo, se hdificultoso definir en qu consiste lo privado. En el primer caso, loblico se disuelve en lo privado; en el segundo, lo privado se diluye epblico. Estas reflexiones no slo deben orientar el anlisis de los cbios de las relaciones privado-pblico a lo largo del tiempo, tambin

    ben permitir pensar si esa distincin plenamente moderna es siemoperativa en las sociedades antiguas.

    Esas distinciones jurdicas, se dir, operan en la normatividad, no en las prcticas sociales o en la conciencia de los sujetos. Es oque mbito regulado no es necesariamente mbito controlado y el ecio de lo privado no coincide con el espacio de lo jurdicamente reccido como tal. Los comportamientos de los actores sociales encuen

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    demasiado frecuentemente su espacio en los intersticios, las ambigeda-des o las contradicciones de los sistemas normativos, y la intimidad es elrefugio frente a intromisiones y despotismos pblicos. Sin embargo, conaquellos lmites, ese mbito jurdico condiciona el ejercicio de una prc-tica social, recorta por el contorno los mbitos librados a la privacidad o

    los espacios de posibilidad de sta. El domicilio inviolable es parte de laprivacidad y la libertad de asociacin permite la emergencia de formasde sociabilidad independientes de latutela estatal,13 condiciones stas talvez necesarias, pero, desde luego, no suficientes. La historia de lo priva-do no coincide con las claridades jurdicas y conceptuales del siglo XIX,aunque adquiera all su plena formulacin y su plena distincin en lascreencias de los actores sociales y en la construccin de una frrea mo-ral y respetabilidad burguesas que, como observara George Moss,obligan a la privacidad, a travs de la exclusiny la represin.14

    La relacin pblico-privado, desde luego, nodefine slo dos campos

    de indagacin ni dos mbitos autnomos, sino dos espacios de interac-cin donde las transformaciones de uno modifican al otro. De manera al-go paradjica, los estudiosos de la vida privada han visto ms a menudoa sta como resultado, respuesta, reflejo o, en el mejor de los casos, mo-vimiento paralelo a la emergencia de un espacio pblico y no viceversa.En suma, ms subproducto de una intrusin del Estado en la vida de laspersonas que consecuencia de un retiro de aqul, como podra suponer-se. En este sentido lo pensaba Burckhardt, que vea en el Renacimientoitaliano la coincidencia entre la expansin del Estado y la afirmacin delindividuo y de la privacidad. Esa afirmacin era posibilitada por el

    desarrollo de la economa comercial y sustitutiva de la imposible vidapoltica por la vida civil, la poltica y la economa comercial.15 En otrostrminos, diferentes pero equiparables, se expresaba Georges Dubycuando pensaba lo privado como una ciudadela asediada por el poderpblico crecientemente entrometido en la vida de las personas, precisa-mente en el mismo momento en que la intimidad se hace, tambin ella,ms exclusiva.

    Si la historia de la civilizacin occidental, pensada esencialmentedesde sus dimensiones pblicas y econmicas, era, hasta la llamadacrisis de los grandes relatos que unan teleolgicamente el pasado, el

    presente y el porvenir, la del proceso de dominacin planetaria del mo-do de produccin capitalista, o la del triunfo de la razn y el Estado oc-cidental, de la sociedad y la cultura moderna o cualquier otro de sus iti-nerarios, qu se poda decir entonces de la historia de la vida privada?Se trataba tambin de un proceso con un sentido fuerte, que pudiese serpautado como una transformacin coherente, proceso que, partiendo delsiglo XIV o del XVI, culminaba en ese doble movimiento de expansin

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    de lo pblico y de debilitamiento de lo comunitario, unido a la condacin de la intimidad y a la paulatina privatizacin de las costumba la interiorizacin del autocontrol? Esa idea ha dominado la obrpersonas como Elias o Aris. Para ellos, ms all de discontinuidase trataba, en el largo plazo, de un proceso coherente y no desprov

    de sentido. Elias, sobre todo, protestaba enrgicamente contra las cepciones de la modernidad propuestas por Talcott Parsons, por su eticidad y su incapacidad para pensar en trminos de proceso, por sumites para analizar la evolucin social empricamente y no en trmde una teora social a priori. Pero, a veces como dijera Arnaldo Mgliano, los enemigos y los maestros se parecen. No puede verse con todas las prevenciones posibles, tambin alguna forma de lecturlas vas obligadas de la modernidad, aun cuando los puntos de partide llegada sean diferentes de la imagen provista por los arquetipos dcomunidad y la sociedad y sus derivados funcionalistas? Por

    parte, si nos detenemos en los anlisis acerca de la emergencia de lmilia ntima no necesariamente referida a la corresidencia, no tistos algn parentesco con los procesos de nuclearizacin de las estturas familiares que una antigua literatura haba visto como fundantela modernidad?16 Ciertamente, estas lecturas difieren de aquellas puestas por el pensamiento tradicionalista sobre la sociedad modecomo difieren igualmente de las de los crticos revolucionarios denuevas realidades capitalistas. Sin embargo, un parentesco fundamelas une: la evocacin de un proceso bastante lineal, homogneo ysentido, que nos remite a sucesivas variaciones en torno del tema

    trnsito de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, procesosiempre implicaba la destruccin de la comunidad y la emergenciabre sus ruinas, por una parte, del Estado moderno, y por otra, del ividuo y de los mbitos familiares restringidos. Es necesario recoque esta lectura ha sido, y puede ser, puesta en discusin?

    Todo lo hasta aqu expuesto debe desplazarse de un plano histogrfico general a un proceso histrico particular. Recordemos brmente una propuesta central, formuladapor Philippe Aris en 198

    el Wissenschaftskolleg de Berln.17 En las sociedades europeas del Aguo Rgimen, nadie tiene, stricto sensu,una experiencia de la plenavacidad, en tanto que la trama de las interdependencias y las proximdes sociales impiden que se constituyan espacios sellados, ntimos.formas de la sociabilidad no oponen pblico y privado sino que ofrconfiguraciones annimas, hbridas: la plaza, la calle, el patio, lamunidad. Sobre esta indistincin ir avanzando, desde fines de la E

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    Media hasta el siglo XVIII, el proceso de privatizacin de las socie-dades europeas occidentales, lcidamente analizado por Norbert Elias.Paralelamente, en el plano del Estado, la dinmica es inversa. ste no lo-gra asegurar las funciones pblicas que permitan a los mbitos familia-res, vecinales, comunitarios, liberarse de la carga de las responsabilida-

    des pblicas. Por otra parte, el servicio al Estado se plantea siempre entrminos de fidelidades privadas, individuales. Cuando la autoridad p-blica no est constituida, la familia amplia, la parroquia, la comunidad,la clientela, se convierten... en los ejecutores de los imperativos socia-les, con mayor obsesin y rudeza cuanto ms estrecha es la distancia queles separa y ms limitada la eleccin de sus medios.18 As, mientras enel plano de la experiencia de la sociabilidad el proceso es elde una cre-ciente privatizacin, en el plano de las funciones polticas nos hallamosante un desplazamiento hacia lo pblico de las funciones antes ejercidaspor privados, en uno de los posibles sentidos que propone el dicciona-

    rio de Richelet de 1679: propio, particular, que no tiene cargo. Estaprimera problmatica se inscribe en el tiempo y el movimiento. No setrata desde luego de una suerte de doble marcha triunfal de la privatiza-cin de la vida y la desprivatizacin de las funciones polticas, sino msbien de un caminar oscilante, hecho de pausas y aceleraciones, una tem-poralidad de ritmo discontinuo.

    Existe tambin una segunda problemtica, que puede ser pensadacon la metfora del espacio pero que, similar a la figura de una marchaoscilante, tampoco logra conquistar fcilmente delimitaciones espacia-les trazadas con una mano firme. Se trata de la localizacin, contingen-

    te, de los espacios, de los mbitos de lo privado y lo pblico en cada mo-mento singular, en cada contexto especfico. Una topografa que, aun agrandes rasgos, es con frecuencia borrosa hasta bien entrado el sigloXIX pues habr que ser cauteloso en tantas tierras de nadie, que se-ala los lugares de la privacidad, los espacios pblicos. Pero, cuando de-ja de tratarse de las distinciones entre los tribunales y las alcobas, lo queasegura o al menos postula la privacidad de la experiencia de ciertos lu-gares, de ciertas prcticas, depende a veces tan slo de la capacidad deaislarse del entorno ms all de toda objetividad, de apropiarse de obje-tos que funcionen como recordatorios o de la memoria olfativa de los lu-

    gares de la infancia. Historia difcil, por lo tanto, que tender a sealarumbrales y a adivinar huellas de gestos perdidos, de lmites casi invisi-bles, ms que a ofrecer la certeza de la privacidad lograda.

    Cabe recordar que si la historia de la vida privada est hecha de lu-gares y objetos, de desplazamientos y mutaciones, no es sin embargouna historia de la cultura material ni una historia de las estructuras so-ciales. O no es slo eso. Es sobre todo una historia de las prcticas que

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    reivindica la fecundidad de los enfoques plurales, una historia depoticas de lo cotidiano, una historia de los afectos, de las sensacioEs tambin una historia implcita del espacio pblico en lo que stene de ms inmediato y, quiz, de menos grandilocuente. El campotrazado revela la inmensidad de lo inexplorado.

    Hemos presentado una cierta lectura del proceso de desarrollo drelaciones entre lo pblico y lo privado en el contexto europeo, perto nos remite a otro aspecto problemtico. Cules son los lmites eciales pertinentes para el anlisis del proceso de privatizacin? Codiran acaso con los de la civilizacin occidental o, dentro de ese rtan abarcador, podran describirse procesos diferenciados en sus rity en sus caractersticas? Sea en Aris o en Elias, en la edicin frande laHistoria de la vida privada o en autores menores como Shor

    domina la idea de que lo que se describe es un procesoque afectaimpreciso contexto occidental, en su acepcin europea (de Escandinal Mediterrneo, como postula Duby) o en su acepcin noratlntiatlntica. El observador que procede de otros campos como la hiseconmica, que ha fatigado dcadas para liberarse de las vas unililes de desarrollo, no puede menos que sospechar que la pretendidacidentalidad es tal vez la unidad del resultado final, pero no la del ceso que llev hasta l. El lector, aun sin prestar mucha atencin, pudescubrir que aquella historia de la vida privada de edicin franceses una historia de las formas de privacidad en la civilizacin occide

    sino de algo que (los recortes nacionales son aqu siempre arbitrarioparece demasiado a la civilizacin francesa. Ciertamente, ah est efaltable Imperio Romano del tomo I para desmentirlo, pero, como Paul Veyne (atinadamente), ello est ah apenas como contraste y nomo antecedente de una historia que, verdaderamente, empieza msde. La sospecha ante la abundancia de autores, bibliografa y ejemfranceses se hace certeza cuando, al llegar al siglo XIX momentque esa historia occidental se hace verdaderamente atlntica, su cpiladora confiesa que se, precisamente se, ser un siglo XIX francon algunos reflejos britnicos. Ms que deplorar esa reduccin, d

    ramos elogiarla.Lo dicho no tiene el objetivo de abrir una innecesaria querella o

    tular una autonoma intelectual; slo se intenta recordar cunto estatoria que aqu comienza tiene de diferente de aquella otra. La cual, vez, sirve tambin como contraste. La posibilidad de encontrar itinrios, paralelismos, quiz desfases, podr ser un da el resultado decomparacin sistemtica; hoy slo puede ser un programa de futu

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    una fe historiogrfica en un datado evolucionismo simplificador: que to-dos los procesos histricos transitan un mismo itinerario, slo que se en-cuentran en distintas estaciones de su recorrido. Propongamos un ejem-plo: los lectores de la seccin de Sociabilidades del presente volumenque conozcan la literatura francesa sobre el mismo argumento y el mis-

    mo perodo podrn comprobar velozmente esas diferencias. Encontrarnen la Argentina una sociabilidad de elite tardamente desarrollada. Insti-tuciones como el Crculo en la primera mitad del XIX en Francia y ex-pandido con fuerza slo en la segunda mitad del mismo siglo en la Ar-gentina. Retraso previsible, se dir, y sin embargo, he ah el vigor de unasociabilidad popular rioplatense con pocas comparaciones europeas pa-ra la misma poca. Qu decir, por lo dems, acerca de las relaciones en-tre la Iglesia, los padres y la decisin de los hijos en el contexto potosi-no si las comparamos con las imgenes provistas por los estudiosos delcontexto europeo para la misma poca?

    Muchas razones podran argirse en defensa de una posicin pluralde los itinerarios de lo privado. Detengmonos slo en una, en atencina los beneficios para el lector de la economa de los prlogos, que pos-tulaba Quevedo y reiteraba Borges. Las civilizaciones materiales son,desde luego, espacios que posibilitan respuestas diferentes, Pierre Gou-rou lo sostena anticipadamente a Fernand Braudel.20 Deberamos pen-sar que las formas de la civilizacin, las costumbres, la sociabilidad, sonindependientes, adems de tantas otras cosas, de esos soportes espacia-les? En un libro, justamente clebre, Sarmiento haba llamado la aten-cin sobre ese punto, al establecer una estrecha relacin entre espacio,

    poblacin, sociabilidad, que configuraban, en el inseguro desierto que seextenda ante sus ojos, un caso civilizatorio nico, contrastante con elejemplo europeo.21 Y aunque esa temtica sea hoy, en su retrato final,discutible o al menos regionalizable como exhibe el contrapunto entrela frontera y la zona de vieja colonizacin que dos de los trabajos aquincluidos presentan, no deja de ser relevante para ayudarnos a pensarlo privado en formas ms complejas que la de la civilizacin occiden-tal o que la provista por dicotomas empobrecedoras en su generaliza-cin, como rural-urbano o tradicional-moderno. Del mismo modo, estasdicotomas clsicas nos pueden orientar hacia el contraste entre otras

    realidades diversas si se quiere, pero cercanas: las de esa llanura sinlmites y las potosinas, o entre stas y las de la ciudad puerto, como de-mostracin de que el problema es qu mundo rural y qu mundo urba-no y no un simple contraste entre ellos. Ello finalmente exhibira elmodo como esa pluralidad de las formas de relacin entre espacio, so-ciabilidad y privacidad se presenta tambin en el mbito americano, oincluso dentro del antiguo Virreinato del Ro de la Plata. Bartolom Mi-

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    tre ser el primero de muchos que buscarn en esta intuicin las juscaciones de los pronsticos para la Argentina de una ilusoria excepnalidad que le permitiese eludir su destino sudamericano.

    Empecemos a hablar de nosotros. Si tomamos como punto de pda la doble definicin de la distincin entre pblico y privado, la dvida poltica, la de la vida tout court, es porque esta tensin que hanuestras geografas no se resolver sino ya muy entrado el siglo XEsto obedece, por una parte, a la larga duracin de las sociabilidadesdicionales no urbanas o de las sociabilidades populares que institua la vez, los placeres posibles y las reglas que ciertos rituales, brazocular de la tica comn,22 se encargaban de hacer respetar. Perootra parte, es necesario recordar que la Revolucin de Mayo haba dnido e incluso invertido el proceso de privatizacin de la vida del qu

    ltimos decenios del Antiguo Rgimen haban sido testigos. Esta pozacin de todos los mbitos, que deba educar en la tradicin repubna a una sociedad civil desagregada, proceso similar en ciertos aspeal que haba tenido lugar durante la Revolucin Francesa, traera apjada por largo tiempo la difcil constitucin de un espacio privado, eto de los avatares de la poltica, y sera a la vez un obstculo en la ccin de un mbito poltico arrancado al poder de los privados, estaen el sentido de los parientes, los clientes, los amigos. Si partimos bin de la doble metfora narrativa, la del movimiento, la de la topofa, es porque, como se ver, nuestros autores cuentan con ambas.

    El primer ademn, de movimiento, es como el travelling de unamara que se desplaza de los exteriores, donde a veces se agitan laguras de Carnaval, de procesin, de mercado, de plaza a la hora delpsculo en los largos veranos, en donde otras veces se mueven las sbras fatigadas de la siesta, hacia los muros de las parroquias, los contos y las casas, y en el interior de ellas, hacia episodios elegidos cemblemas, huellas de una intimidad insinuada. Los autores han elerecorridos narrativos que muestran este desplazamiento. La privacno responde siempre al principio de no contradiccin con el que Parnides instaura la identidad del discurso filosfico: El Ser es, y el no

    no es. Recorre una lnea en la que hay ms o menos privado, ms onos pblico. A propsito de esto es necesario recordar que lo privadtiene un contenido homogneo, que la oposicin privado-pblico esforma histrica, una prctica dela dicotoma.23 Se tratar, por loto, de recorrer los contenidos especficos de esta oposicin formaluna mirada que se desplaza hacia el centro pero que, como veremosfrecuencia, vacila en el umbral.

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    El segundo gesto narrativo, de inmovilidad, topogrfico, designa l-neas de tensin entre pblico y privado, las que organizan las relacionesde la familia con las obediencias clientelares, las que permiten desple-gar en la ciudad como teatro los fastos dobles de la exhibicin de unpoder regio en la persona de su virrey y de una poblacin en plena ma-

    nifestacin de sus glorias, las que rigen la honra, alegora absoluta deumbral que organiza la articulacin entre el poder poltico y econmicoy todo lo que atae al cuerpo, los gestos, la esttica, los valores sentidosy exhibidos, el acatamiento de las preeminencias y las sumisiones bienentendidas. Es necesario recordar que en las normas de civilidad que ri-gen la honra se articula una doble preocupacin: adquirir la plena e in-fatigable conciencia de las constricciones que gobiernan la existencia,cuando uno est solo, debe comer como si lo hiciese en pblico..., or-ganizar un yo que parezca ignorar, por su plena incorporacin, las pres-cripciones de la conducta, ... cuando se est en pblico, se debe comer

    como si se estuviese solo.Situemos primero, con voluntaria brevedad, los cortes, antes de jus-

    tificar las categoras. La empresa colectiva que hoy presentamos estdividida en tres volmenes. El primero cubre lo que podramos deno-minar con imprecisin el pas antiguo, desde la colonia hasta 1870. Sipensamos en la historia poltica y en ciertos aspectos de la historia eco-nmica, la fecha de 1870 es problemtica, en tanto no hay continuidadentre el mundo colonial y el mundo posindependentista. El surgimien-to del pensamiento liberal, los tumultos revolucionarios y los tintes de-mocrticos del movimiento independentista van a dejar huellas en las

    formas incipientes de la privacidad, al menos en el rea del Litoral. Pe-ro slo en los decenios finales del siglo XIX se podr hablar de una so-ciedad que ofrezca nitidez de fronteras entre lo pblico y lo privado. Esdifcil, en efecto, no admitir cunto cambia la sociedad argentina en elltimo cuarto del siglo XIX. La inmigracin masiva, su peso numrico,su desigual distribucin, la diversificacin de la vida econmica, gene-ran sin duda un pas plural, una sociedad compleja y heterognea. Laconstruccin de privacidades ser uno de los elementos centrales de lareconfiguracin del espacio social. Dos exigencias mayores marcan es-te proceso: la respetabilidad de la familia bien constituida y la des-

    piadada retrica de las buenas maneras que se impone a una clasemedia emergente y borrosa que es ms una presuncin o un estilo queuna ocupacin o un ingreso.

    El segundo corte, 1930, indudable desde la historia econmica y so-cial, requiere ciertas advertencias si pensamos en las mutaciones de losespacios de privacidad. En el plano de las identidades, de las formas dela vida familiar, no hay cambios definitivos, pero los rasgos que emer-

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    gen en los decenios finales del siglo XIX se afirman, se hacen homneos recordando, no obstante, que las sociedades homogneas nosino ilusin o ficcin de laboratorio. Habr cambios, eso s, en lostrumentos de la poltica moderna. El populismo, el totalitarismo ymedios de comunicacin de masas invadirn los espacios privados

    slo porque estos ltimos tienden a construir una opinin sino podel Estado pueden venir ahora ms que nunca la asistencia social, lganizacin del tiempo libre y la salud, pero, sobre todo, la muertevale la pena abundar: la treintena de trabajos que esta obra rene teque sustentar las primeras decisiones.

    Demos ahora unos pasos. Antes de entregarnos a la diversidadcemos algunas coherencias provisorias. Hemos optado por tres graninscripciones y una novedad. La novedad, frente a lo que ya podramarse el gnero Historia de la vida privada, es la de la Crnicahemos incluido, recordando sin duda la propuesta que Michel de

    teau hace a popsito del valor terico del gesto de contar: El reno expresa una prctica. No se limita a expresar un movimiento. Loce. En el arte de decir se ejerce un arte de hacer en el que Kant rnoca un arte de pensar.24 Las tres grandes inscripciones, Espacios gares, Sociabilidades, Imgenes y lenguajes, son borradores dvisin y los textos que en cada caso contienen han de desplazar sumites. Pero sealan ciertos lazos, ciertas connivencias. En Espacilugares hemos partido de un ademn clsico de la prctica historira: la designacin de un lugar en la construccin del objeto. Hemostado de ver las relaciones entre zonas y prcticas de lo pblico y lo

    vado, ya se trate de los confines del virreinato, los mrgenes del deto, la pampa de vieja colonizacin o, como veremos en volmsubsiguientes, de los barrios orilleros o los balnearios de comienzosiglo XX. No porque se quiera, desde ya, postular un determinismoespacio, sino sencillamente con el fin de pensar los lugares y sus vlos con formas especficas de la privacidad. Bajo el ttulo Sociabides hemos querido referirnos a la naturaleza de los encuentrosconvivencias y los gestos desplegados en mbitos fsicos o sociolcos cuyas reglas modelan las posibilidades de la experiencia. En Igenes y lenguajes, los objetos sern la palabra escrita u oral, la ima

    y sus soportes, los lenguajes entendidos como prcticas (hablar Dios, escribir), o como metforas de la prctica (contemplar, consum

    Nos queda por hacer una ltima advertencia. sta ser, esenmente, una historia social que parte de los espacios donde lo pblilo privado se confunden hacia las intimidades fugaces y es conscide la dificultad de historiar la experiencia ntima. Cuando terminapasar la mscara, con sus veinte pajes, la Fama con sus doce fam

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    hroes, las doce sibilas, los etopes con su rey coronado, las ninfas, losgalanes y las damas, cuando se cierran las puertas sobre los altares pri-vados de la diosa Amicitia, sobre el cuerpo arrumbado que pesa, sobrelos zaguanes y las celdas, ya nadiehay ms que un poco de fro, un sue-o no soado por alguien.25

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    8.

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    11.

    12.

    13.

    J. Michelet,Histoire de France (Livres I-IV), en Id., Oeuvres Compltes, IV, Flammarion, 1974, pp. 11-27.

    Un largo itinerario de historiadores ha visto todos los esfuerzos de renovacin riogrfica francesa como sucesivos retornos a Michelet, desde Lucien Febvre

    Jacques Le Goff o Maurice Agulhon. Este ltimo ha recordado como punto detida de los estudios sobre sociabilidad un conocido pasaje de la Histoire de Fenel que uno de los elementos decisivos del trnsito del siglo XVII al XVIII ecisamente, la conversacin espontnea difundida por todas partes [que] es el caracterstico de la poca, una sociabilidad desbordante y sbita hace que los qusean, los desconocidos que se encuentran en un caf se pongan a conversar y stiendan inmediatamente entre ellos, J. Michelet, op. cit., XIV, citado por M. hon,Il salotto, il circolo e il caff. I luoghi della sociabilit borghese, Roma, zelli, 1993, pp. 6-7.

    J. Burckhardt,La cultura del Renacimiento en Italia, Barcelona, Zeus, 1968, p(primera edicin en alemn).

    Un angolo di Napoli, en B. Croce, Storie e Leggende Napoletane, Miln, Ad

    1990, pp. 15-49.

    B. Croce, La critica del cameriere e Vittorio Alfieri, en Conversazioni criticBari, Laterza, 1950, pp. 168-171.

    N. Elias,El proceso de la civilizacin. Investigaciones sociogenticas y psicogcas, Mxico, FCE, 1987.

    V. F. Lpez,Historia de la Repblica Argentina, Buenos Aires, s.f., t. III, pp.128; B. Mitre,Historia de Belgrano y de la Independencia argentina, Buenos AEUDEBA, 1967, t. I, pp. 11-72 (tercera edicin, original de 1877).

    J. M. Ramos Meja,Las neurosis de los hombres clebres en la historia argeBuenos Aires, Rosso, 1932, pp. 304-309 (primera edicin, 1882); Id., Rosas

    tiempo, Buenos Aires, Jackson, s.f., t. III, pp. 223-226 (primera edicin, 1905J. A. Garca,La ciudad indiana, en Id., Obras completas, Buenos Aires, Zamora, t. I,pp. 332-334 (primera edicin, 1900). Es interesante que Garca, que presentaitinerario juzgado ms negativa que positivamente, era capaz de percibir (a la mde Aris) un contraste entre la nuclearizacin de la familia sustancialmente negpara el orden social y una intimidad moderna sugerida ms que desarrollada qintroducir la ternura y la confianza, modificaba positivamente las relaciones entrdres e hijos. Acerca del contraste en el mismo Aris entre las dos lecturas, cfr. P. AUn historien du dimanche, Pars, Ed. du Seuil, 1980, pp. 134-137.

    Desde luego aqu tenemos los mismos reiterados testimonios de Aris. Cfr., a de ejemplo, P. Aris,Ensayos de la memoria, 1943-1983, Bogot, Norma, 199

    M. Perrot, Introduccin, en P. Aris-G. Duby,Historia de la vida privada, BuAires, Taurus, 1990, v. 7, pp. 9-13.

    M.Weber,Economa y sociedad, Mxico, FCE, 1979, p. 498.

    M. Agulhon haba visto esa relacin entre el surgimiento del crculo como instity el marco jurdico que lo haca posible, pero desde luego ello tambin poda tearse para el caso argentino, donde la expansin de las asociaciones voluntariamales, en la segunda mitad el siglo XIX, no puede ser considerada independienla libertad de asociacin consagrada por la Constitucin.

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    25.

    G. Moss, Sessualit e nazionalismo, Bari, Laterza, 1982.

    La riqueza y la cultura, en la medida en que podan manifestarse, coordinadas conuna todava grande libertad ciudadana [...] favorecieron, sin duda alguna, en su con-

    junto,la aparicin de la mentalidad individual. Por otra parte, la ausencia de luchas

    polticas proporcion el necesario tiempo de ocio que se requiere en tales circunstan-cias. El hombre privado, indiferente a la poltica, J. Burckhardt, op. cit., p. 127.

    Desde luego que las perspectivas propuestas por Aris abren otros problemas, comoel del descubrimiento del nio, que son a la vez homologables y contrapuestos aaquella otra idea, inversa en su sentido y en su valoracin pero semejante en cuantoa problemtica de ruptura, del descubrimiento del nio como adulto, en tanto fuerzade trabajo sometida a la inmediata dependencia del capital que habra venido a inva-dir ellugar reservado a los juegos infantiles tanto como el de la economa domstica.Acerca de lo cual se remite al Marx deEl Capital, pero en la clave aqu propuesta so-bre todo por F. Tennies, Comunidad y asociacin, Barcelona, Pennsula, 1979.

    Seminario titulado Acerca del espacio privado, editado por Roger Chartier en elvolumen 6 de laHistoria de vida privada, Buenos Aires, Taurus, 1991, pp. 7-19.

    Yves Castan, Poltica y vida privada, ibd., p. 44.

    E. Shorter,Naissance de la famille moderne, Pars, Ed. du Seuil, 1977.

    P. Gourou, La Civilisation du Vegtal, en Overduk mit Indonesie, I, 5, 1948.

    D.F. Sarmiento, Civilizacin y barbarie, en Id., Obras escogidas, Buenos Aires, LaFacultad, 1917, t. II,passim.

    Daniel Fabre, Lo privado contra la costumbre, Historia de la vida privada, v. 6,p. 168.

    Michel de Certeau haca esta advertencia a propsito de la categora de lo mismo

    poroposicin a lo otro en La fbula mstica. Siglos XVI-XVII, Mxico, Universi-dad Iberoamericana, 1993, p. 29.

    Michel de Certeau,La invencin de lo cotidiano.I. Artes de hacer, Mxico, Univer-sidad Iberoamericana, 1996, p. 90.

    JorgeLuis Borges, Everything and Nothing, El Hacedor, Prosa completa, volu-men 2, Barcelona, Bruguera, 1980, p. 343.

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    Espacios y lugaresEnrique Tandeter

    Juan Carlos Garavaglia

    Carlos Mayo

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    En Espacios y lugares hemos de partir del eje econmico del virreto: Potos, centro de una utopa. El relato funciona aqu, en s mismomo la alegora del desplazamiento que va de lo pblico a lo privadola ciudad engalanada para el pasaje del nuevo virrey a las alcobas dpocos potosinos ennoblecidos por Castilla. De la sonoridad misma dttulos y los nombres (Domingo Astoraica y Herboso, conde de Sanguel de Carma; Francisca de Paredes Charri y Xavier, Mariana TeLopes Lisperguer Nieto y Quintana) que imitan la descripcin de las ras pblicas Dionisio de Halicarnaso (s.I a.J.) postula que Homero cribe los tormentos de Ssifo en el infierno con las slabas largas, la

    piracin de las palabras y las letras rugosas, a los sentimientos sellos de una mujer casada contra su voluntad. Veremos entonces quvida familiar y el matrimonio no siempre son sinnimos de una privdad que ofrezca un retiro apacible. La necesidad de la mutua inclinade los cnyuges, que asegurara una privacidad real y deseada, se opa veces a esas obediencias en las cuales lo privado no se ha arrancan a lo poltico y las alianzas justas han de sostener las legitimidadeciales. El honor es aqu una categora esencial, prefigura las tenuesvacidades, rige las alianzas, constrie los deseos, inculca los gestos.traremos despus en los barrios de indios, donde las familias ocupa

    nico ambiente, unidas por un casamiento que hace perdurar estructde alianza originarias en el lugar de trabajo que la poltica regia dencomiendas les destina. Es difcil, por lo tanto, imaginar una privacplena que mellan las penurias, los espacios exiguos o la curiosidadgobernada de los vecinos, pero en el kajcheo (explotacin ilcita y tolda de las minas) se adivinan amistades, secretos. Luego se ver la ppa de vieja colonizacin al interior del ro Salado, la llanura que s

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    como un mar para los forasteros. All se revelan sociabilidades inespera-damente intensas si pensamos en esa imagen de individuos perdidos en uncampo sin marcas que nos ofrece la historiografa tradicional. Cabe des-tacar la importancia que tiene el mbito laboral como forma de esa so-ciabilidad vecinal frecuente en las sociedades tradicionales: se compar-

    ten animales de trabajo, herramientas, las sequas obligan a los paisanosa recorrer en grupo muchas leguas en busca de agua. Juntos van a matarperros cimarrones, y los ciclos agrcolas, como la siega, que reclaman laayuda recproca, el prstamo de peones, culminan con las grandes me-riendas, las fiestas, los bailes y los amores.

    Hacia el sur, la frontera, que ms tarde recibir la denominacin dedesierto, presenta en cambio muchos de los rasgos familiares a nues-tras imgenes del pasado argentino. Los rancheros y fortines marcan d-bilmente bordes imprecisos, a la vez presencia y punto de disolucin delEstado. La precariedad de la vida material y hasta la dificultad de la so-

    brevivencia parecen hacer pasar del agua turbia de los fortines a la sedde la terrible planicie. Punto de contacto entre el mundo hispnico y elmundo indgena, la frontera es ms fluida para los hombres, que puedentransitarla, ms despiadada con las mujeres, que difcilmente retornan,como esa india rubia que se arrojaba al suelo para beber la sangre ca-liente de una oveja y que la abuela de Borges tratara en vano de resca-tar. De un margen a otro la distincin entre espacios pblicos y privadosemerge con dificultad. El honor, como un cortejo, slo existe cuando seexhibe, y las amistades, los amores, las humanas miserias, se ofrecen a losojos voluntaria o ineludiblemente.

    Fernando DevotoMarta Madero

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    Una villa colonial:Potos en el siglo XVIIIEnrique Tandeter

    La sociedad potosina del siglo XVIII confirmaba el alto valor que entodo el mundo mediterrneo y de all el mundo hispano se atribua a lanocin de honor en su doble vertiente de cdigo de conducta tica (el ho-nor-virtud) y de medida de prestigio social (el honor-status).1 El honororganiza las conductas privadas y los ademanes pblicos. Exige eldominio de una retrica compleja que mezcla nfasis y pudores pero que,sobre todo en el mbito americano del siglo XVIII obligado a rearmarsus genealogas, debe asentarse en el poder econmico. El proceso deconquista de Amrica ofreci mltiples oportunidades para que la Coronaotorgara recompensas a sus participantes ms destacados en la forma deencomiendas y mercedes de tierra que eran vistos como reconocimientodel valor de los beneficiarios. Potos fue un terreno especialmente fruct-fero para esas concesiones. En sus primeros aos la explotacin del CerroRico corri a cargo de ms de siete mil indios que por su voluntad habaninmigrado a la nueva ciudad. Independientemente de su origen todos ellosfueron adscriptos a un seor espaol que no deba necesariamente, ser elpropietario de la mina que explotaban, a quien deban la entrega sema-nal de una cierta cuota fija de plata pura.2 Ms tarde, en la dcada de 1570,Toledo distingui a numerosos propietarios de minas e ingenios con laconcesin de cuotas anuales de trabajadores mitayos. La competencia en-tre espaoles por la fuerza de trabajo indgena, un recurso escaso frente alas mltiples demandas de la sociedad conquistadora, se resolva as enuna jerarqua vertical honorfica. Los beneficiarios formaran pronto elIlustre Gremio de Azogueros, que completaba su acceso privilegiado al

    La entrada del arzobispo y virreyMorcillo a Potos en 1716, pintadapor Melchor Prez de Holgun, ilusprobablemente, un episodio narradpor Bartolom Arzns de Orsay Vela en su Historia de la villaimperial de Potos.(Detalle, Museo de Amrica, Madr

    Potos, Patrimonio Cultural de laHumanidad, 1988)

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    La Virgen Mara, convertida en elespritu del cerro de Potos, representaa la montaa y a la tierra, la Pacha

    Mama. A los pies de la Virgen,Carlos V y el Papa, los poderes civil yreligioso, agradecen el don de lasriquezas encontradas y asistenreverentes a la coronacin de la Virgen.Virgen del Cerro, annimo, sigloXVIII. (Museo de la Moneda, Potos.

    Potos, Patrimonio Cultural de laHumanidad, 1988)

    trabajo indgena con fueros especficos que los protegan ante la jusregia. La presencia de los indgenas sometidos, tanto afuera como adede la ciudad, daba sentido a la organizacin de la jerarqua del honotre espaoles.

    Melchor Prez de Holgun, el gran artista barroco de comienzossiglo XVIII, nos dej testimonios de un excepcional momento de la pblica de Potos del que haba sido testigo. Se trata de la entradaVilla Imperial del arzobispo de La Plata y virrey del Per fray DomMorcillo Rubio de Aun, ocurrida el sbado 25 de abril de 1716hasta entonces arzobispo de La Plata haba recibido poco antes su denacin como virrey, y su visita a Potos era parte del camino que hemprendido hacia Lima, donde se hara cargo de sus nuevas funcio

    Una delegacin de empresarios de minas, de curas y de la nobl

    haban ido a su encuentro para acompaarlo en las ltimas leguas demino. En la Villa se haban erigido dos arcos triunfales para recibirlolas afueras de la ciudad, un escuadrn de trescientos hombres de la bleza esperaban montados a caballo al arzobispo-virrey para escolhacia el primero de los arcos, donde ya se hallaba el cabildo de la dad con un palio de riqusimo tis ncar forrado en seda, con varapura plata. Del techo del arco colgaba una nube cerrada, y al tieque entr dentro su excelencia se abri y descubri dejndose caer, abuena distancia en el aire, una tiara que vena a dar enfrente de su cza, como en significacin de que esta sola faltaba a ceir sus sienes

    excelencia se baj de la mula para sentarse en una silla y cojn, se lezaron espuelas de oro, y pronto dio comienzo una hermosa msaunque no era fcil orla por la inquieta turba cuyo eco y murmuriosonaba en el reducido espacio. Dos nios, vestidos de modo de repretar la Urbanidad y la Liberalidad, compararon en verso al visitanteMoiss y Josu, gobernadores perfectos.

    El cabildo le ofreci luego un caballo chileno ricamente encubdo con estribos y herraduras de plata sobredorados, y el arzobisprrey prosigui sobre l su marcha, mientras la simple mula en la queba llegado lo segua a corta distancia. El decano del cabildo y alf

    real y los alcaldes ordinarios conducan las riendas del caballo, vestde negro, a lo cortesano con joya y cadenas de oro, mientras los omiembros del ilustre senado llevaban el palio, vestidos tambin cortesano, aunque recubiertos por rojas y rozagantes ropas y goque por ser todo esto cosa nueva en esta Villa pareci muy bien, y al comn, que la nobleza no padece ignorancia, o por experiencia oticias. Ciento veinte arcos de plata labrada que llaman de mano

    27 ESPACIOS Y LUGARES

    La ciudad como teatro

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    bricados por indias fruteras y tenderas, enmarcaron el cortejo hasta laplaza central de la Villa, mientras mujeres ricamente vestidas y adorna-das saludaban desde los balcones. Despus de celebrado un Te Deum enla iglesia matriz, las campanas de todas las iglesias de la Villa se echa-ron a taer y sus sonidos se juntaron a los atabales, tambores, chiri-mas, clarines y otros sin nmero instrumentos de los indios, ayudandoa la bulla el estruendo militar, la grita y voces.

    Al da siguiente los festejos se concentraron en el arco triunfal levan-tado en la plaza, junto al alojamiento del ilustre visitante, donde se ofre-ci una mscara o desfile. Lo encabez el alcalde mayor de minas se-guido de veinte pajes de hachas y galanas libreas, lo siguieron el veedordel cerro, la Fama con sus doce famosos hroes, las doce sibilas, contrajes de riqusimas telas muy propias, sacados de antiguas pinturas, al-gunos de la casa otomana, hroes de la Casa de Austria, etopes consu rey coronado, ninfas, galanes y damas. Los segua un carro triunfal conmsica de varios instrumentos que inclua un nio que representaba alvisitante, a cuyos pies figuraba el Cerro, otros seis ngeles y otro en fi-

    gura de nia indiana, o princesa de los ingas. Cerraba el cortejo un in-ca en unas andas y bajo dosel, acompaado por sus reinas. El arzobis-po-virrey opin que ninguna de las mscaras que haba visto en Madridse le comparaban y pidi que la repitiesen al da siguiente, en lo que nopudo complacrselo. Siguieron, sin embargo, muchos otros festejos, in-cluyendo varios das de corridas de toros.

    Desde su fundacin a mediados del siglo XVI Potos haba asistido a

    Las acusaciones que fray Bartolomde Las Casas lanz a los primerosconquistadores acerca de lasinhumanas condiciones en que seexplotaba el trabajo indgena setransformaron, a travs de las

    ilustraciones del holands De Bry,en elementos de la Leyenda Negrade Espaa en Amrica. Comosugiere la figura, Potos ocupun lugar importante en esa prolongcampaa: su mita se convirtien ejemplo destacado de prcticaatroz y su supervivencia y legitimid

    fueron cuestionadas durante todoel perodo colonial.Interior del Cerro Rico, Theodor d1600. (Potos, Patrimonio Cultural

    Humanidad, 1988)

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    numerosos festejos en ocasin de visitas de autoridades, o por jurcumpleaos de los monarcas espaoles. Pero el cronista Bartolomzns de Orsa y Vela, cuyo relato nos ha permitido complementar loPrez Holgun pint, nos asegura que el fasto desplegado duranteocho das que dur la visita de Morcillo fue autnticamente excepcio

    Se habran gastado entonces ciento cincuenta mil pesos, una cifrapocas fortunas personales de la Villa podan superar. La fastuosidaropas, construcciones, representaciones y presentes parecan confirmlegendaria opulencia del Cerro Rico. Sin embargo, en torno de 171coyuntura no era especialmente propicia.

    La minera potosina, iniciada hacia 1545, conoci su gran auge tercio final del siglo XVI a partir de las reformas introducidas durandcada de 1570 por el virrey Francisco de Toledo, pero no se trat d

    fenmeno duradero. Desde los primeros aos del siglo XVII su procin entr en una lenta pero constante declinacin que se atribuybaja del rendimiento de las minas y, sobre todo, a la dificultad para mtener el reclutamiento anual de la mita al nivel fijado por Toledo. Recrar ese nivel fue un proyecto prioritario para los virreyes a lo largtodo el siglo XVII, que se enfrentaba no slo a la poca disposicilos indgenas, sino tambin a los intereses de todos aquellos poderosocales (curacas, corregidores, curas o hacendados) que preferan retelos en sus comunidades para su propio beneficio. Las ltimas doscadas del siglo XVII asistiran a la puesta en prctica sucesiva de

    programas de reforma, cuyas consecuencias perdurarn durante todsiglo siguiente. El virrey duque de La Plata arrib al Per en 1681expresas instrucciones de la Corona para implementar un programapermitiese a los productores potosinos contar con una cifra similamigrantes a la concedida por Toledo, con cuyo fin encar una Numcin General de indios en todo el Virreinato del Per. El censo permcomprobar una fuerte cada de la poblacin indgena en el siglo tranrrido desde que Toledo estableci la mita, de modo que para aumesu nmero slo caba extender su rea de reclutamiento. Esta propuenfrent mltiples oposiciones, por lo que no pudo llevarse a la pr

    ca. Estaba reservado al nuevo virrey encarar un proyecto efectivo1692 el conde de la Monclova reconoci la fuerza de la cada demofica secular y redujo el total de la mita a poco ms de cuatro mil hbres a ser reclutados en el rea originalmente fijada por Toledo. La dadera innovacin consisti en que los mitayos seran repartidos exsivamente entre treinta y cuatro ingenios, propiedad de veintisiete gueros, lo que dejaba fuera del reparto a otros veintitrs ingenios.

    29 ESPACIOS Y LUGARES

    Crisis y reestructuracin

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    an, el virrey decidi que las instalaciones de estos ingenios no favore-cidos fuesen demolidas. Esta enrgica medida pona en evidencia la ab-soluta dependencia que la minera potosina guardaba respecto de suscuotas de trabajadores forzados, hasta el punto de que la quita de algu-nas de stas implicaba literalmente la desaparicin de la empresa. La jus-

    tificacin que ofreca el virrey apuntaba a prcticas estimadas dolosasque se haban generalizado durante el siglo XVII. Desde los mismos ini-cios de la mita, se manifest la posibilidad, ms all de las prohibicio-nes legales, de que el migrante conmutara su obligacin laboral median-te un pago al empresario. ste, a su vez, poda utilizar el monto recibi-do para contratar un reemplazante, llamado indio en plata, o, ms abu-sivamente, poda embolsar el rescate sin ms, lo que dio origen a la co-lorida designacin de indios de faldriquera. De esa manera, durante lasegunda mitad del siglo XVII la mita haba llegado a ser ocasin de unacrecidsima renta en dinero que beneficiaba a los empresarios que se re-

    tiraban de la explotacin minera efectiva, con la consiguiente baja de laproduccin total. Conocedor de estas prcticas, el conde de la Monclovaopt por premiar a los azogueros que se haban mantenido fieles al ob-jetivo original de la concesin de trabajadores mitayos al sostener laproduccin, castigando con la destruccin fsica de sus ingenios a losque haban elegido la opcin ms parasitaria.

    Un cuarto de siglo ms tarde, cuando el virrey Morcillo entraba aPotos, estaba muy vivo el recuerdo de aquella impactante decisin quehaba puesto de manifiesto cunto dependa la supervivencia de la mine-ra local de la buena voluntad de la Corona y de sus representantes. Ms

    an, los proyectos reformistas de fines del siglo XVII haban tenido elparadjico efecto de reavivar, tanto en Espaa como en Lima, la discu-sin siempre latente acerca de la legitimidad de la mita potosina. La no-bleza de la Villa que se apresur al encuentro del arzobispo-virrey en1716, adems de representar su opulencia, acerca de cuyo futuro tenabuenas razones para dudar, quera manifestar su particular afecto por unfuncionario de quien esperaba, precisamente, que alejara del horizonteesas amenazas tan vivas. Poco ms de dos aos antes, en 1713, cuandoMorcillo acababa de ser promovido al arzobispado, visit Potos por pri-mera vez, recibiendo agasajos mucho ms modestos, pero pedidos ms

    explcitos.4 El nuevo arzobispo fue llevado entonces a visitar el Cerro yrecibi luego un informe que fundamentaba el pedido de la confirmacindefinitiva de la mita. El arzobispo haba prometido en aquella ocasin in-formar al rey para que premiase tanta lealtad. Pero hasta 1716 nadahaba ocurrido. El arzobispo haba vuelto a la Villa tanto en 1714 comoen 1715 en visitas pastorales que dejaron malos recuerdos por las con-tribuciones que haba exigido de la Iglesia potosina.5 Sin embargo, su vi-

    Reproduccin de la portada de unlas copias que circularon en respual Discurso sobre la mita de Potoescrito por el oidor Victorin deVillava, que hacia 1793 conmoviciudad por su fuerte impugnacin legitimidad de la migracin forzad(Vieta en colores, Archivo Gener

    Indias)

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    sita como virrey en 1716 planteaba una nueva esperanza que, comotas otras en la historia potosina, pronto se desvanecera.

    La ansiada ratificacin de la mita llegar en 1732, pero los cuestimientos seguirn y aun aumentarn con la difusin finisecular deideas ilustradas, para culminar en la dcada de 1790 con la prdic

    Victorin de Villava, fiscal de la Real Audiencia de Charcas. Su Disso sobre la mita de 1793 circular en forma annima, aunque con repercusin, durante los aos siguientes. En una carta privada al indente de Potos, Francisco de Paula Sanz, Villava resumir su pensamto acerca de la relacin entre la mita y la concesin de honores: El conceda cruces, honores, y aun resarcimientos pecuniarios de su Erpero imbuirle que conceda Mita es para m, pecado de homicidio.6

    Arzns saba bien que sus referencias a la nobleza potosina, de

    que vimos ms arriba varios ejemplos, tenan fundamentos muy imcisos. Su crnica abunda en discusiones acerca de si la verdadera nobradicaba en el nacimiento, la virtud o la riqueza, pero la amenaza supervivencia de la mita pona en evidencia cules eran los fundameconcretos del honor social potosino y cun frgiles podan revelarsela hiprbole de la representacin pblica potosina ni la de la retricacronista eran suficientes para disimularlo. La tiara ofrecida a Morcsmbolo de la unin en una cabeza de la autoridad como Papa, ObisRey, era tan abusiva como la identificacin del Cabildo potosino coSenado romano. La posibilidad de anulacin de la mita, que sin h

    bole poda ser vista como amenaza a la supervivencia de la sociepotosina, slo se alejar del horizonte mediante la citada Real Cdu1732. La minera comienza entonces un nuevo perodo de expanque se prolongar durante el resto del siglo. Sin embargo, la noblezla Villa no recuperar nunca el lugar colectivo de reconocimiento soque fuera el suyo durante los siglos XVI y XVII. Paradjicamente, en ese contexto donde unos pocos individuos alcanzarn, por primvez en la Villa, la distincin de un ttulo de Castilla. A pesar de quCorona haba otorgado tempranamente marquesados tanto a Cortsmo a Pizarro, fueron relativamente pocos los ttulos concedidos en

    dias durante los siglos XVI y XVII. El siglo XVIII, en cambio, fueprdigo en esas concesiones.8 Ningn ttulo de Castilla haba benciado a los residentes de Potos hasta comienzos del siglo XVIII, ylo cuatro los recibiran en los aos siguientes.9 Las trayectorias de ecuatro potosinos ilustran acerca de los avatares del honor en la Vdieciochesca.

    En el origen del primer ttulo, el de Conde de San Miguel de Ca

    31 ESPACIOS Y LUGARES

    Casa del Conde de Carma. Martnde Echeverra, enriquecido por laminera y sin descendencia, designaheredero universal al contador

    Matas Astoraica, quien, con laherencia recibida consolida su

    posicin, logrando, en 1738, el primerttulo de Castilla potosino: el deConde de San Miguel de Carma.(La Villa Imperial de Potos,Academia Nacional de Bellas Artes,Bs. As., 1943)

    Honor y nobleza

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    se hallaba un personaje de procedencia poco clara. Martn de Echevarrahaba ingresado a la actividad minera de modo conflictivo, pues desde1699 cuestionaba judicialmente la legitimidad de la propiedad exclusivade la mina de Cotamito, una de las ms ricas del cerro, que ejercan en-tonces los herederos del ms famoso de los azogueros del siglo XVII,

    Antonio Lpez de Quiroga.10 Era opinin comn en la Villa que el nicoasidero del reclamo del intruso Echevarra era el parecer de un mineroexperto a quien haba sobornado para que dijera que en la mina estabanpresentes dos vetas cuando se trataba slo de una. En todo caso, la pre-sin judicial result efectiva ya que Echeverra consigui en 1715 quelos herederos de Lpez de Quiroga renunciaran a sus derechos contrauna compensacin monetaria. Pero el verdadero negocio de Echeverraera el avo o crdito a la minera, una ocupacin mercantil que, aun-que no poda competir en reconocimiento con el que gozaba la ilustreazoguera, le permiti acumular una enorme fortuna que le abri las puer-

    tas a un prestigioso casamiento con la hija del Conde de Canillas, quehaba ocupado el corregimiento de la ciudad, y le permiti comprar unode los tres cargos ms importantes de las Cajas Reales, el de Alguacilmayor. Su mujer falleci al poco tiempo sin darle descendencia, y Eche-verra guard riguroso luto por cerca de treinta aos, hasta su muerte en1724. Se deca que su fortuna superaba el milln de pesos, y slo en suspomposas exequias se gastaron diez mil. Las vestiduras a la francesadel cadver fueron tan abultadas que dificultaron el cierre del atad. Lasrdenes religiosas de la Villa reclamaban limosnas muy elevadas paraacompaar el cortejo fnebre, pues consideraban que por su fortuna de-

    ba reputrselo como grande de Espaa. El clero secular fue menosexigente y provey el deseado acompaamiento.11

    La Villa fue sorprendida por la decisin de Echeverra de nombrarcomo albacea y heredero universal a un criollo, su colega en las CajasReales, el contador Matas Astoraica. ste haba iniciado una carrera mili-tar para viajar luego a Espaa. All compra un corregimiento peruano,pero a su retorno, en 1719, opta por hacerse cargo interinamente de laContadura de Potos, donde en 1722 es electo alcalde ordinario delCabildo. La herencia que recibe de Echeverra consolida su posicin yle permite obtener en 1726 la propiedad del ttulo de Contador. Sin

    embargo, ese mismo ao es puesto en prisin por un corto perodo, acu-sado de contrabando de plata. Al ao siguiente se casar en la ciudad deLa Plata con la hija del presidente de la Audiencia de Charcas. Diez aosms tarde, en 1738, Astoraica conseguir que la Corona le conceda elprimer ttulo de Castilla potosino, el de Conde de San Miguel de Carma,mediante un pago cuyo monto se acuerda mantener en secreto.

    Las trayectorias de Echeverra y Astoraica marcan un claro

    Escalera del Segundo Patio de la

    del Conde de Carma. Concolorcorafirmaba que ...no hay en esta vilun edificio suntuoso y, efectivamelas casas ms importantes eran mamplias pero muy inferiores a los

    palacios limeos o a las casas delos comerciantes ms ricos del sig

    XVIII en La Paz.(La Villa Imperial de Potos,Academia Nacional de Bellas ArteBs. As., 1943)

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    desplazamiento en las jerarquas del reconocimiento social potosDe una estructuracin que descansa en la concesin de mercedesservicios, reales o hipotticos, en la conquista de las Indias, se paun entrelazamiento entre acumulacin de riquezas, por medios muveces cuestionados, y carreras burocrticas. La poltica patrimonia

    de la Corona, intensificada desde fines del siglo XVII, permite que avs de la compra de cargos el dinero se transforme en honor. 12

    El segundo ttulo potosino, el marquesado de Santa Mara de Opermite sealar otros factores que afectan las jerarquas sociales tradnales. El marquesado le fue concedido a Juan de Santelices en 1742no menos de veintids mil ducados de plata. Inmigrante peninsSantelices haba hecho una carrera en el comercio, casndose en 1con Mara Josefa lvarez de Quirs, nieta y heredera del riqusimo guero Jos de Quirs. Como Astoraica, lleg a ser electo para una Ada ordinaria en el Cabildo potosino, y tambin fue puesto en prisin

    sado de contrabando de plata. Apenas Santelices obtuvo el ttulo, se pcup del problemtico tema de su sucesin, ya que no haba tenido hen su matrimonio. Recurri entonces a una sobrina de su mujer y marido, residentes en Espaa, para que le enviaran a algunos de sus hpara hacerse cargo del mayorazgo. Dos de ellos viajaron efectivamenPotos. Uno inici una carrera eclesistica, como lo haban hecho atres hijos naturales de Santelices. El otro, Joaqun Jos de Otondo,muchos aos ms tarde heredar, efectivamente, el marquesado, inicen 1754 su carrera en la minera como arrendatario de ingenios.

    En esta opcin radica uno de los cuestionamientos ms vigoros

    otrora fundamento de la nobleza de la elite minera potosina. A lo ldel siglo XVIII haba operado una progresiva separacin entre la prodad y la gestin de las empresas mineras. Los propietarios de ingeque se beneficiaban de la asignacin de cuotas de trabajadores forzeligieron cada vez ms la opcin rentstica de entregar sus empresaarrendamiento, en general a nuevos inmigrantes aventureros. La mced de una cuota de mitayos, tal como fue concebida en la dcad1570 y de nuevo en 1692, implicaba una distincin y un privilegio,no era evidente se transmitieran al ceder el usufructo de los trabajadindgenas. La discusin fue planteada abiertamente a fines de s

    cuando la poltica reformista de los intendentes de promocin de lanera se orient a favorecer a los arrendatarios por sobre los dueoingenios. Estos ltimos se opusieron ya que, decan, el que haya arrdos es accidental. Los Mineros verdaderos son los Dueos, con opa trabajar por s, cuando quieran, y a ellos debe auxiliarse con privileincrementos y ahorros, que no a sujetos eventuales. No puede sorpder que la Junta del Gremio de Azogueros, con amplia mayora de ar

    33 ESPACIOS Y LUGARES

    Casa de los marqueses de Santa Marade Otavi. Construida en 1750, pocosaos despus de la concesin del ttuloa Juan de Santelices, inmigrante

    peninsular que hizo carrera en elcomercio y reforz su posicin alcasarse con la nieta y heredera de unriqusimo azoguero.(La Villa Imperial de Potos,Academia Nacional de Bellas Artes,Bs. As., 1943)

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    datarios, respondiera, en 1794, con la prohibicin a los dueos de que sellamaran azogueros, arguyendo que al estar separadas la gestin y lapropiedad de los ingenios dicho nombre honorfico deba reservarse pa-ra los arrendatarios. Recordaban: Hay muchos (dueos) que jams hantocado ni conocido el ejercicio (de la minera) porque desde que nacie-

    ron vivieron de arrendamientos, esto es, si es permitido decirlo, del tra-bajo y sudor ajeno.

    Trabajo y riqueza se ofrecen as como fundamentos disputados parala distincin social. Los nuevos nobles buscan en los ttulos de Castillaun reconocimiento menos cuestionable de su procedencia. La necesidadde una garanta tal se hace ms evidente an en la trayectoria del tercerbeneficiado, Jos Palacios, que en 1749 recibir el marquesado de CasaPalacio. ste utiliz desde la dcada de 1720 los fondos pblicos quemanejaba para financiar sus actividades particulares de financiacin dela produccin minera. En su caso, las acusaciones por contrabando se-

    rn suficientemente serias como para ser separado de su cargo de Factorde las Cajas Reales. Sin embargo, en 1732 es repuesto con la responsa-bilidad adicional de juez de extravos, que consista en investigar losmismos contrabandos de los que haca poco se lo acusaba. Sus negociosflorecen nuevamente, pero en 1748 se lo vuelve a separar de las CajasReales. Al ao siguiente es repuesto en la Contadura y en compensa-cin por la persecucin anterior se le concede el marquesado.

    Por ltimo, el caso del Conde de Casa Real de Moneda marca latransicin a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando nuevas polticasde la Corona, las llamadas reformas borbnicas, intentaron, entre otras

    cosas, revertir la privatizacin del poder en manos de las elites america-nas.13 Juan de Lizarazu haba llegado a Indias en 1633 para iniciar una ca-rrera burocrtica en la que llegara a ocupar la presidencia de las Audien-cias de Charcas y Quito. Su hijo, el general Jos de Lizarazu, naci enPotos y tras ocupar el corregimiento de Aymaraes compr en remate, en1692, la tesorera de la Casa Real de Moneda de su ciudad natal en cien-to veinticuatro mil pesos. sta fue heredada sucesivamente por su pri-mognito, Antonio, y a la muerte de ste, en 1735, por Juan, el tercerode los hijos. A mediados de siglo lleg a Potos un nuevo corregidor,Ventura de Santelices y Venero, especialmente encargado de maximizar

    los ingresos fiscales y de poner fin a la utilizacin de los fondos pbli-cos para beneficio privado. Entre otras medidas, el nuevo corregidor re-form la operatoria de la labranza de moneda en la ceca potosina, hastaentonces efectuada por cuenta de particulares, que pas en adelante a sermonopolio de la Real Hacienda. El corregidor anul tambin el carcterpatrimonial del cargo de tesorero y redujo los ingresos de Lizarazu decasi veinte mil pesos a slo tres mil ciento cuarenta pesos anuales. En

    Casa Real de Moneda de Potos. Sconstruccin fue parte del programde la Corona para mejorar tanto labranza de la moneda como losingresos derivados de ella. Junto la construccin de la Casa, el ni

    edificio suntuoso en toda la Vilsegn Concolorcorvo, la acuacise hace ms por cuenta de particuy el tesorero de la Casa pierde lasventajas de su puesto y recibe encompensacin parcial el ttulo deConde de Casa Real de Moneda.(Potos, Patrimonio Cultural de laHumanidad, 1988)

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    compensacin parcial, en 1753 le fue concedido el ttulo de CondCasa Real de Moneda. Pero esto no bast para impedir que llevara lante una fuerte campaa contra el corregidor, por la que fue sepacompletamente de la Tesorera en 1758. Repuesto en 1763, se deten, provisoriamente, que se lo remunerara slo con el 5% de la s

    originalmente pagada por el cargo, es decir, seis mil doscientos peEn medio siglo de actuacin el conde acumul una importante fo

    na a travs de su cargo y sus actividades mercantiles. Lleg a ser el grande de los propietarios de ingenios del Potos de su poca, acumudo cinco sobre un total de veintisis en toda la Ribera, de los que slobaj personalmente dos. A pesar de la afirmacin de su hijo de que susa haba unido siempre ... los intereses de la propiedad con los cuidafanosos de la Azoguera..., lo cierto es que los mecanismos de la hecia consolidaron el ausentismo familiar y uno solo de los ingenios maneci en explotacin directa despus de la muerte del conde en 17

    La extrema dependencia de la elite potosina respecto del disfrutla mita, los cambios en las valoraciones sociales de la riqueza y elbajo, as como el avance de las polticas de maximizacin de ingrfiscales contenidas en las reformas borbnicas, atentaron todas colas bases tradicionales de su reconocimiento social. Es dudoso quconcesin de ttulos de Castilla a un pequeo grupo de familias mejorado sustantivamente su posicin al respecto. Hacia 1800, el Cde de Carma recurri ante la Real Audiencia de Charcas para reclacontra un funcionario que le habra faltado el respeto al no haberse gido a l por su ttulo. ste respondi que la suya haba sido una

    puesta al hecho de que el conde no lo haba llamado por su cargo. Ecal Victorin de Villava opin que no se deba hacer lugar a la quejaterio con el que coincidi la Real Audiencia al considerar equiparaambas actitudes e instar a los involucrados a tratarse con urbanidlo que planteaba una indita equivalencia entre un cargo burocrtiun ttulo de Castilla.15

    Si el reconocimiento pblico era cuestionado, las prcticas privde afirmacin del status nobiliario tambin resultaban en terreno

    disputa. Un tema fundamental era el de las estrategias matrimonialese habr notado la preocupacin de las familias potosinas que recibittulos de Castilla por afianzar su posicin mediante alianzas matriniales con otras familias no menos prestigiosas, en particular las defuncionarios estatales de rango ms elevado. El primer Conde de Miguel de Carma se cas con Catalina de Herboso y Figueroa, hijapresidente de la Audiencia de Charcas y entre cuyos hermanos se

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    Honor y matrimonio

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    taban, entre otros, Francisco Ramn, quien llegara a ocupar el Arzobis-pado de Charcas, y Jos, futuro Contador del Tribunal Mayor de Cuentasde Lima y visitador de las Cajas Reales de Potos. El conde fue sucedidoen el ttulo por su hijo Domingo Astoraica y Herboso. Cuando al morir s-te sin descendencia, el ttulo pas a su hermana, Francisca Dominga As-

    toraica y Herboso, ella reforz la alianza con la familia Herboso, al con-traer matrimonio con su to materno, Gabriel de Herboso y Figueroa.16

    Tambin en el caso de los condes de Casa Real de Moneda se persi-gui una estrategia de alianza similar. El primer conde haba contradomatrimonio con Francisca Fernndez de Paredes Charri y Xavier, hija delMarqus de Salinas, escribano de Gobierno y Guerra de la corte virrei-nal limea y sobrina del arzobispo Molleda y Clerque.17 Francisca falle-ci junto con una hija en el parto. El conde se casar en segundas nup-cias con Mariana Teresa Lopes Lisperguer Nieto y Quintana, hija de unoidor de la Real Audiencia de Charcas, con quien tendr seis hijos. El

    nico hijo varn, Felipe, heredar el mayorazgo y se casar con Mara Ig-nacia Peralta, integrante de una acaudalada familia del Cuzco.18 La pri-mera de sus cinco hermanas entrar a un convento. Los matrimonios delas dos hermanas siguientes, Juana Isabel y Mara del Carmen, se revela-rn como asuntos difciles. El conde Felipe deseaba que Juana Isabel secasase con el doctor Mariano Peralta y Valds, hermano de su mujer, pe-ro ella se resistir y preferir a un inmigrante peninsular, el general Vi-cente Or. Como modo de compensar a Peralta por el desaire se le ofre-cer casarse con Mara del Carmen, la hermana siguiente. Las bodas soncelebradas en Potos en 1787. Sorprendentemente, ms de quince aos

    ms tarde, en 1804, la novia solicitar la nulidad del matrimonio.19El estudio de Patricia Seed sobre el Mxico colonial ha iluminado de

    modo notable las variaciones de las concepciones que en el mundo his-pano-colonial rodearon la cuestin de la eleccin matrimonial.20 Durantelos siglos XVI y XVII la Iglesia mantuvo una firme defensa de la liber-tad de los cnyuges para decidir su matrimonio, la que llegaba en casosde oposicin familiar a celebrar matrimonios secretos. En el siglo XVIII,en cambio, Seed ubica cambios en la sociedad y en la Iglesia por los quese lleg a cuestionar la idea de que las demandas de la conciencia indi-vidual de parte de los hijos dependientes tenan prioridad sobre las

    ambiciones sociales, econmicas o polticas de la familia. Los padrescomenzaron a argumentar que sus hijos sufran de alguna forma de vo-luntad inestable, y el amor pas a ser descripto como un sentimiento ava-sallador que necesitaba ser controlado, disciplinado y sometido a otrasfuerzas ms racionales. Mientras en el siglo XVII los padres que se opo-nan a las elecciones matrimoniales de sus hijos eran considerados pri-sioneros de una avaricia incontrolable, durante el siglo XVIII el inters

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    paterno pas a adquirir legitimidad y a ser visto como una motivasensata para sus acciones. Segn Seed, estas nuevas ideas se desarroron especialmente entre familias de elite, muy sensibles a indicadorfronteras de status, en un contexto en el que la justificacin de la noza se desplaza del nacimiento y la virtud a la riqueza. La Iglesia dej

    intervenir activamente en defensa de la libertad de los cnyuges, mtras que la Corona da expresin legal a las nuevas ideas medianPragmtica real aprobada en Espaa en 1776 y puesta en vigenciAmrica desde 1778. Por esa resolucin, todos los menores de vticinco aos deban solicitar el consentimiento paterno para contmatrimonio. En el caso de conflictos no eran ya los tribunales ecleticos sino los reales los que tenan la potestad de intervenir.

    El proceso entablado en 1804 por Mara del Carmen Lizarazu

    demandar la nulidad de su matrimonio es una fuente excepcional acercarnos a concepciones encontradas acerca del matrimonio y elnor familiar en la poca de plena vigencia de la Pragmtica realdiferencia de lo que corresponda para los disensos prematrimondesde la sancin de esa norma, las nulidades matrimoniales siguenmitndose ante tribunales eclesisticos. La demanda original fue pretada en el Arzobispado de Charcas donde despus de cuatro aossentencia confirm la validez del matrimonio. Las apelaciones amcanas no podan elevarse a Roma sino a otra dicesis, y es por elloMara del Carmen recurre ante el obispo de La Paz.21 Mara del Car

    tena slo catorce aos cuando su hermana mayor rechaz la perspecde un matrimonio con Mariano Peralta. Su madre concibi entoncidea de proponerla como alternativa, nicamente por no dar una cpanada en el Reyno en desdoro suyo y en agravio de los Peraltasese modo se preservaba todo el Plan que ella se havia propuesto reconcentrar a las dos familias con todos sus intereses por medio dedoble aliansa entre dos hermanos de cada casa, se daba gusto a MIgnacia y se evitaba el ms pequeo desagrado que hubiera manifestadhijo Mayor el seor Conde a quien idolatraba siegamente. Traaceptacin de Peralta, los hechos se precipitaron. ste fue de visita

    casa familiar, pero a su llegada Mara del Carmen se encerr en su cto y no quiso salir de all. La madre la amenaz con desheredarla y lupas a tentarla con regalos. Mara del Carmen entreabri la puerta ysacada de su cuarto con violencia, pero nuevamente cambi la tcDice Mara del Carmen: ...me alhagaron [sic] mucho, y me engalron con muy ricas Alhajas como a una Imagen muy al paladar depueril vanidad: y con todos estos alios me hicieron sentar junto al

    37 ESPACIOS Y LUGARES

    No dar su corazn

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    UNA VILLA COLONIAL: POTOS EN EL SIGLO XVIII

    vio, para que le escuchara sus requiebros, los que desde luego, oy comoquien oye llover sin otra sensacin que la que produce en toda Muger lalisonja de los rendimientos....

    Peralta le regal un anillo de brillantes y la condesa le correspondicon otro de la misma calidad. Mara del Carmen pudo comprobar que se

    trataba de un hombre provecto en edad, viudo, y no tan galn como [se]lo havian figurado entre su cuada y su madre. Convencida de que nohaba entre ellos simpata, pas casi toda la noche en vela y amanecillorando. La boda fue oficiada esa misma noche por el arzobispo de LaPlata. Cuando despus de la ceremonia se le dijo que fuese a dormircon el novio se ech a llorar exclamando que ya estaba casada, y qums era lo que queran hacer con [ella]. Entre la madre y el hermanola llevaron al aposento: ...consiguieron hacerme acostar en su cama pe-ro al amanecer me encontraron retirada en un canto de ella por huir delNovio, y no dejarme tocar por l ni siquiera con las manos.

    El novio no se dio por vencido y empez un asedio prolongado einfructuoso que Mara del Carmen resisti, con lo que ella calificaba dela constancia ms varonil, en aquella cama que deca no querer ver[...] reputndola como el Patbulo de [sus] mayores congojas. Esto noimpeda, claro, que Peralta administrara los bienes de Mara del Car-men, el principal de los cuales era el ingenio Agua de Castilla que habaheredado a la muerte del primer conde, en 1783, por mitades precisa-mente con su hermana Juana Isabel.22 Por ello, al ao siguiente del ma-trimonio, ambos maridos otorgaron juntos una escritura de renovacindel arrendamiento del ingenio.23

    Mara del Carmen presenta ante los tribunales de manera muy claray vvida tanto las razones de su madre como sus sentimientos. Su madrefue impulsada por la rasn de estado [que] es la suprema Ley d