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Historia de un mito poltico: el peligro comunista en el discurso de las derechas

espaolas (1918-1936) 1

Hugo Garca (UNED)

El objeto de este trabajo es un tema situado a medio camino entre la historia

poltica, la lingstica y la psicologa social: la proliferacin de discursos sobre el peligro

comunista en Espaa entre 1918 y 1936. A mi entender, no existen an estudios

satisfactorios de este fenmeno, algo que puede atribuirse a distintos motivos. En primer

lugar, el rgimen franquista abus hasta tal punto de este tipo de retrica que buena parte de

la historiografa espaola ha podido tender a identificarla con aqul, reduciendo todo lo que

sonara a contubernio judeo-masnico-comunista a la instauracin y persistencia de la

Dictadura. Las races de este discurso entre alarmista y conspirativo en la Espaa de los

aos 20 y 30, en cambio, han recibido comparativamente poca atencin, si exceptuamos los

excelentes estudios realizados por historiadores de la masonera y el antisemitismo. En los

aos 80, muchos autores se referan de pasada a las actitudes anticomunistas de la derecha

espaola con trminos como mito o fantasma, manteniendo que el supuesto peligro no

exista, o que se trataba de un simple pretexto para disfrazar proyectos autoritarios. A

menudo, la reflexin se cerraba con el argumento de que hasta 1936 el movimiento

comunista espaol dispona de una base social muy escasa algo que, en buena lgica,

debera haber llevado a examinar ms de cerca las reiteradas alusiones al tema de un sector

considerable de la prensa y la clase poltica en la poca anterior a la Guerra Civil. 2

1 Una primera versin de este texto se present en el Seminario de Historia de la Fundacin Ortega y Gasset

de Madrid el 25 de marzo de 2003; el artculo debe mucho a los comentarios que all se hicieron. Quiero

agradecer muy especialmente los consejos que me han dado Rafael Cruz, Pedro Carlos Gonzlez Cuevas,

Florencia Peyrou y Noelia Gonzlez. 2 Un trabajo temprano sobre el lenguaje anticomunista del franquismo que se remonta hasta principios del

siglo XIX es J. A. Ferrer Benimeli: El contubernio judeo-masnico-comunista, Istmo, Madrid, 1982. La

nocin de mito, en H.R. Southworth: El mito de la cruzada de Franco, Plaza y Jans, Barcelona, 1986; y referida al pensamiento absolutista de principios del siglo XIX, en J. Herrero: Los orgenes del pensamiento

reaccionario espaol, Alianza, Madrid, 1988, pp. 23-24. La de fantasma, en A. Reig Tapia: La justificacin ideolgica del alzamiento de 1936, en J. L. Garca Delgado (ed): La II Repblica espaola. Bienio rectificador y Frente Popular, 1934-1936, Siglo XXI, Madrid, 1988, p. 227. Sobre la antimasonera

espaola, es obligada la consulta de la obra citada de J. A. Ferrer Benimeli, resumida y actualizada en su

artculo La prensa fascista y el contubernio judeo-masnico-comunista, en J.A. Ferrer Benimeli (coord.): Masonera y periodismo en la Espaa contempornea, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 1993,

pp. 209-227. Sobre el antisemitismo moderno y su relacin con el anticomunismo, vase G. lvarez Chillida:

El antisemitismo en Espaa. La imagen del judo (1812-2002), Marcial Pons, Madrid, 2002, pp. 318-322. Un

ejemplo del argumento sobre la escasa base social del PCE durante la Segunda Repblica, en A. Elorza: Gli

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La relativa falta de investigaciones sobre el primer anticomunismo espaol puede

haber sido tambin resultado de una cierta tendencia a considerar nuestro siglo XX como

un proceso singular, al margen de las grandes corrientes ideolgicas del mundo occidental.

Si la Revolucin rusa no produjo en Espaa un movimiento bolchevique fuerte hasta bien

entrados los aos 30, podra argumentarse que las posiciones contrarrevolucionarias de la

posguerra europea no tenan por qu influir demasiado en una derecha tan original como

la espaola. Parece improbable, sin embargo, que un fenmeno tan visible en Francia,

Alemania, Gran Bretaa y Estados Unidos por no mencionar ms que a las grandes

naciones de la poca- dejase de tener algn reflejo en nuestro pas. Aunque con intensidad

variable, las alarmas relacionadas con el peligro rojo estuvieron presentes en la vida

poltica occidental durante todo el periodo de entreguerras, como demuestran la campaa

electoral francesa de 1919, el Red scare norteamericano de 1919-1920, las elecciones

britnicas de 1924 o el supuesto plan comunista para incendiar el Reichstag alemn en

1933. El hecho de que la presunta existencia de un complot comunista haya sido uno de

los motivos fundamentales del discurso de los nacionales durante la Guerra Civil sugiere

ms bien que Espaa no era en absoluto ajena a este clima internacional. 3

De hecho, en los ltimos aos se han publicado una serie de trabajos que ponen de

manifiesto el considerable impacto que tuvo la Revolucin de octubre de 1917 en la

opinin espaola del periodo. Las reacciones de fascinacin y de rechazo entre los

intelectuales de izquierda y el movimiento obrero estn muy bien documentadas en la

monografa de Juan Avils, y Rafael Cruz ha consagrado un sugerente artculo a las

imgenes de la Rusia sovitica en la prensa y la literatura espaolas entre la crisis de la

Restauracin y la instauracin de la II Repblica. Otros autores se han ocupado del miedo

patronal ante la bolchevizacin del sindicalismo cataln y andaluz en los aos previos al

pronunciamiento de Primo de Rivera, as como del surgimiento de organizaciones de

aspetti del mito: limmagine dellURSS in Spagna, en M. Flores y F. Gori (eds): Il Mito dellURSS. La cultura occidentale e lUnione Sovietica, Franco Angeli, Miln, 1990, pp. 87-88. 3 La originalidad de la derecha espaola, en P. Preston: Las derechas espaolas en el siglo XX, Sistema, Barcelona, 1986, p. 44. No existe una obra de conjunto sobre el anticomunismo y las teoras conspiratorias

anticomunistas en la poltica de entreguerras. Por pases, se pueden ver: S. Berstein y J. J. Becker: Histoire de

lanticommunisme en France, tome I: 1919-1940, Olivier Orban, Pars, 1986 (para Francia); E. Nolte: La

guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalsocialismo y bolchevismo, F.C.E., Mjico D.F., 1994 (para

Alemania); y M. Ruotsila: British and American anticommunism before the Cold War, Frank Cass, Londres,

2001 (para Inglaterra y Estados Unidos). El tema del complot comunista durante la Guerra Civil espaola, en H.R. Southworth: El lavado de cerebro de Francisco Franco, Crtica, Barcelona, 2000.

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defensa social y de la propaganda realizada por el Centro Espaol Antibolchevista durante

la Dictadura. Con todo, seguimos sin contar con estudios que nos permitan determinar hasta

qu punto y mediante qu mecanismos se mantuvo viva la conciencia de una amenaza

comunista en la opinin espaola a lo largo del periodo 1918-1936. 4

Este artculo pretende contribuir a despejar algunas de estas incgnitas analizando

cmo apareci y evolucion la nocin de peligro comunista dentro del discurso de las

derechas espaolas, los contextos polticos en que se utiliz y los significados que se le

atribuyeron hasta el estallido de la Guerra Civil. El concepto de derechas se toma aqu en

un sentido amplio para designar a los grupos e intelectuales partidarios de un rgimen

autoritario en lo poltico y conservador en lo social, y en concreto a los vinculados al diario

monrquico ABC, el peridico ms ledo en la Espaa de la poca. Por razones

metodolgicas, he preferido obviar la existencia de otras corrientes de derecha en la

sociedad espaola: el catolicismo poltico representado por El Debate, el tradicionalismo, el

nacionalsindicalismo, etc. Soy consciente de que esta decisin limita la validez del estudio

en cuanto reflejo de un estado de opinin, pero creo que sin ella resultara ms difcil

apreciar la continuidad del discurso que constituye su tema central. 5

I. El anticomunismo espaol antes y despus de la Revolucin bolchevique (1848-1923)

Parece de sentido comn suponer que la Revolucin bolchevique debi de marcar

un antes y un despus en la historia del anticomunismo espaol: como escribi en 1920 el

liberal Rafael Gasset, el comunismo ya no es un libro; es una nacin. La realidad, sin

4 Los textos citados son: J. Avils Farr: La fe que vino de Rusia. La revolucin bolchevique y los espaoles

(1917-1931), Biblioteca Nueva, Madrid, 1999; R. Cruz: Luzbel vuelve al mundo!.. Las imgenes de la Rusia sovitica y la accin colectiva en Espaa, en R. Cruz y M. Prez Ledesma (eds): Cultura y movilizacin en la Espaa contempornea, Alianza, Madrid, 1996, pp. 273-304; F. del Rey Reguillo: El empresario, el sindicalista y el miedo, en R. Cruz y M. Prez Ledesma, ibid, pp. 235-272; y E. Gonzlez Calleja y F. del Rey Reguillo: La defensa armada contra la revolucin. Una historia de las guardias cvicas

en la Espaa del siglo XX, CSIC, Madrid, 1995. El impacto de la revolucin bolchevique en el movimiento

obrero espaol est bien resumido en C. Forcadell: La recepcin de la Revolucin rusa en Espaa (1917-1921), en F. Carantoa y A.-G. Puente F. (eds): La Revolucin rusa 70 aos despus. Actas del segundo coloquio de Historia contempornea de la Universidad de Len, Universidad de Len, 1988, pp. 148-160.

Sobre la Segunda Repblica hay datos interesantes en M.A. Egido Len: Del paraiso sovitico al peligro marxista. La Unin Sovitica en la Espaa republicana (1931-1936), Cuadernos de historia contempornea, 10 (1988), pp. 139-154.

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embargo, es algo ms compleja. Hasta el Octubre ruso, la palabra se refera ante todo a la

doctrina que predicaba la comunidad de bienes y la abolicin de la propiedad privada: ste

era el sentido en que se incluy en el Diccionario nacional de R.J. Domnguez (1846-

1847), y tambin el que le atribuy Antonio Cnovas del Castillo cuando seal, en 1890,

que el sufragio universal significara el triunfo del comunismo y la ruina del principio de

propiedad. Pero cuando Marx hizo su conocida alusin al fantasma del comunismo, se

refera a una acepcin ms genrica del trmino, la de revolucin social violenta. Para la

mayor parte de la opinin conservadora de la poca isabelina, comunismo equivala

seguramente a socialismo y anarqua, nociones ambas con una fuerte carga peyorativa.

En el discurso sobre la Dictadura que el moderado Juan Donoso Corts pronunci a

propsito de la Revolucin de junio de 1848 en Francia, por ejemplo, la idea de un peligro

socialista estaba ya muy presente: el mundo camina con pasos rapidsimos a la

constitucin de un despotismo, el ms gigantesco y asolador de que hay memoria en los

hombres. A juicio de Donoso, la amenaza del socialismo justificaba la dictadura, que l

vea encarnada en el general Narvez; la conexin entre los acontecimientos de Francia y la

situacin en Espaa, sin embargo, no estaba demasiado clara. 6

Durante el Sexenio revolucionario, encontramos discursos muy similares a

propsito de la Comuna de Pars de 1871. El diario alfonsino La poca, el nico peridico

madrileo que envi un corresponsal a Versalles, llam repetidamente la atencin sobre el

paralelismo entre la Comuna y la Revolucin de septiembre de 1868, incitando a sus

lectores a tomar precauciones para prevenir horrores como los de Pars. Las doctrinas

donosianas fueron retomadas por Cnovas, entonces diputado liberal-conservador, que se

mostr partidario de ilegalizar la Internacional calificndola como el ms grande peligro

que hayan conocido nunca las sociedades humanas e invoc, tambin l, la posibilidad de

una Dictadura militar. Sus planteamientos eran compartidos por una buena parte de la

derecha del Sexenio, a juzgar por la nmina de colaboradores de La Defensa de la

Sociedad, dirigida contra las doctrinas y tendencias de la Internacional. En el primer

5 Durante el periodo que nos interesa (1918-1936), ABC era el diario de difusin nacional con mayor tirada

(unos 170.000 ejemplares diarios en 1919 y unos 180.000 en 1929). Ver M. C. Seoane y M. D. Siz: Historia

del periodismo en Espaa. 3. El siglo XX: 1898-1936, Alianza Universidad, Madrid, 1996, pp. 269 y 448. 6 R. Gasset: La humanidad insumisa. La Revolucin rusa. El problema social en Espaa, Madrid, 1920, p.

124. M. A. Fernndez: Comunismo, en J.F. Sebastin y J.F. Fuentes (dirs.): Diccionario poltico y social

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nmero de la revista, aparecido a principios de 1872, el moderado histrico Juan Bravo

Murillo se refera a la Internacional como una asociacin vasta, creciente, astuta, invasora

(...) Combate la propiedad, no respeta la santidad de la familia, odia la autoridad, desprecia

la patria e intento separar al hombre de toda idea de religin... Los autores discrepaban

slo en un punto, si el socialismo tena posibilidades de triunfar en algn pas de Europa.

La mayora lo consideraban imposible, dadas la enorme disparidad entre los recursos de la

Internacional y los de los gobiernos y las divergencias doctrinales y tcticas existentes entre

los enemigos de la sociedad. Pero el neocatlico Antonio Aparisi adverta de que: ... de

seguir como seguimos, despreciando a Dios y oprimiendo a su Iglesia, han de venir sobre

Espaa incendios y violaciones, y asesinatos y robos: otra invasin del infierno, como

Francia la sufri el siglo pasado. 7

La Espaa de la Restauracin, en cambio, parece haber sido menos proclive a este

tipo de discurso. Con el cambio de siglo, el concepto socialismo perdi gran parte de su

mala fama; la principal amenaza para el orden social entre los aos 80 y la Primera Guerra

Mundial fue el floreciente terrorismo anarquista. El asesinato de Cnovas en 1897, por

ejemplo, llev al ultracatlico Alejandro Pidal a declarar: El mundo podr presenciar un

nuevo terror, terror de la revolucin antisocial, como presenci el terror antirreligioso de la

Reforma; y el de la Revolucin antipoltica de la Convencin. Tras la Semana Trgica de

julio de 1909, un propagandista catlico consideraba que el verdadero peligro social era

la expansin del atesmo, causa del anarquismo militante que haba protagonizado las

ltimas huelgas. El discurso antianarquista est lleno de referencias al crimen y al

terror; la idea de un orden social amenazado, sin embargo, no est tan presente. Un

cronista annimo simpatizante de la Guardia Civil, por ejemplo, calific la Semana Trgica

del siglo XIX espaol, Alianza, Madrid, 2002, pp. 179-183. La cita de Donoso, en P. C. Gonzlez Cuevas:

Historia de las derechas espaolas, Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, p. 116. 7 Para la recepcin de la Comuna en Espaa, ver M. V. Lpez Cordn: La Comuna de Pars vista desde Espaa, en J.M. Jover (dir): El siglo XIX en Espaa: doce estudios, Planeta, Barcelona, 1974, pp. 323-395; y J. lvarez Junco: La Comuna en Espaa, Madrid, 1971, pp. 103-119. La expresin de Cnovas, en P. C.

Gonzlez Cuevas: El pensamiento poltico de Antonio Cnovas del Castillo, en J. Tussel y F. Portero (eds.): Antonio Cnovas y el sistema poltico de la Restauracin, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998, pp. 45-85. Los

textos de La Defensa de la Sociedad provienen del nmero 1, 20 de febrero de 1872, en la antologa de la

revista aparecida en Revista de Trabajo, 1, 3 (1968), pp. 319-426.

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y la huelga general de agosto de 1917 como revoluciones anrquicas, sealando: La

prxima revolucin, si es como stas, ser an ms rpidamente sofocada. 8

Fue en este contexto cuando empezaron a llegar a Espaa las primeras noticias de lo

sucedido en Rusia en noviembre de 1917. Significativamente, en un primer momento la

opinin monrquica no se refiri a ellas como un triunfo del comunismo, sino como una

repeticin de las revoluciones portuguesa y mejicana de principios de la dcada. En

vsperas de las elecciones de febrero de 1918, un editorial del diario ABC sealaba: la

candidatura monrquica debe ser apoyada sin reparos por los que creen, como creemos

nosotros, que son compatibles dentro de este rgimen todas las libertades y que una

Repblica socialista, imagen de la portuguesa y de la rusa, llevara a Espaa a una situacin

anloga a la de los citados pases... La derecha espaola tard en asimilar el trmino

bolchevique, quiz porque hasta mediados de 1918 las informaciones provenientes de

Rusia fueron escasas y confusas. Pero la situacin cambi en el otoo, cuando empezaron a

multiplicarse las noticias sobre el terror rojo, termin la Guerra europea y se produjo lo

que Meaker ha llamado un nuevo descubrimiento de la Revolucin rusa por parte del

movimiento obrero espaol. En diciembre, un propagandista de Accin Social Catlica

public un folleto que reproduca el texto de la nueva Constitucin rusa y citaba algunos

pasajes amenazadores de peridicos probolcheviques espaoles. Su autor defina la futura

revolucin como un nuevo apocalipsis y afirmaba creer sinceramente que hay odio

reconcentrado en las distintas clases sociales que forman el corazn de nuestra amada

Patria. Que hay grandes probabilidades de que ese odio engendre la revolucin. Y sta

supuesta, que hay motivos sobradamente fundados para pensar que se traduzca en

bolchevista. 9

El concepto de peligro bolchevique naci as entre finales de 1918 y principios de

1919; se trata de un fenmeno global, paralelo a la adopcin de medidas contra el contagio

revolucionario por los gobiernos de toda Europa y al nacimiento de las primeras uniones

8 La cita de Pidal, en P. C. Gonzlez Cuevas: Historia de las derechas espaolas, p. 185. L. Calatrava

Vadillos: El peligro social. Sus causas y remedios, Madrid, 1911, pp. 7-9. LADERA: Fechas de sangre,

Madrid, 1917, p. 7. 9 La comparacin de la huelga de agosto con la revolucin portuguesa de 1910, en ABC, 16 de agosto de

1917. El editorial sobre el Octubre ruso: El ejemplo de Rusia, ABC, 13 de noviembre de 1917. El manifiesto del duque del Infantado: La Unin de los monrquicos, ABC, 18 de enero de 1918. El editorial en apoyo de la candidatura monrquica: La unin de los monrquicos, ABC, 24 de enero de 1918. G. H.

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cvicas. En Espaa, la prensa conservadora denunci desde mediados de enero de 1919 la

rpida bolchevizacin del movimiento sindicalista espaol, subrayando la necesidad de

imponer el orden en Catalua, Andaluca y otros focos de conflictividad laboral. El da 16,

mientras varios diarios se hacan eco del rumor de que Lenin haba llegado a Barcelona,

ABC afirmaba: los sindicalistas catalanes intentan hacer una revolucin a la rusa; esto es,

el salto hacia el caos, la negacin de toda la vida civilizada, el atropello de los ms sagrados

deberes. El autor del editorial justificaba la revolucin en circunstancias excepcionales,

pero consideraba inadmisible que se emprenda la revolucin con el ideal bolcheviquista de

matar entre torturas, de hacer que el pueblo muera de hambre y de fro, de deshonrar y

arruinar todo, de destruir con un odio insensato cuanto representa inteligencia y trabajo. 10

ste era, a juicio de ABC, el ideal de los sindicalistas de la CNT, y el gobierno se

equivocaba al tratar el movimiento huelgustico cataln como un mero pleito laboral. En un

editorial sobre la huelga de La Canadiense, en marzo, se aluda en este sentido a la fallida

revolucin espartaquista en Alemania: El sindicalismo, como el bolcheviquismo y el

espartaquismo, lo que se propone es cambiar la sociedad actual, removindola desde sus

ms hondos cimientos y destruyendo todas sus bases fundamentales (...) Es por tanto

necesario exterminar al sindicalismo, como l viene exterminando cuanto a su avance se

opone. El diario ratific su posicin a propsito de la manifestacin celebrada en Madrid

el primero de mayo, que a su juicio se haba distinguido por su carcter revolucionario, en

sentido bolcheviquista; en octubre, utiliz trminos casi idnticos para comentar las

recientes declaraciones de los lderes sindicalistas ngel Pestaa y Salvador Segu en

Madrid: Pestaa y Segu han precisado con toda claridad que el sindicalismo que ellos

dirigen es ante todo comunista, del modelo ruso: es una organizacin revolucionaria que se

Meaker: La izquierda revolucionaria en Espaa, 1914-1923, Ariel, Barcelona, 1978, pp. 167-171. J.F.

Correas: El bolchevismo en Espaa, Madrid, 1918, p. 45. 10 Sobre la ola antibolchevique de 1919 en Francia, ver S. Berstein y J.J. Becker, Histoire de

lanticommunisme en France, pp. 29 ss. El fenmeno de las uniones cvicas en Europa est muy bien

estudiado en E. Gonzlez Calleja y F. del Rey Reguillo: La defensa armada contra la revolucin, passim. Un

ejemplo de la posicin de El Debate, en: La situacin en Barcelona, movimiento bolchevista?, El Debate, 17 de enero de 1919, comentado en J.M. Guasch Borrat: El Debate y la crisis de la Restauracin (1910-1923), Universidad de Navarra, Pamplona, 1986, p. 317. El rumor de la llegada de Lenin a Barcelona, en El

Sol, 16 de enero del 19, citado en E. Gonzlez Calleja: El muser y el sufragio. Orden pblico, subversin y

violencia poltica en la crisis de la Restauracin, CSIC, Madrid, 1999, p. 68.. El editorial de ABC es La Accin Ciudadana, ABC, 16 de enero de 1919.

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propone la socializacin de la tierra y de la industria, ya se ha visto con qu

procedimientos. 11

Desde mediados de 1919, por tanto, la opinin de derechas utilizaba ya el trmino

bolchevismo (en sus distintas versiones) como sinnimo de revolucin social violenta, e

identificaba a ambos con los sindicalistas de la CNT. Ms de un poltico conservador de la

poca se declar convencido de que Espaa poda sufrir el destino de Rusia: Manuel

Burgos y Mazo, ministro de la Gobernacin, denunci la existencia de un complot

internacional para derribar a la Monarqua como primer paso para la revolucin social

universal, mientras el maurista Antonio Goicoechea consideraba a Espaa el pas mejor

preparado para el gnero de procedimientos que en Rusia se han empleado. La mayora de

los liberales condenaba tambin los excesos cometidos en Rusia y la propia doctrina de los

bolcheviques, pero precisando que el sindicalismo espaol tena poco que ver con el ruso, y

que en todo caso era improbable que el comunismo en cualquiera de sus variantes

pudiera jams triunfar en Espaa. Puede que este esquema no refleje toda la diversidad de

posiciones en torno al peligro bolchevique, pero muestra claramente que el concepto se

haba transformado en un elemento central de identificacin poltica. 12

sta es tambin la conclusin que parece deducirse de casos como el de lvaro

Alcal Galiano. El periodista y crtico literario haba sido un destacado propagandista de la

Entente durante la Guerra, y todava a finales de 1918 afirmaba: sin negar la importancia

que pueda tener la amenaza revolucionaria creo que suele crecer en la mente de los

monrquicos, en los momentos de desorientacin poltica. Menos de un ao despus, se

haba convertido en uno de los principales defensores de una poltica de mano dura contra

el terror rojo en las pginas de ABC. Aunque afirmaba hallarse tan alejado, en el orden

11 El peligro del sindicalismo, ABC, 26 de marzo de 1919. Viva Rusia, ABC, 9 de mayo de 1919. A. Palacio Valds: Cuestiones sociales, ABC, 7 de octubre de 1919. La manifestacin del 1 de mayo de 1919 estuvo en efecto marcada por gritos de Viva Rusia!; segn Meaker, fue el mitin probolchevique ms impresionante de la posguerra. Ver G. H. Meaker: La izquierda revolucionaria en Espaa, p. 276. 12 La posicin de Burgos y Mazo, en E. Gonzlez Calleja: El muser y el sufragio, pp. 67-68. La de

Goicoechea, en P. C. Gonzlez Cuevas: Accin Espaola, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998, p. 62. La de los

liberales, en: A. Royo Villanova: Sindicalismo y bolchevismo, Real Academia de Jurisprudencia y

Legislacin, Madrid, 1919, pp. 51-55; R. Gasset: La humanidad insumisa, pp. 235-255; T. Elorrieta: El

movimiento bolchevista, Madrid, 1919, pp. 48 ss. Obras generales que tratan el pnico antibolchevique de 1919, adems de la citada de Gonzlez Calleja, son: J. Avils Farr: La fe que vino de Rusia; R. CRUZ,

Luzbel vuelve al mundo!... F. del Rey Reguillo: El empresario, el sindicalista y el miedo; y A. Mayayo i Artal: El mito de la URSS en el movimiento nacionalista cataln, en VVAA: LURSS il Mito le Masse, Franco Angeli, Miln, 1991, pp. 244-246.

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poltico, de la extrema derecha como de la extrema izquierda, en el caso de que los

crmenes anarquistas llevaran a Espaa a la hora rusa se preguntaba: Hallara en ese

caso, el pueblo espaol un Sylla dictador capaz de salvarle, a pesar suyo, del caos y de la

anarqua...? En junio de 1920, el antiguo escptico sostena ya las tesis conspirativas de la

extrema derecha, atribuyendo los conflictos sociales en Espaa a la existencia de una gran

red subterrnea de marcado carcter revolucionario, cuyo fin es el triunfo del comunismo

rojo internacional. Su conversin a un anticomunismo radical culmin en 1923, cuando

empez a manifestar su admiracin por Mussolini y a decantarse por una dictadura civil

como nica alternativa a una revolucin social que, a su juicio, sera el caos

bolcheviquista, a la manera de Rusia, de Hungra y de Baviera, una anarqua ciega,

sangrienta y destructora. 13

No conviene, sin embargo, inferir que el conjunto de las derecha espaola

evolucion de forma similar: desde mediados de 1920, la prensa conservadora haba dejado

de invocar sistemticamente el ejemplo ruso, volviendo a dirigir la mayor parte de sus

dardos contra los crmenes sindicalistas. Tampoco la clase poltica de la poca mostraba

ya una gran preocupacin por la amenaza revolucionaria, a juzgar por el testimonio del

propio Alcal Galiano. La poltica parlamentaria hace caso omiso de los conflictos

mundiales, y sus ms caracterizados paladines opinan que eso de preocuparse por lo que

pueda suceder al otro lado del Pirineo es cosa de cuatro diplomticos e intelectuales

extranjerizados (...) En vez de inquietarnos con visiones pavorosas de comunismo rojo; en

vez de llamar la atencin sobre las formidables agrupaciones obreras dispuestas a darnos la

batalla, cunto mejor hacen los polticos en enterarnos minuciosamente acerca de sus idas

y venidas!. En vsperas del pronunciamiento de septiembre de 1923, por tanto, el peligro

bolchevique ocupaba un lugar secundario entre los tpicos del discurso antiliberal. De ah

que la propaganda comunista figurara casi en ltimo lugar entre los males que segn el

manifiesto del general Primo de Rivera aquejaban al pas, por detrs del terrorismo, la

situacin econmica, la corrupcin, el problema de Marruecos y el separatismo.14

13 A. Alcal Galiano: La sociedad frente al sindicalismo, ABC, 30 de octubre de 1919; La ola roja, ABC, 4 de junio de 1920; De la anarqua a la resurreccin, ABC, 16 de marzo de 1923. 14 A. Alcal Galiano: Los polticos ante la revolucin, ABC, 19 de septiembre de 1920. El manifiesto de 12 de septiembre se reproduce en M. Primo de Rivera: El pensamiento de Primo de Rivera, Madrid, 1929, pp.

19-20.

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II. Una dictadura anticomunista (1924-1931)

Pero si el pronunciamiento de septiembre de 1923 no puede considerarse un golpe

anticomunista, la dictadura que le sigui actu a menudo como si lo hubiera sido. Que el

lenguaje regeneracionista de Primo de Rivera era perfectamente compatible con un

discurso del miedo lo demuestra la primera columna que ABC le dedic tras el 13 de

septiembre: Si no se operaba el tumor infeccioso de la vieja poltica espaola, extirpndole

sin contemplaciones, la gangrena mortal se corra a todo el organismo social del pas (...) la

dictadura militar nos ha salvado por ahora de la revolucin sangrienta y de la anarqua...

De hecho, al Dictador se le atribuye tambin la frase he venido a luchar contra el

comunismo, y algunos autores sostienen que estaba convencido de la inminencia de una

revolucin. Fuera por conviccin personal o por conveniencia poltica, no hay duda de que

Primo segua con atencin las noticias sobre el tema: en abril de 1919 asisti en Madrid a

una conferencia de la corresponsal de ABC en Mosc Sofa Casanova, nico testigo espaol

de la Revolucin bolchevique; y en un discurso de octubre de 1925, seal: todo el

mundo, en la Prensa de hoy, habr podido leer cmo Inglaterra, Italia y Francia, toman

medidas contra la invasin comunista. Yo s que nuestra contextura nacional no es propicia

a los excesos de esa demagogia. Pero ah est el Japn, que sufre los horrores de una

perturbacin prxima, y nadie supona hace unos aos que sufriera tales efectos. Digo con

toda sinceridad que nosotros emplearemos la mxima severidad para impedir que Espaa

sea vctima de tales errores. 15

Centrndonos en el discurso oficial, est claro que el peligro comunista fue uno de

los temas recurrentes de la Dictadura. Desde finales de 1923, por ejemplo, diarios como El

Debate, ABC o el oficioso La Nacin informaron con frecuencia sobre el descubrimiento de

complots comunistas contra el Rgimen. En realidad, la etiqueta sovitico se aplicaba

de manera casi indistinta a cualquiera de los grupos de oposicin que actuaban en la

15 El triunfo de una dictadura, ABC, 21de marzo de 1923. La frase He venido a luchar contra el comunismo, en G.H. Meaker: La izquierda revolucionaria en Espaa, p. 606. La obsesin de Primo de Rivera con el comunismo, en J. L. Gmez Navarro: El Rgimen de Primo de Rivera, Ctedra, Madrid, 1991,

p. 330 n 56; y E. Gonzlez Calleja: El muser y el sufragio, p. 417. Su asistencia a la conferencia de Sofa

Casanova, en ABC, 26 de abril de 1919. El discurso del Palacio de Hielo (16 de octubre de 1925), en M.

Primo de Rivera: El pensamiento de Primo de Rivera, p. 193. Sobre Casanova, una de las grandes

intelectuales anticomunistas de los aos 20 y 30, se puede consultar el perfil que le dedica Maria Victoria

11

clandestinidad o el exilio, fueran anarcosindicalistas, republicanos o catalanistas de

izquierda. La intentona insurreccional anarquista de noviembre de 1924 en Vera del

Bidasoa fue tachada de complot comunista; y el novelista republicano Vicente Blasco

Ibez, autor de un resonante panfleto contra el Directorio, fue acusado por un defensor de

Primo de Rivera de estar financiado por el Soviet. La propaganda y el dinero soviticos

se asociaron tambin durante esta poca al movimiento independentista rifeo de Abd-el-

Krim, quiz para justificar el repentino cambio de postura del Dictador en la cuestin

marroqu. El propio general afirm en un artculo de agosto de 1925 que la aparicin de

Krim cambi mi modo de ver el problema, hacindome comprender la necesidad de

sofocar el incendio que por su desarrollo y llamas, inflamadas por el bolcheviquismo, poda

prender en nuestra propia casa. 16

El anticomunismo de la Dictadura fue, de hecho, en aumento. A fines de 1925, El

Debate se remita a una revista de reciente aparicin para denunciar que nuestros

comunistas son los sindicalistas de la CNT. En el nmero 1 del Boletn que ha empezado a

publicar una de las instituciones que en mayor grado pueden contribuir a la conservacin

del orden en nuestra Patria... se contiene una prueba contundente de la identidad ideolgica

que existe entre los sindicalistas espaoles y los comunistas de Mosc. El organismo en

cuestin era el Centro Espaol Antibolchevista, haba sido fundado en abril y era la seccin

espaola de una Entente Internacional con sede en Ginebra; su primer director fue el

somatenista barcelons Luis de Andrs y Morera, uno de los escasos expertos en temas

comunistas en la Espaa de la poca. Aunque heredero del movimiento de defensa social, el

CEA fue en realidad el nico organismo de propaganda espaol dedicado de manera

monogrfica a la lucha contra el comunismo hasta la Guerra Civil, algo que puede servir

para compensar sus evidentes limitaciones. Ms que a publicaciones propias como la

Revista Antibolchevista o el Vademcum Antibolchevique, su influencia se debi

fundamentalmente a su labor de suministro de noticias para la prensa de la Dictadura. Esta

relacin se volvi oficiosa en torno a 1927-1928, cuando el Directorio Civil suscribi a

Lpez-Cordn en la reedicin de La revolucin bolchevista, Castalia, Madrid, 1990, pp. 31-40; y J. Avils

Farr: La fe que vino de Rusia, passim. 16 Segn M. T. Gonzlez Calbet (La Dictadura de Primo de Rivera. El Directorio Militar, El Arquero,

Madrid, 1987), los complots formaban parte de la poltica represiva de la Dictadura. La polmica Carretero-Blasco Ibez, en E. Gonzlez Calleja: El muser y el sufragio, p. 513. El artculo de Primo, en Revista de

12

jvenes oficiales como Francisco Franco a la Revista del Centro. El Rgimen se hallaba

entonces en pleno proceso de institucionalizacin, y el anticomunismo constitua en

realidad una de sus escasas bazas ideolgicas. En un libro de propaganda sobre la Unin

Patritica escrito en 1929, Jos Mara Pemn afirm que la causa de la falta de ideologa de

la agrupacin haba sido, precisamente, el peligro comunista. 17

En este sentido, la principal influencia ideolgica extranjera sobre la Dictadura no

fue, como se piensa, el fascismo italiano, que desde su llegada al poder haba declarado

superado el peligro comunista, sino el conservadurismo europeo-occidental de posguerra.

Esto se aprecia en la trayectoria del que fue quiz el intelectual orgnico ms importante

del Rgimen, el anglfilo Ramiro de Maeztu, que a principios de 1927 se afili a la Unin

Patritica y empez a escribir para La Nacin. Desde principios de los aos 20, Maeztu

haba hecho varias alusiones a la extrema violencia de la Revolucin bolchevique, pero

hasta abandonar El Sol no haba adoptado un discurso francamente anticomunista. Sus

colaboraciones en La Nacin a lo largo de 1927, en cambio, estn dominadas casi por

completo por el tema del peligro. A su juicio, el mundo de la poca se divida en dos tipos

de pases: los defensores de la civilizacin y los bolcheviques; frente al bolchevismo,

que defina como la revuelta del subhombre contra la civilizacin, el nico problema

importante en el mundo era la defensa del orden social. As, desde marzo de 1927

Maeztu se hizo eco de la campaa de la prensa conservadora franco-britnica a favor de un

frente nico de las naciones occidentales contra la Unin Sovitica, llegando a proponer

que la Sociedad de Naciones se hiciera cargo de la lucha mundial contra el bolchevismo.

Pero su posicin contrarrevolucionaria no se limitaba al escenario internacional; a

principios de mayo, comentaba en su columna un artculo de la Revista Antibolchevista

sobre la evolucin del comunismo en Espaa, concluyendo: en toda la campaa que contra

Tropas Coloniales de 31 de agosto de 1925, citado en M. Primo de Rivera: El pensamiento de Primo de

Rivera, p. 152. 17 El artculo de El Debate es Lenin y Pestaa, El Debate, 29 de noviembre de 1925, citado en J. M. GARCA ESCUDERO: El pensamiento de El Debate, BAC, Madrid, 1983, p. 910. Sobre la Entente

Internationale y el Centro Espaol Antibolchevista, ver: E. Gonzlez Calleja y F. del Rey Reguillo: La

defensa armada contra la revolucin, pp. 42 ss. y 221 ss. L. de Andrs y Morera: La antorcha roja, Madrid,

1929. La suscripcin de Franco a la revista del CEA, en H. R. Southworth, El lavado de cerebro de Francisco

Franco, p. 200. J. M. Pemn: El hecho y la idea de unin Patritica, Madrid, 1929, pp. 97-106.

13

el Gobierno se hace por medio de complots, proclamas clandestinas, mentiras enviadas al

extranjero, invencin y reparto de rumores, etc. anda siempre la mano del Soviet. 18

Por otra parte, las acusaciones de complicidad con la Unin Sovitica no solan ir

acompaadas de advertencias sobre un peligro revolucionario inminente, quiz porque este

discurso habra parecido inverosmil en la atmsfera de relativa calma social creada por la

Dictadura. Pero la situacin creada tras la cada de Primo de Rivera y la formacin de un

gobierno presidido por el general Berenguer, a principios de 1930, daba pie a ms

especulaciones. La propia revista del CEA reconoca que el movimiento comunista espaol

segua siendo sumamente dbil a causa de la desunin entre el PCE, los anarcosindicalistas

y los trotskystas de Barcelona, pero adverta de que una coalicin entre elementos

republicanos y socialistas poda, como en Rusia, acabar trayendo la revolucin social. Los

partidarios de prolongar el estado de excepcin multiplicaron advertencias similares desde

la segunda mitad de 1930. La Unin Monrquica Nacional, formada por varios ex ministros

de la Dictadura, le declar la guerra a la brbara ofensiva comunista durante su campaa

por las provincias del Norte en el verano, y en vsperas de las elecciones de abril de 1931

invoc el espritu del 2 de mayo contra la invasin de Espaa por agentes soviticos.

La posibilidad de una Repblica fue comparada por El Debate a una invasin de los

brbaros; Maeztu profetiz en Ahora una horrorosa guerra civil; y Niceto Alcal

Zamora, lder de la coalicin republicana, fue calificado en ms de una ocasin como el

Kerensky espaol que estaba abriendo el camino hacia el caos bolchevique. El mdico

Jos Mara Albiana, fundador del pequeo Partido Nacionalista Espaol y tambin muy

vinculado a la Dictadura, dictaminaba en un libro contemporneo que la trgica

perspectiva de un sovietismo ruinoso y sangriento es el nico porvenir inmediato que se

brinda a nuestra amada Espaa... 19

18 La ausencia de un discurso oficial sobre el peligro comunista en la Italia de Mussolini, en R. Quartararo:

Roma e Mosca. Limmagine dellURSS nella stampa fascista, Storia contemporanea, XXVII, 3 (junio de 1996), pp. 447-472. Para el anticomunismo temprano de Maeztu, ver J. Avils Farr: La fe que vino de Rusia,

pp. 204-206; y P. C. Gonzlez Cuevas: Perfil ideolgico de la derecha espaola, tesis doctoral indita,

Universidad Complutense de Madrid, vol. I, pp. 335-336. La conversin de 1927, en G. Garcia Queipo de Llano: Los intelectuales y la Dictadura de Primo de Rivera, Alianza, Madrid, 1988, pp. 435-446. Los

artculos de 1927 en La Nacin se reproducen en R. de Maeztu: Con el Directorio Militar, Editora Nacional,

Madrid, 1957; ver especialmente: La crisis de la guerra, p. 112; Resentimiento, p. 141; Por todo el mundo, p. 162; La contrarrevolucin, 195; La accin urgente, p. 206; y Los Soviets en Espaa, pp. 232-236 (de donde procede la ltima cita). 19 Ver Los ndices de actuacin comunista y la actuacin actual en Espaa y El comunismo en Espaa, Revista Anticomunista, 17 (23 de octubre de 1930), pp. 11-12 y 27. Las alusiones monrquicas al peligro

14

El considerable nmero de referencias al tema en vsperas de las elecciones

municipales de abril sugiere que stas se dirimieron en gran medida en torno a la existencia

del peligro comunista, algo sorprendente teniendo en cuenta que, segn un reportero

francs que visit Espaa a finales de 1930, nadie crea seriamente en l. Pero la prensa

conservadora mantuvo este discurso hasta el ltimo momento: en marzo, ABC public tres

artculos del periodista francs Franois Coty en los que se comentaban en detalle los

progresos realizados por la masonera y el comunismo durante la Dictadura. El ltimo de

estos textos mantena que Mosc estaba tratando de apoderarse de los sindicatos espaoles

para hacer con ellos la organizacin de masa que le permitiese desencadenar la

revolucin en la Pennsula. La opinin liberal, sin embargo, se mantuvo totalmente

escptica: el diario El Sol tach de fantstica la tesis de Coty, y en general tendi a

ridiculizar lo que consideraba un coco inventado por los monrquicos para asustar a la

burguesa. La proclamacin pacfica de la Repblica dio nuevos argumentos a los

liberales: en julio de 1931, el Gregorio Maran atribua las advertencias de la derecha

sobre el peligro comunista a una conspiracin contra el nuevo Rgimen. 20

III. La reactualizacin del discurso anticomunista en vsperas de la Guerra Civil

La escasez de alusiones al peligro comunista durante los tres primeros aos de

Repblica puede sugerir que, a principios de los aos 30, una gran parte de la opinin

espaola tenda a identificar anticomunismo con una Dictadura desacreditada. Pero puede

entenderse tambin como un mero sntoma de la desorganizacin de la derecha espaola,

muchos de cuyos grandes hombres se haban refugiado en el exilio. De ah que la

comunista en la campaa de 1930-1931, en R. Cruz: Luzbel vuelve al mundo!, pp. 288-294; S. Ben-Ami: Los orgenes de la Segunda Repblica espaola, Alianza, Madrid, pp. 265-269 y 316-318; y P. C Gonzlez

Cuevas: Accin Espaola, pp. 124-127. La cita de Albiana, en J.M. Albiaa, Los cuervos sobre la tumba,

Compaa Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1930, p. 253. Sobre el anticomunismo de Albiana, ver tambin J. Gil Pecharromn, Sobre Espaa inmortal, slo Dios. Jos Mara Albiana y el partido Nacionalista Espaol (1930-1937), UNED, Madrid, 2000, p. 71. 20 El viajero francs es H. BERAUD: Emeutes en Espagne, Pars, 1931, pp. 131-132. Sobre Coty, ver S.

BERSTEIN y J.J. BECKER, ob. cit., 119-123; F. COTY: Contre le communisme, Pars, 1927; y los artculos

del propio Coty en ABC los das 8, 11 y 12 de marzo de 1931. La polmica en torno al peligro comunista en

marzo-abril de 1931, en editorial de ABC, 14 de marzo de 1931; La conspiracin comunista en Espaa, ABC, 9 de abril de 1931; y Juan Pujol: Comunismo y comunismo, ABC, 17 de julio de 1931. La expresin de coco, en Las operaciones del comunismo, ABC, 29 de enero de 1932. Las declaraciones de Maran, en El comunismo y Espaa, ABC, 16 de julio de 1931.

15

propaganda antimarxista quedara sobre todo en manos de formaciones nuevas, como las

Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista fundadas en octubre de 1931 por Ramiro

Ledesma Ramos y Onsimo Redondo. La tesis que machaconamente repeta Libertad,

semanario de las JONS, era que La Repblica parlamentario-socialista tiene por nico fin

sumirnos en el pozo negro del socialismo rojo, donde no hay otra norma que el soviet. En

este aspecto, el discurso de los primeros fascistas espaoles slo se distingua del utilizado

tradicionalmente por la derecha monrquica por su posicin ante la violencia, reflejo del

influjo del nazismo alemn en tericos como Redondo. A principios de 1932, Libertad

lanz la propuesta de constituir milicias anticomunistas, aadiendo: para evitar el

regreso de Espaa al salvajismo, frente a las hordas sanguinarias y capitaneadas por los

invasores rojos, no hay ms que un camino: la guerra. Viva la guerra! Ms contenido,

ABC se limit a calificar de ofensiva comunista las revueltas protagonizadas por la

CNT/FAI en Castillblanco y Tarrasa. 21

Otra posible explicacin del reflujo de la propaganda anticomunista durante el

primer bienio republicano es que la propia orientacin del Rgimen constitua un motivo de

polmica suficiente para las derechas. La Constitucin, las leyes anticlericales, la reforma

agraria, el Estatuto cataln o la represin de Casas Viejas eran caballos de batalla mucho

ms tangibles que el comunismo. La coalicin antirrevolucionaria o antimarxista

formada por catlicos y monrquicos para las elecciones de noviembre de 1933 estaba

dirigida contra la alianza republicano-socialista en el poder, no contra comunistas ni

anarquistas. Cuando el comunismo apareci durante la campaa, lo hizo dentro de una

amalgama que inclua al resto de las bestias negras de la coalicin, como suceda en un

cartel que mostraba un mapa de Espaa atravesado por una flecha con direccin Mosc-

Mjico y la leyenda: Separatismo. Marxismo. Masonera. 2 aos de izquierdismo.

21 Hacia el sovietismo, Libertad, 11 de enero de 1932; y Pronstico poltico para 1932, Libertad, 4 de enero de 1932; ambos en O. Redondo: Obras completas, Madrid, 1954-1955, vol. I, pp. 417-420 y 425-427.

Hay tambin referencias al anticomunismo de las JONS y luego de Falange Espaola de las JONS en M. A.

Egido Len: Del paraiso sovitico al peligro marxista..., pp. 139-154; y en R.M. Martn de la Guardia: Falange y Masonera durante la Segunda Repblica: Hacia la configuracin del modelo de contubernio, en J. A. Ferrer Benimeli (coord): Masonera, revolucin y reaccin, vol. I., Alicante, 1990, pp. 497-512. Las

alusiones a la ofensiva comunista a propsito de Castillblanco y Tarrasa, en El orden pblico y la defensa de la Repblica, ABC, 20 de enero de 1932; y Las operaciones del comunismo, ABC, 29 de enero de 1932. Sobre la posicin de las derechas vinculadas a ABC durante el primer bienio republicano, se puede consultar

tambin I. Martn Snchez: La visin de la masonera desde ABC durante el primer bienio de la II Repblica espaola, en J. A. Ferrer Benimeli (coord): La Masonera en la Espaa del siglo XX, vol. II, Toledo, 1996, pp. 650-670.

16

Poltica antinacional. Votad a las derechas. Votad contra el marxismo. Aun as, el

antimarxismo fue ms una consigna de la CEDA que de Renovacin Espaola, como

refleja la crtica que le dedic ABC a mediados de octubre: antimarxismo no es nombre

adecuado a la unin de las derechas (...) ni la doctrina ni la gestin ministerial del

socialismo son todo lo que deben combatir las derechas; es la obra total, o casi total, de la

Repblica en estos dos aos lo que debe combatir la coalicin. 22

A lo largo de 1934, en cambio, dos factores volvieron a poner de actualidad el

discurso anticomunista de 1930-1931. En primer lugar, la bolchevizacin del Partido

Socialista, al que el fracaso electoral de las izquierdas haba alejado del poder y, al mismo

tiempo, de la legalidad republicana. La prensa monrquica dedic mucha atencin al tono

amenazador adoptado por los dirigentes socialistas desde principios de 1934,

reproduciendo in extenso las declaraciones ms sediciosas de Indalecio Prieto y

Francisco Largo Caballero (conocido por esta poca como el Lenin espaol). En segundo

lugar, tras las elecciones regresaron a la escena poltica varios figurones de la Dictadura,

entre ellos el ex ministro de Hacienda Jos Calvo Sotelo. Durante su exilio francs, ste

haba adoptado un discurso muy similar al de Maeztu y Alcal Galiano, como se refleja en

sus artculos en ABC y Accin Espaola desde la primavera de 1933. Estos textos,

inspirados en su mayor parte en la prensa anticomunista francesa, partan de la conviccin

de que la tragedia econmica sovitica constitua el ms formidable de los argumentos

manejables en la propaganda contra el marxismo espaol y la reforma agraria. De ah que

encontremos ya en ellos los argumentos que convertiran a Calvo Sotelo en el principal

portavoz de la oposicin al Frente Popular, como la comparacin de la Espaa de Azaa a

la Rusia de Kerensky y a la Hungra de Karolyi. 23

As, la idea de peligro comunista volva a estar en el aire cuando en octubre de 1934

estall la revolucin de Asturias y toda la prensa burguesa se hizo eco de las atrocidades

22 El concepto de amalgama como fusin indiscriminada del conjunto de adversarios en un todo, pretendiendo atraer para cada uno de ellos el mximo de hostilidad que produce la ms extrema de sus

partes, en M. Garca Pelayo: Mito y actitud mtica en el campo poltico, Obras completas, CEC, Madrid, 1991, vol. III, p. 2747. El cartel mencionado aparece reproducido en el ABC de 17 de noviembre de 1933. La

crtica al concepto de antimarxismo, en Un rtulo equivocado, ABC, 17 de octubre de 1933. 23 Las amenazas socialistas, en La impunidad revolucionaria, ABC, 3 de febrero de 1934; y La propaganda revolucionaria, ABC, 6 de febrero de 1934. Los artculos de Calvo Sotelo en la prensa espaola de 1932-1933, en J. Calvo Sotelo: La voz de un perseguido, 2 vols., Madrid, 1933; ver especialmente: El colectivismo agrario en Rusia ABC, 12 de junio de 1932, pp. 295-300; Espaa y Rusia, ABC de 31 de

17

supuestamente cometidas por los revolucionarios, tratndoles una y otra vez de fieras,

monstruos e infrahombres. Los monrquicos acordaron hacer la mxima publicidad

de todos los horrores realizados por los revolucionarios y de todos los que prometan

realizar en caso de triunfo, publicando las listas negras de las personas que iban a ser por

ellos ejecutadas as como las dems medidas por ellos proyectadas. Pero la posicin de

ABC no fue ms virulenta que la de diarios como El Debate, La Nacin o Diario de

Madrid, donde los relatos sobre sacerdotes crucificados, monjas violadas, e hijos de

guardias civiles con los ojos arrancados obtuvieron igual o ms publicidad. Su enviado

especial a Oviedo lleg a calificar de tendenciosas y falsas algunas de las noticias

aparecidas en la prensa, aunque en el mismo artculo afirmaba que seguramente ni en

Rusia, cuando la gran revolucin, ni en otras pocas anteriores, ha habido hechos tan

terribles, vandlicos y sanguinarios como los ocurridos en algunos das de esta revolucin.

Como indica la cita, los crmenes que se imputaban a los mineros asturianos eran tan

desmesurados que las referencias al carcter sovitico de la revolucin se haban vuelto

casi innecesarias. El propio nombre de Asturias se haba hecho sinnimo de revolucin

sangrienta para autores como Maeztu, que el da 25 escribi: Toda Espaa es Asturias, o,

cuando menos, puede serlo. Toda Espaa est en las listas negras. 24

La censura impuesta por los gobiernos radical-cedistas hizo que la campaa de

prensa contra los horrores de Octubre decayera bastante a lo largo de 1935, pero sta

resurgi de inmediato al iniciarse la campaa para las elecciones de febrero de 1936. Para

los grupos de derecha, Asturias representaba una baza poltica muy valiosa, pues por

primera vez les permita referir sus prejuicios sobre el comunismo y las revoluciones

sociales a una experiencia cercana, sin necesidad de recurrir a analogas histricas. As, el 6

de febrero ABC dedicaba toda una pgina a reproducir las consignas dadas por los

socialistas a sus bases en vsperas de Octubre, como la de supresin de todas las personas

que por su situacin econmica o por sus antecedentes puedan ser una rmora para la

diciembre del 32; El hambre en Rusia, prensa de provincias, 29 de julio del 33; y Para la accin antimarxista, ABC 1 de abril de 1933, 306. 24 Los calificativos bestiales, en A.M. Calero: Octubre visto por la derecha, en VVAA: Octubre 1934, Siglo XXI, Madrid, 1985, pp. 159-176. La lnea propagandstica de Renovacin Espaola, en J. Gil

Pecharromn: Renovacin Espaola. Una alternativa monrquica a la Segunda repblica, tesis doctoral,

Uiversidad Complutense de Madrid, 1985, vol. I, pp. 529-33. La cita de Maeztu, de 25 de octubre de 1934, en

R. de Maeztu: Frente a la Repblica, Rialp, Madrid, 1957, p. 267. Sobre los relatos de las atrocidades

asturianas, ver tambien: P. I. Taibo: Asturias 1934, tomo 2, Jcar, Madrid, 1984, pp. 102-104.

18

revolucin. Con todo, las alusiones a la Unin Sovitica fueron tan abundantes en esta

campaa como en la de 1931. Para los monrquicos, el frente nico de republicanos,

socialistas y comunistas representaba una posibilidad real de revolucin por las urnas: ABC

se hizo eco del discurso de Ao Nuevo de Hitler al denunciar al Frente Popular como un

Caballo de Troya sovitico, esgrimiendo las instrucciones de la Comintern a los

comunistas espaoles como prueba de que los partidos marxistas y anarquistas de Espaa

estn dirigidos y mandados desde Mosc. El encargado de ello es Dimitrof. Los fondos

abundan. La tctica es aprovecharse de la izquierda republicana para que sta prepare la

etapa de transicin. La meta es la destruccin del Estado y la dictadura de los dictadores del

proletariado. La percepcin conservadora del Frente Popular se basaba en gran medida en

estereotipos sobre el terror rojo en Rusia, como mostr ABC al llamar a los votantes a

ocupar un lugar en la trinchera contra la revolucin de hordas asesinas e incendiarias

capitaneadas por extranjeros de faz monglica que quieren imponer la dictadura del

proletariado. 25

A diferencia de lo sucedido en abril de 1931, sin embargo, la campaa de enero-

febrero de 1936 no ces tras la victoria del Frente Popular, y en los meses siguientes el

peligro comunista se convirti en uno de los temas dominantes de la poltica espaola.

Como en 1919-1920, el miedo y la propaganda proliferaron en los rganos de opinin

conservadores; una vez ms circularon innumerables rumores, como el de que el

revolucionario hngaro Bela Kun se hallaba en Barcelona. El pnico de las derechas

lleg a las Cortes: el 4 de abril, el presidente Azaa critic a los propaladores de rumores

y calific de patraa la posibilidad de una inminente insurreccin comunista. Pero esto no

acall a Calvo Sotelo, que hizo suya la tesis del peligro comunista en cuatro discursos

parlamentarios que le convirtieron en el portavoz indiscutido de la oposicin. En el primero

25 Las consignas socialistas, en: Destruccin sanguinaria y a los supervivientes, comunismo sovitico, ABC, 6 de febrero de 1936. Las referencias a Mosc, en El comunismo a la vista, ABC, 3 de enero de 1936; Gobernados desde Mosc, ABC, 4 de enero de 1936; y Alta traicin, ABC, 11 de enero de 1936. El llamamiento a los votantes, en ABC, 12 de febrero de 1936, citado por M. C. Mina: ABC en la preparacin ideolgica del 18 de julio, en M. Tun de Lara (dir): Comunicacin, cultura y poltica durante la II Repblica y la Guerra Civil, Universidad del Pas Vasco, Bilbao, 1990, tomo II, pp. 12-13. Sobre la campaa

nazi contra el pacto franco-sovitico y el caballo de Troya del Frente Popular, ver ABC, 2 de enero y 8 de marzo de 1936. El portavoz de la propaganda nazi en ABC era su corresponsal en Berln, Eugenio Montes,

como muestran sus crnicas Hitler quiere paz en Europa y cruzada contra las hordas asiticas, ABC, 19 de marzo de 1936; La guerra civil, fomentada por la Tercera Internacional, ABC, 10 de abril de 1936; y Los dos objetivos de Mosc: implantar el comunismo en Espaa y llevar a Francia a la guerra, ABC, 17 de abril de 1936.

19

de ellos, el debate que mantuvo con Azaa el 15 de abril, el jefe del Bloque Nacional

recurri ya a los principales argumentos que iba a mantener insistentemente hasta su

muerte: el Frente Popular como santo y sea sovitico, la bolchevizacin progresiva

del PSOE, la conocida analoga entre la situacin de Espaa y la de Rusia y Hungra en

vsperas de sus respectivas revoluciones: nosotros, seor Azaa, miramos a Rusia, s,

cmo no hemos de mirar a Rusia?, y a Hungra, y al resto del mundo (...) y como sabemos

que aquello fue una tragedia, corta para Hungra, permanente todava para Rusia, queremos

que esa tragedia se evite en Espaa... 26

En el periodo que transcurre entre abril y julio de 1936 el debate sobre el peligro

comunista se confunde hasta tal punto con la lucha poltica entre el Frente Popular y la

oposicin conservadora que no es posible analizarlo aqu con un mnimo detenimiento. Los

historiadores que se han ocupado del tema coinciden, adems, en que los argumentos de los

monrquicos en la primavera de 1936 eran ya prcticamente idnticos a los que adoptara el

bando sublevado a partir del 18 de julio. Quiz lo nico que podemos aadir es que, a

diferencia de lo sucedido entre 1923 y 1933, las circunstancias del bienio 1934-1936

volvan a ofrecer a los anticomunistas un enemigo bien definido: el PSOE y, desde la

divisin del Partido en dos ramas, la faccin revolucionaria encabezada por Largo

Caballero. De hecho el PCE rara vez aparece en los textos sobre el peligro comunista

escritos durante la primera mitad de 1936, que una y otra vez sealan a Largo Caballero

como el instrumento del Soviet en Espaa y el Lenin de la revolucin espaola. El

secretario general de la UGT apareca tambin como presidente de un imaginario Soviet

Nacional en un documento falsificado por estas fechas y que tendra una gran importancia

en la propaganda del bando nacional durante la Guerra Civil. Pero en abril del 36, la

imagen que mejor reflejaba esta percepcin era la del Frente Popular como gobierno

Kerensky, con Azaa (luego Casares Quiroga) en el papel del antiguo primer ministro del

Gobierno Provisional ruso y Largo Caballero en el de Lenin. La analoga poda no ser

exacta, pero para la opinin anticomunista era tan verosmil que ni siquiera haca falta

26 Sobre el miedo subsiguiente al triunfo del Frente Popular, ver los artculos de Csar Gonzlez Ruano: Otra clase de miedo, ABC, 27 de febrero de 1936; y Ms cosas sobre el miedo, 3 de marzo de 1936. El rumor sobre Bela Kun, en: La actividad comunista internacional en Espaa. En Barcelona se asegura que est all Bela Kun, ABC, 27 de marzo de 1936. Las declaraciones de Azaa, en ABC, 5 de abril de 1936. Un resumen de los discursos parlamentarios de Calvo Sotelo entre abril y julio del 36, en M. C. MINA: ABC en

20

hacerla explcita, como demostr Alcal Galiano en una columna titulada,

significativamente, La Repblica de Kerensky. 27

IV. Conclusiones: el peligro comunista en la Espaa de 1918-1936

La seleccin de textos en que se basa este artculo constituye, sin duda, un reflejo

muy parcial de la opinin espaola durante el periodo estudiado, y sera absurdo y

pretencioso derivar de ella conclusiones definitivas. Pero con todas las precauciones

necesarias, quisiera terminar con algunas reflexiones de carcter general que puedan servir

de orientacin para inspirar trabajos ms ambiciosos. En primer lugar, parece evidente que

los discursos que hemos analizado se inscriben en una tradicin de pensamiento

contrarrevolucionario que se remonta, al menos, a mediados del siglo XIX, poca en que el

socialismo moderno hizo su aparicin en la escena poltica europea. En este sentido, la

Revolucin bolchevique no crea el concepto de peligro comunista: a lo sumo, lo precisa y

reactualiza, al ofrecer un ejemplo de revolucin social violenta que, a diferencia de otras

anteriores, logra triunfar en un pas de Europa. Con todo, no puede minusvalorarse la

importancia cultural del acontecimiento, sobre todo porque ste influye en el imaginario

social por partida doble: por una parte, la opinin conservadora ve en l confirmados sus

antiguos prejuicios y/o temores; por otra, un sector del movimiento obrero lo toma como

modelo y hace apologa de los mtodos bolcheviques. Como ha sealado Jover Zamora a

propsito del movimiento cantonalista de 1873, la fijacin de un hecho histrico en la

memoria colectiva de una sociedad parte siempre de vivencias contemporneas, por ms

que posteriormente stas se seleccionen y valoren de acuerdo con intereses e ideologas

concretas. 28

la preparacin ideolgica de 1936, art. cit., pp. 15- 23. Las actas del debate del 15 de abril, en ABC, 16 de abril de 1936. 27 La tesis de que la propaganda del Alzamiento se inspir en el discurso de Renovacin Espaola y el ABC,

en A.M. Calero: Octubre visto por la derecha, p. 160; M. C. Mina: ABC en la prepararcin ideolgica del 18 de julio de 1936, pp. 12 ss; y A. Reig Tapia: La justificacin ideolgica del Alzamiento de 1936, p. 227. La comparacin entre Largo Caballero y Lenin, en ABC, 26 de abril de 1936. Los documentos falsos del

complot comunista, en H.R Southworth, pp. 22-186. La imagen del gobierno Kerensky, en A. Alcal Galiano: La trayectoria revolucionaria, ABC, 1 de febrero de 1933; Frente a la Revolucin, ABC, 15 de enero de 1936; y el artculo citado La Repblica de Kerensky, ABC, 22 de abril de 1936. 28 J.M. Jover Zamora: Realidad y mito de la Primera Repblica: del Gran Miedo meridional a la utopa de Galds, Espasa Calpe, Madrid, 1991, pp. 54-55. Sobre el origen cultural del miedo a la revolucin en la Espaa del siglo XIX, ver M. Prez Ledesma: El miedo de los acomodados y la moral de los obreros, en P.

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Est claro tambin que, a partir de 1918-1919 el comunismo sovitico se transform

en el peligro social por antonomasia incluso en pases como Espaa, donde el movimiento

bolchevique fue relativamente dbil hasta la Guerra Civil. En este terreno al menos, la

Espaa de los aos 20 y 30 estaba plenamente inserta en el mbito europeo, como se refleja

en la creacin del Centro Espaol Antibolchevique en 1925 o en el gran nmero de

publicaciones anticomunistas extranjeras que se tradujeron al castellano a partir de 1918. El

hecho de que el movimiento comunista espaol fuera casi insignificante hasta la Guerra

Civil no impidi, por tanto, el desarrollo de un fuerte anticomunismo entre la opinin

conservadora. A mi juicio, la paradoja puede explicarse de dos maneras fundamentales. En

primer lugar, podra argumentarse que el grueso de las derechas no apreciaba diferencias

sustanciales entre las distintas tendencias del movimiento obrero: tanto sindicalistas como

anarquistas y socialistas constituan una amenaza en la medida en que deseaban la

revolucin; y sta, como se haba demostrado en Rusia, Alemania y Hungra, haba de ser

forzosamente violenta. De ah la alarma conservadora ante las huelgas sindicalistas de 1919

o la radicalizacin del PSOE en 1934-36. 29

sta sera la explicacin ms congruente con la letra del discurso conservador y con

algunas tendencias recientes de la sociologa del riesgo: Ulrich Beck, por ejemplo, sostiene

que no existe una objetividad del peligro independiente de su percepcin y su valoracin

Folguera (comp.): Otras visiones de Espaa, Fundacin Pablo Iglesias, Madrid, 1990, pp. 27-28. Una breve

referencia a la imagen del Terror jacobino a finales del siglo XIX, en M.V. Lpez-Cordn Cortezo: La mentalidad conservadora durante la Restauracin, en J. Luis Garca Delgado (ed): La Espaa de la Restauracin. Poltica, economa, legislacin, Siglo XXI, Madrid, 1985, pp. 81-82. Sobre el mito de los brbaros en la Europa decimonnica, ver P. Michel: Un mythe romantique. Les barbares, 1789-1848, Presses Universitaires de Lyon, 1981. 29 Ejemplos de la literatura anticomunista del periodo son: S. de Chessin: La locura roja, Seix Barral,

Barcelona, 1920; G. Popoff: La Inquisicin roja. La cheka. El Estado dentro del Estado, Aguilar, Madrid, s.f.

[original editado en Berln, 1924]; S.P. Melgunov: El terror rojo (1918-1924), Madrid, 1927; J. Douillet: As

es Mosc! Nueve aos en el pas de los Soviets, Razn y F, Madrid, s.f. (original de 1928); L. de Poncins:

Las fuerzas secretas de la revolucin, Ediciones Fax, Madrid, 1932; W.N. Kokovtzoff: El bolchevismo en

accin. La ruina moral y econmica en el pas de los Soviets, Fax, Madrid, [1933]; A. Lebrun: La dictadura

del proletariado, Barcelona, 1933; A. Ehrt: Rebelin armada. Revelaciones sobre la intentona revolucionaria

comunista en vsperas de la Revolucin Nacional, Eckart-Verlag, Berln-Leipzig, 1933; M. Laporte: Lo que

cuestan 133 das de comunismo, Grfica Universal, Madrid, 1934; Essad Bey (pseudnimo de Leo

Noussimbaum): Stalin, Ed. Espaa, Madrid, 1932; y La polica secreta de los Soviets (Historia de la G.P.U.),

Espasa Calpe, Madrid, 1935. Comparativamente, la literatura anticomunista espaola es escasa y poco

original, lo que parece confirmar su carcter de importacin: vase J.M. Carretero: La Venus bolchevique, Madrid, 1932; R. Len: Bajo el yugo de los brbaros, Hernando, Madrid, 1932; S. Casanova: Las

catacumbas de Rusia roja, Espasa, Madrid, 1933. El mejor representante de esta tendencia es probablemente

Mauricio Carlavilla, alias Maurice Karl, autor de El comunismo en Espaa, Madrid, 1932; El enemigo.

Marxismo. Anarquismo. Masonera, Madrid, 1934; y Asesinos de Espaa. Marxismo. Anarquismo.

Masonera, Ediciones Bergua, Madrid, 1935.

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cultural. La objetividad de un peligro existe en la medida en que se cree en l. La mayora

de los historiadores que se han ocupado del anticomunismo, sin embargo, han hecho ms

hincapi en su carcter instrumental, su funcin especfica dentro del conflicto poltico.

Berstein y Becker, por ejemplo, sostienen que combatir el comunismo sirve para reafirmar

la propia identidad, al tiempo que constituye un arma potencial contra cualquier adversario

poltico. En la Francia de la primera mitad del siglo XX, el comunismo habra representado

el contramodelo absoluto que toda sociedad necesita para afirmar su validez, el

espantapjaros que permite a las fuerzas polticas expresar su identidad por oposicin, el

elemento diablico y negativo necesario para fundar toda creencia en valores positivos y

portadores de esperanza. Pero aun aceptando esta perspectiva, la experiencia espaola

entre 1918 y 1936 parece demostrar que el discurso del peligro comunista puede utilizarse

de maneras diversas: para movilizar a la burguesa contra el movimiento sindicalista, como

en 1919; para suscitar consenso en torno a un rgimen represivo, como en 1923-1930; para

unir a la oposicin y desgastar al Gobierno, como en 1931-1933 y la primera mitad de

1936. 30

Si llevamos este enfoque funcionalista al extremo, el anticomunismo aparecera

como un simple mito poltico, una construccin ideolgica destinada a construir un

enemigo y legitimar el recurso a la fuerza. Sin duda, el discurso del peligro comunista

rene con frecuencia las caractersticas que autores como Garca Pelayo han atribuido al

lenguaje mtico: maniquesmo, satanizacin del contrario, sentido dramtico de la realidad

o amalgama de los adversarios en un todo indiscriminado, entre otras. As, su nfasis en el

carcter sanguinario y bestial del comunismo (por ejemplo, en octubre de 1934) constituira

un ejemplo de deshumanizacin del enemigo mediante la atribucin de atrocidades. Esta

dimensin mtica del discurso anticomunista se manifestara tambin en su recurso a teoras

conspirativas (el Frente Popular como caballo de Troya, el complot revolucionario de

1936, el clebre contubernio), un rasgo que lo emparenta con la retrica antimasnica y

antisemita a la que aparece unido con tanta frecuencia en los textos que hemos analizado. 31

30 U. Beck: La primera guerra contra un riesgo global, El Pas, 12 de abril de 2003. S. Berstein y J.J. Becker: Histoire de lanticommunisme en France, pp. 386-388. 31 Sobre las caractersticas del discurso mtico y la importancia poltica de la construccin del enemigo, se pueden consultar el clsico de C. Schmitt: El concepto de lo poltico, Alianza, Madrid, 1987, pp. 56-63; M.

Garca Pelayo: Mito y actitud mtica en el campo poltico, pp. 2723-2748; y R. W. Rieber: Substance and

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En la medida en que la intencin de todo lenguaje slo puede ser objeto de

interpretacin, sta es sin duda una posicin legtima, y en algunos casos (la Dictadura de

Primo de Rivera, octubre de 1934) existen argumentos de peso para atribuir la retrica

anticomunista de las derechas a un plan deliberado de propaganda. En mi opinin, sin

embargo, reducir el fenmeno al mero clculo poltico y descartar la influencia de factores

ideolgicos y psicolgicos sera errneo. Si aceptamos la existencia de mitos polticos,

deberamos al menos tratar de entender las tradiciones y percepciones en que nacen y

evolucionan: es decir, cmo funcionan histricamente.

shadow. Images of the enemy, en R. W. Rieber (ed): The Psychology of War and Peace. The Image of the Enemy, Plenum Press, Londres, 1999, pp. 6-21.