i ferragus honoré de balzac

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  FERRAGUS En París y en la época del Imperio, hubo trece hombres dominados por el mismo sentimiento, dotados todos ellos de una energía lo bastante grande para ser fieles al mismo pensamiento, honrados para no traicionarse entre sí, fuertes en política para disimular los lazos sagrados que los unían, audaces para emprenderlo todo, afortunados para triunfar en sus propósitos, habiendo corrido muchos peligros, inaccesibles al miedo, sin duda criminales, pero notables en verdad por algunas cualidades de los grandes hombres, siendo reclutados tan sólo de lo mejor entre los hombres y permaneciendo en el anonimato. Luego se disolvieron. Aunque podría escribir dramas que chorreen sangre, el autor ha elegido con preferencia las aventuras más amables, aquellas en que las escenas puras suceden a la tempestad de las pasiones, en las que la mujer aparece radiante de virtud y de belleza; en honor de los trece, se hallan tales escenas en su historia. Ferragus es el nombre que adoptó el jefe de los Dévorants, cuando fue elegido. Pero, ¿Qué son los devorants? Es el nombre de una tribu de compañeros que antaño pertenecieron a la gran asociación mística formada entre los obreros de la cristiandad para reconstruir el Templo de Jerusalén, el compañerismo todavía existe en el pueblo de Francia. Hubo pues en París trece hermanos que se pertenecían y que se ignoraban todos ante el mundo, pero que por la noche, se reunían cómo conspiradores, sin ocultarse ningún pensamiento, con entrada en todos los salones y con las llaves de todas las arcas de caudales, con los codos en la calle, con la cabeza en todas las almohadas y sin escrúpulos, sirviéndose de todo para sus fantasías. Fueron trece reyes anónimos pero de verdad, jueces y verdugos, desdeñando ser algo, porque podían serlo todo. En París existen ciertas calles deshonradas cómo un hombre cubierto de infamia, calles nobles, calles estimables, calles honradas, siempre limpias, siempre sucias, calles obreras, mercantiles. Algunas tienen hermosa cabeza y cola de pescado, otras no despiertan ningún pensamiento noble, otras nos dan una nerviosa tristeza y lo atribuimos a su soledad: grandes edificios desiertos y casas sombrías. La plaza de Bourse durante el día es un compendio de París y en la noche un ensueño de Grecia y cierta calle es infame, allí hay miserables casitas de dos ventanas en cuyos pisos, en todos, pulula el vicio, el crimen, la miseria, son calles asesinas que matan impunemente. París es el monstruo más delicioso que existe, aquí una mujer linda, allá otra vieja, acullá todo es reluciente cómo la moneda de un nuevo reino, en aquél rincón elegante cómo mujer a la moda. ¡Por lo demás monstruo completo!. Las buhardillas, especies de cabezas, llenas de ciencia y de genio; los primeros pisos, estómagos satisfechos; las tiendas, verdaderos pies, de allí salen los que tiene prisa. Apenas cesa en su corazón el ruido de los últimos coches del baile, empieza a desperezarse lentamente, todas las puertas bostezan, giran sobre sus goznes, pequeños espacios de seis pies cuadrados con niños, cocina, taller, no ven con claridad y deben de verlo todo. A mediodía todo vive las chimeneas humean, el monstruo come, después ruge, sus patas se agitan. ¡Hermoso espectáculo!. Quien no ha admirado, los pasajes sombríos, los callejones sin salida profundos y silenciosos, para unos es triste, para otros alegre, una criatura

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Resumen en tres partes de una novela de Honore de balzac

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  FERRAGUS

En París y en la época del Imperio, hubo trece hombres dominados por el mismosentimiento, dotados todos ellos de una energía lo bastante grande para ser fielesal mismo pensamiento, honrados para no traicionarse entre sí, fuertes en políticapara disimular los lazos sagrados que los unían, audaces para emprenderlo todo,

afortunados para triunfar en sus propósitos, habiendo corrido muchos peligros,inaccesibles al miedo, sin duda criminales, pero notables en verdad por algunascualidades de los grandes hombres, siendo reclutados tan sólo de lo mejor entrelos hombres y permaneciendo en el anonimato. Luego se disolvieron. Aunquepodría escribir dramas que chorreen sangre, el autor ha elegido con preferencialas aventuras más amables, aquellas en que las escenas puras suceden a latempestad de las pasiones, en las que la mujer aparece radiante de virtud y debelleza; en honor de los trece, se hallan tales escenas en su historia.

Ferragus es el nombre que adoptó el jefe de los Dévorants, cuando fue elegido.Pero, ¿Qué son los devorants? Es el nombre de una tribu de compañeros queantaño pertenecieron a la gran asociación mística formada entre los obreros de lacristiandad para reconstruir el Templo de Jerusalén, el compañerismo todavíaexiste en el pueblo de Francia. Hubo pues en París trece hermanos que sepertenecían y que se ignoraban todos ante el mundo, pero que por la noche, sereunían cómo conspiradores, sin ocultarse ningún pensamiento, con entrada entodos los salones y con las llaves de todas las arcas de caudales, con los codosen la calle, con la cabeza en todas las almohadas y sin escrúpulos, sirviéndose detodo para sus fantasías. Fueron trece reyes anónimos pero de verdad, jueces yverdugos, desdeñando ser algo, porque podían serlo todo.

En París existen ciertas calles deshonradas cómo un hombre cubierto de infamia,calles nobles, calles estimables, calles honradas, siempre limpias, siempre sucias,

calles obreras, mercantiles. Algunas tienen hermosa cabeza y cola de pescado,otras no despiertan ningún pensamiento noble, otras nos dan una nerviosa tristezay lo atribuimos a su soledad: grandes edificios desiertos y casas sombrías. Laplaza de Bourse durante el día es un compendio de París y en la noche unensueño de Grecia y cierta calle es infame, allí hay miserables casitas de dosventanas en cuyos pisos, en todos, pulula el vicio, el crimen, la miseria, son callesasesinas que matan impunemente. París es el monstruo más delicioso que existe,aquí una mujer linda, allá otra vieja, acullá todo es reluciente cómo la moneda deun nuevo reino, en aquél rincón elegante cómo mujer a la moda. ¡Por lo demásmonstruo completo!.

Las buhardillas, especies de cabezas, llenas de ciencia y de genio; los primeros

pisos, estómagos satisfechos; las tiendas, verdaderos pies, de allí salen los quetiene prisa. Apenas cesa en su corazón el ruido de los últimos coches del baile,empieza a desperezarse lentamente, todas las puertas bostezan, giran sobre susgoznes, pequeños espacios de seis pies cuadrados con niños, cocina, taller, noven con claridad y deben de verlo todo. A mediodía todo vive las chimeneashumean, el monstruo come, después ruge, sus patas se agitan. ¡Hermosoespectáculo!. Quien no ha admirado, los pasajes sombríos, los callejones sinsalida profundos y silenciosos, para unos es triste, para otros alegre, una criatura

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formada por sus casas y cuyo corazón y cabeza todos conocen. Así, pues, haycalles desconocidas para la mayor parte de las personas de la alta sociedad, a lascuales, no podría ir una de estas personas, sí es una mujer joven y rica y se laencuentra en una de estas calles, aquella dama esta perdida y existen calles enParís donde un encuentro así puede convertirse en un drama de sangre y amor.

A principio del mes de febrero, por una de esas casualidades que no se repiten enla vida, un joven doblaba la esquina de la rue Pagevin para entrar en VieuxAgustins, por donde se entra en la rue Soly, la calle más sola y menos transitablede París, creyó entrever en una mujer detrás de la que caminaba distraído, unvago parecido con la mujer más hermosa de París, casta y deliciosa persona, dela que estaba apasionadamente enamorado, en secreto y sin esperanza: era unamujer casada. Su corazón brincó y le invadió un calor intolerable que salió deldiafragma, su perspicacia no le permitía ignorar la posible infamia que pudieraexistir, para que una mujer elegante, rica y joven, se paseara por allí con andar criminalmente furtivo, en aquel lodazal y a aquella hora.

La pasión de aquel oficial era verdadera, y amaba a aquella mujer porque eravirtuosa, amaba la virtud, la gracia decente, la santidad respetable. Era aquellamujer verdaderamente digna de inspirar un amor platónico; en cierto momento, laluz vacilante que proyectaba el escaparate de una zapatería, iluminó la cadera y el

 joven observó el talle de la mujer, ¡era ella!. El joven apretó el paso y al volverse,la joven había doblado por una callejuela, tras de un portalón de madera concampanilla que aun vibraba, saludo a la portera, la casa tenía cuatro pisos y lamujer tenía prisa, el joven se pegó al muro y revisó la casa, era vulgar e innoble,estrecha, de color amarillo, oyó una campanilla en el segundo piso, una luz seagitó en una de las habitaciones, tenía el departamento las ventanas fuertementealambradas, lagrimas de ira corrieron por sus mejillas, en la rue Vieux Agustins vioun coche de punto parado junto a un muro. Dudando sí era o no ella, el jovenesperó el infierno de veinte minutos. Al bajar la reconoció, era la mujer que amabaen secreto, la joven caminó hasta el coche y se subió en él, el coche se detuvovarias cuadras más adelante en una floristería, al poco tiempo salió unadependienta y pagó al cochero la carrera, vio salir la joven luego de un rato deespera había comprado unas plumas de marabú, la dama dobló rápidamente por la rue de Menard y entró a su casa, al cerrarse la puerta el joven, perdidas todassus esperanzas y lo que es peor sus más queridas creencias, caminó por lascalles cómo un hombre embriagado, se halló de pronto en su propia casa, sinsaber como había llegado hasta ella, entró y se derrumbó en un sillón; había sidoeducado en los mejores principios, era tímido y sensible, púdico, le ofendían actosque para muchos no importaban !Que embelesos prodiga al corazón de un poetael timbre armonioso de una dulce voz!, Ella poseía el órgano más halagador quepara engañar hubiese tenido la mujer más artificiosa, tenía la voz argentina yaquella mujer esta noche iba para la rue Soly y su entrada en esa casa infameacababa de romper la más pura de las pasiones.

“Sí traiciona a su marido ¡nos vengaremos!. Resolvió Augusto barón deMaulincour. Dieron las diez, recordó que tenía que ir a un baile, al que ellatambién asistiría, se vistió enseguida y se fue. Al llegar, la buscó por los salones,

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viéndole tan inquieto, Madame De Nucingen le dijo: - Sí no encuentra a MadameJules es porque aun no ha llegado. Una voz detrás de ellos dijo: - Buenas noches.Ambos se volvieron, era Madame Jules, venía vestida con un traje blanco y losmarabúes que el joven barón le había visto comprar, el haberla visto en esa calle,le chocaba, su engaño le dolía. Madame Jules dejó a su marido que paseó por la

sala, mientras hablaba con su vecina de silla, parecía cohibida y miraba aMonsieur Jules Desmarets, su marido, el agente de cambios del barón DeNucingen. Cinco años antes, Monsieur Desmarets estaba colocado en la casa deun agente de cambios, su fortuna sólo consistía en su remuneración, era juicioso,tenaz, vivía una vida austera; conoció una muchacha en casa de su jefe y seenamoró de ella, poseía la joven una bel8leza excepcional, una sonrisa y unainflexión de su voz bastaron para que concibiera una pasión sin limites. Pero notenía estado civil la muchacha, su nombre de pila y su edad se hicieron constar enel acta notarial. Su fortuna era insignificante, Jules se consideró el hombre másfeliz por esto. Se casaron. Pocos días después del matrimonio su suegra, quepasaba por madrina, le dijo que comprara un despacho de agente de cambio

prometiéndole el capital necesario, esa noche en el salón de un agente de cambio,por recomendación de su madrina, un acaudalado hombre le propuso un negociofabulosamente beneficioso. Al día siguiente, compró el despacho de su jefe. Encuatro años se había convertido en uno de los agentes más ricos, no podía ignorar que todo era influencia de su suegra o una protección oculta que él atribuía a laProvidencia. A los tres años, perdió a su madrina. Ante la sociedad tuvo éxito lapasión de los esposos, que resistía al matrimonio. Eran respetados y queridos.Recibían visitas con magnificencia aunque no les sedujeran las obligacionesmundanas, sino porque Jules sabía que más o menos tarde una familianecesitaría del mundo, su forma de vida era lujosa y de buen gusto dado por Madame Jules que poseía un gran sentido artístico, la mujer vestía con mucha

elegancia y vivían los dos cada día más enamorados.En aquel momento, el joven oficial se hallaba cerca de su amante incógnita, lacual no sospechaba ciertamente, que estaba cometiendo una doble infidelidad. Allíestaba Madame Jules, con su porte de ingenua. Era el baile de un banquero, unade aquellas fiestas insolentes con que el mundo del oro en barras pretendía hacer mofa de los salones del oro vaciado, donde se divertía la buena sociedad delFaubourg Saint- Germain, sin prever que, un día la banca se apoderaría delLuxembourg se sentaría en el trono. Los salones dorados del barón de Nucingentenían aquella animación especial que el mundo de París, da a las fiestas deParís. Allí, los hombres de talento comunicaban su ingenio a los tontos y los tontosles transmitían la expresión feliz que les caracteriza. Con todo este intercambio,

todo se anima. Sin embargo, es cómo los fuegos artificiales: ingenio, coquetería,placer, todo brilla y se extingue parecido a los cohetes. Al día siguiente todo estaolvidado.

Augusto pregunto a Madame Jules: ¿Señora, entonces, usted no baila nunca?

Es la tercera vez en este invierno, que me lo pregunta- dijo ella, sonriendo.

¿Nunca, ha bailado usted, después de haberse casado, con otro hombre ademásde su marido?

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Así es, señor. Su brazo es el único en que me he apoyado y no he conocido elcontacto de otro hombre.

Entonces, ¿por qué, hace pocas horas, estaba disfrazada, a pie, por la rue Soly?

¿Dónde esta la rue Soly? Preguntó ella. Su voz pura no traicionó la menor emoción, ni se alteró rasgo alguno en sus facciones, se mantuvo tranquila.

¿Cómo? ¿No ha subido usted al segundo piso de una casa situada en la rue desVieux- Agustins, esquina de la rue Soly? ¿No tenía un coche de punto a diezpasos y no regresó usted a la rue Richelieu, a casa de la florista, para comprar esos marabúes, que en este momento adornan su cabeza?

No he salido de mi casa en toda la tarde

Entonces, era alguien que se le parecía de un modo extraordinario

Señor, dijo ella – sí usted es capaz de seguir a una mujer y de sorprender sussecretos, permítame que le diga que eso esta muy mal y le concedo el honor deno creerle.

El barón se fue y se colocó delante de la chimenea, pensativo. Bajó la cabeza,pero miró burlón a Madame Jules, la cual le dirigió dos o tres miradas llenas deterror. Madame Jules hizo un signo a su marido, cuyo brazo tomó para pasearsepor los salones. Cuando paso cerca de Monsieur de Maulincour, este, que hablabacon un amigo, dijo en voz alta, cómo sí contestara a una pregunta anterior: Heaquí una mujer que no dormirá muy tranquila esta noche.

Madame Jules se detuvo, le dirigió una mirada de desprecio y continuó su camino.

Augusto, dominado por la rabia que estallaba en las profundidades de su alma,salió enseguida, jurándose llegar hasta el fondo de aquella intriga.

El oficio de espía es algo muy hermoso, cuando se ejerce por cuenta propia y enprovecho de una pasión. Augusto se sumergió en aquella ardiente existencia por amor. Iba disfrazado por París, vigilaba las esquinas de la rue de Pagevin o la ruede Vieux- Agustins. Corría, vagaba por las calles. Una tarde en que habíaabandonado el observatorio, luego de una de las asiduas vigilancias que no lehabían producido ningún resultado, en la rue Copuilliére le sorprendió una lluviatorrencial, de las que forman arroyos en un momento y tuvo la urgencia derefugiarse en un portal, asilo de gente pobre y astrosa. Un pintor tendría tema alintentar reproducir la fisonomía de un grupo de parisienses reunidos durante latempestad debajo del pórtico húmedo de una casa.

Hay, el peatón soñador, que observa con complacencia el cielo. Después viene elpeatón hablador, que se detiene y conversa con la portera; el Peatón indigente,pegado por completo al muro, sin preocuparse en absoluto por sus andrajos,acostumbrados al contacto con las calles. El peatón sabio que estudia o lee amedias los carteles. El peatón burlón, que celebra las desgracias que le pasen a lagente; el peatón silencioso que mira todos los balcones de todos los pisos; elpeatón amable, que alcanza el portal cómo un proyectil mientras dice: que tiemposeñores. Monsieur de Maulincour se refugió, pues, con toda una familia depeatones, bajo el pórtico de una casa antigua. Estaba absorto en sus

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pensamientos, cuando al levantar la mirada, se encontró frente a frente con unhombre que acababa de entrar. Era alto y seco, cuyo rostro plomizo revelaba unpensamiento glacial y profundo. Su cara era de un blanco sucio y el cráneoarrugado, calvo, semejante a un pedazo de granito. Algunos mechones grisesdescendían por el cuello de su traje grasiento y completamente abotonado.

Parecía no llevar camisa. Tenía la barba larga, la mezquina corbata negra, raídadescubría un cuello protuberante, surcado de gruesas venas cómo cordeles.Revelaba no menos de sesenta años, llevaba botas con los tacones torcidos y unpantalón, zurcido aquí y allá, con una pelusa que le daba un aspecto aun más feo.

Había pasado la tempestad, no le observó marcharse, pero cuando Augusto iba adejar el sitio, encontró una carta que acababa de caer. El oficial la recogió einvoluntariamente leyó la dirección:

 A Mosieur 

Mosieur Ferraguse,

Rue des Vieux- Augustains, esquina rue Soly 

  París

La carta no llevaba ningún sello, el barón pensó en la oportunidad de entrar en esacasa para devolvérsela a aquel hombre, ¿sería la carta de Madame de Jules?

En la carta una joven llamada Ida hablaba de su amor engañado, de sus placeresfunestos, dolores, miseria y espantosa resignación quedaron resumidas en tanpocas palabras, aquel poema desconocido, pero parisiense, escrito en una cartasucia, chocaron a Monsieur de Maulincour. Caminó hasta la rue de Pagevin y vioun coche de punto, estacionado por la rue des Vieux. Todos los coches de puntotenían un significado para él. ¿Estará ella? Pensaba. Y su corazón latía de un

modo cálido y febril. Empujó la puerta con campanilla, subió algunos escalones yse enfrentó con la portera: Debo de entregar una carta al señor Ferragus dijo.

¿Quiere enseñarme la carta? Replicó la portera.

Augusto mostró la carta doblada. La mujer dudó, si ir a avisar al misteriosoFerragus del accidente imprevisto. Dijo: Bueno, suba, señor. Usted debe saber donde vive.

El oficial subió rápidamente la escalera y llamó la puerta del segundo piso. Eldesconocido del pórtico, Ferragus, en persona, abrió la puerta. Se presentó conuna bata floreada, un pantalón blanco, los pies metidos en lindas zapatillasbordadas y la cabeza recién lavada. Madame Jules, cuya cabeza se adelantaba

en el marco de la puerta de la segunda puerta, palideció y se desplomó en unasilla. ¿Que le ocurre señora? Exclamó el oficial, dirigiéndose hacia ella. Ferragusextendió el brazo y rechazó al oficial con un movimiento tan seco. Que Augustocreyó haber recibido en el pecho el golpe propinado con una barra de hierro.

¡Atrás, señor! Dijo aquel hombre. ¿Qué quiere usted, de nosotros? Hace variosdías esta usted, dando vueltas por el barrio. ¿Es usted un espía?

¿Es, usted Monsieur Ferragus?

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No, señor 

A pesar de todo, debo de entregarle este papel, que usted perdió en la puerta dela casa en que nos refugiamos los dos durante la lluvia. Al hablar y tender la cartaa aquel hombre, el barón tuvo tiempo para dar una rápida mirada a la habitaciónen que le recibía Ferragus. Le pareció muy bien decorada, aunque con sencillez.

Había fuego en la chimenea y la mesa estaba suntuosamente servida. Sobre unabutaca observó un montón de monedas de oro y el sonido de un llanto de unamujer.

Este papel me pertenece. Se lo agradezco. Dijo el desconocido volviéndose paraacabar la entrevista enseguida. Augusto no se fijó en las miradas de basilisco quele dirigió el hombre, hubiese comprendido el peligro de su situación. Augustosaludó, bajó la escalera y regresó a su casa. Intentando encontrar la conexiónentre las tres personas: Ida, Ferragus y Madame Jules. Maulincour, se propuso ir,al día siguiente, a visitarla,. Ella no podía negarse a recibirle, porque él era ya sucómplice, estaba metido de pies y manos en aquel tenebroso asunto. Pensabapedir a Madame de Jules que le revelará el secreto.

En aquella época, París tenía la fiebre de las construcciones. A doce pasos de lasuntuosa casa de los Maulincour, se había levantado uno de esos efímerosandamiajes de madera ante un edificio que se construía con tallas de cantería. Aldía siguiente, en el momento en que Monsieur de Maulincour paseaba en sucoche de caballos delante de aquel andamiaje, una piedra de dos pies cuadrados,al llegar a lo alto del andamio, se desprendió de las cuerdas, giró sobre sí misma ycayo sobre el lacayo que iba detrás del coche, a quien aplastó. Un grito deespanto hizo temblar el andamiaje y a los albañiles. Uno de ellos en peligro demuerte, apenas sosteniéndose sobre las tablas, parecía haber sido alcanzado por la piedra. Los albañiles dijeron, al descender, que el carro de Monsieur de

Maulincour había chocado con la grúa. Dos pulgadas más y la piedra hubieracaído encima del oficial. Fue un acontecimiento para el barrio, del que los diariosse hicieron portavoces. Monsieur de Maulincour estaba seguro de no haber tocadonada y por eso se querelló, pero el asunto quedó así. Tuvo que guardar cama por que la parte trasera del coche al romperse, le había producido contusiones, y elchoque emocional fiebre. No pudo ir donde Madame Jules. Diez días después deaquel acontecimiento, y en su primera salida, se dirigía por la rue de Bourgogne albosque de Bolonia en el coche restaurado, al descender por esta calle, el eje de larueda se partió por el centro y cómo el barón iba muy deprisa, las dos ruedastendieron a juntarse amenazando con aplastar la cabeza del oficial, pero éste selibró del peligro, gracias a la capota que resistió el empuje. Sufrió una herida en el

costado y por segunda vez, en diez días, tuvo que ser llevado casi muerto a sucasa. El segundo incidente le hizo concebir alguna sospecha. Para aclarar elasunto guardó el eje en su alcoba y mandó a llamar al carrocero. Este revisó el ejey la rotura y probó dos cosas: Que el eje no procedía de su taller, tenía por costumbre grabar sus iniciales en cada pieza y no podía explicarse cómo habíasido cambiado el eje autentico por aquel. La rotura había sido preparada por unacámara, especie de hueco interior, por agujeros y escamas hábilmente fabricadas.

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Señor barón, hay que ser muy astuto, para arreglar un eje de ese modelo. Parecenatural. Dijo el carrocero

Augusto le pidió que no dijera nada a nadie de aquella aventura.

El barón luego de esta noticia sintió miedo de que lo envenenaran, su fiebre iba enaumento, de modo que hizo llamar a una anciana fiel a la familia desde haciamucho tiempo. Durante su enfermedad, podía pensar a sus anchas. Habíanintentado asesinarlo dos veces. ¿De que poder disponía Ferragus?. Monsieur deMaulincour, sólo vivía para Madame Jules. Examinaba los medios que podíaemplear en aquella lucha desconocida para triunfar sobre adversarios igualmentedesconocidos. Con todos esos obstáculos se acrecentaba su pasión secreta por Madame de Jules. Más atrayente ya por los presuntos vicios que por las virtudesindudables que la habían convertido en su ídolo. El enfermo quiso iniciar alalbacea en los secretos de su situación. El comendador quería a Augusto cómo aun hijo. Fue a escuchar al barón y celebraron consejo. El anciano le contestó quela policía era poco lo que podía hacer en estos casos individuales. Le aconsejóhacer un viaje a Italia, Grecia, Siria y Asía, hasta que sus enemigos seconvencieran de su arrepentimiento y hacer así las paces con ellos. “Sólo se tocaal enemigo para cortarle la cabeza” dijo el custodio con gravedad. Prometió a suahijado, empleando toda su astucia, reconocer el terreno de su enemigo.

El comendador tenía a un viejo fígaro retirado, dotado de suspicacia y astucia,pero falto de oportunidades. Siempre había sido generoso con el sueldo del actor,de modo que se fiaron el comendador y Monsieur de Maulincour, de aquella perlade criado. El hombre dijo que se encargaría de todo y sería mucho mejor paratodos. En efecto apareció ocho días después para dar informes, en el momento enque Augusto, ya repuesto de sus heridas, el comendador y su abuela, almorzaban.Cuando la señora regresó a sus habitaciones, Justin dijo: El enemigo del señor 

barón, no se llama Ferragus, este diablo se llama Gratien- Henri- Víctor- Jean-Joseph- Bourignard , el tal Gratien Bourignard, es un ex contratista, en otrotiempo muy rico y fue uno de los mozos más guapos de París en su época. Fue unobrero modesto y los compañeros de la orden de los Devoránts le eligieron jefe,hace tiempo de ello, con el nombre de Ferragus XXIII. Este hombre se ha mudado,ya no vive en la rue des Vieux- Agustins, y ahora se aloja en la rue Joquelet;Madame de Jules va a verle con frecuencia. Bourignard es un juerguista y jugador,a veces tiene aventuras amorosas. Se disfraza cómo actor y se caracteriza cómoquiere. ¿Tienen algo que mandarme? Preguntó Justin.

El comendador contestó: estoy contento Justin, no hagas nada más, ocúpate devigilar todo esto. De modo que el barón no deba de temer nada. Miró a Maulincour 

y le dijo: hijo mío, emprende tu vida normal y olvídate de Madame de Jules.No, no- dijo Augusto- No cederé el puesto a Gratien Bourignard. Le quiero tener atado de pies y manos. Y a Madame de Jules también.

Por la noche, el barón Augusto de Malincour, fue al baile en casa de la señoraduquesa de Berry. Allí se encontró un asunto de honor pendiente, de imposiblearreglo. Su rival, el marqués de Ronquerolles, tenía motivos poderosos paraquejarse de Augusto, en otro tiempo muy allegado a la hermana de Monsieur de

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Ronquerolles, la condesa de Serisy, mujer muy exigente. Por una fatalidadinexplicable, Augusto hizo una broma inocente que Madame de Serisy, tomó muya mal y de la que se ofendió su hermano. Se impuso a los adversarios testigos dela más elevada distinción. Y se tomaron todas las precauciones para que nohubiera un muerto. Monsieur de Ronquerolles, a pesar de la distancia, hizo caer al

barón, la bala pego dos dedos por encima del corazón y aunque perdió muchasangre, la herida no era mortal. Durante quince días, su abuela y el comendador ledieron cuidado de anciano, secretos que son el fruto de una larga experiencia.Una mañana su abuela le dio terribles noticias. Había recibido una carta firmadacon una F. En la cual se difamaba a su nieto y decía que se había metido en unsecreto, del cual dependía la vida o la muerte de tres personas. Sólo él, habíainiciado esta lucha implacable, en la que herido tres veces acabaría por sucumbir,por que su muerte había sido jurada y sería intentada por todos los medioshumanos. Lo peor fue que Augusto tuvo que escuchar los reproches que le hizo suabuela, por entrometerse en la vida de una mujer inocente y un ancianorespetable.

En el acto, el comendador fue a hacer una visita al jefe de la policía secreta, sinnombrar a Madame de Jules, comunicó al funcionario los temores que infundía ala familia de los Maulincour aquel personaje desconocido, audaz, cómo paraamenazar a un oficial, en contra de las leyes. El policía tomó los datos y prometióal anciano que les daría información sobre el enemigo, que para ellos no existíanmisterios. Unos días después les visitó el jefe, en la casa de los Maulincour yencontró al barón ya restablecido de su última herida. Les comunicó que aquelBourignard era un condenado a veinte años de trabajos forzados. Peros se habíaescapado durante el transporte de la cadena de presos de Bicetre a Tolón. Lapolicía lo perseguía hace trece años y sabían que a menudo se veía envuelto enintrigas tenebrosas. Aquel hombre tan peligroso, con una vida muy singular 

terminaría por ser detenido por la Policía.Al día siguiente llegó una carta del jefe de la Policía, diciéndole que podía estar tranquilo, pues Gratien Bourignard había muerto, todo constaba en el acta dedefunción, firmada por el párroco de la Bonne- Mouvelle, lo cual no permitía dudascon respecto a su legitimidad.

Monsieur de Maulincour, su abuela y el comendador, respiraron con indecibleplacer. El comendador no puso objeciones para que Augusto fuera a un baile, delque le había hablado.

Augusto deseaba ir a ese baile, principalmente por ver a Madame de Jules, Lafiesta la daba el prefecto del Sena y en sus salones se encontraban las dos

sociedades de París, cómo en terreno neutral. Augusto paseó sin ver a la dama.Entró en una sala de juego que se hallaba desierta todavía. Entonces, un hombrecogió al joven barón por el brazo. El oficial quedó estupefacto al ver ante sí aFerragus. – Señor, ni un grito, ni una palabra- dijo Bourignard. Lo reconoció por lavoz. Estaba elegantemente vestido, llevaba las insignias de la orden del Toisón deOro y una placa sobre el frac. Le dijo: usted actuando cómo policía. Usted moriráseñor. Es preciso. ¿Cómo se atreve a empañar la virtud de Madame de Jules?.

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Alguien llegó. Augusto sujetó al hombre y preguntó al recién llegado: ¿conoceusted a este hombre?

Ferragus se desprendió con facilidad y sacudió la cabeza del barón varias veces,tomándole por el pelo. ¿Necesita, pues, un poco de plomo para ser prudente?

Personalmente no le conozco - respondió De Marsay, testigo de aquella escena –pero sé que el señor es Monsieur de Funcal, un portugués muy rico.

Monsieur de Funcal había desaparecido. El barón salió en su búsqueda y vio salir un coche muy elegante y a Ferragus, que le miraba con burla mientras partía atoda velocidad.

Volvió a entrar al salón y pudo saber, de labios del prefecto de policía, que elconde de Funcal vivía en la embajada de Portugal. En ese momento Augusto vio aMadame de Jules en todo el esplendor de su belleza, exhalaba aquella santidadque había enamorado al oficial, quien ahora sentía un odio sangriento y terrible.Buscó el momento en que estuvo sola y le dijo. Señora, sus Bravos han falladotres veces, o ¿acaso, no sabe que hay bravos dirigidos contra mí por el hombre dela rue Soly?

¡Señor!

En aquel momento Jules Desmarets se acercó

¿Que la dice a mi mujer, señor?

Venga a preguntármelo a casa, si siente usted, curiosidad. Y Maulincour salió,dejando a Madame de Jules pálida y a punto de desmayarse.

Madame Desmarets estaba sentada al lado derecho del coche y su marido, en elizquierdo. Madame de Jules se mostraba tranquila. Jules no había dicho nadadurante el trayecto, miraba las casas silenciosas

¿Qué ha dicho Monsieur Maulincour, que te ha afectado tanto? Pregunto Monsieur Jules – Y ¿Que desea que yo sepa en su casa?

No te dirá, nada que no pueda yo contarte. Respondió Madame de Jules.

El coche siguió rodando por ese París silencioso, y los dos amantes que seidolatraban estaban separados por un abismo. Era la primera vez que no ibanabrazados.

Jules, te contaré la verdad: Monsieur Maulincour, me hace culpable de los tresaccidentes que le han ocurrido. Mi turbación la produjo el ver su cara impregnadade locura, sus ojos extraviados y sus palabras entrecortadas por una emoción

interior. Prométeme olvidarlo todo. Jules, te lo suplicó, mañana sabremos queMonsieur de Maulincour se ha vuelto loco.

Que caso más raro. Pensó Jules, mientras se apeaba del coche y tendió losbrazos a su mujer y ambos subieron a sus habitaciones.

La alcoba de Madame de Jules, era un recinto sagrado. En él, sólo podían entrar ella, su marido y la doncella, allí la gracia se desenvuelve en todo su esplendor:finas alfombras, el resplandor de una lampara marmórea, muros discretos,

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tapizados en seda, muchos espejos donde se multipliquen las formas y se repitanhasta el infinito. Divanes muy bajos. Una cama que, semejante a un secreto, sedeje adivinar sin exhibirse. Pieles para los pies desnudos, bujías debajo decristales en medio de las muselinas bordadas y telas, que habrían dado envidia auna reina. Madame de Jules había realizado aquel delicioso programa. Aparte de

esto jamas se desvestía delante de su esposo. Por lo tanto, Madame de Juleshabía prohibido a su marido la entrada en el tocador, donde ella se quitaba elvestido de baile y de donde salía vestida para la noche, misteriosamente ataviadapara las misteriosas fiestas de su corazón. Al regresar venía encantadora, habíadedicado cuidado en su atuendo. Abrazó a su esposo y le dijo: ¿En que piensa,mi señor?

En ti

¿En mí sola?

Y se acostaron a dormir. A las tres de la mañana, Madame de Jules sintió laausencia de su marido. Levanto la cabeza, se incorporó en la cama, encontró fríoel sitio en que había estado su esposo. Le vio sentado, junto al fuego, en el gransillón. Saltó de la cama y se colocó sobre las rodillas de Jules: ¿Que tienes?¿Sufres? Háblame si me amas.

Jules se echó a los pies de su mujer, le besó las manos y dejo escapar lagrimas:Mi querida Clemence, soy muy desgraciado, desconfiar de la mujer que se ama noes amar, y tú eres quien yo amo. Te adoró y desconfió de ti, debajo de todo estohay algún misterio y tus explicaciones no me han satisfecho. Es un combateespantoso. No me reproches nada.

Prométeme que no irás. ¿No te hago feliz?. Entre un loco y yo, crees al loco, oh

Jules. He dicho demasiado. Si tu alma y tu frente conservan una nube por ligeraque ésta sea, óyelo bien, yo me moriré.

No pudo reprimir un estremecimiento y palideció “Oh, mataré a ese hombre”.Pensó Jules, cogiendo a su mujer y llevándosela a la cama.

Durmamos en paz, ángel mío. Lo he olvidado todo: te lo juro – dijo.

El lunes, Jules Desmarets, obligado a ir a la Bolsa a la hora acostumbrada, Nosalió, sin preguntar a su esposa si quería aprovechar el coche. – No dijo ella. Hacemal tiempo para pasear.

En efecto, llovía a raudales. A las diez y media entró en la Bolsa y salió a las

cuatro, le esperaba Monsieur de Maulincour.Tengo señor, informes importantes. Óigame, soy demasiado leal para mandar anónimos Sí me callase, dentro de poco podría ver a Madame Desmaretssentada en el banquillo de los acusados, al lado de un presidiario.

Jules, palideció y dijo: Le escucharé, señor. Pero entre nosotros habrá un duelo amuerte

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Monsieur de Maulincour contó, punto por punto, el amor platónico que sentía por Madame de Jules y los detalles de la aventura con que comienza esta escena. Elmarido quedó más sorprendido que anonadado. Al terminar el oficial le dijo elagente de cambio: Señor, nunca le agradeceré bastante esta confidencia. Meanuncia pruebas, testigos, los esperaré. Perseguiré valerosamente la verdad en

este extraño asunto. Permítame la duda hasta que se me pruebe la evidencia delos hechos. Le debemos una.

Jules regresó a su casa

¿Que tienes, estas pálido? Le preguntó su mujer 

El tiempo esta frío, respondió Jules - ¿No has salido hoy?

No – Contestó ella con expresión candorosa

En aquel momento, Jules advirtió algunas gotas de agua en el sombrero deterciopelo que su mujer se ponía por las mañanas y que había dejado en eltocador. Salió de la habitación, descendió a la portería y dijo al portero, que se

hallaba solo: Fouquerau, cien escudos de renta sí me dices la verdad; despedidosi me mientes. ¿Ha salido la señora esta mañana?

La señora ha salido a las tres menos cuarto y ha regresado hace media hora.

¿Me lo juras, por tu honor?

Se lo juro señor.

Tendrás la renta que te he prometido, pero si hablas, lo perderás todo recuerda.

Regresó a donde su esposa y en eso él ayuda de cámara le trajo una carta, queabrió por costumbre, pero leyó con avidez, al ver su firma. Que era la da le abuelade Augusto de Maulincour, decía que mi nieto en los últimos días había dado

pruebas de enajenación mental. Y tememos que pueda turbar su tranquilidad consus quimeras. Le prevenimos, pues, de su enfermedad, cuento con su discreción.No dudo que atenderá el ruego de una madre y quemará la carta.

Reciba el testimonio de mi consideración

Baronesa de Maulincour, hija de Rieux.

He llegado a sospechar. Dijo Jules a su mujer.

¿Que pasa?

Juzga, pues dijo el esposo y le tiró la carta

Desgraciado. Dijo ella luego de leer la carta, le compadezco, aunque me hagatanto daño

¿Sabes, que me ha hablado?

¿Fuiste a verle, después de darme tu palabra que no lo harías?

Clemence, nuestro amor esta a punto de perecer. Dime porque has salido estamañana. Entró al camarín y le mostró el sombrero: - mira, el sombrero te hatraicionado. Esas manchas son de gotas de lluvia y has salido en coche. Pero es

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natural que una mujer salga a la calle con un fin inocente, incluso después dedecir a su marido que no saldría. Puedes haber olvidado algo o alguna obra decaridad. No te hablo cómo marido celoso soy tu amigo, tu hermano.

Cállate, nuestra felicidad depende de nuestro mutuo silencio. Replicó ella.

¡Quiero saberlo todo! Dijo Jules en un violento acceso de rabia.

En ese momento se oyeron voces de mujer. ¡Les digo que entraré, quiero verla!

Jules y Clemence, se precipitaron a la sala y vieron que la puerta se abría conviolencia. De pronto se presentó una joven seguida por dos criados quienesdijeron al amo que la joven había entrado contra su voluntad y que insistía el ver ala señora de la casa.

Jules dijo a la servidumbre: - Retiraos y volviéndose a la desconocida agregó:¿Que desea usted, señorita?

Aquella señorita pertenecía a una clase que sólo se encuentra en París. Era unahija del pueblo de París, pero en todo su esplendor; la modista en coche, feliz,

 joven, hermosa, pero modista y modista con garras y tijeras, atrevida cómo unaespañola. La desconocida se hallaba ataviada en un traje verde, con toca, quedejaba adivinar la belleza del busto. Tenía facciones finas, mejillas rosáceas, ojosgrises, frente bombeada muy prominente, cabellos cuidadosamente alisados. quecaían en gruesos rizos sobre su cuello.

Me llamó Ida señor, Y si la señora con que tengo el honor de hablar es MadameJules. Venía a decirle lo que tengo en mi corazón en contra suya. Cuando unotiene todas las comodidades que tiene usted aquí, esta muy mal hecho quererlequitar a una pobre muchacha el hombre con quien ha contraído un matrimoniomoral y que ofrece casarse conmigo en la Alcaldía. Hay muchos hombres guapos

en el mundo, sin tener necesidad de venir a quitarme mi hombre ya mayor....Madame Jules, se volvió a su marido y dirigiéndose a la alcoba, dijo: - Mepermitirás que no escuche nada más.

Si esa mujer esta con usted, ha metido la pata ¿Porqué va a ver a Monsieur Ferragus todos los días? Prosiguió Ida

Pero Ferragus ha muerto. Dijo Jules

Mentira, fui anoche con él a “Franconi” y me acompañó a casa, cómo es debido.Fue mi primer amor y es mi amor y mi suerte en el porvenir.

¿Dónde vive usted?

Rue de la Corrderie du Temple, catorce. Me llamo Ida Gruget y soy corseteraY ¿Dónde vive ese hombre, a quien usted llama Ferragus?

En primer lugar, señor, no es un hombre, es un señor que tiene mucho más dineroque usted. ¿Porqué me pide su dirección sí la sabe su mujer? Él me ha dicho queno se la dé a nadie

¿Y sí le ofreciera veinte treinta mil francos, por decirme donde vive Monsieur Ferragus?

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Ni por esas, amiguito. Respondió Ida – No hay dinero en el mundo que me lo hagadecir. ¿Por donde se marcha uno de aquí?

Jules, aterrado dejo salir a la muchacha. El mundo entero parecía hundirse bajosus pies y, por encima de él, el cielo estallaba en llamas.

El señor esta servido. Le dijo su ayuda de cámara.

Bajó la doncella y dijo: la señora no comerá

Jules dijo a los criados: podéis retirar la mesa, voy a hacer compañía a la señora.

Entró a la habitación de su mujer, a quien encontró llorando

¿Porqué llora? Dijo Jules. De mí no espere violencia ni reproches. Para matarla,no tendría el valor, antes me mataría, abandonándola a su felicidad.

Clemence, se abrazó a los pies de su esposo, Jules quiso librarse de aquelabrazo, arrastrándola hasta la cama.

No Jules, Si ya no me amas, moriré ¿ quieres saberlo todo?

Si, cuente

No, es un secreto de vida o muerte. Sí lo dijera... Yo. No puedo. ¡Perdón Jules!

Y ese Ferragus, ese presidiario, enriquecido por sus crímenes, sí no es tuyo......¿Será, acaso, tu bienhechor desconocido, al que le debemos nuestra fortuna? ¿Síno es tu protector y le das dinero? ¿No es tu hermano?

¿Y sí lo fuese? Preguntó ella

¿Porqué tendrías que ocultármelo? ¿Se va a dónde el hermano todos los días?¿Me habríais engañado tu madre y tú?

Su mujer se había desmayado a sus pies. Jules llamó a la doncella y puso aClemence en la cama.

Josephine- dijo Jules Desmarets- Veté a buscar a Monsieur Desplein. Después vea casa de mi hermano y dile que venga lo más pronto posible

Por primera vez en cinco años, Madame de Jules se acostó sola en su cama y sevio obligada a permitir la entrada de un doctor en la alcoba sagrada. Fueron dosdolores muy vivos. Desplein encontró a Madame de Jules muy mal. Aplazó eldiagnóstico hasta el día siguiente.

Hacia el amanecer Clemence aun no se había podido dormir. Oía el sordomurmullo de la conversación de los dos hermanos. Pero no se entendía a través

de las gruesas paredes. Luego se fue el notario Desmarets. Se oía el sonido queproduce una persona escribiendo en el silencio de la noche, que amplifica losruidos, a las cuatro, todo quedo quieto.

Clemence se levantó, inquieta y temblorosa, con los pies descalzos, indiferente desu estado. Abrió la puerta y vio a su marido dormido sentado con la pluma en lamano. Las bujías ya casi estaban consumidas. Avanzó lentamente y leyó, en unsobre ya lacrado: Éste es mi Testamento. Se arrodilló y besó la mano de sumarido, quien, de repente, se despertó.

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Jules, amigo mío, a los condenados a muerte, se les concede varios días – dijo,ella, mirándole con los ojos encendidos de la fiebre y el amor- Tu mujer inocentesólo te pide dos. Déjame libre durante dos días y ... espera. Después, moriré felizy por lo menos, me llorarás

Clemence, te los concedo.

Y cuando ella le besó las manos en una conmovedora efusión de cariño, Julesfascinado, le besó la frente, avergonzado de sufrir aún el poder de aquella noblebelleza.

Al día siguiente, después de haber descansado unas horas, Jules, entró,maquinalmente en la alcoba de su mujer. Clemence dormía, tenía una palidezenfermiza.

¡Sufre! ¡Pobre Clemence! Pensó Jules y la besó en la frente con suavidad. Ella sedespertó y le cogió la mano y sus ojos se llenaron de lagrimas – Soy inocente –dijo.

¿No saldrás? Le preguntó JulesNo, me encuentro demasiado débil para dejar mi cama.

Jules, bajó a la portería y dijo: Fouquereau, estáte atento a la puerta.

Luego, tomó un coche y se hizo llevar a la mansión de los Maulincour y preguntópor el barón

El señor esta enfermo, le dijeron. Pidió que llamaran a la abuela y esperó en elsalón de la baronesa, quien salió a recibirle y explicó que su nieto estabademasiado enfermo. Jules le mostró la carta y la señora respondió que ella, nohabía escrito ninguna carta. La abuela llamó para que le trajeran sus gafas dobles.

Mi letra esta perfectamente imitada. Hasta a mí me engañaría. Somos juguete deuna gente muy mala. Verá usted mismo a mi nieto, que esta perfectamentecuerdo.

Volvió a llamar para que se preguntara al barón si podía recibir a Monsieur Desmarets. El criado trajo una respuesta afirmativa. Jules subió a la alcoba deAugusto de Maulincour, a quien se encontró en un sillón sentado junto a lachimenea, le saludó con un gesto. Le acompañaba el comendador de Pamiers.

Señor. Dijo Jules Usted ha destruido mi felicidad, sin tener ningún derecho, ha deayudarme a caminar el tenebroso sendero en que me ha metido. Vengo, pues, apreguntarle dónde vive, actualmente, ese ser misterioso que ejerce sobre nosotros

tan fatal influencia, ayer recibí esta carta, luego de hablar con usted.Ese Ferragus es el mismo demonio. Dijo Maulincour, luego de haberla leído: Mimuerte se acerca. Estoy a sus ordenes.

Quiero saber dónde vive el desconocido. Dijo Jules

Justin, se lo va a decir todo

Justin, no vendrá, dijo el comendador a Augusto – amigo mío. Ha muerto, queríaocultarte este accidente pero... Fue ayer, en la noche, se fue a cenar con antiguos

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camaradas, sin duda, se emborrachó, le dejaron acostado en la calle y un coche lepasó por encima.

Creo señor. Dijo el anciano – haberle oído decir a Justin que Monsieur de Funcal,se alojaba en la embajada de Portugal. Monsieur de Funcal es un caballero quepertenece a los dos países. Su perseguidor me parece bastante fuerte, en su

nueva forma, vaya con prudencia.Jules se retiró fría, pero cortésmente, sin saber que partido tomar para ver aFerragus.

Cuando regresó, el portero le dijo que la señora había salido al buzón de la rue deMenard.

Se sentó en su despacho y a las tres y media; Foquereau, le trajo una carta, queuna vieja lagarta había traído para la señora. Dominado por una angustia febril,Jules abrió la carta, pero cayó en un sillón anonadado: estaba escrita en clave, eracifrada.

Vete, FouquereauEs un misterio más profundo que una sima en el mar ¡Esto es amor! Sólo el amor es tan sagaz e ingenioso. ¡Dios mío! ¡Mataré a Clemence!

En aquel momento una idea feliz, vino a su mente: cuando vivía en la miseria,tenía un amigo verdadero, este siguió fiel a Jules. Jacquet, hombre honrado,trabajador, había hecho lentamente su camino en el Ministerio de AsuntosExteriores, tenía a cargo los archivos secretos y pasaba su tiempo descifrando yclasificando los despachos. Gracias a Jules su posición había mejorado con unbuen casamiento. Era un gran marido, buen hombre.

Al cabo de diez minutos, Jules se halló en el despacho del archivero, Jacquet, le

acercó una silla y le preguntó: ¿Qué casualidad te trae por aquí? ¿Qué quieres demí?

Jacquet, te necesitó para averiguar un asunto de vida o muerte.

Jacquet, mudo de profesión. Mi fuerte es la discreción

Le presentó la carta y dijo: esta dirigida a mi mujer, tienes que leérmela.

Diablo, mal asunto. Ah. Es una carta con enrejado. Espera. Dejó sólo a Jules ensu gabinete pero regreso al momento

Una tontería, amigo mío. Está escrita en un antiguo tipo de enrejado que utilizabael embajador de Portugal, en la época de Choiseul, después de la expulsión de los

 jesuitas. MiraJacquet colocó encima un papel agujereado, cortado regularmente, cómo unencaje que colocan los pasteleros en las bandejas y Jules pudo, con facilidad leer las líneas que quedaron al descubierto:

No te sientas inquieta, mi querida Clemence, nuestra felicidad no será perturbada por nadie, y tu marido pronto dejará de sospechar. No puedo ir a verte. Sí estasmuy enferma saca fuerzas, las hallarás en mi amor. He sufrido una operación muy 

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cruel, y ahora no puedo moverme de la cama. Para despistar las investigacionesde Maulincour, he dejado el techo protector de la embajada y me halló, al abrigode las indagaciones, en la rue des Enfants Rouges 12, en casa de una ancianaque se llama Etienne Gurget, la madre de aquella Ida, que va a pagar cara su tonta determinación.

Ven mañana, a las nueve: estoy en una alcoba, a la cual se sube por una escalerainterior. Pregunta por Monsieur Camuset. Hasta mañana. Te beso en la frente,querida.

Jules, apretó la mano de Jacquet e iba a salir 

Me olvidaba de la carta, hay que volver a lacrarla – dijo

La has abierto sin precaución. Pero el sello, por fortuna, se ha partido bien. Déjala,yo te la devolveré secundum scripturam.

¿A que hora?

Las cinco y media

Simplemente, entrégasela al portero, diciendo que se la suba a la señora.

¿Me necesitarás mañana?

No. Adiós

Jules llegó a la plaza de la Rotonde du Temple, dejó su coche y fue a pie hasta larue des Enfants Rouges, a la casa de Madame Etienne Gruget. Allí debíaaclararse el misterio, allí se hallaba Ferragus, en quien se reunían todos los hilosde aquella intriga. Era una casa hecha por pedazos, a capricho de cada nuevopropietario. Preguntó a la portera y está le indico el piso. Subió en una de laspuertas decía: Ida vendrá esta noche a las nueve. Tocó la puerta y oyó una tos de

vieja y el paso tardío de una mujer que arrastraba penosamente una zapatillas.¿En que puedo servirle? Dijo – Entre, señor.

Jules siguió a la mujer a una primera habitación, en dónde vio amontonados todaclase de utensilios de cocina, muebles, mantas, hierros viejos amontonados,mezclados confundidos, de un modo que producía un cuadro grotesco. Llegaron aun cuarto, que tenía un brasero, la anciana le señaló una silla en la que seacomodó Jules, este lo estudió todo: la cara amarillenta de Madame Gruget, losojos grises, la boca desdentada. El gorro agujereado, la raída falda. Las zapatillasviejas.

Dijo: Sé, que en su casa tiene un desconocido que se hace llamar Camuset.

Dígame, ¿puede oírnos? Piense que se trata de su fortuna.Señor, repuso ella. Hablé sin temor. No hay nadie aquí.

No le deseo el mal, no soy policía y no deseo nada que pueda ofender suconciencia. Mañana vendrá una señora joven, de nueve a diez, para hablar con elamigo de su hija. Quiero estar aquí y verlo todo, oírlo todo, sin que yo sea visto ooído. Le recompensaré el servicio con una cantidad de dos mil francos y una rentavitalicia de seiscientos francos anuales. Esta noche mi notario le extenderá la

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escritura. Yo entregaré el dinero y él mañana se lo dará, después de laconferencia a la que deseo asistir.

¿Podría esto perjudicar a mi hija?

En nada, señora, por otra parte parece ser que su hija se porta bastante mal conusted. Amada por un hombre tan poderoso cómo ese Ferragus, creo que seríafácil él ofrecerle mayores comodidades de las que disfruta usted.

Me paga el alquiler, me compra la leña y me da treinta y seis francos al mes

Bueno señora, ¿entonces está conforme con lo que le ofrezco? ¿Cómo se las va aarreglar? Repitió Jules.

Pues miré, señor, le daré esta noche una infusión de adormideras, el buen hombredormirá a modo y además lo necesita mucho. ¿Que significa que un hombre sanose queme la espalda para quitarse un tic que sólo le atormenta cada dos años?Tengo la llave de un piso, encima del mío, que tiene una habitación que da a laalcoba de Monsieur Ferragus. Esta desocupado. Pues, bien haciendo un agujero,

durante la noche, en la pared medianera, usted podrá ver y escuchar a su antojo.Soy muy amiga de un cerrajero y éste lo hará por mí en el acto.

Tome cien francos para él, y, usted, esta noche vaya a casa de Monsieur Desmarets, un notario, cuya dirección esta aquí, a las nueve estará lista laescritura, pero ¡Chitón!

Hasta la vista, señor. Y chitón.

Regresó a su casa y al llegar encontró la carta en la portería. Estabaperfectamente lacrada.

¿Cómo te encuentras? Dijo a su esposa.

Bastante bien, ¿Quieres comer a mi lado? Respondió ClemenceSi – Contestó él y le dio la carta. Toma Fouquereau, me ha dado esto para ti.

Y descendió a su despacho, allí escribió las instrucciones a su hermano de larenta vitalicia a la señora Gruget. Al regresar encontró la comida servida, cerca dela cama de Clemence

Su esposa le dijo: has sido muy bueno, hace un momento, con tu confianza, mehas hecho mucho bien. Tu delicadeza, casi, me ha curado. Hay una tregua, acercatu cabeza para que te bese, Jules. Mañana, al mediodía, lo sabrás todo y tearrodillarás delante de tu mujer.

Te dejo libre, y sólo vendré al mediodía.

Al día siguiente, a las nueve, Jules salió de su casa, corrió a la rue des EnfantsRouges y después de subir le escalera, llamó a la puerta de la casa de la viudaGruget.

Ah, usted tiene palabra, exacto cómo la aurora, ¿Quiere un café en leche? Dijo laseñora Gruget.

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Gracias señora, no quiero nada. Lléveme usted.

La viuda condujo a Jules a una habitación y le enseñó, triunfalmente, un agujerodel tamaño de una moneda de dos francos, fue abierto durante la noche en unrosetón alto y oscuro del papel que revestía la alcoba de Ferragus, se abrió concuidado, pues, no habían desperfectos notorios y el hueco era difícil de distinguir 

en la sombra. Para poder ver, se subió sobre un banco que había traído la señora.Está con un señor, dijo la vieja, al retirarse.

Jules advirtió a una hombre que estaba ocupado en curar una línea de llagasproducida por cierta cantidad de quemaduras practicadas sobre los hombros deFerragus., al cual reconoció por la descripción hecha por Monsieur de Maulincourt.

¿Cuándo crees que estaré curado? Preguntaba él.

Los médicos creen que serán necesarias unas siete u ocho semanas. Lerespondía el desconocido.

Mañana nos entregarán la documentación de Monsieur de Funcal y Henri

Bourignard, habrá muerto definitivamente. Volveré a ser un ente social, un hombreentre los hombres. ¡Bien sabe Dios que no me hago conde por mi!

¡Pobre Gratien, tú nuestra cabeza más firme, nuestro hermano querido, eres elBenjamín de la banda, ya lo sabes!

Después de la escena de ayer por la noche, Ida es capaz de todo. Sí se haechado al agua, no seré yo quien vaya a “pescarla” así guardara mejor el secretode mi nombre, pero vigílala, es una buena muchacha.

El desconocido se retiró, a los diez minutos Jules oyó el roce peculiar de los trajesde seda, y casi reconoció el ruido de los pasos de su mujer.

Bueno, padre mío – dijo Clemence – pobre padre ¿cómo te encuentras?Ven. Hija mía – contestó Ferragus, tendiéndole la mano.

Y Clemence, le presentó la frente, que él besó.

Hija mía, ¿cuales son las nuevas penas?

Padre, es absolutamente necesario, que tu cabeza tan fértil en ideas, encuentre elmedio de ver a mi pobre Jules hoy mismo. Padre mi amor es mi vida, ¿quieresverme morir?

Perderte, hija mía. ¡Quemaré París! Sabes lo que es un amante, pero no sabes loque es un padre.

Padre, me asustas, no pongas en la balanza dos sentimientos tan distintos. Tuveun esposo mucho antes de tener un padre.

Sí tu marido fue el primero que besó tu frente – Respondió Ferragus – Yo fui elque la regó con lagrimas. Aunque tu padre no representa nada en tu corazón,mientras que tú llenas el suyo.

Esas palabras me producen mucho bien, hacen que te quiera más. Pero, padre,piensa que esta desesperado ¿que debo decirle en dos horas?

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Hija mía ¿en qué se convierten aquellos que se atreven a amenazar tu felicidad oa colocarse entre nosotros? ¿No has reconocido nunca una segunda providenciaque vela por ti? ¿No sabes que doce hombres llenos de fuerza e inteligenciaforman un cortejo en torno de tu amor y de tu vida, dispuestos a todo paraconservarlos? Arriesgaba la vida para ir a verte en tu cunita, el recuerdo de tus

caricias de niña me dio el aliento para vivir. Y, desde la muerte de aquel ángel quefue tu madre, sólo he soñado una cosa, en la felicidad de confesar que eres mihija, de matar al presidiario. Para poder darte un padre. Para poder apretar sinvergüenza la mano de tu marido, en fin, para poder ser padre a gusto.

¡Oh, padre mío, padre mío!

Después de muchas dificultades – continuó diciendo – mis amigos me hanencontrado una piel de hombre para ponérmela. Dentro de pocos días seréMonsieur de Funcal, un conde de Portugal, habré de aprender el inglés y elportugués. Todo ha sido previsto, de aquí a pocos días, su Majestad Juan VI, reyde Portugal será mí cómplice. Debes tener un poco de paciencia, ¿Qué no haré yopar recompensar tus tres años de adhesión? Venir a consolar a tu padrearriesgando tu felicidad. Vaya, un poco de valor hija mía y guardemos el secretohasta el fin. No sabemos si su gran carácter puedan producir un menospreciohacia la hija de un ...

¡Oh!, Exclamó Clemence. Has leído el corazón de una hija. Es un pensamientoque me hiela de espanto. Pero, piensa padre, que he prometido en dos horasdecirle la verdad.

Pues bien, hija mía, dile que vaya a la embajada de Portugal a ver a Monsieur deFuncal y allí estaré yo.

¿Y Monsieur de Maulincour, que le ha hablado de Ferragus?. Dios mío, engañar y

engañar ¡qué suplicio!.Dentro de unos días, ya no existirá hombre alguno que pueda desmentirme. Por otra parte Monsieur de Maulincour no debe de estar en estado de acordarse denada.

En aquél momento, un grito terrible resonó en la alcoba en que estaba, JulesDesmarets. ¡Hija mía! ¡Pobre hija mía!

Aquel grito pasó por el agujero abierto por encima de del armario y aterró aFerragus y a Madame de Jules.

Clemence descendió con rapidez por la escalerilla encontró abierta la habitaciónde Madame Gruget, oyó los gritos que resonaban en el piso superior, subió laescalera, llegó atraída por el ruido de los sollozos, hasta la alcoba de fatal y, antesde entrar, estas palabras llegaron a sus oídos: ¡Usted, señor, con sus sospechas,ha sido la causa de su muerte!

Cállate miserable, decía Jules, metiendo un pañuelo en la boca la viuda Gruget,quien gritaba: ¡Socorro, al asesino!

En aquel momento Clemence entró y, al ver a su esposo, a su vez se le escapó ungrito y se fue corriendo.

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¿Quién salvará a mi hija? – Preguntó la viuda Gruget, luego de una larga pausa.¡Usted, la ha asesinado!

¿Cómo? Preguntó, maquinalmente Jules, a quien le había dejado estupefacto quesu esposa le hubiera reconocido.

Lea, señor, ¿hay rentas que puedan consolar esto?

 Adiós, madre mía, té lego todo lo que tengo. Te pido perdón por mis faltas y por el último pesar que te causó, poniendo fin a mis días. Henri me ha dicho que yo erasu desgracia y cómo me ha rechazado voy a ahogarme.

Ruega a Dios por tu hija.

Ida.

Lleve esta carta a Monsieur de Funcal, él que está ahí. Sí aun hay tiempo, sólo élpuede salvar a la hija de usted. Y Jules desapareció cómo alma que lleva eldiablo. Le temblaban las piernas. Muchas ideas combatían en su pensamiento, sinembargo, una sola dominaba a la demás, había sido desleal con la persona que

más amaba y le era imposible transigir en su conciencia, durante las horas dedudas más crueles que le habían agitado jamás. Pasó gran parte del día, vagandopor París, sin atreverse a entrar a su casa. Aquel hombre probo temblaba ante laidea de encontrarse ante la frente irreprochable de la mujer, juzgada injustamente.Desesperado Jules entro a su casa, pálido, aplastado bajo el sentimiento de suserrores, pero, expresando, a pesar suyo, la alegría que le causaba la inocencia desu mujer. Y, palpitante, entró en su alcoba. Encontró acostada a su mujer, teníafiebre. Fue a sentarse cerca de la cama, la cogió de la mano, la besó y la cubrióde lagrimas.

Ángel mío – le dijo cuando estuvieron solos – Es el arrepentimiento

¿Y dé qué? – Preguntó ella y se quedó silenciosa. El silencio duró mucho rato.Jules fue a preguntar a Josephine sobre el estado de su señora.

La señora ha regresado, medio muerta, señor. Fuimos a buscar al doctor Haudry.

¿Qué ha dicho?

Nada señor, no parecía contento. Ha ordenado que nadie se quedase al lado de laenferma, sólo la enfermera, y ha dicho que volvería por la noche.

Jules entró suavemente en la alcoba de su esposa, se colocó en un sillón y sequedó ante la cama. Con los ojos fijos en los ojos de Clemence. Entre ellos lamuerte era un presentimiento que les dominaba por igual. Sus miradas se unían

con la misma angustia, cómo sus corazones se unieron antes en un mismo amor.Ninguna pregunta, pero horribles certezas. En la mujer, generosidad perfecta; enel marido, espantosos remordimientos; después, en las dos almas, la misma visióndel desenlace, el mismo sentimiento de la fatalidad.

Avanzada la noche, llegó el doctor Haudry y le rogó al marido se retirase durantela visita.

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Cuando salió el doctor le dijo a Jules: Su esposa está herida de muerte, unaenfermedad moral la ha minado y se complica la situación física, agravada por imprudencias cometidas: salir, caminar con los pies descalzos.

Jules entró. Durante once días y sus noches permaneció junto al lecho de sumujer, durmiendo sólo de día. Nadie pudo llevar más lejos el celo que Jules por los

cuidados y la ambición del sacrificio. Experimentó todas las variaciones cuando lamuerte vacila, se balancea, hiere.

Madame Jules siempre sacó fuerzas para sonreír a su marido, sabiendo que muypronto se quedaría solo. Hubo una noche espantosa de delirio. Clemence habló desu amor feliz, habló de su padre, contó las revelaciones de su madre en el lechode muerte y las obligaciones que le había impuesto. Pasada la crisis, MadameJules recobró fuerzas. Al día siguiente, volvió a estar hermosa y tranquila; habló,se atavió cómo suelen hacerlo los enfermos. Después, quiso estar sola durantetodo el día y despidió a su marido. Por otra parte, Jules necesitaba aquella

 jornada.

Se fue a casa de Monsieur de Maulincour, para reclamarle el duelo a muerte queambos habían concretado antes, el comendador le llevó en presencia del barón

Augusto había perdido la única cualidad que nos hace vivir: la memoria. Anteaquel espectro, Jules retrocedió, con horror. Era un cádaver de cabellos blancos,con huesos apenas cubiertos por una piel arrugada; ojos blancos y sinmovimiento, una boca, espantosamente abierta. No existía huella de inteligencia.Ni apariencia de circulación sanguínea en su encarnadura fofa. Creyó ver laterrible venganza de Ferragus y ahuyentó su odio. El marido, encontró piedad ensu corazón por el incierto despojo que, en otro tiempo, había sido un hermoso

 joven.

El duelo se ha realizado ya. Su abuela se muere de pena y acaso también yo lasiga a la tumba. Dijo el comendador.

Al día siguiente de aquella visita, el estado de Madame Jules empeoró de hora enhora. Ella aprovechó un momento de energía para entregarle a Jules una carta yle hizo un gesto fácil de entender: quería darle en un beso el último soplo de suvida. Él lo tomó y ella murió.

Jules cayó medio muerto y fue llevado a casa de su hermano. Cuando recobró elconocimiento. Quiso estar solo para leer los últimos pensamientos de aquellamujer que el mundo había admirado y que había pasado en la Tierra cómo unaflor.

Mi Muy Amado:Mi amor fue toda mi fortuna. Y es lo único que puedo legarte. Jules, aún soy amada y muero feliz.

Jules, he sido educada, criada en la soledad más profunda, gocé de un almacelestial y pude querer a la madre que convertía mi infancia en una alegría sinamargura. Yo lo era todo para ella y ella lo era todo para mi. Eraescrupulosamente piadosa y me complacía en permanecer pura ante Dios. Mi 

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madre cultivó los sentimientos más nobles y altivos. Jules fui doncella y llegué a ti con el corazón virgen. Tú fuiste el primero a quien vi, me gustó tu persona y tu voz, y tus modales me inspiraron favorables sentimientos. Y cuando viniste y mehablaste, jamás lo olvidaré. Nuestro amor fue, al principio, la simpatía más viva,

 pronto compartido, así cómo, desde entonces juntos experimentamos

innumerables placeres. Mi madre, pasó a un segundo termino en mi corazón. Estaes mi vida. Ahora lo que me falta decirte.

Una noche, pocos días antes de su muerte, mi madre me reveló el secreto de su vida, derramando ardientes lagrimas. Entonces conocí la causa de su ternuramaternal. Supe que en París, había un hombre para el cual yo era toda su vida,todo el amor; que tu fortuna era obra suya y que te amaba; que estaba desterradode la sociedad. Mi madre era su único consuelo y yo juré reemplazarla. La primeravez que vi a mi padre fue junto al lecho de muerte de mi madre. Cuando levantólos ojos llenos de lagrimas, fue para volver a encontrar en mi todas lasesperanzas. Había jurado guardar el secreto y no mentir. Esa es mi falta. Me

 pareció que el secreto de mi padre iba a significar la muerte de mi felicidad, pero

 jamás se lo dije a mi padre, aunque él lo adivinaba y compartía mis temores. Aquel corazón paternal temblaba por mi felicidad igual que temblaba yo misma.Temí que un día no amaras de igual manera a la hija de Gratien, igual queamabas a tu Clemence. El día que te habló ese odioso oficial, me vi obligada amentir. Conocí el dolor que ha ido creciendo hasta este momento en que teescribo por última vez en la vida. Ahora lo sabes todo. Hubiera podido vencer laenfermedad, pero no hubiera podido ahogar la voz de la duda. ¿Es posible que mi origen altere la pureza de tu amor, la debilite, la disminuya? Nada puede destruir ese temor en mi. Ésta es, Jules la causa de mi muerte. No hubiera podido vivir temiendo una palabra que se te pudiera escapar. Adiós, pues, Jules amado: voy hacia Dios, junto al cual el amor no tiene nubes, junto al cual vendrás algún día.

Lleva, pues, una vida santa para poder venir a mi lado. Tu que me hascomprendido tan bien, permíteme que te recomiende, la realización de unafantasía de mujer. Te ruego, quemes todo los que nos ha pertenecido, quedestruyas nuestra alcoba. Que aniquiles todo recuerdo de nuestro amor.

 Adiós, el último adiós, lleno de amor, cómo será mi último pensamiento y mi últimosuspiro.

Cuando Jules hubo terminado de leer la carta, sufrió en el corazón un frenesí deesos que son imposibles de prever en sus espantosas crisis. Jules escapó de lacasa de su hermano y volvió a la suya. Quería pasar la noche al lado de su mujer y ver hasta el último momento a aquella criatura celestial. Llegó a la mansión sin

obstáculos, subió a aquella alcoba sagrada y vio a Clemence en su lecho demuerte, hermosa cómo una santa, con el cabello trenzado, las manos juntas,envuelta en un sudario. Unos cirios alumbraban al sacerdote que rezaba,Josephine lloraba en un rincón arrodillada. Cerca del lecho había dos hombres,uno era Ferragus. Estaba en pie, inmóvil, y contemplaba a su hija con los ojossecos; su cabeza parecía de bronce. El otro era Jacquet, para quien Clemencesiempre había sido buena, sentía por ella una amistad respetuosa. Había venidoreligiosamente a pagar su deuda de lagrimas, despedirse de la mujer del amigo,

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besa por primera vez la frente helada de una criatura que, tácitamente habíaconsiderado cómo a una hermana. Jules se sentó junto a Jacquet, estrechó sumano, y, sin decir palabra, todos los personajes de aquella escena permanecieronasí hasta la mañana.

Cuando la luz de la mañana hizo palidecer la de los cirios. Jacquet se llevó a

Jules, previendo escenas dolorosas. En Aquel momento padre y marido secontemplaron. Los dos dolores se interrogaron, se sondearon. Un rayo de furor brilló pasajeramente en los ojos de Ferragus: “Tú eres el que la has matado”

“ ¿Porqué haber desconfiado de mí? “ Parecía contestar el esposo.

Jacquet ¿Te has ocupado de todo? Preguntó Jules.

De todo – contestó Jacquet – pero en todas partes se me adelantaba un hombreque disponía y pagaba.

¡Me arranca la hija! Exclamó el marido en un acceso de desesperación

Se lanzó a la alcoba de su mujer, pero el padre ya no se hallaba allí. Clemence

había sido colocada en un ataúd de plomo y los obreros se aprestaban a soldar latapa, el sonido del martillo empleado le hizo deshacerse en lagrimas.

Jacquet, esta noche terrible he tenido una idea: No quiero que Clemence seaenterrada en ningún cementerio de París. Quiero quemarla recoger sus cenizas yguardarlas. No me digas una palabra de este asunto, quiero pero has que serealice así. Me encerraré en su alcoba y allí estaré hasta el momento demarcharme, sólo tú entrarás aquí para darme cuenta de tus gestiones. Noeconomices nada.

La iglesia se hallaba totalmente de luto, pero los curiosos quedaron sorprendidosal ver las seis capillas laterales de Saint Rouch, todas ellas con cortinas negras.

Dos hombres vestidos de negro asistían a una misa mortuoria en cada capilla. Enel coro sólo se hallaban cómo asistentes Jacquet y el notario Desmarets; fuera delrecinto la servidumbre. Había algo inexplicable en una pompa tan extraordinaria yuna parentela tan reducida.

Al acabarse la ceremonia fúnebre. Doce hombres de luto salieron de las seiscapillas y subieron cada uno en un coche cubierto con paños negros; Jaqcquet yDesmarets tomaron el decimotercero; la servidumbre siguió a pie. Una horadespués, los doce desconocidos estaban en la cumbre de Le Pére Lachaise, elllamado así cementerio, en torno de la fosa. Después de unas cortas plegarias elsacerdote arrojó un puñado tierra sobre el ataúd y los enterradores, tras pedir lapropina, se apresuraron a llenar aquella fosa, porque otra les esperaba.

Jacquet, se dirigió a la autoridad para obtener el permiso de exhumar el cadáver de Madame Jules. Compró una hoja de papel sellado y escribir al margen el objetode la instancia: El peticionario solicita la incineración de su esposa. LuegoJacquet tuvo que dirigirse al Ministerio del Interior y solicitar una audiencia. ElMinistro se negó a conceder el permiso. Jaccquet pensó luego en trasladar elcadáver a una de las posesiones de Desmarets y allí, con ayuda de algún alcaldecomplaciente, dar satisfacción al dolor de su amigo.

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El ministro, en una comida ministerial, habló del capricho que un parisiense habíatenido de incinerar a su mujer, al estilo romano. Por unos días los círculos de Parísse ocuparon de los funerales antiguos. Finalmente Jacquet tuvo que convencer asu amigo de la imposibilidad del proyecto. En una ciudad donde el dolor eraexplotado, donde eran admitidas por las leyes siete clases de entierros.

Hubiera sido – dijo Jules - un consuelo a mi dolor. Me había propuesto morir lejosde aquí y deseaba tener a Clemence en mis brazos en la tumba.

A cuatro leguas de allí, a orillas del Sena, en una modesta aldea situada que seuna a ese largo recinto en medio del cual rebulle el gran París cómo un niño en sucuna. . Por la mañana el cadáver de una joven quedó prendido del barro y los

 juncos del Sena. La divisaron unos humildes vendedores de arena que ibanmontados en su frágil barca. La sacaron, la taparon con sus ropas y se fueron ahacer la declaración ante el alcalde, quien se vio muy apurado para levantar elacta del hallazgo. Algunas personas que llegaron a la Alcaldía, sacaron del apuroal Alcalde. Convirtieron el sumario en un certificado de defunción. El cuerpo fueidentificado como Mademoiselle Ida Gruget. Corsetera de profesión, con domicilioen la rue de la Corderie du Temple. En medio de los gemidos de la madre la viudaGruget, un médico certificó la muerte por asfixia debido a la invasión de sangrenegra en el sistema cardío- vascular. Terminados los informes y averiguaciones laautoridad permitió el entierro de la modista.

El cura de la iglesia del pueblo se negó a recibirla y rezar por ella. Una aldeana laenvolvió en una sabana y luego fue colocada en un vulgar ataúd construido contablas de abeto. Después fue llevada al cementerio del lugar, el sepulturero lehabía preparado una fosa en un rincón rodeada de zarzas y hierbas altas. Al caer la noche el sepulturero estuvo completamente solo, mientras rellenaba la tumba sedetenía algunos momentos para mirar el Sena que le había traído aquel cadáver 

¡Pobre muchacha! – exclamó un hombre que apareció de repente

Me ha asustado usted – dijo el sepulturero.

¿Ha habido funerales para la que usted ha enterrado?

No, señor; el cura no lo ha consentido – Ésta es la primera persona que seentierra aquí y que no es de la parroquia, todo el mundo se conoce. ¿Acaso,señor? ¡Vaya, se ha marchado!.

Transcurridos algunos días, un hombre vestido de negro se presentó en casa deJules y, sin querer hablarle, depositó en la alcoba de su mujer una gran urna depórfido en la cual se leían estas palabras:

  Invita Lege,

CONJUGI MOERENTI 

Filiolae Cineres Restituit 

Amicis XII Jugantibus

MORIBUNDUS PATER 

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¡Qué hombre! – Exclamó Jules deshaciéndose en lagrimas.

En ocho días, pudo el agente de cambio obedecer el deseo de su mujer y poner en orden sus asuntos. Vendió su despacho y se marchó de París en el momentoen que aún la administración de la ciudad discutía si era lícito a un ciudadanodisponer del cadáver de su esposa.

Hay un de esos barrios parisienses comprendido entre el espacio de la verja delsur de Luxemburgo y la verja norte del observatorio, espacio sin género, espacioneutro de París. Aquel lugar es a la vez plaza, calle, bulevar, fortificación, jardín,avenida, carretera, provincia, capital. Ciertamente tiene todo de ello, pero no esnada de ello: es un desierto.

En torno a ese lugar sin nombre se elevan los Enfants- Trouvés, la Bourbe, elhospital Cochin, los Capucins, el hospicio Le Rechefoucault, los Sourds Muet, elhospital de Val de Grace. Además a dos pasos esta el cementerio del Mont-Parnasse. Aquella explanada ha sido conquistada por los jugadores de bochas,viejas caras grises, rebosantes de bondad, gente afectuosa. El hombre se había

convertido en habitante del barrio desierto desde hacía algunos días eraespectador asiduo de las partidas de bochas. Una especie de molusco, sí localificáramos dentro de la escala zoológica, El recién llegado se identificaba con elboliche. No decía nada, mantenía un obstinado silencio. En ocasiones que senecesitaba medir una distancia, el bastón del desconocido era la medida infalible.Cuando caía un aguacero, se quedaba impasible junto a las bochas, comoguardián de las jugadas, era pálido, demacrado, tenía los cabellos canos. Estabaabsorto, sin ideas en la mirada, sin apoyo, preciso en el andar, sin sonreír nunca,Con los ojos fijos en el cielo, cómo sí buscara alguna cosa. A las cuatro, una viejavenía a llevárselo para un lugar desconocido, a remolque, sujetándole por elbrazo. Cuando se le examinaba, en aquel viejo había algo horrible.

Una tarde Jules yendo sólo en su coche de viaje por la rue de L´ Est, desembocóen la explanada del observatorio en el momento en que el anciano apoyado en elárbol se dejaba coger el bastón, entre las vociferaciones de algunos jugadoresirritados. Jules creyó reconocer aquella cara, en eso el postillón se detuvo por efecto de la discusión de los jugadores de bochas.

¡Es él! Dijo Jules, al descubrir en aquel despojo humano a Ferragus XXIII, jefe delos Devorants, ¡Cuánto la amaba! – Agregó después de una pausa. Y, al fin, gritó-: ¡Adelante, postillón!

  París, febrero de 1833

  Cali, diciembre 27 de 2004Guillermo Lemos Ruiz