junger ernst - sobre los acantilados de marmol

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  • 7/30/2019 Junger Ernst - Sobre Los Acantilados de Marmol

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    NCORA Y DELFIN, 221

    ERNST JUNGER. SOBRE LOS ACANTILADOS

    DE MRMOL

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    E R N S T J U N G E R

    SOBRELOS ACANTILADOS

    DE MRMOL

    EDICIONES DESTINO

    Ta l l b b s , 6a - BARCELONA

  • 7/30/2019 Junger Ernst - Sobre Los Acantilados de Marmol

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    Traduccin del alemn por

    T r i s t A n L a R o s a

    Titulo de la edicin original;

    A u f d e n M a r m o r -K lip p e n

    Primera edicin: enero 196*

    Nmero de registra: 6607 - 61

    D epsito lega l: B . 6378 - 1961

    ( E d i c i o n e s D e s t i n o

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    I

    To d o s vosotros conocis la profunda melancola quenos sobrecoge al recordar los tiempos felices. Esostiempos que se han alejado para no volver ms y delos cuales estamos ms implacablemente separados que

    por cualquier distancia. Y las imgenes de la vida sonms seductoras todava vistas en el reflejo que nos dejan, y pensamos en ellas como en el cuerpo de unaamada difunta que reposara bajo tierra y que de pronto se nos apareciera, como un luminoso espejismo. Una

    y otra vez nos entregamos a nuestros sedientos ensueos y tratamos de revivir el pasado, detenindonos

    ante cada uno de sus pormenores y de sus detalles. Y

    cuando tal hacemos nos parece que nunca hemos sabidoapurar las posibilidades de la vida y del amor, peronuestro arrepentimiento no puede hacer emerger lo que

    en definitiva se ha hundido para siempre en la nada.Ojal que este sentimiento fuera una leccin que pudiramos tener presente en cada momento de felicidad!

    Y el recuerdo es todava ms dulce cuando se refiera unos aos de felicidad que terminaron de una maneralbita, inopinadamente. nicamente entonces nos per-

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    catamos de que para nosotros, los humanos, ya es una

    suerte vivir en nuestras pequeas comunidades, bajo untecho apacible, gozando de amables conversaciones ysiendo cariosamente saludados por la maana y por lanoche. Pero, ah!, siempre es demasiado tarde cuandonos percatamos de que con todo ello el cuerno de la

    abundancia se volc generosamente sobre nosotros. As,con profunda aoranza, recuerdo yo la poca en quevivamos en la gran Marina, y aquellos aos revivenen m tocados de una mgica aureola. Cierto que de

    vez en cuando nos pareca que alguna preocupacin oalgn pesar oscureca la dicha de aquellos das. El

    Gran Guardabosque, sobre todo, nos haca estar encontinua alerta. Por esto vivamos muy austeramente y

    vestamos de una manera sencilla, aunque ningn votonos obligaba a llevar aquella existencia. Dos veces alao, en primavera y en otoo, dejbamos que el solsazonara las uvas.

    En otoo bebamos como suele hacerlo la gente entendida, rindiendo as homenaje a los exquisitos vinosque se recogen en las pendientes meridionales de la granMarina, que son orgullo de sta. Por las tardes, cuandoa travs de los rojos emparrados y los oscuros racimosllegaban hasta nosotros las alegres voces de los leado

    res, cuando las prensas comenzaban a rechinar en lospueblos y aldeas y el olor de orujo fresco ya fermentado llegaba hasta los patios de las casas, nos bamosa las tabernas y a casa de los toneleros y los viadores,

    y brindbamos con ellos en los panzudos jarros. All,

    en las tabernas y bodegas, siempre encontrbamos al#-

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    gres compaeros, pues dado que el pas es rico y hermoso, existen en l personas despreocupadas entre lasque el ingenio y el buen humor se cotiza como moneda de gran vala.

    As, pues, noche tras noche celebrbamos alegrescenas. Durante aquellas semanas, muchos guardianes

    enmascarados recorran los huertos y los campos, y desde el alba al anochecer, armados de carracas y escopetas,cazaban los codiciados pjaros. Ya entrada la noche re

    gresaban con racimos de codornices, de tordos manchados y de Feingenfressern, y al cabo de algn rato,servido en grandes fuentes, apareca su botn sobre la

    mesa adornada con pmpanos. Tambin nos gustabacomer castaas tostadas y nueces frescas, que acompabamos con tragos de vino recin hecho, y sobre todonos gustaban las esplndidas setas que crecen en aquellos bosques, como la blanca trufa, el delicado hongo

    y el rojo cola de rey, que all se rastrean con perros.

    En tanto que el vino era dulce y conservaba sucolor de miel, permanecamos sentados a la mesa, con

    versando amigablemente, descansando a veces un bra

    zo sobre los hombros del vecino. Pero tan pronto comoempezaba a trabajar y a desprenderse de sus elementosterrestres, los espritus se despertaban fogosamente en

    nosotros. Y era entonces cuando tenan lugar brillantes

    duelos en los que decida el arma de la risa y en los

    que se enfrentaban espadachines que manejaban lasideas con aquella insigne ligereza y libertad que nicamente proporciona una larga existencia exenta de

    preocupaciones.

    SOBRE LOS ACANTILADO S DE M ARM OL 9

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    Pero todava ms que estas horas, cuya cente

    lleante alegra pasaba como una exhalacin, nos gustaba el silencioso regreso a travs de los campos y jardines, cuando caminbamos sumidos en las profundidades de la embriaguez, mientras el roco se posabasobre los rojos pmpanos. Una vez traspuesta la Puerta

    del Gallo de la ciudad, veamos, a nuestra derecha, la

    ribera del lago, que apareca bafada en luz, y a nuestra izquierda, envueltos en la claridad de la luna, surgan los grandes acantilados de mrmol. Entre la ribera y los acantilados de mrmol se extendan los viedos, por entre cuyas estribaciones se perda el senderillo.

    A aquellos caminos va unido el recuerdo de unclaro y maravilloso despertar que a un mismo tiemponos causaba un vago espanto y una limpia alegra.Era como si emergiramos a la misma superficie dela vida. Igual a un golpe que sbitamene sonara junto

    a nosotros y que nos sacara de nuestro sueo, as aparecan a veces ciertas figuras en lo oscuro de nuestraembriaguez; quiz un espantapjaros, que en aquelloscampos se colocan sobre altas prtigas; quiz un buho,situado en lo ms alto de un granero y cuyos ojosamarillos permanecan muy abiertos, o quiz un meteo

    ro que, como una chispa de oro, cruzaba el firmamento.En tales ocasiones nos quedbamos como petrificados,

    y un extrao miedo nos helaba la sangre. Luego nospareca haber cobrado un nuevo sentido con el quecontemplar los campos. Y mirbamos como aquellosa quienes se les ha concedido el don de ver el oro y

    lo ERNST JU NGER

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    los cristales preciosos que dispuestos en brillantes vetas

    discurren por las profundidades de la tierra. Y comosombras se acercaban a nosotros los antiguos genios dela comarca que haban habitado all mucho antes quesonaran las campanas de las iglesias y de los conventos e incluso antes de que el arado roturara aquellas tierras. Los fantasmas se nos acercaban titubeantes, consus zafios rostros de duros rasgos, en cuya expresin sefunda el terror y la alegra en un profundo, insondable acorde; y nosotros los contemplbamos entreconmovidos y espantados. A veces nos pareca que ibana hablarnos, pero en seguida se deshacan como el humo

    y se esfumaban de nuestra vista.Luego nos bamos a casa en silencio, por el caminoms corto. AI encender la luz de la biblioteca nos mirbamos de frente y yo me percataba del alto, luminosofulgor que resplandeca en el rostro de hermano Othn,

    y en aquel espejo vea que nuestro encuentro con los

    fantasmas no haba sido una ilusin. Sin hacer ningncomentario, nos estrechbamos las manos y yo subaal herbario. Entre nosotros, nunca hacamos comentario alguno acerca de tales encuentros.

    Una vez arriba permaneca largo rato junto a laventana abierta y, sumergido en una profunda sereni

    dad, vea como el dorado hilo de la vida iba desenroscndose de su huso. El sol ascenda luego sobre Alta-Plana, y los campos iluminaban hasta las fronteras deBurgundia. Las simas y los ventisqueros fulgan tocados de un suave color rosado que ascenda por suinmaculada blancura, y en las praderas, como cada

    SO BRE LOS ACANTILAD O S DE M ARMOL i i

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    amanecer, temblaba la imagen del paisaje de la M arina.

    En el agudo frontn de la casa, los colirrojos comenzaban el da trayendo la comida a sus cras, que

    piaban de hambre y hacan el mismo ruido que ioscuchillos al ser afilados. Entre los juncos que bordeaban

    el lago salan volando ringlas de nades, y los pinzonesy los jilgueros picoteaban en el huerto las ltimas bayas. Luego oa abrirse la puerta de la biblioteca y veacmo hermano Othn sala al jardn para cuidar delas azucenas.

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    II

    En primavera, sin embargo, empinbamos el codocomo locos, que tal es la costumbre del pas. Nosvestamos con unas blusas propias de payasos, cuya ropa

    brillaba como si estuviera hecha con plumas de pjaros,

    y nos cubramos el rostro con unas caretas que figuraban cabezas de ave. Luego, haciendo mil cabriolas yagitando los brazos como si fueran alas, bajbamos alpueblo, en cuya plaza del mercado viejo se haba levantado el alto rbol de los Locos. A ll, a la luz de lasantorchas, tena lugar el cortejo de las mscaras. Los

    hombres iban disfrazados de pjaro, y las mujeres, porsu parte, lucan hermosos vestidos de otras pocas. A lvernos llegar, ellas nos gritaban mil chanzas, imitando

    con sus voces la msica de ciertos relojes, y nosotrosles respondamos parodiando los chillidos de las aves.

    Pronto nos tentaban las marchas del Gremio de

    las plumas, que resonaban en tabernas y bodegas. Cadauno de los instrumentos de aquellas bandas imitaba el

    canto de un determinado pjaro. As, se oan las delgadas flautas, cuyo sonido recordaba el canto dcl jilguero, y las ctaras, que hacan pensar en el silbido dela lechuza, y los contrabajos, que imitaban las estri-

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    dencias del urogallo, y los pequeos rganos de mano

    cuya msica es Igual al montono canto con que el gremio de las abubillas instrumenta sus infames melopeas.Hermano Othn y yo nos unamos a los Picos Negros, quienes seguan el ritmo golpeando sobre unatinaja con cucharas de madera, y nos constituamos en

    jueces de un tribunal burlesco. Haba que beber concuidado, pues sorbamos el vino con ayuda de unapaja, a travs de los picos, sin quitarnos las caretas.Cuando el vino amenazaba subrsenos a la cabeza, nosdespejbamos dando una correra a travs de los huertos y saltando sobre las zanjas; y tambin tombamos

    parte en los bailes, o bien nos dirigamos al cenadorde una venta, donde nos quitbamos las caretas y, encompaa de alguna moza a la que ocasionalmente hacamos el amor, comamos una buena racin de caracolescondimentados al estilo burgundio, que se servan enuna gran cazoleta ventruda.

    Por todas partes y hasta el amanecer resonaba durante aquellas noches el estridente chillido de los pjaros, cuyo eco se perda entre las oscuras callejuelas yla gran Marina, y entre la floresta de castaos y enlos viedos, y entre las gndolas adornadas con farolillos venecianos que se deslizaban sobre la oscura

    superficie de las aguas, e incluso entre los grandes ci-preses del cementerio. En todas partes se oa huir elespantado eco de los chillidos. Las mujeres de aquelpas son hermosas y estn llenas de aquella generosafuerza que el viejo Botafuegos considera como la virtud

    dadivosa por excelencia.

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    Ya veis que, al pensar en aquella vida, no es el dolor

    lo que nos llena los ojos de lgrimas, sino el recuerdode su exaltacin y de su libre plenitud. M i odo haguardado fiel memoria de aquellas alegres voces, y sobre todo de aquel grito reprimido que lanzaba Laurettacuando yo la encontraba en el bosque. A pesar de que

    su miriaque bordado en oro disimulaba sus rormasy de que una mscara de ncar ocultaba su rostro, yola descubr en seguida oculto como estaba tras un r

    bol, por su modo de mover las caderas, al andar en laoscura avenida. Despus la asust imitando esa espe

    cie de risa del pjaro carpintero y la persegu al tiem

    po que agitaba en el aire mis negras y largas mangas.Arriba, all donde la gran piedra de los romanos selevanta entre los viedos, alcanc a la agotada criatura

    y, temblorosa como estaba, la estrech entre mis brazosy apoy junto a su rostro mi mscara color de fuego.Y cuando como en sueos y en virtud de un mgico

    poder la sent entre mis brazos, me invadi un profundo sentimiento de ternura y, sonriendo, me quitla careta de pjaro.

    Y entonces tambin ella comenz a sonrer y suavemente coloc su mano sobre mi boca, tan dulcemente, que en el silencio de aquel instante, o ondear mi

    aliento entre sus dedos.

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    III

    H a b i t u a l m e n t e , sin embargo, hacamos una vidamuy retirada en nuestra Ermita. La Ermita selevantaba al borde de un acantilado de mrmol, sobre

    una de esas islas rocosas que de trecho en trecho irrumpen all entre los viedos. A causa de las rocas, eljardn apareca dividido en estrechas terrazas, y juntoa las frgiles paredes del mismo se vean crecer, comoen los tupidos viedos, grandes hojas de vid. A co

    mienzos de ao brotaban all los jacintos adornados con

    grapas de perlas azules, y en otoo floreca el cerezo,y sus encendidos frutos lucan como farolillos venecianos. Y durante todas las pocas del ao, tanto lacasa como el huerto aparecan orlados de rudas, queal medioda, cuando el sol estaba en su cnit, despe

    dan un penetrante olor.

    A l medioda, cuando las uvas se cocan al sol, lacasa se sumerga en un agradable frescor; pues el pisono solamente estaba enladrillado con mosaico, al estilodel sur, sino que alguna habitacin se haba excavado

    en la roca viva. Sin embargo, a tal hora del da gustaba tumbarme en la terraza, donde, medio dormido.

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    escuchaba la seca msica de las cigarras. Grandes ma

    riposas entraban en el jardn buscando las flores abiertas, y los grises lagartos se soleaban sobre los acantilados. Y cuando la arenilla de los senderos del jardnpareca estar a punto de arder, las pequeas vborassurgan arrastrndose lentamente, y los caminillos enarenados semejaban entonces estar cubiertos de sorprendentes jeroglficos.

    Nosotros no temamos a aquellos animales, que engran nmero anidaban en las rendijas y rincones de lacasa. De da nos gustaba contemplar su piel finamentecoloreada, y de noche nos complaca escuchar los pe

    queos silbidos que emitan al hacerse el amor. A menudo, con el traje ligeramente levantado, pasbamossobre ellas, y cuando recibamos algn visitante espantadizo, las apartbamos del camino con el pie. Nunca,sin embargo, al caminar por el sendero de las vboras,dejbamos a nuestros huspedes de la mano; y mu

    chas veces observ que la libertad, la retozona seguridadque nos embargaba al avanzar sobre aquel camino, se

    apoderaba tambin de nuestros visitantes. Muchos eranlos motivos que hacan ser tan confiadas a aquellas bes-tiecillas; pero lo cierto es que de no haber sido porLampusa, nuestra vieja cocinera, apenas hubiramos lle

    gado a conocer su manera de ser. Durante el verano,cada atardecer, ante la entrada de la cocina, que estaba excavada en la roca, les colocaba Lampusa un ca-charrito de plata lleno de leche, y las atraa lanzandopequeos gritos apagados. Entonces, a los ltimos rayosdel sol, sobre el oscuro bancal de las azucenas y el

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    verde acolchado de las rudas, entre sacos y avellanos,apareca un viviente y dorado remolino que se iba acercando al cacharrito de leche y que finalmente se quedaba como prendido en el.

    E)urante aquel quehacer. Lampusa tena la costum

    bre de sostener al pequeo Erio en sus brazos, y el

    nio acompaaba con sus vocecitas las llamadas de lavieja cocinera. Una tarde me asombr al ver cmo elpequeo Erio, que apenas se tena en pie, arrastrabael cacharrito de leche fuera de la casa. El chiquillo comenz a golpearlo con una cuchara de madera, y alpoco rato, deslizndose entre las hendiduras del mr

    mol, aparecieron las rojas serpientes. Y como en sueoso rer al pequeo Erio y le vi en medio de las bestias,

    sobre el suelo de arcilla de la cocina. Los animales lerodearon al momento y, muy erguidos, dando repentinos brincos, balancearon sus triangulares cabezas junto al rostro del pequeo. Yo contemplaba la escena aso

    mado a un balcn, y no me atrev a llamar al pequeoErio, que se me antoj como un sonmbulo que caminara sobre un tejado. De pronto, sin embargo, vi ala vieja Lampusa que desde la cocina, con los brazoscruzados y sonriendo de satisfaccin, contemplaba laescena, y la idea de peligro se troc en una hermosa

    sensacin de seguridad.Desde aquel da Erio nos avisaba cada noche para

    cenar golpeando el cacharrito de plata con una cucharade madera. Cuando oamos aquel tintineo dejbamosel trabajo y acudamos a contemplar la manera como

    el pequeo ofreca su ddiva a los animales. Hermano

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    Othn sah'a de su biblioteca, yo abandonaba el herbario y me asomaba al balcn y Lampusa dejaba de tra

    jinar junto al fogn y se quedaba mirando al pequeocon una expresin de orgullo y ternura en los ojos.

    Y cada uno de nosotros se maravillaba ante ei celo queErio desplegaba en mantener el orden entre las bestias.

    A l poco tiempo haba puesto Erio un nombre a cadaanimal, y el pequeo, vestido con una chaqueta deterciopelo festoneada de oro, se mova con absoluta despreocupacin entre las serpientes. Erio cuidaba de quecada una de ellas obtuviera su racin de leche y hacaque hasta las ms retrasadas consiguieran un sitio jun

    to al cacharro de plata. A veces, para procurar alimentoa estas ltimas, golpeaba con la cuchara de maderasobre la cabeza de las que a su modo de ver habanbebido bastante, y cuando aquel aviso resultaba insuficiente, las coga con la mano y, con todas sus fuerzas, las echaba a un lado. Y por mucha que fuera la

    rudeza con que las tratara, las bestias demostraban unasorprendente mansedumbre, incluso en las pocas en que

    mudaban de piel, cuando son extraordinariamente sensibles. Durante ese tiempo los pastores no dejan que elganado paste junto a los acantilados de mrmol, pueslas serpientes tienen all sus nidos, y la mordedura de

    una de ellas podra matar con la rapidez de un rayo

    al toro ms fuerte.La serpiente preferida de Erio era un gran animal

    al que hermano Othn y yo llambamos la Grifa,que, segn las leyendas de los viadores, viva desde

    tiempo inmemorial entre las profundas simas de aqUe-

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    los contornos. El cuerpo de las vboras es de un color

    rojo metlico y sus escamas tienen muchas veces unabrillante irisacin de latn. La Grifa, sin embargo,tena un hermoso brillo dorado, sin una mancha, queen su cabeza adquira mil destellos verdosos que, a laluz del atardecer, relampagueaban lo mismo que una

    joya. A l enfurecerse, poda abombar su cuello como

    un escudo, que en el momento del ataque fulga cualun espejo de oro. Las dems serpientes le tenan ungran respeto, y ninguna de ellas se acercaba al cacharro de plata hasta que la Grifa haba saciado sused. Entonces contemplbamos cmo Erio jugaba con

    el animal, y ste, al estilo de los gatos, refregaba su

    gran cabeza triangular sobre la chaquetilla del muchacho.

    Luego, Lampusa nos traa un par de vasos de vinomediocre y dos grandes rebanadas de pan negro ysalado.

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    las que haba algunos de esos cristales que se exhiben

    como adorno y con los que ciertas personas gustan jugar mientras conversan. Por ltimo, encima de todo,se guardaba una serie de libros de pequeo formatoque constituan un conjunto de obras raras y en el que

    haba todo lo publicado respecto al cultivo de las azucenas. Estas obras estaban agrupadas en tres secciones:una se refera a la forma, la otra al color y la tercera

    al perfume de tales plantas.Las hileras de libros continuaban en el pequeo

    vestbulo, seguan por la escalera que conduca al pisosuperior y llegaban hasta el herbario. All, en el her

    bario, estaban los Padres de la Iglesia, los filsofos, losautores clsicos, antiguos y modernos, y, sobre todo,una estupenda coleccin de diccionarios y enciclopedias.De noche me reuna con hermano Othn en el pequeo vestbulo, junto a la chimenea, donde un haz demaderas bien resecas ardan vivamente. Cuando el tra

    bajo del da haba ido bien nos gustaba esplayarnosen indolentes conversaciones en las que uno avanzapor caminos trillados, saludando fechas y autores al pasar. Nos entretenamos jugando con mil rarezas delsaber: recordando citas poco frecuentes, que a vecesrozaban lo absurdo. Y para tales juegos la muda le

    gin de esclavos aherrojados en cuero o pergamino nosprestaba un excelente servicio.

    Por regla general, sin embargo, no tardaba a subiral herbario, donde trabajaba hasta bien pasada la media noche. A l instalarnos en la casa habamos hechorevestir el piso de madera y encargamos la construc

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    cin de largas ringleras de estantes, en cuyos casille

    ros guardbamos miles de plantas. Nosotros slo habamos coleccionado una mnima parte del herbario, y laotra proceda de manos que a su vez estaban ya resecadas. A veces, al buscar una planta determinada, con

    sultaba unos folios que el tiempo haba vuelto amarillosy en cuyo pie poda leerse la borrosa firma del maestro

    Linneo. Durante aquellas horas de la madrugada ydel .amanecer aada nuevas fichas al registro, aumentando as la nomenclatura de la coleccin, y pona alda la pequea flora, en la que registrbamos todoslos hallazgos hechos en la Marina. A l da siguiente,ayudndose de algunos libros, hermano Othn repasa

    ba las fichas, aada nuevos datos en algunas de ellase incluso coloreaba los dibujos de determinadas plantas. Ai, de esta manera, creca una obra cuyo trabajonos procuraba un gran placer.

    Cuando estamos satisfechos, las ms frugales d

    divas de la vida colman nuestros sentidos. Desde nio,haba sentido yo una profunda admiracin por el mundo vegetal, y durante algunos aos de continuo viajarfui rastreando sus maravillas. As, pues, me era familiar aquel instante en que el corazn deja de latir

    cuando, al contemplar la flor abierta, presentimos el

    misterio que se cifra en toda semilla. Nunca, sin embargo, me haba emocionado tanto el esplendor de la

    vida como cuando estaba sobre aquel piso impregnadodel aroma de unas plantas ajadas desde antiguo.

    Antes de acostarme sola pasearme un rato a lo largo de aquel estrecho camino bordeado de plantas. M u

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    chas veces, durante tales horas de la noche, me pareca

    no haber visto plantas ms hermosas que aqullas.Y desde lejos perciba el perfume de los valles estrellados de blancas espigas, que antafo haba vivido en lafra primavera de la Arabia desierta, y me pareca sentirel fuerte olor a vainilla que solaza al viajero que atra

    viesa el ardor sin sombra de ciertos bosques. M is re

    cuerdos se abran entonces como las pginas de unlibro viejo y reviva las horas de feroz plenitud recuerdos de terrenos pantanosos donde crece la victoriaregia, y de la floresta costera que, al medioda, se veondular sobre sus plidos zancos, ante las palmeras quese levantan junto al mar. Pero no tena aquella sensacin que nos sobrecoge siempre que contemplamos determinadas' exuberancias vegetales, parecidas a un diosque nos atrajera con sus mil brazos. Y senta como almismo tiempo que nuestra ciencia, me crecan las fuerzas que nos permiten afrontar los clidos impulsos de

    la vida y dominarlos y conducirlos como caballos porla brida.Muchas veces comenzaba a clarear antes de que me

    tumbara en el estrecho divn de mi herbario.

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    L

    V

    A cocina de Lampusa estaba excavada en los bloques de mrmoL Tales cuevas prestaron antigua

    mente refugio y proteccin a los pastores, y ms tarde,

    al ser comprendidas en el recinto de las casas de labranza, se convirtieron en una especie de cmaras ciclpeas. Desde muy temprano poda verse a la vieja tra

    jinando junto al fogn, en el que bulla la sopa matinal del pequeo Erio. El hogar daba a unas profundascavidades en las que flotaba un denso olor a leche,

    frutas y vino. Casi nunca entraba en aquella parte dela casa, pues la presencia de Lampusa despertaba enm una sensacin de angustia que yo, como es natural,trataba de evitar. Erio, sin embargo, estaba familiari

    zado con todos los rincones de aquel lugar.Tambin a hermano Othn le vea muchas veces

    al lado de la vieja, junto al fogn. A l deba agradecerla dicha de tener a Erio, el hijo de mi amor con Sil

    via, la hija de Lampusa. Nosotros servamos entoncesentre los jinetes de prpura y hacamos la guerra, queluego se perdi, contra los pueblos libres de Alta-Plana.Muchas veces solamos cabalgar hacia los desfiladeros

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    donde Lampusa tena su cabaa, junto a la cual vea

    mos a la hermosa Silvia vestida con una falda de colorrojo y tocada con una paoleta del mismo color. Hermano Othn estaba a mi lado el da en que, entre elpolvo del camino, recog el clavel que Silvia se quit

    del cabello y lo arroj a mis pies. Luego, al continuar

    andando, hermano Othn me puso en guardia contra

    la vieja y contra la joven bruja, dando a sus palabrasun tono despreocupado, en el que, no obstante, yo

    advert cierta inquietud. Pero lo que ms me irritfue la risa de Lampusa, que se me antoj profundamentedesvergonzada. A pesar de lo cual no tard en entrar

    y salir con la mayor naturalidad de su cabaa.

    Cuando una vez terminada la campaa regresamosa la Marina y nos retiramos a la Ermita, tuvimos no

    ticia del nacimiento del nio y supimos que Silvia lohaba abandonado, marchndose con unos desconocidos.La noticia me caus gran contrariedad, sobre todo porpillarme, tras la dura existencia militar, en un momentoen que pensaba dedicarme al estudio.

    Por esto encargu a hermano Othn que hablara

    con Lampusa c hiciera con ella lo que estimara msconveniente. Grande fue mi sorpresa cuando me enter

    que hermano Othn haba recogido a Lampusa y al

    nio; y aquel acto suyo se nos revel muy pronto comouna inagotable fuente de felicidad. Y como todo recto

    proceder se reconoce como tal por el hecho de que el

    pasado se perfecciona en l, el amor de Silvia se ilumin entonces de una nueva y desconocida luz. Reconoc que tanto a ella como a su madre las haba tra-

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    que haba rosas de agua de Cipango, cuya corola se abreproduciendo un leve ruido al posarse sobre ella el primer rayo de sol. En mi herbario tena yo una sillitareservada para l, y sentado en ella Erio se pasaba muchas horas vindome trabajar. Cuando, callado y quietocomo estaba, lo senta a mi lado, me inundaba un

    vigor desconocido, como si la clara y profunda llamade vida que arda en aquel cuerpecillo hubiera envuel

    to a'las cosas de una nueva luz. Tambin los animalesse encontraban a gusto en su compaa, pues muchas

    veces observ como estando l en el jardn, las marionetas, por ejemplo, se posaban sin temor sobre sus ma

    nos y corran luego entre su cabello. Y , cosa rara, cuando las vboras acudan a la voz de Lampusa formabanuna especie de brillante red junto al cacharro, mientras que cuando era Erio quien les ofreca la comida,se mantenan en orden. Hermano Othn fue el prime

    ro en observar esto.

    As, pues, nuestra vida no se ajust a los planes quenos habamos hecho. Pero pronto nos dimos cuenta deque aquel cambio favoreca nuestro trabajo.

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    N

    VI

    UESTRO pian era estudiar, y de la manera ms completa posible, la existencia de las plantas, para lo

    cual, siguiendo un orden clsico, en primer lugar nos

    ocupamos de la respiracin y la nutricin de las mismas.Como todas las cosas de este mundo, tambin las plantas nos hablan a nosotros, los hombres; pero para entender su lenguaje es preciso poseer un espritu lcido.Es posible que en su germinar, florecer y marchitarse

    se oculte esa ilusi^ a la que ningn ser creado escapa;

    pero el espritu sabe intuir que en el estuche de lasapariencias se oculta algo eterno. Hermano Othn lla

    maba sorber el tiempo a esta manera de observar lascosas; aunque crea que el tiempo no puede ser agotado a este lado de la muerte.

    Una vez instalados, nos percatamos de que, casi

    en contra de nuestra voluntad, nuestro tema se iba ampliando. Quiz era aquello debido a que, lo mismo quela llama arde con ms claridad y mayor mpetu en eloxgeno, el aire vivificador de la Ermita daba a nuestropensamiento un curso nuevo. A las pocas semanas me

    pareci que los temas haban cambiado, y aquel cam-

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    bio me hizo el efecto de una privacin, en el sentido de

    que el lenguaje no me satisfaca. Una maana, al contemplar la Marina desde lo alto de la terraza, las aguasse me aparecieron ms profundas y luminosas que nunca, como si hubiera sido la primera vez que las miraracon absoluta serenidad. En aquel instante tuve la dolorosa sensacin de que la palabra se independizaba de

    las cosas, al modo que la cuerda se libera del arco quela mantiene demasiado tirante. Haba sorprendido un

    jirn del velo de Isis de este mundo, y a partir deaquel momento el lenguaje no me sirvi con la mismafidelidad de siempre. Pero aquella experiencia fue para

    m como un nuevo despertar. A l igual que los nioscuando comienzan a tener conciencia del sentido dela vista y alargan los brazos hacia las cosas que lesrodean, as buscaba yo las palabras que pudieran captar aquel nuevo y cegador brillo de la Naturaleza. Nunca hasta entonces haba sospechado que el hablar pu

    diera ser algo tan doloroso, y, sin embargo, pese a missufrimientos, no deseaba volver a mi antigua existenciaingenua. Si un da nos hacemos la errnea ilusin de

    poder volar, siempre ms preferiremos el torpe salto ala marcha segura sobre tierra firme. As me explico lasensacin de vrtigo que a veces me sobrecoga al rea

    lizar tales esfuerzos.Ocurre que el sentido de la medida se nos esca-

    i bulle fcilmente cuando avanzamos por lo desconocido.Por esto fue una suerte al tener a mi lado a hermanOthn, prudente compaero de aventuras. Muchas veces, cuando haba aprehendido el ntimo sentido de

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    el orden y la ley incluso estn presentes en lo que nosotros llamamos desorden y azar. Cuanto ms ascendemos, ms nos acercamos al misterio que el polvo oculta. As, la confusa imagen de los horizontes se ampla

    y detalla a cada paso que damos hacia la cspide de lamontaa, y, al llegar a cierta altura, en cualquier lu

    gar que estemos, nos sentimos cercados por un puroanillo que es como la alianza de la eternidad.Cierto que con todo ello no hacamos ms que un

    trabajo de aprendices, pero hermano Othn y yo sentamos esa alegra que acompaa a quienes no permanecenanclados en el lugar del tpico y del lugar comn. Los

    alrededores de la Marina perdieron su primitivo aspectocegador, y se nos aparecieron de una manera ms clara

    y distinta, con una nitidez geomtrica. Como canalizados entre altos diques, los das transcurran con msrapidez y ms fuerza que de costumbre. A veces, cuando soplaba el viento del Oeste nos invada una inefable,

    delicadsima alegra.Pero sobre todo escapamos un poco a ese temor

    que a veces nos acongoja y que nos desorienta comola niebla que emerge de ciertos pantanos. Cmo fueposible que no abandonramos el trabajo cuando elGran Guardabosque hizo sentir su podero sobre nuestras tierras y cuando el miedo se expandi sobre ellas?Porque habamos conseguido una serenidad cuya luz

    ahuyentaba a todos los engaosos fantasmas.

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    V II

    E l Gran Guardabosque nos era conocido desde tiempo atrs como seor de la Mauritania. Con frecuencia nos habamos encontrado con l e incluso alguna

    noche habamos comido y redo juntos. Entre los moros

    era considerado como un gran seor, lo cual no obstabapara que se le viera un poco ridculo y en algunas ocasiones fuera recibido como suele serlo un viejo coronelde la reserva de caballera, cuando va de paso haciasus propiedades, en un cuartel; pues su verde frac bordado con pequeas hojas de ilex atraa todas las miradas.

    Se deca que posea una inmensa fortuna y que dabafantsticas fiestas en su casa de la ciudad. All en suresidencia, se coma y beba sin reparos, a la antiguausanza, y se aseguraba que la gran mesa de encina que

    haba en una sala de juego se curvaba a veces bajo elpeso del oro que sobre ella haba. Asimismo eran cle

    bres los festejos orientales que daba a sus adeptos en

    algunos de sus poblados. Yo tuve ocasin de verlo decerca y confieso que me impresion su personalidadde gran seor y su aliento de podero, que pareca pro

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    venir de lo ms profundo de sus extensos bosques. A l

    principio no me inquiet su rgida manera de ser, puesa lo largo del tiempo la mayor parte de los moros acabanteniendo un carcter duro, de reacciones automticas.Esa manera de ser se manifestaba sobre todo en su mirada. En los ojos del Gran Guardabosque brillaba siem

    pre, y sobre todo cuando rea, una terrible jovialidad.

    Sus ojos, como los de los viejos bebedores, estaban nimbados de rojo, pero en su interior cabrilleaba una viva

    expresin de astucia y de indomable fuerza, y a vecestambin de soberana y poder. Por aquel entonces, sinembargo, nos agradaba su compaa, pues vivamos enla insolencia de nuestra fuerza y frecuentbamos la mesaa la que se sientan los poderes de este mundo.

    Ms tarde, al referirse un da a la poca en quevivimos en Mauritania, o decir a hermano Othn queel error nicamente se convierte en falta cuando se persiste en l. Aquello me pareci muy acertado, sobre todo

    al pensar en nuestra situacin de entonces, en la pocaen que tales cosas nos atraan. Hay pocas de decadencia en las que se desvanece la fTiSia'^e vida" profundaque en cada uno de nosotros est dibujada de antemano.Cuando perdemos sus huellas, vacilamos y nos tambaleamos como seres a quienes falta el sentido del equi

    librio. Entonces pasamos de las oscuras alegras a lososcuros dolores. Y la conciencia de una infinita pr

    dida hace que el pasado y el porvenir se nos aparezcanllenos de atractivos, y mientras el instante huye para no

    volver ms, nos balanceamos en pocas remotas o enfantsticas utopas.

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    Tan pronto como nos percatamos de este error hi

    cimos un esfuerzo para remediarlo. Aorbamos la realidad y nos hubiramos metido en el hielo y arrojadoal fuego para matar el aburrimiento que nos dominaba

    y, como ocurre siempre que la duda se apodera de nosotros, nos entregamos a la fuerza el eterno pndu

    lo que indiferente al da y a la noche empuja hacia

    delante las agujas. As, pues, comenzamos a soar conlas fosas del poder y de la fuerza: y con las formas queintrpidamente ordenadas marchan unas junto a otras,dispuestas tanto al desastre como al triunfo, al combate de la vida. Y las estudiamos con alegra y aten

    cin, igual que se observa la accin corrosiva de un

    cido sobre el oscuro espejo de los metales bruidos.Tal propensin hizo que los mauritanos simpatizarancon nosotros. Fuimos presentados por el capitn quehaba sofocado la gran sublevacin de las provinciasibricas.

    Quien conoce la historia de las rdenes secretas sabelo difcil que es determinar su autntico radio de accin.

    Y no ignora tampoco su fecundidad para dar vida anuevos grupos y asociaciones, de manera que cuando

    uno trata de seguir su pista, acaba perdindose en ungran laberinto. Algo parecido ocurre con los maurita

    nos. El que los desconoce queda sorprendido al ver lacordialidad con que, en sus lugares de reunin, se tratan miembros pertenecientes a grupos que se profesanun odio mortal. Y es que entre otros ideales, los mau

    ritanos tienen el ideal de tratar los negocios de este

    mundo de una manera artstica. Querran que uno se

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    sirviera del poder al estilo de los dioses, y de sus escue

    las sala una raza de espritus lcidos, libres y siempretemibles. Poco importaba que su actividad se ejercieraen favor de la rebelin o en pro del orden; su victoriaera siempre la victoria mauritana, y su orgulloso lemade Semfer victrix no se aplicaba a los individuos, sinoa su je fe : la doctrina, que siempre, en todos los tiem

    pos, se conservaba inclume, y el pie siempre pisabatierra firme en sus residencias y palacios.

    No fue el deseo de vivir en calma lo que nos hizotan agradable nuestra estancia. Cuando el hombre haperdido el dominio de s mismo, el miedo se apoderade l y le domina, zarandendole en sus remolinos comoa un ciego. Entre los mauritanos, empero, remaba una

    calma parecida a la que se da en el centro mismo de losciclones. Quien se precipita en el abismo ve las cosasde la manera ms clara posible, como a travs de unos

    vidrios de aumento. Esa misma visin, pero libre de

    todo temor, es la que se tena en el aire de la Mauritania, que era malo de raz. La serenidad del pensamientoy el desinters espiritual aumentaban en los momentosen que reinaba el terror. El buen humor imperaba cuando se producan las catstrofes, y todo el mundo bromeaba acerca de las mismas, como el banquero de una

    mesa de juego suele hacerlo acerca de las prdidas desu clientela.

    Entonces comprend claramente que el pnico, cuyasombra siempre se cierne sobre nuestras grandes ciudades, tiene su contrapartida en el audaz orgullo deunos pocos hombres que como guilas sobrevuelan los

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    V III

    A l ir en busca de Fortunio me met en la partenorte de aquellos bosques, mientras que nuestraErmita se alzaba cerca de la linde sur de los mismos,

    all donde limitan con las tierras burgundas. A l regresar a casa vimos que nicamente quedaba una sombradel viejo orden que siempre haba reinado en la Ermita. Hasta aquel da, y desde los tiempos de Carlos,aquel orden haba imperado sin alteracin; pues losseores extranjeros podan venir o marcharse, pero el

    pueblo que en aquellas tierras cultiva las vias siemprepermaneca fiel a su costumbre y a su ley. Y^^a_riqueza

    y la excelencia de la tierra no haba tardado en hacer

    indulgente a cada rgimen, por muy severo que fueraen sus comienzos. Tal es el ascendiente de la belleza

    sobre la fuerza.

    Pero la guerra que se segua en las fronteras deAlta-Plana, y que era semejante a una lucha contra los

    turcos, cal ms hondo. Aquella guerra asol todo como

    una helada que hubiera agrietado el cerne de los rboles y cuyos efectos no fueran visibles hasta algunosaos despus de haber ocurrido. A l principio, la vida

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    prosigui como siempre en la Marina. Todo transcu

    rra como de costumbre y, sin embargo, todo era diferente. A veces, al extender desde la terraza la mirada sobre la corona de jardines en flor, percibamcomo un aliento de secreta fatiga y de anarqua. Y eraprecisamente entonces cuando la belleza de aquellas tierras nos conmova hasta causarnos verdadero dolor. As,

    los colores de la vida lanzan un supremo destelloantes de que el sol se ponga.

    Durante aquellos primeros tiempos apenas si omoshablar del Gran Guardabosque. Sin embargo, era curioso observar cmo se iba acercando a medida que agra

    vaba la debilidad y se desvaneca la realidad. A l principio slo fueron rumores, que llegaban a nosotros comosuele anunciarse una peste que hace estragos en puertos lejanos. Luego corrieron noticias acerca de atentados y violencias cometidos no lejos de nosotros, y finalmente ocurrieron tales hechos de una manera abierta,

    en pleno da. As como una espesa niebla anuncia enla montaa las tormentas, una nube de pnico precedaal Gran Guardabosque. El pnico le velaba, y estoyconvencido que su fuerza haba que verla, ms queen su persona, en ese hecho. nicamente poda obrarcuando las cosas comenzaban a vacilar por s mismas;

    pero una vez producida esa circunstancia, sus bosquesle servan de manera admirable para lanzarse contra

    el pas.Desde lo alto de los acantilados de mrmol se do

    minaba toda la comarca sobre la cual pretenda extendersu dominio. Para llegar a la cspide subamos por la

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    de glaciares, se elevaban las libres montaas de Alta-

    Plana. Sus simas aparecan a veces veladas por los vapores que ascendan de las aguas, pero pronto el airese volva tan claro que podamos distinguir los pinos,que all crecen hasta lo alto de la rocalla. Tales dassentamos acercarse el favonio, por lo que de noche apa

    gbamos los fuegos de la casa.Nuestra mirada se reposaba al contemplar las islas

    de la Marina, a las que en broma llambamos lasHesprides, cuyas orillas estaban sombreadas de altoscipreses. N i en lo ms crudo del invierno se conoce enellas el hielo ni la nieve; los higos y las naranjas ma

    duran al aire libre y los rosales florecen todo el ao.En la poca en que brotan los almendros y los albari-coqueros, las gentes de la Marina cruzan el mar, y lasislas flotan entonces como lechos de ptalos sobre elazul. En otoo, por el contrario, las gentes se embarcanpara ir a comer all el pescado de San Pedro, que al

    gunas noches de luna llena emerge de las grandes profundidades y queda prendido en los cazonales. Lospescadores acostumbran a echar sus jarcias en silencio,pues creen que la ms pequea palabra podra espantarle, y que una sola imprecacin bastara para estropeartoda la pesca. Siempre reinaba la alegra en aquellos

    viajes para comer el pescado de San Pedro; y cada vezse iba provisto de pan y de vino, pues las uvas no crecen en aquellas islas. Tampoco se dan all las frescas noches de otoo en las que el roco se posa sobre las uvas,que al presentir su prxima cada redoblaban durantela sonochada su fuego interior.

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    Para sospechar lo que significa vivir haba que con

    templar la Marina durante aquellos das de fiesta. Unalarga ola de rumores ascenda a nosotros desde el alba,

    y cada ruido se perciba claro y distinto, como los objetos que se ven por el pequeo orificio de un anteojo.Oamos las campanas de los pueblos, y los morteretes

    que en los puertos rendan homenaje a los barcos coronados de flores, y los cnticos de las procesiones quese dirigan hacia las milagrosas imgenes, y la m

    sica de las flautas que marchaban en cabeza de un cortejo nupcial. Oamos el graznido de las chovas juntoa las veletas, la llamada del cuclillo y el sonido de los

    cuernos en que soplaban los cazadores cuando se alejaban de las puertas de la ciudad para ir en busca de

    las garzas. Y todo ello sonaba de una manera tan hermosa y tan cmica, que el mundo pareca un inmensopauelo variopinto, ms embriagador que el vino bebido de maana.

    M u y a lo lejos, en lo hondo, la Marina aparecaorlada de una guirnalda de pueblecitos, cuyas almena

    das murallas databan del tiempo de los romanos y dominaban las catedrales ennegrecidas y los castillos me-rovingios. Y de trecho en trecho se vean las ricas aldeas, sobre cuyos tejados volaban bandadas de palomas,

    y los molinos, teidos de verde por el musgo, hacialos que en otoo se dirigen las recuas de asnos cargados de sacos de trigo. Y luego otra vez los castillos,anidados sobre altos picos rocosos, y los conventos,

    junto a cuyas murallas la luz refulga en los estanquesde carpas como sobre bruidos espejos.

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    Cuando desde lo alto de nuestro elevado observatorio mirbamos las estancias que el hombre ha construido para preservar su vida, su felicidad, sus alimentosy sus religiones, todos los tiempos se fundan antenuestros ojos en una sola y nica realidad. Y los muertos surgan invisiblemente, como si las tumbas se hu

    bieran abierto. Siempre que miramos con amor una tierra de cultura clsica se nos acercan en silencio, y suantigua alma est presente en las campos y campias,

    pues su herencia permanece viva en las piedras y enlos surcos.

    A nuestras espaldas, hacia el norte, comenzaba la

    Campaa, que estaba separada de la Marina por losacantilados de mrmol. En primavera, ese cinturn deprados se extenda como un alto tapiz de flores sobreel que pacan los lentos rebaos, que semejaban flotarentre una espuma multicolor. A l medioda los rebaosreposaban a las hmedas y frescas sombras de los lamos

    y los chopos plateados, que sobre la extensa llanuraformaban una especie de islas de follaje, de las queemerga el humo de las fogatas de los pastores. Diseminadas de trecho en trecho, tambin se vean grandesalqueras con establos y altas prtigas de los pozos, quellenaban de agua los abrevaderos. En verano, el aire

    era sofocante y hmedo all abajo, y en otoo, cuandocran las vboras, todo aquel lugar pareca una estepadesierta, solitaria y requemada. Por el otro lado termi

    naba en unas cinagas, entre cuya maleza no se veael ms pequeo trazo de colonizacin. nicamente

    aqu y all, al borde de las oscuras aguas pantanosas.

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    los ribazos. Vivan como en los das en que todava no

    se conoca casa, ni arado, ni telar, y en los que sedesplegaba el mvil abrigo de las tiendas segn exigieran las migraciones de los ganados. Tambin sussentimientos correspondan a esa edad, pues tenan unbrutal sentido de la justicia y de la equidad, cuyanica ley era la del talin. De ah que cada homicidio

    encendiera una larga fogata de venganzas y de ahtambin que entre los clanes y familias existieran querellas cuyo origen nadie hubiera sabido encontrar yque cada ao reclamaban su tributo de sangre. Los juristas de la Marina llamaban causa de la Campaa a

    todo asunto que tuviera un aire grosero y absurdo, y noconvocaban a los pastores al foro, sino que enviaban asus comisarios a las tierras de stos. En otros distritoseran los colonos, seores de vasallos y grandes magnatesestablecidos en espaciosas alqueras, quienes administraban justicia. Adems, todava existan pastores libres

    que, como los Batacks y los Belovars, posean grandesbienes.

    A l tratar a aquel rudo pueblo tambin se apren

    da a discernir lo que en l haba de bueno y nico.Ante todo exista el espritu de hospitalidad, que sedispensaba a cualquiera que se sentara junto a uno de

    sus fuegos. N o era raro encontrar rostros de la ciudadentre el crculo de los pastores, pues la campaa ofreca el primer refugio a quienes deban huir de la M arina. All se encontraban deudores amenazados de crcel, estudiantes que tras una francachela haban dadoun golpe demasiado afortunado en la sociedad de frai

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    les evadidos y dems gentuza. Tambin llegaban a la

    Campaa jvenes que buscaban la libertad y parejasde enamorados que deseaban vivir como los pastores.

    En todo tiempo se teja all una red de secretos queiba mucho ms all de las fronteras establecidas por elorden. La proximidad de la Campaa, donde el derecho tena una consistencia mnima, haba servido a msde un hombre cuya causa tomaba mal cariz. La mayorparte regresaban cuando el tiempo y los amigos haban trabajado en su favor, y otros desaparecan parasiempre entre los bosques. Pero tras la guerra de Alta-Plana, lo que hasta entonces haba sido el curso nor

    mal de las cosas, adquiri un sentido siniestro. Ladestruccin invade a veces los cuerpos agotados a travs

    de heridas que el hombre sano apenas nota.Nadie advirti los primeros sntomas. Cuando co

    rrieron rumores de tumultos, pareci que en la Campaa se reavivaba el viejo espritu de venganza, pero

    en seguida se supo que aquellos actos de violencia estaban ensombrecidos por unos rasgos tan nuevos comoinslitos. Se fue perdiendo el fondo de honor brbaroque hasta entonces haba atenuado la violencia, y noqued ms que el simple crimen. Se tuvo' la impresinde que entre los clanes aliados se haban introducido

    espas y agentes de los bosques, que trataban de ponerlos al servicio de extraos intereses. De esta maneraperdieron las antiguas formas su sentido. Desde siempre, por ejemplo, cuando en un cruce de caminos seencontraba un cadver con la lengua rajada por un pual, se saba que un traidor haba sucumbido a manos

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    de vengadores apostados en su camino. Tambin des

    pus de la guerra de Alta-Plana podan encontrarsemuertos que llevaran tales marcas; pero cada cual saba que se trataba seguramente de vctimas de la pura

    crueldad.Igualmente, las ligas haban cobrado siempre un

    tributo, que los propietarios rurales pagaban a gustopor considerar que al mismo tiempo se trataba de unaespecie de prima por el buen cuidado de los ganados.Luego, sin embargo, las exigencias adquirieron unasproporciones intolerables, y cuando el colono vea lacarta de exaccin clavada en algn poste o rbol de

    su finca, no tena ms remedio que pagr o abandonarel pas. Cierto que alguno haba tratado de resistir, y

    en tales casos se produca un saqueo que a todas lucesse realizaba conforme a un plan minuciosamente predeterminado.

    Generalmente, una banda mandada por gentes del

    bosque se presentaba ante la alquera, y cuando se ledenegaba la entrada, haca saltar las cerraduras. A esasbandas se las llamaba gusanos de luz, pues se lanzabancontra las puertas armadas de grandes vigas sobre lasque ardan unas lucecillas. Haba quienes decan que

    tal nombre se les daba porque, una vez realizado el

    asalto a la casa, para saber dnde estaba escondido eldinero, sometan a las gentes al suplicio del fuego.Se contaban de ellas las cosas ms viles y bajas quelos hombres sean capaces de hacer. Adems, para hacercundir el pnico, metan los cadveres en cajas o barriles, y el espantoso cargamento era expedido a los

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    Hermano Othn les atribua una gran antigedad y las

    llamaba compaeras de infancia de Jpiter.Adems, no lejos del Cuerno de los Curtidores,

    haba un bosquecillo de sauces llorones en el que seencontraba la imagen de un toro, de rojas fosas nasales y roja lengua, y el miembro pintado de rojo. Eraun lugar de mala fama, y a propsito de l se hablaba de

    fiestas atroces.Pero, quin hubiera podido creer que los dioses de

    la grasa y de la manteca, encargados de llenar las ubresde las vacas, comenzaban a ser homenajeados en la

    Marina.? Y esto en un lugar que desde tiempo atrs lasgentes se burlaban de tales sacrificios y de semejantesceremonias. Los mismos espritus que se haban credo

    lo suficientemente fuertes para romper los lazos de laantigua religin de sus antepasados, estaban esclavizados por la magia de los dolos brbaros. La imagenque de ellos mismos ofrecan en su ceguera era ms

    repugnante que la borrachera vista a pleno da. As,mientras pensaban volar, y de ello hacan alarde, serevolcaban por el polvo.

    Otro mal sntoma era que el espritu de desordenafectara a los honores rendidos a los muertos. La castade los poetas siempre haba tenido en la Marina un

    lugar de honor. All eran tenidos como libres donantes,y el don de rimar versos era considerado como la fuentede toda plenitud. El que las vias florecieran y se car

    garan de frutos, que hombres y bestias prosperaran,

    que los malos vientos se aplacaran y que la alegre concordia habitara en los corazones, eran cosas que ocurran

    8 ERN ST JU NGER

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    gracias a la armona que vive en las canciones y en los

    himnos. El ms pequeo viador estaba convencido deello, quien asimismo crea que en la armona se amagauna fuerza inefable.

    Nadie era all tan pobre que no pudiera entregarlos primeros y ms hermosos frutos de su jardn enlas cabaas de los pensadores y en las ermitas de los

    poetas. Todo aquel que se sintiera llamado a serviral mundo con su espritu poda vivir libre de toda ocupacin material, de una manera pobre, es cierto, perono indigente. Y entre quienes cultivaban los campos

    y daban forma a la palabra se consideraba como un lema

    la antigua sentencia que dice: Los ms hermosos presentes de los dioses son siempre gratuitos.Un signo de las grandes pocas es que en ellas se

    hace visible el poder del espritu, cuya accin se extiende por todas partes. Y as ocurra en aquel pas: en elcambio de las estaciones, en los servicios divinos y en

    la vida humana, ninguna fiesta se conceba, sin la poesa. Sobre todo, empero, durante la fiesta de los muertos, tras la bendicin del cadver, el poeta cumpla la

    funcin de juez de los muertos. l era el encargado deque los dioses volvieran sus miradas hacia la existenciadel desaparecido y de celebrarla en sus versos ponindola

    de relieve, al modo que el buzo saca a la luz la perlaincrustada en la ostra.

    Desde el principio haban existido dos clases de honores fnebres, de los cuales el ms usual era el elegeion.El elegeion era la ofrenda que se dedicaba a una vidaque haba discurrido honestamente entre la amargura

    SOBRE LOS ACANTIL ADO S DE M ARM OL yp

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    y la alegra, tal como nos est acordado a nosotros los

    Humanos. Se celebraba en un tono de queja, pero eraaqulla una queja llena de serenidad, de tal suerte queel corazn se reconfortaba de sus tristezas.

    Pero tambin exista el eburnum, reservado en laantigedad a los vencedores de aquellos monstruos quefrecuentaban los pantanos y los desfiladeros. El eburnum clsico deba tener lugar entre una grandiosa alegra, y deba terminar con la admiratio, durante la cual

    una guila negra sala de una jaula, que alguien rompa al efecto, y se remontaba hacia las alturas. A medida que los tiempos fueron perdiendo su antigua ru

    deza, se fue tributando el eburnum a aquellos a quienes se llamaban acrecentadores u oftimates. El pueblosiempre haba sabido por instinto quines eran stos,

    si bien las imgenes de los antepasados fueron alterndose al tiempo que la vida se fue haciendo ms refinada.

    'Ahora se vio disputar por primera vez acerca de

    las sentencias pronunciadas por los jueces muertos. Enefecto, con las ligas penetraron en la ciudad las rivalidades de ia sangre, que tambin procedan de laCampaa. Y semejante a la epidemia que todava encuentra un terreno intacto, se producan ataques nocturnos y se empleaban las armas ms bajas, y todo ello

    sin ms razn de que cien aos antes Wenzel habasido asesinado por Jegor. Pero, qu son las razonescuando la ceguera se apodera de nosotros? Y bienpronto no hubo noche en que la guardia no descubrieraalgn muerto por las calles o en las casas; y se hallabaa ms de uno cuyas heridas eran indignas de la espada.

    o ERNST JUNGER

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    heridas producidas por ese odio ciego que se ensaa

    con el enemigo muerto.En aquellas luchas, que derechamente conducan

    a la caza del hombre, a las emboscadas y a los incendios, los partidos perdieron el sentido de la medida.Bien pronto se tuvo la impresin de que entre ellos

    apenas se consideraban como a seres humanos, y en su

    lenguaje se impusieron unas expresiones que habitualmente slo se emplean entre esa canalla que debe ser

    extirpada, destruida y pasada por el fuego. nicamente reconocan el crimen cuando ste se produca en elpartido contrario, y se vanagloriaban de aquello quedespreciaban en sus adversarios. Mientras cada cual

    consideraba justo que Tos muertos del partido contrariofueran enterrados de noche y sin luz, exiga que lossuyos fueran revestidos de un sudario de prpura, queresonara el eburnum y que el guila, viva imagen dehroes y creyentes, se elevara por el cielo hacia los

    dioses.A decir verdad, por mucho que les ofrecieran mon

    tones de oro, ninguno de los grandes cantores se presta una de esas profanaciones. Y entonces se dirigieron alos arpistas que acompaan las danzas en las verbenas

    y que junto a los trcliniams de las casas de placer

    alegran las borracheras de los anfitriones cantando Laostra de Venus o Hrcules glotn. As, los campeones

    y los bardos eran dignos unos de otros.Pero, como ya es sabido, el metro es algo incorrup

    tible. Sus invisibles prticos y columnas son inaccesiblesal fuego de la destruccin. Ninguna voluntad extern-

    SOBRE LOS ACANTI LAD O S DE M RM OL 6i

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    pornea puede penetrar en la armona; de ah que que

    daran engaados los engaosos que pretendan comprarofrendas del rango del eburnum. nicamente asistimosa la primera de estas fiestas y vimos lo que ya esperbamos. El mercenario encargado de franquear el altoarco del poema un arco trazado con fuego sutil en seguida comenz a tartamudear y bien pronto se

    desconcert. A l momento, sin embargo, su lengua seespabil, pues recurri a los yambos innobles de la venganza, que clavaron su veneno en el polvo. En aquelespectculo vimos a la muchedumbre vestida con lostrajes de prpura, propios del eburnum, y a los magistrados y al clero, de gran gala.

    Antes, cuando el guila se remontaba hacia las alturas, reinaba un gran silencio; pero en aquella ocasin se produjo una explosin de salvaje alegra.

    Y al escuchar aquellos gritos nos sobrecogi unaprofunda tristeza, pues sentimos que el justo espritu

    de los antiguos haba abandonado la Marina.

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    del Gran Guardabosque, a los que hospedaba en su

    fortaleza y regalaba con grandes banquetes, cuyo gastocorra a cuenta de la Marina. Con esos capitanes de losbosques llev a cabo una terrible accin. Habiendo simulado que estaba falto de ayuda, les confi, a ellos ya su canalla, la vigilancia de los distritos rurales. Y a

    partir de aquel momento, bajo la mscara del orden,

    rein el pnico.A l principio, los contingentes puestos a la dispo

    sicin de los capitanes fueron mnimos y nicamentese les enviaba a la Campaa en pequeos grupos, formando gendarmeras. Tal medida se aplicaba sobre todo

    a los cazadores, que con mucha frecuencia veamos pasar junto a la Ermita y que desgraciadamente se detenan para comer algo en la cocina de Lampusa. Erangente del bosque, tal como se la describe en los libros:pequea, de ojos pestaeantes y barba negra e hirsuta

    sobre un rostro comido de arrugas, que hablaba una

    especie de germana en la que figuraba todp lo que depeor tienen las lenguas, y que pareca amasado en un

    fango sangriento.Los encontrbamos equipados de armas menores,

    tales como lazos, redecillas y puales curvos, que ellosllamaban espitas de sangre. Traan colgados pequeos

    animales. Por medio de un viejo y conocido sistemaque consiste en mojar con saliva un lazo muy fino, cazaban grandes lagartos sobre los escalones de nuestros

    acantilados de mrmol. Muchas veces, aquellos hermosos animales estrellados de verde y oro, con brillantesmanchas blancas, haban alegrado nuestros ojos, sobre

    SOBRE LOS ACANTILADOS DE MARMOL

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    todo cuando los veamos merodear entre el follaje de

    la zarzamora que, cubierto de guirnaldas de prpura,corra a lo largo de los acantilados. Sus pieles eran altamente codiciadas por las clidas cortesanas meridionales que el viejo tena en sus dominios; y los lechuguinos y petrimetres se hacan fabricar con ellas cinturones

    y hermosos estuches. As, pues, esas verdes criaturas

    de ensueo fueron implacablemente cazadas y sometidasa un trato horrible. Sus verdugos ni siquiera se tomaban la molestia de matarlas, y las despellejaban a lo

    vivo, dejndolas luego huir como blancos fantasmas,que caan al pie de los acantilados, donde perecan enmedio de grandes sufrimientos. Profundo es el odio

    que en los corazones abyectos arde contra la belleza.Estos pequeos quehaceres de los cazadores de ca

    rroa no eran sino un pretexto para poder espiar enlos campos y en las casas si todava quedaba algnresto vivo de libertad.

    Entonces se repitieron en la Campaa los antiguosactos de bandidismo, y los habitantes fueron hechosprisioneros al amparo de la noche y de la niebla. Ninguno de ellos volva; y lo que entre el pueblo omosmurmurar acerca del destino de ellos, nos hizo pensaren los cadveres de los lagartos, que muchas veces en

    contrbamos desollados junto a los acantilados, y nuestro corazn se llenaba de tristeza.Luego tambin surgieron los guardas forestales, a

    los que muchas veces se vea trabajar a lo largo delas vias y en lo alto de los collados. Pareca que estabanmidiendo de nuevo el pas, pues hacan hacer agujeros

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    en el suelo y en ellos mandaban plantar postes con

    inscripciones rnicas y smbolos de animales. Su manera de caminar a travs de los campos era todava mspenosa que la de los cazadores, pues hollaban las tierras de labranza como si stas fueran landas, no respetando caminos ni lmites. N i tan siquiera saludaban alas imgenes sagradas. Se les vea recorrer aquel rico

    pas, como si fueran a travs de un desierto.A travs de todo ello se poda prever lo que todava

    poda esperarse del viejo, que acechara desde lo profundo de sus bosques. A l, que odiaba el arado, el trigo,la via y los animales domsticos, a quien las mansionessoleadas y la vida abierta le eran contrarias, le impor

    taba poco reinar sobre aquella plenitud. Su coraznnicamente palpitaba con fuerza all donde el musgo

    y la hiedra cubran las ruinas, y all donde, a la luz dela luna, el murcilago volaba bajo las derruidas bvedasde las catedrales. Quera que los ltimos rboles de

    sus dominios baaran sus races en las riberas de laMarina y que en sus copas se encontrara el halcn plateado con la negra cigea, cuando sta abandonara lasencinas y fuera hacia los pantanos. Los jabales tenan

    que remover con sus colmillos la negra tierra de losviedos y los castores deban circular por los estanques

    de los conventos cuando, a la hora del crepsculo, lasbestias salvajes avanzan por los senderos ocultos en busca de agua. Y en las ltimas lindes, all donde los rbo

    les no pueden echar races a causa del terreno pantanoso, quera ver pasar, en primavera, las chochas, y, enoto, volando en busca de las rojas bayas, los zorzales.

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    la ciudad, invitaba a los jvenes mauretanos, a quienes

    ofreca el espectculo de sus odaliscas y de otros tesoros suyos. Generalmente, las mandaba reunir en la salade billar donde, una vez terminado el pesado banquete,se congregaba con sus invitados alrededor de sendas copas de jengibre, y tras repartir las bolas para el juego,comenzaba una partida. Y entonces, inclinados sobre

    el tapete verde, libres de sus velos y a la roja claror delas antorchas se vea como los cuerpos se movan y adoptaban las mltiples posturas exigidas por el juego. Apropsito de tales fiestas se contaban cosas realmentebrutales, la mayor parte de las cuales sucedan en susbosques. Despus de terminadas las caceras del zorro

    o del oso o del ante, se reuna con su gente para beberen una era ornada de armas y ramas, y se sentaba a la

    cabecera de la mesa, en su silln adornado con sangrantes despojos de animales.

    Por lo dems, el viejo empleaba tales mujeres como

    reclamo, sobre todo all donde se vea envuelto en alguna intriga. Y quien se acercaba a aquellas flores engaosas, crecidas en terrenos pantanosos, caa vctima

    del encanto que gobierna cierta clase de bajeza. Durante nuestra estancia entre los mauritanos vimos sucum

    bir de tal manera a ms de uno que hubiera podido te

    ner un brillante destino; pues siempre son los msnobles quienes caen vctimas de tales sacrificios.

    Tal era la humanidad que debera extenderse sobreel pas cuando el viejo se hubiera hecho el dueo ab

    soluto de la Marina. As, al ser los jardines devastadospor el enemigo, las manzanas agrias, las adormideras

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    y los beleos sucedieron a las frutas escogidas. Y en

    vez de los dispensadores de pan y vino, se erigieronsobre los pedestales dioses extraos, tales como la Diana, que en los terrenos pantanosos haba degenerado

    en un ser de una fecundidad animal, que reinaba allabajo adornada de una especie de racimos de senos

    dorados y de otros horribles smbolos, y cuyas garras,cuernos y dientes causaban miedo y reclamaban vctimas indignas de ser ofrecidas por los hombres.

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    querellas, de las cuales no poda salir nada bueno, y

    volvindonos a la paz de la Marina, para all, en susluminosas riberas, consagrar nuestra atencin a las flores,efmeros signos multicolores, en los que se cifra lo in

    mutable, tan parecidos a los relojes, pues tambin enellos puede leerse en todo momento la hora exacta.

    Pero apenas estuvieron acondicionados la casa y eljardn, y el trabajo estuvo a punto de dar sus primeros

    frutos, vimos como los criminales incendios iluminaban el horizonte de la Campaa. Y cuando los primerosdesrdenes se extendieron por la Marina, nos vimos

    obligados a procurarnos informaciones de lo que suce

    da, para as saber qu clase de peligro nos amenazabay cul podra ser el alcance del mismo.

    Un da, procedente de la Campaa, lleg el viejo

    Belovar, que muchas veces era husped de Lampusa.Belovar trajo hierbas y races extraas, que las mujeressolan arrancar de los prados bajos y que, una vez

    puestas a secar. Lampusa utilizaba para sus' brebajes ymixturas. Por ello trabamos amistad con Belovar y enms de una ocasin, sentados sobre el banco que habafrente a la cocina, compartimos con l algn cntarode buen vino. Belovar conoca todos los nombres quela gente del pueblo daba a las flores, gran cantidad delas cuales distingua l perfectamente, y a nosotros nosagradaba escucharle hablar de ellas, pues de esta ma

    nera enriquecamos nuestro vocabulario de sinnimosrespecto a las mismas. Nuestro amigo saba adems los

    sitios donde crecan las apreciadas orqudeas, como la

    que brota entre zarzales y despide el mismo olor que

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    los machos cabros, y la que tiene un labio cuya forma

    recuerda a la del cuerpo humano, y aquella otra cuyaflor se parece al ojo de una pantera. Belovar nos acompaaba muchas veces mientras nosotros herborizbamosms all de los acantilados de mrmol. Conoca los ca

    minos y senderos que llevaban hasta la linde de los bosques, y su presencia nos fue particularmente til cuandolos pastores comenzaron a manifestarnos cierta hostilidad.

    En aquel viejo se personificaba lo mejor de los campos y prados, pero no en el sentido que decan los petimetres, que crean haber descubierto en los pastores

    al hombre ideal, al que cantaban en toda clase de poemas de color de rosa. De setenta aos de edad, el viejoBelovar era un hombre alto, enjuto, con una barba

    blanca que contrastaba con su negra cabellera. En surostro brillaban los oscuros ojos que, con una miradatan penetrante como la del halcn, vigilaban las lejanas

    de sus dominios, y que a veces, cuando montaba enclera, se iluminaban como los de un lobo. El viejollevaba unos anillos de oro en las orejas e iba tocadode un gran pauelo rojo y de un gran cinturn del mismo color, por el que asomaba el pomo y la punta deun machete. La empuadura de aquella vieja arma era

    de madera barnizada y tena once incisiones coloreadasde rojo.

    Cuando le conocimos, acababa de desposarse con su

    tercera mujer, una muchacha de diecisis aos a la queexiga una extrema docilidad y a la que, cuando hababebido ms de la cuenta, mola a palos. As que ha-

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    X IV

    De l lado de la Marina, frente a los acantilados de

    mrmol, contbamos con el apoyo de un monjecatlico, llamado padre Lampros, que perteneca al convento de Mara Lunaris, Virgen que el pueblo venerabajo el nombre de Falcifera. En aqueUos dos hombres

    el pastor y el monje podan verse las distintas influencias que las diferentes tierras ejercen, tanto sobrelas plantas, como sobre los hombres. En el viejo pastor

    propicio a la venganza vivan los grandes campos depastoreo que todava no haban conocido la reja deningn arado, y en el sacerdote viva la gleba de vie-dos a la que los cuidados de la mano humana habadado, desde siglos atrs, la fina calidad del polvillo quecae en los relojes de arena.

    Fue en Upsala, y por boca de Ehehardt, que allhaca de conservador del herbario y nos proporcion materia para nuestro trabajo, donde por primera vez omoshablar del padre Lampros.

    Por aquel entonces nos ocupbamos en estudiar lamanera en que las plantas reparten sus elementos a la

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    imagen de los radios de un crculo, la irradiacin de s

    tos alrededor de un eje que es la base de sus figuras orgnicas y el principio de la cristalizacin, que invariablemente confiere el sentido del crecimiento, como elcuadrante del reloj confiere su sentido a la aguja delmismo Ehehardt nos dijo que en la Marina viva Phy-lobius, el autor de la hermosa obra sobre la simetra

    de los frutos, que all se ocultaba bajo el nombre depadre Lampros. Tal noticia despert nuestra curiosi

    dad, y ms tarde, una vez en la Marina, despus de habernos anunciado mediante una esquela, visitamos almonje en el convento de la Falcifera. El convento estaba tan cerca de donde vivamos, que desde nuestra

    Ermita se divisaba la punta de su campanario. La iglesia era un conocido lugar de peregrinaje, y el caminoque a ella conduca atravesaba unas dulces praderas enlas que los viejos rboles florecan de un modo tan magnfico que apenas se distingua una hoja verde entrela blancura de sus copas. A primera hora de la ma

    ana los jardines y los huertos, que refrescaba la brisadel lago, estaban desiertos, y la fuerza que viva en lasplantas era tan grande que perfumaba todo el aire, ypenetraba tan sutilmente en el espritu, que uno creaatravesar unos jardines encantados. Bien pronto vimos,sobre una colina y dominando un gran horizonte, elclaustro y la iglesia, construida segn un alegre estiloarquitectnico. Desde lejos omos el sonido de un r

    gano que acompaaba el cntico que los peregrinos entonaban en honor a la venerada imagen.

    As que el portero nos hubo acompaado a travs

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    de la iglesia, fuimos a postrarnos ante la milagrosa ima

    gen. Vimos una gran imagen de mujer sentada sobreun trono de nubes y cuyos pies descansaban, como sobre un taburete, sobre una delgada luna, en la que sevea un rostro que miraba hacia la tierra. As, bajo elaspecto del poder que reina sobre lo efmero, aquelladivinidad se nos apareci como la ordenadora y dis

    pensadora de todas las cosas.Una vez en el claustro nos recibi el Circultor,

    quien nos acompa a la biblioteca, cuya vigilanciacorra a cargo dcl padre Lampros. All era donde elpadre Lampros acostumbraba a pasar las horas destinadas al trabajo, y all fue donde, ms tarde, entre losgrandes infolios, pasamos largas horas de conversacincon l. La primera vez que franqueamos el umbral vimos al padre, que acababa de llegar del jardn del claustro, en medio de la silenciosa sala, con un gladiolo enla mano. Todava iba tocado con el gran sombrero de

    castor, y sobre su blanco manteo se reflejaban las lucesque caan desde las altas vidrieras de la galera.Encontramos en el padre Lampros a un hombre

    que poda contar unos cincuenta aos, de talla medianay miembros bien proporcionados. A l verlo de ms cerca nos sobrecogi una especie de miedo, pues las ma

    nos y el rostro de aquel monje se nos antojaron untanto extraos e inquietantes. Parecan, si me atrevoa decirlo, pertenecer a un cadver, y resultaba difcilcreer que en ellos discurriera la sangre y la vida. Estaban como formados de blanda cera, y la mmica delrostro pareca asomar lentamente a la superficie del

    SOBRE LOS ACANTI LAD O S DE M ARM OL 83

  • 7/30/2019 Junger Ernst - Sobre Los Acantilados de Marmol

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    mismo, de manera que ms que un movimiento de

    rasgos semejaba reflejarse en l una plida luz. El padre Lampros produca una extraa impresin esttica,y cuando durante la conversacin levantaba la mano,cosa que haca con alguna frecuencia, semejaba un dibujo. Sin embargo, aquel cuerpo no dejaba de mostrar

    una delicada ligereza, que pareca haber entrado en l

    como un soplo que acabara de animar a una marioneta.Con todo, empero, el padre Lampros no dejaba de tener cierto aspecto de alegra.

    A l saludarle y para hacer un cumplido a la imagen

    santa, hermano Othn le dijo que en ella encontrabanreunidas bajo una forma superior las gracias de For

    tuna y de Vesta, al or lo cual el monje inclin lacabeza con un gesto corts y luego la volvi a alzar al

    tiempo que nos sonrea. Pareci que despus de haberreflexionado un instante, aceptara aquellas palabrascomo si fueran una ofrenda propia de peregrinos.

    A travs de aqul y otros muchos rasgos evitaba lacontroversia, y su silencio obraba de un modo ms po

    deroso que la palabra. Y lo mismo haca con las cuestiones que se referan a la ciencia, en la que era considerado como una eminencia, y evitaba tomar parte

    en las luchas de las distintas escuelas. Su principio era

    que toda teora referente a la historia natural era unacontribucin a la gnesis, pues el espritu del hombre

    concibe de nuevo la creacin en cada una de sus edades,y que en cada interpretacin anida tanta verdad comoen la hoja que se marchita poco antes de morir. Poresta razn se llam a s mismo Phyllobius, que significa

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  • 7/30/2019 Junger Ernst - Sobre Los Acantilados de Marmol

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    herborizaba desde tiempo atrs en la Marina, y nosotros jams nos despedamos de l sin llevarnos un buen

    legajo de datos de su herbario, datos que haban sidoanotados por su propia mano y cada uno de los cuales

    era una pequea obra maestra.Nuestras conversaciones con l nos ayudaron mu

    cho en nuestros estudios sobre el eje del crecimientovegetal, pues siempre es de gran importancia para unproyecto el poder debatir todos sus aspectos de unamanera lcida y penetrante. En este aspecto, tenamos la impresin de que el padre Lampros, de unamanera natural y sin la menor vanidad de autor, to

    maba parte activa en nuestra obra. No solamente posea un vasto conocimiento acerca de muchos fenmenos, sino qUe tambin saba suscitar estos instantes pri

    vilegiados en los que el sentido de nuestro trabajo pareca iluminarse de pronto.

    Cierta maana nos acompa hacia un declive del

    jardn que los jardineros del convento haban escardado,y nos hizo detener ante un lugar en que se vea un

    gran pao de color rojo extendido sobre el suelo. Nosdijo que crea haber salvado del escardillo una plantadigna de alegrar nuestros ojos; pero cuando hubo al

    zado el trapo no vimos ms que un joven brote de esta

    especie de llantn al que Linneo dio el nombre de mayor y que se encuentra en muchsimos senderos.

    Pero cuando, para observarla con ms detencin,nos inclinamos sobre ella, vimos que haba brotado

    con una regularidad poco comn y un vigor nada corriente. Su crculo formaba una verde circunferencia

    S6 ER NST JU NGER

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    subdividida por hojas ovaladas, que daban una formadentada a la misma, y cuyo centro de crecimiento sedestacaba limpiamente en medio de ellas. La encarna-dulra de la figura produca una profunda impresin defrescor y delicadeza, y su espiritual simetra le daba elaspecto de algo indestructible. A l verla nos estremeci

    mos y sentimos cun profundamente unidos anidanen nosotros la delicia de vivk j la delicia de ,m^

    A*Tcop0raFnoSrestras miradas tropezaron con elrostro del padre Lampros. El padre nos acababa de hacer la confidencia de un misterio. Y nuestro agradecimiento por el favor que nos acababa de hacer fue muy

    grande, tanto ms cuanto el padre Lampros gozaba degran consideracin entre los catlicos, muchos de loscuales iban a l movidos por la esperanza de encontrarconsejo y consuelo a sus tribulaciones. Y no solamenteera querido entre los catlicos, sino que tambin eraestimado entre aquellos que nicamente crean en losdoce dioses y entre aquellos otros que venan del norte, donde, en las grandes salas y en los cercados bosques sagrados, se veneran los ases de la baraja. Y a todos ellos, cuando se acercaban a l, procuraba el padreconsuelo, aunque no de manera sacerdotal. HermanoOthn, que conoca muchas clases de templos y de

    misterios, deca a menudo que lo ms maravilloso deaquel espritu era el modo con que haba podido aliartal grado de conocimientos con la estricta observanciade la regla. Hermano Othn pensaba que el dogma vaemparejado con la espiritualidad, a la que sigue en su

    progresivo afinamiento como un ropaje tejido con oro

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    y prpura que con el tiempo va ganando una secretacalidad, hasta que poco a poco su dibujo acaba por esfumarse en la luz.

    Confidente de todas las fuerzas que actuaban en laMarma, los acontecimientos que se sucedan no tenan ningn secreto para el padre Lampros. l era

    quien, sin duda alguna, vea aquel juego con ms claridad que nadie, por lo cual nos sorprendi que su existencia monacal no variara lo ms mnimo. Ms bienpareca que todo su ser se iluminaba de una alegrams pura y ms fuerte a medida que el peligro se ibaaproximando.

    Muchas veces, en nuestra Ermita, sentados ante elfuego, en el que ardan haces de sarmientos, hablbamos de l, pues en las pocas inquietas tales espritus

    acostumbran a dominar como altas torres sobre las generaciones que los rodean. Con frecuencia nos preguntamos si el mal le pareca ya demasiado avanzado para

    poderlo atajar, o si su modestia y su orgullo le impedan mezclarse, de palabra o con la accin, en la lucha.Pero hermano Othn vea claramente el conjunto dela situacin cuando deca que para tales naturalezas ladestruccin no tiene nada de terrorfico, y que ellas hansido creadas para atravesar las llamas de la misma ma

    nera que se traspone la puerta de la casa paterna. Elpadre Lampros, que viva como en un sueo tras losmuros del convento, era seguramente el nico que tena una nocin exacta de la realidad.

    Sea como fuere, aunque el padre Lampros despreciara la seguridad para s mismo, el caso es que siem

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    pre mostr un gran inters por nosotros. A veces reci

    bamos una esquela, firmada con el nombre de Phyllo-bius, en la que nos invitaba a realizar una excursina tal o cual lugar donde acababa de abrirse una flor extraa. Y en tales ocasiones sabamos que el padre Lam

    pros deseaba vernos en un lugar apartado, y obrbamos

    en consecuencia. Sin duda proceda de tal forma, porque muchas cosas se las comunicaban por escrito, enpapeles lacrados con sellos inviolables. Nos percatamosde que, cuando no estbamos en la Ermita, sus mensajeros no entregaban las cartas a Lampusa, sino a

    Erio.

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    tambin nosotros sentimos como la fuerza del instintonos atravesaba como si fuera un relmpago.

    Sin embargo, cuando en la biblioteca herbario examinamos la situacin ms a fondo, determinamos noresistir ms que por la fuerza del espritu. Despus de

    Alta-Plana creimos haber averiguado que existen armas

    ms fuertes que aquellas que cortan y atraviesan. Peroa veces volvamos como nios a aquel mundo primitivo en el que el miedo es algo todopoderoso. Entoncestodava ignorbamos el inmenso poder del que el hombrees depositario.

    A este respecto, nos fue de gran provecho el trato

    con el padre Lampros. Sin duda, nuestro impulso hubiera sido tomar una resolucin de acuerdo con el espritu que nos animaba cuando regresamos a la Marina, yen tal circunstancia de nuestra vida la ayuda de untercero nos fue muy necesaria. La vecindad del buenmaestro nos hace ver cul es en realidad nuestra pro

    funda voluntad y nos hace capaces de ser nosotrosmismos. Por esto la imagen del noble modelo tienesemejante vida en nuestro corazn, y en ella presentimos todo aquello que nosotros somos capaces de realizar.

    Entonces comenz para nosotros una poca extraa en la Marina. Mientras el crimen prosperaba en elpas lo mismo que crece el moho en el bosque podrido,nos absorbimos profundamente, cada vez ms, en elmisterio de las flores, y sus clices nos parecan msgrandes y ms radiantes que nunca. Pero sobre todo

    proseguamos nuestros estudios sobre el lenguaje, pues

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    en la palabra reconocamos la espada mgica cuyo bri

    llo hace palidecer el poder de los tiranos. Palabra, espritu y libertad son tres aspectos y una misma y solacosa.

    Debo decir que nuestro trabajo dio sus frutos. Ms

    de una maana nos despertamos llenos de contento,gustando en nuestra lengua este sabor que el hombreconoce en los momentos de mxima salud. Entonces

    no nos costaba ningn esfuerzo el encontrar un nombre a las cosas, y nos movamos por las habitaciones dela Ermita como si stas hubieran tenido un oculto poder magntico. Presas de una especie de embriaguez,

    en un sutil vrtigo, recorramos las estancias y el jardn, y de vez en cuando depositbamos las papeletas

    sobre la chimenea.Tales das, cuando el sol estaba en su cnit, gust

    bamos escalar la cresta de los acantilados de mrmol.Caminbamos entre los oscuros jeroglficos de las v

    boras y subamos los peldaos de la escalera rocosa,que brillaban a la luz del da. Una vez sobre la msalta arista de los acantilados, que brillaba de un modocegador y hasta muy lejos a la luz del medioda, contemplbamos largamente el paisaje, y en cada repliegue, en cada linde, buscaban nuestras miradas los sig

    nos de aquello que habra de sanar al pas. Y entoncesera como si unas escamas cayeran de nuestros ojos ypudiramos ver de verdad, y aprehendamos aquella rea

    lidad, que viva como las cosas en los poemas, en todosu imperecedero esplendor. Y entonces, llenos de ale

    gra, comprendamos que la destruccin siempre per

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    manece extraa a los elementos, y que sobre la super

    ficie de stos nicamente se deslizan unos fantasmas deniebla, que no resisten la accin del sol.