kenneth robeson - doc savage 8, el ogro del mar de los sargazos

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  • El ogro del Mar de los Sargazos Kenneth Robeson

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    Doc Savage/8

    CAPTULO I EL CANTO DE LOS SINGAS

    Un hombre de letras americano, dijo en cierta ocasin que si un individuo inventara un

    modelo perfeccionado de ratonera, el mundo entero formara una senda hasta su puerta. Pasha Bey era de estos. Sus productos no eran precisamente ratoneras, pero resultaban

    los mejores de su clase. Hombre a la moderna, Pasha Bey haba llegado a ser presidente de una vasta

    organizacin, especializada en su producto. La fama de Pasha Bey era muy grande. De todo Egipto, las gentes llegaban formando una senda ante su puerta, que estaba

    situada en cierto sitio de Alejandra. Claro est que las gentes iban a su casa para comprar precisamente su producto.

    Pero el producto que ofreca Pasha Bey era... el crimen! Precisamente en estos instantes, Pasha Bey estaba a punto de cerrar un trato. Caminaba a paso lento, subiendo una calle oscura en las inmediaciones de la plaza de

    Mehemet Al, el centro de la vida en Alejandra. Pasha Bey era un gran saco de huesos. Llevaba un albornoz amplio y flotante, ms

    amplio y flotante que de ordinario, para ocultar convenientemente dos largas singas, que llevaba atadas con correas a la parte superior de los brazos.

    Tambin llevaba dos pistolas silenciosas americanas de seis tiros, una en cada cadera. Un cordn de seda, excelente para su uso de estrangular a una persona, iba atado con un sencillo hilo, al cuerpo huesudo de Pasha Bey, que poda arrancrselo con un ligero y rpido movimiento.

    Pasha Bey siempre iba bien prevenido y provisto de tiles y herramientas de su oficio. Cambi de rumbo, penetrando silenciosamente en un portal. Este portal pareca un

    tnel largo y oscuro. A unos treinta pies de profundidad, estaba obstruido por una pesada puerta de madera.

    En sta se vea una ventanita, con una pequea reja. -Ya inta! -murmur Pasha Bey, en voz baja, junto a la ventanita enrejada. -Qu hay? -pregunt una voz spera y dura, con acento yanqui, al otro lado de la reja. -Ya estoy aqu! -replic Pasha Bey, en ingls-. Por la vida de tu padre, aqu est tu

    criado! Y est esperando tus rdenes. -Ests dispuesto a ir hasta el fin? -pregunt la voz del hombre que permaneca

    invisible. -Na'am ayiba! -murmur Pasha Bey. -Habla ingls, camello huesudo! -S; estoy dispuesto. El hombre que estaba al otro lado de la puerta no perdi tiempo. Sac una mano a

    travs de la reja. La mano iba enguantada, y sostena un papel doblado. -Da esta nota al joven. Es un cebo para que te acompae sin sospechar nada. A m no

    me importa dnde realices tu trabajo, ni la manera cmo lo ejecutes. All t. Lo nico que te aconsejo es que escojas un buen sitio, eh?

    -Confa en tu criado! -Muy bien. Pues ahora, manos a la obra. -Son cuatro mil piastras -record, en voz muy baja y humilde, Pasha Bey.

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    -Bien; ya te pagar cuando hayas acabado tu cometido -refunfu el hombre invisible. -No; la mitad ahora -dijo Pasha Bey, que saba que a menudo es muy difcil cobrar

    algo de los que preferan pagar despus de realizado un crimen. Hubo un breve silencio, mientras el hombre escondido reflexionaba. Al fin, la mano

    enguantada volvi a surgir por entre los barrotes de la reja. Esta vez la mano sostena un billete de dos mil piastras. Pasha Bey se sepult el dinero en su albornoz, y dijo: -Ya vendr por aqu por la otra mitad del dinero... y a decirte que el hombre est

    muerto. -Pero... ests seguro de que has entendido bien su nombre all? Es el Mayor Thomas

    J. Roberts, sabes? Familiarmente le llaman Long Tom Roberts. -Ya lo s. -Muy bien entonces. Quiz te encuentres por all un hombre alto y fornido, de piel

    bronceada. Aprtate de l. Entiendes? -Muy bien. -Pues anda, ve. Con una suavidad y una mansedumbre que delataban su profesin, Pasha Bey sali del

    tnel sombro. Iba pensando si al regreso le sera dable introducir su cordn de seda a travs de los barrotes de la rejilla, y, anudndolo alrededor del cuello de su amo de ocasin, estrangularlo...

    El seor aqul deba tener ms de aquellos billetes grandes. Ah, y era tan bueno el dinero americano...!

    No haban transcurrido muchos minutos cuando Pasha Bey apareci en el vestbulo del Hotel Londoner.

    Esta hostera era una de las ms famosas de Alejandra, y punto de cita de todos los extranjeros de habla inglesa.

    En el vestbulo se vea la eterna serie de huspedes y haraganes. Algunos de estos ltimos eran compaeros o amigos de Pasha Bey, muchos de ellos miembros de la pandilla de asesinos que Pasha presida.

    En los Estados Unidos, Pasha Bey habra sido el jefe de un gang, y se le habra llamado el gran tirador de un grupo; En Egipto era el cabecilla de un pelotn de asesinos.

    Pasha Bey deambul un momento por all y luego se acerc a uno de sus camaradas. -Sabes algo que me interese? -le pregunt, en voz baja. -El hombre ese, Long Tom Roberts, est en su habitacin -contest el otro, en el

    mismo tono-. Pero tiene compaa. Desde el corredor he escuchado, y he podido or voces. -Cuntas voces? -La de Long Tom Roberts y otra. -Una visita, por Al! -murmur Pasha Bey, desolado, cruzando los brazos en actitud

    pensativa. Su rostro huesudo tena una expresin beatfica. Pareca un viejo inofensivo necesitado

    de una comida completa. -Bien, voy a subir y pide a Al que mis odos puedan decirme que el visitante se ha

    marchado ya -dijo, al fin. Y se dirigi hacia la escalera. Al llegar al pie de sta, Pasha Bey tuvo una extraa sorpresa. Se cruz con un gigantn

    bronceado, de tipo americano. Lanz una mirada furtiva a aquella figura imponente... y se estremeci.

    Esto no era frecuente. Pasha Bey haca muchos aos que no haba visto a nadie capaz de producirle miedo o despertar sus escrpulos de conciencia.

    Era un pillo redomado, que no tena miedo a nada.

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    Mejor dicho, no tena miedo a nada, hasta que vio al hombre de bronce. Pero una simple ojeada al gigantesco y dursimo americano, llen de terror a Pasha

    Bey. Esto obedeci a que haba algo terrible en el gigante yanqui. Pasha Bey se volvi para observar al hombre de bronce, que atravesaba en aquel

    momento el vestbulo. Pero no era l slo quien miraba en aquellos instantes al americano: casi todo el

    mundo haca lo propio. Alejandra es una ciudad cosmopolita, llena siempre de extranjeros, pero jams se haba

    visto un personaje como aquel. El americano era un hombre de inmensa estatura, pero tan bien formado y tan

    proporcionado, que esto slo se notaba cuando se pona junto a otros hombres, con cuya talla pudiera compararse la suya.

    Entonces los dems parecan pigmeos a su lado. Tendones y msculos semejantes a cables de acero, envolvan por completo las manos y el cuello del hombre de bronce, dando una idea de la fuerza herclea que deba albergarse en aquel cuerpo.

    Pero fueron sobre todo los ojos lo que ms llam la atencin de Pasha Bey. Eran unos ojos extraos, que parecan lagos de oro hirviente, que despidieran miradas

    de chispas. Como por casualidad, los ojos de fuego se volvieron a mirar un momento a Pasha Bey,

    y parecieron descubrir su alma innoble y hedionda... su alma infernal... y tomar venganza de l.

    El efecto de esta mirada fue tremendamente enervador para Pasha Bey. Pasha Bey haba odo hablar mucho de aquel hombre de hierro. Y, a propsito, otro

    tanto haba ocurrido en toda Alejandra. El gigante aquel era Doc Savage. Haba aparecido en Egipto, en circunstancias

    inverosmiles. El cable haba llevado la noticia a travs del Atlntico; y en aeroplano haban sido

    llevadas fotografas de su llegada a los peridicos de Londres, Pars, Berln y de otras grandes capitales.

    Porque Doc Savage haba llegado all, acompaado de cinco hombres que eran sus ayudantes, a bordo del dirigible Aeromunde, que haba desaparecido misteriosamente haca muchos aos.

    Era una cosa muy extraa y fantstica esta llegada a Alejandra de Doc Savage. Circulaba el rumor que unos hombres malvados y diablicos haban robado el dirigible

    y lo haban utilizado durante muchos aos para llevar esclavos a un oasis perdido en el lejano desierto, donde no poda encontrarse ni rastro ni camino.

    En aquel oasis se deca que exista una gran mina de diamantes, y que Doc Savage haba rescatado y libertado los esclavos, castigando de paso a sus amos y explotadores.

    Pasha Bey haba odo tambin aquellos rumores, comprobando hasta cierto punto la veracidad de ellos, sobre todo luego de haber odo hablar insistentemente de ciertas cajas llenas de diamantes.

    De todos modos, no era gran cosa lo que haba de poner en claro, de un modo absoluto. Nadie saba en realidad dnde estaba el famoso oasis, donde se encontraba la mina de piedras preciosas.

    El Aeromunde nunca haba sido devuelto al gobierno a quien perteneca anteriormente. Doc Savage -segn rumores que circulaban por tabernas, bares y cafs- haba

    entregado a cada uno de los esclavos a quienes libertara y redimiera, una completa fortuna. Pero l conservaba los diamantes. De todos modos, para Pasha Bey lo de las piedras preciosas resultaba en realidad un

    rumor solamente, ya que no haba podido comprobar realmente su paradero.

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    Los nombres de los ayudantes y compaeros de Doc Savage haban escapado a los astutos informadores de Pasha Bey, a pesar de tener ste muchas ramificaciones en tal sentido.

    Le habra extraado mucho averiguar que Long Tom Roberts era uno de los cinco ayudantes de Doc Savage.

    De haberlo sabido, habra pensado mucho y habra reflexionado muy juiciosamente, antes de comprometerse a asesinar a aquel individuo por cuatro mil piastras.

    Porque Doc Savage y sus camaradas eran una partida de hombres demasiado fuertes y sera para que nadie jugara con ellos.

    Se deca que era el terror de los malhechores y forajidos. La fama deca tambin que consagraban sus vidas a ayudar a los necesitados realmente de ayuda, y a castigar a los que merecan castigo.

    Y Doc Savage y sus compaeros recorran el mundo e iban hasta los rincones ms ignorados de la tierra para deshacer agravios e injusticias, aunque fuera a costa de una lucha terrible y continuada.

    Desgraciadamente para l, Pasha Bey ignoraba la relacin existente entre Long Tom y Doc Savage. As, pues, se dirigi, arrastrando perezosamente los pies, hacia la escalera, que empez a subir, en busca de la habitacin de Long Tom.

    Encontr la puerta que buscaba en un hall hermosamente decorado. Dando a su rostro huesudo una expresin de humildad y sumisin, y luego de

    asegurarse de que no se oan voces dentro de la estancia, llam suavemente con los nudillos. -Quin es? -Un mensajero, que viene en busca del Mayor Thomas J. Roberts, el ingeniero

    electricista! -Perfectamente!- Pase. El hombre que abri casi en seguida la puerta, era bajito y rechoncho, de ojos sin

    brillo, rubio y de aspecto plido y poco robusto. De todos modos, en el fondo se trataba de un hombre vivo y alerta en extremo.

    Pasha Bey se dijo en seguida que sera cosa muy fcil en realidad asesinar a aquel hombre. De todos modos, su rostro no delat su terrible pensamiento.

    Y alarg la mano, entregando al Mayor la nota que su amo le haba entregado a travs de los barrotes de la reja.

    Long Tom pudo leer lo siguiente: Mi querido Roberts: He odo hablar mucho acerca de sus mritos como perito

    electricista, y de sus estudios e investigaciones en el campo de los tomos. Quizs usted no haya odo hablar de m, ya que mi nombre no disfruta de gran fama.

    Pero yo creo haber perfeccionado un aparato para matar insectos dainos y perjudiciales, por medio de corrientes de tomo. Y yo tengo entendido que usted ha hecho estudios en este mismo sentido.

    Tengo gran inters en que usted venga a visitarme y conozca y examine mi aparato. Si es usted tan amable que accede a mi ruego, el portador de esta carta le guiar a usted a mi laboratorio.

    Leland Smith. Long Tom demostr en seguida el ms vivo inters. Es verdad que no haba odo

    nunca hablar de Leland Smith. Pero l era inventor tambin de un aparato para matar insectos. El invento sera seguramente un xito inmenso entre los granjeros, y Long Tom tena

    la esperanza de que le producira una gran fortuna. Y si haba algn otro inventor que pudiera restarle beneficios, Long Tom quera

    conocerlo. -Muy bien! -le dijo a Pasha Bey-. Voy con usted.

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    Long Tom se volvi entonces vivamente, buscando su sombrero. Sobre una silla se vea una maleta a medio hacer, y en ella pegado un papel, nuevo y flamante, una etiqueta con destino a un camarote del paquebote Cameronic.

    Esto demostraba evidentemente que Long Tom pensaba embarcarse en el Cameronic, que iba a zarpar poco despus de medianoche.

    Long Tom coloc la nota sobre la mesa. Y al pie del escrito agreg, rpidamente, estas palabras: Doc: He ido a ver esto.

    -De este modo -dijo luego, volvindose hacia Pasha Bey-, mis amigos sabrn dnde estoy y lo que me ocurre.

    Pasha Bey habra preferido mil veces que la tal nota no quedara all. Era una pista para la polica de Alejandra, que era odiosamente inteligente y eficaz.

    Pero no se atrevi a decir nada, por temor a despertar las sospechas del otro. Salieron de la habitacin y bajaron al vestbulo del hotel. Mirando fijamente a uno de

    sus hombres, Pasha Bey pens que haba encontrado la manera de hacer desaparecer de escena la famosa nota.

    -Mil perdones, seor! -dijo, en tono meloso, dirigindose al Mayor Long Tom-; pero all veo a una de mis mejores amigos, y me alegrara mucho poder hablar con l un momento.

    -Muy bien. Vaya usted. Pasha Bey se acerc a su camarada y esbirro, un hombre llamado Homar. -Escchame con atencin! -le dijo, en voz muy baja-. El idiota este blanco ha dejado

    una nota en la mesa de su habitacin. La polica sabe encontrar pistas y rastros en las cosas ms insignificantes, y para nosotros sera una desgracia que encontraran esa, comprendes?... De modo que subes y te apoderas de ella.

    -Muy bien! -repuso Homar. -Cuando tengas la nota en tu poder, vienes al sitio de las catacumbas, donde vamos a

    matar a este blanco. Como ves, se trata de un hombre enfermizo y poco fuerte, que no nos dar mucho trabajo liquidarlo.

    -Es verdad! -repuso Homar. Pasha Bey volvi junto a Long Tom, y dijo, en tono humilde y sonriente: -Mi amigo se ha alegrado mucho de verme! Y por la vida de tu padre, te agradezco

    con toda el alma el dejarme hablar con l! -Bien, bien -murmur Long Tom, en tono impaciente-. Vamos deprisa! Tenemos que salir de Alejandra en el Cameronic, poco despus de media noche. Salieron a la calle. Un lindo y poco costoso automvil se acerc a la acera. -Aqu est nuestro vehculo, mi amo -dijo Pasha Bey, sin querer aadir que el coche

    haba sido robado, y que el chofer era uno de los ms expertos y temibles asesinos de Alejandra, al que slo poda compararse el mismo Pasha Bey. Subieron al carruaje.

    El auto parti, atravesando calles estrechas, la bocina sonando constantemente para hacer apartar al gento que llenaba el arroyo.

    Long Tom se arrellan confortablemente entre los cojines de la tapicera, completamente ajeno a que le llevaban a una emboscada mortal.

    CAPTULO II CAVERNAS DE HUESOS

    En el Hotel Londoner, Homar se apresur a apoderarse de la nota que estaba en la

    habitacin de Long Tom, segn le haba rogado Pasha Bey que hiciese.

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    En lengua egipcia, el nombre de Homar significa asno. Este sobrenombre o apellido se lo haba valido a Homar el hecho de aparecer siempre sooliento.

    Y, sin embargo, Homar no era ni tardo en sus movimientos ni estpido en modo alguno. Antes al contrario, era un hombre de espritu agudo e infernal, ya que de otro modo no habra figurado en la partida de Pasha Bey.

    No le cost trabajo alguno apenas violentar la cerradura de la habitacin de Long Tom. Entrando, cogi la nota que estaba sobre la mesa.

    Luego extrajo de un bolsillo de su albornoz un habrit, especie de cerilla egipcia, con nimo de quemar el papel.

    Pero, pensndolo mejor, arroj la cerilla al suelo y se guard el papel en lo ms profundo de su albornoz.

    Quiz Pasha Bey pudiera encontrar alguna utilidad a la famosa nota. Se volvi, disponindose a partir. La puerta de la habitacin se haba abierto y cerrado

    en seguida, mientras Homar estaba cogiendo el papel, sin que el egipcio se diera cuenta de nada.

    La cosa haba sucedido con el ms absoluto silencio. Homar, al salir de la habitacin, no se dio cuenta de que la ventana situada al fondo del

    corredor, estaba abierta. Y baj con paso rpido las escaleras, deseoso de unirse a Pasha Bey en el asesinato. Un momento despus de haber desaparecido Homar, la gigantesca forma bronceada de

    Doc Savage apareci en la ventana abierta. Haba estado por la parte del exterior, sostenindose en el alfeizar con la punta de los

    dedos. Adems, Doc Savage haba sido tambin quien abri y cerr en seguida la puerta de la

    habitacin de Long Tom tan silenciosamente, mientras Homar se apoderaba de la nota. Doc haba subido las escaleras a tiempo para presenciar la hazaa sospechosa de

    Homar, descerrajando la puerta de Long Tom. Doc Savage sigui a Homar. Doc se daba en seguida cuenta de las circunstancias. As,

    ahora adivinaba que la lucha acuda de nuevo a l y sus hombres, como era tan frecuente. Y Doc estaba decidido desde aquel mismo instante a descubrir lo que hubiera de

    extrao y misterioso en aquel incidente. Homar alquil un coche desvencijado en las cercanas del hotel, Doc subi a otro, ordenando al conductor que siguiera al primero y no lo perdiese de vista.

    Se dirigieron hacia la parte de Alejandra donde est situada la Columna Pompeya, en la parte ms alta de la ciudad.

    El fuste de la columna, maravillosamente pulida, reluca dbilmente bajo la luz plida de la luna.

    Desde all, el camino torca hacia el Sudoeste. El cochero de Doc Savage continu adelante, obedeciendo una orden breve, dada en

    tono muy bajo por su cliente. As avanz un poco, hasta que, de pronto, descubri una moneda de oro de cincuenta

    piastras junto a l, en el asiento. Mir en torno. Y, con gran asombro pudo darse cuenta de que su cliente haba

    desaparecido. Doc Savage haba abandonado el coche a poca distancia del sitio en que en aquel

    momento se encontraba el carruaje, con un silencio de fantasma, tanto ms notable cuanto resultaba inverosmil, dada su enorme estatura.

    Y se escondi detrs de un montn de ruinas, espiando los movimientos de Homar, que avanzaba a buen paso.

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    Homar se acerc a una cabaa miserable. Doc le sigui como una sombra bronceada e invisible.

    El extrao rechinar de una losa se oy dentro de la cabaa, que era de piedra. Doc mir al interior. Utilizando una linterna, Homar estaba levantando una losa del suelo.

    Luego penetr por la abertura, volviendo a bajar la losa sobre su cabeza. Doc Savage extrajo entonces a su vez otra linterna de uno de sus bolsillos. Y el haz de luz ilumin el interior de la cabaa. Unas gotas de sangre aparecieron en el suelo, bajo el resplandor de la linterna. Y junto

    a la trampa de piedra, haba cinco largas manchas rojas. Cinco...! Era una huella dactilar en sangre! Agachndose, Doc las examin largamente. De pronto, en el interior hediondo de la

    cabaa, se oy un ruido extrao. Era una nota suave, dulce, apenas perceptible, impresionante, como de algn pjaro

    extico de la jungla, o quiz causado por el viento al penetrar por los intersticios de las ruinas. De todos modos, resultaba algo pavoroso aquel lugar, pues no pareca venir de ningn

    sitio determinado. Era Doc Savage quien lo haba emitido. Este sonido era algo consubstancial e

    inseparable de Doc Savage, que lo emita en momentos de tensin nerviosa o de gran emocin.

    La huella dactilar en sangre que apareca junto a la trampa de piedra, perteneca a la mano derecha de Long Tom!

    Doc haba visto las huellas dactilares de sus cinco ayudantes infinidad de veces, y poda reconocerlas instantneamente.

    Se aferr a la trampa, a la losa. Esta haba chirriado al ser levantada por Homar; pero ahora gir tan sencillamente, bajo la mano de Doc Savage, que se habra dicho que el gigante de bronce tena un poder sobrenatural para hacer que objetos y cosas permanecieran quietos y silenciosos bajo el influjo de su voluntad.

    Unos peldaos fros y hmedos conducan hacia abajo. Luego vena una especie de tnel oscuro, de bajo techo. El suelo estaba cubierto del polvillo de los siglos.

    Y el ruido sordo de los pasos de Homar sonaba muerto, como los golpes cadenciosos que se dieran en el parche de un tambor lleno de agua.

    Doc Savage avanz sin producir el menor ruido, sin encender siquiera su linterna, palpando con sus dedos sensitivos los muros.

    Estos eran de argamasa ruda. De vez en cuando, sus manos palpaban pequeos depsitos de agua retenida en cavidades del muro, filtrada en el curso del tiempo.

    Al fin, llegaron a un sitio donde el tnel se bifurcaba en tres ramas. Homar sigui por la de la derecha. Pareca conocer perfectamente el sitio adonde se diriga.

    Los muros, de pronto, se hicieron slidos, cambindose en muros de piedra, en vez de los de argamasa. Doc pudo darse cuenta que estaban tallados en la roca viva.

    Doc Savage extrajo una pequea cajita de uno de sus bolsillos. La cajita iba llena de un polvo especial.

    A intervalos regulares, el americano iba arrojando al suelo un poco de aquellos polvos. EL ruido de los pasos de Homar continuaba oyndose de modo interminable. Era un

    ruido muerto, de pies arrastrados, que tena una nota lgubre, algo que pareca hablar de muerte y de tragedia.

    El aire era hmedo, pegajoso. Se tena la sensacin de respirar dentro de un bal inmenso, que hubiera estado cerrado durante siglos.

    Una y otra vez, el tnel se bifurcaba. Y cada pocos metros Doc Savage iba dejando un poco de sus famosos polvos en el suelo.

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    Esto pareca un tanto extrao, desconcertante. Los polvos no despedan olor alguno, ni brillaban en la sombra.

    El tnel se ensanch, formando una serie de amplias estancias sucesivas. Las manos de Doc Savage pudieron percibir en los muros una especie de rocas

    redondas y pulidas. Estas rocas formaban el arco de la bveda, hasta arriba. El americano saba lo que era aquello.

    Eran calaveras humanas...! Los muros de las catacumbas estaban llenos de ellas. Ms lejos se vean muchos nichos en los muros, en forma de atad, llenos de huesos de

    brazos y piernas, de espinas dorsales, de costillajes. Era un sitio macabro y hediondo. Doc Savage, empero, continu adelante, sin vacilar ni estremecerse. Si experimentaba

    los sentimientos que habran invadido a otro hombre en parecidas circunstancias, no daba muestra alguna de ello.

    Doc tena un gran poder sobre s mismo y una maravillosa facilidad de concentracin. Evitaba el influjo terrorfico del ambiente sencillamente concentrando su atencin y su

    inters en la persecucin del hombre que iba delante de l, y en no perderlo de vista. Homar llevaba su linterna encendida en la mano. Los dos hombres iban penetrando ms profundamente en el terrible laberinto de las

    catacumbas. De vez en cuando bajaban escaleras. Las catacumbas parecan constar de varios pisos.

    Eran incontables los millares de muertos enterrados all, pues la ciudad databa del siglo III. En ciertos sitios los muros se haban cerrado, encerrando entre las piedras a los

    muertos, quiz para siempre. Tres veces Homar fue abriendo puertas de piedra. Doc, tras el egipcio, silencioso como

    una sombra, iba dejando de vez en cuando pequeas porciones de sus famosos polvos. Al fin llegaron a su destino. Varias linternas iluminaban aquel sitio con luz brillante. Los asesinos estaban sentados

    en cuclillas o de pie, rodeando a un hombre cado. Este era Long Tom. La mejilla de Long Tom era una mancha pegajosa y oscura de sangre coagulada, que

    haba corrido desde una herida hecha en la cabeza, seguramente a consecuencia de un golpe que le haba dejado sin sentido.

    Y los movimientos torpes y aturdidos del infeliz revelaban que acababa de recobrar el conocimiento.

    Pasha Bey, como un inmenso montn de huesos envuelto en un albornoz blanco, estaba enfrente de Long Tom.

    En la zarpa descarnada del asesino de profesin se vea un talonario de cheques de los que llevan ordinariamente los viajeros.

    Este talonario comprenda todos los fondos de viaje de Long Tom, y ascenda en total a ms de mil dlares. -Por el ojo izquierdo de Al mismo, te lo juro! -deca Pasha Bey en este momento-. Si firmas estos cheques te devolver la libertad y te guiaremos para que salgas de esta infernal guarida atestada de huesos.

    Por lo visto, Long Tom estaba todava vivo, gracias solamente a la avaricia de Pasha Bey.

    Long Tom haba firmado cada uno de los cheques, como es costumbre cuando se adquiere un talonario; y podan hacerse efectivos en el momento en que los firmara por segunda vez, en el sitio a ello destinado.

    De modo que, una vez con las dos firmas de Long Tom, Pasha Bey poda cobrarlos cuando quisiera.

    Long Tom frunci el ceo, de pronto, y dijo:

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    -No! No me engaars! -Por los dos ojos de Al, te juro que yo...! -Conozco perfectamente a los embusteros! Puedes jurar por todo el cuerpo de Al que

    yo no he de creerte. Pasha Bey desenvain una de sus terribles singas. A la luz vacilante de las linternas, el

    egipcio tena un aspecto siniestro. Se habra dicho que era un conjunto de huesos sacados de los muros inmediatos,

    teidos de color oscuro, animados con un soplo de vida, cubiertos luego con un albornoz blanco.

    -Wallab! -rugi, en egipcio. Piensa que la nica probabilidad que tienes de salvar la vida es firmando estos cheques!

    Long Tom, lentamente y con gran esfuerzo, consigui sentarse. Sus muecas y sus tobillos estaban fuertemente atados.

    Su rostro apareca ms lvido que de ordinario y tena una expresin de dureza. Era lo bastante inteligente para comprender que estaba a dos dedos de la muerte, firmara o no firmara aquellos cheques.

    De pronto, sus pies atados se distendieron con un esfuerzo inesperado. Haba decidido jugarse el todo por el todo. El puntapi, aunque torpe a causa de las

    ligaduras, hizo caer de cabeza a Pasha Bey. La singa se escap de sus manos, fue rebotando hasta dar en el techo, y luego cay al

    lado de las manos de Long Tom, faltando poco para que le hiriera. Con un rapidsimo movimiento, Long Tom acerc sus manos atadas a la cimitarra,

    cort las cuerdas que las ligaban y se apoder del arma. En seguida, de un solo y hbil tajo, cort la cuerda que trababa sus pies. Rugiendo de

    rabia, todos los hombres de Pasha Bey se lanzaron hacia adelante. Casi todas las manos morenas y descarnadas empuaban una cimitarra o un pual de brillante acero.

    Todos se inclinaron hacia el suelo, semejantes a ratones oscuros envueltos en telas blancas.

    De pronto sonaron dos golpes. Cada uno de ellos parti los huesos, destroz la carne... Y los dos hombres que los haban recibido cayeron al suelo sin saber lo que haba ocurrido... completamente fuera de combate.

    EL cuerpo de Long Tom fue arrebatado, de golpe, por una garra poderosa, de debajo mismo de las cimitarras y los puales levantados sobre l.

    La cosa sucedi con tan terrible rapidez que el mismo Long Tom no pudo ver quin era su salvador, hasta que estuvo fuera de peligro.

    Pero comprendi, adivin quin era, desde el instante que se sinti cogido por aquella garra poderosa y salvadora.

    Solamente haba un hombre que poseyera tal fuerza de agilidad: Doc Savage! Uno de los hombres de Pasha Bey abri mucho los ojos al ver surgir ante l, como un

    terrible gigante de bronce, a Doc Savage. Lanz un grito, al sentirse herido con su propia singa que alguien le haba arrebatado.

    Su grito de terror se cambi en un aullido de agona, al sentir que alguien le sujetaba la mueca en el aire.

    De un tirn espantoso, el presunto asesino vio arrebatada su arma. Y cay hacia un lado, como un fardo arrojado violentamente contra el suelo; dio contra la pared y rebot, quedando luego tan aturdido que no pudo moverse.

    Los egipcios, armados con cimitarras, con puales, cargaron entonces contra el gigante de bronce; pero ste se desvaneci ante los ojos de sus enemigos, con tanta presteza que ni siquiera lograron alcanzarle los haces de luz de las linternas.

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    Dos egipcios se desplomaron al suelo como leos, antes de que pudieran darse cuenta de que Doc Savage haba atacado por aquel lado a sus enemigos.

    Eso colm la medida. La cosa tocaba ya los limites de lo sobrenatural. Porque era increble que un ser de carne y hueso pudiera moverse con tal rapidez. -Wallah! -gimi uno de los egipcios. Es un run... un espritu! Quiz los otros pensaron otro tanto. O tal vez carecan del valor necesario para

    entablar una verdadera lucha. Donde ellos se mostraban bravos y empleaban sus procedimientos de lucha, era

    cuando luchaban en la proporcin de diez contra uno, y en una calle oscura y desierta. Huyeron, pues, dispersndose por todas las avenidas de las catacumbas, trazando con

    los rayos vacilantes de luz sus linternas dibujos fantsticos. Uno de los egipcios, menos gil, se qued detrs de sus compaeros, y lanz de pronto

    un agudo chillido de terror al sentir que unos dedos semejantes a cables de acero, se enroscaban a su garganta.

    Y un golpe en una sien le privaba de sentido. Los otros no podan correr mucho ms, pero, de todos modos, se esforzaban en

    intentarlo. Delante de los fugitivos, a bastante distancia, luca un osado rayo de luz de una

    linterna. Era la linterna de Pasha Bey, el maestro de asesinos. Maestro de asesinos y maestro de prudentes tambin! l saba en seguida cundo era

    prudente entablar batalla y cundo haba que huir. Por eso, en esta ocasin, haba cogido una delantera muy grande a sus compaeros.

    Ahora ya saba que Long Tom era uno de los que componan el grupo de cinco ayudantes de Doc Savage.

    Y lo pagara caro! Lo pagara caro, tan pronto como Pasha Bey pudiera ir a toda prisa a la calle de las inmediaciones de la plaza de Mehemet Al, a verle.

    El grupo de fugitivos egipcios pas una de las puertas de piedra que cerraban de vez en cuando las galeras de las catacumbas. El ltimo de los fugitivos cerr la losa de golpe.

    La losa de piedra giraba sobre goznes de hierro enormes, y era sujetada, adems, por medio de una gran barra de hierro. Y el egipcio puso la barra.

    -Wallah!! -grit luego, en tono de triunfo-. Por la vida de mi padre, estamos salvados! El gigante de bronce y ese otro al que hemos querido asesinar no podrn escapar jams de aqu! No hay ms salida que esta, de las catacumbas!

    De todos modos, el grupo de fugitivos continu corriendo cuanto podan.

    CAPTULO III EL PELIGRO DEL "CAMERONIC"

    Doc Savage lleg al fin a la gran losa de piedra que serva de puerta. Empuj suavemente. La piedra chirri un poco, pero no cedi absolutamente nada.

    Era tan slida como la puerta de entrada al departamento acorazado de un Banco. Doc Savage se volvi para unirse a su amigo. Long Tom, mientras tanto, se haba libertado por completo de sus ligaduras, y estaba

    algo rezagado, movindose torpemente y reuniendo alfanjes, cimitarras y puales, arrojados en su huida por el enemigo.

    Luego recogi su talonario de cheques, lo acarici amorosamente con varios golpecitos, y se lo guard.

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    -Pues, gracias a esto, Doc, he podido conservar la vida hasta que t has llegado! -explic a su amigo y jefe.

    -Pero, te han querido robar, no es as? -pregunt Doc. Long Tom se acarici el cabello y contest: -Yo no lo creo as, Doc! Claro est que estas gentes no me han largado una pualada

    con la esperanza de que les firmara estos cheques. Pero, de todos modos, no creo que el robo fuera verdaderamente el objetivo de esos forajidos. Los cheques carecan de valor mientras yo no los firmara.

    -S que resulta extrao... -Eso es. Ahora, que yo no acierto a comprender por qu me han escogido a m y me

    han trado hasta aqu. -Quizs esas gentes estaban compradas. -S; eso mismo pienso yo. Pero, quin ha podido comprarlos? Y por qu? Nosotros

    no tenemos enemigos en Alejandra. O, por lo menos, yo no los tengo. Muy brevemente, Doc explic entonces a su amigo cmo l haba podido ponerse

    sobre la pista al observar a aquel hombre que coga la nota en la habitacin del hotel. -Claro est que aquella nota era un cebo, evidentemente -murmur Long Tom. En este momento se oy un dbil ruido cercano, en la oscuridad de la galera. Doc

    dirigi el haz de luz de su linterna al sitio de donde proceda el ruido. Era el hombre que haba quedado aturdido y medio privado de sentido al ser lanzado

    contra la pared por Doc Savage. El egipcio estaba haciendo esfuerzos por emprender la huida. De dos grandes zancadas, Doc cay sobre el egipcio, agarrndole por el cuello. Luego

    dirigi la manga de su linterna al rostro de su enemigo. Era Homar. Su rostro atezado tena una expresin de infinito terror. -Este es el amigo que cogi la nota en tu habitacin -dijo Doc Savage a Long Tom-.

    Vamos a ver si la lleva todava encima. Homar estaba tan aterrado que permaneci perfectamente dcil y sumiso, y, temblando

    como un azogado, dejse registrar de pies a cabeza. El cuerpo bronceado de Doc Savage haba tenido un aspecto terrorfico en medio de la

    batalla; pero ahora, visto as tan de cerca, produca un terror ms espantoso todava. Doc encontr pronto la nota, y se puso a leerla. Luego dijo: -El nombre que figura al pie de la nota, Leland Smith, es falso. La forma de la letra es

    muy afectada, lo mismo que el estilo. La mayora de las personas trazan su firma con rasgos ms sueltos y giles que el resto de una carta. El autor de sta era un hombre alto y fornido, como denotan estos rasgos enrgicos. Era, adems, un hombre culto y educado, como lo demuestra la ortografa de la carta y el hecho de que hable de este asunto de los tomos. Esto parece ser todo lo que la nota nos dice de momento. Pero aqu no se ven las huellas dactilares.

    Long Tom contempl al acobardado Homar durante un instante, y luego de reflexionar, dijo:

    -Estoy pensando si el tipo este nos podra decir algo de importancia! Homar se estremeci, y dijo, en tono plaidero y en egipcio: -Ma at-kallims el loghcab el Ingeliz!! Haba querido decir que no hablaba ingls. -Mientes! -dijo Doc, rudamente-. De otro modo, cmo sabras lo que acaba de decir

    mi compaero, de que t quiz pudieras comunicarnos alguna noticia...? -Wallah! -murmur Homar. Y en seguida aadi, en correcto ingls-: Yo no s nada!

    Yo soy un hombre inocente. Long Tom lanz un hondo suspiro de rabia contenida. Doc Savage inici ahora una serie de terribles preparativos. Escogi de la coleccin de

    armas recogidas por Long Tom poco antes, la de hoja ms acerada y pulida.

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    La limpi en su manga varias veces, y luego avanz hacia Homar. Este empez a gritar, retrocedi, aterrado, y luego, cerrando los puos, los mostr,

    colricamente, a Doc Savage. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de pensarlo siquiera, se vio sujetado por una

    zarpa de acero que le redujo a la impotencia. Y la hoja reluciente de acero de un arma qued suspendida sobre su cabeza. -Alumbra a la hoja de la cimitarra! -dijo Doc a Long Tom. Este obedeci, y los ojos casi salidos de las rbitas de Homar contemplaban el arma

    brillar trgicamente. Doc la mova con lentitud, para arrancarle constantes reflejos azulados. Homar la miraba como fascinado por el terror. Seguramente el egipcio se deca que, en

    cualquier momento, la hoja poda caer sobre su cuello y segarlo, o hundrsele en el corazn. No tena la ms remota idea de lo que se propona hacer Doc Savage. El terrorfico silencio que reinaba en el interior de las catacumbas no se vea turbado

    ms que por la respiracin jadeante y angustiada de Homar. Los segundos eran interminables. La hoja de acero de la cimitarra brillaba y refulga

    bajo el haz de luz de la linterna. Homar no apartaba sus ojos del arma, completamente fascinado. De pronto, tan imprecisamente como la otra vez, tan extraa e inesperadamente, se

    dej or el ruido peculiar que produca Doc Savage en los momentos de gran nerviosidad o emocin, un ruido inexplicable, bajo, triste.

    Los ojos de Homar se abrieron todava ms, hasta casi salirse de las rbitas. Empezaba a ser hipnotizado rpidamente. -Hblale a la hoja reluciente de la cimitarra! -orden Doc Savage a Homar-. Dile a la

    hoja por qu intentabas asesinar a mi amigo. De la garganta de Homar salieron ahora varios sonidos inarticulados. Al fin pudo

    decir, con voz temblorosa: -Se nos haba ofrecido dinero, OH, cimitarra! bamos a recibir cuatro mil piastras por

    la muerte de Long Tom Roberts! -Quin os haba comprado? La cimitarra quiere saberlo! -No lo s. Fue un hombre desconocido quien fue a buscar a nuestro jefe, Pasha Bey. El

    desconocido no nos dej ver su rostro. -Bien. Dile ahora a la cimitarra dnde vais a encontrar a ese hombre de nuevo. -S. -Dnde? Homar hablaba ahora en rabe, lengua que Doc Savage hablaba perfectamente, como

    le ocurra con otros muchos idiomas. -El encuentro, la cita, iba a ser en una calle cercana a la plaza de Mehemet Al -sigui

    diciendo Homar-. Pasha Bey tena que ir all, a dar su informe. -Bien. Dinos el nombre de la calle y haznos una exacta descripcin del sitio. Queremos

    ir all. Homar obedeci. Doc Savage baj la cimitarra y, dando una bofetada a Homar y llamndole en voz alta,

    consigui deshacer el encanto hipntico en que le haba sumido poco antes. -Vente para all! -le dijo Doc Savage a Long Tom-. Vamos a permitir a este pobre

    diablo que se marche, aunque no se merece ni mucho menos la libertad. Dejemos de lado a su clera, si no queremos perder el Cameronic, cuando parta poco despus de media noche.

    Dejando a sus espaldas a Homar, demasiado aturdido todava para andar o hablar coherentemente, los dos amigos avanzaron vivamente por la galera de las catacumbas, hasta llegar junto a la puerta de piedra.

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    -Buenas noches! -murmur Long Tom, en tono festivo-. Estamos encerrados! Y slo disponemos de puales y cimitarras para atacar esta losa que nos cierra el paso. Tardaramos das enteros en poder hacer un agujero aqu.

    Pero mir a Doc, y su rostro se ilumin con una especie de resplandor de esperanza. Doc Savage siempre encontraba salida para situaciones como aquella.

    Doc, mientras tanto, se haba metido dos dedos en lo hondo de su boca, y pronto se sac dos muelas extraas.

    Eran dos muelas postizas, que Doc llevaba siempre consigo. En ellas se encerraban dos productos qumicos diferentes.

    Mezclando los dos productos qumicos, Doc introdujo la mezcla entre unas rendijas de la losa.

    -Aprtate! -orden a Long Tom. Bummmmm! Una terrible explosin hizo temblar la tierra bajo sus pies. El tnel de la catacumba se

    llen de humo. La explosin hizo caer cataratas de huesos de los nichos y chocar las calaveras en

    trgicas carambolas. Era que la mezcla de los dos productos qumicos de Doc Savage, al poco rato de ser

    colocada entre los intersticios de la piedra, haba hecho explosin, encontrndose con que la piedra se haba convertido en un montn de escombros.

    Long Tom avanz, sintindose nuevamente inquieto. Ahora se daba cuenta de que las catacumbas eran un laberinto sin fin, donde era imposible orientarse.

    Y si se perdan en este laberinto espantoso...? Pero pareca haber ocurrido un milagro. Delante de ellos, como marcando el camino

    de la salida, se vea una verdadera procesin de puntos luminosos. Parecan otros tantos braseros...! En realidad, eran polvos qumicos que Doc Savage

    haba ido depositando de vez en cuando, cuando penetr en las catacumbas. Estos polvos, aunque al principio no posean propiedades luminosas, las adquiran y se

    convertan en fosforescentes al cabo de estar expuestos al aire hmedo cierto tiempo. Los dos amigos lograron salir por el mismo sitio por donde entrara en las catacumbas

    Doc Savage, esto es, por la pequea cabaa de piedra. Doc empez a correr, al tiempo que explicaba a su compaero, que le imit: -Quizs encontremos un coche cerca de la columna Pompeya! Long Tom no contest. Toda su fuerza la empleaba en mantenerse junto a Doc Savage,

    que corra a toda velocidad. No encontraron coche donde esperaban, pero s un vehculo desvencijado, en el que

    iba un turista obeso, y cuyo chofer consinti en llevarlos hasta la plaza de Mehemet Al. El coche parti lentamente.

    Doc mostr al chofer un billete americano, muy grande, al tiempo que le rogaba, en idioma egipcio:

    -Imshi hil' agal! -Y en seguida aadi, en ingls-: Vaya ms deprisa! El chofer no se hizo repetir la orden. Antes al contrario, los dos amigos tuvieron que

    recordarle repetidamente la conveniencia de no tomar las curvas en ngulo recto a cuarenta kilmetros por hora.

    En la oscura callecita que desembocaba en la plaza de Mehemet Al, tres rabes, de aspecto inofensivo e inocente, envueltos en amplios albornoces, avanzaban lentamente.

    Llevaban las manos escondidas y los rostros medio ocultos en pliegues del albornoz... para ocultar los numerosos araazos y golpes recibidos en su loca huida de las catacumbas.

    Pasha Bey no haba ido directamente a aquella oscura callejuela. Se haba detenido en el camino, para reflexionar.

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    Y como resultado de sus reflexiones, haba decidido que no le acompaaran a la cita con el hombre que les haba pagado para realizar aquella hazaa, ms que de dos de sus mejores esbirros, famosos asesinos.

    -Wallah! -murmur Pasha Bey-. Habis comprendido bien lo que tenemos que hacer?

    -S, te hemos comprendido, OH, gran jefe! -Ese hombre que nos ha comprado, cometi un acto infernal no dicindonos que el

    hombre al que bamos a matar era uno de los amigos de Doc Savage. Y es preciso que eso lo pague!

    -S, jefe -respondieron los otros dos al unsono-. Lo pagar! -Lo pagar con su vida! -S, jefe. Con su vida lo pagar. Y con su dinero tambin, si lleva algo encima. Pasha Bey apret sus puos huesudos, y dijo, entre dientes: -Yo he estado reflexionando mucho, OH, hermanos, acerca de esos diamantes que se

    dice posee Doc Savage! -Esos diamantes quiz no existen ms que en las habladuras de cafs y tabernas. -O quiz son una realidad, Wallah! Y no me negaris que sera muy hermoso poder

    hundir nuestras manos en cajas llenas de diamantes y otras piedras preciosas. -Bien, adnde nos llevan estas palabras tuyas, OH, jefe? -A esto: he pensado que yo me pondr a hablar con el hombre que nos ha comprado,

    esperando ocasin y momento oportunos para deslizarle mi cordn de seda por el cuello. Quizs ese hombre est enterado de eso de los diamantes.

    -Ese es un pensamiento digno de Al! Y una vez enterrado en las catacumbas Doc Savage, nos sera bien fcil apoderarnos de las piedras preciosas.

    Pero el que as hablaba hubiera llevado la mayor sorpresa si hubiese podido averiguar que en aquel mismo instante Doc Savage y Long Tom le estaban espiando desde una esquina, cerca de la plaza de Mehemet Al.

    Y an se habra sorprendido ms si hubiera podido ver a Doc y a Long Tom avanzar, silenciosamente, hacia adelante, en el mismo momento en que Pasha Bey y sus compaeros penetraban en el oscuro tnel donde iba a tener lugar el encuentro.

    Escondidos y agazapados, Doc Savage y su compaero estaban espiando a sus enemigos, de forma que pudieron or todas sus palabras. Pasha Bey acerc su rostro flaco a la rejilla de la puerta, y llam, en voz baja.

    -Y bien? -pregunt desde el interior la voz del hombre que haba comprado a los asesinos.

    -Tu humilde criado viene a rogarte que le permitas informarte de su fracaso. Hemos fracasado al intentar matar a Long Tom.

    Esto, en cuanto a Pasha Bey se refera, era una mentira. Para l, Doc Savage y Long Tom estaban encerrados en las catacumbas, donde seguramente pereceran de hambre.

    -Qu? -rugi el hombre escondido al otro lado de la puerta-. Habis fracasado en la hazaa?

    -S; pero no ha sido culpa nuestra -repuso Pasha Bey, en tono humilde y sumiso-; t, OH, mi amo!, debas habernos advertido que Long Tom Roberts era un amigo de ese hombre misterioso y de poder infinito, llamado Doc Savage. Entonces nosotros nos habramos preparado mejor y habramos tomado ms precauciones.

    -Qu... es que Savage os ha descubierto? -S, mi amigo. Y ha hecho fracasar todos nuestros planes. El hombre escondido al otro lado de la puerta estuvo jurando durante unos momentos,

    con increble violencia.

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    Pero la voz y las palabras del que juraba descubrieron algo muy interesante a Pasha Bey, y tambin a Doc Savage y a Long Tom, escondidos en el lbrego callejn, y que a todos les llen de asombro: era que la voz del desconocido que se esconda tras la puerta era fingida, falsa.

    Y quiz el lenguaje vulgar que empleaba el desconocido era tambin fingido. Porque el hombre invisible tena ahora una voz poderosa y llena, y hablaba un

    correctsimo ingls. -Es preciso que vayas y te apoderes del amigo de Doc Savage! -rugi el desconocido,

    cuando se cans de jurar y protestar-. De ese... o de cualquiera de los otros cuatro hombres que pertenecen al grupo de Savage, has odo? Cualquiera sera capaz de realizar la hazaa!

    -Oh, es muy difcil... eso que nos pides! -repuso Pasha Bey, en tono dulce, para ganar tiempo-. Piensa que cuatro mil piastras es muy poco dinero para realizar esa hazaa.

    -Bien; ya agregar algunos dlares ms a la cantidad. Pasha Bey empez a maniobrar ahora en la sombra, disponindose a realizar su

    objetivo, y dijo, como si apuntara una idea: -Quiz pudiramos realizar mejor nuestro cometido asocindonos! -Qu quieres decir t, camello huesudo? -Quiero decir, OH, amo!, que a nosotros nos llenara de alegra el poderte ayudar a

    que te apoderases de las piedras preciosas, a cambio de que nos dieras unas cuantas! Una verdadera explosin de juramentos surgi de la enrejada ventanilla. -Yo no busco diamantes de ninguna clase! Yo no s nada de esas piedras preciosas

    de que t hablas, fuera de las habladuras y los chismes que circulan sobre ello en esta hedionda ciudad!

    -No nos engaas? -pregunt Pasha Bey, en tono incrdulo, porque crea haber descubierto un engao en su amo de ocasin-. Entonces, OH, amo!, Por qu queras asesinar a Long Tom Roberts?

    El desconocido dijo, desde su escondite, luego de un momento de vacilacin: -Doc Savage y sus cinco compaeros han tomado pasaje en el Cameronic, que se

    hace a la mar esta misma noche. Pues bien: yo no quiero que embarquen en el Cameronic, comprendes?... Tengo razones de peso para impedirles embarcarse en ese buque. Y yo haba calculado que, una vez asesinado Long Tom Roberts, Doc Savage se quedara aqu para realizar pesquisas acerca del crimen. De este modo l y su grupo se quedaran en tierra.

    Pasha Bey, al or esto, sinti una clera feroz, aunque la disimulaba bajo una capa de dulzura y suavidad.

    Le haban usado como instrumento para despertar la clera de Doc Savage y hacer que ste perdiera el buque. Por vida de Al...!

    -Wallah! -murmur, entre dientes. Entonces, sacando el cordn de seda que llevaba anudado a la cintura y oculto bajo su

    albornoz, lo arroj por entre los barrotes de la reja con fuerza. Su mano tena una gran experiencia... y consigui enroscar el cordn en el cuello del

    hombre invisible. En seguida, dando un salto hacia atrs, puso el cordn tirante, apretando la garganta de su amo de ocasin.

    Pasha Bey abri mucho los ojos, al tiempo que una sonrisa de triunfo dilataba su faz. Ya tena su presa...! Ahora podra ahogarla cuando quisiera.

    Pero, de pronto, ocurri algo inesperado, que caus una inmensa sorpresa a los tres egipcios y a Doc y su amigo: la puerta se abri de par en par... y un tropel de hombres sali atropelladamente... hombres que estaban con el amo de ocasin de Pasha Bey y sus camaradas.

    Las hojas de acero brillaron en la sombra! Y las pistolas dispararon, llenando la callejuela de ruidos infernales.

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    Se origin una gritera espantosa en el oscuro tnel. Gritos, chillidos, juramentos y rugidos, llenaron el ambiente.

    Pero la barahnda termin con la misma rapidez con que haba empezado. Pasha Bey y sus camaradas fueron asesinados con una rapidez tan grande como

    seguramente ellos no haban empleado en ninguno de sus muchos crmenes. La puerta se cerr a espaldas de los asesinos fugitivos, mientras Pasha Bey y sus dos

    camaradas removanse con lo ltimos estertores de la muerte, desangrndose sobre las hmedas losas del pavimento.

    Long Tom y Doc Savage se deslizaron silenciosamente dentro del tnel oscuro. Los dos amigos se haban apartado del lugar del combate, practicando la vieja poltica de dejar que los perros se comieran a los perros.

    Pero la verdad es que nunca pudieron sospechar que los asesinos pudieran huir y desaparecer del lugar del combate con tanta presteza.

    La puerta era grande y slida, y no se vea cerradura alguna al exterior. En cuanto a los barrotes de la rejilla, eran muy fuertes y gruesos.

    Doc dirigi ahora el haz de luz de su linterna sobre los tres cadveres. Era un espectculo terrible, porque los cuerpos se iban desangrando lentamente, formando a su alrededor grandes charcos de sangre.

    Los tres egipcios haban sido asesinados a pualadas. -Diablo! -murmur Long Tom-. Pasha Bey era un hombre de peligro, pero resultaba

    un verdadero nio de pecho comparado con sus enemigos! Seguramente, estos individuos haban matado ya a mucha gente. Porque realizar una

    tarea con tal prontitud, requiere mucha prctica! Por lo visto, Pasha Bey haba luchado cuerpo a cuerpo con uno de sus asaltantes. Y su

    mano derecha, crispada, retena entre sus dedos descarnados, un cinturn. Al caer, se lo haba arrancado a su atacante. Tena unas tres pulgadas de ancho y era de cuero blando. Y a ste iban cosidas, una al

    lado de otra, numerosas insignias galoneadas, de forma circular. Cada una de aquellas insignias llevaba, bordado, un nombre. Doc examin algunos de

    los nombres. Sea Sylph, Henrryeta, U. S. S., Voyager, Queen Neptune, Gotham Helle. Sin hacer el ms leve comentario, Doc Savage se guard en un bolsillo el extrao

    cinturn. Luego se acerc a la rejilla y se aferr a los barrotes, tantendolos. Era evidente que el primitivo constructor de la casa los haba puesto all, seguro de que

    podran desafiar la fuerza del hombre ms corpulento. Eran, en efecto, muy slidos. Pero los fortsimos barrotes empezaron a gemir y a chirriar bajo las manos de acero de

    Doc Savage. Era algo fabuloso la fuerza que posea. El hecho de abrir las herraduras de los caballos o doblar monedas de medio dlar (eso

    que son las hazaas frecuentes de los atletas de profesin) resultaban cosa corriente y sin importancia para Doc Savage.

    Con un chasquido de la madera del marco, uno de los barrotes salt, y en seguida otro. Luego, con la ayuda de los dos barrotes arrancados, Doc Savage desarticul los otros, pugnando por alcanzar con la mano a la aldaba.

    A lo lejos, de la plaza de Mehemet Al, llegaban gritos y voces, indicando que se acercaban corriendo los bullis zebtieh, es decir, la polica egipcia, atrada por los disparos.

    Doc consigui abrir la puerta. En seguida se precipit en el interior, no llevando en sus manos otra cosa que su linterna.

    Porque Doc Savage no utilizaba jams en sus luchas armas de fuego. Long Tom penetr detrs de Doc.

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    Atravesaron un corredor impregnado de olor del samak y de humo de tabaco. Otra puerta les cerr el paso.

    Estaba cerrada tambin, pero era menos fuerte que la primera. Doc Savage descarg un formidable puetazo sobre la puerta, un puetazo como slo

    un puo de hierro era capaz de propinar y resistir. Y la hoja cedi como s fuera de papel. Pero al otro lado de la puerta slo encontraron corredores y ms corredores,

    habitaciones vacas, un silencio de muerte envolvindolo todo y finalmente, unas cuantas puertas abiertas, que daban a otra calle. No se vea un alma.

    -Se han escapado! -murmur disgustado Long Tom. -En efecto, amigo mo -asinti Doc-. Y nosotros, lo mejor que podemos hacer, es

    seguir su ejemplo. De otro modo, la polica podra detenernos para someternos a un interrogatorio, hacindonos de este modo perder el buque.

    Salieron, pues, a una callejuela apartada, y silenciosamente se alejaron de las proximidades de la plaza de Mebemet Al.

    CAPTULO IV EL HOMBRE DE LAS PATILLAS BLANCAS

    Doc Savage y Long Tom llegaron al Hotel Londoner, sin obstculo alguno. Consultando su reloj, Doc pudo ver que faltaban dos horas para que zarpara el

    Cameronic. Durante aquellas dos horas ocurrieron varias cosas. Y los incidentes eran de tal

    naturaleza, que demostraban bien a las claras la gravedad de los acontecimientos futuros. -El cielo los confunda! -murmur Long Tom, sonriendo con humor ingenuo-. Yo que

    esperaba tener un viaje feliz y tranquilo hasta Nueva York! Pero el gesto y la expresin de Long Toro desmentan sus palabras y sus quejas.

    Porque precisamente para Long Tom, como para cualquiera de los otros cuatro ayudantes de Doc Savage, no haba nada ms agradable ni codiciable que las emociones del peligro que resultaba del hecho de ir acompaando a Doc a travs del mundo.

    -Quisiera saber, Long Tom, si t has sacado las mismas consecuencias que yo de lo que te ha ocurrido esta noche.

    -Quieres decir lo que se oculta en realidad en el fondo de la cuestin, no es eso? -Exacto. -Ese individuo que ha intentado asesinarme, quera impedir que embarcsemos en el

    Cameronic. Quiz me alabo a m mismo y a mis compaeros con ello, pero apostara cualquier cosa a que ese individuo quiso evitar que subiramos a bordo de ese buque porque tema que le echramos a perder algn negocio, algn proyecto diablico que tendra algo que ver con el Cameronic.

    Doc asinti, contestando: -Mis sospechas van tambin por ese camino. Long Tom acab de hacer el equipaje, y luego pregunt: -Y qu hay de nuestros cuatro compaeros? -Han quedado en que se reuniran con nosotros en el buque. Doc sac de un bolsillo el cinturn que empu Pasha Bey, y se puso a examinarlo

    detenidamente. Long Tom se acerc tambin, imitando a su jefe. Sea Sylph, Henryetta, U. S. S., Voyager, Queen Neptune. Long Tom ley en voz alta algunos de estos nombres bordados en el cinturn, y luego

    dijo:

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    -Oye, Doc, a m estos nombres me parecen nombres de buques, no te parece? -En efecto -repuso Doc Savage-. De modo que cada una de estas insignias bordadas y

    circulares, es igual a la que lleva el capitn de un buque bordada en la banda de su gorra. -Y no te es familiar alguno de estos nombres, Doc? Doc no contest en seguida. Pero sus ojos relucieron un instante, antes de decir con

    voz lenta y grave: -Ya te contestar a esto ms tarde... despus que vea si puedo confirmar cierta

    sospecha que tengo! Long Tom no quiso insistir, sabiendo que nada conseguira. Por las palabras y el tono

    de Doc, comprendi que el cinturn aquel, lleno de insignias de capitanes de buques, tena una gran importancia.

    Y por una razn difcil de definir, el cinturn, colgando ahora de la mano poderosa de Doc Savage, impresion a Long Tom como algo que tuviera una propiedad extraa de siniestro augurio.

    Acabaron de hacer su equipaje, y reuniendo luego los bultos, pagaron la cuenta del hotel, y dirigironse a un taxi que estaba estacionado frente a la puerta,

    Precisamente, momentos antes de partir el coche, Long Tom compr un peridico de Alejandra, que se publicaba en ingls. Era una de las ltimas ediciones.

    No haba hecho ms que empezar a ojear los epgrafes de la primera plana, cuando lanz un grito de asombro.

    -Oye, Doc!- qu te parece esta noticia? -dijo alargando el diario a Doc Savage. Doc lo cogi y mientras el taxi iba recorriendo callejuelas estrechas, ley la noticia a

    que se refera su amigo: El empleado de un Banco, es encontrado asesinado. John Mack O'Minner, empleado en la Sucursal de Alejandra del Banco Americano, ha

    sido encontrado asesinado en las afueras de la capital en las primeras horas de esta noche. El cadver presentaba seales de violencia, por lo que se cree que el criminal o criminales sometieron a su vctima a torturas y golpes antes de matarlo.

    El infeliz empleado parece que fue asesinado hace veinticuatro horas, por lo menos. A primera vista, la noticia resultaba una cosa vulgar y corriente. Los crmenes y

    asesinatos no eran ms frecuentes en Alejandra que en cualquier otra gran ciudad del globo. Pero el muerto era empleado en el Banco Americano. Y este Banco era el que se haba

    encargado de enviar el inmenso tesoro de diamantes de Doc Savage a Nueva York, piedras preciosas que tenan un valor incalculable.

    El Banco haba llevado las piedras preciosas a bordo del Cameronic, bajo una fuerte vigilancia, para ser transportadas a Nueva York.

    -Ahora lo comprendo todo! -exclam de pronto Long Tom, muy excitado-. El pobre empleado ese del Banco, fue secuestrado, y luego le torturaron hasta que le arrancaron la confesin de dnde estaban las piedras preciosas. Luego le asesinaron. Y la banda que ha cometido el crimen, ha intentado alejarnos a nosotros del Cameronic, para tener las manos libres y poder apoderarse de las piedras preciosas.

    Doc, sin contestar, sac el cinturn lleno de insignias de capitanes de buques, y se puso a examinarlo pensativamente.

    Al llegar al muelle, encontraron el mismo ruidoso tumulto que acompaa a la partida de todos los grandes paquebotes.

    Buhoneros y vendedores de todas clases gritaban hasta desgaitarse, anunciando y ofreciendo sus mercancas: empanadas de carne, nueces, dtiles, baratijas y juguetes, recuerdos de Alejandra para los turistas.

    Los mozos y empleados se movan de ac para all, afanosamente. Los policas gritaban.

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    El taxi de los dos amigos atraves la barahnda, y Doc Savage y su ayudante fueron a echar pie a tierra cerca de la entrada del muelle.

    Doc Savage entreg sus maletas y bultos a uno de los mozos del Cameronic. Despus, los dos amigos perdieron algn tiempo mientras les arreglaban sus

    pasaportes. Haban entrado en Egipto sin necesidad de pasaporte alguno, ya que venan a bordo del

    dirigible perdido, como etapa final de su gran aventura en el oasis desierto e ignorado. Los documentos y papeles que el cnsul americano haba entregado a Doc y sus

    camaradas, fueron al fin aceptados como buenos, y Doc y Long Tom pudieron subir a bordo del Cameronic, entre grupos de animados turistas.

    La barahnda y los gritos de los vendedores, intentando hacer una ltima venta, eran ensordecedores.

    Pero apenas haban dado una docena de pasos, cuando se oyeron gritos terribles al fondo.

    Luego, golpes. Y por ltimo los alaridos de un hombre presa seguramente de un dolor espantoso.

    Tres hombres, delgados, de tez oscura, surgieron por una de las puertas que salan al corredor. Iban medio desnudos, con los albornoces destrozados.

    Uno de ellos chorreaba sangre de una herida en un brazo. Detrs del ltimo fugitivo, persiguindole de cerca, apareci un hombre delgado,

    elegantemente vestido, con todas las trazas de un perfecto gentleman. Sus ropas tenan un corte y un aspecto impecables. A pesar de su aspecto colrico y como fuera de s, sus vestidos se conservaban irreprochables como si estuviera presidiendo un banquete.

    El gentleman esgrima un pequeo y fino bastn de estoque. Era evidente que ste era el que haba causado la herida en el brazo al fugitivo.

    El elegante personaje era el brigadier general Teodoro Marley Brooks, ms conocido por Ham.

    Era uno de los abogados ms inteligentes y hbiles que haban salido de la Universidad de Harvard, y uno de los cinco ayudantes de Doc Savage.

    Casi pisando los talones a Ham, surgi tambin en el corredor el hombre ms feo que quiz haba puesto sus pies en el Cameronic.

    Pesaba ms de cien kilos y tena el rostro y el aspecto de un gorila. Sus brazos eran unas cuantas pulgadas ms largas que sus piernas.

    Su piel estaba cubierta de una espesa maraa de cerdas rubias. Su faz, de expresin alegre, estaba llena de pequeas cicatrices, semejantes a lneas delgadas y grises, como si un pollito, con las patas manchadas de yeso o cal, hubiera paseado por su rostro.

    -Mono! -grit una voz. Ningn otro mote habra cuadrado mejor a aquel hombre. Y en su personalidad

    verdadera, es decir, como Teniente Coronel Andrew Blodgett Mayfair, estaba considerado como uno de los ms grandes qumicos modernos.

    Tambin era l uno de los cinco ayudantes de Doc Savage. Monk y Ham se lanzaron furiosamente en persecucin de los tres egipcios fugitivos. El tro de hombres morenos se dirigi hacia uno de los corredores que conducan a la

    cubierta. Al llegar a sta, sin vacilar, se acercaron a la borda y se lanzaron al agua. El ruido de los tres cuerpos al caer, se oy tan simultneamente, que ms bien pareci

    el choque de uno solo, repetido por el eco. Doc y Long Tom llegaron a la borda, casi pisando los talones a Ham y a Monk. -Qu ha pasado? -pregunt Long Tom.

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    -Esos tres ratas que han intentado robarnos el equipaje de Doc -explic el grande y peludo Monk, en una voz que resultaba sorprendentemente dulce y suave en un hombre de tal corpulencia.

    Ham sacudi su estoque, como si fuera un ltigo corto. La hoja de acero silb en el aire, lanzando una rociada de gotas rojas, que mancharon la cubierta y la borda.

    -Estbamos en tu camarote, examinando las diversas piezas que vas a tener a tu disposicin, cuando entraron esos individuos -explic-. Acababan de traer el equipaje.

    -S -asinti Doc-; haca un momento que yo lo haba enviado al camarote. Entonces dirigi el haz de luz de su linterna hacia abajo, descubriendo a los tres

    bandidos que se alejaban nadando con todas sus fuerzas. Monk se cogi a la borda, diciendo: -Estoy por arrojarme yo tambin y perseguir a esos bandidos. -Djalos marchar! -contest Doc-. Yo creo que slo lograramos descubrir que son

    forajidos vendidos sabe Dios a quin. Monk se ech sobre una oreja un rebelde mechn de pelo, y pregunt: -T tienes idea de lo que en realidad se oculta tras esto, Doc? Doc no contest; en cambio, Long Tom sonri con una larga sonrisa, y repuso: -El cinturn! Yo apostara cualquier cosa a que los bandidos esos iban en busca de l. -Qu cinturn es ese? -preguntaron a coro Ham y Monk. Long Tom explic entonces la aventura de las catacumbas, y describi lo ocurrido en

    la callejuela inmediata a la plaza de Mehemet Al, donde encontraron, empuado por la descarnada zarpa de Pasha Bey, el extrao y misterioso cinturn de las insignias de capitanes de buques.

    Volvieron a los camarotes ocupados por Doc, donde Ham enfund de nuevo su estoque, que se convirti en un inofensivo bastn negro.

    Ham no sala nunca a la calle sin aquel objeto. Se habl unos momentos acerca del significado del famoso bastn, as como tambin

    se expusieron diferentes versiones acerca del peligro y el complot que por lo visto se haba urdido contra ellos.

    Monk, soplndose los peludos puos pensativamente, dijo: -Me parece que voy a dar una vuelta por todas las cubiertas, a ver si veo algo y puedo

    aclarar el misterio! -Pues yo no lo hara -opuso vivamente Ham, con mordaz sarcasmo. -Por qu no? -Porque no hay necesidad de asustar a los otros pasajeros del buque antes de partir -

    repuso Ham, mirando de soslayo el rostro de Monk. Esta interrupcin tan poco amable, este comentario tan spero era caracterstico de

    Ham. Este estaba siempre atormentando a Monk. No desperdiciaba ocasin de divertirse o de gastar una broma a sus expensas. As

    llevaban infinidad de aos, desde que un incidente ocurrido durante la Gran Guerra, vali a Ham su mote.

    Monk hizo un gesto terrible, dando a su rostro una expresin feroz, como disponindose a imitar un chillido de puerco.

    Pero Doc intervino, diciendo, para alejar el peligro de una batalla verbal, que quiz durara muchas horas:

    -Mejor ser que vayamos a buscar a nuestros compaeros ausentes. Dnde estn? -Abajo, vigilando la cmara acorazada del buque -repuso Monk, mirando a Ham con el

    ceo fruncido y una expresin de contrariedad, al ver que se evitaba la refriega con su eterno enemigo.

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    Bajaron a una de las cubiertas intermedias, donde estaba instalada la caja del buque, un departamento enrejado, semejante a la caja de un Banco.

    La espalda de este departamento era de espeso acero, tena infinidad de cerraduras de seguridad y discos y combinaciones.

    Era, en realidad, el cofre-fuerte del buque. Grupos de pasajeros pululaban por all, entregando valores, registrando efectos o

    joyas, o realizando, en fin, otras operaciones. Mezclados entre la multitud, se vean varios hombres fuertemente armados.

    Eran guardias de la sucursal en Alejandra del Banco Americano, que haban ido al buque a vigilar los diamantes de Doc Savage. Y all habran de permanecer hasta que el barco levara anclas.

    Los famosos diamantes de Doc Savage estaban encerrados en la cmara acorazada del buque. Media docena de cajas idnticas, guardaban las piedras preciosas.

    El valor del tesoro all almacenado era algo fabuloso, incalculable. Y haba tal cantidad de piedras preciosas, que el valor de los diamantes habra bajado

    considerablemente en el mercado, de haber sido ofrecida aqulla de una sola vez. Doc pensaba, al contrario, disponer de ellas poco a poco.

    Doc Savage tena tambin el propsito de destinar el dinero que obtuviera con la venta de las piedras a hospitales y otras instituciones benficas.

    Dos hombres estaban sentados en los rincones inmediatos a la cmara acorazada, fuera del paso del pblico. Al ver al grupo de Doc, se levantaron, acercndose.

    El primero de los recin llegados era un hombre casi tan alto como Doc y tan corpulento como Monk. Era un verdadero gigante.

    Y, sin embargo, sus manos eran tan descomunales, que parecan empequeecer y hacer casi enano el resto del cuerpo.

    Este hombre era el coronel John Renwick, personaje conocido en muchos pases como notabilsimo ingeniero. Renny, como se le llamaba en lenguaje familiar, era tambin notable por su tendencia a derribar puertas a puetazos.

    El segundo personaje era alto y delgado y tena un aspecto extraamente enfermizo. Sus ropas le colgaban de los hombros, como las de un espantapjaros.

    Llevaba unas gafas enormes. El cristal izquierdo de las mismas era muy grueso, y era, en realidad, un lente de gran aumento.

    William Harper Littlejohn haba perdido el ojo izquierdo en la Gran Guerra. Y como necesitaba en realidad un lente de aumento en su profesin de arquelogo y

    gelogo, haba tomado la decisin de ponrselo en tus gafas. -Habis visto algo sospechoso? -pregunt Doc Savage. -Nada! -repuso Renny con aquel tono de voz que daba la impresin de un len que

    ingiera desde el interior de su caverna-. No, vamos, nada en realidad, aunque... -Qu quieres decir con eso? -Vers; es que hace poco ha venido un seor y ha andado por aqu unos momentos -

    repuso Johnny, con su manera de hablar clara y precisa, que le delataba como uno de los alumnos ms destacados de una famosa universidad americana-. Los dos lo hemos visto. Era un hombre muy alto, casi tan alto como Renny. Y tena una barba y unas grandes patillas blancas.

    -Pareca el Pap Noel! -dijo Renny riendo ruidosamente. Johnny, quitndose las gafas, las limpi obstinadamente con su pauelo, y luego

    continu: -Pero no fueron sus barbas blancas lo que en realidad nos llam la atencin; lo que nos

    choc fue que el interesante anciano estuvo por aqu largo rato, contemplando la cmara

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    acorazada. No sabemos por qu hizo esto. Porque no hemos podido ver que entregara alhajas ni nada de valor para ser guardados en el cofre-fuerte del barco.

    -Quizs el hombre estaba calculando la resistencia de la cmara acorazada para ver si le conviene o no depositar ah su dinero -coment, con sarcasmo, Monk.

    Johnny encogi sus huesudos hombros y luego se reajust las gafas, diciendo: -Tal vez! Pero a m, la verdad, me pareci ver algo extrao en sus maneras. Doc Savage y sus cinco amigos continuaron pasando lentamente por las cercanas de la

    cmara acorazada del buque. No queran exponerse a correr riesgo alguno. El valor de los diamantes que llevaban a

    bordo, representaba una suma tan colosal, que se habra podido comprar con ella cualquier pas.

    Por eso era verosmil que un grupo osado de ladrones, intentara violar la cmara acorazada del Camaronic.

    Nada de esto ocurri, por fortuna. El gigantesco gentleman de las patillas blancas, no apareci por ninguna parte. Y entre gritos y trompetazos discordes de los indgenas, la escalerilla fue quitada.

    Sonaron los pitos y silbatos, y el buque tan brillantemente iluminado, empez a retroceder, pareciendo arrastrar tambin porte de las aceitosas aguas del puerto.

    Doc Savage, acompaado de Long Tom, se dirigi al gabinete de radiotelegrafa del buque. All, redact Doc un mensaje, examinando, mientras lo haca, detenidamente, el extrao cinturn de las insignias de capitn.

    -Qu vas a hacer? -pregunt Long Tom. Doc le tendi el radiograma, que deca: Inspector jefe de Scotland Yard. - Londres. Quizs ustedes pudieran suministrarnos datos paradero actual siguientes buques: Sea

    Sylph Stop, Henryette Stop, U. S. S. Voyager Stop, Oueen Neptuno Stop. Golham Helle Stop. Enveme radio administracin vapor Cameronic.

    Doc Savage. Long Tom se rasc pensativamente la cabeza, cubierta de finos cabellos, y pregunt: -Crees que ponindonos en contacto con los buques que se citan en el cinturn, se

    arrojar alguna luz sobre el misterio.? -Yo creo que la respuesta de Scotland Yard a este radiograma mo nos pondr sobre la

    pista de algo infinitamente ms horrible que nuestras actuales dificultades y peligros -repuso lentamente Doc.

    -Qu quieres decir? -Yo he odo hablar de la mayora de esos buques, y lo que he odo... me hace sospechar

    algo terrible. Ya nos enteraremos de algo ms concreto, una vez que recibamos la respuesta a mi radio, desde Scotland Yard.

    Subieron a la cubierta, una vez transmitido el despacho con carcter urgente. Las luces de Alejandra se iban perdiendo en la distancia, en la noche clida y serena.

    Monk y los otros se unieron a Doc. Juntos iniciaron una conversacin junto a la borda, hablando acerca de s peligros e

    inquietudes quedaran o no en tierra, tras ellos. El Cameronic adquiri poco despus una marcha suave, serena, lenta, porque los

    pasajeros, turistas en su mayor parte, haban pasado una jornada muy agitada, visitando las partes ms notables de la ciudad, y se retiraron pronto a descansar.

    El buque araba con su quilla las aguas a travs de la noche callada y serena. Esto le daba el aspecto de un inmenso atad, brillantemente iluminado.

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    La atmsfera del buque, el ambiente tena tambin algo de tumba por el silencio y la quietud que envolvan al buque, tan nuevo y flamante, dando la impresin de que hacan un viaje hacia las regiones de la Muerte.

    Y slo cuando el lejano faro del Cabo de Figs se convirti en un ojo mortecino y parpadeante en la distancia, se decidieron Doc y sus ayudantes a retirarse a sus camarotes.

    CAPTULO V EL CINTURON DE CALAVERAS

    Una hora antes de amanecer, Doc Savage se levant y, en traje de bao, se dirigi a la

    cubierta, donde se tomaban los baos de sol, para hacer su gimnasia. La cubierta, en aquella hora tan temprana de la madrugada, estaba completamente

    desierta. En un sitio a propsito, entre el bosque de jarcias, montacargas y ventiladores, Doc

    empez a hacer sus ejercicios ordinarios. Estos ejercicios eran la explicacin lgica de la fuerza maravillosa que, fsica y

    mentalmente, posea Doc Savage, duraban dos horas. Cada segundo de aquel espacio de tiempo era aprovechado con velocidad y fuerza

    vertiginosa. Doc se haba entregado a estos ejercicios desde su niez, diariamente. Acabados sus ejercicios diarios, Doc Savage se dispuso a regresar a su camarote. Pero,

    al dar la vuelta a un inmenso ventilador, se detuvo en seco, asombrado. Ante sus ojos acababa de surgir otro hombre, que estaba tambin haciendo gimnasia. Este individuo no se haba dado cuenta de la presencia de Doc Savage.

    Doc se qued mirndole fijamente, fuertemente interesado por lo que vea. El desconocido estaba sostenindose en sus manos y elevaba y bajaba el cuerpo

    lentamente. Esto, que ya de por s era una notable proeza, lo realizaba el desconocido con gran

    soltura y facilidad. Y lo repeta innumerables veces. Para ayudarse en sus ejercicios dispona de una polea de cables fuertemente

    distendidos. Cinco cables de aquellos era lo sumo que un hombre ordinario habra podido manejar; sin embargo, el aparato posea quince.

    Y luego de realizar ejercicios con aquel aparato durante un rato, el desconocido empez a dar brincos, apoyada en las manos, lanzando su cuerpo al aire con gran fuerza y habilidad.

    El desconocido era un hombre corpulento y, por lo visto, de gran fuerza. Y lo ms notable era que llevaba una gran barba y unas patillas blancas!... Esto era lo que haca ms notable su hazaa. En realidad, pareca un Pap Noel

    entregado a ejercicios de acrobacia. Los ojos dorados y extraos de Doc Savage tenan ahora una expresin fra. Pero estaba pensando que aquel hombre deba ser el que haba despertado las

    sospechas de sus dos amigos, al presentarse en las cercanas de la cmara acorazada del buque, la noche anterior.

    -Buenas noches! -se decidi a decir, de pronto, Doc Savage. Un caonazo estallado de pronto junto al desconocido no le habra producido el efecto

    que estas palabras de Doc. EL hombre de las patillas blancas se volvi vivsimamente, con el aire de un conejo asustado.

    Y, al ver a Doc, emprendi una loca carrera en direccin a la borda de la cubierta, y se precipit hacia la otra de ms abajo.

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    Doc, con no poca sorpresa, se acerc a la borda tambin. Esperaba ver al misterioso gentleman de las patillas blancas, cado en la cubierta inmediata, con una pierna rota tal vez; pero en la cubierta no haba ms que las patillas y la barba blanca del desaparecido personaje.

    Barba y patillas eran postizos, desde luego, y sin duda se le haban cado, reblandecida la gotea o la materia empleada para pegarla, a causa del sudor y la agitacin.

    Dos Savage baj a la cubierta inmediata y recogi la barba y las patillas postizas. Un ligero examen le convenci pronto de que no se trataba de una simple barba postiza

    de las que usan en el teatro, sino que era toda una obra de arte, cuidadosamente elaborada. El nombre del constructor estaba grabado en el interior del forro, junto a las seas de la

    tienda. La falsa barba haba sido construida en Alejandra. Doc se la llev hacia la piscina, a donde se dirigi para tomar un bao, y la puso en el

    borde, mientras se baaba. Estuvo en el agua algn tiempo, practicando diversos ejercicios. Una de las veces desapareci bajo el agua largusimo rato... varios minutos. Esto era un truco y una habilidad que Doc Savage haba aprendido de los maestros en el arte de la natacin, que eran los pescadores de perlas de los mares del Sur. AL fin regres a su camarote, llevando consigo la barba postiza. Pero, al atravesar el umbral, se detuvo en seco, mirando en torno, absorto. Durante veinte o treinta segundos se pudo or el extrao y dulce sonido que l saba

    emitir, en la salita, el dormitorio y el cuartito de bao que formaban su serie de habitaciones o gran camarote.

    Un sonido extrao, asombroso, sin armona, que suba y bajaba en intensidad. Y mientras tanto, sus ojos dorados erraban por la estancia, asombradas e intrigados. El camarote, mejor dicho, las tres piezas de que ste se compona, haban sido registradas y revueltas.

    Una labor decidida y minuciosa, la del ladrn o ladrones, que no se haban tomado el ms leve trabajo para disimular su terrible hazaa.

    Doc fue penetrando lentamente en cada una de las piezas de su camarote. Y pronto pudo comprobar que slo faltaba una cosa: el famoso cinturn de las

    insignias. Doc Savage no dio muestra alguna de inquietud ni de agitacin. Se limit a contar lo

    ocurrido a sus hombres, durante el desayuno. Y les cont tambin la aventura en que el atleta, aquel desconocido, haba perdido su

    barba postiza. -Bien, qu me dices ahora? -estall con voz de trueno Renny-. Ya ves cmo no

    estbamos equivocados cuando sospechbamos de aquel individuo que apareci cerca de la cmara acorazada, anoche, eh?

    Long Tom mir fijamente a Doc Savage, preguntndole, con curiosidad: -Cmo diablos no escondiste mejor el cinturn, Doc? -Y para qu habra de esconderlo...? Ya viste que lo examinamos a nuestro antojo. Y

    yo recuerdo perfectamente los nombres de todos los buques que figuraban all. -Quizs ese cinturn hubiera servido para probar algo... -Seguramente. Y yo sospecho que podremos descubrir la clave del misterio cuando

    recibamos la respuesta a mi radio a Scotland Yard, esta misma maana. -Y reconoceras t al seor ese de las patillas blancas ahora, sin ellas? -pregunt a

    Doc Savage, Johnny. -Probablemente. Pero me parece un hombre muy hbil para disfrazarse y

    transformarse. Quiz a estas horas ya se haya puesto otro disfraz. EL resto del desayuno transcurri en silencio, hasta que Ham protest vivamente por

    haberle vertido Monk, adrede, mermelada de naranja en su impecable traje.

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    Durante el incidente, los mozos, alarmados, se movan en torno a la mesa, temerosos de que se originara una refriega de la que poda resultar un crimen.

    -Bien -dijo Doc Savage, de pronto, para cortar el incidente-; ahora vamos a hacer algunas pesquisas e investigaciones relacionadas con aquella nota enviada a Long Tom para tenderle una emboscada.

    -Hum! -intervino Renny, con sarcasmo-; pero vosotros os creis que el individuo que se ha llevado el cinturn iba a haberse olvidado de la nota tambin?

    -Pues s que se ha olvidado de ella; mejor dicho, no la ha podido coger, porque le separaba de ella una distancia igual a la mitad del buque -repuso Doc Savage, mostrando a sus camaradas el sitio donde llevaba escondida la famosa nota, metida en una cajita pequea, flotante, de forma aplastada, y que se haba sujetado con una cuerdecilla al cuerpo, debajo del traje de bao.

    Renny hizo chocar sus puos cerrados, produciendo un ruido semejante al que habran causado dos bloques de argamasa al chocar, y dijo:

    -Pues vaya con el misterio...! Os juro que querra echar la mano al caballero ese que ahora va sin barbas postizas!

    Johnny mir con su nico ojo a travs de sus gafas extraas, y murmur: -Te apuestas cualquier cosa a que no ha sido el gentleman de la barba postiza el que

    ha registrado el camarote de Doc? Renny lanz un resoplido ruidoso, y contest: -Vers! Uno de estos das vas a hacerme una apuesta en algo que no ser tan seguro! Era una costumbre constante de Johnny esta de hacer apuestas o desafiar a todo el

    mundo a que las hiciera, aunque no desafiaba a nadie a hacer una apuesta cuando vea la ms remota probabilidad de perder.

    El sobrecargo del Cameronic llevaba un libro-registro donde haban firmado todos los pasajeros al subir a bordo.

    Doc se puso a examinar el libro, mientras sus camaradas miraban por encima de los hombros de su amigo.

    -Vaya un lo de garabatos! -murmur Monk, examinando los nombres que aparecan mal pergeados en el libro-. Parecen hechos por patas de ranas.

    -Pues anda, que t puedes hablar, amigo! -coment alegremente Ham, apuntando con la punta de su bastn de estoque a la firma de su eterno enemigo.

    Ni el mismo Johnny, que haba aprendido a descifrar antiguos jeroglficos como una parte de sus estudios de arqueologa, habra podido descifrar la firma de Monk.

    -Aqu est! -dijo, de pronto, Doc. Sus compaeros se acercaron ms a l. Pero slo cuando Doc hizo notar a sus amigos

    y camaradas ciertas caractersticas y similitudes de una firma, pudieron aquellos comprender que la mano que la haba trazado era la misma que haba escrito la famosa nota dirigida a Long Tom, y que puso a ste a las puertas de la muerte,

    Todos leyeron el nombre en cuestin: JACOB BLACK BRUZE. -Hum! -murmur Long Tom, con irona-. De modo que el pjaro que me envi a m

    la nota se llama Bruze! -Se apuesta alguno de vosotros algo a que ese Bruze no es el individuo que dio

    muerte a Pasha Bey y a sus dos colegas? -dijo, de pronto, Johnny, como el que se aferra a una esperanza de xito.

    Nadie le contest. -Vamos a hacer una visita a este caballerito! -propuso entonces Long Tom-. Tiene el

    camarote nmero 17, en la cubierta B., segn aparece en el registro. No perdieron tiempo en llegar a la cubierta B. Doc llam en la puerta del camarote nmero 17. Nadie contest.

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    La puerta no estaba cerrada con llave, como pudieron comprobar, empujando ligeramente. Y entraron.

    La litera estaba deshecha, demostrando que alguien haba dormido en ella durante la noche.

    Long Tom mir bajo la litera, dentro del armario, y abri los departamentos que servan de ropero, de forma alargada.

    -Ni una sombra de ropas ni de nada aqu dentro! -murmur-. Ese individuo debe haber escapado de este camarote.

    Doc extrajo una pequea cajita metlica y, abrindola, cogi con dos dedos un poco de polvo gris, que fue esparciendo por el pomo de la puerta, por la llave de la luz y por la estrecha baranda de la litera.

    Luego, con ayuda de la lente de aumento de las gafas de Johnny, se puso a buscar huellas dactilares; pero no encontr nada.

    -Vol! Llevaba razn Long Tom... El pjaro escap de la jaula. Una vez en el corredor, Doc detuvo al mayordomo que tena a su cargo esta seccin de

    camarotes, y le pregunt: -Escuche: qu seas tiene el seor que ocupa el camarote nmero 17 de esta cubierta? -Es un seor muy alto, con una barba y unas patillas blancas -repuso el mayordomo. -Ah, muy bien! Eso basta. Long Tom se puso a pasear arriba y abajo, lleno de clera. Luego dijo: -S; se ve que el individuo ese, cuando t lo descubriste, ha abandonado el camarote,

    temeroso de que le echaras el guante. Y ahora debe de estar escondido. -Pues an es una gran suerte que no haya salido del buque -aadi Renny, con su voz

    de trueno-. As nos queda el recurso de cazarlo. -Esto es lo que vamos a hacer ahora mismo! -dijo Doc. La cooperacin del capitn del Cameronic sera, desde luego, una ayuda eficacsima

    en las investigaciones; as, pues, Doc Savage visit inmediatamente al digno personaje. El capitn se llamaba Ned Stanhope. Era un viejo de pequea estatura, lleno de

    arrugas. Sus manos, surcadas de salientes venas azules, se agitaban a intervalos regulares con un temblor que delataba alguna enfermedad crnica.

    Era todo lo contrario del tipo del capitn valeroso y osado, que Doc Savage conoca. De todos modos, el capitn Stanhope tena la voz aguda y fuerte de un verdadero

    patrn de velero. Era, adems, un hombre muy cordial y amable. -Desde luego, yo he odo hablar de usted y de sus camaradas! -dijo, con voz chillona,

    a Doc, aunque amablemente-. Ya pueden ustedes iniciar las pesquisas que quieran a travs del buque! Yo ordenar a mis marineros que les presten su cooperacin.

    -Muchas gracias, capitn -repuso Doc. Las pesquisas se iniciaron inmediatamente. Claro est que la caza del misterioso

    desaparecido habra de durar ms de un da. El Cameronic era un paquebote de gran tamao, y sus cubiertas, galeras y

    camarotes eran innumerables. Aparte de Doc, slo Renny y Johnny haban visto al personaje de las barbas blancas.

    Esto, naturalmente, dificultaba la bsqueda. Dos horas ms tarde, un mensajero del gabinete de radio vino voceando el nombre de

    Doc Savage. Traa el radiograma en que Scotland Yard contestaba al radio de Doc. Todos los amigos se agruparon alrededor de Savage, ansiosos de leer el despacho, que

    vena concebido en estos trminos: Buques que usted nombra en su despacho, son todos navos perdidos en alta mar

    durante ltimos quince aos aproximadamente. Punto. En cada caso no se ha sabido nada de la suerte de la nave. Punto. Todos han desaparecido en el Ocano Atlntico.

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    Inspector-Jefe de Scotland Yard. -Por el Buey Apis! -rugi, con su voz de trueno, Renny-. Entonces ya es indudable

    que las insignias del cinturn ese pertenecan, desde luego, a los capitanes de los buques perdidos! Eran las que llevaban los capitanes en sus gorras!

    Doc Savage asinti lentamente, diciendo: -S, eso es lo que yo me temo! Al leer los nombres esos record que eran de buques

    perdidos en alta mar. Lo que yo quera comprobar era que todos esos buques haban naufragado, en efecto, en el Ocano Atlntico.

    -El dichoso cinturn ese! -dijo Ham, haciendo gestos amenazadores con su famoso bastn de estoque-. Por algo pens yo desde un principio que ese cinturn me recordaba un cinturn de calaveras!

    -Un cinturn de calaveras de buques, de esqueletos de buques! -coment Monk, olvidando un momento su eterna discordia y su duelo con Ham.

    Ham, dejando de accionar con el bastn de estoque, mir a Doc, y dijo: -Escucha: pudiera ser que esto fuera algo infinitamente ms importante que el simple

    hecho de que alguien pretendiera robar nuestros diamantes, no te parece? -No me sorprendera nada -repuso Doc Savage. Ham parpade fuertemente, preguntando entonces: -Pero, en ese caso, quieres decir que tienes una idea de lo que debemos hacer ahora,

    quiero decir, de lo que debe constituir nuestro objetivo inmediato? -De ninguna manera -repuso Doc, con sinceridad. A partir de aquel instante, el escrutinio de pasajeros y tripulantes del buque continu

    cada vez con mayor vigor y entusiasmo. Todos los compaeros de Doc Savage llevaban el mismo propsito y la misma idea en su mente:

    El cinturn misterioso, que resultaba en realidad un cintur6n de calaveras! Un cinturn de cadveres de buques! Era que haba perseguido a los pobres navos

    desaparecidos una suerte fatal, un hado terrible, y que la misma suerte, el mismo fin espantoso aguardaba al Cameronic?

    Como las pesquisas e investigaciones adelantaban con el da, todos pudieron observar un hecho notable.

    -Os habis dado cuenta de que en los camarotes de primera clase van alojados una serie de tipos de psima catadura? -pregunt Monk.

    De todos modos, aunque era verdad que en numerosos camarotes de primera clase del buque iban unos tipos de aspecto rudo y vulgar, no poda decirse que despertaran sospechas de ninguna clase.

    -Yo lo iba a decir -repuso Long