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La acacia de Osiris iba a morir.

Si el árbol de vida se extinguía, los misterios de la resurrección no podríancelebrarse más, y Egipto desaparecería. Incapaz de lograr que el secreto esencialirradiase, ya sólo sería un país como los demás, entregado a la ambición dealgunos, a la corrupción, a la injusticia, a la mentira y a la violencia.

Por eso, el faraón Sesostris, tercero de su nombre, lucharía hasta el últimoinstante para preservar la inestimable herencia de sus antepasados y transmitirla asu sucesor. Con más de dos metros de altura, el coloso de cincuenta años y miradapenetrante libraba un difícil combate del que, a pesar de su innata autoridad, suvalor y su determinación, tal vez no saliera victorioso.

Con los ojos hundidos en las órbitas, hinchados los párpados, los pómulosprominentes, la nariz recta y fina, la boca arqueada, el rostro de Sesostris eraindescifrable. ¿No se afirmaba, acaso, que gracias a sus anchas orejas podía oír lamenor palabra pronunciada en lo más profundo de una gruta?

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El faraón vertió agua al pie del árbol, la Gran Esposa real derramó leche. El rey yla reina se habían despojado de sus brazaletes y sus collares de oro y plata, pues la

Regla de Abydos no toleraba metal alguno en el territorio de Osiris1

 .

Abydos, el centro del universo espiritual de Egipto, la tierra del silencio, eldominio de la rectitud, la isla de los Justos sobrevolada por las almas- pájaro yprotegida por las imperecederas estrellas. Aquí reinaba Osiris, el Serperpetuamente regenerado, nacido antes de que existiera el nacimiento, creadordel cielo y de la tierra. Triunfador de la muerte, resucitaba en forma de granacacia que hundía sus raíces en el Nun, el océano de energía del que brotabantodas las formas de vida. Pequeña emergencia perdida en el seno de esa

inmensidad, el mundo de los humanos podía verse sumergido en cualquiermomento.

Ante la gravedad de la situación, Sesostris había construido un templo y unamorada de eternidad para producir una energía espiritual destinada a salvar laacacia. El proceso de degradación se había interrumpido, pero sólo una rama delárbol de vida había reverdecido.

Las investigaciones emprendidas para encontrar la causa de aquel desastre así como a su instigador pronto darían resultado, puesto que él faraón ya no tardaríaen llevar a cabo un ataque decisivo contra el jefe de provincia Khnum- Hotep,sospechoso de ser el autor de aquel crimen.

Provisto de la paleta de oro, símbolo de su función de superior de los sacerdotesde Abydos, el faraón leyó en voz alta las fórmulas de conocimiento que éstallevaba. Tras él se encontraban los escasos permanentes autorizados a residir enel interior del recinto sagrado, adonde iban a trabajar, todos los días, algunostemporales, filtrados y vigilados por las fuerzas de seguridad.

El Calvo, representante oficial del rey, no tomaba decisión alguna sin el acuerdoformal del soberano. Responsable de los archivos de la Casa de Vida, el Calvohabía pasado toda su existencia en Abydos, y no sentía deseo alguno de conocerotro horizonte. Grosero, incapaz de ser siquiera mínimamente diplomático, sólopensaba en la perfecta ejecución de las tareas confiadas a los permanentes y no to-leraba la menor laxitud. Tener la suerte de pertenecer a ese restringido colegioexcluía cualquier debilidad.

1 Abydos se encuentra a 485 km al sur de El Cairo y a 160 km al norte de Luxor.

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- ¿Son venerados los antepasados?  — preguntó el rey.- El Servidor del ka cumple con su oficio, majestad. La energía espiritual de los –  seres de luz nos llega aún, los vínculos con lo invisible siguen siendo sólidos.- ¿Están provistas las mesas de ofrenda?

- El que hace la libación de agua fresca ha cumplido todos los días con su tarea.- ¿Está intacta la tumba de Osiris?- El que vela por la integridad del gran cuerpo ha verificado los sellos puestos enla puerta de su morada de eternidad.- ¿Se transmite ritualmente el conocimiento?- Aquel cuya acción es secreta y que ve los secretos no traiciona su función,majestad.

Uno de los cuatro permanentes no pensaba ya con sinceridad en el cumplimientode sus sagrados deberes. Decepcionado al no obtener el puesto de Superior trasuna carrera que, sin embargo, él consideraba ejemplar, el sacerdote habíadecidido enriquecerse utilizando el saber adquirido durante sus años deformación. Puesto que Sesostris no reconocía sus méritos, se vengaría del rey yde Abydos.

- La puerta del cielo se cierra  — deploró el Calvo — . La barca de Osiris2 nonavega ya por los espacios estelares. Poco a poco, también ella se degrada.Esas eran las palabras que el faraón temía escuchar. El debilitamiento del árbol devida provocaría una serie de catástrofes, luego el derrumbamiento del país entero.

Sin embargo, habría sido indigno y cobarde taparse los oídos y velarse la cara.

- Haz que vengan las siete sacerdotisas de Hator  — ordenó el monarca — , y queayuden a la reina.

Procedentes de diversos medios, aquellas mujeres residían tambiénpermanentemente en Abydos y, como sus colegas masculinos, habían juradoabsoluto secreto. El Calvo no se mostraba más amable con ellas que con los sa-cerdotes y no admitía de su parte error alguno. En el corazón del templo, ninguna

función estaba definitivamente adquirida, y cualquier ritualista que no cumplieracon su tarea sería excluido sin que el Calvo le demostrase la menor indulgencia.La más joven de las siete sacerdotisas, recientemente ascendida al grado deDespierta por la reina de Egipto, era de una belleza casi irreal. Con el rostro lu-minoso, con rasgos de una inigualable delicadeza, la piel muy tersa, los ojos de unverde mágico, las caderas estrechas, se desplazaba con una nobleza y una graciaque seducían incluso a los más hastiados.

2 La neshemet

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Atraída por la iniciación desde la infancia, se desinteresó del mundo profano paraaprender los jeroglíficos y cruzar, una a una, las puertas del templo. Lamuchacha, llamada para que celebrara rituales en varias provincias, regresabasiempre con gran alegría a Abydos. Vestía una túnica que imitaba una piel de

pantera salpicada de estrellas, con la que desempeñaba el papel de la diosaSechat,,soberana de la Casa de Vida y de la escritura sagrada, formada depalabras de poder, únicas capaces de combatir a los enemigos invisibles.

Decidida ya, la existencia de la joven sacerdotisa debería haberse desarrollado deun modo apacible si varios dramas no la hubieran trastornado. Primero, laenfermedad del árbol de vida, que esparcía la angustia en un lugar donde sólodebería haber reinado la serenidad; luego, las predicciones que le anunciaban queno sería una Sierva de Dios como las demás, pues se le había encargado una mi-

sión capital y peligrosa, más allá de lo imaginable; finalmente, el encuentro conun joven escriba, Iker, al que no conseguía apartar de su mente y que turbaba cadavez más sus meditaciones.

- Que las siete sacerdotisas de Hator formen un círculo alrededor del árbol devida ordenó la reina.

Una vez colocadas las sacerdotisas, la Gran Esposa real ciñó el tronco del árbolcon una cinta roja para aprisionar en ella las fuerzas del mal. El faraón sabía queesta protección era insuficiente: para salvar la acacia era necesario que se reunierael «Círculo de oro» de Abydos.

A excepción del Calvo, los ritualistas se retiraron.

Recogidos, la pareja real y el Calvo aguardaron la llegada de los miembros del«Círculo de oro», que habían utilizado el canal excavado por Sesostris yflanqueado por trescientas sesenta y cinco mesas de ofrenda, evocación delbanquete celestial que se celebraba a lo largo de todo el año. De una barca ligeradescendieron los generales Sepi y Nesmontu, el gran tesorero Senankh y el

Portador del sello real Sehotep. En misión especial, sólo faltaba un iniciado.

Los fieles llevaban un relicario, compuesto de cuatro leones opuestos por laespalda. En el centro del objeto cilíndrico vaciado había un astil con unescondrijo en lo más alto. Encarnaba el venerable pilar creado al inicio de lostiempos, la columna vertebral a cuyo alrededor se organizaba el país entero. Loscuatro hombres dispusieron la obra maestra junto a la acacia. Los leones,guardianes infatigables cuyos ojos nunca se cerraban, impedirían a cualquieragresor acercarse al árbol de vida.

En el escondrijo, el rey y la reina colocaron, cada uno de ellos, una pluma de

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avestruz que simbolizaba a Maat, la justicia, la rectitud y la armonía, sobre lasque se construía cotidianamente Egipto. Emanación de la luz divina, Maat era laofrenda por excelencia con la que se alimentaba la tierra de los faraones.Un viento frío barría el lugar.

- Mirad allí! — exclamó el general Nesmontu.

En lo alto de un árido cerro, en el lindero del desierto, acababa de aparecer unchacal. Con los ojos negros, bordeados de naranja, miraba fijamente a losritualistas.

- El genio de Abydos aprueba nuestra gestión — señaló la reina — . El que está a lacabeza de los Occidentales3

 , los difuntos reconocidos como Justos, nos gratificacon su presencia y nos alienta a proseguir nuestra búsqueda.

Aquel signo del más allá confirmó a Sesostris en su decisión de modificar losparajes del lugar sagrado.

- Plantad una acacia en cada punto cardinal — decretó.

Los miembros del «Círculo de oro» así lo hicieron. De este modo, el árbol de vidaestaría protegido por los cuatro hijos de Horus, que velarían, en adelante, por laresidencia de Osiris. Testigos de la resurrección, formarían un eficaz talismán

contra el aniquilamiento.

Después de que el monarca hubo consagrado los árboles plantados, visitó sunueva ciudad, «Paciente de lugares»4, donde residían los constructores de sutemplo y de su tumba. Allí reinaba una atmósfera pesada, pero nadie le poníamala cara al trabajo. El monarca no toleraba relajamiento alguno en el territoriode Osiris, donde se decidía la suerte de Egipto.

Al acabar su inspección, el rey se retiró a una capilla y convocó a la joven

sacerdotisa.

- Gracias a las indicaciones que has recogido en los textos antiguos he tomado elmáximo de precauciones para prolongar la vida de la acacia - explicó — . Pero esoes sólo un mal menor.- Seguiré buscando, majestad.- No aflojes en tus esfuerzos, sobre todo. La desgracia que afecta a Abydos no

3 Khenty-imentiu.

4 Uah-sut

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puede deberse al azar. Sus causas son probablemente múltiples; tal vez una deellas se oculte aquí mismo.- ¿Qué debo entender?- El comportamiento de los ritualistas de Abydos debe ser irreprochable. Si no es

así, puede agrietarse la muralla mágica erigida para preservar a Osiris de cual-quier atentado. Te pido, pues, que permanezcas alerta y prestes atención al menorincidente.- Se hará de acuerdo con vuestra voluntad, y no dejaré de informar al Calvo.Me informarás a mí y a nadie más. Podrás ir y venir a tu antojo, y sin duda tendrásque abandonar Abydos más de una vez.

Aunque le costaría cumplir aquella orden, la sacerdotisa hizo una reverencia.Solamente allí su vida adquiría sentido. Le gustaba aquel paisaje fuera del

tiempo, el recogimiento inscrito en cada una de las piedras del gran templo, lacelebración diaria de los ritos. Compartía los pensamientos presentes aún de losiniciados que, desde los orígenes de la ciudad de Osiris, participaban en susmisterios. Abydos era su tierra, su mundo, su universo.Pero una orden del faraón, garante de la propia existencia de aquellos lugares, nose discutía.

2

Con el rostro cuadrado, las cejas espesas y la panza redonda, Sekari trabajaba enel huerto con sabia lentitud. Temía sufrir dolores dorsales y un absceso en elcuello a fuerza de levantar la pértiga de cuyos extremos colgaban dos pesadosrecipientes llenos de agua, por lo que medía sus esfuerzos y cuidaba de nocometer excesos en la labor. Por mucho que se apresurara, los puerros nocrecerían más de prisa.

Sekari arrancó los más grandes y los metió en una de las alforjas que llevabaViento del Norte, el asno colosal de grandes ojos marrones de su amigo, el escribaIker. Infatigable, el cuadrúpedo sólo obedecía a su dueño, que lo había salvado de

las manos de un torturador y de un sacrificador. Como Iker lo autorizaba aacompañar a Sekari, Viento del Norte ayudaba al hortelano en su tan oscura comopenosa tarea.

Según la costumbre, durante los períodos cálidos, Sekari no regaba los cultivosantes de que cayera la tarde. El agua se evaporaba mucho más lentamente por lanoche, y las plantas almacenaban la preciosa sustancia para resistir los ardores delsol.

Sekari, deseando ampliar su campo de cebollas, se arrodilló para arrancar lasmalas hierbas. Pero lo que descubrió le quitó las ganas de proseguir.

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Eliminar al faraón Sesostris por cualquier medio: ésa era la obsesión de Iker. El joven había sufrido tanto por la crueldad del rey que ya no había otra solución.Desde su entrada en la élite de los escribas de la ciudad de Kahun, en el Fayum5,

Iker debería haberse contentado con su notable situación. Sin embargo, noconseguía olvidar el pasado, en que había estado varias veces al borde de lamuerte.

Las mismas escenas regresaban una y otra vez para obsesionarle durante susueño, después de que le robaron su marfil mágico que alejaba a los demonios.Se recordaba atado al mástil de un barco, El rápido, y ofrecido como ofrenda alpeligroso mar; luego, siendo el único en escapar de un imprevisible naufragio.Aquel navío se dirigía al mítico país de Punt, por lo que sólo podía pertenecer alrey. Y ese mismo monarca había ordenado a un falso policía que eliminara a Iker,para impedirle así que revelara la verdad y provocara un escándalo que podríaponer en peligro su trono. Aquel tirano esclavizaba Egipto, el país amado por losdioses, pisoteando la ley de Maat.

El camino del joven escriba estaba, pues, decidido: debía impedir que aqueldéspota asesino siguiera haciendo daño.

Pero muchas preguntas quedaban en el aire: ¿por qué lo habían raptado lospiratas? ¿Por qué, en la isla del ka, en un sueño, una inmensa serpiente había

preguntado al náufrago si sería capaz de salvar al mundo? ¿Por qué el capitánhabía calificado aquel rapto de «secreto de Estado»? ¿Por qué su viejo maestro,un escriba de la aldea de Medamud, le había predicho: «Sean cuales sean laspruebas estaré siempre a tu lado para ayudarte a cumplir un destino que aúnignoras»? Iker acababa de pasar por muchas pruebas, pero el misterio seguía enpie. Al menos, haría algo útil matando a Sesostris.

En su vivienda oficial, el joven escriba no carecía de nada. Debería haber hechouna buena carrera y haberse preocupado sólo por los ascensos. Una pequeña

habitación consagrada al culto de los antepasados, una modesta sala de recepción,un dormitorio, aseos, un cuarto de baño, una cocina, un sótano, una terraza, unosmuebles someros pero sólidos: ¿qué más se podía pedir? Pero Iker ni siquieraadvertía aquella abundancia material, tan tendida hacia su único objetivo, tandifícil de alcanzar, estaba su espíritu.

A menudo, pensaba en la joven sacerdotisa de la que se había enamorado y a laque, probablemente, nunca volvería a ver. Por ella ascendía en su oficio, por ella

5 A un centenar de kilómetros al suroeste de Menfis (El Cairo). 

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deseaba convertirse en escriba de élite, para no decepcionarla si se encontrabande nuevo y si él tenía la oportunidad de revelarle sus sentimientos. Durantemucho tiempo había querido creer en el milagro. Hoy sabía que ella era sólo unsueño maravilloso e inalcanzable.

Los rebuznos de Viento del Norte arrancaron a Iker de su siniestra meditación.

- He regresado — anunció Sekari — . Da de comer a tu asno, yo prepararé la sopa.- ¿Ha ido bien la cosecha?- Tengo buena mano.

La especialidad culinaria de Sekari no se componía sólo de legumbres: añadíapedazos de carne y de pescado, pan, comino y sal. Aquel plato llenaba el vientre y

permitía pasar una noche tranquila, hasta el desayuno.

Tras haber escapado de la muerte, en compañía de Iker, en las minas de turquesasdel Sinaí, Sekari se había cruzado de nuevo en su camino, en Kahun, donde se ha-bía convertido en su criado, pagado por la municipalidad. Los trabajos del huertocompletaban su modesto salario, y él vendía sus productos a los escribas.

Después de que Iker hubo conducido a Viento del Norte hasta su establo, volvió acasa con pesados pasos.

- No pareces muy contento - observó Sekari- .

¿Por qué no te tomas la vida por el lado bueno? Vístete con ropas de lino fino,acude a los hermosos jardines y a las salas de banquetes, respira el perfume de lasflores, embriágate, festeja. La existencia es tan corta que pasa como un sueño. Silo deseas, te presentaré a una moza muy simpática. Con sus cabellos forma unlazo para que los muchachos caigan en la trampa. Con su anillo los marca al rojovivo. ¿Sus dedos? ¡Hojas de lirio! ¿Su boca? ¡Un capullo de loto! ¿Sus pechos?¡Mandrágoras! Pero antes de dejarte seducir, come.

Iker probó un poco de la obra maestra de Sekari.

  Si enfermas, no recuperarás la moral. ¿Deseas algo más?  No, tu sopa es deliciosa, pero he perdido el apetito.  ¿Qué te atormenta, Iker?  Aunque no consigo comprender por qué el faraón decidió eliminarme, a

mí, un pequeño escriba sin importancia, debo actuar.  Actuar, actuar... ¿Qué significa eso?

  Cuando se conoce la raíz del mal, ¿no es indispensable destruirla?  Vosotros, los escribas, siempre inventáis justificaciones para todo. Yo soy

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un hombre sencillo y te aconsejo que evites las complicaciones. Tienes unacasa, un oficio, un porvenir asegurado... ¿Por qué buscarte problemas?

  Lo verdaderamente importante es lo que me dicta la conciencia.  ¡Si comienzas a utilizar las grandes fórmulas, pierdo pie! De todos modos,

tengo que decirte...  — Sekari pareció turbado — . Un triste descubrimientoreconoció — , pero tal vez no quieras saberlo.  Al contrario!  Tiene relación con el marfil mágico que protegía tus sueños.  ¿Lo has encontrado, acaso?  Sí y no... El ladrón lo hizo pedazos y los diseminó por las malas hierbas.

Tal vez sea el tipo que te agredió y cuyo cadáver fue pescado en un canal.Es imposible reconstruir el objeto. Para mí, eso no es una buena señal.Sean cuales sean tus proyectos, tendrías que renunciar a ellos.

  Me quedan los pequeños amuletos que me regalaste — recordó Iker — . Conlos halcones, encarnaciones del dios celestial Horus, y los babuinos de Tot,maestro de los escribas, ¿acaso no estoy bien protegido?

  ¡Esos amuletos son muy pequeños! Yo, en tu lugar, no me fiaríademasiado.

  Sekari terminó la sopa ante la mirada perdida de Iker.  La próxima vez añadiré especias. ¿Y si fuéramos a dormir? Mañana hay

que levantarse temprano para trabajar.  Iker asintió.

Sekari desplegó una estera de primera calidad en el umbral de la pequeña casa.Desde el atentado, del que Iker había estado a punto de ser víctima, su criadotomaba precauciones.

Seguro de que Sekari estaba profundamente dormido, Iker abandonó su moradapasando por la terraza. Tras haber comprobado que nadie lo seguía se deslizó poruna calleja impecablemente limpia y esperó largo rato. Kahun era una ciudadnotable. Construida según las leyes de la proporción divina, se dividía en dosbarrios principales. El del oeste se componía de doscientas casas de tamaño

medio, el del este albergaba varias villas, algunas de las cuales tenían setentahabitaciones. Al nordeste se encontraba la inmensa residencia del alcalde,construida sobre una especie de acrópolis.

Iker no sabía ya qué pensar del importante personaje. Por un lado, lo habíacontratado y, luego, había favorecido su carrera, pero, por otro, era forzosamentefiel servidor del faraón. ¿Acaso el joven escriba no sería simplemente un peón enel tablero de un juego cuyas reglas ignoraba? Al ver que todo estaba en calma,Iker se dirigió hacia el lugar de la cita. Ni el alcalde ni su superior, Heremsaf,

conocían sus contactos con una joven asiática, Bina, una sierva que no sabía leerni escribir pero que luchaba, como él, contra la tiranía de Sesostris. La muchacha

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lo aguardaba en una casa abandonada. En cuanto entró, ella cerró la puerta y loarrastró hacia un almacén de jarras donde ningún oído indiscreto escucharía suentrevista.

Bina era morena, espontánea y hechicera.

  ¿Has tomado las precauciones necesarias, Iker?  ¿Acaso me consideras un irresponsable?  ¡No, claro que no! Pero tengo miedo, tanto miedo... ¿No deberías

tranquilizarme?

Bina se acurrucó contra el escriba, pero él no reaccionó. Cada vez que ellaintentaba seducirlo, el rostro de la joven sacerdotisa le venía a la memoria y le

arrebataba cualquier deseo de ceder ante las insinuaciones de su cómplice.

  No tenemos mucho tiempo, Bina.  Un día, esta ciudad será nuestra y ya no estaremos obligados a ocultarnos.

Pero el camino es largo aún, Iker. Sólo tú nos permitirás lograrlo.  No estoy seguro.  ¿Acaso vacilas aún?  No soy un asesino.  ¡Matar a Sesostris será un acto de justicia!  Deberíamos tener pruebas formales de su culpabilidad.  ¿Y qué más exiges?  Quiero consultar los archivos.  ¿Será largo?  Lo ignoro. Mis funciones actuales no me autorizan a ello, y tendría que

ascender en la jerarquía para tener acceso sin llamar la atención del alcaldey de Heremsaf.

  Pero ¿qué esperas descubrir, Iker? Ya sabes que el faraón es el únicoresponsable de todas tus desgracias y de las de tu país. Eres consciente dela gravedad de la situación, por eso no tienes derecho a abandonar.

  ¿Me imaginas clavando un puñal en el corazón de un hombre?  ¡Tendrás valor para hacerlo, estoy segura!  Iker se levantó y caminó sobre restos de alfarería. Uno de ellos se quebró

bajo sus pies. El escriba deseó que eliminar al monstruo resultara igual defácil.

  Sesostris sigue exterminando a mi pueblo  — declaró la muchacha conemoción — . Mañana perseguirá al tuyo, cuando termine la guerra civil queya se anuncia. No lejos de aquí, el jefe de provincia Khnum- Hotep estáformando un ejército para luchar contra el tirano. Pero ¿cuántas semanas

va a resistir?  ¿De dónde provienen tus informaciones?

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  De nuestros aliados, que muy pronto llegarán a Kahun, espero. Con ellos,nuestra energía se multiplicará.

  ¿Cómo entrarán en la ciudad?  Lo ignoro, Iker, pero lo conseguirán. Ya verás, nos proporcionarán una

ayuda preciosa.  Es una locura, Bina.  Te aseguro que no. No existe otro medio de liberarnos de esta opresión, y

tú serás el brazo armado que nos concederá la libertad. ¿Existe mayordestino? Al tomarla contigo, Sesostris puso en marcha la fuerza capaz dedestruirlo.

  Las últimas palabras de Bina convencieron al escriba de que avanzaba porel buen camino. Sin embargo, el objetivo seguía estando muy lejos y susposibilidades de alcanzarlo parecían ínfimas.

  Comparto tus dudas y tus inquietudes, Iker. Pero muy pronto ya noestaremos solos.

Tendido en la terraza, Iker no dormía por la noche. Esta vez su proyecto tomabacuerpo y sentía que estaba preparado para llevarlo a cabo. Nada le resultaba másinsoportable que la injusticia, ya fuera cometida por un rey o por un pobre. Y sino había nadie más que él para rebelarse, no retrocedería. Un grito de dolorprocedente de abajo le hizo dar un respingo.

  ¡Se os ha agrietado la calabaza!  — protestó Sekari con vehemencia — . ¡No

se despierta a la gente con patadas en las nalgas!

Iker bajó a ver.

Dos policías estaban ante él. Provistos de garrotes, no parecían muy afables.

De pie, adormilado aún, Sekari se palpaba el trasero.

  ¿Quién es éste? — preguntó el policía de más edad.

  Sekari, mi criado.  ¿Y duerme siempre en el umbral?  Medidas de seguridad.  Con un tipo al que le cuesta tanto despertar, yo no me sentiría muy seguro.

Bueno, no hemos venido por él. El escriba Heremsaf te reclama con urgencia.Los dos emisarios se alejaron.

«Al menos, no me han puesto las esposas y no me han arrastrado por las calles de

la ciudad como a un vulgar bandido», pensó Iker, petrificado.

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Pero, por desgracia, el asunto sólo se aplazaba. Heremsaf lo convocaba de aquelmodo porque había adivinado sus intenciones. Iker sería detenido y condenado.Su única posibilidad consistía en huir, pero ¿le permitirían salir los guardianes dela puerta principal de la ciudad?

3

El faraón Sesostris había bautizado como «Paciente de lugares» su ciudadconstruida en el paraje de Abydos para encarnar el primero de los dos valoresfundacionales de la monarquía faraónica: la perseverancia. La segunda, lavigilancia o, más exactamente, el despertar de Osiris en la resurrección, confería

a la institución la dimensión sobrenatural que le permitía construir monumentosduraderos.El faraón examinaba personalmente el cuadro de servicio de los sacerdotestemporales, distribuidos en cinco equipos que se sucedían el uno al otro.Frente al gigante, el responsable de su redacción, un hombrecillo nervioso, nopodía dejar de temblar. — Si has seguido mis instrucciones y cumplido correctamente tu misión, ¿a quéviene tanto miedo? — El... el privilegio de veros, majestad... el... — Ni tú ni yo tenemos privilegios, somos los servidores de Osiris. — Así lo entendía yo, majestad, y... — ¿Cómo funcionan tus equipos? — Al modo tradicional. Los empleados forman un grupo dividido en variassecciones, destinadas a tareas concretas. Ninguna debe perjudicar a otra, y todaslas obligaciones se cumplen a su hora.El responsable lanzó un detallado discurso donde habló del aseo de las estatuas,de la limpieza de los cuencos de purificación, de la preparación de aceites deiluminación, cuya combustión no desprendía humo, así como de la elección delos alimentos que debían depositarse en las mesas de ofrenda y repartirse, luego,

bajo control. Le dio al rey los nombres y las hojas de servicio de los guardianes,de los jefes de taller, de los escultores, de los pintores, de los jardineros, de lospanaderos, de los cerveceros, de los carniceros, de los pescadores y de losperfumistas, sin omitir el más modesto de los portadores de ofrendas. — Cada uno de ellos es identificado por las fuerzas del orden, que llevan unregistro que incluye los días y las horas de llegada y de partida, así como losmotivos de ausencia y de retraso. — Y hasta ahora, ¿cuántas expulsiones de temporales hay por falta grave? — ¡Ninguna, majestad! — respondió con orgullo el responsable.

 — He aquí la prueba de tu incompetencia. — Majestad, yo...

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 — ¿Cómo puedes suponer ni por un solo instante haber alcanzado la perfección?O intentas engañarme, lo cual es un error imperdonable, o te fías de los informesde tus subordinados, lo cual es un error no menos imperdonable. En cuanto hayanombrado a tu sustituto abandonarás Abydos.

Al visitar los talleres, los almacenes, las carnicerías y las cervecerías, Sesostrisadvirtió varios quebrantamientos de las consignas de seguridad. Sobek elProtector tomó de inmediato las medidas necesarias. Luego, el rey recibió a sumaestro de obras, con el rostro marcado por la fatiga. — ¿Problemas de nuevo? — Nada grave, majestad, gracias a la protección de las sacerdotisas de Hator. Lasherramientas ya no se rompen y los canteros no se ponen ya enfermos. Por eso mecomplace anunciaros el fin de la obra: los pintores han terminado esta mismamañana la última figura divina, la de Isis. Vuestro templo está dispuesto paraproporcionar un máximo de ka, al igual que vuestra morada de eternidad.¿Cuándo deseáis animar el tesoro? — Mañana mismo.

En Tebas, las ceremonias iban acompañadas por un regocijo popular. En cambio,en Abydos, incluso los cerveceros cumplían un papel cultural al servicio deOsiris, y en las actuales circunstancias, cualquier manifestación de júbilo habríaresultado inapropiada.Ante la mirada de las sacerdotisas y de los sacerdotes permanentes, Sesostriscolocó en el depósito de fundación de su templo veinticuatro lingotes de metales

y piedras preciosas, entre ellas, el oro, la plata, el lapislázuli, la turquesa, el jaspey la cornalina. Aquellos materiales, que habían brotado del vientre de lasmontañas, entraban en la composición del ojo de Horus, el más poderoso de lostalismanes.Luego, portadores y portadoras de ofrendas se acercaron al santuario enprocesión, para equiparlo con los elementos necesarios para su buenfuncionamiento: jofainas de purificación, copas, jarras, cofres, altares, in-censarios, paños y barcas componían el tesoro del templo, de techo de oro ylapislázuli, de suelo de plata y puertas de cobre.

 — Celebraré hoy los tres rituales de la mañana, del mediodía y del anochecer — comenzó el faraón — , de modo que las potencias sobrenaturales mantengan elgenio de este lugar, morada de las divinidades y no de los humanos; su papelconsiste en difundir energía.La joven sacerdotisa veía cómo se cumplían los textos descifrados en la Casa deVida de Abydos, que trataban del papel primordial del rey de Egipto, dueño de lacreación de los ritos. A él le tocaba poner orden en vez de desorden, verdad enlugar de mentira, justicia en vez de terror. Existía una posibilidad de vivir laarmonía celestial en una sociedad terrenal: cumplir esos ritos a su hora y disponer

de un faraón capaz de encargarse por completo de su función. — Que la luz ilumine los altares  — ordenó Sesostris.

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Los pebeteros derramaron suaves olores. Flores, carnes, legumbres, aromas,recipientes que contenían agua, cerveza y vino, así como panes de formas ytamaños diversos, se depositaron sobre las mesas de ofrenda de diorita, granito yalabastro. Todas aquellas riquezas eran ofrecidas a las divinidades para que

disfrutaran su sutil aspecto y las transformaran en sustancias asimilables. Laofrenda fortalecía el vínculo entre lo visible y lo invisible. Gracias a ella, lacreación se renovaba.Sesostris entró en el templo cubierto, accesible a un pequeño número deritualistas encargados de representarlo. En aquel lugar cerrado a los profanosdebían preservar la integridad divina y rechazar continuamente las fuerzas delcaos, que intentaba destruir aquel espacio de Maat.Al fondo del santuario se encontraba el cerro primordial, hacia el que descendía eltecho y ascendía el suelo. Emergido de las aguas originales en la primera mañana,

era el zócalo sobre el que el Creador edificaba su obra sin cesar.En la penumbra del Santo de los Santos se revelaba el paraje de luz 6 (I), cuyaspuertas abría el faraón. En pleno cielo de las potencias, el rey hacía que renacieseel origen.Mientras el cosmos siga establecido sobre sus cuatro pilares - dijo el monarca a laPresencia — , mientras la inundación venga en el momento justo, mientras las dosluminarias, rijan día y noche, mientras las estrellas permanezcan en su lugar y losdecanatos cumplan con su tarea, mientras Orión haga visible Osiris, este temploserá estable como el cielo.

La animación del templo retrasaría la degradación de la acacia de Osiris. Larodearía de ondas bienhechoras y edificaría así un muro mágico que protegería elárbol de vida de nuevos ataques, sin suprimir la causa de la enfermedad.EI momento de proceder a una intervención de otro orden se aproximaba. El reyreunió, pues, a los miembros del «Circulo de oro» de Abydos para tomar sudecisión.Un solo jefe de provincia se niega a someterse  — recordó el áspero generalNesmontu — . Lancemos contra Khnum- Hotep una gran ofensiva para extirpartoda huella de rebelión. Cuando Egipto esté realmente unido, la acacia volverá a

brotar.El viejo oficial, vigoroso aún, no solía cuidar sus palabras. Indiferente a loshonores, sólo vivía para la grandeza de las Dos Tierras. ¿Y quién la encarnabasino el faraón Sesostris, al que se sentía dispuesto a entregar la vida?Apruebo a Nesmontu  — declaró el general Sepi — . Aunque esa confrontaciónproduzca numerosas víctimas en ambos bandos, parece ineluctable.Sepi, alto, flaco y autoritario, había sido el brazo derecho del jefe de la provinciade la Liebre, Djehuty, convertido en un fiel de Sesostris. En misión especial

6 El akhet, palabra construida con la raíz akh, «ser luminoso, útil». 

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 — Como el «Círculo de oro» es unánime, preparémonos para atacar a Khnum-Hotep y para reconquistar la provincia del Oryx  — concluyó Sesostris — . Que lareina y el gran tesorero vuelvan a Menfis para encargarse de la administración delos asuntos en curso. Si yo desapareciera durante el combate, la Gran Esposa real

reinará y decidirá mi sucesión con los supervivientes del «Círculo de oro» deAbydos de la Casa del Rey.

Mientras se acercaba el conflicto que amenazaba con ensangrentar Egipto,Sesostris disfrutaba de la paz y el silencio de Abydos. Ciertamente, los turbaba laenfermedad de la acacia, pero aún conservaban los recuerdos de la edad de oro, enque había visto a los iniciados venciendo a la muerte gracias a la celebración delos misterios de Osiris.Para salvar estos valores vitales, el faraón debía acabar con la rebelión de

Khnum- Hotep, someterlo y hacer que confesara. Si Sesostris conseguía destruiraquel bastión de Seth y reunificar las Dos Tierras, dispondría de una nueva fuerzaque, hasta el momento, le había hecho mucha falta.En el muelle, la joven sacerdotisa recitaba las fórmulas de protección del viajeante el ojo completo, recientemente vuelto a pintar en la proa del navío real.Sobek el Protector controlaba personalmente la identidad de cada marino yregistraba por tercera vez la cabina del monarca, justo antes de la partida. — ¿Cuándo pensáis regresar, majestad?  — preguntó la muchacha. — Lo ignoro. — La guerra se acerca, ¿no es cierto? — Osiris, el primero de los faraones, reinaba sobre un país coherente cuyasprovincias, todas ellas, sin perder su originalidad, vivían en la unión. Tengo eldeber de proseguir su obra. Regrese yo o no, tú debes llevar a cabo la tuya.Cuando el barco se alejó del muelle, Sesostris no consiguió apartar la mirada delincomparable paisaje de Abydos, moldeado por la eternidad de Osiris.

4

Cada tres meses, la guardia encargada de vigilar los accesos a la ciudad de Kahunera renovada por completo. Los soldados se distribuían por las cuatro esquinas ysólo dejaban penetrar en la ciudad a las personas conocidas y debidamenteautorizadas a permanecer en ella. Iker, convencido de que sería detenido, nisiquiera intentó cruzar las barreras, y se dirigió, con la frente levantada, hacia lamorada de Heremsaf, su superior jerárquico.Antes de ser encarcelado, condenado a trabajos forzados, ejecutado incluso, Ikerrevelaría a Heremsaf sus más íntimos pensamientos. Sin duda sería un gestoinútil, puesto que el alto funcionario servía a Sesostris, pero a fuerza de proclamar

la verdad sobre el tirano se efectuarían tomas de conciencia y otro brazo armadoconseguiría suprimirlo.

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Para comparecer ante su juez, Iker se había dotado de un soberbio material deescriba, regalo de su profesor, el general Sepi. Entregaría a su acusador suspaletas, sus pinceles, sus rascadores, sus gomas y sus botes de tinta, y tacharía así su pasado definitivamente.

Heremsaf degustaba unos puerros gratinados, cortados en finas láminas,separándolos del queso fresco con ajo. Cuando Iker se presentó ante él, nisiquiera levantó la cabeza y siguió concentrado en su plato favorito.Heremsaf, con el rostro cuadrado y el pequeño bigote perfectamente recortado,era uno de los personajes principales de Kahun. Intendente de la pirámide deSesostris II y del templo de Anubis, verificaba todos los días las entregas decarne, pan, cerveza, grasas y perfumes, escudriñaba los libros de los escribascontables, controlaba las horas suplementarias de los empleados y se asegurabade que los alimentos fueran justamente repartidos. Madrugador, aunque seacostaba muy tarde, olvidaba la propia idea del reposo.Iker le debía su primer puesto y sus ascensos, acompañados por un consejo:«Nada debe escapar a tu vigilancia.» Ahora bien, en el transcurso de un trabajoque le había confiado su superior, Iker había encontrado el mango de un cuchilloque tenía grabado el nombre de El rápido, el bajel que lo llevaba a la muerte.¿Simple casualidad o Heremsaf estaba manipulándolo? Al negarle a Iker la po-sibilidad de consultar los archivos demostraba su alianza con el alcalde, secuaz deSesostris. Sin embargo, el escriba no tenía nada concreto que reprocharle, pues nosabía cuál era su juego.Hoy, Heremsaf se quitaba la máscara. Su verdadera estrategia consistía en

tenderle trampas a Iker con la esperanza de que cometiera un error fatal. Disponíade informaciones decisivas, por lo que ahora podía dar el golpe de gracia. — Tenemos que hablar, Iker. — Estoy a vuestra disposición. — ¡Pareces muy nervioso, muchacho! ¿Preocupaciones? — Eso debéis decírmelo vos. — Temes que critique tu balance, ¿no es cierto? Pues bien, examinémoslodetenidamente. Has resuelto un delicado asunto de graneros, has desratizado laciudad, rehabilitado unos antiguos almacenes y reorganizado, con increíble

rapidez, la biblioteca del templo de Anubis. ¿Te parece correcto mi resumen? — Nada que añadir. — Una trayectoria fulgurante, ¿no es cierto? — Vos debéis juzgarlo. — Aunque hayas decidido mostrarte desagradable, no modificarás mi opinión nimi decisión. — No era ésa mi intención. He aquí mi material de escriba.Heremsaf levantó por fin la cabeza. — ¿Por qué quieres separarte de él?

Iker se quedó atónito. — Debes saber, muchacho, que no acepto regalos de nadie. Deberías excusarte

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por esa estúpida acción, pero ése no es tu estilo. Bueno, olvidémoslo... Siformulara el menor reproche contra el joven escriba más dotado de Kahun, elalcalde me lo censuraría. El privilegio que te concede me parece desorbitado,pero me veo obligado a doblegarme. ¡Que no se te suba a la cabeza, de todos

modos! No faltarán las envidias y, al menor error, no fallarán. Sé, pues, ex-tremadamente prudente y no presumas de tu buena suerte. — Mi buena suerte... ¿A qué os referís? — A tu traslado. El alcalde te ofrece una nueva casa, más grande y mejor situada.Ya eres propietario. — ¿Por qué tanta generosidad? — Ahora perteneces a la élite de los escribas de Kahun, muchacho, y todas lasadministraciones de la ciudad te están con ello abiertas. — ¿Debo seguir encargándome de la biblioteca del templo de Anubis?

 — Por supuesto, ya que nuevos manuscritos serán transferidos esta semana; eresel más apto para clasificarlos. A mi entender, pronto serás llamado alayuntamiento como consejero. Entonces, ya no seré tu superior y deberásarreglártelas solo frente a funcionarios que ocupan su lugar desde hace muchotiempo. Desconfía de ellos: no les gustan los jóvenes que pueden arrebatarles elpuesto. ¿Satisfecho de tu criado? — ¿De Sekari? Lo considero un amigo que trabaja en mi casa a tiempo parcial. — Te lo atribuyo a tiempo completo. Tu domicilio debe estar siempre biencuidado, tu reputación depende de ello. Que tengas buena jornada, escriba Iker.Tú y yo tenemos mucho que hacer.

 — Un sueño increíble — reveló Sekari a Iker — : ¡estaba comiendo asno! Según elintérprete de los sueños que he consultado, eso es excelente: ascenso aseguradopara mí o para uno de mis amigos. — Tu sueño no te ha engañado: el alcalde me ha concedido una gran mansión.Sekari no pudo contener un silbido de admiración. — ¡Caramba...! ¡Te estás convirtiendo en alguien realmente importante en estaciudad! Cuando pienso en los malos momentos que hemos pasado, se loagradezco al destino. ¿Para cuándo el traslado?  — Inmediatamente.

 — ¡Preparemos tus cosas, pues! — Los servicios de la alcaldía se ocupan de ello.Iker, Sekari y Viento del Norte fueron al lugar indicado por Heremsaf, una limpiacalleja situada en el más hermoso Kahun, no lejos de la inmensa villa del alcalde. — ¿Es aquélla?  — se extrañó Sekari. — Exacto. — No es posible... ¡Qué hermosa es, encalada y con un piso! ¿Y has visto eltamaño de la terraza? ¿Aceptarás, aún, dirigirme la palabra? — Claro está, puesto que tú vivirás aquí como intendente.

 — ¡Qué cosas! Espera, no entremos como unos salvajes. Voy a buscar lonecesario.

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Sekari tardó poco en regresar, y lo hizo con una jofaina llena de agua perfumadaque depositó en el umbral. — Nadie entrará en esta residencia sin haberse lavado las manos y los pies.Propietario, ¡el honor es tuyo!

En la estancia reservada al culto de los antepasados, Sekari olisqueó el aire. — Han rociado los muros con ajo molido, pulverizado y empapado en cerveza — advirtió — . Ni las serpientes, ni los escorpiones, ni los aparecidos nosmolestarán.Una sala de recepción, tres habitaciones, sanitarios nuevos, una amplia cocina, unsótano digno de este nombre... Sekari, hechizado, recorrió varias veces lasestancias. — ¿Y... el mobiliario? — Creo que está llegando.Varios empleados municipales acarrearon una impresionante cantidad de objetos.Bajo la atenta mirada de Viento del Norte, Sekari los obligó a lavarse los pies ylas manos antes de depositar en los lugares adecuados los valiosos fardos.Cestos y cofres para guardar los alimentos, la ropa, las sandalias y los objetos deaseo que habrían satisfecho a los más exigentes. Rectangulares, oblongos,ovoidales o cilíndricos, estaban hechos de tallos de junco atados con cintas dehojas de palma, o de madera, y tenían tapas bien ajustadas que se cerraban concordones. En cuanto a las esteras, eran de calidad superior: briznas transversalesde juncos cruzadas con briznas longitudinales de lino componían cuadrados yrombos de colores. Unas se extenderían en el suelo, las otras se colgarían de las

ventanas a modo de cortina.Las mesas bajas y los taburetes de tres pies no carecían de elegancia ni derobustez, pero Sekari apreció, sobre todo, las sillas bajas de paja, con los pies desección cuadrada y el respaldo ligeramente curvado, para adaptarse a la forma dela espalda. Gracias a sus marcos, fijados por espigas incrustadas en muescassuperpuestas en ángulo recto, durarían siglos. ¡Y qué decir de las soberbiaslámparas, compuestas por una base de calcáreo y una columnilla de madera queimitaba un tallo de papiro en el que se había depositado un recipiente de broncedestinado a recibir el aceite de iluminación!

Sin aliento, Sekari se sentó en una silla. — ¿Acaso te han nombrado adjunto del alcalde?Y aún quedaba lo más sorprendente: tres camas, una para cada habitación,provistas de un equipamiento como Sekari nunca había visto. Palpó suavementelos somieres fabricados con madejas de cáñamo trenzadas y sujetas a un cuadrode madera decorada con figuras del dios Bes y de la diosa hipopótamo Tueris.Armados con cuchillos, blandían serpientes y protegían el sueño del que dormía.El criado posó la cabeza en los almohadones, rellenos de lana, y cayó en éxtasiscuando palpó las sábanas de lino fino.

- — Iker, ¿te imaginas dormir ahí, sobre todo si las perfumamos...? ¡Ni una mozase resistirá! Ya las veo en...

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El rebuzno de Viento del Norte interrumpió las idílicas visiones de Sekari. En elflanco oeste de la casa, el asno acababa de descubrir un huerto y un pequeñoestablo con el techo cubierto de hojas de palma. Lechos de paja confortable,comedero lleno de cereales, de legumbres y de un manjar incomparable, cardos:

era evidente que a Viento del Norte le gustaba el cambio de domicilio. Tresfuertes mocetones se presentaron ante la puerta de la morada. — ¿El sótano? — preguntó el primero. — ¿Por qué razón?  — quiso saber Sekari. — Traemos jarras de cerveza de parte del alcalde.Sekari vio pasar los recipientes herméticos, de cuello estrecho, de barro cocido entodo su grosor, y provistos de dos asas. Los tapones de limo garantizaban unbrebaje de calidad. — Bueno... seguidme.

Apenas almacenadas las jarras apareció otro proveedor que llevaba taparrabos delino crudo, formado por dos piezas simétricas cosidas por el centro. — Es la última moda  — explicó — . Ese taparrabos llega hasta la pantorrilla y subehasta el pecho. Las dos puntas más largas del triángulo se anudan a la cintura. Lamás pequeña debe ponerse, de atrás hacia adelante, entre los muslos, y atarse enel abdomen con las otras dos. Si se coloca bien, el tejido da dos veces la vuelta alcuerpo.Iker lo probó inmediatamente y el resultado lo satisfizo. — Me han dado esto para el criado.Sekari recibió una magnífica escoba de largas fibras de palma, dobladas yreunidas en manojo. Dos ligaduras séxtuples mantenían rígido el mango.Mientras el interesado probaba su nueva herramienta de trabajo, Ikercontemplaba un objeto insólito que no habría tenido que figurar en su material deaseo: una cuchara para maquillaje que representaba a una nadadora desnuda, conla cabeza levantada, que sujetaba una copa oval en forma de pato. Ella, Nut, ladiosa Cielo; él, Geb, el dios Tierra. De su unión dependía la circulación del aire yde la luz, que hacían posible la vida en la tierra.Ella.Aquel pequeño objeto hacía presente, de pronto, a la joven sacerdotisa, tan lejana,

tan inaccesible. ¿Simple error o signo del destino? — ¿Qué piensas hacer con eso?  — preguntó Sekari, divertido. — Ofrecerás esta cuchara a una de tus bellezas. — ¿Aún piensas en aquella mujer a la que nunca volverás a ver? Te presentaréotras diez, hermosas y comprensivas. Con una casa como ésta te has convertidoen uno de los mejores partidos de Kahun.Iker pensó en la piedra excepcional, la reina de las turquesas, extraída de lamontaña. Gracias a ella había contemplado el rostro de la mujer amada, quenunca podría ser sustituido por otro.

 — Te torturas en vano  — insistió Sekari — , y no aprecias tu suerte. Una moradasemejante y un empleo de escriba de alto nivel, ¿te das cuenta?

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 — ¿No me hablaste del «Círculo de oro» de Abydos?Sekari frunció el entrecejo. — No lo recuerdo, pero ¿qué importancia tiene eso? Todos han oído esaexpresión, que designa a unos iniciados en los misterios de Abydos. Nosotros no

formamos parte de ellos, ¡y es mejor así! ¿Te imaginas una existencia de recluso,sin placer alguno, lejos del vino y de las mujeres? — ¿Y si ella perteneciera al «Círculo»? — ¡Olvídala y preocúpate de tu carrera! ¿Por qué tienes esa cara tan siniestracuando dispones de todo lo necesario para ser feliz? — Perdona, amigo mío, pero tú no comprendes la razón de esta montaña deregalos.Sekari se sentó en un taburete. — ¡Eres reconocido como un excelente escriba y gozas de las ventajas que estánligadas a tu función! ¿Qué tiene eso de extraño? — Quieren comprarme. — ¡Divagas! — Quieren impedirme que siga adelante con mis investigaciones y descubra laverdad. Un buen cargo, una hermosa casa, la abundancia material... ¿Qué máspodría desear, en efecto? Hábil cálculo, pero a mí no me engañan. Nadie medetendrá, Sekari. — Visto de ese modo... Pero ¿no estarás exagerando? — Represento un peligro para las autoridades de esta ciudad. Intentan cerrarme laboca.

 — Supongamos que tienes razón. Si así fuera, ¡aprovéchate de las circunstancias!Si la verdad que buscas te conduce al desastre, ¿por qué no renunciar a ella y con-tentarte con lo que te ofrecen? — Te lo repito: nadie me comprará. — Bueno, yo voy a hacer mi primera limpieza y, luego, a preparar el almuerzo.Iker subió a la terraza. No se sentía en su casa allí. Al intentar comprarlo, susadversarios sólo conseguían fortalecer su decisión.De su taparrabos, el escriba sacó el cuchillo con el que mataría a Sesostris y dejóque el sol jugara con la hoja.

5

La viuda trabajaba duro: quería asegurar una existencia feliz a sus tres hijos. Ensus aisladas tierras, al norte de Menfis, cultivaba hortalizas con dos obrerosagrícolas y las vendía en los mercados.Cierto día, mientras estaba amontonando unos magníficos calabacines en uncapazo, un monstruo peludo se irguió ante ella. Aunque la viuda no era miedosa,

hizo ademán de retroceder. — ¡Salud, amiga! Caramba, posees un hermoso dominio. Debe de ser muy

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rentable.  — ¿Y a ti qué te importa? Jeta- de- través soltó una maligna sonrisa. — Soy un tipo amable y atento a las preocupaciones de los demás. Por eso meencargo de protegerlos, y tú, sin duda, necesitas mi protección.  — Te equivocas. — ¡Oh, no! ¡Yo nunca me equivoco!  — ¡Lárgate!

 — Cuando me hablan en ese tono, me irrito. No cuentes con tus obreros paradefenderte, están en manos de mis hombres. Por lo que se refiere a tus retoños, noles haremos ningún daño si te muestras comprensiva.La viuda palideció. — ¿Qué quieres? — El diez por ciento de tus beneficios a cambio de mi protección. Y no intentesengañarme. En caso de que me mientas o de que opongas resistencia, me vengaréen la pequeña.La técnica de Jeta- de- través estaba ya muy rodada. Con su equipo de

implacables truhanes ponía bajo su dominio modestas explotaciones cuyospropietarios cedían ante su chantaje, por miedo a perder la vida o a ver cómotorturaban a sus familiares.La viuda no fue una excepción a la regla.Jeta- de- través no dejaba a sus espaldas cadáver alguno, por lo que no llamaba laatención de la policía. Puesto que comenzaba a administrar ya un buen número de«protegidos», sus ganancias se hacían sustanciales. Era un simple comienzo, perose felicitaba por sus progresos, y esperaba que el gran patrón estuviera satisfecho.Jeta- de- través entró en Menfis por el arrabal norte, desde donde se divisaba lavieja ciudadela de blancos muros, obra de Menes el Estable, el primer faraón.Dada la población, allí se pasaba fácilmente desapercibido. El gran patrón, elAnunciador, había instalado su domicilio en un modesto alojamiento, sobre unatienda que llevaban sus fieles. Jeta- de- través, nacido bandido y autor de diversosrobos a mano armada, había pasado varios años en las minas de cobre del Sinaí ysólo había escapado de las de turquesa gracias a un ataque del Anunciador y de supandilla. Poco inclinado a reconocer una autoridad cualquiera, el bandido habíaadmitido, de todos modos, que no encontraría un jefe mejor. Argumento decisivo:el Anunciador lo dejaba enriquecerse a su antojo, siempre que continuara siendodiscreto y entrenara a su equipo de comandos con vistas a operaciones más

arriesgadas que la extorsión en granjas aisladas.Aquel animal degustaba plenamente su nueva existencia, cuya única obligaciónconsistía en ir con regularidad a Menfis para entrevistarse con el Anunciador yproporcionarle su golosina preferida.Fuera cual fuese la capital elegida por este o aquel faraón, Menfis, con su granpuerto fluvial, seguía siendo el centro económico de Egipto. Allí llegaban lasmercancías procedentes de Creta, del Líbano y de Asia, clasificadas yseleccionadas en vastos almacenes. Los innumerables graneros estaban llenos decereales, los establos albergaban gordos bueyes y el Tesoro contenía oro, plata,

cobre, lapislázuli, perfumes, sustancias medicinales, vino, numerosas clases deaceite y gran cantidad de otras riquezas.

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Jeta- de- través soñaba con apoderarse de ellas y convertirse en el hombre con lamayor fortuna del país. Y el Anunciador alentaba aquel sueño, pues nocontrariaba sus proyectos.Indiferente a las creencias, pero temiendo la crueldad del Anunciador, que

superaba la suya, Jeta- de- través sólo pensaba en el resultado. Para su patrón, elmando; para él, la fortuna. Y si era preciso sembrar el terror ejecutando a todossus oponentes, no le faltaría ardor en la tarea.Mientras se acercaba al domicilio del Anunciador, Jeta- de- través se sintióobservado. Una red de centinelas descubría a los curiosos y avisaba a su jefe encaso de peligro. Un vendedor de panes por ahí, un ocioso por acá, un barrenderomás allá.Nadie le impidió entrar en la tienda, donde se amontonaban sandalias, esteras ytejidos bastos. Siguiendo las consignas de su maestro, los discípulos delAnunciador se convertían en honestos comerciantes, apreciados en el barrio.Algunos fundaban una familia, otros se limitaban a mantener relacionespasajeras. Participaban en las numerosas fiestas celebradas a lo largo del año,frecuentaban las tabernas y se integraban así en la sociedad egipcia. Antes degolpear a sus enemigos debían pasar desapercibidos. — ¿Cómo estás, Jeta- de- través?  — le preguntó un pelirrojo. — De maravilla, muchacho. ¿Y tú?Shab el Retorcido, brazo derecho del Anunciador, era temible manejando elcuchillo, y su especialidad era golpear por la espalda. Criminal frío, sinemociones ni remordimientos, absorbía con delicia las enseñanzas del enviado de

Dios y era su más fiel seguidor. — Avanzamos. Espero que no te hayan seguido. — Ya me conoces, Shab. Sigo teniendo buena mano. — De todos modos, ningún husmeador llegará hasta aquí. — Se diría que no has perdido ni un ápice de tu desconfianza. — ¿Acaso no es la base de nuestro futuro éxito? Los impíos actúan por todaspartes. Algún día los exterminaremos.Jeta- de- través asintió con la cabeza. Nada lo aburría más que los discursosteológicos.

 — El Anunciador predica. Sígueme sin hacer ruido.Los dos hombres subieron al primer piso, donde unos veinte discípulosescuchaban atentamente el discurso de su maestro. — Dios me habla  — reveló — . Yo, y sólo yo, debo transmitir su mensaje. Dios semuestra dulce y misericordioso con sus fieles, pero implacable con los infieles,que desaparecerán de la superficie de la tierra. Os impone a vosotros, losdefensores de la verdadera fe, una terrible prueba al obligaros a mezclaros con elpueblo egipcio, que se revuelca en la lujuria y adora a los falsos dioses. No existeotro medio para preparar la gran guerra e imponer la verdad absoluta y definitiva

de la que soy portador. Quienes se nieguen a reconocerla perecerán, y su castigonos llenará de gozo. Ejecutaremos a los blasfemos, comenzando por el primero de

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todos ellos: el faraón. No creáis que sea imposible alcanzarlo. Mañana,reinaremos sobre este país. Luego, haremos desaparecer las fronteras para formarun solo imperio en toda la tierra. Ninguna hembra circulará ya por las calles,ningún desenfreno será tolerado, y Dios nos colmará con sus beneficios.

«Siempre el mismo discurso», pensó Jeta- de- través, a quien impresionaban lavehemencia del tono y la fuerza de persuasión. Aquel líder convencería a más deuno.Una vez terminado el sermón, los discípulos se retiraron en silencio para volver asus quehaceres cotidianos: panaderos, vendedores de sandalias...Como en cada uno de sus encuentros, a Jeta- de- través le extrañó el poderío físicodel Anunciador. Alto, fuerte, barbudo, con unos ojos rojos profundamentehundidos en las órbitas, los labios carnosos, los cabellos cubiertos con un turbantey vestido con una túnica de lana que le caía hasta los tobillos, aterrorizaba a los

más valerosos con su mirada de rapaz. Unas veces su palabra era cortante comouna navaja de sílex; otras, suave y hechicera. Todos sus fieles le sabían capaz dedominar a los monstruos del desierto y de alimentarse con su temible fuerza. — ¿Me has traído lo necesario, Jeta- de- través? — Claro. Tomad.El velludo le tendió una bolsa al Anunciador. Shab el Retorcido se interpuso entreambos. — Un instante, lo comprobaré. — ¿Por quién me tomas?  — replicó el velludo. — Las medidas de seguridad se aplican a todo el mundo. — Paz, amigos míos  — intervino el Anunciador — . Jeta- de- través nunca seatrevería a traicionarme. Tengo razón, ¿no es cierto? — Evidentemente.El Anunciador abrió la bolsa y tomó de ella un puñado de sal de los oasis. Puestoque no bebía vino, ni cerveza, ni alcohol y muy poca agua, se satisfacía con esaespuma de Seth que se formaba en la superficie del suelo durante los grandescalores del estío. — Excelente, Jeta- de- través. — De primera calidad; procede del desierto del Oeste.

 — El vendedor no te mintió. — Nadie se burla de mí. — ¿Satisfecho de tus negocios? — ¡Funcionan de maravilla! Los granjeros tienen tanto miedo que se dobleganante mis exigencias. — ¿Ningún tozudo? — Ninguno en absoluto, señor. — ¿Nada que temer de la policía? — Nada. Al recomendarme que actuara así tuvisteis una gran idea. Obtendré

buenos beneficios para la causa. — - ¿Siguen entrenándose tus hombres?

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 — ¡Contad conmigo! Mis muchachos están más fuertes y preparados que nunca.Cuando los necesitéis, estarán listos. — Esperadme, los dos.El Anunciador salió de la estancia, dejando frente a frente a Jeta- de- través y a

Shab el Retorcido.Penetró en un reducto lleno de cestos que contenían bastas esteras. Pensó en larevuelta que había provocado en la ciudad de Siquem, en el país de Canaán, ysonrió. El ejército egipcio creía haberla sofocado, pero había olvidado que lascenizas incubaban el fuego. Detenido y encarcelado, el Anunciador había salidode prisión utilizando una estratagema: convencer a un tonto para que se hicierapasar por él y hablara en su nombre. Al ejecutarlo, los egipcios creían haberselibrado del agitador. Oficialmente muerto, el Anunciador actuaba en la sombracon toda tranquilidad.Hizo girar sobre sí mismo el muro del fondo, donde se había practicado unescondrijo, y sacó un cofre de acacia, fabricado por un carpintero de Kahun, alque había eliminado cuando lo amenazó con hablar más de la cuenta.El espléndido objeto habría merecido figurar en el tesoro de un gran templo. Suinterior guardaba escritos, figurillas mágicas y una piedra que manejó conprecaución. El Anunciador regresó a la gran estancia y mostró aquella maravilla aJeta- de- través y a Shab el Retorcido. — He aquí la reina de las turquesas.Una joya de aquel tamaño y de aquella calidad no tenía igual. El Anunciador laexpuso a la luz para que se recargara de energía.

 — Gracias a ella provocaremos un cataclismo contra el que el faraón seráimpotente. — Reconozco esta piedra  — comentó Jeta- de- través — . Iker, un chivato de lapolicía, la extrajo del vientre de la montaña de Hator. Durante el ataque a la mina,resultó muerto y su cadáver quemado. — Contemplad este esplendor y gozad de este privilegio reservado a mis fieleslugartenientes.Pero el bandido no apreciaba demasiado la meditación. — ¿Cuáles son vuestras consignas, señor?

 — Debes coger más granjas bajo tu protección, acrecentar tus beneficios, reforzartu armamento y seguir formando a implacables guerreros. El tiempo corre anuestro favor.Las instrucciones del Anunciador fueron del agrado de Jeta- de- través, que salióde la tienda con varios pares de sandalias, como un comprador cualquiera.El Anunciador volvió a tomar un puñado de sal. — Según el rumor, Sesostris se dispone a atacar al jefe de provincia Khnum-Hotep — le dijo Shab el Retorcido — . El enfrentamiento se anuncia tan sangrientocomo incierto, pues la milicia de la provincia del Oryx es numerosa y está bien

equipada. — Mejor así, amigo mío.

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 — Tal vez Sesostris sea vencido y muerto. En ese caso... — En ese caso, Khnum- Hotep tomará su lugar y se convertirá en nuestro nuevoblanco. Hay que destruir la institución faraónica, no sólo a los individuos que lahacen activa.

 — ¿Realmente confiáis en Jeta- de- través? A fuerza de enriquecerse podríavolverse incontrolable. — Tranquilízate, ese criminal ha comprendido que nadie me traiciona, so pena dever cómo las garras de un demonio del desierto se hunden en su carne. — ¡Se interesa tan poco por la verdadera fe! — Así ocurrirá con muchos de nuestros aliados, simples instrumentos de Dios. Túeres de naturaleza muy distinta. Mi revelación ha cambiado tu destino, y ahoracaminas por los senderos de la virtud.La suave voz del Anunciador sumió a Shab en una especie de éxtasis. Era la

primera vez que le hablaba de ese modo, anclando definitivamente susconvicciones. Seguiría hasta el fin a ese jefe de mirada ardiente y lo obedeceríaciegamente. — Necesito saber si nuestra organización de cananeos, implantada en Menfis, estádispuesta a actuar  — indicó el Anunciador — ; vamos a confiarle una misiónprecisa para suprimir un obstáculo importante que impide a un comando asiáticoinfiltrarse en Kahun.

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Con diecisiete años de edad, rápidos como el viento y flexibles como la caña, losdos exploradores del general Nesmontu no le tenían miedo a nada. Conscientesde la importancia de su misión, estaban decididos a correr todos los riesgos quefueran necesarios para obtener información sobre el sistema de defensa del jefede provincia Khnum- Hotep. El éxito del asalto dependería en gran parte de losdatos que le proporcionaran a su superior. Primero, el Nilo. Desarmados yvestidos con un pobre taparrabos que olía a pescado, se hicieron pasar porpescadores. Y lo que vieron los asombró: Khnum- Hotep había reunido ante elpuerto de su capital una verdadera flotilla compuesta por embarcacionesvariadas; a bordo, decenas de arqueros. Cuando un barco se lanzó sobre sumodesta barca, se guardaron mucho de huir. — ¿Por qué merodeáis por aquí?  — interrogó un oficial. — Bueno... pescamos. — ¿Por cuenta de quién? — Bueno... por la nuestra. Bien hay que alimentar a la familia. — ¿Ignoráis las órdenes del señor Khnum- Hotep? Ninguna barca debe circularya por esta parte del río. — Vivimos en la aldea, allí, y acostumbramos a pescar aquí. — En estos momentos está prohibido.

 — ¿Cómo vamos a comer, entonces? — Id al puesto de control más cercano, allí os darán víveres. Si vuelvo a veros por

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aquí, os detendré.Los dos exploradores se alejaron sin apresurarse, como dos buenos pescadoresmolestos por el nuevo reglamento. Atracaron ante el puesto de control y se in-ternaron en la espesura de papiro por la que pululaban serpientes y cocodrilos.

Indiferentes a las picaduras de insectos agresivos, llegaron hasta el lindero de lastierras cultivadas.También allí Khnum- Hotep había tomado sus precauciones. Ocultas por ramascubiertas de tierra, había profundas fosas excavadas que harían caer a losasaltantes. No eran campesinos los que ocupaban las cabañas de caña, sinosoldados, y lo mismo ocurría con las granjas. Los dos muchachos descubrierontambién algunos arqueros encaramados a los árboles. Prosiguiendo con suexploración se sumergieron en un canal que conectaba con la capital y nadaronbajo el agua, cogiendo aire de vez en cuando. A buena distancia descubrieronsólidas fortificaciones ocupadas por un imponente número de milicianos.El dispositivo de Khnum- Hotep no ofrecía ningún punto débil. Los exploradoressabían ya bastante, pero quedaba lo más difícil: regresar sanos y salvos ytransmitir la información recogida.Entonces, oyeron silbar una flecha.En cuanto el rey cruzó la puerta de su palacio, el ex jefe de provincia Djehutysalió a su encuentro. Vestido con un gran manto que atenuaba la penosa sensaciónde frío que sentía, el viejo dignatario quería olvidar su edad y su reuma y rendirhomenaje al soberano, del que era fiel súbdito ya. — Os aguardaba con impaciencia, majestad.

 — ¿Malas noticias? — He reforzado las fronteras de la provincia y desplegado todas mis tropas paraaislar a Khnum- Hotep, pero todos los días temía un intento por su parte de forzarel bloqueo. Puesto que su milicia es más numerosa que la mía, yo no habríaresistido mucho tiempo. — La desgracia no ha sucedido, seguimos teniendo esperanzas. — Soy pesimista aún, majestad. No me fío demasiado de mis propios hombres.Muchos de ellos protestan ante la idea de luchar contra los hombres de Khnum-Hotep. Y os recomiendo que no otorguéis confianza alguna a los soldados de las

milicias que se han unido recientemente a la corona. Su compromiso esdemasiado reciente, y la reputación del jefe de la provincia del Oryx los hace tem-blar. La mayoría piensan que saldrán vencedores de cualquier confrontación. Enrealidad, sólo podéis contar con vuestras propias fuerzas. — Gracias por hablarme con tanta franqueza. — Sin duda sois el gran faraón que nuestro país tanto necesita, pero el obstáculoque se levanta ante vos parece insuperable. Aunque venzáis en este combate, lasheridas serán imborrables.Djehuty se preguntó si el rey tomaba en serio sus observaciones. Reintegrar al

regazo de Egipto las provincias rebeldes, a excepción de la de Khnum- Hotep,había sido toda una hazaña; sin embargo, la reconciliación efectiva exigiría

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tiempo, mucho tiempo. Al reclamar una victoria total, ¿no se arriesgaba Sesostrisal desastre? Pero, si se demoraba, se debilitaría frente a Khnum- Hotep, que nodejaría de sacar partido de ello.Sobek el Protector, jefe de la guardia personal de Sesostris y de todas las policías

de Egipto, no dormía ya desde que el rey residía en la provincia de la Liebre.Atlético y nervioso, todavía no dominaba los datos de la seguridad en aquelterritorio demasiado vasto. Además, tenía que contemporizar con los milicianosde Djehuty y formar equipos mixtos que no le inspiraban mucha confianza. Almenos, imponía con firmeza la presencia de sus mejores hombres en torno a losaposentos del soberano. Era evidente que Khnum- Hotep intentaría eliminar almonarca antes de que éste llevara a cabo el asalto. Las tropas de Sesostris,privadas de su jefe, se unirían sin duda al adversario. ¿Dónde y cuándo seproduciría el intento de asesinato?

En Khemenu, la capital provincial, la atmósfera se estaba volviendo sombría.Ninguno de los exploradores enviados por el general Nesmontu al otro lado delfrente había regresado. Sesostris ignoraba pues todo sobre el sistema de defensade Khnum- Hotep. Atacar a ciegas sólo podía conducir al fracaso. Desde elamanecer, Sobek registraba personalmente a los empleados de palacio. Des-confiaba incluso de los ancianos aparentemente inofensivos, y se dirigía a lascocinas, donde los pinches probaban los platos en su presencia. Cuando se tomótiempo para comer una torta rellena de habas, uno de sus adjuntos se acercóvacilante, con la cabeza gacha. — ¿Algún problema? — No, jefe, en realidad, no... Pero como nos ordenasteis que os lo indicáramostodo. — Explícate.Sobek dejó su torta, que un perro, de patas cortas pero excelente observador,acechaba desde hacía largo rato. El animal se apoderó de su presa y corrió paradegustarla en algún rincón tranquilo. — Habéis visto, jefe... — Estoy esperando. — Bueno, es un incidente menor. El peluquero oficial de palacio entró anoche, un

poco antes de que se pusiera el sol, y nadie lo ha visto volver a salir. Normal-mente, debería haber terminado sus servicios antes del desayuno. — ¡Se ha ocultado, pues! — Tranquilizaos, tengo su material. Nadie está autorizado a circular por palaciocon una arma o un objeto peligroso. — ¡Imbécil, habrá escondido una navaja en alguna parte!Sobek y su adjunto corrieron hacia los aposentos de Sesostris. En el corredor quellevaba a éstos, el adjunto descubrió al peluquero. — ¡Es él!

El hombre se detuvo, aterrorizado; en la mano llevaba una pequeña bolsa decuero. Sobek se abalanzó sobre él y lo tiró al suelo. El adjunto le ató las manos y

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los pies con una cuerda que se hundió en sus carnes. — ¡De modo, muchacho, que querías asesinar al rey! — ¡No, no, os juro que no! — Vamos a verlo.

Sobek abrió la bolsa. En el interior no había una navaja, sólo un soberbioescarabeo de cornalina. — ¿Lo has robado?El peluquero agachó la cabeza. — Sí, es cierto.- ¿A quien?- A una camarera.- ¿ Y te has ocultado, esta noche, para llevar a cabo tu fechoría?- Pensaba que nadie me vería. Tenéis que perdonarme, yo..,- Te prometo el máximo de años de cárcel.

Mientras Sesostris examinaba el plan de ataque del general Nesmontu, Sobek losavisó de que dos exploradores heridos, acababan de llegar a la primera línea deinfantería. Desconfiado, el jefe de la policía pidió a Nesmontu que identificara aesos hombres antes de que comparecieran ante el faraón.Uno de los dos jóvenes tenía una punta de flecha clavada en el hombro izquierdo;el otro, la pierna derecha ensangrentada. Orgullosos de haber cumplido con éxitosu misión, se negaron a ser curados antes de ha- Mar con el monarca y el general,que los escucharon con atención.

Nesmontu los felicitó y los ascendió al grado de oficial. Los dos héroes nopudieron contener una lágrima cuando el rey, que les sacaba más de una cabeza,les dio un abrazo.Una vez hubieron sido transferidos al hospital militar, Sesostris reunió a suconsejo restringido compuesto por los generales Nesmontu y Sepi, el Portador delsello real Sehotep y Sobek el Protector.Con gravedad, Nesmontu resumió las informaciones recogidas. Un largo silenciosiguió a su exposición. — El dispositivo de Khnum- Hotep es infranqueable  —   juzgó Sepi — .

Necesitaríamos un ejército tres veces más importante para derribarlo, a costa degravísimas pérdidas. Y, en el actual estado de nuestras fuerzas, no hay posibilidadalguna. — Reconozco que esta operación será delicada  — admitió Nesmontu — . Sinembargo, no se trata de retroceder. Me pondré a la cabeza de mi unidad de élite yatravesaremos las defensas del adversario. — Te batirás con valor  — concedió Sehotep — , pero perderás la vida. Cuandonuestros mejores soldados hayan desaparecido, ¿qué esperanza nos quedará? — Conocer las posiciones del enemigo nos procura una considerable ventaja. Si

sabemos aprovecharla, tal vez el destino nos sea favorable. — ¡Vano sortilegio!  — protestó Sobek — . Tú mismo acabas de explicarnos por

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qué estábamos vencidos de antemano. — Intentemos negociar aún  — propuso Sehotep — . Me considero capaz dedomesticar a Khnum- Hotep. — Te tomará como rehén  — predijo el general Sepi — . La cabeza de ese jefe de

provincia es más dura que el granito. Khnum- Hotep no negociará, pues nocederá ninguna de sus prerrogativas.Nadie contradijo a Sepi. — No tenemos elección  — afirmó Nesmontu — . Sean cuales sean los riesgos,debemos atacar. De lo contrario, el prestigio del faraón quedará mortalmenteherido. — Yo abogo por el statu quo  — dijo Sehotep — . Aislemos a Khnum- Hotep,condenémoslo al hambre y obliguémoslo a rendirse. — ¡Pura utopía! Su provincia es lo bastante rica para alimentarlo durante meses,

años incluso. Si renunciamos a actuar, actuará él. — La seguridad del rey es prioritaria  — recordó Sobek el Protector — . Durante laofensiva, su majestad no deberá exponerse. — Así lo creo yo  — asintió Nesmontu — ; yo me pondré a la cabeza de missoldados. Sesostris se levantó. — La decisión última me corresponde tomarla a mí. La conoceréis mañana por lamañana, tras la celebración del ritual en el santuario de Tot.

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Vestida con una túnica plisada de manga corta y un corpiño beige, la jovensacerdotisa saludó al árbol de vida y tocó para él el arpa portátil, aunque fueramuy difícil hacerla sonar armoniosamente. El instrumento, hecho de madera desicómoro y de unos cincuenta centímetros de largo, estaba provisto de cuatrocuerdas. La intérprete apoyaba el extremo inferior en el hueco del hombro y lomantenía horizontal, para obtener un perfecto equilibrio, bajo la protección dedos pequeñas estatuillas que decoraban el arpa: un nudo mágico de Isis y unacabeza de Maat.Hizo sonar una melodía muy lenta, pero con mucho ritmo, que apaciguaba lasangustias y procuraba serenidad.

Antes de proceder a la libación, el Calvo aguardó a que se apagaran las últimasnotas.- El cielo y las estrellas tocan música en honor del árbol de vida — recordó — . Soly luna cantan sus alabanzas, las diosas danzan en su favor. Un verdadero músicoconoce el plan del Creador, percibe el modo como ordena el universo y pone enconsonancia sus componentes.De este orden nace una música celestial de la que podemos convertirnos enmodestos intérpretes. Que tu arte sea un rito.

Al llegar a Abydos, Gergu se sentía deprimido. Testaferro del rico y poderosoMedes, secretario de la Casa del Rey, Gergu había sido ascendido a inspector

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principal de los graneros. Por este motivo, viajaba por todo Egipto y sometía achantaje a algunos propietarios, amenazándolos con represalias fiscales si no leconcedían, con perfecta discreción, parte de sus bienes.Gordo, gran bebedor y comedor, aficionado a las mujeres y tres veces divorciado,

Gergu debería haber sido encarcelado por haber maltratado a su última esposa,pero Medes lo había sacado de aquel mal paso, y le había ordenado que sólotratara ya con profesionales.Gergu era supersticioso, temía los poderes ocultos de las divinidades y los magos,y no viajaba nunca sin una buena cantidad de amuletos. Sin embargo, al poner elpie en el embarcadero del territorio sagrado de Osiris se consideraba expuesto alas agresiones de lo invisible.Buen marino y experto cazador, detestaba el riesgo inmoderado, pero Medes se loimponía al enviarlo allí de nuevo. Como nada podía negarle a su protector,regresaba con el pretexto de proporcionar a los sacerdotes géneros que figurabanen una lista oficial.El verdadero objetivo de su misión era, sin embargo, muy distinto: volver aponerse en contacto con uno de los permanentes, corromperlo y transformarlo enun aliado seguro con la esperanza de apoderarse de los tesoros de Abydos.Como consecuencia de su último encuentro, Gergu pensaba que la empresa erafactible. Pero, cuanto más pensaba en ello, más presentía que aquel sacerdoteestaba tendiéndole una trampa.Sin embargo, ningún argumento disuadió a Medes de insistir. Y sólo varios litrosde cerveza fuerte incitaban a Gergu a salir de su camino.

Como en su anterior visita, le impresionó el despliegue de las fuerzas deseguridad encargadas de vigilar el paraje. ¿Qué ocurría en Abydos? Cada reciénllegado era cuidadosamente registrado; cada barco, examinado de arriba abajo.Gergu no escapó al reglamento. Al ver que se acercaban a él un oficial y cuatrofortachones provistos de garrotes comenzó a sudar. ¡Iban a detenerlo, a encerrarloen una mazmorra y a interrogarlo! — Documentos — exigió el teniente. — Aquí están.Temblando, le tendió un papiro al militar, que se tomó el tiempo de leerlo.

 — Inspector de los graneros Gergu, en misión oficial, con un barco de mercancíasperecederas... Verifiquemos si el contenido es el adecuado.El teniente lo miró con ojos extraños. — No parecéis sentiros muy bien. — Debo de haber comido algo en mal estado. — Hay un médico de guardia en el puesto de mando. Si empeoráis, no vaciléis enconsultarle. Mientras mis hombres examinan la carga, os llevaré a mi despacho. — ¿Por qué? — Porque he recibido consignas especiales sobre vos.

Gergu sintió que las piernas le temblaban, pero consiguió mantenerse en pie. Susuerte estaba echada, era evidente. Dado el número de soldados era imposible

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huir. Resignado, siguió al oficial hasta una vasta sala donde trabajaban unadecena de escribas.El teniente tomó una tablilla de madera puesta en un anaquel y se la entregó aGergu.

 — Dada la frecuencia de vuestras visitas a Abydos, he aquí vuestra acreditacióntemporal, aprobada por el responsable de los contactos con el exterior. Llevadsiempre este documento encima cuando os desplacéis por el paraje. No osautoriza a circular por el territorio prohibido a los profanos y no os dispensa decontrol alguno, pero una cara conocida facilita el procedimiento.Incapaz de decir una sola palabra, Gergu se limitó a esbozar una sonrisabobalicona. — Os conduciremos al lugar de vuestra cita.Pasmado aún, a Gergu le complació esperar en el lugar habitual. Aquella espera

le permitió recobrar el ánimo untes de su encuentro decisivo con el sacerdotepermanente que parecía dispuesto a la traición.La duda lo asaltó de nuevo: ¿y si otro ritualista salía del templo cubierto paraacusarlo de corromper a uno del os miembros de la cofradía más cerrada deEgipto?Gergu tenía la boca seca, y se atragantó al beber un poco de agua.Y el hombre apareció. Era el mismo sacerdote, siempre tan severo ydesagradable.

Amargado al no haber sido nombrado superior de los permanentes de Abydos,Bega deseaba vengarse del principal culpable de su estancamiento, el faraónSesostris. Pero para conseguirlo necesitaba aliados, y ¿cómo encontrarlos sipermanecía confinado en el dominio de Osiris?La llegada de Gergu había sido un verdadero milagro. A pesar de su mediocridad,Bega lo consideraba el emisario, le un poderoso personaje, decidido a conocer losmisterios de Abydos, que enviaba a Gergu para saber si existía alguna grieta porla que pudiera introducirse.Y esa grieta era él, Bega.Negociaría, pues, los servicios obteniendo su valor máximo y se enriquecería

mientras llevaba a cabo su legítima venganza. — Vuestro estatuto de temporal facilita nuestros contactos  — reveló a Gergu — .Naturalmente, continuaré entregándoos listas de género que me habéis deproporcionar y vos seguiréis cumpliendo celosamente esa tarea. — Claro está — asintió Gergu. — Antes de que llevemos a cabo nuestra colaboración, me gustaría basarla en unacerteza: ¿sois realmente capaz de procurarme las conexiones necesarias para darsalida a lo que tengo para vender? — Sea cual sea la naturaleza de la mercancía, no hay ningún problema.

 — Así pues, sois un dignatario muy influyente, Gergu. — Sólo un intermediario. El que me emplea ocupa, en efecto, altas funciones.

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 — ¿Forma parte, acaso, del entorno del faraón? — No estoy autorizado a deciros nada más, antes es preciso que nos conozcamosmejor. En primer lugar, ¿qué es eso tan valioso que tenéis para vender? — Venid conmigo.

El estómago de Gergu se contrajo. ¿No se trataría de una trampa? — No temáis  — le recomendó Bega — . Voy a concederos un favor que aprecianmucho los temporales que gozan de él. Vais a aproximaros a la terraza del GranDios.Con tanto miedo como asombro, Gergu descubrió un gran número de capillas queflanqueaban un camino de procesión. Compuestas por un santuario precedido porun patio y un jardín con árboles, estaban rodeadas por una muralla. — ¿Quién obtiene el privilegio de ser enterrado aquí? preguntó Gergu. — En realidad, nadie. — Pero entonces... — Visitemos uno de estos monumentos y lo comprenderéisLos dos hombres cruzaron una puerta abierta en el muro y entraron en el jardín deuna gran capilla. Al pie de un sicómoro, consagrado a la diosa del Cielo, Nut,había una alberca en la que florecían los lotos. Al lado de las paredes, estelas,estatuas y mesas de ofrenda de diversos tamaños. — Ningún cuerpo descansa aquí   — explicó Bega — . Sin embargo, muchosdignatarios están presentes ante Osiris gracias a esos monumentos que fueronautorizados a mandar a Abydos y que los sacerdotes permanentes animanMágicamente. Así se efectúa la peregrinación del alma. Tener una estela o una

estatua cerca de la terraza del Gran Dios es estar seguro de participar de sueternidad. A menudo, mis colegas y yo hacemos libaciones calificadas de divinorocío» y difundimos el humo del incienso, «el que diviniza», sobre estas piedrassagradas. Los nombres de los afortunados elegidos quedan entonces regenerados.Gergu, fascinado por la majestuosidad del lugar, seguía asustado. — Muy impresionante, pero no veo...- - Mirad mejor.Gergu se concentró, pero sólo descubrió capillas y monumentos votivos.El valor de esas estelas, de esas estatuas y de esas mesas de ofrendas es

incalculable  — señaló Bega — , pues fueron consagradas e impregnadas con elespíritu osírico.Gergu no se atrevía a comprender. — No pensaréis... — Se lleva a cabo un control exhaustivo de todo lo que entra en Abydos, pero node lo que sale. — Sacar estas obras... — No las estatuas, no las grandes estelas, no las de los dignatarios enviados enmisión a Abydos por algún faraón, sino sólo las estelas pequeñas. En ciertas

capillas son tan numerosas que nadie advertirá alguna que otra desaparición. Vosdeberéis encontrar compradores para estos tesoros, cuyo poder protector es

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inigualable.«No hay dificultad alguna — pensó Gergu — , y haré subir al máximo los precios.» — En el futuro  — prosiguió Bega —  tendré otras mercancías más valiosas aúnpara negociar, pero ya hablaremos de eso más tarde.

 — ¿No os fiáis de mí? — - Juego fuerte si no quiero perder. Antes de seguir adelante veamos cómotratáis este primer asunto. — ¡No quedaréis decepcionado! Mi patrón es eficaz y discreto. — Eso espero. — ¿Por qué hay tantos militares y policías alrededor de Abydos?  — preguntóGergu. — Esa es una de las informaciones que voy a venderos. Tal vez hayan circuladoalgunos rumores, pero sólo los permanentes y los íntimos del faraón conocen la

verdad. Puesto que los hechos son de extrema gravedad, están sometidos al másestricto secreto. — ¿Un secreto que vos estáis dispuesto a violar?Bega se volvió más gélido aún que de ordinario. — Ya veremos.Los dos hombres se alejaron lentamente de la terraza del Gran Dios. El silencioera tan profundo que apaciguaba los nervios de Gergu. — En vuestra próxima visita os entregaré una primera estela en miniatura  — dijoBega. — ¿De qué modo procederemos? — No os inquietéis. Si la operación comercial me resulta satisfactoria, exigiréconocer a vuestro patrón. — No sé yo si... — Vos, y él a través de vos, sabéis quién soy. Yo debo saber, pues, quién es él,para que nuestros vínculos sean indestructibles y nuestra asociación duradera. — Le transmitiré vuestras exigencias. — He aquí la lista de géneros que deben librarse, próximamente, a lospermanentes. No os precipitéis y esperad un tiempo prudencial antes de volver.Al regresar a su barco, Gergu advirtió que no era sometido a control alguno.

Conocido ya como temporal, fue saludado por los guardias, y uno de ellos loayudó, incluso, a llevar su bolsa de viaje.A Gergu le extrañaba la audacia y la determinación de aquel sacerdote; erapreciso que hubiera acumulado mucho odio y mucho rencor para traicionar así alos suyos. Pero qué ocasión fabulosa... Ni siquiera en sus más locos sueñoshubiera imaginado nunca Medes tener semejante aliado en el corazón de Abydos.

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Rudi, un flamante treintañero, era uno de los policías más temidos de Menfis.Nombrado por Sobek el Protector para un puesto especialmente delicado, el

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atlético supervisor de la inmigración asiática llevaba a cabo su tarea conextremado rigor.Trabajador, meticuloso y de naturaleza desconfiada, Rudi seguía sin digerir larevuelta cananea de Siquem, durante la que había muerto su mejor amigo.

Encantado con la eliminación del cabecilla, un loco que se hacía llamar elAnunciador, el supervisor no dejaba por ello de estar alerta.Cada vez que una caravana de extranjeros solicitaba autorización para entrar enEgipto, él se encargaba personalmente del asunto y consultaba el expediente decada comerciante. En caso de sospecha acudía al puesto de aduanas situado alnorte de Menfis, donde se retenía a los sospechosos, a quienes interrogaba.A Rudi no le gustaban los cananeos ni los asiáticos; a su modo de ver, rivalizabanen bellaquería y eran excelentes en la mentira y los golpes bajos. Así pues,rechazaba a cuantos podía, con la certeza de contribuir al mantenimiento de laseguridad necesaria para vivir. — Jefe  — lo llamó su adjunto — , hemos interceptado a dos tipos sospechososcerca del templo de Ptah. Dicen que son mercaderes de sandalias, pero no llevanninguna para vender. — Me encargaré de ellos en seguida. — ¡Jefe, es la hora del almuerzo! — Primero el deber. — El camino parece libre  — estimó Shab el Retorcido.Precediendo al Anunciador por el dédalo de las callejas situadas detrás del puertode Menfis, Shab se comportaba como una fiera cazada. Intentaba percibir el

menor peligro, y nadie que lo siguiera habría logrado esquivar su vigilancia.Además, apreciaba la capacidad de su jefe para transformarse en rapaz ydesgarrar las carnes del adversario.Shab se detuvo frente a una casa destartalada y examinó los alrededores.No había ningún sospechoso a la vista.Llamó con cuatro golpes a una pequeña puerta. Desde el interior le respondieroncon uno solo. El Retorcido dio dos golpes más, muy seguidos.La puerta se abrió.Desconfiado aún, Shab fue el primero que entró en una estancia con el suelo de

tierra batida sobre el que estaban acuclillados dos hombres con barba.Consideró que no había peligro e hizo una seña al Anunciador, que entró a su vez.La puerta se cerró con sequedad. — Ve a buscar a los demás  — ordenó el Anunciador al portero.Cuatro hombres imberbes, de unos treinta años de edad, no tardaron en aparecer,y se postraron ante su jefe. — ¿Por qué se han dejado crecer la barba estos dos? — Señor  — respondió el inquilino oficial del lugar — , nuestros compañeros noconsiguen acostumbrarse al modo de vida de esta maldita ciudad. No escatiman

esfuerzos, pero ver circular libremente a todas esas mujeres impúdicas está porencima de sus fuerzas. De modo que prefieren permanecer aquí y respetar

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nuestras costumbres. — ¿Y qué resultados has obtenido tú? — No mucho más satisfactorios, me temo. Mis compañeros y yo nos hemos hechoestibadores, pero los egipcios nos miran con malos ojos. Beben alcohol, cuentan

historias licenciosas, se ríen en voz muy alta y se divierten con mujeres de malavida. ¿Cómo ser amigos de esa gente? ¡Nos repugnan! Deseamos regresar aSiquem, en Canaán, y reanudar allí la lucha contra el opresor.Shab el Retorcido tuvo ganas de escupir al rostro de aquel inútil, pero era elAnunciador quien debía tomar una decisión. — Comprendo vuestros tormentos  — dijo con dulzura — . Egipto es una tierradepravada que hay que devolver al camino de la virtud.Todos se sentaron y el Anunciador se lanzó a una larga prédica en la que fustigóla lujuria, la escandalosa libertad de las mujeres y la institución faraónica que

Dios le había ordenado destruir. Varias veces, los cananeos inclinaronsimultáneamente la cabeza. Permaneciendo firmes en sus posiciones, su jefe losreconfortaba. — Venceremos — predijo — , y seréis los primeros en llevar a cabo una hazaña dela que hablará con orgullo todo el país de Canaán.Las miradas se levantaron, dubitativas. — Para propinar un golpe mortal al tirano es indispensable que una caravana en laque vayan nuestros aliados llegue a Kahun  — explicó — . Ahora bien, un funcio-nario egipcio llamado Rudi está levantando un obstáculo insuperable. Vosotros,mis valerosos discípulos, seréis los encargados de eliminar este obstáculo. — ¿De qué modo?  — preguntó uno de los barbudos. — Tenderemos uña trampa al tal Rudi de la que no saldrá vivo. Y el mérito de estahazaña será vuestro.Los cananeos escucharon con atención las explicaciones del Anunciador. — Hasta que yo os ordene entrar en acción exijo silencio absoluto — concluyó — .Si uno de vosotros abriera la boca, todos estaríamos en peligro. — No nos moveremos de aquí   — prometió un barbudo —  y obedeceremosestrictamente vuestras órdenes.Shab el Retorcido inspeccionó la calleja.

Nadie.El Anunciador podía salir de la madriguera de los cananeos. Cuando regresaban asu domicilio, el Retorcido no pudo morderse la lengua por más tiempo. — Son unos cobardes y unos incapaces, señor. A mi entender, no debéis contarcon ellos. — No te equivocas. — Pero... ¡Acabáis de confiarles una misión de gran importancia! — Es cierto, amigo mío, pero va a ser la única.

 — De modo que sois mercaderes de sandalias  — dijo Rudi.Los dos detenidos se arrodillaron.

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 — Venganza. — Tu hermano y tú saldréis de Egipto hoy mismo.

Rudi debería haber advertido a su superior, Sobek, pero prefirió organizar solo

esa banal operación policial. Así podría interrogar al cananeo y obtener losnombres de los miembros de su organización. No era apropiado molestar al jefede las fuerzas de seguridad para poner fuera de circulación a una pandilla depequeños malhechores.Prudente, sin embargo, Rudi llevó consigo a cinco policías, pues los cananeos sehabían vuelto unos maestros en el arte de escapar y no deseaban dar posibilidadalguna a su jefe.La casa no fue difícil de descubrir. Rudi dispuso a sus hombres y se dirigió alportero, adormilado en el umbral. Lo despertó palmeándole el hombro.

 — ¿Está tu patrón? — Es posible. ¿A quién debo anunciar? — Venganza. — Voy a ver.Arrastrando los pies, el servidor abrió la puerta, tomó una pequeña avenidaarenosa, entró en la morada, permaneció allí unos instantes y reapareció sincambiar su ritmo. — Os aguarda.A su vez, Rudi recorrió la avenida. Salió a su encuentro uno de los cananeosafeitados que el Anunciador había hecho ir allí la víspera, justo antes de mandar ados cómplices hacia el templo de Ptah. Su comportamiento no dejaría de intrigara la policía, Rudi los interrogaría y, gracias a las informaciones que leproporcionarían, intervendría personalmente el controlador.La trampa funcionaba a las mil maravillas. — ¿Podéis repetir la contraseña?  — preguntó el cananeo. — Venganza. — ¡Tú vas a sufrir esa venganza!Por detrás, el portero sujetó a Rudi mientras los demás fieles del Anunciadorsalían de la casa y herían al egipcio a puñaladas. En el suelo, tuvo, sin embargo,

fuerzas para pedir ayuda, y sus hombres intervinieron con rapidez.Tras una feroz reyerta, sólo un policía sobrevivió, aunque gravemente herido. Searrastró hasta el exterior, llamó a un viandante y se desvaneció.

De acuerdo con el código convenido, Shab el Retorcido llamó a la puerta de ladestartalada casa. Uno de los dos barbudos cananeos, que habían permanecidoallí, le abrió. El Retorcido entró, seguido por el Anunciador.- - ¿Han tenido éxito los nuestros? — preguntó el otro barbudo, que estaba sentadobebiendo leche.

 — El controlador Rudi ha muerto. — ¿Se han marchado ya hacia Siquem?

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 — Regresemos a palacio.Corpulento, Khnum- Hotep poseía tres sillas de manos de respaldo reclinable.Sus tres perros, un macho muy vivaz y dos hembras regordetas, acudieron pararecibir algunas caricias. Pero su dueño, preocupado, sólo les concedió un corto

instante de ternura.Cuatro fuertes mocetones levantaron la silla, recientemente reforzada, y, encompañía de los perros, regresaron a la capital.

Tras haber hecho que le dieran un masaje con su ungüento preferido, a base degrasa purificada cocida en vino aromatizado, Khnum- Hotep se instaló en unsillón de respaldo alto.Un servidor se apresuró a lavarle las manos, otro vertió vino blanco en su copapreferida, cubierta por una hoja de oro, el tercero sacó de un mueble de sicómoro

dos pelucas de gran valor, una corta con el pelo trenzado y otra larga conmechones ondulados. A Khnum- Hotep le gustaba cambiar todos los días detocado y no soportaba el menor defecto, pues de ello dependía su dignidad. Aveces, deseabatener la frente, las orejas y la nuca ocultos. En otras circunstancias le divertíallevar unas gruesas trenzas. — Ni la una ni la otra  — le dijo al peluquero — . Dame la más antigua y la mássobria.Para enfrentarse con el enemigo, Khnum- Hotep quería parecerse a susantepasados.En ese momento apareció Dama Techat, tesorera, controladora de los almacenesde la provincia y administradora de los bienes personales de su señor. — Vuestras directrices han sido ejecutadas minuciosamente. El sistema defensivoya está emplazado, los milicianos ocupan sus puestos. — La provincia del Oryx será el cementerio de las tropas del invasor. Se lanzaránal asalto y caerán en nuestras trampas. — Perdonad mi impertinencia, señor, pero ¿no será una vana esperanza? Comoyo, tampoco vos creéis en la ingenuidad de Sesostris. ¿No nos habrán espiado susexploradores?

 — ¡Los hemos interceptado! — No a todos, sin duda. ¿Y si el rey conoce nuestras fuerzas y nuestrasdebilidades? — En ese caso, eliminemos las últimas. — No disponemos de suficientes hombres. — Que las mujeres y los niños participen en la defensa de nuestro territorio. — Eso ya está hecho.La mirada de Khnum- Hotep se ensombreció. — A tu entender, Dama Techat, no tenemos ninguna posibilidad de vencer.

 — Tal vez nuestro valor nos permita rechazar al asaltante. — ¿Abogas por nuestra rendición?

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 — De ningún modo, señor. ¿Pero cómo no comprender que ese terribleenfrentamiento, sea cual sea el resultado, dejará exangüe nuestra provincia?Tengo miedo, miedo de ver destruido lo que tanto amamos.Khnum- Hotep no pronunció palabra de consuelo alguno. ¿Qué podía responder a

la lucidez de su consejera? — Autorizadme a retirarme, señor. Me niego a presenciar esta matanza. Si somosvencidos, no me capturarán viva.Khnum- Hotep se encogió en su sillón. Le advertirían de la ofensiva de Sesostris.Se pondría entonces a la cabeza de los mejores hombres de su milicia, quelucharían hasta el límite extremo de sus fuerzas.Se oyó un ruido de precipitados pasos. — ¡Señor  — le anunció su intendente con voz temblorosa — , ahí llega el faraón! — ¿Por dónde ha atacado? — No ha atacado, pero está aquí.Khnum- Hotep frunció el entrecejo. — ¿Aquí...? ¿Dónde? — Ante vuestra puerta, señor. — ¡Mi milicia ha sido exterminada y ahora me lo advierten! — No, no, señor. Nadie ha muerto. — Pero ¿te has vuelto loco? — El faraón está solo. Bueno, prácticamente: el Portador del sello real loacompaña.Khnum- Hotep, incrédulo, se levantó y se dirigió a grandes zancadas hacia la

entrada de su palacio.Tocado con la corona azul, el gigante llevaba un sorprendente taparrabos,cubierto de jeroglíficos que recordaban la función de esa vestidura sagrada:transformar al rey en luz, hacer que triunfara sobre el mal y ver la totalidad de lacreación. — ¿Nadie... nadie os ha impedido llegar hasta mí? — ¿Quién se atrevería a levantar la mano sobre el rey del Alto y el Bajo Egipto? — Mi provincia es independiente  — rugió Khnum- Hotep antes de lanzarse a unlargo discurso en el que relató, con todo detalle, la historia de su familia.

Apoyándose en los resultados de su buena gestión, de la que no omitió elementoalguno, alabó luego los méritos de su administración.Sesostris aguardó inmóvil el final de la perorata sin manifestar el menor signo deimpaciencia. Luego dejó que se hiciera un largo silencio, antes de tomar él mismola palabra. — El prolijo orador que arenga a la multitud es un hombre peligroso, el charlatáncrea disturbios. Excitar a la multitud lleva a la destrucción. Por eso, gobernarexige convertirse en un artesano de las palabras.Los dignatarios presentes estaban convencidos de que Khnum- Hotep,

gravemente insultado, ordenaría el inmediato arresto de aquel rey imprudente.Pero, como fulminado por el rayo, el jefe de la provincia del Oryx no reaccionó.

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esposas? ¿Acaso no estaría fingiendo su anfitrión para atraerlo a una trampa?El general Nesmontu compartía esa hipótesis. Obligado a ponerse su ropa deceremonia, a regañadientes, consideraba al tal Khnum- Hotep capaz de planear elasesinato del rey y de sus íntimos durante aquella grandiosa fiesta en la que

confraternizaban los milicianos de la provincia del Oryx y los soldados delfaraón. Nesmontu, desconfiado, había dado consignas muy estrictas a unregimiento de élite encargado de intervenir ante el menor incidente.El general Sepi y el Portador del sello real Sehotep se mostraban menospesimistas. El primero, porque advertía el alivio unánime al escapar de unaespantosa confrontación; el segundo, porque asistía a la metamorfosis de Khnum-Hotep, y nadie podía fingir hasta aquel punto.Adornada por centenares de flores, perfumada, iluminada por decenas delámparas, la sala del banquete era un regalo para los ojos.Cuando se elevó la voz autoritaria de Khnum- Hotep, se hizo el silencio. — El faraón ha llegado. Reúne las Dos Tierras, el Alto y el Bajo Egipto, gobiernala tierra roja y coloca la tierra negra bajo su autoridad, da vida a la caña y a laabeja. Todos los presentes, inclinémonos ante él y venerémoslo.Muchos de aquellos hombres rudos, comenzando por Nesmontu, no pudieroncontener la emoción. En aquel instante, Egipto recuperaba la unidad, la paz y lacoherencia; el espectro de la guerra civil se desvanecía.Por aquella hazaña, Sesostris iba a situarse entre los mayores faraones de lahistoria egipcia.Los cocineros de Khnum- Hotep habían decidido servir varios pescados, unos

asados y acompañados por espárragos, otros por una salsa al comino, al apio y alcilantro. De dos metros de largo, las más grandes percas pesaban ciento cincuentakilos. Eran rudas combatientes y no se dejaban pescar fácilmente, pero semostraban vulnerables en invierno, cuando subían a la superficie. Con el lomo deun pardo oliváceo, plateado el vientre, ofrecían una carne de gran finura. Laperca, encargada de proteger la proa de la barca solar, advertía a la tripulacióndivina de la presencia de la serpiente monstruosa decidida a beberse el agua delNilo.El general Nesmontu degustó un mújol de redondeada cabeza y grandes escamas,

que vivía en las marismas salobres y en el Delta. Rápido, hábil, a menudoescapaba de las redes. Sehotep, por su parte, se regalaba con la delicada carne deun barbo de cuerpo blanco, plateado y brillante. Lo pescaban con anzuelos triplesy, como cebo, se utilizaban dátiles o bolas de cebada germinada. El general Sepiprobó un pescado muy caro, la herrera de corto hocico y ancho ojo, acostumbradoa las orillas del río. Nocturno y temeroso, pocas veces subía a la superficie, y sólounos profesionales muy veteranos podían sorprenderlo. Por lo que se refiere aSobek el Protector, comió con buen apetito un soberbio serrasalmo, blancoplateado en el vientre y los flancos y gris azulado en el lomo. Y nadie refunfuñó

cuando se sacaron platos de mújoles, anguilas, carpas y tencas. La mojama,preparada con las huevas de mújoles lavadas varias veces en agua salada antes de

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ser prensadas entre unas tablas, y secadas luego, era de una excepcional calidad.Se acompañó los platos principales, que tenían mucho éxito, con unos vinos cuyaetiqueta precisaba «ocho veces bueno», el más alto grado en la calificación de losgrandes caldos. Incluso Nesmontu tuvo que admitir que los maestros vinateros de

la provincia del Oryx podían equipararse a los del Delta.Cuando las conversaciones florecían y la atmósfera se relajaba, Khnum- Hotep sedirigió al rey. — Majestad, ¿puedo pediros una explicación acerca de las terroríficas preguntasque me hicisteis? — El árbol de vida, la acacia de Osiris en Abydos, es víctima de un maleficio. Simuere, Egipto morirá. Sólo cierto oro puede curarla. También debemosidentificar al culpable que maneja contra Osiris la fuerza de Seth. — ¡Y creísteis... que era yo!

 — Sospechamos de todos los jefes de provincia apegados a sus privilegios.¿Acaso combatir la unidad del país no era impedir la resurrección de Osiris? Hoy,las Dos Tierras están de nuevo unidas. Y tu inocencia, como la de tus homólogos,ha quedado demostrada. — ¿Quién, entonces? — Mientras no lo sepamos, correremos un gran peligro. — Os ayudaré en todo cuanto esté en mi mano. — ¿Sin desfallecer y sin vacilaciones? — Ordenad, y yo obedeceré.La noche avanzaba cuando se sirvieron unos suculentos pasteles a base de miel.Cuando el faraón se levantó, todos los comensales lo imitaron para escuchar unadeclaración que presentían que iba a ser esencial. — No existen ya jefes de provincia, se suprimen los cargos hereditarios. El Alto yel Bajo Egipto se reúnen en el corazón y en el puño del rey. Confío laadministración de las Dos Tierras a un visir. Se entrevistará todas las mañanasconmigo, me dará cuenta de sus actividades, será ayudado por ministros y estarásometido al control de la Casa del Rey. Su tarea va a resultar penosa, dura, ingratay amarga como la hiel. Aplicará la ley de Maat sin sobrepasarla, sin debilidad niexcesos, perseguirá la injusticia, escuchará tanto al pobre como al rico, hará que

lo teman con mesura y no agachará la cabeza ante los dignatarios.Todos pensaron lo mismo: quedaba por conocer el nombre del primer titular deaquel pesado cargo, un hombre que gozaría de la confianza del monarca yquedaría abrumado bajo un montón de imperiosos deberes. — Atribuyo la función de visir a Khnum- Hotep  — decretó el faraón.

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El sol acababa de ponerse. Iker entró en la casa abandonada donde se reunía ensecreto con Bina, la joven asiática, al abrigo de oídos indiscretos.

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El lugar era siniestro. Un muro amenazaba ruina y las vigas se agrietaban. Muypronto la casa sería derribada para dar paso a un edificio nuevo. — Soy yo — anunció a media voz — . Deja que te vea.No hubo señal de vida.

De pronto, Iker se preguntó si la hermosa morena no lo habría traicionadodenunciándolo a las autoridades. Quizá estaba conspirando con el alcalde o conHeremsaf para llevar al joven escriba a su perdición. Si desvelaba sus proyectos,lo condenaría al castigo supremo, y el tirano seguiría destruyendo Egipto,sembrando la desgracia.Cuando se disponía a partir, esperando que la policía no estuviera aguardándoloen el exterior, dos manos se posaron sobre sus ojos. — ¡Estoy aquí, Iker!El se desprendió con viveza de las manos. — ¡Estás loca! ¿Por qué me das esos sustos?Bina hizo una mueca de niña pequeña. — Me gusta divertirme... Y a ti, por lo que veo, no demasiado. — ¿Crees que tengo ánimo para divertirme? — Tienes razón, perdóname.Se sentaron el uno junto al otro. — ¿Te has decidido por fin, Iker? — Tengo que hacer aún algunas averiguaciones. — ¡Pues yo tengo excelentes noticias! Nuestros aliados no tardarán ya. Muypronto llegarán a Kahun. Esos guerreros sabrán tomar el control de la ciudad. El

alto funcionario que impedía su entrada en Egipto acaba de abandonar su puesto.Su sucesor es menos intransigente, y la caravana pasará sin dificultades. — Supongo que eso afecta también a otras ciudades... — Lo ignoro, Iker. Sólo soy una humilde sierva fiel a la causa de los oprimidos.Sólo sé que triunfará. — El ayuntamiento me ha ofrecido una magnífica morada  — reveló Iker. — ¡Quieren ahogar tu conciencia! Pero tú no perteneces a la raza de losambiciosos que pueden corromperse, ¿verdad? — Nadie me comprará, Bina. Mi viejo maestro me enseñó a buscar siempre lo

adecuado para actuar en consecuencia. — ¡Acaba entonces con el tirano Sesostris! — Aún debo llevar a cabo algunas verificaciones; especialmente consultandoarchivos cuyo acceso me niegan. — Como quieras, Iker. Pero no pierdas demasiado tiempo.Tendido en su cama, Sekari pensaba en los maravillosos momentos que acababade pasar en brazos de su nueva amante, una sirvienta de una casa vecina que nohabía resistido sus historias chuscas, cada vez más subidas de tono. Habíaaceptado la proposición de escenificar una de ellas, y la muy pizpireta se había

entregado a su papel y lo había representado a la perfección. ¿Y qué mujer dignade ese nombre habría rechazado revolcarse en sábanas de lino fino, suaves y

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perfumadas?Sekari hubiera repetido sus retozos de buena gana, pero tenía que alimentar aViento del Norte, y nadie hacía esperar al asno de su patrón. Luego, prepararíauna cena consistente, aunque Iker hubiera perdido el apetito. Si la situación no

cambiaba, Sekari se consagraría a terminar los platos.Cuando regresó, el joven escriba se lavó las manos y los pies, y se sentó luego enun sillón. Su aspecto era más sombrío que la víspera. — Apuesto a que no te gustarán mis habas al ajo ni mis calabacines gratinados. — No tengo hambre. — Sea cual sea tu ideal, Iker, no lo alcanzarás si desfalleces.Se oyó una voz muy conocida. — ¿Puedo entrar? Estoy buscando al escriba Iker. — Heremsaf...

«Esta vez  — pensó el muchacho — no me atribuirá una casa ni un ascenso. Debede haber hecho que me sigan y sin duda conoce mis vínculos con Bina.» — Lo recibiré — decidió orgullosamente Sekari. — No, deja. Sólo me concierne a mí.El superior jerárquico de Iker tenía un rostro grave y huraño. — Hermosa morada, Iker. Pero pareces cansado. — Ha sido una dura jornada. — ¿Aceptas seguirme sin discutir? — ¿Acaso tengo elección? — Claro. O te quedas en tu casa y descansas, o intentas la aventura.«La aventura... Extraño término para referirse a la cárcel», pensó Iker.¿Huir? No, eso era una utopía. ¡Qué placer sentiría Heremsaf cuando viera al

 joven escriba tirado en el suelo, siendo apaleado por los policías! Puesto que erael final del camino, al menos se comportaría con dignidad. — Os seguiré. — Te prometo que no lo lamentarás.Iker no reaccionó ante aquella mordaz ironía. Su vencedor no encontraría en élningún signo de debilidad.De entrada, no descubrió policía alguno; luego, advirtió que Heremsaf no lo

llevaba fuera de la ciudad, sino hacia el muro del sur. — ¿Adonde vamos? — Al templo de Anubis. — ¿Qué tenéis que reprocharme? ¿Acaso he hecho mal mi trabajo? ¿No está enorden la biblioteca? — ¡Al contrario, Iker, al contrario! Has cumplido tan bien con tus funciones queel colegio de los sacerdotes de Anubis desea verte. — ¿Ahora? — Ya sabes, con esa gente nunca se sabe el día ni la hora. Pero eres muy libre de

rechazar su convocatoria si lo deseas.¿Qué tipo de emboscada había concebido Heremsaf? Tan intrigado como

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inquieto, Iker perseveró.En el umbral del templo, un ritualista con la cabeza afeitada sostenía muy derechauna antorcha. Uno de sus colegas, que llevaba un rollo de papiro, se colocó a sulado.

Se inclinó ante Heremsaf, que se volvió hacia el escriba. — ¿Deseas tú, Iker, convertirte en sacerdote de Anubis?El muchacho, desprevenido, respondió sin vacilar: — ¡Sí, lo deseo!En aquellas palabras había el ardor de una insensata esperanza que, de pronto, talvez iba a convertirse en realidad. — ¿Fuiste iniciado en los misterios de la escritura sagrada?  — - preguntó elportador del rollo. — Conozco las letras madre y las palabras de Tot. — En ese caso lee ese texto ritual. Luego, escribirás fórmulas de conocimientoreferentes a la buena práctica del arte del escriba.Iker aprobó aquel examen de ingreso citando unas máximas en las que Maat,rectitud y acierto, ocupaba el primer lugar. — Reunamos nuestro tribunal y procedamos a la evaluación de las cualidades delpostulante — recomendó el portador de la antorcha — . ¿Acepta presidirlo nuestrosuperior?Heremsaf asintió con la cabeza.Iker estaba estupefacto. Heremsaf, aquel dignatario a quien creía conocer muybien, era el depositario de los misterios de Anubis.

Los dos ritualistas tomaron al escriba por los brazos y lo introdujeron en laprimera sala del templo.A lo largo de las paredes había unas banquetas de piedra ocupadas por lospermanentes que celebraban los ritos cotidianos y se encargaban delmantenimiento del lugar sagrado.Heremsaf se colocó a oriente e hizo la primera pregunta. — ¿Qué sabes de Anubis, Iker? — Por él pasamos de un mundo a otro y detenta los secretos de los ritos deresurrección. Encarnado en el chacal, limpia el desierto de carroñas y las

transforma en energía.Precisas, brotaron otras cincuenta preguntas. Iker respondió a todas ellas sinprecipitación y sin intentar ocultar sus lagunas con la verborrea de un erudito.Durante la deliberación, el postulante quedó aislado en una pequeña estancia dedesnudos muros iluminada por una sola lámpara. El tiempo dejó de transcurrir, yel escriba se abandonó a una apacible meditación.Un ritualista le ofreció una larga túnica de lino, que Iker revistió. — Quítate los amuletos — exigió — . En el lugar adonde vas no te serán de utilidadalguna. Tu juez, tu único juez, será Anubis. Y sus decisiones son inapelables.

El ritualista hizo bajar al postulante hasta una cripta oscura. — Contempla el fondo de esta gruta y sé paciente. Tal vez se te aparezca la

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divinidad.Iker se quedó a solas y fue acostumbrándose poco a poco a las tinieblas. Acabódistinguiendo a dos sorprendentes criaturas, un chacal macho y un chacalhembra, erguidos sobre sus patas traseras, cara a cara. Entre ambos había un vacío

que atrajo irresistiblemente al escriba.Indiferente al peligro, se deslizó entre las dos fieras, que posaron en sus hombroslas patas delanteras7 .En aquel instante, Iker sintió que una nueva energía circulaba por sus venas. Eracomo si su cuerpo se renovase, como si sus carnes se recrearan con un vigordesconocido hasta el momento.Heremsaf entró en la cripta con un cofre de acacia en las manos. Lo depositó a lospies de Iker y lo abrió lentamente.En su interior había un cetro de oro, el sekhem. En la lengua jeroglífica servía

para escribir los conceptos de dominio y de poder.El escriba recordó las palabras del alfarero destinado al templo de Anubis. ¿No lehabía enseñado, acaso, que el dios con cabeza de chacal detentaba el verdaderopoder, encarnado en este símbolo que se preservaba en el paraje de Abydos? Conla luna, el disco de plata que manejaba durante la noche, Anubis iluminaba a los

 justos. Y modelaba también una piedra de oro que adoptaba la forma del sol.Heremsaf cerró el cofre y salió de la cripta. Iker lo siguió hasta la sala decolumnas, cubierta con grandes losas de piedra. Los permanentes escucharonrecogidos a su superior, que se dirigió al nuevo sacerdote. — Vuelve tu mirada hacia el Santo de los Santos, el cielo en la tierra. No penetresnunca aquí en estado de impureza, no cometas ninguna inexactitud, no robespensamientos ni bienes materiales, no mientas, no reveles ninguno de los secretosque veas, no perjudiques las ofrendas, no alimentes en tu corazón palabrassacrílegas, cumple tu función de acuerdo con la regla y no con tu fantasía. Notienes dogma alguno que imponer, verdad absoluta alguna que proclamar, nodebes convertir a nadie. Cuando seas llamado al templo, cálzate sandaliasblancas, cumple tu servicio con rigor, pues Dios conoce a quien actúa por él.¿Estás dispuesto, Iker, a prestar juramento? — Lo estoy.

 — Acércate al altar.El escriba así lo hizo. — He aquí la piedra fundamental de la que nació este templo. Si juraras en falso,se transformaría en una serpiente que te aniquilaría. Repite conmigo esta fórmula:«Soy hijo de Isis, no revelaré las siete palabras ocultas bajo las piedras del valle»8 Cuando Iker se hubo comprometido, Heremsaf le explicó su misión. — Una vez a la semana traerás ofrendas a este altar. Durante las procesiones y las

7 Para tan extraordinaria escena véase Mélanges Mokhtar, I, El Cairo, 1985, p. 156, fig. 3. 

8 Véase S. Aufrére, L'Univers mineral dans la pensée égyptienne, El Cairo, 1991, tomo I, p. 109.  

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fiestas de Anubis, encenderás una lámpara. A cambio de tu trabajo recibiráscebada y mechas para iluminación. Además, serás el servidor del ka de estetemplo, su potencia espiritual. Pronunciarás también, durante las ceremonias, laspalabras de animación de esta fuerza nutricia. Sé bienvenido entre nosotros, Iker,

y toma parte en nuestro banquete.El nuevo sacerdote temporal recibió el abrazo de sus cofrades.La noche era suave; los manjares, sabrosos. Cuando compartieron la torta ritualque revelaba la faz del dios, Iker se sintió más cerca de lo sagrado de lo que nuncaantes había estado, aunque los verdaderos secretos continuaran siendoinaccesibles.Él, el pequeño aprendiz de escriba de la aldea de Medamud, ascendido al rango desacerdote temporal del templo de Anubis, en Kahun... ¿Cómo imaginar semejantedestino? Pensó en la joven sacerdotisa, en aquella mujer sublime a la que seguíaamando. ¿Acaso no habría estado orgullosa de él, en esa velada?No, claro que no. Debía de tratar con tan altos dignatarios que ni siquiera se fijaríaen Iker. Pero, de todos modos, él había entrado en la jerarquía sagrada y habíarecibido la protección de Anubis. — He aquí tu nuevo amuleto  — dijo Heremsaf al tiempo que le ofrecía a Iker unpequeño cetro «Potencia» de cornalina — . Póntelo al cuello y llévalo siemprecontigo.Uno a uno, los servidores de Anubis dieron la bienvenida a su nuevo cofrade. Alescuchar sus apacibles palabras y su incitación a descubrir, poco a poco, lasenseñanzas del dios, el muchacho se preguntó si no estaría equivocándose de

camino. ¿No debía olvidar sus insensatos proyectos y limitarse a vivir allí, enKahun, cumpliendo sus nuevos deberes y estudiando los libros de sabiduría?La magia de aquel ritual, la serenidad de aquellos hombres, la belleza de aquellugar... ¡Qué radiante le parecía aquel porvenir!Pero había ido demasiado lejos.En su habitación tenía escondido el puñal con el que mataría a Sesostris. TambiénBina seguía siendo muy real y le recordaba su verdadera misión. Desdeñarla yolvidar a los infelices oprimidos por un tirano sería una insoportable cobardía. — ¿Te crees realmente capaz de asumir tus nuevas funciones?  — preguntó

Heremsaf. — ¿Me hubierais llamado de no ser así? — ¿Acaso no es la vida una sucesión de experiencias? — ¿A eso me reducís, a una simple... experiencia? — Eso debes decírmelo tú, Iker.El escriba navegaba por un espacio incierto. Añadiéndose a la calidez de aquellosaéreos momentos, el vino del banquete enmarañaba sus pensamientos.Heremsaf... ¿un protector que le abría la vía de los misterios o un enemigo quehabía jurado su perdición?

Pero el momento no se prestaba a las preguntas ni a las respuestas, sino a lacomunión fraterna de los servidores de Anubis. En plena noche, Iker la degustó

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como un manjar únic

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Cuando el jefe de todos los policías del reino montaba en cólera, era mejorguardar absoluto silencio, abrir de par en par los oídos, escuchar sus órdenes yejecutarlas sin perder ni un segundo. Así pues, la investigación sobre la muertedel controlador Rudi se llevó a cabo adecuadamente. La identificación de losasesinos no dejaba duda alguna: se trataba de unos cananeos originarios deSiquem, la ciudad de los rebeldes severamente vigilada. Sin embargo, lasprecauciones eran insuficientes, puesto que los terroristas se habían infiltrado enMenfis para cometer un atentado allí. Era preciso relacionar con ello eldescubrimiento de los cadáveres de unos cananeos con barba encontrados en una

casa situada detrás del puerto. Evidentemente, se trataba de otro domicilio delmismo grupúsculo. Pero ¿por qué aquella matanza? ¿Se habían matadomutuamente, los había liquidado su jefe antes de huir? Parcialmente des-mantelada, ¿se reconstruiría en otra parte la organización?En cualquier caso, resultaba indispensable acabar con la fuente, peinar, pues,Siquem y endurecer la actitud de los militares egipcios en Canaán. Esas eran lasconclusiones del informe de Sobek, entregadas al faraón que, de regreso enMenfis, reunía a los miembros de la Casa del Rey. Contaba con un nuevo elegido,el visir Khnum- Hotep, instalado en los vastos locales contiguos al palacio. Entreél y sus dos principales colaboradores, el gran tesorero Senankh y el Portador delsello Sehotep, se había establecido una corriente de simpatía. Khnum- Hotep seafirmaba ya como un visir riguroso, vinculado al servicio del Estado. Gracias a laayuda de los dos dignatarios reclutaba escribas de élite y formaba unaadministración eficaz. Nadie envidiaba su posición, pues, día tras día, se veríaconfrontado a una miríada de dificultades. — He mandado al general Sepi en busca del oro sanador  — anunció Sesostris — .Junto con un pequeño grupo de buscadores explorará los lugares dondeesperamos descubrirlo. Pienso que la unidad recuperada de nuestro país demorarála degeneración del árbol de vida, pero no bastará para salvarlo. Y seguimos

ignorando la identidad del tribunal que lanzó el maleficio sobre la acacia y que in-tenta impedir la resurrección de Osiris; identificarlo sigue siendo una prioridad.Sin embargo, debemos enfrentarnos con otro peligro: a causa del asesinato delcontrolador Rudi a manos de unos cananeos, Sobek piensa que está incubándoseuna nueva revuelta. Debemos, pues, intervenir con vigor en el país de Canaán yen toda la región sirio- palestina. Ayer era imposible; hoy, estamos obteniendolos medios necesarios para hacerlo al crear un ejército en el que se integrarán lasmilicias de las provincias que han regresado al regazo de Egipto. Confío el mandode este ejército nacional al general Nesmontu, que lo organizará en el plazo más

breve posible. Que esta fuerza no sea expresión de la brutalidad ciega, sino uno delos medios de luchar contra el desorden y la rebelión.

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Al único al que le traía sin cuidado la gloria que su nombramiento le confería eraal propio Nesmontu. Insensible a los honores y a las condecoraciones, el viejogeneral se preocupaba de formar su estado mayor con hombres de acción,disciplinados y valerosos, algunos de los cuales procedían de las antiguas

milicias. Cada regimiento estaba formado por cuarenta arqueros y cuarenta lance-ros, a las órdenes de un teniente asistido por un abanderado, un escriba de laintendencia y un escriba de mapas geográficos. Arcos, jabalinas, mazas, garrotes,hachas, dagas, escudos y brazaletes de cuero, producidos en gran cantidad por lostalleres de Menfis, formaban la base del equipamiento. Y el propio Nesmontuinspeccionaba cada navío de guerra, examinando las hojas de servicio de loscapitanes.Al ritmo al que trabajaba el general no pasaría mucho tiempo antes de que elejército egipcio fuera operativo e hiciera comprender a los cananeos quecualquier intento de revuelta estaba condenado al fracaso.En cuanto estuvo redactado el decreto real referente a la creación de este nuevodispositivo militar, Medes ordenó al servicio de correos que entregara una copia atodas las ciudades del reino. Como de ordinario, el trabajo se realizaría a laperfección, y Sesostris no tendría reproche alguno que hacer a la secretaría de laCasa del Rey.

Medes, de edad madura, aficionado a la buena carne y a los vinos fuertes, con losnegros cabellos pegados a su redonda cabeza, con el rostro lunar, el pecho ancho,las piernas cortas y los pies gordezuelos, se convertía en uno de los más visibles

altos personajes de la corte. Propietario de una soberbia villa en Menfis, esposode una idiota rechoncha y perversa que se pasaba el día ocupándose de su belleza,era el vivo ejemplo del notable al que todo le salía bien.Sin embargo, Medes se sentía insatisfecho y angustiado. Fascinado por el poder yla riqueza, no se consideraba honrado en su justo valor. Deseaba, pues,apoderarse del oro de Punt, país mítico al que consideraba como muy real.Aunque hubiese organizado el rapto de un joven escriba para ofrecerlo alpeligroso mar, El rápido, fletado por él, había zozobrado durante una tormenta.Al tiempo que le daba acceso a importantes informaciones, su nuevo cargo le

impedía, en lo inmediato, apoderarse de otro barco sin llamar la atención.Desde que Sesostris había conseguido reunificar Egipto, ante la sorpresa general,al secretario de la Casa del Rey le costaba dormir. Unos meses antes esperabadesestabilizar al soberano, liquidarlo incluso. Ahora, aunque no había renunciadoa ello, debía comportarse, sin embargo, con extremada prudencia.Aún quedaba por cumplir el principal objetivo de Medes: desvelar los misteriosdel templo cerrado. A pesar de haber llevado a cabo hábiles sobornos y de haberpronunciado repetidos halagos, no obtenía de ningún sumo sacerdote laautorización para penetrar en la última parte del santuario. De allí, y

especialmente de Abydos, recibía su poder el faraón. Y de allí, antes o después,recibiría Medes el suyo.

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De momento, las puertas parecían cerradas. El nombramiento de Nesmontu a lacabeza del nuevo ejército nacional no parecía muy satisfactorio. El viejo soldadono sentía atracción alguna por la fortuna ni por los honores. A pesar de susinvestigaciones, Medes no encontraba medio alguno de corromperlo.

 — El inspector general de los graneros Gergu pide audiencia  — le anunció suintendente. — Llévalo a la pérgola y sírvenos vino blanco.Manipular a Gergu no ofrecía dificultad alguna, siempre que de vez en cuando sele subiera la moral. Borracho, misógino, aquel vividor se sumía a veces en ladepresión. Gergu, hombre egoísta que sólo buscaba su placer, era, sin embargo,un buen ejecutor.Vaciada la primera copa, el inspector principal lucía una franca sonrisa. — El contacto con el sacerdote permanente de Abydos se mantiene e incluso se

refuerza  — declaró con orgullo. — ¿Estás realmente seguro de que no se trata de una trampa? — Gracias a él he adquirido el estatuto de temporal y he visitado una parte deldominio sagrado de Osiris, donde se han erigido capillas votivas, estelas yestatuas. Es un lugar impresionante... Hecho esencial, me ha revelado, en parte almenos, sus intenciones: vender objetos consagrados que nosotros sacaremos deAbydos.Medes estaba pasmado. Se preguntaba incluso si Gergu no estaría burlándose deél, pero una exposición más detallada lo convenció. — ¡Qué amargado debe de estar ese sacerdote! — No respira bondad, eso es cierto, pero es una suerte. ¿No soñabais con tener unaliado en Abydos? — Sólo era un sueño... — Pues se está haciendo realidad, y nos encontramos a dos pasos del éxito — afirmó Gergu — , pero el sacerdote formula una exigencia: saber quién es mipatrón y hablar con él. — ¡Imposible! — Debéis comprenderlo: también él teme una trampa y quiere garantías. Si no selo satisface, se retractará.

 — Dada mi posición, no puedo correr semejante riesgo. — Dada la suya, tampoco él puede hacerlo.Medes se quedó desconcertado. O se limitaba a su alto puesto y olvidaba susambiciones, o intentaba la aventura con el riesgo de perderlo todo. — Necesito pensar, Gergu.

Como todas las mañanas, la joven sacerdotisa acudió, al amanecer, al lagosagrado de Abydos, que manaba del Nun, el océano de energía del que habíanacido la vida. Tras haberse purificado allí recogió en una jarra el agua destinada

a la acacia de Osiris. Sintió una mirada que se clavaba en sus hombros desnudos yse volvió.

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riqueza excepcional.Sólo el faraón concedía autorización para entrar en ella, de modo que la jovendedujo que el Calvo actuaba por orden suya.Unos altos muros protegían el inestimable tesoro.

 — He aquí un pastel en el que he inscrito las palabras «enemigos», «rebeldes» e«insurrectos», todos ellos gente de isefet , la fuerza destructora y negativa opuestaa Maat. Haz buen uso de él.El Calvo empujó una pequeña puerta que daba a un estrecho corredor.Y de inmediato apareció una magnífica pantera, la Dama del Castillo de Vida,cuyo lomo se adornaba con cuatro telas.Con sus ojos negros observó largo rato a la intrusa y, luego, se dirigió hacia ellalentamente.La muchacha no se movió.

Tras haberla olisqueado, la fiera posó la pata delantera izquierda en el muslo desu presa. Aunque descubiertas, las garras no laceraron la carne.La sacerdotisa ofreció el pastel a la encarnación de la diosa Mafdet, guardiana delos archivos sagrados. La pantera devoró a los confederados de isefet, luego seacurrucó junto a la puerta y se durmió.El camino estaba libre.El universo que descubrió la muchacha la dejó atónita durante largos minutos. Enlos estantes de una vasta biblioteca había papiros y tablillas que trataban de todoslos aspectos de la ciencia de los Antiguos: el gran libro que contenía los secretosdel cielo, de la tierra y de la matriz estelar, el libro para comprender las palabrasde los pájaros, de los peces y de los cuadrúpedos, el libro para interpretar lossueños, el libro de las formas secretas de las divinidades, el libro para apaciguar aSejmet, la terrorífica leona, el libro de las transformaciones en luz, el libro delNilo, las profecías, las Sabidurías, los tratados de alquimia, de magia, demedicina, de astrología, de astronomía, de matemáticas y de geometría, losdiccionarios de jeroglíficos, el calendario de las fiestas secretas y públicas, losmanuales de los ritualistas, el libro para preservar la barca divina, los manuales dearquitectura, de escultura y pintura, el inventario de los objetos rituales, la lista delos faraones y sus anales... ¡Sólo con leer los títulos, la cabeza le daba vueltas!

Pero la sacerdotisa tenía una misión y no debía ceder a la embriaguez. Guiada porsus conocimientos y su intuición, seleccionó los manuscritos que trataban, másconcretamente, de la energía creadora, el ka, y del modo de salvaguardarla.El Calvo en persona llevó las comidas a la muchacha, que fue autorizada a dormiren una pequeña estancia junto a la biblioteca. Descansando sólo lo mínimo,prosiguió día y noche sus investigaciones, comparando las indicaciones ysiguiendo cada pista sin desalentarse ni un solo momento.Finalmente, creyó haberlo encontrado.Tras haber verificado su hipótesis con la ayuda de un manuscrito que contenía las

fórmulas de resurrección de los «Textos de las pirámides» habló con el Calvo. — Tu teoría me parece aceptable, y tus argumentos, probatorios — concluyó él — .

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exigidos, y luego fue a buscar los remedios al puesto más cercano.Quedaba la entrega de la madera. En aquel campo, gracias a la colaboración de sucómplice, el alto dignatario Medes, su primera experiencia había sido uncompleto éxito. Sin él, habría sido imposible evitar los controles y hacer entrar

fraudulentamente la carga. Tras agrias discusiones, los dos hombres se habíanpuesto de acuerdo sobre el reparto, mitad y mitad, de los beneficios. El libanéstransportaba la materia prima, Medes levantaba los obstáculos administrativos yproporcionaba una lista de ricos clientes a su cómplice, que se encargaba de lastransacciones comerciales, de modo que el egipcio permanecía en la sombra.Esta vez el pesado barco de mercancías transportaba cedro, ébano y distintasvariedades de pino; bastante para fabricar numerosos muebles y satisfacer a unaclientela exigente, encantada al no pagar tasa alguna. Soberbio negocio... siempreque Medes le siguiera el juego.

 — Señor, preguntan por vos.El libanés bajó a la planta baja.¡Por fin aquel a quien esperaba! Su mejor agente, un aguador. Circulaba por todaspartes sin que nadie reparara en él, y había seguido a Medes para identificarlo. Demodo que el libanés sabía que su socio era uno de los más altos personajes delEstado, el secretario de la Casa del Rey, pero quería saber más detalles. — ¿Qué has averiguado? — Medes no pasa desapercibido. Mis contactos en palacio no escatimancomentarios. Encargado de redactar los decretos formulados por el rey, lostransmite a las provincias. La opinión unánime es que se trata de un funcionariomuy competente; nadie podría hacerle el menor reproche. Medes, puntilloso yautoritario, no tolera error alguno en sus empleados. Los despidos no son raros, ysólo recluta a escribas trabajadores. Es rico, está casado y tiene una hermosamorada. Aparentemente, la felicidad perfecta. Pero una de sus ambicionespermanece insatisfecha, según uno de mis interlocutores, sacerdote temporal enel gran templo de Ptah: pese a varias tentativas, el acceso a los misterios sigueestándole vedado. Es sólo un detalle, pues su carrera está tomando talesdimensiones que ahora tiene las más interesantes perspectivas. Antes o despuésentrará en la Casa del Rey.

 — ¿No hay rumores sobre un eventual desfalco? — Ninguno. Medes parece la honestidad personificada. Se ha forjado unareputación de dignatario responsable, íntegro y generoso. — ¿Y sus amistades? — Una red de funcionarios y notables que le deben mucho y a quienes manipula asu antojo. — ¿Hay noticias de mi barco? — Ha llegado al puerto de Menfis. Se están llevando a cabo las gestionesadministrativas.

 — Vuelve allí, y si se produce algún incidente, avísame en seguida.El momento crucial se acercaba. O Medes jugaba limpio, y no tardaría en visitar

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al libanés, o le tendería una trampa para desmantelar aquel tráfico de mercancíasy le mandaría a la policía.Medes ignoraba que el libanés era un agente del Anunciador, encargado dereclutar a una personalidad de la alta administración, capaz de procurarle todo

tipo de información sobre la corte, los íntimos del faraón y las costumbres deSesostris, el enemigo que debía ser aniquilado. Mientras comenzaba a tratar denegocios con el secretario de la Casa del Rey, el libanés se sentía incómodo.¿Acaso no estaría intentando pescar un pez demasiado grande?Pero si Medes resultaba ser, en efecto, un crápula ambicioso, ¿qué mejor cosapodía esperar?Reflexionar da hambre. El libanés se arrojó, pues, sobre una codorniz rellena quesu cocinero preparaba a la perfección.Medes se envanecía de su casa de dos pisos en el centro de Menfis. Un patiorodeado por altos muros, un estanque flanqueado por sicómoros y un balcón quedaba al jardín, sostenido por columnas pintadas de verde, la hacían especialmenteagradable. — ¿Con quién cenamos esta noche, querido?  — le preguntó su mujer, cuya únicadistracción consistía en maquillarse con los últimos productos de moda. — Con algunos responsables de la administración de los canales. — Es gente terriblemente aburrida, ¿no? — Sé amable con ellos; podrían serme útiles. — Necesito una pomada para el pelo y otra que disimule las huellas de la edad encuanto aparezcan. Se compone de vainas y semillas de fenogreco, miel y polvo de

alabastro. Si no la obtengo hoy, no me atreveré a dejarme ver. El problema es lacalidad del mineral; el que utiliza mi mercader habitual no me satisface. — Manda a uno de nuestros servidores al taller de escultura real. El capataz ledará algunos fragmentos del mejor alabastro y podrás hacer que los pulvericen.Su esposa se le arrojó al cuello. — ¡Eres el marido ideal! Me encargaré inmediatamente de eso.Por fin llegó Gergu. — En el puerto todo va bien  — le anunció a Medes — . Los aduaneros que trabajanpara nosotros miran para otro lado, los albaranes falsificados han sido entregados

a la administración y los estibadores descargan la madera en un almacén quecontrolo. El libanés no se burló de vos: ¡hay una verdadera fortuna enperspectiva! — Tendrás tu parte. Por lo que se refiere al sacerdote de Abydos, he tomado midecisión: acepto hablar con él. A pesar de los riesgos, la ocasión parecedemasiado buena para dejarla pasar. En cuanto sea posible regresarás allí yorganizarás la entrevista.La luna llena brillaba en el cielo de Menfis. Medes, encapuchado, apresuraba elpaso. Seguro de que no lo habían seguido, llamó a la puerta de la casa del libanés,

bien oculta en las callejas situadas detrás del puerto.Medes presentó al guardián un pequeño pedazo de cedro en el que se había

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grabado el jeroglífico del árbol.El portero abrió, dejó entrar al visitante y volvió a cerrar de inmediato. Unsirviente acompañó a Medes hasta la sala de recepción, que estaba repleta decostosos muebles. Sobre unas mesas rectangulares había copas de frutas y al-

gunos pasteles. Varios pebeteros exhalaban suaves aromas. — Querido amigo, queridísimo amigo  — exclamó el libanés — , ¡qué inmensoplacer recibiros! Acomodaos, os lo ruego. En ese sillón... Madera de cedro deprimera calidad, y unos almohadones de inigualable blandura. ¿Puedo ofrecerosun vino cocido? — Con mucho gusto — respondió Medes visiblemente en guardia. — Acabo de comprar una hermosa vajilla de piedra  — reveló el libanés — .Esquisto azul, brecha roja, alabastro blanco, granito rosado... ¡Un verdaderoconcierto de colores! Al parecer, los buenos vinos desprenden mejor su aroma si

han permanecido algún tiempo en un gran cuenco de granito. Y mirad estasmaravillas: cubiletes de cristal de roca.El libanés sirvió personalmente el precioso brebaje. — Querido amigo, confieso que estoy extremadamente satisfecho. Ese gran caldoes un raro producto que ha recibido la calificación de «tres veces bueno». Suave,azucarado, muy alcoholizado, se conserva durante numerosos años. Los racimosmaduros deben recogerse durante una hermosa jornada, ni demasiado cálida nidemasiado ventosa. Tras haber sido pisados se vierte el mosto en un calderoreservado para este vino. Se hierve a fuego suave y, con un colador, se quitan lasimpurezas que flotan hasta obtener un líquido claro, filtrado con gran cuidado. Enel segundo hervor, muy delicado, estriba una de las claves del éxito. Luego... — No he venido aquí a escuchar una receta de cocina  — interrumpió Medes — ,sino a hablar de nuestro nuevo negocio. Tu carga ha llegado a buen puerto y teproporcionaré una nueva lista de clientes. Como acordamos, le corresponde a tuequipo transportarlo y entregarlo en el más breve plazo. La mitad de losbeneficios se me pagará cuanto antes. Para nuestra tercera operación cambiaré dealmacén. — Prudente precaución — consideró el libanés con súbita frialdad — . ¿No debe elsecretario de la Casa del Rey mostrarse extremadamente prudente cuando lleva a

cabo unas transacciones tan ocultas como ilegales?Medes se levantó de un brinco. — ¿Qué significa eso? ¡Te has atrevido a espiarme! — No se hacen negocios de semejante magnitud sin informarse primero sobre elsocio. Vos lo sabíais todo sobre mí... Si me comportara como un ingenuo,¿seguiríais tomándome en serio? Sentaos de nuevo y festejemos nuestro éxitobebiendo este vino excepcional.Obligado a reconocer que el libanés no estaba equivocado, Medes tendió sucubilete de cristal de roca.

 — Nuestro comercio de madera nos proporcionará muchas ganancias  — leprometió su huésped — , pero tengo otros objetivos. Solo, no conseguiré

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realizarlos; con vos, los resultados serán extraordinarios. — ¿De qué se trata?Al libanés se le hizo la boca agua. — Primero, de una importación de frascos de embarazo fabricados en Chipre en

forma de mujer preñada. Están decorados con mucho gusto, son talismanes muybuscados por la buena sociedad egipcia. Puedo obtener la exclusiva y, por lotanto, imponer unos altos precios. — Trato hecho. — Luego, pienso echar mano a la totalidad del láudano que se cosecha en Siria — prosiguió el libanés — . Tengo que eliminar aún a dos o tres competidores, peroes ya sólo cuestión de semanas. Dado su potente y ambarino olor, los perfumistasegipcios aprecian el láudano. Pero no dispongo del circuito que me permitaconvertirme en su proveedor privilegiado. — Eso no es un problema  — aseguró Medes. — He guardado para el final lo mejor y lo más difícil: los aceites. Egipto consumeuna gran cantidad de ellos, pero sólo me interesan dos: el de sésamo, importadoen su mayor parte de Siria, y sobre todo el de moringa, incoloro, dulce y que no sevuelve rancio. Un verdadero producto de lujo, utilizado por los farmacéuticosperfumistas, que lo piden sin cesar. Pues bien, dispongo de una conexión, en elLíbano, capaz de proporcionarnos una buena cantidad de él. Pero ¿es posiblecontrolar, aquí, bastantes vendedores y almacenes? — Sí, es posible — estimó Medes, a quien seducían los proyectos de su socio. — ¿Y... tardará mucho?

 — Unos meses, para no cometer error alguno. La cadena de corrupciones debe sersólida, y cada cual debe obtener su beneficio. — ¿No os expondréis demasiado? — Tengo un hombre de confianza, capaz de poner en marcha un dispositivoeficaz y seguro. — Perdonad la pregunta, Medes, pero ¿por qué un personaje tan elevado corresemejantes riesgos? — Porque llevo el comercio en la sangre y me gusta la riqueza. Por mi cargo enpalacio, por elevado que éste sea, recibo una remuneración mediocre. Yo valgo

más, mucho más. Contigo, colmaré parte del déficit. Naturalmente, queridísimoamigo y cómplice, estamos atados ya para toda la vida. Y cuento con tu absolutosilencio. — Claro está. — Sobre todo, no pretendas hacer un Negocio, por pequeño que éste sea, conalguien que no sea yo. En adelante, seré tu interlocutor exclusivo. — Así lo entendía ya. — Puesto que nos lo decimos todo, me pregunto por la magnitud de tusorganizaciones y por tu sorprendente capacidad de innovación. No querría

ofenderte, pero ¿no serás el testaferro de una cabeza pensante?El libanés bebió un poco de vino cocido.

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 — ¿Sospecháis acaso que existe un gran patrón que me dicta su voluntad? — Eso es. — Delicada cuestión, muy delicada. — Los asuntos que tratamos son también muy delicados. Temo, siempre, saber

menos sobre ti de lo que tú sabes sobre mí. De modo, mi querido socio, que exijoconocer la verdad. Toda la verdad. — Comprendo, comprendo... Pero me ponéis en una posición difícil. — No intentes hacerte el listo. Nadie le toma el pelo a Medes.El libanés se miró los pies. — Pues sí, existe un gran patrón. — ¿Quién es y dóndeestá? — - Juré guardar silencio. — Valoro tu sentido moral, pero no me contentaré con él. — Sólo queda una solución  — estimó el libanés — : proponerle que hable con vos. — Excelente idea.

 — ¡No corráis demasiado! Ignoro si aceptará.  — Aconséjaselo vivamente. ¿Deacuerdo?  — De acuerdo.Medes acababa de llegar al punto preciso adonde el libanés quería llevarlo, altiempo que le hacía creer que dominaba la situación.

13

De Abydos a Menfis10 (1), el viaje en barco había durado menos de una semana.El capitán navegaba con prudencia, por lo que la joven sacerdotisa habíadescansado contemplando las riberas del Nilo.En el muelle, una incesante agitación contrastaba con la calma de Abydos.El capitán se puso en contacto con las fuerzas de seguridad y presentó sucuaderno de a bordo a un oficial, quien ordenó a dos policías que llevaran a lamuchacha hasta el despacho del visir. A ella le hubiera gustado pasar algunashoras en el templo de Hator y celebrar allí los ritos, pero la urgencia de su misiónno se lo permitía.

Menfis le pareció inmensa y abigarrada, con sus graneros, sus almacenes, sustiendas, sus mercados, sus grandes mansiones junto a casas modestas y susimponentes edificios oficiales, a la cabeza de los cuales figuraban los templos dePtah, de Sejmet la Poderosa, y de Hator, la Dama del sicómoro del sur. Próximo ala vieja ciudadela de blancos muros y al santuario de Neith, cuyas siete palabrashabrían creado el universo, el barrio de la administración no carecía de empaque.Escribas presurosos corrían de un servicio a otro. Allí, lejos del centro de culto deOsiris, se tomaban las decisiones importantes referentes a la gestión del rey.

10 Entre ambas ciudades hay una distancia de 485 km.

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no frecuentaba el palacio. ¿De dónde había salido entonces aquella desconocidade luminosa belleza, y por qué el faraón aceptaba recibirla? — Majestad  — dijo Sobek con gravedad — , la sacerdotisa no cede. No aceptarárevelar el contenido de su mensaje ni al visir ni tampoco a mí mismo. Ni siquiera

un humillante registro ha podido torcer su determinación. Podéis considerarla unapersona muy segura y de lealtad inquebrantable. — Hazla entrar y déjanos solos.Ella se inclinó ante el monarca, cuya estatura seguía impresionándolasobremanera. — Majestad, poco después de la recepción de vuestro decreto de reunificación delas Dos Tierras, una segunda rama del árbol de vida ha reverdecido. Además, tuvela suerte de hacer un descubrimiento en la biblioteca de la Casa de Vida: paracombatir la degeneración de la acacia, el faraón debe emitir ka. Devolver la

multiplicidad de las provincias a la unidad de vuestro ser no basta, pues es precisoreforzar también el de Osiris. Los más antiguos textos lo afirman con claridad:Osiris es obra del faraón, Osiris es la pirámide 11 . Aunque el tiempo de laconstrucción de las grandes pirámides haya pasado, ¿no sigue siendoindispensable encarnar a Osiris bajo esta forma?El faraón guardó un largo silencio, mientras su pensamiento viajaba por lejanosespacios para encontrar en ellos una respuesta. — Excelente proposición  — concluyó — . Falta hallar el paraje donde se levantarámi pirámide.Acompañado por la joven sacerdotisa y por su guardia personal, el faraónrecorrió las necrópolis de Abusir, Saqqara, Gizeh y Licht, pero no se manifestósigno alguno.Entre ambas ciudades hay una distancia de 485 km.En Dachur12

 , al sur de Saqqara, en el lindero del desierto del Oeste, se levantabanlas dos pirámides gigantescas del faraón Snofru, predecesor de Keops, y lapequeña pirámide de Amenemhat II, muerto diecisiete años antes de que subieraal trono el tercero de los Sesostris.De aquel paraje salía una pista, jalonada de estelas, que serpenteaba por el nortedel Fayum y desembocaba en Qasr el- Sagha, donde un extraño templo protegía

una zona de canteras. Otra conducía a los oasis, famosos por su producción devino.La ciudad de los constructores, Djed- Snofru («Snofru es duradero»), albergabaaún a algunos ritualistas encargados de alimentar el ka del ilustre faraón,considerado el mayor constructor del Imperio Antiguo. Avituallaban las mesas deofrendas y celebraban el culto en los templos altos, erigidos ante la cara este deambas pirámides: una, lisa; la otra, de doble pendiente.

11 Entre ambas ciudades hay una distancia de 485 km.

12 A unos 40 km al sur de El Cairo.

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A la sombra bienhechora de los monumentos de Snofru, Sesostris vio en suespíritu el plano del futuro monumento cuyos principales trazos dictó a Djehuty. — Cuando un faraón funda un santuario  — recordó el Portador del selloSehotep — , está recreando Egipto. Al construir, prolonga la creación de la

primera mañana. Que estas piedras vivas se conviertan en uno de los zócalos devuestro reinado.Sobre una piedra no tallada dorada por los últimos rayos del sol, la jovensacerdotisa derramó el agua obtenida del lago sagrado del templo de Ptah. — El nombre de este paraje será «El agua fresca celestial» 13

   — anunció elsoberano — . Lo rodearemos con una muralla de bastiones y resaltos, según elmodelo de la de Zoser en Saqqara. Puesto que la pirámide debe emitir ka enseguida, excavaremos hasta la roca y depositaremos en ella un núcleo de ladrilloscrudos, revestidos luego de calcáreo de Tura. En ella, que se llamará Hotep, «el

poniente, la paz, la plenitud», se trazará el recorrido del alma hasta el «proveedorde vida», el sarcófago, lugar de regeneración del cuerpo de luz.A medida que el monarca expresaba su visión, Djehuty la dibujaba en el papiro. — Al norte de la pirámide  — añadió el rey — , la morada de eternidad del visirKhnum- Hotep. Las demás tumbas de los miembros de la corte, más modestas, seinspirarán en las del Imperio Antiguo. En su interior figurarán textos formuladosdurante aquella edad de oro.En Abydos, la joven sacerdotisa había comprendido por qué era necesaria laconstrucción de las moradas de eternidad. Sólo aquella arquitectura simbólica,mágicamente animada, transformaba a los iniciados en akb, el ser luminoso capazde ponerse en contacto con todas las energías que circulan por el universo. Másallá de la muerte física, el resucitado seguía actuando aquí abajo y transmitía laluz donde vivía con una nueva vida.Alrededor de la pirámide del faraón, sus fieles seguidores formarían un entornosobrenatural, encargado de protegerlo y, al mismo tiempo, de derramar sus be-neficios. — Las casas de los constructores estarán listas en el más breve plazo  — indicóDjehuty — . Mañana mismo comenzarán a preparar el suelo. Cuento con Senankhpara el transporte de los materiales.

Al terminar la redacción del decreto referente a la edificación del nuevo conjuntoarquitectónico de Dachur, a Medes le impresionó la magnitud del proyecto y la delos medios empleados para llevarlo a cabo tan pronto como fuera posible. A suadministración del país, Sesostris añadía una obra espiritual que aumentaba másaún su estatura.¿Era realmente posible derribar a un adversario de aquella talla? Medes decidiódejar la pregunta para más tarde e intentó informarse sobre la muchacha que

13 Kedehut.

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autorización explícita, ningún error administrativo se le escapaba. Quiencomparecía ante él ignoraba si sería objeto de una condena o de una alabanza. Eneste último caso, más valía mantener fría la cabeza, pues los cumplidos ibansiempre acompañados por una tarea suplementaria, más ardua que las

precedentes. — ¡Has hecho una buena carrera, muchacho!  — le dijo a Iker, obligado aresponder a su convocatoria — . Ser sacerdote temporal en el templo de Anubis, atu edad, es casi una hazaña. Por lo que se refiere a tu gestión en la biblioteca, haobtenido la unanimidad. ¡Y, en Kahun, eso es un verdadero milagro! Incluso tuscolegas más expertos, corroídos por la envidia, reconocen tus cualidades y nosaben qué inventar ya para perjudicarte. Tu único defecto es una excesivaausteridad. ¿Por qué no piensas en descansar y en casarte con una hermosamuchacha, que sería feliz dándote hermosos hijos?

 — Vine aquí para convertirme en escriba de élite. — ¡Objetivo alcanzado, muchacho! Además, tu vida privada sólo te concierne ati. Tu vida pública, en cambio, depende de mí. Como Heremsaf no ahorra elogiossobre ti, y puesto que estoy rodeado de muchos hombres mediocres, te nombroconsejero municipal. — Vuestra confianza me honra, pero estoy satisfecho con mi cargo actual. — En Kahun, yo decido. Tú has demostrado tu capacidad de trabajo y tu eficacia,y yo pienso explotarlas. No creas ni por un instante que tu ascenso se debe a labondad de mi alma, pues carezco de ella. El faraón me encargó que hicierapróspera esta ciudad y creara la mejor escuela de escribas del reino: ésos son misobjetivos. Ahora puedes retirarte.Iker no creyó ni por un momento en aquel discurso. Al ascenderlo en la jerarquía,el alcalde sólo intentaba adormecerlo. Abrumado por las responsabilidades,halagado por los cortesanos profesionales, bien alojado y bien alimentado, seacomodaría en el confort y olvidaría, a la vez, su pasado y sus ideales.Por hábil que fuese, aquella estrategia no lo engañaba. Iker la utilizaría en subeneficio, comportándose de modo ejemplar. Fingiendo que pasaba por el aro,cumpliría su función con celo y competencia. Ni el alcalde ni Heremsaf adivinarían sus verdaderas intenciones. Además, de aquel modo, le ofrecían,

incluso, una arma que no tardaría en utilizar.Aquella casa era una suerte. Para Sekari, cuidarla no resultaba un trabajo, sino unplacer. Mientras barría, silbaba una canción de moda, y no soportaba ver untaparrabos tirado de cualquier manera sobre una silla. La cocina y el baño estabanpermanentemente limpios, así como el resto de las estancias, siempre impecables.¿Y qué decir del mobiliario, elegante y sólido a la vez? Cestos, cofres dealmacenamiento, asientos y mesas bajas perdurarían fácilmente durante muchasgeneraciones. En cuanto a la comida, ésta sabía mejor en una hermosa vajilla. — ¿Está en casa tu patrón?  — preguntó el Melenudo cuando Sekari estaba

pintando de rojo el marco de la puerta de entrada, para alejar a los demonios. — Como de costumbre, traes malas noticias.

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Pero el final de aquella lucha seguía siendo incierto.Cuando llegaron los cinco días «por encima del año»14 que ponían fin al ciclo delos trescientos sesenta precedentes y anunciaban el siguiente, todos contuvieronel aliento. En los grandes templos del país, los ritualistas pronunciaron las

fórmulas de apaciguamiento de Sejmet, la terrible leona, para que no mandara asus emisarios y a sus genios malignos contra el pueblo de Egipto, con su cohortede desgracias y enfermedades.El primero de los cinco temibles días se celebró el nacimiento de Osiris. ¿Acasola crecida no simbolizaba su resurrección? El segundo estaba consagrado a suhijo, Horus, protector de la realeza. Pero el tercero podía provocar catástrofes ycataclismos pues veía el nacimiento de Seth.Maquillada e irreconocible, Bina se reunió con Iker en una plazuela rodeada depalmeras. — Tu nombre corre por la ciudad. Al parecer, gracias a ti, se salvará del desastre. — Nadie ha escatimado trabajo. El Nilo decidirá. — Espero con impaciencia el día de Seth. ¡Así castigue al maldito Egipto! — «Maldito Egipto»... ¿qué quieres decir, Bina?La joven asiática comprendió que acababa de meter la pata. — - Estaba hablando del maldito tirano que conduce el país a la perdición ysiembra la desolación entre su pueblo, ¿acaso has cambiado de opinión, Iker? — ¿Me consideras un descerebrado? — ¡Claro que no! — Teme entonces a Seth. Si golpea al déspota, mucho mejor, pero si devasta las

tierras cultivadas y reduce a la miseria a miles de personas, ¿cómo alegrarse deello? — ¡No te confundas! Simplemente deseo que la fuerza de ese dios alimentenuestra causa.

El día de Seth, el despacho del visir no trató asunto alguno. El rey permaneció enel templo y todos los demás se quedaron en sus casas.Transcurrieron las horas, que se hicieron interminables.Llegó por fin el día de Isis, seguido por el de Nephtys. Gracias a las dos

bienhechoras hermanas, el nuevo año nacía con armonía. Fuerte y alta, la crecidasólo causó, sin embargo, leves daños en los diques. No hubo que deplorar víctimaalguna. La municipalidad felicitó al escriba Iker por su notable trabajo deprevención. El conjunto de sus cálculos se había revelado exacto y, gracias a él,Kahun y sus alrededores salían indemnes de la prueba. Incluso se preveíansoberbias cosechas que permitirían llenar los graneros y acumular reservas convistas a los años malos.Al finalizar las festividades del Año Nuevo, Iker tuvo derecho por fin a unas

14 Los días epagómenos. 

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 — Encárgate tú misma, y haz el favor de no despertarme por bobadas; yo trabajo.Ella cerró la puerta de un portazo.Medes se levantó y entró en el cuarto de baño. Por lo general, le gustaba asearsepor las mañanas y, luego, tomar un copioso desayuno. Pero, tras una agitada

noche, tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza.¿Cuándo regresaría Gergu de Abydos, y con qué resultados? Medes seguía sinpoder creer que muy pronto iba a gozar de un aliado en el interior. ¿Cómo unsacerdote permanente podía traicionar así a su comunidad? Si se trataba de unintento de manipulación, no sería fácil descubrir al autor. Pero ¿no se mostrabaMedes en exceso desconfiado?Además, se planteaba un nuevo problema: el resonante éxito de Khnum- Hotep.El primer visir elegido por el rey Sesostris resultaba ser un excelenteadministrador y aseguraba una perfecta cohesión entre el poder central y lasprovincias. Como mucho, Medes preveía incidentes, enfrentamientos y protestas,pero nada de todo aquello ocurrió. Con la permanente ayuda de los miembros dela Casa del Rey, que no envidiaban en absoluto su cargo, el visir dirigíafirmemente una administración eficaz y trabajadora. Por fortuna, Khnum- Hotep,de avanzada edad ya, no serviría por mucho tiempo. Esperando su desaparición,Medes veía cómo su propia influencia iba disminuyendo, y debía procurarmantener su red de amigos y de cortesanos.Muchas puertas se cerraban, y volver a abrirlas no resultaría fácil. Hoy, la mayoresperanza de Medes se llamaba Abydos.Conocer al gran patrón del libanés lo excitaba. ¿Qué canalla era lo bastante hábil

para asegurarse los servicios del comerciante? Semejante personaje no debía decarecer de interés, y Medes pensaba utilizarlo.Cuando estaba terminando de vestirse, su mujer reapareció. — El doctor Gua no me examinará hasta esta noche  — gimió — . Te lo ruego,utiliza tu influencia para que anule sus citas y se ocupe primero de mí. — Gua tiene un carácter execrable y no soporta que lo presionen; además, tu  jaqueca no me parece mortal. Vuelve a acostarte y duerme hasta la hora delalmuerzo. Luego, el desfile de tus amigos y tu cháchara te devolverán la forma.La llegada de Gergu interrumpió la conversación.

Medes, tenso, arrastró a su ayudante hasta el despacho, cuya puerta cerrócuidadosamente. — Traigo excelentes noticias  — anunció Gergu con una amplia sonrisa — . ¡Quétipo formidable, ese sacerdote! Comprende vuestra desconfianza y deseaprobaros su disposición a cooperar, por lo que nos proporciona medios para llevara cabo algunos negocios sin él.Pasmado, Medes se preguntó si Gergu no estaría bajo los efectos de la bebida. — He aquí, primero, un sello de Abydos. Se aplica en distintos materiales y nosservirá para establecer certificados de autenticidad para las falsificaciones que

fabriquemos y vendamos como procedentes del sagrado paraje de Osiris. Eso hasido idea mía; he encontrado a un artesano que ha aceptado el trato. Y he aquí el

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segundo regalo de nuestro nuevo aliado, más valioso aún: la fórmula sagrada queevoca la favorable acogida de los justos en el otro mundo. «Que navegue en labarca de Osiris y maneje los remos, que camine por donde su corazón desee, quelos Grandes de Abydos le deseen la bienvenida, que participe en los misterios de

Osiris, que lo sigan por caminos puros en la tierra sagrada.» La grabaremos enparte de nuestra producción, y la venderemos a precio de oro.

Nacido en una familia modesta, el comerciante de vinos sentía que su saluddeclinaba, por lo que pensaba en el gran viaje. Gracias a su fortuna se pagaría unhermoso sarcófago, pero envidiaba a los privilegiados cuyo nombre estabagrabado, para siempre, en un monumento de Abydos, bajo la protección deOsiris. ¿Existía mejor certeza de una eternidad feliz?Cuando vio aparecer a Gergu, el comerciante se preguntó en seguida qué rebaja

exigiría, en su próximo encargo, el inspector principal de los graneros. Mejorsería llevarse bien con aquel influyente personaje, que tenía numerosas relacionesen palacio. — ¡Mi querido Gergu, acabo de recibir un nuevo caldo! ¿Deseáis probarlo? — Por supuesto. ¿Podemos hablar tranquilamente? — Claro, vayamos al fondo de mi almacén.Al comerciante se le hizo un nudo en la garganta. ¿De qué chantaje iba a serobjeto? Para domesticar al inspector le ofreció un vino excepcional. — No es malo  — estimó Gergu — , aunque demasiado dulce para mi gusto. Alparecer, has encargado un sarcófago de primera calidad. — Bien hay que pensar en el más allá. — ¿Qué te parecería Abydos? — ¿Abydos...? No comprendo. — Puedo obtenerte una estela auténtica, con la fórmula sagrada. Sólo habrá quegrabar tu nombre y pasarás la eternidad al pie de la escalera del Gran Dios.El comerciante estuvo a punto de desmayarse de la emoción. — ¿Estáis... estáis bromeando? — Habrá que pagar un buen precio, tengo mis gastos. — ¡Lo que queráis!

 — Antes de comprometerte, examina esta obra maestra.Gergu llevó hasta un almacén al comerciante, que temblaba, nervioso. Allí, lemostró la estela. — Negocio cerrado — masculló el comprador.

 — ¡Y ya está!  — fanfarroneó Gergu — . Vuestra bodega y la mía llenas, a cambiode una hermosa piedra esculpida que nunca irá a Abydos y que nuestro artesanodestruirá esta misma noche. Podéis estar tranquilos, le he pagado bien. Tampoconosotros necesitamos ya ir a Abydos. Nos las arreglaremos sin ese buen

sacerdote. — Te equivocas  — objetó Medes — . No niego el interés de tu método que, por lo

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 — Sí, y me convienen del todo. Nos encargaremos de fabricar falsas estelas y lasvenderemos a quienes las deseen, haciéndoles creer que están destinadas aAbydos. No debéis temer el menor error, puesto que nosotros mismos lasdestruiremos. Por vuestra parte, ¿cómo conseguiréis sacar del paraje

monumentos auténticos y qué ruta tendremos que trazar para llevarlos hastaMenfis? — Como ya le expliqué a Gergu, las personas y las mercancías que entran enAbydos son controladas; en cambio, se sale sin dificultad alguna. Asegurándomela complicidad de un policía que, cada diez días, se encarga de la vigilancia de laescalera del Gran Dios, junto al desierto, depositaré en un escondrijo pequeñasestelas de inestimable valor. Alguien de confianza deberá encargarse derecogerlas, y luego bastará con tomar la pista que yo os indique para regresar alNilo, donde habrá un barco aguardando.

 — El plan me parece excelente. ¿Por qué actuáis así? — Os devuelvo la pregunta. — Puesto que corremos los mismos riesgos, sería estúpido que nos mintiéramos — dijo Medes — . No me pagan por mi justo valor y me demuestro, pues, a mí mismo mi verdadero valor utilizando los medios de que dispongo. Pero vos, unhombre del templo interior... — Durante mucho tiempo creí que la dimensión espiritual me bastaba y que misdeseos se reducían al mínimo. La intervención de Sesostris lo cambió todo. Envez de ponerme a la cabeza de la jerarquía, él mismo la dirige y reorganiza loscolegios de sacerdotes. Esa inaceptable toma del poder me priva de losprivilegios que se me deben, por lo que decidí vengarme. Conseguirlo suponemedios financieros. — Seamos claros, Bega: ¿qué entendéis exactamente por venganza? — Acabar con el hombre que está arruinando mi carrera. — ¿Conocéis a Sesostris? Yo lo veo a menudo y conozco perfectamente sucapacidad de acción. Creedme, es más temible que un toro salvaje y más ferozque un león. Yo también deseo su desaparición, pero ¿cómo socavar losfundamentos de un ser tan fuerte? ^ — ¿Habéis renunciado a combatirlo?

 — No estoy seguro de qué método debo emplear. El rey está rodeado de amigosfieles, y su visir obtiene la unanimidad. — Por sólidas que parezcan, las obras humanas acaban por quebrarse. Debemosunir nuestras fuerzas y descubrir el punto débil. — ¿Por qué el ejército y la policía custodian Abydos?Bega se enfurruñó. — Secreto de Estado. — Estando donde estamos, ¿por qué dudáis en informarme?  — quiso saberMedes.

 — Uno de los misterios de Abydos es el árbol de vida  — reveló el sacerdotepermanente — . Tras haber enfermado, la acacia de Osiris corre el riesgo de morir.

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Las intervenciones de Sesostris y de los ritualistas frenan su degeneración, pero¿por cuánto tiempo? La curación exigiría un oro especial que tal vez nunca seadescubierto.«El oro de Punt», pensó Medes, apasionado por esas revelaciones.

 — ¿Quién está tras ese maleficio? — Lo ignoramos. El rey ha puesto en marcha diversas investigaciones paraidentificar al culpable. — ¿Alguna sospecha? — Ni la más mínima. Si la acacia muere, los misterios no se celebrarán ya, yOsiris no resucitará. Eso supondría el fin de Egipto. — ¡Hablemos de esos famosos misterios! ¿No son sólo un espejismo? — Si conocierais sólo una ínfima parte, Medes, no haríais esa pregunta. — Como sacerdote permanente, vos entráis en los dominios secretos de Abydos ypracticáis los ritos reservados a los iniciados.Bega permaneció mudo. — Quiero saberlo todo — insistió Medes — . Hace ya muchos años que me nieganel acceso al templo cubierto. ¿No es el de Abydos el más importante y vital detodos ellos?El sacerdote esbozó una extraña sonrisa. — - Juré no revelar el secreto. — Todo hombre tiene su precio. Vos poseéis varios tesoros; los pagaré a su justovalor. — Tendremos tiempo para discutirlo.

 — La precipitación nos llevaría al fracaso, tenéis razón. Establezcamos primerouna sólida colaboración y amasemos un tesoro de guerra. Luego, iremos máslejos.Bega observó durante largo rato al secretario de la Casa del Rey. — Pongámonos mutuamente a prueba. Si todo va bien, progresaremos. — Una cosa más: en Menfis vi a una muchacha que afirmaba llegar de Abydoscon un mensaje confidencial destinado al rey, ¿la conocéis? — Describídmela.Bega escuchó atentamente a Medes.

 — Es una de las sacerdotisas de Hator que residen aquí. Nuestro superior, elCalvo, le abrió la biblioteca de la Casa de Vida para que indagara en los antiguostextos. — Sin duda habrá entregado al monarca planos que le faciliten la construcción deuna pirámide... ¿Desempeña esa mujer un papel de primer orden? — No, sólo ocupa una posición subalterna y únicamente fue la mensajera delCalvo. Dado su misticismo, nada debemos temer de ella. No diría lo mismo demis colegas, pero yo me encargo de tomar mis precauciones. ¿Y vos, Medes,seréis lo bastante prudente?

 — No suelo cometer errores.

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En el barco que se dirigía a Menfis, Medes había establecido una lista de

argumentos para romper la naciente alianza con Bega. Ninguno resistía elexamen. El sacerdote parecía realmente el cómplice ideal: amargado, rencoroso,animado por una tortuosa inteligencia, tenaz y desprovisto de esa sensibilidadprimaria que impide cometer el mal, poseía los secretos de los que Medes habíadeseado apoderarse desde siempre. Ciertamente, habría que domesticarlo, saberhalagarlo en el momento oportuno y hacerle creer que era el hombre másimportante del trío. Medes debía dominar su carácter ardiente.No olvidaba el oro de Punt, que sólo él no consideraba una ilusión. De momento,era imposible apoderarse de una tripulación sin ser descubierto. Más tarde,

echaría mano a un astillero y utilizaría su fortuna para conquistar aquel tesoro.El guardia exterior saludó a su dueño con una gran reverencia y avisó al guardiainterior, que abrió de inmediato la pesada puerta de la opulenta morada. En laavenida se cruzó con el doctor Gua, visiblemente apresurado. — ¿Está enferma mi mujer? — Jaqueca de ociosa. Le he recetado una pomada y un ligero somnífero. Pero hayalgo más grave. — Hablad, os lo ruego. — Está demasiado gorda. Si sigue comiendo todo el día, se volverá obesa. Laalimentación, ése es el secreto de la salud. Bueno, ahora tengo que tratar casosmás graves.Medes y Gergu se aislaron en el despacho del secretario de la Casa del Reydespués de que les sirvieran cerveza, tortas calientes y carne seca. — Asesinar a Sesostris me parece imposible  — estimó Gergu — . Está demasiadobien protegido, nadie se atreverá a meterse con él. Si contratamos un asesino, serádetenido y nos denunciará. — Es probable. Existe, sin embargo, un medio de actuar: debilitar al rey atacandoa sus íntimos. Si socavamos los fundamentos que él considera indestructibles, loaislaremos. Entonces, estará a nuestro alcance. Podemos comenzar por el hombre

que mejor conoces: el gran tesorero Senankh. — Lo conozco muy bien, es cierto, y desgraciadamente no puedo comunicarosnada interesante. ¡Es un tipo íntegro! Su único defecto consiste en que le gustademasiado la buena cocina. Y ni una sola mujer, por muy atractiva que sea, lotransformará en un corderillo. — Tu análisis me parece exacto  — reconoció Medes — . Puesto que no podemoscorromper a Senankh, le tenderemos una trampa. No olvides que trabajo en elMinisterio de Economía y que su funcionamiento no tiene secretos para mí. Veráscómo vamos a proceder. Esta vez, el talento de mi esposa nos será de gran

utilidad.

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- — El faraón de Egipto.El visir tragó saliva. — ¡Me siento feliz, muy feliz! Voy a avisar, de inmediato, a los acusadores de quehan sido engañados. ¿Qué espíritu tortuoso ha podido cometer semejante

fechoría? — Alguien que deseaba deshacerse discretamente de mí. La idea era astuta, ladefensa parecía imposible. Conseguir imitar así un sello y una caligrafía es unapequeña hazaña. Todo permite suponer que tengo un adversario decidido en elseno de la alta administración. — Tal vez, incluso, en el interior de tu propio ministerio  — sugirió el visir — .Busca entre los celosos y los decepcionados que desean ocupar tu puesto. Teaconsejo una medida de urgencia: modifica tu código y no lo reveles, salvo a sumajestad.Por décima vez, el libanés lo intentó.

Y, por décima vez, fracasó. ¿Cómo renunciar a un vino blanco, suave yazucarado, al buey en adobo, a las habichuelas con grasa de oca, a pasteles demiel y a confitura de higos? Ciertamente, el Anunciador le había recomendadoque bebiera y comiera menos, y sus consejos equivalían a órdenes. Pero ¿de quéservía la riqueza si había que seguir un régimen que acababa con el gozo de vivir?Gracias a unas túnicas más anchas, el libanés esperaba poder dar el pego. Enpresencia del Anunciador, en adelante se comportaría como un verdadero asceta.A su mejor agente, el aguador, sólo le ofreció higos secos.

 — Medes ha regresado a Menfis. — ¿Procedencia? — Según mis informaciones, Abydos. — ¡Abydos, el territorio sagrado de Osiris, reservado a unos pocos iniciados!  — seextrañó el libanés — . ¿Por qué ese viaje? — No tengo la menor idea.Intrigado, el libanés despidió a su agente, tomó una ducha, hizo que le dieran unmasaje y se puso una bata con flecos, de una tela tan suave que se durmió altenderse sobre unos almohadones.

Su intendente lo despertó para avisarlo de la visita de su capitán, un excelentemarino que se encargaba del transporte de la madera procedente del Líbano. — Nuevo cargamento que ha llegado perfectamente, patrón. Y con él, todo lodemás. — ¿Sin problemas con los aduaneros? — En absoluto, el sistema funciona a las mil maravillas.Picado de viruela, con el pelo enmarañado, el lobo de mar se expresabalentamente y con una voz ronca. — Por lo que se refiere al transporte, ningún problema. Por lo que se refiere a la

organización interior, algunas molestias aún. Ciertamente, desde la reunificación,la situación mejora, ya que es posible pasar sin dificultades de una provincia a

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otra. Ahora tengo contactos en cada puerto, y la información circula de prisa, peroen Kahun la cosa se bloquea. — ¿Por qué razón? — Un funcionario local le niega la última acreditación a nuestra caravana.

Dispone, sin embargo, de los salvoconductos de la administración de Menfis,pero ¡eso no le basta! El tipo quiere controlar personalmente la identidad de todoslos que llegan y la naturaleza de las mercancías. — Enojoso, muy enojoso... ¿Cómo se llama? — Heremsaf. — Yo me encargaré de él.

A Heremsaf, la caravana le olía mal, como un perro cuyo hocico rechaza unalimento estropeado. Sin embargo, el expediente parecía de una claridad

ejemplar, y no le faltaba autorización alguna. El escriba debería haber abierto laspuertas de Kahun y haber recibido a los extranjeros sin siquiera pensarlo. Pero suinstinto le aconsejaba llevar a cabo una última verificación. Tal vez estuvieraequivocado, pero así, al menos, luego no tendría que lamentar nada. Era mejor serpuntilloso que descuidado. Ésa no sería la primera vez que una caravana conclandestinos y productos dudosos intentaba introducirse en Kahun.Recientemente, un sirio había tratado de vender mediocres papiros cuya calidadsuperior, no obstante, garantizaba.Al día siguiente, Heremsaf hablaría con Iker. El muchacho estaba realizando unacarrera fulgurante, que lo llevaría mucho más allá de lo que podía imaginar, peroentonces, ¿por qué seguía estando tan triste y tan atormentado? Hacía muchotiempo que el superior de los sacerdotes de Anubis no había conversado conaquel a quien muchos llamaban el «salvador», a causa de su notable trabajo paraevitar los efectos devastadores de la crecida. Algún mal corroía al escriba, pero¿cuál?Sólo las preguntas directas le permitirían recibir respuestas francas. Mañanamismo, Heremsaf convocaría a Iker y obtendría, por fin, la verdad.Su secretario le anunció la visita de una joven. — Que pase.

Una hermosa morenita, bien maquillada, le ofreció un plato de habas con ajos,cubiertas por una salsa a las finas hierbas. — El cocinero de Iker es quien ha elaborado esta receta. Ha pensado que ossatisfaría degustarla. — Buena idea. — Comedia caliente, el sabor será perfecto.Puesto que no había tenido tiempo de almorzar, Heremsaf no se hizo de rogar,tanto menos cuanto el plato resultó delicioso.Mientras se daba un banquete, Bina se alejó con la sonrisa en los labios.

Heremsaf sintió los primeros dolores en plena noche. Primero pensó en una

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intoxicación alimentaria, pero el sufrimiento se hizo tan violento que lo dejó sinaliento y le impidió abandonar la cama.Sus músculos se petrificaron, su corazón dejó de latir. El veneno procedente delLíbano había producido el efecto deseado.

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 — El Melenudo te reclama  — anunció Sekari a Iker, que se despertósobresaltado — . Parece trastornado. — ¿Qué malas noticias trae? — Sólo quiere hablar contigo.Antes de descender a la planta baja, el joven escriba se enjuagó la boca. — ¿Qué ocurre, Melenudo? — ¡Heremsaf... Heremsaf ha muerto esta noche! — ¡Heremsaf! ¿Estás seguro? — Por desgracia, sí. — ¿Cuál es la causa de la muerte? 9  — El corazón ha cedido. En estos últimos tiempos estaba muy fatigado y senegaba a descansar. A pesar de vuestra diferencia de edad, el drama tendría queservirte de lección. También tú trabajas demasiado.Iker se dirigió al templo de Anubis, cuyo nuevo superior dirigiría el ritual deinhumación de Heremsaf, y se puso a su disposición para que nada faltase a la

ceremonia.Los expedientes del difunto fueron recuperados por el ayuntamiento ydistribuidos entre distintos responsables. El que se encargó de la caravana nodescubrió nada anormal en el procedimiento y le concedió, pues, autorización deentrada en Kahun.

La noticia de la muerte de Uakha, ex jefe de la provincia de la Cobra, afectabaprofundamente al faraón Sesostris, pero, como de costumbre, no demostrabanada. Uakha había sido el primero en apoyarlo y en jurarle fidelidad, al comienzo

de su lucha contra las provincias disidentes. Cuando el país podría haber caído enla guerra civil, el apoyo de Uakha había resultado decisivo. Su desapariciónmarcaba, también, una etapa crucial: ¿cómo reaccionarían su familia, sus íntimosy sus consejeros? O se sometían al visir Khnum- Hotep, enviado allí para losfunerales, o intentarían imponer un nuevo jefe de familia.En caso de sedición, el monarca se vería obligado a utilizar la fuerza.A tan sombríos pensamientos se añadía una persistente inquietud: ¿quién habíalanzado un maleficio sobre el árbol de vida y deseaba impedir la resurrección deOsiris? Hoy, el faraón sabía que no se trataba de ninguno de los jefes de

provincia, opuestos antaño a la reunificación. Con toda lógica, el brujo negrodebía de ser un cananeo rebelde cuyo único objetivo era la destrucción de Egipto.

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redactar una carta.Iker, estupefacto, se retiró.¡Así pues, le había mentido al afirmar que no sabía leer ni escribir!La pobre sierva inculta, sumisa y perseguida era, en realidad, la jefa de aquel

grupo de terroristas.Asqueado, Iker regresó a su casa.

 — ¡Iker, despierta, es tarde!Al no obtener respuesta alguna, con la cabeza nublada todavía por la fiesta,Sekari empujó la puerta de la habitación del escriba. 0Vacía.Vacío también el cuarto de baño. Incrédulo, Sekari registró la casa. Luego sedirigió al establo, donde Viento del Norte degustaba alfalfa.

 — ¡De todos modos, no habría abandonado a su confidente! Ya está, ya locomprendo... Abusó del vino y ahora está durmiendo la mona en alguna parte.Sekari recorrió Kahun de arriba abajo y preguntó a las comadres.En vano. Era evidente que Iker había abandonado la ciudad.

En el barco que se dirigía a Menfis, Iker sólo lamentaba una cosa: no habersellevado a Viento del Norte. Pero, sin duda, el joven escriba no regresaría vivo desu aventura, y sabía que Sekari se ocuparía bien de su asno.Iker se había visto obligado a cortar en seco cualquier relación con los asiáticos, alos que no consideraba ya como aliados. Su verdadero objetivo le traía sincuidado.Tenía que actuar solo.

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La reunión de urgencia se celebró en plena noche, bajo la dirección de Bina. — Iker ha abandonado la ciudad  — reveló a los metalúrgicos llegados de Asiapara fabricar armas en Kahun. — ¡Nos denunciará a todos! — se preocupó Ibcha, el jefe de los artesanos. — Si ésa hubiera sido su intención, ya estaríamos en la cárcel.

 — ¿Por qué, entonces, esta súbita huida? — Los nervios han podido más que él  — explicó la muchacha — . Quiere actuarsolo y golpear al tirano cuando le parezca, sin avisar a nadie, ni siquiera a mí. — ¡No tiene ninguna posibilidad! — Ese escriba no es un muchacho ordinario. En su interior arde un fuego quenadie podría apagar. Por eso no lo considero vencido de antemano. — ¿Sabes el número de obstáculos que deberá sortear antes de llegar frente al rey? — ¡Ha superado ya muchos obstáculos! Y conseguí convencerlo de que Sesostrisera un monstruo implacable al que había que derribar por cualquier medio, para

salvar Egipto. — ¿Y te creyó, el muy ingenuo?

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 — Iker sabe que el mal existe, y piensa que Sesostris es su fuente. Si hay quesacrificarse para que deje de manar, no vacilará. — A mi entender, será eliminado. Si lo logra, ¡mejor para nosotros! — Existe otro motivo de preocupación  — reconoció Bina — : el desconocido que

intentó, en vano, matar a Iker. Los cocodrilos devoraron su cadáver. — Si se trataba del emisario de una red organizada, sus colegas no se habríanquedado así   — estimó Ibcha — . ¿Se han producido desde entonces otrosincidentes dignos de mención? — No. En Kahun, el asunto no tuvo ninguna resonancia. Diríase, incluso, que noocurrió nada. — ¿Sienten celos de Iker? — Claro que sí, por su capacidad de trabajo y su rápido ascenso. — Pues no busques más: es un simple ajuste de cuentas. Tu protegido se libró deun competidor molesto. Eso me tranquiliza. Si sabe combatir, tiene un poco másde posibilidades.

A los treinta y dos años, el Portador del sello real Sehotep tenía fama de ser unode los más temibles seductores de Menfis. Único heredero de una rica familia,escriba excepcional, de un ingenio rápido y nervioso y vestido siempre a la últimamoda, Sehotep engañaba con frecuencia a la gente. Solían considerarlo unenamorado de los I 'laceres de la existencia, poco dado a trabajar durante horas, loque significaba olvidar sus ojos fulgurantes de inteligencia y su extraordinariafacultad para asimilar en un mínimo de tiempo complejos expedientes. Superior

de todas las obras del rey, encargado de velar por el respeto del secreto de lostemplos y la prosperidad del ganado, se ocupaba simultáneamente de esasabrumadoras tareas con una aparente desenvoltura que ocultaba un perfecto rigor.Los cortesanos detestaban a Sehotep, cuya existencia parecía una sucesión defáciles éxitos. El mismo avalaba esa reputación, dando a entender que nunca seenfrentaba con dificultad alguna y que se libraba fácilmente de cualquierproblema. No se perdía, claro está, ninguna de las grandes citas mundanas de lacapital, ni de los suntuosos banquetes organizados por los notables. Todoshablaban allí de buena gana, Sehotep escuchaba y recogía todas las

informaciones posibles.El Portador del sello real, invitado a la inauguración de la nueva escuela de danzade Menfis, honraba con su presencia aquella ceremonia profana. La maestra debaile estaba tan ebria como sus jóvenes artistas, que vestían un taparrabos lobastante corto como para que no impidiera sus evoluciones.Una hermosa morena ofreció a Sehotep su más bella sonrisa. Él se la devolvió.Luego, la muchacha se integró en el grupo, que desplegó una serie de figurasacrobáticas que dejaban sin aliento. Levantando muy arriba la pierna echadahacia adelante, con el pie a la altura del hombro y el busto muy erguido, las

danzarinas se inclinaban y brincaban con pasmosa rapidez. A continuación,efectuaron una serie de peligrosos saltos, con el cuerpo arqueado, apoyándose

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sucesivamente en las manos, con los dedos tensos, y en la punta de los pies. Se-hotep tuvo la impresión de que formaban un círculo, pero su mirada se concentrócada vez más en la hermosa morena.Terminada la demostración, la maestra de baile se acercó a Sehotep con

inquietud. — ¿Estáis satisfecho? — Notable actuación. Me gustaría felicitar a las artistas. — ¡Qué inmenso honor!Sehotep se demoró junto a su preferida. — ¡Cuánta flexibilidad y cuánto ritmo! Supongo que debiste de aprender el oficiocuando eras muy niña. — En efecto, señor. — ¿Tu nombre?

 — Olivia. — ¿Y tu edad? — Dieciocho años. — Debes de estar prometida. — No... Bueno, en realidad, no. La directora del cuerpo de baile es muy severa. — Tal vez podríamos cenar juntos. ¿Qué te parece esta misma noche?

Muy cargado de alcohol y saturado de aromas, el vino cocido de los oasis llegabaa los dieciocho grados. Acompañaba una suculenta comida cara a cara, pues Se-hotep había despedido a la servidumbre. Olivia, deslumbrada por la maravillosavilla de su anfitrión, demostraba tener buen apetito mientras evocaba lasdificultades de su arte.Cuando Sehotep tomó tiernamente su mano, ella no la retiró. En sus ojos brillabael deseo.La desnudó lentamente y la llevó hasta su alcoba. — Ni tú ni yo deseamos tener un hijo, ¿no es cierto? Sé buena, pues, y utiliza estapomada anticonceptiva.Olivia untó con ella el sexo de su amante. A base de espinas de acaciamachacadas, la pomada era aromática y untuosa.

A la danzarina no le gustaban demasiado los preliminares, de modo que Sehotepno perdió el tiempo en interminables caricias. Adivinando los gustos de suamante, se empleó en satisfacerla pensando sólo en el placer de la hermosamuchacha. Y de ese modo ejecutaron un ballet en el que rivalizó su talento.Tendidos uno junto a otro saboreaban los dulcísimos momentos que seguían aléxtasis compartido. — ¿En qué consiste el trabajo de un Portador del sello real? — Si te describiera todas mis tareas, no me creerías. ¿Sabías, por ejemplo, que meocupo de la próxima llegada de bueyes cebados para el templo de Hator? Se

prepara un gran ritual con vistas a la iniciación de nuevas sacerdotisas, queterminará en un banquete. También superviso la restauración de las puertas del

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En menos de una hora, Olivia sufrió por tercera vez los embates de Gergu. Eragordo y brutal, pero le pagaba bien. Sin duda, ella habría preferido hacer el amorcon Sehotep, delicado y atento. La danzarina recordaría siempre aquella deliciosanoche, durante la que había sido tratada como una princesa.

 — ¿Has terminado? — ¡Me has agotado, hermosa mía! Contigo nunca quedo decepcionado. — ¿Y cuándo llega tu patrón? — Ya no puede tardar. Sobre todo, cuéntaselo todo sin omitir el menor detalle. Siestá satisfecho, la recompensa prometida se verá aumentada.Cuando Medes entró en el salón adonde Gergu llevaba sus conquistas, Olivia loconsideró feo y gordo. Pero ¿a qué hombre podían encontrar gracia sus ojosdespués de Sehotep? — ¿De modo, jovencita, que sedujiste al Portador del sello real?

Por el tono de voz, Olivia advirtió que el interrogador era peligroso. Habría que jugar duro con él. — Gergu me ha prometido un lote de ropa de lujo. — ¿Te recibió bien Sehotep? — ¡Mejor de lo que esperaba! — Hermosa como eres, no se te resistiría por mucho tiempo... ¿Conseguistealguna confidencia? — Después de hacer el amor, a algunos hombres les gusta presumir de su trabajo.Por fortuna, Sehotep forma parte de ellos. — Te escucho, bonita. Se te pagará en función del valor de tus informaciones. — Sehotep habló del valor de sus múltiples funciones: las grandes obras, los... — Ya sé todo eso. ¿Describió una tarea concreta, en un futuro próximo? — Va a examinar bueyes cebados y los traerá a Menfis.El detalle intrigó a Medes, pues ninguna gran fiesta estaba prevista de inmediato. — ¿A qué se destinan esos animales? — A la celebración de un ritual y un banquete en el templo de Neith. — Te tomó el pelo, pequeña. El edificio está restaurándose. — Sehotep supervisa las obras. Y sé también por qué se organizará esa fiesta. — ¡Habla, entonces!

Olivia hizo algunos arrumacos. — ¿Y si concretáramos mi remuneración?Medes pareció divertido. — Eres hábil e inteligente, pero no fuerces tu talento.- — Si me amenazáis, no sabréis nada más. — ¿Cuál es tu mayor sueño? — Una hermosa mansión en el centro de la ciudad. — ¡Exorbitante! — No lo creo.

 — Bueno, veamos qué tienes para vender. Si la mercancía es de calidad superior,estoy de acuerdo con la casa.

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 — Procedí por etapas para que Sehotep se confiara realmente. Vanidoso yorgulloso de su importancia, no resistió el deseo de deslumbrarme. Si no mehubiera mostrado curiosa, se habría extrañado, pero preguntarle demasiado lohabría alarmado. Puesto que nuestro entendimiento fue perfecto y sin una nota

desafinada, se abandonó y me reveló la existencia de un tesoro que se depositarámuy pronto en el santuario del templo de Neith. Con ocasión del acontecimientose organizará una fiesta. — Un tesoro... ¿De qué clase? — Según sus propias palabras, «tan valioso e importante que las propiasdivinidades quedarán encantadas».Sehotep no hablaba a la ligera; de modo que la fórmula sorprendió a Medes. — ¿Nada más concreto? — El tesoro llegará a Menfis la semana próxima. — Sin duda, una estatua destinada a embellecer el templo de Neith  — estimóGergu, decepcionado. — De ningún modo — negó Olivia. — ¿Por qué estás tan segura? — preguntó Medes. — Porque el tesoro sólo estará allí algún tiempo. — ¿Acaso sabes su verdadero destino? — Al respecto de mi futura casa, me gustaría obtener un documento en toda regla. — Gergu, tráeme un papiro.Medes dictó a su segundo un certificado de propiedad, en la forma debida, anombre de la danzarina Olivia.

 — ¿Te parece bien así? — Sólo falta vuestro sello. — Aún no conozco el destino del tesoro...La muchacha advirtió que no debía tensar demasiado la cuerda. — Abydos.Medes contuvo una exclamación. — ¿Estás segura? — Sehotep añadió, incluso, que allí el tesoro sería inaccesible para los profanos.El oro... ¡El oro era capaz de curar la acacia! El descubrimiento de Olivia valía

mucho más que una hermosa casa en el centro de Menfis. — ¿Cuándo debes volver a verlo? — Cuando haya regresado de Abydos, donde habrá entregado el tesoro.Con el plexo dolorido, Medes se obligó a caminar de un lado a otro para calmarse. — Buen trabajo, Olivia, muy buen trabajo.Rompió nerviosamente el papiro. — ¡Qué significa eso! Me habéis prometido... — Ya tienes tu casa. Esta misma noche puedes instalarte allí. Y ésa es sólo laprimera parte de tu remuneración.

 — ¡Os estáis burlando de mí! — Gergu te llevará a tu nuevo domicilio, pero tú tendrás que seguir trabajando

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 — Acabo de recibirlo  — comentó el libanés — , y me satisface que seáis vos elprimero en probarlo. ¡Fabuloso Egipto! Un clima maravilloso, vinosincomparables, una cocina que os impide hacer el menor régimen... Aquí, inclusoel más pesimista renuncia a sus negras ideas.

 — Tu filosofía no carece de interés, pero me gustaría saber si nuestros proyectosse hacen realidad. — Concededme el privilegio de probar ese flan con especias, regado con licor dedátiles. Según mi pastelero, es el mejor de Menfis.Medes no lamentó haber aceptado. — A los egipcios les gustan tanto los muebles de cedro que nuestra provisión seha agotado ya  — prosiguió el libanes — . Una nueva entrega, más importante quelas precedentes, está preparándose. ¿Hay algún problema por vuestra parte? — Ninguno. — Los frascos de embarazo llegarán dentro de quince días. Según micorresponsal, superan, tanto en belleza como en solidez, a todo lo que circula porel mercado. Por lo que se refiere a la cosecha de láudano, es la más abundantedesde hace unos diez años, y he adquirido la totalidad. Mis competidores fueron...eliminados. Idéntico resultado en el terreno de los aceites. ¿Cuántos almaceneshay disponibles? — Vas demasiado de prisa  — señaló Medes. — Sabré mostrarme paciente. — Debo reconocer que me asombras. — Viniendo de vos es un cumplido que me conmueve. Trabajaré sin descanso

para seguir mereciendo vuestra estima. Pero aún no he terminado con las buenasnoticias: mi patrón acepta veros. ¿Estaréis disponible la próxima luna nueva? — Lo estaré. ¿En Menfis?El libanés pareció turbado. — No, más al sur. — ¿Dónde, exactamente? — Cerca de Abydos. — ¡Abydos! Es un territorio prohibido. — Mi patrón me ha dicho que conocéis a un permanente allí. Desea hablar con

vos, con vuestro ayudante Gergu y con el sacerdote de Abydos.Medes palideció. ¿Quién podía estar al corriente de su alianza con Bega? — ¡Dime el nombre de tu patrón! — Él mismo os lo dirá. — Ten cuidado, libanés. Sabes muy bien quién soy, así que no me provoques. — He recibido órdenes estrictas que debo respetar, Medes. Comprendedlo. — No acudiré a esa cita. — Haríais mal faltando. — ¿Es eso una amenaza?

 — Ése no es mi estilo, ¡vamos! Simplemente creo que ese encuentro podrá serosmuy beneficioso.

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 — Sólo han reverdecido dos ramas  — recordó el Calvo — . La pirámide de Dachurtal vez impida cualquier nueva degradación, pero quiero poner de manifiesto laabsoluta necesidad de que cumplamos rigurosamente con nuestras tareas. En lasactuales circunstancias no se tolerará falta alguna.

A la joven sacerdotisa y a Bega les tocaba servir los altares y distribuir lasofrendas entre los sacerdotes temporales. Una vez las divinidades hubierandegustado su aspecto inmaterial podrían alimentar los cuerpos. — ¿Fue bien vuestra misión en Menfis?  — preguntó Bega. — Transmití al faraón el mensaje de nuestro superior. — ¿Os gustó la capital? — Es una gran ciudad, muy animada, y con soberbios templos, pero no megustaría vivir allí. Prefiero la calma de Abydos.-  — En la corte real hormiguean las intrigas y las ambiciones. Aquí, el reinoencuentra su verdadero equilibrio. Preservar Abydos es el deber esencial delfaraón, y estoy convencido de que la construcción de esa pirámide será una etapadecisiva. — Todos lo deseamos, Bega.Acabado su servicio, la muchacha permaneció largo rato en el interior del templo.De cada bajorrelieve, de cada pintura, de cada símbolo emanaba una energía queluchaba contra isefet, la ineluctable tendencia a la destrucción y el caos. Al crearaquella morada sacra, Sesostris contribuía a implantar el cielo en la tierra. Lasacerdotisa sentía una necesidad vital de ese universo, donde lo abstracto se hacíaperceptible, donde las leyes divinas iluminaban los sentidos.

Se detuvo junto al portal del recinto.A sus pies, un enorme escarabajo de brillante caparazón moldeaba una esfera conestiércol de vaca que había amasado girando sobre sí misma. Realizada su obra,el maestro alfarero la hizo rodar con las patas posteriores, reculando de este aoeste. Luego, hundió la esfera en la blanda tierra. — Para conocer el final de este trabajo  — dijo una voz grave y potente — tendrásque esperar veintiocho días.La sacerdotisa levantó los ojos y descubrió al faraón. — Abydos es la ciudad del escarabajo divino  — precisó Sesostris — . Al cabo de

una luna, el viejo Osiris contenido en la esfera se habrá enfrentado con la pruebade la muerte. Si la rectitud se ha respetado, la luz brotará de la tierra y resucitará.Se levantará un nuevo sol, la vida se extenderá por todos los espacios. ¿Cuántosseres pueden presentir semejante misterio al observar este insecto, que el profanoaplasta tan fácilmente con su pie? Aún te serán necesarias largas horas de trabajoy de búsqueda para percibir este mensaje. ¿Estás decidida a cruzar una nuevapuerta? — Es mi más caro deseo, majestad. — ¿Eres consciente del peligro?

 — He descubierto ya tantas riquezas que bastarían para colmar toda unaexistencia, pero renunciar a correr un riesgo sería una cobardía imperdonable.

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 — Sígueme, entonces.Sesostris tomó la rampa enlosada, de setecientos metros de largo, que conducíade su templo a su extraña morada de eternidad, que acababa de terminarsetambién. En el lindero del desierto, no lejos de la necrópolis de los faraones de la

primera dinastía, estaba protegida por un recinto y un templo de recepción. — Vamos a penetrar en la matriz estelar — advirtió el faraón — . Osiris, el creadorde los ritos y de la regla de los templos, se regenera aquí permanentemente. Sinembargo, una gran desgracia lo afecta. El universo sufre el crimen y la muerte, lanoche se oscurece, el día desaparece, nuestro mundo vacila. ¿Quieres vivir estaprueba, te cueste lo que te cueste?La joven sacerdotisa asintió con la cabeza. — Te he avisado: el camino es peligroso, espesas las tinieblas, el corazón débil nolo resiste. ¿Persistes?

 — Sí, majestad.En el patio había dos pozos: uno vertical, el otro en pendiente relativamente suaveque permitía llegar a un corredor que desembocaba en una sala de paredesrevestidas de cal y techo que imitaba los troncos de madera con notable precisión.En apariencia, la tumba se detenía allí. Pero el monarca tomó por un tramo dondereinaban la cuarcita, el gres y el granito. Impregnándose del particular fuegooculto en el corazón de aquellas piedras, la joven sacerdotisa vivió las etapas de laobra alquímica.En el techo faltaban algunos bloques, y a través de aquella abertura, destinada aser tapada, el faraón y la sacerdotisa penetraron en una habitación muy estrecha,de seis metros de alto. — Cambiamos de nivel y de mundo  — explicó el soberano — . Lo que parecíacerrado y concluido no lo estaba. Pasando por arriba, por el espíritu sin límites,abrimos la puerta de la luz oculta.Utilizaron una cuerda para llegar a un corredor horizontal que desembocaba enuna sala semejante a la que acababan de abandonar. Bajaron por la pared con laayuda de otra cuerda y llegaron de nuevo al suelo.La mirada de la muchacha había cambiado. Ahora veía la claridad en el corazónde la piedra.

 — Hemos regresado al mismo nivel  — indicó el soberano — , pero es distinto. Alcruzar la puerta de la matriz estelar contemplas el otro lado de la vida. Aquí finalizan las percepciones humanas. Por eso, el bloque de granito de cuarentatoneladas que estás contemplando quedará oculto bajo un revestimiento de cal yacompañado por otro bloque. Si quisiera protegerte, no seguiríamos adelante,pero ¿acaso no te advertí de que te aguardaban terribles pruebas? Aún puedesmodificar tu destino, siempre que no superes este límite. — Deseo conocer lo invisible. — El precio que hay que pagar es muy alto, el esfuerzo que debe hacerse es casi

sobrehumano. — ¿No es ésta la regla? Que vuestra majestad siga guiándome.

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Recorrieron un pasillo de unos veinte metros de largo. Cuando se cerrara latumba, lo obstruirían unos bloques de granito.Y llegó entonces el descubrimiento de la cámara de resurrección, revestida decuarcita.

En una pequeña estancia donde reinaba una dulce claridad había un sarcófago degranito y un cofre para canopes. — El sarcófago es la barca de Osiris  — reveló Sesos- tris — . Su tapa la ocultará alos ojos de los humanos y los genios destructores, y navegará en paz por losparaísos. En correspondencia con los cuatro hijos de Horus que se encargan deproseguir la obra de su padre Osiris, los cuatro canopes se ocultarán en los murosde esta cámara. Osiris, descendiente de Ra, moldeó la luz que sale de su madreCielo. De su cuerpo nació la creación. Reside, pues, en todas las provincias y entodos los santuarios. Le complace amarla, pues protege a los justos de voz y a losresucitados. Puesto que deseas conocerlo, sube a su barca.La sacerdotisa vaciló.Lo que el rey le proponía era inconcebible. ¿Cómo emprender, en vida, semejanteviaje?Pero nada la haría retroceder.Así pues, apoyándose en el brazo del monarca, pasó la pierna por encima de lapared del sarcófago y se tendió en el interior, con los ojos hacia el cielo de piedra. — Ve, viaja y conoce  — ordenó la voz grave de Sesostris, cuyas resonanciasparecieron extinguirse para siempre — . Entonces, conocerás el mayor secreto deEgipto: el ser iniciado en los misterios de Osiris puede regresar de la muerte.

20

Tras haber tomado por la boca de Peker, un canal excavado hacia la tumba deOsiris y flanqueado por trescientas sesenta y cinco mesas de ofrenda, losmiembros del «Círculo de oro» de Abydos se reunieron lejos de los ojos y losoídos, bajo la protección de Sobek, cuyos guardias vigilaban los alrededores.La pareja real presidía el «Círculo de oro». Estaban presentes el Calvo, el

Portador del sello real Sehotep, el gran tesorero Senankh y el general Nesmontu. — Por desgracia, dos de los nuestros están ausentes  — deploró el monarca — . Elgeneral Sepi prosigue su metódica exploración de las minas de oro, sin resultadode momento. Por lo que se refiere a nuestro otro hermano en espíritu, prosigue ladelicada misión que le confié, y nadie sospecha su auténtica condición. — Majestad, propongo que recibamos a Khnum- Hotep  — dijo Senankh — .Trabaja de modo notable y consolida cada vez más la unidad que vosrestaurasteis. El visir vive según Maat y lo aplica en cada una de las iniciativasque os somete con lealtad. Iniciándolo en los misterios del «Círculo de oro»

ampliaremos más aún su visión. — ¿Alguien se opone?  — preguntó el faraón.

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Sólo el silencio respondió. — Puesto que nadie está en contra de esta proposición, Khnum- Hotep estará muypronto entre nosotros. Ahora tenemos que hacer balance sin complacencia. — La plantación de cuatro acacias en los puntos cardinales procura buena energía

al árbol de vida — señaló la reina — . Se encuentra así en el centro de un campo defuerzas que no pueden cruzar miasmas ni enfermedades. Pero es sólo un sistemadefensivo. — La puerta del cielo se cierra  — recordó el Calvo con gravedad — . La barca deOsiris no circula ya normalmente por lo invisible y, poco a poco, se degrada. — La construcción de la pirámide de Dachur nos ayudará a luchar  — afirmóSenankh — . Las obras funcionan, las condiciones de trabajo de los artesanos sonexcelentes. Djehuty se consagra a la obra sin descanso, para que no se pierda niun instante.

 — Queda la pregunta principal, que sigue sin respuesta  — recordó el rey — :¿quién lanzó un maleficio sobre el árbol de vida? — La situación se estabiliza en la región sirio- palestina  — estimó el generalNesmontu — , y nuestros servicios de información interrogan a muchossospechosos, incluidos los hechiceros de aldea. Sólo menudencias, de momento.Sin embargo, tengo la sensación de que el ataque brotó de allí. — Suponiendo que el culpable sea un dignatario de la corte de Menfis  — insinuóSehotep — , mis investigaciones en ese campo no han tenido resultados. No mepierdo ninguna recepción, con la esperanza de que alguna fanfarronada me pongasobre la pista. — Examinar al personal administrativo tampoco ha sido eficaz  — deploróSenankh.- — No tengo acusación alguna que hacer contra los sacerdotes y las sacerdotisasde Abydos — añadió el Calvo — . Cumplen sus funciones con la máxima seriedad.Sesostris no podía excluir la siniestra hipótesis de que el mal procediese delterritorio sagrado de Osiris. Pero la joven sacerdotisa, encargada de descubrir elmenor indicio, permanecía muda. — Nos las vemos con un temible adversario  — advirtió el rey — . Inteligente,astuto, dotado de peligrosos poderes, dirige un equipo de perfecta discreción. Los

servicios del visir y los policías de Sobek tampoco han conseguido penetrar laniebla. — ¡Espantoso!  —   juzgó Senankh — . Ese monstruo está tejiendo una tela cuyoshilos no descubrimos. ¿No será demasiado tarde cuando los veamos? — ¿Acaso no es demasiado tarde ya?  — se inquietó el Calvo. — Ciertamente, no  — objetó Sesostris — . Por poco que sea, nuestras accionesrituales han puesto trabas a las suyas, la acacia de Osiris sigue viva, y producimosla energía necesaria para impedir su desaparición. — El enemigo lo sabe  — afirmó Sehotep — . ¿No intentará una nueva ofensiva

para romper nuestras últimas defensas? — Las obras de la pirámide serán protegidas con el mayor cuidado  — aseguró el

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misma noche. — ¿Confías en ese bribón?  — Es un bandido eficaz. — ¿Ha matadoya alguna vez? — Hirió gravemente a dos de sus víctimas. — Así pues, acabar conOlivia no debería plantearle ningún problema. — A cambio de una retribución correcta, no.  — Que abandone sobre el terreno el

cadáver, para comprometer a Sehotep. La investigación demostrará laimprudencia y la culpabilidad del Portador del sello real. — Ya no quiero  — decidió Olivia con una mueca desdeñosa.Gergu creyó haber oído mal. — ¿Qué estás diciendo? — Mi profesión es la danza. Ahora tengo una hermosa casa, un criado, y meconsagro a mi arte. No quiero mezclarme más con tus chanchullos. — Estás perdiendo la cabeza, chiquilla. ¿Acaso has olvidado nuestro contrato? — Ya he terminado mi trabajo.

 — ¡Todavía no! Debes ir al templo de Neith esta noche, hacerte pasar por unasacerdotisa si es necesario y traerme el tesoro con un amigo que tengo el placer depresentarte.Olivia lanzó una despectiva ojeada a Mentón- prominente. — No me gusta. — No es necesario que te guste. El te ayudará y te evitará cualquier problema. — No insistas, Gergu. — Como quieras, pequeña. Pero no cuentes conmigo para sacarte de la casa decerveza de los arrabales de Menfis donde vas a pasar el resto de tu pobreexistencia.Olivia, inquieta de pronto, agarró del brazo a su protector. — Te estás burlando de mí, ¿no es cierto? — Mi patrón no soporta que lo traicionen. Serás expulsada del cuerpo de baile ynadie se atreverá a emplearte ya... salvo yo.Ella se apartó. — De acuerdo, obedeceré. Pero prométeme que luego me dejaréis tranquila. — Prometido.Mentón- prominente había logrado escapar durante muchos años de la policíagracias a su perfecto conocimiento del terreno y su extremada prudencia. Así 

pues, antes de ir a buscar a su cómplice había paseado largo rato, como un vulgarpasmarote, por los alrededores del templo de Neith. Algunos canteros trabajaronallí hasta que se puso el sol, luego se efectuó la primera ronda de policía.Mentón- prominente no advirtió nada anormal.Repitió la misma maniobra alrededor de la casa de Olivia. También allí todoparecía apacible. Llamó, pues, a la puerta, de acuerdo con el código convenido.Apareció la muchacha con un sobrio vestido verde, y en el cuello llevaba unamuleto en forma de dos flechas entrecruzadas, símbolo de la diosa Neith. — ¡Pareces tan reservada que todos te tomarían por una sacerdotisa!

 — Ahórrate tus comentarios. — No tenemos tanta prisa, guapa. ¿No te apetecería pasar un rato agradable

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demonios, él o los culpables no podían ser invisibles.Como consecuencia del drama acaecido en el templo de Neith, Sobek y elPortador del sello real, Sehotep, hablaron en el domicilio del segundo. — ¿Conocías tú a la tal Olivia antes de encontrarla en la escuela de danza?

 — No. Como sucumbió con demasiada rapidez a mis encantos, sospeché queactuaba por orden de alguien. ¿Has interrogado a la maestra de baile? — A ella y a las demás danzarinas: no tienen nada que ver. Corres demasiadosriesgos, Sehotep. Supón que esa muchacha hubiera tenido la intención deasesinarte. — No era su estilo. Tras los problemas de Senankh, yo estaba convencido de queintentarían comprometerme, también a mí, y deshonrarme. Alguien ha decididoemprenderla con los miembros de la Casa del Rey y destruir el entorno inmediatodel faraón. ¿Qué has sabido sobre la tal Olivia? — Lamentablemente, nada de interés. Al parecer, quería hacer carrera debailarina. — ¿Amante fijo? — Amiguitos de paso. Hemos encontrado a los dos últimos, pero su interrogatorioha resultado infructuoso. En apariencia, la tal Olivia era una chiquilla sin historia. — En apariencia sólo, pues alguien la contrató. — Ya lo sé, Sehotep. Y no se colabora por casualidad con un redomado bandidocomo Mentón- prominente. — Sin duda, él no actuó por iniciativa propia. — Claro que no, pero es imposible identificar a su patrón. Mentón- prominente se

entregaba al mejor postor y trabajaba contrato a contrato. — Había recibido la orden de acabar con Olivia, ¿no crees? — Es probable. — En cualquier asociación de malhechores, forzosamente existe un eslabón débil. — Cada vez lo dudo más, Sehotep.

 — ¿Muertos ambos, estás seguro?  — preguntó Medes, inquieto. — Completamente — respondió Gergu. — ¿Tuvo la policía tiempo de exprimirlos?

 — Por la cólera de Sobek el Protector, ciertamente no. Como buen profesional,Mentón- prominente cumplió con su contrato y suprimió a la bailarina. Intentóhuir y entonces fue derribado. Si queréis mi opinión, hemos pasado a dos dedosde la catástrofe. — Subestimé a Sehotep  — reconoció Medes — . ¿Cómo suponer que esemujeriego iba a tendernos una trampa tan retorcida? — Senankh, Sehotep... dos fracasos  — advirtió Gergu, severo — . Los miembrosde la Casa del Rey resultan tenaces. — El faraón no los eligió al azar, acaban de probar su valor. Pero sólo son

hombres, terminaremos descubriendo sus puntos débiles.Gergu se derrumbó en un sillón bajo.

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 — ¿Tu nombre? — Iker. — ¿Tus referencias? — Escriba y sacerdote temporal del templo de Anubis en Kahun.

 — No es poca cosa... ¿Qué deseas? — Puesto que me encargué de las funciones de bibliotecario, me gustaríaperfeccionar mi formación jurídica al tiempo que soy útil. — ¿Deseas alojamiento? — Si es posible. — Voy a presentarte a un reclutador. Él te someterá a un examen.A pesar de algunas trampas que Iker había aprendido a evitar mientras seguía lasclases del general Sepi, fue una simple formalidad. De modo que el joven fuecontratado por un período de tres semanas, seguido de dos días de descanso. Si sutrabajo era satisfactorio, le prorrogarían el contrato.En contacto con los libros, Iker disfrutó de serenidad. Zambullirse de nuevo enlos textos fundamentales, religiosos, literarios o científicos le procuró unaprofunda alegría. Encargado de verificar un antiguo inventario, de rectificareventuales errores y añadir las nuevas adquisiciones, apreció la riqueza de labiblioteca. Iker sintió clavada en él la mirada inquisidora del supervisor, queevaluaba la capacidad del nuevo empleado. Sin embargo, la olvidó muy pronto,puesto que su tarea lo apasionaba sobremanera.Cuando el funcionario le palmeó el hombro, el joven se sobresaltó. — La jornada ha terminado hace mucho rato.

 — ¿Ya? — Superar el horario habitual exige una autorización especial que no estoy encondiciones de darte. Si trabajas demasiado y con excesiva rapidez, provocaráslos celos de tus colegas. Debes aprender a mantenerte en tu lugar.Sin emitir la menor protesta, Iker se levantó y siguió al supervisor, que lo llevó asu pequeña habitación, en el edificio reservado a los sacerdotes temporales. — Mañana participarás en la distribución de las ofrendas cuando hayan sidoconsagradas. Puesto que la hora de la cena ha pasado ya, te deseo buenas noches.De su material de escriba, que nunca lo abandonaba, Iker sacó el puñal y lo apretó

contra su pecho. Todas las noches fortalecía así su decisión.

Afeitado, purificado y perfumado, Iker recibió de manos de un sacerdotepermanente unos panes redondos de dorada corteza que ofreció a cada uno de losoficiantes que se encargaban del ritual de la mañana. Él fue el último en probaraquella delicia, acompañada de leche fresca. — Eres nuevo — advirtió un treintañero algo encorvado — . ¿Tu especialidad? — El derecho. — ¿Dónde lo aprendiste?

 — En la provincia de la Liebre. — La ciudad de Tot da una buena formación, pero tienes muchos datos que

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revisar. Ahora no existen ya jefes de provincia. El visir dirige el conjunto de las jurisdicciones aplicando la ley de Maat. — ¿Dónde puedo estudiar? — En la escuela de juristas, junto a las oficinas del visir.

 — Supongo que es indispensable una recomendación. — Si trabajas correctamente, la obtendrás.En las siguientes semanas, el comportamiento de Iker fue ejemplar. Se fundióentre los sacerdotes temporales, y no cometió falta ni exceso de labor algunos.Provisto de la recomendación concedida por su superior, se presentó en laescuela. Sus compañeros no mostraron simpatía ni animosidad para con el reciénllegado, que asistía a las clases con aplicación. Era evidente que tenía el nivelnecesario y no sería despedido, pues, como muchos de los postulantes.No lejos del aula se levantaba el palacio real, protegido siempre por un

impresionante dispositivo de seguridad.En una pausa, un estudiante flaco y vivaracho se acercó a Iker. — ¿Eres originario de Menfis? — No, de la región tebana. — Un paraje magnífico, al parecer. — Tebas es mucho más pequeña que Menfis. — ¿Te gusta estar aquí? — He venido a aprender. — ¡Pues no quedarás decepcionado! Los profesores nos hacen dura la vida, peronos imparten una excelente formación. Los mejores alumnos accederán a la altaadministración, y no será una ganga, pues el visir ha reorganizado todos losservicios del Estado, que, en adelante, tienen que dar prueba de eficacia. No setrata de holgazanear en los despachos o de dormirse en los laureles. Nadie esnombrado escriba de modo vitalicio, y más vale evitar la cólera de Khnum-Hotep. Puesto que tampoco el faraón se muestra más tolerante, es inútil contarcon su clemencia. — ¿Reside el rey a menudo en Menfis? — A menudo, sí. Todas las mañanas, el visir le somete los expedientesimportantes. Desde la reunificación del país no falta el trabajo.

 — ¿Has visto alguna vez a Sesostris? — Dos veces, cuando salía de su palacio. No puedes perdértelo: ¡realmente es elmayor de los egipcios! — ¿Y por qué hay tantos policías y soldados alrededor del palacio?-  — Por Sobek el Protector, responsable de la seguridad del faraón. ¡Es unverdadero maníaco! Sin duda teme que algunos dignatarios decepcionados latomen con su majestad. Y, además, la situación se envenena en la región sirio-palestina. El general Nesmontu parece controlarla, pero, con los terroristas, nuncase sabe. Uno de ellos podría ser lo bastante loco como para intentar matar al rey.

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Khnum- Hotep se tranquilizó. — ¿Están esos bandidos vinculados a los ataques contra la acacia de Abydos? — No hay nada que lo demuestre. No es la primera vez que se cometen este tipode fechorías, y las medidas que propongo devolverán la calma. Naturalmente, el

acoso ha empezado, y los culpables acabarán en la cárcel. — He aquí dos escándalos sucesivos que han hecho que se hable mucho de ti,Sobek. — Me importa un comino. — A mí, no. En caso de incompetencia, me vería obligado a tomar medidas. Noolvides que también eres responsable de la seguridad del faraón. — ¿Consideras que su majestad está amenazada? — Te apoyo aún, pero no toleraré más incidentes.

Iker dividía su tiempo entre el trabajo de sacerdote temporal en el templo de Ptahy los cursos de derecho en la escuela del visir. Reservado, concienzudo, gozabade la estima general. El escriba trataba con el superior de los servidores del dios,el guardián de los misterios, el encargado de las ropas, los ritualistas, loscontables, los responsables de los graneros y los rebaños. Pero ninguno de esosdignatarios, que se mostraban distantes con los jóvenes escribas, le diría lo que éldeseaba saber: las costumbres del monarca y el modo de acercarse a él. No forzarlas cosas y aguardar una oportunidad parecía la actitud adecuada. ¿Cuánto tiempotendría que esperar?Al finalizar una clase de derecho sobre la Casa del Rey y sus responsabilidades, elprofesor anunció una noticia que hizo saltar el corazón del escriba: los tresmejores alumnos tendrían el privilegio de ser presentados al Portador del selloreal, que, por lo general, los llevaba ante el faraón para demostrarle la calidad dela enseñanza impartida. Los tres escribas formulaban ante el monarca propuestasde reforma que pudieran simplificar el arsenal legislativo.Iker redujo al mínimo su tiempo de descanso. Como tema, eligió la gestión de losgraneros, insistiendo en la necesidad de acumular reservas en las ciudadesprincipales y facilitar su distribución durante las malas crecidas. A causa detextos obsoletos se manejaban, por negligencia, disposiciones injustas.

Llegó el día de la proclamación de los resultados.Los dos primeros nombres que pronunció el profesor no eran el suyo. Pero eltercero y último...Un estudiante le dio un codazo. — ¿Estás durmiendo, Iker? ¡Cualquiera diría que la noticia te ha dejado frío! Y,sin embargo, todos soñábamos con ello. Ya estás entre los elegidos que van a veral faraón.Buenos competidores, los que no habían tenido suerte felicitaron a losvencedores.

Casi en trance, Iker pensaba ya en el instante en que iba a abalanzarse sobre eltirano para apuñalarlo.

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Taparrabos impecable, túnica inmaculada, peluca corta de buena calidad,sandalias de cuero, los tres aprendices de juristas mostraban una sobria elegancia,pero les costaba disimular su nerviosismo.

En el momento de meter el puñal bajo sus vestiduras, Iker se preguntó a sí mismo:¿no registrarían a los visitantes, fueran quienes fuesen? Si le encontraban el arma,sería detenido y encarcelado de inmediato.Obligado a dejarla, el justiciero no tenía ya modo de herir al monstruo. Tendría,pues, que apoderarse de la espada de un guardia y actuar con la velocidad delrayo. El registro se llevó a cabo sin incidentes. Un secretario y un policía guiaronal grupito hasta la sala de audiencias de Sehotep. — Sed concisos — recomendó el profesor — . El Portador del sello real dispone demuy poco tiempo.El alto personaje impresionó a los jóvenes. El primero farfulló, el segundo olvidóun punto clave de su razonamiento e Iker expuso sus ideas con relativa confusión. — Interesante; tal vez mis servicios saquen de ahí algunos elementos  —  juzgóSehotep — . Que vuestros alumnos sigan estudiando y aprendan a dominarsemejor. — ¿Cuándo los presentaréis a su majestad?  — quiso saber el enseñante. — Esta costumbre no está ya en el orden del día.

Iker tenía que resolver dos dificultades: entrar en palacio con el puñal y, luego,ser admitido ante el rey. Tanto la una como la otra parecían insuperables.

El escriba no quería renunciar. ¿Acaso no le había sonreído la suerte hastaentonces? Instalarse en Menfis parecía muy arduo y, sin embargo, se le habíanabierto algunas puertas.De modo que decidió seguir comportándose como un estudiante modelo y unsacerdote ejemplar. En el instante en que su profesor le propuso una largaformación aceptó de inmediato, y cuando el superior del templo de Ptah le pidióque ayudara a los astrónomos, consagrando sus noches a observar el cielo,obedeció sin rechistar.Aquella posición privilegiada tenía una ventaja: desde el tejado del templo se veía

el palacio real. Iker no sólo anotó la localización de los astros, sino también lasidas y venidas de los guardias, con la esperanza de descubrir un fallo en el sistemade seguridad.Engañosa esperanza.No había menos policías de noche que de día, y el relavo se efectuaba con unaprecisión y una rapidez que excluían cualquier intrusión. Sobek no era unaficionado, y sus hombres tampoco.Iker pensó en preguntar al responsable de la seguridad del templo de Ptah paraobtener más detalles sobre las costumbres de la guardia personal del monarca,

pero renunció a ello porque habría hecho que lo miraran con malos ojos. ¿Cómoconseguir informaciones sobre el interior del palacio sin saber concretamente

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dónde residía el faraón?Introducirse en el edificio parecía imposible. Quedaba, pues, la posibilidad deapuñalar al tirano en el exterior, siempre que se conocieran las fechas de susdesplazamientos. Pero ¿cómo?

Cuando Gergu salió de la casa de cerveza donde una prostituta siria se habíamostrado cooperadora, no andaba muy derecho. Encontró, sin embargo, elcamino de la casa de Medes, cuyo portero lo hizo esperar. Tambaleándose, noobstante consiguió alcanzar el despacho de su patrón. — Más vale que te sientes  — aconsejó Medes. — Tengo sed. — Te bastará con agua. — ¿Agua para festejar nuestro éxito? ¡Con el informe que os reservo, merezco

vino, y del mejor!Medes cedió. La actitud de Gergu era tal que Medes creyó que no era necesarioquebrar su agradable optimismo. — La cosa funciona a las mil maravillas — afirmó tras haber vaciado una copa — .El rumor se propaga a toda velocidad y se alimenta de sus propios chismes. Yo nolo creía, pero habéis tenido razón al atacar a Sobek. — ¿Has pagado correctamente a los falsos policías que sembraron el desconciertoen el tráfico fluvial? — Utilicé a intermediarios, todos están muy satisfechos. Nadie llegará hastanosotros. Es imposible, sin embargo, aumentar nuestra ventaja, pues Sobek hatomado medidas radicales. Hay policías en cada barco mercante, y se hanreforzado los controles. — No importa, nuestro primer objetivo ha sido alcanzado: empañar la reputaciónde Sobek el Protector. Hasta el visir comienza a dudar de su competencia, de suhonestidad, incluso. — ¡Me complace imaginar su cólera! Debe de ser una pesadilla para él, que seconsideraba intocable. — Pasemos, pues, a la fase siguiente  — decidió Medes. — ¿No será... imprudente?

 — ¿De qué habría servido hacer tantos esfuerzos si nos detenemos ahí? Debilitar aSobek no basta. Hay que acabar con él.A Gergu ya no le apetecía beber. — Seamos pacientes, tal vez el visir lo destituya. — No tiene todavía cargos bastantes contra él, y Sobek sigue estando muy cercadel rey. Nosotros debemos proporcionar las pruebas de su indignidad. — No veo cómo. — ¿Dispones de algunos testaferros capaces de mentir con seguridad? — Eso no es un problema.

 — Entonces, nos libraremos de Sobek asestándole un golpe fatal, que transformelas sospechas del visir en certidumbres.

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Cada vez que el libanés se encontraba con el Anunciador perdíamomentáneamente el apetito, de tanto como se contraía su estómago. Aquelhombre inaprensible lo asustaba y lo fascinaba al mismo tiempo. Desde que elhalcón- hombre había estado a punto de matarlo imprimiendo en su carne una

marca indeleble, el comerciante sabía que trabajaría siempre para él y que nuncaescapa ría. Resignándose a su suerte, obtenía de ello los máximos beneficios y  jugaba limpio con su temible patrón. En cuanto llegaba a su conocimiento unnuevo elemento lo informaba de ello, pues el Anunciador no le perdonaría elretraso ni la negligencia. No había golosinas en las mesas bajas; menosalmohadones, más austeridad... El libanés intentaba evitar, por todos los medios,las reprimendas del Anunciador. — Dame sal. — ¡En seguida, señor!El Anunciador paseó una mirada despectiva por el salón del libanés. ¿De quéservía todo aquel lujo? Regida por la verdadera fe, la nueva sociedad loerradicaría.El comerciante regresó con un cuenco. — He aquí la flor de los oasis.El Anunciador se alimentó con la espuma de Seth. — ¿Qué debes comunicarme? — Son sólo rumores, pero tan persistentes que sin duda no carecen defundamento. Se sospecha que el jefe de todas las policías del reino, Sobek elProtector, pone trabas a la libre circulación de las personas y modifica

arbitrariamente las reglas de navegación. Los dos asuntos han sido acalla dos,pero las relaciones entre el visir Khnum- Hotep y él van degradándose. — A fin de cuentas, ¿podemos comprar al tal Sobek? — De ningún modo. Es un policía puro y duro, un in corruptible. Alguien intentacomprometerlo para que pierda su puesto. — ¿Tienes alguna idea concreta? — No, señor. Pero estoy haciendo una investigación, sin poder aseguraros quetendrá éxito. Quien osa meterse con Sobek el Protector debe de ser tan venenosocomo prudente.

 — ¿Se dejará engañar el visir por las falsas acusaciones? — Es poco probable, pero Khnum- Hotep vela por la adecuada aplicación de laley, y su reputación de rigor no es exagerada. Si se le procura una buena prueba,bastante adornada y creíble, se verá obligado a destituir a Sobek de sus funciones.Despedido éste, todo el sistema de seguridad se dislocará, al menos por algúntiempo... Y Sesostris será vulnerable.24

A Iker le gustaba el amanecer en el templo. Tras la purificación del alba,

participar en el servicio de las ofrendas le procuraba un momento de serenidadque lo sorprendía cada día que pasaba. Contemplando el lago sagrado, olvidaba

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nuando su sufrimiento.Entre Iker y los artesanos se instaló un clima de confianza y respeto. Él no semostraba puntilloso para evitar molestarlos y ellos se comportaban de un modoun poco menos áspero.

Cierto anochecer, al terminar la jornada de trabajo, el maestro carnicero y elescriba se sentaron el uno junto al otro. Bebieron cerveza y comieron buey seco. — ¿Dónde aprendiste tu oficio?  — preguntó el cincuentón. — En el nomo del Oryx, luego en Kahun, donde me convertí en sacerdotetemporal de Anubis. — Anubis, el chacal... Limpia el desierto librándolo de sus carroñas, quetransforma en energía vital. Sin duda te asombrará, pero somos colegas. Tambiényo soy sacerdote, como todos los maestros carniceros, pues el sacrificio debe serritual. No hay crueldad alguna en mi corazón ni en mi mano. Doy gracias alanimal que nos ofrece su vida para prolongar la nuestra. Las sacerdotisas de Hatorsacralizan nuestra labor, no desprovista de peligros. — ¿Hablas de las imprevisibles reacciones de los animales? — No, sabemos inmovilizarlos con cuerdas. Estoy hablando del enfrentamientocon Seth el temible. — ¿En qué momento se produce? — Cada vez que tocamos la pata delantera izquierda; es la que alberga el máximopoder. Contempla el cielo y la verás17 . Los ritualistas presentan esa pata ante lapuerta del más allá para que se abra y deje pasar el alma de los resucitados. Si elrito no se cumpliera, permanecería cerrada, y el fuego de Seth devoraría nuestro

país.Aquellas revelaciones dejaron pasmado al escriba. — Puesto que las almas de los faraones residen en las estrellas que rodean lapolar, ¿están acaso colocadas bajo la protección de Seth? — Se alimentan de su fuerza, como el faraón reinante se alimenta de los platosque yo le sirvo. — ¿Co... conoces a Sesostris? — Conocer es una palabra excesiva, pero efectivamente tengo el privilegio deverlo una vez a la semana, cuando reside en Menfis. Esa noche le gusta cenar

solo. Mi ayudante y yo le ofrecemos una carne llena de energía.En aquel instante, Iker supo que acababa de descubrir por fin el medio adecuadopara acercarse al tirano. Debía mantener la calma, no manifestar impaciencia nientusiasmo alguno. — Pesada responsabilidad... ¡Es imposible decepcionar a su majestad! — Lo mío es hacer bien mi trabajo. — Se afirma que el rey no es un hombre fácil. — ¡Y que lo digas! Te domina desde lo alto de su talla, y nadie puede aguantar su

17 Se trata de la Osa Mayor.

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provincia. Pero también éste se declaró incompetente. Tu último recurso, porconsiguiente, consiste en recurrir al tribunal del visir. Los hechos deben de ser,pues, de excepcional gravedad. — ¡Lo... lo son!

Sabiendo que no tendría una segunda oportunidad, Nariz Afilada comenzó ahablar atropelladamente: — ¡Fui agredido, me apalearon y robaron mi barca! Eran dos, armados congarrotes. Me amenazaron incluso con matarme si me resistía. ¡Y todo por eltrabajo forzado! Pero ahora no es la época, por eso me negué y... — ¿Quiénes eran esos dos hombres? — Policías. — Policías, ¿estás seguro? — Sí, señor. Actuaban por orden de Sobek el Protector.

El rostro del visir se volvió francamente amenazador. — ¿Aceptarías repetir eso, jurando por el nombre del faraón, que dices la verdad?Nariz Afilada repitió y juró. — ¿Qué dirección tomaron? — Se marcharon hacia el norte. ¿Vais... a hacerme justicia? — El Estado te proporcionará una nueva barca, trigo, cerveza, aceite y ropa. Tellevarán a casa de un médico, que te examinará y te curará. Tus gastos de estanciay transporte corren a mi cargo. — ¿Será condenado el tal Sobek? — La justicia seguirá su curso.

Provisto de la descripción de la barca robada, cuya vela tenía el nombre de NarizAfilada, unos escribas se plantaron a la entrada del puerto reservado a lasembarcaciones de la policía. — ¿Qué buscáis?  — preguntó el malhumorado vigilante. — Inspección general. — ¿Tenéis una orden escrita del jefe Sobek? — La del visir bastará. — Yo sólo obedezco al jefe Sobek.

 — Y él obedece al visir. Ábrenos paso. De lo contrario, te detendremos.El vigilante se inclinó.Los investigadores sólo necesitaron media hora para descubrir la barca de NarizAfilada, oculta entre dos unidades de la policía fluvial.

25

 — ¿Qué pasa ahora, Khnum- Hotep? — Esta vez, Sobek, la cosa es realmente muy grave. Un alfarero, Nariz Afilada,

fue agredido y robado por dos policías que actuaban por orden tuya, para llevarloal trabajo forzoso.

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 — ¡No es la época, además, yo nunca di tales órdenes! — Dispongo de una prueba. — ¿Cuál? — Los dos ladrones se apoderaron de la barca de su víctima. Acabamos de

encontrarla en el puerto de la policía. — ¡Qué grotesca puesta en escena! — Los hechos son los hechos, Sobek. Hay al menos dos malhechores entre tushombres. Quiero creer que has sido engañado, pero los culpables deben serdetenidos, y pronto. De lo contrario, serás considerado plenamente responsablede ese grave delito.El Protector abandonó todas sus tareas y comenzó una profunda investigación ensus propios servicios.Tenían la frente baja, los ojos apagados y hombros de estibador, pero eran ricos.A cada uno de los falsos policías, Gergu acababa de entregarles una bolsa decuero llena de piedras semipreciosas. — Está muy bien pagado  — reconoció el de más edad —  dada la facilidad deltrabajo. Golpear al alfarero, asustarlo y robarle la barca, ¡hemos hecho cosaspeores! — Amarrarla en el muelle de la policía tenía sus riesgos. — En plena noche sin luna, con el guardián borracho como una cuba, no fuedifícil. ¿No tendríais, por casualidad, otro trabajo igualmente jugoso? — Lo siento  — deploró Gergu — , pero será mejor que no volvamos a vernos. EnSiquem, en cambio, uno de mis amigos os reserva una hermosa sorpresa.

 — ¿Más rentable aún? — Más aún. — Quien quiera cruzar los Muros del Rey debe estar en regla. — Toma, muéstrales esta tablilla a los aduaneros; así pasaréis sin dificultades.El hombre se la colgó de la túnica. — ¿Cómo se llama vuestro amigo? — Preséntate en el ayuntamiento, os aguarda.El bandido comprendió: se trataba del propio alcalde, ¡un corrupto como tantosotros! Decididamente, trabajar para Gergu los llevaría lejos.

Desde lo alto de un cerro, oculto por el follaje de un balanites, Gergu vio a los dosbribones caminando tranquilamente hacia la frontera.Ni el uno ni el otro sabían leer.Cuando mostraron el documento a un soldado, el tono se elevó muy pronto, ysiguió una pelea que acabó con la victoria de los dos brutos. Al intentar huir, unadecena de arqueros los tomaron como blanco y no fallaron.En la tablilla se podía leer: «Muerte al ejército egipcio, viva la insurrección enCanaán.»De este modo desaparecían los agresores del alfarero. Nadie establecería ninguna

clase de vínculo entre ellos y aquellos cadáveres de insurrectos provocadores.

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 — ¿De modo que dormías?  — preguntó Sobek. — Sí, jefe. — ¿Y dormiste toda la noche en vez de vigilar nuestro puerto? — Toda, no... en fin, casi toda, jefe. Yo no podía sospechar... A fin de cuentas, es

el muelle de la policía. ¡No corremos riesgo alguno! — ¿Habías bebido? — Licor de dátiles, ¡y del bueno! — ¿Quién te lo había regalado? — Lo ignoro, lo encontré en mi garita. Lo probé y, luego, ya sabéis lo queocurre... Nos aburrimos, la temperatura se hace más fresca... Por lo general, detodos modos, aguanto mejor el alcohol.«El muy cretino fue drogado», pensó Sobek.El autor de la manipulación, en cambio, no era tonto y nada dejaba al azar. La

trampa se cerraba sobre Sobek, a menos que consiguiera identificar a los policíascorruptos. Pero ¿se trataba de dos miembros de las fuerzas del orden o eransimuladores?El Protector procedió, personalmente, a una serie de interrogatorios muydesagradables, y sus fieles realizaron profundas investigaciones con el fin dedetectar eventuales ovejas negras.Muy pronto corrió el rumor de que graves disensiones minaban la policía.Ebrio, el sirio subió a la mesa de la taberna y comenzó a bailar la zarabanda con lagracia de un elefante.Los bebedores aplaudieron. — ¡He vencido a Sobek! Se creía más fuerte que los demás, pero brrrr... una buenapatada en el culo y se ha derrumbado. Yo soy el más fuerte.Siguió una retahíla de palabras incoherentes que despertaron las risas de losdemás borrachos.Un aguador, el mejor agente del libanés, prestó atención al delirio general. Élbebía poco y, tanto en aquella taberna como en las demás, espigabainformaciones que pudieran ilustrarlo sobre las desgracias que afectaban al jefede la policía.Probablemente se trataba de un jaranero alcohólico que fanfarroneaba, pero el

aguador era escrupuloso. Así pues, tras el cierre de la taberna fue tras el sirio, quea duras penas se tenía en pie.En una calleja oscura le impidió caer. — ¡Gracias, amigo! Por fortuna, todavía hay buena gente... ¡No como ese Sobek!De todos modos, he podido con él. — ¿Tú solo? — ¡Yo solo! Bueno, casi... Con la ayuda de un grupito muy unido. Y, si supieras...¡Nos presentamos como agentes de la brigada fluvial! Si hubieras visto la jeta delcapitán del carguero de cereales... Creyó que éramos policías de verdad.

Nosotros, que los detestamos... Lo que nos reímos... Además, el trabajo estabamuy bien pagado, siempre que no dijéramos ni una palabra. De modo que,

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 — Los ignoro, pero tengo una certeza: no son policías.El tono de Khnum- Hotep se endureció. — ¡Inútil y ridícula excusa, Sobek! El expediente es abrumador. Si siguesencubriendo a tus hombres, serás considerado el único responsable.

 — Yo no encubro a nadie. Llevadas a cabo sin indulgencia alguna, las más seriasinvestigaciones sólo han logrado crear un clima detestable. — No me dejas otra elección. Me veo obligado a inculparte tras haberte destituidode tus funciones. — Soy víctima de una conspiración, y estás tomando una decisión injusta. — Si no te sancionara, injuriaría a la justicia y el poder real se veríaconsiderablemente debilitado. — Cometes un grave error, visir. — Antes de que se celebre tu proceso tendrás mucho tiempo para demostrar tu

inocencia. Hasta entonces, no diriges ya la policía. Y creo preferible, también,que tus hombres de confianza no se encarguen más de la protección personal delrey.Sobek palideció. — ¿Por qué razón? — Supongamos que los dos culpables pertenecen a ese cuerpo de élite que túformaste y tú controlas... ¿Acaso no sería imprudente dejarles las manos libres? — Pero ¡es que no lo entiendes! Un criminal intenta destruirme para hacervulnerable al faraón.Khnum- Hotep reflexionó durante largo rato. — Es una de las posibilidades, en efecto, y tomaré las medidas necesarias paraque su majestad no corra riesgo alguno. Pero existe otra: algunos fieles del jefe detodas las policías del reino creyeron poder cometer delitos con toda impunidadporque su superior los encubría. Semejante ignominia sería la señal de unadecadencia inaceptable. Mi principal deber consiste en impedirlo. — ¿Estoy autorizado a ver al rey? — Una entrevista permitiría suponer que avala tu actuación. Ahora bien, el faraónnunca interfiere en asuntos de justicia. — Te aprecio, Khnum- Hotep. Tú no me conoces y te estás equivocando.

 — Sinceramente, eso espero.

 — ¡Ya está!  — exclamó un Gergu triunfante — . Sobek el Protector acaba de serinculpado por el visir de agresión voluntaria, robo de embarcación, utilizaciónilegal del trabajo forzoso y abuso de poder. La cosa va a ser grave, ¿no? — Khnum- Hotep querrá dar ejemplo y probar al pueblo que el Estado no estácorrompido  — estimó Medes — . Pero en primer lugar es preciso que Sobek seacondenado. — No hay posibilidad alguna de que se libre. Las pruebas son abrumadoras, el

alfarero mantendrá sus acusaciones. Mis dos bribonzuelos hicieron un buentrabajo.

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 — Multiplica los ritos de protección de la persona real a causa de la crisis de lapolicía, cuyo jefe, Sobek, está acusado de abuso de poder. Ha sido un golpe muyduro para el faraón, que confiaba por completo en él. El visir está reorganizandolos servicios de seguridad, y eso requerirá tiempo.

 — De todos modos, el palacio no permanece abierto a los cuatro vientos. — ¡Casi! El dispositivo perfeccionado por Sobek ha volado en pedazos. Anoche,cuando llevé junto con mi ayudante la comida destinada al rey, comprobé que nu-merosos controles no se efectuaban ya.Se imponía una evidencia: Iker debía ocupar el lugar de ese ayudante. Ladestitución de Sobek el Protector le ofrecía la inesperada ocasión de actuar.

Tras haber saboreado su ración de sal, el Anunciador clavó en el libanés sumirada de rapaz. — ¿Qué debes decirme, amigo mío? — Excelentes noticias, señor. Sobek el Protector ha sido apartado de todas susfunciones. No cabe duda de que ha caído en una trampa tendida por Medes,aunque no tengo la prueba formal de ello. Me parece preferible no seguir adelantecon mis investigaciones. — ¿Quién sustituye a Sobek? — Nadie. Tenía tantas responsabilidades y competencias que su despido haabierto un verdadero abismo. El visir se esfuerza por colmarlo, aunque sindemasiado éxito. Así pues, la seguridad del rey está mucho menos garantizada. — ¿Por qué se comporta así Khnum- Hotep?

 — A su riguroso modo de ver, la aplicación de la ley pasa por encima de cualquierotra consideración. Según rumores de pasillo, el expediente contra Sobek es abru-mador. — Una especie de arreglo de cuentas... — Probablemente. Khnum- Hotep fue jefe de provincia. Y no debe de disgustarleprescindir de antiguos adversarios. Supongo que no se detendrá en tan buen cami-no, y pronto la emprenderá con otras personalidades próximas al monarca. — ¿Sería posible obtener informaciones sobre el interior del palacio y losaposentos privados de Sesostris?

 — Cuando Sobek dirigía los servicios de seguridad, os hubiera respondidonegativamente. Hoy es distinto. Los guardias y el personal ya no están sometidosa la misma disciplina. — Trata de averiguar en qué momento preciso será el rey más vulnerable. — Creéis que...El Anunciador se expresó con extremada dulzura. — El destino podría lograr que nuestra causa progresara mucho más de prisa de loprevisto.

Las tabernas estaban atestadas de pequeños truhanes dispuestos a dar un nuevogolpe bajo, aunque dentro de unos límites razonables. Ciertamente, la destitución

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tribunal, sólo sanción inmediata. Lo sé todo sobre tus manejos: robo de cereales,lo cual significa cadena perpetua. Pero tal vez podamos arreglarlo. — Arreglarlo... ¿Cómo?  — balbuceó el libio, asustado. — Entremos.

La casa era más bien coqueta. — ¡Tu pequeño negocio da beneficios! — Debéis comprenderme, quería completar mi salario. No volveré a hacerlo, ¡oslo juro! — ¿Quién es tu cómplice? — Nadie... no tengo ningún cómplice. — ¡Una sola mentira más y se acabó la libertad! — Entendido, en efecto, hay alguien que me echa una mano. Es... mi hermano. — ¿Un trabajador clandestino? — En cierto modo. — ¿Por qué no entró en Egipto de modo legal? — No le convenía demasiado. — ¡La verdad, y en seguida!El libio agachó la cabeza. — Mató a un policía que lo había insultado. Mi deber era salvarlo. Como no estáinscrito en la lista de los estiba dores asalariados, nos las arreglamos. Los demásaceptan no decir nada. — ¿Dónde vive? — En una choza, cerca del puerto.

Gergu exigió detalles para poder encontrarlo fácil mente: — ¿Su nombre? — Cicatrices. Para ser franco, siempre fue muy pendenciero. — Sin duda no se cargó sólo a un policía, tu buen hermanito. — ¡Bien tenía que defenderse! ¿Vais a detenernos? — Depende — respondió Gergu, enigmático. — ¿Depende... de qué? — De vuestro deseo de cooperar, el tuyo y el de tu hermano. — ¿Qué tenemos que hacer?

 — Tú, callar y trabajar normalmente, y explicar a tus colegas que tu hermano haregresado a Libia. — ¡De modo que lo detendréis! — Voy a ofrecerle una misión que interesa a la represión del fraude  — anuncióGergu — . Si la lleva a cabo, tendrá una autorización de residencia y un permiso detrabajo. Ambos estaréis en regla y dejaréis de comportaros como ladrones. Encambio, si se niega, vuestro futuro se anuncia muy hostil. — ¿Puedo... hablar con él?Gergu fingió vacilar.

 — No es muy reglamentario. — ¡Concededme vuestra confianza, os lo ruego! Cicatrices puede reaccionar mal

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si no preparo antes el terreno. — Pides mucho, pero acepto ser generoso. Mañana hablarás con tu hermano, norobaréis ni un saco más y, por la noche, iré a su casa. Trata de ser convincente. — ¡Contad conmigo!

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A Jeta- de- través le gustaba mucho Menfis. Soñaba con expoliar sus almacenes yhacerse muy rico. Lamentablemente, la empresa se anunciaba más difícil que eldiscreto pillaje de las granjas aisladas, colocadas ya bajo su «protección».El velludo coloso de enormes brazos daba a sus víctimas suficiente miedo comopara que observaran un silencio total y pagaran su diezmo con perfectaregularidad.

Jeta- de- través veía, pues, cómo su pequeña fortuna aumentaba día tras día.Cuando pasaba por Menfis, dando cuenta de sus actividades al Anunciador, noolvidaba gozar de los placeres de la vida.El barrio donde el gran jefe residía era peinado por sus fieles, que descubrían deinmediato una cara nueva o a un curioso. Jeta- de- través entró en la tienda queadministraba un terrorista de rostro simpático. Vendía sandalias, esteras y bastastelas a una clientela popular.Con una mirada autorizó al recién llegado a subir al primer piso.En lo alto de la escalera, Shab el Retorcido le cerraba el paso. — Debo registrarte. — Déjalo ya, ¿quieres? Soy yo, no un desconocido. — Son órdenes del Anunciador. — Cuidado, Retorcido, voy a enfadarme. — Las órdenes son órdenes.Entre ambos hombres nunca había reinado un entendimiento cordial. Shabconsideraba a Jeta- de- través un bandido depravado que sólo pensaba en susintereses, y este último detestaba al Retorcido, fiel a su dueño como un perroabandonado y luego recogido. — Cuando vengo a Menfis, nunca llevo armas. Si la policía efectúa un control,

estoy tranquilo. — Deja que lo verifique de todos modos. — Si eso te divierte...Jeta- de- través no mentía. — Sígueme.El Anunciador estaba sentado en el centro de una estancia oscura. Cubriendo lasventanas, había unas esteras que sólo dejaban pasar un rayo de luz. — ¿Cómo estás, mi buen amigo? — ¡Muy bien, señor! Los negocios son florecientes. Traigo mi contribución a la

causa. — ¿En qué forma?

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 — Dos de mis hombres me siguen. Depositarán en la tienda piedras preciosascompradas con los pagos de mis protegidos. Podréis cambiarlas por armas. — Espero que no corras ningún riesgo. — ¡Ninguno, de verdad! Descubro las granjas interesantes, amenazo, maltrato si

es necesario y cobro el precio de mi protección sin tolerar el menor retraso. — Gracias a mí, eres ya rico, Jeta- de- través. — No exageremos, señor. El mantenimiento de mi banda me cuesta una fortuna. — ¿No tendrán tus guerreros tendencia a engordar? — ¡De ningún modo! Durante el entrenamiento, nadie reprime sus golpes. — Sobek el Protector ya no es el jefe de la policía. Dada su desorganización, lascircunstancias nos son favorables. Muy pronto obtendré informaciones que nospermitirán intervenir en el interior del palacio. Necesito un valiente capaz dematar a Sesostris. — Mis tipos lo son, todos, pero prefiero a uno: un si río retorcido y rápido. Nadieha conseguido vencerlo aún. Odia tanto Egipto que de buena gana asolaría el paísen tero. Eliminar al faraón será un verdadero placer para él.

El lugar estaba completamente a oscuras. Si Gergu no lo hubiera explorado dedía, habría tenido serias dificultades para orientarse en la noche. El sector seríamuy pronto demolido para dar paso a nuevos edificios, mayo res y mejorconcebidos. — Déjate ver, Cicatrices.Sin respuesta.

De pronto, Gergu tuvo miedo.¿Y si el estibador lo atacaba? Dada la musculatura de aquel tipo, el inspectorprincipal de los graneros no daría la talla en un cuerpo a cuerpo. — Déjate ver, o me voy. — Estoy aquí  — dijo una voz enronquecida.Gergu se adelantó y descubrió al libio en la oscuridad. Estaba apoyado en unapared, con los brazos cruzados. — ¿Ha hablado contigo tu hermano?  — Sí. — ¿Aceptas, entonces?

 — De ningún modo. A mí nadie me impone nada. — Peor para tu hermano.El estibador abrió los brazos. — - ¿Qué quiere decir eso? — Quiere decir que la brigada de represión del fraude lo ha detenido y que sudestino depende de tu decisión. — ¡Te machacaré los huesos! — Eso no salvará a tu hermano. Si no me obedeces, morirá.El libio escupió.

 — ¿Qué esperas de mí? — Has matado ya a varias personas, por lo que no creo que te cueste mucho

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hacerlo de nuevo. — Es posible. — Tus hazañas anteriores eran pequeñeces, Cicatrices. ¿Te comprometes a acabarcon un personaje importante?

 — Importante o no, ¿qué más da? Será sólo un pobre tipo menos. — ¿Incluso si se tratara del faraón?El libio se pegó al muro. — ¡El faraón es un dios! — No más que tú y que yo. — ¡Lárgate, no quiero oír nada más! — Elige entre el rey y tu hermano. Si te niegas, será ejecutado esta misma noche. — La magia protege al faraón. — Eso es falso, la situación ha cambiado.

 — ¿Qué ha sucedido? — Sobek el Protector ha sido destituido de sus funciones. Sin él, ninguna magiaresultará eficaz. El rey ya es sólo un hombre como los demás. — ¿Y los guardias? — Los que Sobek había formado han sido despedidos. Nos las arreglaremos paradejarte el camino libre hasta los aposentos de Sesostris. — ¿Cuándo y con qué arma? — Nosotros te proporcionaremos el arma. Cuando el momento haya llegado, te loharé saber. No abandones tu madriguera y sé paciente. — ¿Y mi hermano? — Lo retendremos prisionero hasta que hayas cumplido tu misión. Luego, ambosseréis ricos. No tendréis ya necesidad de robar, no tendréis necesidad de ocultarosni de trabajar. Tu hermano y tú seréis considerados unos héroes. Propietarios deuna hermosa villa, tendréis un ejército de servidores. Sin embargo, eres muy librede negarte. — Acepto.

Muchacho jovial y laborioso, el ayudante del maestro carnicero aprendía el oficiocon sabia rectitud y respetaba al pie de la letra las consignas de su instructor.

Gracias a artesanos tan exigentes, la carnicería del templo de Ptali seguía siendouna de las mejores del país. — Tengo una buena noticia  — le reveló a Iker — : pronto me voy a casar. ¡Sisupieras qué hermosa es! No ha sido fácil convencer a sus padres. Pero como hatomado ya su decisión, no pueden hacer más que aceptarlo. — Te deseo mucha felicidad. — ¿Tú no piensas en el matrimonio? — Todavía no. — ¿No eres demasiado... serio?

 — Para un provinciano, instalarse en Menfis no tiene nada de fácil, y primerodeseo avanzar en mis estudios. Luego, ya veremos.

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de servicio, a partir de prime ra hora de la noche. Tendremos que interceptarlo ysustituirlo por uno de nuestros hombres, que ordenará a los militares queabandonen el palacio para una intervención exterior. Entonces, el camino quedarálibre.

El tuerto golpeó el suelo con el puño, reconociendo así su derrota. Normalmente,el sirio debería haber deja do de estrangularlo, pero, por el contrario, apretó conmayor fuerza y crueldad. — Ya basta, ¡suéltalo! — aulló Jeta- de- través.El sirio hizo oídos sordos, y su jefe se vio obligado a tirarle del pelo. Finalmente,aflojó la tenaza. — ¡El tuerto ha pedido gracia! — No lo he visto. Y, además, era un ardid. Este tipo es un tarado. Finge renunciar

y contraataca.El tuerto permanecía tumbado, con el ojo bueno abierto de par en par. — ¡Vamos, levántate!La orden de Jeta- de- través no surtió efecto. — Parece que está muerto  — afirmó el sirio. — ¡Seguro que lo has matado! — No será una gran pérdida, combatía cada vez peor. — Ve a lavarte y a vestirte  — ordenó Jeta- de- través — . Tienes una misión.La mirada del sirio brilló de excitación. — ¡Ya está, de verdad! ¿Y a quién debo matar? — Al faraón de Egipto.

28

El maestro carnicero preparaba las ofrendas para el ritual matutino cuandoconoció la mala noticia. El futuro novio tenía mucha fiebre y, por lo tanto, nopodía ir a trabajar.El artesano habló con Iker, ocupado en diluir tinta. — Esta noche el rey está solo y yo debo encargarme de- su cena  — reveló — .

¿Aceptas hacer más horas de servicio y sustituir a mi ayudante, que acaba deponerse enfermo?El escriba contuvo una bocanada de entusiasmo. — Temo no ser competente... — ¡Tranquilízate, no es complicado! Yo llevo el primer plato y tú el segundo. — Nadie me conoce en palacio. El guardia no me dejará entrar. — ¡Me conocen a mí! Y, además, últimamente las medidas de seguridad se hanaligerado de manera considerable. Pasarás sin problema alguno, créeme. ¿Acasotienes miedo de ver al rey?

 — Reconozco que... — ¡Nada de pánico! Llamaré a su puerta. Cuando él ordene «Adelante», con su

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voz que atraviesa los muros, entraremos en la estancia, con la cabeza gacha, ydepositaremos los platos en una mesa baja, a la derecha del vestíbulo. El monarcaestará absorto en su trabajo y nos marcharemos en seguida; como mucho, mepreguntará si la carnicería funciona bien, y como advertirá el cambio de ayudante,

te presentaré. Comprendo tu aprensión. Aun sentado, el rey parece un gigante.Tiene un modo de mirar que te deja mudo. Incluso cuando lo conoces, quedasimpresionado. Bueno, basta de cháchara y pongámonos manos a la obra. Anota elnúmero y la calidad de los pedazos destinados al templo. Luego, comeremos unbocado.Mientras el maestro carnicero se alejaba, Iker derramó la tinta: le temblaban lasmanos. ¿Tendría, tan cerca de su objetivo, valor para cumplir su misión?

El estibador libio no estaba por la labor. Además, sus colegas lo trataban confrialdad. Dos de ellos, con los que descargaba los cereales de un mercante,detestaban su país. No se atrevía a preguntarles los motivos de su frialdad yaceptaba tomar unas cargas más pesadas que de ordinario, sin dejar de pensar ensu hermano. ¿Realmente lo habían convencido para que cooperase? El extrañotipo que los manipulaba no estaba bromeando. Era imposible rechazar susexigencias.Un saco más, tan pesado que estuvo a punto de derrumbarse. — ¡Muchacho, deberíamos ser al menos dos para llevar eso! — Cuando violaste a la niña, estabas solo, ¿no?  — preguntó uno de los dosestibadores, mirando al libio con ojos coléricos.

 — ¿Qué estás diciendo? — Lo sabemos todo, basura. — Os equivocáis, yo no he agredido a nadie. — Te digo que lo sabemos todo, los cabrones de tu especie no merecen unproceso, la sentencia se ejecutará en el acto.El estibador arrojó al libio al agua. Al no saber nadar, el extranjero se debatió envano. Pidió socorro y recibió un saco en la cabeza. Atontado, se hundió. — Se ha hecho justicia — comentó su colega.De lejos, Gergu había presenciado la escena. Convencidos de su historia de

violación y convenientemente pagados para suprimir al monstruo, haciendo creerque había sido un accidente, los estibadores habían llevado a cabo la tarea concelo.De acuerdo con las exigencias de Medes, Gergu no dejaba rastro alguno a susespaldas.

Al terminar la reunión de la Casa del Rey, el Portador del sello Sehotep comunicóa Medes los elementos que le permitirían redactar los nuevos decretos.Mejoraban la situación de los artesanos y acababan con la rigidez administrativa

que ponía trabas a los intercambios comerciales entre las provincias. — Su majestad desea que las leyes sean difundidas rápidamente  — advirtió

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Sehotep — . Dicho de otro modo, es más que urgente. — Esta misma tarde le presentaré un proyecto al rey. — No, esta tarde, no. El faraón cenará a solas para actualizar varios expedientes.En cambio, mañana por la mañana, tras el ritual del alba, será un momento

excelente. No te limites a un simple proyecto, y olvida que la noche sirve,normalmente, para dormir. — Ya he sido avisado de ello  — afirmó Medes, sonriendo — , y no tengo, pues,razón alguna para quejarme. — No ocupas el cargo más fácil, pero el rey aprecia tu trabajo. — ¿Acaso ser útil a tu país no es la más hermosa de las satisfacciones?Perdonadme, no tengo ni un instante que perder.Medes regresó a casa y mandó a un servidor que buscara a Gergu en la inspecciónde los graneros, donde se pavoneaba ante sus subordinados. Abandonando sus

demostraciones de autoridad, lanzó algunas frases llenas de sentimiento sobre lapereza de los funcionarios y se dirigió, presuroso, a la morada de su patrón. — Hay que actuar esta noche  — dijo Medes — . Sesostris estará solo en sudespacho. — ¿Y los guardias? — El relevo se efectuará en la primera hora de la noche. Durante unos minutos, elcorredor que lleva a los aposentos privados del rey estará sin vigilancia. Que tu si-rio se introduzca por el acceso reservado a la servidumbre y vaya directamente algrano. — ¿Y si se topa con un obstáculo inesperado? — Que lo sortee. Muéstrale este plano del palacio y que lo grabe en su memoria.Luego, quémalo. ¿Está resuelto el caso de su hermano? — Definitivamente. — Avisa al muy bruto y dale tus instrucciones.

Realmente, a Gergu no le gustaba el barrio. Allí reinaba una atmósfera opresiva,muy distinta de la alegría habitual de Menfis. Un montón de humeantes basurasdesprendía un hedor pestilente. Algunos perros vagabundos buscaban cualquierclase de alimento. Los ladrillos yacían por el suelo, esparcidos, como si el edificio

al que estaban destinados no tuviera posibilidad alguna de ver la luz.Incluso bajo el sol, el refugio del Cicatrices era siniestro. — Sal de ahí  — exigió Gergu.La puerta permaneció cerrada. Se acercó, inquieto. — ¡Sal inmediatamente!A pocos pasos de Gergu, las ratas se hicieron amenazadoras. Cuando les arrojabaalgunos restos de ladrillo, dos manos ciñeron su cuello y lo levantaron del suelo. — ¡Tengo ganas de estrangularte!  — rugió el Cicatrices. — Basta — consiguió articular Gergu — , ¡te traigo tu primera prima!

El estibador dejó al egipcio en el suelo. — Si mientes, te hago picadillo.

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Gergu se palpó el cuello. ¡Aquel imbécil había estado a punto de rompérselo! — Bueno, ¿y esa prima?El inspector principal de los graneros se felicitó por su prudencia. Previendo lareacción de aquel retrasado mental, había tomado una pequeña bolsa de cuero que

contenía un magnífico lapislázuli. — Esta piedra es muy cara. Y es sólo una pequeña parte de la prima total...Siempre que actúes esta misma noche.El sirio palpó el tesoro. — Nunca había visto nada semejante... ¿Esta noche, dices? — Te mostraré un plano del palacio real y te explicaré cómo entrar en él. Si loconsigues, vivirás una existencia de ensueño. He aquí la corta espada que vas autilizar.El teniente encargado de mandar las fuerzas de seguridad de palacio durante laspróximas seis horas aplicaba su propio método, y no el de Sobek, demasiadopesado a su modo de ver. Mandaba a un suboficial para que avisara a los guardiasde la hora del relevo, y todos salían de palacio, uno a uno, en orden inverso al desu llegada. Así, el teniente podía identificarlos y contarlos. Luego, colocaba en sulugar a sus propios hombres.El soldado que custodiaba la puerta reservada a la servidumbre se sintiósatisfecho al abandonar su puesto. Con la espalda dolorida, no se tenía ya en pie.Apenas hubo desaparecido cuando el Cicatrices se introdujo en palacio, dispuestoa acabar con quien se cruzara en su camino.El más sorprendido fue el sirio.

Como buen comando formado por Jeta- de- través, observaba los parajes desdehacía más de una hora y aguardaba la maniobra de distracción, organizada por unfalso militar, para penetrar a su vez en el lugar.Era evidente que aquel mocetón no formaba parte del dispositivo. ¿Quién era yqué quería? Con su corta espada y su cabeza de bruto, nada tenía de atractivo.El sirio comprendió: ¡un policía como cobertura!¿Y si había otros ocultos en el interior? El único medio de saberlo era eliminar aése y, luego, asegurarse personalmente.De pronto, brotaron unas órdenes seguidas por unos ruidos de carrera. ¡La

distracción prevista!Acababan de informar al capitán de un intento de efracción contra los despachosdel visir. Todos los soldados tenían que intervenir urgentemente.Nadie.El Cicatrices avanzaba lentamente por los pasadizos, recordando el plano quehabía memorizado. Aquel trabajo le resultaba tan fácil que sonrió.En aquel momento, una larga hoja lo degolló con tan ta violencia como precisión.En un último respingo, el estibador azotó el aire con su espada, esperando tocar asu agresor. Pero el sirio se había apartado y, satisfecho, veía morir a quien

consideraba un policía.El comando prosiguió su camino.

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Ni guardias ni soldados. Como habían anunciado, el palacio estaba vacío duranteun corto período.Finalmente, el despacho de Sesostris.Dentro de poco tiempo, el faraón habría dejado de vivir. El sirio alardearía de su

hazaña hasta el fin de sus días.Cuando se disponía a empujar la puerta, una cabeza dura como la piedra le golpeóel vientre. Perdiendo el resuello, el asesino cayó de espaldas. Su adversario lerompió la muñeca derecha de una patada, y lo obligó así a soltar el arma.Horas y horas de entrenamiento habían enseñado al sirio a reaccionar en laspeores situaciones. A pesar de la herida y del sufrimiento se puso en pie y, con elpuño izquierdo, golpeó el costado del hombre que intentaba derribarlo.Aprovechó la ventaja y se lanzó a su vez de cabeza. Previendo el ataque, el otrofue más rápido, y lo esquivó al tiempo que agarraba al sirio del cuello. Si el

comando no hubiera estado disminuido, se habría liberado fácilmente de la presa,pero estaba en muy malas condiciones para vencer en el combate, al que puso finel siniestro crujido de sus vértebras cervicales, que se rompieron en seco.Suspirando de alivio, el vencedor tiró del cadáver hasta un reducto donde seacumulaba la ropa sucia.

Ante el acceso principal del palacio, la agitación iba apaciguándose. Aunque elrelevo de la guardia hubiera sido perturbado por una falsa alarma, el teniente nohabía perdido en ningún momento el control de la situación. — ¿Podemos entrar? — preguntó el maestro carnicero, acompañado por Iker — . Asu majestad no le gustaría una comida fría. — Id  — ordenó el oficial, que no quería ganarse, por exceso de celo, lasreprimendas del monarca.Ciertamente, los guardias no se habían colocado aún en el pasillo que conducía alos aposentos reales, pero todo el mundo conocía al artesano.El corazón de Iker palpitaba enloquecido, y nada vio del palacio donde con tantafacilidad acababa de entrar. Su mirada se concentraba en la espalda de su guía.Caminaba con rápidos pasos y lo llevaba a su objetivo, que durante mucho tiempohabía considerado inaccesible. La perseverancia y la suerte habían acabado

derribando todos los obstáculos. — Éste es el despacho del rey  — anunció el maestro carnicero.Antes de librar a Egipto del tirano había que cumplir una formalidad. Una vezmás, Iker se felicitó por haber seguido una formación militar en la provincia delOryx. Su brazo no tembló cuando, con el plato de alabastro, dejó sin sentido,limpiamente, al artesano.Oculto en las legumbres esparcidas por el suelo, su puñal. Si lo hubieranregistrado, no se les habría ocurrido mirar entre la comida. El escriba limpió elarma y se detuvo frente a la puerta. Tenía que olvidar toda sensibilidad, pensar en

su venganza, no considerar que acababa con un ser humano, sino con unmonstruo.

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Kahun sufrieron la misma suerte. — Tienes razón, Iker: un navío de ese tamaño pertenecía forzosamente a lamarina real.El joven se estremeció. Si no se había equivocado en ese punto fundamental,

estaba, pues, en presencia del déspota decidido a acabar con él. — Ninguno de mis barcos marinos se llama El rápido  — indicó Sesostris — . Esaunidad fue construida clandestinamente. Mañana mismo se iniciará unainvestigación fondo sobre ese acto de piratería de excepcional gravedad. Sin dudaalguna, el autor de la fechoría es también quien pagó al falso policía para matarte.Lo que aquel criminal deseaba evitar a toda costa acaba de producirse: me hascontado la verdad. Cuando sepa que estás vivo, te encontrarás de nuevo en granpeligro. — Nunca me alejo de Iker  — recordó Sekari. — ¿Qué más has descubierto sobre el oro de Punt?  — preguntó el rey. — Por desgracia, nada. Pero conservo en la memoria la frase del Libro de Kemit :«Que el buen escriba sea salvado por el perfume de Punt.» ¿Es real ese paíslegendario? — ¿Sabes qué ha sido de la reina de las turquesas que extrajiste de la montaña deHator? — No, majestad. La pandilla de asesinos que devastaron el paraje la robó. — Probablemente, cananeos; sin duda, los inspiradores de la revuelta de Siquem,que el general Nesmontu redujo al silencio recuperando la ciudad. Llegará un díaen que necesitemos esa piedra.

Sekari advirtió que se anunciaba una nueva misión. ¿Con qué medios y en quédirección? — En Kahun, un viejo carpintero me describió un cofre de acacia destinado a unlargo viaje — añadió Iker — . Me pregunté si los piratas no pensaban ocultar en élel oro de Punt. El artesano ha muerto, ni siquiera me dijo el nombre de su cliente.Sesostris se volvió hacia Sekari. Con una mirada, el agente secreto le hizocomprender que no sabía nada más. — Ahora, Iker  — exigió el monarca — , no me ocultes nada de tus manejos enKahun.

Hablando, el muchacho se condenaba a muerte, pero le debía una total sinceridadal faraón, de quien había sospechado injustamente. — Una joven asiática me convenció de que erais un tirano sanguinario, taninsensible a la angustia de los egipcios como a la de los extranjeros que estabanbajo vuestro yugo. Sus preocupaciones coincidían con las mías, yo estabaembrujado, obsesionado por una sola idea: vengarme acabando con vos y, de esemodo, devolver la libertad al pueblo. — ¿Tú, un sacerdote de Anubis, cometiendo un asesinato?Iker se miró las manos.

 — Intenté convencerme de ello, y desperté tras una interminable pesadilla.Reconozco haber conspirado contra vos, y sé que eso es una falta imperdonable.

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maestro carnicero?El rey cruzó el pasillo e indicó una habitación. — Tú dormirás aquí, Iker.

30

Iker no dormía.Tendido en una cama de madera de sicómoro recordaba cada uno de los instantesde aquella increíble noche durante la que tantos espesos velos se habíandesgarrado.El joven escriba flotaba entre dos mundos, el de sus estúpidas ilusiones y el de larealidad que, por la mañana, sólo podía destrozarlo. Aunque hubiera tenidoocasión de huir, habría renunciado, pues merecía su condena. El rey daría unejemplo gracias a su persona. Único superviviente de los tres asesinos queconvergieron, al mismo tiempo, hacia palacio, también él debía morir.¡Cómo debía de haberse divertido Bina manipulándolo! El único orgullo delmuchacho era no haber sucumbido a sus venenosos encantos. Gracias al recuerdode la joven sacerdotisa, no le había dado ese gusto a la asiática.Aparecía el alba. En el templo, el faraón celebraba el primer ritual de la jornada.Iker procedió a sus abluciones en el cuarto de baño contiguo a la habitación y seafeitó con un material digno de un príncipe. ¿Cómo apreciar ese lujo sabiendoque estaba viviendo sus últimos instantes? No desaparecería, al menos, sin habervisto al faraón y haber reconocido sus errores. Gracias al rey, Egipto no

abandonaría el camino de Maat.Llamaron a la puerta. — Abrid a la guardia.Resignado, Iker obedeció.Un nuevo teniente, con uniforme de gala, saludó al muchacho. — Su majestad os espera. Seguidme.Iker obedeció.Mientras una vigorosa claridad iluminaba los corredores, el muchacho recordó lafrase de un texto de formación de los escribas: «El palacio es semejante al

horizonte. El faraón se levanta en él y en él se acuesta con el sol.»El teniente lo llevaba hacia una gran estancia, iluminada por varias ventanas,donde se había servido el desayuno del soberano: leche, miel y distintas clases depanes. — Siéntate, Iker, y prueba estos alimentos. Necesitas ka para afrontar esta jornada.Era imposible sostener, ni siquiera brevemente, la mirada del monarca sindesfallecer. Añadiéndose a la gravedad de la voz y a la autoridad del ademán, suprofundidad ponía de manifiesto la pequeñez del interlocutor.

Pero ¿por qué gozaba Iker del increíble privilegio de compartir aquel instante envez de pudrirse en una mazmorra?

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 — Busco a un hombre de corazón libre — reveló Sesostris — , un hombre capaz depercibir, de comprender y de llenar su espíritu de pensamientos justos, un hombreingenioso, reservado, de palabra eficaz, un hombre que sepa desafiar su miedo ybuscar la verdad con peligro de su vida. ¿Eres tú ese hombre, Iker?

 — Me hubiera gustado serlo, majestad, pero... — Creías luchar en favor de Maat, cuando su opuesto, isefet, te manipulaba. Sinembargo, tus intenciones eran puras. ¿Hay algo más noble que liberar a un paísdel yugo de un tirano? Debes realizar una notable hazaña: liberarte de un ceporeconociendo plenamente tus faltas. — Majestad, merezco... — Mereces una tarea que esté a la altura de tus deseos. Te hago la pregunta porúltima vez: ¿quieres ser el hombre que he descrito?Iker se inclinó ante el faraón.

 — Con toda mi voluntad, majestad, procuraré serlo. — Si tu voluntad es recta y entera, lo conseguirás. Te será necesaria para llevar acabo peligrosas misiones. Deseabas ser escritor, ¿no es cierto? Vayamos, pues, arendir homenaje a tus antepasados; su ayuda te hará mucha falta.Al salir del palacio, una maravillosa sorpresa aguardaba a Iker: Viento del Norte,con los ojos brillantes y la sonrisa en los labios, cargaba el material del escriba.Celebrado el encuentro con muchas caricias y una emoción compartida, el asnosiguió orgullosamente a su dueño y al faraón, acompañados por una escuadra dearqueros.Fascinado, Iker descubrió el inmenso territorio sagrado de Saqqara, dominadopor la pirámide escalonada del faraón Zoser, gigantesca escalera hacia el cielo.El rey entró en una morada de eternidad donde estaban representados variosilustres escribas. — Escucha las palabras de los antiguos, Iker, recoge sus enseñanzas, lee suslibros18. El hombre desaparece, su cuerpo se hace polvo, pero las obras permitenque su ser permanezca. Ninguno de nosotros es superior a quien sabe transmitir,con la escritura, un pensamiento vital, pues los escritos actúan.

Sentado con las piernas cruzadas, ante la pared esculpida, Iker anotaba las

palabras del rey. — Los escribas llenos de sabiduría no proyectaron en absoluto dejar a susespaldas sucesores perecederos, hijos de carne que conservaran su nombre.Crearon para sí mismos, como herederos, los libros y las enseñanzas. De sustextos hicieron sacerdotes al servicio de su ka; de la paleta, su amado hijo; de laformulación, su pirámide. Su poder mágico alcanza a sus lectores. Si deseas que

18 Ese respeto por los escritores, que no hablan de sí mismos, sino que vehiculan palabras de

sabiduría, está muy presente aún en el Imperio Nuevo. En una tumba de aquella época (véase D.

Wildung,

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el destino te sea favorable, Iker, mantente reservado y silencioso, evita lacháchara. Sobre todo, no seas voraz y no cedas a los caprichos de tu vientre. Elglotón y el ávido corren a su perdición. El fuego del ardiente lo destruye, elverdadero silencioso busca los lugares donde reina la armonía. Se parece al árbol

que crece apaciblemente en el jardín, verdea y da hermosos frutos de inestimablesabor. Su sombra es bienhechora, termina sus días en el paraíso. El sabio escrutael sentido de las antiguas escrituras, desanuda las complicaciones, instruye supropio corazón, sobrepasa lo que realizó la víspera y mantiene la moderación enla acción. Por lo que se refiere a aquel que, en esta tierra, tenga conocimiento delas fórmulas de transformación en luz, saldrá al exterior en todas las formas quedesee y volverá a su justo lugar.Mientras escribía, Iker estaba viviendo unos instantes de deslumbrante felicidad.Recordaba las palabras de su profesor, el general Sepi, sobre las cualidades delescriba deseoso de acceder a la esfera de la creación: escucha, entendimiento ydominio de los fulgores. Hoy, en esa mágica mañana, recibía del faraón enpersona una enseñanza destinada a construirlo.

L'Áge d'Or de l'Égypte, le Moyen Empire, París, 1984, p. 14, fig. 4) se honra agrandes autores como Ptah- Hotep, Ii- Meru, Ptah- Chepses, Kaires y Neferti.

 — El objetivo del sabio  — prosiguió Sesostris — es alcanzar la plenitud que los  jeroglíficos representan con la mesa de ofrendas, hotep, palabra sinónima de«puesta de sol», ese instante inefable en el que la obra concluye antes del inicio de

un nuevo viaje. Estamos muy lejos de esa serenidad, Iker, y debemos abandonarla quietud de esta morada de eternidad para enfrentarnos con una realidadangustiante.Mientras guardaba su material, el escriba pensó en la predicción del capitán de Elrápido: «Tu destino es convertirte en una ofrenda.»El prisionero había escapado al dios del mar, pero ¿acaso no lo acechabanpruebas más temibles aún?El rey y el escriba dieron un corto paseo por el desierto. — Egipto corre un grave peligro  — reveló Sesostris — . Su mensaje espiritual se

expone al riesgo de desaparecer si no se celebran los misterios de Osiris. Hanlanzado un maleficio al árbol de vida, a la acacia de Abydos. Gracias a diversasintervenciones, hemos detenido el proceso de degeneración, e incluso hemosconseguido que reverdecieran dos ramas. Insuficiente y mediocre, ese resultadotal vez sólo sea temporal. Sabemos que hay que encontrar el oro curador, puessólo él salvará a la acacia. Por eso he mandado en su búsqueda al general Sepi. — ¿A mi profesor? — Un gran escriba sólo se consuma siendo también un hombre de acción sobre elterreno. A pesar de nuestros esfuerzos no hemos conseguido identificar aún al

criminal que maneja la fuerza de Seth contra el árbol de Osiris. Decidido adestruir Egipto, ese demonio de las tinieblas aparece como un adversario tan

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temible como eficaz. — ¿Es acaso el superior de Bina y aquel que, la pasada noche, mandó a dosasesinos para acabar con vos? — Excelentes preguntas a las que será conveniente dar respuestas concretas. Sin

duda, otros incidentes graves, como el asesinato de un controlador deinmigración y la agitación en Canaán, son también obra de ese demonio. ¿Hasoído hablar del Anunciador? — No, majestad. — Ese sedicioso incitó a la ciudad de Siquem a rebelarse, antes de ser masacradopor sus habitantes. La hoguera parece lejos de haberse apagado. Gracias a nuestronuevo ejército nacional, el general Nesmontu consigue mantener el orden, perotemo las actividades terroristas de pequeños grupos bien entrenados y difíciles dedescubrir. Durante mucho tiempo creímos que el hombre de las tinieblas era uno

de los jefes de provincia; ahora, sospechamos de los cananeos o de losmerodeadores de las arenas. Estos sólo piensan en desvalijar caravanas; es difícilprever sus expediciones. Sin embargo, habrá que reducir sus daños y descubrir,entre ellos, a uno o varios cabecillas que hubieran conseguido hacerse con elfuego de Seth.Iker esperaba que le confiasen una misión precisa y peligrosa. La decisión deSesostris cayó sobre él como el rayo. — Te nombro escriba real, al servicio directo del faraón. Ese título te permitiráfigurar en la corte.

En Menfis corrían mil rumores, tan enloquecidos como contradictorios. Unosafirmaban que el rey había sido asesinado por un aprendiz de carnicero; otros, queunos cananeos habían atacado el palacio, y otros más, que diversas bandasarmadas seguían combatiendo con los guardias en el interior de los aposentos delsoberano.Fue necesaria la aparición de Sesostris en el atrio del templo de Ptah,acompañado por Iker, para que cesaran las habladurías. El monarca no sóloestaba vivo, sino que celebraba, también, personalmente, el ritual de mediodía,asistido por un nuevo escriba real.

Con la cabeza vendada, el maestro carnicero se sintió feliz viendo ascendido, deese modo, a su ayudante de un día. Convencido de haber sido golpeado por unode los bandidos que intentaban introducirse en el despacho del faraón, elnombramiento de Iker le alegraba. El muchacho había volado en ayuda del rey,que lo recompensaba así por su valor.El despliegue de las fuerzas del orden y la llegada de varios dignatarios, entreellos el Portador del sello real Sehotep y el gran tesorero Senankh, hacían suponera la población que iba a producirse un hecho excepcional. Muy pronto, curiosos ypasmarotes acudieron a la entrada del edificio con la esperanza de saber la

noticia.Cuando el visir llegó a su vez, nadie dudó ya de la inminencia del acontecimiento.

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En el gran patio al aire libre, sacerdotes permanentes, temporales y altosfuncionarios se preguntaban por las futuras declaraciones del rey. En primerlugar, ¿estaría del todo indemne? Luego, ¿qué tipo de represión iba a decretar?Sin duda, una más dura ocupación del país de Canaán, tal vez el establecimiento

del toque de queda en Menfis, sin olvidar las sanciones contra los policías y losmilitares incapaces de asumir su seguridad. Finalmente, ¿habían sidoidentificados y detenidos el culpable o los culpables?Cuando Sesostris salió del santuario, todas las miradas convergieron hacia elgigante, tocado con la doble corona que simbolizaba la unión del Alto y el BajoEgipto.Ningún rastro de herida, ningún signo de debilidad. — Que el escriba Iker venga a mi lado.El muchacho, vacilante, se adelantó y se arrodilló. — Que el visir Khnum- Hotep lo levante.El primer ministro tomó la mano del escriba, sorprendido al verlo en semejantescircunstancias. — Nombro a Iker pupilo único de palacio  — declaró el faraón — . Recibe ladignidad de hijo real.Sesostris cruzó el patio, seguido por el visir y por Iker.El contenido de aquella declaración y su brevedad dejaron pasmada a laconcurrencia.Uno de los espectadores estuvo a punto de caer de espaldas. Medes, el secretariode la Casa del Rey, no creía lo que veía y oía. No podía tratarse de Iker, el

pequeño escriba raptado en Medamud para servir de víctima del sacrificio.¿Cómo aquel chiquillo sin familia, cuya existencia conocían sólo algunoscampesinos incultos, había podido sobrevivir y recorrer un camino que llevabahasta el faraón? Uno de los testaferros de Medes, el falso policía hoydesaparecido, le había jurado, sin embargo, que Iker había muerto. Si se habíasalvado por milagro, ¿qué iba a contarle al rey? El rapto, el viaje hacia Punt, elnaufragio, las agresiones, los vagabundeos... Nada importante, puesto que elescriba ignoraba la presencia de Medes y no tenía indicio alguno que permitierallegar hasta él.

Iker, un individuo irrisorio y condenado a la nada, ¡hijo real! Para disipar aquellapesadilla sólo había un camino: destruirlo por cualquier medio.

31

El visir no tenía ninguna buena noticia que ofrecer al rey. En primer lugar, lainvestigación realizada sobre los dos agresores había terminado en fracaso.Ninguno de los policías y soldados encargados de la guardia de palacio conocía aaquellos individuos y, como no podían recurrir a Sobek para registrar los bajos

fondos de Menfis, probablemente nunca se sabría de dónde procedían aquellosasesinos. Además, las investigaciones referentes a El rápido terminaban, también,

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en un callejón sin salida; ningún navío que llevara ese nombre se había construidoen Menfis. — Y, sin embargo, fue necesario utilizar madera, emplear a carpinteros, falsificardocumentos y enrolar una tripulación  — subrayó Sesostris — . Esas gestiones no

pueden pasar del todo desapercibidas. — Una vez más reconozco que Sobek el Protector nos hace mucha falta. Pero alencubrir a unos subordinados culpables de un grave delito, él mismo se puso enuna situación muy delicada. Si no lo hubiera inculpado, yo habría traicionado mifunción. — Nada te reprocho, Khnum- Hotep. — Se me han ocurrido dos hipótesis. O El rápido fue ensamblado a orillas del marpor un armador clandestino, y nunca encontraremos su rastro, o intervino unastillero egipcio, aunque de modo oculto. En ese caso, forzosamente quedan

indicios.El rey convocó a Iker y a Sekari. — Majestad  — declaró el segundo — , he recogido escasa informaciónvagabundeando por los muelles. Por la descripción del Cicatrices, un estibador loha identificado como un trabajador clandestino de origen libio que su hermanoprotegía. El tipo era fuerte y no se quejaba ante las más pesadas cargas, de modoque lo toleraban. — ¿Y el hermano? — Desaparecido. Su casa está vacía. — La pista queda cortada  — deploró el visir.El monarca se dirigió a su hijo adoptivo: — A tu entender, ¿los marinos de El rápido eran egipcios? — Sin duda alguna, majestad. — Hurga en tu memoria, Iker. ¿En un momento u otro supiste algún detalle, seacual fuere, sobre la construcción del bajel?La reflexión fue breve. — Según el carpintero de Kahun, Cepillo, algunas partes del navío habían sidomodeladas en el Fayum. No tuve tiempo de buscar en esa dirección. — Sin duda, es la buena  — estimó Sekari — . Iré a esa provincia.

 — Un instante  — exigió el monarca — . Tú, Iker, acompaña al visir hasta sudespacho. Te comunicará tus deberes de escriba real.Khnum- Hotep y el hijo adoptivo de Sesostris se retiraron. — He echado mucho en falta el «Círculo de oro» de Abydos  — reconocióSekari — , y me gustaría regenerarme en él. Lamentablemente, algo me dice quehay cosas más urgentes que hacer. — También a mí me gustaría que nos reuniéramos todos en la ciudad de Osiris.Pero cuando Egipto corre tan grave peligro, nuestras preferencias personalesdesaparecen. Sin embargo, si sintieras que tus fuerzas menguan, yo haría lo

necesario. — Soy fuerte aún, majestad.

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riquezas del reino. No esperes tú, sobre todo, presumir en unos soberbios localesa la cabeza de una cohorte de subordinados. El rey te destina a otras misiones. Haordenado esta entrevista para que te ponga en guardia contra los múltiplespeligros que te acechan aquí, en la corte. De la gente cercana a Sesostris, es decir,

los generales Nesmontu y Sepi, el Portador del sello Sehotep y el gran tesoreroSenankh, nada tienes que temer, son fieles devotos de su majestad. — ¿No pertenece Medes a la Casa del Rey? — Antes o después entrará en ella, siempre que siga activo y competente. Peroestán los demás, todos los demás: dignatarios envidiosos, cortesanosdecepcionados o amar gados... Tu irrupción en un primer plano despierta odioscuya magnitud ignoras. Decenas de mediocres han jurado ya tu perdición, yprocederán con infinitas precauciones para no ganarse la cólera de Sesostris.Afortunadamente, Sekari vela por ti. Residirás en un aposento de palacio y

gozarás de protección policial día y noche. Conociéndote, estoy convencido deque deseas trabajar sin tardanza en la biblioteca central. — Me conocéis bien — señaló Iker, sonriendo. — No olvides, sobre todo, tu vocación de escritor. La transmisión de las palabrasde poder es esencial para asegurar la presencia de Maat aquí abajo.

Sobek el Protector rabiaba. Si hubiera sido mantenido en su puesto, si susmétodos se hubieran aplicado y se hubiera conservado su sistema de seguridad, elfaraón no habría sido víctima de una triple agresión.Obligado a abandonar, al mismo tiempo, su vivienda oficial y el cuartel dondeentrenaba a los miembros de la guardia de élite, dispersa ahora, vivía recluida enuna casita permanentemente vigilada por dos policías acabados de enrolar que senegaban a dirigirle la palabra.Informado de los acontecimientos por la mujer que se encargaba de la limpieza desu vivienda, no podía separar los chismes de la realidad.Cuando un extraño tipo, más bien jovial, se presentó ante él, Sobek se preguntóde qué nueva manipulación iba a ser víctima. — Me llamo Sekari, mi gestión es confidencial. — ¿Quién te envía?

 — El faraón.Sobek rió, sarcástico. — ¡Se niega a recibirme! — Hay en curso un proceso, por lo que no puede hablar con el principal acusado,so pena de que lo tachen de favoritismo y precipitar así tu caída.El ex jefe de todas las policías del reino agachó la cabeza. — Admitámoslo... ¿Está informado el visir de tu presencia aquí? — En absoluto. — Mis dos carceleros no tardarán en avisarlo.

 — De ningún modo, puesto que acaban de ser relevados. Sus sustitutos hanservido a tus órdenes y te apoyan sin vacilar.

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Sobek se asomó a la ventana. Sekari no mentía. — ¡De modo que realmente te envía el rey! ¿Cuál es, en definitiva, tu papel? — Obedecer al faraón. — ¿Y qué te ha ordenado?

 — Está seguro de tu inocencia, pero no quiere violar la ley Y las pruebas teabruman. — ¡Khnum- Hotep quiere mi cabeza, ésa es la verdad! — Te equivocas. El expediente que tiene entre manos no le permite actuar de otromodo. — Intentan ahogarme mientras el culpable se esconde en las sombras. — Para que todo quede claro entre nosotros  — dijo Sekari con gravedad — exijouna respuesta firme y definitiva a una sola pregunta: ¿estás encubriendo a policíasresponsables de un delito? — ¡De ningún modo! Si hubiera ovejas negras entre mis subordinados, las habríaidentificado. Créeme, no habrían permanecido mucho tiempo en la policía.La sinceridad de Sobek era evidente. — Así pues, el rey tiene razón: eres víctima de una conspiración. Se lo confirmaréal visir. — Me satisface saberlo, pero ¿de qué sirve eso? — Tú estás inmovilizado aquí, yo no. Dame algunas pistas, las seguiré. — ¡Desgraciadamente, no tengo ninguna! ¿Ha sido nombrado un nuevo jefe detodas las policías? — No, ahora existen varios responsables cuyo entendimiento deja mucho que

desear. — ¡Se destrozarán entre sí y la seguridad del faraón no estará ya garantizada!¿Qué ocurrió exactamente en palacio? — Un estibador en situación irregular, de origen libio, y un terrorista noidentificado se introdujeron en él. Ambos fueron eliminados, pero no disponemosde indicio alguno que permita llegar hasta sus jefes. Tenemos una sola certeza, yno es para alegrarse: no eran del mismo bando. Dicho de otro modo: dosorganizaciones distintas quieren asesinar a Sesostris. — Libios, sirios, cananeos... Hay que buscar entre esa chusma. La mujer que

limpia mi casa me ha hablado de tres agresores.Sekari sonrió. — El caso del escriba Iker es del todo especial, pues unos manipuladoresintentaron transformarlo en justiciero, Impresionado por el excepcional carácterde ese joven durante una fiesta campesina, su majestad me ordenó que lo siguieralos pasos. Fue muy instructivo. Descubrí la existencia de una organizaciónterrorista, en Kahun, y salve la vida del muchacho, a quien un falso policía debíasuprimir.El rostro de Sobek se endureció.

 — ¿Realmente estás seguro del tal Iker? — El rey lo ha nombrado oficialmente pupilo único de palacio e hijo real.

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 — ¿Y si estuvieran manipulándolo aún? — Cuando lo conozcas mejor, sabrás que Iker ha comprendido la causa de suserrores y que está dispuesto a dar su vida por el faraón.Sobek pareció despechado.

 — Si el visir me manda a las minas de cobre, sólo conoceré a bandidos. — Eres inocente, por lo que no debes caer en el pesimismo. — El proceso prosigue, el proceso se celebrará, las circunstancias están contra mí y no tengo ni la sombra de una pista. Mis enemigos se cuentan por docenas. Elque me ha vencido sigue siendo invisible. — ¿No has tenido, en los últimos tiempos, ningún conflicto con algún dignatario? — ¡Decenas! Esos petimetres no soportan oír hablar de represión. Exigenseguridad, pero sin presencia policial. — ¿Algún sospechoso?

 — ¡Toda la corte! Por más vueltas que les doy a los acontecimientos en mi cabezano saco nada concreto. Había acabado concluyendo que el visir me apartaba paraponer al rey en peligro. — Te lo repito, Khnum- Hotep es un leal servidor. Sobek se dejó caer en un sillón. — Yo me encargaré de todo, te prometo que te sacaré de este mal paso  — declaróSekari.Esta vez, el agente secreto tuvo la clara sensación de estar engalanando elporvenir.

32

Con una soberbia túnica blanca de lino real y tocado con una peluca ritual, elpupilo único Iker acompañaba al rey en la fiesta de la diosa Useret, la Poderosa,que celebraban las sacerdotisas de Hator bajo la dirección de la reina.El muchacho se movía en un ininterrumpido sueño. El, el modesto aldeanodestinado a una carrera de escribano público al servicio de los analfabetos,caminaba junto al dueño de las Dos Tierras ante los ojos admirados y envidiososde los dignatarios de la corte.Ciertamente, su destino sólo le concedía una pausa muy breve, por lo que

disfrutaba plenamente de aquellas horas exaltadoras, asumiendo sus funcionescon una naturalidad desarmante para los observadores. A muchos les habríagustado burlarse de él, tratándolo de campesino y de patán, pero Iker tenía elporte de un escriba real educado en palacio. De modo que comenzaba a circularun nuevo rumor: aquel muchacho sólo podía ser un auténtico hijo de Sesostriscuya existencia, por misteriosas razones, había ocultado el rey hasta aquel día.Iker, por su parte, aguardaba la misión que no dejaría de atribuirle el monarca,misión forzosamente peligrosa en la que tal vez perdiera la vida. Así pues, ariesgo de disgustar al faraón, su hijo adoptivo intentó disipar alguna zona

sombría. — Majestad, ¿existe todavía el «Círculo de oro» de Abydos?

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 — ¿Quién te ha hablado de él? — Durante un extraordinario ritual de regeneración del ex jefe de provinciaDjehuty, vi luz saliendo de dos recipientes. El general Sepi pronunció esta frase:«Tú, que deseabas conocer el "Círculo de oro" de Abydos, míralo actuar.»

También Sekari parece conocerlo. — El «Círculo de oro» es la emanación de Osiris. Cuando se pertenece a él, ya note perteneces, pues sólo cuenta la función vital confiada a cada uno de susmiembros. El papel no consiste en predicar, ni en convertir, ni en imponer unaverdad revelada y algunos dogmas, sino en actuar con rectitud.El faraón se sentó bajo un dosel. A su derecha, Iker hizo lo propio. — Has sido iniciado en los primeros misterios de Anubis. ¿Qué sabes del poderdivino? — Único es el dios oculto, más alejado que el lejano cielo, demasiado misteriosopara que su gloria sea revelada, demasiado grande para ser percibido — respondióel joven — . Si pronunciáramos su nombre secreto, caeríamos de inmediatomuertos de miedo. — Saludable temor, pero insuficiente para alcanzar el «Círculo de oro»  —  juzgó elrey — . ¿Has observado ya el centro del cielo? — Seth reina allí sobre las imperecederas estrellas. — El cosmos es el cuerpo del Gran Dios; su alma, la energía que lo anima. Seth selimita a una parte de ese cosmos, su fuerza se manifiesta en el rayo, el relámpago,la tempestad y la tormenta. Osiris, en cambio, es el universo entero, recorrido porpotencias creadoras, tan numerosas y variadas que el pensamiento humano no

podría concebirlas. Cuando se concentran, forman un haz de energía de especialintensidad. Aparece entonces lo que denominamos una divinidad. Cada una deellas, en su función específica, las transforma en alimentos espirituales, asimila-bles por nuestro corazón- conciencia. El acto creador es Uno. Al hacerse Dos,consuma el imposible matrimonio. Luego se desvela en forma de Tres, antes demultiplicarse en millones, sin dejar de ser Uno. — ¿Por qué, en escritura jeroglífica, un mástil con una banderola chasqueando alviento, aunque cuidadosamente envuelta, simboliza la divinidad? — Porque su realidad se transmite por el aire luminoso, estimulado por el soplo

del más allá. Se encarna en un eje que debe ser protegido, envuelto, pues, como lamomia, soporte del cuerpo de luz. Todo Egipto es la morada amada por lasdivinidades. Puedes encontrarlas en los templos, en los oratorios campesinos, enuna humilde capilla o durante las fiestas. Aprende a discernir su verdaderanaturaleza y a comprender cómo tejen la armonía del universo. Las partes de esatotalidad se ensamblan porque Osiris permanece puro y sin mancilla, pues no semezcla con el desorden ni las calamidades que provoca la especie humana. Susmisterios no se alteran ni en lo aparente ni en lo visible.A Iker le hubiera gustado preguntarle al rey durante horas, pero la ceremonia

comenzó y se hizo el silencio.Ayudada por las sacerdotisas de Hator, la reina levantó algunos minerales hacia

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el sol, luego depositó una barca de oro en un altar. En la proa estaba Useret, laPoderosa, capaz de vencer las tinieblas gracias a sus cuatro rostros. El términouseret  significaba el cuello, el eje, lo que sostiene la cabeza, pero también elposte de tortura al que se ataban los confederados de isefet, la fuerza destructora.

Una sacerdotisa saludó el renacimiento de la luz que la Venerable hacía efectivoen la barca de los millones de manifestaciones. Se insertó entonces un disco deoro, el sol femenino que adoptaba también la forma del uraeus, la cobra hembraque arrojaba su fuego para despejar el camino del faraón.Iker ya no escuchaba los himnos, ni siquiera se interesaba por los actos rituales.No apartaba ya los ojos de la joven sacerdotisa, junto a la reina.Ella.Ella, la muchacha siempre presente en su pensamiento y en sus sueños, de la queestaba perdidamente enamorado.

Espió cada uno de sus gestos, cada uno de sus pasos, esperando que sus miradasse cruzaran, aunque sólo fuera por un instante. Pero la ritualista permanecióconcentrada en su tarea, y la ceremonia, terriblemente corta, llegó a su fin.Una formidable esperanza invadió a Iker: ya no era un simple escribaprovinciano, sino el hijo adoptivo del faraón Sesostris y, como tal, podría hablarcon ella.La hermosa esperanza, sin embargo, cedió en seguida. Todo lo que le diría iba aser ridículo, soso y sin interés. Si se mostraba demasiado apasionado, ella lodespediría.La voz grave del rey lo arrancó de sus tormentos. — ¿Has advertido bien la importancia de este ritual? — No, majestad. — Sigues siendo sincero. De lo contrario, mi enseñanza cesaría. Debes saber queme era necesario fortalecerte antes de enviarte a tu misión. El fulgor del disco deoro y el fuego del uraeus han penetrado tanto en tu cuerpo como en tu alma. — Majestad, ¿conocéis a la joven sacerdotisa que ayudaba a la reina? — Suele residir en Abydos. — ¿Cómo se llama? — Lleva un nombre ilustre, Isis, el de la esposa de Osiris. Esa muchacha ha

consagrado su existencia al templo y a sus misterios.La revelación del rey lo sumió en la desesperación. La hermosa Isis seguía siendoinaccesible.

Uno de los principales rasgos del carácter de Sekari era la obstinación, sobre todocuando se trataba de establecer la verdad y de absolver a un inocente. Sinembargo, el porvenir de Sobek el Protector parecía muy oscuro.Sekari siguió un sencillo razonamiento: quienes habían conseguido mancillar aSobek debían de estar muy orgullosos de su hazaña. Por lo tanto, se manifestarían

de modo más o menos aparente, ruidoso incluso.El hilo le pareció delgado. Así pues, el agente secreto de Sesostris pidió al visir

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Después de una larga mañana de trabajo junto al visir, Iker paseaba por el jardínde palacio en compañía del rey. Sicomoros, tamariscos, granados e higuerasdispensaban unas agradables sombras. Allí, el mundo era suavidad y belleza.

 — Khnum- Hotep está muy satisfecho con tu trabajo, Iker. Incluso los amargadosse ven obligados a callar, porque no te muestras arrogante y evitas lasmundanidades. — ¡Hay tanto que descubrir, majestad! Khnum- Hotep me dirige a las milmaravillas, pero sólo lo que uno mismo experimenta se asimila realmente. Por loque se refiere a la gestión de los rebaños... — Tengo que confiarte otra misión.Absorto en sus tareas administrativas, Iker intentaba olvidar que el monarcapronunciaría esa frase antes o después. Durante algún tiempo, se habíaadormecido en la falsa tranquilidad de una existencia privilegiada. — Te fijaré varios objetivos difíciles de alcanzar  — advirtió Sesostris — . Mañanamismo partirás con Sekari hacia el Fayum. Dispondrás de un sello de hijo real,pero utilízalo sólo como último recurso. Intenta, más bien, pasar desapercibido,pues ignoramos quién es nuestro enemigo principal y dónde se oculta. Gracias alas investigaciones realizadas en la biblioteca de la Casa de Vida de Abydos,hemos sabido que antaño se plantó, en alguna parte del Fayum, una acaciadedicada a la diosa Neith. Si consigues encontrarla, intentaremos un injerto en elárbol de Osiris. Luego, procura descubrir el astillero donde se construyó Elrápido. Finalmente, dirígete a Kahun para interpelar a los asiáticos y desmantelar

sus proyectos.Un doloroso pensamiento cruzó la mente de Iker. — Majestad, la muerte del escriba Heremsaf... — Probablemente fue un crimen. Lo consideraba un fiel servidor. Cuando solicitómi consentimiento, ofreciéndose a iniciarte en los primeros misterios de Anubis,sus argumentos fueron convincentes. — ¿El alcalde de Kahun es un aliado o un adversario? — En su nombramiento parecía animado de las mejores intenciones, pero el podersuele cambiar a los hombres. Tú debes descubrir su verdadera naturaleza.

 — Siempre lo habéis sabido todo sobre mí, majestad, sobre mis deseos, misangustias y mis esperanzas, ¿no es cierto? — Pasa una tarde tranquila en este jardín, hijo mío. Y vuelve lo antes posible.Sesostris se alejó, dejando a Iker atónito.Era la primera vez que el rey lo llamaba «hijo mío». Aquellas dos palabras, tanbanales, tan sencillas, adoptaban de pronto una formidable resonancia.Ante él se abría otro mundo; un mundo en el que no combatiría ya para sí mismo,sino para su padre, el faraón de Egipto.Aunque aquel jardín fuese encantador, Iker no deseaba abandonarse a sus

ensoñaciones. Tenía que preparar su equipaje y obtener el mapa más detalladoposible del Fayum, que incluyera el emplazamiento de los lugares de culto y los

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parajes sagrados.En el momento en que abandonaba aquel apacible lugar se levantó un viento delsur tan suave y perfumado que el joven se detuvo para saborearlo. Tuvo unaalucinación.

Ella.Se dirigía hacia él con aquel viento del sur que encarnaba en un ritual destinado aobtener el agua regeneradora y a hacer crecer la vida.En su frente, adornando una fina diadema dorada, capullos de loto azul y blancode los que brotaba una luz dorada.¿Cómo describir su belleza, casi sobrenatural?Iker cerró los ojos y luego volvió a abrirlos. Pero Isis seguía allí, algo más cercaque antes. — Temo importunaros  — dijo ella con una voz tan hechicera que lo hizo

mascullar. — No, no... ¡En absoluto! Estaba... estaba reflexionando. — Me gusta mucho este granado  — indicó Isis contemplando el árbol más viejodel jardín — . Sigue floreciente en cualquier estación, nada altera su esplendor.Cuando una flor se marchita, otra crece en seguida. — Por desgracia, no ocurre así con la acacia de Osiris.El rostro de la sacerdotisa se tiñó de inquietud. — Si fuera necesario ofrecer mi vida para salvarla, no vacilaría ni un instante. — El rey me ha confiado una peligrosa misión: regresar al Fayum, ahogar unasedición y obtener un remedio para el árbol de vida. — Una rama de la acacia de Neith. — ¿De modo que lo sabéis?  — se extrañó Iker. — Me encargo de las investigaciones en los archivos de Abydos. Si ha existido, elárbol debe de estar muerto desde hace ya mucho tiempo. — ¡Si vive aún, lo descubriré!El entusiasmo del muchacho la hizo sonreír.A Isis no podía ocultársele nada. — Yo tuve la intención de matar a Sesostris  — confesó — , porque lo considerabaun tirano, origen de todas mis desgracias.

En entrecortadas frases le contó sus aventuras, sin ocultar sus tormentos. — El faraón os eligió como hijo adoptivo — advirtió ella — , por lo que sin duda osconsidera honesto y recto. — ¿Me perdonáis, vos misma, mis extravíos?Al hacer tan incongruente pregunta, Iker advirtió de inmediato que acababa decometer un error, irreparable tal vez.Isis sonrió de nuevo. — Su majestad dictó ya su veredicto. ¿Por qué iba a ser distinto el mío? Vuestrasinceridad me conmueve. E incluso, viniendo de tan alto personaje, me honra.

 — ¡Sólo soy un escriba de Medamud!  — protestó Iker. — Sois hijo real y os debo respeto.

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Encerrado en un cepo, Iker no conseguía encontrar las palabras para hablarle desus sentimientos y revelarle que ella y sólo ella lo había salvado una y otra vez. — ¿Regresaréis pronto a Abydos? — Mañana.

 — Un lugar extraordinario. — Me está prohibido hablar de él. Siempre quise vivir allí, tan cerca de la fuentede nuestra espiritualidad. — ¿Re... regresaréis a Menfis? — Estoy a las órdenes del faraón y del superior de los permanentes.Por un instante, un instante demasiado breve, creyó descubrir en su mirada untímido fulgor de interés y comprensión hacia lo que intentaba expresar en vano.Pero ella iba a alejarse y a desaparecer. ¿Cómo retenerla? — Tal vez podríais ilustrarme sobre un extraño acontecimiento — aventuró — . Enun estanque vi a una mujer de magnífica cabellera y piel muy tersa. ¿Qué diosaencarnaba? — Useret, la Poderosa, dama del uraeus y sol femenino — respondió Isis — . Es unprivilegio haberla encontrado, pero escapasteis de un temible peligro al nopronunciar la fórmula de apaciguamiento. Como se os reveló durante un ritual alque asistíais, ya no tenéis nada que temer. Que ella os ayude a cumplir vuestramisión. — Tal vez... tal vez volvamos a vernos. — El destino decidirá.

34

Medes dudaba sobre la conducta que debía seguir: ¿emprenderla, con la másextremada discreción, contra el hijo adoptivo de Sesostris, arruinando poco apoco su reputación, o limitarse a ignorarlo? Al principio, había creído que Iker,consciente de su importancia, ocuparía un considerable lugar en la corte; luego,había advertido que el joven trabajaba bajo la dirección del visir Khnum- Hotep,

como un escriba real cualquiera, no asistía a cena mundana alguna, no trataba conlos dignatarios ni ocupaba ninguna posición predominante.Asombrado y suspicaz al mismo tiempo, Medes lo había invitado a almorzar paraevaluarlo. ¿Estaba aquel provinciano tan satisfecho con su suerte que preferíapermanecer en la sombra, o adoptaba una estrategia cuyos resultados sólo seríanvisibles a largo plazo? Quedaba la solución más probable: Iker se comportaba así por orden del rey. Sabiendo que aquel «pupilo único» no tenía envergaduraalguna, Sesostris lo limitaba a una carrera de administrador donde no molestaría anadie.

 — Señor  — le dijo su intendente — , el hijo real Iker no puede honrar vuestrainvitación.

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 — ¡Mejorará a lo largo del Nilo!La broma los divirtió y la inspección se llevó a cabo en un clima relajado. Gerguno descubrió nada anormal: la tripulación estaba formada por diez hombres sinarmas y la carga se componía sólo de tortas, pescado seco y jarras de vino.

 — ¿Tranquilo ya, Gergu? — Larga amarras, capitán.Durante el recorrido, los dos nuevos amigos no dejaron de brindar. Gergu alabólos méritos de Medes; el capitán, los del libanés. Se felicitó por el modo comoestaba organizado el tráfico de madera preciosa, habló luego de sus proyectos:una hermosa granja con algunos bueyes. Comería carne todos los días. — A tu barco le faltan mujeres — deploró Gergu. — De buena gana hubiera subido a bordo a una profesional  — confesó elcapitán — , pero el libanés me lo prohibió. — ¿No le gustan las hembras? — A él, sí, pero el gran patrón no es del tipo libertino, al parecer. — ¿Lo conoces? — Nunca lo he visto.El barco se puso al pairo mucho antes de Abydos. Oculto en una gran espesura decañas, cerca de la ribera, nadie lo advertiría. En caso de control de la policíafluvial, muy improbable, el capitán alegaría un enfrentamiento y la necesidad dereparar los daños. Según el libanés, el gran patrón en persona había elegido aquellugar ideal. — Te dejo — anunció Gergu — . Voy a buscar a mi propio patrón.

El capitán se tendió en cubierta y se durmió.

El sacerdote permanente Bega se sentía intrigado. — ¿Por qué exigís que os acompañe a esta cita, Medes? — Para sellar definitivamente nuestro acuerdo.El temporal Gergu y Medes, que fingía ser su ayudante, habían cruzado loscontroles sin dificultades y, luego, habían solicitado hablar con su interlocutorhabitual para recoger su nuevo pedido. Aquella gestión pertenecía a un procesorutinario al que las fuerzas de seguridad no prestaban ya atención.

 — ¿Quién es ese «gran patrón»?  — preguntó Bega. — Alguien que nos ayudará a enriquecernos más aún y nos proporcionará mediosmateriales sin despertar sospechas. Vuestra presencia será garantía de lamagnitud de nuestra colaboración. No os oculto mi secreta esperanza: que nospermita derrocar a Sesostris en seguida. — ¿Y si fuera sólo un vulgar bandido? — El libanés se consolida como un traficante de altos vuelos, su patrón no puedeser un mediocre. ¿Podéis salir fácilmente de Abydos? — Los permanentes no somos reclusos  — recordó Bega — . ¿No nos tenderá una

trampa ese misterioso personaje? — Gergu ha registrado el barco donde se celebrará la reunión, sus hombres

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montan guardia por los alrededores. En caso de peligro intervendrán. Creedme,Bega, controlo la situación. Y estoy convencido de que superaremos, juntos, unaetapa decisiva.

Gergu se acercó al navío en una barca.Todo parecía tranquilo. — ¡Capitán! Soy yo, Gergu.Aguzó luego el oído y percibió una sucesión de ronquidos. Al subir a bordo,Gergu descubrió al capitán y su tripulación borrachos como cubas. Escrupuloso,registró de nuevo el barco sin encontrar nada alarmante.Tomando de nuevo el esquife, remó hasta el bajel de Medes, que estaba amarradoalgo más lejos. — Todo en orden.

 — ¿Está en su lugar tu equipo, Gergu? — Seguridad garantizada.Medes despertó al capitán de una patada en las costillas. El otro gruñó y abrió unojo. — ¿Sabes cuándo va a llegar tu patrón? — No, no... yo me limito a esperar. — Haz que limpien la cabina.El capitán sacudió a su tripulación, que, gruñendo, devolvió al barco unaapariencia de limpieza.Apartando las cañas apareció un hombre encapuchado. — Venid, Bega — le recomendó Medes — . No hay nada que temer.Más bien torpe, con los andares titubeantes, el sacerdote permanente se aventurópor la pasarela. Viendo que podía caer, Medes lo sostuvo. Estaba claro que laactividad física no era el fuerte de Bega.Jadeando, tomó un taburete de tres patas. — ¿Todo el mundo está aquí?  — preguntó. — Aún falta nuestro anfitrión.Comenzó una larga espera. Bega mantenía el rostro bajo; Gergu bebía ahurtadillas, detrás de la cabina; Medes paseaba por cubierta. Después de un rato,

harto ya, se dirigió al capitán, repantigado contra el empañetado. — ¡Me horroriza que se burlen de mí! Me voy. ¡Tú me pagarás esta afrenta!Una voz, suave y amenazadora a la vez, petrificó a Medes: — ¿Por qué tanta cólera? Ya estoy aquí.Se encontraba a proa, sin que nadie lo hubiera visto llegar.Alto, barbudo, con la cabeza cubierta por un turbante, el rostro demacrado yvistiendo una túnica de lana que le llegaba a los tobillos, tenía unos ojosenrojecidos y muy hundidos en sus órbitas.Gergu soltó su copa; Bega se puso rígido, y Medes se quedó boquiabierto.

 — ¿Quién... quién sois? — Soy el Anunciador. Y vosotros tres vais a ser mis fieles discípulos.

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del árbol, para fijarlo en él. Una segunda rama hizo lo mismo cuando se proclamóel decreto de reunificación de Egipto. — ¿Qué otras acciones están en curso para intentar que el árbol sane? — Sesostris hace edificar una pirámide.

 — ¿En qué lugar? — En Dachur — respondió Medes. — ¿Y quién detenta la paleta de oro?  — interrogó el Anunciador.Bega estaba atónito. — ¿Conocéis acaso todos nuestros tesoros rituales? — Responde. — El faraón en persona. Nuestro superior, el Calvo, no toma iniciativa alguna, ysólo actúa con el explícito consentimiento del rey. — ¿Qué deseas tú, Bega?

 — Librarme de ese déspota y obtener el cargo que me corresponde. Dada miexperiencia y mi antigüedad, soy apto para reinar en Abydos. — ¿Por qué te aliaste con Medes?AI ver que Bega se sentía turbado, el secretario de la Casa del Rey tomó lapalabra y no ocultó ninguno de los proyectos comerciales puestos en marcha conel sacerdote. — Excelentes ideas  — reconoció el Anunciador — . Seguid por ese camino.Estamos de acuerdo en muchos puntos, pero os falta magnitud. Yo, elAnunciador, soy el detentador de la verdad. Redactaré una ley definitiva de la queno podrá cambiarse palabra alguna, pues Dios me la dictará. Se aplicará a lahumanidad entera, y quienes se opongan a ella serán eliminados. Antes,tendremos que acabar con el principal obstáculo, la institución faraónica, yapoderarnos de Egipto. Cuando seamos dueños de este país, el centro del mundo,la conquista de los demás ya sólo será un juego de niños.Medes no había previsto llegar tan lejos, pero, bien mirado, ¿por qué no? Gergu,por su parte, seguiría a Medes. Por lo que a Bega se refiere, estaba tan asustadoque la obediencia absoluta le parecía el único medio de sobrevivir. — Sembraremos el terror entre los infieles  — profetizó el Anunciador — ,ejecutaremos a los blasfemos, acabaremos con las fronteras, obligaremos a las

mujeres a permanecer en sus hogares y a servir a sus esposos, nos apoderaremosdel oro de los dioses e impediremos que Osiris resucite.

35

El tono del Anunciador hacía temblar a quienes se empapaban de sus palabras. Delos bolsillos de su túnica de lana sacó tres pedazos de cuarcita roja. — La luz no ha dañado estas piedras de Seth — explicó — . De modo que contienenaún el fuego destructor que nos ayudará a combatir a nuestros enemigos. Abrid

los tres vuestra mano izquierda.El Anunciador depositó una piedra en la palma de sus manos.

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 — ¡Ahora, cerrad los dedos y apretad fuerte, muy fuerte!Los tres hombres gritaron al mismo tiempo. La cuarcita les abrasaba la piel, peroera imposible aflojar la presión.El Anunciador extendió los brazos y el dolor desapareció.

 — Ahora lleváis en vuestra carne la marca de Seth. Sois sus aliados y susconfederados, y me obedeceréis sin rechistar. De lo contrario, vuestro cuerpo seinflamará y moriréis entre atroces sufrimientos.La cuarcita se había disgregado. Como sus cómplices,Medes vio en la palma de su mano una minúscula cabeza del dios, con su hocicode okapi y sus dos grandes orejas erguidas.Bega se asfixiaba. El, el servidor de Osiris, era ahora discípulo de Seth, suasesino. — Ya nada nos separará — añadió el Anunciador — . Nuestro pacto está sellado. — ¿Con qué tropas atacaremos al faraón?  — preguntó Medes. — ¿No acaba de crear un ejército nacional? — Sí, y lo manda el general Nesmontu. Un temible poderío militar. — Un enfrentamiento frontal forzosamente nos resultaría desventajoso — reconoció el Anunciador — , pues sólo podríamos oponerle un rebaño decananeos presuntuosos, lloricas y cobardes. La única solución es el terrorismo. — ¿Con qué armas? — Mi organización de Kahun las fabrica oficialmente para equipar a las fuerzasdel orden egipcias, pero roban una parte para nosotros. Organizaremos accionesesporádicas y sangrientas que hagan vacilar al faraón e instalen el miedo en la

población. — ¿No se volverán contra nosotros los civiles inocentes?  — se inquietó Gergu. — No hay inocentes. Estarán con nosotros o contra nosotros. Someterse al faraóny respetar la ley de Maat es ser culpable. En adelante, cada cual en vuestro lugar,la pisotearéis sin descanso. Quiero saberlo todo de Abydos, de Sesostris, de sugobierno, de su ejército y de su policía. Ahora, dispersémonos.Bega se puso el capuchón y fue el primero en partir. Vacilante, tomó por lapasarela y desapareció entre las cañas. — ¿No habrá tomado Sesostris una decisión extraordinaria?  — preguntó el

Anunciador, con la mirada perdida en la lejanía. — Exacto — respondió Medes — , ha elegido a un hijo adoptivo. — ¿Su nombre? — Iker. — ¿No es ése el joven de Medamud que tú destinabas al dios del mar?Medes sufrió un nuevo choque. — Sí, pero... ¿cómo lo sabéis? — ¿Quién te dio el nombre de esa víctima expiatoria? — Un informador local.

 — Actuaba por orden mía. Descubrí en ese muchacho una notable capacidad pararesistir las fuerzas del mal. Sacrificándolo, las habríamos recuperado en nuestro

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igualando su superficie con un raspador  — le recordó Iker.El asno prefirió no responder y prosiguió su camino hasta el peaje de la Ciudaddel Niño Real. — ¿Alguna mercancía que declarar?  — preguntó el encargado.

Iker mostró su material de escriba. — De acuerdo, puedes pasar. — Busco un antiquísimo lugar sagrado donde se yergue una acacia dedicada a ladiosa Neith. ¿Quién podría informarme? — El mejor conocedor de la región es el vigilante de los diques.El funcionario le indicó al viajero el emplazamiento de la casa del especialista.Como si hubiera comprendido el itinerario mejor que el hijo real, Viento delNorte marchó por delante, sin equivocarse de camino.El vigilante tomaba el fresco en su jardín, a la sombra de una pérgola. Iker losaludó, se presentó y formuló su petición. — La acacia de Neith... Sí, he oído hablar de ella. Crece en un rincón perdido quesólo frecuentan unos escasos pastores y las bestias salvajes. Dirígete hacia elnoroeste, dejando a tu derecha el obelisco de Sesostris Primero. En lo alto hay undisco solar que simboliza el nacimiento de la luz, brotando de las aguasprimordiales. ¿Por qué te interesa ese árbol sagrado? — Estoy localizando los antiguos parajes de esta provincia para incluirlos en unmapa.Por la noche, en el albergue, el vigilante no dejó de relatar esa entrevista a susamigos. La descripción de Iker y su asno llegó a los oídos del capitán que el

Anunciador había enviado con una misión. Ya no soltaría su presa.

La lujuriante naturaleza no tenía sólo cosas buenas. Sin una pomadaantimosquitos, de la que también se beneficiaba Viento del Norte, los dosexploradores habrían dado marcha atrás. Según las indicaciones de un ancianoque encontraron en una aldea, el árbol de la diosa no estaba ya muy lejos, pero erapreciso desconfiar al flanquear el lago de los cocodrilos, poblado por verdaderosmonstruos, uno de ellos de ochenta años que, al ocaso, se tendía al sol.Iker se preguntó si Sekari lo seguiría todavía a distancia por aquel dédalo.

Tras haber apartado unas ramas de tamarisco entrecruzadas, el escriba descubrióuna extensión de agua oculta en plena vegetación y cuyo extremo se perdía en unbosque de sauces. En la orilla, un pastor asaba una perca.Iker se acercó. — ¿Está lejos de aquí la isla de Sobek? — Posiblemente no. — Soy el escriba Iker y busco el emplazamiento de la acacia de Neith.Hirsuto, mal afeitado, el capitán parecía uno de aquellos solitarios malhumoradosque no apreciaban en absoluto la compañía de los humanos pero que conocían

perfectamente su territorio. — La acacia de Neith — repitió — . ¿Qué quieres de ella?

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 — Situarla en mi mapa. — Los mapas son inútiles. Es mejor fiarse del propio olfato. — ¿Querrás ayudarme, de todos modos? — Primero tengo que terminar mi almuerzo. ¿Tienes hambre?

Los dos comensales comieron en silencio. Luego, el falso pastor se levantó. — La isla de Sobek se encuentra en un extremo del lago  — explicó — . Tomaremosmi barca.Apartó las cañas y soltó la amarra. — Agárrate a mi brazo  — le recomendó a Iker — . Con el número de depredadoresque merodean por aquí será mejor que no caigas al agua.Iker hizo mal confiando en su guía. Precisamente cuando el escriba se manteníaen equilibrio, el capitán lo empujó con violencia.Al chocar con la superficie del lago, el hijo real hizo brotar grandes salpicaduras.

Transcurridos unos instantes, para sobreponerse y nadar hacia la orilla, violanzarse hacia él al viejo cocodrilo, dueño del lugar, de ochocientos kilos de peso,que, apoderándose de Iker, se hundió en las profundidades. — ¡Misión cumplida! — rió el capitán.El asesino no tuvo ocasión de alegrarse más pues, surgiendo de una espesura,Sekari le propinó un cabezazo en los riñones y lo lanzó también al lago. — ¡Socorro  — aulló el capitán — , no sé nadar!Aunque Sekari hubiese querido ayudarlo, no habría tenido posibilidad alguna delograrlo. Dos cocodrilos más se encargaban ya de aquella gesticulante presa. Elprimero tomó el cuello entre dos mandíbulas provistas de setenta colmillosperforadores, el segundo se encargó de la pierna izquierda. Coléricos, losmonstruos destrozaron al enviado del Anunciador.Sekari se sentía furioso consigo mismo. — ¡Me ha parecido un pastor de verdad! Aunque desconfiaba de él, no creí queagrediera a Iker antes de llevarlo hasta la acacia.Viento del Norte miraba fijamente el agua, enrojecida por la sangre del capitán. — ¡No puedo abandonar a Iker, voy a zambullirme!Pero el asno se plantó ante Sekari y levantó la oreja izquierda. — ¿Cómo que no? Tal vez esté sólo herido, tal vez...

En los grandes ojos del animal, Sekari leyó una inquebrantable determinación. Y,desalentado, se sentó en la ribera. — Tienes razón, sólo conseguiría que me devorasen a mí también.Ahora, numerosos cocodrilos combatían entre sí, procurando todos ellos obtenerparte del festín.Sekari lloró. — No he podido salvar a mi mejor amigo. Ha muerto por mi culpa.Viento del Norte levantó la oreja izquierda. Sekari lo acarició. — Tu bondad me caldea el corazón, pero me detesto a mí mismo. Vamos,

marchémonos de aquí.El asno se interpuso de nuevo.

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 — ¿Y es así? — Hasta ahora, no, pero ¿acaso somos, nunca, demasiado prudentes? — El genio maligno que se oculta en las tinieblas ha destruido la acacia de Neith.Se diría que presiente nuestras iniciativas.

 — Razón de más para dirigirnos de inmediato a Kahun, detener a Bina ydesmantelar su organización. — Asegurémonos, primero, de la rectitud del alcalde. — Debes entrar en la ciudad del modo más oficial  — recomendó Sekari — . Si temete en la cárcel, haré que intervenga el ejército. Esperemos que la ciudad no estéen manos de los asiáticos.Bina estaba preparada. Dentro de tres días, los asiáticos instalados en Kahuntomarían las armas que habían fabricado y ocultado para atacar, luego, lospuestos de guardia durante la noche. Con su cómplice Ibcha, tan decidido como

ella, la muchacha acabaría después con los escribas para aterrorizar a la poblacióny hacerle comprender que sus nuevos dueños rechazaban la antigua cultura.Tras la caída de Kahun, Bina emprendería la conquista de las otras poblacionesdel Fayum. Ninguna aldea se le resistiría. Llegarían otras caravanas de asiáticoscomo re fuerzo, y el ejército de Sesostris, inmovilizado en Canaán, tardaríamucho tiempo en reaccionar. Luego, sufriría los ataques de una agotadoraguerrilla.Esas eran las directrices del Anunciador, que la hermosa morena iba a seguir alpie de la letra. Su victoria se debería a su encanto. Cada tres meses, el alcalderenovaba por completo la guardia de Kahun, pero Bina había seducido alfuncionario encargado de las próximas sustituciones. Tanto con sus caricias comocon sus ardientes declaraciones, lo había convencido de que se uniera a su causa,proponiéndole un cargo de primera línea en el futuro alto mando. Gracias a aquelingenuo, que sería el primero en desaparecer, conocía el número exacto desoldados y sus posiciones.Al cabo de unos pocos minutos, los asiáticos los aniquilarían.

 — Nombre y cargo — exigió el guardia que vigilaba la puerta principal de Kahun. — Iker, escriba y sacerdote temporal del templo de Anubis.

 — ¿Algo que declarar? — Mi material de escritura.El oficial registró las alforjas que llevaba Viento del Norte. — Puedes pasar. Yo muy pronto habré acabado con este maldito trabajo. Pasadomañana, por fin, el relevo, y entonces regresaré al Delta. — ¿Está tranquila la ciudad?  — preguntó Iker. — Sin novedad alguna.Precedido por Viento del Norte, que conocía bien Kahun, Iker se dirigió hacia laenorme villa del alcalde, poblada por un importante número de escribas y

artesanos.Uno de los empleados en el correo lo reconoció.

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 — Iker... Pero ¿dónde has estado? — ¿Está el alcalde en su despacho? — Nunca sale de él. Te anunciaré.El muchacho instaló a Viento del Norte a la sombra de un cobertizo e hizo que le

proporcionaran forraje. Un escriba condujo al visitante hasta el corazón de lavilla.El alcalde salió de detrás de un montón de expedientes. — ¡Iker, dime que no eres tú...! ¡No puedes ser tú, el que fue nombrado hijo realpor el decreto que acabo de recibir! — Mucho me temo que sí. — Cuando desapareciste, renuncié a iniciar una investigación. Sin embargo,habrías merecido severas sanciones. Pero sentí que estaba tramándose algoextraño pues, realmente, eras muy distinto de los demás escribas. Apuesto a quehas venido en misión oficial. — Quiero saber a qué dueño servís.El alcalde se agarró a su sillón. — ¿Qué significa esa pregunta? — Han intentado asesinar al rey. Aquí mismo, en Kahun, se ocultan losterroristas. Ya no tardarán en actuar. — ¿Te... te estás burlando de mí? — Conozco a algunos de los conspiradores. La mayoría son asiáticos empleadoscomo metalúrgicos.El alcalde parecía estupefacto.

 — ¡No estás hablando de Kahun, de mi ciudad! — Por desgracia, sí. O sois cómplice de los terroristas o me ayudaréis aerradicarlos. — ¿Que yo estoy del lado de esos bandidos? ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Cuántossoldados quieres? — Detenerlos a todos al mismo tiempo implica no dar la voz de alarma. Unaintervención mal preparada acabaría con excesivos choques sangrientos. — ¿Qué propone entonces el hijo real Iker? — Reunid a los responsables y organicemos una serie de operaciones bien

dirigidas. Tras haber desmontado la conspiración, me procuraréis la lista de losastilleros del Fayum, incluidos los que fueron cerrados y sin olvidar aquel para elque trabajaba el difunto carpintero Cepillo. — Será laborioso reunir todos esos elementos, pero los tendrás. — ¿Puedo instalarme en mi antigua casa?El alcalde pareció molesto. — Imposible. — ¿Acaso la habéis atribuido a otro? — No, en absoluto... En fin, tú mismo verás.

El herrero empleado en el anexo de la villa del alcalde alegó un insoportable dolor

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de espalda y dejó la responsabilidad de la forja a su ayudante, para consultarurgentemente con un terapeuta.En realidad, acababa de reconocer a Iker y debía avisar en seguida a su jefe,Ibcha, capataz del principal taller de fabricación de armas.

Ibcha ordenó que fueran a buscar a Bina, que abandonó de inmediato la limpiezade la lujosa morada del conservador de los archivos, su más reciente patrón.El trío se encerró en un almacén. — Iker ha vuelto — reveló el herrero. — ¿Estás realmente seguro?  — preguntó Bina. — Soy muy buen fisonomista. — Es una catástrofe — deploró Ibcha.Bina no lo contradijo. Sabía que el comando enviado por Jeta- de- través paramatar al rey había fracasado y que Iker se había convertido en pupilo único de

palacio; dicho de otro modo, en un fiel servidor del faraón.Sin embargo, según recientes informaciones, Iker, caído en desgracia y obligadoa abandonar la corte, se había dirigido hacia el sur con una esperanza de vida muyreducida, puesto que uno de los agentes del libanés se disponía a eliminarlo. — Iker sigue gozando de la confianza del faraón  — estimó — . Le ha encargadoque acabara con nosotros. Sólo queda una solución: huir de inmediatollevándonos el máximo número de armas y sacrificando a nuestros peoreselementos, en una refriega que sirva de distracción.Ibcha se rebeló: — ¡Estamos a pocas horas de la toma de Kahun! — El hijo real ha ido a casa del alcalde para organizar nuestro arresto. Nos quierevivos. ¿Acaso olvidas que conoce el emplazamiento del taller de cuchillería y elverdadero papel de los metalúrgicos asiáticos? No tenemos ni un instante queperder. Si vacilamos, estamos perdidos.Derrumbándose, Ibcha se rindió a las razones de su jefa. — ¿De qué tipo de distracción estás hablando? — Del ataque a la villa del alcalde.Iker y Viento del Norte estaban aterrados.De su hermosa mansión y su soberbio mobiliario sólo quedaban ya ruinas que

mostraban los estigmas de un violento incendio. — No pudimos salvar nada  — explicó el Melenudo, escriba oportunista yperezoso, presente siempre en caso de desgracia — . El fuego se inició en plenanoche, y no fue un accidente. — ¿Por qué estás tan seguro? — Porque había por lo menos diez focos que se encendieron al mismo tiempo. Poresa razón la ayuda resultó ineficaz. Una anciana vio huir a varios hombres. Ya losabes, Iker, te tengo afecto, pero hay envidiosos y malhechores. — ¿Tienes sospechas?

 — Concretas, no... ¿Es cierto que te has convertido en el hijo adoptivo del faraón? — Sí, así es.

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 — ¿Me ayudarás entonces a obtener un ascenso? — Esa decisión corresponde al alcalde. — El alcalde no me aprecia demasiado. ¿Me apoyarías si te proporcionara unainformación fundamental?

 — Proporciónamela. — ¿Dónde piensas alojarte? — En el templo de Anubis.El asno tomó la dirección del santuario, cuyos permanentes recibieron a Iker convariadas actitudes. A unos les satisfacía volver a verlo, pero otros le reprocharonhaber abandonado su puesto de temporal sin avisar a nadie.El muchacho presentó excusas a los sacerdotes, que agradecieron al hijo real quehonrara el lugar con su presencia. Le proporcionaron la mejor habitación, pero elescriba quiso ver de nuevo la biblioteca donde había clasificado y ordenadotantos notables manuscritos que databan de la época de las grandes pirámides.Su meditación duró muy poco, pues el Melenudo solicitó una entrevista. Iker lorecibió en su habitación. — ¡Tengo tu información! ¿Hablarás con el alcalde? — Lo haré. — Pues bien, ésta es: uno de los incendiarios era el herrero asiático empleado enel ayuntamiento. Esta mañana, cuando te ha visto, ha abandonadoprecipitadamente su puesto por unos dolores dorsales. Según su ayudante, no eracierto, porque corría como una liebre.Iker había sido descubierto, pues, por uno de los hombres de Bina. O iniciaría

muy pronto las hostilidades o precipitaría la fuga de sus acólitos. Puesto que laintervención policial no estaba a punto aún, la joven asiática disponía de unaindudable ventaja. — ¡Pronto, Melenudo! Avisemos al jefe de la guardia.Mientras los dos hombres corrían hacia el cuartel, se oyeron algunos gritos. — ¡Están atacando la villa del alcalde!  — aulló un vendedor de jarrasabandonando su carga.

37

Militares y policías corrieron hacia la morada del alcalde. Mientras la confusiónse instalaba en la ciudad, Bina, Ibcha y numerosos asiáticos salieron de ella, conpesados cestos a cuestas llenos de armas. — Mantente alejado de la multitud  — recomendó Sekari a Iker — . En medio deeste jaleo resulta imposible protegerte de algún mal golpe.En la acrópolis de Kahun rugía el combate. Los mártires designados por Binahabían matado a varios servidores desarmados, pero los artesanos se defendíancon sus herramientas. Y, cuando aparecieron las fuerzas del orden, algunos

asiáticos, renunciando a su promesa de dar su vida por la causa, se dispersaroncomo gorriones asustados. Otros, en cambio, lucharon ferozmente pero su-

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cumbieron por su inferioridad numérica.Se inició entonces una larga y difícil caza del hombre que terminó dos horas mástarde. Ninguno de los terroristas se salvó.El alcalde, impresionado, consolaba a los heridos.

Iker y Sekari intentaron saber cuántos asiáticos habían escapado y qué direcciónhabían tomado. Seleccionar los testimonios en los que se mezclaban miedo y exa-geración no fue fácil. De ellos salieron, sin embargo, dos grandes probabilidades:una parte de los fugitivos hacia el norte de la provincia, otra hacia el Nilo. — Ya investigaremos luego  — decidió Sekari — . Lo más urgente es identificar asus eventuales cómplices en la propia ciudad, de lo contrario, nos arriesgamos aun nuevo atentado.Había un solo sospechoso indemne: el herrero que había avisado a los asiáticos.Aunque había intentado aparecer como víctima, nadie creía en su mentira.

Un oficial lo agarró del pelo. — Dejadme interrogarlo a mi modo. Lo dirá todo, creedme. — Nada de tortura  — decidió Iker. — En el presente caso, el fin justifica los medios. — Yo mismo interrogaré al prisionero.El oficial soltó al artesano; contradecir a un hijo real podía acarrearle gravesproblemas. — ¿Veías con frecuencia a Bina? — Como muchos habitantes de Kahun. — ¿Cuál era su plan para apoderarse de la ciudad? — Yo no sé nada. — Eso no es muy verosímil  — observó Iker — , puesto que ocupabas un puesto deobservación privilegiado en la propia villa del alcalde. ¿No debías acabar con élcuando estallara el motín? — Yo sólo hacía mi trabajo.Sekari se sentó junto al prisionero. — Yo, amigo mío, no soy soldado ni policía. El hijo real que te pregunta con tantaamabilidad no ejerce sobre mí influencia alguna, pues mi carrera no depende deél. Lo divertido es que soy más bien experto en materia de interrogatorios.

Confidencialmente, puedo decirte que la cosa me distrae. Por tu parte, claro está,te divertirás mucho menos.Sekari mostró un pedazo de madera puntiaguda. — Siempre comienzo reventando un ojo. Al parecer, es muy doloroso, sobre todocuando no se dispone de una buena herramienta. Y eso es sólo un aperitivo.Luego paso a las cosas serias. Si el hijo real tiene la bondad de alejarse para evitarpresenciar tan penoso espectáculo...Iker dio la espalda al herrero. — ¡Quedaos, os lo suplico, e impedid que este loco me torture! ¡Hablaré, os lo

prometo!El escriba regresó junto al artesano.

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 — Ese cobarde no sabe combatir  — advirtió Sekari — . ¿Cómo te sientes, Iker? — Sólo será un hematoma. Despertémoslo.Sekari hundió en el canal la cabeza del capitán. — ¡No me matéis!  — imploró.

 — Eso dependerá de tus respuestas. Sabemos que eres el traidor comprado porBina, la asiática. — Nuestra causa triunfará, estamos oprimidos y... — Tu discurso no nos interesa, y vuestra conspiración ha fracasado. ¿Adonde hanido tus cómplices? — Debo callar...Sekari volvió a sumergirle la cabeza en el agua y la dejó así un buen rato. Cuandovolvió a sacarla, a Rechi le costó recuperar el aliento. — Estoy perdiendo la paciencia. O hablas o acabarás en ese canal tu miserable

existencia.El capitán no tomó a la ligera las amenazas de Sekari. — Los asiáticos se han separado en dos grupos. El primero ha tomado la pista quelleva al gran lago, el otro ha embarcado hacia Menfis. — ¿Para reunirse con quién?  — preguntó Iker. — Lo ignoro. — ¿Otro chapuzón?  — sugirió Sekari. — ¡No, piedad! ¡Os juro que os he dicho todo cuantosé! — Llevémoslo a Kahun  — ordenó el escriba.

El alcalde, agitado y envejecido, recuperaba poco a poco el ánimo. Eliminadoslos sediciosos y desaparecidas las huellas del combate, Kahun volvía a ser unaciudad tranquila y coqueta. — Nunca podría haber imaginado semejante tragedia  — le confesó a Iker. — Los terroristas contaban con nuestra imprevisión  — estimó Iker — , y están muylejos de haber sido aniquilados. — Antes de marcharte, asiste a la fiesta de Sokaris  — solicitó el alcalde — . Así tendré tiempo de reunir las informaciones que necesitas.

Iker recordaba que el nombre de aquel dios misterioso figuraba en el canto de loshombres que llevaban la silla de manos: «La vida es renovada por Sokaris.»Como sacerdote temporal de Anubis, se integró en el equipo que llevóprocesionalmente la extraordinaria barca de Sokaris, que encarnaba la fuerza delas profundidades que conduce el alma de los justos por el camino de laresurrección. A proa, una cabeza de antílope, animal de Seth, cuya capacidad dedestrucción había sido dominada, sacrificada y, luego, utilizada en favor de laarmonía. En las proximidades, un pez encargado de guiar al dios de la luz por lastinieblas de los abismos, y las golondrinas llegadas del más allá. En el centro de la

barca, la cabina simbolizaba el cerro primordial donde se manifestó la vida en la«primera vez», revitalizado todos los días. De ella salía una cabeza de halcón,

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La región parecía segura. Sin embargo, los especialistas se mostraban reacios aproseguir hacia el sur. — ¿Qué temes?  — preguntó Sepi al teniente — . ¿Acaso no has recorrido cienveces esta región?

 — Sí, pero no me fío de las tribus nubias. — ¿Piensas que no somos capaces de meter en cintura a unos pocos bandidos? — Los nubios son poderosos guerreros, de legendaria crueldad. Necesitaríamosalgunos refuerzos. — Imposible, nos verían desde lejos. He recibido la orden de pasar desapercibido.¿Qué tipo de enemigo esperáis, concretamente? — Ya veremos. — Un monstruo del desierto... ¿Es eso? — - Si se manifiesta, dispongo de las fórmulas adecuadas para dejarlo clavado.

Sepi no era un fanfarrón, por lo que el teniente se sintió tranquilizado. — ¿Por qué en Elefantina no han advertido al faraón de los desórdenes queprovocan esos nubios?  — preguntó el general. — Cuando la provincia se consideraba independiente, adoptó malas costumbres, ymodificarlas requerirá tiempo.En cuanto regresara al valle del Nilo, Sepi resolvería el problema sinmiramientos. Aunque la gran provincia del sur se hubiera unido a Sesostris, sucomportamiento seguía siendo poco satisfactorio.El pequeño cuerpo expedicionario tomó la pista que recorría el uadi Allaki, haciael este. Por desgracia, el mapa de Sepi no se adecuaba ya a la realidad del terreno.El teniente, asombrado, no reconocía el lugar. — Los vientos desplazan las dunas  — recordó — , y las violentas tormentasalimentan los ueds, cuyo curso se modifica. Pero es muy extraño, se diría queunas manos gigantescas han movido las rocas. Será mejor dar marcha atrás. — Al contrario — opinó Sepi — , no desdeñemos semejante señal. Iremos tan lejoscomo nos lo permitan nuestras reservas de agua. Tal vez encontremos un pozo.Al cabo de tres días de marcha divisaron unos edificios de piedra seca queseñalaban el emplazamiento de una explotación minera.Un técnico penetró en una estrecha galería con la esperanza de que contuviera

aún filones explotables. Apenas había avanzado cuando el techo se derrumbó.Sus compañeros intentaron liberarlo en seguida, pero tras varias horas deesfuerzos sólo sacaron un cadáver. Otras entradas de galerías parecían tambiénaccesibles, pero Sepi decidió no correr riesgo alguno. Cogió una gran piedra y lalanzó al interior de un pasadizo descendente.Unos segundos más tarde se oyó un gran estruendo. También aquel techo se habíaderrumbado. — La mina entera es una trampa  — concluyó el general. — Volvamos a Egipto  — recomendó el teniente.

 — Quieren obligarnos a renunciar. Pero el enemigo no me conoce. — ¡Más allá de este lugar no hay nada!

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 — Tú te quedarás aquí con el equipo; yo, junto con un voluntario, proseguiré. Sidescubrimos otro yacimiento, volveremos a buscaros.

Robusto y atezado, el voluntario lamentaba su decisión. Sin embargo, ya hacía

mucho tiempo que recorría las pistas del desierto. El calor, la ardiente arena, losojos inflamados, los espejismos, los insectos... Nada de qué asustarse. Perorespiraba mal. El viento se levantaba de pronto, azotaba la piel y, luego,desaparecía con la misma rapidez, dando paso a un sol devorador. Algunas pulgasle torturaban las pantorrillas, y era la tercera víbora cornuda, muy agresiva, queahuyentaba tirándole piedras. — Dejémoslo, general. — Un esfuerzo más, soldado. — Esto es el infierno. Aquí sólo hay arena, reptiles y escorpiones, pero ni rastrode oro. — Yo no lo creo así.El voluntario se preguntaba de dónde sacaba Sepi tanta energía. Paso a paso, losiguió.De pronto, una aparición.Un hombre de gran talla, con barba y la cabeza cubierta por un turbante.Sepi se acercó, intrigado. — ¿Quién eres? — Soy el Anunciador y sabía que te atreverías a llegar hasta aquí, general Sepi.Inútil hazaña, condenada al olvido. Y ahora debes morir.

Sepi blandió su espada y se arrojó sobre el extraño personaje. Creyó poderhundirle la hoja en el vientre, pero unas garras de halcón se clavaron en su brazo ylo obligaron a soltar el arma.Rozando al voluntario, petrificado, unos monstruos brotaron de ninguna parte.Un enorme león, un antílope con un cuerno en la frente y un grifo se abalanzaronsobre el infortunado general, que fue derribado y desgarrado.El soldado intentó huir, pero una poderosa mano lo arrojó al suelo. — A ti te concedo la vida, así podrás contar lo que has visto.

 — El pobre muchacho está completamente desquiciado  — advirtió el teniente — .El sol le ha calcinado el cerebro. — ¡Los monstruos del desierto existen!  — objetó un prospector. — Pienso más bien en un ataque de los nubios. Aterrorizado, ha abandonado algeneral Sepi. Deserción... Si no estuviera en ese estado, este asunto le supondríauna dura condena. — Tiene el cuerpo quemado casi por completo, está viviendo sus últimosmomentos. Llegar hasta aquí le ha exigido un increíble valor. Recordadlo,teniente: ¡también vos teméis a esos monstruos!

 — Tal vez, tal vez... En todo caso, no podemos abandonar en el desierto elcadáver del general Sepi, suponiendo que, en efecto, haya muerto.

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Pero el árbol de vida sigue resistiendo aún el maleficio. — Te traigo oro. Tal vez lo cure.Bega rechinó los dientes. ¿Acaso los fieles del faraón habrían acabadoobteniendo lo imposible?

 — Dirijámonos a la acacia  — ordenó Sesostris.La procesión se organizó en silencio.Esperando que el valioso metal fuera eficaz y disipara la pesadilla, Isis entró enprimer lugar en el campo de fuerzas delimitado por las cuatro jóvenes acaciasplantadas alrededor del árbol de vida y que correspondían a los puntos cardinales.A sus pies, vertió agua y leche.Luego, el rey se aproximó y tocó el tronco con el oro procedente del desierto deCoptos. Ninguna reacción se produjo, ningún calor corrió por las venas de laacacia.El mismo fracaso se repitió con las demás muestras enviadas por el general Sepi.Mientras que la aflicción se apoderaba de la concurrencia, Bega se alegraba anteaquella derrota, aunque lucía un rostro desalentado. — Majestad, no sólo necesitamos el oro regenerador para curar el árbol, sinotambién para fabricar los objetos rituales sin los que los misterios osiriacos nopodrían celebrarse con rectitud  — recordó el Calvo. — Las investigaciones que se llevan a cabo en Nubia sólo están empezando. Sialguien puede encontrar ese metal indispensable, ése es Sepi. Ahora, iniciemos ados nuevos seguidores de Maat en el «Círculo de oro» de Abydos. Que Khnum-Hotep y Djehuty se retiren a una celda del templo de Osiris y allí mediten.

Hacía mucho tiempo que el «Círculo de oro» no se había reunido al completo, entorno a las cuatro mesas de ofrendas que marcaban la inalterable voluntad de susmiembros de consagrar su vida a la transmisión de la espiritualidad osiriaca.Sesostris pensaba en Sekari, que se encargaba de garantizar la seguridad de suhijo adoptivo, en el general Nesmontu, ocupado en consolidar la paz en la regiónsirio- palestina, y en el general Sepi, cuya misión se anunciaba más difícil aún delo previsto.Crueles ausencias, pero el rey sabía que habrían aprobado sin reservas las

iniciaciones de Khnum- Hotep y de Djehuty, dos antiguos oponentes que sehabían convertido en sus fieles servidores y, más allá de su persona, en los de lainstitución faraónica, única garantía del mantenimiento de Maat en la tierra.Pese a los peligros que amenazaban al país y a la profunda decepción provocadapor el reciente fracaso, las dos ceremonias se desarrollaron serenamente, como silos participantes estuvieran fuera del tiempo. Khnum- Hotep se colocó en elseptentrión, acompañado por Senankh, y Djehuty a occidente, junto al Calvo.El banquete estaba ya tocando a su fin cuando un miembro de los servicios deseguridad anunció la llegada de un teniente procedente de Nubia. El monarca lo

recibió de inmediato.El oficial habría preferido luchar contra unos guerreros desenfrenados más que

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que los asiáticos tomaran la ciudad! Sin duda, el Anunciador consideraría a Binaresponsable de tan mala suerte. Y, en ese caso, sus días estaban contados. Sinembargo, la hermosa morena no temía enfrentarse con él ni explicarse. Acusaría,incluso, a sus aliados de Menfis de imprevisión.

Un pelirrojo de mirada maligna recibió a Bina en el puerto. De acuerdo con lasconsignas de seguridad, los asiáticos se habían dispersado antes de entrar en lacapital, pues la policía buscaría uno o varios grupos de extranjeros. — Te pareces al retrato que me han hecho de ti, niña. — Ya no soy una niña. Y tú, oculta mejor tu cuchillo de sílex. Una mirada expertalo descubrirá fácilmente.Una mueca deformó los labios de Shab el Retorcido. — Camina unos pasos detrás de mí, niña, y no me pierdas de vista. No es hora dearrullar ante los varones.Dado el número de ociosos que paseaban por las calles de Menfis no era difícilpasar desapercibido. Bina se metió entre la multitud y siguió a su guía en actitudalerta.Cuando el Retorcido se metió en una tienda, ella lo imitó.La puerta se cerró de inmediato a sus espaldas. — Tengo que registrarte, niña. — ¡No vas a tocarme! — Son las normas. No hacemos excepción alguna.Sin bajar los ojos, Bina se quitó la túnica y la ropa interior. Desnuda, desafió aShab el Retorcido.

 — Como puedes comprobar, no oculto arma alguna. Devuélveme mis vestidos.El pelirrojo se los echó a la cara. La hermosa morena volvió a vestirse lentamente. — Sube al primer piso  — le ordenó, severo.La irónica sonrisa de Bina desapareció. Su próximo interlocutor sería mucho máspeligroso que ese mirón.La estancia estaba sumida en una oscuridad casi completa.Inmóvil, nerviosa, la muchacha sintió una presencia. En las tinieblas vio dospuntos rojos. — Sé bienvenida — dijo la dulce voz del Anunciador — . Sólo divisas mis ojos; yo,

en cambio, te veo muy bien. Eres hermosa, astuta y valiente, pero no has dado aúntoda tu medida. — No soy responsable del fracaso de Kahun, señor, pues no fui avisada delregreso de Iker ni de su verdadera misión. Nos resultó imposible apoderarnos dela ciudad según el plan previsto. Decidí preservar nuestros mejores hombres antesque verlos perecer a todos en un combate perdido de antemano.Siguió un largo silencio.Temblorosa, con los puños cerrados, Bina aguardó el veredicto. — Nada te reprocho, muchacha. En tan delicadas circunstancias has dado pruebas

de iniciativa y has salvado la mayoría de las armas fabricadas en Kahun pornuestros adeptos. Nuestra organización de Menfis está ahora muy bien equipada

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y podremos ayudar mejor a nuestros hermanos de Canaán.Bina respiró con más facilidad, pero no se sintió satisfecha con ese elogio. — ¡Señor, mi lugar no es éste! Podría haber sido más útil dirigiéndome al templo,  junto al gran lago. Esa fase de nuestra empresa se anuncia ardua, y no estoy

segura de que Ibcha, a pesar de su decisión, sea capaz de llevarla a cabo.Los puntos rojos llamearon. — Que tu talento no te arrastre a la desobediencia. Soy yo el que manda, Bina, ysólo yo, pues nadie más escucha la voz de Dios. Él me otorga la amplitud demirasnecesaria para dirigir nuestra estrategia según Su voluntad. Tú, como los demásdiscípulos, debes doblegarte ante ella sin rechistar.Bina nunca permitía que un hombre la domeñara. Con el Anunciador, en cambio,era distinto. El se afirmaba como un auténtico jefe, inspirado por una fuerza supe-

rior que, tras haber arrasado Egipto, se extendería al mundo entero. Matar,destruir, torturar era algo que no turbaba a la joven asiática, puesto que no habíaotro medio de hacer triunfar la causa a la que consagraba su existencia. Vengaría,así, a su pueblo humillado. — Aquí vas a serme más útil  — prosiguió el Anunciador — , pues voy a dotarte denuevos poderes. Hasta ahora, sólo has combatido con tus propias cualidades. Nobastarán ante nuestros temibles adversarios. Acércate, Bina.Por unos breves instantes, ella sintió deseos de huir. ¡Qué vergüenza ceder ante elpánico, tan cerca de un maestro supremo!Avanzó.El fulgor de los ojos se intensificó. De pronto, Bina tuvo la impresión de que unpico de halcón se hundía en su frente y unas garras en sus brazos. A pesar de laintensidad del ataque, la muchacha no sintió dolor alguno.Habría jurado que una tibia sangre corría por todo su cuerpo, de la cabeza a lospies. — Mi carne está ahora en tu carne, mi sangre en tu sangre. Te conviertes así enreina de las tinieblas.

Incrédulos aún, Medes y Gergu contemplaban el minúsculo tatuaje que

representaba la cabeza de Seth, grabada en la palma de su mano. — De modo que no lo hemos soñado — concluyó Gergu abalanzándose sobre unacopa de cerveza — . ¿Creéis que ese Anunciador es sólo un hombre? ¡Es undemonio brotado del corazón de la noche! — Es mucho más que eso, amigo mío, mucho más. Es el mal, ese mal que mefascina desde siempre y que la ley de Maat intenta ahogar. Hemos dado yagrandes pasos juntos, y la alianza con Bega nos permitía entrever hermosasperspectivas. Pero el Anunciador tiene otra dimensión. Con él llevaremos a caboprodigios.

 — Pues yo dejaría que lo lograse a solas. — Nos necesita. Por muy poderoso que sea tiene que apoyarse en hombres

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seguros, buenos conocedores del país y de su administración. Nuestro papel será,pues, primordial. El Anunciador no nos ha elegido por casualidad, y ocuparemoslos primeros lugares en el futuro gobierno de Egipto. A él le corresponde correr elmáximo riesgo para eliminar a Sesostris; a nosotros, el fruto de la victoria.

Menos optimista que Medes, Gergu temía tanto al Anunciador que obedecería susórdenes al pie de la letra. — Ve al puerto  — exigió Medes — e intenta saber si está anunciado el navio delfaraón.No comprendía por qué la pareja real, el visir y los principales personajes delEstado habían abandonado Menfis. Mientras él se encargaba de los asuntos encurso, Sobek el Protector garantizaba la seguridad de la capital. Sin duda, éstesabía mucho sobre el objetivo de esa expedición y su duración, peropreguntárselo habría despertado su desconfianza. Medes debía seguir portándosecomo un perfecto secretario de la Casa del Rey, trabajador, competente ydiscreto.De pronto, el palacio se agitó y todo el personal salió de su sopor.Desde la ventana de su despacho, Medes contempló el regreso de Sesostris y desus ministros. La Casa del Rey fue convocada en seguida, y su secretario tuvo quedar minuciosa cuenta de su gestión. El visir le hizo numerosas preguntas, y no sele dirigió reproche alguno.Todo el mundo tenía el rostro grave, marcado por una profunda tristeza.

 — ¿Qué has sabido?  — preguntó Medes a Gergu.

 — ¡Es curiosa, entre los marinos, esa necesidad de contar sus viajes! El faraónviene de Abydos. — Ve a ver a Bega. Nos revelará qué ha ocurrido allí. — Sé que el rey se ha detenido en Khemenu, la capital de la provincia de laLiebre, para celebrar allí los funerales del general Sepi, cuyo cuerpo fue llevadoen un barco que procedía del sur. — Sesostris pierde a un hombre valioso. ¿Se conocen las causas de su muerte? — Al parecer, cayó en manos de los nubios. Algunos mineros y prospectoresasistían a la ceremonia, y Sepi gozó de un sarcófago excepcional.

 — Nubia, mineros, prospectores... ¡Seguro que Sepi buscaba el oro sanador! SóloBega podrá decirnos si lo ha encontrado.De acuerdo con el proceso habitual, Gergu se dirigió a Abydos para entregar a lospermanentes productos de calidad superior y recibir el nuevo encargo de Bega. Elsacerdote había considerado oportuno aguardar el regreso a la normalidad antesde reanudar el tráfico de estelas. Durante la estancia del rey y de sus ministros, elaumento de los efectivos militares y policiales impedía cualquier transacción.Las informaciones de Bega eran para alegrarse: ninguna de las muestras de oroproporcionadas por Sepi había curado al árbol de vida.

Añadiéndose a ese desesperante fracaso, la desaparición del general debilitaba almonarca, que, según Bega, tenía que limitarse a proteger mágicamente la acacia

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de Osiris, sin poder salvarla.Cada vez más, Egipto se parecía a un coloso con el corazón enfermo. Al obligarloa realizar agotadores esfuerzos, el Anunciador provocaría, antes o después, unacrisis fatal. La puerta del templo estaría entonces abierta de par en par, y Medes se

apoderaría de sus misterios.Contempló de nuevo la palma de su mano.El, un aliado de Seth, vencería a Osiris.

 — ¿Sin novedad? — Ninguna, majestad — respondió Sobek el Protector — . Y eso no me gusta. — ¿Por qué estás tan descontento de tu propia eficacia? — A través del alcalde de Kahun, el hijo real, Iker, nos avisó de que algunosterroristas se habían dirigido a Menfis. Mis hombres no han interceptado a

ninguno. Tres hipótesis: o los asiáticos, especialmente hábiles, se han infiltradosin ser descubiertos, gracias a una organización instalada en la capital, o se hanmarchado a otra parte, o Iker ha mentido. — Tu última hipótesis es una grave acusación. — Perdonadme, majestad, pero no puedo olvidar que ese muchacho intentóasesinaros. — Te equivocas, Sobek. Iker no quería matarme a mí, sino a un tirano criminal ysanguinario, decidido a arrebatarle la vida y a sumir al pueblo egipcio en ladesesperación. Un maestro de las tinieblas, que actuaba a través de otraspersonas, manipuló al joven escriba. Yo sabía que Iker iba a venir aquella noche.Tras haberlo visto, durante una fiesta campesina, sabía también que su corazón esgrande y recto. Gracias a Sekari fui informado de las peripecias que jalonaron sucamino hacia palacio.Las explicaciones del monarca hicieron dudar al Protector. — ¡Corristeis un riesgo enorme, majestad! — Ningún razonamiento podría haber convencido a Iker de que renunciara ahacer justicia. Sólo una entrevista podía desgarrar el velo que lo cegaba. — De modo que realmente confiáis en él... — El título que lleva no es sólo honorífico, pues sus deberes serán numerosos y

abrumadores. Muchas pruebas se anuncian y, sea cual sea el afecto que yo sientapor Iker, no tendré derecho a tratarlo con miramientos. — Si comprendo bien, preferís mi primera hipótesis. — Por desgracia, sí. — ¡Lo que implica me parece terrible! Los terroristas gozan, forzosamente, decómplices entre la población egipcia. Tienen alojamientos seguros y unaorganización infalible, en la que ninguno de mis informadores ha conseguidointroducirse hasta el momento. Y, más asombroso aún, el silencio. Nadie habla,nadie se felicita por desafiar a las autoridades.

 — He aquí la prueba de que todos los miembros de la organización tienen miedo;miedo de un jefe supremo que no vacilará en acabar con quien no sujete su

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lengua. Ese monstruo utilizaba a Iker, y forzosamente lo encontrará en su camino. — ¿Por qué el hijo real no ha regresado a Menfis? — Porque tú velas sobre la capital y él sigue otra pista. Kahun no teme ya nada,pero probablemente una parte de los asiáticos no ha salido del Fayum. Iker debe

descubrir por qué.

40

Precedido por Viento del Norte, Iker se dirigía hacia el gran lago21. Pese a lasobjeciones de Sekari, que lo seguía a bastante distancia y, como un perro deguardia, mantenía en alerta todos sus sentidos, el joven escriba quería exploraraquella pista.Iker, tranquilizado sobre la suerte de Kahun, sabía que el alcalde no se mostraríaya tan ingenuo y velaría con firmeza por la suerte de su ciudad. En cambio, sepreguntaba por qué parte de los asiáticos había huido hacia aquel lago.Provisto del amuleto que representaba el cetro Potencia, dotado de la rápidafuerza del cocodrilo y armado con el cuchillo de un genio guardián que le habíaofrecido Sesostris, el hijo real no temía el peligro.Su única debilidad era pensar demasiado a menudo en Isis.Estúpido, tímido, inconsistente, había sido incapaz de confesarle sussentimientos. Y su nuevo estatuto, inesperado, sin embargo, no le procurabaventaja alguna. A la muchacha le traía sin cuidado su título, pues sólo se inte-resaba por Abydos.

¡Había soñado tanto con aquel encuentro, había ensayado tanto sus palabras y suactitud! Resultado: ¡un lamentable fracaso! No conseguía olvidar a Isis, al con-trario. Haber estado tan cerca de ella, haber podido hablarle, mirarla, respirar superfume, oír su voz, admirar su porte... ¡Tanta felicidad y tan fugaz, lamentable-mente!La aparición de dos mocetones que blandían unos garrotes lo devolvió a la brutalrealidad.El asno se detuvo y arañó el suelo. Ante esta señal, Iker comprendió que setrataba de un mal encuentro.

Los dos hombres avanzaron. Barbudo el uno, lampiño el otro. — Zona prohibida — dijo el de la barba — . ¿Qué estás buscando? — Un astillero abandonado.Los fortachones parecieron intrigados. — Un astillero... No lo conocemos. ¿Quién te envía? — El alcalde de Kahun. Estoy confeccionando un mapa del lugar, conindicaciones de los establecimientos públicos. — El problema es que nos han encargado que impidamos el paso.

21 El Birket Qarun.

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 — ¿Por orden de quién?El barbudo vaciló. — Pre... precisamente del alcalde de Kahun. — En ese caso, se acabó el problema. En mi informe indicaré que habéis

respetado escrupulosamente sus consignas. — De todos modos, no podemos autorizarte a pasar. Las órdenes son órdenes. — ¿Y sólo sois dos para vigilar las riberas del lago?La pregunta hizo enmudecer a los dos guardianes. — Daré marcha atrás  — concedió Iker — , pero tomaré otro itinerario. Además,vuestra guardia no tardará en terminar, pues unos soldados llegados de Kahuninspeccionarán muy pronto la región. — Ah... ¿Qué sucede? — El alcalde debe comprobar que unos asiáticos huidos no se ocultan en estos

parajes.Los dedos de la mano derecha del lampiño se crisparon en la empuñadura de sugarrote.Con el cuello tenso, Viento del Norte miraba al barbudo. — Eso supera nuestras competencias — estimó — . Regresaremos a nuestro puestoy esperaremos refuerzos. — Sobre lo del astillero, ¿quién podría informarme? — No tengo ni la menor idea. En cualquier caso, no se encuentra por aquí. — Así pues, me dirigiré en dirección opuesta.Iker se alejó lentamente, sintiendo clavada en él la mirada poco amistosa de losdos fortachones.Cuando estuvo fuera de su vista, Sekari se reunió conél. — Han salido corriendo como liebres  — le dijo — . He temido que te apalearan. — Sus explicaciones eran absurdas  — afirmó Iker — . Son cómplices de losasiáticos. De hecho, montaban guardia y han ido a avisar a su jefe. — El lugar no parece seguro. Será mejor que nos larguemos de aquí. — Al contrario, ¡estamos llegando al final! Viento del Norte seguirá fácilmente surastro.

 — Nuestro ejército se reduce a dos combatientes. — Te olvidas de mi asno. — Tres contra una pandilla armada, ¿no es muy poco? — Bastará con ser prudente.Sekari conocía la obstinación de Iker, por lo que no insistió. — Sobre todo, avancemos lentamente. — En caso de peligro, Viento del Norte nos avisará.El azul de las aguas del gran lago, tan brillante como el del cielo, los dejómaravillados. En la orilla, unos pescadores descansaban mientras degustaban un

pescado asado. Amablemente, invitaron a Iker a compartir su comida. Tras unlargo período de observación, Sekari se unió también a ellos.

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Regresó al templo. — He encontrado a los fugitivos  — anunció a Iker — . No hay ya canteros nipolicías. ¿Cuáles son las intenciones de los asiáticos? O se dirigen a Libia por eldesierto o proyectan algún golpe bajo.

 — ¿Hay algún puesto de observación donde podamos ocultarnos? — El tejado del santuario me parece perfecto. Si los enemigos hacen algúnmovimiento, los veremos, Por lo que se refiere a atacar, siendo dos, ni lo sueñes.Ignoro su número exacto, pero van armados con lanzas, espadas y arcos. — Se trata de un pequeño ejército, por lo que forzosamente se preparan para unaofensiva. — ¡No contra Kahun, sin duda! Esta vez, el alcalde no se dejaría sorprender. — Tenemos que descubrir su objetivo  — afirmó Iker. — Mientras tanto, ve a dormir. Te despertaré para tu guardia. — Sekari... ¿Por qué me has hablado del «Círculo de oro» de Abydos? — No lo sé... — Estás iniciado en sus misterios, ¿no es cierto? — ¿Cómo un patán como yo podría ser admitido en esa cofradía? Mi honorconsiste en servir al faraón lo mejor posible. Dejo los secretos para los demás.La espera no fue muy larga.Al amanecer, una columna de asiáticos salió de su campamento. Iker reconoció asu jefe, Ibcha, con su espesa barba y sus gruesos brazos, pero no descubrió a Bina.¿Habría ido a Menfis con el otro grupo?Sekari abrió los ojos.

 — ¿Se marchan todos? — Tengo esa impresión.Minutos más tarde la duda desapareció: los terroristas abandonaban sumadriguera del Fayum. La elección de su itinerario proporcionaría unainformación decisiva. El desierto supondría la huida. La pista del este, unaestrategia de ataque. — La pista del este — advirtió Sekari, inquieto. — Sigámoslos — exigió Iker.

41

El general Nesmontu detestaba la ciudad de Siquem y también a los cananeos. Sihubiera podido mandar más al norte a toda la población y transformar la región enreserva natural, habría obtenido una tranquilidad ilusoria, pues el viejo soldadono se engañaba: la calma impuesta era sólo aparente. Cada familia tenía uno ovarios disidentes que soñaban con exterminar a los egipcios.Por décima vez intentaba poner en marcha un gobierno local encargado deadministrar la ciudad y las aldeas de los alrededores. Pero en cuanto un cananeo

disponía de un espacio de poder, por mínimo que fuera, pensaba de inmediato eninstalar su propio sistema de corrupción, sin importarle en absoluto el bienestar

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de sus compatriotas. En cuanto tenía pruebas de una malversación, Nesmontuencarcelaba al culpable y elegía a un nuevo responsable, que muy prontoresultaba ser tan deshonesto como el precedente. El general debía contar tambiéncon los innumerables clanes que estaban constantemente en conflicto para

obtener las máximas ventajas del protectorado.Si de él hubiera dependido, Nesmontu habría cortado por lo sano, pero ejecutabalas órdenes del faraón, preocupado por apaciguar las tensiones. Según él, una pazduradera sólo se lograría a partir de la prosperidad.El viejo general no creía en ello. Con los cananeos no había respeto alguno de lapalabra dada ni de los contratos firmados. El mejor amigo de la víspera seconvertía en enemigo a la mañana siguiente, y la única regla que se aplicabaconstantemente era la mentira. A veces, Nesmontu conseguía echar mano aalgunos ladronzuelos, pero no había obtenido aún información alguna sobre el

hombre que había atacado al árbol de vida. — General, ha llegado un mensaje del faraón  — dijo su ordenanza.Cifrado, en efecto, el texto tenía la caligrafía de Sesostris. Las escasas líneassumieron a Nesmontu en una profunda tristeza, pues le comunicaban la muerte deSepi. En el seno del «Círculo de oro» de Abydos, él demostraba lucidez ydecisión. Cuando la reunificación parecía lejana, imposible incluso, se habíalanzado de cabeza a aquel combate, seguro de que Sesostris sería un gran faraón.La acacia de Osiris, privada del oro sanador, seguía siendo muy frágil. Sepi habíadado la vida para salvarla, y su sacrificio no sería inútil, pues sus hermanos enespíritu proseguirían la lucha, costara lo que costase. — General, nos comunican algunos que hay disturbios al sur de Siquem — añadióel ordenanza — . Un rebelde ha incendiado varias casas y se ha refugiado en ungranero vacío. — Allá voy.Hacía mucho tiempo que no se había producido un incidente tan grave. ¿Acasopreludiaba una tentativa de levantamiento? De ser así, Nesmontu la cortaría deraíz.A la cabeza de un regimiento con cuarenta arqueros y cuarenta lanceros corrióhacia el barrio en cuestión. Los más jóvenes apenas pudieron seguir el ritmo

impuesto por el general, que olvidaba su edad en cuanto iniciaba una maniobra.Al paso de la tropa se cerraron puertas y ventanas.Las casas acababan de arder. En un montón de basura yacía el cadáver de unempleado de la administración egipcia. — ¡Me las pagará!  — exclamó Nesmontu, trepando a grandes zancadas por laescalera del granero, mientras sus hombres se desplegaban.Cuando el general abrió la trampilla, el cananeo oculto en el silo vacío esgrimiósu puñal. Jeta- de- través le había prometido que Nesmontu sería el primero enllegar al lugar y que podría acabar con él sin dificultad.

El veterano soldado vio salir el arma destinada a matarlo, y en un acto reflejo searrojó hacia un lado. La hoja le rozó el hombro izquierdo, trazando un surco

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sanguinolento.Los arqueros egipcios rodearon al herido y apuntaron al agresor. — ¡No disparéis!  — ordenó Nesmontu — . Sacad a ese cobarde de su agujero yaseguraos de que no queden otros por aquí.

Temiendo por su vida, el cananeo aullaba. — No le hagáis daño — indicó el general — . Yo mismo lo interrogaré.

Mientras un médico militar curaba a Nesmontu, el veterano soldado observaba alhombre que había intentado matarlo. Bajo, con las mejillas y el mentón cubiertospor una incipiente barba rojiza, lo miraba con un odio perceptible. Un oficialcomprobaba, también, que los pies y las manos del terrorista estuvieranfuertemente atados. — No eres más que un tipo mediocre  — afirmó Nesmontu — . Yo, a esa distancia,nunca hubiera fallado el blanco. Y el que te paga es aún más estúpido que tú.Cuando se decide acabar con el comandante en jefe del ejército egipcio, se utilizaa gente competente. — ¡No sobreviviréis mucho tiempo!  — eructó el cana- neo. — En cualquier caso, más tiempo que tú, pues serás ejecutado antes de que hayanacabado de vendarme.El cananeo abrió unos ojos como platos. — ¿No... no me interrogáis? — ¿Para qué? O no responderías o me mentirías. Aunque quisieras decirme laverdad, ¿qué puede saber un miserable de tu especie?

 — ¡Os equivocáis, general! Soy un verdadero resistente a vuestra innobleocupación, ¡y otros muchos centenares proseguirán mi justo combate!Nesmontu soltó una carcajada. — Te equivocas en las cuentas. — ¡El número no importa! Conseguiremos expulsaros de Canaán. — Lo que sigue sorprendiéndome, entre escuerzos de tu especie, es vuestravanidad. Eso me facilita la tarea: sois cobardes, miedosos, incapaces de montaruna operación de envergadura. — ¡El Anunciador nos llevará a la victoria!

El rostro de Nesmontu se endureció. — Tu Anunciador ha muerto.El cananeo rió, sarcástico. — ¡Eso es lo que creéis, perros egipcios! — Vi con mis propios ojos el cadáver de tu Anunciador. — Nuestro jefe está vivo y muy vivo. Muy pronto seréis carroña sin sepultura. ¡Yél triunfará! — ¿Dónde se oculta tu gran jefe? — No lo diré, ¡ni siquiera si me torturáis!

Con una sola mano, Nesmontu agarró el mentón del cananeo y lo levantó. — Si siguiera mis impulsos, te colgaría del garfio de un carnicero para facilitar

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dividirá. Surgirán nuevos jefes de provincia y reinará el caos.

42

Djehuty estaba orgulloso de ser el alcalde de la ciudad de los constructores deDachur. Con el eficaz apoyo del gran tesorero Senankh trabajaba sin descansopara que la pirámide real produjera cuanto antes el máximo de ka. Superficiales alcomenzar los trabajos, las instalaciones destinadas a los constructores resultabanahora confortables.Djehuty, a pesar de no gozar de muy buena salud, compartía la cotidianidad de losartesanos. Gracias a su silla de manos, se desplazaba fácilmente de un punto aotro de las obras y se aseguraba del estricto respeto a los planos trazados por elfaraón. El conjunto arquitectónico del que la pirámide era el centro vital

respondía a unas normas simbólicas precisas, gracias a las cuales irradiaba lamagia de las piedras.Friolero y sufriendo reumatismo, Djehuty no quería oír hablar de reposo. Aliniciarlo en los misterios del «Círculo de oro» de Abydos y confiarle una tareaimportante, el faraón iluminaba su vejez. En vez de adormecerse en una funciónhonorífica, recurría, día tras día, a unos insospechados recursos. Y aunquemuchas mañanas pensaba que no podría levantarse de la cama, finalmente, sinembargo, siempre lo lograba. — ¿Sin novedad?  — preguntó al jefe del destacamento encargado de la seguridaddel paraje. — Todo está tranquilo  — respondió el teniente de infantería.Djehuty se dirigió a la morada de eternidad donde descansaría el visir Khnum-Hotep, al norte de la ciudad. Construida con ladrillos recubiertos de cal, estabaanimada por unos bajorrelieves y unas inscripciones jeroglíficas que asegurabanla supervivencia de su espíritu. La cámara funeraria, la sala de los canopes y laantecámara estarían terminadas muy pronto. Concediendo a su visir un monu-mento tan soberbio, el faraón ponía de manifiesto la importancia de su función.El alcalde contempló el recinto salpicado por bastiones y resaltos, verdaderamuralla mágica que protegía la pirámide, piedra primordial y canal por el que

circulaba el ka real. Siguiendo las enseñanzas de Zoser y de Imhotep, formuladasen Saqqara, Sesostris reafirmaba los valores fundamentales de la civilizaciónegipcia. Sí, la pirámide encarnaba a Osiris, resucitado y vencedor de la muerte.Sí, Maat podía triunfar sobre isefet. Sí, liberaba al hombre de la prisión de sumediocridad y de su bajeza, siempre que se transformase en constructor.Los carpinteros acababan de depositar las barcas de madera en unas capillasabovedadas. Barca de día, barca de noche, barca de la luz divina, barca de losmillones de manifestaciones de la unidad, todas servirían para el viaje del almareal, que no dejaba de navegar por el universo.

Djehuty recorrió el templo de columnas papiriformes y lotiformes. Colosalesestatuas del faraón, de más de dos metros de altura, testimoniaban el permanente

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renacimiento del rey en Osiris. Magníficos jeroglíficos revelaban los nombres ylas cualidades del monarca, colocado bajo la protección del signo de la vida, lacruz egipcia, flanqueada por dos halcones. En la antecámara, dioses y diosasaportaban al soberano vida y potencia; en la cámara de las ofrendas, el faraón

coronado recibía la fuerza sutil de los alimentos. Venciendo a los enemigosbrotados de las tinieblas, recreando la armonía de Maat, Sesostris celebraba aquí una eterna fiesta de regeneración.La monumental calzada que conectaba las partes norte y sur de aquel conjuntoarquitectónico era, por sí sola, una obra maestra. En cuanto al revestimiento de lapirámide, compuesto por bloques de cal procedentes de la cantera de Tura, éstereflejaría los rayos del sol para manifestar el poderío de la Piedra de Luz, brotadaen los orígenes.El maestro de obras invitó a Djehuty a penetrar en la parte subterránea. Ocultacuando terminaran los trabajos, su entrada daba a un corredor que llevaba a unaantecámara, prolongada por un paso que desembocaba en una estanciarectangular. Al este, una capilla revestida de cal admirablemente dispuesta; aloeste, la morada de resurrección, hecha de granito, presidida por un sarcófago degranito rojo cuya decoración evocaba el palacio de los primeros faraones. Seconvertiría en la barca del espíritu luminoso del rey en su periplo por el más allá.Por encima de la cámara funeraria, un falso techo comprendía cinco pares devigas de cal, de seis metros de largo, cada una de las cuales pesaba unas treintatoneladas.Djehuty meditó largo rato en aquel lugar situado lejos del mundo de los hombres.

De acuerdo con la tradición, los constructores modelaban un espacio donde loinvisible podía revelarse sin temer las agresiones profanas. Allí, el faraón partíarealmente vivo por y hacia la luz.Cuando volvió al exterior, Djehuty advirtió que el sol no tardaría en ponerse. Losartesanos habían abandonado las obras, y al alcalde le extrañó descubrir sólo a unguardia en el umbral del templo de la pirámide. — ¿Dónde están tus colegas? — El teniente ha sido avisado de que acaba de producirse un grave incidente en laruta del Fayum. Está socorriendo a los heridos.

 — Debería haber solicitado mi autorización. — No se ha atrevido a importunaros.Djehuty, preocupado, avisó al maestro de obras y a los constructores de que ya noestaban protegidos por las fuerzas del orden, y les ordenó que colocarancentinelas alrededor de la aldea.Agotado, con las articulaciones hinchadas, regresó a su casa, bebió un poco deagua y se tendió en la cama temiendo no poder levantarse ya.

En la lejanía, bañada por los fulgores del poniente, la pirámide en construcción

atraía irresistiblemente la mirada de Ibcha y de los miembros de su comando. — Nuestro falso mensaje ha alejado a los guardias  — advirtió — . Ya sólo quedan

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artesanos cansados de su jornada de trabajo. Como todos los egipcios, disfrutande ese momento inigualable en el que el sol se hunde en el occidente. Los invadeuna sensación de paz, por lo que no serán capaces de defenderse.Propagando el terror y derramando sangre en el paraje de Dachur, Ibcha

cumpliría la misión que Bina le había confiado, siguiendo órdenes delAnunciador: impedir que la pirámide produjera ka y reducirla a un montón depiedras inertes. Gracias a sus revelaciones, los asiáticos comenzaban acomprender que la fuerza de los egipcios no residía sólo en sus armas. Paravencer era preciso destruir sus edificios mágicos, que emitían una energía mis-teriosa y les permitían cambiar las más comprometidas situaciones.Transformar Dachur en un campo de ruinas sería una brillante victoria. El faraónvería destruida la obra que destinaba a la eternidad. Sus certidumbres seconvertirían en aflicción y temor.

 — ¿Respetamos a las mujeres y a los niños?  — preguntó un terrorista. — Cualquier debilidad nos llevaría al fracaso  — respondió Ibcha — . Que el fuegodel Anunciador destruya esos lugares impíos.Los asiáticos estaban a punto de lanzarse sobre su presa cuando uno de ellos soltóun grito: — ¡Jefe, por allí corre un hombre! — No malgastes una jabalina, está demasiado lejos. — ¡Otro por allá, con un asno! Huye. — ¡Al ataque!  — ordenó Ibcha.

Sekari nunca había corrido tanto. Temía ser derribado de un momento a otro yseguía acelerando.¡La entrada de la aldea de los constructores, por fin!Sekari se topó con un artesano armado con un mazo. — ¿Dónde están los soldados? — Han ido a socorrer a unos heridos en la ruta del Fayum. — ¡Avisad a todo el mundo, van a atacaros!El cantero reaccionó con rapidez. Sus colegas tomaron sus herramientas y sedispusieron a combatir.

 — Defendamos la pirámide  — exigió Djehuty, asombrado porque, una vez más,había conseguido ponerse en pie — . Que las mujeres y los niños se encierren en sucasa. — Que el «Círculo de oro» nos proteja y nos dé la fuerza necesaria para lucharcontra isefet — murmuró Sekari al oído del alcalde.Sus manos se unieron por un breve instante. — Iker traerá al ejército. — ¿Llegará a tiempo? — Un escriba educado en la provincia de la Liebre no puede llegar tarde. Ponte a

cubierto. — Combatiré como los demás  — declaró Djehuty — . Nuestra muerte no importa

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si salvamos la obra real.Una primera jabalina hirió en el muslo a un artesano. Sekari replicó de inmediatolanzando un cincel de cobre, muy afilado, que se clavó en la garganta de unasiático.

El alcalde blandió su bastón. — ¡Al templo, rápido!Agrupándose en el interior del edificio, los artesanos ya sólo dejaban un accesoposible al adversario. Obstruyeron la puerta con bloques contra los que sequebraron lanzas y flechas. — Esos bandidos escalarán los muros  — advirtió Sekari — , y no conseguiremosdeshacernos de ellos. ¿Cuál es el lugar de más difícil acceso? — La tumba real, pero me niego a profanarla. Defenderemos este lugar sagradosin ceder. — ¡Cuidado, ahí llega uno!El mazo lanzado por Sekari alcanzó en plena frente al asiático que habíaaparecido en lo alto del muro, entre dos columnas. Cayó hacia atrás y derribó altipo que subía tras él.Aquel fracaso sembró el desorden entre los hombres de Ibcha, inquietos ya ante laidea de invadir un templo y provocar el furor de las divinidades.Sekari, en cambio, no se hacía muchas ilusiones. A pesar de su valor, losartesanos serían vencidos muy pronto.Repentinamente, un poderoso rebuzno petrificó a los sitiados. — ¡Es... es la voz del dios Seth!  — exclamó un escultor — . ¡Ayuda a los

asaltantes! — Al contrario — replicó Sekari — , nos da el poder necesario para vencerlos.Ibcha degolló al herido, pues no debía dejar a sus espaldas a ningún combatienteque pudiera hablar. — Sólo nos ha faltado un poco de tiempo — masculló al observar el regreso de lossoldados, que Iker y Viento del Norte dirigían hacia Dachur.Tras haber perdido a dos hombres, Ibcha prefería preservar el resto de sucomando en vez de lanzarlo a un enfrentamiento mortífero del que no estabaseguro de salir vencedor.

Rabioso, disparó una flecha hacia la pirámide y dio orden de batirse en retirada.Los egipcios se lanzaron tras los asiáticos, pero éstos llevaban demasiada ventaja.El teniente se presentó ante Djehuty. — Me han mentido. En la ruta del Fayum nadie necesitaba nuestra ayuda. Yo... — Que un asiático te haya engañado podría tener excusa, pero has actuado sin miautorización, violando las consignas de seguridad. Te destituyo de tus cargos yserás juzgado por el tribunal del visir. A la espera del nombramiento de un nuevooficial, yo tomaré el mando de la tropa.Djehuty se sentó. Iker le sirvió bebida.

 — Has salvado la pirámide, hijo real. — El mérito os corresponde, y también a Sekari. No olvidemos, tampoco, que el

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rebuzno de Viento del Norte nos ha ayudado poderosamente.La paz del anochecer envolvía de nuevo Dachur, como si nada hubiera ocurrido.Pero las manos de Djehuty temblaban aún. — Esos bárbaros se han atrevido a atacar un paraje sagrado. Ahora sabemos que

no retrocederán ante nada y que cometerán los peores crímenes. ¿Quién puede sersu jefe, sino el demonio que intenta matar al árbol de vida? — Esa chusma se enardece y sale de las tinieblas  — añadió Sekari — . Lo quedemuestra que se sienten capaces de pasar a la ofensiva. En Kahun, como aquí,estuvieron a punto de lograrlo. Debemos adoptar las medidas necesarias paraprevenir los próximos atentados.

43

 — ¿Estáis seguro, realmente seguro?  — preguntó el hijo real. — ¡Lamentablemente, sí!  — confirmó el visir Khnum- Hotep al acabar surelato — . Sepi ha muerto.Ni Sekari ni Iker pudieron contener las lágrimas.El general, prudente, había salido siempre de las más peligrosas situaciones. — ¡Unos bandoleros nubios nunca hubieran conseguido hacer caer en la trampa ami maestro e instructor!  — estimó Sekari — . Por lo que se refiere a los demoniosdel desierto, los dominaba porque conocía las fórmulas capaces de inmovilizarloso devolverlos a sus ardientes soledades. El asesino de Sepi es, forzosamente, elpríncipe de las tinieblas. — El mismo destructor que ataca al árbol de vida  — supuso Iker.Sekari apretó los puños. — ¡Tienes mil veces razón! Quería impedir que el general encontrara el orosanador. Pero ¡eso significa que ese monstruo merodea por todas partes! — Que el dolor no te engañe  — recomendó el visir. — Sepi me lo enseñó todo. Sin él, yo no existiría. — ¿Seguiste sus clases de jeroglíficos?  — preguntó Iker. — A mí me llevaba sobre el terreno. Tracé la escritura en la arena; viví los signosdel poder sobre las peligrosas pistas, ante las bestias salvajes y los bandoleros de

todo pelaje. No me perdonaba nada, pero me daba armas para defenderme.El gran tesorero Senankh intentó consolar a su hermano del «Círculo de oro» deAbydos, pero sabía, al igual que él, que la ausencia de Sepi nunca podríacolmarse. — Iker y tú actuasteis bien en Dachur. El general se habría sentido orgulloso devuestra intervención. De acuerdo con las exigencias de Djehuty, las medidas deseguridad se han reforzado considerablemente. En adelante, el paraje no tiene yanada que temer. — Dachur, tal vez, pero ¿y Menfis y las demás ciudades? — se rebeló Iker — . Los

terroristas pueden atacar en cualquier lugar y en cualquier momento.Ni el visir ni el gran tesorero contradijeron al muchacho.

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Menfis, donde sus aliados se instalaron hace ya tiempo. Aquí, en la capital,piensan dar un golpe decisivo. Y sigue existiendo un enigma: el falso policía queintentó acabar conmigo. No era un asiático. ¿Quién lo enviaba, sino una facciónegipcia, decidida sin duda a perjudicaros? Si esas fuerzas negativas se unen, el

adversario resultará temible. ¿Acaso no han demostrado su eficacia asesinando algeneral Sepi?Sesostris estaba de acuerdo con el análisis de Iker. Ninguno de los dramasrecientes era fruto de la casualidad. Un profundo vínculo los unía con la muertedel árbol de vida. — Sean cuales sean las pruebas, Iker, estaré siempre a tu lado para ayudarte acumplir un destino que aún ignoras.El muchacho se quedó atónito.El rey acababa de enunciar, al pie de la letra, el último mensaje que el viejo

escriba de Medamud había dirigido a su discípulo. — Majestad, yo... — Descansa un poco. La tensión excesiva no favorece la lucidez.

Nariz- de- Trompeta superaba los veinte anos de servicio. Policía ejemplar,detestaba la brutalidad y aplicaba las consignas con rigor pero con humanidad.Aunque admiraba a Sobek, lo consideraba a veces demasiado severo. ¿No era seramado por los menfítas tan importante como que a uno lo temieran? Nariz- de-Trompeta resolvía numerosos conflictos de orden doméstico y no encarcelaba alos jaraneros algo ebrios. El mismo, a veces, se abandonaba sin tener la impresiónde poner en peligro al reino.Las últimas órdenes recibidas no le gustaban. Estaba encargado de uno de losaccesos de la ciudad, y debía registrar e interrogar a quienes desearan entrar enella. A la menor sospecha: detención, apertura de expediente y encarcelamiento.Esas trabas a la libertad de circulación disgustaban a la población y complicabanla cotidianidad, por eso Nariz- de- Trompeta, al igual que sus homólogos, nocometía ningún exceso de celo. Se limitaba a saludar a las personas conocidas y alos comerciantes, y molestaba a un mínimo de individuos de sospechosaapariencia.

La hermosa morena que se presentó acompañada por un barbudo de grandesbrazos nada tenía de sospechosa, pero tuvo ganas de decirle unas palabras. — Tú, ¿cómo te llamas? — Agua- fresca, comandante. — ¿Es tu marido? — Sí, comandante. — Nunca os había visto por aquí. ¿De dónde venís? — Del Delta. — ¿Qué pensáis hacer en Menfis?

 — Mi marido está muy enfermo. Nos han dicho que aquí había excelentesmédicos. Tal vez lo curen.

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 — ¿Dónde os alojaréis? — En casa de mi abuelo, un fabricante de sandalias.Nariz- de- Trompeta debería haber sometido a los dos viajeros a un intensointerrogatorio, pero el hombre parecía estar tan mal de salud que no tuvo la

crueldad de insistir. Además, la mujer, con su hermoso palmito, en nada parecíauna terrorista ávida de sangre.Bina e Ibcha cruzaron el puesto de control sin más problemas y se unieron a losdemás miembros del comando. También ellos habían entrado en Menfis por elmismo punto de paso, aunque a horas distintas.

Sobek estaba que echaba chispas. Asombrado al no obtener información decisivaalguna sobre asiáticos en situación irregular, inspeccionó personalmente variospuestos de control, dudando de que sus consignas fueran escrupulosamenterespetadas.Tres oficiales no se comportaban realmente como feroces guardianes. Pero elprimer lugar correspondía a Nariz- de- Trompeta, que, ante la cólera de susuperior, intentó explicarse. — Es imposible distinguir a los asiáticos peligrosos del resto de la población, jefe.Son gentes como vos y como yo, y... — No te creo — interrumpió Sobek. — De todos modos, aquellos a los que interrogué a fondo también pasaron. Nohabía razón para meterlos en la cárcel. — En cambio, algunos de tus colegas han procedido a hacer arrestos.

 — ¿Han atrapado a auténticos terroristas?Sobek no podía mentirle: todos los sospechosos habían sido puestosposteriormente en libertad. El dispositivo adoptado se revelaba inútil.Inquieto y decepcionado, el Protector aligeró la vigilancia de los accesos a lacapital. En cambio, multiplicó las rondas por los barrios y ordenó a las patrullasque le comunicaran el menor incidente.Sobek no ocultó su fracaso al rey. — Actué de forma presuntuosa, majestad. Menfis es una ciudad abierta que creí poder cerrar a los indeseables, pero me equivoqué. O los asiáticos se han sentido

impresionados por el despliegue de nuestras fuerzas y se han ocultado en el Deltao tienen cómplices que disponen de bases seguras en la capital y que los hanacogido. Desgraciadamente, estoy convencido de que la segunda hipótesis es laacertada y que tiene un corolario: los terroristas se agrupan para preparar unatentado. Blanco principal: vos mismo. El enemigo se oculta en las tinieblas, noconozco su rostro, puede golpear en cualquier momento y en cualquier lugar,incluso en el interior de este palacio. Por eso recomiendo que limitéis al máximovuestros desplazamientos y reforcemos las medidas de seguridad en torno avuestra persona.

 — Postrarse como un animal acosado sería una victoria para nuestros adversarios — objetó Sesostris — . Seguiré asumiendo, pues, plenamente, los deberes de mi

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cargo con la habitual libertad de movimientos. Tú, Sobek, asumirás los tuyos. — ¡Estoy furioso, majestad, pues me siento privado de ojos y oídos! Nunca habíatenido que enfrentarme a tan perversos criminales. Pero haré lo posible, no lodudéis.

 — Desconfías de Iker, ¿no es cierto? — ¿Cómo olvidar que intentó acabar con vos? Aun aceptando que se tratara deuna confusión, autorizadme de todos modos a que le vigile de cerca. Simantuviera contactos con los asiáticos, tendríamos la prueba de su doblez. — Aprecio tu tozudez, Sobek, pero he nombrado a Iker hijo real, y él tedemostrará su lealtad.

44

En el barrio de Menfis donde residía su jefe supremo, los discípulos delAnunciador permanecían en estado de alerta. Panaderos, vendedores de sandaliasy peluqueros se habían mezclado tan bien con la población que nadie podíasuponer que pertenecieran a una organización latente.Desde la llegada de Bina, Ibcha y sus hombres, puestos de inmediato a cubiertoen casa segura, los centinelas se habían multiplicado y vigilaban los alrededores,tanto de día como de noche. Ni un solo policía se aventuraba por el dominio delAnunciador sin ser descubierto de inmediato. Y el aumento de las rondas nopreocupaba a los asiáticos, puesto que inocentes paseantes se relevaban paraanunciar su paso.En el primer piso de la tienda donde se vendían esteras y cestos, el Anunciador nodejaba de predicar. Por turnos, los discípulos recogían sus palabras sin estarautorizados a hacer la menor pregunta. Como único intérprete de un dios decididoa conquistar el mundo, profería una verdad absoluta y definitiva.El Anunciador, tomando un poco de sal entre dos sermones, machacaba undiscurso repetitivo, destinado a penetrar poco a poco en los espíritus deadmirados oyentes. No tendrían otra educación ni otra cultura, pero aquélla lesbastaba ampliamente para combatir hasta el triunfo final.Shab el Retorcido bebía las palabras de su maestro, sobre todo cuando anunciaba

el exterminio de los blasfemos y la absoluta sumisión de las mujeres, demasiadolibres en la sociedad egipcia. Como perfecto perro guardián, Shab no olvidabafiltrar a los bienaventurados a quienes se permitía recoger las enseñanzas. Ante lamenor duda, sujetaban al sospechoso y lo entregaban al Anunciador.La voz suave y hechicera se apagó, y los discípulos se retiraron. — Llama a Jeta- de- través  — ordenó el Anunciador al Retorcido — . Por finaprovecharemos las numerosas jornadas de entrenamiento de sus guerreros. — ¿Golpearemos... en la cabeza? — Exactamente, amigo mío.

 — - ¿Seremos lo bastante numerosos?El Anunciador esbozó una sonrisa indulgente.

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 — No te pongas nervioso y ten fe. Gracias a nuestros nuevos aliados,dispondremos de las informaciones necesarias. Por nuestra parte, provocaremostal espanto en la ciudad que desaparecerán la mayoría de los obstáculos. Haz querecojan leña seca y trapos, para distribuirlos luego a nuestros fieles. Muy pronto,

el fuego de Seth caerá sobre esta impía ciudad. Ahora, perfeccionaré la formaciónde Bina.El Retorcido hizo una mueca. — Maestro... — ¿Qué ocurre, Shab? — Maestro, no tengo la menor intención de discutir vuestras decisiones, pero latal Bina... — ¿Qué le reprochas? — Que sea una mujer.El Anunciador posó suavemente la mano en el hombro del Retorcido. — Dios nos enseña que las mujeres son criaturas inferiores y deben permanecerconfinadas en sus casas para servir a sus maridos y a sus hijos. Pero estamos enguerra y utilizo múltiples armas, incluso las más sorprendentes. Bina es,precisamente, una de ellas. Los egipcios son tan ingenuos que no pueden concebirque una hermosa muchacha sea más peligrosa que un ejército bien entrenado.Pero aún debo terminar su transformación.El Anunciador entró en la estancia oscura donde Bina permanecía encerradadesde su llegada a Menfis. Por sus venas corría ahora una sangre nueva, cuyacantidad debía aumentar aún para que se convirtiera en una asesina implacable al

servicio de la causa. Nadie sería más feroz que aquella fiera. — Bina, despierta y mírame.Inanimada, replegada sobre sí misma, la morena comenzó a revivir al oír la vozde su señor. Echó la cabeza hacia atrás y se irguió lentamente, con la miradaperdida en el infinito, y permaneció petrificada en el centro de la habitación.El Anunciador hizo girar el muro del fondo y sacó de su escondrijo el cofre deacacia que contenía la reina de las turquesas. — Tras haber expuesto al sol esta valiosa piedra procederé a tu última animación — indicó — . Luego, me pertenecerás en cuerpo y alma, y tu obediencia será total.

El Anunciador corrió una cortina, formada por dos esteras unidas.Un rayo de luz hirió a la reina de las turquesas, cuyo fulgor iluminó el rostro deBina. — Reina de las tinieblas, ¡sé la leona terrible, ávida de carne y de sangre, recorrela estepa y el desierto!Las uñas de Bina se hicieron tan aceradas como zarpas; sus dientes, poderososcomo colmillos.El Anunciador estaba orgulloso de su obra.Cerró la cortina y colocó de nuevo la piedra en el cofre.

 — No lo olvides, Bina, hembra fiel a tu dueño: sólo serás leona cuando yo te loordene.

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La hermosa morena pareció salir de una profunda pesadilla. — Quítate la túnica — exigió el Anunciador.La fascinaba tanto como la asustaba, e incapaz de resistirse, se desnudó y dejóque abusara de ella.

A pesar de las protestas de Sobek, el rey llevó a Iker fuera de Menfis.Ciertamente, los mejores hombres del jefe de la policía vigilaban al monarca y alhijo real. Pero ¿conseguirían salvar a Sesostris en caso de atentado? Dada laamenaza que planeaba sobre sus cabezas, el momento parecía mal elegido paracorrer semejante riesgo.Un halcón los guió, y el rey lo siguió en silencio hasta un sombreado canal.Contempló el follaje de los sauces y caminó a lo largo de la ribera. Una pazprofunda reinaba en aquel lugar.

 — Rebaño de Dios, los humanos han sido bien provistos  — recordó Sesostris — .¿Acaso no creó el cielo y la tierra para ellos, el aire como soplo de vida, puestoque son sus imágenes, brotadas de su ser? Brilla en el sol, hace crecer lavegetación y les da toda clase de alimentos. El Creador no concibió nada viciado;ningún mal figuraba en el orden de su creación. Pero los humanos se rebelaron, yno es posible arrebatar el veneno a la serpiente, ni el mal al ser malvado. CuandoDios rió, los dioses fueron; cuando lloró, nacieron los hombres. Preñado deinjusticia y de crueldad, el hombre es el más temible de los depredadores. Lafunción faraónica mantiene y prolonga en la tierra la obra divina, liberando alhombre de la mano del hombre. Creer que podemos actuar en favor de loshumanos es siempre vanidad; el faraón actúa en favor de su padre, el señor de losdioses. No existe espiritualidad alguna para el perezoso, ningún hermanoespiritual para quien no escucha a Maat, ningún día de fiesta para el ávido. Nodesees nunca lo que pertenece a otro, Iker, no ambiciones lo que no eres capaz deconsumar tú mismo, pues la envidia procura la decadencia. El ávido es un muertoviviente. Ése es también el deber del rey: luchar sin cesar contra la avidez de loshumanos. — ¿No triunfó al final de la época de las grandes pirámides? — Se prefirieron las tinieblas a la luz, nadie obtuvo ya las enseñanzas de las leyes

celestiales, nadie respetó ya las leyes terrenales, el mal fue llamado bien, elcriminal considerado como un justo, la inmoralidad como una virtud, laperversión como norma, el prudente como un loco, el exaltado como un modeloque había que imitar, y fueron apagadas las voces de los dioses. Entonces reinóisefet, que es injusticia, violencia, avidez, pereza, olvido, descomposición, caos yley del más fuerte, que permite gobernar a los asesinos y a los ladrones. Si sutriunfo perdurara, el suelo se volvería estéril, el aire irrespirable y el aguaenvenenada. Y el fuego del cielo devastaría nuestro mundo. No basta con luchar acada instante contra isefet. Es preciso, sobre todo, afirmar a Maat, ritualizando el

tiempo que fluye. Cada reinado debe ser la repetición consciente del proceso decreación, de «la primera vez», para rechazar las fuerzas del caos y establecer a

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Maat. ¿Qué sabes de ella, Iker? — Cuando Maat está en su lugar, el país sigue firme y el cielo favorable,majestad. Hija de Ra, compañera de Tot, presente siempre en la barca solar, es elpiloto que indica el buen camino.

 — Gracias a Maat, el universo funciona  — precisó Sesostris — , y los mundosestelar, solar y terrenal coexisten en coherencia. Sin Maat, nuestro espacio seríainhabitable. Mi voluntad es Maat, pues sólo la justicia de corazón se adecua alfaraón. Mi fuerza es la justicia. Si me apartara de ella, sería el final de mi reinado,pues los monumentos de un destructor están condenados a la destrucción. Miprimer deber consiste en elevar a Maat hacia sí misma, en ser el mediador entremi pueblo y ella, en poner en consonancia el orden social y el orden cósmico.»El Estado que carece de dimensión celestial y no hace ofrenda a Maat no conoce

 justicia, ni reciprocidad, ni solidaridad. Se empantana en los conflictos humanosy las luchas de poder. Maat ordena: actúa para el que actúa. ¿Eres tú, Iker? — Ese es mi deseo, majestad.Sesostris llevó a Iker hasta el lindero del desierto. A lo lejos se veía la pirámideescalonada de Zoser. — ¿Conoces el verdadero nombre con el que los profanos designan unanecrópolis? — ¿No es acaso «la tierra de Maat»? — Grande, duradera y radiante es la Regla de Maat. Nunca fue turbada desde eltiempo de Osiris. Ciertamente, el mal, la iniquidad y sus aliados operan sin cesaren este mundo y acumulan gran cantidad de fechorías. Pero mientras algunos

seres respeten a Maat, el mal no logrará atravesar el río de la vida para llegar a laotra orilla. Y cuando llegue el final de los tiempos, Maat prevalecerá.El monarca se dirigió hacia una pequeña morada de eternidad que databa delImperio Antiguo. En el dintel, una inscripción. — Lee, Iker. — «Pronuncia Maat, no seas pasivo, participa en la creación, pero no sobrepasesla Regla.» — ¿De qué se compone tu ser, más allá de tu cuerpo? — De mi nombre y mi corazón.

 — Tu nombre, Iker23

(1), indica que eres portador de un cumplimiento y de laperfección de una obra destinada a renovarse sin cesar. Que tu corazón se llene deMaat para que tus acciones sean justas. Pero también es necesario alimentar tu ka,esa energía vital procedente del otro mundo y hacia la que regresarás si superas laprueba del tribunal de Osiris. Que tu ba, la capacidad de tu espíritu para moversemás allá de lo visible, vaya a buscar en el sol la luz capaz de guiarte por lastinieblas. ¿Serás capaz de convertirte en un akh, el ser de luz al que la muerte noalcanza?

23 Ii-kher-neferet, «El que va, portador del cumplimiento». 

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Iker se sentía deslumbrado. Tantas puertas como se abrían, tantas percepcionesnuevas... Las revelaciones del rey le producían vértigo. — Contempla esta piedra, hijo mío. Tiene la forma de un zócalo de estatua... — ¡Es uno de los jeroglíficos que sirven para escribir el nombre de Maat,

majestad! — Las estatuas son seres vivos, nacidos de Maat. Sube a este zócalo, Iker.El muchacho no vaciló. — ¿Qué sientes? — Un fuego brota de esta piedra, un fuego se vierte en mi interior. Mi mirada...¡mi mirada es más penetrante! — En la guerra que libramos contra la potencia de las tinieblas, la supervivenciade Osiris y la de su civilización están en juego. Por eso debemos obtener armas enlo invisible. Hoy, hijo mío, ha comenzado realmente tu iniciación a los misterios.

En adelante, ocurra lo que ocurra, no abandones el camino de Maat.

45

La reunión de los miembros de la Casa del Rey acababa de terminar. Sehotepsalió de la sala del consejo y, con paso firme, fue al despacho de Medes. Este dejóinmediatamente de dictar su correo y ordenó a sus ayudantes que abandonaran ellugar. — Estoy a vuestra disposición, Portador del sello real. ¿Cuántos decretos haformulado su majestad? — Uno solo. Esta vez no tendrás mucho trabajo. Pero el texto debe estar redactadohoy mismo, y los mensajeros del correo real tienen que partir mañana paradifundirlo por las provincias. Si es necesario, dobla los equipos.Una vez más, Medes era uno de los primeros informados de una decisión deSesostris. Dada la urgencia, no podría beneficiarse de ello. — El texto es muy corto  — dijo Sehotep — : el faraón concede plenos poderes algeneral Nesmontu y le encarga que ahogue cualquier intento de revuelta enCanaán. De ese modo, ningún habitante de la región dudará de nuestra decisión. — ¿Acaso tememos un nuevo levantamiento?

 — Según el último informe de Nesmontu, el Anunciador no estaría del todomuerto. — No comprendo... — Aquel enfermo mental fue efectivamente ejecutado, pero han sobrevividoalgunos discípulos y lo reivindican con la intención de sembrar disturbios entre lapoblación. Por eso Nesmontu debe dar pruebas de una firmeza ejemplar. — Conociendo al general, podemos estar tranquilos. — Afortunadamente, Medes. — Me gustaría contratar a nuevos mensajeros y aumentar el número de barcos de

transporte para mostrarme más eficaz aún. Mejorar la rapidez de nuestras trans-misiones me parece esencial.

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 — Defenderé tu causa ante el gran tesorero Senankh. — Os lo agradezco.La información no carecía de interés. Así pues, el general Nesmontu se topabacon graves dificultades en Canaán. Mientras hacía creer en su desaparición, el

Anunciador seguía debilitando al ocupante.Aquel decreto real parecía un reconocimiento de debilidad. Incapaces deerradicar la guerrilla, el rey y el general intentaban aterrorizar a la población. Si laregión se inflamaba, ¿qué quedaría del prestigio de Sesostris?Según su costumbre, Medes llevó a cabo su tarea con rigor y diligencia. Todossus empleados conocían su intransigencia: al primer error, despido. De modo queel servicio del secretario de la Casa del Rey era puesto como ejemplo, incluso porel visir.Mientras Medes iniciaba la redacción definitiva del decreto, utilizando laterminología oficial, se presentó un visitante inesperado: Iker, el maldito escribaque debería haber desaparecido desde hacía mucho tiempo.Medes se levantó y se inclinó. — ¡Esta visita me honra, hijo real! — Vengo en misión oficial, por orden de su majestad. — Trabajamos todos, y en todas las circunstancias, con la firme voluntad de darlesatisfacción. ¿Puedo añadir, a título personal, que me satisface mucho vuestronombramiento? La corte no podrá impedir las críticas, pero sus chismes perderánfuerza muy pronto. Cuando me necesitéis, no vaciléis ni un instante en decírmelo. — Vuestra amistad me es muy valiosa, Medes. El rey me ha pedido que le llevara

el nuevo decreto a Djehuty, el alcalde de la ciudad de la pirámide de Dachur, yque compruebe las medidas de seguridad. — Han corrido muchos rumores sobre el último incidente. Espero que la pirámidereal no haya sufrido daños. — El ataque de los terroristas fracasó. El monumento está intacto, y suconstrucción concluirá muy pronto. — Algunos afirman que os comportasteis como un héroe. — Se equivocan, Medes. — ¡No os subestiméis, Iker! Muchos fanfarrones que proclaman su valor huyen

ante el menor peligro. ¡Vos os enfrentasteis con temibles bandidos! — El mérito de la victoria corresponde a Djehuty. Gracias a su sangre fríaevitamos lo peor.El muchacho no mencionaba la decisiva intervención de Sekari por necesidad derespetar el secreto. Muy pocos conocían el papel real de su amigo. — Tendré el documento a vuestra disposición mañana por la mañana  — prometióMedes — . Felicitad de mi parte a Djehuty y deseadle que se mejore. Laconstrucción de la pirámide de Dachur será uno de los numerosos hitos delreinado.

Cuando Iker se hubo marchado, Medes rumió su cólera.Sabía juzgar a sus adversarios, y éste era especialmente peligroso. Naturalmente,

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el secretario de la Casa del Rey se comportaría como un perfecto cortesano y nodejaría de halagar al hijo real, pero esa técnica sería sin duda insuficiente. Habríaque arrebatarle poco a poco el crédito ante los dignatarios, haciéndolescomprender que aquel escriba era sólo un intrigante, un provinciano ambicioso

carente de competencia y de envergadura y, peor aún, que dañaba la reputacióndel monarca. Actuando poco a poco, Medes iría destilando un eficaz veneno.De momento tenía algo urgente que hacer: ponerse de nuevo en contacto con ellibanés.

El aguador podía estar satisfecho de su trabajo de hormiga. Semana tras semanahabía conseguido contratar a algunos informadores eficaces, especialmente,miembros del personal de limpieza de palacio. Una de las mujeres del servicioobservaba las idas y venidas de Medes. Por lo que se refiere a la rica morada del

secretario de la Casa del Rey, estaba bajo vigilancia desde hacía mucho tiempo.Por orden del Anunciador, el libanés comprobaba que Medes se comportasecomo un aliado leal. Al anunciarle su visita, el comerciante no se sorprendió. Lasúltimas turbulencias no debían de tranquilizar al alto dignatario, que persistía enseguir el procedimiento habitual con la máxima prudencia. — Queridísimo amigo, ¿cómo os encontráis? — ¿Qué ocurrió en Dachur? — Sentaos, Medes, y probad algunas golosinas. — ¡Quiero saberlo, y en seguida! — No perdáis los nervios. — Para que nuestra colaboración sea duradera excluyo entre nosotros la menorsombra. — Estad tranquilo, el Anunciador no lo entiende de otro modo. Dachur fueatacado por un valeroso comando, pero, por desgracia, una inesperada resistenciano le permitió alcanzar su objetivo: dañar la pirámide. Así pues, seguiráproduciendo energía. Dadas las recientes medidas de protección, un nuevoataque, al menos inmediatamente, sería una locura. — Iker, el hijo real, fue el responsable de ese fracaso. El muchacho perjudicanuestros intereses. Es preciso suprimirlo.

El libanés esbozó una leve sonrisa. — ¿Suprimirlo o utilizarlo? — ¿De qué modo? — Al Anunciador le gusta mucho el ardor que anima a ese escriba y sabe cómomanejarlo. Este problema quedará resuelto. — ¿Cuándo volveré a ver al Anunciador? — Cuando él lo decida. Está en lugar seguro y mantiene la situación bajo control.¿Y si nos felicitáramos por nuestros éxitos, mi querido Medes? Nuestro comerciode madera preciosa funciona muy bien y, según creo, os proporciona una

suculenta fortuna.El alto dignatario no lo negó. El sistema funcionaba a la perfección.

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 — Ha llegado la hora de deciros algo más sobre mis decisiones  — prosiguió ellibanés — . Cuando conozcáis sus razones, quedaréis definitivamente implicadosen nuestra encarnizada lucha contra vuestro propio país.Sin dejar de ser untuoso, el tono del libanés se preñó de amenaza.

 — No tengo la intención de renunciar a ello  — afirmó Medes. — ¿Ni siquiera cuando sepáis que los productos importados están destinados acausar la muerte de vuestros compatriotas? — He eliminado ya a algunos aguafiestas. Puesto que ése es el precio que hay quepagar para derrocar a Sesostris y modelar el país con el que soñamos, no habrávacilación alguna.El libanés esperaba mayor resistencia, pero el secretario de la Casa del Reyparecía haber ahogado cualquier sensibilidad para lograr mejor sus fines. Enadelante, adepto incondicional de isefet, activo compañero del Mal, cuyo poder ynecesidad no discutía ya, Medes no retrocedería. — Hablemos primero del láudano que tanto gusta a vuestros perfumistas — prosiguió el libanés — . Algunos de nuestros frascos no sólo contienen elvalioso producto, sino también una droga que acabará con algunos obstáculos.Pasemos, ahora, a los frascos de embarazo, que por lo general están llenos delaceite de moringa con el que se untan las mujeres preñadas. Nuestras dientaspertenecen a la mejor sociedad, llevan en su seno la futura élite del país. ¿Por quédejar que prospere cuando disponemos de un medio para aniquilarla antes inclusode que nazca?Medes, estupefacto, dejó de mirar al comerciante como un vividor cálido y

simpático. — No vas a decirme que... — Cuando el Anunciador lo haya decidido, sustituiremos el aceite de moringa porotra sustancia que provocará un importante número de abortos. ¿Os contraría,acaso, tan hermoso proyecto, Medes?El secretario de la Casa del Rey tragó saliva. De pronto, su combate tomaba ungiro inesperado. Aquella violencia no entraba en sus planes, pero ¿no debíaprevalecer la eficacia? Aliarse con el Anunciador daba otra dimensión a la guerrasubterránea contra el faraón.

 — No estoy escandalizado en absoluto. — Lo celebro, querido aliado. ¿Comprendéis ahora por qué organicé estecomercio? Y eso no es todo. Los ritualistas, los escribas y los cocineros egipciosutilizan distintos aceites. No pensamos, pues, restringir nuestra acción a lasmujeres preñadas.¡Perspectivas vertiginosas pero extremadamente fascinantes! Herida de muerte,la sociedad faraónica se derrumbaría por sí misma ante la asustada mirada de lasimpotentes autoridades. — El éxito exigirá coordinación y destreza — precisó el libanés — . Nuestras redes

serán operativas en un futuro próximo, pero no olvidemos a nuestro temibleadversario: el faraón. Mientras siga reinando, encontrará la energía necesaria para

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afrontar las peores pruebas. — Por desgracia, Sobek el Protector ha regresado  — recordó Medes-  — . Creí haberle asestado un golpe fatal, pero ese maldito policía tiene la piel dura. — Somos perfectamente conscientes de ello y no desdeñamos su capacidad para

perjudicarnos. Sin embargo, hoy parece posible tener éxito donde fracasamos. — ¿Un atentado contra Sesostris? ¡No puedo creerlo! — Los métodos clásicos resultarían inútiles, lo acepto. Pero estoy hablando dearmas nuevas. Sea cual sea el número de guardias, conseguiremos librarnos deellos. Necesito vuestra ayuda, Medes. Me hace falta un plano preciso del palacio,informaciones sobre las ocupaciones del monarca y el dispositivo de seguridadque lo rodea. — ¿No sospecharán de mí si el faraón sobrevive? — No hay riesgo alguno, dejaremos rastros que permitan identificar a los

culpables. Cuando os revele la fecha y la hora, procurad que se os vea muy lejosde palacio, y forjaos una buena coartada. Si Sesostris desaparece, nuestraconquista será más rápida de lo previsto.

46

Iker no podía rechazar una invitación para cenar en casa de Sehotep.La elegante morada del Portador del sello real era una maravilla: ramos de floresen cada estancia, sutiles perfumes, muebles refinados, vajilla de alabastro,pinturas que representaban grullas, cigüeñas y garzas, baldosas de delicadosmatices... En cuanto al personal, a excepción de un cocinero cuya redondezdemostraba su gula, se componía de encantadoras muchachas, levemente vestidascon velos de lino y cubiertas de joyas. — Participar en el gobierno de Egipto es una tarea bastante dura  — observóSehotep — . A cada cual, su método para relajarse un poco: éste es el mío. Tú, hijoreal, pareces mucho más serio. ¿Es cierto que te pasas las noches leyendo viejostratados de sabiduría? — Marcaron el comienzo de mi educación y siguen ofreciéndome incomparablesalimentos.

 — Ya sé que a los escribas se les recomienda no embriagarse, pero ¿aceptaría, detodos modos, el ex estudiante de derecho una copa de vino? Este gran caldo pro-cede de mi viñedo de Imau, y el propio rey lo aprecia.Iker no se hizo de rogar. La cena fue una especie de obra maestra que culminó conunos sabrosos riñones en salsa. — Sin querer halagarte — dijo Sehotep — , me parece notable tu modo de adaptartea esta corte tan difícil de descifrar. Ni yo mismo conozco aún todos sus entresijos.Y tú has decidido ignorarlos. Es inútil decir que tu nombramiento levantatormentas y envidias. Piensa en el número de familias ricas deseosas de ver a su

retoño adoptado como hijo real... Y he aquí que un simple escriba provinciano esdistinguido por su majestad. Todos esperaban verte triunfante y desdeñoso. Por el

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 — Así pues, no queda más que un candidato: Iker. Sigue siendo un desconocidoen Menfis. — Iker, el hijo real... — Si no me equivoco, ésta es la prueba que tanto estabas esperando.

 — Hermosos cabellos, sanos y espesos, muchacho. ¿Qué deseas: la cabezaafeitada, un corte a la moda, ondulaciones? — Que los dejes cortos, sencillamente. — Siéntate en ese taburete de tres patas  — indicó el peluquero — , y mantén rectoel busto.Sobre una mesa baja estaba dispuesto el material del fornido y simpáticoartesano: varias navajas de afeitar, de distintos tamaños, pinzas para ondular,tijeras y un bol que contenía agua con natrón.

Iker era el primer cliente de la mañana. Los demás esperarían, prolongando sunoche, jugando a los dados o chismorreando un poco. — Tus cabellos están limpios y no necesito lavarlos. ¿Eres nuevo en el barrio? — Soy escriba y vengo del sur. He oído decir que aquí, en Menfis, un escribanopúblico se gana bien la vida. — Con el número de reclamaciones que hay dirigidas a la administración no tefaltará de nada. — ¿No desea el visir facilitar el día a día de los más humildes? — Eso es lo que dice, pero nadie cree en los espejismos. — Yo creo que tiene las manos atadas. — ¿Por qué dices eso, muchacho? — Porque nadie puede oponerse a la voluntad de un tirano.La navaja quedó unos segundos suspendida en el aire. — No estarás hablando de... — No es necesario que pronuncie su nombre, ya sabes a quién me refiero. Notodos somos corderos baladores, y sabemos muy bien que sólo la revuelta nosdevolverá la libertad. — ¡Habla en voz más baja! Palabras como ésas podrían llevarte a la cárcel. — Otros me sustituirían. Ya escapé de la policía durante la matanza de Kahun.

 — ¿Estabas allí? — Ayudé a mis amigos llegados de Asia. Esperábamos apoderarnos delayuntamiento, pero fuimos traicionados. Yo conseguí escapar. Lamentablemente,muchos de los nuestros cayeron. Los egipcios lo pagarán. — ¿Te buscan, acaso? — Sobek el Protector sueña con capturarme — confesó Iker — . Y a mí me gustaríaencontrar a la joven asiática que estuvo a punto de llevarnos a la victoria. Perosupongo que murió... — ¿Cuál es su nombre?

 — Si está viva aún, la pondría en peligro al revelártelo. Tú eres un pobrepeluquero y sufres la tiranía como la mayoría de la gente.

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 — Te equivocas, muchacho. También yo lucho, a mi modo. — ¿Realmente tienes ganas de combatir al déspota? — ¡Y no te he esperado para empezar! Tu joven asiática se llama Bina.Iker pareció pasmado.

 — ¿La... la conoces?El peluquero se limitó a asentir con la cabeza. — ¿Está viva, entonces? — Afortunadamente para nosotros. — ¿Dónde puedo encontrarla? — Me pides demasiado. — ¡Sin Bina estoy perdido! Antes o después seré detenido. A su lado puedo serútil aún. — Yo no sé casi nada. En cambio, conozco a alguien que tal vez puedainformarte: el fabricante de maquillaje que hay al fondo de la calleja, enfrente.Dile que vas de mi parte.

El consejo, presidido por el rey, escuchó el detallado informe de Iker. — Sin duda es una trampa  — estimó Sehotep — . Es inútil seguir adelante. — Al contrario  — objetó Sobek — . ¿Por qué no hemos conseguido descubrir laorganización de los asiáticos implantada en Menfis? Pues porque estánperfectamente aislados unos de otros. El peluquero se mantiene en su papel, esuno de los múltiples peones sin importancia. Pero Iker se ha ganado su confianzay eso le permite seguir tirando del hilo.

 — Comparto el análisis  — aprobó Senankh. — ¿Y si el peluquero fuera sólo una trampa?  — sugirió el visir. — Iker no tiene el aspecto ni la forma de actuar de un policía  — declaró Sobek — .El peluquero y él han dado, cada uno por su parte, un paso hacia el otro,mencionando Kahun y a Bina. De modo que no hay peligro alguno en proseguiresta infiltración. — ¿Qué decides, Iker?  — preguntó el rey. — Continúo, majestad.El fabricante de maquillaje abastecía a los principales médicos de la ciudad.

Combinando sustancias24

como la galena  — sulfuro de plomo — , la cerusa — carbonato de plomo — , la pirolusita  — bióxido de manganeso — , la crisocola — silicato de cobre hidratado —  y la malaquita obtenía notables productos debelleza. Pero no se limitaba a eso y creaba, también, productos de síntesis, comola fosgenita y la laurionita. Añadía a sus maquillajes virtudes terapéuticas quepermitían prevenir o cuidar el tracoma, el leucoma y la conjuntivitis.

24 Todo lo que sigue procede de los descubrimientos de G. Tsoucaris, P. Walter, P. Martinetto y J.-L.

Lévéque, expuestos en el Mensuelde l'X, núm. 564, abril de 2001, pp. 39-45.

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 — Ya no residen en Menfis. — ¿Adonde han ido? — A Siquem, con el Anunciador. — El Anunciador... ¡hace mucho tiempo que ha muerto!

 — Nadie puede matar al Anunciador. Propagará el fuego divino por toda la regiónsirio- palestina. Nosotros, los cananeos, expulsaremos a los egipcios de nuestroterritorio, formaremos un inmenso ejército y derribaremos el trono del faraón.

47

El consejo restringido del faraón no se había perdido ni una sola palabra de lasdeclaraciones de Iker. — Por eso, Sobek el Protector no conseguía desmantelar la organización asiáticaimplantada en Menfis — concluyó Senankh — . Esa pandilla de malhechores salióde la ciudad hace mucho tiempo y se refugió en Canaán, donde tiene numerososcómplices. — Ahora le toca al general Nesmontu resolver el problema  — apoyó Sehotep — .Que extinga el deseo de revuelta deteniendo a los émulos de ese Anunciador yque proceda a llevar a cabo ejecuciones públicas, tras un resonante proceso.Mientras la reputación de ese rebelde aliente a los fanáticos, no reinará la paz enla región. — Gracias al hijo real Iker — observó Khnum- Hotep — , hoy sabemos que Menfisfue sólo un lugar de tránsito para los terroristas, y que han regresado a sus bases

de partida. Buena noticia, por una parte; por la otra, una amenaza muy presente.Si el enemigo agrupa sus fuerzas, se volverá temible. — Yo soy más escéptico  — declaró Sobek — . Si la verdad fuera ésa, Nesmontunos habría comunicado más incidentes en Siquem. — Su último informe es alarmista  — recordó Sesostris — , pero el general esperaelementos concretos antes de pronunciarse de un modo claro. — ¿Y si el hijo real hubiera sido manipulado?  — preguntó Sobek.- — No minimicemos el éxito de Iker  — recomendó Se- hotep.El Protector se mostró huraño.

 — La conclusión se impone por sí misma  — estimó el visir — . El mayor peligrosigue siendo Siquem. Por prudencia, mantengamos un cordón de seguridadalrededor de Dachur y de Abydos. En cambio, propongo restablecer aquí la librecirculación de bienes y personas.El rey aprobó las palabras de su primer ministro.Sobek miró a Iker con ojos desconfiados, como si sospechara que había mentido.

Los discípulos del Anunciador se prosternaron varias veces ante su señor. Luego,al unísono, pronunciaron una repetitiva plegaria a la gloria del dios de las

victorias, que les daría la supremacía sobre el mundo.Mientras que Shab el Retorcido participaba con fervor en la celebración, Jeta- de-

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través se aburría tremendamente. Aquella comedia le parecía fútil comparada conla única realidad digna de interés: la violencia. Gracias a él y a sus comandos, ysólo a ellos, triunfaría el Anunciador.Cuando las letanías se extinguieron, Shab el Retorcido permaneció en éxtasis.

Jeta- de- través le propinó un codazo en las costillas. — ¡Vuelve, amigo! ¡No vas a caer, ahora, en ensueños infantiles! — ¿Por qué te muestras tan cerrado a las enseñanzas del Anunciador? ¡Teofrecerían una fuerza que todos necesitamos! — La mía me basta.Cuando los discípulos hubieron regresado a su lugar de trabajo o a su puesto deobservación, el Anunciador reunió al trío encargado de preparar el atentado quepondría fin al reinado de Sesostris.Shab el Retorcido y Jeta- de- través se sorprendieron ante la transformación de

Bina. Ya no era una guapa morenita, vivaz y juguetona, sino una temibleseductora segura de su encanto. A pesar del desprecio que sentían por el sexoopuesto y de la convicción de su superioridad, los dos hombres hicieron ademánde retroceder ante ella. — Bina pertenece ahora al primer círculo  — reveló el Anunciador — . Le hetransmitido directamente parte de mi poder para que se convierta en reina de lanoche. Participará, pues, en nuestras operaciones de envergadura.Ni Shab ni Jeta- de- través se atrevieron a emitir la menor protesta. En la miradade Bina había un fulgor tan terrible que ni siquiera ellos deseaban provocarlo. — ¿Están preparados tus hombres?  — preguntó el Anunciador a Jeta- de- través. — La leña ha sido escondida en los lugares previstos. Cuando dé la señal, seiniciará la acción. — Hablé largo rato con el aguador  — añadió Shab el Retorcido — . Gracias a sucharlatana lavandera, tenemos las informaciones necesarias. Por lo que al libanésse refiere, me entregó los frascos.El Anunciador tomó dulcemente la mano de Bina. — Es tu turno. Ahora te toca intervenir a ti. — - Jefe, el peluquero y el fabricante de maquillaje han desaparecido  — dijo elpolicía.

 — ¡Cómo que han desaparecido!  — exclamó Sobek el Protector — . Pero ¿noestaban vigilados? — Claro que sí, pero de modo muy leve, para que no se sintieran descubiertos.Consiguieron escapar a la vigilancia de nuestros centinelas. — ¡Estoy rodeado de ineptos!  — rugió Sobek. — - Jefe, hay algo más. — ¿Qué pasa ahora? — El cananeo con el que habló el hijo real está preparando su equipaje. — ¡A ése no lo dejaremos escapar! Yo mismo me encargaré.

Sekari estaba entregado a una de sus ocupaciones favoritas: dormir. Sin tener

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preferencia alguna porque se le pegaran las sábanas, por una larga siesta y por unabuena noche, se zambullía siempre en el sueño con ejemplar facilidad y no loabandonaba de buen grado. — Despierta — exigió Iker sacudiéndolo.

 — ¡Ah!... ¿La cena? — El cananeo me ha mandado un mensaje. Debo reunirme con él al sur de laciudad. El rey quiere que me sigas.Sekari se puso en pie de inmediato. — Eso no me gusta, Iker. — Tal vez me proporcione un medio de reunirme con mis supuestos aliados.

El guardia le cortó el paso a Bina, impidiéndole entrar en la cantina de lossoldados. — ¿Adonde vas con ese cesto? — Es un regalo del visir. — Ábrelo.El soldado descubrió unos frascos. — Unos contienen aceite de primera calidad para cocinar  — explicó Bina — ;otros, un ungüento que calma los dolores. Me han dado órdenes de que se losentregue al cocinero. — ¿Desde cuándo trabajas en palacio? — Desde siempre  — afirmó la muchacha, incitante — . A ti, en cambio, nunca tehabía visto.

 — Es normal, acaban de destinarme aquí. — Deberíamos conocernos mejor, ¿no te parece?El guardia se estremeció, Bina sonrió. — Buena idea. — ¿Estás libre mañana por la noche? — Mañana por la noche... es posible  — murmuró ella, haciéndose la remolona.Bina tomó un frasco, lo destapó, humedeció su índice y lo pasó dulcemente por elcuello del hombre, que creyó deshacerse de placer. — Hasta pronto, apuesto militar.

Tampoco el cocinero fue difícil de seducir. A Bina le resultó muy fácil derramaraceite en las marmitas donde se cocían los platos destinados a los centinelas quehacían guardia a partir de las primeras horas de la noche. Caerían en un sueñocomatoso del que, en su mayoría, no despertarían. En cuanto a los soldados queaún estaban despiertos, los hombres de Jeta- de- través se encargarían de ellos.

 — El tipo no está solo, jefe — le dijo un policía a Sobek — . Hay al menos dos másen la terraza. Y, sin duda, otros en el interior. Hemos dado con un nido decananeos.

El crepúsculo facilitaría el arresto.Sobek mandó a un explorador.

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Cuando se acercaba a la casa sospechosa, una piedra lanzada por una honda le dioen el hombro. — - ¡Esos bandidos nos esperaban!  — advirtió el Protector — . Que los rodeen. Yoregresaré a palacio y os mandaré refuerzos. En cuanto lleguen, iréis al asalto.

Sobek experimentaba la penosa sensación de haber sido engañado. Si seguíadirigiendo la operación, permanecería demasiado tiempo lejos del rey. Y suinstinto lo empujaba a reunirse con él lo antes posible.

 — El mensaje, sin embargo, indicaba esa casa  — confirmó Iker.- — Parece abandonada — advirtió Sekari. — En Kahun me reunía con Bina en una choza como ésa. — Dicho de otro modo: probablemente te ha tendido una trampa. Quédate aquí. — Sekari...

 — No temas, estoy acostumbrado.Iker no comprendía nunca cómo Sekari, aparentemente tan pesado, setransformaba en un genio volador al que ningún obstáculo molestaba.Desapareció con increíble agilidad y no tardó en salir de nuevo. — La choza está vacía. El mensaje era sólo una trampa. Han querido alejarnos.¡Pronto, volvamos a palacio!Una decena de incendios se iniciaron al mismo tiempo en los alrededores depalacio. La leña ardía a las mil maravillas, y las llamas llegaban hasta muy arribay sembraban el pánico.Uno de los focos amenazaba un edificio administrativo y varios guardias,apostados en el exterior, corrieron a echar una mano a los insuficientesaguadores. — Vamos allá  — ordenó Jeta- de- través a sus quince comandos armados conespadas cortas.A pesar de su valor, el centinela que permanecía ante la entrada principal fueaniquilado muy pronto.En el interior, el veneno de Bina se revelaba eficaz. La mayoría de los soldadosyacían por el suelo del refectorio, y otros, en los pasillos. Algunos seguían de pieaún, medios dormidos; sólo un puñado, que no habían comido, se hallaban en

condiciones de combatir.Frente a la oleada no resistirían largo rato.

Sesostris acababa de tenderse en la cama.Fueran cuales fuesen las múltiples ocupaciones que llenaban su interminable

 jornada de trabajo, el monarca no dejaba de pensar en el árbol de vida. Eje queunía la tierra al cosmos y columna vertebral de Osiris resucitado, preservaba losvalores fundamentales utilizados como materiales por una cofradía de sabiosdurante la construcción de Egipto.

Gobernando con rectitud, el rey contribuiría a la salvaguarda de la acacia. Cadaacto justo producía un alimento, cada celebración ritual emitía un poder capaz de

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rechazar las fuerzas del mal.De pronto se oyeron gritos y ruido de armas que chocaban.El rey se levantó, tomó una espada y abrió la puerta de su habitación.En el corredor, el último guardia sucumbía. Sólo dos de los comandos de Jeta- de-

través habían caído.Se hizo un pesado silencio.Todas las miradas convergieron en el gigante, cuya tranquilidad dejó pasmados asus agresores.Incluso Jeta- de- través, que no sabía lo que era el miedo, retrocedió. — ¡Es él — murmuró — , es el faraón!Los asiáticos inclinaron sus armas. — ¡No es más que un hombre! Está solo, y nosotros somos muchos, no tieneposibilidad alguna de vencernos. ¡Al ataque!Tras un largo instante de vacilación, uno de los agresores se decidió. Aunque elbrazo del faraón apenas se había movido, un sangriento surco se abrió en el pechodel asiático, que cayó pesadamente de espaldas.Otro asaltante, deseoso de vengar a su compañero, corrió la misma suerte.Con una cólera mezclada con desdén, Sesostris contemplaba a sus enemigos. — ¡Todos juntos! — aulló Jeta- de- través.Sus hombres le habrían obedecido si dos de ellos no hubieran sido derribados porSekari e Iker, que manejaban garrotes tomados de los cadáveres de los guardias. — ¡Larguémonos!  — gritó un asiático, convencido de que llegaban refuerzos.Sin embargo, no fue muy lejos, pues se topó con un Sobek enfurecido cuya lanza

lo atravesó de parte a parte.Jeta- de- través decidió abandonar a su equipo, tomó por un corredor vacío y saltópor una ventana.Y, aprovechando la confusión general, desapareció en la noche.

48

El faraón estaba sano y salvo.

Levemente herido en el brazo izquierdo, Sekari recuperaba el aliento.Sobek el Protector dirigió su jabalina hacia Iker, apoyado en la pared del corredordonde se amontonaban los cadáveres de los asiáticos. — Acuso al hijo real de haber organizado ese atentado. — ¡Has perdido la cabeza!  — protestó Sekari. — ¿Quién nos hizo creer que los terroristas habían abandonado Menfis? Iker y elcananeo... ¡Cómplices, ésa es la verdad!El muchacho palideció. — Por el nombre del faraón, juro que soy fiel al rey, y estoy dispuesto a dar mi

vida para defenderlo.Temiendo la violencia de Sobek, Sekari se interpuso.

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 — Como tú, somos víctimas de una manipulación. Nos han alejado de palacio, sehan provocado incendios, los guardias han sido drogados. En cuanto hemossospechado que era una trampa hemos regresado a toda prisa. Iker ha combatidocon valor, podría haber muerto.

El furor del Protector remitió. Las explicaciones de Sekari no carecían de peso.Pero anteriormente Iker había intentado ya acabar con el monarca... ¿No seríaéste un segundo intento, mejor organizado que el primero? — La conducta del hijo real y su juramento deberían disipar tus sospechas — afirmó Sesostris — . Los verdaderos culpables yacen a tus pies. — Asiáticos  — advirtió Sobek — . Hemos eliminado a algunos, pero ¿cuántosquedan aún decididos a hacer daño?

El Anunciador tranquilizó a sus fieles.

 — El atentado ha fracasado  — reconoció — , pero ninguno de nuestros valerososcombatientes ha hablado. De lo contrario, la policía estaría ya aquí. Esos héroesirán al paraíso, podemos estar orgullosos de su valor y de su abnegación. Graciasa ellos, el tirano no se sentirá ya seguro en ninguna parte, ni siquiera en su propiopalacio. Ya es hora de abandonar esta ciudad depravada. Shab, forma los grupos.Cada uno partirá en una dirección distinta para no llamar la atención del enemigo.Luego nos reuniremos en algún lugar seguro y distribuiré nuevas tareas. Nuestralucha por la instauración de la verdadera fe no dejará de intensificarse.Los adeptos, tranquilizados, recibieron sus consignas.El Anunciador subió al piso y sacó de su escondrijo el cofre de acacia. Las armasque contenía no habían podido expresarse aún con todo su poder. — Señor, lamento no haber participado en el combate  — deploró Bina — . A Jeta-de- través le ha faltado sangre fría. Conmigo eso no hubiera ocurrido. — Tendrás otras oportunidades para probar tu valor. Sesostris es un adversarioexcepcional, tiene grandes poderes. Sus dioses lo dotaron de extraordinariascualidades, y sólo la superioridad del nuestro lo reducirá a la nada. El camino serálargo, Bina, pues el enemigo es valeroso. — Más hermosa será, así, la victoria. — Sobek no consigue localizarnos. Pero no siempre gozaremos de esta ventaja.

Debes aprender a mostrarte prudente, reina de la noche. Envuelve en tinieblascada uno de tus actos.

A Shab el Retorcido no le llegaba la camisa al cuerpo. Con el cofre sobre suhombro izquierdo seguía al Anunciador, que hubiera tenido que abandonarMenfis con los demás en vez de dirigirse a casa del libanés. Pero tenía queobedecer a su maestro, aunque éste corriera riesgos desmesurados.El Retorcido temía ser detenido en cualquier momento por una patrulla depolicía. El Anunciador, en cambio, caminaba con pasos tranquilos, como

cualquier ciudadano con la conciencia inmaculada. Hasta llegar a la morada dellibanés no se produjo incidente alguno.

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Cuando el Anunciador entró en el salón, el comerciante y Medes se levantaron. — ¡Sesostris sigue vivo!  — exclamó Medes. — Lo sé, amigo mío, lo sé. — ¡Van a detenernos a todos!

 — Claro que no. — Sobek interrogará a los heridos y hablarán. — No lo creo  — replicó el Anunciador. — ¿Cómo estar seguros de eso? — A excepción de Jeta- de- través, lo que habían tomado los brutos que debíanencargarse de acabar con el faraón les concedía muy poca vida. Aun en caso deéxito, todos habrían muerto una hora después.Medes contempló aterrorizado al Anunciador. — Habéis... habéis... — La posibilidad de tener éxito era ínfima, pues el entorno mágico de Sesostrissigue siendo eficaz. Sin embargo, el resultado buscado se ha conseguido: eserégimen impío se sabe vulnerable. Y nada ni nadie le permite prever de dóndellegarán los golpes ni en qué momento se propinarán. — ¿Debo regresar en seguida a mi país?  — preguntó el libanés. — De ningún modo, mi buen amigo. Varios fieles se han marchado ya hacia elnorte, pero tú vas a quedarte aquí, igual que los miembros de la organizaciónprincipal, compuesta por comerciantes, peluqueros y mercaderes ambulantes. Ladirigirás en mi nombre y me proporcionarás las informaciones con ejemplarlealtad, ¿no es cierto?

 — ¡Contad conmigo, señor!  — exclamó el libanés, cuyas cicatrices, dolorosas depronto, le recordaron la imperiosa necesidad de obedecer al Anunciador. — Tu papel y el de nuestro aliado Medes son particularmente importantes. Meinformaréis de lo que ocurre en Menfis y de las intenciones de Sesostris. — Haremos lo que podamos, pero... ¿Podemos proseguir nuestras operacionescomerciales con el Líbano? — No veo inconveniente alguno, siempre que nuestra causa se beneficie de ello. — ¡Así lo tenía yo entendido! — ¿Pensáis hacer una pausa antes de atacar de nuevo al faraón?  — preguntó

Medes. — Debo desplegar mis fuerzas de modo distinto, pero no habrá pausa alguna. Portu parte, obtén toda la información que puedas sobre Abydos. Mientras la acaciade Osiris tenga un soplo de vida, ninguna de nuestras victorias será decisiva. Peromuy pronto alcanzaremos el primer objetivo: lograr que ningún egipcio duermatranquilo.

Cuando entraba en la sala de interrogatorios del cuartel principal de Siquem, elgeneral Nesmontu recibió una carta de Sehotep en la que éste narraba los

dramáticos acontecimientos de Menfis.Las noticias caldearon la sangre del viejo militar y fortalecieron su deseo de

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descubrir a los cabecillas de la sedición cananea. Aunque estuvieseaparentemente dominada, Nesmontu sentía que el fuego seguía ardiendo bajo lascenizas.Frente a él, sentado en un taburete con las manos atadas a la espalda, un chiquillo

de ojos coléricos. — ¿Por qué lo habéis detenido?  — preguntó el general al soldado que lo vigilaba. — Ha intentado clavarle un cuchillo por la espalda a un centinela. Se hannecesitado tres hombres para dominarlo. — ¿Qué edad tienes?  — le preguntó Nesmontu al prisionero, mirándolodirectamente a los ojos. — Trece años. — ¿Hablaste de tus intenciones con tus padres? — Mis padres han muerto. El ejército egipcio los mató. Yo mataré a los egipcios.

Siquem se rebelará porque tenemos un jefe. — ¿Cómo se llama? — El Anunciador. — Fue condenado y ejecutado. — ¡Tonterías! Nosotros, los cananeos, sabemos que eso es falso. Y tendréispruebas de ello. — ¡Ah, caramba! ¿Y cuándo? — En estos mismos momentos, el Anunciador desvalija una caravana al norte deSiquem. — Pareces muy bien informado, bribonzuelo. Pero mientes como si respiraras. — ¡Veréis como no! — Una temporada en la cárcel te pondrá la cabeza en su sitio. — Sólo es un chiquillo  — recordó el soldado. — ¡Un chiquillo dispuesto a matar! Aquí se aplica la ley egipcia, que estipula que,a partir de los diez años, un individuo es enteramente responsable de sus actos.Cuando el general regresaba a su cuartel, su ayuda de campo le entregó unmensaje. — Ha sido agredida una caravana al norte de la ciudad. — ¿Víctimas?

 — Por desgracia, sí, pero también hay supervivientes. — Tráemelos sin tardanza.

En cuanto llegó a Menfis, Nesmontu solicitó audiencia al faraón, que lo recibióde inmediato. Dada la importancia de las informaciones, Sesostris convocó alvisir Khnum- Hotep, al Portador del sello Sehotep, al gran tesorero Senankh, aSobek el Protector, al hijo real Iker y al agente especial Sekari. — La investigación realizada por el general Nesmontu ha obtenido unosresultados inquietantes  — declaró el rey — . Que exponga las circunstancias de su

descubrimiento. Luego, tendremos que tomar decisiones. — Una caravana acaba de ser atacada cerca de Siquem  — revelo Nesmontu — .

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Los soldados que la escoltaban se han defendido valientemente, pero han sidovencidos por el número. Una patrulla ha ayudado a tiempo a dos supervivientes,un soldado y un mercader. — El nuevo drama demuestra que es preciso reforzar nuestra presencia militar en

toda la región sirio- palestina — estimó Senankh. — Propongo también que se doblen las escoltas — dijo Sobek — . Eso disuadirá deorganizar expediciones mortíferas a los merodeadores de las arenas, que se alíande buena gana con los cananeos. — Son medidas necesarias  — reconoció Nesmontu — , pero lo que lossupervivientes me han comunicado podría hacerlas insuficientes. A su entender,el jefe de la banda de forajidos era un hombre de gran talla al que llamaban elAnunciador. — El Anunciador ha muerto  — recordó Sehotep — . Según tu propio informe, lapoblación de Siquem acabó con él, rebelándose contra aquel falso profeta. — Así lo creí, en efecto, pero es evidente que me equivoqué. El Anunciadorparece muy vivo. Comparando los indicios recogidos durante los interrogatorios,tengo la sensación de que se va convirtiendo en el alma de la revuelta cananea.Incluso los niños parecen serle adictos y quieren combatir en su nombre. — Si existe, se encuentra sin duda en la región sirio- palestina  — advirtió Iker,cuya intervención provocó la incendiaria mirada de Sobek.El jefe de todas las policías del reino nada había podido obtener del cananeo y desus acólitos, enviados para atraerlo hacia una trampa. Todos habían sucumbido asus heridas, recibidas durante el asalto.

 — El Anunciador dispone, forzosamente, de varios grupos armados  — prosiguióel general Nesmontu — . Se desplaza con frecuencia e intenta federar las tribuspara formar un ejército dispuesto a enfrentarse a nosotros. — ¿Por qué no consigues detenerlo?  — preguntó el visir. — Conoce el terreno mejor que nosotros lo conoceremos nunca, y algunos espíasle informan del menor despliegue de nuestras fuerzas. Sin embargo, he logradouna información fundamental: el mercader superviviente había oído ya alAnunciador predicando la guerrilla contra Egipto. Su verdadero nombre es Amu,y manda una antigua tribu cananea, famosa por su crueldad y su violencia.

 — ¡Basta con localizarlo, pues! — Las familias que componen esta tribu nómada entraron en la clandestinidadtras la insurrección de Siquem. Formularon una promesa que toda la región setoma muy en serio: quien denuncie a un partidario del Anunciador al ejército o ala policía será ejecutado con el máximo salvajismo. — ¿Qué propones? — preguntó Senankh. — Necesito un hombre muy valeroso, que disponga de la entera confianza de sumajestad y sea capaz de ganarse la de Amu y sus íntimos. Tendrá que identificarlas distintas ramas de la organización terrorista e informarnos con la mayor

prudencia. Nosotros intervendremos en el momento propicio y aniquilaremos alenemigo de un solo golpe. Excluyo de antemano a un militar de carrera; son muy

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fáciles de descubrir.- — Yo soy, pues, el indicado  — dijo Sekari. — De ningún modo  — objetó Iker — , sólo yo poseo los argumentos decisivos.¿Acaso no intenté asesinar al rey?

Sobek dio un respingo. — Majestad, os recomiendo una vez más que desconfiéis de este escriba. — Bina y los asiáticos de Kahun no estarán muy lejos del lugar donde se oculte elAnunciador  — prosiguió Iker — . No cabe duda de que han abandonado Menfis ypreparan desde la región sirio- palestina los próximos atentados. Yo conseguí engañar a las autoridades, pero no a Sobek el Protector. A punto de ser detenidosólo tenía una única solución: huir, reunirme con mis cómplices, comunicarles loque he sabido sobre palacio y reanudar con ellos el combate contra el tirano. — ¡Por fin confiesas! — exclamó Sobek.

Iker miró al jefe de todas las policías del reino. — Puesto que no consigo convencerte de mi lealtad, mis actos hablarán por mí. Ome reúno con mis cómplices, y acabarás matándome con absoluto júbilo, o me in-filtro entre el adversario y transmito valiosas informaciones que permitan a sumajestad extirpar el mal. — Hay una tercera hipótesis que me parece mucho más realista  — indicóSekari — : fracasas y el Anunciador te da muerte entre atroces sufrimientos. — Soy consciente del peligro que corro  — admitió el hijo real — . Pero debo pagaruna deuda y quiero ganarme la total confianza de los amigos de su majestad,incluida la de Sobek, cuya actitud no me sorprende. Cometí una grave falta, yahora debo lavar mi corazón y llenarlo de justicia. Por eso imploro al faraón queme confíe esta misión.Sesostris se levantó, indicando así el final del consejo.Todos salieron en silencio, a excepción de Iker. — Majestad, ¿puedo solicitar un favor antes de mi partida? Desearía volver a ver aIsis y hablar con ella por última vez.

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Gergu sollozaba, hundido en un sillón.

 — Salgamos en seguida de Menfis... Pero ¿dónde podemos ocultarnos?¡Sesostris nos perseguirá hasta en pleno desierto! — Deja de decir estupideces y bebe más cerveza. Eso te tranquilizará. — ¡No tengo sed! — Sobreponte, ¡maldita sea!Gergu aceptó vaciar su copa como si fuera la última. — No tenemos en absoluto nada que temer  — aseguró Medes — . Según losrumores, del único del que Sobek sospecha es del hijo real, Iker. El Anunciador yla mayoría de los suyos están a cubierto. La organización del libanés sigue

operativa.Gergu se sintió algo menos inquieto.

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 — ¿Estáis seguro de que no seremos detenidos? — No hemos cometido ningún error, todas las pistas que hubieran permitidollegar hasta nosotros están cortadas.Esta vez, Gergu vació la jarra.

 — ¡Sesostris parece indestructible! Ningún intento de asesinato tendrá éxito.Retirémonos de esa peligrosa alianza, Medes, y gocemos de nuestra fortuna. — Eso sería una reacción infantil. En primer lugar, el Anunciador no admitetraiciones ni defecciones. Si hiciéramos lo que tú dices, firmaríamos así nuestrasentencia de muerte. Luego, seguiremos enriqueciéndonos gracias al libanés.Finalmente, acabaremos dominando el país entero. ¿Realmente crees en elinfierno, Gergu? — ¡Los condenados arden allí en unos calderos y nada atenúa su sufrimiento! — Fábulas idiotas  — estimó Medes — . Yo sólo creo en el mal, en la mentira y enla rapacidad. Negarlas es una estupidez; combatirlas es irrisorio. El Anunciadorme fascina, pues utiliza con suprema habilidad las fuerzas del mal. Y lo másasombroso es el número de adeptos que lo obedecen ciegamente. ¿Cómo tantosimbéciles pueden admitir que Dios haya hablado con un individuo y le haya en-cargado que imponga una verdad absoluta y definitiva? La estupidez domina a lamultitud, y debemos aprovecharlo al máximo. Es la más formidable armapolítica. Me importa un comino la religión que el Anunciador predica, pero estoyconvencido de que conseguirá conquistar el mundo. Asociándonos con él nosharemos extraordinariamente ricos y poderosos.La sangre fría de Medes tranquilizó a Gergu, y la cerveza acabó de relajarlo.

 — La Casa del Rey vive sumida en el temor  — añadió su secretario — . Tras lainesperada llegada del general Nesmontu no he tenido que redactar decretoalguno. Nada se ha filtrado de sus entrevistas con el rey, pero, al parecer, Iker hasido convocado. Intentaré averiguar algo más. Por tu parte, interrogadiscretamente al entorno de Nesmontu. Acabarás encontrando algún charlatán,orgulloso de revelarte las razones de la visita del general.

El sol se ponía en Abydos. Isis subió lentamente la escalera de piedra que llevabaa lo alto del templo donde pasaría la noche estudiando el cielo.

El rey le había encargado que descubriera cualquier actitud sospechosa por partede los sacerdotes permanentes o temporales, pero la muchacha habíacomprobado, no sin alivio, que todos cumplían rigurosamente con su función.Más ardua era otra misión que reclamaba su energía: buscar en los archivos de laCasa de Vida los elementos, aunque fueran ínfimos, útiles para la curación de laacacia.Y precisamente porque un texto recomendaba explorar el cosmos, Isis pensabainterrogar a las estrellas, a los planetas y a los decanatos.La diosa Isis había colocado los astros en su justo lugar, las siete Hator orientaban

el destino. Por lo que a la lectura de la hora se refiere, al horóscopo, éste seguíasiendo un secreto de Estado que se transmitía de faraón en faraón. Los iniciados,

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sin embargo, conocían el mensaje de las treinta y seis candelas, los decanatos,también llamados «los vivientes». Nacían y se regeneraban en el duat , la matrizestelar, al tiempo que ritmaban el año ritual.Con la ayuda de un visor formado por una hoja de palma cortada por el medio y

una regleta provista de una plomada, Isis calculaba la posición de los cuerposcelestes. Observó el Horus- toro- del- cielo, Saturno, potencia decisiva que nodejaba lugar alguno a las debilidades humanas; el Horus- que- revela- el- secreto,Júpiter; el Horus- rojo, Marte, dispensador de fuerza; la doble estrella, la matutinay la vespertina, Venus, asimilada al fénix, portador del fulgor de la piedraprimordial; Sobeg, en la proa de la barca solar, y Mercurio, el que abría todos loscaminos. Juntos, estos planetas tocaban una música que era necesario aprender apercibir para comprender cómo la partitura del universo, cuyos eternosintérpretes eran, hechizaba la tierra de Egipto.

Ninguna de ellas presentaba ningún signo alarmante. En cambio, Isis sepreguntaba por qué la acacia no vivía ya en armonía con las fases de la luna. Trasla fase ascendente de su energía, el decimocuarto día, el ojo celestial erarepescado, reconstituido, y brillaba en la barca como sol de la noche, luz en elcorazón de las tinieblas, capaz de ampliar las formas ocultas en la oscuridad.Ciertamente, la luna seguía cumpliendo su función, pero el árbol de vida no sebeneficiaba ya de ella. Ahora bien, según los textos, una sola potencia podíadegradar ese sol nocturno e impedir que irradiase: Seth, el asesino de Osiris. Sethel trasgresor, el violento, el borracho, el tormentoso, el que separaba, dividía, ysembraba la confusión y el desorden.Isis sabía dónde encontrarlo: en la pata anterior del toro, en el cielo del norte 25.Dirigiendo hacia él su pequeño cetro «Magia» de marfil, la sacerdotisa lointerrogó, consciente del peligro. Importunar a Seth el imprevisible podía desatarsu cólera, pero deseaba descubrir por qué razón y de qué modo perjudicaba a suhermano Osiris encarnizándose con el árbol de vida.Las circumpolares, estrellas indestructibles, seguían idénticas a sí mismas.Sierras de Osiris, mantenían el poder sethiano en el seno de la armonía deluniverso. En cambio, los demás cuerpos celestiales comenzaron a brillar coninsólitos fulgores.

De pronto, Isis tuvo la visión de la realidad oculta de esa inmensidad que tan amenudo había contemplado, admirada, sin discernir su verdadera naturaleza.Contra el fondo de lapislázuli brillaban metales y piedras preciosas, alimentadospor la claridad que emanaba de la barca solar. El cosmos parecía un gigantescolaboratorio alquímico donde se efectuaba sin cesar la transmutación de la luz envida, proyectada sobre cada ser, comenzando por la tierra. En el vientre de lasmontañas renacían los metales y los minerales procedentes del cielo. Osiris- luna,sol en el corazón de las tinieblas, los hacía crecer. Un genio del mal, manipulador

25 La Osa Mayor.

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de las fuerzas cósmicas, intentaba interrumpir ese crecimiento.Isis fue presa del vértigo. Lentamente, volvió a bajar la escalera apoyándose confrecuencia en el muro. Era demasiado pronto para obtener las enseñanzas de esedescubrimiento, pero tal vez le procurara nuevas armas contra el adversario.

En la penumbra del templo, una presencia. — ¿Quién está ahí? — Vengo a empezar mi servicio  — dijo Bega con voz ronca — . El Calvo me hapedido que os sustituyera y prosiguiese las observaciones. ¿Habéis notado algunaanomalía en el movimiento de los astros? — No — respondió Isis sin mentir.No era el desplazamiento ni la posición de los cuerpos celestes lo que habíaabierto su conciencia, sino su propia calidad. Podría haberle hablado de ello alsacerdote permanente Bega, afamado matemático y geómetra, especialista enefemérides, pero la muchacha, trastornada, prefirió guardar silencio sobre suexperiencia.A la luz de las candelas, Bega advirtió que la sacerdotisa parecía agotada. — ¿Cómo os sentís, Isis? — Algo cansada. — ¿Deseáis que os acompañe hasta vuestra habitación? — No será necesario. — No pretendo daros órdenes, pero tendríais que descansar. — Como a todos, las circunstancias me lo impiden. — ¿Acaso creéis que arruinando vuestra salud preservaréis la de la acacia?

 — Si mi vida pudiese salvar la suya y la de nuestro país, no vacilaría ni un soloinstante en ofrecérsela. — Los permanentes comparten ese noble pensamiento, y ninguno escatimaesfuerzos  — afirmó Bega — . El resultado no es tan desesperante, puesto que laacacia sobrevive. — Estamos librando la más temible de las guerras y no la hemos perdido aún.Mientras la veía alejarse, diversos sentimientos se apoderaron de Bega. ¿Cómono envidiar su belleza y su inteligencia? Con prudencia y habilidad, habría queimpedir que ascendiera por la jerarquía y se volviera molesta. Isis era tan radiante

ya que muchos le auguraban las más altas funciones. Afortunadamente,desprovista de ambición y preocupada sólo por las búsquedas espirituales, ella nopensaba en el poder. ¿No acababa de efectuar un descubrimiento que,visiblemente, la había conmovido? Interrogarla hubiera sido imprudente, puesuna excesiva curiosidad le habría extrañado. Con obstinación, tal vez Begaconsiguiera domeñarla, transformarla incluso en una presa para el Anunciador.

La salida del sol fue un esplendor.Isis advirtió el excepcional brillo del halo rojo que precedía a la reaparición del

disco de oro, vencedor de nuevo de las tinieblas surcadas durante aquella nocheque la sacerdotisa había concluido en la biblioteca de la Casa de Vida.

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Consultando el tratado de alquimia de Imhotep, cuyas riquezas estaba muy lejosde haber agotado, la muchacha pensaba en una primera aplicación, siempre que elCalvo estuviera de acuerdo.Cuando vio en la mano de Isis un espejo de cobre, éste no dejó de mostrar su

descontento. — ¿Acaso olvidas nuestro primer deber? — No, tranquilizaos. Vamos a regar el pie de la acacia con agua y leche, pero megustaría obtener vuestra autorización para efectuar un nuevo rito. — ¿Con este objeto? — ¿No lo sacralizó la diosa Hator en los ritos de iniciación femenina? Es el mássencillo de que dispongo, y su facultad de irradiación sigue siendo limitada. Sinembargo, tengo esperanzas. — ¿De dónde procede esta idea?

 — De la percepción de la naturaleza metálica del cielo. — ¡Ah!... Has superado esa etapa ya. Decididamente, el rey no se ha equivocado.Gruñendo, el Calvo se dirigió hacia la acacia, rodeada por cuatro árboles jóvenes.Plantados en los puntos cardinales, formaban un recinto protector que impedíaque las ondas maléficas alcanzaran de nuevo a aquel enfermo grave.Tras haber alimentado al árbol de vida, Isis colocó el espejo de modo que la luz dela mañana iluminase una pequeña parte del follaje.Ante la atenta mirada del Calvo, algunas hojas comenzaron a reverdecer. Luego,el color se atenuó pero no desapareció por completo. — Explícate, Isis. — El enemigo turbó la circulación de la energía entre el cielo y la tierra. Una solay mínima potencia hace crecer los metales y que broten los vegetales, cuyosoberano es la acacia, pues participa, a la vez, del aquí y del más allá. Debido aesta intervención maléfica, no desempeña ya su doble papel de emisor y receptor.Sólo una terapéutica al- química lo curará. — Por eso resulta indispensable el oro de los dioses  — recordó el Calvo. — Antes de que encontremos la cantidad necesaria, utilicemos otros metalesprocedentes de las estrellas. Ese simple espejo ritual acaba de demostrar sueficacia, por mínima que sea. Otros, mejor modelados, ayudarán a la savia a

circular por sus venas. — ¿Y si dispusiéramos decenas de espejos alrededor de la acacia?  — preguntó elCalvo. — Correríamos el riesgo de quemar su escasa vitalidad y matarla así nosotrosmismos. Nuestra intervención debe ser prudente y medida. — He aquí, sin embargo, un nuevo paso en la dirección adecuada. — Mis investigaciones no han terminado aún. Los antiguos videntes nos legaronalgunas claves importantes. De modo que seguiré examinando sus palabras.

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En el laboratorio de Abydos se conservaban las recetas de fabricación de loscosméticos, los perfumes y los ungüentos rituales, indispensables para la prácticacotidiana del culto. El Calvo y los sacerdotes permanentes conocían tan bien esostextos que ya no les prestaban atención. Volviéndolos a examinar, al igual que las

columnas de jeroglíficos grabadas en los muros, Isis se lanzó en busca de undetalle insólito o una alusión a algún secreto perdido que la pusieran tras la pistadel metal sanador.Primero, advirtió varias menciones del oro de Punt, pero sin precisión algunasobre el emplazamiento de aquel misterioso país cuya realidad nadie podíaasegurar; luego, conoció la existencia de una «ciudad del oro», donde se extraíaun metal muy puro de excepcionales virtudes. No obstante, tampoco ahí habíaindicación geográfica alguna. El contexto permitía suponer, sin embargo, que seencontraba en el desierto de Nubia.Agotada, enrolló los valiosos papiros y los metió en unos estuches de cuero.Luego, salió del laboratorio y se recogió unos instantes en el silencioso temploantes de regresar al mundo exterior.El sol se ponía.A la suave luz del crepúsculo avanzaba un gigante. — Majestad... — ¿Qué has descubierto, Isis?La muchacha le habló al monarca de su observación del cielo y de la ciudad deloro. — He venido a celebrar un ritual destinado a rechazar a los enemigos de la luz,

para proteger mejor a Osiris. Serás una de las cuatro sacerdotisas encargadas derepresentar a las diosas que me ayudarán.

En una capilla, el Calvo instaló un relicario rodeado por cuatro figuras aladas, concabeza de leona. Simbolizaba el primer cerro que emergió durante la creación,cuando se materializó el fulgor divino.Acompañada por tres sacerdotisas de Hator más, Isis modeló una bola de arcilla.Cada una de ellas representaba una faceta del ojo de Ra, capaz de disipar lastormentas provocadas por Seth.

El faraón depositó en el relicario una quinta bola en la que clavó una pluma deavestruz, evocación de Maat. — Que esa tumba de Osiris esté siempre defendida contra sus agresores — declaróel rey — . Las cuatro leonas velan en los cuatro puntos cardinales, sus ojos no secierran nunca. Que sus cuatro orientes permanezcan estables y el cielo no vacile.Con su bola de arcilla, cada sacerdotisa se presentó ante el monarca. Él repitiócuatro veces la fórmula de conjuro. — Ahora, el sol tiene cuatro ojos. El cielo entero se ilumina. Violentos soplos,preñados de fuego, dispersan a Seth y a sus cómplices.

El monarca lanzó la primera bola hacia el sur, la segunda hacia el norte, la tercerahacia el oeste y la cuarta hacia el este.

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 — Abydos sigue siendo para siempre el paraje que alberga al Venerable, y Seth seve condenado a llevar a quien es más grande que él, Osiris.Concluido el rito, Sesostris reunió a sacerdotes y sacerdotisas permanentes en lasala de columnas del templo.

 — La protección de la acacia se refuerza  — reveló — . Sea cual sea el lugar dondese oculte el ser maléfico, el ojo de Ra lo descubrirá e impedirá su acción. En miausencia, una de las iniciadas pronunciará las fórmulas que prolongan la eficaciadel rito. Isis velará por la acacia y nombrará los elementos de la barca de Osiris,«la Dama de Abydos». Puesto que no circula ya libremente, la energía de laresurrección se agota. Isis preservará lo que pueda ser preservado, yproseguiremos nuestra lucha y la búsqueda del oro sanador.Bega tenía la garganta seca. Ciertamente, Isis no sustituía aún al Calvo, peroestaba adquiriendo una considerable importancia. Representante de la voluntad

real, no dejaría de extender su influencia. Afortunadamente, su papel se limitabaa la acción sagrada, y no afectaba a la administración ni a los bienes materiales.Dado su temperamento místico, la muchacha se encerraría en la espiritualidad yno advertiría nunca el tráfico de estelas.En cuanto a la muerte definitiva de Osiris y a la destrucción de Abydos, sóloadvertiría el peligro demasiado tarde.

Un veterano digno de ese nombre no desdeñaba una buena cerveza, sobre todo siera algo más fuerte que de costumbre. Por eso Gergu la emprendía con uno de lossoldados de más edad de la escolta del general Nesmontu. Al finalizar susservicios, al ser relevado, el militar había aceptado una visita a las mejorestabernas de Menfis, en compañía de un experto. — Trabajo en las viñas reales  — mintió Gergu — . Tras habernos remojado elgaznate con cerveza fuerte, te haré probar algunos caldos que no olvidarás nunca.Nadie aguantaba mejor el alcohol que Gergu. Incluso borracho como una cuba,seguía comprendiendo lo que le decían. El veterano, en cambio, carecía depráctica al más alto nivel. De modo que, tras haber hablado de sus hazañas, no senegó a responder a las preguntas de su nuevo amigo. — ¿Por qué el general Nesmontu regresó precipitadamente de Menfis?  — quiso

saber Gergu. — ¡Extraña historia, muchacho! Una caravana fue atacada, hubo víctimas civilesy militares. ¿Y sabes quién era el jefe de los criminales? ¡El Anunciador! Lospiojosos de Siquem no acabaron con el de verdad, ¿te das cuenta? — ¿Y ahora se conoce su verdadera identidad? — El general, sin duda... Estaba impaciente por comunicárselo al faraón. — Programarán entonces un gran rastreo de la región... — Me extrañaría. — ¿Por qué?

 — Porque ya lo han hecho diez veces y no han obtenido resultado alguno.Nesmontu es un hurón. Mandará a un espía que se infiltrará entre los cananeos

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para descubrir el lugar donde se oculta el Anunciador. Luego, golpearemos. — Excelente trabajo, Gergu — reconoció Medes — . Ese charlatán nos ha sido muyvalioso. Informaré al libanés esta misma noche para que avise al Anunciador. — El hijo real Iker solicita veros  — lo avisó un ujier.

Medes salió inmediatamente de su despacho. — ¿En qué puedo serviros, Iker? — Acepté vuestra invitación a cenar pero, desgraciadamente, no podré haceros elhonor. — Espero que no estéis enfermo. — En absoluto, sólo es que debo abandonar la corte por algún tiempo. — ¿Alguna misión en provincias? — Perdonadme, pero me es imposible deciros nada más. — ¿Deseáis que fijemos otra fecha? — Ignoro la duración exacta de mi ausencia. — Permitidme que os desee buen viaje y que os diga cuán impaciente estoy porvolver a veros. En cuanto regreséis, concededme el privilegio de ser uno de losprimeros en recibiros. — Prometido. — ¡Hasta pronto, pues! — Si los dioses quieren, Medes.Sólo podía haber una sola explicación para la precipitada marcha del hijo real:Sesostris acababa de ordenarle, con el mayor secreto, que se infiltrara entre losterroristas cananeos. Iker no era un soldado, nadie lo conocía en la región, fingiría

ser adepto del Anunciador y obtendría más resultados que el ejército deNesmontu.Si Medes no se equivocaba, ya tenía el medio más seguro para librarse de aquelaguafiestas. El libanés haría que sus agentes lo siguieran y, luego, éstos pasaríanel relevo a los discípulos del Anunciador. Cuando Iker entrara en la zona tribal deCanaán, creyendo engañar a sus interlocutores, sería hombre muerto.Muy pronto estaría en Canaán, un país hostil, con el peligro, la soledad, el miedoy, sin duda, la muerte. Iker no se hacía ilusión alguna sobre su suerte, pero no latemía. Antes de afrontar esta prueba, probablemente la última, gozaría de la paz y

el frescor de los jardines de palacio. Le habría gustado escribir, el resto de su vida,a la sombra de un sicómoro, seguir la carrera del sol al ritmo de los jeroglíficosdesplegados sobre un papiro, penetrar en los pensamientos de los sabios e intentarmodelar una nueva formulación de acuerdo con la tradición. Pero el destino habíadecidido otra cosa, y toda rebeldía hubiera sido una niñería.De pronto, se creyó de nuevo víctima de una alucinación.Ella... acercándose a él, con una túnica de un rosa muy pálido y una flor de loto enel pelo. — ¿Isis, sois vos...? ¿Realmente sois vos?

Ella le sonrió, luminosa, solar. — Por orden de su majestad, ahora resido en Menfis para consultar algunos

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archivos que no han sido examinados desde hace mucho tiempo. Antes de pasarlargas horas en la biblioteca del templo de Hator deseaba volver a ver este lugar.Perdonad que haya interrumpido vuestra meditación.De nuevo las palabras se atorbellinaban en la cabeza de Iker, y no sabía cuáles

elegir. — El granado... ¿Lo recordáis? Me gustaría admirarlo con vos.El árbol era magnífico. Una flor nueva sustituía, sin cesar, a la antigua.Se sentaron en un banco de madera, cercano y muy distante al mismo tiempo eluno del otro. — ¡Esperaba tanto volver a veros, Isis! Ésta será sin duda la última vez. — ¿A qué viene ese pesimismo? — He obtenido autorización del rey para cumplir una misión que me incumbía:intentar infiltrarme en el grupo de terroristas que dirige el Anunciador.

 — ¿De qué modo? — Los estrategas me lo indicarán. — ¿Con qué medios?-  — Con el cuchillo de un genio guardián que me ha ofrecido su majestad, unamuleto que representa el cetro «Potencia» y la experiencia de combate adquiridadurante mi formación.Isis pareció trastornada. — ¿No será una misión suicida? — Como hijo real debo obediencia a mi padre. Más aún, tengo que servirlo sinpensar en mí mismo. Hoy, mi lugar está en Canaán. Si lo consigo, el faraónluchará más eficazmente contra las fuerzas del mal. Si fracaso, otro intentará laaventura. — Parecéis casi indiferente frente a vuestro destino... — No me creáis resignado, ¡ni mucho menos! Pero sé que mis posibilidades deéxito son muy escasas. Por eso solicito un favor de vos, si aceptáis escucharme. — Hablad, os lo ruego. — Al salir hacia Canaán me veo obligado a abandonar a mi más fiel compañero,Viento del Norte, un asno al que salvé dos veces de una muerte cierta. El me hapreservado de la mala suerte. ¿Querríais llevároslo a Abydos y velar por él?

 — Claro que sí, e intentaré ganarme su amistad. Podéis estar seguros de que nadale faltará a Viento del Norte. — Me proporcionáis un gran consuelo antes del temible exilio. En Menfis es fácilmostrarse valeroso. Pero ¿cómo reaccionaré, lejos de Egipto? Y aunque descubrael cubil del Anunciador, ¿podré avisar al rey? — La magia de Abydos os protegerá, Iker. Gracias a vos salvaremos al árbol devida. — Que los dioses os oigan, Isis.El muchacho pensaba en las palabras de la serpiente, pronunciadas en la isla del

ka:  «No pude impedir el fin de este mundo, ¿sabrás tú salvar el tuyo?»Ella se levantó.

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8/6/2019 La Conspiracion del Mal - Los Misterios de Osiris 2 - Christian Jacq

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Dentro de unos instantes iba a alejarse, a desaparecer para siempre, y él no lehabía dicho nada aún.¿Cómo enfrentarse con la muerte sin revelarle la naturaleza del fuego que loabrasaba?

Se levantó a su vez. — Isis... — ¿Sí, Iker? — Probablemente no volveremos a vernos, y debo confesaros que... os amo.Temiendo su reacción, el muchacho bajó la vista.