la hija de frankestein
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Título original: La hija de FrankensteinSilver Kane, 1973Digitalización: xico_weno
Editor digital: lieteePub base r1.2
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CAPÍTULO
PRIMERO
No era la primera vez que TuMallory veía los ojos de la muerta.
Al principio había tenido una ciertsensación de estar soñando, cuanddistinguió, por encima de las cabezas d
os invitados que llenaban la salaaquellos ojos que le mirabantensamente. Tuc Mallory se hizo servi
una copa de champaña, la bebió de urago y se encogió de hombros, mientrapensaba: «Bueno, ya vuelvo a estamal…».
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La verdad era que llevabdemasiado tiempo trabajando coexceso para el Intelligence Service
cambiando de ambiente casi cada díaenfrentándose a peligros siempre nuevo a personas siempre desconocidas. A l
arga, eso destroza a un hombre, aunquese hombre tenga la resistencia que teníTuc Mallory.
Con otra copa de champaña en lzquierda, y caminando negligentemententre los invitados, penetró en lo qulamaban Gran Sala Circular. Allí había
una docena de muchachas ahorcadas.Los invitados pasaban materialment
bajo las piernas de las muertas
miraban hacia arriba sin ningún rubor. A
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causa de las posturas violentas de lagonía, los cadáveres mostraban todasus intimidades. En torno a aquell
visión de aquelarre, las elegantes dama los importantes caballeros, muchos d
ellos condecorados con la Orden de l
Jarretera y del Imperio Británico, hacíaun gran consumo de canapés y dchampaña «Dom Perignon», mientra
susurraban: —Fascinante… —Maravilloso… —Único…
Tuc Mallory dirigió también unmirada superficial a aquellos cuerpocolgantes, sin querer mirar demasiad
as expresiones de agonía de los rostros
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Las chicas eran extremadamentóvenes, e incluso había una que sólenía catorce años.
Tuc bebió un nuevo sorbo dchampaña.
Y tropezó por segunda vez con lo
ojos de la muerta.Bisbiseó: —¿Es posible?
No, claro que no… Nunca seríposible aquello. Se trataba de unalucinación, pues durante los últimomeses, en el curso de una misión e
China nacionalista, había tomado cascontinuamente centraminas para ndormirse. Esas cosas parece como si n
uvieran importancia al principio, per
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uego acaban pagándose. Tuc Mallorpensó que ya empezaba a sufrialucinaciones.
Pasó entonces a la llamada SalOblonga.
Allí había hombres y mujere
descuartizados, cuyos miembros habíasido lanzados en todas direcciones. Lnormal era que los cuerpos hubiese
sido destrozados por cuatro caballosque, al tirar en direcciones opuestas, lohabían acabado partiendo en cuatrpartes. De algunos de los miembros aú
goteaba la sangre.Se detuvo de nuevo ante los ojos d
a muerta.
Ella le miraba fijamente.
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Debajo de aquellos ojos había unnaricilla respingona y graciosa, qudejaba traslucir un no sé qué de afició
por las travesuras. Había también unboca ancha y bien formada, quizdemasiado grande, pero tan sana qu
Tuc (al fin y al cabo, un verso ecuestión de mujeres), pensó: «Aqupuede estar uno media hora mirando si
cansarse». La barbilla estaba biedibujada y el cuerpo era de líneasuaves, uno de esos cuerpos flexibleque sólo los entendidos valoran bien
Como Tuc era un entendido, se detuvoen el examen de cada línea de aquecuerpo. Pero no lo hacía porque la muje
e gustase más o menos que las otras. L
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hacía porque tenía miedo. Porque no quería mirar aquello
ojos.
Y ahora los veía en la cara de otrmujer…
Pero estaba seguro de que eran lo
mismos. El color, la forma… Hastenían el mismo pequeño defecto, l
manchita negra en el iris. Tuc sintió qu
el estremecimiento llegaba hasta efondo de sus huesos y dejó de mirar.Condenadas pesadillas.Pero ella ya se había acercado
Como estaba sola en la reunión y comTuc Mallory la había mirado coaquella rara intensidad al descubrir su
ojos, no tenía nada de especial que ell
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se sintiera un poco sorprendidaAdemás, Tuc Mallory era quizá ehombre más atractivo que había en l
Sala Circular y la Sala Oblonga. —¿Nos conocemos? —pregunt
ella.
—No creo. Estoy haciendo memoriapero no puedo identificarla. Perdone —dijo Tuc, perdiendo una magnífic
oportunidad brindada en bandeja.Él sabía que hubiera debidcontestar todo lo contrario.
«Sí, claro que te conozco —hubier
debido contestar, con la mayonaturalidad—. ¿Cómo estás? No sabeo que te he recordado durante todo est
iempo. Vamos a tomar una copa para
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celebrarlo».Pero en lugar de eso se comportab
como un muchacho tímido. Por primer
vez en su vida se encontraba ante lnexplicable y tenía miedo. Ella insisti
de la forma más sencilla: se puso u
cigarrillo en los labios, con lo cual Tuno tuvo más remedio que darle fuego.
—Pues me miraba usted mucho —
dijo—. Ha habido un momento en qume ha parecido que, al mirarme, ustecontemplaba algo asombroso. Y, sinembargo, no tengo nada de especial.
—Tiene usted muchas cosaespeciales —dijo Tuc, galantemente—Y además, lo sabe. ¿Viene sola?
—Sí. ¿Qué le parece esto?
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—Asombroso. —La sensación de realismo e
sobrecogedora, ¿verdad?
—Claro —dijo él—. Lord Claytoha conseguido algo que no tienparangón en el mundo entero. Est
museo en el que se resume la historia da pena de muerte, y que ahora sól
cuenta con dos salas, será una macabr
obra de arte, pero obra de arte al fin¿Se ha fijado? —¿Fijado en qué? —La piel —dijo suavemente Tuc—
La piel humana es auténtica. Las figuraestán moldeadas en cera y plástico, perhan sido cubiertas con piel humana d
verdad, debidamente tratada. La habrá
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obtenido de personas muertas, claro. —Claro… —dijo ella, con un sopl
de voz—. Es espantoso.
«También son espantosos tus ojos —pensó Tuc—. Espantosos y, sinembargo, increíblemente bellos».
Mientras, a su vez, encendía ucigarrillo, musitó:
—Lo mismo puede decirse del pelo
ncluso el de las partes íntimas de lamujeres es auténtico. ¿Sabe usted que eEuropa, hacia el año 1700, se podícondenar a muerte a una chica d
catorce años, por robar? —Ya he visto los cadáveres —
susurró ella—. Ha habido un moment
en que he tenido la sensación de que m
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mareaba. —Lo que no acabo de comprende
—dijo Tuc, queriendo mostrars
ndiferente— es la sangre que aúrezuman los cuerpos descuartizadosLord Clayton debe haber usad
hemoglobina, inyectándola en los falsoejidos, pero los efectos so
asombrosos.
La mujer seguía mirándole fijamenta través de aquellos ojos misteriososCon un hilo de voz, preguntó:
—¿Sabe que soy doctora e
psicología? Tal vez me haya oídonombrar: la doctora Manfred.
—Es usted demasiado joven par
dedicarse a esa cosa tan horrible com
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a de descuartizar el alma de los demá—dijo Tuc, cortésmente—. ¿Y quexplica una doctora en psicología de l
que está ocurriendo aquí? —Que usted había visto en mí alg
—musitó la mujer—. No se fijaba en la
otras cosas, sino en mí. Querídisimularlo y no podía. ¿Por qué lo hhecho? ¿Dónde me ha visto antes? ¿Qu
e asombra tanto?Era una invitación a la confidencien todos los terrenos, pues las señoraque no quieren líos no hablan así. Tu
Mallory supo apreciar lo que aquellvalía y se dejó llevar por las nubegrises de la pesadilla.
Con voz queda, dijo:
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—No puedo explicárselo aquíDemasiada gente, demasiado ruido¿Podría ser en el curso de un
conferencia íntima?Ella dijo prometedoramente: —Sí.
—¿Dónde vives? —Tengo una casa en Whitechape
High Street, a la altura del local de
Ejército de Salvación. La conocerás eseguida porque es antigua, estconstruida en piedra y tiene cortinarojas. Normalmente visito allí. M
domicilio legal está en Pimlico, peropor ciertas razones, no recibo allí a miclientes.
—Comprendo.
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Tuc entrecerró los ojos. Claro que lcomprendía.
La voz pareció llegar desde mu
ejos: —¿Cómo te llamas? ¿Ricard
Corazón de León?
—¿Es que lo parezco? —No sé. Tienes algo… —Me llamo Tuc Mallory —dijo é
—, y prefiero hablarte con franquezaSoy un asesino profesional, un asesinal servicio de Su Majestad. Desde hacaños, en el Intelligence Service m
pagan puntualmente para que mate de lmanera más escrupulosa y digna, a todaas personas que deben morir.
Si pensaba que ella se asombraría
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se equivocó. La doctora Manfred dijcon la mayor naturalidad:
—Me gustan los asesinos.
—¿Mucho? —Verás… Como mujer, soy una
eona.
No se podía ser más clara.Tuc alzó significativamente su cop
de champaña.
—Por tus ansias —brindó. —Por las tuyas.Los dos bebieron en silencio
mirándose al fondo de los ojos. Fu
entonces cuando Tuc se estremeció dnuevo, cuando supo, sin lugar a dudasque estaba hablando con una muerta. Lo
ojos que le miraban desde un paso d
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distancia eran los ojos rasgadosprofundos y seductores de Nancy.
—¿De dónde los has sacado? —
musitó. —¿El qué? —Los ojos.
Ella se volvió de espaldas. No lcontestó. Tuc la vio alejarse hacia lSala Circular, mientras la sombra de un
duda se posaba en sus facciones. No supo que acababa de cometer eprimer error. No supo que jamás debióhaber hablado de aquellos ojos.
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CAPÍTULO II
Hoy, Whitechapel es un barrio dnmigrantes que tiene muy poco
misterios, excepto el de saber cómo s
as arreglan algunas personas para pagael alquiler. Se ven más negros, indiospakistaníes y malayos que en todo eantiguo Imperio británico. Hace más dsetenta años aquél fue el distrito de Jacel Destripador y, según se dice, flotabaen él numerosas damiselas más o meno
alegres. Ahora las damiselas están mábien mustias y tristes y sólo spreocupan de saber si van a incluirlas e
os seguros sociales. Por eso Tuc no ib
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casi nunca por allí, ya que el viejbarrio lleno de color no le producía máque una invencible desgana.
Pero esta noche era distinto.Pudo estacionar el coche cerca de l
casa de piedra con cortinas rojas
lamó a la puerta. La mujer que le abrino era la doctora Manfred, pero se lparecía. Quizá resultaba un par de año
mayor. Tenía una mirada penetrante ysus labios temblaban, levementansiosos.
—Hola —dijo.
Tuc musitó: —¿La doctora Manfred? —No ha venido. Ha preferido irs
de Londres, ¿sabes? Incluso me ha dich
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que no te recibiera.Tuc no lo entendía.Pero pasó al interior.
La casa era acogedora, y la chicque le había abierto la puerta era máacogedora aún.
Llevaba una bata muy corta, hastmedio muslo.
—¿Eres su hermana? —musitó.
—Sí. —¿Por qué me has recibido? —Ella ha dicho que era una leona
¿verdad? —preguntó, con el mayo
descaro. —Sí. —Pues yo soy una tigresa.
—Lo que acabas de decirme no e
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una respuesta —murmuró él—. ¿Por qume has recibido?
—Yo también estaba en la fiesta.
—Ah… —No me has visto, ¿verdad? —No.
—Claro. Sólo tenías ojos para mhermana.
—Es posible que sí —dijo él, si
explicar el porqué de tanta atención—Confieso que me gustaba. Pero ¿por qume ha dado con el plato en las naricesdespués de haberme concedido una cita
—No sé… Quizá hubo algo que ldisgustó.
—¿El qué?
—Algo que tú dijiste.
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—¿Y te ha pedido que no mrecibieras?
—Claro. Yo le he prometido que te
daría cualquier excusa, pero como ya mhabías gustado durante aquella malditrecepción, estoy dispuesta a aprovecha
a oportunidad. ¿Vale una sustituta? —Vale.Al menos ésta no tenía nad
nquietante, qué diablos. Al menos, éstno tenía los ojos de la muerta. —Me llamo Sandra —dijo. —¿Psicoanalista?
—No. Algo más sencillo. —¿Qué? —Soy una fresca.
Sí, era mucho más sencillo. Po
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descontado que sí.Y era también más directo. Y má
vital. Y hacía que la vieja casa de
Whitechapel, donde se amontonaban lorecuerdos de tres generaciones, resultardistinta.
Sandra le ofreció los labios. —¿Aprobados? —Hum…
No podía negarse que en Londreencontraba uno agradables sorpresasMás agradables que en Ankara o Kabuldonde a uno podían liquidarle entr
cuatro jenízaros al doblar una esquinaTuc pensó, además, que Sandra no tenía boca tan grande como su hermana.
Y entonces volvió de nuevo l
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pesadilla.Entonces, vio la marca.La pequeña, la suave, la entrañabl
marca que dos años antes mostraba ecuello de Nancy.
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CAPÍTULO III
La voz pareció llegar desde muejos otra vez:
—¿Qué te pasa?
Tuc miraba aquel cuello queriendodisimular su obsesión y también smiedo. Era absurdo, pero por primervez en su vida sentía algo que no habísentido siquiera de niño. La pequeñcicatriz en forma de cruz era la cicatride Nancy, muerta dos años atrás.
La voz seguía llegando desde muejos, seguía llegando desde las entraña
del pasado.
—¿Qué te pasa?
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—¿Por qué? —preguntó TuMallory, como en sueños—. ¿Por qué?
—Me estabas besando ta
entusiasmado y de pronto…Sin darse cuenta, él apretó lo
hombros de la mujer salvajemente, hast
hacerle daño. —¿Cuándo conociste a Nancy? —
musitó—. ¿Cuándo?
—¿Nancy? No la he conocido jamás —Pues la piel de tu cuello…Ella dijo, con desaliento: —Ah, era eso…
Y se separó de sus brazos. —No sabía que se llamara Nancy —
dijo ella, con voz débil.
—Pero ¿la conocías?
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—No. —Pues, entonces, ¿cómo se explic
eso? ¿Cómo se explica lo de t
hermana? —Quiero darte un consejo, Tuc —
dijo ella, fríamente—. No te conozc
apenas, pero eres un hombre que mgustas. Los hombres que me gustanapenas suman media docena en e
mundo; de modo que me sabría muy maverlos muertos a todos. El consejo eéste: apártate de ese camino denfierno. No intervengas en él. No des u
paso más. Si es que mi cuello significalgo para ti, olvídate de mi nombre olvídate del nombre de mi hermana.
Fue hacia la sala del fondo. All
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estaba el diván, envuelto en la luamizada. Se puso, con movimiento
calmosos, un cigarrillo entre los labios
susurró: —Te prepararé un trago. —Puedo hacerlo yo —dijo Tuc
queriendo prestar al ambiente un tono dnaturalidad—. Soy un pequeño experto.
—Déjalo. Más vale que te quede
aquí. Necesito estar sola unos minutopara tranquilizarme. —Como quieras.Él se entretuvo en mirar los mueble
mientras la oía a ella trajinar con lacopas, más allá del pasillo. De repentese hizo el silencio. Tuc Mallor
encendió un cigarrillo mientras intentab
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calmar sus pensamientos.Lo que había creído una pesadilla
enía una explicación racional. Sandr
ba a dársela, al fin y al cabo. Valía lapena esperar, beber un trago y hablacon ella tranquilamente.
Pero ¿por qué no volvía? ¿Tanto ratnecesitaba para servir un par de copas¿Y por qué aquel extraño silencio en l
habitación de la luz incierta?Tuc fue hacia allí.Oía el rumor de sus propios paso
como si lo causara una persona distinta.
La luz rosada de aquella habitaciópequeña e íntima le envolvió. Puddistinguir el diván, la mesa para toma
notas, la alfombrilla, el título de doctor
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a favor de Irene Manfred…Y pudo distinguir también el cuerpo
de Sandra.
Le habían metido un pañuelo en lboca para que no gritara.
Le habían roto el cuello de un brusc
irón.Hacía falta una fuerza cas
sobrehumana para aquello, porque Tu
entendía de muertos y se había dado ycuenta de que la técnica empleada ermuy rudimentaria: simple fuerza brutaSandra tenía los ojos desencajados
estaba sentada en una silla, con lespalda muy rígida y la cabeza echadhacia atrás. Dentro de la boca, la lengu
aún parecía moverse trágicamente co
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un último espasmo. No llevaba muerta nreinta segundos.
El silencio era agobiante, espantoso
rreal.Y entonces el cuerpo de Sandra s
deslizó suavemente hasta el suelo, si
que nadie lo tocara. Entonces, TuMallory vio nuevamente los ojos d
ancy.
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CAPÍTULO IV
Los ojos estaban reproducidos ecinco retratos de gran tamaño, todos ecolor y todos con un encuadre distinto
Pero eran los ojos de Nancy los qumiraban desde todos los ángulos, desdodas las direcciones, desde todos lo
rincones del pasado… Tuc los hubierreconocido entre un millón, porque parél, aquellos ojos fueron durante muchiempo la única razón de su vida. Y
ahora parecían mirar también a lmuerta. Parecían darle el último adiós.
¿Cómo habían podido matar
Sandra?
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¿Quién?¿Dónde estaba el misterios
asesino?
Y sobre todo, ¿por qué?De pronto, los pensamientos s
cortaron. Acababa de sonar el timbr
del teléfono.Tuc lo descolgó.Sólo había oído una vez la voz d
rene Manfred, la doctora en psicologí seguramente en otras dos o tres cosamás interesantes que la psicología. Pere bastó para reconocerla cuando l
captó al otro lado de la línea. —¿Sandra? —Soy Tuc Mallory —dijo él
suavemente—. ¿Desde dónde me llama
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ahora? —Tuc, ¿cómo te ha dejado entra
Sandra?
—Ya sé que querías esquivarmepero hemos llegado a un acuerdo. Dime¿desde dónde me llamas?
—Por favor, que se ponga Sandra.Él apretó los labios. —No puede —dijo, suavemente.
—¿Por qué?Los dedos mantenían férreamente eauricular.
—Está muerta.
¿Por qué tuvo la sensación, aun siverla, de que Irene no se sorprendía¿Por qué le pareció que en realida
había estado esperando aquello?
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—Tuc…La voz había sonado como un sopl
al cabo de unos instantes.
—Sí. Continúo aquí. —¿Quién ha sido? —No lo sé. Le han roto el cuello
Estaba intentando poner en orden mipensamientos, porque aún no habíentendido nada, cuando ha sonado e
eléfono. —¿Has oído algún ruido? Tenía qupasar.
—¿Qué tenía que pasar?
—Tuc, necesito verte…La voz había sonado ansiosa. —¿Dónde? —susurró él.
—Estoy en un sitio donde no m
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pueden perseguir. —¿Cuál? —Tú y yo hablamos allí por primer
vez: la Sala Oblonga. —No parece el mejor sitio para un
mujer nerviosa —susurró él.
—Pero es el único donde me sientsegura. Sé que hasta aquí no habrápodido perseguirme.
Él hundió la cabeza, mientras unespecie de vigor animal se adueñaba dsus músculos, deseosos de pasar a lacción.
—¿Puedes esperarme? —preguntó. —Claro que sí. Ven…Tuc colgó.
Dirigió una última mirada al cadáve
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salió de la habitación. Estaba segurde que nada conseguiría allí, y, ecambio, podía obtener mucho de lo qu
e contara Irene Manfred. Un momentdespués, sin querer pensar en lo qudejaba a su espalda, se encontraba e
Whitechapel High Street, entre turbantendios, caftanes judíos, feces islámicos
Se encontraba entre mujeres de cintur
oriental, tan fina, que parecía incapaz dresistir el abrazo de un hombre. Entrcaras achinadas que procedían de loconfines de Malasia… Entre corpulenta
negras que movían sus nalgas con usolemne «toc… toc… toc…».
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* * *
La puerta de la casa construida epiedra.
El letrero negro:
CLAYTON HOUSE
El umbral, por donde se filtraba uresquicio de luz.
Todo aquello formaba como unvisión fantástica ante los ojos de TuMallory, que tenía la sensación de habe
entrado en los umbrales de lo irreal
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Sabía que la exposición de lord Claytonsu macabra historia de la pena de muerta través de los años, aún no estab
abierta al público, porque había sidpresentada a la buena sociedad dLondres un día antes, cuando él conoci
a la doctora Manfred. Pero de todomodos, había alguien allí, porque la luse filtraba a través de la puert
entreabierta. Tuc empujó y entró. No llevaba armas, puesto quoficialmente se encontraba dvacaciones en Londres, después de un
peligrosa misión.Había aprendido a matar en silencio
desde las sombras, como matan lo
asesinos mejor pagados del mundo. Y
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sin embargo, ahora, ¿qué diablos lestaba fallando? ¿Por qué se sentícomo un novato ante su primera misión
¿Qué misteriosa voz le estaba diciendque acababa de entrar en un reino que nera de este mundo, que acababa d
entrar en el reino de la muerte?Atravesó la antesala de lujos
mármol rojo.
Lord Clayton tenía dinero y habíquerido gastárselo. La decoración erfastuosa.
Tuc Mallory subió por uno
peldaños. Con ello entró en el sanctsanctorum de aquella parte de lexposición que ya estaba inaugurada.
La Sala Circular.
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Las muertas.Tuc Mallory las observó
recelosamente.
Todo estaba igual que la nochanterior, cuando la fantástica escena fupresentada.
Pero más allá estaba la SalOblonga. Las luces se hacían allí másombrías. Se hacían violáceas, azules
casi negras…Tuc avanzó.Todo parecía rigurosament
auténtico.
Quizá demasiado.Como por ejemplo, aquella cabez
que estaba sobre una de las mesas
Aquella cabeza cortada que sangrab
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profusamente.Aquella cabellera conocida.Aquella boca ancha, demasiad
grande, tan llena de secretos.Aquellos ojos espantosament
abiertos que aún miraban a Tuc Mallory
Los ojos de Nancy…Tuc Mallory sintió que todo dab
vueltas en torno suyo al ver aquell
cabeza cortada, al encontrarse de nuevcon Irene Manfred convertida en unpieza más de la exposición, al captar lmirada que había quedado cristalizad
en sus ojos; la mirada con que le pedíayuda —con que se la pediría siempr— desde el reino maldito de la
sombras.
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CAPÍTULO V
—Le juro que no lo entiendo. Poeso le pido que no me encargue dninguna misión en el plazo de do
semanas y me deje en absoluta libertadDurante ese tiempo no oirá hablar de mecesito revolver Londres, empezand
por sus cementerios; necesito hacecosas que no he hecho en mi vida, se luro.
El hombre que hablaba con Mallor
enía las facciones grises.Todo él era gris, inexpresivo
amorfo. Externamente, era u
funcionario de segunda clase de l
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Malasia House, situada cerca dTrafalgar Square. Externamente erambién un vendedor de baratija
orientales que tenía una tienda sifortuna en el norte de Baker Street. Nenía vicios ni hacía viajes. Puestos a n
ener, no tenía ni licencia de armas.Sin embargo, Tuc Mallory sabía qu
era uno de los hombres más peligroso
del mundo.Casi tan peligroso como él.El oriental, que tenía una cabez
perfectamente organizada, susurró:
—¿Qué hizo después de ver lcabeza en la casa de lord Clayton?
—Puede decirse que huí.
—¿Sin buscar al culpable?
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—Algo me dijo que no lencontraría. Algo me aseguraba que aculpable no podría verle jamás con mi
ojos humanos, sino con los ojos de mmaginación. Y en aquel momento, la
verdad es que no imaginab
absolutamente nada. Era incapaz dpensar.
—Conozco los síntomas, porque
mí me ha pasado otras veces, aunque nen situaciones tan extrañas como la suyaY en cuanto a la chica de Whitechapel¿sabe que ya la han descubierto?
—Sí. He leído los periódicos. Lahan descubierto a las dos.
—No dicen nada de que le busque
a usted, Mallory.
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—No, aún no, pero me buscaránSiempre habrá alguien que dé mdescripción. Todo consiste en que l
policía vaya atando cabos. —¿Piensa huir? —Claro que no —dijo secament
Mallory—. Lo único que pienso hacees trabajar a mi manera.
—¿Cuándo vio a Nancy por últim
vez? —El día en que fue sepultada, hacdos años.
—¿Murió de accidente?
—Sí. Un atropello. —¿Fue descubierto el culpable? —No. Se dio a la fuga y todas la
pesquisas resultaron inútiles a pesar d
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que Londres fue batido palmo a palmo. —Entonces, ¿podría tratarse de u
asesinato?
Mallory dijo, secamente: —Sí. —¿Asistió al entierro de Nancy?
—Ya le he dicho que fue la últimvez que la vi. Y estaba entera. Tenía sucuello, sus ojos… Estaba entera, se l
aseguro. —¿Se hubiese casado con ella? —Claro que sí. Ya lo teníamos todo
preparado para unos meses más tarde
i a ella ni a mí nos gustaba seguiviéndonos clandestinamente.
—Lo comprendo. ¿Va a pedir qu
sea exhumado el cadáver?
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—Ése es asunto mío. Quizá lo haga. —¿Y está seguro de que sus ojo
eran los mismos? ¿Y de que la cicatri
en forma de cruz en el cuello también lera?
—Sí —dijo sombríamente Tuc
hundiendo la cabeza. —Se enfrenta usted a algo que n
iene sentido, Mallory.
—Lo sé.El oriental hizo un gesto amplio que parecía lleno de indulgencimientras le señalaba la puerta.
—Nadie ha tenido noticias de estentrevista —dijo—, ni siquiera nuestroefes. Váyase y no vuelva a ponerse e
contacto conmigo, hasta dentro d
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quince días, aunque si le hago falta paralgo muy grave puede llamarme¿Necesita algún arma especial?
Tuc, que ya estaba casi en la puertasusurró:
—Otro cerebro que piense y qu
sepa atar algunos cabos. El mío ya nsirve.
Salió y tomó el coche de alquile
que había dejado en el jardín. Lasombras de la noche ya estaban cayendoUna atmósfera suave, dulce y gris lnvadía todo.
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CAPÍTULO VI
Y, sin embargo, la cosa no pudo semás sencilla, incluso más halagadoraUna de las muchachas más bonitas qu
había visto jamás se situó materialmentdelante de su automóvil y le hizo señapara que se detuviera. Si Tuc Mallorlega a estar distraído, la arrolla; ta
violento y tan inesperado fue emovimiento de la muchacha.
Tuc frenó de golpe.
Claro que las cosas sucedieron tarápidamente, que más tarde Tuc se darícuenta de que no había tenido tiempo d
reaccionar. La desconocida, una ve
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hubo conseguido que él parase, fue hacia parte izquierda del coche y se situunto al joven tras abrir la portezuela d
aquel lado. Como ya es sabido que eGran Bretaña se lleva el volante a lderecha, la desconocida quedó sentad
al lado del conductor.Tuc musitó: —¿Qué le ocurre?
—Por Dios, arranque. Vámonos daquí. —¿Le persiguen? —Sé que lo harán.
Tuc se encogió imperceptiblementde hombros y dobló la primera esquina buena velocidad. La muchacha podía se
desde una cortesana callejera a la qu
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persiguiese su amigo o protector parcobrar la cuota, hasta una carterista a lque la policía estuviera a punto de echa
el guante. También podía ser unoficinista a la que acosaran unombéciles con la científica pretensión d
saber de qué color llevaba sus prendantimas. O podía ser algo más. Podía se
otra cosa.
Era otra cosa.Tuc Mallory se dio cuenta, apenaunos segundos después.
La muchacha había cruzado la
piernas y él las miró maquinalmente. Ddiez hombres sentados ante el volantenueve lo hacen. De diez hombre
sentados ante el volante, nueve piensa
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o que pensó Tuc: «Bonitos pies…Excelentes pantorrillas… Las rodillamuy torneadas y poco huesudas… As
me gustan… Las medias muy finas…».Pero, de pronto, sus ojos s
detuvieron en un punto concreto d
aquellas pantorrillas.Era el suave y curioso lunar qu
exhibía la piel, debajo de la media. Er
un lunar en forma de estrella. A laprimera ojeada casi no se notaba, peruno llegaba a tenerlo muy clavado en lmemoria en cuanto veía aquellas pierna
res o cuatro veces. ¿Tres o cuatroveces?
¿Dónde diablos las había vist
antes?
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Ella suplicó: —Por favor, supongo que usted
vuelve a Londres. Lléveme también allí
—¿Cómo sabe que vengo dLondres y que regreso? ¿Por lmatrícula del coche? No, eso no e
suficiente. Diga, ¿cómo lo sabe? —Le he seguido. —¿Desde Londres hasta Coventry?
—Sí. —¿Por qué? —Necesito hablarle.Tuc desvió la mirada. Aquella
piernas… Aquellas piernas con epequeño lunar en forma de estrella…¿Dónde las había visto antes? ¿En qu
oscuro camino de la muerte las llegó
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encontrar?Mientras prestaba atención a l
carretera, musitó:
—¿Por qué quiere hablarme? —Las hermanas Manfred confiaro
en usted. Sé que le pidieron ayuda.
—¿Las hermanas Manfred?Las dos habían muerto. Una con e
cuello roto. Otra con la cabeza cortada
exhibida en la Sala Oblonga. ¿Qué ero que aquella muchacha sabía? ¿Y poqué acudía a él?
—No me pidieron ayuda, pero si m
a hubiesen pedido habría fracasado —murmuró Tuc, pesadamente—. Las dohan muerto.
—Temo que moriré yo también.
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—¿Y por qué no ha avisado a lpolicía?
—Ya lo he hecho.
—¿Y qué? —No quieren escucharme. Me ha
omado por loca. Precisamente he huid
cuando trataban de llevarme a unclínica mental para un examen. Me hdado cuenta entonces de que si no huía
amás lograría salir de allí.Hizo una pequeña pausa y añadiócon la mirada perdida en la estrechcarretera:
—Usted se preguntará por qué razóhan creído que yo estaba loca. Musencillo: les he dicho la verdad. Les h
explicado que trata de matarme un
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persona que ya murió.Tuc Mallory clavó de nuevo los ojo
en aquellas esculturales piernas
aprovechando que la carretera era recta¿Un muerto que mataba? ¿N
significaba eso que la muchacha estab
realmente loca?Pero ¿cuáles eran los límites de l
ocura, en aquella maldita aventura e
que estaba metido él?Y, de pronto, recordó las piernas.El coche dio un bandazo.Tuc estuvo a punto de perder e
control, a pesar de que era un magníficconductor y a pesar de que en loentrenamientos había pilotado inclus
bólidos de carreras.
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Porque aquel pequeño lunar, difícide confundir con otro, era tanexplicable como los ojos de Nanc
puestos en otra mujer. Era tanexplicable como la cicatriz de Nanc
aparecida en un cuello que no era e
suyo. Sí… Era tan inexplicable comeso, porque el suave lunar que tenía antos ojos lo había visto antes… ¡en la
piernas de una muerta!
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CAPÍTULO VII
Al dar un bandazo el coche, la chicse sobresaltó. Pensó que iban a salirsde la carretera. Con un gemido
preguntó: —¿Qué le pasa?Las manos de Tuc apretaban con ta
fuerza el volante, que casi le hacíadaño.
Lo recordaba todo como si lestuviera viviendo otra vez. Sigrid habí
do trepando escalones en el difícimundo del cine, empezando por las fotomodelo y los spots publicitarios. Pero n
siquiera ese modesto camino era fáci
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porque había miles de chicas como elldispuestas a llegar a lo alto partienddel mismo sitio. Claro que Sigrid tení
otras armas, aparte de su preciosa cara no había vacilado en usarlas una a una
¿A cuántos hombres importante
concedió sus favores? ¿A cuántos astrode la pantalla llegó a insinuarse parque la llevaran de la mano por el camin
del éxito?¿Cuántos atendieron sunsinuaciones, realmente?
Ella musitó:
—¿En qué piensa? —En muchas cosas. Una de ella
que aún no me ha dicho ni su nombre.
—Me llamo Wanda.
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—¿A qué se dedica? —Estoy empleada en una empres
de relaciones públicas. Tengo un bue
cargo, no crea. Méritos especiales parello: saber tres idiomas muy bien, sabesonreír y saber enseñar las piernas. Es
fue lo principal, al empezar. —¿Me ha seguido? —Pensaba hablar con usted cuand
e vi con la doctora Manfred en lnauguración de la Clayton Houseaquella siniestra casa de los horroresUsted no se fijó en mí porque sólo tení
ojos para ella, pero yo también estabentre el público. Tuve la sensación dque eran muy amigos y de que usted l
protegía.
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—¿Qué le hizo pensar que yo mdedico a proteger mujeres?
—No sé… Tiene usted una ciert
pinta de asesino profesional, de tipo eel que se puede confiar para los trabajodifíciles. Hasta me recuerda la
primeras películas de 007. —¿No tendrá usted demasiad
fantasía?
—No, no… Al contrario, soy unmujer muy realista. Sé que ahora, por lgeneral, el cine engaña menos de lo qua gente cree.
Tuc volvió a mirar la carreteraexclusivamente. En eso, al menos, lchica no se equivocaba. Él era un
especie de 007, aunque su vida er
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mucho más prosaica que la que lapelículas habían idealizado. Y quizá esose le notaba en los gestos, en la cara…
Wanda musitó: —¿La protegía o no la protegía? —Olvídese de eso.
—Está bien, lo olvidaré… Pero lcierto era que en aquel momento ynecesitaba desesperadamente ayuda y n
podía acudir a la policía, que ya mhabía amenazado con hacerme examinaen una clínica mental. Pensé entonces eusted y le estuve vigilando. Buscaba l
manera de poder hablarle. —¿Por eso me ha seguido hast
Coventry, en el centro de Inglaterra?
—Sí. Al mismo tiempo era un modo
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de huir. —¿Sabe que la doctora Manfred y s
hermana han muerto?
—Claro que lo sé. —¿Las había amenazado alguien? —A ellas no lo sé, pero a mí, sí
Habían tratado de matarme dos veces. —¿Quién? —Alf Mackensen.
Otra vez el joven estuvo a punto dperder el dominio del volante. No sabía lo que le ocurría. —Alf Mackensen está muerto —
dijo.Ella contestó inesperadamente: —Lo sé.
—Pues métase esto en la cabeza
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Métaselo bien de una vez: a Mackenseo mató un policía de una bala en e
corazón cuando aquel bicho asqueros
acababa de cometer el quinto asesinatde su carrera. Violación y asesinatopodría decir más exactamente. Siempr
hacía lo mismo: ultrajaba a sus víctima luego las mataba. Además, las escogí
entre chicas universitarias, entr
empleadas de cierta categoría, entrfuncionarios… —Frenó al cruzarse coun camión y añadió—: Los policíangleses no pueden llevar armas, per
algunos las llevan ahora ya, inclusnfringiendo los reglamentos. Se ha
aficionado a las «Smith & Wesson» de
pequeño calibre que pueden guardars
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en cualquier bolsillo, y una bala de esclase fue la que liquidó a Mackensen. Emédico certificó la muerte y la famili
reclamó el cadáver inmediatamenteevitando incluso que se hiciera lautopsia. Conozco todo ese sucio asunt
porque hube de intervenir en él de unforma indirecta. Y ahora, si se ha metidoa idea en la cabeza, olvídese d
Mackensen de una vez. Está muertouerto. No me extraña que la policía lhaya tomado por loca.
—Habla usted igual que ellos —dij
rencorosamente Wanda—. Tiene lamismas ideas, los mismos prejuicioestúpidos, como si este mund
consistiera solamente en lo que podemo
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ver con los ojos y tocar con las manos. —Pues en eso consiste —dijo Tu
—. Así es exactamente.
Y, de pronto, calló.Si eso era así, ¿por qué él habí
visto los ojos de Nancy en otra mujer
¿Por qué había visto en otro cuello lmarca de su cuello? ¿Por qué ahora tenídelante suyo el extraño lunar en form
de estrella, que había caracterizado lapantorrillas de una mujer como Sigriduna mujer que ya estaba muerta?
Sintiendo que sus dedos volvían
crisparse sobre el volante, musitó: —¿Sabe que Sigrid está muerta? —¿Sigrid?
—Sí. ¿No la conocía?
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—No —la muchacha había desviada mirada—. No, no la conocía.
—Pues lleva un pedazo de su piel.
Wanda musitó: —¿Qué le ocurre? Vuelve a tener l
mirada perdida.
—Dígame… ¿De veras no conocía Sigrid?
—No. Tampoco sé quién era.
Él prefirió no insistir para nponerla nerviosa. Tenían tiempo. Desdque su jefe, el condenado oriental coquien se había encontrado en Coventry
e dio quince días de permiso, podípermitirse el lujo de perder una horaDebido a eso, guardó silencio hasta qu
legaron a las cercanías de Londres,
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ravés de la red de caminos qucircundan el aeropuerto de Heatrow.
—¿Dónde vive?
—Cerca de Holland Park. —¿En qué sitio concretamente? L
dejaré en su casa.
La muchacha se sobresaltó umomento. Pidió, con un hilo de voz:
—No, no me deje allí.
—¿Por qué? —La policía puede venir a buscarmpara llevarme a la clínica mental. Ellocreen que eso es prestarme ayuda
También puede venir a buscarmMackensen para acabar conmigo.
—¿Aún piensa en Mackensen?
—No puedo evitarlo.
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—¿Dónde quiere que la dejentonces? ¿En un hotel?
—No. Lléveme a su apartamento
Usted debe vivir solo.Tuc seguía sin mirarla.Susurró:
—¿Cree que va a sentirse segurallí?
—Estoy segura de que en s
apartamento nadie me buscará. Y estoysegura también de que allencontraremos alguna solución entre lodos.
—De acuerdo, pero con uncondición.
—¿Cuál?
—No quiero que esto se transform
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en una simple aventura sexual. Mparecería innoble aprovecharme de unpobre mujer asustada.
—¿Sólo pide eso? —No. También algo más: que m
diga dónde conoció a Sigrid.
—De acuerdo, usted gana. Llevaré allí.
—¿Adónde?
—Hay un sitio en Square BoltoGardens, un poco más abajo de lestación de Earl’s Court. Sigrid loempleaba y también lo empleo yo.
—¿Para qué?Ella se encogió de hombros. —¿No lo adivina?
—No, no lo adivino.
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—La vida es difícil… Una chica ququiere meterse por ciertos caminoscomo quería Sigrid, tiene que pasar po
algunas pruebas que no tienen a vecenada de agradables. También yo estopasando por ellas… todavía.
—¿Sigrid y usted empezaron juntas? —Sí, y yo continúo queriendo se
alguien. No me resigno a atender toda l
vida a gentes estúpidas en una oficina drelaciones públicas, ¿comprende? Poeso he tenido interés en conservar enido.
—¿El nido?Ella susurró: —Si usted me protege durante u
iempo, yo no le engañaré. ¿Trato
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hecho? —Claro. Trato hecho. —Doble por Warwick Road. En
seguida encontrará a la izquierda BoltoGardens Square.
Él asintió. Conocía el sitio. Bajo l
noche tranquila de Londres, dejó a uado el cementerio de Brompton y sntrodujo en aquella calle tranquila de l
zona de Earl’s Court.Las casas eran bajas, silenciosas herméticas. Palpitaba aún allí uLondres tradicional que, sin embargo
ba cambiando día a día. Tuc hubo dreconocer que, no obstante, aquellacasas conservaban las apariencias
También las conservaba el estudio e
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que ella le introdujo, un conjunto de dohabitaciones que tenía muebles antiguo respetables, pero en cuyo dormitori
cambiaba completamente la decoraciónEl dormitorio estaba lleno de fotografíaatrevidas o más que atrevidas, en la
cuales aparecían Wanda, un par dechicas desconocidas más y la propiSigrid.
Bastaba ver aquellas fotografíapara sentir el deseo de haceexactamente lo mismo.
Pero Tuc Mallory se sentía ta
rodeado de muerte que no experimentnada. Una incontrolable sensación lhacía pensar que el aire estaba cargad
de electricidad; le hacía adivina
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presencias inquietantes en cada uno dos ángulos de aquella pieza.
Susurró:
—¿Qué es esto? —Ya se lo he dicho: el nido. —¿Lo usa para recibir a gent
mportante? —Sí… Gente que por lo general e
estúpida, pero que te puede dar un bue
contrato o una oportunidad. Sigriambién lo usaba… Lo teníamos ecomún entre varias chicas questábamos haciendo el mismo camino
Una de ellas aún soy yo. —¿Las otras viven? —Sí. La única muerta es Sigrid
Supongo que usted conoce la
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circunstancias de su muerte. —Claro que las conozco… —Saltó desde un quinto piso en un
casa de Notting Hill y se llegó a decique se había suicidado, pero yo sé queso no es cierto. Alguien la lanzó desd
arriba. —¿Y quién le trasplantó parte de s
piel?
—Yo había sufrido quemadurascasualmente —dijo Wanda, con vonsegura—. Tenía una pantorrilla medio
destrozada. Y si quería llegar a se
alguien, no podía perder de ningún moda belleza de mis piernas.
—Comprendo.
—Entonces me propusieron u
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rasplante. Fueron los propios familiarede Sigrid, los cuales sabían lo amigaque éramos. Dijeron que la piel de su
piernas había quedado intacta y podíaprovecharse.
Él hizo un gesto afirmativo.
Por fin tenía la sensación de ilegando a algún sitio, aunque ese siti
estuviera aún rodeado de tinieblas.
—¿Quién le hizo el trasplante? —preguntó. —El doctor Baxter.Fue en busca de la guía telefónica
ndagó en ella para encontrar edomicilio de un Baxter que fuermédico. Pero al fin tuvo que suspira
con desaliento, mientras la muchach
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movía negativamente la cabeza. —No lo encontrará —dijo—. N
iene licencia para ejercer.
—Entonces, ¿cómo hizo eso? —Es un sabio y tiene sus métodos
Yo confié en él y ya ve que el resultado
ha sido admirable.Se quitó la media con la mayo
ranquilidad, sin importarle l
exhibición que hacía, y mostró lpantorrilla perfectamente lisa, donde nse advertía la menor huella derasplante. Por descontado, aquell
estaba hecho con mano maestra. De nser por el pequeño lunar, él no lo habríaveriguado nunca.
—¿Sabe si Baxter hizo otras cosas
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¿Sabe si trasplantó los ojos y parte de lpiel del cuello de una muchacha llamad
ancy?
—No lo sé, pero en cambio estosegura de que los ojos que llevaba ldoctora Manfred no eran suyos. A causa
de una rápida enfermedad degenerativaa doctora Manfred se estaba quedand
ciega y alguien la salvó.
—¿Baxter? —Es posible.Él hizo crujir los nudillos con u
gesto maquinal.
—Dígame dónde vive ese hombre. —No tiene un domicilio fijo,
mejor dicho, tiene varios. Pero yo l
conocí en Tower Bridge Road. Ya sabe
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dónde está. Lleva desde la Torre dLondres, después de atravesar eTámesis, hasta New Kent Road.
—¿A qué altura vive? —A la de Tanner Street.Tuc inclinó la cabeza.
—Voy a verle inmediatamente —dijo.
—No, por favor… No vaya ahora.
En la voz de la muchacha palpitabuna secreta ansiedad. Se había acercada él.
Estaba trémula y le ofrecía su
abios como si le ofreciera el olvido, lpaz, como si le ofreciese una especie ddroga que podía resolverlo todo.
—¿Por qué no puedo dejarle ahora
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—musitó él. —Porque tengo miedo…La muchacha no mentía. En sus ojo
volvía a palpitar aquel terror ciegorracional, que la dominaba cuando cas
se abalanzó sobre su coche. Luego s
había calmado, pero ahora volvía sufrir la misma crisis. Tuc le dio usuave cachecito en la mejilla, mientra
susurraba: —En ese caso le llevaré a mapartamento. Estará más segura allí.
—No…, no nos vamos ahora. M
siento tranquila aquí, estando contigo¿Por qué no le buscas mañana? Despuéde todo, Baxter no va a huir. Ni siquier
sabe que alguien está interesado por él.
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La voz de la muchacha seguía siendrémula.
El miedo seguía asomando a su
ojos.Y sus labios seguían estando cerca
demasiado cerca.
Tuc se los encontró casi sin querercuando volvía la cabeza. Notó scontacto cálido y al mismo tiemp
ugoso, fresco, suave.Él no era de roca. No, qué diablos.Susurró:
—Está bien. Si quieres vivir comun rey, deja para mañana todo lo qupuedas hacer hoy.
¿Quién diablos se acordaba de la
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muertas…?
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CAPÍTULO VIII
Tuc Mallory se despertó con lsensación extraña de que algo marchabmal. Notaba un picor molesto en la nari
en las vías respiratorias, como el quse siente cuando a uno le aplicacloroformo. Pero no podía haber sidcloroformo puro, porque en ese caso ssentiría más molesto aún. Tenía que seun derivado algo más suave. Pero eso…¿qué significaba?
Tuc pensaba en todo ello mientrarecobraba poco a poco la noción deiempo y del espacio. Acababa d
despertar de un profundo sueño, uno d
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esos que a uno le dejan sumido en lo quparece ser el reino de las sombras. Todera extraño en torno suyo.
Todo, desde el aire hasta la camadesde el silencio hasta la luz de la lunentrando por la ventana…
Poco a poco se fue recuperando.Ahora estaba completamente segur
de que le habían dado a oler algú
anestésico mientras dormía.Frotándose los ojos para poderecuperarse, recordó lo sucedido antede yacer en aquella cama. Recordó e
beso de Wanda, su mirada prometedoraRecordó el silencio que les envolvía os dos y que parecía invitarles a toda
as complicaciones.
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Miró la ventana por la que entraba luz de la luna.
Debían ser las cuatro de l
madrugada, a juzgar por la posición deastro. Tuc había aprendido a calcular lahoras así, antes de realizar misione
solitarias. Hundió la cabeza en lalmohada, porque se sentía mucansado, y, por un momento, le acometió
una terrible indiferencia. «Aún sufreos efectos del anestésico —pensó—Tienes que recuperarte… Tienes querecuperarte…». Tocó el cuerpo de l
muchacha.Seguía descansando junto a él, baj
as sábanas. Estaba caliente.
¿Caliente?
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Sí, eso era lo normal. Pero, siembargo, una lucecita se encendió y sapagó en el cerebro de Tuc. Algo que no
podía comprender aún, le dio la señade alarma. Todos sus sentidos spusieron en tensión sin que en el prime
nstante supiera por qué.Hubo de transcurrir casi un larg
minuto para que lo comprendiera.
Lo que tocaba no era solamente lpiel, con el calor normal que la pieiene. Lo que tocaba era… ¡era sangre!
Los efectos del somnífer
desaparecieron inmediatamente. Lomúsculos reaccionaron, como habíareaccionado en otras ocasiones d
peligro. Las manos volvieron a buscar e
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cuerpo de Wanda mientras los ojodesencajados se clavaban en él.
Y entonces Tuc Mallory se hundió
en el fondo de aquel horror.Entonces supo lo que es sentir e
miedo hasta el fondo mismo de lo
huesos.Porque lo que tenía a su lado era…
era una mujer decapitada! ¡Er
solamente un tronco sin cabeza!
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CAPÍTULO IX
De todas las sensaciones de horroque había vivido Tuc Mallory en loúltimos días, ésta fue la peor. N
siquiera en la penumbra de la SalOblonga había tenido el shock espantosque ahora tuvo. Cuando vio que scuerpo no estaba manchado de sangreexcepto la mano derecha, sintió alivioDe una forma maquinal, como si émismo se hubiera convertido en u
fantasma, fue al cuarto de baño contigu puso la mano bajo el grifo. L
sensación de algo inexplicable l
dominaba de tal manera, que era incapa
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de realizar los gestos habitualesActuaba como un sonámbulo realizando sólo movimientos dispersos
gual que un autómata.Sabía que el crimen había sid
cometido muy pocos minutos antes
puesto que la sangre aún brotaba de lespantosa herida en el cuello.
Sabía que él también estaba e
peligro.Incluso era inexplicable que no lhubiesen liquidado ya.
Y sin embargo… ¡no hacía ningú
gesto de defensa! ¡No se preparabaHubieran podido acabar con él, casi si
que se diera cuenta!
Por fin puso también la cabeza baj
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el grifo y reaccionó. La habitaciónsegún pudo ver a través de la puerta, sestaba cubriendo de sangre. Se miró e
el espejo y vio con sorpresa, como si ldescubriera ahora repentinamente, quno llevaba nada encima.
Volvió a la habitación y recogió susropas para que no se mancharan dsangre, vistiéndose con los mismo
gestos que parecían dignos de uautómata. No sabía que era peor, si el shoc
moral que había sufrido o los efectos de
somnífero que aún subsistían. Pero sabíque si en este momento le atacabalguien, le iba a ser muy difíci
defenderse.
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Y sin embargo…, ¡el monstruosoasesino aún tenía que estar allí! ¡Quizen este momento le miraba desde la otr
habitación!Tuc avanzó tambaleándose.Encendió la luz.
Y entonces lo vio.Entonces su cuerpo fue sacudid
nuevamente por aquel estremecimient
de horror. —¿Buscabas esto? —preguntsuavemente la voz—. ¿Buscabas estoTuc Mallory…?
* * *
-
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Tuc se sintió dominado un momentopor la sensación de que todo dabvueltas en torno suyo. Vio algo parecidoa lo que había visto en la Sala Oblongapero ahora más horrible aún, si es que enivel de horror que entonce
experimentó podía ser sobrepasadoPorque la cabeza de Wanda estaba enuna de las butacas, pero a su lado estab
el hombre que la había cortado. Estabel monstruo en cuya existencia Tuc noquería creer. Estaba nada menos que AlMackensen…
Tuc hizo un gesto brusco con lcabeza.
Necesitaba liberarse de aquell
mpresión de borrachera que l
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dominaba. Por todos los infiernos… AlMackensen estaba muerto.
—A ti te liquidaron —balbució—
Te liquidó de un balazo en el corazónun policía que llevaba una «Smith &Wesson». El médico certificó la muerte
los periódicos publicaron la foto de ucadáver. ¿Cómo es posible quahora…?
No logró terminar la frase.El hombre que le miraba desde eotro lado de la habitación emitió urisita silenciosa.
—¿No es posible qué? —dijo—¿Qué…?
—Estoy seguro de que no m
confundo porque llegué a verte bien —
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susurró Tuc—. Tú eres el propioMackensen. No uno que se parecsimplemente a él. ¡Eres el propi
Mackensen! Pero entonces, ¿cómo hapodido volver del otro mundo? ¿En quclase de infierno estoy metido?
Porque ésa era la sensación qudominaba ahora a Tuc: la de habepenetrado en el reino del Más Allá
donde nada tenía lógica.Mientras tanto sus fuerzas seguíafallando.
Tenían que haberle hecho aspirar u
somnífero muy fuerte, para no habersdado cuenta de que a su lado mataban Wanda. Y los efectos de ese somnífero
aún continuaban, porque cada vez qu
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ntentaba mover un pie le parecía comsi a su extremo tuviera una bola dplomo. Cada vez que movía un brazo, l
parecía estar levantando una pesa.Mackensen rió otra vez
silenciosamente.
Iba bien vestido, mucho mejovestido que cuando cometió surepugnantes crímenes en los solitario
parques de Londres. Incluso no lfaltaba una corbata de seda italiana.Pero los ojos de Tuc no se fijaro
demasiado tiempo en esos detalles, sin
que acabaron posándose en el enormcuchillo de carnicero que empuñabMackensen. El cuchillo tenía una punt
muy aguda, una hoja muy afilada por u
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ado y una fina sierra por el otro lado.Aquella sierra había permitid
cortar las vértebras cervicales d
Wanda.Lo movía suavemente.Aún estaba tinto en sangre.
Tuc se dio cuenta de que en aquearma estaba su muerte, si no reaccionaba tiempo.
Comprendió que quizá muy pronto scabeza acabaría como la de lmuchacha.
Saltó mientras movía sus poderoso
puños, pero esta vez falló totalmenteLos músculos no parecían suyosMackensen —si es que era realment
Mackensen y no una encarnación de
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diablo— le esquivó con facilidad.Y hundió aquel cuchillo en la piern
zquierda de Tuc.
Éste lanzó un gemido.Sintió que el dolor llegaba hasta s
cerebro en una brusca oleada. Volvió a
ener la impresión de que la habitacióentera daba vueltas.
Mackensen desclavó el enorm
cuchillo. Y fue a clavarlo de nuevopuesto que la herida había sido mádolorosa que grave. Tuc Mallory aún noestaba vencido.
Pero el joven pudo reaccionarahora. Disparó su puño derecho y estvez acertó. La cara de su enemigo sufri
una brutal sacudida al recibir e
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mpacto.Tuc quiso atacar de nuevo.Estaba seguro de poder aniquilar
aquel maldito si le alcanzaba otra vezApoyó, al querer avanzar, el peso de scuerpo en la pierna herida. No se di
cuenta de lo que hacía.Todo su cuerpo basculó. Ya no pudo
apoyarse en ningún sitio. Mejor dicho…
Hubiera podido apoyarse en uno…pero era el asiento en que se encontraba cabeza cortada de Wanda!
Sus manos se detuvieron cuand
ban a situarse allí. Su cuerpo rodósilenciosamente, por el suelo.
Mackensen avanzó suavemente.
Ya lo tenía.
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No necesitaba precipitarse paracabar con Tuc, que era una víctimfácil. Herido como estaba, no podrí
saltar ni esquivar la próxima cuchilladaTuc también lo sabía.Al mirarse a sí mismo, se dio cuent
de que estaba mirando su propicadáver.
El cuchillo avanzó lentamente.
El asesino se recreaba en el golpmortal…Pero la hoja de acero no llegó
penetrar por segunda vez en el cuerpo d
Tuc Mallory.De repente ocurrió alg
nexplicable, algo a lo que en el prime
momento no supo encontrar sentido
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Mackensen se detuvo. Sus ojos estabaperdidos en un punto imprecisable de lhabitación. La mano con la que ya habí
degollado a una mujer, tembló en el aireY se detuvo.Poco a poco se fue retirando
mientras Tuc, incapaz de moverse, lmiraba con asombro. La cabeza dMackensen oscilaba como la de u
caballo que tasca el freno.Retrocedió de espaldas hasta lpuerta y desapareció.
Tuc Mallory se sujetó con amba
manos los bordes de la herida, por loque manaba abundante sangre. Luegavanzó como pudo hacia el teléfono.
Pero no lo descolgó.
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En el último instante se detuvo.Si le relacionaban con las anteriore
muertes, iba a sufrir tanto
nterrogatorios y tantas coacciones, quperdería toda su libertad de acción. Ysin poder moverse con libertad, nunc
averiguaría lo que hay detrás de aquenfierno.
De modo qué no descolgó.
Durante unos instantes que lparecieron eternos, miró el cadáver quenía entre los ojos, mientras sentía e
fluir de su propia sangre.
Al fin comprendió que no podrísalir de allí por sus propios medios. Sestaba desangrando y llamaría l
atención. Marcó entonces un númer
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clave que sólo conocían algunos agentedel Intelligence Service.
Le contestó una voz femenina.
—Anouk… —pidió—. Ven prontopor favor, Anouk… Anota estadirección. Pero ven en seguida, antes d
que pierda toda mi sangre. Ven enseguida…
Dio las señas con voz vacilante
perdió el conocimiento. Ni siquiera shabía acordado de hacerse un torniqueten la pierna, para evitar la hemorragiaDefinitivamente, no podía decirse que e
muy maldito estuviera en su mejoforma…
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CAPÍTULO X
Por si no estuviera bastante flojo, lexhibición de piernas que le hizo Anoual inclinarse ante él y examinarle l
herida, habría bastado para terminar dmarearle.Además, sabía adornar sus pierna
bien, la muy condenada. Lo primero qudistinguió Tuc al recobrar econocimiento fue aquella visiófascinante, pero cerró los ojos porqu
sólo le faltaba eso: marearse ante unseñora. Además, no estaba lo que sdice en buenas relaciones con Anou
Sullivan.
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—He llamado a tu hermano —balbució—. ¿Dónde está? ¿Por qué havenido tú?
—Me has llamado a mí —dijranquilamente Anouk, sin impresionars
ante la sangre.
—Eres tú quien se ha puesto aeléfono, pero yo quiero hablar a t
hermano. ¿Dónde está?
—Estoy aquí —dijo entonces unvoz opaca, desde el otro lado de lhabitación—. Si ha venido tambiéAnouk, es porque has mencionado l
sangre. Ya sabes que ella es médico.Y dejó de preocuparse por él
mientras hurgaba en la habitación. Nad
de lo ocurrido allí parecí
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mpresionarle. Diríase que aceptaba lohorrores, con la misma naturalidad coque un jugador de rugby acepta lo
placajes del contrario.Tuc lanzó un gemido de dolor.Aquella maldita Anouk estab
rabajando sin consideraciones.Pero le había contenido l
hemorragia, que era lo importante. Tuc
con toda su pernera del pantalón abiertde arriba abajo, se pudo, al fin, sentar ea alfombra.
Michael, el hermano de Anouk, lo
revisaba todo atentamente. No perecía demasiado impresionad
por lo que veía.
Al fin miró a su joven hermana.
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Michael era algo afeminado, cosque no trataba de ocultar. Era, ecambio, un observador habilísimo y u
ipo especializado en sembrar pistafalsas que desorientaban a cualquiera. STuc deseaba que la policía no l
atrapase, tenía por fuerza que acudir él.
Claro que más agradecido tenía qu
estarle a su hermana Anouk. Sin ellahubiesen tenido que llamar a un médicque quizá se hubiese ido, al fin, de lengua.
Anouk se había sentado en una de labutacas.
No se preocupaba de la postura. L
exhibición que hacía, mientras fumab
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descuidadamente, era realmentfascinadora.
Michael susurró:
—Cúbrete las piernas. Las mujeresois descuidaaaadas y asqueroooosas.
Anouk no le hizo el menor caso.
—¿Cómo te encuentras, Tuc? —Algo mejor. —No me extraña, porque te h
puesto un tónico de caballo. Y ahora¿puedes contarnos qué ha ocurrido?Tuc hizo un esfuerzo para recupera
del todo la serenidad. Con voz insegur
dijo: —Ante todo, esto no tiene nada qu
ver con el Intelligence Service. No e
una misión que me hayan encomendado
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Se trata de un asunto personal. —Entonces, ¿nos pides nuestr
ayuda como amigos y no com
funcionarios del Intelligence? —Así es. Necesitaba que t
sembraras unas cuantas pistas falsas
Michael, porque la policía puedperseguirme.
—No te preocupes: ya está
sembradas. Por una serie de detalles quhe preparado, la policía creerá que éstha sido el típico crimen de un maníacsexual.
Y encendió un cigarrillo con gestoanimados, como si en el fondo el asunte gustase.
Luego susurró:
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—Lástima que sea un asunto sexuade mujeeeeres. Un sucio asunto dgoooolfas.
—No lo es. Esa chica, a su modoera honesta. Bueno… Quizá no fuerhonesta, pero tampoco era una golfa
Resulta difícil de precisar. —Claro. Cuando uno se mete en lío
de mujeres, no puede precisar nad
nunca.Tuc ya estaba habituado al modo dpensar y hablar de Michael, de modque no se inmutó.
—También te necesito comodetective —dijo—. Tú eres uespecialista del Intelligence Service
pero, al mismo tiempo, ejerces com
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detective privado en Londres. En lapróximas veinticuatro horas habrás quencontrar una serie de datos que de otr
modo se perderán para siempre. Memo que yo no podré hacerlo, de mod
que para eso tengo que confiar en ti.
—Mal hecho. Pero de todos modosexplícate.
Tuc Mallory, quien sabía que ahora
e convenía la quietud, se dedicó hablar sin mover para nada la piernherida. Lo contó todo, desde el momenten que vio los ojos de Nancy en la car
de otra mujer hasta el instante en quuvo la sensación de lo irremediable: l
sensación de que el cuchillo d
Mackensen iba a penetrar en su carn
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por última vez.Lo mismo Michael que Anouk l
escuchaban en silencio.
Pero Anouk no estaba tranquila. Snotaba eso, en el detalle de que acababde cubrir sus piernas con cierta timidez.
Michael susurró: —Vamos a ver… ¿Podríamo
concretar algo en todo esto?
—Intentémoslo —dijo Tuc—. Dverdad lo necesito, porque tengo lsensación de que estoy viviendo en umundo sin sentido, de que esto
viviendo en el infierno. —Entonces vamos con el prime
punto. Nancy pudo morir asesinada
Supongamos que la atropellaro
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ntencionadamente. —Sí. Ahora comprendo que eso e
muy posible.
—La misma noche en que fusepultada, alguien se hizo con ecadáver.
—No —gruñó Tuc—. Los ojos yno hubieran servido para un trasplante.
—Pues entonces es más sencillo. N
necesitaron llevarse el cadáver. En lpropia sala de autopsias, unos minutodespués de la muerte, le extrajeron loojos. Al bajarle y arreglarle lo
párpados, no se notó. También pudieronextraerle una zona de la piel del cuello.
Supongo que ella, al amortajarla
levaría un vestido cerrado hasta l
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garganta. —Sí —dijo Tuc, sombríamente.Anouk envió por los aires, con un
elegante parábola, el cigarrillo questaba fumando.
—Comprendo que te moleste habla
de esto —dijo—. Tú la amabas.Parecía como si con aquella
palabras acusase al hombre, y él lo notó
Hizo un gesto tenso.Pero el que no lo notó fue MichaeSiguió como si tal cosa.
—En resumen —dijo—, podríamo
encontrarnos ante el caso de dorasplantes, hoy ya muy normales, segúa ciencia, pero en los que los órgano
fueron obtenidos de una manera ilega
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o creas que eso es tan extraño. Quiésabe cómo han sido obtenidos loórganos empleados en trasplante
realizados por médicos que hoy tienefama en el mundo entero.
Tuc asintió, en silencio.
—Vayamos con el segundo asunto—dijo Michael, con su habituasuavidad—. Las beneficiarías de lo
rasplantes fueron dos hermanas: lahermanas Manfred. ¿Por qué laasesinaron de una manera tan salvaje?
—¿Crees que lo sé? —musitó él—
Si lo supiera, ya estaría resuelto casodo.
—De acuerdo. Vayamos al terce
aspecto; esta chica que ha sid
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asesinada aquí.¿Cómo se llamaba? —Wanda.
—Dices que te había seguido porqubuscaba protección, ¿no? ¿Quién querímatarla?
—Alf Mackensen. Pero AlMackensen había sido muerto por lpolicía, hace tiempo. Ésa era la razón d
que Scotland Yard no la tomara en serioMichael continuó: —A ella le habían aplicado piel d
una muchacha llamada Sigrid, ¿verdad
Tú tuviste relaciones con ella. —Sí.Rechinaron un momento los diente
de Anouk.
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Pero nada más.Michael la miraba. —¡Pero qué cosas más estúpida
enéis las mujeres guarras! —murmur—. Olvídalo, Anouk. Sigue, Tuc.
—Eres tú el que piensa en esto
momentos, Michael. Yo casi no puedo nrespirar. Sólo te diré que Sigrid saltóhacia el asfalto desde gran altura y s
mató, de modo que nos encontramos antun nuevo e inexplicable crimen: ucrimen que, oficialmente, fue usuicidio.
Michael asintió con la cabeza. —Y ahora a esta muchacha la ha
iquidado de la forma más sanguinari
que he visto en muchos años. ¿Por qué?
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—Si yo lo supiera, estaría todarreglado, Michael. Pero al menos squién lo hizo.
—¿Mackensen? —Sí. —¿Estás seguro de que era él?
—¡Diablos, lo he tenido a menos dun paso! ¡Ha estado a punto ddegollarme a mí también!
—Mackensen murió. —¿Crees que no lo séPrecisamente es esto lo que me vuelvoco!
Michael se puso en pie y anduvunos pasos por la estancia. No snmutó. Lo único que parecí
preocuparle era que sus calcetines, d
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una llamativa seda virgen, no smanchasen.
—Supongamos que Mackensen fu
devuelto a la vida —dijo—. Sufamiliares reclamaron el cadávenmediatamente después de la muerte
¿verdad? —En efecto. Ni siquier
consintieron que se le hiciese l
autopsia. —Entonces ellos tienen parte de lclave del asunto. Hay que encontrarlocomo sea. Es evidente que entregaron e
cadáver a alguien. —¿Alguien que lo hizo revivir? —Desde un punto de vista médico
no es tan absurdo —dijo Anouk
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nterviniendo en el diálogo por primervez—. Cosas que parecían pura fantasíhace dos años tan sólo, son ahor
realidades. Por ejemplo, ya hace muchoustros que se puede suturar un corazó
agujereado por una bala. Y que incluso
se puede extraer un proyectil deendocardio.
—Sí. De eso hemos oído habla
odos. —Imagina que un experto cirujano lhiciera —continuó Anouk—. Imaginque dejara el corazón en condiciones d
atir de nuevo y luego lo reanimara pomedio de corrientes eléctricas. Imaginque desde los primeros momento
hubiese mantenido el riego sanguíne
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empleando una bomba. Lo que ha daden llamarse un corazón artificial .
Tuc asintió en silencio, mientra
volvía a sujetarse la pierna herida, que dolía terriblemente.
Ella continuó:
—En realidad, no es tan difícipensar así en un cuerpo vuelto a la vidaLuego tardaría más de un año e
rehacerse, pero lo auténticamentcomplicado ya estaría hecho. —Menos una cosa —dijo Tuc. —¿Cuál?
—El cerebro. El riego de sangre acerebro habría faltado durantdemasiado tiempo. La persona surgid
de ese monstruoso experimento, sería u
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oco o, al menos, un anormal. —En eso estoy de acuerdo —dij
Michael.
Los labios de Tuc temblaron unstante.
—Entonces, ¿hay un monstruo en la
calles de Londres? —balbució. —Tú mismo lo has visto. Y tú
mismo tienes delante a una de su
víctimas. ¿Aún vas a dudarlo? —Lo extraño es que no te matara a t—musitó Michael.
—Iba a hacerlo.
—Lo lógico es que te hubieriquidado al principio. Podías resulta
muy peligroso.
—Sí. Desde luego, es extraño que s
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ocupara de la muchacha y no de mí. —Tuvo oportunidades par
iquidarte cuando estabas en el cuarto d
baño, todavía bajo el efecto desomnífero. Nuevas oportunidadecuando te vestías. En realidad pued
decirse que sólo te atacó cuando ldescubriste, y aun así, se detuvo en eúltimo instante. ¿Por qué?
Tuc meneó la cabeza pesarosamente —No lo sé, Michael —dijo—. No sé… Ni siquiera puedo imaginarlo.
—A lo mejor ése es de los míos.
—¿Los tuyos? —Sí. Que se mueran todas la
mujeres y que vivan todos los hombres.
Anouk hizo un gesto de fastidio.
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—Cállate de una vez. No sé ni cómvivo contigo.
—Porque te sale más barato. Así no
ienes que pagar alquiler, so fresca.Y se sacó brillo a uno de los anillo
que llevaba en la izquierda. Tuc susurró
—Supongo que será muy difíciencontrar a Mackensen, pero en cambipuede hacer una cosa fácil: dar con lo
familiares que entregaron a alguien scadáver hace tiempo. —Eso es justamente lo que piens
hacer —aseguró Michael—. Va a ser e
primer paso, un primer paso que puedlevarnos muy lejos.
—Otra cosa absolutamente necesari
—dijo Tuc— consistirá en buscarme u
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buen escondite. No conviene quninguna persona de las que me conocenme vea herido porque la policía podrí
empezar a atar cabos. Tiene que ser unsitio, además, donde pueda recibiasistencia médica.
—Anouk te proporcionará eso. Ellmisma puede curarte, porque, a pesar dser una mujer, es un aceptable médico.
Anouk prefirió callarse.Tuc susurró: —¿Crees que tardaré mucho e
volver a andar?
—Al menos dos semanas. —¡Imposible! —Pues si estás impaciente
cómprate una silla de ruedas.
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Tuc Mallory se mordió el labionferior hasta hacerse sangre. Estab
más nervioso que en cualquier otr
momento de su vida. Pero comprendique ella tenía razón y que sería inútioponerse a la lógica implacable de la
cosas.Michael miraba en torno suyo co
gesto crítico, arrugando levemente l
nariz, como si todo aquello no lgustase. —¿Dices que aquí vivía tambié
Sigrid? —musitó—. ¿No te explicó es
pobre chica, Wanda, quién le hizo erasplante de piel?
—No. La verdad es que no quis
forzar las cosas, pero me lo hubier
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explicado más tarde. —¿No forzaste las cosas? —
preguntó desdeñosamente Anouk—
Algunas yo creo que sí.Y miró hacia el dormitorio.Michael alzó una mano. Era aque
ambiente de sensualidad lo que lmolestaba, ahora lo comprendieroodos. La muerte lo había borrado e
parte, pero aún subsistía aquellatmósfera especial de lugar dondhombres y mujeres se reúnen. Edetective arrugó la nariz con fastidio.
—¿De modo que Sigrid y Wandarecibían visitas, aquí? —preguntó—¿De modo que éste era un sitio d
mujeres?
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Tuc hundió la cabeza.Le molestaba hablar de aquello, es
era la verdad.
Pero formaba parte de lnvestigación, de modo que dijo, co
apenas un hilo de voz:
—Sí.Michael alzó las dos manos
mientras gruñía:
—¡Qué asco!
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CAPÍTULO XI
Puesto que Tuc Mallory estabnutilizado, de momento, fue Michae
quien se encargó de hacer un par d
nvestigaciones que resultabanmediatas: visitar a los familiares dMackensen, que habían reclamado scadáver sin esperar a que se hiciera lautopsia, y registrar la habitación dondhabía muerto Wanda.
Ésta era la tarea a la que había qu
dedicarse en primer lugar.Muy posiblemente, unas horas má
arde, la muchacha ya sería echada e
falta y alguien vendría a su domicilio
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al menos llamaría por teléfono. Dmodo que Michael se llevó todo lo quconsideró de interés para examinarl
con más calma en su despacho, y luegrevisó una a una las pistas falsas quhabía dejado para desorientar a l
policía.Cuando estuvo satisfecho de s
rabajo, salió de allí. Nadie advirtió s
salida, como tampoco su llegada. Ecuanto a Tuc Mallory, después de serlecambiado el vendaje había salido ecompañía de Anouk al departamento d
ésta, donde podría atenderle mientradurase la gravedad de su herida.
Horas después, a la tarde siguiente
Tuc Mallory ya se sentía bastante mejor
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aunque la fiebre no había remitidoEstaba tomando un calmante procurando que sus propio
pensamientos no le volvieran lococuando sonó el teléfono.
La propia Anouk le entregó e
auricular. —Es para ti. —Aquí no puede llamarme más qu
Michael. Es él, ¿verdad? —Sí.Tuc captó la voz del detective, quie
parecía mucho más animado que l
noche anterior. Tras preguntarle cómo sencontraba, le dijo que las cosaempezaban a ponerse bie
definitivamente.
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—Tengo una pista, Tuc. —¿Una pista? Pero ¿has podid
encontrar en todo este lío algo que teng
sentido, algo que sea sólido? —Sí, una cosa. —¿Cuál es?
—Más vale que la veas tú mismoEs algo que entra por los ojos.
—¿Algo que entra por los ojos
¿Quieres que acabe de volverme locoDesde que me metí en este lío, no me hencontrado con nada que tenga pies ncabeza! ¡Y que entre por los ojos
muchísimo menos! —Pues esto está muy claro. No s
qué importancia darle, pero al menos s
ve a la primera ojeada y encima es alg
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que se refiere a ti.Tuc por poco muerde el auricular. —¡Habla claro de una vez, maldit
sea! ¡Es imposible que hayas encontradalgo que se refiera a mí!
—Ya te convencerás en cuanto lo
veas. Estaré allí dentro de un par dhoras.
—¿Por qué no antes?
—Quiero averiguar lo que hocurrido con la familia de MackensenEllos podrán explicarme lo que ocurricon el cadáver una vez lo reclamaron
¿entiendes? Y eso es más urgente quehablar contigo.
—Lo más urgente, en este momento
es que me saques de esta especie d
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pozo en que estoy metido. ¿No puedo amenos saber dónde has encontrado esque entra por los ojos y que se refiere
mí? —Pues en el piso de Wanda
naturalmente… Bueno, he dicho piso
pero no es cierto. Me refiero a aquellespecie de sucio lupanar que tenía coSigrid. Ya sabes que me llevé una
cuantas ropas para examinarlas cocalma. —Sí, lo recuerdo. —Bueno, pues estaba allí. Y ahora
déjame en paz. Todavía tengo que ir ver a la familia de Mackensen.
Y colgó.
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* * *
Una suave sonrisa flotaba en loabios de Michael, mientras terminab
de depositar el auricular en la horquilla
Paseó una mirada por el despacho.Encendió un cigarrillo con gest
satisfecho.
En fin, podía sentirse orgulloso dsu instinto. La cosa no había sido tadifícil como él temió. No sabía adóndpodía conducirle aquella prueba, per
que entraba por los ojos, era cierto. Yhabía en ella otras cosas, además. Otracosas que entraban por los ojos también
Expulsó el humo con un gesto llen
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de femenina complacencia, mientrasacaba lustre a uno de sus anillos. Mirhacia el lado penumbroso donde tenía s
solemne biblioteca.Y entonces distinguió aquello.Algo que también… entraba por lo
ojos.Aquel rostro…Las facciones que ya le había
lamado la atención poco antes y quahora estaban ante él. Quietashieráticas, como las de una momia…Pero una momia tan especial, ta
distinta… Y aquellos ojos que estabanclavados en los suyos eran taespeciales, tan…
Los pensamientos de Michael s
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nublaron.La sangre se agolpaba en su cerebr
le impedía reflexionar.
Sin embargo, en el fondo, aquello nenía nada de anormal. Aquello, despué
de todo, podía explicarse. Intentand
sonreír, Michael preguntó: —¿Por dónde ha entrado? —La puerta estaba abierta.
—Ah, ya… Claro… Yo siempre ladejo abierta, porque mis clientes son dconfianza. Perdone… Siéntese, pofavor.
Aquellos ojos quietos como los duna momia, seguían fijos en él.
Michael sentía frío en su sangre.
—Gracias.
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—¿Usted venía a…? —Quiero hablarle de Wanda.Él intentó sonreír de nuevo. S
sentía acorralado. Notaba que la luz daquellos ojos entraba en él como uveneno y le adormecía los nervios
mpidiéndole reaccionar. —No conozco a ninguna Wanda —
dijo—. Me temo que sufre un error. Si
duda busca a otro detective privado. —No. Es usted. Seguro que es ustedMichael sintió entonces que aque
miedo sutil, aquel miedo que le habí
envenenado la sangre penetraba ya hastsus huesos. Sus pensamientoparalizados volvieron a funcionar
aunque en un solo sentido. Estaba clar
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que si aquel rostro que él había vistantes se encontraba allí, era porque ldecisión estaba tomada. Era porque é
enía que morir. Tendió las manos haciael borde de la mesa mientras intentabsujetarse a él fabrilmente.
La voz preguntó ominosamente: —¿Qué le pasa? —Perdone. Me encuentro mal.
—¿Adónde va? —Es que…Michael, al ponerse en pie, habí
levado incluso una mano a su boca. S
gesto era el típico del que tiene eestómago revuelto, aunque no era ciertoLo que intentaba era huir. Avanzó
maquinalmente hacia la puerta del cuart
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de baño, que estaba casi pegada a lpuerta exterior, la que daba a lescalera.
Pero no llegó hasta allí.La mano había caído sobre él.Michael hizo una pirueta extraña
ntentó desasirse y resultó que supropios esfuerzos lo enviaron al aire
o sabía si aquello era judo ni qu
diablos era. Tampoco tuvo tiempo dpensarlo. De pronto, una fuerza quparecía venir del propio aire, quparecía estar en todas partes, le empujó
Vio que la ventana que daba al pationterior se acercaba a énexorablemente.
No pudo ni gritar.
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La voz se le había quedadagarrotada en la garganta.
Puso las manos por delant
ntentando evitar lo que ya ernevitable, pero la ventana sigui
acercándose a él. Cada esfuerzo qu
hacía se transformaba en contra suyaLanzó un estertor mientras su cabezchocaba contra los cristales. Fue todo l
que pudo hacer.Y se precipitó al vacío.
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CAPÍTULO XII
Cuando al cabo de tres horasMichael aún no había llamado, TuMallory comprendió que allí estab
ocurriendo algo sin sentido. Puesto quAnouk no se hallaba en el apartamentodecidió salir, en el caso de que suhermano no contestara al teléfonoMarcó el número del despacho dedetective y esperó largo rato. Oyó loimbrazos lentos, insistentes, en un loca
vacío. Dejó transcurrir así un par dminutos mientras unas líneas dpreocupación se marcaban en su boca
Al fin, colgó.
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Fue pesadamente hacia el livingdonde había una serie de viejos bastoneque en otro tiempo pertenecieron a
padre de Anouk. Buscó uno lo bastantsólido para poder apoyarse en él coodo su peso y luego tomó un whisky
doble. Lo necesitaba para vencer lfiebre que le estaba dejando sin fuerzasHecho esto, examinó sus ropas. Anou
e había traído por la mañana upullover ligero y unos pantalones nuevopara sustituir los de la víspera, questaban destrozados y manchados d
sangre. Vio que tenía un aspectorelativamente presentable y se decidió salir.
Tomó un taxi y se hizo conducir a
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8/18/2019 La Hija de Frankestein
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despacho de Michael. Subió hasta émientras sentía unos pinchazos cada vemás insistentes en la pierna.
Entró.Todo estaba vacío, pero no dab
sensación d