la manzana en teócrito

9
Curso de posgrado: Formas de intertextualidad en la literatura grecolatina. Junio de 2013. Universidad Nacional del Litoral. Profesor dictante: Dr. Guillermo De Santis (UNC). Una interpretación del simbolismo de la manzana en el Idilio XI de Teócrito María Jimena Molina (UNNE)- [email protected] Las historias del Jardín de las Hespérides y de la carrera de Atalanta constituyen algunas de las manifestaciones de la importancia que la manzana revestía en la mitología griega; importancia que persistió en las costumbres populares incluso hasta principios del siglo XX, ya que por entonces en Grecia aún se mantenía la costumbre de arrojar manzanas para expresar amor hacia alguien o proponerle matrimonio (Foster 1899:39). En los idilios de Teócrito, muchos de los cuales plantean nuevos tratamientos de los mitos tradicionales, siguiendo la tendencia de la poesía alejandrina (cfr. Brioso Sánchez 1986:26), esta fruta aparece con llamativa frecuencia y con distintos propósitos. En primer lugar, teniendo en cuenta la recurrencia de los motivos, se la presenta como ofrenda erótica: así, en la serenata del Idilio III, el pastor lleva a Amarilis “diez manzanas”, tomadas “de aquél sitio donde tú me mandaste cogerlas” (III.10-11). Del mismo modo, tirar manzanas a una persona constituía una insinuación 1

Upload: maria-jimena-molina

Post on 07-Feb-2016

4 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Análisis de la función simbólica de la manzana en la poesía del siracusano Teócrito.

TRANSCRIPT

Page 1: La Manzana en Teócrito

Curso de posgrado: Formas de intertextualidad en la literatura grecolatina.

Junio de 2013. Universidad Nacional del Litoral.

Profesor dictante: Dr. Guillermo De Santis (UNC).

Una interpretación del simbolismo de la

manzana en el Idilio XI de Teócrito

María Jimena Molina (UNNE)- [email protected]

Las historias del Jardín de las Hespérides y de la carrera de Atalanta constituyen

algunas de las manifestaciones de la importancia que la manzana revestía en la mitología

griega; importancia que persistió en las costumbres populares incluso hasta principios del

siglo XX, ya que por entonces en Grecia aún se mantenía la costumbre de arrojar manzanas

para expresar amor hacia alguien o proponerle matrimonio (Foster 1899:39).

En los idilios de Teócrito, muchos de los cuales plantean nuevos tratamientos de los

mitos tradicionales, siguiendo la tendencia de la poesía alejandrina (cfr. Brioso Sánchez

1986:26), esta fruta aparece con llamativa frecuencia y con distintos propósitos. En primer

lugar, teniendo en cuenta la recurrencia de los motivos, se la presenta como ofrenda erótica:

así, en la serenata del Idilio III, el pastor lleva a Amarilis “diez manzanas”, tomadas “de

aquél sitio donde tú me mandaste cogerlas” (III.10-11). Del mismo modo, tirar manzanas a

una persona constituía una insinuación amorosa, y en este sentido es representada la acción

en el Idilio V, cuando Clarista “le tira manzanas al cabrero” (V.88) que pasa llevando sus

cabras, y en el VI, en que una enamorada Galatea hace lo propio con el –por entonces-

indiferente Polifemo (VI.7).

En otros pasajes, la manzana es usada como referencia de una comparación, o bien

directamente como metáfora. En general, muchas de las interpretaciones simbólicas de esta

fruta derivan de su forma esférica (Chevalier 1986:689), y en este sentido aparece en el

Idilio XXVII, en el cual se comparan los pechos de la doncella con dos manzanas a las que

el sátiro anhela dar una “primera lección” (48-50). Por otra parte, en un hermoso empleo

metafórico del término, Polifemo llama a Galatea su “dulce manzana querida” (fi/lon

gluku/malon, Id. XI, 39).

1

Page 2: La Manzana en Teócrito

En todos los ejemplos que hemos citado, la manzana posee un simbolismo

indudablemente erótico. En efecto, al igual que sus equivalentes, los membrillos y las

granadas, aparece con frecuencia en los mitos y en la literatura asociada a la unión sexual,

especialmente dentro del matrimonio (Calame 2002:166). Es oportuno traer a colación la

ley soloniana según la cual la recién casada debía entrar en la cámara nupcial o acostarse

con su prometido comiendo un membrillo (sugkatakli/nesqai mh/lou Kudwni/ou

katatragou=san, Plut., Coniug. Praecept. I, 138 D). En igual sentido, en el mito de

Perséfone se cuenta que la muchacha había sido conminada a permanecer seis meses del

año en el Hades a causa de las seis pepitas de granada que ésta había comido de uno de los

árboles del inframundo (Apolodoro, Biblioteca, I.5,3). En virtud de lo anterior, puede

relacionarse ya no la ofrenda sino la ingestión de la fruta bien con el consentimiento

amoroso, bien con la unión matrimonial.

Llama la atención un pasaje del Idilio XI en el que el poeta afirma que el amor de

Polifemo por Galatea “no era de manzanas, ni de rosas, ni de bucles, sino de auténtica

locura” (h)/rato d¨ ©ou) ma/loij ou)de\ kiki/nnoij, a)ll ©o)rqai=j mani/aij,

XI,10-11). Podríamos en este punto preguntarnos qué es lo que motiva al poeta a emitir tal

sentencia, ya que en apariencia estamos ante una típica escena de paraclausíthyron (canto

del enamorado ante la puerta cerrada de la amada) que poco se diferencia de las demás del

conjunto.

Sin embargo, la desproporción entre el rudo y feo enamorado y la grácil y ligera

ninfa es el primer detalle que salta a la vista en el cuadro. El ejecutor del cômos cree

comprender el rechazo de su amada cuando repara en su aspecto físico: “una larga, peluda y

única ceja” se extiende de una oreja a otra por su frente, y “un solo ojo” hay debajo (XI, 31-

2). No obstante, en compensación de lo anterior, asegura que no le faltan riquezas rústicas,

con las cuales tienta a la ninfa (queso, leche), y tiene –según él mismo- grandes habilidades

musicales.

Los regalos del cíclope no son los que se brindan de ordinario a la amada, si no por

la clase de ofrendas, por las dimensiones de las mismas. Ofrece a Galatea “once cervatillas”

(XI, 40) que para ella cría, y “cuatro cachorros de oso” (XI, 41). En el Idilio III, el pastor

también guarda para su amada “una cabra blanca con dos crías” (III, 34). Sin embargo, es

2

Page 3: La Manzana en Teócrito

notable la diferencia en la cantidad de animales que ofrecen uno y otro, y es evidente que

en el regalo del cíclope los animales son tanto más salvajes que la doméstica cabra que

ofrece el pastor a Amarilis. La clase de regalos, así como su cantidad, guardan estrecha

relación con el enamorado que los ofrece. Recordemos que el cíclope ha sido asociado

tradicionalmente con lo no-civilizado (De Romilly 2004:22), y desde esta perspectiva se

aproxima a los animales silvestres. La cantidad de regalos, por otra parte, se condice con el

tamaño del enamorado.

También en comparación con el tercer idilio, llama la atención que en lugar de

realizarse la serenata en la puerta de la casa de la amada, como es tradicional en el

paraclausíthyron, el cíclope cante sobre una peña, a orillas del mar (XI, 14), con la

esperanza de que la ninfa emerja a la superficie y elija permanecer a su lado.

El hecho de que ambos protagonistas pertenezcan a medios diferentes (la tierra y el

agua) es otra peculiaridad de esta pieza. El canto del cíclope insiste a Galatea en que

abandone el mar y se una a él en la tierra, para lo cual realiza un verdadero encomio de las

riquezas naturales propias de aquella región (que según se estima, se trataría de la misma

Sicilia, tierra natal de Teócrito, cfr. Brioso Sánchez 1986:9).

Hacia el final, el enamorado recupera la reflexión, anulada mientras dura el

embeleso amoroso, e intenta convencerse a sí mismo de las ventajas de “ordeñar”

(a)/melge) aquello que está cerca y se muestra más accesible. Otras muchachas habrá,

incluso más hermosas que Galatea, se dice al modo de la zorra que no pudo alcanzar las

uvas. En este punto advertimos también una diferencia con respecto de los demás idilios

que tratan el tema del paraclausíthyron: así, en el idilio segundo, Delfis intenta llegar a su

amada usando la violencia; el pastor del idilio tercero desea verse a sí mismo rodeado por

los lobos. La solución del cíclope se aparta de las anteriores, acercándose a la de

Simíquidas, del idilio séptimo, para quien no vale la pena lo que está haciendo y prefiere

descansar (cfr. Sicherl 1972:61).

Como hemos visto, varias son las causas para considerar al amor del cíclope poco

común. Puede entenderse así que la manzana sea rechazada por el poeta como símbolo de

un romance frustrado de antemano, negando asimismo las rosas y los bucles, otros de los

3

Page 4: La Manzana en Teócrito

elementos que se asocian al amor, pero en estos dos últimos casos, al amor “puro” de tipo

platónico (cfr. Chevalier 1986: 202, 891-2). En otra pieza del conjunto ocurre algo similar:

en el Idilio XXIII, calificado a menudo como “el peor” de la producción de Teócrito (cfr.

Brioso Sánchez 1986:243), el mismo poeta relata que no había para el enamorado ningún

indicio de amor correspondido, ni siquiera “una manzana” (ou) r(odo/malon). Como

vemos, el texto griego sugiere también la rosa como aquello que se niega al enamorado

(r(o/don). En este idilio la manzana equivale al consentimiento del cortejado en la

relación, muy probablemente en el sentido sexual del término, y tal vez la rosa esté

complementando el símbolo anterior en el sentido del amor “puro”.

Sabemos que en la poesía alejandrina el amor es un tema de máxima importancia.

En general aparece como dolencia o morbo, como pasión no correspondida (Brioso

Sánchez 1986:32). El amor que se plantea es el sensual, dejando muy poco lugar a la

idealización platónica (ibid.). La canción del cíclope, que funciona a decir del poeta como

remedia amoris (XI, 1), apunta a convencer a Galatea de las ventajas que tiene la vida en la

tierra en comparación con el mar, donde ella vive; pero lo hace sin éxito, como entendemos

luego a partir de la reflexión final del enamorado.

A poco que entra en razón, Polifemo recuerda que hay varias muchachas que por las

noches lo llaman a “jugar” (pollai\ sumpai/sde/n me ko/rai ta\n nu/kta

ke/lontai), y se consuela pensando que en su propio medio él es importante. Observamos

que el verbo sumpai/zw (“jugar”) tiene claramente en este pasaje una connotación

erótica: en este sentido se inclina la traducción en la que nos basamos (cfr. Brioso Sánchez

1986:148, “hacer el amor”). Si tenemos en cuenta, por otra parte, que la expresión “arrojar

manzanas” (mh/l% balei=n, mh/l% blhqh=nai) ha sido usada metafóricamente para

aludir al acto sexual (Foster 1899:46), podríamos pensar que el poeta niega la manzana en

este idilio por no considerar posible la consumación sexual del romance.

Abonando esta interpretación, es de notar que luego de afirmar que el amor del

cíclope no era de manzanas, ni de rosas ni de bucles, el poeta aclara que el mismo “era de

auténtica locura” (a)ll )o)rqai=j mani/aij). Esta frase puede entenderse teniendo en

cuenta que en la concepción arcaica del amor que Teócrito recupera –según algunos

críticos, con intención paródica- éste anula “toda capacidad de comprender y de decidir”

4

Page 5: La Manzana en Teócrito

(Calame 2002:24). Este fortísimo impulso que prevalece por sobre la razón del individuo se

trata sin dudas del deseo sexual.

Creemos, en síntesis, que la manzana en su doble aparición en el Idilio XI tiene un

sentido sin duda erótico, y específicamente alusivo a la consumación sexual, antes que al

matrimonio o al consentimiento amoroso en general. En su primera aparición, deja en claro

que el amor de Polifemo por Galatea no se consumaría sexualmente (ni tampoco de otra

forma, como podrían sugerirlo las rosas o los bucles), a pesar de los regalos y promesas del

enamorado. En un segundo momento, al llamar a su amada gluku/malon, lo que era en

principio símbolo se proyecta en el objeto mismo del deseo: la forma redonda y el dulce

sabor son ya las características que el enamorado le atribuye a la propia ninfa.

La tradición posterior que aborda el mismo tema también pareciera haber preferido

esta última interpretación: en la Bucólica III de Virgilio, una versión más campesina de

Galatea incita seductoramente con una manzana al pastor para luego correr a esconderse

tras los árboles, y es llamada por ello “lasciva” (“malo me Galatea petit, lasciua puella”, v.

64).

Lejos de amores platónicos y propuestas de matrimonio, en este idilio el sentido de

la manzana como símbolo y como término metafórico confluyen para dar a entender que el

romance no se consumará: por más que el cíclope arda en deseos de dar el mordisco a la

que llama “su dulce manzana”, las diferencias son suficientes como para que la ninfa

rechace la propuesta. El cuadro del amor frustrado sirvió, de todos modos, para mostrar un

espléndido contraste barroco, característico del período en el que se inserta, que con justicia

ha sido celebrado e imitado a lo largo de los siglos.

Bibliografía

Brioso Sánchez, M. (1986) Bucólicos griegos. Madrid, Akal.Caballero, M. E. (2005) Virgilio. Bucólicas. Córdoba, Editorial de la Universidad Católica

de Córdoba.Calame, C. (2002) Eros en la Antigua Grecia. Madrid, Akal.Chevalier, J. y Gheerbrant (1986) Diccionario de los símbolos. Barcelona, Herder.De Romilly, J. (2004) La ley en la Grecia Clásica. Buenos Aires, Biblos.

5

Page 6: La Manzana en Teócrito

Fantuzzi, M. y Hunter, R. (2005) Tradition and Innovation in Hellenistic Poetry. Cambridge University Press.

Foster, O. (1899) “Notes on the Symbolism of the Apple in Classical Antiquity”, en: Harvard Studies in Classical Philology, v. 10, pp. 39-55.

Hunter, R. (1999) Theocritus: A Selection. Idylls 1,3,4,6,7,10,11 and 13. Cambridge University Press.

Littlewood, A. R. (1968) “The Symbolism of the Apple in Greek and Roman Literature”, en: Harvard Studies on Classical Philology, v. 72, pp. 147-181.

Pérez Puchal, P. (1975) “Notas a una lectura de Teócrito”, en: Saitabi 25, pp. 263-270.Schmiel, R. (1993) “Structure and Meaning in Theocritus 11”, en: Mnemosyne 46, Fasc. 2,

mayo de 1993, pp. 229-234.Sicherl, M. (1972) “El paraclausithyron en Teócrito”, en: BIEH 6, pp. 57-62.

6