la mirada de un turista: perú

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La mirada de un turista: Perú es una guía novelada que permite tanto aprovechar al máximo el día a día del viaje como subirse a avionetas, trenes y autobuses sin necesidad de moverse del sofá.

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Día 7

Cuzco - Tambo Machay - Puca PucaraTemplo de la Luna

Sacsayuman - Cuzco

Son las nueve cuando saludamos a Marta que acaba de llegar con el autocar.–¡Buenos días! ¿Han desayunado bien?–¡Sí! – todos.–¡Perfecto! Hoy vamos a conocer varios yacimientos arqueológicos de la época

incaica, cercanos a Cuzco, dignos de ser visitados.–¿Pero nos vas a llevar a algún lugar que no sea digno de ser visitado? − pre-

gunta Joaquín en broma.–Luego opinarás.–¡Pero hoy no te pases con nosotros «los españoles»! − le reprocha alegremente. –No me paso, explico lo que me han enseñado. También les he contado temas que

no son de nuestro agrado. ¡Ya verán cuando les relate cómo subió al poder Atahualpa! Pero la historia es la que es, aunque… normalmente narrada a gusto del vencedor. Respecto si estos monumentos son o no dignos de ser visitados depende de su interés. Muchas veces, en visitas que crees importantes, observas como los turistas no les dan ninguna importancia, ¿más piedras? te comentan. No saben apreciar su valor, su his-toria, a veces te sientes frustrada, pero estoy segura que con ustedes no es el caso.

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–¡Gracias! ¡Gracias! – le contestamos.Al salir de la ciudad, la carretera empieza a ascender por la montaña, contem-

plándose una bellísima panorámica con Cuzco en el fondo del valle.–Estamos pasando por Sacsayumán – nos dice Marta - el monumento más

importante, que visitaremos por la tarde. Nos dirigimos primero al más alejado, Tambo Machay, los baños del Inca. Está a unos diez kilómetros. En este corto viaje disfrutaremos de un paisaje realmente alpino.

–¡Pinos, abetos…nos recuerda nuestros Pirineos – exclama Dolores con nos-talgia.

–Ciertamente el paisaje es bellísimo – Paquita.Llegados al aparcamiento andamos unos diez minutos, descubriendo varios

muros incas con sus terrazas, seis puertas trapezoidales y en su centro una canal. Un manantial de agua procedente de una mina subterránea va dividiéndose en varias fuentes.

Tambo Machay, un manantial de agua…

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–Una auténtica maravilla de equilibrio entre la naturaleza y la obra del hom-bre − comenta lentamente Lucía que se siente filósofa.

Marta, nos lo señala y comienza:–Me ha gustado esta frase, Lucía. Con tú permiso la diré en otras ocasiones.

– le comenta sonriendo - En una cultura en que toda la naturaleza es sagrada, los incas vieron en los manantiales, la fuente de la vida, la «leche de Pachama-ma», la madre Tierra, que da juventud eterna, hermosura y fertilidad, porque de su manejo y aprovisionamiento dependía la supervivencia de sus habitantes. El poder se concentraba en quienes controlaban el uso del agua, y por eso la sacrali-zaron. Este manantial se denominaba Quina Puquio, el manantial de la quini-na, y hoy Tambo Machay, el baño del Inca.

–¿Venía el Inca a bañarse aquí? − pregunta extrañado Joaquín.Marta le sonríe − Realmente no se sabe, a ciencia cierta, si algún Inca se bañó

nunca aquí. Probablemente era un lugar donde se hacían rituales de purificación o servía para el descanso.

Puca Pucara, el fuerte rojizo.

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–¿Qué son los Tambos?− pregunta Carmen.–Los «Tambos» son una especie de albergues que se encontraban aproximada-

mente cada diez kilómetros uno del otro, en los caminos del Inca, permitiendo alojar a grandes grupos de personas, almacenar productos, dar descanso a las lla-mas, como animales de carga y de esta manera ir recorriendo largos caminos.

Desandamos el camino hacia el autocar rodeados de varias mujeres que nos ofrecen mantas y tapices con sus típicos coloridos. A sólo un kilómetro y regre-sando hacia Cuzco, encontramos defendiendo la entrada del valle, los restos de Puca Pucara, el fuerte rojizo, una fortaleza militar de la que sólo quedan tres mu-ros con una gran terraza en la parte superior.

–Dominaba todo el camino de acceso a Cuzco desde el Valle Sagrado − nos comenta Marta – controlando a hombres y productos. Se registraban como tribu-tos las hojas de coca, el ají, la yuca, las plantas medicinales y el oro.

–Una aduana − oímos que se dicen entre sí Dolores y Paquita.Sólo cinco kilómetros nos separan del Templo de la Luna, zona arqueológica,

actualmente en vías de excavación.

Entrada al cuarto de adoración del Templo de la Luna.

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–Era uno de los 350 adoratorios que circundaban la ciudad de Cuzco. Los amantes del esoterismo han convertido en cuartos de adoración dos cuevas natu-rales a las que se accede por este pasaje que aprovecha una falla en la roca − nos dice Marta a la vez que nos invita a entrar a ellas.

–Se nota la energía que, de aquí, emana − comentan entre ellas Lucía y Car-men.

–La fe mueve montañas - les interrumpe Joaquín.–¡Tú, que no entiendes nada! – le reprochan simpáticamente.–A sólo un kilómetro del Templo de la Luna – nos dice Marta, otra vez en el

autocar - tenemos otro extraño afloramiento rocoso, Qenqo o Kenko, el laberinto. Es otro de los muchos adoratorios.

Una vez llegados, Marta se coloca al lado de un monolito en medio de una gran plaza o terraza, rodeada en parte por una formación rocosa llena de cuevas y grietas.

Qenqo, el laberinto.

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–Este pináculo, en el centro, de unos seis metros de alto, puede que sea una representación fálica. La gran roca – la señala - es una «pacarina» considerada por la tradición como una prolongación o elemento visible del interior de la tierra. Está como la hizo la Naturaleza. Observen este muro semicircular, de fina cante-ría, que rodea en parte la roca y que contiene unos nichos parecidos a asientos para los espectadores. ¿Adivinan para quién? - nos pregunta.

–Pues no – le respondemos.–Qenko era una especie de teatro − nos mira fijamente − pero para los venerados

muertos. Se cree que traían aquí a las sagradas momias y las ponían reverentemente en los nichos. Imaginemos por un momento las momias de los emperadores incas, muertos hace tanto tiempo, traídas de la ciudad para adorar, como seguramente hicieron en vida, al espíritu de las montañas, del que, según se cuenta, vino su raza. Ahora accede-remos a través de un estrecho pasillo a su interior, donde en un altar de piedra a modo de catafalco se realizaban ceremonias de momificación. Se han encontrado restos de seres humanos y de llamas que parecen certificarlo. Este santuario fue descubierto si-guiendo las indicaciones del Inca Garcilaso de la Vega en sus crónicas.

Tras la visita a su interior, Marta nos hace subir a la parte superior de la roca.–Como ven esta enorme roca está profusamente tallada. Dos prominencias

cilíndricas determinan los cambios de las estaciones − los señala − Estos elementos permitieron estudiar y comprender los fenómenos cósmicos: «la astronomía». Pero también estuvieron orientados a relacionar los astros con las vidas humanas a través de los oráculos: «la astrología». Unas hendiduras en forma de zigzag permi-tían el fluir de líquidos que según la dirección que tomaban presagiaban hechos favorables ó adversos en el futuro de quienes lo consultaban.

Carmen y Lucía salen de la visita absolutamente entusiasmadas.–¿Seguís notando mucha energía? − les pregunta con sorna Joaquín.–¡Sigues sin entender nada! ¡Al menos inténtalo! − le contestan amistosamente

enfadadas.Regresamos hacia Cuzco, pasando por Saqsayhuamán, que visitaremos des-

pués del almuerzo. Al poco, paramos en un restaurante, auténtico mirador sobre Cuzco. Sólo por su panorámica ya es recomendable.

Al entrar por su terraza exterior, contemplamos los «toritos de la suerte», de tamaño generoso, colocados normalmente en los tejados de las casas para dar fe-

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licidad a sus moradores. Es uno de los souverniers que los turistas más adquieren, aunque lógicamente de menor tamaño.

Mientras nos sirven el pisco sour, Marta nos aconseja: Prueben el «cuy», el conejillo de indias. La textura de su piel y su carne nos recordarán la del cochini-llo al horno, pero menos grasienta.

Sinceramente delicioso, lo repetimos varias veces a lo largo del viaje. El al-muerzo es amenizado por un grupo folklórico, algo habitual durante todo el via-je, finalizando siempre, antes de pedir la propina o intentar que compres su CD, con la popular melodía «El cóndor pasa», aunque en alguna ocasión cuesta reco-nocerlo.

A sólo diez minutos nos espera una de las mayores maravillas incas, Saqsa-yhuaman. Volvemos hacia la colina, donde se encuentra el gran Cristo Blanco, con los brazos abiertos, bendiciendo Cuzco.

Piisco sour, granos de maíz y el cuy.

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–Nos recuerda el Sagrado Corazón del Tibidabo en Barcelona − comentan Dolores y Paquita.

–A nosotros el Cristo del Corcovado en Río de Janeiro ¿verdad Montse? − le dice Juan, a la vez que ella asiente con la cabeza.

Realmente impactante la visión de este conjunto. Marta ya se ha puesto las pilas.

–Lo que aquí restan son tres murallas distribuidas en tres plataformas, en forma de zigzag, que llegan a doscientos metros de largo cada una de ellas − co-mienza − Quizás, lo que más sorprende es el tamaño de los ciclópeos bloques en que fue construido, algunos de ellos se calcula que pueden pesar entre 100 y 200 toneladas, todos ensamblados con precisión milimétrica. Fue iniciado hacia 1.450 d. C. por Pachacútec, se tardó en construir entre 50 y 70 años y en ella trabajaron hasta 20.000 personas. Según el historiador Cieza de León, 4.000 en las canteras,

Sacsayman. Tres murallas distribuidas en tres plataformas…

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6.000 transportando los bloques y 10.000 cortando y ensamblando los mismos, todos ellos realizando dichos trabajos como la «mita».

–¿Qué era la mita? − pregunta Carmen.–Es el tributo. − le contesta Marta − La sociedad inca estaba jerarquizada y muy

estructurada. Era un sistema piramidal cuyo vértice lo ocupaba El Inca, debajo la nobleza, luego otra nobleza de rango más bajo, los «incas por privilegio», quizás los que con anterioridad a la llegada de los incas ya vivían aquí, la nobleza regional y el pue-blo llano. Aparte de algunos grandes centros administrativos la mayor parte de la po-blación vivía en pequeñas comunidades rurales diseminadas por todo el territorio. Todo se basaba en una agricultura eficiente, lo que se puede observar en cualquier ruina inca dado que siempre están rodeadas de terrazas de cultivo y canales de regadío. No existía la propiedad privada y todo se organizaba de forma comunal, los alimentos se almacenaban y distribuían de modo que todos recibiesen su parte, así como de ropas, de tierras etc. El gran excedente agrícola permitió a los incas orientar el trabajo hacia diversas obras gracias al sistema de la «mita», un impuesto comunitario que se pagaba con trabajo. Cada comunidad enviaba a sus jóvenes − mujeres y hombres − para que sirvieran al Estado, por un tiempo determinado. Así se construyeron los «caminos del inca», la vasta red de carreteras, y también sus palacios, templos y todo lo que conformó su imperio, incluyendo esta maravilla.

–¿Tiene algún significado esta construcción en sí?− pregunta Lucía.–Sí − le responde Marta − Los tres niveles de la plataforma simbolizan el

mundo de los dioses, el mundo de los hombres y el mundo interior de la tierra: el cóndor, el puma y la serpiente. Respecto estos temas ya iré comentándolos. Ahora fíjense bien en lo que voy a mostrarles − Marta nos lleva, en el primer nivel, a que contemplemos dos de los muros en zigzag. − ¿Qué ven? − nos pregunta.

–Grandes bloques, perfectamente colocados − le decimos.–No, observen con más atención.–Muchas piedras, pero no vemos nada más − le contestamos.–Colóquense a unos diez metros. Ahora sigan mi mano − se coloca a mitad de

uno de los muros, – Estas tres piedras son una cola, vayan siguiendo lo que les indico. − de derecha a izquierda va andando y señalizando una hilera de piedras, de diferente tamaño, muy bien ensambladas, pasa por la primera arista, sigue por el ángulo del fondo y para a mitad del tercer muro que observamos −. Aquí esta

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piedra vertical y esta otra en oblicuo finalizan la figura, en total han sido 16 bloques. ¿Qué han visto?

Hemos quedado atónitos.–¡Sorprendente! − le decimos − Es una serpiente.–¡Exacto! Muchos de los bloques con los que se construyeron los paramentos de

Sacsayhuaman fueron diseñados de modo tal que una vez articulados, configuran imágenes de los espíritus de la Naturaleza mimetizados en sus estructuras. ¡Sígan-me!

–¡A sus órdenes, mi capitán! − dice Joaquín. –Observen ahora mi mano, de izquierda a derecha cuatro bloques en hilera,

otros cuatro formando un cuadrado y el último, el mayor de todos, acabado en vértice. ¿Qué es?

–¡Un pez! − seguimos estupefactos con Marta disfrutando al advertir nuestra sorpresa.

–¡Síganme! − nos señala otro muro − Tres al final, esta piedra más grande rodeada por todas las demás formando el cuerpo y éstas otras formando una cabe-za. En total 18 bloques.

–¡Un pájaro! − le gritamos todos – Es increíble, jamás lo habíamos oído.–¡Claro! − nos contesta entusiasmada − Esto no viene en las guías turísticas.–¡Medallas para la niña! − le decimos. Reconocemos que se las merece.–Sí ustedes lo desean, les daré un día antes de cenar, una pequeña conferencia,

respecto a toda esta simbología y el porqué.–Sííííí − respondemos todos.–Prosigamos hacia la plataforma superior, donde hay restos de tres torres, un

pozo circular que pudo ser un aljibe y un observatorio astronómico o un centro de culto al agua. Desde aquí, un auténtico balcón sobre Cuzco, la vista que ustedes contemplan, realmente es extraordinaria.

–¡Totalmente de acuerdo! − le contestamos.–El asombro que experimentamos ante estas ruinas − prosigue Marta − es

también por la integración profunda y armónica entre la obra del hombre y la, por entonces, categoría sagrada del paisaje. – Mira a Lucía y le guiña un ojo. - Es un colosal altar a la naturaleza y al espíritu religioso del hombre − como otras veces abre los dos brazos, pretendiendo abarcarlo todo – Este monumento comen-

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… un auténtico balcón sobre Cuzco…

zó a ser destruido en 1537 para construir la catedral de Cuzco y hasta 1930 se podían utilizar sus piedras como cantera.

Bajamos a la planicie frente la primera muralla.–Ante la triple muralla − Marta extiende lo brazos hacia el frente señalándolo

− se extiende la Explanada de las Lanzas donde cada 24 de junio se realiza la evocación del Inti Raymi o Fiesta del Sol, y en el mes de septiembre se escenifica el Warachicuy que mediante coreografías gimnásticas representan las pruebas a las que se sometían los varones de la nobleza cuando se iniciaban a la edad adulta. Al otro lado de la explanada − nos lo señala − hay una gran roca donde está ta-llado el «trono del inca» y en su parte posterior, túneles, un depósito del agua y el «rodadero», unas ondulaciones a través de surcos que a modo de toboganes natu-rales, los niños y los no tan niños juegan a deslizarse. Y ahora les doy una hora para que puedan deambular a su aire por esta maravilla.

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… la «explanada de las lanzas».

–¡Gracias, generosa! − le contestamos, y cada uno a nuestro aire exploramos la totalidad de estas ruinas, aunque coincidimos en los túneles contemplando a Car-men, Lucía y Joaquín bajando sentados por los toboganes.

Regresamos al hotel, donde a las siete, Marta nos instruirá en la pequeña, pero acogedora sala de conferencias, respecto la conquista española del Perú.

Tras asearnos nos vamos reuniendo en la sala, unos tomando su infusión de mate de coca y otros, como Juan y yo, bebiendo una «Cusqueña», la cerveza de esta tierra. Cuando llega Marta, se hace un respetuoso silencio, y todos sentados como buenos alumnos, nos disponemos a escuchar una breve lección de historia.

–Marta, tenías toda la razón. Todos los monumentos que hemos visitado hoy son dignos de ser admirados − le dice Joaquín.

–¡Pelota, pelota! − le dicen Lucía y Carmen.Ambos enrojecen levemente. Marta inspira aire y con una sonrisa comienza:

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–Hoy les hablaré de la lucha fraticida que desangró al Imperio Inca. En 1527 murió Huaina Cápac, dividiendo el Imperio entre sus dos hijos, Huáscar, el legíti-mo heredero, al que le correspondió Cuzco y Atahualpa hijo de una favorita, la hija del rey de Quito, al que le correspondió dicho reino − Marta nos mira sonriendo, a la vez que consulta unas fichas – He hecho un resumen siguiendo la narración que nos cuenta el Inca Garcilaso − nos confiesa − Durante cuatro o cinco años reinaron pacíficamente el uno con el otro, pero al cabo de este tiempo de paz, Huas-car Inca empezó a reprocharse el haberlo consentido, siendo el legítimo heredero, ya que el Imperio sólo podía engrandecerse por el norte, desde el reino de Quito, no así desde Cuzco desde donde no podía expandirse más. Envió a un pariente suyo como mensajero a su hermano Atahualpa, recordándole que el reino de Quito desde los tiempos del primer Inca Manco Cápac, con todas las demás provincias que poseía, eran de la corona y del Imperio de Cuzco, pero ya que su padre lo había mandado y él consentido, lo aceptaba pero con dos condiciones: La primera, que no podía aumentar un palmo de terreno su reino, porque todo lo que ganase sería del Impe-rio, y la segunda, que le había de reconocer vasallaje y ser su feudatario. Este recado lo recibió Atahualpa con toda la humildad que pudo fingir, y a los tres días con mucha sagacidad y astucia respondió, que en su corazón, siempre había reconocido vasallaje al Inca, su señor, y que no sólo no aumentaría su reino sino que si su Ma-jestad quería se desposeería de él, y le serviría en la paz y en la guerra como debía a su Príncipe y Señor. El mensajero del Inca envió la respuesta de Atahualpa por la posta, para tener la suya lo más rápido posible, el cual muy contento por la contes-tación de su hermano, le ratificaba el reino de Quito y sólo le indicaba que debía ir a Cuzco a declararle homenaje de fidelidad y lealtad. Atahualpa le contestó que sería muy feliz de responder a la voluntad del Inca y le pedía permiso para que to-das las provincias de su estado fuesen juntamente con él, a la ciudad de Cuzco, para conjuntamente rendirle homenaje. Huáscar Inca se lo concedió, quedando ambos hermanos muy contentos, el uno muy ajeno de imaginar la traición que contra él se conjuraba para quitarle la vida y el Imperio, y el otro muy diligente y cauteloso, para no dejarle gozar ni de lo uno ni de lo otro. Atahualpa mandó echar un bando público, por todo su reino y por el resto de provincias que poseía, convocando al juramento y homenaje que a Huascar Inca se debía de hacer. Por otra parte mandó en secreto a sus capitanes que escogiesen la gente más útil para la guerra, que lleva-

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sen sus armas secretamente y que en cuadrillas de no más de quinientos o seiscientos indios, pareciendo gente de servicio, marcharan a unas dos o tres leguas de distan-cia, unas de otras, hasta la ciudad de Cuzco, reagrupándose antes de llegar a la misma. De esta manera, Atahualpa fue enviando más de treinta mil hombres, la mayor parte veteranos con capitanes ya experimentados. Huascar Inca, había confiado en las palabras de su hermano por la experiencia tan larga que entre ellos había del respeto y lealtad que al Inca tenían sus vasallos y mucho más sus parientes y hermanos. No sólo no sospechó nada Huáscar Inca, sino que mandó les diesen abastecimientos y les hiciesen buena acogida, así los de Huascar actuaron con toda naturalidad, mientras que los de Atahualpa con cautela y malicia.

–¿Por qué actuó tan vilmente? − pregunta Juan.–Porque sabía que no era poderoso para hacerle la guerra al descubierto, espe-

raba más del engaño que de sus propias fuerzas, porque hallando confiado al Inca, como le halló, ganaba la partida, cosa que no ocurriría si lo encontraba prevenido − lo dice a la vez que levanta los hombros.

–¿Y nadie sospechó de tal proceder? – pregunta sorprendida Lucía.–Sí. Habiendo los de Quito, caminado ya cuatrocientas leguas y faltándoles sólo

cien para llegar a Cuzco, a algunos gobernadores de las provincias que pasaban y que eran hombres experimentados, no les sentaba nada bien ver pasar tanta gente, porque para el juramento no era necesaria la gente común, sino que bastaban los curacas, que eran los señores de los vasallos, los capitanes, los gobernadores y el pro-pio rey Atahualpa. Sospechando y temiendo una traición, enviaron avisos secretos a su rey Huáscar Inca, avisándole que no les parecía bien que llevara tanta gente. Por estos avisos, Huáscar Inca comprendió la traición, y envió mensajeros a todas las provincias del sur, porque las del norte, las mejor preparadas para la guerra, tenían al ejército contrario pasando por ellas. Pero ya estaban a sólo cuarenta leguas de Cuzco, los primeros veinte mil hombres de Atahualpa, cuando pararon para reunir-se con otros diez mil de la retaguardia. Huáscar Inca, al ver tan cerca a sus enemi-gos y sabedor que no le llegarían a tiempo los refuerzos solicitados, por estar a más de doscientas leguas, pidió a los curacas de todo el distrito que tomaran las armas, reuniendo más de treinta mil hombres, pero estaban mal preparados para el comba-te, pues por el largo tiempo de paz, que habían vivido, nunca habían luchado. El Inca Huáscar además reunió a todos sus parientes que con sus siervos ascendían a

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otros diez mil. Todos se juntaron y esperaron a que más gente fuera llegando. Los de Atahualpa, comprendieron que cuanto más retrasaran la batalla más perjudicial les sería, por lo que sin previo aviso la iniciaron, los unos para defender al Inca Huas-car y los otros para capturarlo. La batalla duró todo el día, con gran número de muertos por ambas partes. Pero al fin, vencieron los del Inca Atahualpa, porque cada uno de sus guerreros, mucho más experimentados, valía diez de los otros.

–¿Y no podía huir Huascar con su gente hacia el sur, donde estaban los suyos? − vuelve a preguntar Lucía.

–Sí –le contesta Marta − lo intentó con mil hombres pero fue cercado, murien-do todos ellos en su presencia, unos porque los mataron defendiéndole y los demás porque se mataron al ver a su rey preso. Empezaron entonces a detener a sus cura-cas, capitanes y gente noble. Muchos de ellos en vez de escapar, sabiendo que su Inca estaba preso, prefirieron ir a la prisión con él, por el gran amor, lealtad y afecto que le tenían. Atahualpa usó cruelmente su victoria, porque disimulando y fingiendo que quería restituir a Huáscar en su reino mandó llamar a todos los gobernadores, capitanes, maestros de campo y soldados para que juntándose en Cuzco hacer conjuntamente los nuevos fueros y estatutos para que de allí en ade-lante los dos reyes viviesen en paz y hermandad. Por este motivo acudieron a su llamada todos los incas de sangre real y cuando los tuvo recogidos, ordenó que los matasen, para asegurarse que no tramasen algún levantamiento.

–¿Por qué cometió Atahualpa tantas crueldades con los suyos? − Lucía está atónita. Los demás también.

–Lo explico − Marta se toma una pequeña pausa y sigue − Los estatutos y fueros de aquel Imperio desde su fundación por el primer Inca Manco Capác hasta Huaina Cápac ordenaban que todo territorio que se ganase debía ser de la corona imperial y asimismo para heredar un reino tenía que ser hijo de la legítima mujer, la cual, como ya expliqué, tenía que ser hermana del rey, para que le perteneciese la herencia del Imperio tanto por la madre como por el padre. Los de sangre mezclada no tenían derecho a ninguna suce-sión. Viendo pues Atahualpa que le faltaban todos los requisitos necesarios para ser Inca, porque ni era hijo de la Coya, que es la reina, ni de Palla, que es mujer de sangre real, porque su madre era natural de Quito, ni que su reino se podía desmembrar del Imperio, le pareció mejor quitar todos los inconvenientes que en un futuro pudieran surgir. Temió que, sosegadas las guerras presentes, el Imperio reclamase un Inca que tuviese tales requi-

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sitos, lo cual no podría impedir Atahualpa, por todo lo cual y sin hallar mejor solución, se propuso destruir toda la sangre real, no solamente de los que pudieran tener derecho a la sucesión del Imperio, que eran los legítimos en sangre, sino también de todos los demás, que no eran tampoco legítimos herederos como él, para que alguno de ellos no hiciese lo que él hizo, pues con su traición les abría la puerta a ellos.

–¡Un auténtico golpe de estado con las consecuencias que ello conlleva! − ex-clama Lucía.

–Ahora nos explicarás sus crueldades ¿no? − pide Joaquín.–Creo que es lo peor de todo, pero así nos ha llegado relatado en «Las Crónicas»

− Marta nos mira y prosigue − La brutalidad de Atahualpa no tuvo límites, ade-más de sus doscientos hermanos, hijos de Huaina Cápac, no escaparon ni sus sobri-nos, tíos o parientes hasta el cuarto grado, ninguno: ni legítimo ni bastardo. A unos los degollaron; a otros los ahorcaron; a otros los echaron en ríos y lagos, con grandes pesas al cuello, para que se ahogasen, sin que el saber nadar les pudiera salvar; y otros fueron despeñados desde altos riscos y peñascos. Todo lo cual se hizo en la mayor brevedad que se pudo, porque el tirano aún con su victoria, no osó pasar de Sausa, ahora Jauja, a noventa leguas de Cuzco, hasta saber que estaban todos muertos. Al pobre Huáscar Inca lo salvó de la muerte, para enviarlo en caso de cualquier levan-tamiento contra él, a tranquilizar los ánimos y como Inca a ser obedecido. Pero para mayor dolor del pobre Inca, y con extrema crueldad, le llevaban a ver la matanza de sus parientes, para matarlo un poco con cada uno de ellos. Sin duda, habría preferi-do ser ejecutado él mismo que ir viéndolos morir tan cruelmente. A fin de seguir escarmentando a todos los demás curacas y gente noble del Imperio, fieles a Huascar, sacaron maniatados a todos los prisioneros a un llano, e hicieron con ellos una larga calle, luego sacaron al pobre Huáscar Inca cubierto de luto, atadas las manos atrás y con una soga al pescuezo, y lo pasearon por ella. Los suyos, viendo tan humillado a su Príncipe, con grandes gritos y alaridos se postraban en el suelo a adorarle y reve-renciarlo, ya que no podían librarle de tanta desventura. A los que así hicieron los mataron con unas hachas y unas porras pequeñas, de una mano, que llamaban «champi». Así ejecutaron delante de su Rey casi a todos los curacas, capitanes y gen-te noble que habían hecho prisionera, no escapando casi ninguno de ellos.

–Una vez muertos todos los varones, ¿qué destino deparó a las mujeres y los niños?− pregunta Carmen asombrada.

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–Habiendo matado a los hombres, Atahualpa pasó a verter la sangre de todas las mujeres y niños de sangre real, que no sólo no merecieron la más mínima mi-sericordia sino que incrementaron la crueldad del tirano, ya que juntándolos fue-ra de la ciudad, ordenó que los matasen con diversos y crueles tormentos, de ma-nera que tardasen mucho en morir. Los pusieron en el campo llamado Yahuarpampa, hoy conocido como «Campo de sangre». Los rodearon con tres cer-cas, para que nadie pudiera escapar. La primera, alojando los soldados alrededor de ellos, la segunda y tercera con centinelas, unos más lejos que otros. Velaban de día y de noche para que nadie pudiese entrar ni salir del campo. Entre sus muchas crueldades sólo les daban de comer maíz y hierbas crudas en muy poca cantidad. A las mujeres, hermanas, tías, sobrinas, primas hermanas y madrastras de Huas-car, las colgaron de los árboles y de horcas muy altas que hicieron; a unas las col-garon de los cabellos, dándoles a sus hijitos para que los tuviesen en los brazos, hasta que agotadas se les caían estrellándose contra el suelo, a otras las colgaban de un brazo, a otras de ambos brazos, a otras de la cintura, para que fuese más largo el tormento y tardasen más en morir, porque matarlas rápido era hacerles un favor y eso es lo que pedían con grandes chillidos y aullidos. A los muchachos y muchachas los fueron matando poco a poco, varios de ellos cada cuarto de luna, haciendo en ellos las mismas crueldades que en sus padres y sus madres, aunque muchos habían perecido de hambre. Así extinguieron y apagaron la sangre real de los Incas, tardando dos años y medio, porque aunque pudieron hacerlo más breve-mente, no quisieron para ejercer su crueldad mayor tiempo.

–¿Has dicho que eran doscientos hermanos? − pregunta Joaquín.–Sí, por la licencia que tenían de tener cuantas mujeres quisiesen − responde

Marta − ya hablaremos en su momento del matrimonio inca y del concubinato.–¿Sólo se cebaron con su amplia familia o también con gente del pueblo llano?

− pregunta Juan.–Atahualpa también mandó que pasasen a cuchillo a todos los criados de la casa

real, que servían de puertas adentro, los cuales no eran personas particulares, sino pueblos que tenían el encargo de enviar a tales criados, y que remontándose en los tiempos, servían en sus respectivos oficios. A todos ellos los odiaba Atahualpa, tanto porque eran criados de la casa real como porque tenían el apellido de Inca, por el privilegio que les hizo el primer Inca Manco Cápac. El cuchillo de Atahualpa entró

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en aquellos pueblos con mayor o menor crueldad, según servían más o menos cerca a la persona real. Así, los que tenían oficios más allegados a ella, como los porteros, los guardajoyas, los cocineros y otros similares, fueron los peor librados. No se con-tentó sólo con degollar a todos los moradores de ambos sexos y de todas las edades, sino que quemaba todas las casas y edificios reales derribando todo el pueblo. Los que servían de más lejos, como jardineros, leñadores, aguadores y otros semejantes, padecieron menos, pero como mínimo los diezmaron, matando la décima parte de su población. Ningún pueblo de los que había alrededor de Cuzco, hasta seis ó siete leguas de distancia dejó de padecer aquella crueldad y tiranía. Hubo derramamien-to de sangre por todo el Imperio, incendios y pillajes en todos los pueblos, robos, violaciones, asesinatos, en fin − Marta abre los brazos y nos recalca − «Todo lo que la libertad militar suele hacer cuando toma la licencia de sí misma»

Aplausos, ovación y «vuelta al ruedo». Marta saluda muy satisfecha: − Mañana la conferencia podría titularse «En el pecado encontró el castigo».

–O «A cada cerdo le llega su San Martín» - le contesta Joaquín.–Me ha gustado la última frase − comenta Lucía mirando fijamente a Marta

- A pesar de tener quinientos años, es totalmente actual. ¿No?–Totalmente de acuerdo –todos.–¡Como puede el ser humano llegar a estos límites de crueldad tan gratuita!

− exclama excitada Dolores.–Todo esto podría dar para un debate, y no de un día, sino para todo un mes,

pero desgraciadamente no vamos a solucionar nada − Juan mueve la cabeza como negando.

–Estas cosas deberían airearse más para tomar conciencia ¡y yo que sentía pena de Atahualpa por lo que le hizo Pizarro! − exclama Montse.

–¿Y tú conocías este genocidio? − le pregunta Carmen a Lucía.–¡Ni lo había oído nombrar!− le responde.–¡Pero que mal nos contaron la historia! – exclama Juan.–Y ahora a cenar − Marta nos mira a todos – ¡Uy, que caras!–Hoy la cena tendrá poco éxito − comento − pero ha valido la pena. Todos

asentimos con las cabezas.Y como dice el refrán: «Mañana será otro día».

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