la mujer y su expresión

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Victoria ocampo. Texto sobre el lugar de la mujer yh la posibilidad de su expreison,

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  • La mujer y su expresin*

    L

    o primero en que pienso al hablaros, lo principal, es que vuestra

    voz y la nuestra estn venciendo a mi gran enemigo el Atlntico .

    Que ya lo han vencido . Cada palabra oda simultneamente en

    las dos orillas nos exorciza de la distancia . Y contra la distancia he

    vivido en perenne rebelda . Por ms que renazca despus de cada pala-

    bra pronunciada, por ms que inunde todos los pequeos silencios,

    por ms que surja apenas nuestro soplo no puede prolongarse, sabe-

    mos ahora que nuestro grito la traspasa . Sabemos que nuestra voz la

    mata . Y es para m una felicidad matarla entre nosotros .

    He visto siempre en el Atlntico un smbolo de la distancia . Me ha

    separado siempre de seres y cosas queridas. Si no era Europa, era Am-

    rica lo que echaba de menos .

    Cuando a mi regreso de los Estados Unidos atraves el canal de

    Panam y entr por primera vez en el Pacfico, di gracias al cielo de no

    haber tenido que sufrir este ocano, junto al cual el Atlntico es un

    Mediterrneo. Y sin embargo comprendo que lo que se interpone entre

    m y ese sufrimiento no es el inmenso biombo de los Andes, sino el

    que trato de no pensar en su existencia . Pues el Pacfico me separa

    tambin de pases por los cuales sentira nostalgia si me dejara llevar .

    No se puede gustar verdaderamente un pedazo de la tierra sin sentir

    que pertenece a la tierra entera . Por eso los ocanos, en cuanto smbolos

    de la distancia y de la separacin, son enemigos mos . Interrumpen a la

    tierra . Quiz algn da hagamos de ellos hermosos caminos rpidos y

    seguros. Mientras tanto, hay que navegarlos gota a gota .

    Pero pasemos directamente a aquello de que quera hablaros : la

    necesidad de expresin en la mujer. Tratemos, pues, de olvidar un poco

    * Tomado del libro La mujer

    y

    su expresin, Sur,Bs . As., 1936 .

    61

    Victoria Ocampo

  • desde la escritura

    esta alegra de vencer la distancia . Tratemos de olvidar que la victoria

    lograda sobre la distancia est transformando al mundo ; idea que basta-

    ra por s sola para distraerme de todo lo dems durante la media hora

    de que dispongo. Convenzmonos de que esta misteriosa victoria mo-

    mentnea no debe conmovernos ni sorprendernos . Tomemos las cosas

    extraordinarias con naturalidad, como en los sueos . No he soado

    acaso una vez, sin asombro, que viva en una casa rodeada de un jardn

    mitad baado en la luz de la maana y mitad en la del crepsculo? Mi

    voz recorre hoy este jardn de sueos . Mientras que los nuestros estn

    despojados, halla entre vosotros hojas en los rboles, y mientras suena

    en nuestros cuartos cerrados por el fro, entra en los vuestros con todos

    los ruidos del verano . Esta idea me encanta, me arrastra tras s, a pesar

    mo, como el zumbido de las abejas o el canto de las cigarras en los

    calores de enero cuando, nia, estaba yo en clase . La persigo, a pesar

    mo, con tremendo deseo de escaparme de mi tema, de hacerle la rabo-

    na -como decimos aqu- de hacer novillos -como dicen all .

    Pero seamos razonables, ya que no hay manera de no serlo .

    El ao pasado asist, por casualidad, a la conversacin telefnica,

    entre Buenos Aires y Berln, de un hombre de negocios . Hablaba a su

    mujer para hacerle unos encargos . Empez as : "No me interrumpas" .

    Ella obedeci tan bien, y l tom tan en serio su monlogo, que los tres

    minutos reglamentarios transcurrieron sin que la pobre mujer tuviera

    ocasin de emitir un sonido . Y como mi hombre de negocios era taca-

    o, en eso par la conversacin .

    Pues bien, yo que he sido invitada a venir a hablaros y que se me

    paga por hacerlo, quisiera deciros : "Interrumpidme. Este monlogo no

    me hace feliz. Es a vosotros a quienes quiero hablar y no a m misma .

    Os quiero sentir presentes . Y cmo podra yo saber que estis presen-

    tes, que me escuchis, si no me interrumps?"

    Me temo que este sentimiento sea muy femenino . Si el monlogo

    no basta a la felicidad de las mujeres, parece haber bastado desde hace

    siglos a la de los hombres .

    Creo que, desde hace siglos, toda conversacin entre el hombre y

    la mujer, apenas entran en cierto terreno, empieza por un : "no me

    interrumpas" de parte del hombre . Hasta ahora el monlogo parece

    haber sido la manera predilecta de expresin adoptada por l . (La con-

    versacin entre hombres no es sino una forma dialogada de este mo-

    nlogo .)

    62

  • Victoria Ocampo

    Se dira que el hombre no siente, o siente muy dbilmente, la

    necesidad de intercambio que es la conversacin con ese otro ser

    semejante y sin embargo distinto a l : la mujer. Que en el mejor de

    los casos no tiene ninguna aficin a las interrupciones . Y que en el

    peor las prohbe . Por lo tanto, el hombre se contenta con hablarse a

    s mismo y poco le importa que lo oigan . En cuanto a or l, es cosa

    que apenas le preocupa .

    Durante siglos, habindose dado cuenta cabal de que la razn del

    ms fuerte es siempre la mejor (por ms que no debiera serlo), la mujer

    se ha resignado a repetir, por lo comn, migajas del monlogo mascu-

    lino disimulando a veces entre ellas algo de su cosecha . Pero a pesar de

    sus cualidades de perro fiel que busca refugio a los pies del amo que la

    castiga, ha acabado por encontrar cansadora e intil la faena .

    Luchando contra estas cualidades que el hombre ha interpretado a

    menudo como signos de una naturaleza inferior a la suya, o que ha

    respetado porque ayudaban a hacer de la mujer una estatua que se colo-

    ca en su nicho para que se quede ah sage comme une image; luchando,

    digo, contra esa inclinacin que la lleva a ofrecerse en holocausto, se ha

    atrevido a decirse con firmeza desconocida hasta ahora : "El monlogo

    del hombre no me alivia ni de mis sufrimientos, ni de mis pensamien-

    tos. Por qu resignarme a repetirlo? Tengo otra cosa que expresar . Otros

    sentimientos, otros dolores han destrozado mi vida, otras alegras la

    han iluminado desde hace siglos" .

    La mujer, de acuerdo con sus medios, su talento, su vocacin, en

    muchos dominios, en muchos pases -y aun en los que le eran ms

    hostiles- trata hoy, cada vez ms, de expresarse y lo logra cada vez

    mejor. No se puede pensar en la ciencia francesa actual sin pronunciar

    el nombre de Marie Curie ; en la literatura inglesa sin que surja el de

    Virginia Woolf; en la de Amrica Latina sin pensar en Gabriela Mistral .

    En cuanto a vosotros, para no hablar sino de ella, os envidiamos a

    Mara de Maeztu, mujer admirable que ha hecho por la juventud feme-

    nina espaola, gracias a su autntico genio educador, lo que yo quisiera

    verla hacer por la nuestra .

    Por cierto, estoy convencida de que la mujer se expresa tambin,

    de que se ha expresado ya maravillosamente, fuera del terreno de la

    ciencia y de las artes . Que esta expresin ha enriquecido, en todos los

    tiempos, la existencia, y que ha sido tan importante en la historia de la

    humanidad como la expresin del hombre, aunque de una calidad se-

    6 3

  • desde la escritura

    creta y sutil menos llamativa, como es menos llamativo el plumaje de la

    faisana que el del faisn .

    La ms completa expresin de la mujer, el nio, es una obra que

    exige, en las que tienen consciencia de ello, infinitamente ms precaucio-

    nes, escrpulos, atencin sostenida, rectificaciones delicadas, respeto

    inteligente y puro amor que el que exige la creacin de un poema inmor-

    tal. Pues no se trata slo de llevar nueve meses y de dar a luz seres sanos

    de cuerpo, sino de darlos a luz espiritualmente . Es decir, no slo de vivir

    junto a ellos, con ellos. Creo ms que todo en la fuerza del ejemplo . No

    hay otra manera de predicar a los grandes ni a los pequeos . No hay otra

    manera de convencerles . Si falla, es que no haba remedio .

    El nio, pues, por su sola presencia, ha exigido de la mujer cons-

    ciente que se expresara, y que se expresara del modo ms difcil: vivien-

    do, viviendo ante l .

    La importancia capital de la primera infancia es uno de los puntos

    sobre los cuales la ciencia moderna ha insistido ms, ltimamente . Casi

    podra decirse que la acaba de descubrir y es en este momento preciso de

    su vida que el nio est en manos de la mujer exclusivamente . La mujer

    es, pues, quien deja su marca indeleble y decisiva sobre esta cera blan-

    da; es quien, consciente o inconscientemente, la modela, y la resistencia

    del hombre a reconocer que la mujer es un ser tan perfectamente respon-

    sable como lo es l mismo, resulta absurda y graciosa cuando se advierte

    la tamaa contradiccin que encierra : la de haber dejado, desde hace

    siglos (por ignorancia sin duda), pesar sobre un ser irresponsable la ma-

    yor responsabilidad de todas : la de moldear a la humanidad entera en el

    momento en que es moldeable y la de dejar su sello impreso en ella .

    Lo que diferencia principalmente a los grandes artistas de los gran-

    des santos (aparte de otras diferencias) es que los artistas se esfuerzan

    en poner la perfeccin en una obra que les es exterior, por consiguiente

    fuera de sus vidas, mientras que los santos se esfuerzan en ponerla en

    una obra que les es interior y que no puede, por tanto, apartarse de sus

    vidas. El artista trata de crear la perfeccin fuera de s mismo, el santo

    en s mismo .

    Por eso el artista sensible a la santidad, me atrevera a decir, corre

    siempre el riesgo de perder sus facultades de artista . A medida que el

    afn de poner perfeccin en su vida aumenta, la voluntad de hacerla

    radicar en una obra disminuye .

    Quiz el nio haya hecho a menudo de la mujer un artista tentado

    por la santidad . Porque para esforzarse en poner perfeccin en esa obra

    64

  • Victoria Ocampo

    que es la suya, el nio, necesita empezar por esforzarse en poner perfec-

    cin en s misma y no fuera de s misma . Necesita tomar el camino de

    los santos y no el de los artistas . El nio no tolera que traten de poner

    en l las perfecciones que no ve en nosotros .

    En este momento de la historia que nos es dado vivir, asistimos a

    un debilitamiento del poder de los artistas . Se dira que en el periodo

    actual el mundo tiene ms necesidad de hroes o de santos que de

    estetas . Por todas partes se acenta esa tentacin de la santidad, fatal,

    parecera, a la perfeccin del objeto .

    Y por eso el hombre, hoy, est acercndose a la mujer . Empieza a

    sentir que, en la poca en que estamos, ya no le ser posible crear, no la

    perfeccin (que queda fuera del alcance humano), sino en el sentido de

    esa perfeccin, a menos de encaminarse l mismo hacia ella . Empieza a

    sentir que toda forma de arte que no tiene las exigencias del nio est

    hoy en desuso .

    La obra podr, como el nio, parecerse ms o menos a nuestros

    deseos, ir ms lejos o menos lejos que nosotros, pero har falta que sea

    en el mismo sentido .

    Dios me libre de hablar mal del artista, cualesquiera sean sus de-

    fectos, sus vicios pasados, presentes y futuros . Cualesquiera sean sus

    debilidades, nos ha sido, nos es, nos ser tan necesario como el hroe o

    el santo . Tambin la suya es una manera de herosmo y de santidad .

    Aun cuando la belleza de su obra, como ocurre a menudo, sea una

    belleza de orden compensador (es decir, condenada a realizarse fuera de

    l por no poder realizarse en l), es profundamente necesaria a la huma-

    nidad. Cualesquiera hayan sido sus miserias personales, lo que debe-

    mos a los grandes artistas es parte de lo mejor de nuestro patrimonio .

    Borremos los aportes de Dante, Cervantes, Shakespeare, Bach, Leonardo

    da Vinci, Goya, Debussy, Poe, Proust -para no citar ms que los pri-

    meros nombres que se me ocurren- y qu empobrecidos nos sentira-

    mos! Que algunos de ellos hayan sido personalmente pobres hombres

    a quienes se les pudiera reprochar tal o cual defecto, qu importa! Nos

    han legado lo que tenan de extraordinario. Tal vez no hayan conocido

    otra alegra que la de sufrir por su obra . Su obra era para ellos la nica

    manera de entrar en un orden .

    Y esta manera de realizacin es la que injustamente el hombre se

    ha complacido u obstinado en negar, entre otras cosas, a la mujer . Pues

    hay ciertas mujeres, lo mismo que ciertos hombres, que no pueden

    conocer otra alegra que la de sufrir por una obra .

    65

  • desde la escritura

    Una de estas mujeres, que es uno de los seres mejor dotados que

    conozco, novelista clebre y de estilo admirable, me deca : "No soy

    verdaderamente feliz sino cuando estoy sola, con un libro o ante el

    papel y la pluma . Al lado de este mundo tan real para m, la otra reali-

    dad se desvanece" . Sin embargo, esta mujer, nacida en un ambiente

    intelectual y cuya vocacin fue, desde el comienzo, singularmente cla-

    ra, pas en su juventud aos atroces de tormentos e incertidumbres .

    Todo conspiraba para probarle que su sexo era un handicap terrible en la

    carrera de las letras . Todo conspiraba para aumentar en ella lo que haba

    heredado, lo que todas heredamos : un complejo de inferioridad . Con-

    tra ese complejo debemos luchar, puesto que sera absurdo desconocer

    su importancia . El estado de espritu que crea forzosamente es de los

    ms peligrosos . Y no veo otro modo de luchar contra l que dar a las

    mujeres una instruccin tan slida, tan cuidada como a los hombres y

    respetar la libertad de la mujer exactamente como la del hombre. No

    slo en teora, sino en la prctica . En teora, los pases ms civilizados

    la aceptan. Y en este sentido Espaa despus de la revolucin ha mar-

    chado a saltos. Por desgracia la Argentina no ha llegado todava a tanto .

    La mujer, entre nosotros, no tiene, en la teora ni en la prctica, la situa-

    cin que debiera tener. Los hombres continan dicindole : "No me

    interrumpas" . Y cuando ella reivindica su derecho a la libertad, los

    hombres interpretan, juzgando sin duda por s mismos y ponindose

    en su lugar : libertinaje .

    Por libertad, nosotras, las mujeres, entendemos responsabilidad

    absoluta de nuestros actos y autorrealizacin sin trabas, lo que es muy

    distinto. El libertinaje no tiene ninguna necesidad de reivindicar la li-

    bertad . Puede uno entregarse a l siendo esclava .

    En cuanto a la autorrealizacin, est, en suma, ntimamente ligada a

    la expresin, cualquiera que sea su modo . No se llega a la expresin sino

    por el conocimiento perfecto de lo que se quiere expresar ; o mejor dicho,

    la necesidad de expresin deriva siempre de ese conocimiento . Pues bien:

    el conocimiento que ms importa a cada ser es el que atae al problema

    de su autorrealizacin .

    Que esta mujer se realice cuidando enfermos, aquella enseando

    el alfabeto, aquella otra trabajando en un laboratorio o escribiendo una

    novela de primer orden, poco importa : hay diversos modos de autorea-

    lizacin, y los ms modestos como los ms eminentes tienen su senti-

    do y su valor.

    66

  • Victoria Ocampo

    Personalmente, lo que ms me interesa es la expresin escrita, y

    creo que las mujeres tienen ah un dominio por conquistar y una cose-

    cha en cierne .

    Es fcil comprobar que hasta ahora la mujer ha hablado muy poco

    de s misma, directamente. Los hombres han hablado enormemente de

    ella, por necesidad de compensacin sin duda, pero, desde luego y

    fatalmente, a travs de s mismos . A travs de la gratitud o la decep-

    cin, a travs del entusiasmo o la amargura que este ngel o este demo-

    nio dejaba en su corazn, en su carne y en su espritu . Se les puede

    elogiar por muchas cosas, pero nunca por una profunda imparcialidad

    acerca de este tema . Hasta ahora, pues, hemos escuchado principal-

    mente testigos de la mujer, y testigos que la ley no aceptara, pues los

    calificara de sospechosos . Testigos cuyas declaraciones son tendencio-

    sas. La mujer misma, apenas ha pronunciado algunas palabras . Y es a

    la mujer a quien le toca no slo descubrir este continente inexplorado

    que ella representa, sino hablar del hombre, a su vez, en calidad de

    testigo sospechoso .

    Si lo consigue, la literatura mundial se enriquecer incalculable-

    mente, y no me cabe duda de que lo conseguir .

    S, por experiencia propia, qu mal preparada est actualmente la

    mujer en general y la sudamericana en particular para alcanzar esta

    victoria . No tienen ni la instruccin, ni la libertad, ni la tradicin nece-

    sarias. Y me pregunto cul es el genio que puede prescindir de estas

    tres cosas a la vez y hacer obra que valga . El milagro de una obra de arte

    slo se produce cuando ha sido obscuramente preparado desde mucho

    tiempo atrs .

    Creo que nuestra generacin, y la que le sigue, y aun la que est

    por nacer, estn destinadas a no realizar este milagro, sino a prepararlo

    y a volverlo inminente .

    Creo que nuestro trabajo ser doloroso y que se le desconocer .

    Creo que debemos resignarnos a ello con humildad, pero con fe pro-

    funda en su grandeza y en su fecundidad . Nuestras pequeas vidas

    individuales contarn poco, pero todas nuestras vidas reunidas pesa-

    rn de tal modo en la historia que harn variar su curso. En eso debe-

    mos pensar continuamente para no desanimarnos por los fracasos

    personales y para no perder de vista la importancia de nuestra misin .

    Nuestros sacrificios estn pagando lo que ha de florecer dentro de mu-

    chos aos, quiz siglos. Pues cuando hayamos adquirido definitiva-

    67

  • desde la escritura

    mente la instruccin, la libertad y un poco de tradicin (aludo a la

    tradicin literaria que casi no existe entre las mujeres ; la tradicin litera-

    ria del hombre no es la que puede orientarnos, y hasta a veces contribu-

    ye a ciertas deformaciones), ni aun entonces lo habremos conseguido

    todo. Ser menester que maduremos entre estas cosas . Deberemos fa-

    miliarizarnos con ellas y dejar de considerarlas con ojos de parvenue .

    As, pues, lo que nuestro trabajo compra es el porvenir de las

    mujeres. No nos aprovechar personalmente . Pero esto no tiene por

    qu entristecernos. Acaso puede agriar a una madre la promesa de que

    su hija ser ms hermosa que ella? Si el caso se da, es porque se puede

    a veces tener hijos sin sentirse madre . Excepcin que confirma la regla .

    Es este sentimiento de maternidad hacia la humanidad femenina

    futura el que debe sostenernos hoy . Tenemos que apoyarnos en la con-

    viccin de que la calidad de esa humanidad futura depende de la nues-

    tra, que somos responsables de ella . Lo que cada una de nosotras realiza

    en su pequea vida tiene inmensa importancia, inmensa fuerza cuando

    las vidas se suman. No hay que olvidarlo . Ninguno de nuestros actos

    es insignificante y nuestras actitudes mismas se agregan o quitan a esta

    suma total que formamos y que har inclinar la balanza .

    Acabo de decir que la mujer sudamericana se encuentra en condi-

    ciones de inferioridad con respecto a la mujer que habita ciertos gran-

    des pases. Aadir que es un poco por culpa suya. Se ha resignado

    hasta ahora con demasiada facilidad . Quiz esta ingenua haya temido

    desagradar al hombre, sin advertir que le agradara siempre, a pesar de

    todo, y que se vera en serios apuros si tuviera l que prescindir de ella .

    Hasta me parece probable que la mujer le agradar ms cuando el hom-

    bre se habite a ver en ella un ser humano pensante capaz de hacerle

    frente y de interrumpirle si hace falta, y no un objeto ms o menos

    querido, ms o menos indispensable a su agrado y a su comodidad .

    Ms o menos "recreo del guerrero" .

    Si no ocurre as, es que hay que volver a empezar la educacin del

    hombre y que la que le envaneca hasta hoy, no vale nada, ni cuenta ya .

    No s si lo que digo sobre mi Amrica es todava aplicable a Espa-

    a . En todo caso, debi serlo ayer, como que nuestras cualidades y

    nuestros defectos, nos vienen principalmente de ella .

    La caracterstica de nuestro mundo actual es que las cosas repercu-

    tan de un pas a otro, de un continente a otro, de manera fulminante,

    quirase o no .

    68

  • Vuestro compatriota Madariaga hablaba hace poco del irresistible

    crecimiento de la solidaridad internacional . Llama solidaridad subjeti-

    va a la que se desarrolla en la esfera de las ideas y de los sentimientos,

    y objetiva a la que nace de los hechos y de los intereses creados, y

    atribuye la crisis mundial al retraso de la primera con respecto a la

    segunda .

    Esta condena a una solidaridad objetiva y, debemos desearlo, sub-

    jetiva, se desenmascara y aparece abiertamente en el planeta desde el

    momento en que se vence la distancia, esa distancia de que os hablaba

    al comienzo y que mi voz mata con alegra .

    Por lo tanto, tal como los sucesos se presentan hoy, la suerte que

    corre la mujer en China o en Alemania, en Rusia o en los Estados

    Unidos, en fin, no importa en qu rincn del mundo, es cosa extrema-

    damente grave para todas nosotras, pues sufriremos su repercusin .

    As, pues, la suerte de la mujer sudamericana concierne vitalmente a la

    mujer espaola y a la de todos los otros pases .

    Yo quisiera que hubiese entre las mujeres de toda la tierra una

    solidaridad no slo objetiva sino subjetiva . Tal aspiracin puede parecer

    desmesurada, absurda, pero no puedo resignarme a menos .

    Quisiera que la suma de nuestros esfuerzos, de nuestras vidas, el

    noventa y nueve por ciento de las cuales permanecern obscuras y an-

    nimas, haga inclinar la balanza del lado bueno . Del lado que har de la

    mujer un ser enriquecido, al que le sea posible la expresin total de su

    personalidad (no slo su expresin fisiolgica) ; del lado que har del

    hombre un ser completado a quien ya no le baste el monlogo y que, de

    interrupcin en interrupcin aceptada, llegue naturalmente al dilogo .

    Agosto de 1935 .

    69

    Victoria Ocampo